Material Segundo Parcial Filosofia
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ESCUELAS FILOSOFICAS
Los sofistas
Qué son los sofistas
Escuelas helenísticas
Circunstancias y modelo ideal
Con el nombre de escuelas helenísticas se designó a agrupaciones
filosóficas griegas que se instituyeron en el siglo IV y que fueron
predominantemente moralistas. Dos eran las principales: el Jardín de
Epicuro (epicureísmo) y la Stoa de Zenón de Citio (estoicismo).
La circunstancia histórico-geográfica que propició la aparición de dichas
escuelas fue la expansión cultural griega, originada por el vasto imperio
alejandrino, la cual abarcó áreas geográficas extensas como Alejandría.
Esto produjo cambios en la conciencia política de los griegos; por ende,
desaparecieron las ciudades-Estado. El ciudadano ya no se sentía ligado a
la polis y tampoco protegido; en consecuencia, el individuo pasó al primer
plano.
Como respuesta a la nueva conciencia individual se presentaron dos
escuelas, epicureísmo y estoicismo, que ofrecían modelos de vida
adaptados a la nueva circunstancia. Al modelo que ofrecía cada escuela se
le conoce como “el ideal del sabio”. Tanto los epicúreos como los estoicos
formularon su respectiva teoría moral, tomando como base el
intelectualismo moral de Sócrates; en consecuencia, también ellos
defendían que solamente el sabio puede ser virtuoso y feliz. Cada escuela
propuso el modelo al cual debería aspirar la persona que pretendiera ser un
sabio auténtico, es decir, propuso el ideal del sabio.
Epicureísmo
La filosofía epicúrea se divide en tres partes: canónica, física y ética.
La canónica es la parte de la filosofía encargada de estudiar las normas a
que debe sujetarse el conocimiento para ser verdadero. Además de las
normas, se establecen criterios de certeza.
La física sigue el modelo atomista para estudiar la naturaleza de las cosas,
admitiendo previamente el triple postulado del materialismo,
indeterminismo y mecanicismo del Universo.
La ética epicúrea reconoce la felicidad como el fin o bien supremo del
hombre. Como éste es mortal, la felicidad únicamente se da en esta vida.
La norma básica de la moralidad es “buscar el placer y evitar el dolor”;
pero como hay que seleccionar los placeres que conviene procurar y los
dolores que necesitamos evitar, es indispensable recurrir a los
conocimientos que proporcionan la canónica y la física. Esto nos indica que
sólo el verdaderamente sabio es quien puede ser feliz.
Un motivo muy común de intranquilidad es el triple temor a los dioses, al
destino y a la muerte. Dicho temor desaparece mediante el estudio de la
canónica y de la física. Una vez desvanecido, estamos en posibilidad de
obrar bien. El acto bueno o virtuoso es el que nos conduce al placer y nos
aparta del dolor. De aquí se desprende que el ideal de la ética se identifica
con el del sabio, ya que solamente el conocedor de la naturaleza de las
cosas será capaz de discernir las circunstancias en las cuales obtendrá el
máximo placer.
Estoicismo
La Stoa, o escuela estoica, reconoció a Zenón de Citio como su fundador.
La filosofía estoica también contiene tres partes: lógica, física y ética.
La lógica se divide en retórica y dialéctica. La primera es la ciencia del
bien decir; la segunda, la ciencia del recto discurrir. La dialéctica estudia
las proposiciones en sus aspectos sintáctico y semántico.
La física estoica toma como base las teorías de Heráclito referentes al
logos y al movimiento. En la naturaleza hay dos principios: activo y pasivo.
El principio activo es el logos entendido como ley que todo lo gobierna, es
la razón universal. El principio pasivo tiene a los cuerpos en constante
movimiento, produciendo su diversificación.
La teoría ética de los estoicos postula que el alma humana es parte de la
razón universal. Si el hombre es racional, entonces debe obrar en
consonancia con su naturaleza, es decir, según la razón; pero no sólo según
su razón individual, sino también de acuerdo con la razón universal. La
libertad es necesidad porque consiste en obrar de acuerdo con la naturaleza
racional.
Los conceptos de virtud, norma de moralidad, conducta moral y felicidad
se formulan como consecuencias de los postulados anteriores. El fin del
hombre es la felicidad, la cual se obtiene mediante la virtud, y ésta consiste
en obrar de acuerdo con la razón en su totalidad.
El ideal del sabio es la virtud por la virtud, entendida ésta como apatía, es
decir, como un estado libre de afectos y de pasiones.
Uno de los discípulos más notables de la escuela estoica fue Séneca.
GRANDES FILOSOFOS
Filósofo griego
–El hombre es la medida de todas las cosas–
Pensamiento
Obras
Sus principales obras, de las que sólo perduran algunos fragmentos, fueron
tituladas Verdad y Sobre los dioses.
Muerte
Sabías que...
Cráter lunar
El cráter lunar Protágoras fue nombrado en su memoria.
Frases
De todas las cosas medida es el hombre.
3.Calicles (v a. C.)
Calicles fue un antiguo filósofo de la política ateniense que aparece
descrito en el Gorgias, uno de los diálogos de Platón, en donde es
representado por un joven estudiante. Junto con Trasímaco, otro personaje
del filósofo griego mencionado en el libro I de La República, Calicles
denunció la virtud de la justicia como un freno natural al interés personal.
En caso de que haya existido, parece raro que no haya quedado un registro
histórico sobre alguien con su avasallante personalidad, o al menos algún
rastro de vida.
Aportaciones
Defiende la ley natural del más fuerte en contra de las leyes artificiales
creadas que sirven para proteger a los débiles. De acuerdo con esta teoría
sobre la fuerza que convierte en ley, la persona no emplea su fuerza para
beneficiar a la sociedad sino en provecho propio.
4.Epicuro
Epicuro (341-270 a. C.). Nació en Samos. Después de haber realizado en
Atenas los estudios de filosofía, fundó su escuela (conocida como
“Jardín”) que al mismo tiempo era una comunidad de amigos. De sus
escritos, además de máximas morales, se conservan varias cartas, de las
cuales la principal es la dirigida a Meneceo.
Política
Al estudio de este tema dedicó Aristóteles un tratado al que llamó Política.
El postulado base que en él aparece es el siguiente: “El hombre, por su
propia naturaleza, es un ser social”. Las razones que abonan esta
afirmación son dos: las deficiencias del hombre (como individuo) y la
existencia del lenguaje humano.
La presencia de este último nos proporciona el medio de comunicación que
necesitamos para que cada individuo, con auxilio de los demás, subsane sus
deficiencias. Para que la sociedad humana no fuera algo natural, se
necesitaría que el hombre fuera una bestia o un dios. Es precisamente la
sociedad el medio en que el hombre se puede realizar.
El hombre vive en tres niveles de sociedad que, como agrupaciones, se van
formando de manera natural.
El círculo social más pequeño es el de la agrupación familiar, compuesta a
la vez por una triple relación: la conyugal (entre esposo y esposa), la filial
(entre padres e hijos) y la heril (entre el señor y los esclavos).
La relación entre varias agrupaciones familiares forma el segundo círculo
social que es el pueblo o la aldea. Por último, cuando se agrupan o
interrelacionan varias aldeas entonces se produce el Estado-ciudad, que es
la sociedad perfecta, porque ya es capaz de atender a todas las necesidades
de los individuos y de las familias. En esta sociedad es donde sí puede
realizarse el individuo. Cuando decimos que un individuo es ciudadano
queremos decir que es miembro de una ciudad-Estado.
Toda sociedad para convertirse en Estado necesita de una constitución; ésta
es la que le da forma, pues establece cierto tipo de gobierno. Cuando el
poder se concentra en una sola persona, el gobierno se llama monarquía; si
se ejerce por varios, que son considerados los mejores, se llama
aristocracia; si la comunidad es la que gobierna, entonces recibe el nombre
de gobierno constitucional o república.
Estas tres formas de gobierno son justas si los gobernantes tienen como
mira el bien común; pero si buscan su propio interés, entonces vienen las
desviaciones que respectivamente se llaman tiranía, oligarquía y
demagogia.
El cristianismo
Patrística: Grupo de pensadores que, en los primeros siglos de nuestra era,
se dedicaban a la defensa racional del cristianismo. Se les llamó Padres de
la Iglesia. Este grupo se dedicó a la defensa racional de las enseñanzas del
cristianismo.
Aportaciones del cristianismo
Las escuelas helenísticas, se ubican en el tercer periodo de la filosofía
griega (siglo iii a. C. a siglo iii d. C.). A la mitad de este periodo aparece el
cristianismo. No podemos decir que éste haya tenido una preocupación
filosófica central, porque nunca se presentó como un movimiento filosófico
que pretendiera investigar y demostrar afirmaciones con bases científicas y
razonadas. Es una religión y un sistema de vida que propone Cristo como
modelo a seguir.
Los contenidos doctrinales del cristianismo influyeron fuertemente en
todos los filósofos occidentales, quienes, a partir del nacimiento de la
nueva religión, han tratado de dar forma a un sistema filosófico. Los
conceptos más revolucionarios que el cristianismo aporta son el de la
creación y la moral del amor.
De acuerdo con el primero, el mundo material es el efecto de un acto
creador de Dios, quien lo puso en la existencia sacándolo de la nada. Antes
de la creación lo único que existía era Dios. Todos los seres del mundo son
contingentes y temporales; Dios, en cambio, es un ser necesario y eterno.
En el campo de la moral los imperativos fundamentales son el amor a Dios
y el amor al prójimo. La conducta humana es buena cuando, en su relación
con Dios o con el hombre, el móvil es el amor. Si una persona hace el bien
a otra porque, actuando así, obtendrá cierto beneficio, entonces esa
conducta no es valiosa moralmente.
En los seis primeros siglos de nuestra era hubo un grupo de pensadores que
se dedicaron a la defensa racional de las enseñanzas del cristianismo. A
este grupo se le conoce como La Patrística y a sus miembros se les llama
los padres de la Iglesia. Se les dio este nombre porque con su exposición y
defensa de la fe se convirtieron en padres espirituales de todos los afiliados
a la religión cristiana.
Cristianismo: Movimiento religioso que aporta dos conceptos
revolucionarios: el de la creación y el de la moral del amor.
Moral cristiana: Tiene dos imperativos fundamentales; a saber: el amor a
Dios y el amor al prójimo. La conducta humana es buena cuando, en su
relación con Dios o con el hombre, el móvil es el amor.
Creación: Según el cristianismo, e] mundo material es el efecto de un acto
creador de Dios, quien lo puso en la existencia sacándolo de la nada.
I. San Agustín
El problema de la verdad
Fue San Agustín el miembro más destacado de La Patrística. Aunque es
imposible separar su posición filosófica de la teológica, sin embargo, con
las salvedades necesarias, se puede decir que hay tres problemas que le
preocupan: Dios, el alma y la verdad. De estos tres, el primero es el más
importante; pero el tercero es la clave para los otros dos.
Dice San Agustín al inicio de sus Soliloquios: “Lo que más ansío conocer
es a Dios y al alma; pero, ¿cómo podré lograrlo si no conozco antes qué es
la verdad?” Agustín se lanza al estudio de la verdad, no sin antes
cerciorarse de que podemos estar seguros de que estamos frente a una
verdad cuando la conocemos. En discusión con los académicos, éstos le
decían: “Nunca podemos estar seguros de conocimiento alguno, ni siquiera
de nuestra existencia, porque siempre es posible que nos engañemos”. A lo
cual San Agustín respondía: “Yo estoy completamente cierto de mi
existencia porque, en caso de que me engañara también existiría, ya que no
es posible que me engañe si no existo”.
Al estudiar directamente la verdad, San Agustín advierte que hay verdades
estables e inestables. Las segundas recaen sobre hechos sensibles, los
cuales son cambiantes; las primeras se refieren a hechos suprasensibles,
como los enunciados matemáticos. Estas verdades son necesarias,
inmutables y eternas.
En la afirmación y distinción anterior, San Agustín se muestra defensor de
la doctrina platónica sobre el conocimiento. Según dicha doctrina, el
conocimiento que recae sobre los objetos sensibles solamente es una
opinión (doxa); el único conocimiento firme es el que se refiere a los
objetos inteligibles, como las esencias y las ideas.
Las dos clases de verdad mencionadas son, para San Agustín, verdades
lógicas, es decir, verdades de enunciados. Éstos son verdaderos cuando su
contenido está de acuerdo con la realidad extramental. Además de las
verdades lógicas hay una verdad superior que es la ontológica, la cual,
como su nombre lo dice, se refiere al ser mismo.
A esta conclusión llega San Agustín después de las siguientes reflexiones:
• Las ideas, como esencias paradigmáticas de todas las cosas, en realidad
no existen en un mundo inteligible, sino en la mente de Dios.
• Debido a lo anterior, Dios es la única realidad necesaria y, por esto
mismo, es la perfección.
• El ser auténticamente real es lo verdadero, es decir, la verdad es lo que es.
Siendo Dios el ser real, inmutable y perfecto, él es la verdad. A esta verdad
San Agustín llama verdad ontológica.
La ciudad de Dios
En la producción filosófico-teológica de San Agustín ocupa un lugar de
singular importancia La ciudad de Dios. San Agustín escribió esta obra
para contrarrestar el ataque de los enemigos del cristianismo, quienes
acusaban a esta doctrina de ser la causa directa o indirecta de las desgracias
que el Imperio Romano padecía en los últimos siglos. Entre tales
desgracias se cuentan, por ejemplo, el incendio de Roma, la invasión de los
bárbaros (suevos, vándalos y visigodos), etcétera.
La importancia de La ciudad de Dios estriba no solamente en que se obtuvo
el objetivo que se pretendía, sino también en que se inició una nueva rama
de la filosofía, conocida hoy como filosofía de la historia.
San Agustín nos presentó la historia como una obra que se representa en el
escenario del mundo. Para entender bien esa obra hay que conocer el fin,
los actores y los motores. El fin es la manifestación de los atributos divinos.
El actor principal es el hombre, porque él es quien aparece siempre en
escena; pero, de manera oculta y efectiva, siempre interviene Dios.
En la historia, el factor indispensable es el hombre; sin él no habría
historia; pero el elemento explicativo, principal, es el motor. Dicho motor
es la tendencia natural del hombre a lograr aquello que considera un bien.
La forma más fuerte de esta tendencia es el amor.
Según San Agustín, el doble motor de la historia es el amor del hombre y el
amor de Dios; por eso, decía: “Dos amores fundaron dos ciudades”.
Las dos ciudades de que hablaba son la terrestre y la celestial o de Dios.
Agustín nunca tuvo la intención de identificar la ciudad terrestre con la
sociedad civil o Estado, y la ciudad de Dios con la Iglesia, o religión
cristiana, pues, como él decía, los miembros de cualquiera de estos dos
grupos bien se podrían alinear en una o en otra de las dos ciudades. Lo que
distingue a unos de otros es la finalidad que persiguen a su paso por la
tierra. Si el objetivo principal es el logro de su propio provecho, entonces la
persona forma parte de la ciudad terrestre; si, por el contrario, el móvil de
sus acciones es el amor de Dios, entonces pertenece a la ciudad de Dios.
Razones seminales: Según San Agustín, la creación fue completa, es decir,
desde el principio Dios puso en la materia las razones seminales, o sea, las
capacidades necesarias para que en su momento existieran las cosas con las
modalidades con que podrían existir.
Alma: Según San Agustín, es directamente creada por Dios en cada caso, y
siempre estará tendiendo hacía él como su centro de gravedad. El alma es
espiritual e inmortal.
Noológico: Relativo a las funciones cognoscitivas.
Argumento ontológico
Anselmo de Canterbury, para demostrar la existencia de Dios, formuló un
argumento que ha sido muy discutido y que, a partir de Kant, se conoce
como argumento ontológico.
El argumento anselmiano da por supuesto que la existencia real es un
atributo de la esencia divina. El planteamiento del problema es el siguiente:
parece que Dios no existe, porque el insensato dijo en su corazón: no hay
Dios.
San Anselmo respondió: el insensato tiene que admitir que por Dios
entendemos un ser mayor que el cual ningún otro puede pensarse. En este
supuesto el insensato tiene que aceptar que ese ser existe en el
entendimiento. Además, ese ser máximo pensable también tiene que existir
en la realidad porque, de no ser así, sería superado por otro máximo
pensable que sí existiera en la realidad. Por consiguiente, el ser mayor que
el cual ningún otro puede pensarse, existe en el entendimiento y en la
realidad.
La escolástica
La escolástica
El término escolástica tiene dos significados.
En primer lugar, denota el movimiento de reactivación de la enseñanza
propiciado por Carlomagno cuando, a finales del siglo viii, instruyó al
obispo de Fulda para que abriera escuelas episcopales y monacales.
Los primeros promotores de la restauración de las escuelas fueron Alcuino,
entre los francos, y Rabano Mauro, entre los germanos.
La escolástica (del latín schola = escuela) fue, en sus inicios, un
movimiento restaurador de las escuelas.
La segunda denotación del término escolástica se refiere a la filosofía que
se enseñaba en las mencionadas escuelas, que eran cristianas. Así, filosofía
escolástica equivale a filosofía de las escuelas o también a filosofía
cristiana.
En la filosofía escolástica hubo dos corrientes: la agustiniana, de carácter
platónico, y la tomista, de filiación aristotélica. En la Edad Media, hasta
principios del siglo xii, predominó el platonismo a través de la influencia
agustiniana; aunque a partir de la segunda mitad del siglo xii y, sobre todo
en el siglo xiii, el sistema filosófico de aceptación general fue el de
Aristóteles. Según la historia, la escolástica tuvo su apogeo en el siglo xiii
con Santo Tomás de Aquino como su máximo exponente.
Problemas
En la escolástica se estudiaron y debatieron muchos problemas, como el del
conocimiento y el del alma, entre otros, pero los que más ocuparon su
atención fueron el de los universales, y la relación entre la fe y la razón.
En los años siguientes San Jerónimo realizó numerosos viajes por Europa y
se sintió profundamente atraído por la vida monástica. Hacia el año 373
decidió marchar a Oriente y pasó algún tiempo en Antioquía. Fue entonces
cuando, tras una crisis espiritual, se prometió no volver a leer ni a poseer
literatura pagana.
Poco después inició un período que duró dos años como eremita en el
desierto de Calcis, en busca de paz interior. Entregado a la oración y al
ayuno, estudió también griego y hebreo. Como consecuencia del cisma de
Antioquía, San Jerónimo dejó el desierto para trasladarse a aquella ciudad.
Allí fue ordenado presbítero y el año 382 regresó a Roma como secretario
del papa Dámaso I. Durante este período inició la revisión de la versión
latina del Antiguo Testamento, obra en la que trabajaría toda su vida.
Tras la muerte del papa en el 385 marchó a Belén, en Palestina, donde
fundó un monasterio en el que permanecería más de treinta años hasta su
muerte.
Por una lucha u otra, San Ambrosio de Milán hubo de entrar al fin en
relación con los emperadores, cerca de los cuales, desde Valentiniano I
hasta Teodosio I el Grande, supo ejercer decisiva influencia; dedicó al
joven emperador Graciano dos obras teológicas: De la fe y Del Espíritu
Santo. Con él se fueron elaborando los principios fundamentales para
regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado, después de la situación
creada por Constantino.
A su celo pastoral se debe la mayor parte de sus obras, que son, por lo
general, predicaciones, revisadas y publicadas. Así, el famoso Hexamerón,
las exégesis sobre figuras del Antiguo Testamento o sobre el Evangelio
de San Lucas, los escritos morales Los deberes de los ministros de Dios, los
escritos ascéticos como el De las vírgenes y los dogmáticos De los
misterios y De los Sacramentos. San Ambrosio de Milán dejó, además,
noventa y una cartas y algunos himnos incluidos en el Breviario.