Porfirio Díaz

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Porfirio Díaz Del nombre de este militar y estadista mexicano procede la

designación de todo un periodo de la historia moderna de México: el Porfiriato


(1876-1911). Y el mismo sufijo ya sugiere lo que fue: una férrea dictadura
personalista y paternalista que reprimió toda oposición y anuló la libertad de
prensa.

En 1867 protagonizó una brillante acción militar en Puebla: tras sitiar la ciudad,
realizó un asalto sangriento y rápido contra las tropas del emperador
Maximiliano, que se refugiaron en los cerros de Loreto y Guadalupe. Sin perder
tiempo, avanzó hacia la capital de la República y la tomó el 2 de abril de 1867,
hecho que fue de gran trascendencia militar, pues adelantó la caída del Imperio
de Maximiliano y el triunfo de Juárez.

El Porfiriato (1876-1911)

Un año después, en 1877, el Congreso lo declaró presidente constitucional. En


este primer mandato (1876-1880), Porfirio Díaz fue coherente con las ideas que
había defendido: impulsó una reforma de la constitución en la que se introdujo
el veto expreso a las reelecciones presidenciales consecutivas, y, concluido su
periodo, pasó el testigo al general Manuel González (1880-1884). Durante el
gobierno de González fue ministro de Fomento y gobernador de Oaxaca.

Finalizado el mandato de González, Porfirio Díaz presentó de nuevo su


candidatura a la presidencia (la constitución sólo vetaba las reelecciones
consecutivas) y salió elegido. Tomó posesión del cargo el 1 de diciembre, y tres
años más tarde promovió una enmienda, que fue aprobada por el Congreso, al
artículo 78 de la Constitución, la cual le acreditaba para una nueva reelección;
en 1890 promulgó una nueva reforma de dicho artículo para hacer posible la
reelección indefinida, lo que le permitió permanecer en el poder hasta 1911.

Todo ello fue posible porque Porfirio Díaz, ejerciendo su poder, había ido
reduciendo las instituciones políticas liberales a una mera farsa democrática:
ordenó la eliminación de todos los adversarios políticos posibles, y la prensa
fue sometida o perseguida cuando intentaba mantenerse independiente. Puede
afirmarse que, a partir de 1890, Porfirio Díaz gobernó al margen de la
Constitución, y prescindió de la división de poderes y de la soberanía de los
estados. El Congreso, sumiso a sus deseos, modificaba las leyes según sus
caprichos y le confería facultades extraordinarias a su conveniencia.

El pueblo mexicano estaba hastiado del desorden y la guerra, y Díaz se


propuso imponer la paz a toda costa. México no contaba con fondos ni tenía
capacidad crediticia porque no había pagado sus deudas con puntualidad, así
que había que atraer al capital extranjero; el problema era que nadie invertiría
en México si no había estabilidad y paz. Con una política de mano dura, Porfirio
Díaz trató de eliminar las diferencias de opiniones sobre asuntos políticos, y se
dedicó a mejorar el funcionamiento del gobierno.
La paz no fue total, pero Díaz consiguió mantener el orden mediante el uso de
la fuerza pública. Policías y soldados persiguieron lo mismo a los bandoleros
que a los opositores. Gracias a esa nueva situación de estabilidad, aumentó la
demanda de trabajo y se hizo posible el desarrollo económico.

Sin embargo, con el paso del tiempo se hizo evidente que la prosperidad era
sólo para unos pocos. Creció el descontento por la miseria en que vivía la
mayor parte de la población, y amplios sectores sociales tomaron conciencia de
que Díaz llevaba demasiado tiempo en el poder. Cada vez fue más difícil
mantener el orden: en los últimos años del Porfiriato reinó un clima de
represión en el que la fuerza de las armas se utilizaba con violencia creciente.
De ello dan muestra la torpeza con que se negociaron y la dureza con que se
reprimieron las huelgas de Cananea (1906), en Sonora, y de Río Blanco
(1907).

Durante el dilatado mandato de Porfirio Díaz se realizaron obras importantes en


varios puertos, y se tendieron 20.000 kilómetros de vías férreas. Las líneas de
ferrocarril se trazaron hacia los puertos más importantes y hacia la frontera con
los Estados Unidos de América para facilitar el intercambio comercial. También
sirvieron para facilitar la circulación de productos entre distintas regiones de
México, y como medio de control político y militar.

 El correo y los telégrafos se extendieron por buena parte del territorio


nacional.
 Se fundaron algunos bancos, se organizaron las finanzas del gobierno.

Se fomentó igualmente la explotación de los recursos petrolíferos del país


mediante inversiones extranjeras. Se reanudó y mejoró asimismo el laboreo de
minas, y la minería vivió un periodo áureo: en 1901 México era el segundo
productor de cobre en el mundo. La industria textil se desarrolló con capital
francés y español y favoreció el establecimiento en el país de poderosas
instituciones financieras francesas; en los estados de Puebla y Veracruz se
construyeron grandes fábricas de hilados y tejidos. Puede hablarse también de
una era de prosperidad en la ganadería y en la agricultura, que progresó
espectacularmente en Yucatán, en Morelos y en La Laguna, con vastas
producciones de, caña de azúcar y algodón.

México tuvo un crecimiento económico nunca visto, pero, como poca gente
tenía dinero para invertir o podía conseguirlo prestado, el desarrollo sólo
favoreció a unos cuantos mexicanos y a los extranjeros. Los capitales foráneos,
principalmente estadounidenses, pudieron cobrar la deuda externa, pero
también se hicieron con el control del petróleo y de la nueva red ferroviaria con
sus inversiones.
La desigualdad entre los muy ricos, que eran muy pocos, y los muy pobres, que
eran muchísimos, abrió una profunda brecha en la sociedad mexicana. El
despojo de las tierras a los campesinos indígenas en favor de los grandes
latifundistas nacionales y extranjeros fue sistemático; se formaron así enormes
latifundios.

Con todo, se hicieron grandes esfuerzos por extender la educación pública (si
bien con mayor atención a las ciudades que al campo), lo que permitió que se
educaran más niños; cada vez más mexicanos pudieron seguir estudios
superiores y se empezó a formar en todo el país una clase media de
profesionales y empleados públicos. Se enriqueció la vida cultural con nuevos
periódicos, revistas y libros escritos e impresos en México. La vida intelectual
tuvo hitos importantes. Justo Sierra inauguró la Universidad Nacional. José
María Velasco plasmó en cuadros maravillosos el esplendor del paisaje
mexicano, José Guadalupe Posada logró vigorosos grabados con escenas de
la vida diaria.

Del Porfiriato a la Revolución Mexicana

En 1908, Porfirio Díaz concedió una entrevista al periodista norteamericano


James Creelman, en la cual afirmó que México ya estaba preparado para tener
elecciones libres. La noticia llenó de optimismo a una nueva generación que
quería participar en la vida política de la nación. Surgieron así varios líderes y
partidos políticos.

Uno de esos líderes fue Francisco I. Madero. Había estudiado y viajado fuera


de México, pues venía de una familia de hacendados y empresarios, y no tenía
dificultades económicas. Madero fundó el partido Antirreeleccionista, del que se
postuló candidato; después se dedicó a viajar por todo el país para explicar sus
ideas políticas, algo que no se veía desde los tiempos de Juárez. Madero se
hizo muy popular y despertó grandes esperanzas de cambio.

Pero el éxito de su campaña lo convirtió en un peligro para el gobierno de


Porfirio Díaz, y poco antes de las elecciones de 1910 fue detenido en
Monterrey y encarcelado en San Luis Potosí. Allí recibió la noticia de que Díaz,
una vez más, había sido reelegido para la presidencia. Mediante el pago de
una fianza salió de la cárcel, aunque debía permanecer en la ciudad. Sin
embargo, a principios de octubre Madero escapó a los Estados Unidos de
América, donde proclamó el Plan de San Luis.

En ese documento, Madero denunció la ilegalidad de las elecciones y


desconoció a Porfirio Díaz como presidente. Se declaró él mismo presidente
provisional, hasta que se realizaran nuevas elecciones; prometió que se
devolverían las tierras a quienes hubieran sido despojados de ellas, y pidió que
se defendiera el sufragio efectivo y la no reelección de los presidentes.
También hizo un llamamiento al pueblo para que el 20 de noviembre de 1910
se levantara en armas y arrojara del poder al dictador.

El ejército de Porfirio Díaz, que había mantenido la paz durante décadas,


parecía muy fuerte, pero en realidad era débil frente al descontento general. En
sólo seis meses las fuerzas maderistas triunfaron sobre las del viejo dictador.
La acción definitiva fue la toma de Ciudad Juárez por los
revolucionarios Pascual Orozco y Pancho Villa, que se habían unido a Madero.
En esa misma ciudad, en mayo de 1911, se firmó la paz entre el gobierno de
Díaz y los maderistas. Porfirio Díaz renunció a la presidencia (que pasó a
ocupar Francisco I. Madero tras ganar las elecciones) y salió del país rumbo a
Francia, donde murió en 1915.

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