Bastos, Santiago, Etnicidad
Bastos, Santiago, Etnicidad
Bastos, Santiago, Etnicidad
Este libro reúne una serie de textos producto del trabajo y reflexión co-
recreada Santiago Bastos Amigo es Doctor en Antropología Social
mún de estudiantes y profesores de posgrado por varios años alrededor por ciesas y la Universidad de Guadalajara. Después de
de los posibles usos de la categoría de etnicidad en la situación actual de Desigualdad, diferencia y movilidad muchos años de trabajo en Guatemala, ahora es profe-
América Latina. en la América Latina global sor investigador en ciesas Occidente, donde continúa
Los capítulos muestran cómo el Estado, el mercado y la sociedad trabajando alrededor de la dimensión étnica de las so-
usan viejas etiquetas étnicas o aplican nuevas para justificar la exclusión Santiago Bastos Amigo (coordinador) ciedades latinoamericanas y en concreto la organiza-
La etnicidad recreada
ligión, estudios políticos, migración, salud,
estudios del lenguaje, derechos humanos,
pueblos indígenas, género, violencia,
epigrafía, entre otros.
305.800980
E584e La etnicidad recreada: Desigualdad, diferencia y movilidad en la América Latina
Global / Santiago Bastos Amigo, coordinador. -- Ciudad de México: Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2019, 408 páginas:
mapas, tablas, fotografías; 23 cm.-- (Publicaciones de la Casa Chata)
Incluye bibliografía.
ISBN 978-607-486-555-4
La presente publicación pasó por un proceso de dos dictámenes avalados por el Comité Editorial del ciesas,
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ISBN: 978-607-486-555-4
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Santiago Bastos Amigo
Neoliberalismo y desigualdad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Movilidad y migración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
La etnicidad renovada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
Dinámicas y actores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Neoestamentalidad y recomunalización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
El libro (1): el proceso que nos trajo aquí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
El libro (2): el contenido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
Este libro trata de un tema bastante conocido y trabajado a estas alturas: cómo
la globalización neoliberal está reforzando la desigualdad política, jurídica, eco-
nómica y de género en América Latina. Lo que planteamos aquí es que además
está creando y recreando categorías étnicas, porque tanto el Estado como el
mercado y la sociedad usan viejas etiquetas o aplican nuevas para justificar la
exclusión y, con ello, se reproducen y actualizan comportamientos que mantie-
nen abierta la histórica brecha de la diferencia. Por otra parte, los sujetos étni-
camente marcados utilizan dichas etiquetas para representarse y defenderse
de los efectos de esa desigualdad, con lo cual tratan de cerrar las brechas de
exclusión y convertir la diferencia en fuente de derechos. Así, la diferencia
étnica — que ha sido básica en la historia de América Latina — se muestra como
una de las facetas dinámicas de la conformación social en estos momentos de
globalización.
En esta publicación reunimos una serie de textos que muestran cómo se
están desarrollando estos procesos en diversos espacios del subcontinente. Los
presentamos juntos porque pensamos que en su totalidad muestran un fenó-
meno continental, aunque cada estudio corresponda a un lugar muy especí-
fico con sujetos concretos, desde una perspectiva y un marco teórico propios.
Esta introducción aportará esa mirada conjunta sobre el proceso general
que la suma de los casos muestra. También hace las veces de conclusiones, pues
recoge los aspectos más importantes de los trabajos de este volumen y muestra
lo que juntos como región implican para la construcción de nuevas y la recrea-
ción de antiguas formas de diferencia que justifican la desigualdad. Para ello,
comienzo aclarando el término etnicidad, que tiene larga historia y, entre cier-
tos actores, gran carga negativa por el uso que le ha dado el poder, al emplearlo
15
para hablar de “grupos étnicos” o “etnias” en vez de pueblos, por ejemplo. Sin
embargo, puede ser útil para entender las diversas formas, históricas y actua-
les, en que la diferencia se asocia a la desigualdad. Por lo anterior, entenderé la
etnicidad como una dimensión generadora de diferencia en la vida social (Hall,
1985) — como el género o la clase social — que se basa en el origen histórico
de un colectivo, plasmado en una etiqueta que unifica y marca, y que supues-
tamente se manifiesta en unos elementos culturales o fenotípicos (Williams,
1989) a partir de los cuales se otorga una valoración social específica que sirve
para justificar la dominación y exclusión (Bastos, 2007). Esta dimensión no es
absoluta, sino relacional: se construye para diferenciar unos colectivos de otros
(Barth, 1969; De la Cadena y Starn, 2009). Tampoco es intrínseca a la vida social,
surge como producto de construcciones históricas específicas y contingentes
(Hall, 1989; véase también Restrepo, 2004). Como resultado de éstas, es muy
difícil que haya construcciones no jerarquizadas, por lo que la desigualdad es
una característica de las construcciones étnicas (Williams, 1989; Comaroff y
Comaroff, 2006).
Además, como lo plantearon los Comaroff (p. 111), la etnicidad también puede
ser el cristal por el que miramos los hechos sociales. Considerando lo anterior,
queremos que este libro se convierta en una herramienta analítica que nos
permita explorar las dinámicas — económicas, culturales y políticas — en que
estamos inmersos en este cambio de siglo, enfocándonos en la relación entre
la capacidad de agencia de los sujetos marcados por su origen y la estructura
socioeconómica que los excluye por ello.
Neoliberalismo y desigualdad
fue imponiendo en todo el mundo hasta llegar a ser considerada como “pensa-
miento único” (Rapoport, 2002).
Conforme a los lineamientos del llamado Consenso de Washington (Wi-
lliams, 1990), las medidas económicas empezaron a aplicarse en América
Latina mediante las políticas de “ajuste estructural” para salir de la “década
perdida” de los ochenta, las cuales implicaron la reducción del aparato estatal
y la privatización de activos y empresas públicas, en Estados en general bas-
tante más raquíticos que los europeos (Calcagno, 2001). Algunas de las prime-
ras víctimas de estas políticas fueron los mineros “relocalizados” de Bolivia, a
quienes se expulsó de las poderosas industrias estatales que fueron privatiza-
das o cerradas.1
A lo anterior le siguieron la reducción de derechos laborales y la precariza-
ción generalizada del empleo en sociedades históricamente caracterizadas por
la ausencia de formalidad laboral (Pérez Sáinz, 2003), que dejó a los jornaleros
rurales aún más desprotegidos de lo que habían estado y a los trabajadores
urbanos los empujó al autoempleo (Pérez Sáinz, 2014). La apertura de las eco-
nomías por medio de diversos tratados de libre comercio dejó desamparadas a
las economías campesinas, propiciando así un aumento de la migración, sobre
todo internacional (Márquez y Delgado, 2012). Luego, a partir del cambio de
siglo, se consolidaron los procesos extractivistas en América Latina (Seoane,
2012), al mismo tiempo que la corrupción llevaba a la degradación de la políti-
ca y a los “Estados cooptados” (Gabriel, 2015) por los diversos tipos de crimen
organizado mediante los cuales la violencia se ha convertido en la forma de
“gobernanza neoliberal” (Durán, 2016).
Si entendemos el neoliberalismo — según Harvey (2007) — como el triunfo
del capital sobre el trabajo después de los logros obtenidos por décadas de lu-
chas obreras y sociales, entonces toma sentido la retirada del Estado de las ta-
reas de regulación del mercado, para que el capital y sus representantes puedan
aumentar sus beneficios a costa del bienestar, el futuro y la vida del resto de la
sociedad. Así lo vemos en el caso de la industria tequilera de Arandas, en los Al-
tos de Jalisco, México: gracias a una regulación que favorece la exportación del
tequila, las industrias locales fueron quedando en manos de transnacionales
y el mercado laboral local se abrió a migrantes que ahora hacen, por mucho
menos dinero, las tareas que antes llevaban a cabo los arandenses como parte
de su saber local. El resultado es una sociedad local más abierta, pero también
más polarizada y segregada, y menos dueña de su destino.
Desde hace varios años quedó demostrado que las políticas neoliberales
en América Latina han ampliado las brechas que han sido una de las marcas
de las conformaciones de este continente, haciéndolo más desigual (Borón,
Gambina y Mimsburg, 1999; Pérez Sáinz, 2014). Pese a los intentos de negar-
lo, la realidad ha evidenciado que las teorías “del derrame” sostenidas por los
ideólogos del neoliberalismo no han funcionado. Más bien ha ocurrido al re-
vés: el resultado de estas políticas ha sido la concentración cada vez mayor del
capital y la riqueza.2
Movilidad y migración
2 Según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) pre-
sentado el 30 de mayo, en México “el 80 por ciento es propiedad de sólo el 10 por ciento de
las familias del país, de las cuales, un uno por ciento acapara más de un tercio”. La Secre-
taria Ejecutiva de la cepal, Alicia Bárcena, dijo en esa ocasión que “México puede ser que
en desigualdad de ingreso presente un Gini superior al 0.45, pero cuando nos vamos a la
riqueza estamos en 0.79” (“México alcanzó una cifra récord de desigualdad: cepal; el 80%
de la riqueza está en manos del 10%”, Sin embargo [en línea], 29 de mayo de 2017, consul-
tado el 2 de junio de 2017, disponible en <http://www.sinembargo.mx/30052017/3228599>).
El índice de Gini mide la desigualdad, entre 0 — todos iguales — y 1.0 — toda la riqueza en
manos de una persona—.
sean para las finanzas, las remesas o la nostalgia — se llevan a cabo por medio
de tecnología que permite una inmediatez tal que origina formas nuevas de
relación. Por eso, en lugar de migración, hablamos de “movilidad”, un término
que se refiere más a la capacidad de estar en diversos lugares, transitando entre
ellos, movilizando capital, personas, información, fondos, etcétera.
Para América Latina, esta movilidad en tiempos de globalización tiene ca-
racterísticas nuevas. Desde que se integró al circuito mundial tras su invasión a
finales del siglo xv, el continente americano ha sido sobre todo receptor de po-
blación, en ese papel de “Nuevo Mundo lleno de oportunidades”. La oleada de
migración de finales del siglo xix e inicios del xx — coincidiendo con la interna-
cionalización del capitalismo industrial — fue la última de estos grandes tras-
lados de población desde Europa, pero también desde China o Japón, a diversos
lugares del continente. En estos casos se trató en general de europeos arribando
a naciones formadas bajo el ideal criollo (Anderson, 1993), quienes por lo tanto
pasaron a formar parte de los sectores étnicamente superiores. En ocasiones,
se incorporaban de manera directa a las élites y oligarquías al ser propietarios
de fincas o negociantes de café, por ejemplo. En otros casos, se integraron a la
clase media — como los artesanos urbanos o los profesionistas exiliados en Mé-
xico—, pero siempre teniendo la ventaja de ser blancos europeos en sociedades
racializadas en diversos grados. Ese privilegio se mantiene hasta la actualidad,
puesto que, en un movimiento contrario, ahora los descendientes de estos mi-
grantes pueden acceder a la ciudadanía europea por ancestría. Pero la mayoría
no puede hacerlo, pues ahora el movimiento es al revés: los pobres de América
Latina — mestizos, mulatos, afrodescendientes o indígenas — tienen que salir
hacia ese Norte global (Santos, 2006) — Europa, Norteamérica, Japón — para
asegurar la reproducción de sus familias y sus comunidades (Bauman, 2005).
En el caso de los indígenas, esto supone revertir la tendencia histórica de con-
centrarse en espacios cada vez menores y redefinir la relación con el territorio,
un elemento fundamental de su autoconcepción (Bastos, 2000).
En este libro encontramos muchas situaciones que evidencian lo anterior:
los mezcalenses que, como muchos de sus compatriotas, migran a Estados Uni-
dos de América para encontrar trabajo; los otavaleños que tienen que llegar a
Europa a vender sus productos, lo mismo que muchos hombres y mujeres del
mismo Ecuador y Bolivia, quienes durante la última década del siglo xx y la
primera del xxi hicieron de las calles de Madrid y otros lugares de España su
destino. Este vaivén de tendencias migratorias toma una forma muy especial
en el caso de los nikkei (descendientes de los japoneses que a finales del siglo xix
salieron de su país por las políticas estatales de expatriación y se establecieron
en varias naciones latinoamericanas), quienes ahora están arribando a Japón
atraídos por las políticas de repatriación que buscan contratar mano de obra
barata manteniendo la pureza étnico-nacional.
Este aumento en cantidad y grado de movilidad está asociado al crecimien-
to de la desigualdad, por lo tanto, no sólo lo encontramos en la migración entre
países, sino en la migración interna. Un ejemplo clásico de movilidad ocasio-
nada por las políticas neoliberales es el de los mineros bolivianos que acabaron
poblando las tierras bajas del país, como el Chapare. Medidas como el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte dejaron a los agricultores mexicanos
desprotegidos e implicaron la imposibilidad de mantener la economía campe-
sina (Alba, 2003), lo cual tuvo como consecuencia un aumento de su movilidad,
no sólo a otros países, sino a diversas ciudades del territorio nacional, como
tantos y tantos jornaleros que lo recorren en busca de los cultivos favorecidos
por la globalización (Lara, 2001).
Otra movilidad no menos importante es la del capital, que se puede conside-
rar como el elemento característico de esta época, incluso más que la movilidad
de las personas. Las empresas transnacionales están detrás de las transforma-
ciones del mercado laboral del tequila en Arandas y de las mineras e hidroeléc-
tricas que amenazan los territorios indígenas de México y Guatemala. Por ello,
en este libro se hace referencia a casos en que las formaciones étnicas no ocurren
por la movilidad de la población, sino por acción u omisión del Estado ante el
mercado neoliberal, como la de los mapuches en Chile, de los tsotsiles de San-
tiago el Pinar o de las comunidades en lucha en Guatemala y México.
La etnicidad renovada
Si consideramos, como afirman los Comaroff, que la etnicidad “tiene sus orí-
genes en la incorporación asimétrica de grupos de estructura diferente en una
sola economía política” (2006: 118), entonces podemos aseverar que la globa-
lización neoliberal ha creado un escenario perfecto para el reforzamiento,
3 Los Comaroff son muy cuidadosos al señalar que éste es el origen de las construcciones ét-
nicas, pero que una vez creada la idea de la diferencia como causante de las desigualdades,
ésta se suele convertir en el principio rector de las relaciones sociales al dotar de sentido
a esa desigualdad (2006: 123).
4 Las etiquetas étnicas son uno de los más claros indicios de la existencia de las construc-
ciones étnicas, su contenido condensa la exclusión y la otredad, pero también el orgullo
y la autoafirmación, pues muestran los valores que se otorga socialmente a la diferencia.
Son la forma de nombrar las categorías étnicas, esas “categorías de adscripción” de las que
hablaba Barth (1976), las cuales son los recipientes simbólicos desde los que se ejecuta la
acción étnicamente determinada. Categoría es un concepto más útil que grupo étnico, pues
es más amplio — puede haber categorías que no lleguen a formar grupos — e implica poner
énfasis en la otredad creada y en la valorización que conlleva.
5 Un caso diferente, que no se trata aquí, en el que la xenofobia se separa del racismo históri-
co y genera construcciones étnicas nuevas es el de los originarios de Europa del Este esta-
blecidos en España, adonde nunca habían llegado, pero donde ahora forman un colectivo
étnicamente marcado que justifica su situación subordinada y escasa integración.
Dinámicas y actores
Esta relación entre desigualdad y etnicidad en la globalización surge por una com-
binación de dinámicas desde la estructura y desde los sujetos. Por un lado,
como observamos, las definiciones étnicas se usan para justificar o reforzar la
desigualdad: se crean nichos y etiquetas, se justifica la discriminación y la ex-
plotación de tal forma que la etnicidad marca una exclusión que está llevando a
una reestamentación. Estamos entonces ante la recreación del racismo y otras
formas de exclusión — xenofobia — a través del Estado y el mercado, como ha
ocurrido a lo largo de la historia.
Esta acción no es simple ni automática, en ella intervienen muchos facto-
res y agentes, unos más explícitos que otros. En este caso nos detendremos en
dos “agentes” etnizadores claros en estas circunstancias: el mercado y los Estados.
Estos dos actores y sus agentes institucionales sientan las bases para que las
sociedades actúen etnizando a los sujetos y a sí mismas.
Neoestamentalidad y recomunalización
Todo lo que estamos observando y que los capítulos muestran respecto a esta
recreación de las construcciones étnicas forma parte de un proceso más am-
plio. Pese a su retórica democrática, el neoliberalismo ha acabado con las
ilusiones igualitarias de la modernidad. Las tendencias económicas no sólo
refuerzan la desigualdad en todas sus dimensiones, sino que hacen más rígi-
das las estructuras sociales y más difícil la movilidad social, mientras las ideologías
que las acompañan justifican estas barreras y las atribuyen a unos individuos
supuestamente autónomos. Considerando lo anterior, habría que dar por ter-
minadas las tendencias hacia la igualdad social que alguna vez justificaron la
democracia y el Estado de derecho, y asumir que hay una regresión a las bases
estamentales del Antiguo Régimen (Dumont, 1970) contra las que surgieron
propuestas emancipadoras, como el liberalismo y la democracia (Santos, 2003).
En América Latina, estas propuestas no lograron acabar con la base colonial, de
modo que la estamentalidad se mantuvo en términos étnico-raciales (Quijano,
2000), aunque tuvo que disfrazarse en el discurso, así se abrieron posibilidades
de que los excluidos cuestionaran esta estructura y lucharan contra ella.
La desigualdad es cada vez mayor y aunado a ello se institucionaliza en “neoes-
tamentos” en que hay capas de la sociedad — los banqueros, los “famosos”, los
futbolistas y los políticos profesionales — cuyos integrantes se consideran a sí
mismos como diferentes a los demás y que son juzgados, de hecho, conforme
a fueros mientras que, por otra parte, el resto de la sociedad va perdiendo los
derechos históricamente adquiridos que les daban poder ante al mercado y el
Estado, y millones de “desechables” (Bauman, 2005) son tratados como no ciu-
dadanos o “masas” sin derecho a la justicia y la aplicación de la ley: migrantes
y transmigrantes internacionales, jornaleros y trabajadores de maquilas, vícti-
mas de feminicidio, indígenas despojados de sus territorios… para ellos no hay
idea de humanidad compartida.
En este contexto, las democracias “representativas”, a través del sistema
parlamentario, están totalmente desacreditadas, pues dejaron de cumplir su
función mediadora y comenzaron a fungir como agentes de las corporaciones,
las cuales no dudan en promover un autoritarismo que conlleva el control, la
intimidación y el terror como formas de regulación de la sociedad. Asimismo,
los sistemas de seguridad y justicia se utilizan para perseguir a la disidencia en
vez de emplearse para abatir la violencia cada vez más presente en una socie-
dad desarticulada y a merced de un crimen organizado que es alentado por la
combinación del libre mercado y la proclividad de las autoridades al cohecho.
Como hemos observado en el texto, en todo el mundo se da una reetnización
de las desigualdades, al crear y recrear etiquetas que justifican la exclusión de los
“diferentes”, ya sean producto de la movilidad interna o internacional, o de la re-
funcionalización de estructuras racistas cuya base es histórica. Esto sucede de
forma paralela a una “recriollización” de las oligarquías latinoamericanas, que
toman distancia de los sectores medios y mestizos, y así ponen fin a la idea
del mestizaje y con ello a la creación de un cuerpo nacional. Es decir — como
muestran los capítulos de este libro, ubicados en un contexto más amplio—,
en el capitalismo global neoliberal, en el que los Estados ya no intentan regular
los efectos del mercado, el sistema de clases está derivando en otro formado
por cuerpos sociales autocontenidos, jerárquicamente ordenados y regidos por
normas diferenciadas (Dumont, 1970); en otras palabras, está derivando en un
sistema estamental producto del capitalismo, del control del capital, a diferen-
cia de lo que ocurría con el sistema del Antiguo Régimen, que se basaba en el
honor o el mandato divino.
Durante el Antiguo Régimen, la división jerárquica en estamentos se com-
plementaba con la visión corporativa de la sociedad, en la que los individuos
se consideraban y actuaban como miembros de conjuntos sociales, no como se-
res autónomos cuya suma formara ese conjunto (Dumont, 1970).6 Los estratos
subordinados correspondían a las formas corporativas, el “común” (Federici,
2012) para hacer frente a las cargas de sus deberes hacia los poderosos. La co-
munidad indígena colonial, en su forma de “pueblos de indios”, es uno de los
mejores ejemplos de esta forma colectiva de enfrentar la subordinación (Bastos,
2000), pero no es el único: la misma Federici (2012) ha mostrado la importan-
cia de las formas precapitalistas de funcionamiento social colectivo en Europa
(véase también Navarro y Tischler, 2016).
6 Los componentes de jerarquía y corporatividad plasmados en los estamentos son los que
según Dumont (1970) caracterizarían históricamente a casi todas las sociedades del pla-
neta, sociedades holistas formadas por el Homo ierarquicus, hasta que en Europa occiden-
tal surgió una “rareza” de la mano de la modernidad: las sociedades que se consideraban
formadas por individuos autónomos e iguales, el Homo aequalis (Dumont, 1999).
Esta obra surge de un proceso de trabajo que desde 2010 ha reunido a quienes
firmamos sus capítulos. Publicarla es el final merecido de un devenir que giró
alrededor de un espacio tipo seminario en el que nos involucramos estudian-
tes y profesores de varias instituciones de América y Europa que compartimos
nuestro interés por el estudio de fenómenos étnicos en una concepción amplia,
los cuales fuimos discutiendo a partir de los casos que estudiábamos.
La cuestión comenzó cuando con algunos estudiantes de la generación
2010-2014 del doctorado en Ciencias Sociales del ciesas Occidente y de otros
8 Las universidades que forman parte de dicha red son las de Bielefeld, Bonn, Colonia, Hanno-
ver y Munster. No puedo dejar de reconocer a Nelly Castro y a Sarah Albiez por lo agradable
que hicieron la labor de coordinación, agradezco su cercanía y efectividad.
Esta obra recoge una serie de textos, producidos en su mayoría durante el pro-
ceso de investigación de diversas tesis doctorales — y una de maestría — rela-
cionadas entre sí por los ejes a los que nos hemos referido en esta introducción.
Pero, bajo este “paraguas” común, los trabajos son muy diversos y así se refleja
en estos capítulos, los cuales ofrecen una amplia gama de formas de entender
e investigar los fenómenos relacionados con la etnicidad en este contexto de
globalización.
Para su mejor comprensión los presentamos ordenados en cuatro secciones
relacionadas con la tensión entre la estructura y la acción de los sujetos sobre
la que comentamos antes. Al hacerlo, hemos tenido que adoptar cierto grado
de arbitrariedad, pues todos los capítulos tratan de las dimensiones inscritas
en esa tensión, como se comprobará al leerlos.
La primera parte recoge tres textos que reflejan la acción del Estado en la
creación de la diferencia. Comienza el libro con el texto de Asmara González
Rojas sobre la ciudad rural sustentable (crs) que el gobierno del estado mexica-
no de Chiapas construyó en el municipio de Santiago el Pinar en 2007 y que
desde entonces está prácticamente deshabitada, porque — según muestra la
autora — se proyectó y realizó siguiendo modelos ideologizados y sin tener en
cuenta las necesidades de quienes serían sus habitantes. Este es un ejemplo de
política pública que refuerza la desigualdad en vez de combatirla.
Le sigue el texto de Pablo Mateos, quien muestra cómo algunos Estados
europeos promueven políticas de reconocimiento de la ciudadanía por ances-
tría, facilitando así que el origen étnico se convierta en una forma de capi-
tal que otorga a latinoamericanos prestigio, diferenciación y acceso a migrar
12 Este texto fue publicado de manera póstuma en Desacatos. Revista de Ciencias Sociales
(núm. 38, enero-abril de 2012, México, ciesas). Agradecemos a dicha revista las facilida-
des otorgadas para su nueva publicación.
13 Una versión similar de este texto fue publicada en Pensar Guatemala desde la resistencia.
Enfrentando al neoliberalismo (editado en Guatemala, en 2018, por Prensa Comunitaria y
F&G Editores).
recordar y enviar un abrazo a todas y todos los que nos acompañaron y forma-
ron parte del proceso, pero que por diversas circunstancias no llegaron hasta
este punto de culminación.
Para mí, toda esta historia que empezó en 2010 — y que espero que no termi-
ne aún — ha sido una experiencia de la que he aprendido como profesor, como
investigador y académico, pero sobre todo como persona, al haber trabajado y
compartido este proceso con todos ustedes, coautores, colegas y amigos.
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47
3 Mientras terminaba este artículo, en 2017, recibí un boletín de noticias de Chiapas cuyo
titular era “Ciudad rural de Santiago el Pinar está detenida, pero el alcalde no se rinde en
su afán de resucitarla” (<aquinoticias.mx>, 2016).
4 Este artículo forma parte de una investigación de carácter general sobre el análisis de la
desigualdad y las políticas públicas en contextos de conflicto en los Altos de Chiapas. Desde
una perspectiva comparativa muestra las estrategias del gobierno y las experiencias autó-
nomas al respecto (González Rojas, 2016).
5 Ciudadanía étnica entendida como el derecho de un grupo de preservar una identidad cul-
tural y una organización societal diferenciada dentro de un Estado, el cual debe reconocer,
proteger y sancionar jurídicamente tales diferencias (De la Peña, 1999).
6 Para el 5 de junio de 2008, el H. Congreso de la Unión del Estado de Chiapas aprobaba el de-
creto de creación de dicho instituto como organismo descentralizado de la Administración
Pública Estatal, “teniendo como objetivo principal, planear, programar, coordinar y ejecu-
tar aquellas acciones que permitan la constitución y desarrollo de ciudades rurales, que
erradiquen la dispersión de los asentamientos humanos y acerquen los servicios básicos a
un mayor número de chiapanecos, con la finalidad de impulsar el desarrollo de Chiapas”
(decreto núm. 197, Periódico Oficial, 97, tomo III). Más tarde, el 10 de febrero de 2009, por de-
creto oficial núm. 164, se abrogaría el decreto de creación del Instituto de Ciudades Rurales,
7 Los odm son los siguientes: 1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre. 2. Lograr la ense-
ñanza primaria universal. 3. Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la
mujer. 4. Reducir la mortalidad infantil. 5. Mejorar la salud materna. 6. Combatir el vih-sida,
Fuente: Elaboración propia con datos del Instituto de Población y Ciudades Rurales, Chiapas
(2012) - Plan de Desarrollo Chiapas, 2007-2012.
este ejercicio tomando como referencia los odm (véase la nota 7). Se parte del
propósito de lograr los ocho odm mediante la creación de las crs. En la lógica
de los funcionarios de gobierno — para concluir el ejercicio de alineación — los
resultados esperados también deberían ser ocho, entre los que destaca la eli-
minación de la “dispersión” y, por tanto, de la pobreza.
10 Véase el cuadro 1.27 (Composición del Consejo Consultivo Ciudadano de crs) en González
Rojas (2016: 235).
11 El Grupo Indi, la constructora que llevó a cabo la obra, señala en su sitio oficial de internet lo
siguiente: “La integración de esta nueva ciudad consta de 468 viviendas, 333 que serán reha-
bilitadas y 135 construidas — que se integrarán al proyecto — de 36 m 2 cada una, en un lote
de 300 m 2 con dimensiones de 10 × 30 metros” (<http://grupoindi.com/obras-destacadas/>).
Continuaron con la tradición priista del pasado y con las formas corpora-
tivas que les eran familiares, sin modificar su relación con el Estado, dándole
continuidad a lo que Jan Rus denominó “la comunidad revolucionaria institu-
cional” (Rus, 1995).
Este caso ilustra las disputas de poder y las desigualdades internas que
han existido históricamente entre los pueblos y comunidades tsotsiles, en este
ejemplo también se observan de manera explícita las estrategias del gobierno
para dividir, en el aspecto político, los territorios indígenas, con la promesa de
“otorgarles el desarrollo económico”. El gobierno ha jugado un papel central en
la interacción de las comunidades, tomando ventaja política de la heterogenei-
dad existente para incitar la desintegración comunitaria a favor de las viejas
políticas de asimilación y aculturación.
Actualmente, el municipio se caracteriza por las constantes luchas entre
los integrantes de los diversos partidos políticos: pri, prd y Verde Ecologista
(Viqueira y Sonnleitner, 2000). Estas disputas se traslapan con las estructuras
de liderazgo tradicionales, los linajes indígenas y los asuntos religiosos.
El contexto político descrito refleja que la toma de decisiones respecto a la
crs puede leerse también como un posicionamiento político de los santiague-
ros frente al resto de las comunidades tsotsiles en los Altos. Como se analizará
en el apartado sobre la visión de los actores “desde abajo”, el programa acentuó
las divisiones internas y las desigualdades socioeconómicas y políticas contri-
buyendo a incrementar los conflictos partidarios.
El gobierno ha tenido la capacidad de negociar la instalación de una crs
debido a las características e historia política de los santiagueros. Es eviden-
te que este municipio no tiene una conciencia de su autonomía indígena muy
diferente a la que se observa en otros municipios, donde la población está divi-
da entre priistas y militantes de otros partidos y comunidades autónomas en
resistencia (zapatistas o “abejas”), como los municipios aledaños de San Andrés
Larráinzar, Aldama y Chenalhó.
Esta sección analiza los problemas del ciclo de la política pública, el cual ha
recibido severas críticas por parte de la sociedad chiapaneca. Lo expresado
En la búsqueda de desarrollo del estado y de sus 118 municipios, de los cuales 28 tie-
nen el menor índice de desarrollo humano (idh), se planteó una política que pudiera
elevar los indicadores en zonas rurales y evitar la migración de la población. En este
sentido, se decidió llevar los servicios de la ciudad al campo, llevar la dispersión a
los servicios y no los servicios a la dispersión (entrevista del 3 de abril de 2011).
12 Sólo mencionaré datos muy generales de las personas entrevistadas para mantener su anoni-
mato, pues mi interés no radica en ellos como individuos, sino en su calidad de actores.
ésta prefirió tener gas en lugar de cocina tradicional o fogón de leña. Luego del
descontento, terminaron haciendo una adaptación, la cual elevó el presupuesto
por casa (entrevista del 6 de septiembre de 2012).
Siguiendo con el polémico tema de la vivienda, el funcionario federal en-
trevistado afirmó sobre la antigua y fallida estrategia de la concentración que
“si recordamos la historia de México, en la zona norte, principalmente, […] las
misiones eclesiásticas promovieron la concentración de la población a través de
las reducciones, las cuales resultaron un fracaso, porque la población regresó
a sus tierras naturales; finalmente, la concentración no es un práctica nueva”
(entrevista del 7 de mayo de 2012).
El funcionario de la cdi mencionó que la mayoría de las viviendas indíge-
nas son rectangulares y tienen un patio o solar que destinan a actividades pro-
ductivas agropecuarias: trabajar, tener sus animales y sembrar. Además, en sus
tierras, en el caso de la región de los Altos, combinan la siembra de maíz, frijol
y ciertas hortalizas, para su consumo, y de café, para la venta. El espacio físico
del solar o sus lotes donde está su casa (entrevista del 7 de mayo de 2012). El solar
es también un espacio para salir a bordar con la luz de la tarde, para jugar, para
recibir visitas. Es un espacio de recreación y convivencia para la familia, sobre
todo cuando hay niños.
Todo lo anterior es imposible con el diseño de las viviendas de la crs, pues
éste restringe todas esas actividades por las dimensiones de la casa y la falta
de solar. En especial, en Santiago el Pinar las viviendas se edificaron en laderas
muy pronunciadas que hacen muy difícil cualquier tarea. Se construyeron una
tras otra, sin la posibilidad de hacer terrazas e ir escalonando el terreno para
tener mayor espacio.
Respecto al diseño de la vivienda, el funcionario recordó otras experien-
cias sobre modelos de casas que el extinto Instituto Nacional Indigenista (ini)
construyó en algunas comunidades del occidente y norte del país con mucho
más éxito que las crs. La referencia precisa sería el plan de desarrollo para los
huicholes, coras y tepehuanos, también conocido como el Plan Huicot. Cabe
mencionar que si bien las casas en las citadas “regiones de refugio” eran mejores
— pues hasta cierto punto respetaban el ordenamiento social y cultural de los
pueblos indígenas — que las planeadas para el caso que nos ocupa, la verdadera
estrategia del ini para combatir la dispersión no fue la construcción aglomera-
da de viviendas, sino la construcción de comunicaciones terrestres. Apostó por
Quince años en beneficio de estos tres pueblos, es hoy una ruina de obras y ac-
ciones que mejoraron las condiciones de las compañías constructoras y de los
burócratas de las agencias encargadas del supuesto programa de desarrollo. La
población indígena observa cuidadosamente los hechos y se refugia en la supe-
restructura de su vida profundamente religiosa y, a través de lazos del sistema de
parentesco, resiste dichos programas que no son más que el reflejo de una política
etnocida y paternalista (citado en Medina, 1990).
Debido a la magnitud del programa de las crs en Santiago el Pinar, los actores
gubernamentales aluden a que existió un trabajo intersectorial intenso y a que
la coordinación no fue sencilla. De acuerdo con la visión de los funcionarios,
trabajar con municipios indígenas es más complicado debido a la falta de ex-
periencia de los presidentes municipales en términos de administración de los
recursos y rendición de cuentas.
Mencionaron que el diagnóstico lo realizó la Subsecretaría de Desarrollo
Urbano y Ordenamiento Territorial y que participaron todas las secretarías
del gobierno del estado por tratarse de un eje central del plan de desarrollo.
Además, afirmaron que para la operación del programa se colaboró con varias
dependencias federales, como Sagarpa, cdi y cfe, y que existen grupos de tra-
bajo para el seguimiento permanente en todos los aspectos y componentes del
programa (entrevista del 6 de septiembre de 2012).
Aseveraron que se llevó a cabo una estrategia de concentración de esfuerzos
y de recursos federales y estatales principalmente, porque los recursos munici-
pales son muy escasos, pero que hay competencias y presupuestos con los que
cada dependencia opera. Uno de los funcionarios del gobierno federal lo expresó
muy claramente: “Cuando se trata de presupuestos, el trabajo intersectorial y la
transversalidad se complican” (entrevista del 6 de septiembre de 2012).
La respuesta del funcionario ante los cuestionamientos sobre por qué los
servicios no funcionan fue que “existe un problema de coordinación con la cfe
y los municipios, puesto que deben millones de pesos. Además, les subieron las
tarifas de la luz por pasar de ‘localidad’ a ‘ciudad’ ” (entrevista del 6 de diciem-
bre de 2012).
El mismo funcionario reconoció que esto afecta a los pobladores, pues a
los que tienen instalación de luz eléctrica para su vivienda o tiendita les están
cobrando más. Por un lado, aceptó las críticas acerca del material de las ca-
sas, sin reconocer que es muy deficiente, y no cuestionó el problema con la cfe
respecto al cambio de tarifas, por lo que quedó en evidencia lo contradictorio
del programa de crs.
El secretario de planeación continuó explicando, sin mucho orden y con
pocos datos, que el ipycrs está gestionando con la cfe las “garantías” para que
las casas nuevas tengan luz, pero esto es difícil puesto que existen adeudos de
dos o tres trienios de gobiernos municipales con dicha institución. El entrevis-
tado atribuyó este problema a dos factores: primero, a que el presupuesto es
muy escaso, y segundo, a que las autoridades indígenas no saben administrar
el dinero, pues en cuanto lo reciben lo gastan. Afirmó: “Esta gente [los indíge-
nas] no entiende el concepto cuenta pública, se lo viene gastando en promoción,
salidas y representación” (entrevista del 6 de diciembre de 2012).
Como ejemplo mencionó el caso de un presidente municipal que desapa-
reció, señalando el hecho como una práctica común. Comentó que usualmente
existen órdenes de aprehensión en contra de las autoridades municipales. En
la opinión del funcionario, las administraciones municipales siempre salen
13 Este funcionario de salud fue el único que no autorizó grabación, sólo concedió la entrevista,
puesto que dijo que la información oficial la podría conseguir en la página del programa o en
la Secretaría de Salud, mientras que en la plática habló sobre sus preocupaciones de fondo.
Sobre la evaluación
Se debe distinguir que la crs no es sólo la evaluación de las 115 viviendas, sino de
toda la obra de infraestructura completa, por ejemplo, la planta de tratamiento
de aguas residuales que da servicio a toda esa zona. La evaluación de las ciudades
y su funcionamiento tendrán que ser en 10 años. Cuando hay una inversión fuer-
te, siempre [se] va a estar sujeto a crítica. En Santiago el Pinar no se ha logrado
entender toda la implicación de la crs, porque nada más logran ver las 115 vi-
viendas y no se alcanza a ver el resto de la obra pública (entrevista del 6 de sep-
tiembre de 2012).
Él sólo tomó el acuerdo con la comisión del gobierno, pero no consultó a la gente,
ellos no supieron ni de qué material ni nada. El dueño de cada vivienda supo
cuando ya estaba construido. Entonces algunas personas que vivieron ahí unas
semanas me dijeron que ya se habían roto las paredes de su casa, que no sirven,
que no aguantan, que la van a abandonar porque no sirven las casas. Insistía con
el cuestionamiento y entonces “¿por qué no hicieron un acuerdo antes de que se
construyeran las casas?” (entrevista del 28 de mayo de 2012).
Antes no había calle ni drenaje ni agua potable ni luz ni carreteras, nada, ni hos-
pitales ni ensambladora ni centro de acopio de café ni restaurante. Era un pue-
blo marginado, totalmente abandonado, pero, cuando se organizó “aliancista” en
2007, entonces se ganó en coalición. Después, en 2008-2010 se gestionó junto con
el gobierno federal y estatal para concretar la gestión del presidente Domingo Gó-
mez… el gobierno federal tiene su visión de cómo podemos fortalecer y organizar-
nos en cada pueblo, en cada municipio… el gobierno federal está enfocado aquí.
Ahorita es un pueblo que se conoce a nivel internacional, tiene su publicidad San-
tiago el Pinar (entrevista del 29 de mayo de 2012).
Nos cambiaron el medidor, antes pagábamos por fase un promedio entre 80 y 100
pesos, y ahorita viene de 600 a 1 000 pesos, cambió la tarifa por ser ciudad. En estas
cosas nos perjudican; supuestamente, el gobierno nos apoya con un 60% de la luz con
“tarifa justa” o no sé cómo se llaman esos programas, pero no sirven. Por ejemplo,
otras comunidades que están más debajo de la “ciudad” sí respetan su tarifa nor-
mal, pero acá no, al contrario, nos perjudican (entrevista del 4 de mayo de 2012).
La crs aumenta la desigualdad entre los grupos que existen porque empiezan los
conflictos entre la gente, [que afirma] “pues no la aceptó, yo la acepté”, porque di-
cen que entra del partido o “yo acepto el apoyo del prd”; otras, que “yo no lo acep-
té”[…]. Esto ha derivado en la venta de sus casas y empiezan a cambiar[las] por
carros o cosas así (entrevista del 2 de mayo de 2012).
La visión que del desarrollo tienen los diseñadores de la política pública de las
crs no es la misma de la cual parten las comunidades, no están pensando en
las mismas soluciones. Además de la ausencia de un diagnóstico, el choque en-
tre ambas concepciones ha sido el principal problema para la operación de las
crs, lo cual es el resultado de la falta de búsqueda de consenso.
En torno a estos rumbos encontrados, las discrepancias más comunes en-
tre los actores son las relativas al diseño, implementación, consulta simulada
y mala comunicación respecto a en qué consiste la política de las crs.
Esta política refuerza una visión neoliberal del desarrollo, lo cual es eviden-
te al analizar la inclusión de la sociedad civil mediante un consejo consultivo
ciudadano formado en su mayoría por empresarios (un hecho que también ha
provocado suspicacia en materia de transparencia sobre recursos y licitaciones).
La falta de transparencia en el sitio y documentos oficiales, así como las dis-
tintas versiones de funcionarios, líderes comunitarios y beneficiarios en torno
a los proyectos son recurrentes. En ese sentido, el descontento de pobladores
y beneficiarios sobre el diseño, fallas técnicas y operación de la política de crs
deriva en el tema de la deficiencia de la consulta15 y en la noción del cambio
cultural.
La consulta es importante como vehículo para garantizar los derechos in-
dividuales y colectivos reconocidos en el artículo 2º constitucional, así como
en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (oit); este
último fue el único instrumento, durante décadas, que reconocía y garantiza-
ba el derecho colectivo de los pueblos indígenas en el mundo.16 A pesar de que
existen elementos para pensar que la consulta fue simulada, la población no ha
promovido una revisión o demanda por la violación de este derecho. Por otro
15 Véanse las grabaciones que dejó el Foro sobre Ciudades Rurales Sustentables en mayo de
2012, realizado en el Cideci, disponible en <http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2011/06/01/
denuncian-persecucion-y-encarcelamiento-por-el-mal-gobierno-de-chiapas-habitantes-de-
nuevo-juan-del-grijalva/>.
16 A partir de las luchas libradas en pro del reconocimiento de sus derechos el tema se ha for-
talecido en las regiones étnicamente diversas.
lado, la visión gubernamental sostiene que sí se les consultó y que cuentan con
actas de asambleas y reuniones con los líderes y pobladores de Santiago el Pi-
nar, en las que se asentó que accedieron a la construcción de la crs.
En cualquiera de los casos no se llevó a cabo el procedimiento adecuado
para una consulta indígena, el cual es aún incipiente en México, donde no se
cuenta con las condiciones que se requieren para realizarlo (López Bárcenas,
2013). Tanto los actores gubernamentales como los líderes comunitarios pe-
rredistas que en ese momento tenían el control de la administración munici-
pal aseveran que sí hubo una consulta y que el mecanismo se puso en marcha
a través de las autoridades municipales y representantes que les explicaron a
los santiagueros en qué consistía el proyecto.
En la visión de dichos actores, “hacer una consulta” es presentar su propuesta
ya lista para la validación y firma de actas de conformidad de los pobladores.
Normalmente, no modifican su propuesta con las opiniones de las personas, por
lo tanto, ellos se refieren más a una comunicación o explicación de la política
que a una consulta en sí.
En el caso de Santiago el Pinar, una vez implementada la política de las
crs y debido a las fuertes críticas de la población, tuvieron que hacer modifi-
caciones, adaptar la cocina y construir un patio o solar, lo que no estaba con-
templado en el proyecto original. Desde abajo, los pobladores reiteran que no
se les explicó bien y que les vendieron una imagen que no fue cierta, mientras
que los funcionarios señalan que fue muy complicado el diálogo. Las versiones
son contradictorias y polarizadas ya sea a favor o en contra de dicha política.
El reclamo sobre la falta de consulta a los pobladores sobre el proyecto de crs
ha sido una protesta articulada de manera posterior, con la asesoría de ong, co-
lectivos y académicos, justamente denunciando violaciones a derechos humanos
y operando como, lo que teoriza Bobbio (1994), un contrapeso real al gobierno.
En síntesis, la comunicación de la política de las crs se desarrolló con los
vicios heredados del corporativismo mexicano, bajo el que operan los gobier-
nos de todos los partidos políticos; uno de esos vicios es la simulación, que se
evidencia por un diálogo apresurado, con información parcial dirigida sólo a
un sector de líderes que no necesariamente transmiten la información recibida
a la comunidad en su conjunto. Con base en todo ello, se puede afirmar que la
aludida consulta es una consulta Potemkin. Tal vez la siguiente metáfora, en
17 Frase expresada por Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco, actual líder de la Iglesia católica
y jefe del Estado Vaticano (Milenio, febrero de 2015). El papa Francisco habló de la ‘mexi-
canizacion’ para referirse a las acciones y políticas en materia de combate al narcotráfico
en Argentina, advirtiendo que no fueran a “mexicanizarse”. La idea se puede extrapolar a
otras cuestiones mal evaluadas en el quehacer público mexicano, la corrupción tanto en
el gobierno como en la sociedad, los cotos de poder, la simulación, la enajenación, fenóme-
nos todos que han generado niveles insoportables de desigualdad, pobreza, marginación,
exclusión, violencia y conflicto social.
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Pablo Mateos
77
Ciudadanía y transnacionalismo
Ciudadanía europea
1 Aunque estaba previsto que Reino Unido dejara de ser miembro de la UE en 2018, en la
actualidad todavía se están negociando las condiciones de libre movilidad e intercambia-
bilidad de derechos para ciudadanos británicos en el resto de la UE (y viceversa) en diver-
sos ámbitos.
Multizens eurolatinoamericanos
Perdona si voy a ser dura, pero es la realidad: nunca dejarás de ser extranjero, aun-
que te den la nacionalidad. Cada vez que abras la boca para hablar y [que] oigan
tu acento, lo primero que oirás será: “¿Tú de dónde eres?”. En el inem [servicio pú-
blico de búsqueda de empleo], para ti, nunca habrá un empleo [...]. La prioridad
la tienen los nacidos aquí, cosa que yo entiendo lógica y natural. En el nuevo dni
[Documento Nacional de Identidad] aparecerá siempre tu lugar de origen, cosa
que, inevitablemente, te convierte tácitamente en extranjero; siempre serás el úl-
timo en la precaria cola de los derechos [...]. Una “ex-extranjera” (Ofelia, de origen
cubano, entrevista de 2005).
Este tipo de testimonios se repite entre los entrevistados en Londres y los par-
ticipantes en el foro de internet que residen en España. En general, los migran-
tes saben que el pasaporte y el documento nacional de identidad (dni) españoles
por sí solos no son vehículos que faciliten la integración social, al menos desde
el punto de vista de la sociedad de acogida. Es decir, comparada con el estatus
legal de residente, la obtención de la nacionalidad, aunque otorga importantes
ventajas administrativas para el migrante, no aporta nuevos derechos palpa-
bles que faciliten la integración y eliminen la discriminación.
Al respecto, el caso de una colombiana con apellido paterno árabe (padre
marroquí) y materno italiano (madre colombiana) es sintomático de una tri-
ple discriminación en el mercado laboral por su apellido árabe, cuyos efectos
consiguió atenuar concatenando el apellido italiano de su madre y señalando
su nacionalidad italiana en su curriculum vitae. Otro caso similar, menciona-
do en el foro de internet, fue el de una española por nacimiento quien deseaba
cambiar a toda costa su nombre árabe. De los casos anteriores se infiere que, si
bien el pasaporte pone a los migrantes y a sus descendientes “del otro lado” de
la exclusión de derechos ciudadanos, otros elementos como los apellidos (Ma-
teos, 2014), el acento lingüístico y el fenotipo parecen conformar un trinomio
básico por medio del que operan las experiencias de discriminación hacia estos
ciudadanos “de segunda clase”.
Mientras que los latinoamericanos son conscientes de su “otredad” en Es-
paña, en Londres todos insisten en que pasan más desapercibidos debido a la
gran diversidad racial de los habitantes de esta ciudad. Por ejemplo, un entre-
vistado mencionó que en Londres nunca lo ha parado la policía, mientras que
en España le ha ocurrido varias veces. Es decir, el contexto de la sociedad “de
acogida” tiene una importancia crucial a la hora de establecer la experiencia
de “otredad” de los migrantes.
En lo que atañe a los aspectos étnicos de las “minorías visuales”, los latino-
americanos, al menos aquellos con un fenotipo “menos europeo”, sienten que
pasan mucho más desapercibidos en una ciudad multicultural como Londres,
donde la población blanca británica no llega al 45%, según el censo de 2011 (Ma-
teos, 2013a). Igualmente, el hecho de que tengan pasaporte británico, español
u otro europeo no genera ningún tipo de sospecha, dado que la existencia de
familias con múltiples combinaciones de pasaportes y orígenes étnicos es parte
de la cotidianeidad de esta ciudad.
Las experiencias de discriminación parecen estar más bien moduladas
por las percepciones hacia rasgos socioculturales que los hacen ser percibidos
como “más distantes” del patrón europeo. Dichos rasgos son principalmente
etnorraciales y por lo tanto dependen del fenotipo de cada persona y de qué
“tan europea” parezca a los ojos de los demás. Otros aspectos que intervienen
en la percepción de un trato desigual son la integración lingüística (más pro-
blemática en Inglaterra que en España) y sobre todo aquellos relacionados con
la clase social y el nivel educativo.
En cuanto a la discriminación entre distintas naciones latinoamericanas,
salen a relucir estereotipos anclados en el poblamiento diferencial de América
Latina, especialmente en el Cono Sur: “Por eso es que en Colombia odian a los
argentinos, porque muestran esta especie de superioridad simplemente por-
que… porque son diferentes, físicamente. Son más como europeos” (Almira, co-
lombiana). Por otra parte, Alba, una argentina, dice que otros latinoamericanos
en Londres se quejan de que los argentinos y brasileños son “menos latinoame-
ricanos”, algo que ella achaca a las raíces y costumbres italianas, portuguesas y
de otras naciones europeas distintas de la española. “El problema — añade — es
que Latinoamérica no es todo indígenas ni descendientes españoles de la Co-
lonia, también hay negros, mulatos, mestizos, italianos, libaneses, japoneses,
judíos y comunidades de muchos sitios”. Además, expresa lo siguiente:
Esa minoría se define como blanca o de piel más tenue, porque quizá si me ves aquí
[en Londres] no me describirías como blanco ni yo lo haría en esos formularios
[de igualdad de oportunidades] pero, en Perú, yo soy blanco… Para mucha gente
aquí, imagino que podría ser español o italiano, pero obviamente no soy tan oscu-
ro como otros peruanos… y normalmente el racismo va hacia los sudamericanos
más indígenas (Nicolás, peruano naturalizado británico).
voy por la calle, en cualquier playa, y me hablan en inglés. No, eso de sentirse
extranjero en tu país, pues no siempre agrada” (Emilio, mexicano con pasapor-
te francés por ancestría).
El fenotipo en definitiva separa dentro de las naciones de Latinoamérica, y la
experiencia multicultural en Londres hace que los migrantes sean ahora mucho
más conscientes de ese racismo subliminal que lo inunda todo en sus países de
origen. Estas cuestiones merecen mayor atención que la otorgada durante las en-
trevistas, pero los retazos que surgen, en los cuales se entrelazan cuestiones de
ancestría, etnicidad, racismo y clase social, son síntoma de las enormes dispari-
dades sociales en Latinoamérica, las cuales salen a relucir al entrar en conflicto
dichas dimensiones con la experiencia migratoria europea y la perspectiva más
amplia que los migrantes ahora tienen en sus viajes de regreso a su país de origen.
migrar gracias al pasaporte alemán de su esposa. Por otra parte, 36.4% de los
participantes en el foro de internet accedieron a la nacionalidad española por
la vía de los ancestros (Mateos y Durand, 2012). Estas personas facilitaron que
sus cónyuges o hijos a su vez accedieran a una ciudadanía europea, ya fuera la
misma que ellos o, mediante un estatus migratorio de residentes permanentes
en la UE, a la naturalización en un tercer país.
Un ejemplo de lo mencionado es el de Nicolás, un peruano cuya esposa, tam-
bién peruana, tiene un abuelo alemán, por lo que ella accedió a la nacionalidad
alemana. Se casaron en Perú justo antes de partir a estudiar una maestría a
Reino Unido, así él como esposo de una europea no tuvo problemas para obte-
ner un visado de trabajo en dicho país. Al cabo de los años, Nicolás se naturali-
zó como británico y ahora trabaja en Londres viajando a varios países de África
y Asia con su pasaporte británico. De este modo, un vínculo con Alemania, a
través de uno de los abuelos, permitió a la pareja acceder a un espacio de movi-
lidad, trabajo y estudio totalmente cerrado a otras personas (sin dicho vínculo
o con abuelos procedentes de países cuyo sistema no considera el ius sanguinis,
como Francia). “Gracias a eso [al pasaporte alemán de su esposa] — expresó
Nicolás — pudimos quedarnos a trabajar después de la maestría, porque, si no,
hubiera sido imposible”.
El caso de los argentinos es especialmente sintomático de las mencionadas
estrategias de movilidad a través de pasaportes europeos, tal como lo refleja la
literatura al respecto (Cook-Martin, 2013; Tintori, 2011). Por ejemplo, Irene, una
argentina con pasaporte italiano residente en Reino Unido, afirma que todo el
mundo en Argentina tiene algún abuelo europeo y que a partir de la crisis eco-
nómica de 2001 mucha gente dejó de considerar el pasaporte europeo como
una curiosidad familiar para concebirlo como una manera de escapar del país:
“Esa fue mi llave para irme al primer mundo. Es una herramienta, de alguna
manera, para poder viajar a otros países”. Sorprende su seguridad a la hora de
asumir su identidad italiana, incluso sobre la argentina: “Yo tuve el pasaporte
italiano antes que el argentino […] a los 12 años”. Lo anterior debido a que su
madre solicitó dicho pasaporte para sí misma y sus hijas “por si acaso”, ya que
según ella corría el rumor de que Italia iba a quitarles ese privilegio a los nie-
tos debido al volumen de solicitudes de nacionalidad que estaba recibiendo.
Yo creo que ella pensó que el pasaporte francés te da una protección quizá de
otro estilo, no sé, incluso diplomática, ¿no? […]. La verdad, me parece que iba por
ahí, más que [por] una cuestión nacionalista, lo estaba viendo como una cuestión
útil, sí, sí, sí, que fuera útil. Porque nosotros, es decir, lo que menos nos sentimos
es franceses, ¿no? […]. Después resultó ser útil para que yo me moviera, para que
mi hermano se moviera, para... poder moverse sin miedo […]. Por ejemplo, vivía
en Londres, surgió una opción de estudio y fue muy fácil ir a Madrid, o sea, ¿no?
Compré un boleto de 20 libras y me fui a Madrid, y ya. Y me mudé de país y no tuve
que pensar en nada más.
No tiene nada que ver con los méritos que uno ha hecho en la vida (Emilio, mexi-
cano con pasaporte francés, residente en Londres).
Conclusión
clase social, y prevalece, sin ser cuestionada, como parte de las profundas
disparidades sociales latinoamericanas.2
2 Pese a la inminente salida de Reino Unido de la UE, la mayoría de las situaciones de doble
ciudadanía descritas en este artículo mantendrán su validez luego del Brexit. Al momento
de concluir este capítulo (octubre de 2018) aún no se conocen las circunstancias en las que
los ciudadanos de la UE podrán migrar o permanecer en Reino Unido. Sin embargo, en las
distintas propuestas de las negociaciones del llamado “tratado del Brexit”, los ciudadanos
de la UE que hoy residen en Reino Unido tendrán derecho a solicitar un estatus de residen-
cia permanente (indefinite leave to remain). Obviamente, la ciudadanía británica dejará de
ser atractiva como instrumento de movilidad intracomunitaria a partir del Brexit y se ge-
nerarán nuevos retos para los multiciudadanos que migren en el espacio de movilidad que
incluya a Reino Unido como nuevo Estado asociado a la UE o que tengan su ciudadanía.
En la actualidad, se ha constatado un incremento de solicitudes de nacionalidad británica
entre residentes con otras ciudadanías europeas, así como de nacionalidad irlandesa entre
británicos por nacimiento con derecho a ésta por ancestría. Estos movimientos demuestran
el valor pragmático otorgado a la nacionalidad expuesto en el presente artículo, así como
la prevalencia del interés por maximizar el derecho a la movilidad, que, como constatamos,
es el más valorado por el colectivo de eurolatinoamericanos aquí estudiado.
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Introducción
1 Agradezco al Dr. Santiago Bastos por su invitación a redactar este capítulo y por sus reco-
mendaciones y comentarios en torno a las versiones previas, así como al Mtro. Juan Carlos
Cabrera Pons por sus observaciones sobre este texto.
2 En el capítulo escribiré la terminación de la palabra nikkei( jin) entre paréntesis para hacer
referencia a la doble enunciación del término, en su estatus oficial como nikkeijin y en el
uso coloquial y comunitario, como nikkei. En los casos en que nikkeijin no viene entre pa-
réntesis, es porque refiere únicamente al origen y uso oficial de esta categoría.
111
Punto de partida
En esta sección me referiré con el término nipoperuanos a todos los peruanos que
tienen ascendencia japonesa por vía materna, paterna o por ambas. El origen fa-
miliar de la mayor parte de ellos está relacionado con las migraciones históricas
que procedentes de Japón llegaron a Perú a finales del siglo xix y en las postrime-
rías de la Segunda Guerra Mundial. En América Latina, Perú fue el segundo des-
tino en recibir migrantes japoneses, en 1899; lo precedió México, que los acogió
en 1897. Además, Perú es considerado el tercer país con más habitantes de origen
japonés en el continente, sólo superado por Estados Unidos de América y Brasil.
Las dimensiones de los enclaves japoneses en América Latina se basan
en cálculos aproximados acerca de los volúmenes de “migrantes originarios”
asentados en uno y otro país, en la visibilidad pública de su población y en
los pronunciamientos de las embajadas japonesas o de asociaciones de nipo-
descendientes. Ni el Estado peruano ni el japonés han presentado registros
censales sobre esta población. Las cifras más aventuradas propuestas por las
asociaciones de descendientes y las delegaciones diplomáticas sugieren que en
la década de 1990 había 80 000 peruanos de origen japonés radicados en Perú
(Fukumoto, 1997: 363). Hasta ahora, el único registro metódico al respecto es
el censo comunitario que la Asociación Peruano Japonesa impulsó en 1989,3 el
cual dio como resultado 45 644 descendientes. No obstante, este instrumen-
to tampoco comprendió el universo total de la población peruana de origen
3 Un año antes del proceso electoral que llevó a Alberto Fujimori a la presidencia.
4 Tras la iniciativa Soy nikkei, la población de origen chino o tusan también solicitó a sus
miembros visibilizar su origen étnico en el censo.
generar miedo a ser visibilizado como “migrante exitoso” que retorna a Perú
cargado de capital económico forjado en el extranjero. Mientras que algunos
migrantes regresaron a Perú tras cumplir metas económicas de ahorro, e in-
cluso superarlas con creces, otros reunieron capitales apenas suficientes para
comprar un inmueble, remodelar uno ya existente, sanear una hipoteca o inau-
gurar un negocio (restaurante, tienda o transporte para turistas o miembros de
la comunidad nipoperuana). Asimismo, hay migrantes que no eligieron regre-
sar a Perú, sino que se vieron forzados a hacerlo, debido a los recortes laborales
y a las secuelas de la crisis económica de 2008.5
El ocultamiento parcial o total de la condición de exmigrante involucra
algo más que la mera protección ante amenazas que provienen del exterior de
la comunidad nipoperuana. A la par, hay silencios impuestos desde el interior
de ésta, que se asocian a la hetero y autorrepresentación de la comunidad ni-
poperuana en términos de grupo “privilegiado”.
En el imaginario peruano persiste la idea de que los nikkei conforman una
clase social homogénea. Sin embargo, esta percepción no considera la plural
composición socioeconómica de los nipoperuanos. En este sentido, existen tan-
to nipodescendientes concentrados en sectores empresariales, políticos y pro-
fesionales — entre ellos, la familia del expresidente Alberto Fujimori — como
en el pequeño comercio, la prestación de servicios no profesionales, la agricul-
tura familiar y otras fuentes de autoempleo y trabajo informal. La experiencia
migratoria se interpreta de manera distinta según la ubicación de los sujetos
en la estructura socioeconómica. En las capas medias y bajas, la migración
a Japón, pese a su dureza, resplandece con bríos de orgullo y de prosperidad
económica — aun si no se logró reunir ahorros considerables—; entre las capas
mejor posicionadas, en cambio, este mismo desplazamiento es símbolo de un
5 Entre abril de 2009 y marzo de 2010, el desempleo en sectores industriales en Japón con-
dujo a que el Estado japonés impulsara un programa de repatriación voluntaria de nikkei
migrantes hacia sus países de origen en América Latina. Sin embargo, a esta iniciativa sólo
podían acceder aquellos con residencia o visa permanente. A éstos se les otorgaron 3 000
dólares (300 000 yenes) por cada adulto y 2 000 (200 000 yenes) por cada dependiente eco-
nómico. Los nikkei que aceptaban esta ayuda renunciaban a su derecho a solicitar nuevas
visas. A este programa se acogieron 21 000 nikkei, de los cuales sólo 900 eran de origen pe-
ruano. Adicionalmente, 10 330 nipoperuanos pagaron con sus propios recursos su pasaje
de retorno a Perú, con el fin de no perder su derecho a la visa laboral (Matsumoto, 2009).
quiebre social descendente, sobre todo en los casos en que la estadía fue pro-
longada. Durante la guerra interna entre el Estado peruano, Sendero Luminoso
y el Movimiento Revolucionario Tupác Amaru (desde finales de la década de los
ochenta hasta los últimos años de los noventa), la percepción social que se tenía
sobre el éxito económico de la comunidad nipoperuana provocó que distintas
familias nikkei, incluso aquellas con economías inestables, sufrieran amenazas
y extorsiones en aras de capitalizar la revolución.
Hasta 1990 sólo podían migrar a Japón y trabajar legalmente allí los nipope-
ruanos que contaran con nacionalidad japonesa, aun si cumplía este requisito
IMAGEN 3.2
Cartel de la copani 2013
(Argentina)
Fuente: <http://www.cnaj.com.
ar/?p=752>.
celebra cada dos años en distintos países del continente.10 Cada una de éstas
funge como escenario de encuentro de nikkei de distintos países —principal-
mente de América Latina— y en ellas se fomenta el intercambio de historias de
las comunidades japonesas de las Américas, el liderazgo étnico en la región y
los discursos identitarios de articulación y exaltación panétnica, bajo la apues-
ta de reunir a los nikkei del mundo.11
No obstante, no todos los peruanos de origen japonés se reconocen a sí mis-
mos como nikkei. Por un lado, esta categoría pertenece a un tiempo histórico
específico: en América Latina comenzó a popularizarse a mediados de la dé-
cada de 1980; además, entre los adultos mayores nipoperuanos predomina la
12 Durante la Segunda Guerra Mundial la palabra ainoko se utilizó para nombrar de manera peyo-
rativa a los japoamericanos, al considerarlos producto de la comunión con el enemigo y del ejer-
cicio de la prostitución; por lo tanto, la palabra ainoko aún es ofensiva entre los nipomestizos.
IMAGEN 3.3
Cartel de la Asociación
Peruana Japonesa
Fuente: <goo.gl/g9pidP>.
de las fronteras del Estado-nación (Tsuda, 2003: 155, 156). Se trata en efecto de
una nacionalización afectiva de personas que no necesariamente se percibían
a sí mismas como peruanas antes de migrar a Japón, pese a tener esta nacio-
nalidad y a que en sus hábitos y prácticas cotidianas predominaban elementos
de la cultura peruana. Bajo categorías como peruano peruano y peruano neto,
los nikkei pasaron a reconocerse como connacionales peruanos. El pleonasmo
implicado en estas categorías tenía la función de distinguir si los peruanos en
cuestión tenían ascendencia japonesa.
13 A esta “migración por castigo” recurrieron padres y madres desesperados deseosos de en-
viar a sus hijos jóvenes (principalmente varones) a Japón, con la esperanza de que el trabajo
arduo de la fábrica, la ausencia de una red familiar y el aislamiento —debido al desconoci-
miento del idioma japonés — corrigieran su comportamiento. En algunos casos ocurrió así,
pero en otros ocurrió lo opuesto, debido a la ausencia tanto de los controles sociales de la
familia como de las posibles sanciones de la comunidad nipoperuana.
14 La progenitura masculina goza de una importancia significativa entre los japoneses y nipo-
peruanos. Ante la muerte del padre, su incapacidad económica o sus problemas de salud,
el hijo mayor debe asumir la responsabilidad del bienestar del grupo doméstico extendido:
su madre y hermanos menores.
15 En ese momento no había visas de reunificación familiar, por lo que sólo podían migrar los
nipoperuanos.
16 La información la obtuve de una entrevista en la ciudad de Yamato, prefectura de Kanagawa,
Japón, en 2012. A continuación transcribo fragmentos del poema original de Cavafis (en la
versión que César le envió a su padre sustituyó varias palabras, particularmente Ítaca por
Japón: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aven-
turas, lleno de experiencias. / No temas a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al colérico Po-
seidón / […] / Pide que el camino sea largo. / Que muchas sean las mañanas de verano / en
que llegues — ¡con qué placer y alegría! — / a puertos nunca vistos antes / […] / Ten siempre
a Ítaca en tu mente. / Llegar ahí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor
que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el
camino / sin aguantar a que Ítaca te enriquezca. / Ítaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin
ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. / Aunque la halles
pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / en-
tenderás ya qué significan las Ítacas”.
17 Los nikkei de cuarta generación podían migrar a Japón en calidad de hijos dependientes
económicos de migrantes de tercera generación. No obstante, no podían solicitar por sí
mismos visas inmigratorias. En marzo de 2018, la ley cambió, ahora los descendientes de
cuarta generación (yonsei) tienen derechos migratorios propios, pero se les excluye del de-
recho de llevar consigo a otros familiares a Japón.
18 Chicha, trucho y bamba son palabras que en Perú se utilizan para decir que algo es una fal-
sificación o que no es legítimo, mientras que las palabras bambei y falsei entrecruzan las
de bamba y falso, y sei (generación), por lo tanto, significan “generación falsa”.
A veces te duele, porque uno llega con tanto sacrificio a este país y de repente
encuentras en el periódico [que] este señor robó el apellido [...]. Hay gente que ha
llegado con el apellido que han comprado y han hecho su árbol genealógico den-
tro de la rama de su familia y lo han registrado, retirando a los verdaderos nikkei,
sin tener ellos sangre japonesa, y los han dejado en [la] calle a los verdaderos
descendientes. Y eso ha pasado mucho, es por eso el rechazo o el miedo hacia los
nikkei falsos.19
En este contexto, la etnización legal era relativamente sencilla, dado que des-
de finales de 1980 hasta 1992 bastaba con presentar el nombre de un japonés y
conocer su provincia de origen para tramitar un registro familiar (koseki) afir-
mando de buena fe tener una relación de parentesco. Asimismo, los apellidos
se buscaban en las actas de defunción municipales o en los archivos del Museo
de Inmigración Japonesa de Lima (Del Castillo, 1999: 124). Una variante consis-
tió en explorar cementerios para hallar tumbas de familias de origen japonés y
acceder, mediante ellas, a genealogías completas. Otras personas optaron por
pagar a familias nikkei para ser adoptadas aprovechando que el sistema japo-
nés reconoce la incorporación de adultos a los linajes familiares. Finalmente,
también hubo compra de documentación falsa, legalizada y presentada ante las
autoridades japonesas como legítima. Estos sistemas de compraventa y arreglo
documental del capital étnico se pueden considerar una especie de “Etnicida-
des, S. A.” (Comaroff y Comaroff, 2011), por cuanto, involucran la participación
de individuos, familias y mafias en la comercialización de apellidos, registros
familiares y certificaciones étnicas.
Para combatir estas irregularidades se impuso como requisito presentar
fotografías familiares y árboles genealógicos. Sin embargo, estas medidas tam-
bién afectaron a los nipodescendientes, ya que no todos tenían claridad sobre
su propia historia familiar o conservaban fotografías antiguas. Al no poder
FOTOGRAFÍA 3.3
Imagen antigua de
matrimonio
Foto: Cortesía de Mauro Higa.
Debido a que la única vía legal para peruanos sin ascendencia japonesa de
migrar al archipiélago nipón era la adopción y el matrimonio, comenzaron a
ser populares los matrimonios arreglados a cambio de compensaciones eco-
nómicas. Al respecto, un nipodescendiente me comentó lo que sigue: “Hubo
un tiempo en que los nikkei nos pusimos de moda, y afuera de La Unión estaba
lleno de chicas buscando descendientes” (entrevista, ciudad de Isesaki, pre-
fectura de Gunma, Japón, 2012).20 Sin embargo, una consecuencia del boom
matrimonial fue la sospecha generalizada de que todos los matrimonios entre
nipodescendientes y peruanos sin ascendencia japonesa eran producto del in-
terés y el arreglo económicos.
Sin embargo, ser dekasegi no sólo implica un estatus laboral y social, sino
también un emplazamiento étnico mediante el cual se legitima una posición
social dentro de la estructura japonesa. Esto no significa que la etnicidad sea
producto de las relaciones de clase, pero sí que mediante ésta se marca la in-
corporación asimétrica de grupos de estructura diferente en una sola econo-
mía política (Comaroff y Comaroff, 2006: 118, 123). Los rasgos que legitiman la
distinción entre los dekasegi y los japoneses encuentran justificación ideológi-
ca en el hecho de que los primeros provienen de América Latina, impregnados
de costumbres no japonesas, nombres y apellidos occidentales e indoameri-
canos, fisonomías no necesariamente asiáticas y, además, cuentan con otras
nacionalidades.
Es un hecho paradójico, pues, que los nikkei, considerados en América Lati-
na como “muy japoneses”, sean percibidos en Japón como “muy latinoamerica-
nos” (Tsuda, 2003: 103). De manera adicional, el nexo étnico de los nipoperuanos
con el archipiélago japonés no necesariamente se forja a través de Naichi, la
isla central que representa al Japón nacional, sino de Okinawa.24 En este sen-
tido, Okinawa ha representado una de las principales regiones expulsoras de
24 Okinawa es la isla más poblada del archipiélago Ryūkyū, la cual por extensión le da nombre
en el lenguaje popular al conjunto de islas que lo conforman. Hasta 1879, este archipiélago
no formaba parte de la nación japonesa. La relación de Okinawa con Japón ha sido compleja,
comenzando por que posee una cultura y lengua distintas, que el Estado japonés intentó
erradicar. A partir de su anexión, se buscó desplazar de manera masiva a los habitantes de
Okinawa hacia otras geografías del imperio japonés y las Américas. Okinawa fue también
escenario de la batalla de Okinawa (1945), el único combate librado en territorio japonés
durante la Segunda Guerra Mundial, que dejó más de 120 000 muertos (entre un cuarto y un
tercio de la población local) (McCormack y Norimatsu, 2012: 6). Asimismo, tras su derrota
en la Segunda Guerra Mundial, Japón fue obligado a devolver todos los territorios anexados,
menos Okinawa, el cual entre 1945 y 1972 permaneció bajo resguardo estadounidense, para
posteriormente reincorporarse a la nación japonesa. Todavía en 2012, el 20% del territorio
okinawense siguió ocupado por 75% de las bases militares estadounidenses en Japón, aun
cuando Okinawa sólo ocupa 0.6% del territorio japonés (McCormack y Norimatsu, 2012: 8).
La presencia de bases militares ha sido criticada por los okinawenses debido al daño ecoló-
gico que provoca a su fauna marina, así como los asesinatos y violaciones que cometen los
soldados en contra de la población local. Por todo ello, existe una mezcla de orgullo étnico
y memorial de agravios que han llevado a que grupos políticos de Okinawa promueven su
autonomía.
migrantes hacia América Latina:25 en Perú, 46% de las familias con ascenden-
cia japonesa son de origen okinawense (Fukumoto, 1997: 365). Por lo anterior,
los dekasegi representan un “otro” en términos culturales, étnicos y de clase
social (Lie, 2011: 8). Todo esto hace inteligible por qué, a pesar de la existencia
de un vínculo histórico y consanguíneo entre japoneses y dekasegi, estos la-
zos sólo se reconocen para efectos burocráticos en la asignación de visas para
nikkei, pues en otras dimensiones de la vida cotidiana y legal los nipodescen-
dientes de ultramar son considerados extranjeros a secas.
25 Hacia 1940 unos 75 000 okinawenses migraron hacia América Latina y 50 000 más a otras
prefecturas de Japón (Lie, 2001: 98). A su vez, se estima que en el continente americano hay
300 000 descendientes de okinawenses (Ueunten, 2008: 164).
26 Es más común que los nipobrasileños dominen el japonés, pues Brasil es el país con la co-
munidad japonesa más grande de América Latina, a su vez, en Japón los nipobrasileños
son la comunidad más grande de dekasegi. Mientras que en 1985 había 1 955 brasileños y
480 peruanos en el archipiélago japonés, para 2008 la cifra había llegado a 312 582 y 59 723,
respectivamente. Asimismo, los nipobrasileños suelen ser descendientes de migraciones ja-
ponesas más recientes que generaciones más recientes de migrantes que los nipoperuanos.
27 A partir de 1924, Perú — al igual que Estados Unidos de América y México — decretó que
sólo ingresarían japoneses por cartas de invitación (yobiyose) al país, por lo que se reque-
ría que algún familiar ya establecido solicitara el ingreso de nuevos migrantes con fines
de reunificación o de enlace matrimonial.
Japón, y las remesas que enviaron sostuvieron las economías locales y familia-
res en el archipiélago.28
Un siglo más tarde, sus descendientes emprenderían una migración de re-
torno transgeneracional conforme a móviles de desplazamiento semejantes:
empresas de enganchamiento que facilitaron su viaje. Sin embargo, su rol de-
mográfico ha sido distinto: los japoneses que se embarcaron de Japón a Perú
aligeraron las presiones demográficas de una población excedentaria, mientras
que los nipoperuanos que viajaron 100 años después, de Perú a Japón, suplieron
la escasez de fuerza productiva fabril.29 Tanto en un caso como en el otro se
trata de migraciones que forman parte de una continuidad histórica. Por con-
siguiente, las medidas sociales que permitan mejorar la vida de los dekasegi
en Japón deben implicar también políticas de combate a la desigualdad de las
minorías inmigrantes, su importancia y urgente necesidad radica en el recono-
cimiento del papel histórico que los dekasegi de ayer y hoy han desempeñado
en el desarrollo y bienestar de la nación japonesa.
Consideraciones finales
28 Entre 1924 y 1934, el consulado peruano en Tokio estimó en 60 millones de yenes — unos
30 millones de dólares de la época — las remesas enviadas por los residentes japoneses en
Perú a sus familiares en Japón (Fukumoto, 1997: 50).
29 Hacia finales de 1980, 48% de las compañías japonesas dedicadas al sector manufacturero
presentaban un déficit de trabajadores, el cual para 1990 sería de 60% (Tsuda, 2008: 89). Para
2025, se estima que Japón será el país con la población más envejecida del mundo (Douglas
y Roberts, 2003: xiii).
Bibliografía
Bourdieu, Pierre
2006 “La identidad y la representación: elementos para una reflexión crítica so-
bre la idea de región”, Debate, núm. 67, pp. 165-184.
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David Blake Willis y Stephen Murphy-Shigematsu (eds.), Transcultural Ja-
pan. At the Borderlands of Race, Gender and Identity, Londres, Routledge,
pp. 159-178.
141
Introducción
1 Los datos presentados en el cuadro corresponden al trabajo de campo realizado entre 2011
y 2012. A lo largo del capítulo incluyo información y testimonios proporcionados por los
entrevistados.
Para recabar la información llevé a cabo recorridos por los hogares de los infor-
mantes clave, entrevistas y observaciones tanto en planteles escolares como en
espacios de trabajo, principalmente en puntos de venta ambulante. Para este
trabajo me centré en la información referente al ámbito laboral.
En la zmg los grupos indígenas se pueden localizar desempeñando diversas
actividades comerciales, pero generalmente se dedican a la venta ambulante
o a trabajos no formales, como la jardinería o los servicios domésticos. Dichas
actividades no siempre son suficientes para satisfacer sus principales necesida-
des, por su baja remuneración y por no ser fijos, además, en éstos se les exime de
beneficios como un salario constante, prestaciones, etcétera. Las condiciones
laborales de los indígenas son muy particulares; en el caso de la venta ambu-
lante, hay que añadir los problemas para encontrar un espacio formal donde
trabajar, así como los conflictos que conlleva con las autoridades.
En el marco de la migración, los pueblos indígenas han considerado la es-
cuela como un camino tanto para la inserción social como para la laboral; ini-
cialmente como un espacio de alfabetización que les permite un mejor manejo
del español y una mejor inserción en la dinámica citadina, y, luego, como un
camino para aumentar las posibilidades de acceso laboral. Las familias indí-
genas consideran que la escolaridad asegura herramientas para acceder a un
mejor trabajo con mayores beneficios, que logre diversificar las actividades la-
borales precarias que los han caracterizado. Sin embargo, las historias de los
escolarizados en la ciudad y las familias dan cuenta de que esta fórmula no es
una norma. Si bien lo anterior no es exclusivo de los migrantes indígenas, hay
particularidades de estos grupos que les dificulta obtener los beneficios espe-
rados de la escolarización.
como trabajadores, lo cual los priva de las prestaciones de ley. Algunos indígenas
desempeñan actividades formales: trabajo en líneas de producción, en servicios
administrativos, como choferes o mecánicos. Éstas generalmente proporcionan
mejores condiciones, pero, de acuerdo con los datos recabados que mencionaré
en un apartado posterior, muchos de los miembros de familias indígenas se in-
sertan en actividades informales.
La venta de artesanías — como collares y pulseras elaboradas con chaquira,
bolsas y canastos hechos con palma o muñecas de trapo — que ha distinguido
a los indígenas en las ciudades, se ha modificado por algunos factores, como el
acceso a las materias primas, el tiempo de elaboración que implican y la baja
venta, lo que los ha obligado a diversificar la mercancía. La dificultad y los altos
costos de la elaboración de artesanías las han encarecido, de modo que, para
poder ofrecer productos a más bajo costo y elevar la venta, se han incluido ju-
guetes y artículos diversos entre la mercancía. Ciertos grupos indígenas han
encontrado obstáculos para elaborar sus productos en la ciudad, pues las ma-
terias primas sólo las pueden adquirir en sus comunidades y esto representa
un costo adicional. Además, sus artesanías se encarecen por la competencia, al
aumentar la importación de artículos a bajo precio, por lo que algunos vende-
dores ambulantes han optado por vender estos artículos, que son económicos
y se pueden obtener en la ciudad.
Migrar a la ciudad no garantiza la mejora de las condiciones de vida, ahí las
familias suelen percibir un ambiente de hostilidad y discriminación, así como
estar en desventaja debido a su condición étnica. El establecimiento de los in-
dígenas en las ciudades se complica por su dificultad para insertarse en traba-
jos formales, lo cual —según las observaciones— se debe a las desventajas que
tienen respecto al resto de la población.
Uno de los obstáculos es la falta de capacitación para poder insertarse en
los trabajos que suele haber en la ciudad. Por ejemplo, Isabel identifica que
una de las limitantes para encontrar un trabajo ahí es que en su comunidad
acostumbran la práctica de una sola actividad laboral, por lo que desconocen
cualquier otra forma de subsistencia y en consecuencia están poco capacitados
para integrarse a la dinámica laboral de la ciudad, así que buscan dedicarse a
la venta ambulante de artesanías u otros artículos. Sin embargo, esta activi-
dad es compleja:
Cuando Alejandro llegó a Guadalajara no sabía hacer otra cosa más que sem-
brar. Casi a su arribo a dicha ciudad sus hermanos lo llevaron a trabajar a una
casa en la que debía barrer, trapear, tender la cama, hacer de comer, cualquier
actividad que la señora le indicara, tareas que fue aprendiendo conforme las
fue llevando a cabo. Él relata el mal trato que le daba la señora, incluso le pe-
gaba y cuando salía de casa lo dejaba encerrado en el cuarto de servicio para
que no se escapara o no le robara: “Me encerraba para que no me saliera y me
dejaba en el cuarto de servicio, hasta el fondo, y yo con miedo y lloraba… Sufrí
mucho y no hablaba español y no le entendía a la señora… me decía indio, que
no sé hacer nada, que no sé lavar las cosas”.
A la falta de capacitación hay que agregarle el trato discriminatorio que su-
fren los indígenas en la zmg y la subordinación a la que se ven sometidos. Isabel
recuerda, por ejemplo, que su familia vivió situaciones de discriminación, sobre
todo cuando iban a trabajar. Ella percibía ciertas actitudes de rechazo o burlas
por la forma en que lo hacían, cargando y ofreciendo su mercancía en las calles,
una actividad a la que siempre se han dedicado sus antecesores:
Yo llegué a vender chicles en las calles, pues trabajar pidiendo en las calles con mi papá
o vender artesanías y cargar mercancía con mi mamá, y me tocó ver que nos decían
“¿qué no tienen otra cosa que hacer?” o, no sé, “busquen otro trabajo” o nos cuestiona-
ban “¿por qué hacen eso?” y, lo mismo, “mejor váyanse a buscar un trabajo de casa”…
los del carro, tú ibas ofreciendo tus dulces o chicles y [ellos] te decían eso.
Cuando trabaja uno en casa no tiene seguro, como mi hermana, que no tenía se-
guro y cuando salió no le dieron nada y trabajó muchos años y no le dieron nada.
Cómo va a pelear si no tenía nada. Aquí, si un día me salgo o pasa algo, tengo mis
papeles del seguro; cuando me metí me dijeron “con esto te puedes defender”, me
corrieron y no me dieron nada, pero yo me fui con mi papel del Seguro Social al
sindicato. Ahora ya sé más cosas… ya me puedo defender.
Por otro lado, un requisito básico para tener acceso a la mayoría de los em-
pleos es la documentación oficial. La irregularidad en actas de nacimiento y
la falta de identificación oficial, entre otras, ha sido una particularidad de la
población indígena que llega a la ciudad.
Muchos indígenas han sufrido lo que conllevan las irregularidades en los
documentos de identificación, los cuales son un requisito indispensable para
solicitar empleo, y esto los priva de tener acceso a trabajos más favorables.
La dinámica laboral que se ha desarrollado en las ciudades ha ido modificando
los requisitos para el ingreso a los empleos, uno de ellos es la carta de recomen-
dación, un documento casi inaccesible para quien migra de una comunidad
indígena a la ciudad. Leopoldo reflexiona sobre lo anterior: “Piden cartas de
recomendación, ¿quién se las va a dar? ¿Alguien de la misma comunidad? No,
pues no se puede”.
Si el trabajo al que aspiran solicita certificación de estudios, los indígenas
que no se han escolarizado quedan sin posibilidad de ingresar a ese empleo.
La mayoría de los empleos exige un nivel de educación mínimo y un documento
que lo acredite; sin embargo, muchos de ellos apenas saben leer y escribir, mien-
tras que algunos otros se han escolarizado en su comunidad de origen, pero
generalmente hasta la educación básica. En relación con esto, el papá de Rafael
señala cómo ahora es más necesario que estudien, puesto que cada vez se so-
licita más preparación para acceder a trabajos en la ciudad.
Un gran obstáculo para los indígenas es la discriminación, la cual influye
en el acceso al trabajo y en su desempeño laboral. En muchas ocasiones, los
empleadores asumen que, dadas las condiciones en que aquéllos vivían en sus
comunidades de origen, cualquier ingreso que se les pague es superior al que
tendrían ahí, motivo por el cual abusan, pues proporcionan un pago menor al
que le darían a alguien que no fuera indígena. El abuso en el contexto laboral
en gran parte se debe a que, tanto en la sociedad mestiza como en las familias
indígenas persiste la idea de que los grupos étnicos están subordinados. Las au-
toridades y la ciudadanía en general suelen abusar de la condición de quien es
indígena, buscando así un provecho: “Los indígenas son esclavos en México,
en Guadalajara, donde sea”, dice Leopoldo.
Otro factor que puede ser determinante para acceder a un mejor empleo es
la condición de precariedad que ha acompañado a los indígenas en las ciuda-
des. Al respecto, Leopoldo asegura que el principal obstáculo para el acceso a
y copiando”, pues tan sólo copiaba lo que hacían sus compañeros y lo que veía
en el pizarrón, sin entenderlo; las consecuencias de ello fueron sus bajas califi-
caciones en los exámenes. A estas experiencias se suman los señalamientos de
los profesores entrevistados que aseguran que el desconocimiento del español
es un obstáculo que dificulta el desempeño escolar.
Según Marcos, quien se encarga del proyecto educativo en el Colectivo Pro
Derechos de la Niñez (Codeni),3 a la que asisten niños indígenas, hay desventaja
entre ellos y quienes no lo son, aun cuando alcancen el mismo nivel de escola-
rización, puesto que desde el momento en que no se domina el español en sus
casas, el apoyo que les puede brindar su familia en este aspecto es menor, y por
lo tanto la brecha de conocimiento entre ellos y quienes no son indígenas va
creciendo. Esta desigualdad tiene como consecuencia la dificultad de acceso a
niveles educativos superiores, como bachillerato o licenciatura.
Además, en algunas escuelas (al igual que en los espacios laborales) se pre-
sentan situaciones de discriminación hacia los indígenas debido a su origen,
vestimenta y lengua; esto ha representado otro obstáculo para la escolariza-
ción, pues muchos alumnos indígenas dejan la escuela por las burlas y el trato
discriminatorio que reciben tanto de sus compañeros como de sus profesores.
Leopoldo confirma lo anterior, pues menciona que muchos de sus paisanos
abandonaron las aulas precisamente por esos motivos.
Considerando las condiciones antes mencionadas, observamos que el pro-
ceso escolar de los indígenas es muy particular y que ellos se hallan en des-
ventaja respecto al resto del alumnado. Esto representa un obstáculo para la
continuidad de sus estudios, además, los nulos o escasos resultados que ob-
tienen al escolarizarse limitan las oportunidades para acceder a un trabajo.
Es importante observar qué tanto contribuye la escolaridad a cumplir con las
aspiraciones laborales. Se debe reflexionar en torno a si el paso por la escuela
ha sido suficiente y si la certificación y un mayor nivel de escolarización los han
ayudado a insertarse en trabajos dentro del sector formal, con mayores bene-
ficios y mejor retribuidos.
3 Asociación Civil que ayuda a familias en situación de calle. Este colectivo promueve la me-
jora de sus condiciones por medio de la permanencia en la escuela.
De acuerdo con los censos de población de 2000 y 2010 llevados a cabo por el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), la asistencia de alumnos
indígenas a los planteles educativos ha aumentado, así como los niveles de esco-
larización de la población de habla indígena. Entre 2000 y 2010, los porcentajes
de población de habla indígena en los distintos niveles de escolaridad se han in-
crementado acercándose o incluso superando al promedio de la población total.
Los datos — al menos los de la zmg — sugieren que el rezago de la población in-
dígena en materia educativa ha ido disminuyendo. Lo anterior podría evidenciar
una tendencia a un mayor acceso de los indígenas a la escuela y a su permanen-
cia en ésta; sin embargo, estos datos no reflejan el rezago académico mencio-
nado por los profesores entrevistados durante la investigación que llevé a cabo.
En la gráfica 4.1 se muestran los niveles de escolarización alcanzados por la
población de habla indígena y los de la población total. Asimismo, se comparan
los porcentajes correspondientes a cada tipo de población en el censo de 2000
y de 2010. Se observa que durante este periodo se incrementó la población de
habla indígena que se escolarizó, así, los porcentajes en los distintos niveles de
escolaridad de la población de lengua indígena se acercaron o incluso supera-
ron a los del total de la población, principalmente en los niveles de primaria y
secundaria completas.
Los datos de 2010 muestran que el porcentaje de la población de habla in-
dígena sin escolarizar disminuyó entre 2000 y 2010, lo que sugiere el incre-
mento de los hablantes de lengua indígena en las aulas. El ingreso a preescolar
se incrementó en el número absoluto de hablantes, pero porcentualmente se
mantuvo por debajo de la tendencia del total de la población. Además, se pue-
de observar que en los siguientes niveles de escolaridad los porcentajes de la
población de habla indígena se incrementaron, sobre todo en secundaria, con
un aumento de casi nueve puntos porcentuales, disminuyéndose así el rezago
escolar de este sector poblacional en este nivel, en tanto que en el de primaria
completa hubo un decremento. Al mismo tiempo que aumentó la población
de habla indígena en secundaria, disminuyó la población indígena con prima-
ria completa y sobre todo con secundaria incompleta, es decir, los datos refle-
jan que la población indígena fue elevando su nivel escolar. Así, para 2010, el
porcentaje más alto de hablantes de lengua indígena se ubicó en la categoría
Porcentaje
25.0 24.0
22.9 22.6
20.9
19.9
20.0
17.9 17.5 18.2
17.3
16.7
15.7 15.9 15.7
15.0 14.1 14.0
0.0
Sin Preescolar Primaria Primaria Secundaria Secundaria Medio Superior
escolaridad incompleta completa incompleta completa superior
Hablante indígena 2000 Hablante indígena 2010 Total 2000 Total 2010
Fuente: Elaboración propia con datos del inegi (censos de población 2000 y 2010). Los datos
de 2000 se refieren a población de cinco años y más; los de 2010, a población de tres años y más.
secundaria terminada, 73%, es decir que casi tres cuartos de la población indí-
gena tenía secundaria.
En cuanto a indígenas en el nivel medio superior, hubo un aumento muy
leve, de 1.1 puntos porcentuales, mientras que en el nivel superior se presentó un
menor porcentaje de población de habla indígena respecto al censo de 2000,
a pesar del aumento en otros niveles. Esta tendencia fue contraria a la de la
población total, cuyo porcentaje cursando un nivel superior o con éste ya con-
cluido aumentó de 2000 a 2010, lo cual mostró que la población total se estaba
preparando más.
Los datos especificados por nivel de escolaridad muestran la tendencia en
cuanto a los niveles de escolarización que alcanzan los hablantes de lengua
indígena, los cuales compararé más adelante con los tipos de empleo en que se
4 En el anexo 4.1 se expone la relación que hay entre los niveles de escolarización y el tipo de
actividad laboral desempeñada. También se muestran los datos generales de cada uno de los
sujetos de investigación respecto a su actividad laboral y a los niveles de escolaridad alcan-
zados, así como de las dos generaciones que los preceden. En el cuadro, la información se
presenta por orden generacional; en él también se observan los niveles de escolarización y
las actividades laborales de los hermanos de los sujetos de investigación, como parte de la
primera generación, los datos de la segunda, que incluye a sus padres, y los de la primera,
que se refieren a los abuelos.
5 Asociación no formalizada, las actividades que realizan tienen el objetivo de atender nece-
sidades que han identificado como usuarios de la zona.
el paso por la escuela ha permitido que los indígenas desempeñen otro tipo
de actividades laborales distintas a las que acostumbran en sus comunidades.
Es interesante cuestionar si las variaciones en la actividad laboral expuestas
en el anexo 4.1 se adjudican a los aprendizajes escolares. Aparentemente hay
trabajos, como la jardinería o la albañilería, que responden más a la dinámica
citadina que al nivel de escolarización. De igual forma, el anexo 4.1 muestra que
las generaciones más jóvenes se desempeñan en empleos más estables, como
choferes o empleados de líneas de producción, que requieren una certificación
mínima. Como ya he señalado, se reconoce la certificación que otorga la escue-
la, motivo por el cual se busca escolarizarse y en ocasiones se privilegia esta
utilidad y no los aprendizajes que pueda proporcionar la escuela. Por ejemplo,
la madre de Rebeca le dice a su esposo que curse la primaria porque tal vez eso
le permita encontrar un trabajo distinto a la venta ambulante de dulces, la cual
últimamente ha tenido mermas.
Las ventajas de la escolarización son notorias, no obstante, los migrantes
indígenas que alcanzan mayores niveles de escolaridad tienen una mínima
movilidad laboral. Los casos aquí expuestos muestran que hay una tendencia
a que ellos sigan desempeñando las actividades laborales tradicionales y que
aunque hayan experimentado con una labor distinta regresan a la precariedad
de la venta ambulante. Esto nos permite hablar de otros factores en torno a la
movilidad social: para los indígenas no es suficiente con alcanzar un alto nivel
de escolaridad para así lograr un empleo que les asegure unas condiciones sa-
tisfactorias. A esto hay que agregarle que existen circunstancias particulares
del mercado laboral de la ciudad que excluyen a los grupos indígenas y propi-
cian su permanencia en las actividades, sin prestaciones ni estabilidad y con
bajos ingresos, que los han caracterizado.
Las trayectorias aquí expuestas muestran que para acceder a trabajos menos
precarios no basta con tener un alto nivel de escolaridad, también hay otros fac-
tores ajenos a la escolarización que condicionan la movilidad laboral. Tratando
de entretejer los datos y las experiencias tanto escolares como laborales, haré
alusión a los casos en que los sujetos de investigación alcanzaron mayores nive-
les de escolarización y contrastaré éstos con su experiencia laboral, para iden-
tificar las condiciones en que se han insertado de manera exitosa en el trabajo
y aquellas en las que esto no sucedió. Una experiencia distinta se presenta en
los casos en que ellos migraron de las actividades informales a trabajos con
mayores beneficios, en la ciudad, lo cual también abordaré en este apartado.
Estas experiencias muestran los factores que influyen en la inserción laboral en
la ciudad y cómo se combinan con las habilidades y herramientas adquiridas
por medio de la escolarización.
Comenzaré por el caso de Leopoldo, quien ejerce su carrera de abogado de
manera independiente. Los asuntos legales de los que se encarga son en su ma-
yoría de clientes indígenas, aunque también tiene clientes que no lo son. Él no
se ha separado totalmente de la venta ambulante, puesto que se involucra en la
búsqueda de espacios para que miembros de su comunidad vendan sus artesa-
nías. Leopoldo considera que haber cursado sus estudios en una universidad
particular — en la que le ofrecieron una beca del cien por ciento — fue determi-
nante para ejercer su carrera, ya que ahí conoció a un profesor cuyo apoyo fue
fundamental al salir de la facultad. Leopoldo siempre tuvo en mente continuar
con el litigio, sin embargo, reconoce que tener un despacho de abogados pro-
pio es muy caro y que para establecerlo se necesitan relaciones; luego comenta
cómo su antiguo profesor lo invitó a trabajar en su despacho. Posteriormente,
decidió hacerse cargo de sus propios casos, pero mantuvo contacto con el pro-
fesor, quien lo asesora cuando lo necesita. Sin la ayuda de éste, Leopoldo no
hubiera tenido un espacio en donde atender casos, por lo que considera que su
apoyo fue determinante para ejercer la carrera. Reitera que su idea es tener un
despacho de abogados de origen indígena que ayuden a solucionar los principa-
les problemas de la población del mismo origen residente en Guadalajara, por
ejemplo, el problema de falta de intérpretes, pero asegura que para eso necesi-
taría más recursos e insistir en la escolarización de sus parientes.
De acuerdo con la experiencia de Leopoldo, el tipo de redes en que se in-
sertan los indígenas brinda menores oportunidades de conseguir trabajos
más estables, a diferencia de lo que ocurre con quienes no son indígenas, con-
firmándose así la reproducción en el ámbito laboral de las desigualdades a
las que se enfrentaron en el contexto escolar y la persistencia del patrón de
pero las duras condiciones de trabajo, entre éstas la exigencia de laborar una
jornada mayor de 8 horas y el sueldo bajo, la obligaron a renunciar. Ella percibe
que éste fue un caso de discriminación, pues trataron de abusar de su condi-
ción étnica y de su necesidad económica.
Para Constancia, una fuente opcional de ingresos fue regresar a la venta
ambulante de manera temporal, mientras buscaba un trabajo relacionado con
su carrera. Sin embargo, no ha tenido suerte y no ha podido regresar a la acti-
vidad contable, en parte por su falta de experiencia y por no disponer de una
carta de recomendación (debido a su desempeño reciente en otros oficios), lo
cual es una limitante aun cuando ella tiene un alto grado de escolaridad. Cabe
hacer un paréntesis para mencionar que tratar de acceder a trabajos formales
implica cumplir ciertos requisitos, principalmente de documentación, y esto
se convierte en un problema para los indígenas que migran a la ciudad, pues
no siempre cuentan con ella dado que las dinámicas de su lugar de origen no
la requieren. Otro obstáculo que ha enfrentado Constancia es que sus redes
de apoyo en la ciudad son mínimas, pues ella estudió en Oaxaca y tiene pocos
años en Guadalajara. En conclusión, ella reconoce que la escuela la ha ayudado
a adquirir habilidades para trabajar en áreas distintas a la venta, pero que no
es suficiente para acceder a un buen trabajo.
Podemos observar en los casos de Leopoldo e Isabel que las relaciones y
contactos que obtuvieron en su paso por la universidad les proporcionaron he-
rramientas para insertarse en el ámbito laboral; por el contrario, Constancia
careció de este tipo de apoyo, que probablemente le hubiera facilitado el ejerci-
cio de su carrera como contadora.
En el caso de Rebeca, la escuela no le ha traído los beneficios correspon-
dientes al nivel de escolaridad que alcanzó. Su persistencia le valió estudiar
hasta el nivel superior, aunque, debido sobre todo a trámites administrativos,
tuvo que dejar la carrera. Al poco tiempo se casó y esto fue motivo para esta-
blecerse por un tiempo en la comunidad otomí de Santiago Mexquititlán, en
Querétaro. En la actualidad, vive en Guadalajara y se dedica al cuidado de su
hijo, aunque no descarta la posibilidad de regresar a la escuela. Por otra parte,
ella no ha aplicado los conocimientos que adquirió en la carrera de economía,
puesto que sólo ha tenido acceso a empleos que no requieren un alto grado de
escolaridad, como capturista o trabajadora en alguna línea de producción, por
medio de los cuales se costeó los estudios. La historia de Rebeca es similar a la
otorgan los derechos que por ley le corresponden. El suyo podría considerarse
un caso de éxito en lo que al ámbito laboral se refiere. Alejandro aún desempe-
ña algunas actividades a las que se dedican sus paisanos, como la jardinería,
mientras que en la florería en que trabaja realiza actividades que corresponden
a un nivel de escolaridad más alto que el que tiene. Su incursión como florista
se deriva de haber sido contratado como trabajador de casa: su actual patrona
le fue asignando tareas cada vez más relacionadas con la floristería y lo capacitó
para que elaborara arreglos florales. Aunque algunos de sus paisanos traba-
jan para la misma empleadora, sólo los que lo hacen en la florería han sido
contratados de manera formal. La destreza de Alejandro para la creación de
arreglos florales y su capacidad para aprender distintas tareas administrativas
le han permitido hacer las veces de encargado del negocio, aunque esto no se
ve reflejado en su salario, sin embargo, la dueña le proporciona vivienda en la
misma finca donde se ubica la florería. No obstante, la trayectoria laboral de
Alejandro no ha sido siempre tan productiva, pues trabajó llevando a cabo dis-
tintas actividades en una casa en la que era maltratado y discriminado por su
condición étnica. Él señala que muchos de sus paisanos han sufrido lo mismo
y que además de la discriminación por su origen, la remuneración económica
por sus servicios es menor a la que le pagarían a una persona no indígena, dado
que las empleadoras consideran que darles comida y techo supera por mucho
las condiciones de vida de su pueblo.
El caso de Alejandro también deja ver los factores que contribuyen a la
inserción laboral y demuestra que la mejora de las condiciones de trabajo no
depende exclusivamente de la escolarización: en su experiencia fue determi-
nante la capacitación y la destreza que adquirió para realizar actividades dis-
tintas a las tradicionales de su comunidad.
Si bien en algunos de los casos en que los sujetos de investigación alcanza-
ron mayor nivel de escolaridad se observó movilidad laboral, en los casos en
que no la hubo, ellos regresaron a las ocupaciones tradicionales, como sucedió
con Rebeca y Constancia. En el anexo 4.1 se muestra esta tendencia a ocuparse
en la elaboración de artesanías y en la venta ambulante.
Como se mostró, para trabajar en la ciudad no basta con alcanzar altos
grados de escolaridad, pues el entorno citado tiene una dinámica particular
y un mercado laboral determinado por el contexto actual de globalización,
que pone a los migrantes indígenas en situaciones de desigualdad y limita su
Veo que muchos que están estudiando terminan vendiendo […]. Mi hermano, que
estudió la secundaria, gana más que él [su primo]. Veo a mi hermano, él estudió un
poquito más y anda vendiendo papas… yo estudié pensando en que yo sería mejor,
uno no debe de quedarse ahí [venta ambulante], sino debe seguir pensando en lo
que realmente quiere. Yo a mi hermano le he dicho que busque en una empresa.
El caso de Milena
Para mí, sí es muy importante, para tener una estabilidad económica. Yo te voy a
ser franca con una de las cosas, lo que me ha pasado desde secundaria, prepara-
toria, estudiaba por estudiar, pero ahora en la universidad mis objetivos son dis-
tintos… algo más enfocado para tu profesión y poder trabajar… ya ves cómo está
ahorita, que es muy indispensable, antes era sólo con la prepa y ya tienes, pero ahora
tiene que ser con tu maestría o hasta donde más puedas llegar.
Rebeca Quinto Capturista, Bachillerato Venta Primaria Venta Primer grado Siembra
- 29 años semestre de secretaria, ambulante, incompleta ambulante de primaria y venta de
- Otomí licenciatura en obrera en línea choferes, (artesanías artesanías
- Santiago Economía de producción obreros, y dulces)
Mexquititlán, (interrumpida) trabajo
Ocupación
Querétaro doméstico
actual: ama
de casa
Emma Tercer grado Vendedora Secundaria Venta Primaria Venta Primaria Siembra
- 15 años de secundaria ambulante ambulante y incompleta ambulante, y venta de
Mixteca (concluida) mecánica construcción artesanías
Ocupación
- San Martín y jardinería
actual:
Peras,
estudiante
Oaxaca
y vendedora
ambulante
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ANEXO 4.1 Comparativo de niveles de escolarización y actividad laboral.
Contrastes intergeneracionales
Nombre, edad, Nivel de Trayectoria Nivel Actividades Nivel máximo Actividades Nivel máximo Actividades
etnia y lugar estudios laboral máximo de laborales de laborales de laborales
de origen alcanzado escolaridad escolaridad escolaridad
Luis Tercer grado de Vendedor Bachillerato Trabajo en la Secundaria Venta de Sólo leer Siembra,
- 16 años secundaria de dulces incompleto construcción papas y y escribir venta de
- Otomí (concluida) construcción papas y
Ocupación
- Santiago trabajo en la
actual:
Mexquititlán, construcción
estudiante
Querétaro
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178
ANEXO 4.1 Comparativo de niveles de escolarización y actividad laboral.
Contrastes intergeneracionales
Nombre, edad, Nivel de Trayectoria Nivel Actividades Nivel máximo Actividades Nivel máximo Actividades
etnia y lugar estudios laboral máximo de laborales de laborales de laborales
de origen alcanzado escolaridad escolaridad escolaridad
Milena Sexto semestre Vendedora Superior Venta de Superior Floristería Primaria Agricultura
- 25 años de licenciatura de artesanías artesanías y comercio incompleta y comercio
- Quechua en Negocios
Ocupación
- Imbambura, Internacionales
actual:
Ecuador (en curso)
estudiante
y vendedora
de artesanías
13/02/20 9:33
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179
mesero y
jardinero
13/02/20 9:33
180 Ivette Flores Laffont
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Celestina es una mujer de 30 años, oriunda del ejido Santa Elena, en la Selva
Lacandona, Chiapas.3 Llegó hace nueve años a tierras alteñas como acompa-
ñante de Cipriano, su pareja, quien había migrado a Arandas seis meses antes
que ella.
3 Los nombres mencionados a lo largo de este trabajo se cambiaron para preservar el anoni-
mato de los informantes.
Uno no sabe adónde se vino a meter, nos quedamos atorados, tanto que ya no pu-
dimos regresar… nos metimos a la boca del lagarto […]. Nosotros somos jornaleros,
no tenemos sueldo, seguro o apoyo, apenas uno saca para ayudarse con comida […].
Uno piensa que acá la va a hacer, pero ya en la realidad ve uno que no, se sufre. Esta
suerte que nos tocó aquí es difícil, pero qué le hacemos, echarle ganas sólo… Algunos
piensan que porque trabajamos los dos (ella y su esposo) ya sale, pero no, apenas con
los dos completamos que pa’ tu renta, tu gas, tu luz, tu agua, y ni qué ahorrar, ahora
Límite zona Altos de Jalisco Región Altos Norte Región Altos Sur Principales localidades
5 Quizá el caso más contrastante es el de las generaciones jóvenes, que, sin distanciarse ra-
dicalmente de los parámetros identitarios, por lo tanto, sin transformarlos a cabalidad,
generan formas alternativas de vivir “lo alteño”.
6 El fenotipo es el conjunto de los rasgos físicos que nos caracterizan como personas (los
cuales no tienen relación alguna con capacidades, atribuciones o potencialidades; son sólo
rasgos corporales).
El campo es vida y amor, o sea, todos los del pueblo tienen algo o tuvieron algo que
ver con el campo, o vivían en el rancho o iban y venían al rancho o tenían rancho o
trabajaban en el rancho, el rancho es muy querido. Por eso en Arandas la tierra es
muy cara, aunque no produzca. El rancho ahorita es un elemento casi romántico,
es un cariño romántico [el] del rancho y es más el gusto para irse a pasear e irse a
rodar en el rancho que para hacerlo un ente productivo. Queremos mucho el ran-
cho, pero nada más para ver, no produce nada. Produce goce, satisfacción, cerca-
nía familiar (Pablo Muñoz, cirujano oftalmólogo arandense, 13 de febrero de 2012).
Así, el rancho es un espacio que reivindica el afecto por la tierra, es decir, por
el terruño, de ahí que los alteños busquen tener una fracción de tierra en la
periferia de su municipio o a las afueras de la ciudad, para darle continuidad
a esta especie de legado que tiene más vinculación con lo identitario que con
lo económico.
El arandense, puesto que es alteño, se ha constituido a sí mismo como una
persona sumamente trabajadora, emprendedora, creativa, a la que poco le han
importado los condicionantes climáticos u orográficos para hacer llevadera
su vida y desarrollar su espíritu emprendedor. El trabajo en la región alteña es
una nota identitaria del individuo y del grupo vinculada a la imagen mítica del
hombre de campo, el ranchero, que supo salir avante pese a las condiciones
agrestes de la región e incluso logró hacer de ésta un lugar próspero.
La transformación agrícola y el solo hecho de hacer cultivables las magras
tierras alteñas demuestran, a decir de los de la región, las habilidades, aptitu-
des y capacidades que ellos tienen para obtener cosechas de tipo variado, que
a lo largo de su historia han configurado a los Altos.
El alma de la gente de la región alteña es de gran fuerza y energía, pero de una pro-
funda nobleza y de una gran sinceridad en su pensamiento y en sus acciones. El
alteño campesino siembra en la tierra pobre, y tiene que regarla con sus lágrimas
y siempre obtiene su generoso resultado; el hombre de trabajo es incansable contra
la pobreza ancestral del ambiente; su esfuerzo ha logrado enriquecer lo que nada
vale y sacar rendimiento de lo que nada produce (Medina, 1988: 14).
primero, como una actividad en la que está de por medio el desgaste físico; se-
gundo, como definición subjetiva relacionada más bien con destrezas e ímpetu
para gestionar o emprender negocios. Ambas operan en la misma dirección.
Si bien es cierto que las actividades económicas, comerciales e industriales
de Arandas giran en torno a la producción de tejidos y deshilados a mano, ta-
cones de madera para calzado, ladrillo cocido, escobas, trapeadores, muebles
(salas), plástico, queso, crema y dulces de leche, es el tequila el que más se pro-
duce y el que más impulsa el desarrollo del municipio. Existen en el área alre-
dedor de 20 fábricas destinadas netamente a la producción tequilera, las cuales
tienen más de 200 marcas7 de esta emblemática bebida.
Es importante mencionar que, si bien el mezcal8 de tequila (hoy tequila)
comenzó a ser producido probablemente por algún español asentado en la re-
gión de los valles de Jalisco durante la Colonia, fue a finales del siglo xix (1894)
cuando se inició la siembra de agave en las tierras rojas de los Altos de Jalisco
(amt, 2010) y se observó que su reproducción era muy favorable y por lo tanto
auguraba que la región para cosechar el agave podría ser mayor. En sus oríge-
nes dicha bebida era considerada de baja calidad y por ello estaba relegada a
los sectores menos favorecidos de la población.
Fue en la época de la Revolución mexicana cuando surgió una nueva actitud
al respecto, la cual redundó en favor del tequila y se tradujo en el crecimiento
de las plantaciones agaveras. Una vez derrumbada, en 1911, la dictadura que
encabezaba el general Porfirio Díaz, el enfrentamiento se volvió cosa del pasa-
do y el país entero se volcó en buscar expresiones y costumbres que fortalecie-
ran la idea de nación mexicana. Apoyar el consumo del tequila en vez de otros
aguardientes importados fue una de las acciones que se fomentaron, máxime
que para ello se contó con la venia del gobierno, el cual promovió una imagen
del tequila equiparable casi a un símbolo del mismísimo Estado nacional (crt,
2010). Dicha imagen fue reproducida incluso en la época de oro del cine mexica-
no, al exaltar el tequila como parte de los elementos característicos del entorno
7 Conteo personal con base en datos del Consejo Regulador del Tequila (crt, en delante),
disponibles en <www.crt.org.mx> (“Informe de marcas”).
8 A mediados del siglo xvi, el franciscano Toribio de Benavente, “Motolinía”, en su crónica His-
toria de los Indios de la Nueva España describió el cocimiento del mezcal o mexcalli, que en
náhuatl quiere decir ‘la casa de la luna’ y se usa para hacer referencia al meollo, la esencia o el
centro de algo (Motolinía, 1979, citado por la Academia Mexicana del Tequila [amt]).
había plantado agave en éstas a inicios de los años noventa con la finalidad
de hacer evidente el uso de la tierra y evitar una posible invasión. Don Willy,
primo del señor de Anda, lo apoyaba con el mantenimiento de sus tierras.
Cabe señalar que debido a que el cultivo del agave en la selva no había dado
resultados como para pensar en que los jornaleros indígenas dedicados a él
estuvieran capacitados para su manejo y como la única finalidad del cultivo
era evidenciar la posesión de la tierra, así como hacer una prueba de factibili-
dad para el desarrollo del agave en esa región, el trabajo de los peones no tenía
grado alguno de especialización en el manejo de la planta, sólo se limitaba a la
limpieza de terrenos para evitar que proliferara la maleza.
Por lo anterior, cuando en 1999, José Antonio, en una de sus habituales lla-
madas telefónicas, se comunicó con don Willy y le solicitó que invitara a sus
peones de la selva a los Altos de Jalisco para laborar en el cultivo del agave, éste
lo tomó como una broma, ya que además de tener escasa idea de cómo se cul-
tiva, los peones tenían nulo conocimiento de la región alteña. Pero después la
conversación tomó seriedad al enterarse don Willy de la necesidad inmediata
de mano de obra en la agroindustria del tequila.
Esta oferta para los peones indígenas en un principio fue desconcertan-
te, pues, en efecto, desconocían la existencia de los Altos de Jalisco, incluso
muchos de ellos jamás habían dejado sus comunidades. Eran personas que
habían nacido en los nuevos ejidos selváticos durante la fase de colonización
de la Lacandona, descendientes, por lo tanto, de los colonizadores tseltales y
choles de la región. Sin embargo, ante la situación económica y social en que
se encontraban, y debido a los beneficios económicos que representaba el tra-
bajo y a la casi nula inversión de su parte para el desplazamiento, comenzaron
la travesía migratoria.
En septiembre de 1999, José Antonio de Anda mandó un camión de pasa-
jeros, con todos los gastos cubiertos, expresamente a recoger a los jornaleros.
Aparte de asegurarles su pasaje, se les mandó dinero (500 pesos) para que le
dejaran a sus familias mientras comenzaban a cobrar su salario en Jalisco, ade-
más de 200 pesos para que se compraran algo de comida en el camino.
Llegados a los Altos de Jalisco, en concreto al municipio de Atotonilco el
Alto, comenzaron a trabajar para quien los había contratado. Fue de tal impor-
tancia el suceso, la adaptación de los indígenas al trabajo, que su presencia re-
dundó rápidamente en una situación de éxito total para su empleador. El dinero
por la tarde-noche de ese mismo día o, en su defecto, al día siguiente; así ocurrió
cada semana del periodo referido.
En más de una ocasión, al momento de emprender el viaje llegó más gente
de la esperada, a veces sin conocer siquiera el destino:
Simplemente veían que íbamos a salir… y el subidero. Yo les decía “No, espérense,
no caben tantos”. Ya no preguntaban adónde llegaba yo con la camioneta, el subi-
dero… “Aguanten… no, no, no”. Así como niños… cuando estás en el campito de
béisbol o en el lienzo charro, que vas a ir al pueblo, un kilómetro o dos, y que te vas
colgado en la defensa, así iban los gallos pa’lla, hasta Jalisco, salíamos de aquí a las
cinco de la mañana y, si bien nos iba, llegábamos a las tres, cuatro de la mañana
del otro día (Willy Fonseca, agosto de 2012).
Conforme fue pasando el tiempo hubo varios cambios en las dinámicas y es-
trategias migratorias de la población indígena que laboraba en Arandas. Como
ya mencioné, los empleadores dejaron de pagar los viáticos de los migrantes,
aun cuando seguían existiendo condiciones de contratación previa. Luego, el
servicio de transportación ofrecido por don Willy también llegó a su fin, debido
a que los jornaleros comenzaron a conocer las rutas, a valorar costos y tiempos
para migrar. A la par, Arandas poco a poco fue dejando de ser el enclave laboral
más importante, aunque siguió siendo el referente en cuanto a asentamiento
habitacional se refiere. Aconteció entonces que se crearon puentes migratorios
de manera permanente hacia Chiapas y se favoreció la movilidad hacia las ran-
cherías, municipios y estados aledaños a los Altos de Jalisco.
Los primeros migrantes en llegar a Arandas a fines de la década de 1990 fue-
ron configurando un modelo migratorio variado que dio cabida a otros grupos
y oleadas de migrantes. Por ejemplo, a unos cinco años de residir en los Altos
comenzaron a surgir intermediarios de mano de obra indígena, al grado de
que cuando las necesidades del mercado apremiaban se buscaba al interme-
diario chiapaneco para que llamara a la Selva Lacandona y desde allá se orga-
nizara la gente para viajar a los Altos a desempeñar trabajos muy puntuales.
Sólo bastaba que el intermediario efectuara la llamada para que este grupo de
personas, “los siempre dispuestos”, emprendieran el viaje a los Altos, según se
relata a continuación:
A mí me tocó trabajar con Javier Fernández, este patrón nos prestaba una bodega
para vivir, en la que nos quedamos como unos ochenta que le trabajábamos, ahí
vivíamos, pues… nunca se acabó el trabajo, siempre había adonde ir a trabajar, así
al tiempo conocimos a más gente y más patrones, y nos fuimos cambiando depen-
diendo de cómo nos fuera yendo […]. Al llegar uno agarra lo que sea, lo que importa
es que salga para comer […]. Yo empecé echándole muchas ganas, haciendo cuadri-
llas, así los patrones me fueron conociendo y pidiendo gente, así que me entraron
las ganas de irme al norte para juntar más dinero y poder comprar una camioneta
para mover a mi gente […]. Entonces me jui al norte, como le digo, sólo jui a eso,
a buscar mi camioneta… contraté un coyote de Arandas… trabajé un tiempo en
las yardas, ya sabe, en el campo […]. Al año de haber llegado a Arandas, comencé a
hacer cuadrillas, sin camioneta les cobraba el 5% del sueldo a los compañeros de la
cuadrilla, pero ya con camioneta les cobro hasta el 20%, dependiendo del trabajo,
porque yo los llevo, los traigo, de aquí pa’ acá, sin que gasten de más, con eso saco
para cuidar la camioneta y para la gasolina, pues… me gano por hacer cuadrillas
como unos cinco mil semanales, a veces más, cuando se junta mucha gente y hay
mucho trabajo… ahorita tengo un poco menos gentes, pero he tenido hasta veinte
(Simón, jornalero chol, mayo de 2012).
Conforme los migrantes fueron conociendo las dinámicas, rutas, costos y tem-
poralidades, comenzaron a diversificarse buscando nuevos espacios. Como la
oferta laboral en Arandas no se limitaba a dicho municipio, muchos indígenas
tuvieron la oportunidad, mediante el trabajo en los campos agaveros, de co-
nocer rancherías circunvecinas, municipios e incluso estados. Al disminuir la
oferta de mano de obra, muchos jornaleros, con la convicción de no regresar
a sus comunidades, decidieron diversificar su presencia y actividades labora-
les en la región, fue así como optaron por movilizarse para buscar trabajo en
otras zonas. Dado que gozaban de buena aceptación, sobre todo por parte de
quienes los contrataban, fue relativamente fácil que encontraran trabajo en
granjas porcícolas, aplicando vacunas a los animales o haciendo actividades
variadas en la región: “Llegué aquí cuando había un chingo de trabajo, enton-
ces sí, uno sacaba un buen dinero, por aquellas fechas éramos muchísimos
paisanos, yo le calculo que unos cuatro mil, ahorita yo creo que no seremos más
de mil, quizás unos mil quinientos… lo que pasa es que la gente se ha ido mo-
viendo a otros pueblos y ranchos, por eso no se ven” (Juan, jornalero tseltal,
octubre de 2011).
Quienes lograron encontrar este tipo de trabajos se mudaron a vivir a esos
espacios, sin dejar de tener contacto con sus conocidos establecidos en el mu-
nicipio de Arandas. Esta clase de movilidad abrió la puerta a que se extendie-
ra la veta de la exploración a otros estados de la República en los que también
habían desempeñado actividades relacionadas con el agave, sólo que ahora
buscaron otro tipo de actividades; de acuerdo con la experiencia en campo, se
tiene conocimiento de que los jornaleros migraron hacia Michoacán, Colima,
Nayarit, Guanajuato, Tamaulipas, Zacatecas, Sinaloa, Sonora y Baja California.
Hoy en día el fenómeno de los intermediarios para realizar el viaje a los
Altos de Jalisco ha ido en descenso, porque ya se han construido lazos y redes
entre migrantes, de modo que ya no es necesario, a decir de ellos, “pagar por
que te lleven”; se ha formado así una red de información que facilita la travesía.
La llegada de los jornaleros indígenas implicó para la región de los Altos de Jalis-
co una transformación en muchos ámbitos de la vida social. A la par de las de ca-
rácter económico y productivo, se desencadenaron una serie de fenómenos que
tenían como denominador común la presencia del grupo indígena. Se trataba,
por lo tanto, ya no sólo de un fenómeno que podría ser dimensionado desde la
perspectiva de las dinámicas de clase, porque intervenían sujetos motivados
y regulados aparentemente por cuestiones laborales y, por consiguiente, eco-
nómicas, que eran también sujetos con notas identitarias de carácter étnico-
racial, de ahí que se apueste por su análisis considerando la relación existente
entre pares categóricos (Tilly, 1997; Pérez Sáinz y Mora, 2009; Pérez Sáinz, 2014)
y dinámicas de clase: una relación que al suscitarse genera un acoplamiento
que hace posible que se refuerce la desigualdad.
Los pares categóricos dan cuenta de una relación entre categorías en la que
existe asimetría: una se subordina a la otra. Conforme a este hecho, la po-
sición de la categoría subordinada, tanto en el mercado como en cualquier
ámbito de la vida social, será desventajosa. Tal situación provocará que esa
desventaja no sea un atributo exclusivo del individuo, sino del grupo. El par
categórico necesita la creación de atributos que generen la ubicación, identi-
ficación y diferenciación de un grupo respecto a otro (Pérez Sáinz, 2014), los
cuales determinan las ventajas o desventajas de un grupo sobre su opuesto,
definen la ubicación social y posibilitan u obstaculizan el acceso a recursos
variados, de tal manera que las categorías puedan ser naturalmente acepta-
das y muy difundidas, un proceso al que Tilly (1997) denominó “la institucio-
nalización de los pares categóricos”.
El mercado de trabajo es un ámbito de materialización de desigualdades,
donde se gestan las condiciones para la explotación en el proceso producti-
vo. Además, ahí se lleva a cabo una pugna entre propietarios de medios de
producción y propietarios de fuerza de trabajo, entre patrones y empleados,
respectivamente. Es esa una pugna entre recursos diferenciados con los que
es posible establecer un intercambio, en el que al ceder el uso de la fuerza de
trabajo se posibilita la producción de plusvalía, como excedente del valor pro-
ducido, y se remunera a raíz del intercambio (Sáinz y Mora, 2009). En el caso
alteño, a esa relación se acopla una que tiene que ver con el origen étnico-racial,
hay una aceptación del principio de que las normas aplicadas a una categoría
pueden ser diferentes de las aplicadas a otra (Barth, 1976: 33), siendo las de más
prestigio y estima social las del grupo que se encuentra en condiciones más fa-
vorables: los alteños.
No se debe perder de vista el hecho complementario de que la identidad
que se le imputa a un grupo social desde el exterior puede ser muy diferente de
cómo se experimenta esa misma identidad subjetivamente (Comaroff, 1992:
120). Toca aclarar que ni el grupo de los chiapas ni el de los alteños es homo-
géneo ni estrictamente definido; en ambos grupos hay tensiones identitarias
que dan muestra de la complejidad que hay dentro de un grupo etiquetado
étnicamente.
La etiqueta indígena servirá, por lo tanto, para categorizar la vida laboral y
social, generando una condición que se hace fehaciente en la estructura orga-
nizativa del mercado de trabajo al grado de que los empleadores locales prefie-
ren a los jornaleros indígenas por argumentos racistas que se sustentan en la
dinámica étnica entre dichos grupos, pues ellos, entre otras cosas, afirman que
los indígenas “aunque son más guandajos, son más rendidores” (Fernando Gon-
zález, abril de 2012) y “son como burritos de carga” (Salvador Jiménez, enero
de 2012). Dicha preferencia normalmente termina con descontentos, injurias
y desprecio hacia los indígenas:
Sólo los había contratado para aprovechar el domingo. La gente de aquí [alteña]
trabaja mejor, es más limpia, hace más caso, no tienes que andar atrás de ellos todo
el rato y que con éstos es una lata andar diciendo y diciendo y no entienden, cosa
que corroboró el Feo (su ayudante) diciendo: “Hijos de la chingada, por más que
les decía una cosa ni caso hacían, uno tiene que andar batallando para buscar al
jefe de la cuadrilla para que a él sí le hagan caso, porque él sí habla como ellos”
(notas del diario de campo, septiembre de 2011).
por la cantidad de plantas que arrimen a la orilla del camión, el pago por
1 000 plantas es de 50 pesos. A decir de un carretillero, este es el peor tra-
bajo que puede haber en el mezcal y es justamente el que le asignaron en
esta cuadrilla:
Entré para trabajar sacando [planta] y no de carretillero [...]. Es que eso no rinde […].
Es una chinga, porque pesa mucho, y se tarda mucho uno en acabar sus mil plan-
tas. A veces saca uno al camino unas dos mil o dos mil quinientas, por todo el día,
mientras que los sacadores se echan a lo mejor menos plantas, pero mejor pagadas
[…]. Así que ya ando aquí, qué le voy a hacer […]. Algo tengo que sacar, pero, bueno,
ya dije que, si en esta semana no me dan chance de sacar planta, mejor me voy, por
eso estoy sacando aunque sea para mi boleto, para irme a otro lugar, aunque lo veo
difícil porque nomás no rinde esto […]. Luego esto es bien peligroso, uno [se] arries-
ga a picarse un ojo, y sin seguro ni nada, así que tenemos que ser muy cuidadosos
en el manejo de la planta, no es de que nomás se saque y aviente, hay que acomodar
para no lastimarse uno (Camilo, jornalero alteño, abril de 2012).
más trabajo. Así fue como los salarios cayeron casi 30% y se estabilizaron por
varios años entre 150 y 180 pesos por una jornada que suele comenzar a las seis
o siete de la mañana y concluir a las seis o siete de la tarde, literalmente de sol
a sol. De ello da cuenta un alteño encargado de una cuadrilla de jimadores y
sacadores de planta, cuyos integrantes también son locales:
Lo que pasa es que antes de que llegaran ellos [los jornaleros indígenas], nosotros,
los de Arandas, trabajábamos bien a gusto, de las 7:00 a.m. a las 2:00 p.m. y ganá-
bamos 300 pesos al día, por las horas que te digo […]. Pero nomás llegaron ellos
y empezaron a trabajar de sol a sol y nos dieron en la torre. Los patrones vieron
eso, además de que les pagaban menos y estaban contentos. Entonces el sueldo
se bajó hasta 200 pesos y a veces a 150 pesos, por más horas a veces […]. Eso causó
molestia en mucha gente que no los quería, más bien no los quiere […] (Manuel,
abril de 2012).
Va a ser más barato el de Chiapas que el de aquí, [aunque] va a tener más conoci-
miento el de aquí, por ejemplo, en el agave. La gente de aquí está relacionada con el
agave y ya sabe más o menos su ciclo, cómo se trata, cada cuanto se tienen que dar
los cuidados que ocupe, y los de allá [de Chiapas] no [lo saben]. Entonces a lo me-
jor el de aquí, por decir un precio, te va a cobrar 100 pesos y al otro le vas a ofrecer
80. Muchas veces lo que se hace es dejar a uno o dos de los de aquí [Arandas] como
jefes de cuadrilla y [a] seis o siete de los que vienen de fuera, ya para que compense
la cosa: los de aquí les enseñan conforme a las necesidades propias y ya los otros
hacen el trabajo (José María Vera, febrero de 2012).
De tales apreciaciones deriva que un colectivo que “se supone” es diferente, por-
que no tiene un vínculo directo con el trabajo alteño, sea ubicado en el último
escalafón de los beneficios laborales, incluso de la estima social, garantizando
con ello una desigualdad que se consolida en el mercado laboral por relaciones
2000: 123). Esa mediación social y cultural en el contexto alteño está dada por
la etnicidad y el racismo, en donde las referencias a los indígenas se convierten
en un estigma que condiciona sus relaciones laborales y sociales.
La fusión entre lo étnico y lo racial es de suma importancia para el caso de
estudio, da la pauta para entender eso que llamo “racismo contemporáneo”; no
se trata del racismo clásico que sustenta sus mecanismos de exclusión en un
determinismo biológico (Quijano, 2000; Stavenhagen, 1994; Castellanos, 2000),
sino que ahora el determinismo pasa a la esfera de lo cultural y étnico (Staven-
hagen, 1994; París, 2002; De la Fuente, 1985) — cuyas expresiones no es posible
“definirlas simplemente como actitudes y prejuicios subjetivos ‘irracionales’
de individuos ‘mal informados’ ” (Stavenhagen, 1994: 11) — y se enmarca en la
lógica de clase como factor definitivo de las relaciones sociales. En este caso, se
trata de un racismo en el que un grupo de mestizos, dígase alteños de Jalisco,
conforme a la ideología hegemónica de un modelo cultural nacional, recrean y
dan forma a nuevas relaciones de sumisión, subordinación y discriminación,
“que tiende a representar imágenes y determinaciones institucionales ideoló-
gicamente estructuradas” (Stavenhagen, 1994: 12), todas ellas en un contexto
de reconversión productiva.
El racismo contemporáneo se sirve del potencial prejuicio contra el otro
(Stavenhagen, 1994), arraigando y haciendo comunes naturales prácticas de
desigualdad, y pasa así desapercibido tanto para el que lo utiliza como para
el que lo vive. Además, se enquista en las relaciones sociales y laborales a tra-
vés del desempleo y el menor acceso a servicios, y justifica la explotación y la
opresión a la que se somete a aquellos que son considerados como diferentes,
por medio de la etnización o racialización de la fuerza de trabajo, así como de
la división social de éste.
El racismo como tal no tiene un desarrollo lineal, “las imágenes pueden ser
variadas y seleccionadas para la acción según las circunstancias concretas en las
que se desarrollan los encuentros interétnicos y que pueden haber sido construi-
das con anterioridad, con base en los aprendizajes y otros encuentros” (Caste-
llanos, 2000: 18). Estas situaciones ponen de manifiesto la autopercepción de
quien recibe estos tratos (los jornaleros indígenas), la cual puede ser de rechazo
total y enérgico o, por el contrario, de una normalización de la desigualdad y
exclusión de la que son parte, que se traduce en un sentimiento de inferioridad
que se interioriza y que no genera resistencia.
Consideraciones finales
Al final, parece ser que la expresión que da cuenta de lo que pasa en este contex-
to es aquella en la que se reconoce la importancia de los migrantes indígenas
en los campos agrícolas o en las labores varias que realizan, sin embargo, ellos
se mantienen y son mantenidos al margen de la vida social, política y religiosa
del municipio receptor. Esta es una realidad que aun al pasar de los años la so-
ciedad alteña parece no querer afrontar.
Como se ha podido constatar, la situación de los jornaleros migrantes en el
municipio de Arandas pone en evidencia el acoplamiento de dinámicas de cla-
se con pares categóricos que contribuyen al reforzamiento de la desigualdad,
evidente en las prácticas cotidianas, tanto en el mercado de trabajo como en
el espacio social. Si bien hay indicios de algunos avances en materia de aten-
ción al fenómeno jornalero en el municipio, éstos han terminado por ser des-
tellos de ayudas emergentes, que no terminan de atender de manera integral
las problemáticas que aquejan a los jornaleros indígenas migrantes, las cuales
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Domingo Santos [entrevista por rahl], jornalero tseltal, 18 de agosto, Santa Ele-
na, Ocosingo, Chiapas.
Lara Jüssen
Se estima que cerca de 90% de las personas que se dedican al trabajo de hogar
en España son mujeres, la gran mayoría inmigrantes, entre quienes las latinoa-
mericanas representan un grupo considerable. En 2012, los latinoamericanos
llegaron a constituir un 40% del total de los migrantes en España, lo que se pue-
de explicar por la cercanía que existe en términos de lenguaje, historia y cultura
entre España y América Latina. Un número importante de estas migrantes la-
tinoamericanas, mayoritariamente originarias de países andinos, aceptaron el
trabajo de hogar como su primer empleo al asentarse en España; muchas empe-
zaron trabajando como internas y después de un tiempo cambiaron la relación
laboral por una de tipo externo. Algunas de ellas abandonaron por completo el
sector para emplearse en otro tipo de servicios personales, por ejemplo, en em-
presas de ayuda a domicilio.
El trabajo de hogar es una ocupación con salarios bajos y leyes laborales que
precarizan a las empleadas domésticas en comparación con otros trabajos, a pe-
sar de la última reforma del sector en 2012. Esto es aún más palpable en el caso
de las empleadas internas, quienes viven hasta seis días en la casa de la familia
con la que trabajan, por lo cual están constantemente enfrentadas con su ámbito
laboral, donde los horarios suelen ser largos y difíciles de soportar. Para algunas
en esta situación, su vida cotidiana “nunca deja de ser trabajo”: ser empleada de
hogar significa pasar el día en la casa de una familia ajena, limpiando, preparando
comida, yendo de compras, haciendo la ropa, ocupándose de mantener todo en
orden, sirviendo a la familia y cuidando a los integrantes del hogar. En ocasiones
se hacen cargo de ancianos enfermos o de niños que tienen que llevar a la escuela
o a otras actividades. Así que, más allá del mero cuidado de la casa, el empleo
doméstico implica ocuparse de las necesidades de quienes la habitan, lo que
225
1 Su resultado fue mi tesis de doctorado publicado con el título Migration Citizenship Labour.
Latin American World-Makers Resisting Crisis in Madrid (2017).
2 Una invitación valiosa a pensar sobre el cuidado lo ofrece Joan Tronto (1989; 2011).
del género y del feminismo han discutido si predomina el sexo — como cate-
goría biológica — sobre el género —como categoría social o cultural — o a la
inversa. A este debate se refiere con frecuencia la epistemología anglosajona
como sex-gender-debate (Becker-Schmidt, 2003; Knapp, 2003), favorecido por
la mutua exclusividad de las nociones en inglés y en español. La controversia
surgió por lo menos desde que Judith Butler (1990), con su razonar acerca de
la performatividad del lenguaje, subrayó que el género es algo que se hace,
un rol que se juega, desarrolla, cumple o practica (perform), con lo que relegó
el género hacia una esfera supersocial. El análisis de Butler explicó algo que
Simone de Beauvoir (2012 [1951]) ya decía: que el género es algo que se hace,
es decir, que no se nace como mujer, sino que se llega a serlo. Sólo después del
análisis de Butler, útil sobre todo para los colectivos lgbt y feminismos queer,
se redescubrió la agencia de lo material, corporal, físico mediante la reivindi-
cación del poder de agencia (aquí relacionado con biopoder) o poder restrictivo
(aquí vinculado con la biopolítica) hacia el género biológico o sexo.
Un análisis similar se podría abrir para las categorías de desigualdad social
etnicidad/raza y clase. Etnicidad como una interpretación social y cultural más
amplia que raza, que se suele interpretar más bien en un sentido biológico o refe-
rido a rasgos fenotípicos, no culturales; mientras que clase constituye una cate-
goría en que lo socioeconómico prevalece prácticamente como única dimensión
analítica, sobre todo para los teóricos de las ciencias sociales. Éstos tienen que
rescatar el habitus, la historia inscrita en el cuerpo según Bourdieu, o, desde
el New Materialism, lo biológico como categoría explicativa de ciertas carac-
terísticas físico-material incluso su cambio a través del tiempo, es decir, cam-
bios que se pueden adscribir a la persona o a la personalidad a lo largo de una
biografía. Resumiendo, la biopolítica, noción compuesta por lo bio (biológico,
material, corporal) y lo político (como organización de la convivencia de las per-
sonas en sentido social y cultural), reintroduce una perspectiva sociomaterial
para hacer posible un análisis crítico de cómo lo biológico condiciona a los seres
humanos. La relación entre la interseccionalidad y la biopolítica forma el marco
teórico de este artículo, para señalar cómo las empleadas de hogar migrantes
están expuestas a sensaciones físico-corporales (o materiales) a nivel de afec-
tos espontáneos, involuntarios e inmediatos en su puesto laboral.
Las jerarquías biopolíticas e interseccionales se evidencian tanto en las rela-
ciones entre trabajadores y empleadores como en la configuración del entorno
laboral, también imbuido por una matriz de poder espacial desigual (Tickamyer,
2000). Dada la frecuente lejanía del puesto laboral, situado en la casa ajena, el
espacio es una categoría especialmente relevante para las trabajadoras inter-
nas. Es de suma importancia en este enfoque analizar el cuerpo, las caracterís-
ticas personales y las emociones y afectos, ya que ciertos rasgos de carácter y
actitudes personales llegan a ser aspectos socioeconómicos importantes en los
servicios interactivos, lo que es particularmente cierto en el trabajo de hogar
(McDowell, 2009; Giebeler et al., 2013).
En síntesis, el cuerpo es una categoría de análisis importante debido a que
la interseccionalidad es una experiencia biopolítica de precariedad de género,
etnicidad y clase, cuyo punto de partida es el cuerpo, el cual es también su fi-
nalidad. Como se verá enseguida, los afectos son sensaciones pre-personales o
energías que se manifiestan en el cuerpo, implicados en una matriz jerárquica,
como el espacio laboral y las relaciones de trabajo.
A pesar de las limitaciones interseccionales y biopolíticas a las que se en-
frentan las y los trabajadores migrantes, en este mismo marco hay posibilida-
des de activar capacidades liberadoras.
Las emociones han llegado a desempeñar un papel cada vez más importante
en las sociedades modernas. Según Eva Illouz (2006), esto se explica por la ex-
tensión de una norma de comportamiento de acuerdo con las ideas que el ser
humano asume respecto a su psique: la obligación individualizada de optimi-
zar al máximo la vida emocional personal. Siguiendo esta lógica, los individuos
no deberían sentirse afectados por prácticas discriminatorias, sino que cada
quien es responsable de velar por su propio bienestar emocional. Esta menta-
lidad ha dado lugar al desarrollo de un “capitalismo emocional” que favorece
las inversiones terapéuticas (Illouz, 2006). Ya en los años ochenta, las emocio-
nes se habían redescubierto como dimensión clave en el análisis del trabajo
inmaterial, sobre todo en la literatura feminista: Hochshild (1983) describe
cómo las azafatas y operadoras de teléfono se dedican a atender los deseos de
los clientes hasta sentirse agobiadas afectivamente y perder parte de su propia
sensibilidad y emocionalidad en sus vidas privadas.
empleadora que llora en la cocina es siempre relevante, porque debe ser instan-
tánea, ya sea ignorándola o consolándola, tiene que saber manejar la situación
de la manera más adecuada. En contraste, los sentimientos de las trabajadoras
no son atendidos de manera sensible, como se verá más adelante.
Las narraciones de Alina constituyen un primer ejemplo del trabajo de cam-
po realizado para este estudio. Profundamente afectada por las tensiones gene-
radas en la familia con la que trabaja, Alina se ve obligada a maniobrar con sus
afectos a pesar de encontrarse emocionalmente sobrecargada. Decidió aban-
donar su trabajo porque se sentía afectada por la situación que atravesaban sus
empleadores, quienes se encontraban en proceso de divorcio:
Joan Tronto (1989) desarrolla un estudio sobre la ética del cuidado basado en
la diferencia entre hombres cuidando por (dinero, trayectorias profesionales) y
mujeres cuidando para (otros y otras), que incluye una postura que transgrede
la angosta primacía del mercado de lo propio, así como nociones balanceadas
de autoridad y autonomía, y una moralidad cotidiana de cuidar que no es feme-
nina, sino feminista, para repensar los valores morales de la sociedad. Kavita
Datta et al. (2010) amplían el acercamiento, para establecer los principios de
una “ética de cuidado migrante” inspirada en las articulaciones de hombres y
mujeres migrantes que se dedican al trabajo del hogar remunerado: el cuida-
do basado en la asistencia incluyendo valores morales producidos por y para
los clientes. Estos valores se presentaron como diferenciadores de los valores
británicos y les servían para reivindicar su labor a los trabajadores migrantes
dedicados al cuidado, a pesar de las pobres condiciones de trabajo y la baja re-
muneración. No obstante, dichos autores detectaron en estos trabajadores una
falta de cuidado de sí mismos, que se refleja en las quejas contra sus empleado-
res y el sistema en el cual trabajan. Cabe señalar que algunas de las negociacio-
nes que los cuidadores migrantes de Madrid deben manejar constantemente
las tareas que ellas desempeñan suelen incluir la limpieza de la casa, planchar,
cocinar, etcétera, que son una forma de cuidado que implica menos involucra-
miento emocional.
En el caso del cuidado de ancianos, las implicaciones sociales en las rela-
ciones laborales se constituyen de una manera diferente: en general, el trabajo
es de tipo interno y los empleadores suelen ser hijos de aquéllos, pero habitan
en una casa distinta. Aunque existe la posibilidad de generar vínculos afecti-
vos profundos, las relaciones patrón-empleado suelen ser más distantes a nivel
emocional, dado que el hogar no es compartido. De manera concomitante, en
caso de haber desacuerdos graves entre los empleadores y la trabajadora, es re-
lativamente más fácil, a nivel emocional, dar por terminada la relación laboral.
De tal manera que a veces los hijos despiden a la trabajadora a pesar de que la
relación entre ella y el anciano sea intensa y sincera. Este es el caso de Marisa,
una trabajadora cuyos derechos laborales fueron violados en varios sentidos
(no le otorgaron ni sus vacaciones prometidas ni sus bonos semianuales ni le
fueron pagados los domingos que se quedó a trabajar horas extra) y quien es-
tableció una relación cercana y profunda con el anciano a quien cuidaba, como
se muestra a continuación:
Siempre estaba el estigma del agradecimiento total, porque llegas a una casa don-
de sientes que es tu sitio, donde te tratan como una igual y tal. Entonces todo el
comedimiento que tienes luego se convierte en obligación. Cuando vienes aquí y
te sientes desigual, desigual en no tener documentación, en no tener tu casa, tu
colchón familiar y todo, entonces si entras a una casa a trabajar y te tratan ya como
una igual, en el sentido de que te dan cariño, de que se preocupan por ti, de que
tienes tu propia cama, tienes tu propio espacio, pues todo eso hace que una mujer
— y sobre todo una mujer inmigrante cuando está recién llegada — tenga un co-
metido de comedimiento: “Si es que hay que trabajar más horas, pues lo hago; si es
que tiene que estar el señor supercuidado de arriba abajo, pues también lo hago”.
Claro, es nuestra tarea, pero hay cosas que son trabajo y hay cosas que ya de-
jan de ser tu trabajo. Por ejemplo, si tú libras un sábado o un domingo y a lo mejor
ves que el abuelito está enfermo y dices: “Ah, no. Me quedo. Me privo yo porque yo
quiero que mi abuelito esté bien, no quiero que le pase nada”. Entonces todo este
comedimiento, como decimos allá, toda esta buena voluntad, pues luego se te con-
vierte en obligación. A mí me pasaba esto. Yo al principio me daba igual salir o no
porque mi pareja estaba allá — encima todo el tema de los celos de que te tienes
que cuidar, que eres una mujer casada, hace que incluso tú aquí te reprimas—.
Pues me daba igual salir o no salir. Yo estaba ahí con él, en mi casa, me sentía en
mi casa, con el abuelito, cuidándole; le sentía mi abuelito y hasta ahora digo “mi
abuelito”. Entonces le sentí algo mío, uno llega a creérselo, pero, luego, cuando ya
vino mi pareja, yo les decía que yo no me podía quedar el fin de semana, que yo me
tenía que ir. Entonces ahí ya hubo los conflictos con los hijos: “¿Cómo es eso? Que
no, que no, que no”. Me ponían que iba a ser cada tres domingos quedarme uno y
así pasó. Y cuando llegó un fin de semana que no me tocaba y me querían obligar
a que me tocara, entonces yo no, yo ya había dicho con mi pareja que salía, y yo
salí y me dijeron: “Si te vas, no vuelvas”. Y yo salí. Yo me metí el valor y salí. Y volví
el domingo por la noche y ya estaba otra persona (Marisa, ecuatoriana, 40 años).
Las experiencias de Marisa demuestran que era natural para ella mezclar sen-
timientos de afecto y familiaridad en su trabajo como cuidadora. Incluso llegó
a sentirse como en su propia casa y estableció fuertes lazos hacia “su abuelito”,
al grado de que — como también mencionó en otro momento de la entrevis-
ta — prefería estar con ella en vez de con sus hijos. Su relación con él combinaba
mutualidad, comunidad, lazos de afecto y convivencia, y, posiblemente, cierto
sentido de pertenencia. No obstante, estos afectos fueron considerados por Ma-
risa como “estigma de agradecimiento” en un espacio jerarquizado, lo cual llevó
a Marisa a restringirse, pues comenzó a desempeñar voluntariamente ciertas
tareas que no le competían y terminó haciéndolas como parte de sus obligacio-
nes. Por lo tanto, al insistir en su derecho a descansar el fin de semana, se vino
abajo el aprecio que hasta entonces había recibido de sus empleadores.
Otro caso es el de Ramona, cuyos relatos acerca de sus experiencias labora-
les están imbuidos de la manera en que se sentía trabajando en una casa. Senti-
mentalmente vulnerable a causa de la reciente muerte de su padre, ella cuenta
cómo empezó a trabajar como au pair 3 en Ámsterdam y cómo deseaba ante
todo mantener una buena relación con los niños de los que se ocupaba, aun
cuando eso supusiera subordinar sus propios sentimientos a los de ellos: “Le
3 Au pair es un tipo de trabajo para mujeres jóvenes que se quedan en la casa de una familia
ajena en un país extranjero cuidando de los niños y ganando un dinero de bolsillo. La rela-
ción se organiza a través de una agencia que promete que se aprende la lengua y la cultura
del país ajeno también.
rogaba a Dios de rodillas que por favor me dé un poquito de alegría con los ni-
ños, porque no era justo para ellos que estaban esperándome y yo venga con esa
tristeza, no era justo para ellos, más que para mí” (Ramona, boliviana, 28 años).
En ese entonces, Ramona se encontraba sin apoyo en su duelo, mientras
que los empleadores la estresaban, al enfrentarla con inconsistencias afectivas:
En esa casa no me sentía a gusto; para empezar, aún estaba triste. Si hubiera sido
diferente, a lo mejor me hubiera ayudado a cambiar, pero no. Más bien me hundía
más porque sentía que no estaban contentos conmigo. Claro, era normal también.
Pero más que todo eran muy mezquinos. No me dejaban participar en sus cosas
familiares, por ejemplo, un día la niña tuvo cumpleaños y me dijeron: “No, tú no vas,
sólo es la familia”. Pero ellos, teóricamente, me decían: “Tú eres parte de la familia,
como la hermana mayor”. Y ese día que era cumpleaños de la niñita, me levanté y
dije: “El primer cumpleaños que voy a ver en Europa, a ver cómo lo celebran”. Me
levanté contenta, así todo, y estaba intentando ayudar, y me dice: “No, Ramona,
tú vete a tu habitación, llévate algo para desayunar, esto es sólo para la familia”.
Entonces desde ahí dije: “No, no, no”. Empecé a sentirme fatal y me iba hundiendo
peor (Ramona, boliviana, 28 años).
La señora me empezó a decir que era la mejor au pair en doce años, que era la
primera latina, que siempre habían venido de África, por el idioma más que todo
de África, Inglaterra, Ucrania, Polonia, siempre traía de ese lado chicas. Pero no la
aguantaban, iban y se quejaban a la agencia y la agencia la quería multar a ella por-
que no cumplía con los horarios de trabajo. Le decían cinco horas, pero ella las ha-
cía trabajar mucho más. Y le negociaba incluso el sueldo, pero aun así no querían.
Por eso era más estrés psicológico. No podían las chicas, llegaba un momento que
decían “¡no puedo más!”, gritaban y se iban llorando, pero ella no las trataba mal,
con palabras feas, ese era el problema.
Quería que estuviera atrás de ella, pero a la vez te mandaba hacer muchas co-
sas y no te daba tiempo y luego al final:
—¿Ya hiciste? — te decía.
—No, es que no he terminado.
—Pero ¿por qué, Romi?, por favor.
—Pero si tú me has llamado, no me dejas.
—Vale, vale, entonces termina de hacer eso, no pasa nada.
Pero tampoco se enfadaba así feo digamos y cuando te salía decías: “Dios mío,
gracias, ahora sí puedo hacer los trabajos así en orden y no voy a estar yendo para
allá y luego para acá”. Así la aguantaba, lloraba muchas veces, pero la aguantaba por-
que sabía que en el fondo tenía un buen corazón, en el fondo era muy buena perso-
na, no era mala y me entendía en mi tristeza cuando me veía llorar o cuando me
veía muy triste. Ella no me decía “Ramona, ¿por qué estás con esa cara? Por favor,
así no puedes trabajar en mi casa”, así como me ha dicho la otra señora, “que los ni-
ños”, que no sé qué. Siempre la señora me decía “Please, thank you” y todo besitos, me
alegraba un poco. Bueno, esa señora es así amable, pero es muy dependiente, tanto
que no puede estar sola, al día creo que pronunciaba mi nombre doscientas, trescien-
tas veces: “Ramona, Ramona, Ramona”. Llegó un momento en que me estresaba, no
podía, lo único que hacía era llorar. Pero yo no iba a discutir con ella ni a pelear ni
nada. Y me decían muchas “a ver si aguantas, porque a esta señora nadie la aguan-
ta. Mala no es, pero te estresa” (Ramona, boliviana, 28 años).
En esa casa nada, entraba quien sea, ni siquiera me saludaban, por último, ni me
miraban. Yo a veces le quería saludar “hola, ¿qué tal?”, no ir a besarle ni nada, sim-
plemente decirle “hola, ¿qué tal?”, pero ella se ponía a hablar, era como si no existie-
ra. Sólo existía para que me dijera “Ramona, recoge esto de aquí, de allá”. Entonces
dije “oh, Dios, me quiero ir de aquí”. Y luego mi jefa [anterior] me llamaba llorando,
no una vez me llamaba llorando, ¡ufff!, varias veces. A veces estaba trabajando y
me decía “yo quiero que te vengas, te vamos a ir a traer en abril. El 15 estamos yendo
de vacaciones a Ibiza, pero vamos a pasar por Madrid a verte y ahí vamos a hablar
bien. Pero vamos a venir en avión — me dijo — y no en coche. Luego, si llegamos a
un acuerdo, te mandamos un coche a Bilbao, donde te hemos dejado y de ahí otra
vez te vienes a Holanda”.
Ese era el plan, porque me decía “me han hecho esto, me han hecho lo otro, na-
die hace como tú”, que “hacen lo que quieren” y que se había enterado de un mon-
tón de problemas que yo ya se los había advertido, pero ella no me quería creer,
porque era gente que trabajaba desde hacía tres años en esa casa y por eso ella le
confiaba en todo. Luego, al final, se dio cuenta de que yo tenía razón. Por eso tam-
bién me llamaba llorando: “Yo te creía todo, eras mi ángel” (Ramona, boliviana,
28 años).
Ramona estaba siempre a merced de sus empleadores a nivel afectivo, era de-
pendiente de su situación emocional. Esta relación afectiva se intensificaba en
tanto que las directivas comunicativas de sus empleadores eran prácticamente
las únicas muestras de afecto que Ramona recibía de otras personas. Por ende,
no es de sorprender que sus narrativas estén imbuidas de agobio afectivo. Ante
el cuestionamiento acerca de qué esperaban sus empleadores de ella, Ramona
manifestó sus dudas sobre si la consideraban como un ser humano, con cora-
zón, familia y sentimientos:
Los jefes lo único que esperan es que cumplas con tu trabajo tal como te piden
ellos. Si no ven que has cumplido con tu trabajo, se sienten disconformes. Eso es lo
más importante. A ellos no les importa... alguna sí te trata bien, se puede preocu-
par por lo que te duele. Yo creo que no nos ven como a personas… a veces pienso
“¿Será que se dan cuenta que tenemos corazón, que tenemos sentimientos? ¿Será
que piensan en eso ellos, en que tenemos una familia detrás?”. No exijo que me pre-
gunten de mi familia ni nada, sino que simplemente vean que esta chica se cansa
porque es un ser humano, que es demasiado trabajo (Ramona, boliviana, 28 años).
veces sin cumplirse. A todo ello hay que agregarle el agravio a sus sentimientos,
provocado por insultos racistas y xenófobos. No obstante, los perjuicios ínti-
mos pueden funcionar en niveles mucho más sutiles: como señala Alina, aun
si como interna pasa mucho tiempo cerca de sus empleadores, prefiere comer
sola para evadir la incomodidad de ser integrada como una intrusa subalter-
na y despersonalizada. Asimismo, llegaba a experimentar sentimientos de in-
ferioridad por algunas acciones de los patrones, por ejemplo, el restringirle el
uso de ciertos objetos de la cocina. Al respecto, Alina cuenta cómo tenía que
fortalecerse para lidiar con esos sentimientos enrarecidos y desagradables a
la hora de que los empleadores la encontraban comiendo en la cocina en lugar
de estar trabajando:
Sola. Antes yo prefería [comer] sola porque te sientes fuera de lugar. Porque ellos
en una comida con tu familia te pones a hablar de cómo te fue, de no sé cuántas,
y, tú, ¿de qué hablas? O sea, sí que suelen a veces integrarte en la plática cuando te
toca gente que no tengan tanto prejuicio. Pero ¿yo qué plática?, ¿yo qué te cuento?
No, te sientes cómoda, no es tu familia, es como un tema que no. Hay gente que sí
te diga “siéntate, no pasa nada”. ¡Pero sí que pasa! ¡Para ti sí que pasa! Y prefieres
mantenerte fuera. Ahora me da igual si como con ellos o si como sola, es lo mis-
mo. Pero también depende de la confianza que ellos te den. Hay gente que te dice
“tienes tu propio plato, tienes tu propia comida”. O sea, como para que no puedas
tocar nada de ellos, lo cual ya es como humillante, porque tampoco tengo una en-
fermedad que te pueda contagiar. Tú vas a un restaurante y utilizas el mismo plato
que han utilizado cien personas y no dices nada, y cien personas que ni siquiera
conoces, entonces ya como que es un tema más clasista que tienen algunos. Pero
no, ahora, si yo ya termino mis cosas, como con ellos, y, si no, como después.
Pero comes después, y, si ellos están en la cocina, ellos están sentados, tú vas y te
sientas porque es la única cocina que hay, porque no vas a comer de pie, pero por-
que ahora ya te das cuenta que tú también […]. El tiempo, la experiencia, ya te va
forjando muchísimo: antes... yo me acuerdo de que al principio, cuando había lle-
gado, ellos terminaban de comer, y ya comías tú. Cuando ya no te pedían nada, ya
te sentabas a comer tú. Y, cuando entraban a la cocina, tú ya no comías, porque
ya te sentías incómoda, porque tu deber era estar sirviendo. Entonces ellos termina-
ban e iban a la cocina, se sentaban a tomarse el café y a ponerse a platicar, cuando
te podían dar ya las seis de la tarde si la comida había sido a las dos, y tú estar sin
comer porque estuvieran allí.
Ahora tú ya te das cuenta y dices “no, también soy persona y yo también tengo
que comer y ya”. Si ellos se quedan, es su problema, tú allí también comes. Ahora
ya me da igual. Comemos juntos, después ya me bajo a descansar, ellos también
(Alina, mexicana, 26 años).
donde no hay lugar para acciones ocasionales tan cotidianas como interactuar
con un desconocido en la calle o para tomar decisiones aparentemente bana-
les, como dejar una taza sucia hasta el día siguiente. Pero más allá del aislamiento
espacial y corporal, las múltiples desigualdades interseccionales — racializadas/
etnizadas, clasificadas, a base de género, legales, materiales, etcétera — definen
una relación laboral que incluye también el nivel de los afectos, los sentimientos
y las emociones. Como trabajadora, Alina es quien está obligada a adaptar cons-
tantemente la forma en que muestra sus afectos, a manejar la desatención de
sus propios sentimientos y a determinar cómo debe reaccionar y mantenerse
atenta a las necesidades de sus empleadores: “Tú no tienes derecho a demostrar
sentimientos, pese a que no te lo dicen como tal, pero al final es una regla que
todos seguimos. Tú no puedes despertar enojada, porque si un día ella te dice
“buenos días” y tú no le contestas, allí tienes tus problemas. Pero si tú le dices
a ella “buenos días” y ella no te contesta, no pasa nada, te tienes que aguantar
(Alina, mexicana, 26 años).
Para la mayoría de las trabajadoras de hogar, lo más importante en su ocupa-
ción es su interacción con la gente para la que laboran. Como es de esperar, esto
adquiere suma importancia en una situación de aislamiento en una casa, la cual
implica una reducción significativa de los contactos sociales cotidianos, limita-
dos a las relaciones laborales con los empleadores.
Todas [las amigas] le dicen a tu jefa ‘¡qué bonito te quedó!, ¡qué sabroso!’, cuando
ellas mismas son conscientes que la que lo hizo fuiste tú. O sea, te hacen sentir tan
invisible, porque esa sería la palabra, eres tan invisible que dicen ‘¡te quedó bonísima
la sopa’, pero a tu jefa, cuando la que la hizo fuiste tú” (Alina, mexicana, 26 años).
Me acuerdo perfectamente que una de ellas le dice: “¿Y qué le pusiste [a la comida]?”,
como para dejar la receta. “Ahí la debo tener apuntada”. “Alina, ¿tú te acuerdas que
le pusimos?”. Y dice “le pusimos”, eso me encanta, “le pusimos”, cuando ella no puso
nada. Entonces ya de alguna manera, ya ahora, antes me quedaba callada, o direc-
tamente decía “sí, le puso eso”, y ya tú misma le seguías el juego a decir que era ella
quien había cocinado. Ahora ya no. Ya con experiencia, de repente me dice: “Alina,
¿qué le pusimos?”. “No sé, usted la hizo, ¿no se acuerda?”. A ver qué te inventas, si
yo no hago nada (Alina, mexicana, 26 años).
En este caso, la cocina — como una actividad que Alina disfruta y por la que
estima sus propias capacidades y, por ende, a sí misma — activa de una mane-
ra sutil su resistencia a ser arrebatada de su agencia (agency): se niega a seguir
pretendiendo que su labor corresponde al esfuerzo de alguien más, y con ello
posibilita un cambio en el futuro. Su rabia produce una irrupción intensa en
su ya habitual despersonalización reconfigurando la situación y poniendo de
manifiesto su agencia (agency). De hecho, en el momento en que rechaza infra-
valorarse más a sí misma y a su trabajo, se vuelve una “aguafiestas” negra femi-
nista ( feminist killjoy según Sara Ahmed), que se opone a reproducir el agrado
que socialmente se espera. Es justo esto lo que visibiliza su papel elemental en
la preparación de una comida sabrosa y una noche agradable y amena para las
invitadas de la jefa.
Como ejemplo de buenas prácticas, Alina recuerda el trato respetuoso que
le han brindado y el reconocimiento que han hecho de sus aptitudes como co-
cinera. Estas atenciones no sólo la hicieron sentirse apreciada, sino también
más visible y tenida en cuenta:
Siempre que alguien llegaba y le decía [a la empleadora] “ay, que te quedó muy bien
el arroz”, aunque yo no estuviera delante de ella, de repente escuchaba... (estás en
la cocina y ellos en el comedor, y lo escuchas), o sea: “Yo no lo hice, lo cocinó Ali-
na”. Entonces ya ellas, obligadas, te decían que te quedó muy bien. Si querían una
receta, iban y te decían “Alina, ¿qué le pusiste a esto?”, porque ya directamente ella
decía “no, yo no sé: Alina”. O sea, realmente era consciente de cuando era tu trabajo
o cuando era el de ella (Alina, mexicana, 26 años).
Conclusiones
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Daniela Célleri
257
En los debates sobre etnicidad y procesos de pertenencia, la idea del “origen co-
mún” de una comunidad imaginada está necesariamente vinculada a su con-
tinuidad, lo que de manera obligatoria lleva a pensar en los “sucesores”. Por lo
tanto, no sorprende que las nuevas generaciones sean el foco de discusiones
sobre la identidad cultural y la responsabilidad de continuar o no con la heren-
cia cultural. Esta problemática es distinta entre los jóvenes. Por ejemplo, para
los jóvenes migrantes, la vestimenta y el idioma no necesariamente los hacen
ser o no indígenas. Sin embargo, para muchos jóvenes que no viajan y perma-
necen en la comunidad, aquellos que sí lo hacen y no usan la vestimenta que se
acostumbra en la localidad “pierden su culturalidad”.
FOTOGRAFÍA 7.1
Él viaja y cambia…
Foto: Daniela Célleri.
Para algunos autores, 1980 marcó un hito en las generaciones jóvenes en Ota-
valo: el “viaje” fue concebido como una especie de “rito de iniciación” hacia
la etapa de adultez (Kyle, 2003). Sus estudios asumen el viaje como un rite de
passage, pero no profundizan en lo específico de esta fase de la vida, la cual
es clave en las decisiones sobre el futuro, relacionadas con el matrimonio y la
profesión o el trabajo.
En cuestiones laborales, como se ha plasmado en algunos estudios sobre
Otavalo (Ordóñez, 2008), la migración cíclica se evidenció como una alternativa
económica fuertemente influenciada por condiciones estructurales y estrate-
gias familiares. Sin embargo, en el caso que trato en este artículo, el “viaje” en
sí no necesariamente deriva de las “raíces” de los jóvenes, no sólo es algo apren-
dido de generaciones anteriores. Más bien, en las entrevistas ellos mencionan,
de una manera bastante consciente, que el viaje informal les permite trabajar
por propia cuenta. Los jóvenes viajeros varones aseveran que, en comparación
con los “mestizos”, ellos no tienen un patrón o un contrato fijo. Por lo anterior,
en la construcción de la categoría indígena (en contraposición a lo mestizo), la
conexión entre informalidad y desplazamiento influye de forma central. Pero
dentro de esta construcción también existen otras diferencias relacionadas con
lo urbano y lo rural y con el lugar de destino migratorio. Por ejemplo, en el caso
de los jóvenes urbanos, a diferencia de los rurales, ellos migran en mayor me-
dida a Europa. En la mayoría de los casos pertenecen a una clase acomodada
que se benefició del boom artesanal y se han mudado a la ciudad o incluso han
crecido en ésta. Su ideal de lo que es ser un indígena otavalo está relacionado
con la idea de “moverse libremente” por todo el mundo. Algunos entrevistados
incluso asocian a esta idea de libre movilidad el término ciudadano cosmopolita
o mindalae. Para ellos “lo indígena” no puede ser pensado en contraposición a
la migración, más bien la migración es lo que los define como otavalos, como
resalta Maldonado (2002). Es esta la visión que se ha reflejado en la literatura
desde los años noventa y en general en el imaginario nacional de los otavalos,
como “embajadores” de Ecuador, la cual se basa en la imagen de “indios civili-
zados” surgida en los años cincuenta (Prieto, 2008). Siguiendo este esquema, la
etnicidad en el caso de los otavalos se ha estudiado como un recurso o capital
social, es decir, tanto en la construcción de redes sociales como en casos de
la vida cotidiana (ventas y demás), lo que ha sido legítimamente criticado por
algunos autores (Kyle, 2003; Torres, 2008) debido a que no todos los indígenas
otavalos tienen la posibilidad de “viajar libremente” debido a la inversión de
recursos que esto significa.
comunidad. Por ejemplo, los jóvenes viajeros aportan parte sustancial del fi-
nanciamiento de las fiestas anuales (carnaval, Intiraymi, etcétera). Aun cuando
no sean casados y por este motivo no cuenten con un estatus de adultos, ellos
se involucran indirectamente en esas actividades a través de sus familias. Para
los jóvenes esto también significa un beneficio, porque su familia les ofrece un
sitio donde no tienen que ocuparse de gastos de vivienda ni de alimentación, y
les otorga un lugar especial en su comunidad.
En cambio, los jóvenes que son líderes comunitarios adquieren una posición
reconocida en la comunidad debido su liderazgo y a su búsqueda del “bien
común”. Se dedican sobre todo a distintas actividades políticas o religiosas.
Generalmente, trabajan en radios comunitarias kichwa, en el gobierno local,
en cooperativas de ahorro y crédito, en organizaciones religiosas, en programas
interculturales de educación, realizan gestiones a fin de conseguir fondos para
proyectos locales o trabajan para el cabildo. A pesar de que algunos de estos lí-
deres han tenido experiencias migratorias, la mayoría ha permanecido como
residentes de La Compañía. En la mayoría de casos han logrado obtener una
reconocida posición por medio de su participación en proyectos de educación
y desarrollo financiados por organizaciones internacionales, religiosas o esta-
tales (entrevistas con líderes locales de La Compañía, en Radio Ilumán, marzo
de 2011).
Por otro lado, las mujeres, viajeras y residentes permanentes de la comuni-
dad, no cuentan con los mismos privilegios y libertades que los varones (salir
por las noches, salir con amigos, etcétera), aunque sí participan en la vida so-
cial. Por ejemplo, los deberes de las jóvenes viajeras, a su retorno, no disminu-
yen, por el contrario, siguen siendo los mismos, sólo que dentro de sus propias
familias y no en las “ajenas” (así denominan a las familias empleadoras en el
lugar de destino). Además, muchas mujeres son “llevadas” al extranjero por
esas familias como empleadas domésticas, donde trabajan mucho más que
los hombres, ya que lo hacen tanto en tareas domésticas y cuidando de niños
como en las ferias vendiendo artesanías. Este es el caso de Marina y su herma-
na, quienes migraron a Chile para ayudar en las ventas y en las tareas domésti-
cas a una familia de Otavalo. Marina afirma que ella se hacía cargo del trabajo
doméstico de su hermana, para que ésta pudiera ir a la escuela (Marina, 2012).
Otro fenómeno que también se ha observado es que las jóvenes retornan
con menos frecuencia que los hombres. Esto, según la literatura, está ligado
a su lugar de origen. Ellos regresan o deciden migrar sobre todo por la fuerte
presión social a la que son sometidos, no sólo en sus familias y comunidad sino
también dentro de sus grupos de referencia. En el contexto de mi investigación
es especialmente en los peer groups 2 donde los jóvenes negocian y demuestran
su éxito, más que nada ante sus compañeros varones y para atraer a “las chicas”.
Este último punto puede observarse en lo que ocurre entre las jóvenes, quie-
nes, al escoger pareja, a pesar de tener una fuerte preferencia por quienes uti-
lizan la indumentaria considerada típica de los indígenas otavalos (pantalón
blanco, camisa blanca, poncho negro y cabello largo) optan frecuentemente por
casarse con los viajeros. Por esta razón, las iglesias están desbordadas en las
épocas de las fiestas, cuando ellos regresan para contraer matrimonio.
Sin embargo, hay diferencias entre las jóvenes residentes permanentes y las
líderes juveniles, para estas últimas, casarse con un viajero les puede dar cier-
ta estabilidad económica, sin embargo, esto también puede significar su cese
de actividades por acompañarlo en sus viajes o por su estatus de casada. Este
estatus implicaría en la mayor parte de los casos ya no poder ser líder juvenil
y estar siempre junto al esposo en el liderazgo.
Los varones jóvenes que no viajan expresaron en las entrevistas que están
muy conscientes del interés de las chicas por los viajeros debido a su dinero.
Muchos de ellos pueden demostrar que tienen dinero al enfocarse en el cuidado
de su apariencia o en mejorar su apariencia y en la adquisición de cierto tipo de
pertenencias, por ejemplo, autos. Dentro de los grupos de referencia hay varias
maneras de diferenciarse, muy pocos viajeros son los que pueden consumir
ropa de marca o adquirir autos como lo hacen algunos jóvenes urbanos o de
familias pudientes en la ciudad de Otavalo. Sin embargo, existen otras formas
sutiles de diferenciarse, por ejemplo, convertirse en emos,3 una moda juvenil
que ha tenido buena acogida en estas comunidades.
Este hecho les otorga recursos a estos jóvenes emos para construir su masculi-
nidad e indigeneidad en contraste con ello. Tanto en el caso de los emos como
en el de los jóvenes obreros (raperos y hiphoperos), el marco de referencia para
ser indígena no necesariamente tiene que coincidir con el ideal de los adultos
y los líderes comunitarios.
Existen además diferencias de posicionamiento socioeconómico impor-
tantes, por ejemplo, en el caso de las familias urbanas con más posibilidades
económicas, si bien no ocasionaría un problema familiar o un cambio de esta-
tus para las jóvenes el contraer matrimonio con un viajero, sí se presentaron
testimonios de que es mal visto que una indígena se case con un mestizo. Para
estas familias pudientes un matrimonio con miembros del mismo grupo étni-
co es muy importante.
En contraste, este problema es poco frecuente en La Compañía, ya que la
única posibilidad de conocer mestizos es en otras parroquias o en lugares de
trabajo como las empresas florícolas. Lo que sí se pudo evidenciar es, en primer
lugar, la falta de perfiles masculinos que correspondan al ideal de las chicas re-
sidentes: un joven “más indígena”, lo que asocian al uso de la vestimenta típica
de la región. Este atuendo es más común encontrarlo en la ciudad de Otavalo,
en las comunidades rurales es muy raro, con excepción de eventos especiales,
fiestas o matrimonios. Así que, si bien existe una preferencia por contraer ma-
trimonio con miembros del mismo grupo étnico, lo que resulta sorprendente
en esta comunidad es el fuerte vínculo con la localidad por parte de los jóve-
nes. A diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienen una preferencia
más acentuada por escoger pareja en su misma comunidad. La misma idea de
localidad se ha fortalecido con el proceso de reetnización en la región, lo cual
va de la mano con la “construcción” de un lugar de origen. Este tipo de territo-
rialización, mostrada en la preferencia por contraer matrimonio con personas
de la misma comunidad, puede afianzar relaciones de desigualdad, a la vez que
servir de recurso a los jóvenes viajeros.
Conclusiones
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Líder de Radio Ilumán [entrevista por Daniela Célleri], noviembre, La Compa-
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Don Taiticu [entrevista por Daniela Célleri], líder comunitario, marzo, La Com-
pañía, Otavalo.
Marina [entrevista por Daniela Célleri], junio, La Compañía, Otavalo.
Los escenarios
283
indígena y, junto con la localidad de San Pedro Izticán, es uno de los últimos
lugares que conservan creencias y prácticas ancestrales. Algunos sugieren que
su población sigue anclada al territorio y que representa un frente de lucha y
resistencia continua de defensa de la autonomía indígena (Bastos, 2011; Mar-
tínez y Alonso, 2009).
En Mezcala, la agricultura y la pesca han sido fundamentales para susten-
tar la economía local, conformándose una sociedad de campesinos y pescado-
res, aunque poco a poco se han ido diversificando los cultivos. Por ejemplo, los
terrenos en Mezcala son semiplanos y cerriles, lo que determina la producción
intensiva de maíz y frijol de forma temporal para el autoconsumo.1 Hoy en día,
además se cultiva chayote para abastecer los mercados regionales de Chapala y
Guadalajara.2
Por su parte, la pesca llegó a ser una importante fuente de manutención fa-
miliar — y continúa siéndolo—, pero la producción pesquera se vio afectada en
1973, cuando ocurrió una tromba que afectó la laguna y la diversidad de peces
que existían, lo cual hizo que disminuyeran considerablemente los ingresos
de las familias.3 En la actualidad, algunos pescadores además se identifican
como lancheros, debido al aumento del turismo local, que por el año 2000 generó
nuevas ofertas laborales. Los pescadores, ahora también lancheros, ofrecen
recorridos por la isla del Presidio, un sitio que se encuentra frente al poblado
de Mezcala, aguas adentro, y que ha cobrado auge por su riqueza histórica.4
1 Pobladores que vivieron en la década de 1940 recuerdan que las principales actividades del
pueblo eran el cultivo de maíz, frijol y calabaza, así como el cuidado de cabras en las tierras
altas de los montes; mientras que en las zonas cercanas a la laguna tenían huertas de frutas
y legumbres, que permitían diversificar sus productos.
2 La producción se lleva a cabo en baja escala, aunque tuvo su auge a inicios del año 2000, lo
cual permitió la organización de cooperativas de desarrollo que impulsaron la producción
local y la comercialización.
3 Algunos ancianos recuerdan que entre 1960 y 1970 los productos agrícolas y pesqueros se
vendían en un circuito comercial que abarcaba los pueblos ribereños de Chapala, Jocotepec
y Tizapán, y ciudades como Guadalajara y Ocotlán. La diversidad de productos, tanto agrí-
colas como pesqueros, permitió en esos años el comercio regional a lo largo de la laguna y
el intercambio de productos entre los poblados ribereños; era un flujo intenso y variado de
productos el que corría por la laguna mediante canoas y lanchas sin motor.
4 Las narraciones que podemos encontrar respecto a la isla del Presidio son múltiples debido
a que fue un frente de lucha durante la época de la Independencia (Ochoa, 2006).
El condado de Fresno forma parte del extenso valle de San Joaquín, una de las
regiones agrícolas más productivas de EUA. Se caracteriza por una economía
6 Se estima que en el año 2000 el condado de Fresno logró el índice más alto de producción
agrícola de Estados Unidos de América: produjo 3.4 millones de dólares (Brunke, Sumner,
2002: 24). Posteriormente, entre 2011 y 2012, Fresno ocupó el primer lugar en producción
agrícola por valor bruto, con 6 590 millones de dólares. Lo anterior permite entender la alta
demanda de mano de obra agrícola.
7 Sanger recibió el estatus de ciudad en 1911. Su nombre honra a Joseph Sanger Jr., quien fuera
secretario y tesorero de la empresa Ferrocarriles Yardmasters en 1887 (Durham, 1998).
8 Oficina del Censo de Estados Unidos (2010), disponible en <http://www.census.gov/2010
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9 Puesto que las temperaturas son altas en verano (de entre 40 y 47 grados Celsius), el horario
de trabajo de los jornaleros agrícolas es de 3 de la madrugada a 11 de la mañana; mientras
que en invierno, de 7 de la mañana a 3 de la tarde, aproximadamente.
10 Por ejemplo, en una misma familia algunos hombres lograron obtener sus documentos
de residencia permanente gracias a la amnistía de 1986, pero sus hijos pequeños nacidos
en México y llevados a Sanger años después no contaban con documentos de identidad
estadounidense.
11 Si consideramos el modelo de Robichaux sobre los tres elementos que constituyen el grupo
doméstico mesoamericano — la residencia posmarital patrivirilocal, la herencia y la ulti-
mogenitura — y lo comparamos con el del caso de Mezcala, observamos que la ultimoge-
nitura no se practica, debido a que en este poblado los hijos, que viven en los alrededores
de casa de sus padres, colaboran entre sí para cuidar parcialmente de éstos cuando son
ancianos.
Lo que muestra nuestro caso de estudio es que existe una forma cultural
que le otorga continuidad al grupo doméstico en Estados Unidos de América,
resolviendo parcialmente las separaciones. Esto reconfigura la manera de en-
tender al grupo que se desplaza entre países y la vinculación con la identidad
indígena que se recrea en estos contextos transnacionales, un aspecto muy im-
portante en la reproducción del grupo de mezcalenses en California.
La importancia de la herencia
12 La figura del comunero hace referencia a quien tiene derecho de participación política en la
Asamblea de Comuneros, la institución donde se toman las decisiones respecto a la admi-
nistración del territorio de Mezcala. Ser comunero también conlleva tener autoridad en
Mezcala, donde en la actualidad se tiene registro de 406 comuneros.
13 Las herencias de terrenos de las que tuvimos conocimiento por los comuneros entrevista-
dos fueron por medio de traslados “de palabra”, es decir, ellos cedieron parte de su tierra a
sus hijos e hijas sin mediar documentos legales que avalaran esta transacción.
el padre les hereda una parte de la propiedad, y debido a que son entre cinco
y ocho hombres, la tierra se divide entre ellos otorgando un trozo a cada uno
para construir sus nuevas viviendas. Lo que resulta de éste es una fragmen-
tación que corresponde al número de hijos. A las hijas no se les suele heredar
tierra porque las reglas suponen que ellas se casarán e irán a vivir a la casa
de su cónyuge y tendrán acceso a aquélla a través de la unión marital. Sin
embargo, esta práctica comienza a modificarse a partir de que se les presta
o hereda algún terreno para que ellas puedan construir sus viviendas aun
cuando se casen.
El sistema de herencia también ha generado relaciones sociales en varios
niveles por medio de prácticas de lealtad y reciprocidad que trascienden el
horizonte de la sucesión de bienes y pertenencia: prácticas que, a su vez,
producen un sistema de intercambios de mayor envergadura al articular re-
des sociales entre los barrios de Mezcala, entre pueblos vecinos de la ribera
y entre los migrantes que viven en EUA. Estas transacciones se expresan,
por ejemplo, en los intercambios de favores que llevan a cabo los vecinos de
los barrios; en la organización de las celebraciones religiosas a lo largo del
año;14 en el intercambio de productos agrícolas durante las temporadas de
14 En esta localidad se llevan a cabo celebraciones que forman una red de cargos religiosos
(Bastos, 2012). Se trata de la adquisición de un nuevo estatus que obliga al nuevo “cargue-
ro” a cuidar una imagen religiosa durante todo el año. Dar, recibir y distribuir son las res-
ponsabilidades que se adquieren. El cambio de “carguero” se celebra anualmente y para
ello se realiza una fiesta barrial en la que hay rezos y cantos, pero también música, juegos
pirotécnicos, comida y bebida para los asistentes. La organización de las celebraciones se
sustenta en redes de familiares dispersas en los nueve barrios de Mezcala, lo que genera la
participación de hombres y mujeres en la vida religiosa, basada en el calendario litúrgico
católico de santos y vírgenes. Se organiza un total de 29 fiestas. Los mezcalenses se toman
en serio el asunto de estas festividades y dedican tiempo a organizarlas. El sistema de car-
gos religiosos es una de las instituciones político-religiosas donde se establecen relaciones
entre la religiosidad popular y la política local, por lo general, en contextos de ruralidad
indígena (Medina, 1995). Estas prácticas se conocen en otros pueblos indígenas como co-
fradías (Cancian, 1989) o mayordomías (Zárate, 2011). En el caso de Mezcala, se trata de
cargos religiosos que evidencian la cohesión de la comunidad religiosa local y transnacional
y, aunque no ejercen influencia en la política local, como sucede en otras localidades indíge-
nas de México, sí configuran una fuerte red de relaciones sociales. Además, producen una
identificación étnica que los diferencia de otros pueblos de la ribera y organizan el tiempo
social y simbólico de la población.
La residencia posmarital
15 En las entrevistas que hemos realizado a algunas mujeres mayores (de 80 años y más), ellas
han comentado que por lo general en sus tiempos de juventud, allá por la década de 1940,
era una regla ir a vivir a casa de los padres del esposo y compartir el espacio de cocina con
la suegra; otras veces se les hacía un fogón en la parte trasera de la casa o en algún lugar
disponible donde ellas podían cocinar incluso compartiendo el espacio con sus concuñas.
Paulatinamente, esta última práctica se ha abandonado y hoy en día las viviendas están
separadas casi en su totalidad.
16 La edad en que comienza la adultez es cuando se “roba a la novia” o “se va con el novio”; para
ellas es entre los 16 y 18 años, y para ellos, entre los 18 y los 20. Las uniones conyugales por lo
general comienzan con el “robo” de la novia de común acuerdo, luego los padres de él proce-
den a disculparse con los de ella y es entonces que se decide en dónde vivirán, determinán-
dose así la residencia posmarital específica.
Para las parejas, dejar encargados a sus hijos con el propósito de migrar a
EUA representó una difícil decisión, que los ponía en la posición de “malos pa-
dres” ante el grupo doméstico y la comunidad de Mezcala.
Sus hijos (ahora jóvenes) comparten testimonios como éste: “Tenía a mis
papás, pero estaban en el norte cuando yo era niño, quienes me cuidaban eran
mis abuelos”.18 Estas ausencias temporales tanto de la madre como del padre
propiciaron la intervención de otros familiares en el cuidado y orientación de
estos niños, por ejemplo, la de padrinos de bautizo o de abuelos, de quienes
aprendieron a pescar y a trabajar el campo, entre otras actividades.
En los inicios de la migración y durante el proceso de consolidación del grupo
doméstico en Sanger, la flexibilidad de las familias en la transnacionalidad se
presentó con más fuerza, ya que las mujeres y ocasionalmente los hombres
hacían lo posible por traer a los niños con ellos luego de instalarse en la ciu-
dad de arribo en California. Esto no significaba que los lazos afectivos o la
atención de los padres a los hijos en Mezcala fueran irrelevantes, sino todo lo
contrario, por lo menos las mujeres estaban al tanto de lo que les pasaba a sus
hijos en el pueblo y el envío de remesas era más frecuente ya que el objetivo era
mandar por ellos.
Quienes optaron por permanecer en Estados Unidos en condición indocu-
mentada recurrieron a la congregación de varias familias en un solo hogar con
el fin de compartir los gastos de manutención y el cuidado de los niños, y para
compartir información sobre los empleos disponibles en la localidad. Esto ge-
neró dinámicas especiales en torno a la maternidad y paternidad, la cual se
extendió a los demás miembros del grupo doméstico.
Hoy en Sanger no todas las mujeres mayores y abuelas se quedan al cuida-
do de los nietos o de otros niños, ya que varias de ellas trabajan en la recolec-
ción de cítricos, mientras que otras preparan comida para vender en casas o
reciben pedidos de comida para fiestas o celebraciones familiares o religiosas.
Por otra parte, las adultas y las jóvenes al consolidar su vida familiar esta-
blecieron redes de apoyo y cuidado entre hermanas o vecinas que son de Mez-
cala, pero viven en Sanger. Se apoyan en el cuidado de los niños en temporadas
de demanda de mano de obra para el corte de naranja o el empaque de frutas.
Otras prefieren quedarse en casa para cuidar a los hijos de sus hermanos y
recibir un pago por esta labor, lo que implica llevarlos a la escuela, recogerlos,
darles de comer y estar con ellos hasta que sus padres los recojan.
Así, estas mujeres de tres generaciones distintas han aprendido a solidari-
zarse en un contexto que, dada la alta demanda de mano de obra agrícola, re-
quiere dinámicas familiares muy específicas.
En cuanto a la paternidad, ésta ha tenido variaciones al darse en un contex-
to de menor vulnerabilidad y marginación, lo que le da un sentido distinto en
relación con las necesidades de cuidado de los niños, razón por la cual las jóve-
nes marcan diferencias respecto a sus padres en cuanto al uso de la violencia
doméstica. Ellas se refieren más a sus cónyuges en términos de manutención
familiar y responsabilidad de su parte para garantizar la provisión económica.
Asimismo, narran menos historias violentas y más relatos sobre el trabajo y
las jornadas laborales.
Las historias que mostramos dan cuenta de una consecutiva migración hacia el
vecino país del norte en periodos que más o menos coinciden con importantes
oleadas migratorias: la del grupo de los viejos, de 1942 a 1964, durante la vigen-
cia del Programa Bracero; la del periodo conocido como de migración indocu-
mentada, de 1965 a 1986, que aquí identificamos con el grupo de los adultos;
la ocurrida entre 1986 y 1996, en el contexto de la Ley de Reforma y Control de
la Inmigración o Simpson-Rodino, a la que corresponde el grupo de los adultos
jóvenes, y, por último, la de los retornados o deportados, de 1997 a 2013, a la que
pertenece el grupo de los jóvenes. Esto nos permite sustentar la formación de
grupos y de ciertos perfiles migratorios.
California, ya dejó “nombrados los terrenos para cada uno” y a uno de ellos le de-
jará el título de comunero para que lo asuma cuando él muera.
Carlos afirma lo siguiente: “Fueron muy importante las enseñanzas que
me dio mi padre, porque a uno le gusta trabajar y respetar tanto a las personas
como a la tierra, porque ella nos da de comer y es lo que mi padre me heredó”.
Para él ser un buen hombre y un buen padre…
consiste en tener sentidos del corazón, para ser buen hombre necesita negarse, ne-
garse al deseo de otras mujeres. Tener una responsabilidad. Tiene que tener amor a
su mujer y a sus hijos. El mal hombre es el que se deja llevar por las pasiones, que no
respeta a su mujer y sus hijos […]. Yo no puedo decir que yo soy un buen padre, eso
lo tienen que decir mis hijos, yo creo que soy mal hombre porque, aunque no tomé
[alcohol], no dejé de trabajar nunca; eso lo decidirá Dios […]. El deber del esposo y
del padre es darles de comer a su esposa e hijos. El deber de la esposa es atender al
esposo y a los hijos. Los hijos tienen el deber de ir a la escuela y obedecer.
su familia. Así, en 1976 llegó a dicho país y se dirigió a Sanger. Ahí tenía algunos
amigos que trabajaban en la agricultura y ellos lo invitaron a trabajar, así que
llegó casi contratado. Por dos años trabajó cortando naranjas y nectarinas. Pos-
teriormente, decidió que podía trabajar en un empleo mejor pagado, pero más
difícil, enlatando productos comestibles. Este es un trabajo complicado para los
migrantes porque se debe laborar dentro de refrigeradores a baja temperatura y
estar ahí durante ocho horas rebanando frutas o verduras. Trabajó por un año
más y regresó a Mezcala en 1979. Se quedó ahí un año y terminó de construir
la casa de sus padres, al mismo tiempo que trabajaba en la agricultura, en el te-
rreno familiar. También compró un terreno para su padre, a orillas de la laguna,
para poder cultivar chayote, el cual años más tarde se convertiría en un cultivo
de alto rendimiento y en una buena opción de ingreso económico para las fami-
lias en Mezcala.
Un año después, al comienzo de la década de 1980, Ramón regresó a Sanger.
Para él era común escuchar acerca de las redadas de migrantes, de las largas
jornadas laborales y de la poca paga, pero todo valía la pena porque, al regresar
a su pueblo de origen, los dólares ahorrados le permitían concretar sus planes
y mejorar la vida de su familia.
Ramón regresó al mismo mercado laboral en Sanger y adquirió nuevas téc-
nicas de recolección de frutos convirtiéndose así en “mayordomo”, es decir, la
persona encargada de dirigir y distribuir grupos de trabajadores en los ranchos
de cultivo; de modo que estaba enterado de las temporadas de cosecha de diver-
sos productos agrícolas y en consecuencia de las opciones laborales que había
para sus vecinos y conocidos.
Sin embargo, en 1982, aunque ganaba un mejor salario, Ramón decidió volver
temporalmente a Mezcala para terminar algunos compromisos que tenía. En-
tre éstos, visitar a la que ahora es su esposa, la señora Paty. A Mezcala volvió
junto con muchos otros jóvenes de esa época, “con los dólares bajo el brazo” y
con ganas de contraer matrimonio. Ramón decidió que Paty sería su esposa, así
que en 1983 se casaron. Después él regresó a Sanger, por tercera vez. Ahora la
intención era trabajar para enviar dinero a su cónyuge y comenzar a construir
su vivienda. Un año más tarde, cuando nació su primer hijo, Paty y Ramón de-
cidieron que sería mejor que se reunieran todos en Estados Unidos porque ahí
las condiciones laborales para él eran buenas. Así que Paty y su bebé pasaron la
Yo no recuerdo mucho a mi padre, aunque trabajaba en el campo con él, casi siempre
andaba borracho, por eso yo me puse a trabajar desde chiquillo porque él nomás no
se hacía responsable. Por eso digo que pa’ mí, la responsabilidad más grande que
uno de hombre pueda tener son los hijos. Tal vez porque yo veía que mi apá no se
hacía cargo de uno y nomás andaba de borracho y nomás unas veces trabajaba en
el terreno y otras no. En ese tiempo en Mezcala no había más trabajo que el campo
y la pesca. Yo, pa’ mí, lo que heredé de mi papá fue la gana de no ser como él.
Como vemos, para él ser buen padre se relaciona con estar presente y solventar
las necesidades de los hijos, lo cual se traduce en “ser responsable”.
El padre de Ramón no le heredó terrenos ni tampoco la adscripción a la
Asamblea de Comuneros. Sin embargo, Ramón tiene muy claro que a Mezcala
19 Sólo el hijo mayor de Ramón y Paty, que nació en Mezcala, logró adquirir sus documentos,
pero a partir de su matrimonio con una mujer estadounidense de origen mexicano.
El horario de trabajo de Arcadio es matutino (de las 7:00 a.m. a las 3:00 p.m.),
lo que le permite tener parte de la tarde libre, la cual ocupa para estar en casa,
con sus hijos o con sus cuñados que viven cerca.
En casa de Arcadio hay por lo menos tres mujeres haciéndose cargo de la
organización del hogar y del cuidado de los niños, ellas son su esposa, su ma-
dre y su cuñada, porque Arcadio comparte su vivienda con su hermano menor
y la familia de éste (su esposa y dos niñas pequeñas); todas organizan el hogar,
pero cada una se hace cargo de sus propios hijos. Por ahora se trata de una fa-
milia extensa de 10 miembros, debido a que el hermano de Arcadio y su familia
perdieron la vivienda que acababan de adquirir, en la crisis económica que en-
frentó Estados Unidos en 2008.
Arcadio se ocupa de darles el desayuno a sus hijos antes de llevarlos a la
escuela; de ahí, él va a su trabajo. En conversaciones con Arcadio acerca de las
nociones que tiene sobre la masculinidad y la paternidad, comentó que para él
es un tanto difícil cumplir con las expectativas que las mujeres y su familia en
general tienen respecto a su persona, sobre todo en cuanto a la manutención.
Aunque reconoce que su esposa “ayuda” con el gasto familiar, es él quien se en-
carga de abastecer de alimentos y de asumir los gastos en general:
Es muy difícil ser hombre aquí, porque la vida es muy cara, aunque Julia [su esposa]
trabaja, me ayuda con los gastos de la casa; pero a veces no tiene trabajo y, aunque
sea poquito lo que ella gana, es algo. Yo siento que es muy difícil porque a uno de
hombre le toca todo eso de pagar los billes [los recibos de servicios] y luego la casa,
que la escuela de los niños, que la gasolina pa’l carro, que los taxes [impuestos] cada
año, pero uno tiene que responder porque pa’ eso le enseñaron a uno, que si quería
familia, hay que mantenerla.
Ser papá es lo más grande del mundo, pero también [implica] mucha responsabili-
dad, más aquí en el norte, porque uno no puede pegarles a los niños; si uno lo hace, la
policía puede venir por usted y llevárselo o quitarle a los niños y darlos a otros papás.
Uno tiene que ser cuidadoso porque aquí es diferente, no como allá en México, que
la ley no vale pa’ ni tantito. Aquí, si usté golpea a su mujer, le pega a los hijos, al jail
[prisión] va a dar, derechito […]. Aquí por eso me gusta, porque usté puede cuidar
a los niños y ser cariñoso, y la gente no anda diciendo “mira ese, bien mandilón”.
No, aquí apenas si usté conoce al vecino de enfrente; uno no sabe quién vive al lado,
porque aquí la gente ni se habla, no es como allá en México, que hasta compadre
se hace uno del vecino. No, aquí hay otras reglas y usté debe respetarlas.
se separaron y acordaron quedarse cada uno con un hijo. Javier se quedó con
Paco, el mayor, y ella se llevó a Pablo.
Javier regresó a casa de su madre en Mezcala y ante la falta de opciones y el
divorcio decidió irse a Estados Unidos y dejar encargado a Paco con su madre.
Javier llegó a Sanger en 2007, sin documentos y con ayuda de su hermana
Julia, quien vive en esa ciudad. Unos años más tarde, se fue a vivir a Comp-
ton, en el área metropolitana de Los Ángeles. Su hermano mayor, quien vivía
ahí, le consiguió trabajo en la empacadora de comida rápida Cedarlane Natu-
ral Foods California, donde trabaja como supervisor. Javier labora en el área
sanitaria dando mantenimiento de limpieza a las máquinas empacadoras de
alimentos.
Javier distribuye sus ingresos de esta manera: una parte es para gastos
de manutención, otra se la envía a su madre a Mezcala y el resto lo destina al
ahorro. Él le envía dinero a su madre cada mes o cada 15 días, aproximadamente
100 o 150 dólares, los cuales son para satisfacer las necesidades de su hijo Paco.
En ocasiones envía ropa, juguetes y zapatos, o dispositivos tecnológicos en los
cumpleaños y en Navidad.
En Estados Unidos de América, Javier dejó la religión católica para profesar
la evangélica. Desde 2008 es parte de la Iglesia de Restauración Misión Elim
Internacional. Para él, la experiencia del cambio de religión ha sido de ayuda:
“Me ha ayudado a orientar mis prácticas, a vivir una vida ordenada, lejos del
alcohol, las mujeres y los malos hábitos de esta sociedad”.
En Mezcala su hijo Paco debería estar cursando el cuarto grado, pero va en
el segundo, ha reprobado este grado en dos ocasiones. La maestra le ha dicho a
la madre de Javier que a Paco le cuesta trabajo aprender y que tiene problemas
de comportamiento (es distraído), pero ella piensa que más bien el niño está
enfermo de tristeza por no tener a su padre cerca.
Al hablar con Javier acerca de la relación a distancia que mantiene con su
hijo, él argumenta lo siguiente:
Estoy preparado para las preguntas que Paco me haga, estoy preparado para res-
ponder todas las dudas de él, por qué su madre lo rechazó, el divorcio y por qué yo
lo dejé con su abuela. La razón principal por la que yo quiero volver a México es
porque quiero que Paco se sienta querido, apreciado por lo menos por mí, que soy
su padre, en realidad por eso quiero irme pa’ Mezcala de regreso.
Conclusiones
y del “buen padre” o del “mal hombre” y “mal padre” a través de su experiencia
como cónyuge en este contexto de migración, de ausencia permanente o tem-
poral. Son ellas quienes configuran esa idea de ser padre, pero también la de
ser migrantes activas y negociar la presencia de los hombres ante el grupo de
parientes. Este escenario vuelve compleja la idea de padre y madre.
Por su parte, en la generación de los indocumentados (1965-1985) observamos
que a los hombres se les cuestiona su autoridad, ya que son las mujeres quienes
impulsan la economía familiar o la residencia de los hijos en EUA.
Los casos de estudio muestran momentos trascendentes en las trayectorias
de vida, tales como el alcoholismo y la violencia doméstica, que influyen en la
falta de credibilidad del padre, quien deja de serlo al no proveer económica-
mente. Son las mujeres y los hijos quienes se hacen cargo de la manutención y
de la economía doméstica. En ese sentido, el respaldo de todo el grupo familiar
permite la reproducción de éste y de los modelos de paternidad, los cuales al
inicio del matrimonio fueron cumplidos por los varones conforme al mandato
de ser proveedores, pero que con el paso del tiempo y en distintos momentos
del ciclo de vida se vieron reemplazados por la acción de las mujeres y los hijos.
En la generación de los adultos jóvenes, correspondiente al periodo de am-
nistía basada en la irca (1986-1996), observamos cambios importantes, sobre
todo en la migración, al existir infraestructura que permitiera el vaivén entre
puntos nodales geográficos. En esta generación, las mujeres salían a trabajar,
y eran las abuelas, hermanas o hermanos quienes se quedaban a cargo de los
niños, es decir, el grupo familiar organizado permitía que los pequeños tuvie-
ran ciertas pautas de comportamiento, como en Mezcala.
La frustración y la falta de autoridad que algunos padres pertenecientes
a esta generación expresan muestran que se permiten ser conscientes de sus
sentimientos, lo que en otras generaciones era imposible. Por otro lado, aunque
estos hombres pudieron hablar sobre la necesidad de ser reconocidos como la
autoridad principal en el grupo familiar, la migración creó tensiones en este
aspecto debido a sus ausencias forzadas o por decisión propia.
En la última generación, la de los retornados y deportados (1996-2012) se
evidencia una tensión creciente respecto a la crianza de los niños. Cabe señalar
que las tensiones no son las mismas a lo largo de las generaciones, esto debi-
do al ciclo de vida de cada entrevistado y la conformación de su familia hogar,
que expresa impasses porque tiene necesidades diferentes como la crianza de
los hijos, la relación con las cónyuges en ese sentido, la migración es un hecho
cercano en el imaginario de los mezcalenses: el norte no está lejos, se vive co-
tidianamente y se manifiesta en el sustento económico y en la ausencia o pre-
sencia de padres y madres.
Los cambios en las representaciones e ideas de paternidad se van modifi-
cando lentamente en lo que concierne al significado de ser hombre y ser padre
en Mezcala, aunque se mantienen los valores tradicionales que otorgan a los
mezcalenses su identidad como pueblo indígena, la residencia posmarital y la
herencia, lo cual podemos observar al preguntarle a alguno de los entrevista-
dos qué heredó de su padre.
La idea de la herencia genera una poderosa amalgama que permite profun-
dizar en la noción de continuidad, esa continuidad entre ser padre y estar en
Estados Unidos de América o en Mezcala y estar ausente, pero al mismo tiempo
presente, es decir, estar en dos lugares al mismo tiempo aun cuando la herencia
otorgada no sea la mejor para los entrevistados.
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Juan Pacheco
1 La palabra lonco significa literalmente “cabeza”. Se usaba para referirse al jefe de una unidad
familiar o grupo familiar extenso.
319
2 El lof es una unidad familiar extensa con propiedades económicas, políticas y territoriales,
encabezada por un lonco o cacique. Esta unidad podía a su vez establecer alianzas de coope-
ración con otros lof dando así origen a un lof mapu y a unidades territoriales encabezadas
por un ñidol lonco o capitán de loncos (Bengoa, 2008).
3 Ad-mapu (“la forma correcta de la tierra”) es un código de normas que regulaba todos los
aspectos de la vida en la sociedad mapuche: las uniones familiares, las alianzas territoria-
les, la ética y los asuntos seculares.
4 Las reservaciones o títulos de merced fueron concedidas por el Estado de Chile a unidades
familiares encabezadas por un lonco designado por la autoridad militar. Muchas veces es-
tas concesiones de tierras estaban en lugares cuya calidad del suelo era mala, en las que
había muy pocas posibilidades de desarrollar la agricultura, y como producto de la guerra,
entregadas a grupos familiares dispersos o que no correspondían con su estructura de
parentesco.
6 Este concepto se usa en el mismo sentido en que James Scott lo aplica a la zona de Zomia,
entre China y el sureste de Asia. Scott extrae el concepto de la obra de Gonzalo Aguirre
Beltrán y lo retoma en su libro The Art of Not Being Governed. An Anarchist History of Upland
Southeast Asia.
7 Las comunidades mapuches surgen por la creación de las reducciones, donde las unidades
familiares dispersas quedaron reunidas en torno a una misma concesión de tierras. La co-
munidad es producto de su relación de subordinación con el Estado y es un concepto jurí-
dico y político impuesto mediante la ley 19.253 de 1993, que instaura el nuevo marco legal
de la relación entre el Estado y la sociedad mapuche.
8 La inclusión de los mapuches a las redes de la sociedad chilena ocurre en un espacio mar-
ginal muy mediado por las relaciones políticas. Algunos investigadores advierten que el
reconocimiento de la sociedad mapuche en Chile sólo reviste un carácter simbólico y que
está pendiente su inclusión social y política, puesto que es un tema de derechos más que de
la sola inclusión económica (Yáñez y Aylwin, 2007).
Dos actores pueden permanecer en alguna clase de equilibrio dinámico; uno puede
eliminar, asimilar, subordinar o encerrar al otro; o cualquiera de ellos, o ambos,
pueden abandonar la confrontación y terminar la relación de manera temporal
y permanente. El predominio de una de estas posibilidades no dependerá de que
9 Si bien el patrón de cultura de la resistencia es el mismo que describe Scott, es preciso se-
ñalar que esta contracultura, en términos políticos, surge como la edificación de una iden-
tidad por oposición, en la que el mundo huinca o mestizo es el negativo y el responsable de
las desgracias del pueblo mapuche. En este sentido, podemos destacar, como lo hace Rolf
Foerster, que esta oposición genera un pensamiento milenarista y en algunos casos, a ni-
vel de dirigencia tradicional, surgen líderes que explotan condiciones de mesianismo de la
misma forma en que los antiguos loncos explotaban el capital simbólico y su condición de
carisma en las agrupaciones territoriales (Foerster y Gunderman, 1990).
10 Es el caso del programa de compra de tierras para indígenas denominado Fondo de Tierras
y Aguas Indígenas (ftai), ejecutado por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena
(Conadi) y creado para dar respuesta a las demandas históricas territoriales y a los pro-
blemas de pobreza por la escasez de tierras en las comunidades. El resultado ha sido que
el conflicto mapuche no ha tenido solución, ha aumentado la violencia y las comunidades
que se han incorporado al conflicto, y se ha generado especulación respecto al valor de la
tierra, de modo que se ha incrementado hasta cuatro o cinco veces su valor real.
12 La idea de anomia, recogida de la versión más elemental de Émile Durkheim, como caren-
cia de normas sociales, también está relacionada con el concepto persona: la idea de un
sujeto que se forma en las relaciones sociales tiene que ver con la socialización e incorpo-
ración de éste a un sistema de normas y sanciones. Cuando no es así, cuando las normas
son contradictorias y disonantes, se genera una condición de ausencia de normas sociales.
13 No se plantea que la relación entre ambas estructuras sea una condición de una norma que
regule desviaciones, sino que el concepto desviación, en este caso, surge como una respues-
ta a la necesidad de dominación y control de la sociedad dominante, es decir, como una
imposición.
14 El concepto comunidad corporativa se usa en el sentido en que Eric Wolf (1957) lo plantea.
15 El concepto estructuras estructurantes se plantea como la relación de dos estructuras que
dan origen a una nueva, es decir, un concepto relacional que explica una situación de in-
terpenetración en un espacio social asimétrico, jerarquizado y desigual, que le da forma al
proceso de cambio y reestructuración de la estructura subordinada.
norma, que deriva del código social conocido como Ad-mapu, tiene una aso-
ciación estrecha con la cosmovisión cultural, la concepción política y social
de territorialidad, y la necesidad económica de la tierra para la comunidad. Es
posible establecer que estas concepciones se inscriben en una unidad grupo-
territorio, que generará las adaptaciones y formas de resistencia de la sociedad
mapuche a través de las estructuras de transición.
Por otra parte, la adaptación de las comunidades, que se deriva del proceso
de reducción, empobrecimiento y migración, conlleva a una modificación de
las redes sociales en el espacio controlado por el Estado chileno. A partir de
1884, con la reducción territorial y el aniquilamiento de la estructura de poder
de la sociedad mapuche luego de la Pacificación de la Araucanía, este sistema de
relaciones sociales se transformó radicalmente y obligó a la construcción de es-
pacios de refugio en el territorio de las reservas indígenas y a la ampliación de
las relaciones instrumentales con la sociedad dominante.16 Se produjo una mo-
dificación de la influencia del poder del Estado, de modo que esta institución
comenzó a cumplir el rol de proveedor y regulador de las conductas de los in-
dividuos y las comunidades. El Estado chileno se convirtió en la institución
normativa que mediaba las relaciones de conflicto, el acceso a recursos econó-
micos y el despliegue de conductas políticas según sus criterios de control y
gobernabilidad. De esta forma, en la sociedad mapuche se impuso una regula-
ción externa de las conductas sociales, como reemplazo de las construcciones
sociales internas,17 una situación que ejerce presión para que ocurran cambios
en su estructura social.
Otro aspecto a tener en cuenta es la construcción de redes sociales des-
de el sistema de parentesco, el cual se ve alterado por la posibilidad de crear
mecanismos de intercambio social y distribución de recursos, así como des-
de la generación de lazos débiles, con el fin de obtener recursos de fuera de la
16 Como el surgimiento de organizaciones indígenas que expresan una relación funcional con
el Estado chileno, pero que son empleadas por las comunidades para canalizar recursos y
demandas políticas.
17 La propuesta del Estado como sistema de imposición de normas sociales también se en-
tiende como la producción de un dispositivo de poder que regula las conductas sociales de
los grupos subordinados. Sin embargo, este sistema de normas sociales emerge como ex-
presión de la cultura de los grupos dominantes de la sociedad, vale decir, las élites sociales
sobre las cuales se funda la institución del Estado.
¿Cómo se explican los efectos, los alcances y el impacto de las políticas de Esta-
do en las comunidades indígenas sin recurrir a la idea de carencia, desviación
Conclusiones
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Las transformaciones ocurridas en Bolivia a partir del año 2000, marcadas por
protestas y movilizaciones indígenas y populares, llevaron al poder en 2006 al
primer presidente indígena del país, desatando expectativas e ilusiones. Hoy,
una década más tarde, cada vez más voces ponen en entredicho el accionar del,
así denominado, “gobierno indígena”.1 No es el objetivo de este artículo hacer
un análisis político sobre la situación actual de Bolivia, más bien se trata de
provocar una mirada retrospectiva que permita establecer cómo y por qué un
país como ese, con mayoría indígena, en corto tiempo pasó por la súbita me-
tamorfosis de ser el “niño de afiche de las políticas neoliberales [a convertirse
en la] estrella luminosa del movimiento antiglobalización” (Kohl y Farthing,
2007: 286). La migración interna quizá sea el factor que tengamos que estudiar
y analizar para comprender este importante cambio de actores políticos que
no ha estado exento de enfrentamientos y crisis, pero también de resistencias
y alianzas. El cómo se llegó a este “momento constitutivo” (Tapia, 2002),2 que
muchos académicos han interpretado como la etnización de la política o la po-
litización de lo étnico, es precisamente lo que nos interesa explorar.
Comenzaremos preguntándonos sobre el contexto político y social que llevó
al país a este momento, allí identificamos un elemento, la migración interna,
que aquí la consideraremos como una estrategia ya no sólo de sobrevivencia, o
como un habitus (en el sentido bourdiano) de la región andina (Hinojosa, 2009),
sino como una estrategia de resistencia política. Continuaremos entonces con
1 Debido, entre otras cosas, a su apoyo a las políticas extractivistas de consorcios, en su ma-
yoría chinos, en la región, con la consecuente falta de políticas medioambientales.
2 Basándose en Zabaleta Mercado (2003), Tapia define el momento constitutivo como una
categoría en la que se trata de dar cuenta de aquel momento en el que las cosas empiezan
a ser lo que van a ser por un largo tiempo. Es decir, cuando se estructuran formas de vida
social, económica y política que se han de desplegar por un largo tiempo.
341
3 “Bolivia: ¿un país ‘fuera de servicio’?” es el título de las Jornadas sobre Bolivia llevadas a cabo
en la Universidad de Colonia en noviembre de 2005.
Las reformas [las provenientes de la npe] han tropezado con cuatro problemas:
i) la elección del momento, ii) la implementación, iii) el financiamiento y iv) la
4 Para más información sobre esta crisis de los años ochenta, véase Lazarte y Pacheco (1992).
Esta proeza, milagro o todos los calificativos que las ifi le dieron le costó a la
sociedad boliviana más de lo que la mayoría de los analistas económicos han
querido reconocer: 23 000 mineros de un total de 30 000 perdieron su empleo
sólo durante el primer año, mientras que en el sector fabril se perdieron unos
35 000 empleos en el transcurso de cinco años (Crabtree, 2005: xvii). El gobierno
Muchas de las políticas de la npe, que fue aplicada con base en el Decreto Su-
premo Nº 21060, tenían la intención explícita de recuperar el apoyo que las ifi
y Estados Unidos de América le habían retirado a Bolivia durante el gobierno
de la udp (1982-1985). La destrucción del poder de la Central Obrera Boliviana
(cob) y de la resistencia del boliviano de a pie fue también una de las metas
principales de la npe, aunque no de modo explícito (Kohl y Farthing, 2007: 131).
En aquellos tiempos se consideraba al movimiento obrero como al principal
ente de resistencia, por eso la declaración del que por entonces fuera minis-
tro de Economía y más tarde presidente del país, Gonzalo Sánchez de Lozada,
resultó tan llamativa, pues dio a conocer lo que mediante esta política se pre-
tendía hacer con los movimientos sociales del país: “Antes que un plan estricta-
mente económico [la npe] es un plan político, que tiende al restablecimiento de
principios fundamentales para el funcionamiento de la República, en ausencia
1. Reforma educativa. Hasta principios del presente siglo, Bolivia tenía una de
las tasas de analfabetismo adulto más altas de Sudamérica.7 La reforma
educativa de 1995 concebía a la educación como un mecanismo para dotar
a los estudiantes de las destrezas básicas y conocimientos técnicos para de-
sarrollar sus capacidades e insertarse en el mercado laboral de manera más
adecuada, con ese propósito se intentó crear un componente multicultural,
a través de los textos de estudio por ejemplo. En teoría, este tipo de educa-
ción serviría para ampliar los derechos de la ciudadanía, pero, en la práctica,
la mayor parte de los fondos destinados a esta reforma se ocuparon en la
El ciclo rebelde8
8 Autores como García Linera (2004), Patzi (2003) y Cabezas (2007), entre otros, coinciden
en que este periodo abarca de 2000 a 2005 y se caracteriza por las masivas protestas que
interpelan, cuestionan y critican la forma excluyente del Estado, así tenemos la llamada
guerra del Agua en 2000 y el levantamiento popular de septiembre del mismo año, ambos
ocurridos en Cochabamba, pero cuyo alcance fue nacional; el bloqueo de caminos de junio
de 2001 en La Paz; la revuelta de los cocaleros en febrero de 2002 en la zona del Chapare;
el “febrero negro” de 2003; la guerra del Gas, entre septiembre y octubre de ese año, que
comenzó con el pedido de liberación de presos políticos y acabó con la renuncia de un pre-
sidente; la movilización alteña para expulsar a Aguas del Illimani en enero de 2005 y las
movilizaciones de junio del mismo año.
contentaban con ser votantes, sino que buscaban el camino para ser candidatos,
lo cual significaba un claro desafío a un sistema hecho a la medida de las élites.
Los cocaleros
detección por satélite, pero recibir menos sol hace que la hoja de coca se vuelva
más dura, verde y grande, con más alcaloide, por lo tanto mucho más atractiva
para su uso en la fabricación de cocaína.10 Ante este panorama, 1990 sería un
año clave para el tema de la erradicación, pero también sería un punto de in-
flexión en lo que respecta a derechos constitucionales. No es que hasta entonces
Bolivia haya sido un ejemplo en cuanto al respeto a los derechos ciudadanos,
sino que a partir de la promulgación, en ese año, de la Ley del Régimen de
la Coca y Sustancias Controladas — más conocida como ley 1008 — todo ciu-
dadano que habitara suelo boliviano tenía que demostrar su inocencia ante la
sospecha de ser narcotraficante, una lógica que contradice el precepto de que
todo ciudadano es inocente hasta que se demuestre lo contrario. La ley 1008
11 Esto ha sido objeto de muchas especulaciones, al respecto véase La Nación del 6 de diciem-
bre de 2005 y Time Magazine del 11 de septiembre de 2008.
La intensa movilización social que Bolivia ha vivido en los últimos años tiene
su propio correlato en Tarija, uno de sus nueve departamentos. Este es un te-
rritorio que durante años ha estado más orientado al exterior que hacia Bolivia
misma,13 el cual tiene una rica diversidad ecológica y gasífera. Esta heteroge-
neidad geográfica desencadena una suerte de heterogeneidad social, donde
se presentan dos visiones de país, la nacional y la regional; ambas buscan al-
canzar la hegemonía mediante la ocupación del gobierno departamental, que
está en franca oposición a la línea del gobierno central. Lo anterior, aunado
a la división y confrontación latente entre la ciudad capital de Tarija y las de-
más provincias constituyen algunos elementos de esta compleja conflictividad
(padep y gtz, 2010: 28).
Al igual que otras ciudades latinoamericanas, Tarija es el resultado de las
divisiones coloniales que produjeron órdenes espaciales, las cuales fueron el
cimiento para el imaginario de la sociedad que se pretendía construir. La in-
migración de las tierras altas a Tarija nunca fue bien vista por las instituciones
locales como el Comité Cívico o la élite del departamento, por ello culparon a los
inmigrantes de la pobreza, la suciedad o las crecientes protestas en la ciudad.
Cuando los inmigrantes (en su mayoría mineros relocalizados y fabriles) llega-
ron en los años ochenta a Tarija, era un lugar bastante rezagado en relación con
el que dejaron, pues entonces todavía no se habían descubierto los pozos gasí-
feros que han convertido a Tarija en una de las ciudades de Bolivia que reciben
más ingresos por impuestos a los hidrocarburos. Tarija era por aquellos años
una ciudad pequeña, con una élite feudal que basaba su estatus en el apellido
y que vivía básicamente de la agricultura.
En Tarija, como en otras ciudades de Latinoamérica, los barrios nuevos
periurbanos son el primer anclaje para los inmigrantes que llegan a la ciudad.
Lo interesante en los barrios del norte de Tarija es que, aunque el origen étnico
indígena de sus actores (aymara o quechua en su mayoría) es sin duda un rasgo
Conclusiones
15 El ayllu es un modelo social cuya difusión es general en el territorio andino, sobre todo en lo
que corresponde al territorio boliviano, está constituido por un grupo de familias circuns-
critas a un territorio que reconocen una ascendencia común. Se reconoce que el ayllu tiene
un origen preincaico, es decir que su forma ha sobrevivido también a la Conquista, proceso
durante el cual las autoridades andinas de los ayllus cumplieron funciones intermediarias
entre las autoridades coloniales y los indios; esta relación estaba orientada al cobro de la
tasa y la asignación de la fuerza de trabajo (Choque, 2008)
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1 Todo lo que acá se expondrá es producto y parte del trabajo del Equipo de Comunicación
y Análisis Colibrí Zurdo, en el que se ha desarrollado una propuesta de acompañamiento
y análisis para entender y aportar al proceso de movilización comunitaria.
2 Según Louis Dumont, todas las sociedades humanas previas al proceso de modernización
de Europa occidental, que se extendió por el mundo en los últimos siglos, se habrían regido
por ideologías de corte holista, basadas en la idea de la colectividad que contiene al indi-
viduo, y la estamentación, que conlleva una concepción jerárquica de la sociedad. Eso fue
369
lo que quiso contrarrestar el igualitarismo liberal occidental (Dumont, 1977), que estaba
asociado a la libertad individual.
3 Evidentemente, los casos son mucho más complejos que lo que puedo exponer por cues-
tiones de espacio. Me centraré en lo más importante de cada uno y en lo concerniente al
4 Estas casi 100 consultas representan cerca del 30% de los municipios del país, con una par-
ticipación de más de un millón de personas, de una población total de 15 millones.
Lo que observamos en todos estos casos es que, para movilizarse contra las di-
ferentes formas de despojo, estas comunidades no buscan crear organismos ad
hoc ni se adhieren a organizaciones ya existentes (sí hacen ambas cosas, más
tarde y según su propia lógica), lo que hacen es recurrir a las instituciones de
nivel comunitario y a las formas históricas de participación y representación.
Con ello actualizan una institucionalidad y un comportamiento de larga data
que tiene profundo calado en las comunidades y que ahora ha retomado la ini-
ciativa y el papel de intermediaria ante la ineficacia u hostilidad de las institucio-
nes estatales de niveles superiores. Este gobierno comunitario se manifiesta en
instituciones de diversos orígenes y funciones: la asamblea (la más común),
el comisariado ejidal o comunal, la cofradía y en figuras de principales, alcaldes
comunitarios y comadronas.
5 Tomo esta idea de Orlando Aragón, quien utiliza la categoría de palimpsesto jurídico, si-
guiendo a Boaventura de Sousa Santos, para explicar la cohabitación de diferentes expre-
siones de justicia purépecha como manifestaciones de derecho concretas que son el produc-
to de una compleja hibridación que responde a diferentes temporalidades entrecruzadas
(2014: 268).
6 Al decir “toda América” me refiero en especial a los indígenas de tierras altas que fueron
insertados en las dinámicas de acumulación desde la Colonia, en su papel de tributarios
y campesinos, en contraposición a los que vivían en selvas, desiertos u otros espacios pe-
riféricos, que permanecieron más al margen del Estado hasta tiempos modernos y en los
que el comportamiento colectivo no tomó la forma socioespacial de la comunidad (véase
Sariego, 2005).
7 La forma simplista en que algunos autores han usado la formulación de Wolf ha hecho
mucho daño a la comprensión de los comportamientos comunitarios, sobre todo esa idea
de comunidad “cerrada” como externa o “autónoma” respecto al contexto en que se desen-
vuelve. Mi propuesta es que las comunidades indígenas fueron corporativas precisamente
porque nunca fueron cerradas, sino porque esa fue la forma de insertarse en su contexto
colonial, republicano y capitalista.
La depredación neoliberal
Además, las luchas de más de una generación permiten ya una versión pú-
blica del ser indígena que no se basa más en los estigmas denigratorios de si-
glos de dominación étnica, sino que conlleva todo un orgullo de ser pueblos
originarios y pobladores ancestrales del continente. Por lo tanto, hay elemen-
tos de la cultura que pueden esgrimir como propios y tomarse como base de
sus reclamos. En este caso es muy importante la valoración del entorno consi-
derándolo como la Madre Tierra y la relación que se establece con ella, como
elementos distintivos que sustentan la lucha por el territorio y en contra del
despojo, y como base de una alternativa — el buen vivir — a ese “desarrollo” que
se muestra depredador.
Dentro de estas relecturas, la misma comunidad y el poder interno como
“servicio” a la colectividad han sido tomados como elementos fundantes de lo
indígena (Tzul, 2016). En México destaca todo lo avanzado en diferentes campos
a partir de la idea de la “comunalidad”, desarrollada por intelectuales oaxaque-
ños como el mixe Floriberto Díaz y el mazateco Jaime Luna (Aquino, 2010). Los
mismos zapatistas han hecho su propio desarrollo de la idea de comunidad en
los municipios autónomos, basados en el “mandar obedeciendo” (Mora, 2010).
En Guatemala, sin una tradición teórica tan importante, la idea de comuni-
dad también ha sido un potente motor ideológico para el rescate de lo indíge-
na (Ajxup et al., 2010; serjus, 2013), a partir de casos como el de Totonicapán
(Tzul, 2016).
Esta asunción de los derechos indígenas como una de las bases actuales de
la rearticulación comunitaria — y con ello el reforzamiento de las comunidades
como espacios de lucha — está transformando sus mismas estructuras y la con-
cepción de lo que es la comunidad. El caso de las comunidades agrarias y ejidos
en México lo hace muy evidente. Tras el pacto posrevolucionario, en el siglo xx,
las comunidades fueron espacios para resguardar la integridad territorial y su
institucionalidad fue el soporte del autogobierno comunitario (Sánchez, 1999;
Medina, 2005). Pero, ahora, estas comunidades ya no se conciben sólo como
formadas por comuneros que poseen colectivamente el territorio, sino por to-
dos los miembros de una comunidad que se asume como indígena y que con-
sidera a la Asamblea como su máximo órgano. Así, en Mezcala, ésta tiene que
dejar de ser sólo de comuneros — dueños de certificados — para darles acceso
a todos los integrantes de la comunidad (Bastos, 2011). Otro ejemplo es el del
sistema jurídico de Cherán creado tras la declaración de la autonomía, el cual
FOTOGRAFÍA 11.5
Gafete del Foro Nacional,
Jaltepec, noviembre de 2009
Todo lo que estamos viendo implica que ante la ola de agresión que sufren,
ciertas comunidades, sobre todo indígenas, se están posicionando respecto al
Estado y sus políticas neoliberales. La negación, la deslegitimación y la repre-
sión son las respuestas más frecuentes hacia estas comunidades organizadas.
No es de extrañar, pues sus propuestas suponen un cuestionamiento a las de
los Estados latinoamericanos y a las formas que está tomando el capitalismo
en esta fase de la globalización. Suponen todo un cuestionamiento a la idea de
“desarrollo” que ha acompañado de diversas maneras el devenir de la moder-
nidad y el capitalismo (Escobar, 1996). Si éste históricamente no ha beneficiado
mucho a las comunidades, en estas últimas fases está demostrando su carácter
depredador, por lo que es retado por nuevos discursos que combinan el saber
indígena con las propuestas medioambientales y alternativas que se han ido
consolidando en una sola propuesta de posible desarrollo alrededor del “buen
vivir”, que tiene en la comunalidad uno de sus pilares (Gudynas, 2011).
Quizá uno de los cambios más importantes se está dando en la forma de
actuar alrededor de las instancias comunitarias, en el llamado “gobierno indí-
gena”. La defensa a toda costa del territorio y de los recursos comunitarios, la
actuación desde las instituciones y autoridades comunitarias, y la representa-
tividad y movilización comunitarios, recrean y refuerzan las estructuras inter-
nas de participación como formas de ejercer la pertenencia a la comunidad, al
mismo tiempo que van trazando en su mismo proceso la construcción de una
propuesta de relación con el Estado.
En su lucha, la gente reclama que el Estado los tome en cuenta como ciuda-
danos que forman parte de diversas comunidades, y plantean que la relación
con éste se establezca través de las estructuras comunitarias desde las que ac-
túan. Con ello, las comunidades también están desafiando las formas de par-
ticipación y democracia que en los Estados latinoamericanos han acompañado
la puesta en marcha de políticas neoliberales: en su actuar, exigen que sus auto-
ridades — comisariados, alcaldías indígenas o asambleas — sean consideradas
por el Estado como sus representantes y que las interpele a través de estas ins-
tituciones y estructuras comunitarias. Se trata de una propuesta nueva, basada
en la historia, de una ciudadanía comunitaria (Bastos, 2015b).
Ante la histórica ausencia de espacios de participación política brindados
por el Estado colonial y republicano, la “comunidad” se convirtió en el ámbito
en que se ejercía la pertenencia social plena y era posible dicha participación.
Hasta entrado el siglo xx, ante la imposibilidad de acceder a cualquier tipo de
ciudadanía, muchos indígenas la ejercieron a nivel local, como una ciudadanía
comunitaria. Esto se llevó a cabo mediante una serie de deberes y derechos que
quedaron plasmados tanto en los ciclos rituales como en las estructuras de
participación jerárquico-corporativas en los espacios comunitarios, las cuales
al mismo tiempo eran estructuras de intermediación con los poderes estales y
eclesiásticos (Tzul, 2016). La supervivencia de la comunidad — y con ello de lo
indígena — quedó asociada a la capacidad de ejercer esa ciudadanía, que esta-
ba asociada indefectiblemente a un territorio y una institucionalidad propios,
que permitían una mínima autonomía (Ekern, 2011b).
Ahora se trata de dar reconocimiento a esta pertenencia corporativa que
siempre ha existido, como forma de lograr la plena pertenencia a las socieda-
des nacionales y globales. Conforme a lo anterior, la ciudadanía se ejercería
— aunque de hecho se está ejerciendo — de manera colectiva en las comunida-
des. Esta ciudadanía ni se reclama ni se proclama, sino que se construye en los
hechos, porque tiene su origen en una vivencia histórica, que ha decantado una
ideología comunal (Zárate, 2005), la cual hoy está siendo racionalizada por los
intelectuales y políticos indígenas de Latinoamérica.
Este proceso conlleva un reclamo que está presente en todas estas diná-
micas: reconocer la existencia de esas autoridades de nivel comunitario. Esto
supondría, de hecho, reconocer la capacidad de autogobierno de los indígenas.
En la actualidad, el derecho de autodeterminación y el de autogobierno — que
13 Se refiere a las formas en que se van creando y recreando los atributos y elementos que les
fueron arrebatados por la colonización y que los constituyen como pueblo — la lengua, la
cosmovisión, el territorio, la ciencia, etcétera—, buscando así revertir los efectos de la co-
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