Dialnet PoliticasDeLaSubjetividad 6849668
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http://dx.doi.org/10.5209/INGE.58299
Resumen. El presente texto tratará de responder a la pregunta de qué filosofía política cabe
reconstruir a partir de las premisas del pensamiento cartesiano, asunto sobre el que, sin embargo,
Descartes guardó un significativo silencio. A partir de la propuesta de interpretación que se ensaya
dos hipótesis serán sugeridas: 1) que esa filosofía política dibuja un Descartes comprometido con los
principios básicos del absolutismo político característico del período Barroco y 2) que la clave de la
filosofía política cartesiana se halla en la teología: en el voluntarismo que pone en continuidad el
decisionismo metafísico que afecta al bien, la justicia y la verdad con el decisionismo político que
asume el absolutismo de la época. Reconstruir una política de la subjetividad en Descartes obligará,
pues, a retornar a las disputas teológicas de la época y a las posiciones mantenidas por Descartes con
respecto a ellas.
Palabras clave: Descartes, políticas de la subjetividad, teología política, absolutismo, decisionismo,
Jean Bodin, Carl Schmitt, Maquiavelo, Hobbes.
_____________
3
A. TOCQUEVILLE, La democracia en América, Madrid: Trotta, 2010, Libro II, parte I, cap. 1.
4
«Es la crisis en la política la que proporciona [en Descartes] el Mutterboden para la especulación fundamental
sobre la naturaleza del hombre y el orden cósmico», en Friedrich, C. J., «Philosophical Reflections of Leibniz
on Law, Politics and the State», H. G. FRANKFURT (ed.), Leibniz. A collection of Critical Essais, London:
University of Notre Dame, 49.
5
Cf. P. GUENANCIA, Descartes et l’ordre politique, Paris: PUF, 1983, 12.
6
M. LEROY, El filósofo enmascarado, Madrid: Nueva Biblioteca filosófica, 1930, II, 110.
Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28 13
contenida en su moral de modo que solo como corolario de sus reflexiones morales
podríamos extraer las ideas cartesianas sobre la sociedad y el Estado7.
Mención aparte merece la lectura política de Descartes que procede de la
tradición marxista. Si Leroy, en su intento de embellecer el conservadurismo
político cartesiano, hacía de él un precedente de la tradición socialista por su
empeño en poner el desarrollo tecnológico al servicio de la emancipación del
trabajo físico, las mismas razones (a saber, su maquinismo y su mecanicismo) son
las que llevaron a Marx a considerar a Descartes como el primer pensador del
temprano capitalismo. «Con su definición de los animales como simples máquinas
—dice Marx—, Descartes […] da pruebas de ver con los ojos del período
manufacturero»8. Según Marx, la revolución en el modo de pensar que inicia
Descartes sería indisociable —y, de hecho, estaría al servicio— de la revolución
económica iniciada por el sistema capitalista en su fase preindustrial9. De ahí en
adelante la tradición marxista leerá el todo y las partes del pensamiento cartesiano
como una confirmación del dictamen marxiano. Desde la Escuela de Frankfurt se
buscan las raíces socio-económicas de la filosofía mecanicista cartesiana. Franz
Borkenau sugiere una lectura ideológica de la ley de inercia formulada por primera
vez por Descartes según la cual lo que de capitalista hay en la ley de inercia
descansa en que a partir de ella el cambio se convierte en el estado normal de un
sistema10. Por los mismos años, Henryk Grossman criticará los detalles de la tesis
de Borkenau pero seguirá insistiendo en la conexión entre los fundamentos
materiales de la mecánica cartesiana y el impulso que el capitalismo dio a la
invención de nuevas máquinas11. En 1953 la Academia de las Ciencias de la URSS
alentaba la traducción del Discurso, la Dióptrica, los Meteoros y la Geometría. Allí
se presentaba a Descartes como «el estandarte ideológico de la lucha antifeudal en
los comienzos del desarrollo capitalista» y, por tanto, como expresión «de la
aspiración de la burguesía del siglo XVII de poner las relaciones de producción a la
altura de las nuevas fuerzas productivas», aunque al mismo tiempo se reconocía en
su obra la aspiración a una «ciencia que hiciera al hombre dueño y poseedor de la
_____________
7
P.-J. QUILLIEN, Dictionnaire politique de René Descartes, Presses Universitaires De Lille, 1994, 15.
8
K. MARX, El capital, Tomo I, Vol. 2, cap. 13, México: Siglo XXI, 2009, 475.
9
«Que Descartes, al igual que Bacon, veía en la configuración modificada de la producción, así como en el
dominio práctico de la naturaleza por el hombre, un resultado de las modificaciones operadas en el método de
pensar, lo muestra su Discours de la méthode, donde se dice entre otras cosas: “Es posible” (gracias al método
introducido por él en la filosofía) “adquirir conocimientos muy útiles para la vida, y que en lugar de esa
filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, se pueda hallar una filosofía práctica por cuyo intermedio,
conociendo la fuerza y los efectos del fuego, del agua, del aire, de los astros y de todos los demás cuerpos que
nos rodean, y conociéndolos tan precisamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos,
podríamos emplearlos de la misma manera para todas las aplicaciones que les son propias, convirtiéndonos así
en dueños y señores de la naturaleza” y, de este modo, “contribuyendo al perfeccionamiento de la vida
humana”. En el prefacio a los Discourses upon Trade de sir Dudley North (1691), se afirma que la aplicación
del método cartesiano a la economía política ha comenzado a liberarla de viejas consejas y nociones
supersticiosas acerca del dinero, el comercio, etc. Por lo general, no obstante, los economistas ingleses de la
primera época siguieron los pasos de Bacon y Hobbes en filosofía, mientras que en un período posterior fue
Locke quien se convirtió en “el filósofo” por antonomasia de la economía política inglesa, francesa e italiana»
(MARX, El capital, 475).
10
Cf. F. BORKENAU, Der Übergang vom feudalen zum bürgerlichen Weltbild. Studien zur Geschichte der
Philosophie der Manufakturperiode, París, F. Alcan, 1934, 371 ss.
11
H. GROSSMAN, «The Social Foundations of Mechanistic Philosophy and Manufacture», en Science in Context
1 (1) (1987): 129–80. Cf. También G. FREUDENTHAL y P. MCLAUGHLIN (eds.), The Social and Economic
Roots of the Scientific Revolution. Texts by Boris Hessen and Henryk Grossmann, Boston: Springer, 2009.
14 Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28
que presenta toda inteligencia bien dirigida. Eso es lo que hacía que al ejército de
Descartes pudieran sumarse por igual hombres que mujeres (como la princesa
Isabel, pero también Constantia, la hermana de su amigo Constantin Huygens o
Suzanne, la esposa de éste) con quien a menudo intercambiará ideas sobre ciencia y
filosofía; criados como Jean Guillot o eruditos como el padre Mersenne;
campesinos como Dirck Rembrantsz o reinas como Cristina de Suecia; artesanos
como Ferrier o embajadores como Chanut. No importa el origen o la condición
cultural, social, económica o sexual, pues «la facultad de juzgar bien y de distinguir
lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón,
es por naturaleza igual en todos los hombres»18.
Probablemente serían palabras como esas las que llevaron a Maurice Thorez, el
otrora secretario general de los comunistas franceses, a reconocerse en la tradición
iniciada por Descartes en el famoso discurso de conmemoración que dedicó al 350
aniversario del nacimiento de Descartes19. Ahora bien, los que como él o como
Sartre atribuyen a Descartes «haber puesto las bases de la democracia en una época
autoritaria y haber seguido hasta el final las exigencias de la idea de autonomía»20,
harían bien en recordar las páginas en las que Descartes establece los límites del
proceder democrático (como cuando niega que «la pluralidad de votos sea una
prueba que valga nada tratándose de verdades difíciles de descubrir, pues es más
verosímil que las encuentre un hombre solo que todo un pueblo»21). Leroy apunta a
que «por sus propósitos y sus simpatías pertenece Descartes al Tiers-Etat, al estado
llano: no habla como caballero»22. Y, sin embargo, el supuesto igualitarismo
democrático que sugieren algunos textos cartesianos parece ir a la contra de otro
rasgo recurrente en la correspondencia con Isabel y en Las pasiones: la “distinción
aristocrática” que Descartes establece entre las almas fuertes y grandes, capaces de
la noble pasión de la generosidad, y las bajas y vulgares, que sucumben al envite de
las pasiones23. A partir de esa convicción de que «no todas las almas que Dios
infunde en los cuerpos son igualmente nobles y fuertes»24, habría motivos para
atribuir a Descartes una concepción no igualitaria de la sociedad bien ordenada,
con tantos o más motivos que los que empujaran a ver en su obra cierta pulsión
democratizante. O como Quillien sugiere de un modo franco y abierto: «de nada
sirve torturar los textos de Descartes para hacer de él un demócrata
enmascarado»25.
Y podríamos seguir: es proverbial el aislamiento con que Descartes trató de
llevar siempre su vida; pero al mismo tiempo ese individualismo cartesiano se
_____________
18
R. DESCARTES, Discurso del Método, I, AT VI, 2.
19
«El mundo ama a Francia porque en ella reconoce a Descartes y a los que lo han continuado», M. THOREZ,
OEuvres, 23 vol., tome XXII, Paris: Éditions sociales, 1964, 60-68.
20
J.-P. SARTRE, «La liberté cartésienne», en Situations I. Essais critiques, Paris: Gallimard, 1947, 308.
21
R. DESCARTES, Discurso del Método, II, AT VI, 16. (La cursiva es nuestra.) Algo que ya había señalado en
las Reglas al afirmar que en asuntos relativos a la verdad «de nada serviría contar los votos para seguir la
opinión que tuviera más autores: pues si se trata de una cuestión difícil, es más creíble que su verdad haya
podido ser descubierta por pocos que por muchos» (AT X, 367).
22
M. LEROY, El filósofo enmascarado, Madrid: Nueva Biblioteca filosófica, 1930, II, 100.
23
Sobre la distinción entre almas grandes y vulgares, cf. Las pasiones… AT XI, 448, AT XI, 480, AT XI, 480 y
la correspondencia con Isabel, AT IV, 201-202, AT IV, 307-308, AT IV, 317. También la carta a Huygens de
20 de mayo 1637, AT I, 631-634.
24
R. DESCARTES, Las pasiones… AT XI, 453.
25
P.-J. QUILLIEN, Dictionnaire politique de René Descartes, Presses Universitaires De Lille, 1994, 27.
16 Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28
amortigua con el reconocimiento que le hace a Isabel de que «nadie puede subsistir
solo»26. Reconoce la existencia de «leyes comunes de la sociedad, que tienden
todas a propiciar que nos favorezcamos los unos a los otros», pero en lugar de
deducirlas de los principios de la razón (algo que en la época estaba tratando de
hacer su contemporáneo Grocio en el ámbito del derecho natural) las hace
depender del interés de cada uno con el argumento de que «cualquiera que las siga
sinceramente, sin disimulo ni artificio, lleva una existencia mucho más dichosa y
asentada que los que buscan su provecho por otros caminos»27. Defiende su
libertad y declara el libre albedrío «lo más noble que puede haber en nosotros,
tanto más cuanto que nos iguala, en cierto modo, a Dios»28, pero al mismo tiempo
se muestra rigurosamente providencialista...
Las tensiones internas podrían multiplicarse indefinidamente hasta el punto de
que con respecto a la pregunta por una posible política cartesiana cabría aquí
repetir la pregunta que Descartes se hacía en su juventud: Quod vitae sectabor
iter?: «¿Qué camino seguir?».
Políticas de la subjetividad
En los albores del siglo XVII asistimos, pues, a la rehabilitación de una doctrina
ya presente en la Edad Media: la del derecho divino del monarca31. Una posición
que en la Francia que ve nacer a Descartes adquiere su perfil más definitivo con la
obra de Pierre de Belloy De l’autorité du roi (1588). Para Belloy es característico
de la potestad del monarca el hecho de que «puede dar la ley a todos en general y a
cada uno en particular sin el consentimiento ni la voluntad de cualquier otro»32. O
con la fórmula que se hará famosa: «Si veut le roi, si veut la loi». La autoridad del
soberano sobre sus súbditos (sujets), como la de Dios sobre el mundo, carece de
límites y, por tanto, la rebelión contra el monarca es en cualquier circunstancia
ilegítima, pues todo levantamiento contra el poder del rey lo es contra el mismo
Dios que lo instituyó.
Como tendremos ocasión de comprobar —y con independencia del
«dispositivio político implícito»33 que pudiera contener la filosofía de Descartes en
cuya apelación a la autonomía de la razón y exaltación de la libertad individual sin
duda se prefiguran los ideales ilustrados del siglo XVIII—, lo cierto es que la
filosofía política que cabe reconstruir a partir de los textos en que Descartes se
manifestó más o menos explícitamente sobre cuestiones políticas apuntan a un
Descartes comprometido con los principios básicos de este absolutismo
característico del Barroco.
Se trata de algo que no debe extrañar si pensamos que el siglo XVII es el del
apogeo sin ambages del absolutismo en el ámbito de la doctrina política europea.
Descartes, en efecto, viene al mundo el año en que lo abandona Jean Bodin (1596),
el más ferviente defensor de una idea de soberanía como el poder de hacer la ley
sin el consentimiento de los súbditos34. El siglo acaba con el canto de cisne del
absolutismo que supone la Política sacada de las Sagradas Escrituras de Bossuet
(1679). Para Bossuet, cartesiano algo menos que brillante pero fiel —hasta el punto
de merecer incluso un capítulo propio en la monumental Histoire de la philosophie
carté sienne de Bohuillier35—, la autoridad del rey queda caracterizada por cuatro
rasgos esenciales: por su carácter sagrado, paternal, absoluto y racional36, cuatro
rasgos que Descartes, como veremos, reconocerá también en sus observaciones
dispersas y ocasionales como propios del poder político establecido. Entre los ecos
renacentistas del pensamiento de Bodin y el tradicionalismo religioso de Bossuet,
Thomas Hobbes pondrá en Inglaterra los cimientos de un absolutismo de cuño
individualista que, revisado y profundamente transformado por la mano de Locke
dará origen a la tradición política que acabará triunfando en la modernidad: la del
_____________
31
Cf. J. W. ALLEN, A History of Political Thought in the Sixteenth Century, London: Methuen & co, 1957, cap.
VII.
32
Cit. en J. W. ALLEN, A History of Political Thought in the Sixteenth Century, 384.
33
A. NEGRI, Descartes político o de la razonable ideología, 6.
34
«Vemos así que el carácter principal de la majestad soberana y poder absoluto, consiste principalmente en dar
ley a los súbditos en general sin su consentimiento», J. BODIN, Los seis libros de la república, Madrid:
Tecnos, 1997, cap. VIII, 57.
35
Cf. F. BOHUILLIER, Histoire de la philosophie carté sienne, Paris, 1868, vol. II, 227-242. Allí Bohuiller señala
que precisamente Bossuet se dedicó con más intensidad al estudio de la obra cartesiana durante el tiempo en
que se hizo cargo como preceptor del delfín Luis de Francia, hijo de Luis XIV (p. 230). En Versalles Bossuet
encabezaba un círculo literario y filosófico dominado por cartesianos como Cordemoy, La Bruyère, Fénelon,
Pellisson y el abad Fleury entre otros.
36
Cf. J. B. BOSSUET, Política sacada de las Sagradas Escrituras, Madrid, Tecnos, 1974, libros III-V.
18 Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28
Y para hablar de las cosas humanas, creo que si Esparta ha sido antaño muy
floreciente, no fue por causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular,
que algunas eran muy extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino
porque, habiendo sido inventadas por uno solo, todas tendían al mismo fin38.
_____________
37
Cf. C. B. MACPHERSON, La teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke, Madrid, 2005.
38
R. DESCARTES, Discurso del Método, II, AT VI, 12.
39
R. DESCARTES, Discurso del Método, VI, AT VI, 61. (La cursiva es mía.)
Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28 19
_____________
40
Algunos intérpretes —el propio Samuel Sylvestre de Sacy, en su introducción a la edición francesa de Las
Pasiones— considera totalmente inverosímil tal atribución de la carta-prólogo a otro que no sea el propio
Descartes y juzga esa estrategia de presentación del texto un mero juego literario.
41
A Isabel, 10 de mayo de 1647, AT V, 17 (ed. esp. p., 184).
42
«Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un Estado mucho mejor
regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de
preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes…», R. DESCARTES, Discurso del
Método, II, AT VI, 18.
43
R. DESCARTES, Discurso del Método, II, AT VI, 12.
20 Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28
Dado que, después de Dios, nada hay de mayor sobre la tierra que los príncipes
soberanos, instituidos por Él como sus lugartenientes para mandar a los demás
hombres, es preciso prestar atención a su condición para, así, respetar y
reverenciar su majestad con la sumisión debida, y pensar y hablar de ellos
dignamente, ya que quien menosprecia a su príncipe soberano, menosprecia a
Dios, del cual es su imagen sobre la tierra46.
_____________
44
E. GILSON, La liberté chez Descartes et la Théologie, Paris: Vrin, 1982, 3.
45
J. TOUCHARD, Historia de las ideas políticas, Madrid: Tecnos, 1961, 197.
46
J. BODIN, Los seis libros de la república, Madrid: Tecnos, 1997, L. I, cap. X, 72.
Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28 21
reino imitando «al gran Dios de la naturaleza»47 y las leyes físicas que éste impone
en el universo resultado de su creación. Ambos, Dios y el monarca, legislarán
desde una libertad radical que no queda coartada ni siquiera una vez instituida la
ley48. Con respecto al fundamento de ese poder absoluto, Bodin apunta a un
aspecto que se revelará especialmente decisivo cuando volvamos a la teología
política cartesiana: tanto en el caso de Dios como del monarca el fundamento de la
ley descansa en un mero acto de voluntad:
Puesto que el príncipe soberano está exento de las leyes de sus predecesores,
mucho menos estará obligado a sus propias leyes y ordenanzas. Cabe aceptar ley
de otro, pero, por naturaleza, es imposible darse ley a sí mismo, o imponerse
algo que depende de la propia voluntad. […] Razón por la cual al final de los
edictos y ordenanzas vemos estas palabras: Porque tal es nuestra voluntad, con
lo que se da a entender que las leyes del príncipe soberano, por más que se
fundamenten en buenas y vivas razones, sólo dependen de su pura y verdadera
voluntad49.
Nos parece relevante este breve rodeo en torno al absolutismo bodiniano porque,
como intentaremos mostrar en breve, en la teología política que recorre la columna
vertebral del pensamiento político cartesiano encontramos la misma matriz
justificadora del poder político. En efecto, para Descartes la relación que el
soberano mantiene con su pueblo se piensa en continuidad con la que Dios
mantiene con su creación. En ese punto, como acabamos de ver, el pensamiento
cartesiano no presenta una especial originalidad. Es el de su siglo: Dios se presenta
como legislador universal; las leyes de la naturaleza (e incluso las de la
matemática) descansan en un acto de su voluntad (pues si bien Dios no siente, sí
que «entiende y quiere»50); y la validez de sus deseos y de sus designios se
extiende en tanto dure ese acto de voluntad. En lo fundamental, como se ve, se trata
de una traducción estricta de ideas que ya aparecen en la teoría política de Bodin
entre otros lugares.
Solo que alguna de esas afirmaciones planteará un problema de primera
magnitud para un racionalista como Descartes. En efecto: las leyes de la naturaleza,
de la lógica, de la moral dependen de la voluntad de Dios. ¿Significa eso que, dado
que dependen de deseos divinos, podemos esperar que varíen? ¿Cabe que la ley de
inercia no sea una ley universal y necesaria de la naturaleza o que la suma de 3 + 2
deje en algún instante de ser 5? En efecto: esa es exactamente la tesis voluntarista
que defiende la filosofía cartesiana. Descartes lo justificará de diversos modos:
ciertamente el alcance de nuestra inteligencia apenas es capaz de comprender cómo
algo así podría ocurrir, pero eso depende de la limitación de nuestro entendimiento
y no de la potencia soberana de Dios, de modo que «no debemos considerar
_____________
47
J. BODIN, Los seis libros de la república, Madrid: Tecnos, 1997, L. IV, cap. X, 187.
48
«¿Qué sería más absurdo que decir que en la ciudad el rey está desligado de sus leyes y sus mandatos, para
poder corregir y enmendar las leyes según la variedad de circunstancias, y que Dios, el verdadero príncipe y
padre del mundo, está ligado por sus propias leyes?», J. BODIN, Coloquio de los siete sabios sobre arcanos
relativos a cuestiones ultimas, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998, 56.
49
J. BODIN, Los seis libros de la república, Madrid: Tecnos, 1997, cap. VIII, 55.
50
R. DESCARTES, Principios de la filosofía, I, § 23. (AT IX, 35).
22 Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28
Por debajo de esas afirmaciones, como se ve, lo que en el fondo está aquí en juego
tanto en el ámbito cosmológico como en el político es la cuestión central de la
soberanía. ¿Quién tiene el poder soberano de dar la ley? Para Descartes —como
para Bodin— en el caso de las leyes de la naturaleza por lo que respecta a Dios y
en el de las políticas por lo que respecta al monarca, el fundamento de tales leyes
no es otro que su mera voluntad56.
_____________
51
R. DESCARTES, Principios de la filosofía, II, § 25 (AT IX, 36).
52
R. DESCARTES, Principios de la filosofía, II, § 36 (AT IX, 84). Cf. la misma atribución de inmutabilidad en
Principios… II, § 39, II, § 42, y en la Conversación con Burman, donde se insiste en que «Deus est plane
immutabilis» (AT V, 166) (R. DESCARTES, Meditaciones metafísicas y otros textos, Madrid: Gredos, 1997,
291).
53
N. MAQUIAVELO, El príncipe, Madrid: Gredos, 2011, cap. XVIII, 58.
54
A Isabel, septiembre de 1646 AT IV, 448 (ed. esp. p., 154).
55
A Isabel, septiembre de 1646 AT IV, 490 (ed. esp. p., 155).
56
La voluntad de Dios «no sólo es causa de las cosas actuales y futuras, sino también de las posibles y de las
naturalezas simples», en R. DESCARTES, Conversación con Burman, AT V, 160 (ed. esp. p., 148).
Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28 23
Así pues, la polémica que recorre toda la Edad Media entre el voluntarismo de
cuño agustiniano y el intelectualismo tomista (y que solo se zanjará en 1277 con la
condena de las tesis tomistas por parte de Tempier, obispo de París) reaparece,
como vemos, en la modernidad temprana. Descartes, ortodoxo en esto, se situará en
contra de la teología tomista aprendida en La Flèche: las leyes de la naturaleza o de
la matemática no pueden ser el reconocimiento divino a un orden previo que limite
su poder. En el caso de Dios su poder coincide y se solapa con su voluntad. Sería
rebajar la potencia infinita de Dios y limitar el alcance de su majestad decir que
Dios no podría haber hecho que 3 + 2 fueran 6. En una importantísima carta a
Mersenne Descartes no deja dudas al respecto:
Las verdades matemáticas, que usted llama eternas, han sido establecidas por
Dios y dependen enteramente de él igual que el resto entero de las criaturas. Es,
en efecto, hablar de Dios como de un Júpiter o un Saturno y someterlo a la
Estigia y a los destinos el decir que esas verdades son independientes de él57.
No tema, le ruego, asegurar y publicar por todas partes que es Dios quien ha
establecido esas leyes en la naturaleza como un Rey establece leyes en su Reino y
[que esas leyes] están mentibus nostris ingenitae [innatas en nuestras mentes] así
como un Rey imprimiría la ley en el corazón de sus súbditos [sugets] si tuviera
poder para ello58.
Dios no ha querido crear el mundo en el tiempo por haber visto que eso era
mejor que crearlo desde toda la eternidad, ni ha querido que los tres ángulos de
un triángulo valgan dos rectos, por haber sabido que no podía ser de otro modo,
etc. Al contrario: pues que ha querido crear el mundo en el tiempo, por eso es
ello mejor que el haberlo creado desde toda la eternidad; y por cuanto ha querido
que los tres ángulos de un triángulo fuesen necesariamente iguales a dos rectos,
es ahora cierto que eso es así y no puede ser de otro modo; y lo mismo sucede
con las demás cosas66.
Y no hay por qué preguntar con arreglo a qué género de causa dependen de Dios
esa bondad y las otras verdades, tanto matemáticas como metafísicas; pues
habiendo sido fijados los géneros de causas por personas que acaso no pensaban
en esta razón de causalidad, no sería de extrañar que ni siquiera le hubieran
atribuido un nombre; con todo, le han dado uno, pues puede muy bien ser
llamada eficiente, del mismo modo que la voluntad del rey puede ser llamada
causa eficiente de la ley, aunque la ley no sea ciertamente un ser natural, sino
sólo (como dicen en la Escuela) un ser moral68.
_____________
69
C. SCHMITT, Teología política, Madrid: Trotta, 2009, 16.
70
Pues recuérdese: «un Estado está mucho mejor regido cuando hay pocas leyes, pero muy estrictamente
observadas», Discurso del Método, II, AT VI, 18.
71
R. DESCARTES, El mundo o tratado de la luz, AT XI, 34 (ed. esp. p., 103-104).
72
A Chanut, 20 de noviembre de 1647, AT V, 87 (ed. esp. p., 258).
73
Carta a Voet, AT VIII-2, 123. También en R. DESCARTES y M. SCHOOCK, La querelle d’Utrecht, Paris: Les
impressions nouvelles, 1988, 373.
74
Ibid. Es en el contexto de esa discusión con Voetius que Descartes invocará a su favor la cita de Jeremías I,
10, donde Jeremías recibe las siguientes palabras de Dios: «Mira que te he puesto en este día sobre naciones y
sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar».
Arenas, L. Ingenium 11 2017: 11-28 27
He encontrado aquí las cosas de tal forma que ninguna prudencia humana
hubiera podido preverlas. El Parlamento se reúne en la actualidad a diario con las
demás Cortes soberanas para deliberar acerca de cierto orden que quieren todos
que se ponga en el manejo de las finanzas, y se hace con el consentimiento de la
Reina, de suerte tal que hay motivos para pensar que irá el asunto para largo, mas
no es fácil saber qué resultará de todo ello75.
Irá para largo y es imposible saber qué resultará de todo ello. Ineficacia e
incertidumbre, pues. Ese parece ser el destino de una decisión que se ha de acordar
entre una diversidad de instancias políticas. El caos y las revueltas parisinas han
puesto ante los ojos de Descartes «tantas personas que yerran en sus opiniones y en
sus cálculos que me parece que se trata de una enfermedad universal. Mucho más
de mi gusto es la inocencia del desierto del que vengo, y creo que no podré por
menos de regresar a él a no tardar mucho»76.
El contraste entre la anárquica situación en París y el modelo que apela a «un
legislador prudente» no puede ser más iluminador. El caos al que asiste Descartes
en París en 1648 y que le empuja a retornar precipitadamente a los Países Bajos es
el comienzo de la Fronda, la revuelta simultánea que el pueblo, los parlamentos y
los príncipes alientan contra la Reina regente Ana de Austria y su ministro
Mazarino, sucesor de Richelieu a la cabeza del gobierno. Descartes asiste en
primera persona a los inicios de la Fronda y parece que haya sido consciente de su
verdadero alcance («me temo que las tormentas de Francia tarden mucho en
escampar»77, le escribe a Chanut a su regreso). En efecto, las revueltas se
extenderán desde 1648 a 1653 y se trata casi de una auténtica guerra civil; la última
revuelta popular contra el poder real antes de la revolución. Descartes retornará
horrorizado a su “desierto” holandés ante el desorden que se vive en París.
Los disturbios tienen lugar en la misma época en la que Descartes se está
dejando querer por parte de la corte sueca. La reina Cristina, impresionada por la
respuesta de Descartes a sus preguntas sobre los desórdenes del amor y el odio78,
acabará por invitar a Descartes a Estocolmo. La respuesta de Descartes a Chanut, el
embajador a través del que se cursará la invitación, subraya el carácter de mandatos
absolutos con que Descartes recibe los deseos de la reina:
Siento tan gran veneración por las elevadas y poco frecuentes virtudes de esa
princesa que el menor de sus deseos es para mí una orden indiscutible [les
moindres de ses volontez sont des commandemens tres-absolus à mon regard],
por lo que no creo que, en lo tocante a ese viaje, tenga que hacer consideración
alguna, sino prepararme para obedecer79.
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80
Carta a Voet, AT VIII-2, 4. También en R. DESCARTES y M. SCHOOCK, La querelle d’Utrecht, Paris: Les
impressions nouvelles, 1988, 328.
81
A Chanut, 21 de febrero de 1649, AT V, 130 (ed. esp. p., 260).
82
«Aunque no sois persona pública y estáis retirado de los enredos del mundo, sí tendríais, empero, capacidad
para enseñar a los príncipes la forma en que deben gobernar, como se desprende de las cosas que escribís», A
Descartes, 10 de octubre de 1646, AT IV, 522 (ed. esp. p., 161).
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Aunque una de las cartas que allanaron la posibilidad del encuentro con la reina de Suecia parece aludir
sutilmente a ello. Cristina es para Descartes, una «princesa a la que tan alto ha colocado Dios» y cuyas «obras
más nimias pueden tanto por el bien general de toda la tierra que cuantos amen la virtud tienen forzosamente
que considerarse dichosísimos si se les brinda alguna ocasión de servirla», A Cristina, 26 de febrero de 1649,
AT V, 294 (ed. esp. p., 269).