El Espíritu Santo - Discursos SUD - Página 7
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Los Dones del Espíritu
Cada hombre tiene su propio don de Dios, uno de un modo, y otro de otro modo. ―1 Corintios 7:17
La sabiduría de Dios se manifiesta en los dones que da a sus Hijos, y en la manera en que estos dones son
dados. Los dones celestiales, no obstante dados libremente, solo están garantizados a aquellos que los
merecen, y que están preparados para recibirlos. Cualquier otro sistema sería profano e inclusive una
burla a los poderes del cielo. Sólo aquellos que han sido limpiados del pecado en las aguas del bautismo, y
quienes han recibido la promesa de la compañía del Espíritu Santo por la imposición de manos, son los
herederos de estos dones sagrados. No están destinados para los mundanos; ni para los infantes o los
espiritualmente inmaduros; no están garantizados sobre la base del mero hecho de pertenecer a la
Iglesia, ni debido al hecho de haber sido llamado a determinado oficio o posición (no obstante, estos
llamamientos pueden hacer que sus efectos sean mayores sobre ellos). En cambio, son dispensados por el
cielo eligiendo a los que guardan los mandamientos y a los que buscan diligentemente (D. y C. 46:9).
Ciertamente, cada ciudadano fiel del reino de Dios tiene la seguridad de la promesa acerca de una
investidura espiritual, aunque permanezca latente dentro de su alma, hasta el momento justo en que
pueda expresarse.
Es una Verdad eterna, que en la esfera de las cosas espirituales, cosechamos lo que sembramos. Aquellos
que tienen ricas cosechas de los frutos del Espíritu son los que han pasado largas horas trabajando en la
viña del Señor. La fortaleza espiritual viene del trabajo espiritual; los frutos del Espíritu de la planta bien
cuidada. La viña y sus frutos son del Señor, y nosotros no somos sino sus mayordomos y sus siervos.
Nuestras revelaciones declaran que los frutos del Espíritu “se dan en la Iglesia” (D. y C. 46:10).
Entendemos que esto significa que, si bien toda investidura espiritual es personal o individual,
procuraremos que sea utilizada para iluminación, edificación y bendición de la congregación de los
Santos.
“Estos dones son infinitos en número e interminables en manifestaciones, porque Dios mismo es infinito
e interminable, y porque las necesidades de quienes los reciben son tan numerosas, variadas y diferentes
como personas en el reino” (Élder Bruce McConkie, A New Witness of The Articles of Faith, p.270). “A
unos les es dado uno, y a otros les es dado otro, para que sean de provecho”. Lo genial de este sistema de
distribución divina de dones, es que todos estamos en posición de ser instruidos, bendecidos y edificados
por otros. Ninguno de nosotros puede gozar la plenitud de las manifestaciones del Espíritu aisladamente
del cuerpo de los Santos. Debemos encontrarnos juntos, simplemente porque “no a todos se da cada uno
de los dones” (D. y C. 46:11-12; 1 Corintios 12:4). Cada uno de nosotros está en posición de ser instruido y
bendecido por los demás. E igualmente importante, cada uno de nosotros ―del primero al último― tiene
algo con lo cual contribuir, algo que los demás no pueden realizar tan bien como él. Para ilustrar este
punto y darnos una idea de la naturaleza de los dones otorgados por el Espíritu, volvamos a Doctrina y
Convenios, sección 46.
“A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los
pecados del mundo. A otros les es dado creer en las palabras de aquellos, para que también tengan vida
eterna, si continúan fieles” (D. y C. 46:13-14). Esto no significa que solo unos pocos tendrán el testimonio
de que Jesús es el Cristo, y el resto deberá creer en su testimonio. Todos debemos saber por testimonio del
Espíritu qué Jesús es el Cristo, si es que vamos a sostener un testimonio; y por cierto todos los que nos
proclamamos ciudadanos del reino de los cielos debemos tener este testimonio personal del Espíritu. Lo
que quiere significar es, que algunos tienen un testimonio de esta verdad salvadora, que sobrepasa lo
experimentado por la generalidad de los Santos fieles. Ciertamente, el testimonio en su estado de
formación, toma la fuerza y se edifica sobre el testimonio más maduro de otros.
Continuando con la revelación, se nos ha dicho que “a algunos les es dado por el Espíritu Santo el conocer
las diferencias de administración”, o sea, comprender las diferentes clases de servicios o tareas pastorales
necesarias para una congregación en particular. Esto nos da la seguridad de que aquellos que lo
necesiten, reciban ayuda en el momento adecuado y en el lugar apropiado, o, como establecen las
escrituras, “otorgando sus dádivas de acuerdo a las condiciones de los hijos de los hombres” (D. y C.
46:15). “Nuevamente”, dijo el Señor, “es dado a algunos conocer la diversidad de las tareas, si son de Dios,
para que las manifestaciones del Espíritu sean dadas a todo hombre para su provecho” (D. y C. 46:16; 1
Corintios 12:7). “Aquí se hace referencia al espíritu de discernimiento. Los líderes deben estar capacitados
para separar la doctrina verdadera de la falsa; reconocer los profetas verdaderos y los falsos; discernir
entre los espíritus verdaderos y los falsos” (Élder Bruce McConkie, A New Witness of The Articles of
Faith,p.278). De esa forma, estamos seguros que el Espíritu se manifestará en diversos caminos, para la
edificación y bendición de todos los que los transiten.
Entre los dones específicos prometidos están aquellos de sabiduría y conocimiento. No el conocimiento
del mundo, o el del hombre, sino “sabiduría escondida, la cual fue ordenada por Dios antes de que el
mundo fuese, para nuestra gloria” (1 Corintios 2:7) y “grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros
escondidos” (D. y C. 89:19). De esa manera llegamos a poseer la sabiduría y el conocimiento del Espíritu;
la “luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprenden” (D. y C. 6:21). Tal fue la sabiduría que
José Smith obtuvo en la Arboleda Sagrada y el conocimiento que obtuvo por medio de la restauración del
Santo Sacerdocio, el cual “administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del
conocimiento de Dios” (D. y C. 84:19). El Sacerdocio de Melquisedec, dijo, fue el “canal por el cual todo el
conocimiento, la doctrina, el plan de salvación, y todo asunto importante es revelado desde los cielos”
(Enseñanzas del Profeta José Smith).
“Y además, a unos les es dado tener fe para ser sanados, y a otros, fe para sanar.” (D. y C. 46:19-20). Así
como les ha sido dado a los Santos el poder de bendecir a otros espiritualmente, también les ha sido dado
el poder de bendecirlos físicamente. De aquellos que han recibido el don del Espíritu Santo por medio de
las aguas del bautismo, y que magnifican su sacerdocio mediante sus llamamientos, el Señor dijo: “En mi
nombre harán muchas obras maravillosas; en mi nombre echarán fuera demonios; en mi nombre
sanarán enfermos; en mi nombre abrirán los ojos de los ciegos y destaparán los oídos de los sordos y la
lengua del mudo hablará; y si alguien les administra veneno, no los dañará; y la ponzoña de la serpiente
no tendrá poder para hacerles daño” (D. y C. 84:66-72).
“Y además, a algunos les es dado obrar milagros” (D. y C. 46:21). En el sentido espiritual, los milagros son
acontecimientos que están más allá de las posibilidades humanas de realización. Literalmente, la palabra
‘milagro’ significa ‘maravilla’ u ‘obra maravillosa’. Las profecías concernientes a la restauración del
evangelio en los últimos días, se refieren a “una obra maravillosa y un prodigio”. Verdaderamente, la
restauración del evangelio y la aparición del Libro de Mormón son milagros, porque ambos están más
allá de la capacidad de realización de los hombres. El mayor milagro que precederá a la Segunda Venida
será la forma en que el evangelio será llevado a toda nación, tribu, lengua, y pueblo. Hay y habrá
virtualmente en toda congregación de Santos, aquellos que serán bendecidos con el don de los milagros.
A ellos les está garantizado el poder espiritual para realizarlos, desafiando las limitaciones de los
hombres mortales.
“Y a otros les es dado profetizar” (D. y C. 46:22). Profetizar es declarar los propósitos de Dios; es enseñar
los principios salvadores de Cristo por el poder del Espíritu Santo. El papel de un profeta es llegar a ser el
vocero autorizado, rol que cumple declarando la fe, el arrepentimiento y el bautismo; y dando a otros la
necesaria admonición para la salvación de los hijos de los hombres. La profecía abarca la predicción de
eventos futuros, pero ciertamente no se limita a esto. No hubo, por ejemplo, “más grande profeta nacido
de mujer” que Juan el Bautista, (Enseñanzas del Profeta José Smith) y sin embargo no profetizó, excepto
la venida de Cristo. Afortunadamente, están aquellos que son imbuidos del espíritu de profecía y aquellos
que pueden enseñar y predicar los principios del evangelio por el poder del Espíritu. Y además, están
aquellos quienes, al igual que nuestros patriarcas, pueden predecir los acontecimientos por venir que nos
es conveniente conocer para estar preparados en todas las cosas.
“Y todos estos dones vienen de Dios para beneficio de los Hijos de Dios” (D. y C. 46:26). Tales son los dones
del Espíritu, y tales las propuestas en la dispensación a cada uno de los integrantes de la familia de fe, de
un rol para cumplir en la tarea de edificar, bendecir y fortificar a otros Santos. Pablo lo cita como un
argumento para sostener la necesidad de la unidad de los Santos.
Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o
libres, y a todos se nos dio de beber de un mismo Espíritu.
Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.
Si dijere el pie: porque no soy mano no soy del cuerpo, ¿Por eso no será del cuerpo?
Y si dijere la oreja, Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿dónde estaría el oído?
Si todo fuese oído, ¿Dónde estaría el olfato?
Más ahora Dios ha colocado los miembros cada uno en el cuerpo, como él quiso.
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿Dónde estaría el cuerpo?
Pero ahora son muchos los miembros pero el cuerpo es uno solo.
Ni el ojo puede decir a la mano: no te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: no tengo necesidad de
vosotros.
Antes bien, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y aquellos del
cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son
menos decorosos, se tratan con más decoro.
Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando
más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los
miembros se preocupen los unos por los otros.
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen en él, y si un miembro recibe honra,
todos los miembros con él se gozan.
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. (1 Corintios 12:13-27).
A la lista enumerada de Doctrina y Convenios, Moroni agregó “una fe sumamente grande” (Moroni 10:11),
sugiriendo de esta manera que no obstante el hecho que la fe es una bendición del Espíritu para ser
compartida por todos los Santos de los Últimos Días, algunos la tienen en mayor grado que otros.
Podemos comparar éste y otros dones con la adoración a Dios por medio de la música. Todos nos unimos
al cantar en una congregación, en tanto que sólo uno puede ser invitado a cantar un solo debido a su
especial talento. Con ese especial talento que le ha sido concedido a él o ella aumenta la posibilidad de
elevar el nivel espiritual de nuestras reuniones. Así con la fe y otros dones. Todos los tenemos en alguna
medida, mientras que unos pocos tienen dones particulares en mayor medida que la generalidad de los
Santos, y por lo tanto, una capacidad especial para hacer una única contribución de la cual disfrutan
todos.
Moroni también declaró que algunos tienen la capacidad de “obrar poderosos milagros”, en tanto que
otros tienen el don de la profecía, por el cual pueden “profetizar sobre todas las cosas”. A otros, declaró,
es dado el don de “ver ángeles y espíritus ministrantes”. Por cierto, esta es una experiencia que muchos
procuran y no llegan a recibir. Moroni simplemente sugiere que es un don espiritual, como enseñar,
predicar, sanar, que ha sido particularmente otorgado a algunos. Hablando del don de lenguas destaca
que algunos tienen el don de interpretar muchos diferentes idiomas y otros se regocijan en “diversos
tipos de lenguas” (Moroni 10:1116).
La gran diversidad de dones significa que la ausencia de cualquiera de los miembros de la congregación
es una pérdida para todos. Como dijo Pablo, cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren; y
cuando un miembro es honrado, todos los miembros son honrados. Para un miembro de la Iglesia, el
rehusar la comunidad con el cuerpo de la Iglesia significa privarla de la bendición de un don particular.
Los dones del Espíritu están dados para ser compartidos, y el que fallara en esta pauta, estaría negándose
a compartir una herencia perteneciente con justicia a la completa familia de la fe. “El cuerpo tiene
necesidad de cada miembro, para que todos puedan ser edificados juntamente; para que el sistema pueda
ser guardado perfecto” (D. y C. 84:110).
La palabra de sabiduría, y la palabra de conocimiento, son también dones como cualquier otro; pero si
una persona posee ambos dones, o los recibe por imposición de manos, ¿quién lo sabría? Otro puede
recibir el don de la fe y ser ignorado por todos, O supongamos que un hombre puede tener el don de
sanidad, o el poder de efectuar milagros, pero que esto no es sabido de nadie. Van a ser necesarios tiempo
y circunstancias para que estos dones sean percibidos en su accionar. Supongamos que un hombre tiene
el don del discernimiento de espíritus… ¿Quién podrá advertirlo? O, si tiene el don de interpretación de
lenguas, a menos que alguien hable en un idioma desconocido, deberá permanecer en silencio. Hay
solamente dos dones que pueden ser realmente percibidos: el don de lenguas y el don de profecía.
Estas son las cosas de las que más se habla, y sin embargo, si una persona hablara en un idioma
desconocido, los presentes pensarían que se trata de una jerga o una broma; y si profetizara dirían que es
locura. El don de lenguas es quizás el más pequeño de los dones, y sin embargo, el que logra mayor
atención.
Así también con el testimonio de las Escrituras y las manifestaciones del Espíritu en los días antiguos.
Muy pocos fueron presenciados por el pueblo, excepto en la ocasión de Pentecostés.
Los mayores, los mejores y más útiles dones no son generalmente percibidos por los observadores. Es
cierto que un hombre puede profetizar, lo cual es un gran don, aquel del cual Pablo habló al pueblo (la
Iglesia) exhortándolos a buscarlo y codiciarlo con más fuerza que el don de lenguas; pero… ¿Qué sabe el
mundo acerca de la profecía? Pablo dice que “sirve solo a los que creen”. ¿Pero no dicen las escrituras
que ellos hablaban en lenguas y profetizaban? Sí. Pero ¿quiénes son los que escribieron estas Escrituras?
No meros observadores, ni hombres del mundo, sino los Apóstoles, hombres que conocieron don tras
don, y por lo tanto, capaces de escribir sobre ellos. Si tuviéramos el testimonio de los Escribas y Fariseos
en cuanto a las manifestaciones del Espíritu en el día de Pentecostés, ellos nos hubieran dicho que no
hubo tal don, sino que la gente estaba “borracha con vino nuevo”; y finalmente hubiéramos llegado a la
misma conclusión que llegó Pablo:
“Ningún hombre conoce las cosas de Dios sino por el Espíritu de Dios”, pues la gran revelación que tuvo
cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio cosas que no era lícito revelar, no se dio a conocer a ningún
hombre hasta que él mismo lo mencionara catorce años después. Y cuando Juan descorrió las cortinas de
los cielos, y mediante una visión tuvo la manifestación de las oscuras épocas por venir, y le fue dado
contemplar acontecimientos que se desarrollarían a través de los subsecuentes períodos hasta la escena
final, (mientras él se asomaba a las glorias del mundo eterno, vio una innumerable multitud de ángeles y
escuchó la voz de Dios) fue en el Espíritu, en el día del Señor, desapercibido para el mundo. (Enseñanzas
del Profeta José Smith).
Es importante hacer una distinción entre buscadores de señales y buscadores de verdad, entre aquellos
que piden pruebas y aquellos que diligentemente buscan los dones espirituales. La diferencia es clara:
uno nace de la impureza y el otro de la pureza; uno es anuncio de la duda, en tanto que el otro es
expresión de la fe; uno evidencia al licencioso haragán, el otro al siervo productivo. El buscador de
señales promete fe si logra suficiente evidencia de que la fe no es necesaria. Los que buscan
correctamente la verdad, plantan la semilla de la fe y la protegen con la paciencia, esperando el día de la
maduración y por ende de la cosecha. Estos comprenden que los frutos del Espíritu están dados para el
beneficio de aquellos que aman al Señor y hacen un esfuerzo real y honesto para cumplir sus
mandamientos.
Los dones espirituales no se dan como señal a los que persiguen “satisfacer sus concupiscencias” (D. y C.
46:9), queriendo significar que no son dados para satisfacer la curiosidad en la esfera de las cosas
sagradas. En cuanto a cuales son los dones que debemos buscar, éstos están directamente relacionados
con nuestras necesidades. Aquellos que son llamados a misiones en el extranjero, deben buscar el don de
lenguas, un obispo debe buscar el don del discernimiento; los enfermos o afligidos deben buscar el don
de ser sanados y así sucesivamente. Los dones del Espíritu son correctamente buscados cuando nuestro
propósito es bendecir a otros con ellos.
Cuando estudiamos las revelaciones acerca de los dones espirituales, surge con frecuencia la pregunta:
¿Cómo puedo saber cuál es mi don particular? Dado que el propósito principal de los dones espirituales
es bendecir y edificar a otros, la conclusión lógica es, que si cumplimos con los llamamientos y
trabajamos en los oficios para los cuales hemos sido apartados, tendremos la oportunidad de
familiarizarnos con nuestros talentos espirituales. Circunstancias particulares desarrollan o ponen en
evidencia dones particulares. Si alguno tiene el don de sanidad, no se manifestará hasta que alguno esté
enfermo; si alguno tiene el don de interpretación de lenguas, tal como lo hiciera notar el profeta,
permanecerá oculto hasta que alguien necesite ser interpretado. En algunos casos, algunos dones
personales especiales pueden ser identificados en las bendiciones patriarcales, las bendiciones paternas,
las ordenaciones o al ser apartados para oficios y llamamientos.
También debemos observar que, así como somos privilegiados con los dones del Espíritu de Dios, no
estamos excusados de la responsabilidad de nutrirlos y desarrollarlos. El don de la enseñanza sirve como
ejemplo. Una cosa es que el don nos sea otorgado; pero desarrollarlo y usarlo es una cosa muy diferente.
Los Dones, al igual que los talentos, no se gastan por el uso sino que se fortalecen. Como un músculo, el
don se fortalece con el ejercicio.
Algunos dones están obviamente relacionados con los oficios. El testimonio de que Jesús es el Cristo está
asociado con el llamamiento de Apóstol; el don del entendimiento de las diferencias de administración
está asociado con un puesto de presidencia; el don de discernimiento está asociado con el oficio de obispo
y así sucesivamente. Dichos dones pueden cesar cuando se produce un relevo. Un obispo, por ejemplo,
puede tener la capacidad de leer en un corazón atribulado, algo que puede volverse casi imposible para
él luego de su relevo. Ciertamente, nos fue dicho que algunos están capacitados para discernir todos los
dones “no sea que haya entre vosotros alguno que profesara tenerlos y sin embargo no sea de Dios” (D. y
C. 46:27).
Está prometido al hombre que está a la cabeza de la Iglesia poseer todos los dones “para que haya una
cabeza, a fin de que todo miembro se beneficie con ello” (D. y C. 46:29). Al decir esto, no debemos
entender que el Presidente de la Iglesia posee todos los dones en su perfección, o que los posee en mayor
grado que cualquier otro miembro de la Iglesia, o que el Presidente de la Iglesia posee cada don en la
misma proporción que todo hombre que anteriormente presidió la Iglesia. Cada uno de nuestros profetas
ha contribuido al oficio de profeta con talentos particulares que respondieron a necesidades particulares
en tiempos particulares. Además, ellos fueron bendecidos con la fuerza espiritual de buenos consejeros, y
por la rica abundancia de dones que siempre existe entre los miembros de los quórums directivos de la
Iglesia.
Conclusión
Los dones espirituales son una señal de la Iglesia Verdadera y así ha sido en cada dispensación del
evangelio. Cada persona que ha sido correctamente bautizada y que ha pasado por la imposición de
manos sobre su cabeza para otorgarle el don del Espíritu Santo, es recipiente de los dones espirituales.
Dado que los dones espirituales son señales de la Iglesia verdadera, también son las señales por las
Cuales podemos saber quiénes son fieles a la Iglesia. Si los dones del Espíritu no son visibles en nuestras
vidas, no pueden actuar en nuestras familias, por lo cual tendremos que efectuar los cambios necesarios
para lograr que el Espíritu Santo vuelva a ser nuevamente nuestro compañero (Moroni 7:35-39).
Los dones espirituales son el sistema perfecto por el cual el Señor ha elegido enlazar a los fieles en una
comunidad interdependiente, en la cual cada uno contribuye a la fuerza y belleza de su trama. No hay
ninguna persona que posea la compañía del Espíritu Santo que carezca de la habilidad y el poder de
hacer una significativa contribución al Reino de Dios. Ninguno de ellos puede negarse a alabar a Dios y
reconocer sus dones especiales como evidencia de su Divinidad y un testimonio de la realidad de su
Evangelio (D. y C. 88:33).
→ 7. Símbolos del Espíritu Santo
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