Hierro Jose - Reflexiones Sobre Mi Poesia
Hierro Jose - Reflexiones Sobre Mi Poesia
Hierro Jose - Reflexiones Sobre Mi Poesia
REFLEXIONES SOBRE
MI POESIA
phle t
041 ESCUELA UNIVERSITARIA DE FORMACION
DEL PROFESORADO DE E.G.B. «SANTA MARIA»
UNIVERSIDAD AUTONOMA
MADRID, 1983
Digitized by the Internet Archive
in 2019 with funding from
Kahle/Austin Foundation
https://archive.org/details/reflexionessobreOOOOhier
REFLEXIONES SOBRE
MI POESIA
if -v ; v ■ #í
JOSE HIERRO
REFLEXIONES SOBRE
MI POESIA
Conferencia pronunciada en la Escuela Universitaria
de Formación del Profesorado de E.G.B. «Santa María»
el día 16 de diciembre de 1982
?r«ní LHfcrery
OMT.
Dirigidas por:
Joaquín Benito de Lucas
© JOSE HIERRO
T. G. Porrúa, S. A.
REFLEXIONES SOBRE MI POESIA
— 6 —
ciento de lo que pensamos, sentimos o expresamos es pa¬
trimonio común: cuando el poeta habla de sí mismo, está
hablando de los demás, aunque no quiera.
— 9 —
llegaríamos a la conclusión de que sólo existe un ganador
en una carrera. El tema, valiéndonos de un símil geomé¬
trico, es como una recta horizontal. El poeta es un punto
situado fuera de la línea. El poema perfecto es la recta
que une, perpendicularmente, el punto-poeta con la hori¬
zontal-tema. De ahí que existan tantos poemas posibles
sobre un tema como poetas existan. De ahí también que
se frustren los poemas cuando el poeta desciende no per¬
pendicularmente, sino oblicuamente. Y porque los puntos
pueden estar más o menos próximos a la línea del tema,
coexisten poesías ricas de palabras o avaras de ellas, se¬
gún sea mayor o menor el recorrido que el poema haya
de hacer. Lo importante es siempre esa línea del poema
que baje, sin desviaciones, siguiendo el camino más corto.
Y no se objete, superficialmente, que el camino más corto
es el de la prosa. Precisamente el don inestimable de la
poesía es que dice más con menos palabras. Y, sobre todo,
como agudamente escribía Pedro Salinas, la poesía dice y
hace: hace lo que dice.
k "k -k
REPORTAJE
—
en ella. Las olas rompen
casi a sus pies. El estío,
la primavera, el invierno,
el otoño, son caminos
exteriores que otros andan:
cosas sin vigencia, símbolos
mudables del tiempo. (El tiempo
aquí no tiene sentido).
— 11 —
El agua matinal tiene
figura de fuente...
(Grifos
al amanecer. Espaldas
desnudas. Ojos heridos
por el alba fría). Todo
es aquí sencillo,
terriblemente sencillo.
Y así las horas. Y así
los años. Y acaso un tibio
atardecer del otoño
(hablan de Jesús) sentimos
parado el tiempo. (Jesús
habló a los hombres, y dijo:
«Bienaventurados los
pobres de espíritu»).
Pero Jesús no está aquí
(salió por la gran vidriera,
corre por un risco,
va en una barca, con Pedro,
por el mar tranquilo).
Jesús no está aquí. Lo eterno
se desvae, y es lo efímero
— una mujer rubia, un día
de niebla, un niño tendido
sobre la yerba, una alondra
que rasga el cielo—, es lo efímero
eso que pasa y que muda
lo que nos tiene prendidos.
Sed de tiempo, porque el tiempo
aquí no tiene sentido.
12 —
no tardes», ladrar los perros
por los verdes pinos,
nacer las flores azules
de abril...).
Dice: «Cuatro, cinco,
seis años...», sereno, como
si los echase al olvido.
— 13 —
cantar de fuente. Me labro
mis nuevos caminos.
REQUIEM
— 14 —
Réquiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno),
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Libérame Dómine
de morte aeterna... Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empapaban de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el universo.
Los velaban no en D’Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.
15 —
porque su tierra es pobre. El mundo
Libérame Dómine es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas) Réquiem aeternam.
Y en D’Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.
Réquiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D’Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.
Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.
* * *
16 —
totalmente distinto de lo que pretendía. La verdad es que
me preocupa poco la cuestión de su encasillamiento, poco
la licitud o la ilicitud, modernidad o vejez del asunto tra¬
tado. La honestidad de mi poesía — no su valor — reside
en el hecho de que he escrito siempre para mí. Pero ¡cui¬
dado!, que escribir para uno no significa escribir para que
los demás no le entiendan, como ciertos fareros de las to¬
rres de marfil. El poeta tampoco puede escribir sólo para
que le entiendan los demás: escribe para entenderse a sí
mismo, que es la única manera de que puedan entenderlo
los otros, ya que somos una porción de esos otros. De la
misma manera que se acepta que sólo es universal y eter¬
no el que es local y muy de su tiempo, ha de aceptarse
que sólo puede hablarse a los demás cuando se habla para
uno mismo. Pero antes hay que haber vivido entre los de¬
más. De ellos procedemos y a ellos fatalmente hemos de
volver a través de la poesía, que es lo más noble que el
ser humano puede ofrecer a los demás.
— 17 —
Y olor a hogueras, que no tienen tiempo.
Y nada más que ojos oscuros
para mirar, mirar, mirar...
Esto ocurría en lo que llaman,
los que no son de nuestra raza, pasado.
LA CASA
— 19 —
Pero así, nos da tiempo a todo:
a recoger cosas que ahora
advertimos que no existían;
a decirnos adiós, corteses;
a recorrer, indiferentes,
las paredes que tosen, donde
proyectó su sombra la adelfa,
sombra y ceniza de los días.
Esta casa estuvo primero
varada en una playa. Luego,
puso proa a azules más hondos.
Cantaba la tripulación.
Nada podían contra ella
las horas y los vendavales.
Pero ahora se disuelve, como
un terrón de azúcar en agua.
Qué pensará el gato feudal
al saber que no tiene alma;
y los ajos, qué pensarán
el domingo los ajos, qué
pensarán el barril de orujo,
el tomillo, el cantueso, cuando
se miren al espejo y vean
su cara cubierta de arrugas.
Qué pensarán cuando se sepan
olvidados de quienes fueron
la prueba de su juventud,
el signo de su eternidad,
el pararrayos de la muerte.
Esta casa no es la que era.
Compasivamente, en la noche,
sigue acunándonos.
■k i< 'k
21
percibir. Un conflicto dramático entre orden mental y tur¬
bulencias del sentimiento.
CINCO CABEZAS
I
ESTA CABEZA HA ROZADO LOS LECHOS DE TODOS
los ríos. Ha rodado por los siglos de los siglos, esta cabeza
rodada, canto rodado, tajada por un rayo de espada para
purificarle, en Asiria, en la Europa de la Guerra de los
Cien Años, en la selva amazónica. La secaron los soles del
desierto, la royeron los buitres, la pulimentó la intempe¬
rie. Esta cabeza fue arrancada de un beato mozárabe, de
— 22 —
una Danza medieval de la Muerte, obispo, rey, guerrero,
siervo. La arrancó de su lugar exacto una mano del otro
lado de la vida. La capturó un muerto, un ángel, alguien
que la miraba y la representaba desde el lado de allá de
la laguna, igual que la contemplan los muertos, los que
ya son materia pura, agua de ruiseñores, cristal de brisas,
lágrima de estrella, los que ven a los vivos como podre¬
dumbre y horror. Alguien la ha visto igual que la veremos
cuando nos muramos, como hervor repugnante. Nos la ha
representado con la amarga clarividencia del moralista
que redacta, para alertarnos, una guía de descarriados.
Y ahora no podemos saber si es una víctima contemplada
por su verdugo; si es una víctima que se mira a sí misma
en el espejo de la muerte. Esta cabeza viene rodando so¬
bre las piedras de los ríos. Se ha ido astillando poco a
poco durante el viaje interminable. Y aún le faltan mu¬
chos siglos errantes para llegar a su final, para no alcan¬
zar nunca su final. Esta cabeza se ha cubierto de ceniza
de campana, de párpados de ascua. Es una fruta mineral,
aletazo de fiebre, amarillez de calavera. Todo esto no ha
ocurrido nunca. No va a ocurrir nunca, porque aquí, en
el lado de acá de la laguna, no existe el tiempo, no existe
la piedad. Podemos contemplar con indiferencia las figu¬
ras del otro lado del espejo. Con la misma indiferencia
con que vemos sufrir al morado, al rojo, al verde; con que
escuchamos las risas del amarillo o del celeste. Esta cabe¬
za ha rodado, ha rozado, los lechos de los ríos. Es una lar¬
ga nota de violonchelo que dura, y dura, y dura y nos da
la impresión de una gaviota, inmóviles las alas, congelada
en el aire. Una nota que se ha liberado de las cárceles del
tiempo, se ha hecho espacio. Esta cabeza es sólo espacio,
dolor de morado o verde, lágrima de amarillo, canto roda¬
do, cabeza rodada, descolorida, tajada por un rayo de es¬
pada purificadora y piadosa.
— 23 —
II
— 24 —
catedral de la desolación. Se fueron dejando huellas en
la brisa. Un tambor, un yunque, un mosquete — quién sa¬
be qué — medía con sus campanadas, paulatinamente adel¬
gazadas, silenciosas hasta el terciopelo, la reverberación
del sol poniente. Y esta cabeza se reclinó en el regazo de
la sombra, saboreó su vida, lamió sus llagas, ya sin fuer¬
zas para volver a comenzar, desde los corales que se alza¬
ban marchitándose a la luna desde la helada habitación
verde salpicada de diamantes.
III
— 25 —
jano, y cabalgó bajo el sol y la luna, y un día halló a otro
jinete que llevaba el mismo rumbo, y compartieron los
alimentos, y conversaron bajo el sol y la luna, pero el
malhechor no habló de la razón de su viaje hasta que lle¬
garon a las puertas de la ciudad en que el rey tenía su pa¬
lacio, y entonces dijo: «Amigo, no es conveniente que te
vean conmigo; vengo a matar al rey de este país y, si me
cogen, te ahorcarían también a ti, considerándote mi cóm¬
plice». Y entonces, su amigo inclinó la cabeza y dijo:
«Cumple tu propósito, pues yo soy el rey». Y el malhechor
abrazó al rey, que ya era su amigo, y regresó a su país.
Esta cabeza recuerda historias maravillosas. Hay otras
historias que la han ido tallando lentamente. Están escri¬
tas sobre su piel, pero no las recuerda. Como la de los ni¬
ños que entraban en unos recintos para ser duchados con
gas. Como la del preso, en aquella cárcel de diciembre gla¬
cial, enfermo de fiebre, con el que sus compañeros dor¬
mían por turno para librarse del frío. Como la del que...
como la del que... como la del que... Esta cabeza ha oído
historias maravillosas e historias estremecedoras. Histo¬
rias estremecedoras que han modelado horriblemente su
rostro, pero que no recuerda. Sólo recuerda las historias
maravillosas. Son las que le permiten seguir viviendo to¬
davía.
IV
— 26 —
cobre. Ha visto los niños de la anemia, los cardos, Jas es¬
pinas, los alacranes de septiembre en Torre de Miguel
Sesmero, Jos galeones de Ja trilla, Jos vareadores del acei¬
te, los serones del vino, las cabras del erial. Esta cabeza
ha visto guerras y guerripaces, clavos, garfios, sogas de
sangre, ha estado acosada de chumberas, de higueras y
de pitas (cómo queréis que sea mañanicas floridas, gita-
nicos que vienen con la varita en la mano, cómo queréis,
esta cabeza de leña, de corteza, de hueso que se desnudó
sufriendo), esta cabeza estoqueada en la plaza de toros,
en la plaza mayor, plaza de pana, de pan, tomate, navaja,
agonía y esparto. Ha sido, esta cabeza ha sido, dentadura
mellada, quijada de marfil amarillo en el zaguán del ham¬
bre, el odio, la pena, la desolación. Ha visto reatas de ama¬
neceres con escarcha, collares de mediodías de zumbido,
cadenas de noches con su diosa peluda y herrumbrosa
cabalgando el heráldico gorrino de cerdas negras. Por la
penumbra azul de la pitarra, con el costado herido, el río
transcurría desangrándose, el padre río con arrugas en la
frente, con sus brazos de fango que acunaban a los muer¬
tos. Ha visto, pardo y negro, el parpadeo de la tormenta.
Pardo y negro, duro, todo barro cocido, harapos de barro
botijo, tinaja, lebrillo, barro mendigo de la lumbre, barro
de la espadaña con su cigüeña de ceniza, sus estrellas de
hierro, sus lágrimas de hiel, huérfanas de los ojos que
fueron su origen. Esta cabeza ha sido tallada por los días
y las estaciones hasta su forma definitiva de máscara de
cáñamo. Ha regresado del exilio del espanto, prendida a
sus pies la sombra del espanto, inseparable compañera.
Esta cabeza, lázara clavada a su podredumbre, oficia su
rito de cuero, su ceremonia de llama negra; es una cere¬
monia inventada cada vez, porque esta cabeza no recuer¬
da, no proyecta: vive en una mazmorra que está fuera del
tiempo, y allí espera, allí espera otra nada. Esta cabeza
— 27 —
ha visto, y ya no ve; ha visto y ya no quiere ver tanto cam¬
posanto de astillas de guitarra.
— 29 —
.
-
BIBLIOGRAFIA DE JOSE HIERRO
SELECCIONADA
POR MARGARITA HIERRO TORRES
QUINTA DEL 42. Editora Nacional, Madrid, 1952. (En la portada dice,
por error, 1942). Imp. Taller de Artes Gráficas de los Hermanos Be¬
dia, Santander. 2 h., 166 págs., 23,5 x 17. Ilustraciones de José Caba¬
llero. Contiene: «El libro», «Para un esteta»; I, «Los hombres y las
horas» (12 poemas); II, «Una vasta mirada» (9 poemas); III, «Esfin¬
ge interior» (3 poemas); «Alucinación» (9 poemas); «Canto llano»
(11 poemas); IV, «La mujer de espaldas» (8 poemas).
Dedicatoria: «A Aurelio García Cantalapiedra, el amigo fiel, com¬
prensivo y entrañable. Adjetivos que parecen tópicos a los extraños.
Insuficientes a los amigos».
— 32 —
ficas de los Hermanos Bedia, Santander. 2 h., 24 págs., 19,5 x 10,5.
En cubierta, fotografía parcial del sepulcro de D. Gutierre de Mon-
roy y doña Constanza de Anaya, en la Catedral Vieja de Salamanca.
Dibujos en el interior, de Joaquín de la Puente.
33
LIBRO DE LAS ALUCINACIONES. Editora Nacional, Madrid, 1964.
Imp. Bolados y Aguilar, S. A., Madrid. 4 h., 106 págs., 21 x 15,5. Con¬
tiene «Teoría y alucinación de Dublín» (21 poemas), «Un es cansado»
(9 poemas) y «Epílogo» (1 poema).
Dedicatoria: «A mi mujer, estas palabras con la brisa y el oleaje de
nuestro mar y de nuestra vida».
Premio de la Crítica de 1964.
— 34 —
DATE DUE / DATE DE RETOUR
38-297
CARR MCLEAN