El Espíritu Santo - Discursos SUD - Página 5

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

El Espíritu Santo

Publicado el 8 junio, 2023 por Discursos SUD

4.
Discerniendo los Espíritus
Pon tu confianza en el Espíritu que te lleva al bien, sí, a actuar correctamente, a caminar en la humildad, a
juzgar con justicia; ése es mi Espíritu”. ― D. y C. 11:12

Los miembros de la Iglesia no tienen el derecho de vivir sin el Espíritu de revelación. En las sagradas
escrituras se nos “manda” consultar a Dios “en todas las cosas”, y asegurarnos que pueda responder
“libremente”. Habiendo realizado estas cosas estamos obligados a lograr que “el Espíritu testifique”,
hallándonos en completa santidad de corazón, caminando en justicia delante de Dios, considerando como
fin nuestra salvación. Nuestro espíritu debe estar en oración y gratitud para que no “seamos seducidos
por espíritus malignos o doctrinas de demonios, o mandamientos de hombres; porque algunos son de
hombres y otros de demonios” (D. y C. 46:7).

El Dios del cielo ha elegido a “los débiles y sencillos (simples)” para llevar adelante el mensaje de
salvación a los confines de la tierra (D. y C. 1:23). Esto asegura que el mensaje no sea confundido con el
mensajero. En contraste, el príncipe de las tinieblas prefiere a los astutos y complicados para ser sus
mensajeros. Los sin instrucción pueden declarar la verdad, en tanto que la sofisticación y la erudición
frecuentemente caracterizan mensajes falsos. Dado que ambos, hombres y demonios, imitan las formas
de la Deidad, es absolutamente necesario que los Santos tengan el espíritu de discernimiento. Para tal fin,
reveamos los siete principios básicos mediante los cuales podemos lograrlo.

¿A Qué Propósito Sirven?

Una de las pruebas de discernimiento más directas y efectivas es preguntarse lo anterior. ¿Cuál es el
propósito de esta manifestación o experiencia religiosa? Cada misionero, por ejemplo, se ha encontrado
con cantidad de personas que los rechazan, a ellos o a su mensaje, obstinadamente, porque ya están
“salvos”, debido a que fueron protagonistas de alguna clase de experiencia sobrenatural, o han efectuado
algún tipo de confesión verbal; se sienten por lo tanto excluidos de la necesidad de escuchar el mensaje
de la Restauración. La experiencia es tan frecuente y estas personas parecen algunas veces tan sinceras,
que los misioneros llegan a preguntarse si en algunos casos, no habrá veracidad en sus relatos.

Cuando sometemos tales declaraciones a la pregunta ¿Cuál es el propósito?, estas declaraciones muestran
su angustiante falencia. Lo que fue dicho a los misioneros podría haber sido reemplazado en nuestro
ejemplo como “Dios me dio una experiencia espiritual”, o, “hice una confesión de fe”, por lo tanto, “no
tengo necesidad de las ordenanzas del bautismo para la remisión de mis pecados. Mis pecados no deben
ser remitidos, ni necesito la compañía del Espíritu Santo. Por último, no necesito el consejo de los profetas
vivientes, las bendiciones y la autoridad del sacerdocio, y cosas tales como las investiduras del templo y el
matrimonio por la eternidad. Mi experiencia espiritual me libera de tales cosas”. Y así, ellos cierran las
puertas a la oportunidad de llegar a ser ciudadanos en la Iglesia y el Reino de Dios y de recibir la plenitud
de las bendiciones del evangelio.

No es necesaria ninguna percepción especial para ver la completa inconsistencia de tal declaración.
Cierra las puertas a todo privilegio y bendición asociados con la ciudadanía en el Reino de Dios y, más
aún, a cada obligación y sacrificio asociados con tal ciudadanía. En contraste con esto, innumerables
historias pueden ser relatadas por Santos de los Últimos Días acerca de cómo ellos o algún otro miembro
de su familia tuvieron alguna clase de experiencia espiritual que los preparó para aceptar el mensaje del
evangelio. La diferencia entre las experiencias verdaderas o falsas es justamente la que abre las puertas a
las bendiciones y obligaciones, o las cierra para ambas.

“Aquello que no edifica”, declaran las Escrituras, “no es de Dios y es oscuridad” (D. y C. 50:23). Edificar es
construir o mejorar, es abrir nuestra visión a la luz del cielo. Aquello que edifica abre las puertas de la fe,
del arrepentimiento y el bautismo. Abre las puertas de la obediencia y el sacrificio, y cierra las del pecado
y la oscuridad. Lo que edifica nunca es egoísta ni sirve como justificativo propio, características propias
de una falsa revelación.

Canales

“Es contrario a los planes de Dios”, declaró José Smith, “que cualquier miembro de la Iglesia, o cualquier
otra persona, reciba instrucciones concernientes a aquellos mayores que ellos en autoridad,
“(Enseñanzas del Profeta José Smith) Sería un error para cualquiera dar crédito a tal manifestación.
“Recibirás una visión o revelación del Todopoderoso”, escribió Brigham Young “una concerniente a tí
mismo, o a estas personas, la cual no debe ser revelada si no es a la persona correcta, porque no debe ser
conocida por el pueblo en este momento; debes guardarla y sellarla de la manera más completa, tan
apretadamente como lo está el cielo contigo, y guárdala en secreto hasta la tumba”. Entonces agregó: “El
Señor no confía en quienes revelan secretos, pues Él no puede revelarse a sí mismo sin peligro, a tales
personas” (Journal of Discourses 4:288).

El hombre que permanece a la cabecera de la Iglesia y el Reino de Dios es el vocero adecuado. Lo


sostenemos como profeta, vidente y revelador. “Su palabra”, dijo el Señor, “será recibida por vosotros,
como si fuera de mi propia boca, en toda paciencia y fe”. Cuando obramos de tal manera, tenemos la
promesa que las “puertas del infierno” no prevalecerán contra nosotros y que “el Señor dispersará los
poderes de las tinieblas” de delante nuestro y “causará que los cielos tiemblen” para nuestro beneficio “y
la gloria de Su nombre” (D. y C. 21:5-6). Paradójicamente, si nos atenemos a los canales autorizados por
Dios, aún cuando estén errados en algún punto, seremos bendecidos; mientras que aquellos que elijan
escuchar otras voces se perderán en un laberinto de tinieblas. Aquellos que ignoren la orden sagrada de
Dios de buscar revelación no la recibirán, en tanto que aquellos que confían en los voceros del Señor
serán bendecidos con el conocimiento del camino seguro [las “puertas del infierno” no prevalecerán
contra ellos] y serán posteriormente recompensados con el espíritu de la revelación, mientras los
“poderes de las tinieblas” se dispersan de delante de ellos.
Dado que el profeta es el vocero del Señor para la Iglesia, de la misma manera un Presidente de Estaca es
el vocero adecuado para su estaca, un obispo para su barrio, un presidente de quorum para su quorum y
un padre para su familia. Esto nos sugiere una doctrina de infalibilidad de parte de los líderes del
sacerdocio y padres de familia. Es en cambio, una declaración de que tenemos la divina obligación de
sostener a aquellos a quienes Dios ha elegido para estar a la cabeza y ser sus voceros. Es aceptado por
cada Santo de los Últimos Días que no sostendremos a un hombre en la injusticia más de lo que
sostendríamos al Demonio mismo.

Una ilustración interesante de la naturaleza inequívoca del principio que dice que solo un hombre puede
recibir revelaciones para la Iglesia y que nadie puede recibir revelaciones para alguien de mayor
autoridad que él mismo, es la medida tomada para el gobierno de la Iglesia, para designar un sucesor de
José Smith, necesaria antes de la organización del quorum de los Doce. Dado que la Iglesia fue organizada
en Abril de 1830, los primeros apóstoles no fueron llamados hasta febrero de 1835. Así, en el caso de que
José probara ser indigno de su posición a la cabecera de la Iglesia, el Señor instruyó a los Santos acerca de
que en aquellas circunstancias él “no tendría poder” excepto para designar a su sucesor (D. y C. 43:4).
Dado que José Smith fue llamado por Dios, si perdía Su favor, Dios debería revelarlo. Dado que Dios
estableció la regla que dice que nadie, excepto el hombre a la cabecera, puede recibir revelación para la
Iglesia, Dios también proveería, a través de este profeta, la revelación para corregir la situación. Debemos
observar que si esto hubiese sucedido no hubiese sido la única vez que un profeta era vocero de una
revelación contraria a su voluntad.

El Señor simplemente no violará los canales que ha elegido. Que lo haga aunque sea en una sola
oportunidad, sería introducir una serie interminable de confusiones en los asuntos de su reino. Nunca
más la casa del Señor sería una casa de orden. Solo un hombre por vez puede permanecer al mando de la
nave de Sión, y ningún marinero, por mejor intencionado, tiene el derecho de relevar a su oficial de
mando y cambiar el curso y el destino de la nave, tan solo porque se sienta motivado a hacerlo. Ni está en
la mira de los miembros de la Iglesia agregar o quitar algo de las escrituras, lo cual sería, de una u otra
manera, negar el Espíritu Santo.

No es prerrogativa de los miembros de la Iglesia agregar o quitar escrituras, cosa que hacemos cuando
leemos con ojos ciegos, o cuando practicamos la selectividad, rehusándonos a ver lo que no queremos
ver, o declarando ver lo que no está allí.

Obediencia: La Gran Llave

Debido a los falsos espíritus que perturbaron a la Iglesia en sus comienzos, el Señor le dio a José Smith
“un modelo para todas las cosas”, para que él y los miembros de la Iglesia no fuesen engañados. Dicha
revelación dice lo siguiente:

Por consiguiente el que ora y su espíritu es contrito, es aceptado por mí, sí es que obedece mis
ordenanzas.
El que habla, cuyo espíritu es contrito, cuyo lenguaje es humilde e instruye, tal es de Dios, si obedece mis
ordenanzas.
Y además, el que tiemble bajo mi poder será fortalecido y dará frutos de alabanza y sabiduría de acuerdo
con las revelaciones y verdades que os he dado.
Y además, el que es vencido y no da buenos frutos, conforme a esta norma, no es de mí.
Por tanto, mediante esta norma discerniréis los espíritus en todos los casos bajo el cielo. (D. y C. 52:15-19).

Esta divina regla para el discernimiento de espíritus debe ser cuidadosamente estudiada. Comienza con
el anuncio que nos dice que la oración del contrito es aceptable “si” es obediente a las ordenanzas. La
palabra ‘contrito’ “primeramente significó gastado, frotado, roto; pero luego fue aplicado a aquellos
quebrados o rotos por el pecado y posteriormente arrepentidos” (Joseph T. Shipley, Dictionary of Word
Origins p.355). La palabra ordenanza no se refiere en un principio a ritos o rituales, sino que abarca un
significado mucho más extenso que incluye todas las leyes y los estatutos del Seftor. Así, el significado de
los versículos anteriores es tal que la oración y el arrepentimiento verdadero es aceptable para Dios si
hemos abrazado la ley del evangelio y hemos comenzado a vivirla. También vale para todas las
manifestaciones profesadas del Espíritu; una prueba válida de legitimidad es la conformidad con el Reino
de Dios.

La norma es la misma para los que hablan, predican o enseñan el evangelio. Sus esfuerzos son aceptables
sólo hasta el límite de la contrición de su espíritu y su deseo de vivir los principios que intenta enseñar.
Aquí no puede haber hipocresía. Su lenguaje será manso ―sin querer significar falto de valor o
seguridad, sino más bien no rebuscado ni contencioso― y edificante, que da valor y construye, antes que
condenar o agredir.

Ha sido dicho que aquellos quienes abracen el espíritu de verdad serán “hechos fuertes” o, en las
palabras de otra revelación, “su confianza [será] fortalecida en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45).
Teniendo un testimonio nacido del Espíritu, albergarán un sentimiento de independencia espiritual. Sus
vidas serán ricas en los frutos del evangelio, incluyendo el espíritu de acción de gracias y de sabiduría,
desconocido para los de mentalidad carnal. También se ha asegurado que sus vidas estén en armonía con
lo que enseñan y ambas cosas en armonía con las revelaciones y verdades otorgadas a los Santos.

Cualquiera que esté poseído por el poder de un espíritu que no tenga estas características (verdadera
humildad, espíritu de arrepentimiento, mansedumbre de lenguaje, bondad de doctrina, y obediencia
general al evangelio, pureza de vida y propósitos), no es de Dios. Tal es el modelo “en todos los casos bajo
el cielo”.

Sujeción a los Profetas

Todo aquel a quien ha sido dado el don del Espíritu Santo está investido del espíritu de profecía y
revelación. Por lo tanto, no tenemos ministros profesionales sino que, preferentemente, somos llamados
para instruirnos unos a otros, para que “todos podamos ser edificados en todo” (D. y C. 88:122). Pablo
enseñó este principio a los Santos Corintios, diciendo “he aquí las profecías una por una, para que todos
puedan aprender y para que todos sean confortados”. También estableció límites correctos para tales
expresiones diciendo, “los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas. Dado que Dios no es autor
de confusión, sino de paz, como en todas las Iglesias de los Santos” (1 Corintios 14:31-33). Esto
simplemente significa que el espíritu de profecía no será hallado en cosas ajenas al testimonio y las
enseñanzas de los profetas, cuyas palabras están registradas en las escrituras; ni en las declaraciones que
no sean de nuestros oráculos vivientes. La verdad no puede ser extraña a sí misma.

Un Tabernáculo Adecuado

“¿Sabéis que sois el Templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros”?, Pablo preguntó a los
Corintios. Esta escritura se relaciona frecuentemente con el cuerpo material como templo, pero tiene
también otra acepción. Pablo estaba indicando que en tiempos pasados la congregación de Israel en su
totalidad era considerada el ‘templo’, o lugar donde Dios habitaba, porque El moraba entre ellos. Por lo
tanto, Pablo comparó a los Santos Corintios con el Templo de Dios porque tenían el mismo privilegio de la
divina presencia, que sus antiguos pares. El Apóstol agregó entonces esta advertencia: “si algún hombre
profana el templo de Dios [o sea, enseña falsas doctrinas o introduce prácticas impropias en la Iglesia], él
será destruido por Dios; pues el templo de Dios es sagrado, el cual sois vosotros” (1 Corintios 3:16-17). Así
como este principio es válido para la congregación de los Santos, también lo es para cada individuo.
Hablando de los pecados personales, Pablo preguntó nuevamente: “No sabéis que vuestro cuerpo es el
templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual viene de Dios, y no es vuestro? Porque habéis sido
comprados por un precio; glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de
Dios” (1 Corintios 6:16-19). Nuevamente el mensaje es que ni Dios ni Su Espíritu pueden morar en un
tabernáculo impuro. Las aguas puras de la vida eterna no pueden verterse en un vaso impuro.

La pureza es el requisito previo para el espíritu de revelación. El bautismo en el agua precede al


bautismo del Espíritu. “La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura; después pacífica, amable,
benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17). La
palabra de Dios es una manifestación de la naturaleza y el carácter de Dios. Tal como Dios no puede ser
falto de sabiduría, así las revelaciones del cielo no pueden ser sin sabiduría; así como Dios no puede
carecer de virtud, pureza, o cualquier otro atributo divino, así las revelaciones del cielo no pueden
carecer de esos atributos. El espíritu de revelación afecta el corazón y el alma del hombre, no solo
creando la necesidad de aborrecer el pecado, sino dando nacimiento a una “disposición… de hacer el bien
continuamente” (Mosiah 5:2; Alma 13:12). (Joseph F. McConkie, Profetas y Profecías, p.166).

A aquellos que cuestionaban la forma de expresar las revelaciones dadas a José Smith, el Señor dijo:
“Sabéis que no hay injusticia en ellos, y lo que es justo desciende de lo alto, el Padre de las luces” (D. y C.
67:9). Del acuerdo a esto, el Señor prometió: “si sois purificados y limpios de todo pecado, podréis pedir
todo lo que quisiereis en el nombre de Jesucristo y será cumplido. Pero sabed esto, os será indicado
aquello que debéis pedir” (D. y C. 50:29-30; ver también 3 Nefi 8:1). Aquellos que reciban la promesa del
Señor de que recibirán cuanto sea pedido, son aquellos que han probado al Señor que no pedirán lo que
no deben (ver Helamán 10:5).

La Verdad Divina Siempre está Sujeta a la Confirmación

“Si veis manifestado un espíritu que no podéis comprender”, el Señor le dijo a José Smith, “y no recibís a
ese espíritu, pediréis al Padre, en el nombre de Jesús, y si él no os da ese espíritu, entonces sabréis que no
es de Dios” (D. y C. 50:31). Aquello que es de Dios está sujeto a confirmación. No hay peligro de que se
agote la luz de los cielos, no necesita ser racionada. No es precisamente por la limitación de las
manifestaciones espirituales que José Smith es un profeta o que Jesús es el Cristo. Tales testimonios o
confirmaciones son permanentes, y así es en el caso del testimonio de José Smith y de Jesucristo, y así es
con todas las verdades del cielo. La constancia en vivir un principio asegura una permanente cosecha de
sus frutos.

Nuestro testimonio de Cristo debe ser más que un eco de los montes de Palestina y Judea. En tanto que
saboreamos el recuerdo de excepcionales experiencias espirituales y asociaciones de la misma
naturaleza, se requiere más que eso para sostener un espíritu sano y vibrante. A medida que busquemos
avanzar en entendimiento, nos confrontaremos con espíritus desconocidos. Tales espíritus son fácilmente
discernidos, en cuanto mantengan la armonía con otros principios de la verdad y estén adecuadamente
confirmados por el Dios del cual pretenden venir.

Aquello Que Provoca al Adversario

No hay término medio en cuanto a lo que concierne a la doctrina de salvación. Así como los rayos del sol
de la mañana son incompatibles con la oscuridad de la noche, así las revelaciones de los cielos están en
disonancia con las voces del infierno. Una doctrina a la cual no se ofrece oposición no merece atención;
un espíritu que no los ofenda, no es celestial en su naturaleza. Una prueba segura de toda buena doctrina
es preguntar a quién complace y a quién no. De manera similar, un espíritu que no provoque la ira del
adversario no es un Espíritu del Señor (ver Joseph F. McConkie y R. Millet (Sustaining and Defending the
Faith chapter 1).

Conclusión

Si la habilidad para discernir espíritus no estuviera entre las posibilidades del más humilde de los Santos,
por cierto no hubiera sido enviada por Dios. Así como todos los hombres tienen la capacidad de
reconocer, aceptar y vivir los principios del evangelio, también están capacitados para discernir el mal
espíritu, aún cuando aparezca como un ángel de luz. El cometer errores en nuestro crecimiento hacia la
madurez espiritual, no es una cuestión de un momento en particular. Es importante que vivamos de tal
manera que seamos la adecuada compañía para el Espíritu Santo y no ignoremos los principios mediante
los cuales los espíritus son discernidos.

→ 5. Instintos Espirituales
Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada Espíritu santo, Joseph Fielding McConkie, Libro, Robert L. Millet. Guarda el enlace
permanente.

Discursos SUD
Blog de WordPress.com.

También podría gustarte