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Los jóvenes

en un mundo
en transformación
Nuevos horizontes
en la sociabilidad humana

Coordinador
Prof. Andrés Canteras Murillo
Facultad CC.PP. y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Los jóvenes
en un mundo
en transformación
Nuevos horizontes
en la sociabilidad humana

Coordinador
Prof. Andrés Canteras Murillo
Facultad CC.PP. y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Primera edición 2004
© Instituto de la Juventud
C/ José Ortega y Gasset, 71
28006 Madrid

Diseño cubierta: Sonia Sánchez/Pep Carrío

Imprime: ARTEGRAF, S.A.


Sebastián Gómez, 5
Tel.: 91 475 42 12
28026 MADRID

NIPO.: 208-04-017-7
D.L.: M. 39.758-2004

Impreso y hecho en España


Printed and made in Spain
ÍNDICE

PRESENTACIÓN ...............................................................................
Doña Leire Iglesias
Directora General del INJUVE

Los jóvenes en un mundo en transformación


INTRODUCCIÓN ............................................................................. 9
Prof. Dr. D. Andrés Canteras Murillo
Director del Curso

MÓDULO I:
El LABERINTO DE LA POSTMODERNIDAD:
CAMBIOS EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN

CAPÍTULO I.1 LA MATRIZ DEL CAMBIO:


METABOLISMO GENERACIONAL Y METAMORFOSIS DE
LAS INSTITUCIONES................................................................. 17
Prof. Dr. D. Enrique Gil Calvo

CAPÍTULO I.2 LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO: EL


ORDEN DEL CAMBIO ............................................................... 31
Prof. Dr. D. Emilio Lamo de Espinosa

CAPÍTULO I.3 ¿Y DESPUÉS DE LA POSTMODERNIDAD, QUÉ?


DEBATE PARA UNA NUEVA ÉPOCA ....................................... 59

I.3.1 EL RETORNO DEL REALISMO POLÍTICO COMO


CONTRAMODERNIZACIÓN REACCIONARIA............ 59
Prof. Dr. D. Enrique Gil Calvo

5
I.3.2 POR AHORA, SEGUIMOS EN LA POSTMODERNI-
DAD ..................................................................................... 69
Prof. Dr. D. Fernando García Selgas

I.3.3 LA MODERNIDAD HA MUERTO, ¡VIVA LA MODER-


NIDAD!................................................................................ 79
Prof. Dr. D. Pablo Navarro

I.3.4 ¿UNA NUEVA ERA GLOBAL? ........................................... 91


Prof. Dr. D. José M. García Blanco

MÓDULO II:
A LA BÚSQUEDA DE SÍ MISMO:
Los jóvenes en un mundo en transformación

SENTIDO VALORES Y CREENCIAS DE LOS JÓVENES


EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS

CAPÍTULO II.1 LA CONSTRUCCIÓN DE SENTIDO EN LAS


SOCIEDADES COMPLEJAS: LAS MÁSCARAS DEL “SELF”
EN LA MODERNIDAD ............................................................... 99
Prof. Dr. D. Josetxo Beriain

CAPÍTULO II.2 LA DIFERENCIACIÓN DE SENTIDOS EN LAS


SOCIEDADES COMPLEJAS: CREENCIAS Y VALORES DE
LOS JÓVENES .............................................................................. 141
Prof. Dr. D. Andrés Canteras Murillo

CAPÍTULO II.3 LA CONVIVENCIA DE SENTIDOS EN LAS SO-


CIEDADES COMPLEJAS: MESTIZAJE E INTERCULTURA-
LIDAD ........................................................................................... 171

II.3.1 LAS MÁSCARAS DEL YO MODERNO ........................... 171


Prof. Dr. D. Josetxo Beriain

II.3.2 MESTIZAJE, MULTICULTURALIMO Y CIUDAD......... 175


Prof. Dra. Dª. Josepa Cucó

II.3.3 EL SABER DE LAS EDADES............................................. 181


D. Mario Satz

6
MÓDULO III:
EL COMPROMISO SOCIAL DE LOS JÓVENES:
COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS Y MOVIMIENTOS
SOCIALES EMERGENTES

CAPÍTULO III.1 LA CREATIVIDAD: CLAVE PARA LA ESPE-


RANZA .......................................................................................... 189
Prof. Dr. D. Federico Mayor Zaragoza

CAPÍTULO III.2 MOVIIENTOS SOCIALES GLOBALES: LA


EPOPEYA DEL SIGLO XXI ......................................................... 205
Prof. Dr. D. Federico Javaloy

Los jóvenes en un mundo en transformación


CAPÍTULO III.3 IDENTIDAD, PARTICIPACIÓN Y COMPRO-
MISO SOCIAL: UNA CIUDADANÍA PARA EL SIGLO XXI .... 219

III.3.1 LOS VALORES DE LOS JÓVENES Y SU COMPROMI-


SO CON LAS INSTITUCIONES Y CON LA TRANS-
FORMACIÓN SOCIAL .................................................... 219
Prof. Dr. D. Álvaro Rodríguez

III.3.2 EL “MOVIMIENTO DE MOVIMIENTOS”: SUS


CARACTERISTICAS Y SU RELACION CON LA
ACCIÓN POLÍTICA ........................................................ 229
Prof. Dr. D. Jaime Pastor

III.3.3 LA EVOLUCIÓN DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS


SOCIALES: UNA PROPUESTA DE SÍNTESIS ............... 237
Prof. Dr. D. Luis Enrique Alonso

III.3.4 MOVIMIENTOS SOCIALES Y JÓVENES EN BUSCA


DE IDENTIDAD Y COMPROMISO .............................. 257
Prof. Dr. D. Federico Javaloy

III.3.5 LA CIUDADANÍA DEL FUTURO: LA ECOCIUDA-


DANÍA............................................................................... 261
D. Luis de la Rasilla

7
MÓDULO IV:
EDUCACIÓN PARA LA UNIVERSALIDAD: MAS ALLÁ DE LA
GLOBALIZACIÓN Y LA INTERCULTURALIDAD

CAPÍTULO IV.1 NUEVOS HORIZONTES EN LA SOCIABILI-


DAD HUMANA: CLAVES PARA LA ESPERANZA.................... 271
Prof. Dr. D. Enrique Miret Magdalena

CAPÍTULO IV.2 MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN: EDUCA-


CIÓN PARA LA UNIVERSALIDAD............................................ 283
Prof. Dr. D. Agustín de la Herrán Gascón

CAPÍTULO IV.3 EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HUMANA 335

IV.3.1 SUGERENCIAS PARA UNA EDUCACIÓN CREATIVA 335


Prof. Dr. D. César Díaz-Carrera
Los jóvenes en un mundo en transformación

IV.3.2 CAOS, EVOLUCIÓN, EDUCACIÓN.............................. 345


Prof. Dr. D. Manuel Almendro

IV.3.3 DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN A LA


EDUCACIÓN DE LA CONCIENCIA ............................. 357
Prof. Dr. D. Agustín de la Herrán Gascón

IV.3.4 EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HUMANA........ 369


Prof. Dr. D. Jesús Muñoz Díez

IV.3.5 ATENCIÓN, PODER Y TRABAJO DOCENTE: EL


VALOR EDUCATIVO DE LA MUERTE ......................... 379
Prof. Dra. Dª. Mar Cortina Selva

MÓDULO V:
EL SUJETO ENTRE LA GLOBALIZACIÓN
Y LOS COMUNITARISMOS

CAPÍTULO V.1 CÓMO RESISTIR A DOS GRANDES PELIGROS:


EL SUJETO ENTRE LA GLOBALIZACIÓN HEGEMÓNICA Y
LOS COMUNITARISMOS AUTORIATARIOS .......................... 397
Prof. Dr. Alain Touraine

8
INTRODUCCIÓN

Los jóvenes en un mundo en transformación


Prof. Dr. D. Andrés Canteras Murillo
Universidad Complutense de Madrid
Director del Curso

Una de las mayores dificultades con las que se enfrentan nuestras modernas
sociedades avanzadas es integrar la diversidad de órdenes de conciencia, de sen-
tidos individuales y sociales que, debido a la intensa diferenciación cultural que
la globalización ha propiciado, comparten hoy un número creciente de indivi-
duos. Un sinfín de modos distintos de pensar, de sentir; de maneras diversas de
ser y estar en el mundo que, por lo general, expresadas bajo creencias, actitu-
des, valores y comportamientos dispares y paradójicos, conviven inarticulada-
mente en un clima de invisible interacción extraordinariamente complejo y di-
ferenciado. Una dinámica de cambios sin precedentes que, por el drástico
distanciamiento cultural que representa respecto del modo tradicional de re-
producción del sentido histórico de nuestras sociedades, está poniendo sigilosa
pero progresivamente en crisis el uniforme orden moral de sentido único que
tradicionalmente cohesionaba nuestras sociedades y la eficacia socializadora de
las instituciones que lo sustentan.
Efectivamente, el tránsito desde un modelo de sociedad tradicional firme-
mente cohesionada bajo la égida de una única moral —de tono predominan-
temente religioso— a otra efectivamente laica mucho más compleja, plural y
diferenciada, ha traído consigo —entre otras— que el sentido moral, que an-
taño se reprodujera generacionalmente a partir de eficaces procesos de socializa-
ción firmemente sostenidos por las instituciones, se autoproduzca ahora social-
mente de modo impredecible, en un clima de invisible intercambio
significacional, simbólico y referencial, de creciente intensificación de las rela-

9
ciones humanas, de relativismo moral, de inestabilidad valorativa y de emanci-
pación institucional.
Evidentemente, ya no existe un único sentido moral en nuestra sociedad ni
una interpretación cultural homogénea del mismo, a transmitir de manera uni-
forme a las generaciones posteriores, sino una multiplicidad de sentidos con-
trapuestos, de criterios morales diversos, todos ellos igualmente plausibles y le-
gítimos, pero ahora, a diferencia de entonces, subjetivamente construidos a
partir de la acelerada contrastación de significados que nuestras modernas so-
ciedades de comunicación, permiten realizar casi instantáneamente a cada in-
dividuo respecto de una diversidad de conocimientos, costumbres, ideas y cre-
encias —la mayor parte de las veces paradójicas— provenientes de realidades
sociales a veces muy distanciadas culturalmente.
Producto de tal posibilidad de contrastación ha sido la fragmentación del viejo
patrón de sentido único que prevaleciera en la integración moral de nuestras socie-
dades, en un complejo entramado de sentidos múltiples extraordinariamente com-
plejo y diferenciado que, a diferencia de antaño, ha puesto ahora su acento en la au-
toproducción social de conocimiento, surgido de la personal e inalienable capacidad
Los jóvenes en un mundo en transformación

que cada sujeto tiene para entender, discernir, dotar de razón y dar sentido a su pro-
pia existencia y a la sociedad que habita sin prevalerse de manera imprescindible ya
de los modelos de socialización y aprendizaje tradicionalmente instituidos.
Bien podría decirse que el tempo moral que marcara el patrón evolutivo y el
modo de integración de nuestras sociedades bajo ideas y creencias de turno histó-
rico, haya venido trasladándose desde las instituciones clásicas de socialización (la
Iglesia, la familia, la escuela, etc.,) hasta el propio sujeto, asignando a su genuina
capacidad creativa y a su conciencia personal el protagonismo motriz de las ac-
tuales transformaciones sociales e invirtiendo con ello el modelo clásico de inte-
gración funcional, simbólico y moral uniforme seguido por nuestras instituciones.
Ciertamente, aunque en todo tiempo y lugar se han dado cambios estructu-
rales que han desatado inevitables crisis del sentido en nuestras sociedades, lo pe-
culiar de nuestro momento histórico es que, al revés de otras épocas, nuestra pre-
sente situación de mudanza cultural no obedezca ya a cambios introducidos por
ciertos modos de pensamiento social, económico, político o religioso que, por
decirlo así, induzcan a los individuos mediante una determinada socialización
ideológica a reacomodar “desde arriba” su sentido personal a tales o cuales ideo-
logías concretas sino, muy a la inversa, que sean a priori, los cambios produci-
dos en la conciencia personal de los individuos concretos, los que, objetivados
en modos diferentes de pensar, sentir y estar en el mundo, esté “desde abajo”, ge-
nerando cambios sociales estructurales de tan extraordinaria magnitud.
Sin duda un proceso de transformación cultural, único en la historia1, ca-
racterizado por la deconstrucción —a partir de la conciencia individual— de

(1) Sobre los cambios recientes habidos en nuestro país, véase la introducción realizada al V Informe FOESSA, “Si-
tuación Social de España: Sociedad para todos en el año 2000”, realizado por Miguel Juárez (director del informe), así co-
mo el Cap. I “Cambio Social en España” de Jesús M. de Miguel (pp. 1 a 144). Ed. Fundación FOESSA. Madrid,1994.

10
las macroconfiguraciones globales formales de sentido de la modernidad, la
fracturación del orden moral ortodoxo en una heterogeneidad de éticas indivi-
duales fluidas y cambiantes2 y, tal vez consecuencia directa de ello, la emergen-
cia de un orden diverso y heterogéneo de estructuras de conciencia3 o de senti-
dos, individual, grupal e institucionalmente constituidas, que coexisten
armónicamente en un modelo de sociedades, certeramente denominadas por
alguno como “complejas” o “de riesgo”, precisamente por la dificultad que en-
traña articular esta diversidad de órdenes y “fuerzas sociales” —no siempre vi-
sibles— que operan la integración funcional, moral y simbólica de estas socie-
dades tan complejas y diferenciadas.
Dificultades que, bien podrían conceptuarse como preámbulo de una pro-
funda revolución cultural respecto de nuestro pasado histórico, por cuanto que
en nuestra sociedad, como en otras sociedades avanzadas de nuestro entorno,
están trayendo consigo la emergencia de un nuevo modo de sociabilidad huma-
na, de la que se espera habrá de surgir una transformación radical de las insti-
tuciones tradicionales encargadas de la reproducción del sentido y de los mo-
dos de organización sociales hasta ahora conocidos, descabalgada ya de los

Los jóvenes en un mundo en transformación


absolutos morales del pasado. Una “metamorfosis” sin precedentes del sentido
y de la moral tradicionales en nuestras sociedades modernas.
Pues bien, recogiendo el testigo de tales preocupaciones, el Instituto de la
Juventud (INJUVE) del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, tuvo a bien
proponerme el pasado año la organización y dirección de un curso en el marco
de los Cursos de Verano del Escorial de la Universidad Complutense de Ma-
drid en el que se trataran tales aspectos. Dicho curso se celebró durante la se-
mana del 30 de junio al 4 de julio de 2003, y en él participaron un total de 25
profesores, procedentes de distintas áreas de conocimiento, que impartieron sus
conferencias y mesas redondas a lo largo de los cinco módulos de trabajo pro-
puestos para el desarrollo del programa del curso.
El objeto de esta publicación, que he tenido el privilegio de coordinar, es
precisamente divulgar el contenido de tales conferencias y mesas redondas de
manera que, las interesantes reflexiones que allí se produjeron, puedan llegar al
mayor número posible de lectores e instituciones.
El orden de las exposiciones ofrecidas en esta publicación sigue la misma se-
cuencia del curso y responde al noble y meditado deseo pedagógico de mante-
ner, en la medida de lo posible, cierta hilazón temática en el desarrollo de su
contenido. Así, en un primer módulo —“El laberinto de la postmodernidad:
Cambios en un mundo en transformación”—, a través de las conferencias de D.
Enrique Gil Calvo y D. Emilio Lamo de Espinosa y de las posteriores aporta-
ciones a la mesa redonda de los profesores D. Fernando García Selgas, D. Pa-

(2) Una heterogeneidad sincrética, fragmentaria y adaptativa a partir de la que Max Scheller denominó “moral
individual” y que no es otra cosa que la práctica diferenciada para cada circunstancia de una moralidad acorde con ca-
da orden interno de consciencia.
(3) Utilizamos aquí el término “estructura” para referirnos a una tendencia, un atractor o una polarización del
sentido conjunto social que se revela bajo unas específicas formas y características actitudinales.

11
blo Navarro, D. Enrique Gil Calvo y D. José María García Blanco, hemos pre-
tendido abundar en la comprensión teórica de los profundos y vertiginosos
cambios —políticos, económicos, tecnológicos, sociales, religiosos, etc.— en
que se evidencia la irreversible metamorfosis social en la que estamos inmersos.
Se ofrece con todo un excelente marco interpretativo inicial que, desde una
perspectiva sociológica muy autorizada, contribuye a encuadrar el resto de
aportaciones al curso.
Fijado este marco interpretativo de referencia, nuestro segundo módulo
—“A la búsqueda de sí mismo: sentido, valores y creencias de los jóvenes en las so-
ciedades complejas”— se plantea responder acerca del modo en que los sujetos
que habitan tales sociedades complejas elaboran su sentido como constructo
cognitivo inseparable de la conciencia humana, y de la diversidad de manifes-
taciones valorativas y creenciales en que éste se manifiesta individual y socio-
culturamente. El profesor D. Josetxo Beriain centra el tema con su conferencia
inicial relativa a los diferentes modos en que se construye el sentido en nuestras
sociedades complejas para, a continuación, presentar el profesor D. Andrés
Canteras, a partir de los datos empíricos provenientes de un reciente estudio re-
Los jóvenes en un mundo en transformación

alizado por él mismo para el INJUVE sobre una muestra representativa de


2500 jóvenes entrevistados en todo el territorio nacional, algunas reflexiones en
torno a la diversidad de sensibilidades morales o estructuras de sentido que
conviven en nuestras sociedades complejas interesándose por saber si, a partir
de ellas, pueda decirse que existan valores compartidos susceptibles de consti-
tuir el sustrato común de la que podría denominarse una “ética mínima”; un
umbral de consenso moral, sobre el que articular el notable pluralismo de sen-
tidos y sensibilidades que, de forma tan paradójica, conviven en nuestra socie-
dad. Precisamente, acerca de tal inquietud relativa a la convivencia de sentidos,
el profesor D. Josetxo Beriain de nuevo, la profesora Cucó y D. Mario Satz de-
baten posteriormente en una mesa redonda que hemos titulado “La conviven-
cia de sentidos en las sociedades complejas: mestizaje e interculturalidad”.
Partiendo de tales reflexiones, y en línea argumental ascendente con lo has-
ta aquí expuesto, el profesor D. Federico Mayor Zaragoza y el profesor D. Fe-
derico Javaloy, en un tercer módulo —“El compromiso social de los jóvenes: com-
portamientos colectivos y movimientos sociales emergentes”— indagan, a través de
sus respectivas conferencias, en el modo en que tal multiplicidad de identida-
des individuales, como particularidades dotadas de creencias e ideas muy dife-
renciadas, pueden generar movimientos sociales y comportamientos colectivos
dotados de un peculiar modo de autoorganización susceptibles de articular y re-
ducir la contingencia que muestran nuestras complejas sociedades modernas.
Posteriormente, los profesores D. Álvaro Rodríguez, D. Jaime Pastor, D. Luis
Enrique Alonso y D. Federico Javaloy debaten en mesa redonda —Identidad,
participación y compromiso social: Una ciudadanía para el siglo XXI”— acerca del
papel que están llamados a representar los movimientos sociales como cauces
alternativos de participación en la vida pública social y política y en la reconfi-
guración de su orden institucional —social, político, económico y religioso—

12
con especial referencia al equilibrio entre localización y globalización como re-
ferentes culturales polares del nuevo orden social emergente.
No podía dejar de incluir nuestro curso un módulo dedicado a pronosticar
el importante papel —esencial diría yo— que la educación está llamada a re-
presentar en un mundo globalizado como agente de cambio e instrumento de
desarrollo de la conciencia humana —frente a la mera funcionalidad económi-
ca— y en consecuencia como instrumento de desarrollo de una conciencia so-
cial universalizada. Esta es la intención de nuestro cuarto módulo —“ Educa-
ción para la universalidad: más allá de la globalización y la interculturalidad”—
en el que a través, primero, de la conferencia de D. Enrique Miret Magdalena
se introducen importantes reflexiones en torno a la condición humana como
germen del alumbramiento de un nuevo orden de pensamiento, animándonos
desde el inicio de un esperanzador modo de sociabilidad más solidario y uni-
versal; para abordar después el profesor D. Agustín de la Herrán, tras pasar re-
vista a las que podrían ser las claves para una ‘teoría de la unificación humana’,
los específicos fundamentos pedagógicos de un modelo educativo basado en
una educación dirigida a la evolución de la conciencia. Este es el objetivo que

Los jóvenes en un mundo en transformación


preside nuestra posterior mesa redonda —“Educación para la evolución huma-
na”— en la que los profesores D. Cesar Díaz-Carrera, D. Manuel Almendro,
D. Agustín de la Herrán, D. Jesús Muñoz y Doña Mar Cortina abundan en la
acertada idea de que la educación, más allá de una mera formación para el des-
empeño de determinadas tareas sociales, ha de ser ante todo un instrumento es-
timulador para la exploración del “yo” y el autoconocimiento, abocando a ca-
da sujeto a descubrir las claves de su evolución singular en relación con su
biografía particular y su medio cultural. Claves que, en última instancia, con-
figuran conjuntamente la evolución de la conciencia colectiva y de la humani-
dad en general.
Por fin, en el módulo V y último del curso, el profesor Alain Touraine nos
ofrece una interesante conferencia de clausura en la que nos previene de los pe-
ligros que, según él, acechan al sujeto de nuestras sociedades modernas ante la
posibilidad de quedar ‘aprisionado’, y sin libertades al fin, entre la globalización
hegemónica y los que denomina ‘comunitarismos autoritarios’ por referencia a
la mera identificación acrílica con normas y consuetudos que, a modo de con-
trol social, se anteponen al sentido individual de cada sujeto entorpeciendo, en
definitiva, la emancipación de su conciencia personal. Es un extraordinario
canto a la singular capacidad crítica, racional y creativa del sujeto y a su inalie-
nable derecho a la libertad de ideas y pensamiento que, en perfecta sintonía con
los objetivos propuestos en el curso pone, sin duda, un extraordinario colofón.
Deseo muy sinceramente que el contenido de esta publicación, invite a re-
flexionar personalmente a todos cuantos la lean pero, sobre todo, estimule ins-
titucionalmente la imaginación de quienes tienen en sus manos la posibilidad
de contribuir a paliar la fractura de nuestro antiguo orden moral tradicional en
aras de una irreversible diversificación de sentidos, valores y criterios éticos pa-
radójicos que, en este momento de tránsito cultural, desafían frontalmente la

13
integración convencional de nuestras sociedades modernas. Solo me resta agra-
decer al Instituto de la Juventud y a la Universidad Complutense de Madrid su
confianza por encargarme la dirección de este curso de verano y por su publi-
cación ahora; a los profesores que han intervenido, sin cuya valiosísima aporta-
ción intelectual no hubiera sido posible su ejecución; y, en fin, a todos los
alumnos participantes de quienes guardo un entrañable recuerdo.

Prof. Dr. D. Andrés Canteras Murillo


Los jóvenes en un mundo en transformación

14
MÓDULO I:

EL LABERINTO DE LA POSTMODERNIDAD:
CAMBIOS EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
CAPÍTULO I.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA MATRIZ DEL CAMBIO:
METABOLISMO GENERACIONAL Y METAMORFOSIS
DE LAS INSTITUCIONES
Prof. Dr. D. Enrique Gil Calvo
Universidad Complutense de Madrid

El objeto de la propuesta que aquí se presenta es ofrecer un modelo analíti-


co del cambio social contemporáneo en cuyo contexto enmarcar las relaciones
de sociabilidad. Lo cual no resulta fácil, pues entre los expertos no existe con-
senso metodológico en torno a un paradigma de cambio social aceptado por to-
dos. De una parte hay posturas infraestructurales —economicistas o sociologis-
tas—, que reducen el cambio social al estatus de variable dependiente cuya causa
habría que buscar en el impacto del desarrollo mercantil sobre la estructura so-
cial1. Frente a ellas se oponen las posiciones culturalistas —racionalistas o cien-
tifistas—, que explican el cambio social como efecto de programas civilizatorios2
o como producto del desarrollo tecnológico3. Y finalmente tenemos enfoques es-
tratégicos algo más complejos, que entienden el cambio social como subpro-
ducto emergente o consecuencia imprevista de la interacción colectiva4.

(1) Ésta es la temática de la llamada globalización, que tiene tanto detractores como apologistas. Véase Gray,
2000; Beck, 1998a; y Stiglitz, 2002; así como Ramos Torre y García Selgas (eds.), 1999.
(2) Ésta es la perspectiva de Norbert Elias, heredera de la racionalización weberiana. Para la explicación cultura-
lista del cambio social, véase Alexander, 2000.
(3) Es el programa del digitalismo, versión actual del determinismo tecnológico en pos del progreso unilineal.
Véase Noble, 1999; Terceiro, 1997; Echeverría, 1999; Alonso y Arzoz, 2002; así como García Blanco y Navarro Su-
saeta (eds.), 2002.
(4) Castells, 1997; así como Gil Calvo, 1995, 2002 y 2003a (en prensa).

17
Esta última perspectiva del interaccionismo estratégico es la que aquí se uti-
liza, y para ello se propone un modelo que explica el cambio social como sub-
producto colectivo de las redes de interacción micro-macro que se articulan en
un espacio local-global de dos dimensiones: el metabolismo generacional y la me-
tamorfosis de las instituciones. Por metabolismo generacional se entiende el pro-
ceso de reproducción demográfica por el que cada nueva cohorte de coetáneos,
conforme recorre sincronizadamente su itinerario biográfico, va experimentan-
do nuevas formas creativas de adaptarse a su realidad circundante. Y por meta-
morfosis de las instituciones se entiende la deriva evolutiva que va transfor-
mando las estructuras sociales.
De este modo, el texto que sigue se desglosa de la siguiente forma. En pri-
mer lugar se expondrá la actual metamorfosis económica y política de las insti-
tuciones, distinguiendo su doble faz a la vez benéfica y perversa para señalar sus
inciertas consecuencias en términos de crisis de legitimidad y desestructuración
social. En segundo lugar se describirá el presente metabolismo generacional,
atendiendo tanto al creciente distanciamiento entre las generaciones como a la
reestructuración biográfica que se halla en curso. Y por último se analizará la
Los jóvenes en un mundo en transformación

intersección entre ambos planos —institucional y generacional—, señalando


sus ambivalentes efectos sobre la sociabilidad.

Metamorfosis institucional

Llamamos instituciones a los dispositivos reguladores del comportamiento


colectivo, que permiten estabilizarlo de forma recurrente. Y por variada que sea
su naturaleza —instituciones económicas, políticas, familiares, etc—, siempre
consisten en reglas de juego: definiciones de la realidad, clasificaciones compar-
tidas, programas de interacción y acción colectiva, sacralizaciones legitimado-
ras del orden vigente5. Cuando tales reglas son efectivamente cumplidas, el or-
den social es estable, parece legítimo y resulta previsible con suficiente certeza.
Pero cuando las reglas cambian, se rompen o quedan en suspenso, entonces el
orden social se desestabiliza, entra en crisis, pierde legitimidad y se torna im-
previsible e incierto.
Pues bien, ahora nos hallamos ante una metamorfosis global del orden ins-
titucional, que introduce una gran incertidumbre sistémica y genera una im-
previsible crisis de legitimidad. Casi todas las instituciones están experimen-
tando transformaciones, como sucede por ejemplo con la familia, tal como
veremos algo más adelante, cuando me centre en el metabolismo de las gene-
raciones. Pero aquí me voy a referir en exclusiva a las metamorfosis que experi-
mentan los mercados y los Estados: las instituciones económicas y políticas.
La sociedad occidental institucionalizada tras la II Guerra Mundial está atra-
vesando una profunda crisis que implica un cambio de paradigma tanto econó-

(5) Douglas, 1996.

18
mico como geopolítico. Desde el punto de vista tecno-económico, el modelo de
acumulación fordista entró en crisis hacia 1973, abriéndose un periodo de in-
certidumbre con estancamiento e inflación que sólo se logró resolver mediante
la emergencia de un nuevo paradigma posindustrial basado en la especialización
flexible y en la terciarización de la nueva economía de los servicios personales,
financieros e informativos6. Y desde el punto de vista geo-estratégico, el final de
la guerra fría en 1989 quebró la estabilidad del equilibrio bipolar entre los dos
bloques, abriendo un periodo de incertidumbre que sólo parece haberse resuel-
to con la hegemonía unilateral del imperialismo estadounidense, tal como plan-
tea su nueva iniciativa estratégica de guerra preventiva adoptada por Washing-
ton en septiembre de 2002 como respuesta al desafío del 11S7.
Pero esta doble crisis de sociedad es tan contradictoria que le resulta per-
fectamente aplicable la metáfora del dios Jano, pues exhibe una doble faz de ca-
ra y cruz, a la vez luminosa o esperanzadora y sombría o deprimente. Contem-
plada desde el lado de su cara más brillante, los apologistas de la sociedad de la
información y el conocimiento nos ponderan las virtudes sin cuento que cabe
esperar de la eclosión de la sociedad red. Y en efecto, durante la última década

Los jóvenes en un mundo en transformación


del siglo pasado, una fiebre del oro digital recorrió todo Occidente, que espe-
raba enriquecerse como por arte de magia gracias al presunto maná inagotable
de las nuevas tecnologías de la comunicación8.
Pero la burbuja tecnológica estalló en marzo de 2000, año y medio antes del
11S, y así se entró en un ciclo depresivo que ha durado al menos tres largos
años, hasta que la arbitraria invasión de Irak impuesta por la fuerza del realis-
mo político estadounidense ha parecido devolver las aguas a su cauce. Pero no
por eso se ha desvanecido la cara oculta de la nueva sociedad emergente, que
cada vez parece despertar más incertidumbre. Pues junto al haber de su cara
panglossiana también hay un debe cuya cruz parece hoy más evidente que nun-
ca, exhibiendo los siguientes rasgos amenazadores9.
Desde el punto de vista socio-económico, podemos citar al menos tres facto-
res cada vez más preocupantes. Ante todo la globalización misma, generadora de
deslocalización y descapitalización. Después, la llamada sociedad del riesgo, que
ha incrementado sobremanera la destrucción de ecosistemas generando toda cla-
se de efectos perversos emergentes, como el cambio climático10. Y por último, co-
mo consecuencia de los dos factores precedentes se produce la intensificación de
los flujos migratorios, expulsados de sus ecosistemas de origen para ser atraídos
por los yacimientos de empleos-basura que son explotados en los márgenes de las
grandes redes urbanas. Y el resultado es el temido multiculturalismo actual, que
parece estar destruyendo las bases morales de la cohesión social11.

(6) Piore y Sabel, 1990; Freeman y Soete, 1996.


(7) Emmanuel Todd, 2003.
(8) Brenner, 2003.
(9) Gil Calvo, 2003a (en prensa)
(10) Beck, 1998 y 2002; véase también Sempere y Riechmann, 2000; así como López Cerezo y Luján, 2000.
(11) Kymlicka, 1996; Sartori, 2001: Gray, 2001: Gil Calvo, 2002a.

19
Y desde el punto de vista político aún hay otros tres factores de riesgo e in-
certidumbre que amenazan el futuro colectivo. En primer lugar está el debili-
tamiento del Estado, cada vez más desautorizado por la globalización de hege-
monía estadounidense, y que por ello se revela incapaz de seguir protegiendo
los derechos sociales de sus ciudadanos, entrando así en una degradante vía de
privatización regresiva12. Después, la conversión de la vieja democracia de par-
tidos —hoy desacreditada por la corrupción, los escándalos y su déficit de re-
presentatividad— en democracia de audiencia, caracterizada por la personali-
zación de la videopolítica, el populismo mediático y la volatilidad electoral13. Y
por último aparece un déficit cada vez más grave de cultura cívica —a veces ex-
presado en forma de presuntos valores posmaterialistas14—, con retraimiento
de la participación pública, defección de los compromisos ciudadanos y auge
del ocio consuntivo más disgregador e individualista, que no duda en buscar el
propio interés personal o sectario a costa de los derechos ajenos.
¿Qué consecuencias sociales tiene esta preocupante deriva de las institucio-
nes contemporáneas? En términos generales, cabe hablar de desinstitucionaliza-
ción, en el sentido de pérdida de capacidad reguladora de las reglas institucio-
Los jóvenes en un mundo en transformación

nales15. Pero como este concepto resulta excesivamente amplio, en este repaso
sintético sólo aludiré a dos casos extremos: la desestructuración o desanclaje,
por quiebra y fragmentación de las carreras laborales, y la crisis de legitimidad,
por ruptura y suspensión de las reglas institucionales de juego.
Ante todo destaca la muy intensa reestructuración ocupacional de los mer-
cados de trabajo, con grave desregulación sociolaboral y veloz amortización de
las cualificaciones. Sus apologistas neoliberales lo denominan flexibilidad labo-
ral y formación continua, mientras que en cambio sus detractores prefieren lla-
marlo por su nombre: expulsión del empleo, precariedad laboral, contratos
temporales, discriminación salarial, segmentación excluyente, etc16. Y sus con-
secuencias humanas no son menos graves, ya que la creciente discontinuidad y
fragmentación de las carreras laborales ha determinado la quiebra biográfica de
la identidad personal, con efectos perversos como el desanclaje de Giddens, la
individualización de Beck, la corrosión del carácter de Sennett o la desorgani-
zación familiar17.
Por lo que respecta a la crisis de legitimidad, es algo que se manifiesta en to-
das las instituciones, cada vez más afectadas por escándalos políticos —como el
caso Kelly de fraude sobre las armas de destrucción masiva que sirvieron de pre-
texto para invadir Irak— y económicos —como los de WorldCom y Enron, que
afectaban además a las autoridades políticas o regulatorias—, cuya constante y
cada vez más intensa acumulación está erosionando el crédito del liderazgo ins-

(12) Beck, 1998a; Bauman, 1999.


(13) Manin, 1998; Sartori, 1998; Thompson, 2001.
(14) Inglehart, 1991.
(15) Gil Calvo, 1999.
(16) Freeman y Soete, 1996; Carnoy, 2001.
(17) Giddens, 1993; Beck, 1998; Sennett, 2000; Bauman, 2001; Gil Calvo, 2001, 2001a y 2002.

20
titucional18. Las crisis de legitimidad se abren cuando se rompen o quiebran las
reglas institucionales de juego. Y una vez producida esa ruptura de la legitimi-
dad, la crisis se mantiene abierta hasta que no se cierre en un sentido u otro, ya
sea restaurándose las anteriores reglas o imponiéndose otras nuevas. Pero en-
tretanto reina la incertidumbre más extrema, reforzándose la desestructuración
social19.
Pues bien, ahora estamos en una etapa en que ya no hay reglas, pues las que
estaban vigentes son incumplidas casi cada día: empezando por los Estados
Unidos, pasando por la ONU y la vieja Europa y siguiendo con las distintas éli-
tes políticas y económicas de las diversas sociedades civiles que se reparten el
planeta. Además, el culto a la innovación por la innovación proclama el dere-
cho a cambiar de reglas casi cada día, pues a eso conducen la extrema compe-
titividad y las epidemias de diferenciación colectiva, así como la formación con-
tinua. Y esta situación de permanente cambio de reglas se convierte en la
práctica en ausencia de reglas. Cuando las reglas son abiertas es como si no las
hubiera, pues entonces todo vale con tal de imponer las reglas propias en detri-
mento de las ajenas.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Metabolismo generacional

En paralelo a esta metamorfosis de las instituciones, también se están pro-


duciendo transformaciones drásticas en el paulatino proceso de metabolismo
demográfico por el que cada nueva generación emergente viene a suceder a las
generaciones progenitoras, introduciendo al hacerlo imprevistos e innovadores
cambios sociales20. Y en este sentido, creo que pueden fijarse en dos los gran-
des cambios que están apareciendo en el hasta ahora continuo proceso de su-
cesión generacional. El primero es un creciente distanciamiento entre las co-
hortes sucesivas. Y el segundo es la reestructuración de la trayectoria
generacional que cada cohorte traza a lo largo de su curso vital.
El creciente distanciamiento entre las generaciones puede ser entendido en tér-
minos tanto materiales como morales. Por distanciamiento material me refiero al
incremento de la distancia temporal que separa el lapso intergeneracional, dado el
progresivo aplazamiento de la edad de emancipación juvenil que a partir de la cri-
sis de 1973 se produjo por todo Occidente —pero sobre todo en el sur de Euro-
pa—. Y lo más preocupante es que este proceso de reproducción generacional se
pospone y difiere tanto que al final en muchos casos ni siquiera llega a producirse
nunca, quebrándose el proceso de formación de nuevas familias. Así no sólo au-
menta la distancia temporal entre las generaciones, sino que además las generacio-
nes sucesoras son mucho más reducidas que las generaciones progenitoras.

(18) Thompson, 2001.


(19) Dobry, 1988.
(20) Un análisis del metabolismo generacional español aparece en Gil Calvo, 2003.

21
Las causas de este bloqueo de la emancipación juvenil son múltiples21, pues
varían desde el encarecimiento de sus costes materiales —por precariedad la-
boral, escasez de empleo, pérdida de poder adquisitivo del salario juvenil e in-
accesibilidad de la vivienda, dada la burbuja inmobiliaria— hasta el cambio
cultural que ha modificado las preferencias de los jóvenes22, quienes por su ele-
vada escolarización racionalista han optado por emancipaciones tardías en sus-
titución de las precoces hasta hace poco vigentes —aunque este cambio de pre-
ferencias podría ser un efecto uvas verdes23—. Pero cualquiera que sea la causa,
su consecuencia es evidente y ominosa, pues este aparentemente irreversible
aplazamiento de la emancipación juvenil ha terminado por estrangular la for-
mación de nuevas familias.
Y este distanciamiento intergeneracional no es sólo temporal sino también
socioeconómico, pues a causa del empeoramiento de las oportunidades vitales
que se abren ante los jóvenes, la posición relativa que finalmente ocupen tras
emanciparse será inferior en términos comparativos a la alcanzada por la gene-
ración de sus padres. Así, la cohorte juvenil actual podría ser la primera en mu-
cho tiempo —la primera de la historia en Norteamérica, la primera desde la cri-
Los jóvenes en un mundo en transformación

sis de los 30 en Europa—, que no logre superar y quizá ni siquiera conservar el


estatus recibido de la generación progenitora.
En consecuencia, este distanciamiento material también ha engendrado un
distanciamiento moral. Esto no significa que se esté incrementando la conflic-
tividad intergeneracional, pues eso es algo que no está sucediendo en absoluto.
Al revés, dada la prolongada permanencia de los hijos en el hogar progenitor
hasta edades cada vez más tardías, se asiste por el contrario a una suerte de co-
existencia pacífica, con recíproca tolerancia permisiva. Este modus vivendi hace
posible una completa libertad juvenil de movimientos, que se extiende a la pro-
miscuidad sexual, y recíprocamente los jóvenes se contienen a la hora de cues-
tionar a sus progenitores, renunciando por ejemplo a discutir sus preferencias
morales, culturales o políticas.
Pero lo que revela esta coexistencia sin consenso es precisamente el incremen-
to de la distancia moral. La generación de hijos e hijas se desinteresa de la genera-
ción de sus progenitores: y viceversa, en justa reciprocidad. Y semejante desinterés
bilateral encuentra explicación en una y otra dirección. Si los progenitores se des-
interesan de sus hijos es por un efecto uvas verdes24, dada su incapacidad para ase-
gurar mejor su proceso de emancipación. Es el célebre eclipse del padre, que al sa-
berse incapacitado para transmitir el propio estatus a sus descendientes, renuncia
a hacerlo, perdiendo su paterna autoridad moral. Lo cual equivale a dimitir de su
responsabilidad progenitora, cayendo en el síndrome del padre ausente25.

(21) Gil Calvo, 2002a.


(22) Inglehart, 1991.
(23) Según la fábula de la zorra y las uvas. Para un análisis de este cambio de preferencias adaptativas, véase Els-
ter, 1988.
(24) Elster, 1988.
(25) Flaquer, 1999; véase también Gil Calvo, 1997.

22
Y simétricamente, si los hijos se desinteresan de sus padres es porque, da-
da la distancia cultural que les separa, saben que nada pueden esperar de ellos
a la hora de orientar y asegurar su propio proceso de emancipación personal.
Hoy ya no se puede heredar la profesión ni el estatus de los padres, dada la ex-
trema reconversión tecnológica que exige una formación continua fuera del al-
cance de los progenitores. Y por lo tanto tampoco sirven de mucho los con-
tactos e influencias de la red familiar, que cada vez ayudan menos a colocarse.
Así que las nuevas generaciones deben buscarse la vida por sí mismas, asu-
miendo como propio el síndrome del huérfano que les mueve a confiar sólo en
sus propias fuerzas y en las redes de reciprocidad con sus pares, que dada la
norma del hijo único ya no pueden ser fraternas sino sólo de amistad y com-
pañerismo.
Y dada esta pérdida de confianza en sus progenitores, tampoco debe resul-
tar extraño que las nuevas generaciones estén perdiendo su vocación por la pro-
genitura, renunciando en buena medida a convertirse en padres y madres. A de-
cir verdad, la caída de la natalidad no puede ser atribuida sólo a la disminución
de las vocaciones progenitoras, pues también influyen otras variables económi-

Los jóvenes en un mundo en transformación


cas —como la carestía de los hogares de crianza y el coste creciente de los hi-
jos— e institucionales —como la escasez de guarderías públicas y el déficit de
protección familiar—. Pero lo cierto es que las generaciones recientes no pare-
cen bien dispuestas a hacer demasiados sacrificios para ejercer su derecho a for-
mar familia, al que prefieren renunciar en beneficio de su mayor bienestar o li-
bertad personal.
Así es como puede estar quebrándose el proceso de reproducción genera-
cional, pues la fecundidad de las cohortes recientes, además de producirse a
edades muy tardías, resulta tan escasa que no permite reponer los efectivos de
las generaciones antecesoras. Y esta discontinuidad intergeneracional no sólo es
demográfica sino también moral o cultural, pues las generaciones jóvenes, al
sentirse desclasadas —o desenclasadas—, tampoco parecen predispuestas a
comportarse como herederas o sucesoras de las precedentes, resistiéndose a con-
tribuir a la reproducción social26. De ahí que sus estrategias personales y fami-
liares resulten irregulares o innovadoras —por no decir inconformistas—, con-
tribuyendo a transformar su ciclo vital.
Es aquí, en el cambio biográfico que están protagonizando las cohortes de
adultos jóvenes —los babyboomers, especialmente—, donde cabe reconocer el
segundo rasgo antes anunciado que está transformando el metabolismo gene-
racional contemporáneo27. En efecto, ante nuestros ojos se está produciendo
una drástica reestructuración de las trayectorias generacionales, cuyos rasgos ca-
racterísticos se pueden resumir en tres. Ante todo aparece un extraordinario
alargamiento del lapso vital, causado por el incremento de la longevidad y cu-

(26) Entendiendo la reproducción social en el sentido de Bourdieu o de Giddens. Véase Bourdieu, 1988 y 1991;
y Giddens, 1995.
(27) Sobre cambio biográfico, véase Gil Calvo 2001, 2001b y 2002.

23
yo efecto más problemático es el actual envejecimiento poblacional, que se
agravará cuando la generación babyboomer sobrepase a partir de 2025 la fron-
tera de su edad de jubilación28.
En segundo lugar, esta prolongación del lapso vital ha multiplicado el nú-
mero de las etapas o fases vitales en que se subdivide, apareciendo edades nue-
vas que antes no existían —como la cuarta edad, o la juventud extensa que pro-
longa la adolescencia— y retrasándose hacia edades cada vez más tardías los
puntos de inflexión que las separan actuando como umbrales de transición: es
el caso del primer empleo, de las primeras nupcias o del primer hogar familiar,
cuyo acceso se difiere cada día más.
Y en tercer lugar, el centro de gravedad del ciclo vital entero —nudo argu-
mental del desarrollo biográfico—, que es donde se sitúan las elecciones cru-
ciales más decisivas, se desplaza desde la juventud hacia el corazón de la vida
adulta. Para las generaciones previas, la juventud significaba la crisis vital más
decisiva, pues en ella se concentraba la triple elección irrevocable de carrera, de
empleo y de familia, que había de predeterminar por anticipado todo el poste-
rior curso de vida. Por eso parecía una edad heroica de lucha por la vida, pues
Los jóvenes en un mundo en transformación

te la jugabas enfrentándote a esa prueba suprema, que si superabas con éxito


luego ya podías echarte a dormir para vivir de rentas; mientras que si fracasa-
bas ya no tenías derecho a rectificar, quedando condenado sin remedio a ser un
perdedor de por vida.
Pero esto ahora ya no es así. A causa de la flexibilidad laboral y la formación
continua, las elecciones juveniles de carrera y de empleo ya no son decisivas y
duraderas sino efímeras y contingentes, debiendo ser más tarde confirmadas o
rectificadas una y otra vez, a todo lo largo de la vida adulta. Y con la carrera fa-
miliar sucede lo mismo que con la carrera laboral o profesional, pues al matri-
monio indisoluble le ha sucedido un rosario de cambiantes uniones informales
entre cohabitantes. De ahí que la etapa juvenil se haya devaluado hasta hacer-
se post-heroica, convertida en un juego de niños donde sólo se hacen experi-
mentos irrelevantes, sólo destinados a ser corregidos y rectificados más tarde
una y otra vez.
Por eso el dramatismo del ciclo vital emigra desde la juventud hasta el co-
razón de las tinieblas que ensombrecen la vida adulta, ahora fragmentada en
una sucesión interminable de crisis vitales donde se pierde el empleo, se pierde
la pareja y en consecuencia se pierde la identidad. Entonces hay que empuñar
las armas vitales para volver a luchar por la propia vida, buscando de nuevo em-
pleo, pareja y propia identidad. Así que el destino personal se decide ahora a
todo lo largo del rosario de encrucijadas vitales que desgarran la edad adulta,
desgranándose en una serie de elecciones recurrentes y problemáticas que im-
plican romper y rectificar los compromisos anteriores para asumir nuevos vín-
culos precarios y contingentes.

(28) Gil Calvo, 2003.

24
Y esto lo saben las nuevas generaciones —lideradas por el pionero ejemplo
de los precursores babyboomers—, que se enfrentan a una biografía futura sólo
presidida por el riesgo y la incertidumbre, a sabiendas de que el ejemplo moral
de la generación de sus padres ya no les sirve porque resulta inaplicable o dis-
funcional en las circunstancias actuales. Así que con voluntad o sin ella se ven
obligados a innovar, improvisando sobre la marcha un nuevo curso biográfico
de vida para el que todavía no existen reglas válidas, que serán ellos los prime-
ros en descubrir y explorar aprendiendo de su propia experiencia. Caminante,
no hay camino: se hace camino al andar.

Sociabilidad ambivalente

Una vez analizados los dos planos en que se descompone el cambio social
—la deriva de las instituciones y el cambio biográfico—, veamos como se in-
tersectan ambos. ¿Cuál es el gozne o bisagra que los articula para que jueguen
entre sí? Aquí es donde intervienen las relaciones interactivas, que constituyen

Los jóvenes en un mundo en transformación


la materia prima de la realidad social. Si las instituciones cambian y las genera-
ciones innovan sólo es como resultado agregado de las interacciones sociales.
En este sentido se puede recurrir a un símil muy simplista, pero que posee al-
gunas ventajas ilustrativas: es la metáfora del emparedado, sandwich o bocadillo.
Las dos láminas de pan corresponden a mis dos dimensiones del cambio social:
el metabolismo generacional y la metamorfosis de las instituciones. Y en medio
de ambas aparece el jamón del bocadillo, que está hecho de carne humana: son
las redes de interacción, auténtico factor del cambio social. Si somos individua-
listas metodológicos, reconoceremos que ni las instituciones ni las generaciones
pueden ser sujetos agentes, pues éstos sólo pueden ser los actores sociales, indivi-
duales y colectivos. Por eso la red de interacción —micro/macro y local/global—
es el único motor del cambio: su causa determinante en última instancia29.
Pues bien, como es evidente, los cambios sociales más recientes han desarro-
llado sobremanera las capacidades de interacción humana, y ello tanto cara a ca-
ra y en directo —con unidad de espacio y tiempo— como sobre todo a distan-
cia —mediadas por las nuevas tecnologías de la comunicación—. Es la metáfora
de la sociedad-red que ha impuesto Manuel Castells. Y esto ha determinado que
crezca en términos exponenciales la densidad y la frecuencia de las relaciones
interactivas tanto reales como virtuales: desde las más próximas e inmediatas, a
escala microlocal, hasta las más complejas y distantes, a escala macroglobal.
¿Qué consecuencias ejerce este hecho evidente sobre las relaciones de sociabili-
dad?
Digámoslo claramente: las consecuencias resultan ambivalentes. Dado que
la tradición sociologista ha hecho de las relaciones sociales su objeto de estudio,

(29) Lo que sigue se desarrolla en Gil Calvo, 2003a (en prensa).

25
por pura deformación profesional existe un prejuicio favorable a los presentos
efectos benéficos del crecimiento de la interacción social. Es el efecto Tocquevi-
lle, que postula una correlación positiva entre la democracia —como primacía
de la sociedad civil— y el espesor del tejido asociativo. Idéntico principio de-
fienden Dürkheim, con su concepto de densidad moral y efervescencia colecti-
va, y Norbert Elias, con su proceso civilizatorio activado por el estrechamiento
de las cadenas de interdependencia. Y actualmente esta hipótesis es la que tam-
bién anima al propio Manuel Castells, con su sociedad-red, así como a la teo-
ría del capital social de Putnam, que ha obtenido un éxito arrollador30.
Pero semejante petición de principio podría ser sólo un espejismo. En rea-
lidad, el estrechamiento de las redes de interacción ejerce efectos tanto benéfi-
cos como perversos. Frente a la hipótesis optimista, que se deriva de la metáfo-
ra de la mano invisible de Adam Smith, aparece otra tradición intelectual,
heredera de Malthus —quien predijo la emergencia de efectos perversos como
consecuencia imprevista del incremento de la densidad interactiva—, que se ca-
racteriza por su pesimismo asociativo. Este linaje maltusiano fue retomado en
sociología por weberianos, elitistas y francfurtianos, que de la rebelión de las
Los jóvenes en un mundo en transformación

masas —de la cultura de masas o de la sociedad de consumo de masas— sólo


esperan conflictos y totalitarismo. Y lo mismo sostiene hoy el discurso antiglo-
balización, que del big bang de la sociedad-red sólo espera pobreza, explotación
y catástrofes bélicas o ambientales sin cuento. ¿Con quién quedarnos?
Si atendemos a los análisis de la escuela de la elección racional y la acción
colectiva —dilema del free rider de Olson y dilema del prisionero de Axelrod—
deduciremos que del incremento de la densidad interactiva se deriva tanto
mayor sociabilidad cooperativa como mayor conflictividad competitiva31. Esto
explica que la principal crítica que se le ha hecho a la teoría del capital social de
Putnam sea la de ignorar que de las redes de reciprocidad puede emerger tanto
la confianza cívica como la desconfianza incivil: corrupción clandestina, clien-
telismo mafioso, criminalidad organizada32. Tanto es así que el propio Putnam
ha reconocido con pesimismo esta ambivalencia del capital social, que según
sus cálculos habría entrado en declive a partir de 1965 incluso en los tocquevi-
lleanos Estados Unidos33.
¿Y qué decir de la contemporánea sociedad red? Javier Noya ha propuesto
un interesante experimento, como es el de analizar el interaccionismo digital de
Internet desde el punto de vista del figuracionismo de Norbert Elias. Pues bien,
frente al optimismo del modelo figuracionista, que predice la emergencia de
una mayor sociabilidad generada por el estrechamiento de las cadenas de inter-
acción34, Javier Noya obtiene los resultados opuestos: del incremento de las
interacciones en Internet no se deduce mayor sociabilidad cooperativa sino

(30) Putnam, 2001; así como Herreros y de Francisco, 2001.


(31) Axelrod, 1986; Olson, 1992.
(32) Herreros y de Francisco, 2001.
(33) Putnam, 2002.
(34) Elias, 1999.

26
mayor oportunismo depredador y mayor defraudación incivil, refutando así el
optimista modelo de Elias35.
Manuel Castells es bien consciente de esta ambivalencia de la sociedad red,
que tanto puede fomentar la sociabilidad como la corrupción, la criminalidad
y el incivismo. Mucho más si tenemos en cuenta hacia dónde nos lleva la in-
eluctable globalización, contemplada a la luz del actual belicismo internacional
contra un creciente terrorismo capaz de reproducirse por doquier —cruzada
antiterrorista ésta en la que en nombre de la seguridad se está sacrificando el
principio de legalidad y la protección de los derechos—.
Pero la constatación de esta paradoja no nos debe conducir hacia el escep-
ticismo, pues a fin de cuentas, esta ambivalencia de la sociedad red también de-
muestra la falacia del determinismo. No estamos determinados ni por la tec-
nología digital ni por la regulación institucional ni por el etnocentrismo
generacional. Por el contrario, dada esta ambivalencia paradójica que es inhe-
rente a la interacción humana —que tanto puede generar el conflicto como la
cooperación, y tanto la sociabilidad como la insociabilidad—, siempre se abre
un margen para la libertad de elección, tanto personal como colectiva. Pues si

Los jóvenes en un mundo en transformación


el futuro es incierto es porque está abierto, como imprevisible agregado de las
decisiones que vamos adoptando al participar en múltiples, heterogénas y plu-
rales redes interactivas.

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29
CAPÍTULO I.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO:
EL ORDEN DEL CAMBIO1
Prof. Dr. D. Emilio Lamo de Espinosa
Universidad Complutense de Madrid
Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos

Introduccion
¿Qué es la técnica o la tecnología?, ¿Cómo se produce? Sobre todo, ¿por qué
innovamos, cómo lo hacemos, quien lo hace? Pretendo abordar el tema de un
modo distinto al usual pues, como señaló Whitehead hace ya años2, el conoci-
miento científico-técnico nos rodea de tal modo, es ya parte tan natural de
nuestra existencia, que perdemos la dimensión real de su importancia. Para cap-
tarla es pues necesario salir del marco de la actual sociedad del conocimiento, e
incluso en alguna medida del marco la civilización occidental, para vislumbrar
su proceso de desarrollo, su inmenso crecimiento actual. Pues a mi entender la
cuestión importante no es tanto la de los efectos concretos de esta o aquella tec-
nología, de la microelectrónica, la ingeniería genética o los nuevos materiales,
por citar algunas, sino el efecto agregado de la tecnología misma, lo que signi-
fica para una civilización la producción sistemática de conocimientos.

(1) Conferencia pronunciada en la sesión de clausura del VII Congreso Español de Sociología, Salamanca, 22 de
septiembre de 2001. Una primera versión de la misma se publicó ya en el Libro Homenaje al Profesor José Jiménez Blan-
co, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2002, pp. 429-450. Quiero agradecer a mis estudiantes de docto-
rado, de Madrid, Bilbao y Valencia, sus comentarios a estas páginas, que le deben más incluso de lo que estoy dispuesto
a admitir.
(2) A. N. Whitehead, Science and the Modern World, The Free Press, New York, 1967 (1ª ed.1925).

31
Una mirada a vista de pajaro: los tres saltos adelante

Y para ello hagamos un experimento mental: tratemos de retroceder en la


historia, de recular y distanciarnos para tener perspectiva, y desde ahí, lancemos
una mirada de pájaro sobre la evolución de los conocimientos en la historia de
la humanidad, al modo, por ej. en que lo hace Jared Diamond en el nuevo y
excelente libro Armas, gérmenes y acero3 o al modo en que lo hizo ya hace años
Gordon Childe en La revolución del neolítico4. Y lo que descubrimos es una pau-
ta clara de dinámica ascendente, constante pero no continua en la que hay tres
grandes saltos adelante, tres momentos calientes en los que el grado de nuestros
conocimientos se eleva considerablemente.
Y esto lo podemos comprobar simplemente analizando el cambio social,
consecuencia casi siempre de innovaciones tecnológicas.
Efectivamente, en el 40.000 a.c. se vivía igual que en el 9.000 a.c., pero de
modo muy distinto a como se vivía en el 3.000; es el primer salto adelante, la
revolución del neolítico que da lugar a las primeras ciudades (Jericó), los pri-
meros Estados y los primeros Imperios. Pero del 1.000 a.c. al 1.000 d.c., in-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cluso al 1.400, de Egipto o Mesopotamia al medioevo, las diferencias son muy


pequeñas y el modo de vida continuará estable hasta la revolución de la ciencia
en la Inglaterra /Holanda del siglo XVII y la posterior Revolución Industrial. Por
ello, la vida cotidiana en el XVII, incluso el XVIII, no era muy diferente de la del
siglo I, pero es muy distinta a como se vivía a mediados del XX. Es el impacto
de la revolución científica clásica, la primera, que por cierto afecta sólo a Euro-
pa y es la causa directa de su expansión hasta llegar a ser, hoy en día, la prime-
ra civilización universal. Finalmente, hace setenta años, nuestros padres (no di-
gamos nuestros abuelos), vivían igual que a mediados del XIX con pequeñas
variaciones que van incorporando a sus vidas. Pero ellos vivieron de modo muy
distinto a como se vive hoy. Estamos de lleno en la actual revolución científi-
co-técnica, la segunda revolución científica.
Son tres grandes saltos adelante —la revolución neolítica, la primera revo-
lución científica del XVII y la actual revolución científico-técnica—, que mar-
can tres inmensas fronteras en el desarrollo de los conocimientos y, como con-
secuencia, en las formas de vida. Sin duda allí donde esos puntos de inflexión
son más visibles es en la demografía. Se estima que hacia el año 10.000 a.C. ha-
bía no más de 5 millones de hombres en el planeta. Tras la revolución del neo-
lítico, y para el año cero de nuestra era, el número había crecido a unos 250 mi-
llones. Alcanzamos los 1.500 millones a finales del XIX y para el año 2.010
seremos probablemente unos 8.000 millones. Pero podríamos poner otros mu-

(3) Pared Diamond, Armas, gérmenes y acero. La sociedad humana y sus destinos. Editorial Debate, Madrid, 1998
(e.o. 1997).
(4) V. Gordon Childe, Man Makes Himself, The Rationalist Press, London, 1936; hay traducción en Los orígenes
de la civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1954. Véase también de V. Gordon Childe, Qué sucedió en
la Historia, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985 (e.o. 1942). Sobre V. Gordon Childe puede verse, B. G. Trigger, La re-
volución arqueológica. El pensamiento de Gordon Chile, Fontamara, Barcelona, 1982.

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chos ejemplos. Así, si lo midiéramos en energía disponible por habitante y año
veríamos como se produce también un salto inmenso antes y después de esas
tres fronteras: de 0,5 cv en la antigüedad, a 1,6 en 1870 y más de 15 hoy. Po-
díamos medirlo de otros modos: en velocidad de transporte (65 km/día en la
antigüedad; 325 hacia 1870; unos 60.000 hoy); en potencia explosiva (0,5 kg
de TNT en la antigüedad; 500 en 1870; 10 elevado a 8 Toneladas de TNT
hoy). Y por supuesto esto afecta a todo; por ejemplo a la esperanza de vida: 22
años en la antigüedad; 45 en 1870; 68 hoy. Y podría continuar con cientos de
ejemplos que, en todo caso, nos muestran que si en algún campo podemos ha-
blar de progreso de la humanidad, si la teoría clásica del progreso (Turgot, Con-
dorcet) puede predicarse de algo, ese algo es, sin duda el progreso de los cono-
cimientos. Podemos dudar del progreso moral de la humanidad y podemos
preguntarnos si el progreso estético tiene o no sentido, pero no podemos dudar
del progreso cognitivo.
Pero, ¿a que se debe ese progreso? ¿Qué ha impulsado la innovación y el
descubrimiento? Veamos muy rápidamente la causa de los dos primeros saltos.
La revolución neolítica —como la denominó Gordon Childe— se inicia

Los jóvenes en un mundo en transformación


hacia el 10.000 a.c. con la aparición de la agricultura, la domesticación de los
animales, la cerámica y la alfarería, seguida del uso del bronce y el hierro y que
da lugar a las primeras ciudades y después los primeros Imperios históricos. Es
el paso de la prehistoria a la historia de la humanidad. Pronto aparecerá la es-
critura y el alfabeto.
Pues bien, ¿que fue lo que originó esa oleada inmensa, gigantesca de inno-
vaciones que va a cambiar por completo la historia de la humanidad? Desde lue-
go no un inventor pues sabemos que ocurrió en varios lugares y en distintos mo-
mentos: el creciente fértil, Egipto, India y China, más tarde en mesoamérica y,
según parece, en el este de los actuales USA e incluso probablemente en Nueva
Guinea. Fue, como agudamente observo Ortega y Gasset en un texto excelente,
la Meditación sobre la técnica5 (y, sin saberlo, refuerza Diamond) resultado del
puro azar, lo que llamaba la técnica del azar. El contacto continuo de grupos hu-
manos con un entorno favorable les habituó espontanea e inconscientemente a
manipular semillas o mamíferos, a vivir con ellos. Y ese espontaneo “vivir con”
dio lugar a un aprendizaje, a un conocimiento natural y espontáneo, de modo
que nadie se planteó el problema de la innovación, nadie quiso innovar. Por eso
Diamond ofrece una explicación convincente de los orígenes de la civilización
—de la revolución del neolítico— como simple proceso evolutivo.
Es más sabemos por otros estudios que este tipo de sociedades tradiciona-
les y estables, recelan de las novedades y las innovaciones; yo las he llamado
(con Malinowski) neófobas6. Lo que ocurre es que en ellas, por así decirlo, la

(5) J. Ortega y Gasset, Meditación sobre la técnica, Austral, Madrid, 1965 (e. o. 1939).
(6) Como señalaba Malinowski, no existe un ansia extendida por conocer; las cosas nuevas, cual los temas europeos,
les resultan francamente aburridas, la ciencia no existe como poder conductor que critica, renueva y construye. Véase B. Ma-
linowski, Magia, ciencia y religión Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978, p. 36 y 37.

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evolución natural adaptativa a un nicho ecológico determinado da lugar a una
serie de conocimientos que forman parte natural de su cultura. El hábitat ge-
nera hábitos de todo tipo que incorporan conocimiento del entorno. No hay
propiamente ciencia sino una cultura que incorpora saberes de modo natural y
evolutivo. Hay saber, y sobre todo saber hacer, más que conocer. En ellas la cul-
tura es la ciencia. Por ello, como decía Ortega, el primitivo no sabe que puede
inventar e incluso ignora su propia técnica.7
El segundo gran salto adelante es la revolución científica del XVII con la que
pasamos —siguiendo de nuevo a Ortega— desde la técnica del azar a la técni-
ca del técnico. El hombre moderno antes de inventar sabe que puede inventar; es-
to equivale a que antes de tener una técnica tiene la técnica8. Pues lo importante,
lo que fue crucial de aquella revolución científica no es que se saben muchas
cosas sino que se sabe la más importante de todas: se sabe que se puede saber
más y, sobre todo, cómo se puede saber más. Lo específico de la revolución
científica —y lo específico de la civilización occidental— es que se ha descu-
bierto cómo descubrir, y como descubrir cualquier cosa, como descubrir siste-
mática y constantemente, y esa es la gran innovación: aprender a aprender, des-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cubrir cómo descubrir, cómo innovar.


Por eso los comienzos de la ciencia moderna debemos situarlos en el des-
cubrimiento del método científico pues el método, es decir, el modo, el proce-
dimiento, la máquina de adquirir nuevos conocimientos, es la esencia de ese
aprender a aprender. Repito que, lo importante de la revolución científica del
XVII no fue la adquisición de nuevos conocimientos sino la adquisición del co-
nocimiento básico, cómo conocer. Y cómo conocer es el método. No es cierta-
mente casual que en poco más de tres lustros aparezcan los dos grandes trata-
dos del método científico: el Novum Organum del inglés Bacon (1620), que
descubre el método experimental, inductivo, sintético, que va de lo particular
a lo general; y el Discurso del método (1637) del francés Descartes, que descu-
bre el método lógico-matemático, deductivo, analítico, que va de los general a
lo particular. Por supuesto la ciencia se hace combinando los dos, mezclando
inducción y deducción y esa, que había sido la aportación pionera de Galileo,
será formalizada por el gran científico Newton, sin duda una de las cabezas mas
brillantes de la historia de la humanidad, y formalizado por Kant en la Crítica
de la razón teórica.
Y esta idea, la de que la clave de la ciencia no radica en sus descubrimien-
tos sino en el descubrimiento de cómo descubrir y, por lo tanto, de que se pue-
de descubrir todo, no es una idea mía pues fue expresada con toda claridad tan-
to por Bacon como por Descartes. Los dos sabían perfectamente lo que estaban
haciendo. Lo más excelso, dice Bacon, es descubrir aquello por lo que todo lo de-
más puede ser descubierto con facilidad9. En cuando a método —señala Descartes

(7) Op. cit., pág. 73.


(8) Op. cit., pág. 73 y 85.
(9) Novum Organum, CXXIX.

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en el Discurso del método— entiendo por ello reglas ciertas y fáciles cuya exacta ob-
servancia permite que nadie tome nunca por verdadero nada que sea falso y
que,....llegue mediante un acrecentamiento gradual y continuo de ciencia, al ver-
dadero conocimiento de todo lo que sea capaz de conocer. No puede haber ningu-
na (verdad) tan remota que no quepa, a la postre, llegar a ella, ni tan oculta que
no se la pueda descubrir, asegura en otro pasaje.
Y es esa posesión del método lo que permite que, cualquier hombre o mu-
jer que lo conozca, pueda transformarse en científico democratizando la cien-
cia: el método, dice Bacon, es de tal carácter que no deja mucho lugar a la agu-
deza y fuerza de los ingenios, sino que casi iguala los ingenios y los entendimientos.
No hace falta ser especialmente brillante; basta con manejar el procedimiento
adecuado. La ciencia se pone al alcance de todos.
Y por ello podemos decir que a partir del XVII la humanidad no innova aza-
rosamente, casi a pesar suyo, como hacía con anterioridad, sino que innova vo-
luntaria y conscientemente. El propio Bacon, gran visionario, diseñó el primer
laboratorio o universidad moderna, investigadora, a la que llamó la Casa de Sa-
lomón, la casa de la sabiduría, y que fue el antecedente directo de la primera

Los jóvenes en un mundo en transformación


sociedad científica, la Royal Society inglesa. Pronto Luis XIV en Francia, Cata-
lina la Grande en Rusia, Federico de Prusia o Carlos III aquí, seguirán ese mis-
mo camino mientras, como sabemos, las universidades vivían por completo al
margen de la gran revolución científica encerradas en el escolasticismo, el silo-
gismo y las citas de autoridades, el viejo órgano o método contra el que se re-
belaba el experimentalista Bacon. Pero se había descubierto la máquina de pro-
ducir descubrimientos y con ello comenzará la andadura de la ciencia y la
técnica modernas.
Y así, si el XVII fue el siglo de la astronomía y la física, el XVIII, con Lavoi-
sier, será el de la química, y el XIX, con Darwin, será la biología la que sufrirá
su revolución hasta los comienzos del XX en que Planck y Einstein renovaron
de nuevo la física. Todo ello a través de un camino ascendente e indiscutible-
mente progresivo. Nunca fue más cierta la vieja idea con la que Newton, ese
heredero de los magos babilonios como lo caracterizó Keynes, trató de mini-
mizar su genialidad: si llegué a ver tan lejos es porque pude alzarme a hombros de
gigantes.10
Además, y evidentemente, tan pronto se descubre la técnica, esta se aplica
a las artes industriales y a la producción, mecanizando instrumentos y proce-
sos, con lo que comienza la Revolución Industrial y se pone progresivamente
fin a las sociedades agrarias. Del mismo modo que la revolución del neolítico
—la primera revolución científico-técnica— acabó con las sociedades de caza-
dores-recolectores dando origen a las sociedades agrarias tradicionales, esta nue-
va revolución científica —la primera que merece tal nombre— iniciará una di-
námica de cambio y reproducción ampliada obligando a transitar por lo que,

(10) Sobre el alcance de esta idea en la historia de la ciencia puede verse la excelente monografía de Robert K.
Merton, On the Shoulders of Giants, 1965.

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mas adelante, se llamara procesos de modernización que, desde sociedades agra-
rias, estables, aisladas y locales, llevará a sociedades industriales, cambiantes,
vinculadas y globales. Una dinámica cuyo origen podemos datar en 1776, fe-
cha de la maquina de vapor de Watt (pero también de La riqueza de las nacio-
nes de Smith). Es la invención de la tecnología sustentada en la máquina ali-
mentada por energía, que sustituye al músculo, Poco antes, en 1747, se
fundaba la primera escuela de ingeniería l’Ecôle des Ponts et Chaussées. El gran
libro de esa primera revolución fue, indiscutiblemente, la Enciclopedia (1751-
1772), la gran síntesis de todos los conocimientos que los puso a disposición de
cualquier lector. Y con ello comienza la revolución de la productividad, que se
potenciará, con la segunda revolución industrial, ya a finales del XIX , cuando
el conocimiento se aplica a mecanizar el trabajo mismo, los modos de organi-
zar el trabajo: es el taylorismo (1881) y el fordismo, que da lugar a la revolu-
ción de la productividad. Y efectivamente, el resultado de esa primera revolu-
ción tecnológica es que la productividad comenzó a crecer al ritmo del 3,5 o
4% anual, doblándose cada 18 años (y retengamos esa cifra); desde los tiempos
de Taylor la productividad se ha multiplicado por 50.
Los jóvenes en un mundo en transformación

La sociedad del conocimiento: sus causas

No obstante la ciencia se encontraba con numerosas resistencias. Ideológi-


cas, por supuesto, y recordemos a Galileo. Pero sobre todo, era la actividad de
pioneros, individuos aislados sin más recursos que los que ellos mismos ponían
(como Darwin) o dependiendo de algún mecenazgo más o menos arbitrario. Y
esto de los recursos nos lleva directamente a la clave de la actual revolución
científico-técnica.
Efectivamente, ya el propio Bacon distinguía en la ciencia tres dimensiones:
1.-el stock de saberes o la ciencia en sentido pasivo, el conocimiento que está
acumulado en algún soporte, usualmente libros, hoy soportes electromagnéti-
cos; 2.-el flujo o la ciencia en sentido activo, la producción, la innovación con-
tinua, cuya clave es el método, como máquina o procedimiento de generar nue-
vos conocimientos; 3.-y finalmente, los recursos, materiales o humanos,
necesarios para la innovación. Pues poco se puede hacer si no se dispone de re-
cursos. En resumen, podemos concebir la ciencia como una fábrica (el méto-
do), cuyo input son los recursos de que dispone y cuyo output es un flujo de
nuevos conocimientos que pasan a engrosar el stock previo. De modo que
cuanto mayor sea el input, mayor será también el output.
Y ese es el lento proceso de institucionalización de la ciencia, que pasa de
ser la actividad aislada de pioneros, similar a la obra creativa de un escritor o un
pintor, a la actual y gigantesca institucionalización de la ciencia. Un proceso cu-
yo punto inicial podríamos datar con la fundación por Humboldt en 1809 de
la primera universidad investigadora, la Universidad de Berlín que incorpora la
ciencia a la Universidad, de la que se había mantenido separada desde sus co-

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mienzos, con Bacon, los popular scientists y el Gresham Collage, que menos-
preciaban el “viejo órgano” aristotélico-tomista de Oxbridge. Pues con la Uni-
versidad de Berlín aparece una figura nueva heraldo de otra época: la del tra-
bajador, asalariado, a quien se remunera para que investigue. El camino de
institucionalización de la ciencia continúa con el desarrollo del sistema univer-
sitario alemán a lo largo del XIX, modelo para todos los demás (y así para los Es-
tados Unidos, Japón o la española Junta para Ampliación de Estudios) y adon-
de debían acudir los jóvenes estudiosos de todo el mundo, ya fuera de ciencia
o de humanidades. Sigue con los primeras joint ventures entre departamentos
universitarios y empresas en la Alemania Guillermina, en el fin/comienzo de si-
glo, dando lugar a la primera (y en gran medida actual) industria química, far-
macéutica o eléctrica, un precedente claro de Silicon Valley muy desconocido.
Se traslada después a las universidades americanas pautadas según el modelo de
las germanas, a comienzos de este siglo. Y estalla definitivamente después de la
Segunda Guerra Mundial al generarse lo que el Presidente Eisenhower —y, tras
el, el sociólogo crítico Wright Mills— llamaron el complejo militar-industrial,
es decir, la alianza durante la Guerra Fría de los intereses militares y el Pentá-

Los jóvenes en un mundo en transformación


gono, las grandes empresas de armamentos y tecnología y las universidades y
sus laboratorios, en la producción de ciencia y tecnología en gran escala. No ol-
videmos que hasta Arpanet, el origen de Internet, es también un derivado de
ese complejo militar-industrial-universitario y fue ideado en 1972 por la Ad-
vanced Research Projects Agency (ARPA), una institución creada por el presi-
dente Eisenhower tras el éxito soviético del Sputnick en 1957, en colaboración
con investigadores del MIT, para el caso en que una conflagración nuclear pro-
dujera un colapso de las comunicaciones11. Una alianza en la que el Estado de-
mocrático de una parte, la economía de mercado de otra, y la ciencia, final-
mente, se refuerzan y conforman mutuamente, y que implica el salto de esta
última, desde los márgenes del sistema social (refugiada en las Universidades) a
su mismo centro, cargándola de recursos y de poder político y económico.
Para la ciencia el proceso, significó el paso desde la ciencia artesanal elabo-
rada por pioneros o catedráticos con escasos recursos (recordemos a Pasteur,
Madame Curie o Cavendish, por citar algunos), a la Gran Ciencia moderna12,
de la que el primer ejemplo podría ser el proyecto Manhattan orientado a la
producción de las primeras bombas atómicas, otro derivado del complejo mi-
litar-industrial. Pues ahora hablamos de sumas millonarias que movilizan miles
de científicos y técnicos, pero también gestores y administradores, como en una
gran “empresa” (si atendemos ahora a los dos significados que la lengua caste-
llana, acertadamente, le da a esta palabra). Lo que no es, en última instancia,

(11) No deja de ser paradójico que un sistema de comunicación creado para controlar una situación de caos ha-
ya resultado en un sistema caótico e incontrolable.
(12) El término Big Science fue introducido por el pionero del análisis estadístico y sociométrico de la ciencia,
Derek J. De Solla Price, en 1986, en su influyente libro Little Science, Big Science...and Beyond (Columbia University
Press, New York; hay traducción en Ariel,Barcelona,1973), el primer intento de cuantificar la ciencia. Véase el mono-
gráfico coordinado por J.M.Sánchez Ron, La Gran Ciencia, Revista de Occidente, 142, 1993 y A.W. Weinberg, Reflec-
tions on Big Science, The MIT Press, Massachussets, 1967.

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sino la aplicación a la producción científica, al desarrollo de la ciencia, de los
mismos métodos que la ciencia había previamente elaborado para cualquier
otra producción, ya sea de objetos manufacturados o de servicios. Hasta ahora
la ciencia había desarrollado tecnologías que permitían la producción industrial
de casi todo: papel, acero, automóviles, muebles, incluso maquinaria que pro-
duce máquinas. Ahora la ciencia se maquiniza a sí misma para industrializar la
fabricación de más ciencia. Fabricar conocimientos como se fabrican automó-
viles, se produce leche, o se editan periódicos. La ciencia se aplica pues reflexi-
vamente a si misma, la producción científica se vuelve ella misma producción
científica, y por lo tanto, rutinaria, constante y sistemática. Una actividad a la
que se dedica cada vez más recursos en tiempo, dinero y mano de obra.
Un ejemplo ayuda a aclarar este cambio de escala: cuando se descubre la
partícula omega minus en la Phisical Review, el trabajo que lo anuncia lleva la
firma de más de 50 investigadores. ¿Es eso un experimento, una fábrica, u otra
cosa distinta y nueva? Pero es un problema de escala: un experimento de física
de alta energía en un ciclotrón puede costar miles de millones de pesetas, im-
plicar a cientos o miles de técnicos, científicos ingenieros y, por supuesto, ges-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tores y administradores, y su preparación puede llevar meses o incluso años.


Hemos pasado pues de la técnica del técnico a la técnica de la organización y
la burocracia o, lo que es lo mismo, a la técnica del asalariado.
Pero lo importante es el resultado de esta dinámica que es, por supuesto, el
crecimiento exponencial del flujo de los conocimientos en todas las direcciones.
• En primer lugar en la producción de nuevos conocimientos. Los cálculos
de De Solla Price muestran que estos se doblan cada 15 años, lo que es un rit-
mo endiablado, brutal, de crecimiento. La mayoría de los científicos que ha ha-
bido en la historia de la humanidad (el 90%) están vivos y su porcentaje sobre
el total crece en lugar de reducirse. El número de revistas científicas al igual que
el branching, ramificación o desarrollo de especialidades, se dobla también ca-
da quince años, de modo que en muchas ramas de la ciencia un par de lustros,
a veces uno solo, es suficiente para dejar obsoleta una formación inicial. Du-
rante la década final del siglo XX se adquirió más conocimiento que en toda la
historia previa de la humanidad. En sólo un año se publican más libros que en
todo el siglo XVII13. Los datos podrían multiplicarse pero muestran un salto cua-
litativo indiscutible. Es tal el avance que hay científicos que opinan que ya que-
da poco por descubrir, tesis más que discutible14.
• En segundo lugar, y como consecuencia, en su incidencia social; los tiem-
pos de impregnación social de las nuevas tecnologías, de comercialización y di-
fusión, se acortan. El teléfono necesitó más de medio siglo desde su descubri-
miento hasta su aplicación; la radio solo 35 años; el radar poco mas de 15; la
televisión poco mas de 10; el transistor 5 años. El lag o retraso entre la produc-

(13) Raffaele Simone, La tercera fase. Formas de saber que estamos perdiendo, Taurus, Madrid, 2001, p. 78.
(14) Véase Horgan, John, El final de la ciencia, 1998, y la crítica de John Maddox, What remains to be Discove-
red, Free Press, 1998.

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ción de una conocimiento básico y su difusión es cada vez menor de modo que
la misma distinción entre investigación básica y aplicada, entre I y D se desdi-
buja. En ocasiones se está esperando a que el laboratorio acabe de perfilar sus
conclusiones pues la línea de producción, el envasado, la comercialización, y el
marketing ya están preparados, a la espera de salir a la calle. La rapidísima difu-
sión del teléfono móvil es una muestra más de una pauta generalizada: la pro-
ducción de nuevos conocimientos está ya acoplada con una sociedad radical-
mente neofóbica dispuesta y preparada para recibir ese aluvión de innovaciones.
• Y finalmente, en su distribución. Pues si el entorno cotidiano de nuestras
vidas es cada vez más, un entorno socio-técnico, los individuos deben estar en
condiciones al menos de gestionar los múltiples sistemas expertos, artefactos o
máquinas que lo pueblan, deben poder entenderlos y por supuesto, manejarlos.
Ello implica un coste añadido en términos de socialización de modo que la es-
colarización masiva, no ya primaria o secundaria, sino postsecundaria es una
consecuencia. Por decirlo de otro modo, el caudal de conocimientos necesario
para poder funcionar con eficacia social es inmenso y la escolarización se alarga
inevitablemente. Hasta un 70% de jóvenes acuden en USA o Japón a la ense-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ñanza postsecundaria, universitaria, tantos como hace un siglo acudían a la es-
cuela o como hace 50 años cursaban el bachillerato. El porcentaje de población
activa con enseñanza superior es en muchos países del arrea OCDE superior al
20% lo que significa que hay grupos numerosos que han sido entrenados en la
lógica de la ciencia, lógica que aplican inevitablemente a sus problemas cotidia-
nos y ordinarios. Hoy en España hay más de 1.500.000 universitarios y más de
60.000 estudiantes de doctorado, números similares, respectivamente, al de
alumnos de escuela o de universitarios hace 50 años. La universidad es el equi-
valente a lo que era el bachillerato y el doctorado el equivalente a lo que era la
universidad. Pero el resultado de ese prolongado aprendizaje, que se extiende
desde los 5 o 6 años en que se comienza a acudir a guarderías hasta bien entra-
dos la veintena, es que la ciencia es, progresivamente, un modo usual de pensar
utilizado espontáneamente por los nativos, la ciencia es ya cultura y, en muchos
sitios, cultura popular de masas. Ese es, en mi opinión el sentido más profundo
del término sociedad del conocimiento.
El sociólogo Anthony Giddens lo expresa así en un libro reciente:
La velocidad de los avances científicos... es diez veces mayor que hace veinte
años. La velocidad en la divulgación de los avances y descubrimientos científicos es
treinta o cuarenta veces más rápida de lo que era hace veinte años. Actualmente el
volumen de la investigación científica que se lleva a cabo en el mundo representa
cinco veces el volumen de dicha investigación hace veinte años 15.
Pero si la innovación se acelera y su incidencia es más rápida, todo ello ace-
lera insospechadamente el ritmo de cambio social. Y no es de sorprender pues

(15) Giddens, A., Un mundo desbocado, Textos de sociología, UNED, 1998, nº 5, p. 12.

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que, si la ciencia de dobla cada 15 años aproximadamente la productividad lo
haga cada 18.
Pues todos esos conocimientos, inciden cada vez más rápidamente sobre los
ordenes sociales, sobre la producción, sobre la comunicación, sobre el trans-
porte y un largo etcétera, inciden sobre la realidad cotidiana, modificando cos-
tumbres y hábitos de todo tipo.
A comienzos de siglo, un agudo observador de la realidad, Thorstein Ve-
blen, publicaba el primer estudio sociológico de la ciencia, El lugar de la cien-
cia en la civilización moderna16. Y señalaba que ningún otro ideal cultural ocupa
un lugar indiscutible similar en las convicciones de la humanidad civilizada. Para
afirmar con énfasis: Quasi lignumn vitae in paradiso Dei, et quasi lucerna fulgo-
ris in domo Domini, tal es el lugar de la ciencia en la civilización moderna17. La
ciencia —concluía Veblen— da su carácter a la cultura moderna 18. Sus palabras
han resultado proféticas, de modo que la ciencia, ahora sí, sin duda, permea la
cultura moderna y es el motor más fuerte del cambio social, la variable crucial,
el Deus ex machina de las sociedades modernas.
Los jóvenes en un mundo en transformación

¿Sociedad del conocimiento o de la información?

Sin duda uno de los campos donde la incidencia de la ciencia ha sido más
fuerte es en el área de los sistemas de almacenamiento y transmisión de la in-
formación de modo que lo que soñó el gran visionario Vannevar Bush hacia
1945 en el conocido trabajo Cómo podríamos pensar, es ya una realidad:
Toda la Enciclopedia Británica cabría, pues, en el interior de una caja de ce-
rillas, y una biblioteca de un millón de volúmenes podría caber en una esquina de
nuestro escritorio. Si desde la invención de los tipos de imprenta móviles, la raza
humana ha producido un archivo total....equivalente a mil millones de libros, to-
da esa ingente cantidad de material, microfilmado, podría acarrearse en una fur-
goneta...El material para el microfilmado de la Enciclopedia Británica costará
unos cinco centavos de dólar y podría ser enviado por correo por otro centavo19.
Bush se equivocó en poco. No ha sido la óptica y el microfilmado sino la
microelectrónica y la informática, pero el resultado es similar. Tan asombroso

(16) Publicado primeramente en 1906, The Place of Science in Modern Civilization en American Journal of Socio-
logy, XI(1906)585-609. Ampliado más tarde con otros estudios en 1919, The Place of Science in Modern Civilization
and Other Essays, Huesbsch, New York, 1919. Parcialmente traducido en B. Barnes, T. S. Kuhn y otros, Estudios sobre
sociología de la ciencia (Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 314 ss). Finalmente traducido por completo por Maraga-
rita Barañano con una interesante introducción, Thorstein Veblen: un alegato en favor de la ciencia, puede verse en Re-
vista Española de Investigaciones Sociológicas, 61(1993)201, por donde lo citamos.
(17) Op. cit., pág. 215.
(18) Op. cit., pág. 230.
(19) Vannevar Bush, As We May Think, The Athlantic Montly, 1945; citado por la traducción al español, Cómo
podríamos pensar, La Revista de Occidente, 239, 2001, p. 29. V. Bush era entonces Director de la Oficina para la In-
vestigación y el Desarrollo Científico del gobierno de los Estados Unidos.

40
es ese resultado que se señala frecuentemente que el elemento que singulariza
las sociedades modernas es la información, y se las denomina así, “sociedades
de la información”. No estoy nada convencido de ello.
Sin duda el impacto de los ordenadores y de sus conexiones en redes es enor-
me como apreciamos simplemente por la evolución de los mercados de capitales,
del ebusiness, de la informática, etcétera. No es pues de sorprender que el térmi-
no sociedad de la información se haya impuesto desde su uso por vez primera en
el clásico (y aún excelente) libro de Daniel Bell El advenimiento de la sociedad post-
industrial en 1973. De modo que no se trata tanto de negar esta evidencia, a to-
das luces indiscutible y patente, sino de generalizarla y, por lo tanto, matizarla.
Pues, para comenzar, es notablemente simplificador reducir al campo de las
TIC (tecnologías de la información y la comunicación) el inmenso avance cientí-
fico-técnico moderno. El descubrimiento de la mecánica cuántica por Max
Planck en 1900 fue la base que permitió desarrollar células fotoeléctricas y más
tarde, y combinada con la física del estado sólido, transistores, diodos y el mo-
derno chip. Y es gracias a la mecánica cuántica y a las teorías de la relatividad des-
cubiertas por Einstein en 1905 y 1915, que descubrimos la fisión nuclear del ura-

Los jóvenes en un mundo en transformación


nio, poder nuclear que ha marcado la segunda mitad del siglo en el ámbito militar
y estratégico al punto de conducirnos demasiado cerca del riesgo de una Des-
trucción Mutua Asegurada (MAD: Mutually Assured Destruction). La incidencia
de los nuevos materiales es ubicua, desde los aviones o automóviles a las raquetas
de tenis o los palos de golf. La agronomía y la bioquímica han dado un vuelco a
los sistemas de producción agrícola. La biología molecular, base de la ingeniería
genética, está prácticamente comenzando con el descubrimiento del genoma, pe-
ro ha dado saltos gigantescos, como es la clonación. La miniaturización y las na-
notecnologías están ya a la vuelta de la esquina20. Y sin duda podríamos continuar
resaltando, no sólo incontables innovaciones en tecnologías duras (hardware) sino
también en tecnologías sociales (software). Por ejemplo, las modernas sociedades
serían simplemente inmanejables si no hubieran desarrollado sistemas de auto-ob-
servación sofisticados que permiten conocer en todo momento sus unidades cons-
titutivas y su dinámica, ya sea de población, matrimonios o escolares como de ex-
portaciones, índices de precios, parados o venta de cualquier producto, lo que es
visible en la generación rutinaria de estadísticas de todo orden que son sistemáti-
camente analizadas y estudiadas por administrados, planificadores y gestores para
el control de todo tipo de sistemas sociales. Pues al pensar en tecnologías con de-
masiada frecuencia olvidamos la extraordinaria penetración de tecnologías socia-
les blandas, desde sofisticados algoritmos de cálculo de riesgos financieros a mo-
delos de concertación social, de simulación de ventas o de marketing político. El
Estado moderno, con sus exigencias de regulación de los movimientos autónomos
de masas de sujetos cuyas demandas sanitarias, educativas, de seguridad, etcétera,
debe satisfacer, sería impensable sin la colaboración de la ciencia social.

(20) Véase, por ejemplo, J. M. Sánchez Ron, La ciencia del siglo XX: ciencia, política, sociedad, en F. García de Cor-
tázar, El siglo XX: mirando hacia atrás para ver hacia delante, Papeles de FAES, nº 60, Madrid, 2001.

41
Por poner un ejemplo de gran trascendencia. Que la esperanza de vida se
haya doblado en menos de un siglo para los países del área OCDE, pasando de
algo más de 40 años a casi 80, altera dramáticamente todos los parámetros so-
ciales de la vida cotidiana, desde la edad del matrimonio a la natalidad, las ju-
bilaciones y pensiones, la sanidad y un largo etcétera. Y este desarrollo, un cam-
bio sustancial de alcance histórico-universal (como hubiera dicho Weber), nada
le debe a las tecnologías de la información teniendo sin embargo tanta o más
relevancia que estas. Otro tanto podríamos decir con la disminución de las ta-
sas de mortalidad infantil y la consecuente explosión poblacional en el mundo
pobre, generadora de flujos inmigratorios que alteran la composición de la po-
blación minando las bases del Estado-Nación y generando sociedades multi-
culturales. O con el impacto de los medios de comunicación. O con el calen-
tamiento global. Es evidente que podría multiplicar los ejemplos.
Por lo demás, si intentamos mirar hacia delante y no hacia atrás, nos en-
contramos con una revolución tecnológica que está lejos de haber acabado al
menos en biología y nuevos materiales21. La biotecnología comenzará a revo-
lucionar la vida hacia el 2015 con un incremento de la vida, tanto en cantidad
Los jóvenes en un mundo en transformación

como en calidad mediante un mejor control de las enfermedades, terapia ge-


nética, retraso del envejecimiento e incluso rejuvenecimiento, drogas de la me-
moria, prostética, implantes biónicos o animales y mejoras de las capacidades
humanas a través de sensores artificiales por no citar la eugenesia y la capaci-
dad de “mejorar” la raza humana y su clonación. Un segundo campo donde se
avecinan cambios espectaculares es en el de los materiales y la manufactura de
máquinas y sistemas. La disponibilidad de materiales inteligentes con capaci-
dad de sentir y actuar, como tejidos que responden a la temperatura, interac-
túan con sistemas de información, monitorean signos vitales, medican o pro-
tegen de heridas e infecciones. La manufactura de nano-semiconductores o su
integración con componentes químicos, biológicos u ópticos o incluso la ma-
nufactura molecular, que construye objetos átomo a átomo. Todo ello acelera
el proceso de destrucción creativa que, según Schumpeter es la esencia de la so-
ciedad industrial22.
En definitiva, mi argumento es que no debemos confundir la ciencia visi-
ble en la vida cotidiana, y menos aquella ciencia que nos fascina/repele al tiem-
po (como es el caso de los ordenadores), con la totalidad de la ciencia, que hoy
permea toda actividad social. Como nos enseñaron tanto Marx como Dur-
kheim, la ciencia social se construye contra las apariencias (decía el primero) o
contra el sentido común (decía el segundo), de modo que debemos huir del
modo usual de ver las cosas, usualmente un modo pre-juiciado o ideológico. El
ídolo (Bacon) o fetiche de los ordenadores no debe fascinarnos impidiendo ver
el campo total de la ciencia y su incidencia tecnológica.

(21) Véase Philip S. Anton, Richard Silberglitt y James Schneider, The Global Technology Revolution. Bio/Nano/
Materials Trends and Their Synergies with Information Technology by 2.015, Informe preparado para el National Intelli-
gence Council de los Estados Unidos por la Rand y editado en 2.001.
(22) Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Harper & Brothers, New York, 1942, p. 81-86.

42
Pero es que además —y este es mi segundo argumento— el efecto neto glo-
bal de las tecnologías de la información ha sido, justamente, facilitar el acceso
a la información y reducir drásticamente su coste. Se ha calculado que si la in-
dustria aeronáutica hubiera avanzado a la velocidad que lo ha hecho la micro-
electrónica dispondríamos de aviones Boeing 767 a un coste de 500 dólares que
darían la vuelta al mundo en 20 minutos y habrían gastado 20 litros de gasoli-
na. El poder computacional de un dólar ha crecido por un factor de 10.000 en
los últimos 20 años. Como soñara Bush, un solo CD-Rom contiene la Enci-
clopedia Británica y ya empezamos a tener bibliotecas particulares de CD-
Roms. Pero además, podemos acceder a miles de bases de datos vía Internet,
cuyo volumen de páginas web, actualmente estimado en medio billón, se do-
bla cada 100 días a una tasa aproximada del millón de páginas diarias23. La web
es así como una inmensa memoria colectiva de la humanidad donde todo que-
da registrado24. Finalmente, la cantidad de información que recibimos, que se
nos envía, queramos o no, que no nos interesa, es también inmensa. En resu-
men: la cantidad de información de que disponemos es inmensa, la unidad de
información, el bit, vale cada vez menos, y el coste de trasmitirla es casi nulo.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Pero el resultado neto es que ello ha acentuado la diferencia entre informa-
ción y conocimiento, haciendo que este sea mas valioso y aquella menos. El
problema es, crecientemente, no acceder a la información, que está disponible
casi para cualquiera, sino saber discriminar la información relevante de la que
no lo es, separar la información del ruido, lo importante de lo trivial. Como se-
ñalaba Bush, logros verdaderamente significativos se pierden entre el maremagnum
de lo carente de interés25. Y discriminar la relevante de lo irrelevante, la infor-
mación del simple ruido, no es tarea de la información sino del conocimiento.
Es más, a medida que la información vale menos y su acceso se democratiza el
valor del conocimiento crece. Por ello las nuestras son, y de modo creciente, so-
ciedades del conocimiento y no tanto de la información. La sociedad industrial
pudo avanzar a lomos de fuentes de energía baratas (desde la máquina de vapor
al motor de combustión), pero justamente por eso no la llamamos “sociedades
de energía”, sino sociedades de aquello que la energía hizo posible: la industria,
la fábrica. El abaratamiento de la información lo que abre es justamente la po-
sibilidad de una nueva fábrica, la del conocimiento, disponible para quien pue-
da usar de esa nueva energía que es la información.

La economía del conocimiento

¿Qué significa esta aceleración de la producción científica y de su inciden-


cia social? Se señala que da lugar a una nueva economía, una nueva política y

(23) Jose Antonio Millán, El libro de medio billón de páginas, http://jamillan.com/ecoling.htm


(24) Javier Candira, La Web como memoria organizada: el hipocampo colectivo de la Red, Revista de Occidente, 239,
2001, p. 87.
(25) Op. cit., pág. 22.

43
una nueva sociedad, como indica el justamente celebre libro del sociólogo es-
pañol Manuel Castells La sociedad red 26. Y es cierto. El economista británico
Alfred Marshall señaló que mientras la naturaleza...muestra una tendencia a ren-
dimientos decrecientes, el hombre....muestra una tendencia a rendimientos crecien-
tes...El conocimiento es nuestra mas poderosa máquina de producción. La idea fue
recogida hace años por el guru del management, Peter Drucker, en un libro sor-
prendentemente titulado Post-Capitalist Society 27, a saber que el recurso econó-
mico básico —los medios de producción, por usar la terminología económica— no
es ya el capital, ni los recursos naturales...ni el trabajo. Es y será el conocimiento...El
valor se crea por la “productividad” y la “innovación”, ambas aplicaciones del co-
nocimiento al trabajo 28. Pero es hoy una afirmación repetida por los más acre-
ditados organismos internacionales, como el Banco Mundial: Hoy la mayoría
de las economías tecnológicamente avanzadas son ciertamente economías basadas
en el conocimiento. Y viceversa, el conocimiento es la llave del desarrollo— el co-
nocimiento es desarrollo 29.
Y así parece, a juzgar por los datos. El Banco Mundial estima que más de la
mitad del PIB en los países de la OCDE se basa en la producción y distribu-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ción del conocimiento30. Y por eso en USA hay hoy mas trabajadores produ-
ciendo y distribuyendo conocimiento que produciendo y distribuyendo mer-
cancías físicas. Y por supuesto, eso acrecienta la inversión en conocimiento. Los
países desarrollados invierten cerca del 20% del PIB en la producción y distri-
bución del conocimiento: el 10% en educación formal (era menos del 2% ha-
cia 1915); otro 5% invertido por los empleadores; y entre un 3 y un 5% en
I+D. La inversión en conocimiento es pues la mayor en casi todos los países
desarrollados. La clave del futuro está en la productividad de esas inversiones
en conocimiento, algo sobre lo que, por cierto, sabemos muy poco como, en
general, sobre la economía del conocimiento.
Una economía que se sustenta, no en la producción de objetos o cosas, si-
no claramente en la producción de ideas, intangibles, (fundamentalmente in-
novaciones, patentes, marcas o sistemas de organización) que funcionan como
bienes públicos, no excluibles. Pues a diferencia de la vieja economía, agraria o
industrial, en la que el uso que un individuo hace de un producto (una naran-
ja o una aspiradora) excluye a los demás, los nuevos productos pueden ser uti-
lizados por cualquiera indefinidamente. Producir la idea puede ser costosa, pe-
ro reproducirla y hacerla accesible a otro tiene un coste infinitesimal. Así, el
coste de producción material de un ordenador puede ser inferior al 20% de su
precio; el resto son patentes, ideas, marketing y distribución. De modo que tras

(26) Alianza Editorial, Madrid, 1999.


(27) Pues de los muchos “post” con que se puede caracterizar las sociedades modernas esta es sin duda la menos
acertada: si algo no ha cambiado es que seguimos produciendo mercancías por medio de mercancías al igual que en
los tiempos de Marx.
(28) Peter F. Drucker, Post-Capitalist Society, Butterwort-Heinemann, Oxford, 1993, p. 7.
(29) Banco Mundial, Knowledge for Development, Oxford University Press, 1998/99, pp. 16 y 19.
(30) Op. cit., pág. 22.

44
la propiedad inmueble, propia de las sociedades agrarias y que definía en ellas
la riqueza, y la propiedad mueble (significativamente llamada “valores”) de la
sociedad industrial, entramos en la propiedad de intangibles propia de la so-
ciedad del conocimiento, que debe ser protegida con copyright, royalties o pa-
tentes. General Motors no es ya la gran empresa del mundo; lo es Microsoft.
En todo caso, hemos entrado en una espiral retroalimentada en la que la
ciencia genera mayor productividad y nuevos productos, economía, y esta in-
vierte en ciencia. La economía produce conocimientos. Y viceversa, el conoci-
miento es la riqueza y la función de las empresas no es otra que generar nuevos
conocimientos31. Un ejemplo, los Laboratorios Bell cuentan con 24.000 em-
pleados en 22 países, pero de ellos más de 4.000 tienen título de doctor. Los
investigadores de la Bell Labs tienen el honor de haber recibido nada menos
que 11 Premios Nobel. En estos laboratorios han nacido el transistor, el láser,
la célula solar, la comunicación vía satélite, la telefonía móvil, el ordenador di-
gital, la transmisión de TV a larga distancia, la grabación estereofónica, las pe-
lículas de cine con sonido. Actualmente se registran más de tres patentes por
cada día de trabajo. ¿Es esto un laboratorio, un centro de investigación o una

Los jóvenes en un mundo en transformación


empresa? No lo sabemos bien, pero sí que es el sueño realizado de Saint-Simon
o Comte: una sociedad de científicos-empresarios.

El isomorfismo ciencia-democracia-mercado

El triunfo de la ciencia y su importancia radical en el desarrollo de la socie-


dad post-industrial no debería sin embargo sorprender pues ciencia, democracia
y mercado son sólo tres aspectos o dimensiones del mismo orden institucional.
Efectivamente, estamos acostumbrados a pensar que las instituciones cen-
trales del mundo moderno han sido el mercado y el Estado. Es normal pues se
trata de las enseñanzas acumuladas de Marx y Weber, sumadas a la experiencia
moderna. Marx nos enseñó que el desarrollo de la lógica de la mercancía, del
capital, era el móvil de la sociedad industrial, una lógica que a partir de Sim-
mel, Lukacs y la teoría crítica, sabemos se expandió a los más diversos ámbitos
(arte, literatura, periodismo, e incluso relaciones personales), de modo que
cuando lo teóricos de le elección racional construyen mercados matrimoniales
o de otro orden percibimos inmediatamente la lógica expansiva de la mercan-
cía. Y ciertamente que el modo de producción correspondiente a la sociedad
moderna se basa en la producción de mercancías para el mercado y el consumo
es algo irrebatible. La sociedad moderna ha sufrido múltiples cambios pero si a
algo no podemos añadirle el post- es al capitalismo.
Como también lo es que, junto a los modos de producción, todo orden so-
cial se caracteriza por unos modos de administración o gestión que, en la so-

(31) Véase Nonaka, I., The Knowledge-Creating Company, Harvard Business Review, 1991, p. 96. Y Nonaka,
I. Y Takeuchi, H., The Knowledge-Creating Company, Oxford University Press, New York, 1995.

45
ciedad moderna, se articulan alrededor de una legitimidad legal-racional. Y así,
junto a la economía capitalista de mercado, el Estado democrático ha sido la
otra gran fuerza conformadora del mundo moderno.
Es más, podemos pensar la historia del siglo XX como la historia del triun-
fo de esas dos instituciones frente a modelos alternativos. La experiencia co-
munista, desde 1917 a 1989 (el “corto siglo XX” de algunos historiadores) es
ciertamente la crónica del fracaso tanto de una economía sin mercado como de
un Estado sin democracia.
Pero es también la crónica de cómo esas dos instituciones van juntas y se ne-
cesitan mutuamente. Pues las relaciones entre el Estado democrático y la eco-
nomía de mercado no son las de dos vasos comunicantes, tal que si uno crece el
otro mengua, en un juego de suma cero. Más bien se trata de dos manifestacio-
nes distintas del mismo orden institucional basado en el principio de soberanía
del individuo, bien como agente económico (como productor, inversor o con-
sumidor) o como agente político (como actor político, público o elector), de
modo que la libertad en un campo no se puede desvincular de la libertad en el
otro. Y así, si la experiencia demostró entre 1917 y 1989 que el intento de
Los jóvenes en un mundo en transformación

crear Estado democrático sin mercado conduce al despotismo político burocrá-


tico, la experiencia demuestra ahora que el intento de generar mercado sin Es-
tado (ya sea en México, en Rusia o en Argentina), conduce a la degeneración de
ambos, a un Estado corrupto y a una economía fraudulenta. En ambos casos,
democracia y economía capitalista, nos encontramos pues con “mercados” en el
sentido de que sujetos soberanos y libres formulan ofertas que son o no acepta-
das por sus conciudadanos, todo ello en un marco normativo de transparencia
informativa y regulación jurídica. Que en uno de esos mercados todos los com-
pradores tengan los mismos recursos (un voto igual para cada ciudadano) mien-
tras que en el otro mercado tienen recursos distintos (según su capital) no alte-
ra sustancialmente la similitud. Pues sabemos además, al menos desde La
distinción de Bourdieu, que tampoco los “capitales sociales” son homogéneos.
Pues bien, lo importante a estos efectos es que ambos ordenes instituciona-
les, el político y el económico, tienen su contrapartida en un tercero, del que
probablemente derivan: la soberanía del ciudadano como ser pensante, la li-
bertad de pensamiento y de expresión, una consecuencia de la Reforma protes-
tante que, al establecer el libre examen, hizo de cada individuo sacerdote de sí
mismo. Los philosophes franceses del XVIII vieron claramente la conexión fácti-
ca existente entre libertad de expresión y la consecución de la verdad, pues só-
lo en un marco democrático hay lugar para el debate y la crítica, sin los cuales
no es posible alcanzar consensos cognitivos. La censura inhibe la producción de
conocimiento. ¿Cuáles son las matrices de la verdad? se preguntaba Helvetius en
De L’Esprit (1758), para contestar: la contradicción y la disputa. Sin libertad de
expresión y de crítica no puede haber desarrollo del conocimiento. Este es un
tercer mercado, isomorfo con los anteriores, en el que sujetos cognitivamente
soberanos formulan enunciados que son sometidos a crítica y debate público.
Es la estructura democrática de la ciencia que institucionaliza el escepticismo

46
organizado (la cartesiana duda metódica) según fue analizada por R. K. Mer-
ton32 y que explica la mayor productividad científica de las democracias frente
a los regímenes autoritarios33
Así, economía de mercado, estado democrático y ciencia no son tres ordenes
institucionales separados (aunque sí sean distintos) sino, como los tres lados de
un triángulo, manifestaciones diversas de un mismo principio de soberanía del
individuo que acepta o no las sugerencias que formula un tercero. Y si la liber-
tad política no es separable de la libertad económica, ninguna de estas es sepa-
rable de la libertad de expresión o de juicio, que es, más bien, su sustento y ori-
gen. Y dicho queda —aunque es tema que exigiría mayor desarrollo— que en
mi opinión es esa libertad fundamental, la del ciudadano como ser pensante, la
base de las otras dos. Por decirlo de otro modo, no es la libertad política la que,
históricamente, arrastró la libertad de la ciencia, sino al contrario, esta, como li-
bertad de juicio y de expresión, un claro derivado de la reforma protestante, la
que exige aquella. Pues tan pronto como la verdad es entendida, no como el dic-
tum de una autoridad superior, sino como la aquiescencia personal a un argu-
mento en virtud de sus méritos, la libertad de expresión resulta ser presupuesto

Los jóvenes en un mundo en transformación


de la verdad. Y tan pronto como tenemos libertad de expresión, tenemos espa-
cio público y democracia. Y tan pronto como tenemos democracia, tenemos
economía de mercado. Pero sea cual fuere el orden histórico causal, es lo cierto
que el orden moderno plenamente realizado (la post-modernidad de algunos) es
la imbricación creciente entre ciencia, democracia y mercado, formas modernas
de tres universales empíricos: la cultura, la política y la economía34.

El triunfo de la modernidad y la rutina de la transgresión

Pero, como señalaba al principio, lo importante no es tanto el efecto de es-


ta u aquella tecnología, sino el efecto agregado y global de la institucionaliza-
ción de la ciencia. Y ahora lo que encontramos es una inmensa revolución que
ha exacerbado hasta sus últimas conclusiones el viejo programa de la Ilustra-
ción. Recordemos como definía Kant la Ilustración:
La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La
minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin
la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de

(32) Véase, R.K. Merton, La estructura normativa de la ciencia, en su compilación, La sociología de la ciencia,
Alianza Universidad, Madrid, 1977 (e.o. de 1942). Sobre las tesis de Merton acerca del ethos democrático de la cien-
cia véase nuestro libro E. Lamo de Espinosa, J. M. González y C. Torres, La sociología del conocimiento y de la ciencia,
Alianza Editorial, Madrid, 1999, Cap. 19, redactado por Cristóbal Torres.
(33) Véase la tesis doctoral de José Remo Fernández Carro, Regímenes políticos y actividad científica. Las políticas
de la ciencia en las dictaduras y las democracias, Centro de Estudios Avanzados en CC Sociales, Madrid, 2002.
(34) Teniendo presente, a su vez, que ciencia, democracia y mercado no son sino las manifestaciones modernas
de tres invariantes o universales sociales: comunicación, parentesco y trabajo. Para ello véase mi trabajo Parentesco, tra-
bajo y comunicación, presentado al Congreso de Sociología Española-2001, en prensa.

47
ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor
para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude ¡Ten valor de ser-
virte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la Ilustración35.
Sapere aude, atrévete a saber, osa saber, ten valor. Pues bien, esto, que era un
eslogan revolucionario en la sociedad del antiguo régimen, es ya la regla. Toda-
vía durante los siglos XIX y buena parte de este el espíritu progresista e innova-
dor, racionalista, presente en sectores sociales importantes, tenía su contrapar-
tida en orientaciones conservadoras, tradicionalistas, que miraban al pasado. La
neofilia acelerada de los modernizadores tenía la contrapartida, a veces gana-
dora, en la neofobia de los tradicionalistas. Y así la ciencia se oponía a la fe y la
religión, como los demócratas a los absolutistas, como la vanguardia artística se
oponía al arte pompier o clásico, o como la moda se oponía a los hábitos de to-
do tipo. Los progresistas o innovadores, que miraban al futuro, hacia delante,
y lo generaban, tenían la contrapartida, el freno, de los tradicionalistas o con-
servadores, que miraban al pasado y frenaban el progreso36. Es la historia de Eu-
ropa desde el siglo XVIII a finales del XX. A mediados del siglo pasado Jaime Bal-
Los jóvenes en un mundo en transformación

mes podía escribir:


Hombres hay que viven en lo pasado, y los hay también que viven en el porve-
nir. Unos y otros condenan lo presente; aquellos ensalzan lo que fue, estos lo que se-
rá; los primeros se consuelan con recuerdos, los segundos con esperanzas; al fijar sus
miradas en los futuro los unos exhalan un gemido y entonan funerales endechas, los
otros saludan con himno entusiasta la aurora de un nuevo día37.
Hoy ya no hay casi neofóbicos y el espíritu innovador e ilustrado lo abarca
todo.
Sorprendentemente donde más se habla de innovación es en las reuniones
de empresarios, justo el grupo que tradicionalmente era conservador; mientras
que donde mas se habla de conservación (del medio ambiente, de la biodiver-
sidad o de la diversidad cultural) es en las reuniones de “progresistas”. Los que
fueron progresistas e innovadores hoy tratan de conservar; quienes siempre tra-
taron de conservar, hoy impulsan todo tipo de innovaciones. ¿Qué ha pasado?
Lo que ha pasado es algo central: que la civilización occidental y, por ex-
tensión, todo el mundo, ha institucionalizado, no el orden y la rutina, como
todas las demás civilizaciones, sino al contrario, ha institucionalizado la inno-
vación y el cambio. Como señaló Ogburn hace ya cincuenta años, el cambio so-
cial es una característica de los tiempos modernos38. Como vio de modo clarivi-
dente Daniel Bell en su clásico La sociedad post-industrial,

(35) Kant, en VVAA ¿Qué es la Ilustración?, Tecnos, Madrid, 1988, p. 17.


(36) He analizado esta dinámica en Sociedades de cultura y sociedades de ciencia, Ediciones Nóbel, Oviedo, 1996.
(37) Jaime Balmes, La Sociedad, 1843, vol. I, p. 14. Reimpreso en Revista Española de Investigaciones Sociológicas,
82, 1998, pp. 299 ss.
(38) William F. Ogburn, La pauta del cambio social, publicado originalmente en las Actas del XIV Congreso In-
ternacional de Sociología, Roma, 1950; reproducido en REIS, 92, 2000, pp. 197-210.

48
la fuente más importante de cambio estructural en la sociedad —el cambio en
los modos de innovación, en la relación de la ciencia con la tecnología y en la polí-
tica pública— lo constituye el cambio del conocimiento: el crecimiento exponencial
y la especialización de la ciencia, el surgimiento de una nueva tecnología intelec-
tual, la creación de una investigación sistemática a través de las inversiones para in-
vestigación y desarrollo y, como meollo de todo lo anterior, la codificación del cono-
cimiento teórico39.
Pero esto es un tanto como anunciar un cambio radical de la naturaleza del
cambio. Todas las sociedades conocidas en la larga marcha de la humanidad se
asientan sobre rutinas bien conocidas y legitimadas que dan lugar a todo tipo
de instituciones, una de cuyas tareas principales es justamente conservar esas
rutinas para evitar que el cambio las destruya. Pues bien, las nuestras son so-
ciedades que, paradójicamente, se asientan, no en la rutina, sino en el cambio,
no en la continuidad sino en la discontinuidad, que han hecho de la innova-
ción su principio axial y su regla. La regla es, por así decirlo, que todas las re-
glas deben revisarse, que nada es sagrado ni seguro, que todo está sometido a
crítica, a reforma, a cambio. Es la generalización de la cartesiana “duda metó-

Los jóvenes en un mundo en transformación


dica” de la ciencia, la sistemática puesta en entredicho de todo saber que lleva
al Plus Ultra siempre; Sapere aude, siempre.
Como señaló Pomian en un brillante artículo, la civilización occidental se
yergue así en la única civilización conocida que se basa en la trasgresión cons-
tante, que no respeta frontera alguna. La civilización europea es la única civili-
zación de fronteras móviles. La única en erigir la trasgresión —en el sentido eti-
mológico de la palabra— en una manera de ser, es una civilización de la
trasgresión, la única conocida en la historia40. No ha respetado fronteras espa-
ciales y la desterritorialización y expansión de Occidente desde el siglo XVI has-
ta cubrir el mundo entero —lo que ahora, visto desde el final, llamamos glo-
balización— fue un primer paso que se continua en la frontera espacial.
Es una marcha obsesiva hacia adelante, como señala Bauman, en la cual la
negación compulsiva es la positividad... La disfuncionalidad de la cultura moder-
na es su funcionalidad 41, añade con frase rotunda y certera.
Pero la expansión de los conocimientos es la principal frontera a movilizar,
pues es ella la palanca que permite transgredir cualquier otra frontera. Plus Ul-
tra, siempre mas allá. La modernidad —señala Giddens— institucionaliza el
principio de la duda radical e insiste en que todo conocimiento toma la forma de
hipótesis... (que) siempre están abiertas a la revisión42. La ciencia es progreso, que
es frontera, que es expansión.

(39) Daniel Bell en El advemimiento de la sociedad postindustrial, Alianza, Madrid, 1976, p. 65.
(40) Véase Krzysztof Pomian, L’Europe et ses frontiéres, Revista de Occidente, 157(1994)25 ss. En un sentido pare-
cido, véase, Eugenio Trías, La razón fronteriza, Barcelona, 1999.
(41) Z. Bauman, Modernidad y ambivalencia, en J. Beriain (Comp.) Las consecuencias perversas de la modernidad,
Madrid, Anthropos, 1996, p. 84.
(42) Giddens, A., Modernidad y autoidentidad, en J. Beriain (Comp.), Las consecuencias perversas de la moderni-
dad, op. cit., p. 35.

49
La incidencia acelerada del cambio social inducido por la innovación científi-
co-técnica ha generado al tiempo una sociedad dispuesta y preparada para asumir
esos cambios, una sociedad neofílica que, no sólo acepta sino, pro-activamente,
busca el cambio. Cuyo hábito fundamental no es el sustentar hábitos y rutinas si-
no, al contrario, el hábito de cambiar de hábitos. Como ha señalado Enrique Gil
Calvo en un reciente libro acertadamente titulado Nacidos para cambiar, los occi-
dentales solo estamos acostumbrados a idolatrar las novedades desde hace poco más de
cien años, pues hasta entonces el hábito dominante era lamentar la desaparición de las
tradiciones y resistirse al cambio 43. Y efectivamente, en las sociedades tradicionales
(tanto las históricas como las aún existentes) el ritmo de cambio social es muy len-
to, y como la longevidad es muy baja (en torno a los treinta años), las personas du-
raban menos que las ciudades, las casas, los muebles y los utensilios con que vivían, es
decir, en las sociedades tradicionales las personas duraban menos (y por eso cambia-
ban más que las cosas que usaban y las ciudades que habitaban). Pero la revolución
industrial cambio ese estado de cosas de modo que las personas empezaron a durar
más (o a cambiar menos) que las cosas que usaban y las ciudades en que vivían 44. Y
solo ahora comienza a sentirse como una vivencia real que, como señaló Marsahll
Los jóvenes en un mundo en transformación

Bermann, nada es estable, todo es cambiante y mudadizo, y todo lo sólido se des-


vanece en el aire45. Y de este modo, el rasgo más sobresaliente de los tiempos que co-
rren podría ser el culto que se rinde al simple hecho de cambiar por cambiar: ya sea
de coche, de pareja o de trabajo, como de ideología, de religión o de programa infor-
mático....los cambios son profundos, recientes, auténticos, van a transformar nuestras
vidas por completo y además no han hecho más que empezar.
Hasta el lenguaje publicitario (el lenguaje de las mercancías, si estas pudie-
ran hablar) nos invita, constantemente, a ir mas allá, a atrevernos, a transgre-
dir, y nos convence de que tenemos derecho a todo, que no debemos renunciar
a nada. Veamos algún ejemplo tomado al azar:
Atrévete a vivir mejor (Kellogg’s)
Hasta donde tu quieras llegar (Peugeot)
¿Tengo pinta de renunciar al placer? (Winston)
Pero es también el lenguaje del orden y por lo tanto del Estado. Este tam-
poco nos invita a conformarnos, a aceptar, sino al contrario, nos invita a rebe-
larnos e innovar: Veamos un anuncio de la Dirección General de Política de la
Pequeña y Mediana Empresa:
INNOVA
LA INNOVACION TIENE MUCHO QUE VER CONTIGO
Si tienes una buena idea
Llénala de imaginación. Hazla diferente

(43) E. Gil Calvo, Nacidos para cambiar. Como construimos nuestras biografías, Taurus, Madrid, 2001, pp. 7-8.
(44) E. Gil Calvo, op. cit., pp. 10-11,
(45) Marsahll Bermann, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Editorial Siglo XXI,
Madrid, 1988.

50
Estudia el diseño y la comunicación de tu producto o de tu idea como si fuera
lo más importante, porque casi siempre lo es. Usa la imaginación y la inteligencia
en cada uno de los procesos busca siempre la diferencia y sorprende con el diseño.
Conseguirás que tu producto o tu idea sea más deseable que las demás...Innova.
Es una recomendación de la DIRECCION GENERAL DE POLITICA DE
LA PYME.
El Gobierno apuesta por la innovación.
Solicita la Guía Básica de innovación para la pequeña empresa en los teléfonos…
No es de sorprender que, bajo estas circunstancias, lo que más se aprecia y
valora no es el espíritu conservador sino el innovador, no el respeto a la tradi-
ción sino su crítica. Sociedades pues que no respetan nada sino, casi podría de-
cirse, el no respetar nada y cuya regla es la de cambiar de reglas. Se diría que el
espíritu del 68, el triunfo de la imaginación crítica, La imaginación al poder, ha
acabado ganando, pero paradójicamente no contra el capitalismo sino gracias a
él46. Prohibido prohibir, ciertamente, pero en beneficio del orden, no de su sub-
versión. Pues el orden mismo vive de su subversión constante, de la que hace

Los jóvenes en un mundo en transformación


mercancía y producto de vanguardia. Nada más patético que el joven roquero
cuyas canciones blasfeman de todo principio con frases ya hechas, disfrazado
con alguno de los varios uniformes oficiales que denotan su total rebeldía,
transformado en consumo masivo de jóvenes adolescentes de clase media al
tiempo que él consulta a diario los ratings que le informan de sus éxitos o fra-
casos comerciales. Es como si el orden mismo hubiera encontrado la llave má-
gica para sostenerse por encima de todo a través del mecanismo de ordenarnos
que le desobedezcamos. Pues la orden Desobedéceme es el ejemplo arquetípico
de mandato paradójico que nos suma en la culpa inevitable. Si desobedezco, es-
toy obedeciendo al orden que me ordena que le desobedezca; si obedezco su or-
den le desobedeceré y así le estoy obedeciendo al tiempo. De modo que sólo
hay un mandato que no se puede violar: el que me ordena transgredir. Incluso
cuando quiero violar el orden, estoy siguiendo sus normas. La trasgresión y el
cambio son la norma y el orden.
Volvamos a Bacon: en el frontispicio de la primera edición aparece un gra-
bado que representa a las dos columnas de Hércules y una nave —el símbolo
de la tecnología de la época, como hoy es el trasbordador espacial Columbus—
que las sobrepasan. Arriba, se inscribe el moto Plus Ultra, más allá. La tecnolo-
gía como camino para transgredir toda frontera avanzando incansablemente.
Siempre mas allá, sin pausa, aplicando a ese transgredir toda la disciplina, el ri-
gor y la capacidad de trabajo, la inmensa laboriosidad que esta civilización
—una más en la maravillosa historia de la humanidad, no lo olvidemos—, es
capaz de movilizar. Esas ideas del XVII, atrévete a saber, mas allá, han triunfado

(46) Por seguir con los gurus del managemenet, Peter Drucker, en La disciplina de la innovación, Harvard Busi-
ness Review, aludía al compromiso con la práctica sistemática de la innovación. Para ser innovador, hay que ser disci-
plinado. La trasgresión como nueva disciplina.

51
por completo y han dejado de ser ideas críticas del orden social para ser la idea
central de ese mismo orden.
Fray Luis de León tenía una hermosa metáfora para entender este cambio.
Hablaba de dos modos de existir y los representaba como el huerto y la nave.
El huerto es la vida encerrada en un hábitat que se cultiva con esmero, someti-
do a ritmos repetitivos y cíclicos de modo que se sabe que se puede esperar; es
el beatus ille. Pero frente al huerto, la nave, una vez más la nave, como símbo-
lo de una vida desterritorializada, sin raíces, móvil, siempre mas allá, impulsa-
da por la tecnología.
¿Es la nuestra pues una sociedad postmoderna o por el contrario, una socie-
dad hiper-moderna? En mi opinión la respuesta es clara. Ya no hay un pensa-
miento tradicionalista o re-accionario que mire al pasado, y sólo lo encontramos
en las fronteras aun no asimiladas a la civilización occidental, allí donde la mo-
dernización ha fracasado como en algunos países musulmanes o en restos del vie-
jo Imperio Ruso-soviético. Asistimos por el contrario, al triunfo total de la mo-
dernidad y del espíritu ilustrado. Como señala Giddens, en vez de estar entrando
en un período de post-modernidad, nos estamos trasladando a uno en que las conse-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cuencias de la modernidad se están universalizando y radicalizando como nunca 47.


Los ilustrados del XVIII querían ser modernos y esa voluntad ha continuado du-
rante casi dos siglos. Nosotros no podemos no ser modernos; somos modernos
aunque no nos guste. Es más, si lo pensamos correctamente, nunca fuimos ple-
namente modernos (Latour); solo ahora lo somos, de modo que podemos afirmar
con Jameson que la post-modernidad es más moderna que la propia modernidad 48.
Ello desequilibra por completo la relación entre orden social y cambio so-
cial, la gran dicotomía sobre la que se construye la sociología clásica desde
Comte. Recordemos: orden y progreso era su esquema, combinar el orden del
Antiguo Régimen con el progreso de la Revolución. Pero no confrontamos ya
sociedades que, desde el orden, se defienden frente a los riesgos del cambio, si-
no sociedades asentadas sobre su propio cambio. Y aquí encontramos la clave
del cambio de sentido político de la innovación y del propio cambio social:
pues cuando el orden deviene el cambio, los hombres de orden se hacen inno-
vadores. Y viceversa, los críticos se hacen conservadores. Apoyar el orden social
moderno es, paradójicamente, promover su cambio acelerado. Por el contrario,
criticar el orden social es, paradójicamente, resistir ese cambio. Y por eso hoy,
quizás la mayor innovación, probablemente la única que queda, es resistirse a
ella. Y la única trasgresión es la voluntad de no transgredir. Esto es lo que ex-
plica que los conservadores de hoy (de culturas, lenguas, identidades, especies,
biodiversidad, naturaleza) sean los herederos de los progresistas del pasado,
mientras los innovadores de hoy son los herederos de los conservadores de anta-
ño. Somos todos —como decía irónicamente Woody Allen en Annie Hall—,
reaccionarios de izquierdas o progresistas de derechas.

(47) A. Giddens, Consecuencias de la modernidad, Alianza, Madrid, 1994, p. 17.


(48) F. Jameson, Teoría de la posmodernidad, Trotta, Valladolíd, 1998, p. 232.

52
En ningún sitio es más patente esa “nueva ilustración” que, en notorio con-
traste con la antigua, afianza un conservacionismo a ultranza, que en el ámbi-
to de lo que se ha dado en llamar el patrimonio cultural o medioambiental, co-
mo ha demostrado Antonio Ariño49. La historia de la construcción y transmisión
del patrimonio está vinculada…al compromiso militante contra el vandalismo del
progreso. De este modo (como señala Velasco), la conservación es un modo de re-
flexión desde el que contemplar el progreso, por supuesto un modo negativo que
trata de anularlo. Pero no se trata ya sólo de conservar las bellezas del pasado,
sus obras de arte como educación del presente, lo que por supuesto ha llevado
a una multiplicación de museos y, por supuesto, a un mercado de museos en
competencia. Ni tampoco de conservar el medio ambiente como garantía de
sostenibilidad mundial. La idea de patrimonio se libera, no solo de cualquier
dependencia de la idea de belleza sino también de la de peligro o riesgo, para
abarcar los más variados objetos y extenderse indefinidamente de manos de la
UNESCO y de los numerosos defensores de infinitos “patrimonios”. Así se in-
corporan, además de la literatura, el arte y los monumentos, todas las lenguas,
músicas, folklores, danzas, juegos, mitologías, ritos, costumbres o paisajes. En

Los jóvenes en un mundo en transformación


el Proyecto para el Paisaje Sonoro del Mundo de la UNESCO se incluye desde el
ruido de viejas cajas registradoras al del batir de la mantequilla o el de los mo-
linillos de café manuales. Por supuesto se incorpora también el patrimonio oral
de la humanidad. Se incorporan como Tesoros Vivientes a quienes poseen de-
terminadas destrezas esenciales para ciertos patrimonios intangibles. El resulta-
do es una cuádruple extensión de lo que debe ser conservado: 1.-tanto objetos
artísticos o de alta cultura como objetos derivados de artes populares o de sim-
ple uso ordinario ya periclitado (arados u otros instrumentos obsoletos, tejidos
o telares, cocinas u hornos domésticos, y un etcétera infinito); 2.-tanto obras
de minorías letradas como tesoros vivientes o culturas orales de sociedades in
escritura; 3.-tanto bienes patrimoniales objetivos como intangibles (como, por
ejemplo, en algo de tanta importancia como las denominaciones de origen); 4.-
Y finalmente, tanto bienes culturales como “bienes naturales”, que incluyen es-
pecies vegetales o animales, bosques, parajes, parques, fondos marinos, y hasta
genes, bacterias o virus. Todo es ya objeto de conservación pues todo está suje-
to al riesgo de desaparición inmediata y total. Las tradiciones no son tales; son
sólo nuevos objetos manufacturados, una nueva forma de producción, una seg-
mentación del mercado para atender un nuevo nicho de demanda: los antiguos
progresistas que hoy consumen tradiciones e historia.

Las paradojas de la ciencia

Y por eso también, sólo ahora empezamos a ser conscientes de la parte ma-
la de la modernidad, de cómo el progreso puede llegar a ser regresivo, de cómo

(49) A. Ariño, La expansión del patrimonio cultural, en Revista de Occidente, 250, 2002, pp. 129 ss.

53
el avance puede implicar retroceso, de cómo la razón puede ser irracional y las
luces producir oscuridad. Empezamos pues a ser conscientes de las consecuen-
cias no queridas de la ciencia y el conocimiento, y ese es el campo abonado en
que hunde sus raíces el discurso post-moderno, receloso de la razón. Podemos
generar una utopía y un discurso post-moderno justamente porque nuestra
realidad social es ya radicalmente moderna. La ciencia no es sólo la solución de
la mayoría de los problemas; comienza ella también a ser parte de algunos de
esos problemas. Pues bien pensada, está llena de paradojas y la primera y ma-
yor es sin duda la que ya hemos visto: sustenta el orden en el cambio, hace ru-
tina de la innovación y nos incita a ser transgresores. Pero veamos algunas otras.
Segunda paradoja: el conocimiento mata la sabiduría. La ciencia es un sa-
ber sólo instrumental, nos indica cómo hacer las cosas, pero en absoluto qué
hacer. La ciencia nada sabe sobre la buena vida, sobre que es lo bueno y lo ma-
lo, sobre que amar o odiar, que es hermoso o repugnante. La ciencia conoce
mucho pero carece por completo de otro tipo de conocimiento, absolutamen-
te necesario para la vida, y que tradicionalmente se ha vinculado con la palabra
sabiduría. La ciencia carece pues de sabiduría. Y sin embargo se autodefine —
Los jóvenes en un mundo en transformación

y es aceptada casi siempre— como único saber válido. Como ya señalara Thors-
tein Veblen en 1906, el sentido común moderno sostiene que la respuesta del cien-
tífico es la única auténtica y definitiva. Cientifismo —señalaba Habermas hace
años— significa...la convicción de que no podemos ya comprender la ciencia como
una forma de conocimiento posible sino que más bien debemos identificar conoci-
miento y ciencia 50. En esa medida en que aceptamos, erróneamente, que la cien-
cia es el único saber válido, se transforma en un disolvente de todo otro saber
alternativo posible, y también en disolvente de todo saber de fines, en disol-
vente de la sabiduría. El resultado es que cada vez sabemos más qué podemos
hacer pero, paradójicamente, sabemos menos qué debemos hacer. Como seña-
laba el poeta Thomas Stearns Eliot,
¿Dónde está la sabiduría
que hemos perdido con el conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento
que hemos perdido con la información? 51

(50) J. Habermas, Knowledge and Human Interests, Beacon Press, Boston, 1971, p. 4.
(51) Vale la pena reproducir la estrofa completa en su lengua original:
Endless invention, endless experiment,
Brings knowledge of motion, but not of stillness;
Knowledge of speech, but not of silence;
Knowledge of words, and ignorance of the Word.
All our knowledge brings us nearer to death,
But nearness to death no nearer to God.
Where is the Life we have lost in living?
Where is the wisdom we have lost in knowledge?
Where is the knowledge we have lost in information?
The cycles of heaven in twenty centuries
Brings us farther from God and nearer to the Dust.
De The Rock, Londres, 1934.

54
La información —lo señalaba antes— se dobla aproximadamente cada 100
días y nadamos en masas de información; el conocimiento, más difícil de me-
dir, parece doblarse ahora cada 15 años. Pero la sabiduría de que disponemos
no es mucho mayor de la que tenían Confucio, Sócrates, Buda o Jesús y, lo que
es peor, no sabemos cómo producirla. Vivimos pues anegados de información;
con sólidos y eficaces conocimientos científicos; pero ayunos casi por comple-
to de sabiduría. Salvo que redefinamos la ciencia, esta nos hace, paradójica-
mente, más ignorantes.
Tercera paradoja: ignoramos lo que ignoramos. Veamos un ejemplo. El Fo-
ro Global de Investigación sobre la Salud, fundación internacional financiada
por la OMS y otras instituciones, presentó en Ginebra el Informe 10/90 sobre
Investigación Sanitaria 2000. El primer dato interesante es cómo enfermedad y
pobreza están vinculados: los países de rentas bajas y medias agrupan al 85% de
la población y soportan el 92% de la “carga de enfermedad” (una medida de la
mortalidad prematura, la incapacidad y la perdida de calidad de vida por cau-
sas patológicas) mientras que los países ricos, con el 15% de la población mun-
dial soportan solo el 8% de esa carga. Pero el segundo dato son los prioridades

Los jóvenes en un mundo en transformación


en la investigación médica: de los 13 billones de pesetas que se gastan anual-
mente, el 90% estudia enfermedades que causan el 10% de las muertes y solo
el 10% se dedica a estudiar enfermedades que causan el 90%. Así, los dos prin-
cipales asesinos, la neumonía y las diarreas infecciosas, que dan cuenta del 11%
de la mortalidad y la incapacidad, sólo atraen el 0,2% del dinero dedicado a in-
vestigación sanitaria. La obesidad o el envejecimiento, problemas típicos de pa-
íses ricos, atraen, por el contrario, casi toda la investigación. Por supuesto, más
del 90% de los 13 billones de fondos de investigación están en manos de un
pequeño número de países y más del 50% corresponden al sector privado.
Analicemos ahora este dato. Por definición, sabemos lo que sabemos, pero
no lo que ignoramos. Pero que ignoremos ciertas cosas y no otras no es en ab-
soluto casual. La producción de la ciencia no es como caminar por una vía de
ferrocarril que tiene los raíles trazados de modo que podemos avanzar más o
menos, pero siempre por el mismo camino y en la misma dirección. Ni se ex-
tiende tampoco como una mancha de aceite que se expande inevitablemente a
partir de un centro. La ciencia es sólo el conjunto de respuestas que damos a
las preguntas concretas que nos hacemos, de modo que si las preguntas no se
formulan tampoco conoceremos las respuestas. No hay conocimiento alguno
sin interés previo que le de sentido52. La ciencia no es una fotografía, sino un
mapa (Borges) y podemos hacer muchos mapas distintos de la misma realidad.
Y así puede ser que muchas cosas que podríamos conocer las ignoremos mien-
tras conocemos otras que, a lo mejor, no son tan importantes. La mejor metá-
fora sobre la naturaleza del conocimiento científico sigue siendo la de Kant: is-
lotes de sabiduría en un mar de ignorancia. ¿Por qué hacemos aflorar algunos

(52) Esta es la enseñanza más importante de la sociología del conocimiento. Véase de nuevo, el texto citado de
Habermas.

55
islotes y no otros? Por ello, cabe pensar en dos ciencias, igualmente científicas,
pero con contenidos radicalmente distintos, que respondan a cuestiones distin-
tas, que nos den saber sobre cosas muy diferentes. Por ejemplo, ¿por qué la me-
dicina se centra en la enfermedad y no en la salud? Pero la conclusión es que,
en una sociedad basada en el conocimiento, orientada y movilizada por la pro-
ducción industrial de conocimientos, en la que la ciencia abre el camino, la tec-
nología lo pavimenta y nosotros lo recorremos, la pregunta por las prioridades
en la investigación científica, la pregunta por qué caminos, es la pregunta cru-
cial. ¿Por qué se abordan ciertos programas de investigación y no otros? ¿Cómo
se producen, socialmente, de facto, los programas de investigación? ¿Por qué sa-
bemos lo que sabemos y por qué ignoramos lo que ignoramos? El desarrollo de
la ciencia es ciego, sometido sin duda a la exigencia del beneficio o a las prio-
ridades políticas, pero no tenemos —ni tendremos— una ciencia que oriente
la ciencia. De modo que, para una civilización en la que la ciencia abre cami-
nos, la tecnología los pavimenta y nosotros los recorremos, la pregunta por qué
caminos abrir, la pregunta pues por las prioridades en la investigación científi-
ca, es la pregunta primordial que marca nuestro futuro.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Cuarta paradoja: no sabemos qué hacer con lo que sabemos: La cuarta pa-
radoja deriva del distinto ritmo al que se desarrollan lo posible y lo deseable.
Pondré otro ejemplo: la oveja Dolly. Sabemos que podemos clonar ovejas, pe-
ro también seres humanos. Ya mismo. Pero no tenemos ni idea de cuando es
bueno o malo hacerlo, en que condiciones o bajo que supuestos. Ello es conse-
cuencia de un lag, de un retraso estructural entre el ritmo acelerado de pro-
ducción de conocimientos, de una parte, y de otra, del ritmo lento de produc-
ción de consenso social sobre cómo utilizar esos conocimientos. La producción
de cultura, de consenso moral, requiere tiempo, se genera por trial-and-error,
exige discusión, debate, información. Por ello, para cuando hayamos encontra-
do un consenso ético acerca de cómo utilizar las técnicas de clonación la bio-
tecnología estará ya en otra frontera y el lag continuará o se habrá ampliado53.
No tenemos —y estamos muy lejos de tener— una máquina de producción de
cultura, de producción de consenso moral, similar a la máquina de producción
de conocimientos. Y cuando pretendemos ponerla en marcha sólo podemos ha-
cerlo como producción científica de cultura: comités de expertos que generan
más ciencia para controlar la aplicación de la ciencia. En esa medida buena par-
te de la ciencia se mueve en un limbo moral, mas allá del espacio socialmente
definido de lo bueno o lo rechazable.
Quinta paradoja: no sabemos qué produce lo que sabemos: La quinta pa-
radoja es la de la iatrogenia: la ciencia como estrategia para evitar problemas ge-
nera otros problemas. El aerosol destruye la capa de ozono; los pesticidas o los
fertilizantes polucionan el agua; las máquinas de producir energía generan llu-
via ácida que agosta otras formas de energía naturales. La alimentación de las

(53) La tesis del cultural lag, del retraso entre el avance acelerado de la cultura material y el lento de la cultura in-
material, fue desarrollada por William Ogburn en Social Change, Vicking Press, Nueva York, 1932, e.o., 1925.

56
vacas con sofisticadas harinas animales, que las hizo caníbales, genera enferme-
dades de nombre impronunciable. En sociedades tan complejas como las ac-
tuales, donde cada acción personal está encadenada a todas las demás acciones
de todo el mundo a través de redes de interconexión amplísimas y extensas, es
cada vez más difícil saber cual será la consecuencia última de mi acción. Como
sabía Mandeville el bien general el mal y el mal genera el bien. La misma cien-
cia, que nos aísla en gran medida de muchos riesgos naturales, produce otros
riesgos derivados de los sistemas expertos en que se plasma. Las sociedades ba-
sadas en la ciencia son —como señaló Ulrich Beck en un best seller de la socio-
logía alemana— La sociedad del riesgo 54 (Risikogeselschaft), sociedades de riesgo
socialmente producido. Esta no es una peculiaridad del saber moderno. Todo
conocimiento es local y limitado, y ya Merton señaló hace años que jamás po-
demos conocer la totalidad de las consecuencias de nuestros actos. Podemos in-
dagar la consecuencia primera, y la segunda, y la tercera, pero a partir de la con-
secuencia n, interrumpiremos el análisis. Y sin embargo, aquel acto, sigue
generando consecuencias n +1, etcétera. Lo que sí es peculiar es que las redes
de interacción de las tecnologías con la sociedad y la naturaleza forman bucles

Los jóvenes en un mundo en transformación


auto-referentes y la consecuencia n +1 no está ya alejada de la acción inicial ni
en el tiempo ni en el espacio. Regresa como un boomerang y nos golpea. De mo-
do que la aplicación sistemática de la ciencia y la tecnología en sistemas exper-
tos que permean la vida social genera nuevas consecuencias no intencionadas
que sólo la propia ciencia puede estudiar.

El sueño de la razón

El resultado de este conjunto de paradojas es que los recelos hacia la cien-


cia aumentan. Los datos de las encuestas de los últimos años, tanto nacionales
como internacionales, son sin duda muy reveladores al mostrar una creciente
desconfianza hacia la ciencia55. Hace pocos años se les preguntó a los españoles
si comerían patatas transgénicas; un 59% dijo que no. Se les preguntó enton-
ces si comerían esas patatas si fueran mucho más baratas. Los “no” subieron al
82%. ¡Faltaría más! ¡Encima más baratas! El estudio mostraba que más del 70%
de los españoles creían que el desarrollo de la ciencia y la tecnología traerán con-
sigo (muchos o bastantes) riesgos para nuestro mundo. Sólo un 14% pensaba la
contrario56. La idea de riesgo empieza así a ser inseparable de la de progreso.
No debe sorprendernos pues este recelo podemos remontarlo al mito de
Frankenstein de comienzos del XIX de Mary Shelley, la traducción romántica del
mito clásico del aprendiz de brujo que desata fuerzas que no puede controlar.
Un científico, un médico, desea crear el hombre perfecto pero lo que produce es

(54) Hay traducción en Paidós, Barcelona, 1996.


(55) Véase Miller, Jon D, Rafael Pardo y Fujio Niwa, Percepciones del público ante la ciencia y la tecnología. Estu-
dio comparado de la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y Canadá, Fundación BBV, Madrid, 1998.
(56) Datos de Opinión, Boletín del CIS, junio, 1997, num.11, estudio 2242. Los datos eran de marzo de ese año.

57
un monstruo. Un mito que —como el coetáneo de Nosferatus/Drácula— for-
ma parte de la reacción romántico-conservadora contra la sociedad moderna y
que hoy descubrimos como una metáfora de la misma sociedad moderna.
El conocido grabado de Goya nos recuerda que el sueño de la razón pro-
duce monstruos. Siempre se ha interpretado la frase more ilustrado; cuando la
razón duerme emergen los monstruos. Pero la frase tiene también un sentido
oculto: los monstruos pueden salir del propio delirio de la razón, de lo que ella
misma sueña. La ciencia ha sido siempre la solución a todo problema; hoy, por
desgracia, es ya no solo parte de la solución, sino también parte del problema
mismo.
Los jóvenes en un mundo en transformación

58
CAPÍTULO I.3
¿Y DESPUÉS DE LA POSTMODERNIDAD, QUÉ?
DEBATE PARA UNA NUEVA ÉPOCA

CAPÍTULO I.3.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


EL RETORNO DEL REALISMO POLÍTICO COMO
CONTRAMODERNIZACIÓN REACCIONARIA
Prof. Dr. D. Enrique Gil Calvo
Universidad Complutense de Madrid

Con la pregunta retórica que convocaba esta Mesa Redonda se trataba de


debatir no tanto hacia dónde se encamina la antes llamada postmodernidad
como qué significa ésta entendida como crisis del proceso de modernización
(tal como lo denominaron los sociólogos funcionalistas de la segunda mitad
del siglo XX). En este sentido, el prefijo ‘post’ suele entenderse como “después
de”, lo que implica dar por acabado, o al menos quebrado, el periodo anterior.
Pues bien, si suponemos que la modernidad estaba vigente hasta hace poco, y
lo estaba cuando menos desde el siglo XVII (1648), que es cuando se inicia se-
mejante proceso secular, ahora hay que preguntarse qué es lo que la actual fa-
se iniciada en el último tercio del siglo XX, como quiera que sea que se la lla-
me (¿postmodernidad, mundialización, globalización, nuevo des-orden
mundial...?), supone respecto a la lógica secular del proceso modernizador: ¿lo
ha desmentido, lo ha refutado, lo ha quebrado, para generar un punto de in-
flexión si es que no una ruptura de la continuidad histórica? ¿O por lo con-
trario lo ha corregido, lo ha rectificado, lo ha perfeccionado, llevando hasta sus
últimas consecuencias la continuación por otros medios de su misma tenden-
cia histórica...?
A juzgar por la literatura, aparecen tres posibles respuestas a esta pregunta,
que cabe entender como relacionadas entre sí a la manera hegeliana: tesis, an-
títesis y síntesis. La primera procede de una posición que podemos llamar pan-

59
glossiana o integrada, en la medida en que entiende la postmodernidad como
una confirmación de la modernidad pero elevada a su enésima potencia. Así,
para esta primera tesis, la postmodernidad sería más de lo mismo: transmoder-
nidad, hipermodernidad, ultramodernidad, segunda o tercera modernidad o
como se la quiera llamar.
La segunda respuesta es antitética respecto a la anterior, pues procede de
posturas que podemos denominar nihilistas o apocalípticas, y sostiene que la
postmodernidad implica la completa refutación del espejismo que supuso la
ilusoria modernidad, cuyo fraude palmario viene a desvelar y a denunciar. Así,
para esta segunda antítesis, la modernidad sólo fue un sueño que nunca tuvo
lugar, y del que la postmodernidad, en tanto que antimodernidad, vendría a
despertarnos para revelar su carácter de monstruosa pesadilla, haciéndonos ver
con Bruno Latour que, en realidad, nunca hemos sido modernos.
Finalmente, la tercera respuesta pretende superar la oposición aparente que
se da entre las dos primeras, proponiendo una síntesis compleja pero capaz de
dar cuenta de ambas, a la que cabe llamar contramodernización por analogía
con el concepto de contrarrevolución. Y esto en el sentido de que se puede en-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tender la postmodernidad como una contrarrevolución dentro de la moderni-


zación: una crisis rompedora y destructiva, pues la revolución siempre devora a
sus hijos, pero predestinada a invertir a largo plazo, aunque sea como conse-
cuencia no querida, sus previstos resultados históricos, para restaurar así la mo-
dernización reaccionaria del Antiguo Régimen nacido con la primera moderni-
dad temprana. Pues bien, repasemos por encima en términos críticos cada una
de estas tres respuestas, advirtiendo al lector que cuanto aquí se dice está argu-
mentado con mayor rigor en mi último libro El miedo es el mensaje: riesgo, in-
certidumbre y medios de comunicación (Alianza, Madrid, 2003).

1: La postmodernidad como hipermodernización. La mejor forma de defen-


der esta postura es la que han hecho suya tantos antiguos marxistas que hoy se
han pasado con armas y bagajes al globalismo neoliberal, aprovechando para
ello el determinismo economicista y tecnológico que vincula filosóficamente a
las dos utopías liberal y marxista, sólo antitéticas en lo accesorio. El represen-
tante más notorio de esta postura es Anthony Giddens, pero entre nosotros
también destacan Emilio Lamo y Manuel Castells. Para todos ellos, la moder-
nización no ha muerto sino que está más viva y potente que nunca, desde que
nació en el siglo XVII con la revolución científico técnica. Pues en efecto, la ló-
gica desarrollista de progreso arrollador que históricamente la impulsa es la que
se deriva de su institución más característica, que es la sistemática investigación
científica (sociedad del conocimiento), inmediatamente aplicada a las demás
instituciones culturales (sociedad de la información), políticas (globalización) y
económicas (revolución digital de las nuevas tecnologías).
De este modo, la fase actual, ya sea post-moderna o global, no sería más que
la continuación por otros medios (por parafrasear la cita clausewitziana), aho-
ra digitales y genómicos, de la secular modernización anterior. Por supuesto, no

60
sin graves crisis como siempre las ha habido, pues el progreso moderno nunca
ha sido lineal y continuo sino quebrado y contradictorio, al basarse en una sen-
da en zig-zag de desarrollo desequilibrado y antagónico (como sostenía Hirs-
chman) que avanza espasmódica y ciclotímicamente de la destrucción creado-
ra a la reconstrucción permanente. Lo cual exige periódicas metamorfosis del
paradigma tecnoeconómico que elevan exponencialmente la eficiencia produc-
tiva generando drásticas reestructuraciones del sistema económico, de acuerdo
al modelo cíclico de Schumpeter. Pero no por ello se detiene el sentido ascen-
dente de la senda del progreso, que continúa avanzando siempre movido por el
motor continuo y autosuficiente del desarrollo científico.
Esta postura panglossiana, según la cual cada vez vivimos en el mejor de los
mundos posibles, goza de amplio predicamento entre la opinión pública, don-
de ocupa una posición dominante. Pero su simplismo lineal, por efectivo y efec-
tista que resulte de cara a la galería, no resiste un somero examen crítico. Mi li-
mitaré a tres objeciones fundamentales, que la descalifican en buena medida. En
primer lugar, su pretendida institución motora, la tecno-ciencia, no es en abso-
luto autosuficiente sino que depende por completo de las dos instituciones ma-

Los jóvenes en un mundo en transformación


yores que la financian y a las que se somete: el mercado capitalista y el estado ne-
oliberal, hegemonizado por el complejo militar industrial. Es pensable que la
ciencia por sí sola garantizase una senda de progreso, aunque cabría discutirlo.
Pero desde luego, ni el mercado ni el estado, que dominan a la ciencia, garanti-
zan en cambio ninguna senda de progreso. Por el contrario, tanto una como otra
institución se están encerrando en infernales círculos viciosos.
Por lo que hace al mercado, en segundo lugar, su lógica de acumulación de
beneficios le lleva a intensificar la explotación ambiental de los ecosistemas pla-
netarios, con gravísimos efectos perversos en términos de agotamiento de re-
cursos no renovables, generación de desechos no reciclables, cambios climáti-
cos y pérdida de diversidad ecológica. Además, la sumisión de la lógica
productiva a la lógica financiera de la llamada “nueva economía” (donde el va-
lor sólo lo dicta la demanda de mercado, es decir, la opinión pública), ha he-
cho entrar al desarrollo capitalista en un callejón sin salida, con graves crisis de
acumulación donde infraestructuras laborales enteras son amortizadas y susti-
tuidas por otras precarias de presunta eficiencia superior, aunque semejante efi-
ciencia sólo se deba a efímeros efectos contables. Y la consecuencia de todo ello
es la crisis generalizada del sistema que denuncian los sociólogos del riesgo co-
mo Ulrich Beck, de imprevistas consecuencias destructivas y contraproducen-
tes. Así, en contra de cuanto promete, el mercado no produce mayor progreso
sino mayor riesgo: ecológico, laboral y financiero.
Y por lo que respecta al estado contemporáneo, en tercer y último lugar,
tampoco parece capaz de producir orden y progreso sino mayor incertidumbre
e inseguridad. Así sucede sobre todo desde que se produjo el fin de la guerra
fría, tras la caída en 1989 del muro de Berlín, que no supuso el fin de la histo-
ria sino el comienzo de un nuevo interregno de desorden geoestratégico, tras el
fin del orden westfaliano de equilibrio de poder entre estados que con diversas

61
formas geométricas había estado vigente desde 1648. Pues la nueva hegemonía
imperial, al poder actuar arbitrariamente sin ninguna limitación externa capaz
de contener su poder, ha optado finalmente por romper unilateralmente las re-
glas de juego del orden jurídico internacional consensuado en la Carta de la
ONU. Así, al moderno contractualismo racionalista le sucede hoy el retorno
del reaccionario realismo político al que luego aludiré, con sus aventureras po-
líticas de fuerza de resultado imprevisible. Y esto no supone ningún progreso
sino una clara regresión: una neta involución.

2: La postmodernidad como antimodernización. Para señalar lo esencial de la


segunda postura antimodernista, empeñada en denunciar de raíz la falaz im-
postura del mito de la modernidad, nada mejor que recoger la síntesis que
nuestro colega García Selgas hizo en esta Mesa Redonda de la que aquí resumo
mi propia participación. Para él, la postmodernidad ha venido a denunciar cua-
tro grandes falacias modernas en las que ya no podemos seguir creyendo por-
que han perdido su crédito anterior, lo que autoriza a constatar su muerte y a
registrar su certificado de defunción. Esos cuatro espejismos que hoy se desin-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tegran son: el sujeto individual, el estado nacional, el progreso futuro y la re-


presentación de la realidad.
Que el sujeto moderno ha muerto, como entidad cerrada y autosuficiente
capaz de hacerse a sí misma, es algo que se sabe de antiguo, desde que el mé-
todo sociológico impuso su perspectiva relacional o interactiva. Lo que sucede,
como he podido señalar en mi libro Nacidos para cambiar. Cómo construimos
nuestras biografías (Taurus, 2001), es que la reconstrucción permanente del yo,
a la que procedemos en interacción con los demás, ha experimentado una ace-
leración en su tasa de cambio biográfico como consecuencia del crecimiento del
divorcio, de la precariedad laboral y de la caducidad del conocimiento, que nos
obligan a cambiar de pareja, de empleo y de formación profesional. Así estalla
la saturación del yo múltiple, cuyo vértigo produce una percepción de incerti-
dumbre identitaria. Pero no está demostrado que la muerte del sujeto sea algo
negativo, pues es condición necesaria para todo proceso de rehabilitación per-
sonal. Reparar una identidad deteriorada exige aprender a cambiar de identi-
dad para disponer de nuevas identidades de recambio: si el sujeto muere, a rey
muerto rey puesto. Además, el yo múltiple no es invivible sino sólo complejo y
plural, bastando para adaptarse a él con aprender a tener más vidas que las sie-
te que tiene un gato.
Por lo que hace a las demás muertes postuladas por los postmodernos an-
timodernos, tampoco son del todo convincentes. Es verdad que el estado na-
cional ya no es lo que era, desde que la macroeconomía se ha globalizado y las
monedas y los ejércitos estatales se han integrado en organizaciones internacio-
nales bajo hegemonía monetaria y militar estadounidense. Pero los estados ya
logrados siguen poseyendo su propia jurisdicción administrativa en materia de
derechos civiles, políticos y sociales que están protegidos con probada eficacia,
según revela la demanda de los inmigrantes por acceder a su interior para inte-

62
grarse en ellos. Es verdad que proliferan los estados fallidos incapaces de prote-
ger a sus nacionales. Pero si así nos lo parecen es por su extremo contraste con
estados tan eficientes como el holandés o los escandinavos, si es que no quere-
mos poner como ejemplo a los anglosajones. Pues por lo que respecta al super-
estado estadounidense, es todo menos posmoderno, encarnando a escala pla-
netaria el paradigma hobbesiano del moderno Leviatán. Como dice algún
halcón del Pentágono, mientras los posmodernos europeos nos hemos hecho
partidarios de Venus, ellos, los yanquis, siguen siendo modernos, y por eso ado-
ran al dios Marte.
Que el futuro ha muerto como senda de progreso cierto es verdad, en el
sentido de que, a causa de los desmanes del mercado y del estado, el destino ca-
da vez resulta más imprevisible e incierto. Pero de eso no se deduce en absolu-
to la imposibilidad de domesticar el futuro. Por el contrario, gracias a la tecno-
ciencia, cada vez se incrementan en mayor medida las múltiples capacidades de
domesticar y colonizar el futuro a voluntad. Así que si el progreso ha de morir,
será de éxito. Por eso parece más verosímil afirmar no que el futuro ha muerto
sino que, lejos de morir, se está reproduciendo en una pluralidad de múltiples

Los jóvenes en un mundo en transformación


futuros posibles, entre los que habrá que escoger libremente pero asumiendo las
consecuencias de hacerlo. Una vez publiqué un libro que se llamaba Futuro in-
cierto (Anagrama, 1993), pero ahora me planteo el deseo de escribir algún día
otro que se titule Futuro abierto.
Queda la cuarta defunción certificada por García Selgas: la de los sistemas
de representación de la realidad, cuya voluntad universalista de atribución de
sentido está fracasando. Lo cual es verdad para todos los lenguajes excepto para
el científico-matemático, que a pesar de cuando diga el llamado programa fuer-
te de la sociología del conocimiento científico (Barnes, Bloor y compañía), no
es relativista sino universalista, y por eso cada vez tiene más éxito en su progra-
ma de representación de la realidad, a la que logra reconstruir programática-
mente a voluntad. Lo que sucede es que la ciencia sólo aporta una representa-
ción pragmática o instrumental (lenguaje de medios) pero no expresiva o
significativa (lenguaje de fines), para lo que debe recurrirse a otros lenguajes ex-
tracientíficos como el habla, la literatura, el arte, la religión o la política. Y estos
otros lenguajes extracientíficos sí son relativistas pues, como demostró Isaiah
Berlin a partir de Weber, el universalismo valorativo resulta radicalmente impo-
sible. De ahí que como denuncia John Gray (discípulo de Berlin) en su libro Las
dos caras del liberalismo (Paidós, 2001), la actual cruzada neoliberal, que intenta
exportar a todo el planeta el imperialismo de los derechos humanos entendidos
al estilo anglosajón, esté inevitablemente destinado a fracasar estrepitosamente,
con profusión de efectos colaterales tipo choque de civilizaciones.

3: La postmodernidad como contramodernización. A esta tercera postura la


denomino contramodernización en el mismo sentido en que se habla de con-
trarrevolución como un movimiento reactivo de dirección opuesta a la que si-
gue aquel al que se opone, pero que utiliza los mismos medios, armas o pro-

63
cedimientos derivados de éste. Así, la contramodernización es una moderni-
zación reaccionaria, involucionista o retrógrada, que dispone los más moder-
nos recursos al servicio de unos objetivos manifiestamente antimodernos. Por
eso cabe entenderla en el mismo sentido en que Jeffrey Herf bautizó al nazis-
mo como modernismo reaccionario en su libro del mismo título (El moder-
nismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y el Tercer Reich,
FCE, 1990).
Y en la práctica, esta contramodernización se manifiesta por el retorno al
primer plano del escenario de las dos instituciones que la modernidad preten-
dió superar: la religión y la guerra, que desde hace ya un tiempo están pasando
a ser las dominantes. Si comenzamos por la religión, Gilles Kepel ha fechado
en 1979 el inicio de lo que él mismo llamó La revancha de Dios (Anaya, 1991),
pues en ese mismo año se produce en las tres grandes religiones monoteístas el
comienzo de su reconquista del poder político: la toma del poder por parte del
sionismo en el Parlamento de Israel, el ascenso al papado del contrarreformista
Wojtyla y la revolución islámica del imam Jomeini. Desde entonces, la teocra-
cia se ha instalado por doquier, y desde el año 2000 también en la Casa Blan-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ca, donde un presidente renacido al evangelismo pretende salvar al mundo con


mesianismo redentor. Y más en general, David Lyon ha podido hacer coexten-
siva la postmodernidad y el revival religioso en un sugerente libro precisamen-
te subtitulado así: Jesús en Disneylandia. La religión en la posmodernidad (Cáte-
dra, 2002).
Ahora bien, este retorno de la religión al primer plano de la modernidad
avanzada desmiente la teoría weberiana de la secularización con su consiguien-
te desencantamiento del mundo.¿Cómo explicar el rampante ascenso de la re-
ligión al poder? Creo que hay varias causas fundamentales. La primera de ellas
es la propia modernización de las instituciones religiosas, que les han perdido
el miedo a las nuevas tecnologías mediáticas y han pasado a convertir su apos-
tolado en un global y masivo espectáculo escenográfico. En este sentido, la
multinacional vaticana se parece a la Disney Factory o al Real Madrid galácti-
co por su capacidad de convocar a las masas urbanas de todo el planeta para
que concurran a presenciar litúrgicos simulacros audiovisuales que inmediata-
mente se convierten en acontecimientos mediáticos en el sentido de Dayan y
Katz (La historia en directo. La retransmisión televisiva de los acontecimientos,
Gustavo Gili, 1995), cuya celebración se representa con festivo entusiasmo tan-
to en los grandes estadios o en los parque temáticos como en las pequeñas pan-
tallas de los millones de hogares conectados en cadena.
El segundo factor que favorece el renacimiento religioso es lo que el soció-
logo estadounidense Ronald Inglehart ha denominado la revolución cultural
del postmaterialismo, cuyo cambio de valores se dirige desde la pérdida de con-
fianza en las organizaciones públicas representativas de intereses agregados (co-
mo los sindicatos de clase o los partidos políticos) hacia la recuperación de la
confianza en las asociaciones civiles desinteresadas y altruistas fundadas en el
voluntariado: como las ONG o las instituciones religiosas, que a causa del des-

64
crédito de la política y de la crisis de la democracia representativa han pasado a
ser el nuevo cauce de las identidades colectivas.
Semejante revolución cultural se debe tanto al declive de las viejas ideolo-
gías políticas como al reciente atractivo de la nueva religiosidad posmoderna.
¿Por qué entraron en declive las ideologías políticas? Sin duda, porque han si-
do finalmente afectadas por el weberiano proceso de secularización, en tanto
que religiones civiles. Y en cambio las viejas religiones, tras haber sufrido esa se-
cularización en sus carnes, ahora han aprendido a recuperarse mediante un me-
diático reencantamiento del mundo, basado en la eficacia ritual del espectácu-
lo de masas. Al fin y al cabo, religiones institucionales e ideologías políticas
compiten entre sí en tanto que movimientos sociales en busca de seguidores, lo
que exige trabajar con rituales, metáforas, identidades y retóricas. Pero en ma-
teria de la eficacia ritual de su puesta en escena, las ideologías han perdido la
partida.
Y en cambio las religiones se han impuesto porque, además de su eficacia
ritual superior, se han visto favorecidas por la globalización. Mientras que la re-
presentación de intereses políticos es necesariamente territorial y localista, la re-

Los jóvenes en un mundo en transformación


presentación religiosa, al ser espiritual o ultramundana, resulta extraterritorial
y potencialmente global. Como el propio catolicismo, que nació como la pri-
mera institución globalizadora mucho antes de que los navegantes católicos cir-
cunvalasen el globo terráqueo para imponer su fe por todo el planeta. De este
modo las religiones, en tanto que instituciones glocales, refuerzan ritualmente
las precarias identidades locales a la vez que ofrecen seguridad cognitiva frente
a las incertidumbres globales.
Pero finalmente, el mayor éxito de las religiones frente a las ideologías com-
petidoras (liberalismo, socialismo, nacionalismo, etc.) se debe a su potencial de
politización. Las religiones en efecto, en tanto que comunidades de fieles y cre-
yentes, pueden aportar un cemento moral cohesivo muy superior al resto de
ideologías políticas. Factor éste que, como demostró Michael Taylor en su crí-
tica del libro de Theda Skocpol sobre las revoluciones sociales, resulta determi-
nante para el triunfo final de todo movimiento de oposición o resistencia. Fren-
te a la laxa solidaridad cooperativa del movimiento obrero, las comunidades de
campesinos poseen unas redes comunitarias tan densas que resultan potencial-
mente invencibles por escasas que sean sus fuerzas. De ahí que todas las revo-
luciones triunfantes hayan sido campesinas, incluyendo la victoria vietnamita
contra el muy superior ejército estadounidense. Pues bien, la comunidad de los
creyentes en una fe religiosa proporciona un tejido asociativo todavía más den-
so que la comunidad campesina. Y por eso la religión se ha convertido hoy en
la principal retórica de resistencia antisistema, desbancando así a las previas re-
tóricas insurgentes de filiación socialista, nacionalista o revolucionaria.
Así se produce el auge del fundamentalismo ya sea islamista, sionista o in-
tegrista ultracristiano, que por doquier pretende purificar a sus pueblos con
movimientos sociales de regeneración o retorno a los orígenes que autores co-
mo Gellner han comparado a la Reforma protestante que inició la moderniza-

65
ción europea en el siglo XVII. Sin embargo, los presentes fundamentalismos ul-
trarreligiosos no son fuerzas precisamente modernizadoras, pues siempre se pre-
sentan explícitamente a sí mismos como rebeliones reaccionarias y antimoder-
nas. Y lo más temible de estas movilizaciones fundamentalistas es precisamente
su apelación a la violencia insurgente, bajo el rótulo de guerra santa. Pues con-
forme las ideologías socialistas y nacionalistas se han ido secularizando, han
perdido también su capacidad de legitimar el recurso a la violencia revolucio-
naria. Por eso en la actualidad, una vez desacreditado el uso de la fuerza, sólo
la religión mantiene intacta su capacidad de legitimar la violencia política.
Lo cual permite concluir esta exposición regresando al otro elemento que ha
retornado al primer plano del escenario contemporáneo: me refiero a la institu-
ción de la guerra, que vuelve a recuperar su viejo protagonismo que ya creíamos
perdido para siempre. Y lo hace además en asociación con la religión, precisa-
mente: las dos viejas instituciones premodernas de las que la modernidad aspiró
a emanciparse. Pues bien, si el proceso de secularización religiosa teorizado por
Weber parece haber fracasado, lo mismo sucede con el proceso de civilización te-
orizado por Norbert Elias, para quien las sociedades se irían pacificando progre-
Los jóvenes en un mundo en transformación

sivamente conforme avanzase su proceso de modernización. Y esto mismo es lo


que ha propuesto el gran sociólogo histórico estadounidense, Charles Tilly, con
lo que él mismo denomina conversión civil del estado. En este sentido, y para
ambos autores (Elias y Tilly), civilizarse equivale a desmilitarizarse, es decir, sus-
tituir paulatinamente la lógica de competición militar por la lógica de competi-
ción civil (jurídica, política, económica) como principal arena de lucha por el
poder. Y así, conforme las sociedades se modernizaran y civilizasen, deberían pa-
cificarse también, en el sentido de prescindir progresivamente del recurso a la
violencia como instrumento de poder. Pues bien, no ha sido así.
Cuando creíamos que el orden internacional establecido por la Carta de la
ONU había logrado erradicar para siempre el recurso a la guerra de la faz de la
tierra, ahora vemos que la principal democracia de Occidente recurre a ella co-
mo instrumento tanto de poder como de venganza. Me refiero, claro está, a las
guerras primero de Kosovo (en 1999), cuyo fin era justo (intervención huma-
nitaria) pero cuyos medios fueron injustos (pues no contó con la autorización
expresa del Consejo de Seguridad), y después de Irak (2003): una guerra injus-
ta tanto por sus fines explícitamente fraudulentos (pues no existió ninguna cau-
sa de guerra justa) como por los medios ilegítimos que se emplearon, al decre-
tarse (que no declararse) desafiando la voluntad manifiesta del Consejo de
Seguridad. Y así no sólo ha regresado el recurso a la guerra preventiva, explíci-
tamente prohibida por la Carta de la ONU, sino que también se han quebra-
do las reglas de juego que articulaban el orden internacional. Y en consecuen-
cia, cuando las reglas están abolidas o en suspenso, lo único que reina es la
imprevisible arbitrariedad discrecional del que demuestre ser más fuerte, que
suele ser quien detente la hegemonía militar.
Lo cual anula todos los avances civilizatorios trabajosamente construidos
por la modernidad, retrotrayéndonos al viejo orden coercitivo que imperaba en

66
los siglos XVI y XVII, cuando las guerras de religión asolaban Europa. Podrá de-
cirse, en descargo del nuevo imperialismo estadounidense, que por injustas e
ilegítimas que sean, las suyas no son guerras de verdad, puesto que se trata só-
lo de guerras virtuales (tal como las llama Michael Ignatieff en su libro Guerra
virtual, Paidós, 2003) o guerras espectáculo (como las denomina Mary Kaldor
en su texto “Haz la ley y no la guerra”, incluido en la compilación de Manuel
Castells y Narcís Serra: Guerra y paz en el siglo XXI, Tusquets, 2003): interven-
ciones exclusivamente escenográficas (o acontecimientos mediáticos en el cita-
do sentido de Dayan y Katz), celebradas sólo de cara a la galería sin otro moti-
vo que el de exhibir espectaculares demostraciones de fuerza para intimidar a
toda la audiencia propia y ajena, pero cuya baja intensidad en la causación uni-
lateral de víctimas (casi todas civiles y en su mayoría procedentes del bando
agredido por el neoimperialismo estadounidense) no permite considerarlas au-
ténticas guerras de verdad.
Bien, es posible que sea así, y que por tanto esta belicosidad escenográfica
o militarismo teatral (tal como lo denomina Emmanuel Todd en su libro Des-
pués del imperio, Foca, 2003) no implique necesariamente un retorno de la be-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ligerancia imperante a comienzos de la primera modernidad temprana. Pero te-
atral o no, lo cierto es que el recurso a la fuerza ha quebrado las reglas de juego
del orden jurídico internacional, que ha sido abolido de facto para retrotraer-
nos a un caótico estado de naturaleza hobbesiano. Y una vez instaurado ese ob-
jetivo desorden, sin más reglas que las escénicas impuestas por la arrogante be-
licosidad de los más fuertes, la única estrategia posible es el maquiavélico
realismo político: la dialéctica del amigo y el enemigo teorizada por el proto-
nazi Carl Schmitt. Y a eso no cabe denominarlo posmodernidad sino reaccio-
naria contramodernización.

67
CAPÍTULO I.3.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


POR AHORA SEGUIMOS EN LA POSTMODERNIDAD
Prof. Dr. D. Fernando García Selgas
Universidad Complutense de Madrid

Quiero empezar agradeciendo que se me haya invitado a participar en esta


mesa redonda, aunque dadas las tesis que defiendo y siendo el último que ha-
bla me siento como rodeado por el enemigo y sin escapatoria. Aunque sea un
enemigo amistoso. Porque yo sí creo que ya no hay más modernidad. Mi es-
cepticismo, que comparto con Pablo Navarro, afecta a la persistencia de la mo-
dernidad, incluso a si alguna vez existió. A lo mejor la modernidad fue un cier-
to espejismo, al menos tal y como se nos cuenta que ha sido.
1. Un par de experiencias más o menos comunes pueden ayudarnos a en-
tender dónde radica mi discrepancia con los queridos y respetados colegas que
me han precedido. En primer lugar, supongamos que en la juventud teníamos
dos amigos de los que éramos inseparables, que uno de ellos se fue a vivir a otro
país y el otro permaneció junto a nosotros. Aunque alguna vez fui a visitarlo él
tardo mucho tiempo en volver por aquí. El caso es que cuando vino, al cabo de
unos años, al encontrarnos de nuevo los tres, se quedó sorprendido del enorme
cambio que, según él, había dado nuestro común amigo, el que se había que-
dado aquí y nunca le había visitado. Y, sin embargo, yo ni percibía ni percibo
tal transformación. ¿Cuánto tiene que cambiar una persona para que haya cam-
biado radicalmente? ¿Cuántos pequeños cambios hemos de dejar de presenciar
para que donde percibimos una continuidad encontremos un cambio radical?
Permítaseme plantear una segunda experiencia posible. Hay personas que han
vivido en primera línea momentos de grandes transformaciones históricas co-

69
mo la revolución francesa, la revuelta del mayo francés o los primeros momen-
tos de la transición española y que no se han dado cuenta de lo que estaba pa-
sando. De hecho hemos sido muchos los que hemos disfrutado con la magní-
fica narración que hacía Bryce Echenique en La vida exagerada de Martín
Romaña (1981) de los avatares de un joven profesor de la Universidad de la Sor-
bona (posible remedo de sí mismo) ante cuyos ojos pasaban todos aquellos
acontecimientos del 68 parisino sin que se enterada absolutamente de nada.
¿Qué hemos de percibir para ser capaces de identificar la peculiaridad del espa-
cio-tiempo en que nos encontramos? ¿Cómo podemos notar que la historia o
el acontecer social acaba de dar un giro? ¿Cuántas cosas tienen que pasar, cuán-
tas sensaciones hay que tener, cuántos cambios tiene que haber para que algo
haya cambiado sin posibilidad de vuelta atrás? ¿Cuántos? ¿Cuándo un cambio
cuantitativo se convierte en cualitativo? Quizá sea una cuestión de sopesar las
cosas. Pero el caso es que aquí se manifiesta una de las discrepancias que man-
tengo con mis colegas. Creo que ya se han producido suficientes cambios co-
mo para hablar de una transformación radical e irreversible.
De entrada ya discrepaba de la pregunta misma que se nos había planteado,
Los jóvenes en un mundo en transformación

esto es, de la pregunta “¿y después de la postmodernidad, que?”, porque esa pre-
gunta hace de la postmodernidad un tiempo pasado y puede implicar que ha si-
do como un paréntesis o un tiempo muerto que ha discurrido mientras nos apa-
ñábamos y ahora retomamos la cosa de verdad, la modernidad. No creo que se
pueda aceptar ni una cosa ni la otra: ni tiempo muerto ni retorno. La cuestión
en juego es bastante más seria, más grave y más radical. La postmodernidad, an-
tes que una afirmación, es una negación. Lo primero que señala no es dónde es-
tamos sino dónde no estamos, y donde ya no estamos es en la modernidad.
Este reconocimiento alcanza a veces incluso a quienes lo niegan. Tres de mis
predecesores en esta mesa redonda han negado que hayamos dejado atrás la
modernidad, pero si sumamos los cambios que cada uno de ellos ha ido recor-
dando, en lo político, en la subjetividad, en la organización de los Estados, etc.
podemos perfectamente dudar de que nos quede algo característico y funda-
mental de la modernidad. Si la modernidad tiene como figuras centrales histó-
ricas al individuo —la subjetividad construida institucional y disciplinadamen-
te de una determinada manera— y al Estado-nación, y se nos acaba de recordar
que ese individuo no existe ya tal cual y que el Estado-nación ha perdido su au-
tonomía y gran parte de sus rasgos y capacidades. No se ha dicho que el indi-
viduo haya desaparecido, aquí estamos unos cuantos y unas cuantas, pero si que
ya no es ese individuo central, centrado y sólido, cuya conciencia se constituye
en núcleo de la organización y de la valoración del mundo. Tampoco se ha
afirmado que haya desaparecido el Estado, sino que cada vez es más periférico.
¿Qué queda del núcleo de la modernidad que hoy siga ocupando un lugar cen-
tral? Porque hoy sigue habiendo también religión, iglesia, superstición y otras
instituciones premodernas, y no por ello creemos estar en el medioevo ¿o sí?
Una vez más nos preguntamos ¿cuántas cosas tienen que cambiar para que ha-
ya cambiado realmente nuestro momento histórico? Y en este sentido de acu-

70
mular cambios o transformaciones, creo que también se puede hablar del ago-
tamiento de otras piezas claves de esa formación histórica llamada modernidad.
De hecho, Pablo Navarro acaba de apuntar con nitidez a dos de esas piezas: el
imaginario o concepción de mundo que ubica a las personas y a las cosas y or-
ganiza el sentido de la vida sin necesidad de referencia a Dios y que estaría sien-
do sometida a transformaciones radicales; y una dinámica específica que él ha
resumido gráficamente con la conjunción de dos figuras, la lluvia de flores y el
bombardeo de NAPALM, que representarían dos elementos o momentos com-
plementarios del espíritu moderno —hipismo, romanticismo, actitud dionisia-
ca, evanescencia, por un lado, y ascetismo, imperativo categórico, actitud apo-
línea, solidez, por otro— y cuyo oscilación de uno a otro dibujaría la dinámica
específica de la modernidad. Sin embargo parece que esos extremos se han ido
aproximando entre sí, que los bombardeos son ahora mucho más selectivos y
más respetuosos con el medioambiente, aunque siguen matando gentes, y que
las ingenuas actitudes floridas de los sesenta y setenta han disminuido drástica-
mente. Aunque lo más importante aquí es que ha cambiado la dinámica: no es
aquella oscilación de uno a otro extremo la dinámica que hoy gobierna, esa di-

Los jóvenes en un mundo en transformación


námica sigue funcionando pero no es hegemónica. Y si no gobierna esa diná-
mica y si los personajes centrales ya no son el individuo sólido y el Estado, y si
el imaginario o concepción general tampoco es el mismo ¿qué elemento central
o definitorio queda? ¿Seguimos realmente en la modernidad o es que nos asus-
ta decir que ya no estamos en ella? ¿O lo que nos asusta es decir que esas cate-
gorías tienen una referencia muy dudosa? ¿O quizá sigamos siendo modernos y
yo estoy equivocado?
2. Claro que la postmodernidad es una consecuencia de la modernidad, no
ha caído del cielo. Pero el que sea consecuencia o efecto de la modernidad no
impide que también sea negación de los imaginarios, dinámicas y actores prin-
cipales de ese tiempo: puede ser expresión de que son insostenibles o de que no
siguen siendo dominantes. Eso es lo que quiero decir, que si algo ha hecho cla-
ramente la postmodernidad ha sido poner fin o narrar el final de la moderni-
dad como formación histórica específica, como imaginario concreto y como di-
námica dominante de desarrollo. Pero intentaré decirlo de manera más
organizada que antes, aún a riesgo de caer en ciertas repeticiones. Pretendo pre-
sentar sucintamente esos tres finales con el objetivo de hacer pensar que si hay
un después de la postmodernidad este no puede dejar de conllevar la exigencia
de avanzar conceptual, emocional y vitalmente por senderos distintos a los que
teníamos trazados. No hay vía de retorno a la modernidad, al menos no en los
términos propios de la modernidad. Podemos volver como movimiento nos-
tálgico o como giro de una temporalidad no lineal, por ejemplo. En este senti-
do, nuestra máxima no podrá ser ya el “sapere aude” (atrévete a saber), el grito
individualista, ascético y específicamente moderno con el que Kant quiso resu-
mir el encomiable espíritu ilustrado, que ha ido inexorablemente unido a la
máxima del progreso a toda costa. Probablemente el equivalente actual tendría
una versión pesimista “danzad malditos” y otra más optimista “conéctate y flu-

71
ye”, que nos deja a merced de temporalidades diversas. Pero no adelantemos
acontecimientos y recorramos los tres aspectos que quiero remarcar, que ade-
más son interdependientes.
(i) En primer lugar, como he dicho, la postmodernidad no es un hito más
de la modernidad sino la denominación de su agotamiento, el señalamiento del
fin de las formas históricas más características de la modernidad y que han
constituido las fuerzas principales de la modernidad o, mejor, de su modo de
desplegarse como modernización, racionalización o progreso. Quizá el caso más
claro y tratado sea el del sólido sujeto que ha visto como su autonomía, aque-
lla que le permitía ser eje y motor de los continuos cambios modernos, se iba
mutando en una atomización que le descentra y le resta capacidades tanto en
su forma de individuo como en la forma colectiva, pero igualmente sólida y au-
todefinida, de la clase social.
El último tercio del siglo XX puede ser descrito como un conjunto de pro-
cesos económicos, políticos, tecnológicos y culturales que han ido cortando los
hilos que hacían posible la aparente autonomía de los individuos. Así la inesta-
bilidad y fragmentación de la forma de familia dominante en la modernidad —
Los jóvenes en un mundo en transformación

un proceso del que es parte fundamental la liberación de la mujer, el creciente


número de separaciones y divorcios, las nuevas formas de familia, etc.— ha de-
jado al varón con sus vergüenzas (o dependencias) emocionales y vitales al aire.
De ahí, por ejemplo, esa especie de suicidio diferido que parece ser lo que sub-
yace en muchos de los episodios de violencia de género. De ahí que esa costo-
sa creación de la modernidad que ha sido el individuo, como sujeto autónomo,
personaje central de las historietas liberales y protagonista del cine clásico del
oeste (Sólo ante el peligro, pe.), haya visto su posición tan exageradamente indi-
vidualizada y separada de ataduras tradicionales que lo que parecía que iba a ser
una celebración de independencia y libertad se haya terminado convirtiendo en
una búsqueda entre desesperada y nostálgica de identificaciones, de conexiones,
de lazos de referencia, ya sean los colores del equipo preferido, ya la etnicidad
regional, ya la pertenencia a determinados clubes sociales, etc. Y lo peor, desde
el punto de vista moderno, es que estas colectividades vociferantes o silencio-
sas, pero siempre ensimismadas, esos “grupos” no sólo descentran al individuo
sino que además hacen que los agentes colectivos como las clases pierdan las ca-
pacidades de modelación que históricamente habían tenido.
Otra de las formas históricas claves en la modernidad que parece haber
perdido de manera irremisible su posición privilegiada como centro y límite de
la política es el Estado y especialmente el Estado-nación con su monopolio de
la violencia legítima en su territorio. La noción de “sociedad”, que en última
instancia siempre se refiere a una sociedad nacional concreta, esto es, significa
la sociedad española, la sociedad francesa, etc. no adquiere ese contenido co-
mo mera consecuencia de un desarrollo teorético sino más bien como efecto
de que la vida social fue dependiendo cada vez más de unos mecanismos, ins-
tituciones, procesos y medios de control ligados a ese poder hegemónico que
era el Estado. De ahí que desde 1648, desde el tratado de Westfalia, se haya

72
gestado un orden internacional que certifica y da carta de naturaleza a la auto-
nomía de cada Estado-nación: al separar la religión de la política, el Estado
aparece como la institución determinante del orden y la acción en todo un te-
rritorio y, al propugnar el principio de no-interferencia, se asegura la estabili-
dad de tales Estados. Su soberanía se ha entendido como si tuviera la consis-
tencia, la autonomía y la claridad de un cuerpo humano, se ha entendido como
un cuerpo político separado y autónomo. Por ello, casi trescientos años des-
pués, M. Weber, una de las figuras más indiscutibles de la teoría social, al de-
finir el campo específico de la política lo restringía al control, administración
y gobierno del Estado. Y sin embargo, en el intenso y corto siglo XX (de 1919
a 1989), se han producido toda una compleja serie de fenómenos y procesos,
desde la promulgación en diversos momentos de los derechos humanos (pri-
vados, sociales, medioambientales, etc.) y la constitución de la ONU hasta la
globalización económica, que han dado a la llamada “comunidad internacio-
nal” una especie de derecho a interferir militarmente en otros Estados en nom-
bre de la justicia o de la humanidad y últimamente incluso en nombre de la
prevención. De este modo no sólo se ha alterado el sistema de relaciones in-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ternacionales, construido con tanto esfuerzo durante toda la modernidad, sino
que la soberanía de los Estados ha perdido solidez. Los límites y poderes del
cuerpo político que constituye el Estado pierden eficacia y consistencia, ha-
ciendo que el agente social que es el Estado-nacional quede descentrado en el
orden político general y que se vaya agrietando, hasta apuntar su derrumbe, el
orden político internacional moderno.
La postmodernidad, al subrayar el desdibujamiento de esos dos agentes cen-
trales de la modernidad que han sido el individuo y el Estado y resaltar el cam-
bio de contexto y de momento histórico, nos hace desplazarnos de una concep-
ción (moderna) del orden y la acción, que los considera realidades centradas,
distintas e isomórficas, a concepciones más bien híbridas y fluidas. Esto no quie-
re decir que el individuo o el Estado hayan muerto. Siguen existiendo y posi-
blemente lo hagan por mucho tiempo, como hoy existen iglesias y sectas o rela-
ciones tribales en el seno de las sociedades “más avanzadas”. Pero ya no ocupan
el lugar central, no son los ejes de referencia, ni los encargados de planificar la
acción. Más bien son, como las proclamas a favor de la modernización o el pro-
greso, coartadas para retener o imponer un cierto orden, como muy bien sabe el
Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial1.

(1) Esto no quiere decir, como alguno de los anteriores intervinientes parece sugerir, que la pervivencia de insti-
tuciones netamente capitalistas y, con ellas, del capitalismo asegure la continuidad del ordenamiento moderno, como
eje central suyo que éste ha sido. Básicamente por dos razones, porque ya no resulta fácilmente asumible la reducción
del orden social a su nivel o esfera económica y porque el propio capitalismo se encuentra bastante cambiado al me-
nos en el sentido de que su personaje o actor central, esto es, el capital, ha perdido todo mecanismo de estabilidad —
ni el tiempo de trabajo, ni el oro ni el dólar, unido a la potencia productiva de los EE.UU., son ya referentes del valor
del dinero— y depende de la pura expectativa de valor, depende de la especulación y del significado que se le atribu-
ya. Del valor de cambio al valor de signo, como bien saben y administran muchos jóvenes en su consumo de marcas,
que relega un supuesto consumo regido por la relación calidad-precio. Evidentemente habría que hacer muchas mati-
zaciones aquí y, entre ellas, reconocer que el capitalismo, aunque sea bajo la nueva forma de la globalización, es una de
las herencias menos quebradas que hemos recibido de la modernidad como formación histórica.

73
(ii) En segundo lugar, la postmodernidad es también el desmoronamiento
del imaginario moderno, esto es, de la imagen general que la modernidad ha
construido para situar al ser humano en su entorno y justificar su propia diná-
mica, su propio orden, su propia trama cultural y, en definitiva, su formación
histórica. Hay dos elementos básicos de ese imaginario cuya descomposición ha
sido señalada reiteradamente: la representación o referencia y el futuro como
donador de sentido.
Por un lado está la representación, esto es, la capacidad de los signos para
referirse de una manera estable y unívoca a las cosas, su capacidad de tener un
significado constante. Antes de la modernidad el garante de la conexión pala-
bra-cosa era Dios, pues en caso de disputa la corte decisoria se encontraba en
la palabra de Dios, en las “sagradas escrituras”. Durante la modernidad todo un
edificio literario y científico ha ido siendo construido para asegurar esa cone-
xión, aunque sea a base de discutir y problematizar la idea misma de represen-
tación. Ese ha sido la labor central de la filosofía de la conciencia (de Descartes
y Kant a Husserl), de la teoría del lenguaje ( de Saussure y Humboldt a
Chomsky) y de la literatura ( de Cervantes y Shakespeare a Joyce). Pero desde
Los jóvenes en un mundo en transformación

hace mas de cuarenta años han ido brotando cuestionamientos radicales a la su-
puesta estabilidad de conexión entre palabras y cosas, desde el liberalismo ana-
lítico de Rorty y la genialidad de Wittgenstein hasta el postmarxismo de los
postestructuralistas (Foucault, Derrida). La posibilidad de representación o de
referencia se nos muestra ahora como inestable e histórico-socialmente condi-
cionada. De hecho cada vez vemos más nuestro lenguaje y nuestro conoci-
miento como parte de una interacción constitutiva y performativa —y, por tan-
to, histórica y socialmente variable— de lo que enunciamos, de nuestro
enunciar y de nosotros mismos como agentes de la enunciación.
Por otro lado, y de forma menos abstracta, encontramos la pérdida del va-
lor justificativo o legitimador que habría tenido el futuro para avalar las tomas
de decisión en el presente y para la ordenación de los acontecimientos, princi-
palmente los pasados. El carácter promisorio del futuro se ha perdido en tanto
que referente social común que dota de sentido a lo que hicimos y hacemos y
en tanto que fuente de valor que hace que lo nuevo sea bueno por ser nuevo,
que el futuro sea promisorio por ser futuro, que avanzamos, que progresamos,
etc. No es que ya no haya mañana, que no haya un tiempo después del pre-
sente, sino que el futuro ha dejado de ser aval de mejora y orientación.
Probablemente el mundo del arte sea en el que más evidentemente se ha pro-
ducido este cambio de orientación: desde el arte povera (pobre) italiano de los se-
senta y la música punk británica de los setenta al postmodernismo, el minimalis-
mo o el rock de garaje de los noventa. De formas y maneras distintas, lo que estos
movimientos y momentos estéticos han venido a expresar es el final de la huida
hacia delante, el final de la identificación entre innovación y belleza o entre van-
guardismo y arte. Al principio lo más denostado era el esteticismo, el ensimisma-
miento (el arte por el arte, la pura experimentación, etc.) propia de los distintos
modernismos de la primera mitad del siglo XX. Después lo que se ha ido reafir-

74
mando ha sido el diálogo estético con distintos tiempos, medios y estilos, la cita,
la reutilización, el revisitar, etc. Tal desplazamiento estético se hizo ya monumen-
talmente visible en los motivos y órdenes clásicos que, a finales de los setenta y
primeros ochenta, inspiraban los edificios de Venturi, de Rossi o de Bofill.
A pesar de todo ello, recientemente han surgido algunas voces (pocas) que, co-
mo el título de esta mesa redonda, vienen a suponer que ha acabado ese momen-
to de alteración de la temporalidad unidireccional, irreversible y característica de
la modernidad y hablan de una “nueva modernidad”. Así se nos presentaba hace
poco en Babelia, el suplemento cultural de EL PAÍS (03-05-2003, p. 13). Allí, al
analizar la exposición “Los modernos”, recientemente inaugurada en el Museo
Castello di Rivoli de Turín, se recogía la tesis que Carolyn Christov-Bakargiev ha-
bía seguido para organizarla y de la cual la exposición sería una manifestación y
una prueba. La tesis era que “el impacto de las nuevas tecnologías digitales en la
creación artística contemporánea ha marcado el final del postmodernismo que ha
caracterizado la historia del arte en los últimos treinta años y ha dado comienzo a
una nueva modernidad: los artistas dejan de citar y vuelven a inventar”. Es cierto
que el postmodernismo como estilo estético (igual que le pasó al modernismo) ha

Los jóvenes en un mundo en transformación


dejado de reinar y es cierto también que aparecen, o reaparecen, sensibilidades
más experimentales o más alejadas de los purismos (minimalistas) o de la autore-
ferencialidad (postmodernista) que sus inmediatos predecesores. Pero nada de eso,
ni la internacionalización o globalización, que supuestamente también los empa-
rentaría con la modernidad, ni su conexión con el uso rutinario de las nuevas tec-
nologías, deshace la alteración de la temporalidad moderna, una vez que ésta ya
se ha producido. Es cierto que los artistas expuestos se caracterizan por mirar al
futuro, por cultivar las referencias a utopías de principios del siglo pasado, por ac-
tualizar conceptos situacionistas o por mezclar técnicas digitales con técnicas me-
dievales o de comienzos del cinematógrafo (Ibíd.), y que por lo tanto podemos ha-
blar de innovación, pero no es innovación guiada por un imaginario de conquista
de un mundo nuevo y mejor, sino de un mundo construido por medio de la mez-
colanza y la hibridación de lo que fue, de lo que es y de lo que podría ser. No es
un imaginario de avance lineal hacia delante, sino más bien un imaginario de
mundos distantes y posibles, pero coexistentes o, al menos, tangenciales.
Creo que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no
han supuesto una mera aceleración respecto de los cambios históricos produci-
dos en torno a la revolución industrial. Ligadas a una sociedad de consumo y
ostentación —más que de producción y acumulación— lo que esas tecnologí-
as están ayudando a gestar es un mundo o, mejor, conjuntos cruzados de mun-
dos, coexistentes e inestables, como buena parte de la última ciencia-ficción nos
ayuda a vislumbrar. Pero por aquí entramos ya en la tercera clausura que afec-
ta a los ejes de la modernidad.
(iii) En tercer y último lugar, la postmodernidad nos ha hecho percibir la
rápida pérdida de empuje de la principal dinámica de despliegue de la moder-
nidad que ha sido la de la oscilación entre lo sólido de la tradición y lo evanes-
cente del futuro.

75
Los más preclaros pensadores de la modernidad, de Rousseau a Baudelaire,
pasando por Goethe, Marx o Weber, han señalado que la modernidad ha venido
impulsada y dinamizada básicamente por una oscilación constante y tensa entre
la destrucción o negación del pasado y la construcción o afirmación ciega del fu-
turo. La modernidad es el tiempo de las revoluciones políticas, culturales, econó-
micas, etc. Y las revoluciones se han presentado como las demoliciones del orden
existente y su sustitución por una organización nueva y distinta. Su prototipo es
la revolución francesa. En un nivel menos heroico y más cotidiano la moderni-
dad es también el tiempo de la tensión entre la nostalgia de la vida rural y la atrac-
ción por el tumulto urbano. Todo lo sólido se desvanece para volver a ser com-
puesto, dicho en la poderosa terminología de El Manifiesto Comunista.
Pues bien, lo que la postmodernidad nos hace ver es que la irrupción de las
nuevas tecnologías, que instauran una multiplicidad de distintos presentes e in-
cluso hacen presente el pasado y el futuro, viene a romper aquella tensión di-
namizadora. En lugar de una oscilación entre dos polos extremos lo que pre-
domina es una dinámica en la que los fenómenos pierden la rigidez en sus
formas y en su “sustancia”. Algo semejante ocurre cuando el sistema capitalista
Los jóvenes en un mundo en transformación

pasa de su fase internacional a la globalización, en la que la fluida circulación


de los capitales confluye con la flexibilización de la producción y de las rela-
ciones laborales, generalizando una situación de fragilidad y de fluidez que afec-
ta a todos los elementos y procesos implicados, desde las monedas nacionales
hasta las vidas de las personas. A ello se añaden, entre otras cosas, el predomi-
nio del consumismo y de la influencia de los medios de comunicación, así co-
mo la paulatina quiebra de los lazos familiares, de modo que las necesidades,
deseos e identificaciones de los individuos se encuentran sometidos a un cam-
bio y a una inestabilidad constantes. No varían por saltos, revolucionariamen-
te o pasando de lo que había a lo que habrá, sino que se encuentran lanzados a
una situación abierta e inestable, de alteraciones constantes.
En la mayoría de los niveles y ámbitos de nuestra vida, desde las implicacio-
nes que tiene el ser madre o el ser varón hasta las condiciones de las organiza-
ciones supraestatales, la dinámica dominante no es ni la solidez del mundo tra-
dicional ni las revoluciones o saltos cualitativos de la modernidad. El continuo
revolucionar, cambiar, innovar, rechazar lo anterior, etc., que caracteriza al des-
arrollo moderno, se ha ido viendo sustituido por una relación más compleja en-
tre los distintos presentes posibles. Nuestra experiencia es cada vez menos la de
la oscilación entre el deseo de cambio y el miedo a la desorientación y más la de
vivir en medio de flujos diversos de posibilidades, consecuencias y condiciones.

Conclusiones

3. En síntesis, podemos decir que la postmodernidad plantea el final de la


formación histórica, del imaginario y de la dinámica dominante que han ca-
racterizado a la modernidad. Por ello lo que nos plantea no es qué pasa tras la

76
postmodernidad, sino qué pasa tras la modernidad, tras el cambio profundo
que ha producido el final de ésta: lo que plantea es que pasa ahora. No estamos
viendo la transformación desde fuera, ni desde un sistema estable de catego-
rías. La postmodernidad es precisamente la expresión de que estamos en medio
de un cambio al que las categorías modernas le son de poca utilidad analítica,
y de que ese cambio nos afecta por todos los lados. No es cuestión de si nos gus-
ta o no, o de si es bueno o malo. Vivimos en postmodernidad. O, dicho de otra
manera, la primera pregunta es sobre las perspectivas, categorías y cuestiones
que resultan más pertinentes y más urgentes para poder reflexionar sobre este
presente imposible, en el que de hecho estamos y que apunta formas, imagina-
rios y dinámicas diferentes a las anteriores, pero que no terminamos de conce-
bir. Estamos en una situación imposible pero real, anhelando cosas posibles pe-
ro que no están. Y eso nos obliga a una forma de pensar el presente que puede
resultar tensa o contradictoria, pero que nos saca de una forma, de un imagi-
nario y de una dinámica extenuadas. Ahora, en este postmoderno después de la
postmodernidad la primera pregunta es ¿cómo pensar el imposible presente en
el que estamos viviendo y los diferentes presentes posibles que podíamos vivir?

Los jóvenes en un mundo en transformación


Bibliografía

ANDERSON, P. (2000): Los orígenes de la Postmodernidad, Madrid: Anagra-


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GARCÍA SELGAS, F. y J. MONLEÓN (eds.) (1999): Retos de la Postmoder-
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rrortu.
JAMESON, F. (1996): Teoría de la Postmodernidad, Madrid: Trotta.
LYON, D. (1996): Postmodernidad, Madrid: Alianza.

77
CAPÍTULO I.3.3

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA MODERNIDAD HA MUERTO,
¡VIVA LA MODERNIDAD!
Prof. Dr. D. Pablo Navarro
Universidad de Oviedo

El título de la mesa redonda en la que debe enmarcarse esta intervención es


“Y después de la postmodernidad, qué? Debate para después de una época”. Y
ese título me invita a constatar que estamos ya, en efecto, a la salida de ese mo-
mento de desconcierto que tuvo nuestra cultura acerca de su propia condición
y destino, y que cristalizó hace algunos años en el movimiento postmoderno.
En realidad, y si bien se mira, la noción de postmodernidad ha sido, más que
otra cosa, el marchamo común de un conjunto difuso de perplejidades. Se tra-
ta de una idea que, tal vez, refleja más la desazón de sus proponentes ante una
realidad que les resulta crecientemente opaca, que la ajustada huella conceptual
de un avatar histórico de gran calado y largo recorrido.

La postmodernidad, a la hora del balance

Por mi parte, nunca he creído en esa postmodernidad tan popular hasta hace
poco. Y si no he creído en ella es, ante todo, porque esta supuesta postmodernidad
sería algo que, presuntamente, se sale de la modernidad; pero lo hace de manera
característicamente moderna: a través de la crítica de la propia tradición cultural
encarnada en esa misma modernidad. Luego al menos en su método, la propues-
ta postmoderna rinde pleitesía a esa modernidad de la que busca distanciarse.

79
Por lo que toca a los contenidos de esa propuesta, me limitaré a apuntar lo si-
guiente. El pensamiento moderno no sólo se abrió paso, a lo largo de los últimos
siglos, en un continuado enfrentamiento con las creencias y actitudes tradiciona-
les. Su actividad crítica ha sabido dirigirse también, y de qué modo, hacia sí mis-
mo. ¿O acaso no habría que considerar a Kant como un postmoderno avant la
lettre, por haber realizado una crítica devastadora y creativa a la vez de la misma
raíz intelectual de la modernidad, el racionalismo cartesiano y sus secuelas? ¿O es
que no fue Marx asimismo postmoderno cuando sometió a un examen implaca-
ble una ideología moderna donde las haya, como es el liberalismo político y eco-
nómico? Cuanto más nos alejamos de la pleamar postmodernista, más persisten-
te resulta la sensación de dejà vu que nos suscitan sus planteamientos.
Pero esa actitud de escepticismo en relación con las pretensiones de supera-
ción de la modernidad agitadas por el postmodernismo, puede extenderse a
ciertas caracterizaciones de la modernidad misma. Son éstas, justamente, las
que algunos postmodernos tratan de establecer como canónicas, para mejor ar-
gumentar la presunta cesura histórica que ellos anuncian y representan. En cier-
to modo, no tenemos muy claro en qué consiste la modernidad. Mejor dicho,
Los jóvenes en un mundo en transformación

sí lo tenemos claro cuando a través del concepto de modernidad aludimos a una


serie de herramientas de civilización que han ido apareciendo a lo largo de los
últimos siglos. Unas herramientas que han venido configurando, a través de
procesos de una extraordinaria complejidad, esta megasociedad planetaria en la
que ahora vivimos.

Las múltiples raíces de la modernidad

Cuando definimos la idea de modernidad en relación con la aparición, des-


arrollo y difusión de esas herramientas civilizatorias, entonces sí que sabemos de
lo que estamos hablando. Porque a lo que nos referimos es a la navegación oce-
ánica, a la invención de la imprenta, a la consiguiente difusión de la cultura es-
crita, al incremento del porcentaje de alfabetizados dentro de las poblaciones, al
método experimental y a la ciencia moderna, a la creación de estados cada vez
más poderosos y organizados, a la revolución industrial y, por supuesto, a las re-
voluciones políticas que la acompañan... Son unas herramientas de civilización
cada vez más poderosas e interconectadas, que se relacionan sinérgicamente, de
tal manera que su potencia se incrementa al combinarse. Si por modernidad nos
referimos a la emergencia de esas herramientas de civilización, muy concretas,
bien tangibles y, una vez creadas, imprescindibles1, sabemos sin duda de lo que

1
Nótese que la aparición de esas herramientas suele tener una interesante propiedad: no tiene vuelta atrás. Una
vez que se inventa, digamos, la imprenta, ya no se puede desinventar: todo el mundo, incluso los que, como la Iglesia,
van a verse perjudicados en su hegemonía social como consecuencia de su uso, tiene que utilizarla. Si la Iglesia hubie-
ra sabido adónde iba a llevar esa invención, probablemente se habría opuesto a ella con todas sus fuerzas. Pero una vez
que la invención se produjo, ya no pudo deshacerse como tal, y la Iglesia fue la primera que se aplicó a publicitar su
doctrina a través de libros impresos. En general, las herramientas civilizatorias no son “desinventables”, a menos que se

80
estamos hablando al referirnos a la modernidad. Pero cuando alguien nos infor-
ma de que esta o aquella doctrina, tendencia cultural, costumbre... “representa
el espíritu de la modernidad”, tenemos razones para ponernos alerta, y para con-
siderar de la manera más circunspecta una afirmación probablemente gratuita.
¿En qué consistirían, en efecto, esas ideas, tendencias, costumbres supues-
tamente modernas? ¿Cómo cabría distinguirlas de las que presumiblemente no
lo son? Obsérvese, a este respecto que en la modernidad han coexistido, así a
bote pronto y simplificando mucho el asunto, al menos dos espíritus, o dos
grandes líneas de desarrollo espiritual: de un lado, el espíritu ascético, que es-
taría representado por esa magna trilogía que encarnarían las figuras de Calvi-
no, Ignacio de Loyola y Kant; y por otra parte el espíritu, digamos, de la senti-
mentalidad, o de la subjetividad sentimental. Esta veta sentimental de nuestra
tradición estaría representada sobre todo por los místicos, Rousseau, los ro-
mánticos, la revolución de la flores en el San Francisco de 1966, etc. Pues bien,
¿a qué nos referimos cuando a veces hablamos tan tranquilos del espíritu de la
modernidad? ¿Estamos hablando del romanticismo, o del imperativo categóri-
co? ¿De la revolución de las flores, o de los bombardeos de napalm que los B-

Los jóvenes en un mundo en transformación


52 realizaban en Vietnam por aquellas mismas fechas, como materialización
mortífera de la moderna racionalidad instrumental?
El debate sobre la modernidad sólo cobra perfiles definidos, en torno a los
cuales podemos establecer un consenso, cuando llevamos la discusión del te-
rreno impreciso de la cultura espiritual, a otro ámbito menos delicuescente; el
que nos suministra la cultura material y científico-técnica —ese dominio en el
que se manifiesta el genuino “espíritu objetivo”2, de cada sociedad—. Mas lo
que encontramos en este terreno, como se ha señalado más arriba, es una serie
de instrumentos de civilización crecientemente poderosos, que han ido sur-
giendo como consecuencia de procesos históricos complejos, y que han logra-
do articularse los unos con los otros con efectos cada vez más profundos y abar-
cadores. Son estos instrumentos los que, movidos por las pasiones y los
intereses de los actores sociales, pero dotados de una dinámica propia, se han
aplicado con éxito en los últimos siglos a la transformación de la naturaleza, la
sociedad y el propio ser humano.

Modernidad, diversidad y conflicto

A este respecto conviene subrayar algo en cierto modo obvio, pero que sin
embargo muchas veces se pasa por alto. Si la modernidad ha sido tan produc-

produzca una extinción casi completa de las civilizaciones que las han engendrado o las han hecho suyas. El tiempo
histórico, en la medida en que lo es genuinamente, es decir, en la medida en que se pliega sobre sí mismo como me-
moria social de una colectividad, es un tiempo radicalmente irreversible; por eso no puede nunca rebobinarse. Otra ca-
racterística reseñable de las indicadas herramientas es su difusividad transcultural: sociedades y culturas muy distintas
de las que estuvieron en su origen pueden adoptarlas y hacerlas prosperar.
2
En un sentido en cierto modo afín al de Hegel (1966).

81
tiva en todos los sentidos —también en el sentido espiritual o, si se prefiere, en
el sentido habitualmente definido como cultural—es porque en ella siempre
han luchado tendencias contrapuestas, enfrentadas de manera más o menos ra-
dical pero persistente. Por ejemplo, la corriente representada por ese espíritu as-
cético al que se ha aludido con anterioridad —un ascetismo que nos viene por
lo menos desde Calvino o, si fuéramos más atrás, desde las órdenes monásticas,
con su exigencia de ejercitarse en el trabajo tanto como en la oración—; y por
otra parte la tendencia que encarnaría el espíritu de la sentimentalidad, de la
subjetividad afectiva, de la efusividad, que puede también filiarse, con distintos
nombres y protagonistas, a lo largo de toda la sucesión de siglos a la que damos
el nombre de modernidad.
Por lo tanto, no parece descabellada la tesis de que desde el punto de vista
propiamente espiritual la modernidad ha sido una contradicción permanente
renovada. Si esa contradicción se ha mantenido como una contradicción viva y
fructífera, si ha podido sobrevivirse a sí misma, evolucionar y enriquecerse sin
renunciar a los antagonismos internos que la animan, es justamente por causa
de esos instrumentos de civilización a los que se está haciendo referencia. Son
Los jóvenes en un mundo en transformación

estas herramientas civilizatorias las que han impuesto su propia lógica interna
sobre ese manojo de contradicciones culturales que ha dado vigor y riqueza a la
historia occidental de los últimos siglos, disciplinando en cierto modo “desde
fuera” lo que de otra manera habría sido una confrontación insostenible3. Sin
esas herramientas nuestra historia se habría disuelto en un caos cultural inma-
nejable, cuyo resultado final habría sido probablemente la balcanización a gran
escala de nuestras abigarradas sociedades.
Desde este punto de vista, y a pesar del escepticismo antes expresado acer-
ca del presunto advenimiento de una época postmoderna, sí parece haber razo-
nes para sostener la tesis de que, desde hace algunos años, estamos entrando en
una nueva fase histórica, en un período claramente distinto del que representó
aquella modernidad clásica que se plasmó en la sociedad industrial. Crece la
evidencia de que ya no nos encontramos en los dominios históricos de esa mo-
dernidad clásica, ni siquiera en los de la tardomodernidad que culminó en las
últimas décadas del un siglo XX tan corto como intenso —un siglo que, recor-
demos, se abrió con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y tuvo su final
cuando el muro de Berlín se vino abajo, hace lo que parece ya una eternidad—.

La nueva modernidad como modernidad radicalizada

Frente a esa modernidad entonces clausurada, todo indica, desde las alturas
de este comienzo de siglo, que nos encontramos ya en otra época. Pero esta épo-

3
Para decirlo en los términos de Hirschman, esos instrumentos civilizatorios han sido los que han permitido ar-
ticular un espacio de intereses capaz de supeditar y someter el volátil ámbito de las pasiones humanas. Véase Hirschman
(1999).

82
ca recién inaugurada se está constituyendo, de acuerdo con el argumento arriba
bosquejado, no en torno a un nuevo espíritu, sino merced al surgimiento de unas
nuevas herramientas de civilización. Según he sostenido, la modernidad fue de
una u otra manera hija de la imprenta, de la ciencia moderna, de la revolución
industrial, etc.; y fueron esos elementos los que demarcaron el terreno en el que
tuvo que jugarse la múltiple partida del espíritu moderno. De modo similar, en
nuestros días también son ciertos elementos civilizatorios —y sobre todo aque-
llos que configuran la nueva revolución tecnológica4—los que parecen estar de-
limitando un nuevo terreno de juego para nuestras sociedades. Un terreno para
un juego cuyas reglas aún no dominamos, pero que resulta más inteligible cuan-
do se contempla como una radicalización de la modernidad, que cuando se in-
terpreta como una ruptura o un mero sobrepasamiento de la misma.
Estamos ya, en efecto, en una época distinta a la de la modernidad en la que
la mayoría de nosotros nos socializamos. Una época cuyos contornos nos re-
sultan difusos todavía; para poder captarlos con nitidez, tendremos que pasar
por un cierto período de acomodación de nuestra visión conceptual del mun-
do. Pero hay al menos algo que sí parece razonablemente claro: esta nueva épo-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ca es en todo caso la descendiente directa, la heredera legítima de la moderni-
dad. La que ahora se abre es una era que, básicamente, va a consistir en una
notable radicalización de ciertos rasgos de la era anterior. Se trata, eso sí, de una
radicalización enormemente innovadora y que por lo tanto no tiene nada de
continuista, sino que representa, más bien, una genuina superación de la mo-
dernidad clásica.
Esta radicalización superadora se está produciendo, insisto, a partir del terre-
no delimitado y posibilitado por esa modernidad de la que proviene. Es una ra-
dicalización cuya profundidad todavía es difícil de valorar, pero que sin duda tra-
duce en un dominio sociogénico distinto muchas de las tendencias y
potencialidades que dieron su carácter propio a esa vieja modernidad que ha si-
do su progenitora. De ahí que el vocablo postmodernidad parezca claramente
desafortunado para dar nombre a esta nueva etapa del desarrollo histórico. Mu-
cho más adecuado sería, a estos efectos, el uso de cualquier otro término —mo-
dernidad radicalizada, segunda modernidad, nueva modernidad, neomoderni-
dad...—, capaz de expresar con alguna precisión esa vinculación de descendencia
directa que esta época que ahora comienza guarda respecto a la fase anterior-
mente bautizada como moderna.

Una neomodernidad nada postmoderna

Así pues, lejos de sumirse en su propio fracaso —el periodo en el que los
pronunciamientos postmodernistas anunciaron poco menos que el naufragio
de la modernidad parece cada vez más lejano—, la saga de la modernidad sólo

4
Véase Dertouzos (1998), Stefik (2000) y García Blanco y Navarro (2002).

83
se niega a sí misma para mejor afirmarse en una nueva forma; y tras su meta-
morfosis neomoderna, nos sorprende con una vitalidad tan imprevista como vi-
gorosa, que se concreta en una ebullición de realidades tremendamente expan-
sivas y diversas, atroces en ocasiones, pero a menudo cargadas de promesas.
Esas realidades imponen su presencia más allá de los criterios de aceptabilidad
cultural en los que hemos sido educados, y parecerían traicionar algunas de
nuestras infundadas ilusiones más que la dirección y el sentido del desarrollo
histórico moderno.
Ahora vemos que esta época supuestamente postmoderna es de radicaliza-
ción y aceleración de tendencias ya presentes en la etapa precedente, más que
de involución o discontinuidad —para decirlo de manera más precisa: si algu-
na discontinuidad hay, es ante todo la producida por esa radicalización—. La
nueva fase histórica que nos ocupa supone el desarrollo, en un nivel superior de
organización, de procesos sociales que cobraron una dimensión crítica durante
la época moderna. Algunos de esos procesos tuvieron incluso sus orígenes en
los comienzos mismos de la civilización (así ocurre, por ejemplo, con la sepa-
ración creciente entre información y comunicación5), aunque sólo pudieron des-
Los jóvenes en un mundo en transformación

plegarse a gran escala con la emergencia de la modernidad. Estas tendencias de


largo recorrido histórico son las que están experimentando en nuestros días una
transformación más profunda —una auténtica transición de fase, en el sentido
que tiene esta expresión en física—, y las que parecen destinadas a aportar un
mayor potencial sociogénico en el futuro.
En contraposición al discurso postmoderno —que sigue fascinado por el
ideal de la modernidad clásica, frente a la que se define en términos mayor-
mente anclados en el pasado, negativos y añorantes—, es necesario elaborar un
discurso positivo de la nueva época en la que nos adentramos. Este discurso
atenderá al futuro y a las señales que lo prefiguran en el presente. Pero deberá
hacerlo en una perspectiva que recree una memoria histórica y antropológica
aún más antigua que la de la propia modernidad. Pues si una de las mayores li-
mitaciones de la conciencia moderna ha sido la insuficiencia de sus referencias
antropológicas e históricas6, uno de los puntos ciegos más dañinos de cierta
conciencia postmoderna ha residido en el olvido de esas insuficiencias.

De la mundialización a la globalización

La fase actual de desarrollo civilizatorio7 profundiza el movimiento de mun-


dialización que inició el desarrollo del comercio transoceánico a partir del siglo
XV. Una cosa es el comercio a larga distancia, que ha existido desde tiempo in-

5
Navarro (2002).
6
Navarro (1997).
7
Uso este neologismo, en lugar del equivalente habitual, ‘civilizador’, con la intención precisa de evitar las reso-
nancias valorativas y en concreto morales asociadas de manera casi inevitable al término comúnmente aceptado.

84
memorial incluso entre civilizaciones muy alejadas, aunque sea a escala muy re-
ducida —recuérdese la legendaria ruta de la seda, por ejemplo, que vinculaba
ya a China con el Imperio Romano—; y otra cosa bien distinta es el estableci-
miento de unos vínculos comerciales lo bastante densos e interconectados co-
mo para forzar una cierta especialización del trabajo a escala mundial. La apa-
rición de un sistema de redes comerciales transcontinentales, tejidas a escala
planetaria y capaces de conformar de manera peculiar enteras formaciones so-
ciales, sólo se produce a partir de los grandes descubrimientos de los siglos XV
y XVI. Esa progresiva especialización mundial del trabajo retroalimente a su vez
el incremento del comercio de bienes que está en su origen.
Así pues, lo que se planetariza en primer lugar, a lo largo de ese movimien-
to de mundialización que constituye la dimensión expansiva de la modernidad
emergente, es el comercio, muy mezclado con el simple saqueo de bienes, so-
bre todo en las primeras fases del proceso. Cuando ese comercio alcanza cierta
intensidad y grado de interconexión, induce procesos de división del trabajo a
escala mundial. En segundo lugar, de manera casi irremediable y como conse-
cuencia de la propia dinámica de las relaciones comerciales y de dominación

Los jóvenes en un mundo en transformación


imperialista, se planetarizan las creencias, las ideas —en especial las ideas nue-
vas, los descubrimientos científicos, tecnológicos, geográficos, etc.—. El des-
arrollo de la civilización moderna corre parejo con la intensificación de todos
estos procesos de mundialización.
Pues bien, volvamos al presente: una de las características de la nueva épo-
ca que comienza a abrirse ante nosotros es que, a diferencia de lo que ocurría
en estadios anteriores de la modernidad, lo que ahora se planetariza ya no son
solamente los bienes, o las creencias, o las ideas, o las modas y los hábitos so-
ciales. Estamos asistiendo a una época en la que lo que se mundializa, además
de todo lo anterior, son las acciones mismas, en tiempo real, tanto de los indi-
viduos como de los demás agentes sociales —gobiernos, empresas, institucio-
nes diversas; pero también agentes artificiales8 crecientemente diversificados, au-
tónomos y poderosos—. Nos encontramos ya en la época de la planetarización
de las acciones y de las interacciones, de su mundialización, insisto, instantánea,
en tiempo real. Al menos en una de sus dimensiones fundamentales, la tempo-
ral, la globalización es, en esencia, esto: la fase de la mundialización en la que
ésta opera ya, a escala planetaria, en tiempo real9.

El nuevo sistema global de las acciones

Obsérvese que en sociedades anteriores a la actual, y en la medida en que


entre ellas había un cierto grado de circulación de bienes y de información, ya
se producían, de uno u otro modo, procesos de sincronización (de creación de

8
Véase Hendler (2001) y Sverker (2002).
9
Véase M. Castells (2000).

85
dependencias causales) entre las acciones de gentes separadas por miles de kiló-
metros de distancia. Pero esa sincronización ocurría al mismo ritmo de los pro-
cesos de intercambio económico, a la velocidad marcada por el transporte de
los bienes que cambiaban de manos, según la cadencia impuesta por los parsi-
moniosos medios de comunicación entonces existentes. Lo nuevo es que ahora
la interacción, y por tanto la sincronización entre los actores sociales, se está
planteando en tiempo real a escala planetaria. El proceso de mundialización no
afecta ya sólo a las mercancías, las ideas o las modas. Son las acciones mismas,
las acciones concretas de las que cada uno de nosotros somos responsables, las
que están siendo, cada vez más, realidades interconectadas a escala planetaria en
el instante mismo de su ejecución.
Esas acciones están ahora todas, en potencia al menos, interconectadas; si
no directamente ni inmediatamente (como ocurre en el caso de la interacción
cara a cara), sí instantánea y sistémicamente, a través de su ingreso, relaciona-
miento, recombinación y explotación informacional en ese dominio radical-
mente nuevo que a veces recibe el nombre de ciberespacio.
Pondré un ejemplo un tanto pedestre, pero creo que claro. Antes, cuando
Los jóvenes en un mundo en transformación

yo compraba una lata de sardinas, de mi acto de compra se enteraba el tende-


ro, que guardaba mi dinero en su cajón. A partir de ese instante, la conexión de
ese dinero con mi acción desaparecía por completo, o existía sólo en las me-
morias más o menos frágiles de los dos agentes participantes en el intercambio.
Ahora, cuando compro una lata de sardinas, mi acto queda registrado —a tra-
vés de mi tarjeta de crédito—en una suerte de memoria potencialmente omni-
comprensiva y global, en un sistema dinámico de información donde, sin per-
der su individualidad, tal acto puede relacionarse con todos los demás actos
registrados —junto con otros muchos datos—en ese sistema. Esa sincroniza-
ción de vocación totalizante, esta copresencia en tiempo real entre actos muy
diversos y alejados, se produce en ciertos casos de manera consciente; pero ca-
da vez en más ocasiones tiene lugar de manera no consciente, al ser ejecutada
automáticamente por los mecanismos internos que dinamizan el propio siste-
ma global de información al que se hace referencia.
Un ejemplo impresionante de esta creciente sincronización de las acciones
a escala planetaria lo suministraría, al menos por lo que respecta a acciones
conscientemente sincronizadas, la manifestación global del 15 de febrero de
2003 contra la invasión de Irak. Fue un acto multitudinario que empezó con
el día, en la línea del cambio de fecha, en medio del Pacífico. A partir de ahí, y
acompasadas al movimiento de rotación de la Tierra, se sucedieron las mani-
festaciones en las distintas regiones y ciudades del mundo, como si un único la-
tido de protesta recorriese el planeta.
Como he señalado, sin embargo, esa interconexión de las acciones en tiem-
po real no solamente se establece como vinculación consciente entre tales ac-
ciones. Se produce también como relacionamiento no consciente, realizado de
manera automática a través de los mecanismos globales de procesamiento de
información que las nuevas TIC (Tecnologías de la Información y la Comuni-

86
cación) aportan. Esos mecanismos tienen en internet10 un ecosistema sociotec-
nológico a la medida de sus potencialidades. Cada vez que utilizamos la Red, y
aunque no nos demos cuenta de ello, estamos poniendo en conexión en tiem-
po real nuestras acciones con las de centenares de millones de personas. Todas
aquellas que en ese momento, o a lo largo de la entera historia de sus interac-
ciones a través de la Red, han estado introduciendo información en ésta —con-
fesando cuáles son sus gustos, cuáles sus preferencias, sus creencias, sus actitu-
des—. En la medida en que utilizamos internet, cada uno de nosotros participa
en ese volcado electrónico de nuestros actos, y de los rasgos de personalidad que
ellos revelan, en ese gran entorno opaco pero extraordinariamente rico que es
el ciberespacio.
Pero como la Red es una realidad autoorganizativa, esa información no re-
sulta meramente almacenada, sino que se comporta como una especie de virus
complejísimo, capaz de reproducirse, de recombinarse, de mutar y evolucionar.
Este virus interactúa con los individuos concretos que utilizan la Red y se nu-
tre, modifica y prolifera a través de esa misma interacción.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Una era de diversidad selectivamente interconectada

La evolución de la civilización se ha producido, en términos generales, en


la dirección de una mayor complejidad, entendida como diversidad selectiva-
mente interconectada. Pues bien, en nuestros días estamos asistiendo a un sal-
to decisivo en ese proceso. En este cambio de siglo parece haberse inaugurado
la era de la diversidad global automáticamente gestionada. Es decir, de una di-
versidad producida y reproducida en sus interconexiones y en su selectividad a
través de mecanismos automáticos de tipo telemático, actuantes a escala global
y en tiempo real.

El desafío de un nuevo “espíritu objetivo”

Son muchos los indicios de que en torno al ciberespacio se está constitu-


yendo, entre otras cosas, una nueva forma de subjetividad objetiva 11, bien dis-
tinta de la correspondiente a la modernidad clásica. Por ejemplo, esta última ha
sido tallada por experiencias tan profundas como la lectura, la relación perso-

10
Utilizar internet, en sentido amplio, equivale cada vez más a consumir datos digitalizados, o a suministrar da-
tos digitalizables. Y ello porque todo tipo de datos digitalizados o digitalizables tiene su lugar natural de almacena-
miento, recombinación y distribución en internet. Desde este punto de vista, no sólo utilizamos internet cuando na-
vegamos por la web o mandamos un correo electrónico. Lo hacemos también cuando empleamos nuestra tarjeta de
crédito, o incluso cuando nuestra imagen es inadvertidamente captada por una webcam.
11
El oxímoron no encierra necesariamente una contradicción. Por “subjetividad objetiva” entiendo el efecto con-
junto de aquellos artefactos —materiales o inmateriales—capaces de (pre)configurar los contenidos estrictamente sub-
jetivos de la conciencia humana. La escritura y la lectura, el ábaco, la tabla de multiplicar, la misma Web, serían ejem-
plos de esos artefactos. Véase Turkle (1997).

87
nal e intransferible con unos textos en los que el lector solía encontrar buena
parte de los materiales que le permitían construir su imagen idiosincrásica, co-
mo proyección de su propia identidad. En la nueva era, otra experiencia bien
distinta, a la que se accede no ya a través de la página impresa, sino por medio
de la pantalla interactiva del ordenador, va a participar, crecientemente, en la
conformación de nuestra condición de sujetos.
No va a ser ya la vieja experiencia del texto escrito, impreso e inmutable, si-
no la de una textualidad virtual12 en la que un texto multimodal, efímero y
cambiante, se escribirá a sí mismo cada vez que nosotros lo solicitemos. Y lo ha-
rá a la medida de nuestra subjetividad individual, de acuerdo con el conoci-
miento que el entero sistema de información con el que tratamos tenga de nos-
otros. La cosa es, como mínimo, inquietante. Pues ese sistema de información
encarna cada vez más, y al mismo tiempo, tanto la condición de posibilidad de
nuestra existencia como sujetos sociales, como una radical objetificación de los
recursos que nos permiten constituirnos como tales. ¿Nos enfrentamos pues a
la amenaza de una masiva expropiación de los recursos propios, autónomos y
autoorganizativos, de la subjetividad individual? ¿O, por el contrario, esa sub-
Los jóvenes en un mundo en transformación

jetividad va a verse potenciada en esta nueva circunstancia?

Conclusiones

Resumamos de algún modo unas reflexiones tan provisionales y abiertas co-


mo las anteriores. La presente época neomoderna es una era de radicalización
—instrumentada en buena medida a través de las nuevas tecnologías de la in-
formación— de algunos de los rasgos desarrollados decisivamente durante la
modernidad, pero que hunden sus raíces en fases anteriores del proceso civili-
zatorio.
Uno de esos rasgos es el avance de la diversidad selectivamente interconecta-
ble de nuestras sociedades. Es la peculiar conjugación de las tres ideas evocadas
(diversidad, selectividad e interconectividad) la que da cuenta de algunas de las di-
námicas más determinantes de la actual sociedad en proceso de mundialización.
Por otra parte, cuando empleamos la idea de globalización debemos ser
conscientes de la ambigüedad del término, que alude a un proceso viejo y nue-
vo a la vez. Pues es evidente que la mundialización de los bienes (a través de la
aparición de un mercado mundial) es algo que viene de lejos. Tampoco es cosa
de ayer la globalización de las ideas. Lo que sí es distintivo del actual proceso
de mundialización —al que tal vez convenga restringir el término globaliza-
ción— es la planetarización de las acciones en tiempo real.
Ya no están pues mundializadas solo las mercancías, ni las ideas, ni las mo-
das. Son las acciones mismas del común de la gente, por anodinas y cotidianas

12
Véase García Blanco (2002).

88
que sean, las que están siendo globalizadas —selectivamente interconectadas en
su proliferación y diversidad— en tiempo real. Y esto atañe no sólo a las accio-
nes conscientemente interconectadas por sus agentes, sino también a las accio-
nes interconectadas de manera no consciente, sino automática, por el sistema
informacional que las registra y relaciona.
La base de esta interconexión ultraselectiva de una diversidad creciente, ha
de buscarse en la conectividad cada vez mayor de la información misma que se
constituye en recurso intencional puesto al servicio de esas acciones. Pues a di-
ferencia de lo que ocurría con la información textual clásica, yerta y pasiva, la
textualidad virtual que la Red posibilita es una realidad viva, que se escribe y re-
escribe constantemente a sí misma, en imbricación inextricable con las acciones
de los usuarios/promotores (pero no, estrictamente, autores) de la misma.
¿En qué sentido va a trasformar este conjunto de fenómenos la estructura
de la subjetividad neomoderna? ¿Va a suponer esta tajante externalización del
vínculo social —y del conocimiento que lo sostiene— una masiva expropiación
de los recursos autoorganizativos de esa subjetividad? ¿O, más bien, esa subje-
tividad va a tener simplemente que reconstruirse, no sabemos muy bien cómo,

Los jóvenes en un mundo en transformación


en un entorno post-textual en el que, trabajosamente, habrán de trazarse de
nuevo los límites entre lo real y lo posible, los objetivos y los medios, la per-
cepción por ego de sí mismo y de su alteridad?

Bibliografía

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TURKLE, S. (1997): La vida en la pantalla, Barcelona, Paidós.
Los jóvenes en un mundo en transformación

90
CAPÍTULO I.3.4

Los jóvenes en un mundo en transformación


¿UNA NUEVA ERA GLOBAL?
Prof. Dr. D. José María García Blanco
Universidad de Oviedo

Buenas tardes y muchas gracias, tanto a los organizadores del curso por in-
vitarme a participar en el mismo, como a todos ustedes por su presencia.
A pesar de que el título del curso habla de posmodernidad y lo que ésta pue-
da deparar en cuanto a las formas de socialidad, yo hablaré sobre la globaliza-
ción1. Para justificar este giro creo poder decir que globalización y posmoder-
nidad, como temas de comunicación, tienen una relación bastante estrecha. Y
lo tienen en un sentido que ya inaguró la temática del posindustrialismo, y al
que se han venido a sumar ahora los de la sociedad de la información y del co-
nocimiento. Son todas ellas fórmulas que han ido emergiendo en el ámbito de
la teoría y ensayística sociales como expresión de un ambiente de fin de época
o de transición hacia unos nuevos modelos de organización de la sociedad y/o
de sus pautas simbólicas y culturales.
Quiero decir con ello que, desde principios de los años setenta, en el ámbi-
to de la cultura y de las humanidades occidentales hay como una cierta sensa-
ción de que algo “viejo” ha muerto o está muriendo y algo “nuevo” ha surgido
o está en vías de surgir. Así emergió, primero, el tema de la sociedad posindus-
trial, muy vinculado a la trasformación de las estructuras y pautas de la activi-
dad económica. Posteriormente aparece el discurso de la posmodernidad, muy
vinculado al plano simbólico y cultural. Después, casi sin solución de conti-

1
Una visión amplia de mi planteamiento acerca de la globalización puede verse en García Blanco (1999).

91
nuidad, aparece el debate de la globalización, en torno al cual algunos de sus
principales teorizadores y analistas han hablado del inicio de una nueva era glo-
bal, que dicen viene a romper radicalmente con la modernidad estatalmente or-
ganizada, por así decir (Albrow, 1996).
¿Qué es lo que suscita el tema de globalización así entendido? Pues digamos
que para alguien que lo piensa desde el ámbito de la teoría sociológica, como
es mi caso, ante todo una cierta incredulidad. Esta idea de que asistimos al na-
cimiento de una nueva era que, por global, es menester diferenciar de la mo-
derna, viene a decirnos, más o menos, que la modernidad estaría marcada por
la organización estatal-nacional —y todo lo más internacional— de la vida so-
cial. De tal manera se da por supuesto que en la modernidad la vida social se
organizaría en torno a una sociedad ordenada políticamente, por lo que de ella
se supone exiten múltiples ejemplares, separados por los límites territoriales de
los Estados y ciertas pautas de división cultural, definidas en términos étnicos,
lingüísticos y/o tradiciones históricas, a las que respondería, en último térmi-
no, la delimitación política. Mientras, lo que se da en llamar la nueva era glo-
bal se caracterizaría por una actividad económica que habría trascendido las
Los jóvenes en un mundo en transformación

fronteras políticas y una socialidad que estaría no sólo desbordando los marcos
estatales, sino también, a la vez, descomponiéndolos internamente, dando con
todo ello lugar a un resurgimiento de la “socialidad”. Puestas así las cosas, la
globalización significaría la superación de una organización nacional y estatal
de la sociedad, por un lado en términos de explosión globalizadora, y por otro
en términos de implosión de una sociedad equívocamente llamada “civil”.
¿Qué hay de certero en este diagnóstico? Según mi punto de vista, si bien
algunos de los fenómenos a los que hace referencia este diagnóstico no son pre-
cisamente ficciones, creo que hay dos errores importantes en él. Uno de orden
histórico y otro de orden teórico-conceptual.
En el orden histórico, creo que pensar, como hacen muchos teóricos de la
globalización, que lo que entienden por ella es un fenómeno reciente, de nues-
tros días, y en lo esencial propio de las dos últimas décadas, no es muy certero.
Si echamos la vista atrás, esa idea de que la globalización, y particularmente su
habitualmente acentuada dimensión económica, es un fenómeno reciente,
pronto se desvanece. Cualquier repaso a la literatura histórica de las eras mo-
derna y contemporánea, demuestra que, por ejemplo, la mundialización de la
economía no era algo desconocido o estructuralmente despreciable a principios
del siglo XX. De hecho, algunos de los principales estudiosos de la mundializa-
ción, como Immanuel Wallerstein (1979 y 1984), hablan con buen funda-
mento de que modernidad y mundialización son dos aspectos intrínsicamente
vinculados y que cabría remontar, como mínimo, al siglo XVI, al menos en el
plano de la organización económica de la sociedad. Para ellos, el proceso de
mundialización es consustancial al mismo despegue y desarrollo de la moder-
nidad, y tiene como elemento esencial la sustitución del tradicional sistema de
comercio mundial a larga distancia —existente desde mucho antes— por un
sistema de división mundial del trabajo. En este sentido, por tanto, fijándonos

92
en el plano puramente económico, podríamos decir que la globalización no es
un fenómeno reciente.
Pero es más, incluso si superamos, por así decir, el plano puramente econó-
mico y consideramos otros ámbitos y esferas de la vida social, también nos da-
remos cuenta de que el mismo despegue de lo que Wallerstein llama el moder-
no sistema mundial, que él localiza y focaliza sobre todo en el ámbito
económico, tiene también su correlato político, que es el despliegue expansio-
nista, primero, y difusión, después, del modelo del Estado nacional como forma
de organización política, con la correspondiente configuración de un sistema in-
ternacional de Estados, primeramente de potencias coloniales europeas. Por lo
tanto, desde esa época se pone en marcha ya también un sistema de organiza-
ción política a escala mundial, caracterizado por su falta de centralización de una
instancia política mundial y la diferenciación en segmentos territoriales que pro-
claman su “soberanía”. El modelo de organización política estatal- nacional se
convierte así en el modelo institucional de referencia para la organización polí-
tica. A partir del siglo XVIII, todos los procesos de independización de las colo-
nias de las grandes potencias europeas lo toman como pauta de organización de

Los jóvenes en un mundo en transformación


su organización política y como punto de apoyo para su inserción en el sistema
internacional de Estados. Así pues, desde este punto de vista podríamos decir
que tampoco la globalización tiene en la esfera política un referente reciente ni
inmediato, sino que tiene una tradición que se remonta a muchos siglos atrás.
No obstante, algo ha tenido que cambiar hoy para que haya todo este re-
vuelo con la llamada globalización. Ciertamente, algo ha cambiado —esos fe-
nómenos de que hablaba un poco antes—. Y lo que ha cambiado es que hoy la
mundialización se ha hecho más intensa, pues apoyada en los avanzados me-
dios de transporte, los mass media y, sobre todo, la llamada “sociedad de la in-
formación”, opera cada vez más por la vía de la interrelación (“en tiempo real”)
y de la articulación de complejas, flexibles y cambiantes redes de todo tipo
(Castells, 1997). Podemos decir, de esta manera, que la moderna sociedad
mundial se hace hoy más fácilmente observable y está mucho más presente en
nuestras vidas cotidianas, en su comunicación y en nuestras conciencias. Pero
esto no justifica, a mi juicio, hablar de una nueva era global, o sea, de algo ra-
dical o sustantivamente nuevo que nos permita hablar de un cambio de época,
sino, todo lo más, de un proceso de intensificación de los rasgos mundiales que
son consustanciales a la sociedad moderna. En esto mantengo una coinciden-
cia sustancial con el planteamiento de algunos sociólogos con los que en otros
aspectos comulgo muy poco, como por ejemplo Giddens (1993). Cuando di-
ce que la globalización no es ni más ni menos que una consecuencia de la mo-
dernidad, no puedo dejar de estar de acuerdo con él.
Paso ahora al segundo de los errores que encuentro en la teoría de la era
global. Dije antes que era de índole teórico-conceptual. Pues bien, este error se
localiza en los conceptos al uso de sociedad y cultura. En el ámbito de la so-
ciología, sobre todo el primero, ha sido tradicionalmente vinculado a los lími-
tes de la organización política o de la división del sistema político. Por ello, lo

93
normal ha sido hablar de la sociedad moderna en plural, o sea, de las socieda-
des (nacionales). Así lo hace, por ejemplo, Giddens (1993). Desde mi punto de
vista esto es inapropiado, ya que la moderna es una sociedad de escala consus-
tancialmente mundial, por lo que no puede tener como referente límites o
fronteras de carácter político-territoriales. Estos límites son, como acabo de se-
ñalar, resultado de la diferenciación segmentaria de la forma de organización
política de esa sociedad, pero de ningún modo han sido nunca barreras que cor-
taran o impidieran —sino todo lo más que condicionaban— la vida social en
otros muchos aspectos (como la economía, la ciencia o el arte). En este senti-
do, creo que la sociología le haría un gran servicio a su sociedad (mundial) si
superara este “obstáculo epistemológico” (Luhmann, 1998), y dejara de hablar
de la sociedad española, francesa o marroquí, por no decir ya nada de la socie-
dad madrileña, vasca, andaluza, catalana o asturiana.
Pero, ¿por qué la sociología ha aceptado —sin profundizar excesivamente—
esa idea de la sociedad como algo definido (o definible) a través de las lineas de
diferenciación del sistema político? Pues creo que porque ha partido de una con-
cepción de la sociedad como algo cohesionado, compacto, por esencia. Por eso,
Los jóvenes en un mundo en transformación

además, se cree que toda sociedad tiene —o requiere— unos mecanismos cohe-
sionadores, compactadores, suficientemente poderosos, que se piensa no pueden
ser otros que los de un Estado nacional y una cultura —generalmente concebi-
da en términos de ciertas creencias, valores y normas comúnmente comparti-
das—, que en gran medida ha de ser producto principal del propio Estado.
Pues bien, desde mi punto de vista, la sociología debe liberar a su concep-
to de sociedad, de una vez por todas, de esta connotación tan rígida y exigen-
te. ¿Y qué entender entonces por sociedad? Simplemente, el sistema que englo-
ba toda comunicación o relación social posible, y que, por ello y a la vez, define
las condiciones y límites de dicha posibilidad. Si definimos así la sociedad, en-
tonces podemos entender mucho mejor cómo nuestra sociedad, en virtud de su
forma básica y predominantemente (aunque no exclusiva) de diferenciación
funcional, genera una dinámica caracterizada, en ciertos aspectos y esferas esen-
ciales, por una original combinación de universalismo y especificidad, que sir-
ve de sustento a un proceso de mundialización de sus estructuras, procesos y
cultura. Este proceso, además, de ningún modo significa sólo homogeneiza-
ción, sino también coexistencia, rivalidad e interrelación de lo heterogéneo y
dispar, así como incentivación de multiples particularidades y hasta particula-
rismos (Featherstone, 1990; Robertson, 1995).
¿Puede ser ésta una sociedad integrada en términos tradicionales? Yo creo
que no, si por integración entendemos sólo cohesión o solidaridad. Nuestra so-
ciedad de escala mundial es una sociedad que está también, y en algunos as-
pectos y esferas especialmente, integrada en términos “negativos”; es decir, más
bien en el sentido de que diferentes unidades —por ejemplo, segmentos polí-
tico-nacionales— o esferas —sistemas de acción social, como la ciencia, la eco-
nomía, la educación— se ponen mutuas restricciones en virtud de una com-
pleja relación de independencia y dependencia. Si queremos seguir usando

94
algún concepto de integración (para esta sociedad mundial), entonces tendre-
mos que conformanos con un concepto de integración que acentúe las com-
plejas interdependencias entre unidades y esferas diferenciadas.
¿Puede tener esta sociedad mundial una cultura? Pues creo que una sociedad
entendida y definida en estos términos no puede tener una cultura, si seguimos
entendiendo ésta en el sentido en que los sociólogos la hemos entendido tradi-
cionalmente —es decir, como aquel componente del orden social que da cohe-
sión a un entramado social—. Yo sostengo que en relación con el concepto de
cultura también tiene la sociología que hacer un esfuerzo serio de revisión. Para
ello, estimo que un buen punto de partida sería retomar el sentido originario de
su uso moderno (Luhmann, 1995). En la modernidad primera, cultura es un tér-
mino usado para dar cuenta de la diversidad; o mejor dicho, de la unidad de las
diversidades de hábitos y formas de ordenación de la vida social y de sus hori-
zontes de sentido. Cuando en su proceso de expansión a lo largo del Globo la so-
ciedad europea se encuentra con pautas y modos de organización social tan dife-
rentes a los suyos, se plantea: ¿y esto es al cabo sociedad (humana)? Para responder
a esta pregunta clave nace precisamente el concepto moderno de cultura. En es-

Los jóvenes en un mundo en transformación


te sentido, creo, que si podemos hablar de cultura en la sociedad actual tiene que
ser en términos capaces de captar (la unidad de) la diversidad de universos y ho-
rizontes de significado que dentro de ella coexisten y en buena medida rivalizan.
Por último, quisiera hacer una breve referencia a los movimientos antiglo-
balización. Estos movimientos, en los cuales justamente los jóvenes tiene un
protagonismo extraordinario, se caracterizan en muy primer término por tener
una visión de la globalización como un fenómeno que responde esencialmente
a intereses de una elite económico-política mundial. ¿Se puede entender así la
globalización o mundialización? A tenor de lo dicho, parece evidente que mi
respuesta es negativa. Pero es más, ¿son estos movimientos algo externo o aje-
no a la globalidad de nuestra sociedad, o son más bien parte y expresión de la
misma? ¿No son ellos también una manifestación muy relevante de que la mo-
dernidad mundializada no tiene una cultura compacta, al ser la cultura anti-
globalizadora también parte de la cultura global o mundial? ¿Son sus propios
instrumentos y medios de actuación concebibles sin el carácter mundial o glo-
bal de nuestra sociedad y sus redes y medios de comunicación? Las respuestas
que todos y todas pueden intuir que daría a estas preguntas, me llevan a afir-
mar que los movimientos antiglobalización son una parte de la ya hace mucho
irreversible disposición global o mundial de la sociedad, así como una expre-
sión de su intensificación presente y de su carácter diferenciado, múltiple y pre-
ñado de contradicciones.

A modo de conclusión

Termino con unas palabras a modo de resumen de mi exposición. En ella he


pretendido poner de relieve, en primer lugar, que la semántica de la globaliza-

95
ción/era global, es una de las últimas expresiones de una especie de espíritu de
fin de época que se ha instalado en nuestra sociedad desde finales de los seten-
ta del siglo pasado. En segundo lugar, he sostenido que el diagnóstico que ella
encierra acerca de la evolución de nuestra sociedad no me parece correcto en
un aspecto esencial: la sociedad moderna es global o mundial, en su escala y es-
tructuras fundamentales, ya de modo orginario. Si algo ha cambiado última-
mente en este sentido es el soporte y —con él— la intensidad del fenómeno,
pero no su “esencia”, por así decir. Por eso, no veo justificado hablar de una
nueva era global a diferencia de una moderna era nacional (estatalizada), lo que
además representa un error conceptual: el de hablar de las sociedades modernas
en plural, en virtud de su supuesta condición sustancialmente nacional. Y, en
tercer lugar, he señalado que el concepto al uso de cultura, asociado a esta con-
cepción nacionalizada de la sociedad, tampoco está a la altura de las exigencias
de la moderna sociedad mundial. Pensar en la cultura de tal sociedad como
algo cohesivo e integrador —de la sociedad— es ponerse de espaldas al carác-
ter diverso, escindido y tantas veces contradictorio de la moderna cultura glo-
bal, de la que también forman parte las subculturas y concraculturas que ani-
Los jóvenes en un mundo en transformación

man —y son animadas hoy por— los movimientos antiglobalización.

Bibliografía

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96
MÓDULO II:

A LA BÚSQUEDA DE SÍ MISMO:
SENTIDO VALORES Y CREENCIAS DE LOS JÓVENES
EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS
CAPÍTULO II.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA CONSTRUCCIÓN DE SENTIDO
EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS:
LAS MÁSCARAS DEL ‘SELF’ EN LA MODERNIDAD
Prof. Dr. D. Josetxo Beriain
Universitas Navarrensis. Opus Hominis

Resumen

El presente trabajo analiza las diferentes metamorfosis que experimenta el


self en la modernidad occidental. La reforma protestante, con su inequívoca
apuesta por el “libre examen”, crea un tipo de personalidad total que va a dar
sentido a su vida “desde dentro”, primero pactando con Dios para luego meta-
morfosear tal pacto en pacto con el diablo. Desencantamiento y encantamien-
to, como han advertido Max Weber y Thomas Mann, no son sino las dos caras
de un mismo proceso social, dos instancias que se correfieren y cuya separación
mutila una interpretación cabal de la contextura temporal que se proyecta como
horizonte de comprensión y de acción del self protomoderno, moderno y en úl-
tima instancia postmoderno. El final del siglo XIX y los comienzos del siglo XX
dibujan un perfil del self cuya dirección no procede de su interior sino que vuel-
ve, como había pasado con el self tradicional, a estar determinado por el “afue-
ra”, esta vez “dirigido por los otros”, como hemos visto con la ayuda de Sim-
mel, Riesman, Poe, Baudelaire, Benjamin, Kafka, Bernhard y Musil.

“Elegir es el destino inescapable de nuestro tiempo”


A. MELUCCI.

99
“Al final de la vida se revela lo que la vida es desde el principio: contingencia”
Andrés ORTIZ-OSÉS
“El hombre quiere más de lo que puede, esto al menos es verdad”
F. HÖLDERLIN.

Indice

1. La idea de “llamada” en la ascética protestante.


2. Del pacto con Dios, a través de la búsqueda del daimon personal, al
“pacto con el diablo”.
3. Del self “dirigido internamente” al self “dirigido por los otros”.
4. El lado sombrío del self “dirigido por los otros”.
5. El “hombre sin atributos” como hombre de posibilidades.

El objeto de análisis de este trabajo se centra en el individuo y más concre-


tamente en las diversas formas en que éste se expresa a partir de esa primera mo-
Los jóvenes en un mundo en transformación

dernidad representada por la Reforma protestante. La verdad es que existen to-


da una serie de conceptos que expresan al individuo1 en ciertos momentos y
que conviene tener en cuenta, así, el concepto de persona, procedente de la
Antigüedad, se refiere a la máscara2 que llevaban puesta los actores, en donde
confluyen, por una parte, las intenciones del actor y, por otra parte, las exigen-
cias y opiniones del ambiente, por tanto, los seres humanos son personas en
cuanto son portadores de máscaras a través de las que no meramente se pre-
sentan sino que representan. La comunicación es representación de papeles, po-
siciones, ideas, costumbres, etc. Con la introducción del nombre de sujeto
(sub-iectum), se menta aquello que está a la base de sí mismo y de todo lo de-
más. El ser humano pierde su objetividad que pasa a los sujetos. En el fondo de
ésta iniciativa teórica está el nuevo “liberalismo” del siglo XVIII, que utiliza la fi-
gura de un individuo validador de sus propios intereses, sentimientos, metas,
etc., para introducirse en el eje de empuje histórico entre las viejas disposicio-
nes de los estamentos y de sus relaciones clientelares, de las casas y de las cor-
tes, de las iglesias y de las sectas. Nietzsche y, más recientemente, Derrida, han
puesto de manifiesto cómo los centros teológicos, políticos y epistemológicos,
que han servido como referencias privilegiadas de sentido, son objeto de un
descentramiento, de una diferenciación, la conciencia colectiva aparece dife-
renciada, fragmentada. Tampoco son ya la conciencia o el yo, como instancias
fundamentadoras, las que configuran la realidad, puesto que al lado de la con-
ciencia está el inconsciente y al lado del yo están el ello y el superyo. El indivi-
duo moderno aparece como una unidad múltiple. El individuo aparece des-

(1) Ver la excelente compilación de J. V. Arregui et al.,en Concepciones y narrativas del yo, Thémata. Revista de Fi-
losofía, 22, 1999, 17-31, en donde se esbozan las diversas diferenciaciones y metamorfosis del Self, del Sí mismo.
(2) Ver el trabajo de J. Choza: “Las máscaras del sí mismo” en Anuario Filosófico, 26, 1993, 375-394.

100
centrado como el correlato de unas instancias internas —el yo, el ello, el su-
peryó para Freud, el animus y el anima para Jung,— y de otras externas que
configuran las representaciones, las imágenes, los patrones que proceden del en-
torno social. La conciencia y su correlato dinámico, el yo, ya no son aquellas
instancias centrales en que se funda la realidad, sino instancias al lado de otras
instancias asimismo relevantes.
Este proceso ha sido muy bien analizado, desde una perspectiva sociológi-
ca, por Georges Herbert Mead, profesor de la Universidad de Chicago de 1894
a 1931. Mead en su texto: Mind, Self and Society, de 1934, introduce una ba-
tería de interesantes conceptos que van a permitir desarrollar fructíferamente
una de las más interesantes perspectivas de análisis sociológico; entre su elenco
conceptual está el concepto de Sí mismo (Self) —concepto éste anclado asi-
mismo dentro de la larga tradición del idealismo alemán— que va a fungir co-
mo esa unidad múltiple, esa instancia de mediación donde confluyen el mí, el
aspecto convencional o conjunto organizado de actitudes de los demás que uno
conscientemente y responsablemente asume, y, el yo, aspecto creativo que ha-
ce surgir al “mi” y al mismo tiempo da una respuesta imprevisible a ese “mi”,

Los jóvenes en un mundo en transformación


al conjunto de actitudes internalizadas de los demás.
Sin tener la más mínima relación personal ni intelectual con Mead, otro
gran sociólogo europeo, Max Weber, contemporáneo de Mead, va a utilizar
un enfoque semejante para describir el tipo ideal de individuo que sirve para
caracterizar al “sí mismo”, que desde el interior del alma (von innen heraus)
va a ser responsable de la creación de un cosmos racional capitalista moderno
en el siglo XVII en Europa occidental. La “llamada”, la “vocación”, como pro-
cedimiento intramundano de verificación de la fe en la vida práctica, que pro-
cede del interior de cada uno/a, se va a manifestar para Weber, Sombart y Tro-
eltsch como un “pacto con Dios”, en esa afinidad histórica que se da entre
economía y religión en los orígenes del capitalismo, mientras que la misma
“vocación” va a llevar a una buena parte de los personajes (Adrian Leverkühn,
el Doktor Faustus de la modernidad avanzada) de Thomas Mann, en la este-
la de Goethe, a un “pacto con el diablo”, cuyas consecuencias, en ambos ca-
sos, tanto para los que queriendo el bien producían el mal, como para los que
queriendo el mal producían el bien, se harán visibles en la “quiebra burgue-
sa”, tanto del “último hombre”, del “especialista sin espíritu, del gozador sin
corazón” del final de la Etica Protestante de Weber como de Thomas en Los
Buddenbrook de Th. Mann, donde el dinero se ha convertido en substituto
técnico de Dios.
La modernidad avanzada de finales del siglo XIX y del siglo XX, la de las me-
trópolis como Londres, París, Berlín o Nueva York, y que Georg Simmel ha
analizado en su extraordinario artículo: “Las metrópolis y la vida mental” de
1907, ya no acoge al puritano-burgués, expresión de la protomoderna afinidad
electiva que intuyó Weber entre religión y economía, sino al urbanita, a ese self
dirigido “desde fuera” que adoptará varias formas. Entre ellas, aparecerá como
“hombre masa”, y así lo pone de manifiesto, J. Ortega y Gasset en La rebelión

101
de las masas, y E. Jünger en El trabajador, o el director de cine alemán F. Lang
en su film Metrópolis.
La modernidad de la “producción” deja paso a la modernidad del “consu-
mo”, de los grandes almacenes, como el KaDeWe, (Kaufhoff des Westens) de
Berlín o en Los Pasajes comerciales de París, en donde la gran ciudad, la neu-
rastenia y el tedio encuentran su tipo ideal en el flaneur, tematizado por E. A.
Poe, Ch. Baudelaire y W. Benjamin. Al mismo tiempo, el crecimiento de la eco-
nomía monetaria corre paralelo al desarrollo de la burocracia; monetarización
y burocratización de las relaciones sociales son dos caras de un mismo fenóme-
no: la proletarización psíquica que describen con distintos énfasis: Weber en Es-
critos Políticos y en Economía y Sociedad, Kafka en El Proceso, El Castillo y en La
colonia penitenciaria y Orson Wells en El Proceso.
Ulrich, el “hombre sin atributos” de R. Musil, representa otro perfil de ese
individuo de posibilidades que aparece como tipo ideal del contrato social li-
beral que más tarde quedará inmortalizado por J. Rawls en la república proce-
dimental liberal con un yo sin límites de posibilidades.
Entre esa orientación protomoderna dirigida “internamente” y la otra
Los jóvenes en un mundo en transformación

orientación tardomoderna dirigida “por los otros” que han esbozado ideal-tí-
picamente Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo y Riesman
en La muchedumbre solitaria, se van a producir las diversas metamorfosis del Sí
mismo que hemos mencionado.
El personaje característico de nuestro tiempo, un tiempo que adquiere sus
contornos orientados hacia el futuro ya a finales del siglo XVII3, es un ser hu-
mano capaz de escoger, decidir y crear, que aspira a ser autor de su propia vi-
da, creador de una identidad individual4. Elegir es ese imperativo ineludible
del que no podemos escapar. Hoy, tenemos que escoger hasta el propio Dios5,
antes era él el que nos elegía, incluso como pueblo. La individualización, en es-
te sentido, significa que la biografía personal es arrancada de determinaciones
dadas y es situada en manos del individuo, dependiente de sus decisiones. Las
biografías devienen así auto-reflexivas, ya que no son socialmente prescritas si-
no individualmente elegidas y cambiadas. Pero, del hecho de que el individuo
se haya autoinfinitizado, convirtiéndose en Dios para sí mismo, al precio de
haber “pactado con el diablo”, como tan bien han puesto de manifiesto Goe-
the y Mann en la metamorfosis moderna de Prometeo en Fausto, no se debe
inferir que hayamos acabado con el destino en cuanto tal. La apertura e inde-
terminación del futuro no significan la erradicación del destino, sino más bien
el comienzo de su producción social. Del paso de la “fortuna” medieval al “ries-

(3) Ver el excelente trabajo de Reinhart Koselleck: “Gibt es eine Beschleunigung der Geschichte?. Zeitverkürzung
und Beschleunigung” en Zeitschichten, Frankfurt, 2000, 150-177.
(4) U. Beck y E. Beck-Gernsheim, han desarrollado ampliamente esta idea en Individualization, Londres, 2001.
Ver también el texto de U. Beck: “Vivir nuestra propia vida en un mundo desbocado: individuación, globalización y
política” en A. Giddens, W. Hutton, 2000, 233 y s.
(5) Sobre la cosmovisión politeísta moderna ver el trabajo de J. Beriain: La lucha de los dioses en la modernidad,
Barcelona, 2000.

102
go” moderno no se ha producido un “nuevo” mito social. Sencillamente, se ha
pasado del destino dado metasocialmente, Dios, la naturaleza, al destino pro-
ducido socialmente, como consecuencia de la multiplicación de la franja de
posibilidades de nuevas incertidumbres, pero esta vez manufacturadas so-
cialmente6. Lo relevante, sociológicamente hablando, es cómo aparece este
destino colectivo institucionalmente configurado en el contexto vital de la gen-
te en una sociedad individualizada. Podríamos decir que el espejo cóncavo que
refleja la cosmovisión descentrada moderna se ha cuarteado sin hacerse añicos,
y que cada fragmento produce su propia perspectiva total, sin embargo, la su-
perficie del espejo con su miríada de pequeñas fisuras es incapaz de producir
una imagen unificada7; en este sentido, vivir nuestra propia vida significa que
las biografías corrientes se convierten en biografías que hay que escoger, bio-
grafías de “bricolaje”, biografías de riesgo, a veces rotas o descompuestas. Co-
mo constata Ulrich Beck, en la medida en que la gente se libera de una serie
de ligámenes y privatiza toda una serie de nuevos proyectos vitales se produce
un doble efecto (Beck, 1986, 216). Por una parte, al devenir las formas de per-
cepción privatizadas, los horizontes temporales de percepción se estrechan más

Los jóvenes en un mundo en transformación


y más, hasta el caso límite en que la historia se encoge en torno a un presente
eterno, en donde se pone de manifiesto que los niños tienen dificultades para
reconocer los contextos vitales de sus padres y mucho menos los de sus abue-
los. Por otra parte, aumentan los constreñimientos que configuran la propia
biografia, precisamente, a través de nuevas condiciones institucionales. De he-
cho, “los individuos liberados se convierten en dependientes del mercado de
trabajo y con ello también en dependientes de una formación escolar, en de-
pendientes del consumo, en dependientes de las regulaciones y providencias
típicas del Estado social, de las planificaciones del tráfico, de las ofertas de con-
sumo, de las posibilidades y modas de la atención médica, psicológica y peda-
gógica” (Beck, 1986, 219), así como de lo que Adorno y Horkheimer llama-
ron “industria cultural” (Horkheimer y Adorno, 1996) que manufactura el
gusto orientado al consumo de masas. En una sociedad diferenciada funcio-
nalmente, todo individuo ha de poder tener acceso a cualquier sistema funcio-
nal —económico, político, jurídico, etc—. Todo sistema funcional incluye a la

(6) A. Giddens, 1991, 122. A. Giddens en Beyond Left and Right, Londres, 1994, Introducción, propone el tér-
mino : “incertidumbre manufacturada”. U. Beck también ha abundado al respecto en: “World Risk Society as Cos-
mopolitan Society?. Ecological Questions in a Framework of Manufactured Uncertenties” Theory, Culture and Society,
Vol. 13, 4, 1996. Es interesante la respuesta de Jeff Alexander y Philip Smith, “Social Science and Salvation. Risk So-
ciety as Mythical Discourse”, Zeitschrift für Soziologie, Vol. 28, 4, 1996. En la perspectiva luhmanniana ver J. Mª Gar-
cía Blanco, “Racionalidad y riesgo en la identidad de las sociedades complejas” en E. Lamo de Espinosa, J. E. Rodrí-
guez Ibáñez, Problemas de teoría social contemporanea, Madrid, 1993, 478ss. Ver como síntesis de la discusión la
compilación de J. Franklin, (Edit.), The Politics of Risk Society, Londres, 1998. Una muy valiosa reconstrucción de las
diferentes semánticas del riesgo se encuentra en: R. Ramos: “Prometeo y las “Flores del Mal”: El problema del riesgo
en la sociología contemporánea” en R. Ramos Y F. J. García Selgas, (Editores), Reflexividad, riesgo y globalización, Ma-
drid, 1999, 249 y ss. Ver asimismo sobre el concepto de destino en las sociedades modernas: E. Gil Calvo, El destino,
Barcelona, 1995, 94ss. Gil Calvo se pregunta si a esto lo podemos llamar progresión o regresión, pienso que quizás po-
damos llamarlo retroprogresión.
(7) Ver esta idea en el artículo de Z. Bauman: “Searching for a Centre that Holds” en M. Featherstone, S. Lash
y R. Robertson (Edits), 1995, 140-155.

103
totalidad de la población, pero sólo en lo tocante a aquellos fragmentos de su
modo de vida que resultan relevantes para la función de que se trate8. En lugar
de los vínculos y formas sociales tradicionales (clase social, familia pequeña),
aparecen instancias secundarias que determinan la biografía del individuo y
que, a contracorriente de la capacidad de decisión individual, la cual se impo-
ne como forma de conciencia, lo convierte en juguete de modas, relaciones y
mercados (Beck, 1986, 211). A pesar de, o debido a, las directrices institucio-
nales y la inseguridad, a menudo incalculable, nuestra vida está condenada a la
actividad; si uno tiene una vida propia, el fracaso también es propio. Es en es-
ta indeterminación existente entre la liberación y la dependencia donde se si-
túa la ambivalencia moderna o la modernidad ambivalente9, como apunta-
rá Zigmunt Bauman en la línea de Simmel.

1. La idea de “llamada” en la ascética protestante

En La ética protestante, Max Weber, implícitamente, despliega un discurso


Los jóvenes en un mundo en transformación

que podíamos llamar de “fortalecimiento” del Self que va a influir en muchos de


sus trabajos así como en sus interpretaciones de lo que él considera crisis de la
sociedad y la política modernas. Aunque Weber raramente menciona explícita-
mente la palabra self, sin embargo, analiza los procesos de disciplina del Self, a
través del concepto puritano de “llamada” y de educación carismática, que van
a contribuir al despliegue de “roles” como el científico, el político, el empresario
y el líder carismático. La importancia de la “llamada”10 radica, no tanto en su
primera acepción, orientada por la elección del propio destino en perspectiva re-
ligiosa, sino en su inserción intramundana que sitúa al individuo como un ins-
trumento, como un vehículo único, para el dominio de un mundo racionaliza-
do: “En el nombre de Dios, uno debe controlarse y dominar el mundo a través
de su llamada-vocación” (Schluchter, 1979, 29-30). Esta es la solución de la as-
cética protestante en medio del conflicto existente entre la innovación y la crea-
ción, por una parte y, la conformidad a la tradición, por otra parte.
El protestantismo ascético “crea el “alma” apropiada para el capitalismo, el
alma del “hombre de vocación”” (Weber, 1972, 167, 168). La idea de “deber
en la llamada” aparece en la vida del puritano de finales del siglo XVII como los
fantasmas comparecían en las creencias religiosas previas. Para Weber hay una
primacía de la voluntad, religiosamente inducida, sobre el deber ético racional,
tal como aparece en Kant, pero, ¿cuál es el origen de esta “llamada”?11. Tiene

(8) Ver el desarrollo de esta idea en N. Luhmann: Politische Theorie im Wohlfahrtsstaat, Munich, 1981, 25 y ss.
(9) Ver la idea de producción social de la ambivalencia en el texto de Z. Bauman: Modernity and Ambivalence,
Londres, 1991
(10) Charles Taylor ha puesto de manifiesto la importancia del concepto de “llamada”, procedente de la ascética
intramundana protestante, en la conformación de la identidad moderna occidental (ver su obra: Sources of the Self. The
Making of Modern Identity, Cambridge, Mass, 1989, 375).
(11) Me sirvo aquí de la descripción que hace H. Goldmann en Max Weber and Thomas Mann: Calling and the
Shaping of Modern Self, Berkeley, 1985, 35 y ss.

104
un primer origen bíblico, codificado por muchos, incluido Santo Tomás, según
el cual las “inclinaciones” humanas hacia una u otra esfera de actividad no son
sino obsequios de la gracia dentro de una sociedad humana dividida en heren-
cias producto de la Providencia divina. Un segundo origen precristiano, afin-
cado en los clásicos, codificado por Cicerón en De Officiis, y compartido por
humanistas como Petrarca, Erasmo y Vives, enfatiza el papel del descubrimien-
to del propio carácter y el talento (ingenium) nativo de uno así como la culti-
vación de las propias aptitudes dentro de diferentes disciplinas. El tercer origen
fue griego o helenístico, con connotaciones medicas y psicológicas, derivado de
Platón, Aristóteles, Hipócrates y Galeno, siendo codificado por Marsilio Fici-
no, apunta, como la teoría humanista, a las inclinaciones de los individuos más
que a la distribución de los talentos en las diferentes esferas.
Con la Reforma se producen una serie de cambios profundos que comien-
zan cuando Lutero separa la noción de vocación de la ética humanista bajo el
argumento de que tanto la “llamada temporal” como la llamada religiosa pro-
ceden de Dios. Nuestra vocación así es ordenada (por Dios), no seleccionada.
Así lo pone de manifiesto Weber: “Es evidente que en la palabra alemana “pro-

Los jóvenes en un mundo en transformación


fesión” (Beruf), como quizás más claramente en la inglesa calling, hay cuando
menos una reminiscencia religiosa: la idea de una tarea impuesta por dios. Es-
te sentido religioso de la palabra se revela con nitidez tanto mayor cuanto más
nos fijamos en ella, en cada uso concreto. Siguiendo la génesis histórica de la
palabra a través de las distintas lenguas cultas, se ve en primer término que los
pueblos predominantemente católicos carecen de una expresión coloreada con
ese matiz religioso para designar lo que los alemanes llamamos Beruf (en el sen-
tido de posición en la vida, de un campo delimitado de trabajo), como careció
de ella igualmente la antigúedad clásica, mientras que existe en todos los pue-
blos predominantemente protestantes. Se muestra además que esa existencia no
es debida a una peculiaridad étnica de los respectivos idiomas (el ser, por ejem-
plo, la expresión del “espíritu popular germánico”), sino que en su sentido ac-
tual la palabra nació precisamente de traducciones de la Biblia (sobre todo la de
Lutero), y no del espíritu del texto original, sino precisamente del espíritu del
traductor”12.
Como Weber escribió algo más tardíamente en Economía y sociedad, en el
cristianismo temprano faltó una noción específica de “dignidad” del trabajo. El
trabajo deviene una actividad honorable mucho más tarde en los monasterios
católicos como un medio fundamental de ascetismo. El monje ha sido el pri-
mer “hombre de llamada” (Weber, 1978, 916). Pero, a pesar de que la noción
de vocatio existió entre los católicos, no fue una disciplina para todos los cre-
yentes, ya que significó específicamente la llamada a la vocación religiosa para
el monje y el sacerdote al servicio de dios y no tuvo relación con ninguna tarea

(12) M. Weber, La ética protestante en Ensayos sobre sociología de la religión, Madrid, Vol. 1, 1983, 57-59, así co-
mo las notas 1 y 2 donde Weber procede a realizar una exégesis histórico-filológica extraordinaria de la palabra. Los
subrayados son míos.

105
mundana. Pero, según Weber, con la traducción de la Biblia que realiza Lute-
ro, la llamada se sitúa en medio de la actividad intramundana y conlleva una
santificación de la conducta y, coextensivamente, la salvación. Lutero tradujo
dos conceptos griegos diferentes como Beruf, la klesis paulina, en el sentido de
llamada a la salvación, concepto este puramente religioso y, también las pala-
bras ponos y ergon, que significan trabajo. El conecta así el ámbito sagrado y el
ámbito profano. Para Weber la innovación crucial radica en que “el más noble
contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un
deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo. Esta fue la conse-
cuencia inevitable de la idea de una dimensión religiosa del trabajo cotidiano,
que, a su vez engendró el concepto de “profesión” en este sentido” (Weber,
1983, 63). Reconociendo la extraordinaria importancia que conlleva esta labor
de interpretación creativa del texto bíblico, introducida por Lutero, sin embar-
go, Weber va a situarla como una concepción emocional de la fe (Weber, 1983,
81) frente al mayor grado de racionalización ética alcanzado por el calvinismo.
Para Weber, el prototipo moderno de llamada está representado en el calvinis-
mo y en las principales sectas del protestantismo ascético-pietismo, metodismo
Los jóvenes en un mundo en transformación

y baptismo (incluyendo a los menonitas y a los cuáqueros). El punto de parti-


da se sitúa en el dogma de la predestinación13, según el cual existe una libertad
absoluta de Dios para alegir salvar o no hacerlo, más allá del poder, de la culpa
o de los méritos humanos. “Con su patética inhumanidad, esta doctrina había
de tener como resultado, en el ánimo de una generación que se entregó a toda
su grandiosa consecuencia, el sentimiento de una inaudita soledad interior del
individuo. En lo que para los hombres de la época de la Reforma era lo más im-
portante de la vida, la felicidad eterna, el ser humano se veía condenado a re-
correr en solitario su camino hacia un destino prescrito desde la eternidad. Na-
die podía ayudarle, ni el predicador,.. ni los sacramentos,.. tampoco la
iglesia,..ni tampoco Dios podía prestar aquella ayuda, pues el mismo Cristo só-
lo murió por los elegidos” (Weber, 1983, 82-83). Sólo el “libre examen” es el
baremo crítico que permite determinar el “estado de gracia”. La relación con
Dios para el creyente puritano se plantea como un servicio —él no es sino un
instrumento ad mayorem Dei gloriam— más que como mera obediencia. Las
buenas obras no son sino medios para alejar el miedo de la condenación. El
triunfo ascético de este nuevo self supone una descarga de la angustia ante la
indeterminación real de la salvación, al adquirir la certeza subjetiva de la gra-
cia, por medio de la comprobación (Bewährung) de la fe en la vida práctica
(Weber, 1983, 95-96). Pero, todo esto sería imposible sin esa tensión interna
extrema que se da en medio de la dualidad: este mundo/el otro mundo (in-
nerweltlich/jenseitsweltlich), algo que sólo se da históricamente en la ascética in-

(13) El dogma de la predestinación no es sino la específica forma por medio de la cual Calvino afronta los efec-
tos secundarios de la protocaída (el pecado original por cuanto originante de consecuencias reales) de Adán en el pa-
raíso. En la ascética protestante, “el mundo, como criatura caída, tiene significación religiosa exclusivamente como ob-
jeto del cumplimiento del deber por la acción racional, según la voluntad de un Dios que se cierne soberano sobre el
mundo” (M. Weber, Economía y sociedad, México, D. F., 1978, 438)

106
tramundana del protestantismo. La santificación del trabajo, el “vivir para tra-
bajar” moderno se contrapone al “trabajar para vivir” de la tradición. Aquí se
contraponen los modelos de Benjamin Franklin y de Jakob Fugger. Todo esta-
ba orientado hacia la libre gracia de Dios y el destino ultraterreno; “la vida te-
rrenal era un valle de lágrimas o sólo una travesía. Pero, precisamente por ello
se puso un desmesurado acento en ese ridículo14 tramo de tiempo y en lo que
sucediera durante él, casi en el sentido del dicho de Carlyle: “debieron trans-
currir milenios antes de que vinieras a la vida, y otros milenios aguardan calla-
dos a lo que tu vas a empezar con esta vida tuya”” (Weber, 1983, 429). Socio-
lógicamente hablando, en los términos de W. I. Thomas, podemos decir que
una causa no verdadera a priori como el sentirse subjetivamente salvado, pro-
duce una consecuencia verdadera, la racionalización de la conducta llevada a ca-
bo por un self fuerte que opera según convicciones internas. Esta actitud anti-
mágica, por cuanto que opera como fermento desencantador del mundo, sin
embargo, paradójicamente, produce la magia que transforma “viejos” hombres
en hombres “nuevos”.
El interés por las prácticas del self no es nuevo en la cultura alemana. Ya en

Los jóvenes en un mundo en transformación


el siglo XVIII, el debilitamiento de las prácticas religiosas formales y de la creen-
cia cristiana, sobre todo entre los intelectuales, como fuentes de ideales y mo-
delos para la configuración de la identidad y guía para la acción, conduce a la
generación de técnicas y códigos no-religiosos para configurar y legitimar el self,
así, las concepciones kantianas del derecho moral y la personalidad, el ethos de
la “formación” (Bildung) o autocultivación a través de la erudición, el ideal de
la Kultur. En palabras de Norbert Elias, “la legitimación de la intelectualidad de
la clase media (alemana) del siglo XVIII era su autoconciencia y su orgullo resi-
día allende la economía y la política en eso que, por ese motivo, se llama en ale-
mán, “lo puramente espiritual” (Das rein Geistige), en la esfera de los libros,
en la ciencia, la religión, el arte, la filosofía y en el enriquecimiento interior, en
la “formación” del individuo, principalmente a través del libro, en la personali-
dad” (Elias, 1987, 76). Humboldt sería el representante arquetípico de esta po-
sición; frente a la autoperfección por la “formación”15 humboldtiana, Weber
postulará una autoafirmación ético-religiosa que expresa la “llamada”. En el si-
glo XIX, sin embargo, las nuevas técnicas que ayudaron a conformar y equipar
las individualidades burguesas para la vida y los roles demandados por la na-
ción, la cultura y la clase, fueron seriamente debilitadas y persistentemente des-
afiadas por las presiones de una sociedad capitalista desarrollándose rápida-
mente (Sombart, 1972, 352). Nietzsche criticó la servidumbre hacia las

(14) Véase el paralelismo entre la posición weberiana y la shakesperiana apalabrada por Macbeth: “El mañana y
el mañana y el mañana avanzan a pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos
nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte...!Extínguete, extínguete, fugaz an-
torcha¡...!La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la es-
cena, y después no se acuerda más...,un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa”.
(15) Ver el concepto de “Bildung” elaborado por R. Vierhaus, en O. Brunner, W, Conze y R. Koselleck (Edito-
res), Geschichtliche Grundbegriffe, Vol. 1, 520, 1972

107
lecciones de la historia; Simmel avisó sobre la aplastante ocultación de la “cul-
tura subjetiva” por la “cultura objetiva”; Troeltsch apuntó que la sociedad esta-
ba transformando los valores impersonales por los señores personales; y Thomas
Mann captó el paso de la “Kultur” a la “Zivilization”. Todos ellos ponen de ma-
nifiesto su preocupación en torno a este problema. El enfoque de Weber es tam-
bién una respuesta a las presiones del racionalismo capitalista y al socavamien-
to de las prácticas e ideales burgueses originarios. El propósito de las prácticas
del self que Weber propone para la Alemania moderna se basa en la generación
de poder, en el fortalecimiento del self para la innovación y el dominio en un
mundo racionalizado. En su proliferante disciplina, la racionalización, crecien-
temente, reduce la significación del carisma y la acción individualmente dife-
renciada (Weber, 1978, 847 y ss). Mientras Foucault argumenta que el self es-
tá conformado por relaciones de poder que penetran las instituciones y las
prácticas sociales, Weber pretende conformar el self para el poder y generar un
self con poder. Según Foucault, este tipo ideal weberiano que actúa racional-
mente y regula su acción con arreglo a principios elegidos por él mismo debe
renunciar a una parte de sí mismo. Foucault se pregunta por el precio16 que el
Los jóvenes en un mundo en transformación

individuo tiene que pagar por crear tal cosmos racional. Pero, en la argumenta-
ción weberiana el enfasis no está tanto en los mecanismos de “totalización de la
vigilancia y la autodisciplina” (Foucault) o en el “autocontrol de los afectos”
(Elias) sino en el balance neto que auna a hombre, trabajo y destino en los al-
bores de la modernidad occidental. Es Nietzsche quien media en la preocupa-
ción weberiana por el poder. Nietzsche creyó que “el instinto fundamental de
vida.... tiende a la expansión del poder” (Nietzsche, 1988, Vol. 3, 583). “Al-
go viviente desea liberar su energía— la vida en sí misma es voluntad de po-
der” (Nietzsche, 1988, Vol. 5, sección 3, 27). Para Nietzsche esta voluntad es
natural, innata, instintiva, mientras para Weber, la voluntad de poder no es na-
tural ni está encarnada en la aristocracia, más bien está enraizada usualmente en
específicas prácticas sociales y culturales, usualmente religiosas, cuyos portado-
res son “virtuosos”17 que conforman una religiosidad de élite. Este poder no se
encuentra en técnicas o en un tipo de racionalidad externa al self ni mucho me-
nos en la tentación de los otros o en la esclavitud del deseo personal sino en un
modo de poder encontrado y generado en el interior del self. En este sentido,
tampoco la conciencia de clase fortalece al individuo sino que lo hace depen-
diente de una instancia externa.
Occidente precisa, a juicio de Weber, nuevos medios de autodominio que
para él estarían contenidos en una nueva “metafísica individualista” (Gold-
man, 1987, 165) o en una metafísica del heroísmo humano dirigida por una

(16) Ver M. Foucault, Tecnologías del yo, Barcelona, 1990, 46-47.


(17) Ver esta idea desarrollada por M. Walzer en su extraordinario texto: The Revolution of the Saints: A Study in
the Origins of Radical Politics, Cambridge, Mass, 1965, 1-2, 27-29, 57-59, 63, 66, 92-94, 97-101, 103-104. Estos vir-
tuosos constituyen una élite de líderes, “liberadores providenciales”, “revolucionarios racionales” que pretenden corre-
gir los usos perversos del poder ejercido por la iglesia institucionalizada y por los príncipes, algo que surgirá con el es-
píritu de la Reforma.

108
voluntad faústica, como acertó a proponer Paul Honigsheim, alguien que co-
nocía muy bien a Weber: “Max Weber se empeñó en una lucha a muerte con-
tra cada Institución, Estado, Iglesia, Partido, Fundación, Escuela,...es decir, con-
tra toda estructura supraindividual de cualquier tipo que reclamase entidad
metafísica o validez general. Amaba a cualquier hombre, incluso a un Don Qui-
jote que buscase, contra la injustificada pretensión de una institución cualquie-
ra, afirmarse a sí mismo y al individuo como tal. Gradualmente tales hombres
se acercaron a él automáticamente; en efecto, el “último héroe humano” les atra-
ía a su círculo ejerciendo un poder realmente mágico... En aquellos días este ar-
quetipo de todos los archiherejes reunió a su alrededor una verdadera horda de
hombres cuyos rasgos más distintivos, quizá sin saberlo ellos mismos, residían en
el hecho de que todos ellos eran, de una manera u otra, por lo menos “outsi-
ders”, si no algo más”18. Este nuevo “poder interior” (von ihnen heraus) opera
frente a la tradición, pero también frente a la propia racionalidad, que pretendía
dominar el mundo y ha acabado dominando asimismo al hombre. Este poder
no es el poder que opera “desde fuera”, de la técnica, el poder que emana de las
fuerzas de producción, como apuntara Marx, sino aquél que procede del inte-

Los jóvenes en un mundo en transformación


rior del alma humana. Este individuo innovador arquetípico, éste “hombre de
vocación”, esta “personalidad occidental”, como aparece en su sociología de las
religiones universales, o éste “político y científico con vocación”, como Weber lo
llama en sus últimos escritos19, es el portador de un poder enraizado en el triun-
fo ascético sobre el self natural a través de una “doma del alma” (Zähmung der
Seele), capaz de afrontar la misión o tarea interior. El resultado de la sujeción a
la “llamada” representa la transformación del self natural en una “personalidad”.
Este “self fuerte”, podíamos llamarlo contrasocializado sin temor a equivocarnos,
actúa frente a la acomodación o ajuste a la burocracia —verdadera parcialización
del alma—, tanto de los que deciden como de aquellos afectados por tales deci-
siones y, por tanto, tiene consecuencias revolucionarias para el sistema social
existente20. En este sentido Weber pretende devolver las creaciones a su creador,
el hombre, a través de un renacimiento secular de la “llamada”. La “personalidad
total” constituye “una unidad de estilo de vida regulada “de dentro a fuera”
(von innen heraus) por algunos principios centrales propios” (Weber, 1983, 423).
Para Weber, convertirse en una personalidad requiere una unificación jerárqui-
ca del self, requiere un impulso hacia la unidad desde dentro y moviéndose ha-
cia fuera desde un centro que el individuo ha alcanzado por sí mismo. La per-
sona debe convertirse en una “unidad sistemática”, en una “totalidad”, no sólo
en una combinación de cualidades particulares útiles.

(18) P. Honigsheim, “Der Max Weber-Kreis in Heidelberg” en Kölner Vierteljahreshefte zur Soziologie, Vol. 4,
1925, 271-272. Citado en A. Mitzman, La jaula de hierro, Madrid, 1976, 16.
(19) F. H. Tenbruck afirma que: “No puede existir la más mínima duda de que Ciencia como vocación, represen-
ta la auténtica herencia de La ética protestante, en la medida en que tal ensayo nos muestra al genuino puritano de la
La ética...” (“Max Weber and the Sociology of Science: A Case Reopened” en Zeitschrift für Soziologie, 3, 1974, 318).
(20) Ver esta idea en W. Mommsen, Personal Conduct and Societal Change” en Whimster y Lash (Editores),
Max Weber. Rationality and Modernity, Londres, 1987, 35-52.

109
La idea del carácter ascético del moderno trabajo profesional no es nueva.
Ya Goethe en los “Años de Aprendizaje” y en la muerte que dio a su Fausto, nos
señala este motivo ascético del estilo de vida burgués, en el que la limitación al
trabajo especializado, y la renuncia a la universalidad faústica de lo humano que
ella implica, es en el mundo actual condición de toda obra valiosa y que, por
tanto, “acción” y “renuncia” se condicionan recíprocamente de forma inexora-
ble en el mundo de hoy (Weber, 1983, 165). Esta explosión del laico profesio-
nalizado a partir del monje, para Goethe, significaba un adios a una época de
humanidad bella y plena. “El puritano quería ser un hombre profesional; nos-
otros tenemos que serlo” (Weber, 1983, 165). Lo que para el puritano fue una
opción, para nosotros es un “destino inescapable”. Ya en el siglo XIX se hace
manifiesta la ruptura de ese poderoso cosmos del orden económico moderno,
aferrado a las condiciones técnicas y económicas de producción mecánico-ma-
quinista, con la ética que le había proporcionado una legitimación sociorreli-
giosa. La diferenciación entre lo sagrado y lo profano se hace patente, ya que
“el destino” ha convertido el “manto liviano de la ética” en una “férrea jaula”
económico-burocrático-funcional. Si “ellos (nuestros padres) construyeron pa-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ra nosotros una casa segura —así se manifiesta Weber en un Referat de 1893—


y fuimos invitados a sentarnos y a sentirnos cómodos allí”, ahora tal casa se ha
convertido en una“jaula de hierro”21. Así como Weber observa, al final de la
Etica Protestante, el advenimiento del “utilitarismo instrumental” del “último
hombre” (ya preludiado por Nietzsche en su Zaratustra): “especialista sin es-
píritu, hedonista sin corazón”, como algo característico de la modernidad
avanzada, en la que se ha producido una ruptura de la afinidad electiva exis-
tente entre religión y economía propia de los orígenes del capitalismo, así Sim-
mel contrapone, en lo que podríamos considerar la manifestación más clara de
su diagnóstico de la crisis cultural específicamente moderna, el ideal ascético de
vida franciscano: “Nihil habentes, omnia posidentes” (No tener nada —mate-
rial—, poseer todo —lo espiritual—) con el ideal del hombre moderno que
venera el “becerro de oro”, habiendo invertido los términos de la frase anterior:
“Omnia habentes, nihil posidentes” (Simmel, 1988, 229) (Tener todo
—lo material—, no poseer nada —espiritual). La posición de Dios como mo-
tor inmóvil viene a ser reocupada por el dinero como perpetuum mobile. ”El di-
nero no solamente tiene una función, sino que es una función...su valor subs-
tancial no es otra cosa que su valor funcional” (Simmel, 1977, 175-176).
Kenneth Burke expresa esto con una brillantez y profundidad incomparables al
afirmar que el dinero funge como: “un substituto técnico de Dios, donde
Dios representa la substancia unitaria en la que se fundamenta toda diversidad
de motivos...(el dinero pone en peligro a la religión) no en la forma dramática
o agonística de un temperamento, sino en su forma sosegada racional, como un
substituto que realiza su rol mediador más eficientemente, con más parsimo-

(21) Así se expresaba Weber en alemán en 1893 y 1904: “Sie haben um uns ein festes Haus gebaut” (1893)....”ein
stahlhartes Gehäuse” (1904).

110
nia, con menos derroche de emociones que la concepción religiosa o ritualista
del trabajo” (Burke, 1962, 111-112).
Para corroborar lo dicho, permítame el lector/a ofrecer un ejemplo tomado
de la literatura donde aparece tipificada con gran claridad esta omnipresencia
diabólica del dinero. Este es uno de los temas más importantes en la primera gran
novela de Thomas Mann, Los Buddenbrook, (1909), en la tercera parte, en don-
de Tony Buddenbrook, la desconcertada princesa de la saga comercial del mismo
nombre, se pregunta sobre el verdadero significado de la palabra “arruinado”
siendo consciente de que las aventuras comerciales de su marido (Bendix Grün-
lich) se han acabado. En ese momento todo lo que conllevaba la palabra “ban-
carrota” emerge de repente ante ella, todas las vagas y temerosas insinuaciones
que de niña había oido se hacen realidad. “Bancarrota”, algo más vergonzoso que
la muerte, era realmente la catástrofe, la ruina, la vergüenza, la desgracia, la mi-
seria, el deshonor, la desesperación22. La bancarrota, o privación financiera to-
tal, es vivida como la pérdida total de valor, el fundamento axiológico cero,
una relación que, por supuesto, presupone que el dinero ocupa el estatus del
valor cultural paradigmático23. En los términos de Weber y de Sombart po-

Los jóvenes en un mundo en transformación


dríamos decir que en el capitalismo desarrollado, el dinero se ha convertido en el
fin supremo al haberse evaporado el espíritu religioso que lo retenía como puro
medio. El “hombre interior”, prototipo de la ascética protestante, la fuerza inte-
rior encarnada ahora en el protagonista de la saga, Thomas Buddenbrook24, cho-
ca con una realidad de la cual él ya no es sujeto creador sino el objeto creado. In-
terpreta su “rol” mecánicamente, así, con su mujer Gerda, con su hijo Hanno y
con su hermana Tony. El deseo de “representar apropiadamente” y de rechazar,
más bien, no admitir, la verdad del fracaso interno convierte a Thomas en un
nuevo Sísifo. Sólo queda la “concha vacía de la llamada”, “la guerra contra el en-
torno” y así, prisionero y sin esperanza, derrotado, tiende hacia la muerte. Para
él la vida es ya una prisión y la muerte una liberación25.

2. Del “pacto con Dios”, a través de la búsqueda del daimon personal,


al “pacto con el diablo”

El “pacto con Dios” que establece el hombre de vocación de la primera mo-


dernidad occidental y que ha sido analizado previamente comienza a resque-
brajarse como consecuencia de, por una parte, el proceso de racionalización de
las imágenes del mundo, analizado por Weber; esto significa que las creencias

(22) Ver Th. Mann, Los Buddenbrook, Barcelona, 1993, tercera parte. Para la ubicación histórica de esta obra y
de su saga ver la obra de P. de Mendelssohn, Der Zauberer. Das Leben des deutschen Schriftstellers Thomas Mann, Mu-
nich, 1975, Vol. 1, 259ss.
(23) Para ver la relación entre el dinero y la instrumentalización de la cultura consultar la Filosofía del dinero, opus
cit, capítulo tercero, segunda parte.
(24) Ver el interesante trabajo de F. Bayón: “Los Buddenbrook y el espíritu del capitalismo” en Estudios de Deus-
to, Vol. 46/1, 1998, 93-141.
(25) La obra de Arthur Schopenhauer se convertirá en el alivio, según el cual la muerte es una felicidad.

111
religiosas se han convertido en cuestión de preferencia (elección) subjetiva co-
mo consecuencia del surgimiento de interpretaciones alternativas sobre el
sentido de la vida26 y, por otra parte, la religión institucionalizada ha sido des-
politizada como resultado de una diferenciación funcional de la sociedad, que
en principio ya no puede ser integrada a través de una religión política institu-
cionalizada. Cuanto más secularizada es una sociedad más diferenciadas están
la religión, la economía, el derecho y la política27. Como con gran acierto afir-
ma Niklas Luhmann, reactualizando via negationis el dictum de Nicolás de Cu-
sa que situaba a Dios como coincidentia oppositorum: “La religión no es ya una
instancia necesaria de mediación que relaciona todas las actividades sociales
proporcionándoles un sentido unitario” (Luhmann, 2000, 125). Como ha ad-
vertido la deconstrucción de lo sagrado realizada por Nietzsche y Baudelaire,
no existe ya una tendencia socialmente condicionada a la realización de los de-
signios divinos, ya no existe una suprainstancia que unifica el bien, lo justo, lo
bello y lo verdadero. Para Weber la estructura simbólica de la sociedad moder-
na tardía es de tipo politeísta: “En realidad quien vive en este “mundo” (enten-
dido en el sentido cristiano) no puede experimentar en sí nada más que la lu-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cha entre una pluralidad de secuencias de valores, cada una de las cuales,
considerada por sí misma, parece capaz de vincular con la divinidad. El debe
elegir a cúales de estos dioses quiere y debe servir, cuándo a uno y cuándo al
otro. Entonces terminará encontrándose siempre en lucha con alguno de los
otros dioses de este mundo, y ante todo siempre estará lejos del Dios del cris-
tianismo (más que de ningún otro, de aquél Dios que fuera anunciado en el
Sermón de la Montaña)” (Weber, 1982ª, 33-34). En este “deber elegir” es don-
de se manifiesta el imperativo herético de la modernidad, ya que la palabra he-
rejía procede del griego hairein, que significa, elegir, por tanto, el destino ines-
capabale de nuestro tiempo no es otro que elegir. Este nuevo politeísmo en el
que los distintos sistemas de valores aparecen como dioses guerreros, en las “ad-
hesiones” weberianas, se puede centrar en cuatro: el Dios de Lutero —tradi-
cionalismo burocrático—, el Dios de Calvino —racionalización ascética—, el
Dios de Tolstói —inmanencia mística— y el Dios de Nietzsche y Stephan Ge-
orge —esteticismo aristocrático y heroísmo mundano—. Como ideólogo de la
modernidad (así, en la parte de sus discusiones sobre la política alemana), We-
ber incita a la racionalización ascética calvinista frente al tradicionalismo buro-
crático luterano, pero, en cuanto constata que el mundo creado por la raciona-
lización ascética calvinista produce los efectos no deseados de un mundo
racionalizado que monetariza y burocratiza las relaciones sociales, tiende a aglu-
tinar los dioses de Calvino y de Lutero y lucha contra ambos desde los campos
de la inmanencia mística y de la virtud aristocrática28. Finalmente, la desilu-

(26) Ver esta tesis weberiana en la conferencia: La ciencia como vocación, y en el Excurso del primer volumen de
sus Ensayos sobre sociología de la Religión.
(27) Ver el trabajo de N. Luhmann: Funktion der Religion, Frankfurt, 1977, sobre todo el capítulo 4.
(28) Ver A. Mitzman, La jaula de hierro, Madrid, 1976, 173.

112
sión, la racionalización y la sociedad de masas aparecerán para Weber como el
“destino inexorable”. En un mundo público tan desencantado (entzaubert),
Weber apuesta por la búsqueda del Daemon de cada cual —del patrón de va-
lores últimos de cada uno— en el ámbito privado. Aquí es donde el imperati-
vo herético se hace imperativo ético para Weber. Cada uno sólo puede deci-
dir por sí mismo “qué es para él Dios y qué es para él el diablo”....”cada
uno elige, dentro de ciertos límites, su propio destino: el sentido de su ha-
cer y de su ser” (Weber, 1982b, 238).
La sed faústica de saber y poder, es decir, la convicción reiterada, como al-
go dado por supuesto, de la realidad de un sin-límite de la experiencia del do-
minio racional del mundo —ya Simmel lo había puesto de manifiesto cuan-
do afirmó que “el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna
frontera”29—, es la que va a romper la concepción dualista del mundo, en me-
dio de la cual emergió aquella tensión interna extrema que produjo la ascéti-
ca protestante y llevó a la creación de una “personalidad total” ad majorem dei
gloriam. Ya a partir del siglo XIX, la “llamada de Dios” permanece en stand
by, mientras con su agencia dinámica, el daimon y el diablo30 coextensi-

Los jóvenes en un mundo en transformación


vamente, mantenemos una conversación y, finalmente, acabamos firman-
do un pacto. La racionalidad ascética queda suplantada por una concepción
pesimista, pero nada ascética, como la representada por La Fábula de las abe-
jas de Mandeville, según la cual, los vicios individuales pueden ser en deter-
minadas circunstancias ventajosos para la colectividad. Como ya vimos, We-
ber, al final de La Etica Protestante, interpreta la dinámica social última del
capitalismo dentro de una mitología moderna, que extrae su gramática pro-
funda del Fausto de Goethe, quien postula que el destino “quiere siempre el
mal y constantemente crea el bien” (Goethe, 1992, Vol. 3, 1315), como efec-
to no pretendido y no deseado. De forma invertida,”el bien que produce el
mal”, en La ética protestante, el sentido es el mismo. El “paraíso perdido” de
Milton se termina por una llamada a la acción en el mundo contraria al espí-
ritu de La divina comedia. El destino, de forma no intencional, no revolucio-
nariamente, ni con la conciencia, ni con la voluntad de un sujeto, produce es-
te proceso, como encadenamiento de circunstancias, como acontecimiento
evolutivo sin sujeto (Henrich, Offe, Schluchter, 1988, 158).
En esta aplastante realidad que, strictu sensu, se revela al final, ya que “al
final de la vida se revela lo que la vida es desde el principio: contingencia”
(Ortiz-Osés, 2001, 54), en ese “tramo ridículo de tiempo”, como decía We-
ber, es donde se sitúa la tragedia de Fausto, héroe moderno que se superpone
al Prometeo clásico. Si bien Prometeo era un semidios, un titán, alguien que
estaba entre lo suprahumano y lo humano, Fausto es ya plenamente humano,

(29) “Puente y puerta”, escrito recogido en la compilación de artículos de G. Simmel intitulada: El individuo y
la libertad, Barcelona, 1986b, 34.
(30) J. Mª González García realiza un muy interesante análisis de lo daimónico y lo demónico en Goethe y We-
ber. Ver su obra, sobre la cual volveré: Las huellas de Fausto, Madrid, 1992, Capítulo 4.

113
o quizás debamos decir solo humano,tan humano que, como aducía Simmel
arriba, “no tiene fronteras” y Goethe lo sitúa como el nuevo creador de la re-
alidad: “¿Quién distribuye esa fila, que siempre fluye igual, animándola en
modo que se mueva con ritmo? ¿Quién llama al individuo al rito universal,
en donde pulsa espléndidos acordes? ¿Quién hace que el huracán de las pa-
siones se enfurezca? ¿Y que los rojos celajes vespertinos ardan con un sentido
grave? ¿Quién siembra esas galanas flores primaverales sobre el sendero de la
amada? ¿Quién entreteje las insignificantes verdes hojas en corona de honor
para galardonar toda clase de méritos? ¿Quién afianza al Olimpo y congrega
a los dioses?. Pues, la fuerza del hombre, patente en el poeta” (Goethe, 1992,
Vol. 3, 1297). El ad majorem dei gloriam suena ahora como un ad majorem
homo gloriam. Pero, el hombre (al menos el hombre moderno) no puede uni-
ficar en una totalidad de sentido las diferentes partes de la realidad. “Si hay
algo que hoy sepamos bien es la verdad vieja y vuelta a aprender de que algo
puede ser sagrado, no sólo aunque no sea bello, sino porque no lo es y en la
medida en que no lo es. Tambien sabemos que algo puede ser bello, no sólo
aunque no sea bueno, sino justamente por aquello por lo que no lo es. Lo he-
Los jóvenes en un mundo en transformación

mos vuelto a saber con Nietzsche, y, además, lo hemos visto realizado en Las
Flores del mal, como Baudelaire tituló su libro de poemas. Por último, perte-
nece a la sabiduría cotidiana la verdad de que algo puede ser verdadero, aun-
que no sea ni bello, ni sagrado, ni bueno”31. Es por esta razón que el héroe fa-
ústico protomoderno aparece escindido entre dos almas gemelas (Goethe,
1992, Vol. 3, 1312), he aquí el drama de nuestro jánico protagonista. Era di-
ficil encerrar en un solo personaje, el protagonista, a los dos seres que todos
llevamos dentro; por eso Goethe desdobló la personalidad de Fausto y de ese
desdoblamiento nació Mefisto. Fausto es el hombre que aspira, que desea, que
se inquieta, pero que no es capaz de actuar. Mefistófeles es la acción, pero la
acción sin escrúpulos, que no repara en medios para lograr un fin. De la
unión de Fausto —elemento positivo, pero pasivo— con Mefistófeles —ele-
mento negativo, pero activo— surge la tragedia. Aunque Mefistófeles tenga la
apariencia del demonio, no es exactamente el ángel caído de que nos habla la
religión cristiana, sino más bien una encarnación del espíritu que avanza ne-
gando siempre (por falsación diría Popper). El diablo es un crítico demole-
dor. Todas las sátiras, todas las burlas, las pone Goethe en boca de Mefistófe-
les. En sus vertiginosas correrías por el mundo, Fausto, aún dominado y
arrastrado por Mefisto, no se deja nunca vencer del todo por sus tentaciones.
El recuerdo del primer amor, el amor de Margarita, ha quedado dentro de él
como un destello de luz purísima; y ese destello es lo que al final salva su al-
ma. Fausto no ha asimilado por completo la perversidad de Mefistófeles, pe-
ro si su ansia de acción en el mundo. Así se manifiesta Mefistófeles en el
segundo Fausto: “solo merece libertad y vida quien diariamente sabe con-

(31) M. Weber se hace eco de la diferenciación de esferas culturales de valor, con carácter autorreferencial, en
Ciencia como vocación, Madrid, 1975, 216-17.

114
quistarlas”32. La necesidad de acción, manifiesta en ese eterno caminar del ca-
ballero andante, es por lo que, finalmente, en la segunda parte del drama,
Fausto se convertirá en un símbolo del humano progreso, de una racionaliza-
ción sin fin. Fausto toma las riendas de Prometeo como espíritu del ambiva-
lente progreso, que al principio aparecerá como inevitable y luego como solo
posible33. En medio de esta apertura de horizontes, impensable antes, “había
que afrontar, pues, todo el problema trágico de la limitación del hombre y la
hipotética posibilidad de rebasarlo por medios extraordinarios, mágicos; revi-
sar la moral antigua y lanzar al albur dramático el naipe del superhombre” 34
y para esto Fausto firma un “pacto con el diablo”, esa agencia dinámica, in-
tramundana, podíamos decir, de lo divino, a la cual le vende su alma mien-
tras permanezca en este mundo. Del pacto con el Dios monoteísta del judeo-
cristianismo hemos pasado al pacto con el Daemon personal (el propio
arquetipo o Dios elegido), típicamente politeísta de origen griego, para arri-
bar, finalmente, al pacto con el diablo35, es decir, el monoteísmo judeo-cris-
tiano se manifiesta ahora en su lado sombrío, en las consecuencias perversas
de determinados cursos de decisión y de acción.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Esto ocurre en el ámbito de la política, según lo ha puesto de manifiesto
Weber, y en el campo de la creación cultural, concretamente, en la creación
musical, tal como aparece en el Doktor Faustus de Thomas Mann; al buscar al
daimon creador y no encontrarlo o no saber encontrarlo por medios adecua-
dos, entonces la creatividad se consigue al precio de un pacto con Mefistófeles
o con el “Angel de la Ponzoña” (Mann, 1992, 571). En el pacto, “el tiempo es
la mercancía que Mefistófeles vende al Doktor Faustus” (Mann, 1992, 574),
veinticuatro años incalculables, y por ese período le da la palabra de avivar el
fuego bajo la caldera, para que pueda hacer grandes cosas y sea capaz de crear.
Para Mann la regresión ya no está planteada únicamente como un problema in-
dividual sino que afecta a toda la nación alemana y, por tanto, describe la cri-
sis espiritual de Alemania en el siglo XX. Adrián Leverkühn (A. L. en adelante),
el Doctor Faustus moderno tardío manniano, representa el paradigma de cuan-
to se relaciona con el destino humano, el instrumento para comprender lo que
llamamos curso de la vida, evolución, predestinación36. El destino, tanto en
Goethe37, como en Weber y Mann, es un a priori sociocultural ineludible, só-
lo que ahora, en Mann, destino individual y colectivo se entremezclan trágica-
mente en la barbarie nazi, así lo proclama Serenus Zeitblom, narrador de la tra-

(32) J. W. Goethe, Fausto, opus cit, Vol. 3, 1491. En la segunda parte de Fausto aparecen los ángeles, cargados
con la parte inmortal de Fausto, afirmando que : “siempre a aquel que con denuedo lucha y se afana en la vida, salva-
ción brindar podemos”, Fausto, opus cit, 1497.
(33) Ver el grandioso estudio de H. Blumenberg: Work on Myth, Cambridge, Mass, 1985.
(34) Tomado de la introducción de Cansinos Assens a Fausto en la edición citada, página: 1267.
(35) Esta metamorfosis está muy bien explicada en el texto ya citado de J. Mª González: Las huellas de Fausto,
opus cit, 143 y ss.
(36) Ver el trabajo de E. Trías: Mann y Goethe, Barcelona, 1978.
(37) El destino es la fuerza que guía la acción y la vida de los individuos, así lo pone de manifiesto Goethe en su
Egmont: “Cree el hombre dirigir su vida, dirigirse a sí mismo, pero en su interior más profundo es arrastrado inexora-
blemente por su destino”.

115
gedia: “mi estado de ánimo no es más que una derivación especial del estado de
ánimo que es el destino común de todo nuestro pueblo (se refiere al pueblo ale-
mán de la primera mitad del siglo XX) y siento ciertamente ganas de proclamar
que este destino encierra una tragedia sin precedentes, aún sabiendo que otras
naciones se han visto también en el caso de desear la derrota de su Estado para
salvar el porvenir del mundo y el suyo propio” (Mann, 1992, 38). Mann y su
conciencia simbólica en el Doktor Faustus, Serenus Zeitblom, proclaman:
“nuestra (la de los alemanes) obsesión es el destino, sea este cual fuere, aun-
que sea el inscrito en el cielo enrojecido del ocaso de los dioses” (Mann, 1992,
205). Leverkühn y el pueblo alemán participan del mismo destino inescapable,
el haber elegido pactar con el mal para obtener un bien a todas luces efímero.
Para Mann, el orden y lo demoníaco conviven en todo movimiento vital, el
bien y el mal no sólo son dos potencialidades, dos posibilidades, que explican
la contingencia, sino que ambas son inevitables, y este y no otro es el “absolu-
tismo de la realidad” en los términos de Hans Blumenberg (Blumenberg, 1985,
capítulo 1º). La ambivalencia según la cual morir sería parte de la vida y vivir
sería parte de la muerte, una vez establecido el pacto con el diablo, desaparece
Los jóvenes en un mundo en transformación

y se hace verdad la segunda premisa según la cual “la vida no es sino un prés-
tamo a corto plazo de la muerte” (Schopenhauer), un “tiempo vendido”
(Mann) por el que hay que pagar un alto precio. Adrian Leverkühn es un To-
nio Kröger cósmico. El viejo drama cósmico entre el cielo y la tierra se ha
transformado en el corazón humano, el conflicto se ha secularizado; Dios
y el diablo se han secularizado y luchan dentro del propio individuo38. Así
como el alma humana se ha convertido en el templo del moderno politeísmo
en donde inhabitan los diferentes daimones, así también se ha convertido en el
campo de batalla en donde Dios y diablo, hombre y diablo dirimen sus dife-
rencias. Si Dios tiene la capacidad de hacer surgir lo bueno de lo malo, qué le
impide hacerlo al hombre. Mann ejerciendo de Baudelaire, piensa que “el bien
es una flor del mal” (Mann, 1992, 319), que el artista es el hermano del cri-
minal y del loco, que alguien siempre ha estado enfermo y loco a fin de que no
tuvieran que estarlo los demás. En su particular descensus ad inferos, objetivado
en sus dos obras musicales maestras: Apocalipsis cum Figuris y sobre todo en el
Lamento del Doktor Faustus, Leverkühn, nuestro Doktor Faustus, critica la cul-
tura burguesa de la rutina, “la papilla humanitaria” y el conformismo y asume
la ambivalencia de su destino como buen y mal cristiano: bueno en virtud de
su arrepentimiento y porque siempre ha creído de corazón en la salvación de su
alma; malo porque, según su saber había sonado la hora de la espantosa muer-
te y el diablo quería y debía apoderarse de su cuerpo.
El creador de la luz y de las tinieblas, de las pulsiones buenas y malas, de la
salud y de la enfermedad, se pone ante el hombre moderno en la unidad de su
ambivalencia numinosa con una impenetrabilidad tal que, en contraste con
ella, la concepción que separaba el bien del mal aparece como pueril y dema-

(38) Ver el trabajo de Eric Kahler: The Orbit of Thomas Mann, Princeton, 1969.

116
siado segura de sí misma, es por esta razón por lo que, para Mann, la cultura
no es sino la incorporación de lo monstruoso en el culto de lo divino (Mann,
1992, 15). El mal “no es un mero accidente o privación del bien, sino la acci-
dentación misma de lo real” (Ortiz-Osés, 1998, 175). El mal, en forma de con-
tigencia, es algo ontológico, radical, siempre estará con nosotros. Lo que cam-
bian son nuestras actitudes hacia él. Erich Neumann, analizando algunas
reflexiones de la tradición jasídica judía, reinterpreta de forma muy semejante
a Mann el significado del mal considerándolo como algo que existe en lo divi-
no. Dice Yavé: “Ama al prójimo como a ti mismo, ..a tu prójimo,...a tu propio
mal”, habría que leer entonces en este versículo: “ama a tu mal como a ti mis-
mo”, y la interpretación de Neumann rezaría: “así como tú te comportas, así me
comporto yo, Yavé”, es decir, así como tú amas tu mal, así lo amo yo (Neu-
mann, 1998, 848-849). Para Mann, bien y mal se correfieren como dos po-
tencialidades inscritas en la cultura, pero denuncia enérgicamente el afinca-
miento regresivo e intransigente en el mal o mejor en el mal disciplinado
protagonizado por el nacionalsocialismo, denuncia la inevitabilidad del pacto
con el diablo. Podemos luchar contra el diablo destinal, aspecto este desacon-

Los jóvenes en un mundo en transformación


sejado por Séneca, porque al final somos arrastrados inexorablemente a pesar
de nuestra oposición, podemos pactar con el diablo destinal, como hacen Le-
verkühn y el nazismo, produciendo el dolor y el sacrificio propio y el ajeno, pe-
ro, también podemos luchar con el destino, conocer su modus operandi, como
apunta Weber. Thomas Buddenbrook, protagonista de Los Buddenbrook, pactó
con Dios siguiendo la orientación pietista de racionalidad ascética, Gustav As-
chenbach, protagonista de Muerte en Venecia, buscó, sin encontrar plenamen-
te, su daimon en el ideal de belleza platónica, representado por el joven Tadzio,
sin embargo, el ansia de una personalidad orgullosa y amenazada de esterilidad
por lograr la desinhibición a cualquier precio le lleva a Adrián Leverkühn a ul-
timar un pacto con el diablo.
Aunque, como ha apuntado acertadamente José Mª González (González,
1992, 185), la versión del Fausto de Thomas Mann invierte el optimismo reli-
gioso de la versión de Goethe, no dejando lugar para nada que sea Providencia,
consuelo o reconciliación, como dice el propio Mann: “una obra que gira en
torno del Tentador, de la caída en las tinieblas, de la perdición, no puede ser
otra cosa que una obra religiosa” (Mann, 1992, 563), y al final de la obra,
Mann, ejerciendo de Hölderlin, se despide con un pasaje en donde la sutura
simbólico-religiosa permanece latente: “En este final se encuentran, para mí, los
más extremados acentos de la tristeza, la expresión del más patético desespero,
y serían una violación, que no cometeré, de la intransigencia de la obra, y de su
incurable dolor, decir que sus notas, hasta la última, contienen otro consuelo
que el poder dar expresión sonora (como músico) al dolor —el consuelo de
pensar que a la criatura humana le ha sido dada una voz para expresar su sufri-
miento. No, ese oscuro poema sinfónico llega al final sin dejar lugar a nada que
signifique consuelo, reconciliación, transfiguración. Pero, ¿Y si la expresión
—la expresión como lamento— que es propia de la estructura total de la obra

117
no fuera otra cosa que una paradoja artística, la transposición al arte de la pa-
radoja religiosa según la cual en las últimas profundidades de la perdición
reside, aunque sólo sea como un ligerísimo soplo, un germen de esperan-
za?. Sería esto entonces la esperanza más allá de la desesperación, la trascen-
dencia del desconsuelo —no la negación de la esperanza sino el milagro más al-
to que la fe. Escuchad el final, escuchadlo conmigo: Uno tras otro se retiran los
grupos instrumentales, hasta que sólo queda, y así se extingue la obra, el único
sobreagudo de un violoncelo, la última palabra, la última, flotante resonancia,
apagándose en una fermatapianissimo. Después nada —silencio y noche. Pero
la nota ya muerta, cuyas vibraciones sólo para el alma perceptibles, quedan co-
mo prendidas en el silencio, y lo que era el acorde final de la tristeza, dejó de
serlo, cambió su significación y es una luz en la noche”39.

3. Del self “dirigido internamente” al self “dirigido por los otros”

En la modernidad avanzada de finales del siglo XIX y del siglo XX, en don-
Los jóvenes en un mundo en transformación

de Londres, París, Berlín o Nueva York, ya no son ciudades sino grandes me-
trópolis, se ha producido una metamorfosis en el self. El ensayo en el que Ge-
org Simmel mejor presenta lo que caracteriza psicosociológicamente al modo
de vida moderno es: Las grandes urbes y la vida del espíritu 40, que data de 1903.
En su análisis del modo de vida urbano comienza mencionando “el acrecenta-
miento de la vida nerviosa, que tiene su origen en el rápido e ininterrumpi-
do intercambio de impresiones externas e internas” (Simmel, 1986b, 247). Ya
advertía Durkheim del incremento de la “densidad moral” en las sociedades
complejas como consecuencia de procesos de diferenciación social funcional
que producen mayor nivel de interacción, de intercambio. Esto es originado
por el caudal de estímulos externos e internos que generan unos ritmos de vi-
da social caraterizados por la aceleración del intervalo de cambio entre el espa-
cio de experiencia y los horizontes de expectativas. Los encuentros en la calle,
en el ascensor, en el autobus, en la oficina, en el banco, constituyen un bom-
bardeo de tal magnitud para los sentidos que estos quedan embotados. Una hi-
perestimulación produce el efecto contrario de una desestimulación. Si no pro-
seguir la tradición en el mundo medieval producía un sentimiento de
vergüenza, y no seguir la llamada-vocación en los comienzos del mundo mo-
derno creaba un sentimiento de culpa, la hiperestimulación tardomoderna va a
originar un problema de ansiedad. Al convertirse el fin o los fines, que opera-
ban dentro de una jerarquía de sentido, en medios que remiten a otros medios

(39) Th. Mann, Doktor Faustus, opus cit, 564. Subrayados míos. F. Hölderlin se expresaba así en su poema Pat-
mos: “Cercano está el Dios y dificil es captarlo. Pero donde hay peligro (sufrimiento) crece lo que nos salva” (Po-
esía completa, Barcelona, 1995, 395).
(40) Artículo incluido en El individuo y la libertad, Barcelona, 1986b, 247-262. Ver asimismo el artículo de Ge-
org Lohmann, “Die Anpassung des Individuellen Lebens an die innere Unendlichkeit der Grossenstädte. Formen der
Individualisierung bei Simmel”, Berliner Journal der Soziologie, 2, 1993, 153.160

118
en una secuencia sin fin, cuya mejor expresión es el dinero, se produce el ad-
venimiento de una situación de indiferencia, de indolencia, de anonimato en
medio de un entorno social dominado por la ecualización funcional de los va-
lores a través de un substituto técnico de Dios, el dinero. “Así como disfrutar
de la vida sin medida produce indolencia, puesto que agita los nervios tanto
tiempo en sus reacciones más fuertes hasta que finalmente ya no alcanzan re-
acción alguna, así también las impresiones más anodinas, en virtud de la diver-
gencia y la velocidad de sus cambios, arrancan a la fuerza a los nervios respues-
tas tan violentas,..., que alcanzan sus últimas reservas de fuerzas y,
permaneciendo en el mismo medio ambiente, no tienen tiempo para reunir
una nueva reserva. La incapacidad surgida para reaccionar frente a nuevos estí-
mulos con las energías adecuadas a ellos, es precisamente aquella indolencia...”
(Simmel, 1986b, 252). Varias son las reflexiones que confluyen en torno a esta
idea: “el hombre de la multitud” de Poe, que toma como referencia la metró-
poli londinense, el urbanita de actitud blasé de Simmel que toma como refe-
rencia a Berlín, el “flâneur” o paseante solitario de la gran ciudad de Baudelai-
re y de Benjamin, atraído por la multitud y por el mundo de las mercancías, de

Los jóvenes en un mundo en transformación


los escaparates, de las tiendas y de los anuncios luminosos41, que toma como re-
ferencia a París, todos ellos tendrán su réplica sociológica en la extraordinaria
metáfora de la “muchedumbre solitaria” (Riesman, 1968, 297) acuñada por
David Riesman en 1950 en el libro de título homónimo, en el que se pone de
manifiesto que la contrapartida de la libertad del individuo en la gran ciudad
es el sentimiento de soledad y de abandono en medio de la muchedumbre. En
este contexto el self experimenta una metamorfosis que le lleva del individuo
“dirigido internamente”, que Weber observó en la primera modernidad, a in-
dividuos”dirigidos por los otros”, como acertadamente ha indicado David
Riesman, para los que sus contemporáneos constituyen la fuente de dirección
para el individuo, sea los que conoce o aquellos con quienes tiene una relación
indirecta, a través de amigos y de los medios masivos de comunicación. Tal
fuente es, desde luego, “internalizada”, en el sentido de que la dependencia con
respecto a ella para una orientación en la vida se implanta temprano. Las me-
tas hacia las cuales tiende la persona dirigida por los otros varían según esa
orientación: lo único que permanece inalterable durante toda la vida es el pro-
ceso de tender hacia ellas y el de prestar profunda atención a las señales proce-
dentes de los otros (Riesman, 1968, 32). Quizás, Esteban Arkadyevitch
Oblonsky, en Ana Karenina, constituye uno de los ejemplos más simpáticos y
menos oportunistas del nuevo self dirigido externamente, particularmente no-
table a causa de la forma en que Tostói lo contrasta con Levine, una persona
moralizadora de dirección interna. Esteban Arkadyevitch recibía y leía un pe-
riódico liberal, no extremista, sino defensor de los criterios compartidos por la
mayoría. Y a pesar de que la ciencia, el arte y la política no encerraban para él

(41) Ver al respecto el capítulo de José Mª González, “Georg Simmel” en E. Lamo, J. Mª González y C. Albero,
Sociología del conocimiento y de la ciencia, Madrid., 1994, 259.

119
un interés especial, sostenía firmemente en todos los temas los criterios que la
mayoría y su periódico defendían, y sólo los modificaba cuando lo hacía tam-
bien la mayoría o, en términos más estrictos, no los modificaba, sino que ellos
cambiaban por su cuenta dentro de él. Esteban Arkadyevitch no había elegi-
do sus opiniones políticas o sus criterios: esas opiniones y criterios le habían lle-
gado por sí solos, tal como él no elegía sus sombreros o sus sobretodos, sino que
simplemente llevaba los que se usaban. Y para él que vivía en una cierta socie-
dad —debido a la necesidad, corrientemente desarrollada en años de discre-
ción, de algún grado de actividad mental— tener opiniones era tan indispen-
sable como tener un sombrero. Si existían razones que lo movieran a preferir el
punto de vista liberal al conservador, que también era defendido por muchos
de su círculo, aquellas no surgían de que el liberalismo le pareciera más racio-
nal, sino del hecho de que estaba más en consonancia con su forma de vida. Y
así el liberalismo se había convertido en un hábito de Esteban, y le gustaba su
periódico, tal como le gustaba su cigarro después de cenar, por la leve niebla
que difundía en su mente. Esta perspectiva se pone de manifiesto también en
el análisis del concepto de “uno” (das Man) que realiza M. Heidegger en su
Los jóvenes en un mundo en transformación

obra maestra: Ser y tiempo (1927). En esta perspectiva uno mismo pertenece a
los otros y consolida su poder. “Los otros” a los que uno llama así para encu-
brir la esencial y peculiar pertenencia a ellos son los que en el cotidiano ser-
uno-con-otro “son ahí”, inmediatamente y regularmente. El “quién” no es éste
ni aquél, no es uno mismo, ni algunos, ni la suma de otros. El “quién” es cual-
quiera, es “uno” (Heidegger, 1986, 254). Bajo la forma del uno, el individuo se
disuelve en la forma de ser de los otros. Disfruta y goza como se goza; lee, ve
y juzga como se juzga. “El uno, que no es nadie determinado y que son todos,
si bien no como suma, prescribe la forma de ser de la cotidianidad” (Heideg-
ger, 1986, 254).
En 1973, el director de cine Martin Scorsese analizó con maestría esta pa-
radoja de sentirse solo en medio de la muchedumbre en su obra maestra, Ta-
xidriver, describiendo de forma magistral el tipo psicológico neurasténico de
una gran metrópoli de finales del siglo XX, Nueva York. En 1992, otro director
de cine, Robert Altman, en su film Short Cuts, muestra cómo la indiferencia se
convierte en cinismo organizado en una metrópoli típicamente americana, Los
Angeles. Para rematar ésta idea permítame el lector recurrir a un último ejem-
plo tomado de la cantera sociológica: en 1963, Erwing Gofman en su libro Be-
haviour in Public Places, introdujo el concepto de “desatención cortés” (civil
inattention) que describe el trato entre las personas como si42 no estuvieran pre-

(42) E. Goffman adopta este principio de W. I Thomas cuando el decano de la sociología norteamericana afir-
ma: “Es también muy importante que comprendamos que en realidad no conducimos nuestras vidas, tomamos nues-
tras decisiones y alcanzamos nuestras metas en la vida diaria en forma estadística o científica. Vivimos por inferencia.
Yo soy, digamos, huésped suyo. Usted no sabe, no puede, determinar científicamente que no he de robarle su dinero
o sus cucharas. Pero, por inferencia yo no lo he de hacer, y por inferencia usted me tendrá como huésped” (E. Goff-
man, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos aires, 1981, 15. Citado en E. H. Volkart, (Editor), So-
cial Behaviour and Personality. Contributions to W. I. Thomas to Theory and Social Research, Nueva York, Social Science
Research Council, 1951, 5).

120
sentes, como objetos que no merecen más que una leve ojeada. El quid de la
cuestion radica en que cada co-presente presta una atención visual suficiente
para demostrar que aprecia la presencia del otro, pero que, al apartar con rapi-
dez la mirada, se da a entender que no hay un motivo especial de curiosidad.
Cuando ésta cortesía es representada por dos transeuntes, la desatención cortés
toma la forma de un cruce de miradas que se mantiene hasta una distancia
apropiada de un par de metros y que termina con un desvío de la vista cuando
están a la misma altura, una forma de apagar las luces. El caso más radical de
esta desatención cortés se da en una ciudad como Nueva York, donde todo
transeunte “ignora” a los otros, nunca se observan mutuamente los individuos
en la calle, se ven sin mirarse. En la descripción que Benjamin hace del flâneur
comparece ésta misma idea: En la gran ciudad y en medio de multitudes “a nin-
guno se le ocurre desde luego dignarse echar una sola mirada al otro. La indi-
ferencia brutal, el aislamiento insensible de cada uno en sus intereses privados,
resaltan aún más repelente, hirientemente, cuanto que todos se aprietan en un
pequeño espacio” (Benjamin, 1972, 74).
Según Simmel, estamos situados ante una paradoja insalvable (Simmel,

Los jóvenes en un mundo en transformación


1918, 23 y ss): por una parte, “más-vida” (Mehr-Leben), es decir, la necesidad
de crear nuevas formas socioculturales, ya que precisamos de nueva “cultura ob-
jetiva”, necesidad ésta acrecentada por la modernidad al autopostularse como
“novedad de la novedad más nueva”, como “expansión sin límite del dominio
racional del mundo”, pero, por otra parte, tenemos que confrontarnos con
“más-que-vida” (Mehr-als-Leben), con la autonomización, con la autorrefe-
rencia, que adquieren nuestros productos una vez que han sido objetivados en
su “ahí” social. Las creaciones humanas adquieren su propia alteridad que se
manifiesta como absoluta (con independencia de su creador, el hombre), como
“más allá” del hombre, e incluso, en algunos casos “en su contra”, como nos lo
ha puesto de manifiesto Marx. Los individuos son trascendidos por las formas
por ellos/as creadas (la cultura objetiva), algo que en la sociedad moderna se ha
incrementado hasta situar el reinado de la cultura objetiva sobre la cultura sub-
jetiva, pero, al mismo tiempo, la vida (la creatividad inscrita en el alma huma-
na) trasciende las formas culturales cristalizadas en el seno de la conciencia co-
lectiva43, creando nuevas formas. La vida en este sentido representa la acción de
lo instituyente sobre lo instituido.
La vida, según Simmel, a través de su agencia dinámica, el alma humana
Simmel, 1986ª, 33), extrae de su magma imaginario de contenidos, de su in-
determinación de posibilidades, unas determinadas formas, unas constelaciones
de sentido, se autolimita siendo ella misma sin-límite (“más-vida”) al originar
su alteridad, la forma, la objetividad. El modo de existencia que no restringe su
realidad al momento presente, situando el pasado y el futuro en el ámbito de
lo irreal, eso es lo que llamamos vida (Simmel, 1918, 12). La condición última

(43) Ver sobre esta idea el trabajo de Deena Weinstein y Michael A Weinstein, “Simmel and the Theory of Pos-
tmodern Society” recogida en B. S Turner, (Editor), Theories of Modernity and Postmodernity, Londres, 1990, 75-87.

121
metafísicamente problemática de la vida radica en que es continuidad sin lími-
te y al mismo tiempo es ego determinado por sus formas limitadas. La vida em-
puja más allá de la forma orgánica, espiritual u objetiva de lo realmente exis-
tente y sólo por esta razón la trascendencia es inmanente a la vida (Simmel,
1918, 13). La vida se revela a sí misma como un continuo proceso de auto-
trascendencia, proceso este de autorebasamiento que la caracteriza como uni-
dad, como la unidad del panta rei heraclíteo, como el ser propio del devenir.
En su estraordinario texto intitulado: “Puente y Puerta” de 1909, Simmel in-
equívocamente ya había manifestado que “el hombre es el ser fronterizo que
no tiene ninguna frontera”44. Aquí Simmel nos pone de manifiesto cómo el
hombre crea su propio destino (como también apuntaba Weber), pero no un
destino metasocialmente dado, más allá de su intervención, sometido a instan-
cias suprasociales, como Dios o la naturaleza, sino un destino producido por él
mismo, un destino que emerge en la correferencia entre ser y deber ser, deci-
sión y resultados, libertad y dependencia, en definitiva, entre vida y forma.
El antecedente más directo, que sirve como punto de partida a la reflexión
simmeliana sobre la cultura moderna, es el diagnóstico que ya había realizado
Los jóvenes en un mundo en transformación

30 años antes el gran poeta francés, Charles Baudelaire45. Según él, “la moder-
nidad, es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, donde
la otra mitad es lo eterno e inmutable” (Baudelaire, 1961, 1163). Para Simmel:
“La ausencia de algo definitivo en el centro de la vida empuja a buscar una
satisfacción momentánea en excitaciones, satisfacciones en actividades
continuamente nuevas, lo que nos induce a una falta de quietud y de tran-
quilidad que se puede manifestar como el tumulto de la gran ciudad, co-
mo la manía de los viajes, como la lucha despiadada contra la competen-
cia, como la falta específica de fidelidad moderna en las esferas del gusto,
los estilos, los estados de espíritu y las relaciones”(Simmel, 1977, 612). A
través del análisis de la moda entresaca Simmel ésta característica de cambio
que inhabita en la modernidad. “Una de las causas por las que la moda domi-
na hoy tan intensamente la consciencia es también que las grandes conviccio-
nes, permanentes e incuestionables, pierden cada vez más fuerza. Los elemen-
tos fugaces y cambiantes de la vida tienen así más cancha. La ruptura con el
pasado, en cuya consumación se esfuerza incansablemente la humanidad civi-
lizada desde hace más de un siglo, aguza nuestra consciencia más y más hacia
el presente. Esta acentuación del presente es al mismo tiempo, sin duda, acen-
tuación del cambio...” (Simmel, 1988, 37). Y el consecuente de esta radicali-
zación sociológica del legado baudelaireiano será, con la consabida mediación

(44) Escrito recogido en la compilación de artículos de G. Simmel intitulada: El individuo y la libertad, Barcelo-
na, 1986b, 34.
(45) No es Simmel el único de los grandes clásicos de la sociología influido por Baudelaire. Max Weber en su ce-
lebrada conferencia de 1920, Ciencia como vocación, sitúa como claves de su diagnóstico cultural de la modernidad a
Baudelaire y a Nietzsche. Coincido en esta apreciación con David Frisby en su magnífico artículo: “Georg Simmel.
First Sociologist of Modernity” Theory, Culture and Society, 1985, Vol. 2, 49-67 (traducido en J. Picó, Modernidad y
postmodernidad, Madrid, 1985, 51-86).

122
simmeliana, Walter Benjamin en sus Passagen-Werk, escritos entre 1927 y 1940,
y publicados póstumamente en 1983 por Rolf Tiedemann. Benjamin aclara
más todavía en qué consiste esa pretendida novedad de la novedad sin fin que
caracteriza a la modernidad: “(La imagen de la modernidad) no se conduce con
el hecho de que ocurre siempre la misma cosa (a fortiori esto no significa el
eterno retorno), sino con el hecho de que en la faz de esa cabeza agrandada lla-
mada tierra lo que es más nuevo no cambia; esto más nuevo en todas sus par-
tes permanece siendo lo mismo” (Benjamin, 1985, Vol.2, 1011). Esta es la
dialéctica de “lo más nuevo y siempre lo mismo” que caracteriza a la moderni-
dad según Benjamin.
Benjamin va a retomar el discurso sociológico del urbanita inaugurado por
Simmel, pero, sobre todo a través de Edgard Alan Poe46 y de Charles Baudelai-
re47. El urbanita se convierte ahora en flâneur, en el hombre que vagabundea48,
que callejea, en medio de las multitudes que inhabitan las grandes metrópolis.
La multitud es su dominio, como el aire es el dominio del pájaro o el mar el
del pez. Su pasión es desposarse con la multitud. Para el perfecto flâneur, pa-
ra el observador apasionado, existe un inmenso placer en situar la residencia en

Los jóvenes en un mundo en transformación


la multitud, en cualquier cosa que hierve, que se mueve, evanescente e infini-
ta: uno no está en casa, pero se siente en casa en todos los sitios, estas en el cen-
tro de todo mientras permaneces oculto de todo el mundo. Estos son sólo al-
gunos de los placeres menores de estas mentes independientes, apasionadas e
imparciales cuyo lenguaje solo puede definirse con dificultad. Este observador
es un príncipe que, vistiendo un disfraz, se divierte en todos los sitios. El ama-
teur de la vida se introduce en la multitud como en una inmensa reserva de
electricidad49. Difícilmente se hubiera podido callejear sin los pasajes50, esos pa-
sos entechados con vidrio y revestidos de mármol a través de toda una masa de
casas cuyos propietarios se han unido para tales especulaciones. A ambos lados
de estos pasos, se suceden las tiendas más elegantes, de tal manera que un pa-
saje es una ciudad, un mundo en pequeño y el flâneur en este mundo se siente
en casa (Benjamin, 1972, 51). Estos pasajes darán lugar a los grandes almace-
nes actuales. El boulevard es la vivienda del flàneur que está como en su casa
entre fachadas, igual que el burgués entre sus cuatro paredes. La masa aparece
aquí como el asilo que protege al asocial de sus persiguidores, así también le
permite perderse al flâneur que como “observador” llega a ser un detective a su
pesar. Las historias de detectives aparecen por primera vez en Francia al tradu-

(46) Baudelaire traduce al francés El hombre de la multitud de Poe (recogido en Cuentos 1, Madrid, 1970,
246-256).
(47) Benjamin es quien traduce y prologa en alemán obras de Baudelaire como Spleen de París o Pequeños Poemas
en Prosa, Madrid, 1994.
(48) Paseante-detective-ocioso-bohemio-dandy-mirón-descifrador de texturas urbanas.
(49) Ver el texto de Ch. Baudelaire, “La peintre de la vie moderna” en Oeuvres Completes, París, 1961. Ver igual-
mente los excelentes trabajos sobre el flâneur realizados por Sylviane Agacinski, Le Passeur de Temps, París, 2000 y el
de E. White, The Flâneur, Londres, 2000.
(50) El principal trabajo sobre la cultura de masas realizado por W. Benjamin se llama precisamente: Das Passa-
gen-Werk, 2 Volúmenes, Frankfurt, 1983, donde incluye su trabajo: “El Flâneur”.

123
cirse los cuentos de Poe: El misterio de Marie Rogêt, Los crímenes de la calle Mor-
gue, La carta robada. El contenido social originario de las historias detectives-
cas es la difuminación de las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciu-
dad. El flâneur es para Poe ese que en su propia sociedad no se siente seguro,
por eso busca la multitud. “La multitud no es sólo el asilo más reciente para el
desterrado, además es el narcótico más reciente para el abandonado. El flâneur
es un abandonado en la multitud. Y así es como comparte la situación de las
mercancías” (Benjamin, 1972, 71). El flâneur es, tanto para Poe como para
Baudelaire el hombre de la multitud. Baudelaire amaba la soledad, pero la
quería en la multitud (Baudelaire, 1994, 66-67), preludiando lo que luego
Riesman acuñará como “muchedumbre solitaria”. El pasaje es la forma clásica
del interior ( así es como el flâneur se imagina la calle). Al comienzo la calle se
le hizo interior y ahora se le hace ese interior calle. Benjamin sintetiza muy bien
los enfoques de Hugo y Baudelaire así: “En el mismo momento en que Victor
Hugo celebra la masa como héroe del epos moderno, Baudelaire escruta para el
héroe un lugar de huída en la masa de la gran ciudad. Hugo, como “citoyen” se
pone en el lugar de la multitud; Baudelaire se separa de ella en cuanto héroe”
Los jóvenes en un mundo en transformación

(Benjamin, 1972, 83).


Flanear (Flânerie) puede asociarse a una forma de mirar, de observar (la gen-
te, los tipos sociales, los diferentes contextos y constelaciones sociales), una for-
ma de leer la ciudad y a su población (sus imágenes espaciales, su arquitectura,
sus configuraciones humanas) y también una forma de leer textos escritos (en
el caso de Benjamin de la ciudad y del final del siglo XIX —de sus textos y de los
textos sobre la ciudad, incluso de los textos como laberintos urbanos)51. La dia-
léctica del flanear se manifiesta en que, por una parte, el hombre que se siente
observado por todos y por todo, como persona totalmente sospechosa, por otra
parte, es totalmente indescubrible al ser una persona “invisible”52.
Para Benjamin en el flâneur tiene lugar una afinidad entre la multitud y la
mercancia: “El flâneur es alguien abandonado en la multiud. En esto compar-
te la situación con la mercancia. El no es consciente de esta situación especial
que lo narcotiza para aliviarle de tantas humillaciones. La intoxicación a la que
el flâneur se rinde es la intoxicación de la mercancia en torno a la que surge la
corriente de consumidores” (Benjamin, 1973, 55). La ciudad moderna de la luz
—aquella que ha colonizado la noche, primero con linternas, después con elec-
tricidad y finalmente con carteles y señales de neón— es el espacio del pasean-
te solitario. La ciudad de los espejos —en la que la propia multitud deviene es-
pectáculo— refleja la imagen de la gente como consumidores más que como
productores, manteniendo el lado diabólico de unas relaciones de producción
asimétricas, virtualmente invisible, al otro lado del espejo53. Para Benjamin lo

(51) Ver el artículo de D. Frisby: “The Flâneur in Social Theory” en The Flâneur, Londres, 1994, 82-83.
(52) W. Benjamin, Das Passagen-Werk, Frankfurt, 1985, Vol. 1, 529. Sobre la inserción de Simmel y Benjamin
en la crítica de la cultura del consumo ver el excelente trabajo de J. M. Marinas: “Simmel y la cultura del consumo”
en Georg Simmel en el centenario de la Filosofía del Dinero, REIS, 89, 2000.
(53) Ver el excelente texto de S. Buck-Morss, The Dialectic of Seeing, Cambridge, Mass, 1989, 81.

124
relevante de la nueva fantasmagoría de estos paisajes urbanos no es tanto el aná-
lisis económico de la mercancia en el mercado (ya realizado por Marx) sino más
bien la mercancia en el escaparate. Todo lo deseable, desde el sexo al estatus so-
cial, puede ser transformado en mercancias como fetiches en el display del es-
caparate que mantienen embelesada a la multitud, incluso cuando su posesión
personal está lejos de su alcance. Cuando la novedad de la novedad sin fin se
convierte en un fetiche, la propia historia se convierte en una manifestación de
la forma mercancia. Las ferias internacionales fueron el origen de la industria
cultural del placer y al mismo tiempo se despliegan como indicadores del pro-
greso nacional. La moda juega aquí un papel de gran importancia. Ser con-
temporáneo de todos significa no envejecer; ser siempre noticia, “esta es la más
apasionada y secreta satisfacción que la moda da primero a las mujeres (y des-
pués a los hombres)” (Benjamin, 1985, Vol. 1, 115). El hecho de que la moda
exprese y haga enfasis a un tiempo en la tendencia a la igualación y la tenden-
cia a la individualización, el gusto por imitar y el gusto por distinguirse, expli-
ca quizá por qué las mujeres son, en general, más intensamente proclives a se-
guirla. De la debilidad de la posición social a la que se han visto condenadas las

Los jóvenes en un mundo en transformación


mujeres la mayor parte de la historia, se deriva su estrecha identificación con
todo lo que son “buenas costumbres”, con “lo que debe hacerse”, con el mun-
do instituido de significado. Sobre este terreno firme de la costumbre aceptada,
de lo común y corriente, del nivel medio, procuran con fuerza conseguir las
mujeres toda la individualización y la distinción de la personalidad que, aún re-
lativa, sea posible (Simmel, 1999, 53-54). Sólo es posible individuarse, “distin-
guirse”, como mujer, sin ningún peligro, toda vez que se haga desde el mime-
tismo de la cultura objetiva masculina. La moda es el mejor instrumento que
permite combinar ambos aspectos, mimetismo y distinción: por una parte, re-
presenta un mimetismo general de lo socialmente aceptado, descargándose de
cualquier responsabilidad por sus gustos y actividades, puesto que la imitación
libera al individuo de la aflicción de tener que elegir y, por otra parte, introdu-
ce la posibilidad de destacar a través del ornato individual de su propia perso-
nalidad. La esencia de la moda radica en que siempre es sólo una parte del gru-
po quien la ejerce (surge en el seno de las clases acomodadas), mientras que el
conjunto del grupo se limita a estar en camino hacia ella. Pero, el hecho de que
la moda contribuya a individuar a la mujer no debe ocultarnos su anclaje en la
cultura objetiva moderna, en esa cultura basada como vimos más arriba en el
cambio, en la puesta entre paréntesis de pasado y futuro, inscribiendo su im-
pronta en el presente como “imperio de lo efímero”54, de lo caduco, “hallamos
la contemplación (propia de las sociedades tradicionales) substituida por la sen-
sación, la simultaneidad, la inmediatez y el impacto”55 y la moda no se sus-

(54) Gilles Lipovetsky es quien con mayor acierto ha radicalizado esta tesis de Simmel en L´empire de l´éphéme-
re, La mode et son destin dans la société modernes, Paris, 1987.
(55) D. Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, 1977, 109. Esta idea ya está presente en
de Tocqueville, en su Democracia en América, cuando argumenta sobre el espíritu de los americanos en torno al
arte.

125
trae a esta caracterización, más bien la representa, de hecho, un objeto sólo su-
fre una desvalorización si se le califica de “cosa de moda”. La moda es la “tras-
cendencia” del nacimiento como nueva fuente de novedad, y “trasciende” la
muerte haciendo de la mercancia inorgánica el objeto del deseo humano (Ben-
jamin, 1985, Vol. 1, 130). Con su poder para dirigir el deseo libidinal hacia la
naturaleza inorgánica, la moda conecta el fetichismo de la mercancia, el fin que
se hace medio, con el fetichismo sexual característico del erotismo moderno.
Así como el maniquí tiene partes separables, la moda fomenta la fragmentación
fetichista del cuerpo viviente de la mujer. Es quizás en el ámbito cinematográ-
fico donde mejor se ha puesto esto de manifiesto, concretamente, en el “trocea-
miento” erótico del cuerpo de la mujer considerado como objeto del deseo, así
ocurre en la década de los años treinta con la pasión por el pecho de Mary Pick-
ford que deja paso en los cuarenta a las piernas de Joan Crawford que, a su vez,
son substituidas en la década de los cincuenta por la centralidad cuasigenital del
pubis angelical de Marylin Monroe, que finalmente se expansiona hacia la im-
plosión de la totalidad del cuerpo como fetiche en el cine más reciente, tenien-
do como referencia más representativa a Brigittte Bardot, y en la fotografía ar-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tística, entre cuyos más cualificados representantes cabe citar a Robert


Maplethorpe y su musa, Lisa Lyon, modelo de referencia de este cuarto “troce-
amiento” del cuerpo femenino.
Como Stein y Vidich apuntaron, hace ya cuarenta años, “mantenemos
nuestra salud gracias a que aprendemos a apreciar “realidades múltiples”
(término este que procede de Alfred Schütz). La conciencia irónica de una gran
variedad de contextos e interpretaciones que cualifican al carácter y a la acción
humanos se ha convertido en un item indispensable en nuestro equipamiento
para la vida” (Stein, Vidich y White, 1960, 18). El flâneur es el tipo social que
mejor ha aprendido esta lección. Vagar sin un objetivo, pararse de vez en cuan-
do mirando alrededor es, podríamos decir, el juego que se trae entre manos
el flâneur. Zigmunt Bauman caracteriza, de forma extremadamente original, al
flâneur (a diferencia del puritano del siglo XVII) cambiando el sentido de uno
de los últimos párrafos, citados arriba, de La ética protestante de Weber: “El flâ-
neur quería jugar este juego de ocio; nosotros tenemos que hacerlo. Cuando el
flanerismo fue traído de los pasajes parisinos a la vida cotidiana y comenzó a do-
minar la estética intramundana, aportó su contribución a la construcción del
cosmos tremendo del orden consumista postmoderno. Este orden está ahora
limitado a las condiciones técnicas y económicas de la producción maquinísti-
ca que determina hoy con fuerza irresistible las vidas de todos los individuos
que han nacido dentro de este dispositivo, no sólo de aquellos directamente im-
plicados con vivir sus vidas como juegos de observación. Quizás las determina-
rá hasta que el último bit de información sea devuelto por la computadora. Se-
gún Baudelaire y Benjamin, la dedicación a la fantasía móvil se apoyaría sobre
los hombros del flâneur, como un manto sutil que puede ser arrojado en cual-
quier momento. Pero, el destino ha decretado que tal manto se convierta en
una jaula de hierro” (Bauman, 1994, 153).

126
Pero, como hemos advertido previamente, al lado del flâneur existe la ma-
sa, la multitud, la muchedumbre. José Ortega y Gasset publica su La rebelión
de las masas, en 1937, subrayando que la muchedumbre se ha instalado en los
lugares preferentes de la sociedad (Ortega y Gasset, 1937, 37 y ss). Aquí y aho-
ra, es decir, en el segundo tercio del siglo XX, el enfasis no es tanto en ese pase-
ante bohemio y ocioso que se refugia en la muchedumbre sino en la misma mu-
chedumbre en cuanto tal. Esta ha substituido a aquél. El concepto de
muchedumbre es cuantitativo y visual. La masa es el “hombre medio”,...,”lo
mostrenco social”. Masa es todo aquél que no se valora a sí mismo, sino que se
siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a gusto
al sentirse idéntico a los demás. Ahora “todo el mundo” es sólo masa56. El
concepto de “hombre-masa” de Ernst Jünger en su conocida obra: El trabaja-
dor, publicada en 1932, se sitúa asimismo en esta perspetiva. Según él, “para lle-
gar a ver al ser humano se necesita ciertamente un esfuerzo especial —y esto no
deja de ser raro en una edad en la que el ser humano aparece en masse....Uno
puede estar cruzando durante días tal paisaje sin que en su recuerdo queden
prendidos ningún personaje especial ni ningún rostro humano especial” (Jün-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ger, 1990, 99). La masa se hace protagonista ornamental y funcionalizado en
Das Ornament der Masse (1963) de Siegfried Krakauer, expresión de la aliena-
ción en la producción en Metrópolis (1926) de Fritz Lang y tumulto que expresa
el corazón de un mundo sin corazón en Octubre (1924) de Serguei Eisenstein.
Desde finales del siglo XIX, la cultura occidental realmente ha tenido dos cul-
turas, la tradicional —llamémosla “high culture”— que ha sido narrada a través
de los libros de texto y la “cultura de masas” manufacturada al por mayor pa-
ra el mercado. En las antiguas formas de arte, los artesanos de la cultura de ma-
sas han trabajado desde hace tiempo; en la novela, la línea lleva de Eugene Sue
a Lloyd C. Douglas, en la música, de Offenbach a Tin-Pan Alley; en el arte, te-
nemos a Maxfield Parrish y Norman Rockwell; en arquitectura, del gótico vic-
toriano al Tudor suburbano. “La cultura de masas ha desarrollado también nue-
vos medios por sí misma, en los que el artista serio raramente se prodiga: la
radio, las películas, los libros de comic, las historias de detectives, la ciencia fi-
ción y la televisión”57. Lo propio de esta cultura es que está manufacturada
para el consumo de masas, como la goma de mascar. Parece existir una Ley de
Gresham tanto en la circulación cultural como en la económica según la cual el
material malo arrincona al bueno, por la razón de que es más fácil de entender
y de disfrutar. La cultura de masas es una continuación del antiguo Folk Art que
durante la revolución industrial representó a la cultura popular. Este Folk Art
creció desde abajo, con autonomía, mientras la cultura de masas está impuesta

(56) J. Ortega y Gasset, opus cit, 40. Unas líneas antes Ortega afirma que: “Lo característico del momento es que
el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera.”.
(57) D. Macdonald, “A Theory of Mass Culture” en Mass Culture, B. Rosenberg y D. M. White, (Editores), Nue-
va York, 1957, 59. Tambien en el mismo volumen ver la contribución de L. Löwenthal: “Historical Perspectives of Po-
pular Culture”, opus cit, 46 y ss. Sobre el concepto de sociedad de masas ver el trabajo de E. Shils: “The Theory of
Mass Society” en E. Shils, The Constitution of Society, Chicago, 1972, 69-89.

127
desde arriba. Los “señores del Kitsch” explotan las necesidades culturales de las
masas en orden a obtener beneficios y a preservar un cierto macrohabitus de
consumo interclasista58 alejado de cualquier tentación antisistema, en los tér-
minos de P. Bourdieu. Como el capitalismo del siglo XIX, la cultura de masas es
una fuerza dinámica, revolucionaria, que rompe las viejas barreras de clase, de
tradición, de gusto y que disuelve las distinciones culturales. Para Adorno y Hor-
kheimer, los medios electrónicos, que representan una sustitución de lo escrito
por la imagen y el sonido, es decir, primero el cine y la radio y más tarde la te-
levisión, se presentan como un dispositivo que penetra de fuera hacia adentro.
Transmutan, por un lado, los contenidos auténticos de la cultura en estereotipos
neutralizados y aseptizados, e ideológicamente eficaces, de una cultura de masas
que se limitan a reduplicar lo existente y, por otro lado, integran la cultura, una
vez limpia de todos los elementos subversivos y trascendentes, en un sistema, de
controles sociales que refuerza y en parte substituye a los debilitados controles
internos, afectados por el hedonismo de la cultura moderna (Horkheimer y
Adorno, 1996). Pero, diciendo esto decimos una parte de la verdad, los espacios
públicos creados por los medios jerarquizan, escalonan, acaparan y condensan el
Los jóvenes en un mundo en transformación

horizonte de comunicaciones posibles, del centro a la periferia y de arriba aba-


jo, poniendo de manifiesto su potencial autoritario, pero, a la vez le quitan sus
barreras, puesto que toda noticia y todos los actores que la difunden no pueden
blindarse contra la crítica, como de forma tan sencilla lo ha puesto de manifies-
to el poeta cubano Reinaldo Arenas al afirmar que dentro del comunismo uno
debe aplaudir los errores y los aciertos de la planificación administrativa de sig-
nificado, incluso estando en desacuerdo con tal diseño, a diferencia del capita-
lismo que, al menos, permite, la crítica. Aquí radica el potencial emancipato-
rio de tales medios y su presencia dentro de una esfera pública y de una sociedad
civil abiertas y ya globalizadas.

4. El lado sombrío del self “dirigido por los otros”

Max Weber aparece como teórico de la burocracia en Economía y sociedad


y como crítico de los procesos de burocratización en los Escritos políticos. Des-
de el lado sistémico, la organización burocrática moderna es superior a cual-
quier otra forma de organización. Weber usa la metáfora de la máquina con-
templada ahora de forma positiva: “Un mecanismo burocrático perfectamente
desarrollado actúa con relación a las demás organizaciones de la misma forma
que una máquina con relación a los métodos no mecánicos de fabricación. La
precisión, la rapidez, la univocidad, la oficialidad, la continuidad, la discreción,

(58) Eduardo Galeano expone esta idea con agudeza corrosiva: “La dictadura de la única palabra, de la única ima-
gen, mucho mas devastadoras que la dictadura del partido único, imponen un modo de vida cuyo ciudadano es un
consumidor dócil y un espectador pasivo construido en la línea de ensamblaje del modelo norteamericano de anun-
cios televisivos”.

128
la uniformidad, la rigurosa subordinación, el ahorro de fricciones y de costes
objetivos y personales son infinitamente mayores en una administración seve-
ramente burocrática, servida por funcionarios especializados, que en todas las
demás organizaciones de tipo colegial honorífico o auxiliar. Desde el momen-
to en que se trata de tareas complicadas, el trabajo burocrático pagado es no só-
lo más preciso, sino con frecuencia inclusive más barato que el trabajo honorí-
fico formalmente exento de remuneración” (Weber, 1978, 730-731). Entre la
burocracia que analiza Weber y la que ejerció y padeció Franz Kafka existe una
gran afinidad electiva59. En El proceso se encuentra la figura que representa más
claramente el prototipo del funcionario weberiano, concretamente en el guar-
dián de la parábola “Ante la Ley”, en el capítulo X, en la conversación de Joseph
K. con el sacerdote —capellan de prisiones y miembro, por tanto, del tribu-
nal— este le cuenta la siguiente parábola:
“Ante la ley hay un guardián. A este guardián se acerca un hombre del cam-
po y le pide que le permita entrar en la ley. Pero el guardián le dice que ahora
no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y luego pregunta si podrá
entrar más tarde. “Es posible”, dice el guardián, “pero, no ahora”. Como la

Los jóvenes en un mundo en transformación


puerta de la ley está abierta como siempre y el guardián se echa a un lado, el
hombre se agacha para ver el interior a través de la puerta. Al notarlo el guar-
dián se rie y dice:”Si tanto te atrae, anda, intenta entrar a pesar de mi prohibi-
ción. Pero ten en cuenta una cosa: Soy poderoso. Y sólo soy el más bajo de los
guardianes, y cada uno de ellos es más poderoso que el anterior. Ni yo mismo
puedo soportar la visión del tercero de ellos””.
Transcurre el tiempo ante los intentos vanos de franquear la puerta por parte
del campesino, incluso recurriendo a sobornos. Viendo el guardián que el cam-
pesino no es ya ni sombra de lo que era con el transcurso de los años, le pregun-
ta: “¿Qué más quieres saber?....Eres insaciable”. “Todo el mundo se esfuerza por
llegar a la ley”, dice el hombre,”¿cómo es posible entonces que, durante tantos
años nadie haya pedido la entrada más que yo?”. El guardián se da cuenta que el
hombre está cerca de su fin, y para que las palabras lleguen a su oido, que se ex-
tingue, le grita con fuerza: “Por aquí no podía tener acceso nadie más que tu, por-
que esta entrada estaba destinada sólo a ti. Ahora me voy y la cierro”60.
Ulf Abraham61 ha visto la parábola Ante la ley, como una transformación de
un motivo clásico contenido en una leyenda de la literatura rabínica. En el Mi-
drás Pesikta Rabbati existe un comentario alegórico del Exodo que narra la su-
bida de Moisés al monte Sinaí para recibir de Yavé la Tablas de la Ley. Según
este relato, en el monte, estratégicamente situados, hay cuatro ángeles guardia-

(59) Sigo aquí la excelente monografía de J.Mª González García, La máquina burocrática. Afinidades electivas en-
tre Weber y Kafka, Madrid, l989, 168ss
(60) F. Kafka, El proceso, Madrid, l975, 219-20. Una excelente versión cinematográfica de El Proceso, con título
homónimo, es la llevada a cabo por Orson Wells, que comienza precisamente narrando esta parábola.
(61) Me sirvo de este comentario presente en la obra de J. Mª González, opus cit, 175 y ss. Ver asimismo el tra-
bajo de U. Abraham: “Mose “vor dem Gesetz”Eine unbekannte Vorlage zu Kafkas “Türhüterlegende”” en Vierteljahh-
ressrift für Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte, 57/4, 1983, 636-650.

129
nes —Kemuel, Hadarniel, Sandalfon y Galizar— que impiden el acceso a la
Ley; están jerarquizados y cada uno de ellos va poniendo mayores dificultades
al paso de Moisés. Cada uno de ellos es también más poderoso que el anterior.
Al final de la narración, el propio Dios acompaña a Moisés preservándole de los
guadianes y le entrega la Torá. Kafka utiliza, para su propia parábola, este rela-
to, pero invirtiéndolo como un guante. Mediante la reescritura del relato pone
Kafka en cuestión la fe de un “pueblo elegido” en Dios y en sí mismo. No hay
mediación posible, ya que el hombre no puede penetrar en la Ley ni hablar con
Dios, como un amigo, al igual que había hecho Moisés. La jerarquía angélica
del relato es transformada por Kafka en jerarquía burocrática, en “un tiempo de
espaldas a Dios y sin profetas”, como afirmaba Weber al final de La Etica Pro-
testante.
Joseph K. malinterpreta el relato ya que se identifica con el hombre del
campo y piensa que éste ha sido engañado por el guardián. El sacerdote, co-
mo Tirésias, en Edipo Rey de Sofocles, le responde reinterpretando la figura del
guardián como el perfecto funcionario cumplidor de su deber, “amante de la
exactitud y estricto observador de sus funciones”, “consciente de la importan-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cia de su servicio”, que “tiene respeto por sus superiores”, “no es charlatán”,
“no es sobornable”, “no se deja ablandar ni atiende a súplicas”, incluso “pare-
ce una persona amable”. ¿No es este el modelo de burócrata weberiano? (Gon-
zález, 1989, 177). El final del párrafo, como más adelante pone de manifiesto
cuasinietscheanamente el sacerdote: “No, no hay que creer que todo sea ver-
dad, hay que creer que todo es necesario”, dentro de un tiempo destinal ine-
xorable que se escapa al que busca la verdad de la burocracia, el sentido no es
verdadero, ni falso, sencillamente es la coimplicación de ambos momentos, de
forma dramática y dolorosa. Ya se deja entrever aquí “la otra voz”, la que ha-
bla desde la perspectiva de los clientes y miembros de la burocracia, “su pecu-
liaridad específica, tan bienvenida para el capitalismo, la desarrolla en tanto
mayor grado cuanto más se “deshumaniza”, cuanto más completamente al-
canza las peculiaridades específicas que le son contadas como virtudes: La eli-
minación del amor, del odio, y de todos los elementos sensibles personales, de
todos los elementos irracionales que se retraen al cálculo” (Weber, 1978, 732).
Weber analiza la objetualización de las relaciones sociales (Vergegenständigung)
que se produce en las organizaciones, bajo el prisma de su despersonalización,
vuelve a usar la imagen de la máquina que trabaja racionalmente (pero sin sen-
tido): “Una máquina inerte es espíritu coagulado. Y sólo el serlo le da el po-
der de forzar a los individuos a servirla y de determinar el curso cotidiano de
sus vidas de trabajo, de modo tan determinante como es el caso en la fábrica.
Es asimismo espíritu coagulado aquella máquina viva que representa a la or-
ganización burocrática” (Weber, 1978, 1074). Cuando pasamos de la admi-
nistración de las cosas a la administración de las personas62, a través del fun-

(62) W. Schluchter, Aspekte Burokratische Herrschaft, Frankfurt, l972, 236-301. En oposición a Engels que pen-
saba que la evolución social conducía de forma “natural” a la “administración de las cosas”.

130
cionario, de ese “Fachmensch ohne Geist”, la burocracia deviene una “jaula pa-
ra una nueva servidumbre” (Gehäuse für eine neuen Hörigkeit) (Weber, 1982,
Vol. 2, 396; Mitzman, 1976, 153-165). Weber detecta que la ética universa-
lista religiosa de la hermandad choca con las formas de racionalidad econó-
mica y administrativa, en las que la economía y el Estado son objetivados en
un cosmos afraternal (Weber, 1958, 332-333). El mundo de la vida y sus pa-
trones simbólicos de significado colisionan con los imperativos funcionales
de creación de riqueza y de administración de cosas y de personas en un do-
minio social éticamente neutralizado.
Thomas Bernhard, gran dramaturgo austríaco muerto no hace mucho, nos
presenta una reactualización del Segismundo de Calderón, de la conciencia
del fracaso, la contingencia y la negatividad socialmente producidas, en su
magnífica novela Corrección, publicada en 1975, en donde el narrador anóni-
mo de la novela, tras el suicidio de su amigo Roithamer, llega a la casa del ta-
xidermista Hoeller, construida en la garganta del río Aurach, para hacerse car-
go de las notas que aquél le ha legado. Roithamer había permanecido en la
buhardilla de esa casa durante seis años, entregado a la tarea de construir y pla-

Los jóvenes en un mundo en transformación


near, en el centro geométrico exacto del bosque Kobernauss, un cono que
desafiando las leyes de la construcción tradicional estaba destinado a ser re-
sidencia y “felicidad suprema” de su hermana. Las reflexiones que suscita el
narrador van desvelando un proceso obsesivo de creación y destrucción. A
Roithamer, el trabajo por el trabajo no le impide suicidarse al faltar cualquier
tipo de sutura religiosa de la herida real. Para él “todo hombre tiene una idea
que lo mata lentamente” (Bernhard, 1983, 111). Para él su sociedad austríaca
(y coextensivamente nuestras sociedades) es una cárcel que lo va destruyendo
lentamente como ocurría con Joseph K. Su mundo es un mundo ahogado
en contratos en donde uno está en “estado de sufrimiento inniterrumpido”
(Bernhard, 1983, 134), “toda construcción que hoy construyen los expertos en
construcción es un crimen” (Bernhard, 1983, 118), “cómo se nos convencía de
niños de que sólo tendríamos derecho a vivir si trabajábamos razonablemen-
te, se nos aseguraba que teníamos que cumplir nuestro deber. Todo torturas
irresponsables de padres irresponsables y de irresponsables, así llamadas, per-
sonas con derecho a educarnos. Embutidos en trajes iguales, siendo personas,
caracteres, totalmente desiguales, íbamos a la iglesia, íbamos a comer, hacía-
mos visitas, así Roithamer” (Bernhard, 1983, 217). Al lado de la urgencia
creadora, de la necesidad de realizar una idea, que exige ser llevada a la prác-
tica, y a la presión acuciante de actuar y pensar, como estrategia de lucha fren-
te a un mundo instituido de normalización, está el proceso de continua co-
rrección, porque a cada instante nos damos cuenta de que todo —lo que
hemos pensado, escrito o hecho— es limitado, de que tenemos que corre-
gir las consecuencias no deseadas de otras correcciones destinadas a corregir
otras consecuencias no deseadas: “Corrección de la corrección de la correc-
ción....” (Bernhard, 1983, 322).

131
5. El “hombre sin atributos” como hombre de posibilidades

Tener un self es una cualidad humana esencial por encima de todas las di-
ferencias de historia y cultura y la obra maestra de Robert Musil: El hombre sin
atributos, publicado entre 1930 y 1942, representa una de las más impresio-
nantes secuencias en esa larga metamorfosis que experiementa el self moderno
y que aquí narramos. Situado en Viena en 1913, describe un mundo al borde
del precipicio —moral, cultural y político— que conduce al abismo de la pri-
mera guerra mundial al año siguiente. El hombre sin atributos de Musil, un
matemático agraciado, amoral y concupiscente, de buena familia, llamado Ul-
rich, es uno de los antihéroes cómicos más atractivos de la literatura contem-
poránea. Ulrich, un hombre en sus treintaitantos, interrumpe una carrera exi-
tosa para volver a Austria por un año, decide coger unas “vacaciones al margen
de la vida normal” y, por accidente, se implica en un proyecto patriótico (Pa-
rallelaktion se llama, por ser una réplica de un acto similar en Alemania) para
conmemorar la celebración en 1918 del setenta aniversario de la coronación del
emperador Francisco José. El orden del Estado, la Kakania 63, el puzle territo-
Los jóvenes en un mundo en transformación

rial formado por el Imperio austrohúngaro en Centroeuropa, la “nación sin


atributos”, se está desintegrando así como el orden del self se ha desintegrado
en los personajes de la novela, así Moosbrugger, un insensato pendiente de jui-
cio acusado del asesinato sin sentido de una prostituta y, también así Clarisse,
esposa de un viejo amigo de Ulrich que desciende al abismo de la locura. Pero,
este proceso de desintegración está asimismo relacionado con la propia cosmo-
visón científica de Ulrich, y así se lo cuenta a Agata, su hermana, diciéndole que
la definición del método científico es tal que la realidad está rota en compo-
nentes que son percibidos como cadenas causales en interacción, en otras pala-
bras, lo que una vez se percibió como un todo ahora viene a verse como un flu-
jo de variables. El mismo proceso de desintegración se aplica al self. Cada vez
es más dificil ver al self como el centro de las acciones individuales, como ocu-
rría en los orígenes del capitalismo. El self cartesiano, que fue capaz de pro-
nunciar “cogito ergo sum” se ha disuelto en un flujo machiano de objetividades.
El self fuerte protomoderno, metafísica y ontológicamente hablando, ya no po-
demos darlo por supuesto. El self es un “agujero” que debe ser “rellenado”.
El verdadero self no es un dato, algo dado, sino algo para ser alcanzado como
resultado de un gran esfuerzo64. Los “ideales y la moralidad son los mejores me-
dios para rellenar el gran agujero que uno llama alma”, pero, poco importa qué
ideas y qué moralidad son utilizados para tal fin (Musil, 1961, Vol. 1, 149). Pa-
ra Ulrich lo relevante desde un punto de vista moral era “respetar unas pocas
leyes exteriores por amor a la libertad interior”(Musil, 1961, Vol. 1, 322). La
aplicación del concepto de self de George Herbert Mead encuentra aquí su per-

(63) R. Musil, El hombre sin atributos, Barcelona, 1961, Vol. 1, 37. La abreviatura de las siglas iniciales del Im-
perio austro-húngaro eran K. K (pronunciado kaka, abreviatura de Kaiserlich Königlich que significa: imperial-real)
o también K. u K. (pronunciado Ka und KA, abreviatura de kaiserlich und königlich que significa Imperial y real).
(64) Ver esta idea en P. L. Berger, A Far Glory, Nueva York, 1992, 113.

132
fecto caldo de cultivo puesto que, el individuo sólo será tal en medio de una gé-
nesis social del self, a través de la acción, de la interacción, en los más variados
contextos vitales, jugando con los roles más diversos, como acertadamente lo
pone de manifiesto Cees Nooteboom en El día de todas las almas (1998), en bo-
ca de su protagonista Arthur Daane: “A Arthur Daane le gustaba la gente que,
tal y como él lo expresaba, “llevaba más de una persona dentro”, y no diga-
mos cuando esas diferentes personas parecían oponerse entre sí. En Víctor co-
habitaba toda una sociedad bajo una apariencia de simulada indiferencia” (No-
oteboom, 2000, 21).
Volviendo al Ulrich musiliano, tenemos que decir que hablar de un hom-
bre sin atributos65 no significa negar que él exhiba toda una serie de atributos
sino que todo el conjunto de atributos que exhibe no son realmente suyos66.
Ser sin atributos es, en este sentido, ser sin carácter —ese residuo de identidad
inscrito que nos hace lo que somos— y ser sin carácter no es sino ser anónimo.
Así proclama Ulrich de sí mismo: “él era, después de todo, un carácter, inclu-
so sin tener uno” (Musil, 1961, Vol. 1, 184). “Nada es firme, ningún yo, nin-
gún orden”67, para Ulrich, todo es transferible, todo es parte de un entero, de

Los jóvenes en un mundo en transformación


innumerables enteros, quizás de un superentero que él desconoce totalmente.
Por eso todas sus respuestas son respuestas parciales; sus sentimientos, opinio-
nes; y no le interesa el “qué”, sino el “cómo” marginal, la acción secundaria y
accesoria, todo puede cambiar en este paraíso de contingencia, por tanto, el
hombre sin atributos ipso facto es un hombre de posibilidades68. El hombre sin
atributos fue escrito sub specie possibilitatis, es decir, bajo el signo de la posibili-

(65) Walter, el marido de Clarissa, es el primero que caracteriza a Ulrich como un hombre sin atributos. Ver R.
Musil, opus cit, 79.
(66) Ver el trabajo de R. Kimball: Experiments Against Reality.The Fate of Modern Culture in Postmodern Age, Chi-
cago, 2000, 137.
(67) R. Musil, opus cit, 80, 187, 304-305: “En lo inestable tiene el futuro más posibilidades que lo estable; y el
presente no es más que una hipótesis, todavia sin superar”. Es importante observar la influencia del nihilismo crítico
nietzscheano en el “hombre sin atributos” de Musil.
(68) P. L. Berger, opus cit, 114. El excelente trabajo de Ramón Ramos (“Simmel y la tragedia de la cultura” en
Georg Simmel en el centenario de la Filosofía del Dinero, REIS, 89, 2000, 37-73) se adentra en el Zeitdiagnose espe-
cíficamente moderno que anida en la obra de Simmel y realiza una interesante genealogía del “homo tragicus”. Inda-
ga inicialmente en las raíces de la tragedia en el mundo griego donde se manifiesta la copresencia de un drama coral y
del héroe trágico (Prometeo, Edipo, Ulises), para constatar el cambio de la tragedia en el cristianismo, donde ha des-
aparecido ya el coro y persiste el héroe individual, que arriba a la modernidad ilustrada y postilustrada, en un nuevo
drama coral de espectadores anónimos, cuyo héroe ya no es más Prometeo, ni Jesús de Nazareth, ni siquiera su secu-
larización goethiana en Fausto, o en el modernísimo Doktor Faustus de Mann, sino el “hombre sin atributos” como
sujeto de posibilidades que comparece en Musil o en el flâneur de Baudelaire-Benjamin. Este drama coral sin héroe se
escora hacia el absurdo, en un mundo desvertebrado, pero exclusivamente humano, heterogeneo, ambivalente, “en el
que el nomos humano ha desplazado totalmente al cosmos divino, fijando el destino exclusivamente a partir de sí mis-
mo”. Como los ángeles protagonistas de Wings of Desire (Cielo sobre Berlín), el film de Win Wenders con guión de Pe-
ter Handke, el heroe trágico que Ramos extrae de Simmel “no grita, no se queja, no hay coro comunitario que maldi-
ga un destino personal y lo reubique en el probable hermanamiento del nomos humano y el cosmos divino...Sólo
queda una muchedumbre solitaria de hombres sin atributos..., que sólo pueden hallar una salida en los milagros ex-
tracotidianos de la aventura y la experiencia estética de la movilidad pura”. Lo que caracteriza a éste hacer y padecer, a
ésta actividad y a ésta pasividad, en definitiva, a ésta ambivalencia específicamente moderna es, por una parte, su ten-
dencia a separar, a desmembrar (sparagmos) lo que estaba unido, y esto y no otra cosa es la fisión simbólica moderna
frente a la fusión simbólica premoderna, y, por otra parte, su tendencia a unir monstruosamente lo que estaba separa-
do, como lo ha puesto de manifiesto la espantosa Shoah o la barbarie estalinista. En esta coincidentia oppositorum im-
posible es donde comparece el destino trágico de la modernidad.

133
dad, su modo dominante es el subjuntivo; Ulrich, el hombre sin atributos, es
alguien cuyo sentido de lo posible se halla superdesarrollado69. Así se pregunta:
“¿Por qué, entonces, no somos realistas?. Ninguno de ellos lo era, ni él ni ella:
sus ideas y su conducta no han dejado ninguna duda al respecto; ellos eran ni-
hilistas y activistas, unas veces lo uno y otras lo otro, sucediera lo que suce-
diera”70. En otras palabras, el self moderno se caracteriza por su finalidad abier-
ta, en proceso, por su alto grado de libertad, pero, a veces, como ahora, la
libertad de elegir se puede experimentar como una carga, caso de Ulrich.
Incluso el concepto de verdad y de realidad de Ulrich no son sino una de-
rivación literaria del fondo filosófico nietzscheano y un preludio de la postmo-
dernidad. Así se pregunta: “¿Es verdad que yo conozco mi verdad?. Los objeti-
vos, las voces, la realidad, todo esto tentador, seductor y guía, a lo que nosotros
seguimos y en lo que nos escollamos...¿Es esto pues la verdadera realidad, o no
se revela de ella nada más que un soplo intangible descansado sobre la brinda-
da realidad?” (Musil, 1961, Vol. 1, 159). “Vivir hipotéticamente” (Musil,
1961, Vol. 1, 304), en medio de conjeturas, facilmente sometibles a falsación,
refleja el concepto de verdedera realidad para Ulrich. No existe “ni orden, ni
Los jóvenes en un mundo en transformación

objeto, ni yo, ni forma, ni principio seguro” (Musil, 1961, Vol. 1, 305).


El moderno self desagregado es un self plural. Las cualidades de la persona
se separan de ella y se convierten en meros apéndices de sus roles sociales va-
riables. Al comienzo de la novela se afirma que hoy todo individuo, no sólo Ul-
rich, tiene al menos nueve caracteres —vinculados consecutivamente con su
vocación, nación, estado, clase, contexto geográfico, sexualidad, yo, ello y, qui-
zás, su vida privada—. Así un individuo puede ser profesor, checo, súbdito de
Austria-Hungría, una persona de antecedentes pequeño-burgueses, un moralis-
ta con una libido inmoral y, en la cumbre de todo, quizás, alguien con un apre-
cio profundo del arte. A juicio de Musil, éste carácter unifica todos los otros,
pero ellos le descomponen, y él no es sino una pequeña artesa lavada por todos
esos arroyuelos que convergen en ella, y de la que otra vez se alejan para llenar
con otro arroyuelo otra artesa más. “Por eso tiene todo habitante de la tierra un
décimo carácter y este es la fantasía pasiva de espacios vacíos. Este décimo ca-
rácter permite al hombre todo, a excepción de una cosa: tomar en serio lo que
hacen sus nueve caracteres y lo que acontece con ellos; o sea, en otras palabras,
prohibe precisamente aquello que le podría llenar, este espacio reconocido co-
mo dificil de describir, tiene en Italia colores y forma distintos que en Inglate-
rra, porque eso que se destaca en él tiene allí otra forma y otro color, y es en
una y otra parte el mismo espacio vacío e invisible en cuyo interior está la
realidad, como una pequeña ciudad de cajón de sastre, abandonada por la fan-
tasía” (Musil, 1961, Vol. 1, 42). El self moderno no es un instrumento ad ma-

(69) Peter Fuchs ha destacado en “Von Etwas —Ohne— Eigenschaten”, Manuscrito, 2001, la afinidad existente
entre el “hombre sin atributos” musiliano y la “sociedad sin atributos” actual como los dos lados de una constela-
ción sociocultural con posibilidades infinitas que trata de crear constantemente nuevas formas de reducción de la
contingencia existente en el mundo.
(70) La influencia nietzscheana en Musil se pone de manifiesto en este párrafo.

134
jorem dei gloriam, como ocurría en esa primera constelación que produjo la as-
cética protestante en occidente, sino un “vacío” para ser llenado y rellenado con
nuestras fantasías sin que nunca se agoten sus potencialidades, es como la no-
ción del uts (vacío) del escultor vasco Jorge Oteiza. Este nuevo self se proyecta
como algo “vacio no impedido (unencumbered) por nada e improvisa-
dor”71, es decir, como aquella instancia que permite un elenco infinito de po-
sibilidades. Este self proteico y plural tiene su correspondencia en un mundo
plural. Si Dios no existe como centro de nuestra vida, entonces, cualquier
self es posible. El “hombre sin atributos” musiliano anticipa, en el primer ter-
cio del siglo XX, algo que va a ser una realidad abrumadora en el último tercio
de dicho siglo y ya comenzado el siglo XXI, la existencia de un self postmo-
derno en sus diversas acepciones: playing self (Melucci), minimal self (Lasch).

Conclusiones

En este viaje que hemos realizado, como Ulises saliendo y regresando a Ati-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ca, hemos analizado las diversas metamorfosis que experimenta el self. Así en
los albores de la modernidad, trata de despegarse de sus vínculos con la tradi-
ción, con una cierta exterioridad que se manifiesta como pasado, como algo ya
dado de lo cual puede y debe nutrirse. La reforma protestante, con su inequí-
voca apuesta por el “libre examen”, crea un tipo de personalidad total que va
a dar sentido a su vida “desde dentro”, primero pactando con Dios para luego
metamorfosear tal pacto en pacto con el diablo. Desencantamiento y encanta-
miento, como han advertido Max Weber y Thomas Mann, no son sino las dos
caras de un mismo proceso social, dos instancias que se correfieren y cuya se-
paración mutila una interpretación cabal de la contextura temporal que se pro-
yecta como horizonte de comprensión y de acción del self protomoderno, mo-
derno y en última instancia postmoderno.
El final del siglo XIX y los comienzos del siglo XX dibujan un perfil del self cu-
ya dirección no procede de su interior sino que vuelve, como había pasado con el
self tradicional, a estar determinado por el “afuera”, esta vez “dirigido por los
otros”, como hemos visto con la ayuda de Simmel, Riesman, Poe, Baudelaire,
Benjamin, Kafka, Bernhard y Musil. Si para Weber, el análisis de los textos y de
las prácticas religiosas fue el necesario banco de datos del que extrajo las cone-
xiones de significado que explicaban la afinidad electiva existente entre el espíri-
tu capitalista y la ética religiosa del protestantismo ascético, en una época en que
la religión no es ya una instancia necesaria de mediación que relaciona todas las
actividades sociales proporcionándoles un sentido unitario, he recurrido al análi-
sis de las afinidades existentes entre determinados tipos ideales de la sociología y
determinados tipos y arquetipos que proceden de la literatura contemporánea.

(71) Ver esta idea tomada de R. N. Bellah y colaboradores en Habits of the Heart: Individualism and Conmitment
in American Life, Nueva York, 1985, 80.

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Los jóvenes en un mundo en transformación

140
CAPÍTULO II.2
LA DIFERENCIACIÓN DE SENTIDOS EN LAS

Los jóvenes en un mundo en transformación


SOCIEDADES COMPLEJAS: CREENCIAS Y VALORES
EN LOS JÓVENES
Prof. Dr. D. Andrés Canteras
Universidad Complutense de Madrid

El objeto de esta conferencia no es sino ofrecer una secuencia interpretati-


va del modo en que viene fraguándose —de modo sigiloso pero firme— tan su-
til metamorfosis social susceptible de mutar el homogéneo orden de sentido
tradicional en un orden plural y diferenciado de estructuras de conciencia. Cla-
ves para el entendimiento de lo que será en breve un nuevo modo de sociabili-
dad humana asentado sobre una ética laica mayoritariamente emancipada del
exclusivo histórico magisterio moral de la iglesia.
Para ello, tras una breve introducción en la dinámica de cambios que, como
consecuencia de la revolución tecnocibernética y de la comunicación, ha tenido lu-
gar en la mente humana y, en consecuencia, en la propia configuración funcional
y moral de nuestras sociedades, al hacer del sujeto individual, de su conciencia y
de su creatividad personales, constructor autónomo de su propio sentido; tra-
taremos de describir después, con la ayuda de datos provenientes de una re-
ciente encuesta encargada por el INJUVE a una muestra representativa de
2500 jóvenes españoles, cuales son los caracteres distintivos de cada una de las
diferentes sensibilidades morales o estructuras de sentido encontradas en nuestra so-
ciedad para observar si, a partir de ellas, existen valores compartidos susceptibles
de constituir el sustrato de la que podría llamarse una “ética mínima”; un umbral
de consenso moral, sobre el que articular el notable pluralismo de sentidos y
sensibilidades que, de forma tan paradójica, conviven en nuestra sociedad.

141
Se pretende con todo contribuir a una sociología del conocimiento de las
nuevas formas sociales de estructuración del sentido que vienen emergiendo de
nuestras sociedades complejas, en cuya cúspide, si bien, convenimos con la ma-
yoría de los expertos, predomina aún el arquetipo moral religioso ortodoxo,
deben contemplarse también otras estructuras de conciencia emergentes, no
contempladas hasta ahora desde una óptica laica1, cuyo desvelamiento empíri-
co resulta imprescindible en el entendimiento de las nuevas formas de sociabi-
lidad emergentes y aspira a informar con rigor científico las actuaciones de
quienes tienen en sus manos la responsabilidad —política, social o religiosa—
de contribuir a la integración funcional, moral y simbólica de nuestras sociedades.

I. Una profunda y silenciosa revolución cultural

La idea de encontrarnos en el contexto occidental ante unas sociedades pro-


fundamente entrópicas de cuyo seno parece estar emergiendo una nueva cultu-
ra no es en absoluto reciente.
Los jóvenes en un mundo en transformación

La que ha dado en llamarse “era de la información”, generada a partir de


una acelerada revolución tecnológica, informática y de las tele-comunicaciones,
ha provocado también la emergencia de un nuevo modo de entender las re-
laciones humanas que desafía frontalmente las pautas hasta ahora conocidas
de organización y reproducción cultural de nuestras sociedades tradicionales.
En tal sentido, como ya advirtiera Daniel Bell2 en 1984, resulta evidente la no-
toria incidencia que ha tenido la revolución cibernética en la configuración de
la mente humana y, en consecuencia, en la propia configuración funcional y mo-
ral de nuestras sociedades avanzadas3. O, como también afirmara McLuhan:
“las sociedades siempre han sido remodeladas mucho más por la naturaleza de los
medios con los que se comunican los hombres que por el contenido de la comunicación”.

(1) A excepción del estudio que yo mismo realicé hace algunos años (La religiosidad de los jóvenes: nuevas for-
mas de espiritualidad, INJUVE. Madrid, 1998) no hay precedentes de estudios que aborden la constitución plural de
sentido en nuestra sociedad puesto que ésta ha venido dándose por supuesta exclusivamente respecto de los cánones
religiosos de manera que la mayor parte de los estudios producidos desde esta óptica confesional se han restringido a
juzgar si nuestra sociedad carece o no de sentido por diferencia con dichos cánones. Como bien afirma Joan Struch “si
la religión ha dejado de ser un tema central en la teoría sociológica es porque lo religioso se ha definido siempre en tér-
minos religiosos, hasta el extremo de que han sido los burócratas eclesiásticos los que han definido el objeto de la in-
vestigación sociológica”. Pero lo religioso es más que lo eclesiástico y el problema crucial que es necesario abordar no
se limita ya a describir con mayor o menor acierto cual es el grado de adecuación comportamental o creencial de un
cierto número de creyentes a unas determinadas normas religiosas, a una determinada moral o a un determinado sen-
tido, sino llegar a conocer cuáles son los procesos por los que comienzan a legitimarse o mejor a estructurarse el senti-
do a partir de las nuevas actitudes, creencias, valores y comportamientos en que se revela.
(2) Bell, Daniell, “Las ciencias sociales desde la segunda guerra mundial” Ed Alianza, Madrid, 1984.
(3) En nuestras sociedades avanzadas, escribe Baudrillard, “la cibernética es una prolongación del sistema ner-
vioso central”, un feed back que marca el fin de la linealidad introducida en el mundo occidental por el alfabeto y las
formas continuas del espacio euclidiano”. Por su parte Castells, destacando el protagonismo que tales sociedades de in-
formación conceden al sujeto, vaticina: “esta especie de “redes horizontales” de comunicación intersubjetiva harán di-
fícil la manipulación de la información de los poderes financieros, políticos y religiosos”. Finalmente, concluye Lévi-
Strauss,: “sin reducir la sociedad o la cultura a la lengua... esta revolución copernicana.... consistirá en interpretar la
sociedad en su conjunto en función de una teoría de la comunicación”.

142
Efectivamente, por usar la conocida expresión de McLuhan, como si de una
“aldea global” se tratara, tan inmensa ‘red cibernética’ (Wiener) permite hoy
obtener en tiempo real una “visión global” casi instantánea de los problemas del
mundo. Sentir en lo próximo e inmediato sucesos acaecidos en lugares extre-
mos. Multitud de costumbres ejercidas a través de un sinfín de símbolos y ri-
tualizaciones culturalmente muy diferentes, pueden ahora ser aprendidas, com-
paradas, contrastadas, asumidas, discutidas o, más frecuentemente,
sincretizadas en una imparable “reabsorción significacional” que, casi podría de-
cirse, produce “vértigo cultural” al desafiar frontalmente los referentes de sen-
tido moral tradicionalmente instituidos por las sociedades y de la propia exis-
tencia.4
Tal polifonía de significaciones (Habermas), tan críticamente deseable co-
mo “diálogo social” , ha llegado a generar, incluso en nuestro lenguaje —sede
exclusiva de la creatividad del hombre para construir su cultura— la conviven-
cia de un universo de significados y significantes, de signos y símbolos, ex-
traordinariamente fragmentado y sincrético, ajenos al arsenal ortodoxo de sig-
nificados atribuidos a cada uno de ellos en nuestra tradición cultural5.

Los jóvenes en un mundo en transformación


II. Relativismo y socialización ‘multicultural’

Evidentemente, tan intensa contrastación significacional ha cuestionado la


validez hasta ahora exclusiva, del modelo de socialización lineal generacional
del pasado, adaptado a un entorno cultural concreto, para asumir hoy, particu-
larmente entre las generaciones más jóvenes, modelos de aprendizaje extraordi-
nariamente amplios, sincréticos y mestizos, como no puede ser de otro modo
en un entorno cultural dinámico e inestable, de intenso tráfico informacional
debido a la ruptura de fronteras comunicacionales.
Ha emergido, por así decirlo, un nuevo modo de socialización multicultu-
ral cuya regla reproductiva es la ausencia de reglas y en el que la información y
el conocimiento promueven de continuo la innovación y la “muta” cultural,
quebrando la reproducción lineal tradicional de las sociedades y las formas has-
ta ahora conocidas de recambio generacional.6

(4) Por ejemplo, un 91% de los jóvenes entrevistados en nuestro estudio (CANTERAS MURLLO, Andrés, 2003:
“Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”. Ed. INJUVE. Ministerio de asuntos Sociales) opinaron que lo que puede ser
verdad en unos lugares del planeta puede no serlo en otros.
(5) Concretamente, un 89% de los jóvenes que se denominaron a sí mismos creyentes manifestaron, no obstan-
te, dar a los símbolos sagrados católicos ortodoxos un significado distinto al que les atribuye la Iglesia. Incluso 8 de ca-
da 10 afirmaron no creer que exista una única religión verdadera.
(6) Como afirma Olabuénaga: “el fenómeno cultural más señalado es la quiebra cultural de nuestra sociedad, con
la presencia simultánea de criterios de legitimación dispares y con frecuencia incompatibles”. Efectivamente, “lo que
se encuentra el individuo en su camino desde la individualidad a la sociabilidad, desde el yo personal al yo social no es
la presencia hegemónica, ni tan siquiera la simple carencia de una racionalidad universal legitimada y legitimante, si-
no la simultaneidad de múltiples racionalidades, todas ellas igualmente legitimas y legitimantes. Esto aboca al individuo
a la —incesante— necesidad de “seleccionar y jerarquizar” sin criterios ni apoyos absolutos ofrecidos por los agentes
de socialización (familia, religión, ideología, clase social, etnia...) que le guíen y acompañen en este viaje de socializa-
ción desde la autonomía personal a la convivencia social”.

143
Esta especie de “multisocialización” provocada por la simultaneidad de múl-
tiples criterios de racionalidad dispares, ha menguado, de modo ostensible, la
credibilidad en los referentes morales que daban sentido a la tradición y a la
personal existencia y ha traído consigo una importante “relativización” de las
ideas, creencias y valores que sostenían el sentido y la moral de nuestra comu-
nidad. Ideas, creencias y valores, antes incuestionados y comúnmente compar-
tidos, son ahora incesantemente contrastados con otras realidades, con “otros
mundos” con “otras culturas”, “otras significaciones” otros modos de entendi-
miento igualmente legítimos y plausibles.
Esto significa que las culturas, que tradicionalmente trazaban mapas cogni-
tivos sociales a través de macrouniversos de significado históricamente repro-
ducidos por las instituciones de socialización a través de un núcleo proteico de
valores y creencias socialmente compartidos, que reducían la incertidumbre so-
cial generando seguridad y confianza mediante la pervivencia de la tradición, a
través de la reproducción generacional de un conjunto de interpretaciones y
significatividades “absolutas”, geográfica y temporalmente asentadas en el de-
venir histórico de cada hombre y de cada sociedad, ya no pueden por más sus-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tentar tal reproducibilidad lineal en aras de la creciente inconmensurabilidad de


modos distintos de ver el mundo que viene emergiendo de nuestras sociedades avan-
zadas. Modos, todos ellos igualmente plausibles, que conviven azarosamente
interactuando intraculturalmente bajo un cúmulo de significatividades, creen-
cias y valores particulares, que debilitan muy ostensiblemente la fuerza cohe-
sionante y el absolutismo moral de la tradición.
Efectivamente, el hombre de hoy, mayoritariamente emancipado de las ho-
mogéneas macroconfiguraciones de sentido de la tradición, relativiza no ya la
vigencia y firmeza de creencias procedentes de distintas culturas y de la suya
propia, sino, lo que no es menos importante, el propio concepto que de sí mis-
mo tiene, de las sociedades que habita, de las creencias y valores que profesa, de
las instituciones que las sostienen, de los agentes de socialización que las im-
parten y, en definitiva, de las culturas que, social y políticamente las orientan y
canalizan.
En este contexto de intenso relativismo moral y de extenso trasiego cultu-
ral, las identidades, culturales o individuales, solo pueden concebirse como
constructos cognitivos complejos, permanentemente inacabados, resultado de
la cogeneración recíproca del sujeto con su historia, con su medio, con su tra-
dición, pues, al fin y al cabo, como cualquier otro producto humano, el sen-
tido, así como las creencias y ritualizaciones que lo sostienen, resulta insepa-
rable de la dinámica dialógica que preside la evolución —las leyes de
simultánea estabilidad y cambio— vigentes en todos los órdenes de la natu-
raleza.
A mi entender, contrariamente a algunas opiniones, resulta inaudito pensar
que los constructos de sentido —siempre en la raíz de toda identidad— no
puedan reformularse social o individualmente a lo largo del desarrollo biográ-
fico cultural de las sociedades o del propio trayecto psicológico vital de un su-

144
jeto y, menos aún, que no pueda ritualizarse socialmente a través de actitudes,
valores, creencias y comportamientos diferentes —incluso participar de varios
a un tiempo—. El hombre, como las sociedades, está inexorablemente sujeto a
permanentes procesos adaptativos susceptibles de hacer emerger nuevas racio-
nalidades, nuevas sensibilidades, nuevos modos de percibir, de pensar y de es-
tar en el mundo y, en definitiva, de concebir el modelo cultural de la sociedad
que habita y de sí mismo, merced a la permanente emergencia de sucesivos ór-
denes de conciencia individual y social.
Debido pues a la primacía de tales órdenes individuales de conciencia y al
complejo entramado multicultural de racionalizaciones dispares cada sujeto
puede verse a sí mismo, en un mundo cada vez más globalizado, como un pro-
ducto individuado, único y diferenciado, resultado de su personal historia y de
los valores, creencias y modos de organización que comparte con su entorno; y
la sociedad un contingente abierto de posibilidades interactivas en permanente
estado de autoorganización susceptible de hacer emerger, de manera apriorísti-
camente indeterminable, un elenco armonioso de sentidos múltiples en base a
la impredecible interacción de éticas y órdenes de conciencia crecientemente

Los jóvenes en un mundo en transformación


diferenciados7.

III. Un orden moral contingente

La consecuencia ineludible de tan intrincado entramado de interacciones y


racionalidades dispares no puede ser otra que la mutación del hegemónico sen-
tido moral de nuestra sociedad y la emergencia de un orden moral contingente
pleno de valores, creencias y criterios morales diversos y paradójicos igualmen-
te plausibles y legítimos, susceptibles de autoorganizarse en un complejo entra-
mado de sentidos diferenciados.
Atrás quedan los restos de un sólido y absoluto “orden moral” de amplio re-
conocimiento y significatividad sociales, que dotaba de sentido histórico a la
comunidad en pleno, reduciendo la incertidumbre e imprevisibilidad en aras de
un único sistema axiológico de valores y creencias socialmente compartido y le-
gitimado a través de la tradición y el aprendizaje.
Efectivamente, la moral de nuestras sociedades avanzadas ha trascendido la
reflexión cerrada sobre sí misma, al modo kantiano, para tornarse sistémica,
abierta e interdisciplinar, alejándose de estereotipos, modelos y estilos de com-
portamiento predefinidos para acercarse a un terreno fronterizo de sentidos
sostenidos sobre sabidurías locales científicas, filosóficas, metafísicas, teológi-
cas, etc..

(7) El tránsito desde unas sociedades cerradas tradicionales en las que el resultado del orden moral y social —
coincidentes— no era sino la suma de los diferentes órdenes morales individuales, a otras “abiertas” postradicionales,
en las que la sociedad emerge como un modelo sistémico autoorganizado de orden social y moral —incoincidente—
impredecible a partir de la interacción de una diversidad de sub-sistemas éticos regidos por leyes diferentes, ha supuesto
un giro copernicano en la reproducción generacional de las culturas.

145
Ya sea en términos religiosos o laicos, el sentido y la moral tradicional de
nuestra sociedad se ha vuelto relativista y sincrético. Adaptativo a la plurali-
dad de expectativas y situaciones posibles en tiempo y lugar. Pragmático. Los
dogmas ya no existen. Los valores “últimos” se relativizan. Los uniformes uni-
versos simbólicos que sostienen las creencias, pierden sentido en cuanto ide-
ologías. Las identidades culturales se fragmentan. Diríase que, en una socie-
dad compleja y diversificada como la nuestra, dominada por una nueva
racionalidad y un nuevo concepto de naturaleza, la moral se ha vuelto fluida,
autogenerativa y cambiante. En definitiva, un orden moral contingente perma-
nentemente incompleto y sin sentido predefinido que se autogenera desde tal
diversidad de racionalidades y éticas y que, pese a su aparente desorden, es
susceptible de engendrar un nuevo orden social moral construido, eso sí, so-
bre “lo cotidiano” (Malinowski). Su reproducción, por tanto, ya no sigue un
proceso linealmente instituido por la fuerza de la tradición, sino autoprodu-
cido, complejo, impredecible, experiencial, fragmentario, a resultas de la ne-
cesidad de habérselas con tal orden de circunstancias y heterogeneidades8. Por
eso orden moral y orden social no son ya coincidentes. La suma de éticas in-
Los jóvenes en un mundo en transformación

dividuales ya no suma la moral social representativa de ellas, porque ahora la


interacción social es más que la suma de éticas individuales. Diríase que este
nuevo orden moral surge como un sistema de sentidos múltiples impredeci-
ble del que, de modo diferenciado, emergen valores comunes susceptibles de
conformar —como luego veremos— un umbral de sentido mínimo social-
mente compartido, que no aprioriza ya un modelo de orden social a seguir co-
mo antaño, sino que —a la inversa— emerge a posteriori de él. Un sistema
autoproducido, a partir de modos informales y alternativos de pensar, de sen-
tir y de estar en el mundo9, que aboca al individuo a la no poco pesada carga,
de construir por si mismo el sentido de su personal existencia al margen, por
lo general, de las instituciones.
Efectivamente, ya no existen creencias ni valores comunes, ni realidades
culturales comunes a transmitir generacionalmente de manera inefable sino
múltiples valores y creencias que, a través de una diversidad de símbolos y com-
portamientos, ritualizados de modos muy diferentes, generan un sincretismo
cultural difícil de interpretar en los términos ortodoxos del pasado.

(8) Efectivamente, nuestros jóvenes no viven ya en un orden moral históricamente dado y jerárquicamente apren-
dido por la fuerza de la tradición encarnada en las instituciones, sino en un orden moral contingente, autoproducido en
permanente emergencia del relativismo cultural y de la heterogeneidad de universos de significado y de sentidos indivi-
duales y sociales que conviven informalmente en una diversidad de órdenes de conciencia y modos de ver el mundo.
(9) En tal sentido, y a propósito de la actual encrucijada moral de los jóvenes, escribe Margaret Mead: “Nuestros
jóvenes confrontan una serie de grupos diferentes que creen en cosas diferentes y defienden prácticas diferentes, a los que pue-
de pertenecer algún pariente o amigo de confianza. Así el padre de una chica podría ser un presbiteriano, imperialista, ve-
getariano, abstemio, con una fuerte preferencia literaria por Edmund Burke que cree en la libertad de comercio.... Pero el
padre de su madre puede ser un episcopaliano de los Derechos de los Estados y la doctrina Monroe, que lee a Rabelais.... Su
tía es agnóstica, enérgica defensora de los derechos de las mujeres, internacionalista, basa toda su esperanza en el esperanto,
adora a Bernard Shaw... Su hermano mayor... es un anglo-católico entusiasta de todo lo medieval, que escribe poesía místi-
ca... El hermano más joven de su madre es un ingeniero, materialista rígido... desprecia el arte, cree que la ciencia salvará el
mundo... De modo que —concluye Margaret Mead— la lista de entusiasmos posibles y compromisos sugestivos, incompati-
bles unos con otros, es abrumadora”.

146
IV. A la búsqueda de sí mismo: Un nuevo talante genuino y directo

Debido a tal complejidad, el sujeto de nuestras sociedades modernas, atra-


vesado por una enormidad de información y posibilidades, está inexorable-
mente abocado a construir, jerarquizar y seleccionar por si mismo, desde su per-
sonal racionalidad y vivencia, desde su propio modo de sentir, vivir y percibir
el mundo, la arquitectura de su sentido personal y colectivo.
Expresión de la más radical tendencia subjetivizadora que, como dijera
Touraine, recorriera ya nuestro pasado fin de siglo, cada sujeto ha de volverse
hacia sí mismo para conocer, seleccionar y jerarquizar desde su personal auto-
nomía, sin criterios morales preconstituidos ni apoyos de racionalidades exter-
nas, no “la”, sino “su” personal estructura de sentido en un océano de sentidos
posibles, todos ellos igualmente validos, plausibles y legitimantes, al margen de
las instituciones.
Efectivamente, la estricta identificación —siempre asimétrica— entre el yo
social y el yo individual que, en tiempos pasados, sostuvieran de modo tan efi-
caz las instituciones de socialización, como únicas estructuras portadoras de

Los jóvenes en un mundo en transformación


conciencia plausibles, resulta hoy difícil de sostener en un mundo plural y glo-
balizado donde cada individuo, crecientemente emancipado de tal univocidad,
ha de afrontar merced al desarrollo de su conciencia y creatividad personales, la
inexcusable tarea de dotar de sentido su personal existencia 10.
Ha de erigirse así, en constructor de sus propias creencias y valores, desde
un estilo autónomo e individual que bien podría calificarse de personalizado,
relativista, sincrético, pragmático, experiencial y emotivo. Personalizado por-
que, en virtud de su diferente capacidad adaptativa, debe afrontarlo de manera
individual. Relativista porque, a excepción de posiciones netamente conserva-
doras, en virtud de tal socialización multicultural, siente ahora las ideas, creen-
cias y valores sociales como constructos territorializados apegados a racionali-
dades locales diversas, carentes de validez universal, cuyos fundamentos pueden
y deben ser reformulados y contrastados continuamente. Sincrético porque, en
virtud de tal relativismo, puede llevar a cabo mestizos constructos cognitivos,
de validez limitada, a partir de conocimientos procedentes de diferentes cultu-
ras y fuentes científicas, filosóficas o doctrinales susceptibles de nutrir de con-
tenido tales constructos11. Pragmático porque sus inquietudes no están dirigidas
ya a lograr un sentido único transhistórico de validez universal, sino a la racio-
nalización inmediata, presente y directa de lo posible reduciendo la contingen-

(10) Tal ejercicio de creatividad no está exento de dificultades al plantear al joven la necesidad de afrontar dicha
tarea en una situación de competencia sin el respaldo de una tradición subjetivamente creíble a la que recurrir para pa-
liar su desorientación.
(11) G. Durand insiste que uno de los principales rasgos de la religiosidad moderna es la emergencia del para-
digma de Hermes-Thot, como agotamiento del modelo de racionalidad instrumental. En ella conviven desde aspectos
procedentes de la nueva ciencia hasta las más viejas tradiciones herméticas o las ancestrales sabidurías orientales. Un
cúmulo creencial globalizante, una cosmovisión que integra holísticamente lo humano con lo divino, lo sagrado y lo
profano, en una única realidad inmanente unificadora, global y eternopresente, superando con ello barreras culturales,
creenciales, comportamentales o de específicos conocimientos religiosos o científicos.

147
cia y la inseguridad en aras a la mejora de aspectos concretos de su vida perso-
nal y social. Experiencial porque tal constructo se asienta sobre la sabiduría que
arroja la experimentación en el si mismo de lo inmediatamente vivido. La ex-
periencia de sentirse y percibirse en primera persona en el mundo. Emotivo y
vivencial porque, debido al auge de tal experiencialidad, la racionalidad instru-
mental pierde fuerza en aras del sentimiento, de “la lógica del corazón” pues, al
fin y al cabo, como afirmara Rudolf Otto, la emoción es inseparable de la vida
y, por tanto, de la sociabilidad humana12.
El sentido alcanzado por cada sujeto deviene ahora, en gran medida, del
éxito alcanzado en el ejercicio que conjuga toda esta creatividad personal y no
tanto de la educación o del mandato externo (H. Grotio, Descartes). Valores
tales como solidaridad, tolerancia, etc., no son únicamente aprehendidos,
transmitidos, heredados de la tradición; sino en buena parte “espontáneos”,
emergidos de la propia experiencia. De la vivencialidad en primera persona.
Como dijera Aranguren:

“...la moral tradicional en nuestra cultura occidental ha terminado, existen


Los jóvenes en un mundo en transformación

otros modos postmodernos de entender la moral, más bien transformada en impul-


so ético...”

Impulso que ha de interpretarse en el sentido que también Max Scheller de-


nominó “valor moral individual” y que no es otra cosa que la “práctica dife-
renciada para cada circunstancia o situación de una moralidad acorde con un
orden interno de consciencia”. Por eso, no vale todo. Se trata de una heteroge-
neidad no surgida del aprendizaje moral sino del “natural” impulso ético, del
discernimiento individual sobre lo que es justo o injusto a partir de la cons-
ciencia. Ya no hay mandatos. No hay premios ni miedo al castigo, porque pre-
valecen códigos “naturales” que, desde la personal autonomía, repugnan o
aprueban actos, sentimientos o pensamientos paradójicos.
En definitiva, sentido e identidad son metas ahora a lograr personalmente.
El sentido y la identidad del sujeto no tiene ya una dirección social predeter-
minada. Surge como un atractor natural y espontáneo, pragmático y experien-
cial de la relación personal vivenciada y consciente con lo cotidiano. De agudi-
zar la conciencia a partir de la experiencia 13.

(12) Afirma Durkheim también que la emoción es la experiencia fundamental de las religiones y está siempre en
el origen de las representaciones colectivas. A este respecto la emocionalidad como experiencia fundamental de las re-
presentaciones colectivas resulta capaz de generar redes de vinculaciones informales de alta consistencia y cohesión
emocional tanto en grupos creenciales o de sentido formalmente constituidos —como es el caso de las pequeñas fra-
ternidades, movimientos de comunidades, catecumenados, etc.,— como en grupos informales como es el caso de las
sectas en las que la vinculación emocional entre los adeptos y con el líder carismático aparece como una de las princi-
pales fuerzas cohesionantes.
(13) No se trata de una “racionalidad funcional” en términos habermasianos, exclusivamente preocupada por el
logro de intereses concretos, sino del aprendizaje consciente obtenido a través de la experiencia personal con lo coti-
diano. Una especie de autoexploración del yo que fragmenta las identidades y las configura de manera peculiar en re-
lación con las distintas capacidades adaptativas que muestran los sujetos en relación al contexto cultural en el que se
desenvuelven.

148
Efectivamente, el sentido no es sino una forma más compleja y elaborada
de la conciencia y como tal nunca puede ser abstracto sino referido a algo. Se
tiene sentido respecto de algo porque se tiene conciencia de algo y se tiene con-
ciencia de algo porque se ha dirigido la atención —y la intención— hacia ese
algo a través de la percepción, la memoria o la imaginación.
Las vivencias conscientes son, por tanto, el fundamento práctico inmediato
desde el cual puede surgir el sentido y las experiencias núcleos de oportunida-
des susceptibles de generarlo. Es pues la relación consciente y el intercambio de
experiencias con el entorno a través de actos lúcidos lo que permite desarrollar
la conciencia y, en definitiva, generar evolutivamente sentido. Toda acción está
siempre guiada por un propósito hacia un fin preconcebido —esto es sentido—
de manera que acto e intención mantienen una tensa e inseparable relación re-
cíproca. Es así como llega a configurarse un sistema de sentido psíquico sus-
ceptible de engendrar, en su interacción con los demás individuos en un en-
torno cultural concreto, un universo de significados sociales y particulares
permanentemente autoorganizado en virtud de modos diferentes de percepción
y de los distintos propósitos que rigen el intercambio. Se configura así un sis-

Los jóvenes en un mundo en transformación


tema múltiple de sentidos identificable más como una contingencia de sentidos
posibles diferenciados que como un mundo de sentido único globalmente pre-
constituido14.
Aceptado esto, sus consecuencias epistemológicas, a nivel individual o so-
cial, son profundas porque lejos de afirmarse que el sentido esté “ahí fuera” a la
espera de ser capturado, aprehendido o descubierto15 bajo la forma de una fe o
una ideología concreta de turno histórico, ha de asumirse únicamente dentro
del sujeto, inscrito en el “si mismo”, en la propia consciencia que es precisa-
mente la esencia del objeto, del otro, de la vida16.
A partir, pues, de la propia experiencia, el sentido se ‘educe’ reflexivamente
hasta “verse viendo ser visto”, y al hacerlo en este orden de conciencia cada cual
puede ver su propia razón relativizada y en entredicho al ver que no hay un sen-
tido único absoluto y atemporal válido para todo tiempo y lugar, como afir-

(14) Como afirma Luhmann, la función del sentido es mantener el mundo como un ámbito de posibilidades,
orientando la experiencia y la acción y reduciendo la incertidumbre que provoca en el sujeto tal complejidad (Luh-
mann: 1998, 29).
(15) “El conocimiento, en sentido objetivo, es totalmente independiente de las pretensiones del conocimiento
del sujeto, también es independiente de su creencia o disposición a sentir o actuar. El conocimiento, en sentido obje-
tivo, es conocimiento sin sujeto cognoscente” (Popper, Karl,1974. “Epistemología sin sujeto cognoscente”, en Cono-
cimiento objetivo. Ed Tecnos, p. 108). O bien afirma en igual sentido Wittgenstein: “ ...en Lógica nosotros no expre-
samos por medio de los signos lo que queremos, sino que habla la naturaleza de los signos esencialmente necesarios...y
así las proposiciones matemáticas no expresan ningún pensamiento”.
(16) El cúmulo creciente de insospechados conocimientos provenientes de distintos ámbitos disciplinarios apor-
tando una visión holística e integradora de la naturaleza, han conmocionado de tal forma el pensamiento humano que,
hoy puede decirse que la humanidad ha despertado a una nueva racionalidad en cuanto a sentirse manifestación inse-
parable de la realidad que habita. Tal epistemología ha representado esencialmente la emergencia de una conciencia
global que contempla la naturaleza como un todo inseparable del observador que, ahora desde esta nueva racionalidad,
resulta cocreador con todo el Universo en todas sus manifestaciones. Una naturaleza autoconsciente capaz de re-crear-
se indefinidamente bajo una heterogeneidad de formas sorprendentes e impredecibles de las que el hombre resulta in-
separable.

149
mara por ejemplo la Ilustración, sino formas diversas de sentir, de pensar, de
creer, de razonar, de ser y entender la realidad, siempre apegadas a la experien-
cia de las sabidurías locales, siempre territorializadas. Siempre construidas re-
flexivamente17, siempre vinculadas a la naturaleza cognoscente del “otro gene-
ralizado” (G. H. Mead)18.
En definitiva, lejos de que la intensa reconfiguración del sentido social que pre-
sentan nuestras sociedades complejas, parta de cambios estructurales de los siste-
mas políticos o económicos que obliguen a cambios sociales a los que el individuo
deba de adaptarse, se trata muy a la inversa de cambios producidos “de abajo a arri-
ba”. Cambios producidos en la conciencia individual que tienen consecuencias so-
cioestructurales sin precedentes históricos que sirvan de referencia.
Una gran revolución de la conciencia individual de impredecibles repercu-
siones sociales cuyo análisis personalmente denomino “sociología de la con-
ciencia” y que tiene que ver con el modo endogénico con que, a través de aza-
rosos comportamientos individuales y colectivos, vienen operándose drásticos
cambios sociales en virtud de cambios operados en la conciencia individual y
no a al revés.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Ahora bien, si, como decimos, el sentido individual no es sino una forma
más compleja y elaborada de la conciencia y la conciencia, guiada siempre por
un propósito o intencionalidad, ha de estar siempre referida a algo —ya sea a
través de la percepción, la memoria o la imaginación—, parece consecuente
que, de modo general, el sentido de las acciones individuales se configure siem-
pre de manera que:
a) el sujeto cognoscente se posicione diferencialmente respecto de algo o al-
guien (dimensión epistemológica) que conocer.
b) que exista un objeto intencional a modo de “algo” qué conocer (dimen-
sión ontológica) conceptualizado de modos diferentes.
c) que se establezca igualmente de manera diferenciada una relación o acción
cognitiva entre ambos (dimensión relacional o comportamental ) de ma-
nera ortodoxa o más o menos heterodoxa.
Tales dimensiones del sentido individual —epistemológica, ontológica y
metodológica o relacional— podrían muy bien ser conceptualizadas a través de
tres pares de conceptos polares seminales clásicos, a saber: “Creencia o Conoci-
miento?”, “Trascendencia o Inmanencia?” para referirnos a los parámetros episte-
mológico y ontológico que configuran la dimensión mítica individual de sen-
tido y Ortodoxia o Heterodoxia para referirnos a la meramente comportamental
o de representación ritualizada del sentido.

(17) Tal constructivismo reflexivo representa un hito importante en el desarrollo de una nueva racionalidad y de
una nueva conciencia en cuanto modo de ver el mundo —de autoconocimiento— puesto que ahora el hombre —la
humanidad— puede verse a sí mismo viendo el mundo, poniendo en cuestión no solo la naturaleza de aquello que ve
(paradigma clásico) sino su propio modo de relacionarse con lo que ve, de relacionarse con “lo otro” (paradigma com-
plejo), relativizando su propio conocimiento en una inacabable cogeneración recíproca.
(18) Herbert Mead, George (1972) “Mind, self and society” Ed. The University of Chicago Press, Chicago.

150
V. La diferenciación social de sentidos: Desinstitucionalidad
y emergencia de nuevas sensibilidades o estructuras de sentido

Partiendo de los presupuestos citados acerca de la actual multisocialización, de


la autoconciencia y creatividad del sujeto para dotar de sentido su propia existen-
cia y de la propia condición multidimensional del sentido como constructo cog-
nitivo genérico, resulta insoslayable aceptar que en una sociedad crecientemente
diferenciada como la nuestra, el sentido social de predominante tono religioso or-
todoxo católico en nuestro país, haya venido diferenciándose consecuentemente
en una pluralidad de sensibilidades o estructuras de sentido —de naturaleza como ve-
remos no ya únicamente religiosa— de las que, a su vez, resulta verosímil esperar
una jerarquía diferenciada de los valores y creencias adscritos a cada una de ellas19.
Efectivamente, la sociedad moderna ha acabado con la credibilidad en los re-
ferentes institucionales tradicionales y en las ideologías que las sustentan. Con el
antiguo orden de sentido único que, como un “conocimiento dado por supues-
to” se trasmitía a los sujetos a través de las instituciones religiosas, cohesionan-
do, reproduciendo y autolegitimando todo un orden de sentido social bajo pre-

Los jóvenes en un mundo en transformación


supuestos éticos que, como un monismo moral, eran generalizables. Un “vientre
social de sentido” o “depósito de sentido” que trasmitía patrones de actuación
susceptibles de generar creencias, valores y pautas sociales de comportamiento.
Las grandes instituciones religiosas que sostenían el peso moral de la tradición,
no representan ahora la contingencia moral surgida de la interacción de tal plu-
ralidad de éticas manifestada en valores y creencias sumamente diferenciados.
Atrás queda la arcaica función durkheimiana de las religiones y sus institu-
ciones eclesiales encargadas de organizar y mantener el sentido global de la so-
ciedad, reuniendo todas las comunalidades de sentidos compartidos hasta
transformarlos en una visión coherente del mundo y sentar las bases de la mo-
ral social de raíz religiosa como una consciencia colectiva.
Diríase, siguiendo a Arnold Gehlen, que las instituciones han perdido hoy la
legitimidad necesaria para orientar a los individuos en los distintos aspectos de su
proceso vital, desprovisionándoles de modelos sólidos y estables “dados por su-
puesto” a los que recurrir según las diferentes necesidades y roles a desempeñar.
Situación que facilita la búsqueda y emergencia de vías alternativas de senti-
do20, nuevas sensibilidades sociales autónomas e independientes, al margen de
las instituciones generadas diferencialmente en función de la genuina capacidad
individual —y también de la necesidad— que los hombres y las comunidades
sociales poseen de generar por sí mismos, a través de azarosos procedimientos,

(19) No cabe duda de que, tal reconfiguración del sentido único tradicional debe superar aún unas particulares
dificultades antes de emerger en un sistema complejo de sentidos múltiples diferenciados. A este respecto parece más
acertado plantear nuestro particular momento histórico como un momento de tránsito o metamorfosis cultural den-
tro de un proceso más profundo de cambio de la conciencia humana.
(20) Surgen así nuevos espacios de sentido que “destradicionalizan” (Giddens) y “transgreden” el orden social evi-
tando la reproducción ad infinitum del orden moral. Al fin y al cabo, como afirmara Stuart Mill, “la inmoralidad éti-
ca de hoy puede transformarse en la ética dominante del mañana”.

151
su propia organización de sentido ante la imposibilidad de restaurar esquemas
interpretativos del pasado como la historia ha demostrado reiteradamente.
Así, por ejemplo, las instituciones democráticas representadas en los parti-
dos políticos o los sindicatos no aciertan ya, como antes, a encender la ilusión
de sus potenciales afiliados o votantes que escasamente se sienten animados a
participar electoralmente y, menos aún representados por sus ideologías; las
iglesias tampoco consiguen asentar sus credos en la cada vez más exigua feli-
gresía; los modelos educativos se acomodan torpemente a la acelerada dinámi-
ca de conocimientos que requiere la vida moderna; incluso el progresivo debi-
litamiento o casi desaparición en nuestras sociedades modernas de un gran
número de ritos de paso apuntan a la profunda crisis estructural de sentido que
se agrava en nuestras sociedades modernas avanzadas21. Paradójicamente nue-
vas sensibilidades sociales y humanas parecen ir emergiendo paulatinamente a
través de inarticulados comportamientos colectivos que, por lo general, flore-
cen a la sombra de ninguna ideología concreta. Fuertes inquietudes por la po-
breza y la paz social en el mundo, por la preservación ecológica y medio-am-
biental del planeta, por la protección de los animales, por los derechos
Los jóvenes en un mundo en transformación

humanos o por una gran diversidad de temas, muestran, a través de múltiples


modos de agrupamiento informal espontáneo y, sobre todo, extrainstitucional,
una paradójica receptividad al compromiso y solidaridad sociales que implica in-
dividualizadamente a buena parte de nuestra población juvenil.
Ahora bien, siendo cierto que la modernización ha racionalizado la mayor
parte de las pautas mentales de los individuos, también puede afirmarse que un
núcleo muy pequeño de certezas históricamente compartidas pertenecientes al
ámbito de lo inefable, indecible o inexplicable, inseparable de lo religioso, no
han podido ser racionalizadas, resueltas o modificadas por el libre albedrío y el
entendimiento humano: el fascinante origen de la vida y la angustiosa certeza de
la muerte. Por esta razón, el sentido meramente “funcional” de las rutinas coti-
dianas ha quedado desde siempre subordinado a este sentido “arquetipal” 22 de
lo primero y último que, por lo general, para la inmensa mayoría de la pobla-
ción, adquiere una significación trascendente23.
Sin embargo, aceptando que las religiones han sido históricamente —y son en
buena medida aún de forma no ortodoxa— el patrón cognitivo por excelencia pa-

(21) El elevado incremento de la tasa de suicidios juveniles registrada en la última década (véase el informe rea-
lizado por F. Alvira y A. Canteras para el INJUVE en 1996) junto al aparentemente inerradicable consumo de alcohol
y de drogas, la adepción a sectas destructivas y tribus urbanas o el drástico incremento de las patologías psiquiátricas y
psicológicas, también registrado en los países desarrollados, son algunos indicadores válidos de la fuerte crisis de senti-
do personal que viven los individuos de nuestras sociedades y que desde hace algún tiempo viene preocupando a psi-
cólogos, educadores, médicos y familias.
(22) Utilizamos aquí los términos ‘sentido funcional’ y ‘arquetipal’ en la misma dirección que J. Beriain para di-
ferenciar politeísmo funcional y politeísmo arquetipal.
(23) Aunque el pluralismo moderno ha socavado el monopolio del que disfrutaban las instituciones religiosas, la
asistencia a las iglesias ha disminuido y la pertenencia a una determinada iglesia ya no se da por supuesto, dando a la
fe la condición de elección, de posibilidad o de preferencia en vez de confesionalidad, no significa que la religiosidad
moderna haya perdido su condición de necesidad de religación con el sentido de la existencia sino tan solo que las perso-
nas con opiniones religiosas cambien de preferencia apuntando a una falta de compromiso confesional y a la posibili-
dad de adoptar otras opciones creenciales.

152
ra la construcción supraordinal de sentido de la mayor parte de los individuos y
para la integración moral de las sociedades, resulta evidente también que, debido
al proceso de secularización seguido y la complejización social, la eficacia social de
su tradicional función integradora ha menguado ostensiblemente en lo que a su
exclusivo dominio de constituir una cosmovisión de sentido único y totalizante
para la sociedad se refiere. Lo que, de modo más concreto, supone la pérdida de
influencia de este importante referente que armonizaba la convivencia social y do-
taba de integración y sentido a la comunidad en pleno. Es más, la gran mayoría
de los expertos coinciden en afirmar que la causa primordial del actual resquebra-
jamiento del tradicional orden de sentido moral religioso se debe fundamental-
mente al progresivo repliegue de las religiones a la esfera privada, a la consiguien-
te desmonopolización de las instituciones eclesiales24 y a su pérdida de influencia
en la constitución del mundo de sentido de las sociedades y de los sujetos.
A este respecto, lo inquietante de nuestro momento histórico es que la acción
integradora que, como reservas sociales de sentido, ponían en marcha tan solo
hace unos años las viejas normas morales de naturaleza esencialmente religiosa pa-
ra el mantenimiento del sentido ético general de la sociedad, han dejado de ser efica-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ces y operativas ante la masiva emergencia de los múltiples y paradójicos sentidos in-
dividuales que coexisten en nuestra sociedad. Tales normas morales, han dejado de
ser patrimonio común de todos los miembros de la sociedad, pues ya no existen
creencias ni valores comunes permanentes25 y, por tanto, las instituciones que en
otra época los mantenían bajo patrones morales únicos y absolutos no tienen ya
legitimidad suficiente para reestructurar tal diversidad de sentidos. A lo más,
orientan al individuo en términos de tolerancia y convivencia pero no le indican
como ha de producir su vida, particularmente cuando comienza a tambalearse el
orden institucional que hasta ahora servía de referencia a la comunidad.
Con este propósito de contribuir a la necesaria integración armoniosa del
sentido plural de nuestras sociedades modernas, hemos tratado de conocer em-
píricamente cuales son las particulares estructuras de sentido o sensibilidades
latentes que coexisten actualmente entre nuestros jóvenes a través de los datos
obtenidos de una reciente encuesta realizada a una muestra de ámbito na-
cional representativa de jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y 29

(24) Más específicamente nos referimos aquí a la teoría de la secularización entendida en su doble vertiente de
desinstitucionalización o pérdida de influencia de las instituciones religiosas en el mundo occidental y de credibilidad
de sus interpretaciones religiosas en la conciencia de la gente, de la persona moderna que cree poder manejarse en la
vida de manera autónoma prescindiendo de la religión en cuanto a su influencia institucional, pero no tanto de las cre-
encias, pues no debe confundirse la pérdida de credibilidad en las instituciones religiosas (desclericalización) con la per-
dida de religiosidad. Así lo pone de manifiesto el mantenimiento de una elevada tasa de religiosidad en los Estados
Unidos en donde la religión goza de una extraordinaria vitalidad e influencia en la conducta de la gente y lo mismo
pasa en buena parte de la Europa occidental. La actual situación de desinstitucionalización religiosa del mundo mo-
derno occidental, anima a pensar que tal secularización se debe más a la ruptura de los cánones religiosos y a la eman-
cipación del monismo religioso, en cuanto interpretación moral única del mundo, que a la pérdida de creencialidad
religiosa, y a la emergencia de una notable pluralización de sentidos existenciales, consecuencia de la interacción cuan-
titativa y cualitativa de civilizaciones y modos de vida.
(25) Debido a la extensa interacción comunicacional de nuestras sociedades globales, resulta cada vez menos plau-
sible mantener de manera homogénea una determinada comunidad de sentido, pues, como la historia ha demostrado
reiteradamente, todos los intentos de sostener esquemas creenciales o ideológicos del pasado están abocados al fracaso.

153
años26. Pues bien, la solución finalmente obtenida mediante un análisis facto-
rial de componentes principales ha revelado la existencia de cinco estructuras
de sentido o sensibilidades que hemos denominado: “religiosa”, socio-huma-
nística”, “esotérica”, “agnóstica” y “procientista” respectivamente.
La matriz de correlaciones así como los coeficientes de saturación que indi-
can la correlación de las variables utilizadas con cada una de las cinco estructu-
ras de sentido obtenidas ha sido la siguiente:

Matriz de componentes rotados*


FACTORES
1 2 3 4 5
Grado de importancia dada a la religión en su vida 0,77 -0,15
Grado de importancia dado a tener Fe religiosa 0,77 -0,17
Nivel de religiosidad 0,75 0,15 -0,19
Indice de creencialidad católica 0,73 0,30 -0,11
Los jóvenes en un mundo en transformación

Grado de simpatía por las organizaciones religiosas 0,70 0,21 -0,17


Grado de acuerdo con: “Creo más en las explicaciones científicas
acerca del origen del mundo que en los dogmas religiosos” -0,65
Grado de acuerdo con: “De todas las religiones que hay en el
mundo, una sola es la verdadera” 0,59 -0,12 0,27 0,20
Grado de acuerdo con: “Lo más importante no es tener éxito en
este mundo, sino lo que ocurra en el más allá” 0,55 0,16 0,23
Grado de simpatía por los movimientos ecologistas 0,76 -0,12
Grado de simpatía por los movimientos de protección de los animales 0,73 0,13
Grado de simpatía por los movimientos antiglobalización 0,69
Grado de simpatía por las organizaciones de gays y lesbianas -0,19 0,64 0,23 -0,11
Índice de movilización social 0,59 -0,10
Indice de creencialidad esotérica 0,11 0,81
Indice de interés por filosofías esotéricas 0,73
Grado de acuerdo con: “De nada sirve creer en cosas que no te
resuelven problemas concretos” 0,11 0,72
Grado de acuerdo con: “Creer en lo que no podemos ver ni
comprobar es irracional” -0,17 -0,12 0,69 -0,13
Grado de acuerdo con: “Deberíamos guiarnos más por nuestra
intuición y menos por nuestro racionalismo” 0,12 0,85
Grado de acuerdo con: “Ciencia y religión no tienen por qué
ser incompatibles” 0,30 -0,31 0,60
Método de extracción: Análisis de componentes principales. Método de rotación: Normalización Varimax con Kaiser.
* La rotación ha convergido en 6 iteraciones.

(26) CANTERAS MURLLO, Andrés, (2003): “Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”. Ed. INJUVE. Mi-
nisterio de asuntos Sociales

154
Ahora bien, debido a que tales factores no son en sí mismos cuantificables
—puesto que no ‘excluyen’ entre sí a los sujetos que pueden participar al mismo
tiempo de varias características comunes— y de cara a ‘diferenciar’ cuantitativa-
mente el número de jóvenes que podrían estar participando de tales sensibilida-
des o estructuras de sentido, hemos optado por realizar un análisis clasificatorio
de conglomerados o ‘clusters’ que tiene como objetivo principal la obtención de
tales grupos excluyentes mediante la asignación de casos a cada uno de los gru-
pos constituidos, de tal modo que los sujetos asignados a cada uno de los gru-
pos o clusters sean lo más homogéneos en sí y, a la vez, lo más heterogéneos en-
tre sí respecto de los demás grupos. En este caso, hemos optado por un análisis
de conglomerados no jerárquico ‘semillado’, a partir de las sensibilidades ante-
riormente obtenidas en nuestro análisis factorial de correspondencias, a las que
hemos ceñido el número de clusters finalmente obtenido.
Pues bien, realizados los análisis, hemos obtenido a partir del número total
de jóvenes de nuestra muestra y en función de las cinco mencionadas estructu-
ras o sensibilidades de sentido anteriormente elaboradas, seis conglomerados o
grupos de personas internamente homogéneos respecto de cada grupo en cuan-

Los jóvenes en un mundo en transformación


to a su relación con tales sensibilidades o estructuras de sentido latentes. La ta-
bla de correspondencias respecto a los factores obtenidos es la siguiente:

Centros de los conglomerados finales


CONGLOMERADO
1 2 3 4 5 6
Estructura de sentido de
sensibilidad Religiosa -,83679 ,08616 -,52997 -,38607 1,24793 ,13345
Estructura de sentido de
sensibilidad Social ,23742 ,11957 -1,29955 ,48596 -,20797 ,53442
Estructura de sentido de
sensibilidad Esotérica -,16208 1,71061 -,34586 -,46388 -,12907 -,46254
Estructura de sentido de
sensibilidad Agnóstica ,54360 ,00573 ,06278 -,91878 -,37846 ,87214
Estructura de sentido de
sensibilidad Cientista -1,46263 ,21204 ,37756 ,22524 -,49961 ,67215

Veamos a continuación, siquiera de manera esquemática, cuales son las ca-


racterísticas que definen a cada una de tales sensibilidades o estructuras de sen-
tido y qué cuantía de jóvenes lo integran actualmente:

a) Estructura de sentido de sensibilidad “religiosa”


— Alcanza a un 18% de los jóvenes;
— Se destacan por ser jóvenes con un perfil más feminizado que el res-
to y con edades por encima de la media;
— Son los que se sitúan más a la derecha en la escala de ideología política;

155
— Se definen muy principalmente por su convicción religiosa, pues su
creencialidad es, con diferencia, las más alta de las observadas en los
seis grupos;
— Por el contrario, participan de un índice de creencialidad científica
más bajo de la media;
— Participan de actitudes materialistas más que los de ningún otro grupo;
— Su índice de preocupación por los problemas sociales y su tendencia
al voluntariado son bastante elevados;
— Presentan tendencia a la institucionalidad;
— Participan de niveles de oración o meditación por encima del resto;
— Cuentan con el índice global de sectarismo más elevado;
— Son los jóvenes que más confianza depositan en las instituciones so-
ciales, políticas y religiosas.

b) Estructura de sentido de sensibilidad “social”


— Es el grupo más numeroso de los seis, pues cuenta entre sus filas
con el 19% de los jóvenes;
Los jóvenes en un mundo en transformación

— Principalmente aparecen definidos por su proximidad a la estruc-


tura de sentido de sensibilidad social, y por su distanciamiento de
la estructura de sentido de sensibilidad agnóstica;
— Se destacan por ser jóvenes con una edad y un nivel educativo por
encima de la media;
— Son los que se muestran como más ‘indiferentes’ ante la creenciali-
dad religiosa;
— Su índice de confianza en las instituciones sociales es de los más ele-
vados.

c) Estructura de sentido de sensibilidad “esotérica”


— Alcanza a un 16% de los jóvenes que participan de tal sensibilidad
esotérica;
— Principalmente aparecen definidos por su proximidad a la estruc-
tura de sentido de sensibilidad religiosa;
— Se destacan por ser personas más jóvenes que las que aparecen en el
resto de grupos;
— Viven en zonas metropolitanas en mayor medida que jóvenes del
resto de grupos;
— Poseen el índice de autosatisfacción vital más elevado;
— Participan de índices de creencialidad esotérica bastante altos;
— Su tendencia al voluntariado está en niveles nada despreciables;
— El índice global de esoterismo y el índice de interés por filosofías
esotéricas están, obviamente, muy por encima de la media;
— Conforme aumenta al tamaño del municipio de residencia se ob-
serva una mayor tendencia hacia una sensibilidad esotérica;
— Viene asociada a índices de oración o meditación medios o altos;

156
d) Estructura de sentido de sensibilidad “agnóstica”
— Es el grupo menos numeroso de los seis, pues acoge sólo al 12% de
los jóvenes;
— Se trata de jóvenes que principalmente aparecen definidos por su
proximidad a la estructura de sentido de sensibilidad agnóstica, y
por su distanciamiento de la estructura de sentido de sensibilidad
religiosa y la estructura de sentido de sensibilidad cientista;
— Se destacan por ser personas más proclives que el resto a una ideo-
logía política de izquierda;
— Son no creyentes o agnósticos por lo que participan de niveles de
religiosidad muy bajos;
— Se sitúan entre los más proclives el voluntariado;
— Su tendencia a la institucionalidad es básicamente baja o nula;
— Participan de índices de oración o meditación bastante bajos;
— Han recibido en mayor medida que el resto una educación laica;
— Finalmente se caracterizan porque su índice de confianza en las ins-
tituciones políticas y religiosas es de los más bajos.

Los jóvenes en un mundo en transformación


e) Estructura de sentido de sensibilidad “pro - cientista”
— Cuenta con un 16% de los jóvenes que participan de sensibilidad
cientista;
— Principalmente aparecen definidos, aunque de un modo muy leve,
por su proximidad a la estructura de sentido de sensibilidad cien-
tista, y por su distanciamiento de la estructura de sentido de sensi-
bilidad social;
— Se destacan por ser personas con índices de creencialidad científica
especialmente elevados;
— Su preocupación por los problemas sociales está por debajo de la del
resto de grupos;
— Destacan sobremanera por sus bajos niveles de movilización social
y de tendencia al voluntariado (el cual prefieren desempeñar de ma-
nera autónoma);
— Su tendencia a la institucionalidad es baja o nula, al igual que su
confianza en las instituciones políticas y religiosas;
— Finalmente apuntar que su interés por la educación en valores es el
más bajo de entre todos los grupos presentados.

VI. Valores latentes en la juventud actual

Aceptándose que el sentido existencial venga tutelado por criterios morales


abstractos que, asentados sobre un cúmulo de creencias ideales, constituyen un
sistema axiológico de valores que legitiman, desde lo más concreto a lo más abs-
tracto, las actitudes y comportamientos de los sujetos y de las sociedades que

157
habitan dotando de sentido su biografía personal y cultural al relacionar sus ac-
tos y acciones con tales metas supraordinales valorativas; pudiera pensarse, en
este contexto de permanente inestabilidad y contingencia moral, que los valo-
res “auténticos” y genuinos se hubieran perdido, que nuestra sociedad carezca
de valores “sólidos” a los que referirse, que no existan ya valores estables sino
tan solo creencias procedentes de diferentes culturas y maneras de socialización
en permanente mutación incapaces de constituir en su conjunto una “ética mí-
nima” sobre la que articular tal diversidad de sensibilidades sociales o estructu-
ras de sentidos.27
Pues bien, partiendo del mayoritario interés que los jóvenes muestran por
su educación en valores 28, hemos podido constatar en nuestro estudio que, de
manera general para toda la muestra son precisamente la tolerancia y el respeto
hacia los demás, la honradez y la responsabilidad, los valores que ocupan el pri-
mer lugar en la jerarquía de cualidades manifestadas por los jóvenes, quedando
relegadas a último término la obediencia y la fe religiosa, aspectos, entre otras
cosas, íntimamente relacionados con el modelo de orden moral tradicional de
tono religioso ortodoxo.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Por otro lado, valores tales como la honradez, la responsabilidad y la leal-


tad, la sencillez, el dominio de sí mismo y la sensibilidad, revelan cierta pri-
macía de valores subjetivamente ‘blandos’ frente a otros más netamente ‘duros y
competitivos’ como son la disposición a trabajar duro, la perseverancia, la com-
petitividad personal, tener sentido del ahorro o practicar la obediencia y la fe
religiosa.

(27) Expresiones tales como las de ‘crisis de sentido’ o ‘crisis de valores’, de uso común, no hacen sino evidenciar
esta situación de descrédito moral y valorativo en el que nuestras sociedades se hayan inmersas.
(28) En nuestro estudio (CANTERAS MURLLO, Andrés, (2003): “Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”.
Ed. INJUVE. Ministerio de asuntos Sociales) 7 de cada 10 jóvenes consideraron de alto interés recibir educación en
valores aumentando el citado interés entre jóvenes de ideología de centro derecha y religiosos a medida que asciende
su edad.

158
Importancia otorgada a diversas cualidades personales por orden
de importancia para los jóvenes
Media D. típica (N)
Tolerancia y respeto hacia los demás 9,1 1,3 2450
Honradez 9,0 1,3 2446
Responsabilidad 9,0 1,3 2453
Lealtad 8,6 1,6 2428
Sencillez y humildad 8,5 1,7 2439
Dominio de sí mismo 8,3 1,6 2421
Sensibilidad 8,3 1,6 2430
Sentido de la justicia 8,2 1,8 2424
Generosidad 8,1 1,7 2443
Independencia 8,1 1,8 2430
Imaginación 7,9 1,9 2434

Los jóvenes en un mundo en transformación


Disposición a trabajar duro 7,9 2,0 2439
Perseverancia, tesón 7,9 1,7 2398
Competitividad personal, espíritu de superación 7,8 1,9 2418
Sentido del ahorro 7,4 1,9 2436
Obediencia 7,3 2,3 2426
Fe religiosa 4,9 3,0 2369

Todo ello apunta a la idea de que nuestros jóvenes, parecen no tener otro re-
medio que vivir en un mundo competitivo, pero que no participan de tales va-
lores inclinándose preferentemente más por aquellos otros relacionados con la
sencillez, la sensibilidad, la generosidad, la independencia o la autonomía e ima-
ginación creativa. Por el contrario, la competitividad personal, la obediencia y la
fe religiosa quedan como se ve al final de sus preferencias valorativas.

Valores y religiosidad

Ahora bien, debido a la importancia que tienen en el sustento de la moral


tradicional, hemos querido indagar algo más profundamente acerca de la con-
sistencia de tales respuestas que tan drásticamente separan la fe y la obediencia
religiosa del resto de valores y que apuntan a una radical reconversión del or-
den moral tradicional religioso que ha primado tradicionalmente en nuestra so-
ciedad. En definitiva, hemos querido saber si efectivamente la ‘obediencia’ y ‘fe
religiosa’ se encaminan en una misma dirección formando un factor común se-
parado de aquellos otros que puedan estar implícitos en el resto de cualidades
consultadas.

159
Para ello, hemos realizado un análisis factorial de componentes principales
que ha revelado la existencia de cuatro factores latentes o dimensiones valorati-
vas básicas 29.
Pues bien, atendiendo a los resultados obtenidos para los cuatro factores ba-
rajados hemos podido constatar en la línea anteriormente argüida que, pese al
mayoritario interés en la educación en valores que los jóvenes muestran existe un
claro desencuentro con todos aquellos que tienen que ver con la fe religiosa o la obe-
diencia, lo que indica una clara pérdida de posiciones, no ya de los valores mismos
—los jóvenes son mayoritariamente creyentes— sino respecto al modo jerárquico de
trasmitirlos.

Comparación de las dimensiones valorativas en función de nivel


de religiosidad
Nivel de religiosidad Eta
Sig.
Total Muy religiosa Poco religiosa No religiosa cuadrado
Los jóvenes en un mundo en transformación

Media 0,0 0,3 0,0 0,1


Factor 1 Desv. típ. 1,0 0,9 1,0 1,1 0,000 0,008
(N) (2130) (114) (1379) (637)
Media 0,0 -0,2 0,0 0,0
Factor 2 Desv. típ. 1,0 1,0 1,0 1,1 0,136 0,002
(N) (2130) (114) (1379) (637)
Media 0,0 0,1 0,0 0,0
Factor 3 Desv. típ. 1,0 1,0 1,0 1,0 0,611 0,000
(N) (2130) (114) (1379) (637)
Media 0,0 1,0 0,2 -0,7
Factor 4 Desv. típ. 1,0 0,8 0,9 0,9 0,000 0,235
(N) (2130) (114) (1379) (637)

Así pues, no podemos hablar de una crisis generalizada de valores entre los jó-
venes, sino únicamente en su modo de producirse socialmente que atañe a ciertos as-
pectos particularmente relacionados con la fe religiosa y la obediencia afines a la or-
todoxia religiosa, lo que indica una clara quiebra del modelo de trasmisión
jerárquico de valores que afecta de lleno a la moral religiosa, a favor de una
orientación moral laica en red como veníamos comentando.

(29) El conjunto de los cuatro factores obtenidos con un autovalor superior a 1, explica un porcentaje muy acep-
table de la varianza total, lo que significa una reducción muy sustancial del número de variables a favor del poder ex-
plicativo de este procedimiento. Estos cuatro factores consiguen explicar un 59% de la varianza contenida en los com-
ponentes introducidos en el modelo. Y, por otro lado, tanto la Medida de adecuación muestral de Kaiser-Meyer-Olkin
(0,927) como la Prueba de esfericidad de Bartlett (Sig. = 0,000) dan a nuestro modelo factorial una consistencia esta-
dística suficiente.

160
Efectivamente, el tránsito desde una sociedad basada en la reproducción cul-
tural a otra basada en la espontaneidad creativa del sujeto, ha producido la im-
plosión de un universo de valores extraordinariamente dinámico y autogenera-
tivo, para los que las denominaciones clásicas de solidaridad, tolerancia,
igualdad, libertad, etc., ya no son representativas. Hay que reformularlos en tér-
minos conceptualmente libres del pasado, porque no se cuestiona ahora la li-
bertad, la tolerancia, el ser o no ser creyente, agnóstico o demócrata, sino el mo-
do de ser creyente, tolerante, agnóstico o demócrata. Por ejemplo, el lenguaje
tradicional religioso no representa ya muchos de los valores y creencias actuales,
ha quedado obsoleto ante una diversidad de conceptualizaciones, difícilmente
extrapolables, para las que denominaciones clásicas como “sagrado”, “religioso”,
”oración”, e incluso “creyente” no resultan ya adecuadas. ¿Cómo puede haber
tantos jóvenes creyentes que, sin embargo, no se consideran religiosos? ¿Cómo
puede haber agnósticos o, incluso, ateos que rezan frecuentemente?, ¿Como
puede haber sacralizaciones tan “irreverentes”?, ¿Cómo tanto voluntariado que
no desea pertenecer a ONG’s religiosas?, ¿Cómo tanto demócrata que no cree
en las democracias parlamentarias?

Los jóvenes en un mundo en transformación


En definitiva, nunca nuestra sociedad ha sido más libre para expresar su ver-
dadero estatus moral, ahora que los individuos, para bien o para mal, son libres
de abrazar sus propios “dioses o demonios”. Valores emanados de creencias sin-
créticas y actitudes relativistas, pero sinceras y directas, emotivas y auténticas
han abonado la emergencia, no ya de valores nuevos —que no se descartan—
sino, paradójicamente, de “viejos valores” fuertemente asentados en la tradición
pero expresados ahora bajo nuevos sentidos y conceptualizaciones.
Un nuevo sentido individual, una nueva ética, se ha impreso hoy también
en el terreno valorativo que hace extremadamente difícil analizar los valores
desde denominaciones clásicas estructuradas bajo un orden de significativida-
des tan anticuado. Ya no se trata de “medir” el cambio en función de patrones
preestablecidos, de comportamientos esperados o de actitudes, valores y creen-
cias predefinidos, sino de reinterpretar los comportamientos, actitudes, valores y
creencias actuales a la luz de sus diferentes manifestaciones de sentido y de sus
sensibilidades cognitivas buscando el orden implicado en tal heterogeneidad
como un conjunto de atractores que “explican” —si así puede decirse ya— cua-
les son las actuales pautas de cambio de las sociedades.

VII. Convivencia de sentidos: Hacia una “ética mínima”

Si como hemos dicho, tras tan intenso proceso de diferenciación y contin-


gencia moral, los jóvenes no cuentan ya con un sistema ortodoxo de valores co-
munes eficazmente reproducidos a través de las instituciones. si ya no existen va-
lores claramente establecidos a los que recurrir en búsqueda cierta de sentido,
sino tan solo creencias y valores dispersos, en permanente mutación, individual-
mente autoproducidos en situaciones y circunstancias culturalmente distintas y

161
las más de las veces paradójicas, la pregunta es obligada: ¿existen unos valores uni-
versalmente implícitos y compartidos por tales estructuras de sentido, susceptibles de
constituir el sustrato común de una ‘ética mínima’?. ¿Un umbral de consenso moral,
sobre el que articular la diversidad de sentidos particulares o sensibilidades que pre-
senta nuestras sociedades avanzadas en un clima de respeto y tolerancia hacia lo di-
ferente al margen ya del magisterio moral de la iglesia?. Ciertos valores que, si bien
expresados de modos diversos —y desde luego lejos del tan denostado relativis-
mo ético con que algunos la califican— permitan el desarrollo, en un clima de
tolerancia, del notable pluralismo ético que presenta nuestra sociedad y sirva de
base al tránsito histórico y cultural que viene produciéndose.
No cabe duda de que tal diferenciación de sentidos, ha abierto las puertas,
a su vez, a una profunda diferenciación de las jerarquías de valores asociados a
cada una de ellas, susceptibles en conjunto de orientar de modo muy diferente
la conducta moral de los individuos.
Pues bien, en relación con tales planteamientos hemos querido conocer, a par-
tir de una jerarquía dada de valores socialmente consolidados, si existen diferencias
en cuanto al orden jerárquico de valores adscritos a cada una de tales estructuras y
Los jóvenes en un mundo en transformación

si, a la luz de tales diferencias, es posible, hablar de valores comunes o comparti-


dos susceptibles de componer la que podría denominarse una ‘ética mínima’.
Para ello, hemos obtenido mediante el coeficiente de correlación de Pear-
son, las distintas puntuaciones correspondientes a cada asociación y las hemos
ordenado jerárquicamente de mayor a menor grado y de positivo a negativo
hasta completar la jerarquía de cada una de las cinco estructuras de sentido con-
sideradas al objeto de observar sus comunalidades.
Pues bien, independientemente de la estructura de sentido considerada, lo
primero que salta a la vista es el absoluto consenso en la primacía de tres valores
fundamentales:

— La tolerancia y respecto hacia los demás


— La honradez
— La importancia dada a la responsabilidad

Tal trilogía, representa sin duda una muy esperanzadora garantía para el ar-
monioso y pacífico tránsito hacia un pluralismo moral y valorativo de carácter
laico, educido ahora —y no inducido— de la propia sociedad, como venimos
diciendo.
Tras este sólido grupo de valores ampliamente compartidos, un segundo
grupo de valores aparece igualmente bien considerado en las seis estructuras de
sentido obtenidas:

— La lealtad
— La sencillez y humildad
— La sensibilidad
— El dominio de sí mismo

162
Valores que en conjunto hablan de un joven autónomo y sensible, sencillo
y humilde leal con los demás acordes con los valores axiológicos de tolerancia,
honradez y responsabilidad antes apuntados.
Confirmando, pues, lo anteriormente dicho para el conjunto de la mues-
tra, los jóvenes no comparten, en ninguna de las estructuras de sentido obte-
nidas, valores relacionados con la obediencia o la fe religiosa que, en todo ca-
so, quedan siempre al final de la escala en todas ellas, lo que no hace sino
evidenciar una vez más la importante pérdida de credibilidad de la institución
religiosa en la configuración moral de nuestra sociedad en base a la escasa em-
patía que los jóvenes muestran a una pedagogía relacionada con la estricta obe-
diencia.
Lejos, pues, de homogeneizaciones funcionales vendría, así, a estar gene-
rándose un universo valorativo de sentido social altamente diferenciado, pro-
ducido ahora desde “abajo”, como resultado de un cúmulo creciente de inter-
acciones personales. Una metamorfosis del sentido social tradicional que ya no
se genera bajo el peso de ideologías de turno histórico y de la tradición sino de
la interacción de una heterogeneidad dinámica de éticas y sentidos individua-

Los jóvenes en un mundo en transformación


les socialmente construidos. Un sentido autogenerado socialmente opuesto a la
reproducción y al mero aprendizaje lineal de la socialización tradicional, que
genera ahora identidades privadas “flexibles” —en el sentido de dinámicas y
complejas— susceptibles de convivir plenamente con la diferenciación cada vez
más acelerada de nuestras sociedades. Adaptativas. Disponibles y, por eso mis-
mo, tolerantes con la diferencia. Pero, también, altamente diferenciadas entre
sí, pudiendo abarcar desde identidades netamente autónomas a aquellas otras
menos adaptativas susceptibles de invocar el retorno de las tradiciones, políti-
cas o religiosas 30, pues tal diversificación de respuestas depende, en última ins-
tancia, de las distintas necesidades y dificultades que los sujetos plantean para
ejecutar desde su autonomía su capacidad adaptativa y de integración, de ma-
nera que resulta plausible pensar que previsiblemente tales respuestas vayan,
desde un marco de integración general a uno más particular o cultural inter-
medio hasta otro de configuración más autónoma y personal. Esta diversifica-
ción de respuestas adaptativas 31 produce, en fin, un universo moral altamente
diferenciado, susceptible de reducir muy ostensiblemente la eficacia socializa-

(30) Ante tanta diversidad y relativismo, ante tal fragmentación de nuestro tradicional universo único de senti-
do no es de extrañar que surjan movimientos de retorno a la pureza de las tradiciones, que —a modo de “refugio”—
rechazan todo cuestionamiento crítico reafirmando la fuerza y vigencia de la tradición. Sectas, tribus urbanas, funda-
mentalismos, neointegrismos, movimientos de renovación interna de las instituciones y “pensadores autónomos” se
dan cita en esta constelación de posibilidades adaptativas. Incluso podría pensarse que buena parte de las actuaciones
de voluntariado que se practican podrían estar impulsadas por esta necesidad de sentido.
(31) Hemos podido demostrar que diferentes valores aparecen asociados con diferentes formas adaptativas. Acti-
tudes como las de obediencia, respeto, sumisión a la autoridad y jerarquía son propios de tendencias tradicionalistas y
se corresponden con valores relativos a ser adoctrinado, enseñado o inculcado desde un referente de sentido externo.
Por el contrario otras, como criticismo, eclecticismo, flexibilidad dogmática, etc., pertenecen al campo de la autorrea-
lización y del conocimiento experienciado e inmanente surgido de la vivencia personal como fuente de sentido inter-
na. Por otra parte, se considera patente la diferenciación entre un espacio significacional de creencias sagradas y otro
de creencias profanas que dan lugar a manifestaciones religantes simbólicamente diferenciadas.

163
dora de las instituciones tradicionales32 y de constituir un universo moral con-
tingente.
En resumen: En consonancia con nuestro marco teórico y derivado de él,
hemos podido constatar a través de nuestro estudio que la emergencia de tal plu-
ralismo de estructuras particulares o polaridades de sentido no está suponiendo un
cambio drástico del sistema de valores axiológicos esenciales para la convivencia co-
munitaria respecto del sistema de valores tradicionales adscritos a la moral religio-
sa, sino tan sólo:
— en cuanto a su reformulación, al “autogenerarse” ahora “endogénica-
mente “de abajo arriba”
— en cuanto a su orden jerárquico – al ofrecer un orden distinto de priori-
dades para cada estructura de sentido , y
— en cuanto a su interpretación – al quedar ahora más relacionados con
una expresión más genuina, funcional y pragmática.

Parece que lo que se ha venido y viene produciéndose, no es sólo la emer-


Los jóvenes en un mundo en transformación

gencia de nuevos valores —que no se descartan— sino un cambio en el modo


de generarse los mismos, en su alcance interpretativo y en consecuencia en el
modo en que éstos son producidos, sentidos y socialmente manifestados. En
definitiva, parece que los viejos valores hayan de ser conceptualizados, redefi-
nidos, reformulados, en términos más libres del sentido ortodoxo del pasado.

Epílogo

Como decíamos en nuestra introducción, la integración de las sociedades


modernas constituye, hoy por hoy, uno de los más grandes desafíos que tiene
planteado nuestro tiempo. Porque no se trata ya de un problema de reajustes
estructurales más o menos drásticos y acertados, sino de conocimiento, acepta-
ción e integración institucional de estas nuevas sensibilidades, de este nuevo
pensamiento, de este nuevo modo de ser y de estar en el mundo que viene
emergiendo y que, sin duda, dará lugar a un nuevo modo de sociabilidad hu-
mana asentada sobre nuevas inquietudes y planteamientos hasta ahora no con-
templados.
Es evidente que las instituciones no consiguen paliar el problema de des-
membración del sentido social tradicional que viene produciéndose porque la
gran mayoría de sus iniciativas no resultan empáticas a la nueva mentalidad
emergente. En vano tratan de hacerlas operativas sin percatarse de que la in-
mensa mayoría de jóvenes participan de un modelo de sentido infinitamente más

(32) Ante tal crisis institucional, la sociedad moderna ha de generar “instituciones intermedias” susceptibles de
producir y trasmitir sentido, actuando como mediadoras entre la experiencia individual y la organización colectiva. A
este respecto puede consultarse la interesante publicación de P.L. Berger y Thomas Luchman: “Modernidad, pluralis-
mo y crisis de sentido. La orientación del hombre moderno”. Ed Paidós. Madrid, 1997, pp. 95 y ss.

164
plural, complejo y completo para el que no existen cauces institucionales ni mo-
dos de organización claramente definidos. Así por ejemplo, los jóvenes mantie-
nen mayoritariamente un firme sentido de la trascendencia, pero no participan
de los rituales ni dogmas religiosos ortodoxos; mantienen un elevado interés por
el progreso, pero no convergen con los actuales modelos biodegradantes, injus-
tos y desigualitarios; no rechazan la institución familiar, pero no exclusivizan su
modelo..., y así sucesivamente. Además de evidente, el problema es grave.
Algunos autores han calificado este proceso de “narcisismo egoísta”33. Otros
hemos podido percatarnos del enorme extravío que viven nuestros jóvenes en
un mundo de desconcierto que, no sin una sensible presión psicológica34, les
obliga a ser por sí mismos sin valerse apenas de los apoyos institucionales que
teníamos las generaciones anteriores. Al margen de cuestiones de bienestar ma-
terial, no es fácil vivir como viven nuestros jóvenes porque su angustia no de-
riva de la falta de recursos, que les sobran, ni siquiera de la falta de apoyo afec-
tivo de sus familias, que es excelente, sino de la certeza inexorable de que han
de ser por sí mismos en un mundo en proceso de intensa mudanza cultural.
Han de construir, sin modelos claros, su personal mundo de sentido, su perso-

Los jóvenes en un mundo en transformación


nalidad, en la permanente duda del camino incierto. Una exhaustiva explora-
ción inconsciente del yo, cuyo exitoso final no está al alcance de todos. Tal vez
por eso, la excesiva frecuencia con que muchos se dejan caer en los brazos del
destino. Pasotismos, irracionalidades esotéricas, alcoholismos, drogas, o “saltos
de fe” religiosos o sectarios, cuando no desgraciados suicidios —intentados o
consumados— o espectaculares acciones de voluntariado, que apuntan más a la
proyección de una personalidad afectivamente inestable que al mero y puro de-
seo de ayuda a los demás, evidencian esta situación generacional de desvali-
miento institucional en la construcción de la identidad personal.
Afortunadamente, nuestra juventud se muestra tolerante, responsable y ho-
nesta, pero téngase en cuenta también que, al margen de actitudes poco enten-
didas, nuestra juventud apenas se identifica con la acción seguida por algunas
de las principales instituciones sociales ni contribuye significativamente a la
creación de tejido asociativo formal sobre el que reemplazar generacionalmen-
te nuestras instituciones sociales lo que representa sin duda un grave inconve-
niente a la hora de pensar en la estabilidad futura de los sistemas si no se con-
templan y articulan de algún modo tales sensibilidades.
Sensibilidades o estructuras de sentido que, por otra parte, emergen mayo-
ritariamente al margen de las ideologías de turno histórico, a partir de la per-
sonal capacidad autoorganizativa que tienen los individuos y las sociedades pa-

(33) Opinión que no compartimos. El acusado individualismo que presentan las actitudes juveniles no es un ego-
ísmo, ni un narcisismo, es una consecuencia de la inconsciente pero angustiosa búsqueda personal de sentido que expe-
rimentan la mayor parte de nuestros jóvenes debido a su particular necesidad cronológica de conformar su identidad.
(34) No cabe duda de que el socavamiento que, del viejo orden moral dado por supuesto, ha producido el plu-
ralismo moderno, ha generado una inconsciente presión psicológica para el individuo que ha de dotar necesariamen-
te de sentido sus actos y a la totalidad de su vida. A este respecto nadie discute que la mayoría de las personas se sien-
ten hoy inseguras y confusas en un mundo inestable, lleno de múltiples y paradójicas posibilidades de acción y de
sentido y vinculados a modos de vida y a comportamientos alternativos.

165
ra educir de sí y por sí mismos nuevos órdenes de sentido sin prevalerse ya de
la reproducción generacional de sentido social inducida desde las instituciones
políticas y especialmente religiosas.
Así, entendido en su aspecto más positivo, el conocimiento y contempla-
ción de tales sensibilidades deberían de representar un aspecto esencial a intro-
ducir en nuestras democracias y un acicate para la mejora del ejercicio del po-
der, animándole a no caer en el mero administrativismo de los intereses
funcionales concretos de los ciudadanos, sino integrando el pluralismo moral,
la capacidad crítica y la dimensión utópica creativa de tales sensibilidades que
componen las bases morales de nuestro tejido social en estos tiempos de tan in-
tenso tránsito cultural.
Estamos seguros de que las democracias modernas no deben reducirse úni-
camente a armonizar intereses concretos y funcionales, sino también —y sobre
todo— a armonizar el pluralismo de cosmovisiones, sensibilidades o estructuras de
sentido que vienen emergiendo de nuestras sociedades plurales con el fin de que, más
allá de una mera representación cuantitativa —‘un hombre = un voto’— puedan
asentarse sobre una representación ‘cualitativamente más compleja’ que contemple
Los jóvenes en un mundo en transformación

la pluralidad de sentidos y sensibilidades que integran actualmente nuestra reali-


dad social 35. Al fin y al cabo, tales sensibilidades en cuanto sentidos, están en la
base especulativa de los intereses concretos.
Conocer el modo en que vienen configurándose socialmente tales estructu-
ras de sentido —así como las creencias, valores y comportamientos adscritos a
ellas— permitirá a los poderes públicos actuar de modo más eficaz y precoz en
la integración social de la ciudadanía del futuro a través del despliegue de polí-
ticas ‘más sensibles’, que incluyan tal diversidad de modos de ser y de estar en
el mundo, paliando con ello la inevitable zozobra social que produce la actual
transición cultural y la pérdida temporal de los referentes de sentido hasta aho-
ra instituidos debido a tan acelerada e intensa contingencia moral.
Para llevar a cabo tales actuaciones, los responsables políticos y las institu-
ciones sociales en general, deben conocer y tener en cuenta los cambios éticos
y valorativos que están produciéndose a nivel tan profundo y sutil en nuestra
sociedad.
Por estas razones, investigadores, instituciones y poderes públicos tenemos
todos la necesidad de adoptar una actitud particularmente atenta y sensible al
objeto de alcanzar a comprender, libres de dogmas e ideologías, cuales son las
claves en que viene produciéndose tan sutil metamorfosis del sentido estructu-
ral tradicional para hacer frente a los problemas de integración —o más bien
de desintegración— de sentidos individuales que presenta tal situación de trán-
sito cultural, conociendo y preservando los tímidos indicios de autoorganiza-

(35) Para ello, desde una óptica metodológica, la investigación de una sociedad crecientemente compleja y dife-
renciada como la nuestra, requeriría sustituir la habitual operacionalización que habitualmente se hace bajo la deno-
minación de la variable “creencia religiosa”, por otra operacionalización más genérica y no necesariamente religiosa co-
mo podría ser la ofrecida por la variable “sentido” —de tono no confesional— susceptible de contemplar la diversidad
de sensibilidades morales que vienen emergiendo de nuestra heterogénea cultura moral.

166
ción estructural de sentido que de tal contingencia de valores, creencias y com-
portamientos mestizos, deben emerger .
Es imprescindible que toda sociedad se apoye institucionalmente sobre un
sustrato moral común, unos “mínimos éticos” susceptibles de conformar un só-
lido umbral de consenso sobre el que asentar la paz y la organización social. No
debe olvidarse que, de hecho, un gran número de conflictos sociales tienen su
origen en la intolerancia y el fanatismo —particularmente religioso— fermen-
tado por la generalizada ignorancia e insensibilidad al poderoso efecto que el
sentido individual y social tienen en la preconstitución de las acciones huma-
nas individuales y colectivas y, en definitiva, sobre el futuro histórico de las so-
ciedades.

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170
CAPÍTULO II.3
LA CONVIVENCIA DE SENTIDOS
EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS:
MESTIZAJE E INTERCULTURALIDAD

CAPÍTULO II.3.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


LAS MÁSCARAS DEL YO MODERNO
Prof. Dr. D. Josetxo Beriain
Universitas Navarrensis. Opus Hominis

La vida es un préstamo a corto plazo de la muerte. Sin embargo, estamos cons-


tantemente explicando qué sentido tiene la vida, qué características tiene, dónde
nos movemos, etc,. Yo creo que sería útil por lo menos situar al lado del conoci-
miento el padecimiento. Es decir, somos individuos que padecemos y bajo ese
punto de partida, bajo ese a priori socioantropológico empezamos a construir los
edificios del conocimiento. Llegamos a este mundo y nos abrimos al mundo, em-
pezamos a andar, desarrollamos unas capacidades de protección, de producción,
de conquista, etc., pero la base de la que tenemos que partir, a mi modo de ver, es
el padecimiento. Todos somos seres que padecemos. Nosotros hacemos pero al
mismo tiempo padecemos lo que hacemos. Esto es importante a nivel epistemo-
lógico. Por tanto si hacemos nuestra construcción social de las categorías, esta
construcción social es contextual. Es contextual en el sentido en que nosotros es-
tamos de alguna manera dando nombres pero, claro, no podemos poner nombre
a todo. El ámbito de lo indeterminado como dice Anaximandro es mucho mayor
que aquello que nosotros podemos nombrar, de aquello que nosotros podemos re-
ducir en complejidad en términos de Luhmann. En otras palabras, la complejidad
en la realidad siempre va a superar a nuestro diseño de complejidad, siempre, en
todo caso. Esto es un a priori también, una constante que deberíamos tener pre-
sente y que desgraciadamente no tenemos. Entonces, y por tanto, hacemos una
construcción social de las categorías. Lo digo porque ahora voy a poner cinco
ejemplos de encuentro con el otro, que es el objeto del tema de mi intervención.

171
El encuentro con el otro, el encuentro con el otro es un a priori socioan-
tropológico, es decir, nos encontramos con el otro no porque sí, sino porque
no queda más remedio. Nos encontramos con el niño que se convierte en adul-
to, con el adulto que se convierte en anciano, con el anciano otra vez... Enton-
ces, yo creo que el encuentro con el otro es ese a priori, del cual no podemos
evadirnos. Sin embargo, lo hacemos mal, lo hacemos a disgusto, lo hacemos de
manera quebrada, fracturada, etc. Por ejemplo el encuentro con el otro lejano
y desconocido. Por ejemplo el de la conquista. En 1492 al final del siglo XV los
españoles, como baluarte de la civilización cristiano occidental, llegan a un si-
tio que no esperaban y se encuentran a quien no esperaban. Y tienen que nom-
brarlo, ¿verdad? Porque el innombrado, lo innombrable, etc., es una reali-
dad etérea, peligrosa como dice en fin,... Marie Douglas, etc. Hay que nom-
brar. Entonces, efectivamente aquí el encuentro con el otro lejano desconocido
supone una clasificación y claro, la clasificación que se hace no es transversal,
por volver a tomar la metáfora, sino que es jerárquica. En el comienzo estamos
nosotros los europeos: occidentales, blancos, guapos, apolíneos, etc., y al final
está lo negruzco, etéreo, sucio, mezclado, bárbaros, primitivos, subdesarrolla-
Los jóvenes en un mundo en transformación

dos, paganos, etc., etc. Es una construcción social. Los primeros antropólogos
crean y, luego, los que vienen después lo deconstruyen de alguna manera. Para
bien y para mal. O sea que todo es una especie de estrategias de deconstrucción
en definitiva. O de interpretación.
Un segundo encuentro sería aquel que tenemos con el otro como encuen-
tro de extranjeros en el extranjero. Es decir, cuando todos nos encontramos fue-
ra pero todos somos extranjeros, como cuando todos nos encontramos en Cal-
cuta, en Nueva York, en el Polo Norte, en el Everest, imaginaros, ¿no? Todos
subiendo y tal y conquistando la cima en plan heroico, aquí estoy, ya he ... del
Everest y tal. Imaginaros que pudiéramos hacer una plataforma a 8.848 metros
y que todos llegáramos y tal, ¿no? Triunfal, todos catedráticos, todos presiden-
tes de gobierno y tal. Y todos con el título de chapas aquí. ¿Qué ocurre? Pues
que ahí no puedes rechazar a nadie, no le puedes dar un codazo, hemos llega-
do todos. Independientemente de clases, etnias, géneros, sexos y demás histo-
rias, ¿no?
Una tercera modalidad de encuentro con el otro, con el extranjero es en la
propia sociedad, que es la que tenemos planteada mayoritariamente aquí y en
otros países en los que hay inmigración. El problema que tenemos planteado,
es cómo encajar a toda esa masa de población. Esos individuos, esas personas
que nos van llegando, son probablemente, las personas más luchadoras, capa-
ces, emprendedoras que están en esos países. Los que más arriesgan, los que es-
tán dispuestos a perder más para ganar más. Los que nos llegan son aquellos
más fuertes, los más capacitados, etc., los más emprendedores, ¿no? Y desgra-
ciadamente no nos damos cuenta y situamos la categoría política de nativo por
encima de otras rejillas de inclusión como son: trabajador, ciudadano, cliente
de la burocracia, consumidor, etc., que para nosotros son absolutamente nor-
males. Realizamos una criba, una criba importante que es nativo / no nativo.

172
Todos los pasaportes, si os dais cuenta, una cosa que para nosotros es absoluta-
mente normal, pero sin embargo el tener un pasaporte de un sitio o de otro te
da un aura. Te dicen: pasaporte de la UE y dices qué tontería, pero si además
aquí tengo un aspecto horroroso y tal, fotografía digitalizada. Pero es así, ¿no?
Éste es yo creo el mayor, es decir, donde está ubicada más gente. En el encuen-
tro con el otro, verdad? En la propia sociedad, mecanismos de inclusión y de
exclusión. Pero hay más, hay más...
...Está el encuentro con el absolutamente otro, es decir, la producción del
chivo expiatorio, el enemigo interno, ¿verdad? En toda sociedad, tarde o tem-
prano, tenemos un momento conciliatorio. En España vivimos la época de ma-
yor paz y tranquilidad. Hay un cierto atontamiento generalizado en la opinión
pública, lo cual es bueno. Tomemos un ejemplo de la antropología: el de los
nuer y los dinca. Cuando los nuer no tienen problemas exteriores con los din-
ca luchan entre ellos, buscan ciertos chivos expiatorios y se produce una espe-
cie de fisión, de diferenciación, de separación, de división entre ellos que cu-
riosamente desaparece cuando se unen para luchar contra los dinca. Es decir,
cuando no tenemos el enemigo externo, el ogro soviético, el Islam, etc., etc.,

Los jóvenes en un mundo en transformación


nos desunimos un poco vamos a decir, internamente y creamos chivos expiato-
rios. Ya lo conocéis de la Segunda Guerra Mundial, ya lo conocéis del nazismo,
etc. Es decir, el chivo expiatorio es aquel que siendo algo propio de la sociedad
se le produce socialmente como algo extraño y malo. Es decir, aquí se mezclan
dos categorías, el posicionamiento físico, espacial, el que viene de fuera y está,
o el que está fuera de lugar dentro de la sociedad y aquel que es moralmente re-
probable. Esto lo ha estudiado muy bien el antropólogo y psicólogo judío-ale-
mán Erich Neumann, que al final tuvo que marcharse también, como cantidad
de gente, en 1933, de Alemania a Israel. Él explica esto: la sombra, el hermano
oscuro, cómo producimos el chivo expiatorio,
Y en quinto lugar, para no extenderme estaría el exterminio del otro. Una
vez que lo hemos producido al chivo expiatorio: el exterminio. Es decir, cuan-
do la cultura desaprende todo el proceso de civilización y se ubica en la barba-
rie. Habría tres elementos, el perpetrador, es decir, el que aniquila, el que mata;
la víctima, y, una cosa importante, el observador espectador, algo que no habí-
amos hasta ahora mencionado. El observador espectador, aquel que de alguna
manera dice algo pero se calla la mayor parte de lo que está ocurriendo. Vemos
que hay problemas, vemos que hay exclusión pero nos callamos de alguna ma-
nera. Que es lo que ocurre por ejemplo en el nazismo, ¿no? En el nazismo se
produce un proceso de desaprendizaje en los términos de Elías. Todo lo que se
ha civilizado, es decir, toda la tradición de Kant, de Hegel, de Lesing, de Hai-
ne, de todo el romanticismo alemán, etc., se pone en suspenso y se da paso a to-
das las tradiciones más pavorosas representadas en la mitología de Votan. Los
alemanes deciden introducir el destino en clave tenebrosa y macabra para de al-
guna manera acabar con ese chivo expiatorio al que sitúan en un grupo étnico:
en este caso los judíos. Éste es el encuentro con el otro más brutal. El más radi-
cal, el más políticamente macabro, como ha dicho Baumann en su libro “Mo-

173
dernidad y holocausto”. Cuando se separan absolutamente moral, tecnología,
producción, etc.; cuando hay una separación absoluta de todos los sistemas, y
no hay vínculo posible, tenemos peligro. Es decir, la diferenciación absoluta de
los sistemas puede producir Auswich. Esto es importante de destacar.
Bueno, en fin, sólo quería unir lo que se ha dicho y situar el encuentro con
el otro como una apriorización antropológica. No nos encontramos con el otro
como una especie de cosa exótica, sino que estamos abocados a encontrarnos.
Me tengo que encontrar contigo de alguna manera, porque te necesito. Lewi
Strauss, Arnold... etc., tienen páginas y páginas y páginas diciendo que el in-
tercambio, el dar y recibir, forma parte de la existencia de la sociedad, somos
dar y recibir, si no, no hay sociedad. Si usted suspende esto no hay sociedad.
Desde Adán y Eva hasta nosotros el mundo se basa en dar y recibir, de una o
de otra manera.
Los jóvenes en un mundo en transformación

174
CAPÍTULO II.3.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


MESTIZAJE, MULTICULTURALISMO Y CIUDAD
Prof. Dr. D. Josepa Cucó
Universidad de Valencia

En mi intervención sitúo los procesos de mestizaje e interculturalidad en el


ámbito específico de las ciudades, en donde parecen condensarse de manera
irrepetible y exacerbada el cúmulo de procesos vigentes en la sociedad. Como
lugar de práctica cotidiana, la ciudad proporciona valiosos conocimientos que
permiten establecer los vínculos entre los macroprocesos y la textura y la fábri-
ca de la experiencia humana. La ciudad no es el único lugar donde estudiar ta-
les procesos, pero es en ella donde esos procesos se intensifican y donde pueden
ser mejor comprendidos.
Antes de entrar en materia haré tres puntualizaciones que considero im-
portantes. La primera se refiere a la diversidad cultural; la segunda hace hinca-
pié en la historicidad de la experiencia que hoy denominamos multiculturalis-
mo; la última tiene que ver con los conceptos de interculturalidad y mestizaje.
La diversidad cultural no puede concebirse a la manera de un catálogo di-
secado (estático) de características o rasgos relacionados con las instituciones
sociales, la religión, el arte, la lengua y otros hechos culturales. Por el contrario,
como destaca Lévi-Strauss (ver sus conferencias en la UNESCO “Raza e histo-
ria” y “Raza y cultura”), se ha de pensar la diversidad sobre la base de un enfo-
que dinámico e intercultural, en función de las relaciones mutuas que unen a
los grupos humanos.
La experiencia que hoy denominamos multiculturalismo tiene una amplia
dimensión histórica, aunque la aplicación de esta categoría analítica a la diver-

175
sidad cultural es relativamente reciente en el conjunto de las ciencias sociales.
En el siglo XIX la construcción cultural de la diferencia humana se realizó fun-
damentalmente en clave de raza y de género. Como principios explicativos de
un orden sociopolítico jerarquizado, los discursos en torno al género y la raza
respondían a lógicas semejantes: al establecimiento de una diferencia absoluta
de supuesta base biológica a la que se adjudicó el carácter de rasgo natural, que
a su vez permite una oposición de inferior a superior también de base natural.
Hay que añadir además que los contactos derivados de los sucesivos flujos mi-
gratorios que supusieron masivos desplazamientos intercontinentales de po-
blación, no se contemplaron desde la categoría de la diversidad cultural, tal y
como ocurre en la actualidad, sino desde la perspectiva identitaria de clase so-
cial. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la descolonización y los proce-
sos socioculturales y políticos emergentes cuestionaron la primacía del mode-
lo hegemónico occidental del hombre blanco europeo como el sujeto único del
pensamiento político occidental, y propiciaron el reconocimiento del multi-
culturalismo y la interculturalidad.
Los conceptos de interculturalidad, hibridación y mestizaje representan
Los jóvenes en un mundo en transformación

sendos modelos de tratamiento de la diversidad sociocultural. Son construc-


ciones ideológicas que denotan tanto una situación de hecho como una pro-
puesta de organización social. Partiendo del pluralismo cultural ya existente en
la sociedad plantean un proyecto político —en sentido normativo— que pasa
por el respeto y la asunción de la diversidad preexistente, la recreación de las
culturas en presencia y la emergencia de nuevas síntesis. A este respecto me per-
mito sugerir la lectura (veraniega) de varios textos espléndidos: el libro de Nes-
tor García Canclini La globalización imaginada (1999), y los artículos de Bau-
man (2001), Delanty (2003) y Delgado (2002).

Hibridación y mestizaje

Observar la ciudad a través de los procesos de hibridación y mestizaje es una


forma relativamente novedosa de abordar la ciudad. Reivindicar su importan-
cia no debe entenderse como la negación de una evidencia: que junto a la in-
terdependencia y el aumento de las conexiones a nivel mundial, la globalización
comporta un sensible incremento de la desigualdad y la exclusión social, la frag-
mentación de las identidades y la diversidad sociocultural. Sin embargo, al
tiempo que se dan procesos de expropiación, dominación y dependencia, se ge-
neran también respuestas, iniciativas y estrategias localizadas que son diversas y
múltiples, y que afectan profundamente al devenir social. No podemos ignorar
a las comunidades preexistentes, a sus valores y tradiciones, y cómo éstas se fu-
sionan y mezclan con lo nuevo para engendrar nuevas comunidades y nuevos
sentidos de pertenencia.
Tampoco podemos dar por supuesto que las periferias son meros agentes pa-
sivos ante los cambios que se promueven y generan desde los ejes y nódulos del

176
capitalismo global. Frente a los hipnóticos discursos de la ideología neoliberal,
que destacan la inevitabilidad de los procesos históricos actualmente en marcha
y otorgan todo el protagonismo al mercado, a la comunicación y a sus leyes, es
importante tener presentes dos cosas: por un lado, el actual reforzamiento de los
ámbitos locales de actuación; por otro, el papel de la política como factor de
transformación de las situaciones de exclusión y desigualdad. La rápida revisión
del caso de las culturas urbanas andinas, que realizaré basándome en el relato de
Kingman, Salman y Van Dam (1999) nos permitirá avanzar en esta idea.
Hasta la primera mitad del siglo XX los países andinos estuvieron poco tec-
nificados y desarrollados. Bastante aislados del resto del mundo no poseían una
dinámica mercantil que vinculara entre sí las distintas regiones, la población era
predominantemente rural y analfabeta y todavía no existían las grandes ciuda-
des. Los mecanismos de socialización se circunscribían a lo local y a un ámbi-
to de relaciones construido a partir de la comunidad, el barrio, la familia, los
oficios y las cofradías. En ese contexto, la adopción de códigos y prácticas cul-
turales “modernos” sirvió como un elemento de distinción y diferenciación
frente a lo tradicional, rural e indígena. A esta realidad correspondió un marco

Los jóvenes en un mundo en transformación


de análisis de la cultura urbana caracterizado por categorías polares (rural / ur-
bano, tradicional / moderno, indio / blanco-mestizo) concebidas como reali-
dades autónomas, sin apenas influencias entre sí.
En contraposición, a finales de los 90, la vida cotidiana de las ciudades an-
dinas se caracteriza por unos parámetros muy distintos. Los sectores populares
tanto como las clases medias y altas de Quito, Cuzco, o La Paz pueden ver el
mismo tipo de telenovela que la gente que vive en Calcuta, Baltimore o Braz-
zaville. Los jóvenes pueden escuchar la misma música, elegir entre discotecas
funk, trah, hiphop, raï, andina o tropical, y vestirse con el mismo tipo de ropa,
en todas sus variedades mundialmente difundida. Los “pares de estilo” se en-
cuentran en todas partes y las “identidades colectivas” se han internacionaliza-
do. Al igual que ha cambiado la sociedad, también ha cambiado el prisma pa-
ra ver las cosas. La modernidad ha dejado de percibirse como un fenómeno
externo a la cultura popular mestiza e indígena. Tanto es así que hoy en día
prácticamente ha desaparecido la noción de una confrontación entre valores
preurbanos o extramodernos y la lógica urbana moderna. Lo señorial, lo popu-
lar, lo indígena, lo alto y lo bajo, como sistemas clasificatorios que permitían
ordenar la imagen de la ciudad se revelan insuficientes. Pero lo nuevo no susti-
tuye de golpe y porrazo a lo viejo. Al tiempo que las transformaciones urbanas
sientan las bases para el surgimiento de formas de relaciones ligadas con la mo-
derna noción de ciudadanía, en las ciudades andinas continúan reproducién-
dose sistemas clasificatorios ligados a criterios racistas.
Las múltiples caras de la ciudad latinoamericana demuestran la caducidad de
las oposiciones simples, sean de índole política, cultural, económica o social. Pe-
ro la falta de adecuación de los viejos esquemas bipolares no significa tampoco
una vuelta hacia el otro extremo. Porque no todo se borra en el actual proceso de
desintegración de las viejas estructuras, ni tampoco se disuelve de igual manera

177
ni al mismo ritmo. De allí la sugerencia de repensar los conceptos de mestizaje e
hibridación, muy utilizados por cierto por los antropólogos latinoamericanos,
que me parecen especialmente fructíferos porque evitan las visiones duales y, so-
bre todo, reintroducen en el análisis una necesaria dimensión política.
En efecto, las nociones con contenido histórico concreto como transcultu-
ración, hibridación o mestizaje poseen la ventaja de que nos obligan a tomar en
cuenta los esfuerzos de los actores por diferenciarse y mixtificarse, por recono-
cerse y esquivarse, en un mundo que no es bipolar sino que se constituye por
una multipolaridad de relaciones. El concepto de mestizaje posee además una
ventaja suplementaria: incluye una dimensión política que se construye a par-
tir de desigualdades y desniveles, de estrategias y contra-estrategias, de adapta-
ciones y sobrevivencias frente a las formas de discriminación y silenciamiento.
La diversidad cultural, o si se quiere la multiculturalidad, es un fenómeno
expansivo en las urbes contemporáneas que como la cola de un pavo real se des-
pliega con toda su variedad y fuerza en las megalópolis. Es por tanto común a
espacios como Lima, ciudad de México, Londres Barcelona o Tokio. Parece que
de tanto absorber a gente de todas partes del mundo, las grandes ciudades ad-
Los jóvenes en un mundo en transformación

quieran también las características de todos esos lugares. Las marcas de dife-
rentes pueblos y culturas se concentran en un mismo sitio dando lugar a parti-
culares síntesis de todo el mundo.
Como señala García Canclini, más allá de las narrativas fáciles de la homo-
geneidad absoluta y la resistencia de lo local, la globalización nos confronta a la
posibilidad de aprehender fragmentos, nunca la totalidad, de otras culturas, y
reelaborar lo que veníamos imaginando como propio en interacciones y acuer-
dos con otros. El material etnográfico revela acercamientos y convergencias en
los mundos laborales y del consumo. Pero más que de disolver las diferencias se
trata de volverlas combinables. De ahí la urgente necesidad de “reinventar la
política”. Sus esclarecedoras palabras nos muestran un camino de futuro, con
ellas quiero finalizar mi intervención en esta mesa redonda:
“Una cultura política y una política cultural democráticas son aquellas que
no sólo admiten las diferencias, sino que crean las condiciones para vivirlas en
la ambigüedad... Uno de los puntos en que se juega el carácter —opresivo o li-
berador— de la globalización es si nos permite imaginarnos con varias identi-
dades, flexibles, modulares, a veces superpuestas, y que a su vez cree condicio-
nes para que podamos imaginar legítimas y combinables, no sólo competitivas
o amenazantes, las... culturas de los otros” (1999:125).

Bibliografía

BAUMAN, G. (2001): “Tres gramáticas de la alteridad: Algunas antropo-lógi-


cas de la construcción del otro en las constelaciones históricas”, en M. Nash
y D. Marre (eds.), Multiculturalismos y género. Un estudio interdisciplinar,
Barcelona: Edicions Bellaterra, pp. 49-70.

178
DELANTY, G. (2003): “Community and difference: varieties of multicultu-
ralism”, en Community, Londres-Nueva York: Routledge, pp. 92-110.
DELGADO, M.: “Estética e infamia. De la lógica de la distinción a la del es-
tigma en los marcajes culturales de los jóvenes urbanos”, en M.Luna (ed.),
La ciudad en el tercer milenio, UCAM, pp. 13-47.
GARCÍA CANCLINI, N. (1999): La globalización imaginada, Buenos Aires:
Paidós.
KINGMAN GARCÉS, E.; SALMAN, T. y VAN DAM, A. (1999): “Introduc-
ción. Las culturas urbanas en América Latina y los Andes: lo culto y lo po-
pular, lo local y lo global, lo híbrido y lo mestizo”, en T. Salman y E. King-
man Garcés (eds.), Antigua modernidad y memoria del presente. Culturas
urbanas e identidad, Quito: FLACSO-Ecuador, pp. 19-54.

Los jóvenes en un mundo en transformación

179
CAPÍTULO II.3.3

Los jóvenes en un mundo en transformación


EL SABER DE LAS EDADES
D. Mario Satz
Escritor

Para decir la verdad yo no sé qué estoy haciendo entre tantos sabios y pro-
fesores, por cuanto no soy sociólogo ni soy tampoco filósofo, aunque tengo un
enorme interés por el hecho intercultural y por esta actualidad por un lado te-
rriblemente frágil que vivimos todos, y por el otro altamente excitante. Ahora
vemos cómo se han acercado entre si cosas que veinte o treinta años atrás esta-
ban completamente separadas. La geografía ya no es una barrera ni la cultura
de los pueblos cotos cerrados e inviolables. Os he traído, en principio, un pe-
queño regalo que tiene que ver obviamente con los jóvenes y que quisiera fue-
ra mi primer homenaje a lo intercultural. Se trata de un pequeño relato sufí.
Ya saben ustedes que el sufismo es la tradición mística y esotérica del mundo
islámico, la cual —curiosamente— se caracteriza por ser altamente tolerante
dentro de un marco cultural que no lo es en absoluto, como el Islam oficial y
sobre todo el Islam integrista. Se cree, y yo comparto esa creencia, que los su-
fíes constituyen una especie de masonería o de orden secreta dentro de la civi-
lización musulmana, en la que han sido perseguidos reiteradamente por su én-
fasis, sobre todo, en la libertad individual y la evolución de la propia
conciencia. Partiendo, pues, de este objetivo, que es el respeto por la evolución
de cada individuo y por los pasos que cada uno de nosotros debe dar en la vi-
da desde el nacimiento a la muerte, el sufismo podría parecer egoísta pero no
lo es. Mientras sigamos naciendo como individuos el destino será algo de or-
den personal, insoslayable, y eso no será resuelto ni por la antropología ni por

181
la sociología. Tan individualistas somos, que si nacen siameses hacemos lo po-
sible por separarlos.
Es decir, entonces, que cada destino es un enigma que cada individuo debe
resolver por sí mismo. El relato en cuestión es muy hermoso, pido que prestéis
atención porque vale la pena recordarlo. Se llama “Seis vidas en una”: “Hubo
un joven que pensó: si pudiese experimentar varias fases de la existencia podría
librarme de toda estrechez de miras. De qué sirve que a uno se le diga “ya lo sa-
brás cuando seas viejo” si para entonces habrá de ser demasiado tarde para apro-
vecharlo. Se encontró, pues, con un hombre sabio quien en contestación a sus
interrogantes le dijo: podrás encontrar la respuesta si lo quieres. ¿Cómo? ,pre-
guntó el joven. Mediante la transformación múltiple, ingiriendo ciertas bayas
que yo te mostraré podrás adelantar o retroceder en edad o dejar de ser una per-
sona y convertirte en otra. Pero yo no creo en la reencarnación, dijo el joven.
No es cuestión de lo que crees sino de lo que es posible, replicó el sabio. Co-
mió, entonces, las bayas, y su deseo fue transformarse en un hombre de edad
madura. Pero ser un hombre de edad madura tenía tantas limitaciones que in-
girió otra baya y pasó a ser viejo. Ya viejo, quiso ser joven otra vez y recurrió a
Los jóvenes en un mundo en transformación

otra baya. Así que volvió a ser joven, pero como cada estado tiene su forma de
conocimiento correspondiente ocurrió que de su mente desapareció la expe-
riencia adquirida en sus dos mutaciones anteriores. No obstante lo cual el jo-
ven aún recordaba las bayas y decidió hacer un segundo experimento. Comió
otra deseando, esta vez, convertirse en algún otro. Apenas se vio transformado
en esa otra persona comprendió que el cambio por sí solo era vano, por lo tan-
to comió otra baya y deseó volver a ser él mismo nuevamente. Una vez resti-
tuido a su estado original se percató de que todo lo que había ganado realmente
con aquellas experiencias era por completo diferente de lo que había esperado
obtener con los cambios de su persona. Volvió a presentársele nuevamente el
sabio, quien le dijo: ahora que sabes que las experiencias importantes no son las
que deseas sino las que necesitas, quizá puedas comenzar a aprender”.
Debo decir que leí este relato hace veinte años y que lo releo una vez por
año porque cada vez descubro más cosas en él, cosa que suele ocurrirnos con las
fábulas y los relatos tradicionales. En primer lugar, convengamos en que podría
ser la vida de cualquiera de nosotros. Aquí, en esta mesa, algunos ya somos
—supongo— abuelos, por lo menos yo soy abuelo. Todo lo que yo creía que
tal cosa podía ser resultó, en realidad, muy diferente. Cuando era joven pensé
que sería así y después fue asá. Alcanzada y vivida cada década de mi vida, te-
nían un aspecto por completo distinto de cómo las había imaginado, de modo
que hubiera sido imposible predecir la forma que adaptarían tales etapas. Insen-
sato saber antes lo que aprendí después. Ese es el primer mensaje del relato su-
fí. Desde luego hay muchos más niveles de significado. Es una alegoría perfec-
ta, a mi juicio, sobre lo universal del hecho evolutivo en el campo del
conocimiento. Creo que la crítica que se formuló ayer por parte de uno de los
profesores respecto de la imposibilidad de acceder a lo universal o de poseer un
patrón universal de valores, es errónea. Esa universalidad si uno la quiere bus-

182
car la encuentra. Por ejemplo, en los grupos sanguíneos, ya que solo hay seis o
siete grupos sanguíneos en la Humanidad ¿no? Otra prueba de dicha universa-
lidad es nuestra medicina, operativa en culturas que no produjeron ni crearon
sus remedios. Si tal cosa es cierta para el campo de la farmacopea ¿por qué no
podría serlo para el terreno de los valores?
Durante muchos, muchos años me dediqué a estudiar los proverbios de dis-
tintos pueblos del mundo. Tengo para mí que el proverbio forma parte de esa
sociología del sentido mencionada por mis colegas aquí. Yo creo, estoy conven-
cido que el proverbio es la poética del sentido que cada sociedad se da a sí mis-
ma por boca de aquellos que han vivido lo bastante como para darse cuenta de
que hay que hablar lo más económicamente posible. Como la cosmovisión, el
proverbio de un pueblo dado revela gran parte de su psicología. Por un lado, y
no porque las palabras sean demasiado valiosas o hubiera que ahorrarlas el pro-
verbio es breve. Tal vez lo sea porque lo que hay que aprender para vivir son
muy pocas cosas, o bien porque las cosas que de verdad son útiles en realidad
son escasas y bastante más universales de lo que parece. Entonces, yo he esco-
gido cinco de los cien que recopilé y publiqué en un libro que se llama justa-

Los jóvenes en un mundo en transformación


mente Truena, mente perfecta, la sabiduría de los proverbios. Entre esos cien que
yo seleccioné explorando el alma de los pigmeos, de los indios sudamericanos,
de los africanos, y sobre todo de minorías étnicas, decía, he escogido cinco que
en realidad pueden verse como si fueran cinco momentos estelares de la vida
humana: infancia, adolescencia, juventud , madurez y vejez. No hace falta decir
que este hecho es universal también, dado que todas las culturas tienen sus ni-
ños, sus adolescentes, sus jóvenes y sus viejos. Por supuesto: las respuestas que
los citados proverbios dan a las preguntas que surgen en esas edades no son se-
mejantes, aunque tienen muchas cosas parecidas. Parecidas en el hecho de que
evidentemente un viejo, y en ese sentido Ortega no se equivocaba, un viejo chi-
no se parece más a un viejo árabe que un joven árabe quizá a un viejo chino,
¿no? Es decir que el tiempo también iguala muchas cosas.
El primero de los cinco que comentaremos es un proverbio africano que
yo situaría entre los cero y diez años de vida. Dice así: “Cuando el niño cae la
madre llora, cuando la madre cae el niño ríe”. Sospecho que no hay que ir a
la universidad para darse cuenta de que estamos ante una verdad absoluta-
mente incontrovertible, antropológica, real. ¿Porqué qué puse cero-diez años?
Porque a los diez años, ya en la preadolescencia, en general los niños se caen
menos y protegen a la madre si ésta se va a caer. En cambio antes es harto di-
fícil que se de cuenta de que él puede hacer algo por la madre. Lo cual nos in-
dica que hay un crecimiento, que obviamente viene acompañado por un in-
cremento de consciencia y de sentido de la relación responsable que es muy
importante. La infancia es la edad del egoísmo más puro, de la inconciencia
más lúcida y del “los demás se ocupan de mí”. Luego he escogido un segun-
do que he situado entre los diez y los veinticinco años y cuyo origen que es
árabe. Dice así: “Cuando una estrella muere otra nace en su lugar”. Es una de
las cosas más bellas que he oído nunca, proveniente de la voz anónima de los

183
poetas de un pueblo determinado, ya que no sólo es una verdad astronómica
—dado que cuando una estrella desaparece, acaba su ciclo y estalla, en ese mis-
mo lugar, eventualmente, aparece otra,— sino que, también en el plano me-
ramente horizontal de nuestra existencia asevera una verdad de orden moral:
si acaso algo no te sale bien en un sentido, permanece atento porque te saldrá bien
en otro. Es, a todas luces, un dictum optimista que bien podría aplicarse a la
transición entre el niño y el adolescente, ya que muere el niño pero nace el
adolescente ¿verdad?
El tercer proverbio, que sitúo entre los veinticinco y los cuarenta y cinco
años, época la que entráis vosotros ahora; digamos la que va de la primera ju-
ventud a la madurez. Dice así: “La discusión nos mueve de izquierda a derecha,
el diálogo nos conmueve de arriba abajo”. Proviene del este de la India, de la
India profunda. Obviamente, y según acaba de decirnos una participante, el
hecho diferencial y la interculturalidad no son algo que escape a lo político, pe-
ro lo político —según vemos constantemente—, puede vivir y de hecho vive de
desgarrón en desgarrón entre la derecha y la izquierda, eterna, dolorosamente.
Salvo para quienes un día se dan cuenta, bueno, de que la discusión no es la
Los jóvenes en un mundo en transformación

única manera de hablar o que hay otros modos de comunicarse. Fíjense por fa-
vor en lo extraordinario del espacio mencionado en la frase. Izquierda o dere-
cha están obviamente en el plano horizontal y nos mueven, tejen nuestra his-
toria social, pero lo que nos conmueve verdaderamente es el eje de una verticalidad
que habla del sentido de nuestra relación ontológica con el universo que, como
ocurre con las edades, también es algo insoslayable puesto que cada individuo
está solo frente a la creación y debe resolver qué enigma plantea su existencia.
Independientemente de que viva en medio de un gobierno de derechas o de iz-
quierdas.
Luego hay un proverbio de Marruecos que ubico entre los 45 y los 70 años y
que dice así: “O ves el horizonte debajo de tus pies, o nunca cesará de alejarse”.
Si situamos en el horizonte la utopía de la juventud, sin duda llega un momento
en que se nos acabó la utopía o se nos acabó la juventud. ¿Qué hacer entonces?
¿Cómo superar la depresión, el desencanto, cómo disipar nuestro desánimo vital?
¿De qué debemos ocuparnos cuando la preocupación muerde nuestro corazón?
Pues bien: te ocupas del aquí y del ahora, que es lo que corresponde. En ese aquí y
ahora que es la edad adulta late una enorme cuota de responsabilidad respecto de
ti mismo y también una valentía con respecto al desprendimiento del que se ha
sido hasta ese momento, pero también alude al desprendimiento de proyectos fu-
turos, por cuanto te compete a ti estar aquí y ahora. No a otro, no a tus parien-
tes o familiares.
Y por último —ya véis que soy sintético como un poeta—, mencionaré un
proverbio sobre el que contaré una experiencia personal acaecida en Sevilla ha-
ce unos años, puesto que se trata, precisamente, de una experiencia intercultu-
ral. Es un proverbio de Israel que dice así: “La muerte es una fiesta de nubes”.
Todos estamos de acuerdo en que de los 70 en adelante la auténtica preocupa-
ción es la muerte, pero en esta civilización de usar y tirar, desgraciada y efíme-

184
ra en la que nosotros vivimos, la muerte no tiene ningún sentido y yo pienso
que eso terrible. Por lo tanto, hay que darle un sentido también a la muerte, y
si pudiera ser un sentido jocundo, tipo novena sinfonía de Beethoven y su him-
no a la alegría, cosa que es bastante mejor que se nos arroje a la nada como un
coche a un cementerio de automóviles, ¿verdad? En esa creación, construcción
de sentido veo yo para la última etapa de la vida, que ya la Biblia llamaba la
edad del jubileo o del júbilo, un momento biográfico de júbilo. Recordé, como
decía, este proverbio en una reunión en un hotel de Sevilla en la ya hace mu-
chos años participé. Se llamaba, el evento, Una experiencia con la muerte y la di-
rigía un grupo de músicos de África del Norte, de Marruecos, y un psiquiatra
y profesor de aquí, de la Universidad de Madrid que se llama José María Pove-
da. Especialista en comunidades indígenas, en enteógenos y experiencias de di-
latación de la conciencia. ¿En qué consistía la experiencia? Doscientas personas
reunidas en un hotel —vale la pena señalar que de todas las edades y de todas
las creencias posibles—, en el gran hall de un hotel de Sevilla nos disponíamos,
de ser posible, a entrar en trance. Así, pues, que inducidos por el ritmo de los
tambores e intoxicados por una nube de incienso especial que no era ni el de la

Los jóvenes en un mundo en transformación


iglesia ni de los inciensos conocidos y accesibles del mercado —supongo que
procedía de Africa,— todos nosotros, digo, los que estábamos ahí, debíamos
bailar cada uno in situ y sentir e imaginar que la muerte nos perseguía. Frente
a nosotros, se nos dijo, había una muralla con un paso muy estrecho y debía-
mos tratar de salvarnos pasando del otro lado. Era una especie de experiencia
estática que también tenía visos de ser una iniciación.
Empezaron, entonces, a sonar los tambores, el incienso se derramó. El aire
parecía electrificado. Había una gran expectación. Por supuesto a los cinco, diez
minutos ya había gente por el suelo aterrada porque habían visto la cara de la
muerte y no lo podían soportar o porque la muerte les anticipaba, en cierta ma-
nera, su futuro tránsito. Otros, en cambio, danzaban y se entregaban a la feli-
cidad de ser perseguidos. Lo interesante es que todo el mundo debía invocar
imaginariamente un animal totémico que la ayudase a cruzar, digamos de un
sector de la realidad, del sector de la persecución, al sector de la salvación. Y yo,
claro, como todos nosotros, ya que uno busca primero a los animales de pres-
tigio, un león, un leopardo, ¿no?, me entregué a buscar mi animal fantástico.
Nadie empieza por una pulga,y mucho menos por una polilla o una cosa así.
Yo buscaba y buscaba y ninguno se quería quedar conmigo hasta que se quedó
un grillo. Cuando tiempo después se lo conté a mi mujer me dijo: “Claro, es
natural”. Entonces le pregunté por qué “¿Te fijaste en tu nariz?”, me respondió.
“Tú eres Pinocho”. Comoquiera que sea el grillo me llevó a ese lugar, y pasé,
pero antes de pasar también apareció la muerte con el arquetipo típico de esa
capa negra, oscura, deprimente. No podía ver su rostro, pero, tonto de mi, ati-
né a preguntarle quién era y la muerte me dijo: ya lo sabes, citándome el pro-
verbio que yo conocía de antes: “Soy una fiesta de nubes”.
Contrariamente a lo que estaba pasando con mucha gente, a mí me inva-
dió una alegría enorme, sentí un gozo indescriptible y llegué sano y salvo al otro

185
lado. En primer lugar porque pienso que había perdido el miedo a la muerte,
y en segunda instancia porque el otro lado de la muerte tenía un sentido. Había
o habíamos construido un mito, una obra de teatro, una representación sim-
bólica por medio de la cual viajar al más allá. Pero, y con esto termino, veinte
años después leí en, no sé si en el Viejo Topo o una de estas revistas literarias
que se publican en Barcelona, un cuento de un médico que describía lo que pa-
sa en el momento del rigor mortis e incluso más tarde . Uno o dos días después
de expirar el proverbio tiene un sentido profundo, ya que parece haber surgido
de esa realidad innegable que es el proceso post mortem. Para comenzar, hay
nubes de moléculas primero y luego de átomos que viajan por el interior del ca-
dáver liberando todo aquello que estaba enlazado, todo aquello que estaba em-
paquetado y articulado. De pronto me dije: ¡es verdad! ¡La muerte es una fies-
ta de nubes! Puede que para nosotros no sea una fiesta pero sin duda para eso
que está ahí, los átomos, las moléculas, el sodio, el potasio, ciertamente sí.
Toda nuestra existencia es un interminable aprendizaje. En particular la
mía, que a partir de ese momento se dotó de un sentido poético. Y espero, Dios
me ayude, el cielo me ayude en el momento de morir a acordarme de que la
Los jóvenes en un mundo en transformación

muerte es una fiesta de nubes y que, una vez superado el dolor, superada la an-
gustia, pueda transitar de un sitio a otro.

Bibliografía

SATZ, Mario (2000): Truena, mente perfecta, Helios, Barcelona.


SINGER, C. (1992): Epocas de la vida, Luciérnaga, Barcelona.
HILLMAN, James (2000): La fuerza del carácter, Debate, Madrid.
STEINER, Claude (1992): Los guiones que vivimos, Kariós, Barcelona.

186
MÓDULO III:

EL COMPROMISO SOCIAL DE LOS JÓVENES:


COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS Y MOVIMIENTOS
SOCIALES EMERGENTES
CAPÍTULO III.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA CREATIVIDAD: CLAVE PARA LA ESPERANZA

Prof. Dr. D. Federico Mayor Zaragoza


Ex Director General de la UNESCO
Presidente de la Fundación Cultura de Paz

Ya ven, me estoy dedicando, después de explicar bioquímica durante trein-


ta años, a la cultura de paz. ¡Ya ven con qué éxito!. Si se midiera por el éxito,
tendría que reconocer que después de algunos años de estar en la vanguardia de
esta lucha permanente para tratar de convencer, de que la violencia genera vio-
lencia y la imposición genera imposición, poco he logrado. Pero vale la pena,
vale la pena levantarse cada día pensando que por fin seremos capaces de cam-
biar la fuerza bruta y la espada por la palabra, por la conversación y el entendi-
miento.
Los jóvenes en un mundo en transformación. Cuando el profesor Andrés
Canteras me habló de este curso, la verdad es que me interesó muchísimo. Ya
le he dicho que al final me pase unas cuartillas con contribuciones tan impor-
tantes como las que hoy se van a presentar, analizando cuáles pueden ser, en es-
te mundo tan trastocado y tan confuso, los puntos de referencia para que quie-
nes van a liderar el curso de los acontecimientos dentro de muy pocos años
tengan motivos para decirse y decir a los demás: “Vale la pena”, es decir, que si-
gan teniendo esta motivación, esta ilusión, esta esperanza.
La creatividad, la capacidad de crear es para mí el mayor motivo de espe-
ranza, y, como bioquímico durante tantos años, he ido siguiendo y a veces con-
tribuyendo en pequeña medida, en modesta medida, a conocer el lenguaje de

189
la vida. Hoy, como ustedes saben, podemos predecir el comportamiento de to-
dos los seres vivos, con una excepción: el comportamiento de los seres huma-
nos, el comportamiento de los seres humanos es imprevisible y es por tanto in-
mensurable. Es decir, podemos medir los demás comportamientos menos el
comportamiento de la especie humana porque actúa creativamente, porque es
capaz de inventar, porque es capaz de anticipar, porque es capaz de prever, por-
que es capaz de pensar; tiene una serie de características, por tanto, que le se-
paran de una manera muy clara, no sólo desde un punto de vista biológico si-
no sobre todo desde un punto de vista de comportamiento, gracias a estas
facultades intelectuales, del resto de los seres vivos. El hecho de que sea no só-
lo inmensurable sino desmesurada cada persona humana es lo que nos permi-
te saber que se producirán comportamientos inesperados, y a mí me gusta re-
petir que en lo inesperado está la esperanza.
Si me sitúo hace tan sólo quince o veinte años en el momento en que lle-
gué a la UNESCO y tenía delante de mí la educación, la ciencia y la cultura en
el mundo; y teníamos una Unión Soviética como un espacio inmenso de silen-
cio y de imposición, y una Sudáfrica con aquella barbarie del “apartheid” racial
Los jóvenes en un mundo en transformación

y de la discriminación..., créanme que era abominable lo que sucedía; y con


aquellas situaciones de ingerencia, imposición y de operaciones turbias, sobre
todo dirigidas por los Estados Unidos con un maccarthysmo rampante que se
aplicaba a cualquier estudiante que no fuera una persona digamos “obediente”
y que tuviera la mínima actividad que pudiera interpretarse como “comunis-
ta”... . Ya saben la Operación Cóndor a qué condujo. Aquélla era la situación
y, ¿ qué ha pasado?”. Pues ha pasado lo inesperado: ha pasado que dentro del
espacio de la Unión Soviética hubo todo un movimiento que fue madurando,
pero sobre todo en un momento determinado la acción imaginativa, hábil en
extremo, de una persona como Mikjail Sergevich Gorbachev; que el apartheid
fue superado gracias a Mandela después de 27 años, los últimos en la prisión
de Rubben Island, en la Isla de las Serpientes, frente a la ciudad de El Cabo. En
aquel lugar horrible, Nelson Mandela, que además tenía problemas, como us-
tedes saben, también relacionados con su vida familiar, en lugar de fermentar
odio y fermentar venganza (.. “y ahora cuando salga de aquí...”) fermentó bra-
zos abiertos y estableció conexiones con otro gran personaje, el presidente Fre-
deric De Clerk y hoy tenemos ya el segundo presidente de raza negra en Sud-
áfrica. Y se han encontrado soluciones, sobre todo gracias a la comunidad de
San Egidio para la situación de guerra en Mozambique; y después se encontra-
ron fórmulas, sobre todo de Chapultepec, para la situación en El Salvador ... .
Y para la situación en Guatemala, etcétera.
Quiero en este momento dar cinco puntos de referencia con cinco citacio-
nes que han sido importantes en mi vida. La primera es del profesor Hans
Krebs, con el que tuve el honor —un premio Nóbel fantástico— de trabajar en
bioquímica en Oxford. Hans Krebs me dijo un día en que yo estaba trabajan-
do muy tarde, utilizando sus equipos de los que yo carecía en Granada: “Inves-
tigar es ver lo que otros también pueden ver y pensar lo que nadie ha pensado”. Es

190
decir, aquel hombre genial me situó exactamente en este espacio de creatividad:
pensar lo que nadie ha pensado. ¿Qué hizo Fleming? Pues pensó lo que nadie
había pensado y por eso descubrió los antibióticos... . Y cuando revisamos la
historia de la ciencia, nos damos cuenta de que, efectivamente, un utensilio me-
jor, más potente, permite acercarnos más la realidad pero, que nadie se engañe,
los que son capaces de descubrir, de desvelar o de inventar son aquellos que
piensan lo que hasta aquel momento nadie ha pensado.
Otra referencia es de Anibal: “Primero buscaremos los caminos...”, es decir,
una actitud de búsqueda, una actitud de observación, una actitud deductiva,
una actitud reflexiva, pero añade: ..”y si no los hallamos, los inventaremos”. Aní-
bal sabe que primero hay que intentar buscar, que hay caminos para ir encon-
trando por deducción, por reflexión, estos nuevos rumbos, estos nuevos cami-
nos, pero que si no, la especie humana es capaz de inventarlos.
Otra referencia mucho más próxima que la anterior, en un contexto en el
que nos fijamos más en el precio que en el valor, es del gran Antonio Macha-
do: “Es de necio confundir valor y precio”, escribió en uno de sus “Cantares
por los campos de Castilla”. Pues bien, estamos hablando mucho más de pre-

Los jóvenes en un mundo en transformación


cios que de valores. En la cumbre de Lisboa de la Comisión Europea, en el año
2000, los jefes de Estado resolvieron que: “Si en el año 2010 Europa no lidera
una economía basada en el conocimiento, perderemos toda capacidad de com-
petencia comercial y productiva con los grandes líderes creativos del mundo”.
Fíjense que esto es una reflexión exclusivamente económica, knowledge-based
economy. O para el año 2010 tenemos una economía basada en el conocimien-
to y entonces podemos competir, tenemos patentes, somos capaces de aplicar
el conocimiento, o que nadie se engañe, no podemos seguir como hasta ahora
yendo a remolque de los grandes países creativos, a veces mejorando la tecno-
logía porque somos hábiles en esto... . Hay que precisar que cuando hablamos
de “conocimiento” hablamos de ciencia básica. Recuerdo, cuando tuve el ho-
nor de ser ministro de Educación y Ciencia, que cuando hablaba del fomento
de la ciencia, inmediatamente algunos colegas del Gobierno decían: “Sí, sí, pe-
ro sobre todo ciencia aplicada”. En mi laboratorio, de la Universidad Autóno-
ma, se lee: “No hay ciencia aplicada si no hay ciencia que aplicar”. Estamos vi-
viendo de la tecnología, de las aplicaciones que otros han hecho. Fue un
argentino —Argentina ha “dado”, tres de ciencia (uno de ellos, César Milstein,
vive todavía) Adolfo Pérez Esquivel, de la Paz, Bernardo Houssay, uno de los
pocos premios Nobel que hubiera podido recibirlo varias veces, quien dijo que
“No hay ciencia aplicada si no hay ciencia que aplicar”, es decir, si no tenemos
creatividad, si no somos capaces de aportar conocimiento para una economía
basada en el mismo iremos hacia atrás y no seremos competitivos ni en el co-
mercio ni en la producción.
Otra frase, la dijo un gran pedagogo, don Francisco Giner de los Ríos. Eran
los años 20: “La educación es un proceso que conduce a dirigir con sentido la pro-
pia vida”. Les subrayo esta cita porque a veces como rector y como una perso-
na que se ha dedicado toda la vida a la enseñanza, como ex ministro, me sor-

191
prende tanto que se pueda declarar: “Ahora ya las cosas se han arreglado en edu-
cación. Cada aula va a tener Internet, un ordenador cada alumno”. Perfecto,
pero estamos hablando de utensilios, estamos hablando de información, no es-
tamos hablando de conocimiento; magnífico, cuantos más utensilios, cuantos
más medios de información, cuantos más libros, mejor. Pero la educación es di-
rigir con sentido la propia vida. Educación es llegar a esta autonomía que nos
permite tener nuestras propias respuestas y no utilizar respuestas prestadas, y no
utilizar las respuestas que a veces desde formidables y potentísimas instancias
de poder se hacen a 10.000 kilómetros de nosotros. Por tanto, educación es di-
rigir con sentido la propia vida.
Y la última, es de un poeta del Bajo Ebro, de donde era mi familia, de Tor-
tosa. Todavía vive, se llama Jesús Massip y escribió hace ya tiempo, en un libro
que se llama “El libro de las horas”, un poema que termina así: “Las horas vol-
verán y nos encontrarán instalados y dóciles”. En una palabra, habremos pasado
de una juventud con proyectos, con motivación, indócil... a la instalación y la
docilidad. Creo que ésto, y lo digo con toda sinceridad, es uno de los fenóme-
nos que más tendrían que asustarnos, sobre todo a los que queremos alertar so-
Los jóvenes en un mundo en transformación

bre la necesidad de estar despierto, de estar activo, de no dejarse distraer, de no


pasarse la vida siendo espectador, siendo receptor... . ¿Y cuándo expresamos lo
que pensamos nosotros? ¿Y cuándo tenemos tiempo para pensar? José Saramago
ha dicho algo tremendo: “Llegará un momento en que tendremos tecnología
100, pensamiento 0”. Llegará un momento en que ya no tendremos tiempo pa-
ra pensar, que sólo seremos, como dicen los ingleses, screen driven citizens, ciu-
dadanos dirigidos por la pantalla —pantalla de televisión, pantalla de juegos
electrónicos, pantalla de ordenador—, estaremos sólo siendo espectadores en
lugar de autores y actores (sobre todo en lugar de autores). Nosotros somos au-
tores, tenemos que ser autores de nuestras propias respuestas y tenemos que te-
ner el léxico y la capacidad para argüir en favor de nuestros puntos de vista. Ha-
blando se entiende la gente y tenemos que intercambiar. Pero puede llegar un
momento en que ya somos dóciles, un momento en que ya nos conformamos
con el prêt-à-porter. Nos han ido sumergiendo de tal manera en información —
la mayor parte de las informaciones, por otra parte, de una calidad deplorable
y de una veracidad discutible— atractiva, a veces con motivaciones muy oscu-
ras, pero lo cierto es que nos distraen, nos distraen hasta con enfermedades res-
piratorias asiáticas que nos tienen a todos preocupados de tal manera que con
enfermedades de una morbilidad y de una mortalidad muy discreta nos olvi-
damos —que no deberíamos olvidarnos!— de las cuestiones importantes, de
todos los seres humanos iguales que nosotros.
Todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad, pero se mueren
cada día a chorros de sida, por ejemplo. “Ah, pero no tenemos dinero”, se dice
a los africanos que se mueren de sida, a los indios que se mueren de sida. “Es
que comprendan ustedes que el tratamiento triple es muy caro”... . Esto lo di-
ce una sociedad que representa el 20% aproximadamente de la humanidad
donde estamos nosotros, este barrio próspero de la aldea global según Mac Lu-

192
han, y el 80% vive fuera de este contorno que nosotros hemos ido poco a po-
co haciendo. Y los que viven fuera que se aguanten, que se mueran de hambre:
unos 60.000 al día! Fíjense ustedes qué catástrofe. Cuando con razón nos sen-
timos emocionados por ver estos niños que se han quedado atrapados en un co-
legio que se ha derrumbado por un terremoto, cuando nos impresionamos por
actos de terrorismo, hay un genocidio invisible, silencioso y permanente de la
gente que se muere de hambre todos los días, de los que se mueren de sida. Por-
que este 20% que gasta 2.600 millones de dólares al día en armamento y que
gasta más de 800 millones de dólares al día en tráfico de drogas, este mundo
próspero no ayuda al 80% que vive en los barrios periféricos de la aldea global.
No podemos sentirnos “instalados y dóciles”, y acostumbrados, insensibles a lo
que dicen los medios de comunicación”. Dejamos de elaborar nuestras propias
respuestas y de preparar la forma de participar, de comunicar, de disentir o de
aplaudir, en una palabra, nos vamos aislando.
Si ustedes miran la historia desde un punto de vista creativo de la Europa
contemporánea, se darán cuenta de que ha habido un retroceso. Europa, mien-
tras ha sido una comunidad económica habrá hecho bien las cosas económica-

Los jóvenes en un mundo en transformación


mente, pero lo que es cierto es que desde un punto de vista creativo ha ido ca-
da vez marcando más distancias con otros países que sabían que en la economía
basada en el conocimiento era donde estaba finalmente la solución. Nos hemos
ido cerrando y una vez hemos estado dentro nos olvidamos de lo que decíamos
cuando estábamos fuera. En los años 60 la línea de la abundancia no estaba en
el Estrecho, estaba en los Pirineos. España, una España de 30 millones de per-
sonas, envió a casi 3 millones de sus ciudadanos a hacer lo que los franceses, ale-
manes, suizos, suecos, etc., ya no querían hacer, como sucede ahora, unas labo-
res que son muy dignas, desde luego, pero que los que forman parte de la
ciudadanía de los países prósperos ya no quieren hacer. “¡Cómo vamos a hacer
nosotros esto! Que lo hagan otros”. En aquel momento los emigrantes éramos
los españoles, 3 millones de personas. Ahora esto sí, una vez ya entramos y pa-
samos la línea de la abundancia —entre otras fuentes con los fondos que apor-
taban al desarrollo español los 3 millones de emigrantes—, cuando pasamos la
línea de la abundancia al Estrecho, a partir de aquel momento, en lugar de abrir
puertas y ventanas, en lugar de estar atentos a esta globalidad, a esta gente que,
como les dije antes, son iguales que nosotros pero que tienen unos recursos muy
limitados, en lugar de abrir las ventanas, nos fuimos instalando y haciendo dó-
ciles, y en la instalación y en la docilidad la creatividad es prácticamente nula.
Creo que era importante situar estos puntos de referencia y destacar la im-
portancia de la actividad intelectual tanto para la creatividad en la frase de
Krebss, como para la capacidad de invención de Aníbal, como la Resolución de
Lisboa porque si Europa no espabila y no tenemos pronto una creatividad que
nos permita tener una economía basada en el conocimiento no podremos com-
petir. O la frase de Giner de los Ríos sobre lo que significa educación, o esta ad-
vertencia de Jesús Massip: “Cuidado que las horas pasan y nos hacemos dóci-
les”. Sólo en la medida en que permanezcamos indóciles seguiremos siendo

193
útiles al resto de la ciudadanía, en la medida en que nos vamos instalando y nos
vamos acomodando (“pues qué le vamos a hacer”, “pues no tiene remedio”,
“pues hay que aguantar”), vamos cerrando ventanas en lugar de abrirlas, vamos
haciendo algo todavía peor: si entre ustedes hay alguno que tenga conocimien-
tos de química sabe que si a un cristal le ponemos una sal de plata se convierte
en espejo. Hemos hecho algo peor que cerrar las ventanas; las hemos converti-
do en espejos y nos hemos quedado complacidos mirando (“¡Qué bien lo esta-
mos haciendo los europeos! ¡Qué magnífico! ¡Qué desarrollo! ¡Hay que ver!”).
Nos hemos mirado al espejo en lugar de abrir y mirar afuera y ver exactamente
cuál era nuestra misión y cuál era el alcance de nuestras responsabilidades.
El mundo en los albores del siglo XXI se caracteriza, a mi modo de ver, por
una gran cantidad de progresos científicos y técnicos en el siglo XX —descubri-
miento de los antibióticos, perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas de
una manera extraordinaria, capacidad de hacer frente a grandes desafíos como
podían ser el cáncer, etcétera—, es decir, hemos aumentado las posibilidades de
calidad de vida al menos de un cierto número de ciudadanos. “Pues ya está, ya
tenemos todo, ya estamos globalizados, los medios de comunicación globaliza-
Los jóvenes en un mundo en transformación

dos. Miren ustedes, ya pueden llamar”. Es una maravilla, es verdad, una mara-
villa, pero, al mismo tiempo, tenemos que decir que no es verdad que se hayan
globalizado algunos medios económicos y algunas tecnologías”. Estamos siem-
pre hablando del 20%, de este 20%, quizá un poco más. Vamos poco a poco
teniendo clientes más allá... pero yo tengo que recordar que la mitad de la hu-
manidad no ha hecho nunca una llamada telefónica: 3.000 millones de perso-
nas no han hecho nunca una llamada telefónica!. Y tengo que recordar que hay
más de 1.000 millones de mujeres que todos los días tienen que seguir hacien-
do lo mismo que hacían hace muchos años sin “globalizaciones”, sin ningún
impacto del desarrollo: tienen que ir a buscar un poco de agua, hacer un poco
de leña para hervir el agua para poder vivir y tienen que inventarse cómo so-
brevivir cada día, 1.000 millones de mujeres que son realmente las que consti-
tuyen la urdimbre de generosidad, de capacidad de superación de la adversidad.
Los hombres somos más proclives a la violencia y a utilizar la fuerza.
En una visión del conjunto de la humanidad constatamos que los progre-
sos científicos y técnicos sólo han llegado parcialmente y han modificado cosas
tan importantes como, por ejemplo, la longevidad; se ha modificado total-
mente la pirámide demográfica. Se han conseguido grandes logros. Quizás el
más importante, la mejor noticia de todas es que los países más poblados del
mundo —sobre todo India, Bangladesh, Egipto, Brasil, México— poco a po-
co han ido aumentando la educación y ha ido disminuyendo la fertilidad, es
decir, no ha sido impuesta, no ha sido una fertilidad, como tantos otros com-
portamientos, resultado de una imposición draconiana, drástica, por parte de
las autoridades en un sistema dictatorial, no: ha sido fruto de mayor y mejor
educación. Sobre todo el caso de la India merece un aplauso especial porque ha
sido, especialmente desde el año 45, el fruto de unos comportamientos apren-
didos, de unos comportamientos democráticos de gran austeridad, que han

194
permitido que se vaya moderando aquella cifra, aquellos porcentajes de creci-
miento que en los años 70-80 nos preocupaban tanto.
Sin embargo, como les decía, existen unas enormes asimetrías, asimetrías de
género, de calidad de vida, asimetrías de conocimientos. No compartimos los
conocimientos. ¿Por qué? Pues porque de esta manera explotamos, de esta ma-
nera somos “nosotros” los que seguimos utilizando sus recursos, originándose
una nueva dependencia, un nuevo colonialismo. Hay un “colonialismo tecno-
lógico” clarísimo. ¿Ustedes han pensado alguna vez de dónde viene normal-
mente el pescado que comemos, el gas que consumimos, el petróleo, los fosfa-
tos, la mayor parte de las materias primas? Pues vienen de todos estos países con
los cuales no hemos compartido conocimientos y siguen siendo los grandes su-
ministradores. De un lado, no hemos compartido con ellos conocimientos y, de
otro, no hemos cumplido nuestras promesas, porque les dijimos en el año 74,
creo que fue en octubre del 74: “Nosotros al menos les vamos a ayudar para que
ustedes puedan tener un cierto desarrollo endógeno, un cierto desarrollo de su
propio país, de ustedes mismos”. No ha sido así salvo algunas excepciones: los
países nórdicos, a los que hay que guardar reconocimiento porque son los paí-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ses que ayudan realmente a la democracia y los que a escala internacional for-
talecen un cierto marco de responsabilidades públicas. A excepción de estos
países, el promedio de la OCDE no se acerca ni de lejos al 0,7% que, por cier-
to, es un porcentaje muy razonable. Fíjense: los catalanes —que ya saben que
contamos hasta cuando bailamos la sardana— sabemos que cuando damos el
0,7% nos quedamos el 99,3, o sea, que está muy bien, está muy bien y es muy
razonable. Pues ni eso, ni eso hemos sabido hacer. El promedio de la OCDE
en estos momentos se sitúa en el 0,21. Es un disparate.
No hemos cumplido las promesas, no compartimos el conocimiento, ex-
plotamos sus recursos y todavía nos extrañan los flujos migratorios, la violen-
cia, el terrorismo”. Se están creando unos caldos de cultivo de desesperan-
za.¿Cómo puede ser que la gente viva en estas condiciones?. Como he tenido la
oportunidad de ver lo que es la guerra, lo que es la violencia, lo que sucedió en
Ruanda, en Bosnia... por eso se lo cuento, para que ustedes lo sepan y no lo vi-
van. A mis hijos y nietos les digo: “Si os lo cuento con cierta vehemencia es por-
que no quiero que lo veáis vosotros, que lo viváis vosotros, pero quiero que se-
páis hasta qué punto cuando hay violencia no hay nada más que violencia”.
Hemos pasado la vida construyendo unas escuelas, proporcionando unas becas,
perforando pozos..., tantas ONG’s trabajando por eso y, en un momento, en
un día, todo desaparece y no hay más que violencia, no hay más que prácticas
y conductos que ustedes no puedan imaginar porque para sobrevivir se hace lo
que nadie podía pensar unos instantes antes que iba a hacer.
No tenemos que poner al mundo en esta tesitura. Tenemos que decir una vez,
que la fuerza ya ha cumplido su papel y ha sido un papel terrorífico. ¡En el siglo
XX, hemos descubierto e inventado tantas cosas!. ¡Qué maravilla, qué manera de
transportarnos, qué manera de comunicarnos, qué manera de poder vacunarnos
contra enfermedades que eran terribles!. Recuerdo la polio en los años 46-47...

195
cuando llegaba a casa y le decía a mi madre que me dolían las rodillas... mi ma-
dre se ponía pálida como este papel, porque había mucha polio. Pues bien, ya no
hay polio, ya no hay viruela, ya no hay tantas afecciones que eran grandes desafí-
os, pero permanece el sentimiento de que debe prevalecer la espada sobre la pa-
labra, la fuerza y la imposición sobre el diálogo y sobre el entendimiento. En es-
to no hemos cambiado en absoluto y el resultado han sido muertes y muertes y
muertes, y guerras y guerras y guerras. Ésta es la situación.
Pero —y esto es lo que a mí me preocupa— la solución que se dio en el año
45, liderada por los Estados Unidos de Norteamérica, fue exactamente la
opuesta de la que se ha dado ahora. En el año 45, después de aquel genocidio,
después de aquellas muertes producidas también por suicidas... (Ahora todo el
mundo dice: “Es el Islam”! No, cualquier extremismo —y nosotros los sabemos
bien en España— cualquier extremismo da el mismo resultado de obcecación,
de fanatismo... . Es la persona que se encuentra atrapada y no halla más salida
que la de morir matando. Pero que nadie olvide a los kamikazes, los kamikazes
no morían por Alá ni por Dios, morían por un emperador...). Pues bien, en
1945, después del holocausto, de perversas prácticas de exterminio, se funda-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ron las Naciones Unidas en San Francisco. La Carta empieza... hemos resuelto
evitar a nuestros hijos el horror de la guerra”.
Ahora en Europa tenemos problemas al redactar la Constitución. Ponemos
“estados”, ponemos “ciudadanos”. Nos dan miedo los pueblos, nos da miedo
poner: “Nosotros, los pueblos de Europa”, “Nosotros, los que formamos parte
de este pueblo”. Son pueblos, son culturas. El pluralismo, la diversidad es nues-
tra riqueza. El Estado alberga a varios pueblos y tiene unas funciones de cohe-
sión y garantías comunes, pero no debería sustituir a este sentido genuino que
tiene la propia Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, después
de una Guerra de Secesión terrible: “Nosotros, el pueblo”. Es importante que
recordemos que son los Estados Unidos los que, en 1945, reúnen a todas las na-
ciones del mundo en San Francisco, para crear un Fondo Monetario Interna-
cional para proporcionar a los flujos financieros el equilibrio y las pautas que
requieran, y un Banco Mundial. Pero el Banco Mundial no se llama Banco
Mundial sino Banco Mundial de la Reconstrucción y el Desarrollo!.,Poco a po-
co ha ido perdiendo el “apellido”. Y, sobre todo, las Naciones Unidas: “Nos-
otros, los pueblos hemos decidido evitar a las generaciones futuras el horror de
la guerra”. A estas Naciones Unidas se las dota inmediatamente —y lo hacen
grandes sociólogos, politólogos, escritores, poetas como Archibald Macleisn;
Eleonor Roosevelt, René Cassin— de la Declaración de los Derechos Huma-
nos que es una maravilla. Así, en 1948, ya se dispone de un “espacio democrá-
tico” y de unas normas de conducta. “Ahora —se dicen— tenemos que com-
partir mejor”. Y en el año 1954 se crea el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo... . Fíjense qué manera tan distinta de proceder en comparación
con la actual: crear un espacio democrático, unas pautas para evitar la impuni-
dad a escala internacional, para evitar lo que está sucediendo ahora: tráficos,
tráficos de personas!. ¿Se dan cuenta de lo que está pasando? Tráficos ya no de

196
drogas, de armas, de capitales, de ideas, todo con absoluta impunidad. Ahora
lo más grave es el tráfico de personas. Pero como carecemos de pautas, de de-
mocracia a escala supranacional, de mecanismos positivos... como no tenemos
todo eso que acabo de mencionar, debemos tener presentes más que nunca es-
tos puntos de referencia ética, la Declaración de los Derechos Humanos.
Hoy, después de tantos estudios, después de tantas horas de vigilia en la
Cumbre de Río, cuando disponemos de una Agenda para el medio ambiente...
se están deteriorando, al no observarla, los pulmones de nuestros descendien-
tes. Dentro de 40, 50 o 60 años se puede pagar muy caro lo que se está ha-
ciendo ahora con el mar. El mar representa el 92% de la recaptura de gases con
efecto invernadero, sobre todo anhídrido carbónico; el mar cubre el setenta por
ciento de la superficie de la Tierra, de la piel de la Tierra. ¿Cómo podemos to-
lerar que los petroleros sigan haciendo lo que les da la gana? No lo digo en ca-
so de accidentes como los que nosotros aquí en España conocemos tan bien úl-
timamente, no. Lo digo porque cada día se lavan en alta mar los fondos de
cientos de petroleros. Se está asfixiando el fitoplancton. ¿Porqué no reacciona-
mos frente a ésto? ¿Qué hacemos los ciudadanos? Aguantar. Y ver qué nos di-

Los jóvenes en un mundo en transformación


cen: que si llega un futbolista con el pantalón roto, aunque después resulta que
cobra millones y se aloja en un Hotel de super-lujo... y, embobados, distraídos,
resignados, callamos. Esto es lo que hacemos en lugar de decir: “Es intolerable
que el presidente de los Estados Unidos haya decidido no firmar el Protocolo
de Kyoto”. Esta actitud hubiera tenido que provocar en todo el mundo una
gran reacción porque el Protocolo de Kyoto ya es una versión edulcorada de lo
que sería necesario hacer. Costaría un poco más el petróleo, ganarían lo mismo
las grandes corporaciones relacionadas pero sabríamos que estábamos evitando
el deterioro progresivo de la habitabilidad de la Tierra.
Propuse en los años 90 que hubiera un Consejo de Seguridad Medioam-
biental —Jacques Delors había sugerido un Consejo de Seguridad Económica,
que no estaría mal que lo hubiera— con unos códigos de conducta y unos me-
canismos punitivos para los transgresores. Míren ustedes qué contradicción: en
los países democráticos tenemos grandes discusiones parlamentarias, tenemos
unas leyes, tenemos mecanismos punitivos. Saltan ustedes del espacio nacional
al espacio supranacional: no hay absolutamente nada. ¿Por qué? Pues porque
poco a poco las posibilidades de un Consejo de Seguridad medioambiental,
económica, cultural... todo esto ha ido desapareciendo. En un momento de-
terminado, al final de los 80, pensaron: “¿Por qué en lugar de “Nosotros, los
pueblos”, no nos arreglamos entre unos cuantos?. Y se crea el G-7. El año 1989
fue un año de graves repercusiones porque, con el G-7, se pasaba del “Nosotros,
los pueblos”, de una democracia posible a escala mundial, a una plutocracia, a
una oligocracia, a unos cuantos que van a decidir en nombre de los demás, a
“Nosotros, los poderosos”... . Hoy es patente la incapacidad para la gobernan-
za a escala mundial, porque la solución, que es la voz del pueblo, que es tener
en cuenta a los ciudadanos, que es procurar que participen para que haya una
modulación permanente de las normas y de las leyes... todo ésto se ha ido evi-

197
tando a escala internacional. Y la situación actual es una situación de hegemo-
nía prácticamente de un solo Estado, el mismo que en el año 1945 creó las Na-
ciones Unidas, el mismo que dio esta gran referencia ética que es la Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
Todo ello es la consecuencia, a mi modo de ver, de una gran transferencia
de responsabilidades. No olviden ustedes que cuando vamos a elegir a alguien
en un sistema democrático decimos: “¿Y cuál es su programa? ¿Y qué va a ha-
cer? ¿Y cuáles son los “acentos” que va a poner?”, para comprobar si está de
acuerdo o no con nuestras propias percepciones de lo que tiene que ser un go-
bierno. Pues ha sucedido —parece increíble, pero es así— que han abdicado de
sus responsabilidades y la han pasado al “mercado”. ¡La responsabilidad de las
normas deben guiar el desarrollo económico, social... todo se pasa al mercado.
Esta transferencia de responsabilidad alcanzó su apogeo en el año 1996, en que
el presidente de los Estados Unidos, al ver los buenos resultados que pronun-
ciaba a algunos la economía de mercado, llegó a decir: “No sólo economía de
mercado si no sociedad de mercado, si no democracia de mercado”. ¡Hasta la
democracia querían situarla dentro de este marco de regulación a corto plazo,
Los jóvenes en un mundo en transformación

movido por intereses - que están muy bien para el comercio, pero no para subs-
tituir a los valores como puntos de referencia a escala internacional. El resulta-
do ha sido que en lugar de una reducción de las asimetrías que eran ya tan gra-
ves en los años 70-80, en lugar de reducir el abismo entre los prósperos y los
menesterosos, se ha producido una ampliación. Hoy se calcula que ya es el 17%
de la humanidad la que tiene el 83% de los recursos.
Les quería contar todo esto para que se den cuenta hasta qué punto es ne-
cesaria una educación que forme “ciudadanos del mundo”. Dentro de las “gran-
des directrices para educación en el siglo XXI”, informe que le encargué en el
año 1991 a Jacques Delors entonces Presidente de la comisión Europea, y que
reunió durante dos o tres años a los mejores pedagogos, filósofos, sociólogos,
educadores, etc., del mundo, figuran estas grandes referencias para el proceso
educativo: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, (a ser uno mis-
mo), y aprender a vivir juntos. Añadieron “aprender a vivir juntos”, esta convi-
vencia intercultural, esta capacidad de ponernos en la piel del otro, esta alteri-
dad, esta fraternidad, fraternidad que por cierto también figura en el artículo
primero de la Declaración Universal. Sucede con este artículo lo mismo que
con el Banco Mundial, que nos hemos acostumbrado a decir sólo una parte y
nos olvidamos del resto que conceptualmente es tan importante. El artículo
primero dice que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad,
están dotados de razón y se relacionan entre sí fraternalmente”. Esto es lo dice es-
tablece el artículo primero de la Declaración Universal, los principios de igual-
dad, de libertad y de fraternidad, que son los grandes principios democráticos.
La diversidad es infinita. En mis clases de bioquímica les refería el momen-
to en que Charles Darwin, con el Beagle al fondo, en las Islas Galápagos escri-
be en su carné de notas: “Life is endless forms”, la vida es formas sin fin”. En
aquel momento Charles Darwin estaba, seguramente sin saber su alcance, sólo

198
por el aspecto externo, describiendo lo que después ha resultado ser la fisiopa-
tología, la unicidad de cada ser vivo. Ya lo ven ustedes, nos pueden reconocer
por nuestro aspecto, 6.100 millones de personas diferentes por su aspecto; só-
lo por el diseño de las proteínas ectodérmicas de nuestro pulgar, sólo por las
huellas, todos somos distintos. Esta unicidad biológica va acompañada de una
unicidad intelectual. Pero es que, además, no es algo estático, no son, en su
conjunto, características “fijas” durante toda la vida”. No. Tenemos alrededor
de un millón de mutaciones al día —mutaciones espontáneas, mutaciones
normales— y, sobre todo, desde un punto de vista intelectual vamos cambian-
do en virtud de lo que pensamos, de lo que leemos, de lo que vemos, de lo que
nos emociona, de lo que amamos, de lo que rehusamos, de lo que soñamos, etc.
Me interesa mucho que sepamos que cada ser humano es único y que no pue-
de vanagloriarse —¡y se lo dice un catalán¡— ni de dónde ha nacido, ni de có-
mo ha nacido, ni de si su piel es blanca o su piel es negra, o de si es hombre o
si es mujer... porque no lo hemos elegido. Hemos empezado por no elegir na-
cer. Nos encontramos aquí y la responsabilidad no es nuestra, estamos aquí. No
puedo vanagloriarme: “Yo soy catalán, nací en Barcelona”, porque no lo pedí.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Ni puedo vanagloriarme de ser hombre, hubiera podido ser mujer. No es de
cómo se nace sino de lo que se hace porque esto sí, esto es responsabilidad de
cada ser humano a medida que va adquiriendo una serie de características in-
telectuales que le permiten ser él mismo, es decir, la unicidad se convierte en
“mismidad”, en terminología de Javier Zubiri, uno de los grandes pensadores
de la España contemporánea.
“Mismidad” gracias a esta desmesura creadora a la que antes hacía referen-
cia, en la que radica nuestra esperanza, porque cada uno de los 6.100 millones
que vivimos hoy somos capaces de pensar, de imaginar, somos capaces de in-
ventar, somos capaces de crear!. Hay un refrán que dice que “la necesidad agu-
za el ingenio”. En China, al parecer, los ideogramas de la palabra “crisis” signi-
fican, de un lado, situación de riesgo y, de otro, posibilidad de salvación. Creo
que fue Hölderlin el que más insistió en que de la tensión nace el ingenio, la
creatividad. El poeta y tantas cosas más, José Martí —me gustaría que se co-
nociera la más— escribía: “Sólo de la desventura nace el verso”. El verso nace
porque hay tensión, no necesariamente desventura, pasión creadora, compa-
sión creadora. Si alguien dice: “No, yo lo de la pasión...ya pasó”, bueno, pues
pongamos el ”com” antes. Seamos capaces de compadecer, de padecer con los
demás, de darnos cuenta de que no estamos solos, de que esta unicidad, esta
mismidad tiene que ser al mismo tiempo alteridad permanente.
Hace unos días ha muerto Ilya Prigogine, un premio Nóbel de química,
que fue el que desarrolló la teoría de las mutaciones o cambios. “Nada tiene lu-
gar cerca del equilibrio”. Cerca del equilibrio, en las aguas remansadas todo
tiende a irse sedimentando, no hay actividad, no hay corriente, no hay fuerza.
A medida que nos desplazamos del equilibrio se llega a puntos en que se pro-
duce la mutación. Eso se aplica tanto a la química como a la biología, a todas
las reacciones. ¿Qué es lo que hacemos cuando queremos que se produzca una

199
reacción en un tubo de ensayo? Lo primero que hacemos es tener un mechero
y calentar para que haya interacción, para que haya “tensión”. Por tanto, la ten-
sión es fundamental: es darse cuenta de que queremos, de que tenemos que
contribuir, de que tenemos que aportar, de que tenemos que participar. Y esto
se realiza al filo exacto de las luces y de las sombras, de las certezas y de las in-
certidumbres. Que nadie asevere: “Yo de ésto estoy seguro”. Son posiciones
dogmáticas, posiciones intransigentes. La libertad existe al 50% exacto de las
luces y de las sombras, de lo que en un momento determinado nos parece una
certeza y de lo que nos parece una incertidumbre, de lo que todavía no pode-
mos incorporar como algo que ya consideremos que constituye un punto de re-
ferencia para nuestro comportamiento. Es en esta credulidad-incredulidad per-
manente, es en esta batalla permanente, como les digo, entre la oscuridad y la
luz y los destellos de luz, es aquí, en este punto de libertad, donde tiene lugar
la fuerza creadora, la capacidad de hallar nuevos derroteros, de hallar nuevos ca-
minos, no sólo personales sino como soluciones a los grandes desafíos que tie-
ne planteados la humanidad.
Por eso tenemos que fomentar estas actitudes, por eso tenemos que procu-
Los jóvenes en un mundo en transformación

rar ser —al menos desde un punto de vista económico—, la Europa del deste-
llo, del faro democrático, la Europa de la creatividad científica. Aquí no valen
cifras maquilladas, porque no se trata de una cuestión política ni de si uno lo
ha hecho mejor que otro, no, aquí de lo que se trata es de si somos capaces, pa-
ra el año 2010, de tener una “economía basada en la creatividad”. ¿Saben uste-
des cuántos europeos están en estos momentos trabajando en los laboratorios y
centros de los Estados Unidos? 400.000. ¿Saben ustedes cuántos negros, habi-
tantes del África subsahariana, sus mejores talentos, son hoy PhD, son docto-
res en alguna rama de la ciencia trabajando en los Estados Unidos? 36.000. He-
mos seguido unos modelos según los cuales en el más brillante, el que tenía
mayor talento no ha vuelto a su país de origen. Estos países, a veces con la ayu-
da de países prósperos, han invertido en los estudios de sus nativos, han dado
becas. “Márche usted a Princeton. Estudie allí”. Y nunca más se supo, porque
no hemos sabido, al tiempo que dábamos una beca de ida dar una beca de vuel-
ta, asegurar que la creatividad regresa, asegurar que esta fuerza creadora fuera la
base de la economía nacional. Y así hemos ido facilitando el éxodo de cerebros,
así hemos facilitado este brain drain que hoy encuentra un campo fantástico de
aplicación en algunos países que son los líderes del mundo en creatividad in-
dustrial, en diseño, en tecnología, en aplicaciones de la ciencia.
Voy a concluir diciendo que la capacidad que tenemos hoy los ciudadanos
de poder hacer ver nuestros puntos de vista, nuestra “mismidad,” de participar,
de manifestar nuestros criterios, nuestros puntos de vista, nuestras respuestas,
(a veces muy creativas), es resultado de la escucha. Cuando alguien les diga que
un problema no tiene solución, díganle que es porque no ha escuchado bas-
tante. Recuerdo cuando fui ministro que al principio alguien me dijo: “No, mi-
re, es que esto no tiene solución”. Le contesté: “Tenemos en España 325.000
maestros, y maestras; pregúntenles y verá como sí que la tiene”. Y es que lo que

200
no hacemos muchas veces es sacar partido de este inmenso tesoro, de este in-
menso acervo de conocimientos, de creatividad, que representa la experiencia
de cada persona. Estas personas cuya vida transcurre de una manera con fre-
cuencia silenciosa, pero que cada día está creando, está inventando, está mi-
rando cómo se hace mejor la pedagogía, cómo se puede realizar mejor su fan-
tástica tarea... . A estas personas no las consultamos y todo este inmenso tesoro
desaparece sin que lo podamos conocer y aprovechar.
A mí fue una mujer, como en tantas otras ocasiones, la que me dio una gran
lección a este respecto. Lo he comentado muchas veces porque para mí fue fun-
damental. Era el principio de mis funciones como director general de la UNES-
CO. Estaba en África, que he conocido muy bien: he pasado allí casi el 50%
de los doce años del desempeño del cargo, porque me ha atraído muchísimo,
porque tiene una sabiduría fantástica y porque, además, son los que más ayuda
necesitan. Pues bien, llegamos a un pueblo cerca de Ouguadagou, en Burkina
Faso. Ya se pueden imaginar. Llegamos allí el presidente, el vicepresidente, el
ministro de Cultura, el ministro de Educación y el director General de la
UNESCO. La directora del centro escolar era una mujer de unos 50 años que

Los jóvenes en un mundo en transformación


nos miraba, con una sonrisa. Yo no sabía si era una sonrisa de satisfacción o de
ironía. Al final me di cuenta que era de ironía. Al terminar me llamó y me di-
jo: “Mire, me ha gustado lo que han dicho, pero me sorprende que la UNES-
CO, UNICEF, las ONG’S, vengan todas a darnos consejos. Nadie ha venido a
pedírnoslos. Yo llevo aquí —me dijo— 25 años de profesora, de maestra, ¿us-
ted no cree que yo sé bastante más que ustedes, con todo el respeto, de educa-
ción en África?”. Y entonces descubrí que era una sonrisa irónica, claro. Estaba
mirando y pensando: “¿Qué sabrán estos señores? ¿Qué sabrán estos enteraos?”,
como decía aquel granadino ¡tanto enterao!. Pues sí: a veces no nos damos cuen-
ta, cuando estamos en una posición de toma de decisiones, que la solución la
tiene la experiencia, esta creatividad de cada día de tanta gente que va acumu-
lándose, y que tenemos que saber consultar en los momentos difíciles.
Una persona con la que yo tuve una gran amistad durante muchos años es
el comandante Cousteau, Jacques Cousteau. Ya muy mayor me decía: “Me he
pasado la vida describiendo las bellezas del mar y he perdido quizá una parte de
mi tiempo. Hubiera debido hablar más de los problemas del mar, no sólo de las
bellezas del mar”. Por su edad, a veces se adormecía en el curso de una reunión.
Recuerdo que, en un momento dado, alguien dijo: “Esto es imposible”. Él des-
pertó y dijo: “Entonces me interesa”. O sea, que para eso estamos. Me sor-
prende oír en universidades y centros de investigación: “No, que esto es muy
difícil”. Pues para eso queremos la universidad, porque si fuera tan fácil, pri-
mero, ya se habría solucionado y, segundo, no requeriríamos tener instancias,
instituciones de tan altos vuelos.
Tenemos que utilizar más la palabra. Hablamos poco. Yo reprocho, y lo di-
go con toda sinceridad, a las instituciones científicas, creadoras, que tienen la
fuerza del conocimiento y la experiencia, lsu silencio. Hay momentos en que
no se puede guardar silencio. No se puede guardar silencio —yo incluso he es-

201
crito que puede ser un delito guardar silencio— porque poco a poco nos dis-
traen, como les decía antes, nos vemos envueltos en que si llega fulanito, que el
fútbol, que si no sé qué..., que está muy bien, que todo eso está muy bien y
conviene divertirse, pero llega un momento en que nos preguntamos ¿Por qué
he callado?”. Cuando un presidente, sea del país que sea, dice lo que ha dicho
el Presidente de los Estados Unidos, George Bus, del Protocolo de Kyoto, hu-
biéramos tenido que reaccionar todos los científicos del mundo al día siguien-
te. Y cuando se llevó a cabo, indebidamente la invasión de Kosovo —que fue
la primera vez que se marginó a Naciones Unidas y se creaba un precedente,
porque el Cáucaso vendría después de los Balcanes y un día vendría en Asia el
predominio de una fuerza peninsular sobre una insular...— hubiera tenido que
provocar una reacción inmediata. Ya no les digo comento lo que ha sucedido
con esta guerra innecesaria, absurda, de Irak!. Qué bien que el 15 de febrero
por primera vez — podemos mantenerlo como esperanza—, mucha gente, mu-
chísima gente en todo el mundo ha dicho que no, y lo ha dicho como hay que
decirlo, sin violencia alguna!.
Si no queremos la fuerza, si estamos cansados de fuerza y de violencia, si lo
Los jóvenes en un mundo en transformación

que queremos es hablar, si lo que queremos es tan antiguo como lo que nos pe-
día el profeta Isaías, que “convirtiésemos las lanzas en arado”, si eso es lo que
queremos, digámoslo alto y claro. Siempre pagan la factura los mismos, los más
débiles. Hagan la cuenta de los muertos, de todos, porque sólo se hace la cuen-
ta de los muertos de los vencedores y nunca de los vencidos, y verán que siem-
pre pagan la factura los más débiles. Aquellos que nos envían a la guerra, a és-
tos normalmente no les pasa nada. Siempre pagan la factura de la violencia los
mismos. Y por eso tenemos que crear, tenemos que innovar, tenemos que in-
ventar el futuro. Fue el presidente Clinton, por cierto, quien dijo un día: “El
futuro será bueno si lo sabemos inventar”. Pues vamos a seguir esta recomen-
dación —en este caso estoy de acuerdo— y la de Aníbal: “Encontremos cami-
nos, estemos dispuestos a tener una actitud de búsqueda”. Pero no estamos dis-
puestos a silenciar lo que pensamos, ni a aceptar que desde grandes instancias
de poder mediático decidan sobre nuestro comportamiento. Nosotros nos
comportamos según creemos, según cada día pensamos que debemos hacerlo:
esto es lo que hacen los ciudadanos educados.
Y esto es lo que tenemos que procurar a partir de ahora: vamos a hacer un
esfuerzo para reconocer nuestra experiencia, para escucharnos unos a otros —
como nos pedía la maestra de Ouguagadugou, de aquel pueblo—, vamos a es-
cucharnos más y vamos a tener la valentía de exponer los resultados de nuestra
creatividad, de nuestros nuevos caminos, de nuestras nuevas fórmulas para las
generaciones venideras convencidos de que sólo a ellas les corresponde escribir
el futuro. No tenemos otro regalo que hacer a los jóvenes, ninguno. El pasado
—¡tantas veces hablando del pasado!— está bien para extraer sus lecciones, pe-
ro sólo tenemos algo que está intacto, que debemos procurar que permanezca
intacto, que es el futuro. Es lo único que podemos legar a los jóvenes. Del pre-
sente somos nosotros los responsables. Si no es bueno, tenemos que reconocer

202
que no lo es, tenemos que reconocer que no hemos sabido hacerlo mejor. Pero
lo que sí podemos y debemos hacer es decirles: “Este espacio de mañana lo tie-
nen que escribir los jóvenes”. Son ellos y sólo ellos los que deben escribirlo y
por eso no podemos permitir que nadie lo escriba en su nombre, que nadie se
anticipe a escribir un futuro que corresponde plenamente a los jóvenes de hoy,
porque es el único legado que les podemos dejar para que tengan esta motiva-
ción, para que tengan esta esperanza, para que piensen que nada se da —la li-
bertad no se da, la solidaridad no se da, el amor no se da, la justicia no se da,
que todo se construye cada día. La paz se construye cada día. Y hemos vivido
con un adagio perverso que dice: “Si quieres la paz, prepara la guerra” (Cice-
rón). La paz tenemos que construirla, igual que la libertad, igual que la justi-
cia, igual que el amor, todos los días cada uno de nosotros. Es nuestra respon-
sabilidad.
Entonces, sí, podremos decirles a los jóvenes: “Hemos hecho cuanto hemos
podido. No hemos guardado silencio y hemos sembrado muchas veces en te-
rrenos que sabíamos que seguramente no crecería nada. Pero hemos sembrado”.
Y decirles también: “Somos conscientes de que algunas de estas semillas no

Los jóvenes en un mundo en transformación


fructificarán pero —a modo de advertencia, porque a ellos les corresponde
sembrar a partir de ahora— sólo hay un fruto que nunca nadie recogerá: el de
las semillas que no hayamos tenido el coraje de sembrar.”

203
CAPÍTULO III.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


MOVIMIENTOS SOCIALES GLOBALES:
LA EPOPEYA DEL SIGLO XXI
Prof. Dr. D. Federico Javaloy
Universidad de Barcelona

Vivimos en la era de la globalización. Desde finales del siglo XX, vivimos en


un mundo más pequeño, en una aldea global en la que los habitantes del pla-
neta nos sentimos cada vez más cerca. Y ello ha sido posible gracias a un verti-
ginoso despliegue de las nuevas tecnologías de la información y la comunica-
ción. Es cierto que esto ha ocurrido sobre todo en los países desarrollados, pero
está repercutiendo en todo el mundo.
En esta sociedad global está cambiando todo: se está creando un mercado
único global, unas instituciones políticas globales, una cultura global. Incluso,
a nivel de relaciones entre las personas, está surgiendo un nuevo tipo de rela-
ciones que no conoce fronteras.
Otra de las novedades de esta sociedad global, que no cesa de sorprender-
nos, ha sido la irrupción de nuevos movimientos sociales que operan en todo
el mundo. Estos movimientos sociales globales son grupos de personas organi-
zadas que buscan un cambio social que implica a toda la humanidad. Se trata
de grupos de ecologistas, de mujeres, de pacifistas, de “antiglobalizadores” que
poseen organizaciones implantadas a nivel global y realizan campañas y em-
prenden acciones a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. Defienden intere-
ses que conciernen a todos, por lo que gozan de la simpatía de la mayor parte
de la población mundial.

205
Vamos a hablar aquí de la lucha de estos grupos por conseguir un cambio,
vamos a explicar sus proyectos y esperanzas. Nuestra exposición va a desembo-
car en una conclusión: que la empresa acometida por los movimientos sociales
globales tiene un carácter grandioso que bien puede hacerla merecedora del tí-
tulo de epopeya del siglo XXI.
La epopeya es un género literario que narra un conjunto de episodios de
gran importancia para la vida de un pueblo. Tiene lugar en una época históri-
ca crucial en la que está amenazado el futuro de ese pueblo y exige el esfuerzo
heroico de unos seres humanos dispuestos a comprometer su vida en una em-
presa colectiva, luchando contra el enemigo que amenaza su supervivencia. Es-
tas características, que se aprecian en la epopeya clásica, pueden advertirse tam-
bién en la acción de los movimientos sociales globales.
Para desarrollar estas ideas, vamos a seguir el siguiente esquema:
1. En la era de la globalización
2. Globalización psicológica y movimientos sociales globales (MSG)
3. La bandera de los MSG. El papel de Internet
4. Proyectos de dos MSG integradores: ecologismo y antiglobalización
Los jóvenes en un mundo en transformación

5. De la epopeya clásica a la epopeya del s. XXI

1. En la era de la globalización

La globalización es un fenómeno nuevo que está cambiando nuestras vidas.


No se trata de un hecho más que caracteriza la época en que vivimos y tampo-
co es simplemente un rasgo importante de nuestro tiempo. La globalización es
la característica que mejor define la sociedad en que vivimos, la que le impri-
me un rasgo más distintivo. La realidad es que vivimos en la sociedad de la glo-
balización, que nuestro mundo es un mundo globalizado, tal como fue defini-
do por el secretario general de las Naciones Unidas en la Cumbre del Milenio.
La globalización ha sido posible gracias al desarrollo de las tecnologías de la
información y comunicación que han permitido un incremento espectacular de
las relaciones humanas en todo el mundo, a nivel interpersonal, organizacional
y colectivo, tanto en el orden económico, como a nivel político, cultural y so-
cial, en general, de forma que la actividad humana tiende a unificarse en cada
uno de estos niveleles. Como resultado de todo ello, la globalización ha repre-
sentado una mayor interdependencia entre todos los seres humanos, un acerca-
miento creciente en un mundo cada vez más pequeño. Este hecho ha produci-
do importantes consecuencias psicológicas.

2. Globalización psicológica y MSG

Así como puede observarse que cuando aumenta la interacción entre indi-
viduos dispersos se va creando una estructura de relaciones más o menos esta-

206
bles que va haciendo crecer la interdependencia entre las personas hasta formar
un grupo, también podemos observar este mismo fenómeno a nivel global. Si
se define un grupo como “un conjunto de personas interdependientes” (Cart-
wright y Zander, 1968, 48), puede decirse que la globalización está convirtien-
do a la humanidad en un grupo psicológico, en un conjunto de personas que son
conscientes de que forman parte de una misma unidad, lo cual trae consigo im-
portantes efectos psicosociales a los que vamos a referirnos.
En ese nuevo grupo que es la humanidad, “la acción social en un determi-
nado tiempo y lugar es crecientemente condicionada por las acciones sociales
en lugares muy distantes” (Della Porta y Kriesi, 1999), lo cual facilita una con-
cienciación global y rápida de los problemas enarbolados por los movimientos
sociales. En el marco planetario, los más importantes movimientos sociales —
como el ecologista, el movimiento por la paz o el feminismo— han ido uni-
versalizando tanto su discurso como su organizaciones a nivel internacional y
las estrategias de actuación, que pueden ser coordinadas globalmente con rela-
tiva facilidad haciendo uso de las nuevas tecnologías de la información. De es-
ta forma han surgido una conciencia y una acción de carácter global cuya ex-

Los jóvenes en un mundo en transformación


presión más evidente son los movimientos sociales globales.
A la aparición de movimientos sociales globales, ha contribuido particu-
larmente la naturaleza global que han ido adquiriendo muchos de los proble-
mas que abordan los movimientos (como la paz mundial, la crisis ecológica o
la brecha social Norte-Sur), y que exige asimismo soluciones y estrategias glo-
bales de actuación. Un ejemplo particularmente claro lo constituyen los pro-
blemas abordados por el movimiento ecologista. Hasta muy poco, el ser hu-
mano no tenía suficiente poder para producir un daño global en la biosfera y
poner en peligro la supervivencia de la humanidad, por lo que son nuevos pro-
blemas tales como el cambio climático, el efecto invernadero, el agujero de la
capa de ozono o la contaminación nuclear, y es nueva la amenaza global que es-
tos problemas representan.
Los movimientos sociales globales están influyendo en una toma de con-
ciencia de la humanidad (o “conciencia de especie”). Como ha notado Mil-
brath, “las preocupaciones básicas de los movimientos sobre el futuro coinci-
den con el interés del conjunto de la población” (1990, 377), de forma que “los
intereses de los activistas ya no corresponden con los de un grupo social en con-
flicto, ya no reinterpretan la realidad social desde la postura de una minoría
oprimida sino que... contemplan una sociedad mejor para todos”.
En la concienciación de la población ha jugado un papel crucial la colabo-
ración de los medios de comunicación. Por ejemplo, la aparición frecuente de
temas ecologistas en los medios de comunicación ha favorecido su legitimación
y el desarrollo de un estado de opinión, constatado en las encuestas, que pro-
porciona un contexto previo favorable a las campañas de las organizaciones eco-
logistas. Al relevante papel jugado por los medios de comunicación de masas en
el desarrollo del movimiento ecologista ha contribuido, además de la naturale-
za global de los problemas y soluciones tratadas, el interés de los periodistas por

207
los valores humanistas básicos del ecologismo —relacionados con la supervi-
vencia de la humanidad— que la mayor parte del público considera legítimos
y ello ha favorecido el hecho de que los medios de comunicación asuman el pa-
pel de la voz del pueblo, con lo que refuerzan su propia legitimidad (Castells,
1997, 154).
La nueva conciencia global ha reforzado la imagen de la humanidad como
grupo, que “consiste en que los individuos tienen cierta conciencia colectiva de
sí mismos como entidad social diferenciada; tienden a percibirse y definirse co-
mo grupo, a compartir cierta identidad común” (Turner, 1987). Esta identidad
emergente puede ser denominada identidad global. El hecho de que los seres del
planeta se perciban a sí mismos como un grupo-humanidad despierta senti-
mientos espontáneos de atracción y simpatía mutua, tiende a favorecer una co-
munidad de intereses y sentimientos de altruismo y solidaridad, de forma que
los objetivos de otros miembros se perciben como propios y crece la concien-
cia de que compartimos un destino común. Son efectos psicosociales positivos
derivados de la globalización (Tabla 1).
Los jóvenes en un mundo en transformación

Tabla 1. Efectos psicosociales positivos de la globalización


EFECTOS DESCRIPCIÓN DE LOS EFECTOS
Conciencia global
Inderdependencia Acción global: MSG
Atracción, simpatía mutua
Identidad Solidaridad

Una solidaridad plena exigiría la construcción de un sentimiento de “noso-


tros” que abarque la totalidad de los habitantes del planeta. Ahora bien, llegar
a una solidaridad universal, venciendo la tendencia espontánea al etnocentris-
mo, no es tarea fácil, porque “el hombre tiende a ser solidario sólo con los que
le resultan similares y más cercanos, a los que considera buenos, y tiende a pro-
yectar las culpas hacia los más distantes” (Ballesteros, 1997, 232).
En consecuencia, creemos que el mejor antídoto contra nuestra inveterada
tendencia al etnocentrismo, que tantos enfrentamientos y guerras ha provoca-
do, consiste en estimular y desarrollar una identidad social planetaria. Ello pue-
de hacer realidad una vieja sentencia de Tertuliano (“el mundo entero es nues-
tra patria”) que, en la Conferencia de La Haya de 1989, fue expresada con
palabras nuevas: “Nuestro país es el Planeta”.

El lado oscuro de la globalización

Pero la conversión de la humanidad en un grupo también ha tenido, al


menos, dos efectos psicosociales negativos: la pérdida de autonomía personal
y el surgimiento de nuevos agravios comparativos. La presión universal ejerci-

208
da por las fuerzas de la globalización —a nivel económico, político y cultu-
ral— ha puesto en peligro no sólo las economías regionales y las culturas na-
cionales sino que ha hecho más difícil la autonomía personal y el desarrollo de
la propia identidad: “en todo el mundo las personas sufren una pérdida de
control sobre sus vidas, sus entornos, sus puestos de trabajo, sus economías,
sus gobiernos, sus países, y, en definitiva, sobre su destino en la tierra” (Cas-
tells, 1997, 91).
La búsqueda de identidad, como reacción a la globalización, ha dado lugar,
según Castells (id., 24), a dos tipos de nuevos movimientos: movimientos re-
activos (o de resistencia), que pretenden reconstruir la identidad social y colec-
tiva en nombre de la singularidad cultural que reflejan las categorías básicas tra-
dicionales (Dios, la nación, la etnia, la familia, la localidad) y movimientos
proactivos (o innovadores), frecuentemente de carácter global, que construyen
una nueva identidad invocando nuevos valores y aspirando a transformar el
modelo de relaciones entre las personas y en relación con la naturaleza, como
hacen el feminismo y el ecologismo.
La globalización ha situado al ser humano en un nuevo contexto, o marco

Los jóvenes en un mundo en transformación


de referencia, en el que se hace más visible y espectacular el contraste entre unos
pocos países que viven en la abundancia y los países en desarrollo. Las antenas
parabólicas permiten ver a los habitantes de estos últimos cómo se vive en Oc-
cidente y ello tiende a generar en la población una notable frustración que no
existía cuando no eran conscientes de que formaban parte del mismo mundo.
Un nuevo movimiento global, el denominado movimiento antiglobalización
(en realidad, contra la globalización económica neoliberal) ha surgido en for-
ma de reacción a los efectos psicosociales antes mencionados y como expresión
de nuevos agravios comparativos, como conciencia de las crecientes desigual-
dades entre el Norte y el Sur. La aparición de una identidad global ha adquiri-
do así el acento de lucha por una solidaridad global.
Los efectos psicosociales de la globalización, tanto los positivos como los de
naturaleza negativa, han quedado reflejados en los objetivos que persigue el
movimiento antiglobalización, tal como puede observarse a continuación:

Tabla 2. Efectos psicosociales globales y objetivos


del Movimiento Antiglobalización
EFECTOS PSICOSOCIALES OBJETIVOS DEL MOVIMIENTO ANTIGLOBALIZACIÓN
Recuperar control de economías nacionales y locales
Pérdida de Autonomía Recuperar control de culturas nacionales y locales
Agravio comparativo Reducir creciente desigualdad Norte-Sur
Inderdependencia Construir Solidaridad global
Identidad global Construir Identidad global

209
3. La bandera de los MSG. El papel de inernet

La bandera que enarbolan los MSG es, esencialmente, la misma que refleja
la tríada de valores del humanismo ilustrado: libertad, igualdad y fraternidad.
Esta divisa, a partir del siglo XVIII inspiró una amplia diversidad de movimien-
tos que han ido apareciendo posteriormente hast la época actual, como ha re-
saltado el análisis histórico de Raschke (1985). En ese mismo siglo se formula-
ron las primeras declaraciones de derechos humanos, en Estados Unidos y
Francia, en las que se establece por primera vez un ideal de carácter global, un
principio que implica a la humanidad entera: que todos los hombres son, por
naturaleza, libres e iguales en derechos.
Al ser aprobada, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Hu-
manos, un gran número de movimientos democráticos (como el movimiento
de derechos civiles o el de liberación de la mujer) encontraron en ella, de for-
ma explícita, la fuente de legitimación que buscaban. El carácter universal de
los derechos humanos hace que el movimiento que lleva este nombre sea, por
su propia naturaleza, el movimiento global por excelencia. En un estudio sobre
Los jóvenes en un mundo en transformación

los movimientos sociales globales, se ha notado (Cohen y Rai, 2000) que el mo-
vimiento de derchos humanos sirve de paraguas para muchos otros y que el 27
por ciento de las 631 organizaciones de movimientos sociales globales que apa-
recían en el Yearbook of International Organizations de 1993 pertenecían al
sector de los derechos humanos.
La conciencia de humanidad (o “conciencia de especie”), que generó la de-
claración de derechos humanos, tuvo eco en el esfuerzo de algunos grupos pio-
neros del movimiento por la paz. Es significativo al respecto el llamado “mani-
fiesto Russell-Einstein”, firmado en 1955 por un colectivo de científicos y
premios Nobel, que, después de advertir al mundo de los peligros de una gue-
rra nuclear, sentencia: “Recuerda que perteneces al género humano y olvida el
resto”.
La crisis ecológica global, de la que se tomó conciencia en los años 70, hi-
zo surgir el movimiento ecologista, el primer movimiento que de forma explí-
cita podemos denominar global, tanto por sus objetivos como por su implan-
tación, con organizaciones a lo ancho de todo el planeta, y por el uso temprano
que hicieron de las nuevas tecnologías de la información para organizarse y pla-
nificar acciones. De hecho, han sido estas nuevas tecnologías, y en particular
Internet, las que han hecho materialmente posible la irrupción de MSG a par-
tir de los años 90.
Ciertamente, el papel desempeñado por la Internet está siendo crucial. La
Red se ha convertido en arma predilecta de los MSG porque les permite opti-
mizar el impacto de sus mensajes, globalizar su eficacia. A diferencia de otras
comunicaciones globales (como la televisión), el carácter interactivo y horizon-
tal de Internet le otorga una capacidad particular para la comunicación y la di-
fusión de ideas lo cual ha impulsado a los movimientos sociales a hacer uso de
ella. De hecho, los nuevos movimientos globales emplean Internet como canal

210
de comunicación tanto para promover las relaciones entre sus miembros, gene-
rando una “comunidad virtual de activistas”, como para alentar acciones de
protesta.
El ámbito global de Internet se conjuga igualmente bien con los objetivos
globales que persiguen estos nuevos movimientos sociales. La paz mundial, el
medio ambiente o los derechos humanos son temas globales porque conciernen
a toda la humanidad. La dimensión transnacional de los principales movi-
mientos permite campañas de acción colectiva a nivel mundial que sin Inter-
net, y otras comunicaciones globales, serían impensables (Della Porta, Kriesi y
Rucht, 1999).
El movimiento global actualmente más representativo, el movimiento anti-
globalización, no hubiera podido experimentar la vertiginosa expansión que
hemos presenciado a no ser por este recurso espectacular que es Internet y por
la resonancia que ha obtenido en los medios de comunicación mundiales. La
tecnología ha hecho posible que una buena parte del planeta comparta hoy día
la convicción de que “otro mundo es posible”.
Las nuevas tecnologías de la información han hecho posible un hecho tan

Los jóvenes en un mundo en transformación


sorprendente como que en tan sólo en unos meses surgiera un movimiento glo-
bal contra la guerra de Irak que alcanzó su momento culminante el 15 de fe-
brero de este año 2003 con la primera protesta verdaderamente global de la his-
toria. Alrededor de 10 millones de personas salieron a la calle en más de 100
países del mundo para decir “no a la guerra”.
Los MSG, con los mass media como caja de resonancia, están creando un
clima cultural en el planeta a favor de la libertad y la paz que hace cada vez más
difícil ocultar las situaciones de conflicto e injusticia. De hecho estos movi-
mientos no han sido otra cosa que respuestas a problemas sociales globales (ver
Tabla 3).

Tabla 3. Los movimientos sociales globales, como respuesta


a problemas sociales globales
SURGIMIENTO DE MSG PROBLEMA GLOBAL MOVIMIENTO GLOBAL
Década de 1950 Guerra nuclear Movimiento pacifista (antinuclear)
Década de 1970 Crisis ecológica global Movimiento ecologista
Década de 1970 Violaciones de derechos humanos Movimiento de derechos humanos
1999 (Seattle) Perjuicios de globalización económica Movimiento antiglobalización
2002 Amenaza de guerra contra Irak Movimiento contra la guerra

211
4. Proyectos de dos MSG integradores: ecologismo y antiglobalización

El papel integrador del movimiento ecologista

El movimiento ecologista ha tenido un importante papel integrador en el


marco de los nuevos movimientos sociales de carácter global. En nuestra opi-
nión, ello ha estado favorecido por su capacidad para conectar con las metas de
otros movimientos, como resulta patente en las diversas corrientes que este mo-
vimiento ha desarrollado en su seno:

a) ecodesarrollo o desarrollo sostenible, que, tanto en los países industriales


avanzados como en el Tercer Mundo, trata de compaginar las legítimas
exigencias del desarrollo con la preservación de la naturaleza;
b) ecología política: los ecologistas radicales han exigido un cambio del sis-
tema vigente alegando que los problemas mediombientales derivan de
un industrialismo que destruye el entorno y posterga al ser humano; se
debe “reconocer la imposibilidad de unas relaciones armónicas del hom-
Los jóvenes en un mundo en transformación

bre con el entorno si no existen unas relaciones justas entre los seres hu-
manos” (Bellver, 1997, 260).
c) movimiento pro justicia ambiental: los grupos y países más pobres han si-
do las principales víctimas ambientales de los detentadores de riqueza ya
que sus territorios han resultado ser los más expoliados en cuanto a re-
cursos y los más expuestos a la degradación del medio (contaminación,
vertederos de residuos, etc.); los promotores de la justicia ambiental son
continuadores de movimientos que luchan contra la exclusión social y la
discriminación racial (Dowie, 1996).
d) ecopacifismo: las relaciones de armonía y respeto tanto entre el hombre y
la naturaleza como entre seres humanos constituyen la más firme garan-
tía de una paz mundial estable; mientras el poder y la voluntad de do-
minio de los grupos más fuertes sean los determinantes de la acción hu-
mana, la naturaleza y la paz entre las naciones seguirán amenazadas;
e) ecofeminismo: integra aspectos ideológicos del ecologismo y del feminis-
mo, afirmando que el hombre se relaciona con la naturaleza de la mis-
ma forma que con la mujer: la relación está basada en la dominación,
tratando de someter al otro (naturaleza o mujer) como si se tratara de un
sujeto pasivo; la cultura patriarcal vigente, basada en la dominación, el
poder y la agresividad, es responsable tanto de la explotación abusiva de
la naturaleza como de la situación de inferioridad en que se encuentra la
mujer.

El hecho de constatar importantes coincidencias entre los diversos nuevos


movimientos sociales permite plantear la posibilidad de que estos se aglutinen
en un único movimiento en el futuro. El movimiento ecologista posee ciertos
rasgos que pueden convertirle en el eje vertebrador de esta integración. Esta

212
postura ha sido defendida con una detallada argumentación por Milbrath
(1990), y en ella basarmos nuestra propia postura.
La afinidad ideológica entre los diferentes nuevos movimientos sociales
puede verse reflejada en la exposición anterior y se hace patente en su vincula-
ción original con la llamada Nueva Izquierda. Analizando esta afinidad, (Mil-
brath id., 212) ha resaltado que los primeros nuevos movimientos sociales (eco-
logista, pacifista, feminista y derechos civiles) aparecieron como un desafío al
paradigma social dominante en la sociedad industrial moderna, especialmente
a su creencia central, según la cual “es natural y apropiado para los humanos el
dominar la naturaleza y para algunos humanos dominar a otros” (id.). Es decir,
los nuevos movimientos sociales combaten el supuesto de que es tan natural el
sometimiento de la naturaleza a la voluntad humana como el hecho de que los
hombres dominen a las mujeres, los blancos dominen a las demás razas y las
potencias militares subyugen a los países menos poderosos.
La coincidencia ideológica entre nuevos movimientos sociales queda refle-
jada en la militancia múltiple, o apoyo manifestado por unos mismos indivi-
duos a diferentes movimientos sociales. A modo de ejemplo, puede mencio-

Los jóvenes en un mundo en transformación


narse el hecho de que una encuesta sobre actitudes hacia el medio ambiente,
realizada en 1992, reveló que los militantes reales o potenciales del movimien-
to ecologista en España manifestaban también un claro apoyo a otros movi-
mientos (Javaloy y Espelt, 1996).
Según Milbrath, los ecologistas constituyen la auténtica vanguardia para la
construcción de una nueva sociedad porque, asumiendo las principales reivin-
dicaciones de otros nuevos movimientos sociales (como lo testifican movi-
mientos como el ecofeminismo, el ecopacifismo o el de justicia ambiental), van
más allá y plantean una nueva concepción del mundo y un programa de acción
que permita una solución urgente y global a los grandes dilemas actuales que
cuestionan la supervivencia de la humanidad. El mencionado autor lo ha ex-
presado así: “La mayoría de los feministas, pacifistas y defensores de los dere-
chos civiles, percibirían la sociedad moderna como satisfactoria si la gente pu-
diera trata a los otros como iguales, tener iguales oportunidades en la vida, y si
las naciones pudieran vivir juntas en paz. Los ambientalistas también desean es-
tas cosas, pero no estarían de acuerdo con la sociedad si sólo se cambiaran esas
cosas y las características sociales básicas del paradigma social dominante con-
tinuaran dominando nuestras vidas. La diferencia entre los movimientos no re-
side en los valores o metas que deberíamos perseguir en común, sino en la pro-
fundidad y amplitud de la crítica a la sociedad moderna” (id., 1990, 213).
La sensibilidad social creada hacia la variedad de temas planteados por el eco-
logismo y la interconexión que éste ha impulsado entre diversas corrientes de pen-
samiento y de activismo, ha contribuido a crear un clima cultural favorable a la
emergencia del movimiento con mayor capacidad integradora en el momento pre-
sente: el movimiento antiglobalización. Este movimiento ha puesto el énfasis en la
justicia global, en las grandes desigualdades económicas entre los seres humanos,
en los derechos humanos, manteniendo la preocupación por el medio ambiente.

213
El proyecto antiglobalizador como “movimiento de movimientos”

Los postulados sostenidos por el movimiento antiglobalización han venido


a cubrir el vacío ideológico abierto tras la caída del muro de Berlín. Desde
aquella época, se echaba en falta una ideología capaz de contrapesar seriamen-
te los planteamientos neoliberales. La crítica del movimiento antiglobalización
ha creado una corriente de protesta mundial que aúna a gran variedad de gru-
pos y movimientos sociales de diferentes países que tienen en común su re-
chazo al capitalismo y al modelo neoliberal. Sus enemigos principales son las
multinacionales y las grandes organizaciones económicas y políticas interna-
cionales, como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional
(FMI), a las que acusan de estar al servicio de los países ricos en detrimento de
los más pobres.
Este movimiento se ha convertido en punto de encuentro de diferentes mo-
vimientos sociales, en un “movimiento de movimientos”, para unificar las pro-
puestas y planificar acciones conjuntas. El Foro Social Mundial de Porto Ale-
gre, en 2001, representó un progreso en la conexión de movimientos sociales
Los jóvenes en un mundo en transformación

en todo el mundo para promover una serie de movilizaciones para continuar


denunciando que los seres humanos no somos mercancías.
Aunque la mayoría de los grupos que nutren las movilizaciones contra la
globalización neoliberal son extraordinariamente heterogéneos y diversos
(desde comités de solidaridad, colectivos por la abolición de la deuda externa
del Tercer Mundo y contra determinadas multinacionales, hasta grupos eco-
logistas, pacifistas, feministas, sindicalistas, anarquistas, okupas, homosexua-
les, pasando por grupos vecinales, religiosos, de carácter étnico, etc.), la ma-
yoría de los participantes en dichas movilizaciones comparten el sentimiento
de formar parte de un mismo movimiento (Pastor, 2002, 37)... Esta concien-
cia de unidad es expresada explícitamente por los movimientos sociales fir-
mantes del Manifiesto de Porto Alegre en 2001: “La diversidad es nuestra
fuerza y su expresión es la base de nuestra unidad. Somos un movimiento de
solidaridad global, unido en nuestra determinación para luchar contra la con-
centración de la riqueza, la proliferación de la pobreza y la destrucción de
nuestro planeta”.
De unos planteamientos de rechazo al orden actual se está pasando a pro-
puestas que permitan diseñar el mundo que queremos. Un buen ejemplo de
ello lo ofrecen algunas de las alternativas planteadas en Porto Alegre: una re-
forma agraria democrática que dé a los campesinos acceso a la tierra; condona-
ción de la deuda externa; desarrollo sostenible en el denominado Tercer Mun-
do; aplicación efectiva de los derechos humanos; soberanía para los pueblos
respeto a las identidades culturales; una democracia participativa que afecte a la
toma de decisiones clave; desmilitarización del planeta.
El impacto social, cada vez más notable, de este movimiento está creando
una sociedad cada vez más sensibilizada y más crítica con las injusticias del
progreso.

214
5. De la la epopeya clásica a la epopeya del siglo XXI

La epopeya es una narración que relata hechos heroicos de notable impor-


tancia para un pueblo. En la epopeya clásica, el pueblo se halla en una situa-
ción crítica que pone en peligro su supervivencia cuando aparece un héroe cu-
ya única misión es salvarlo dirigiendo su acción, al frente de las masas, contra
un poderoso enemigo. En el punto álgido de la lucha, el héroe se ve obligado a
a intensificar su esfuerzo, llegando a realizar hazañas sobrehumanas a las que
contribuye la intervención de los dioses. Finalmente, la balanza del destino se
inclina a favor del héroe, que logra su cometido.

La epopeya clásica

En la epopeya clásica pueden distinguirse tres elementos básicos que tam-


bién es posible apreciar, aunque de forma particular, en la que llamamos “epo-
peya del siglo XXI”: un pueblo, un héroe y una lucha. Veamos cómo funcionan
estos tres elementos.

Los jóvenes en un mundo en transformación


1. Un pueblo amenazado, en una situación crítica que amenaza su con-
tinuidad como pueblo. La época en que transcurre la acción con frecuencia se
remonta al nacimiento de una nación o a un momento particularmente crucial
o significativo para un pueblo en que éste ha perdido el control de su destino.
En la antigüedad clásica, pueblos como Grecia o Roma reflejaron en sendas
epopeyas la “época heroica” de su historia.
2. Un héroe que tiene como misión salvar a su pueblo. El héroe se dis-
tingue ante todo por su altruismo, por el carácter desinteresado de su acción.
Se entrega totalmente a una causa colectiva y sacrifica todo interés individual a
su misión. Su generosidad le hace ser valeroso, noble y atrevido. Se trata de un
personaje idealizado, a veces de naturaleza semidivina, cuya figura ha sido em-
bellecida por la leyenda o por la aureola del mito.
El héroe cumple un papel social. En realidad, es construido por la sociedad
en el momento en que ésta lo necesita para cumplir dos funciones que resultan
necesarias para el grupo:
I) Sirve de referente o modelo de conducta, es un faro que ilumina y guía
la acción de un grupo desorientado. Es considerado el prototipo o “mejor ejem-
plar” del pueblo al que ha entregado su vida. Resume en su persona los valores
del grupo encarnando su ideal del yo. Ello despierta la admiración del grupo,
que al identificarse con él, refuerza su orgullo y autoestima, necesario para ha-
cer frente a una situación crítica en la que se siente al borde del desaliento.
II) Se convierte en motor del grupo. Su empatía y carisma le permite cap-
tar las emociones y deseos del pueblo, a la vez que ofrecer una solución a sus
problemas. Esto le hace capaz de ilusionar a las masas con un proyecto, inyec-
tar moral en ellas y estimular su participación abriendo un horizonte de espe-
ranza en la victoria. El hecho de que el héroe predica con el ejemplo es decisi-
vo en su fuerza de arrastre, en la “magia” de su impacto social.

215
La figura del héroe clásico fue inmortalizada, de forma particular, por el
historiador Thomas Carlyle (“Los héroes”, 1840) que ofrece una imagen indi-
vidualista del héroe, en línea con la tradición de la cultura greco-romana, co-
mo personalidad excepcional, elegido por una entidad superior (Dios o la his-
toria) para acaudillar al pueblo y salvar a la nación, conduciéndola a la victoria
y a un futuro de grandeza. En esta idea, de la que se nutrirá la tradición ger-
mánica del “führer”, las masas no son sino “millones de mudos” que limitan su
papel a servir de comparsa, siguiendo el camino que marca el héroe.
3. Una lucha entre el héroe, que trata de cumplir su misión, y un pode-
roso adversario que trata de impedirlo. La lucha implica una variedad de epi-
sodios en que los enfrentamientos se van agudizando hasta alcanzar un clímax
de intenso sufrimiento. Son muchos los que caen, y la vida del héroe llega a co-
rrer grave peligro, pero, finalmente, obtiene la victoria el elegido por los dioses.

La epopeya de los MSG en el siglo XXI


Los jóvenes en un mundo en transformación

1. Un pueblo amenazado en una situación crítica. Actualmente, nos ha-


llamos en un época crucial, no tanto por encontrarnos al inicio de un nuevo si-
glo como por el hecho de que se está consolidando la era de la información y
de la globalización en que vivimos. En esta encrucijada histórica esta naciendo
un pueblo: la sociedad global, la humanidad convertida en un grupo. De he-
cho nuestras vidas se han ido entrelazando y se enfrentan a un destino común
para bien o para mal de todos.
En esta era de la globalización, nos hallamos por primer vez ante amenazas
verdaderamente universales porque los más graves problemas se han globaliza-
do: la crisis ecológica, el terrorismo y las amenazas a la paz, la desigualdad cre-
ciente entre el Norte y el Sur. Lo que realmente está en juego es el destino de
la humanidad.
2. Un héroe con una misión. La crítica situación actual está convirtiendo
en heroico el quehacer de los activistas de los MSG. El héroe que se ha pro-
puesto salvar a ese pueblo que es la humanidad no es pues un individuo en par-
ticular, sino que se trata de un héroe colectivo. Constituye, en realidad, un gran
movimiento en el que confluyen los objetivos de los movimientos globales. La
rapidez con que se han desarrollado algunos movimientos recientes ha llevado
a afirmar a algunos especialistas, como Sidney Tarrow, que “no son casos de
simple imitación y difusión, sino expresiones del mismo movimiento en su ac-
ción contra objetivos similares” (1994, 324).
La epopeya del siglo XXI no es un relato épico más, sino que, en cierta ma-
nera, engloba todas las epopeyas anteriores de pueblos que lucharon por la liber-
tad y por una vida digna. Ello la convierte en una historia que supera en gran-
diosidad a cualquier otra que haya sido contada jamás, en una epopeya que está
escribiendo ahora no sólo una minoría de activistas sino tambien la mayoría de
la población, quienes respaldan las reivindiciones de los movimientos globales.

216
Los activistas de estos MSG se han propuesto solucionar los problemas de
la humanidad, construir una sociedad humana más libre y más justa en un pla-
neta habitable. Son altruistas, como los héroes clásicos, se sientes movidos por
la búsqueda del bienestar para todos y han conseguido superar la tendencia na-
tural al egoísmo y al interés personal que caracteriza a otros personajes social-
mente admirados en nuestro tiempo como los “triunfadores” o los ídolos de los
medios de comunicación.
Algunas acciones, propias de la lucha de los MSG, son espectaculares y evo-
can el carácter también espectacular propio de la acción épica. Un buen ejem-
plo de ello lo constituye el activismo global de Greenpeace. La estrategia de es-
ta organización ecologista se encauza a la creación de acontecimientos para
movilizar a la opinión pública y a las autoridades hacia la consecución de cier-
tos objetivos (Castells, 1997, 143). La manera más eficaz de conseguirlo suele
ser la realización de una acción espectacular, es decir, un acto llamativo con gran
carga simbólica, que produce impacto visual, conciencia a la población e invi-
ta a la movilización. Recordemos a los activistas que treparon por la torre del
Big Ben para colocar una pancarta antinuclear, o a los que abordaron un barco

Los jóvenes en un mundo en transformación


incinerador de residuos tóxicos en alta mar y se encadenaron a sus chimeneas,
o a los que trataron de impedir en 1995 las pruebas nucleares francesas en el
atolón de Mururoa: es difícil no sentirse impactado al contemplar al pequeño
barco de Greenpeace, sitiado por cuatro buques de guerra y un helicóptero de
la marina francesa.
Los que luchan de forma especialmente comprometida por una sociedad
mejor han sido considerados por la población como los héroes de nuestro
tiempo. Un testimonio de ello ha sido recogido, en abril del 2003, en una en-
cuesta realizada sobre este tema por la revista Times (Ripley, 2003). Los hoy día
considerados héroes son, en buena parte, activistas de movimientos sociales,
personas solidarias entregadas al servicio de los marginados de nuestra sociedad.
Aunque lo héroes característicos actuales son anónimos, ello no quita que
algunos personajes concretos puedan ser también héroes (como el subcoman-
dante Marcos) e incluso mártires, como Martin Luther King o como el líder
ecologista Chico Mendes, símbolo de la lucha por la conservación de la agre-
dida selva del Amazonas, pulmón verde del planeta, que fue asesinado en 1988
por su lucha contra la deforestación.
Finalmente, los héroes de la epopeya del siglo XXI se hallan en las antípodas
del modelo de Carlyle: conceden el protagonismo a las masas a costa del pro-
pio. Las masas están lejos de ser seguidores pasivos o marionetas en manos de
un líder todopoderoso: son actores plenamente conscientes, participan de esa
conciencia global que tan ampliamente han sabido difundir los MSG y algu-
nos medios de comunicación.
3. Una lucha entre el héroe y un poderoso adversario. El enemigo de
los MSG está representado por un poder global, a nivel económico y político,
que no busca el interés de la mayor parte de la población mundial sino el inte-
rés de grupos particulares, ya se trate de multinacionales, de algunas organiza-

217
ciones económicas mundiales (como el Banco Mundial o el Foro de Davos) o
bien de una determinada hiperpotencia. Se trata de un poder global que no ac-
túa en nuestro nombre. Las amplias movilizaciones a nivel global que han te-
nido lugar durante el presente año constituyen una firme esperanza para el es-
fuerzo heroico de los MSG.
Pero el final de la epopeya está todavía por decidir. No estamos, como en la
epopeya clásica, en manos de una ciega fatalidad: ni las guerras y las injusticias
son inevitables ni va a ser la intervención de los dioses lo que va a salvarnos. La
clave de los episodios que acontezcan está en la voluntad humana. El siglo XXI
no será otra cosa que el resultado de nuestra elección.

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218
CAPÍTULO III.3
IDENTIDAD, PARTICIPACIÓN Y COMPROMISO
SOCIAL: UNA CIUDADANÍA PARA EL SIGLO XXI

CAPÍTULO III.3.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


LOS VALORES DE LOS JÓVENES Y SU
COMPROMISO CON LAS INSTITUCIONES
Y CON LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL
Prof. Dr. D. Álvaro Rodríguez
Universidad de Barcelona.

En este análisis de los jóvenes, sus valores y sus relaciones con las institu-
ciones se parte de un prisma constructivo, constatando el potencial transfor-
mador que tiene la juventud para rediseñar las instituciones del futuro. En esa
dirección la juventud nos está demostrando cada día a través de su compromi-
so que hay vida más allá de estas instituciones que le ofrecemos en herencia, nos
anuncian con emoción intensa y sorprendida que ¡otras instituciones son posi-
bles!, por tanto que nadie desfallezca ni sucumba en el camino de su transfor-
mación aunque éste se prolongue.
Para aproximarnos al tema de los valores, aquí partimos de la idea de que
existen unos valores fundamentales, como son el de justicia, igualdad, libertad,
solidaridad, etcétera. Por tratarse de valores fundamentales son universales por
definición y deben ser universalmente defendidos, de hecho las grandes co-
rrientes de pensamiento, tanto en la órbita política como incluso en la órbita
de creencias religiosas, mantienen en sus idearios y en sus credos o doctrinas,
ese reconocimiento a los valores fundamentales; otra cosa es cómo cada una de
esas corrientes y en cada lugar y tiempo busca luego su plasmación o su aplica-
ción en un entorno concreto o área de influencia. Además, al menos desde la
óptica occidental en la que estamos y que nos resulta más conocida, creo que

219
podemos afirmar, al contrario de lo que se suele decir o escuchar a menudo, que
Occidente sí transmite bien esos valores de generación en generación. Sí trans-
mitimos bien, sí socializamos bien a las nuevas generaciones en esos valores, es
decir, todos defendemos o la gran mayoría de la población defiende y hace ban-
dera de esos valores universales.
Si es así, cabe interrogarse sobre cómo entender la siempre socorrida crisis
de valores y cuál es su alcance. Resulta curioso observar cómo de forma ininte-
rrumpida se viene haciendo alusión a la ya famosa crisis de valores, resultando
que siempre estamos metidos en ella. Salvando las distancias, es comparable a
la impresión que tenemos la mayoría, quizá la mayoría menos pudiente, de es-
tar siempre en situación de crisis económica, al menos esa parece ser la repre-
sentación social predominante y a la cual contribuye en buena medida la trans-
misión de contenidos realizada a través de los medios de comunicación. Como
las estadísticas económicas parecen ser más objetivables que las realizadas sobre
valores, luego vienen los economistas y nos dicen que si la crisis del petróleo en
1973 o que si aquella otra o la de más allá, sí pero entre una y la otra, la sensa-
ción del ciudadano es que también estábamos en crisis y que tenía que seguir
Los jóvenes en un mundo en transformación

apretándose el cinturón al margen de lo que luego revelaran las cifras macroe-


conómicas; pues algo así sucede con la crisis de valores, entonces, tendríamos
que preguntarnos ¿cuándo no estamos en crisis de valores? Lo que sí estamos
siempre es en transformación social y quizá sea ésta la acepción de crisis más
correcta en este caso, acepción retadora por otra parte como oportunidad para
el cambio y la transformación en el sentido deseado.
Delante de esto, ¿qué pasa con los jóvenes? La juventud, más allá de la cons-
trucción social del significado de esa etapa de la vida, es un período de edad,
con márgenes elásticos si se quiere, pero un período de edad en donde la iden-
tidad personal está todavía en construcción, buscando principìos firmes y no-
bles en los que asentarse y que den coherencia y unidad a su existencia. Por eso
los jóvenes se toman en serio su vida, los valores, los fundamentos, se los toman
a pecho y los entienden en el estado más puro, sin dobleces ni hipocresías, de
ahí que cuando se les habla de justicia, cuando perfilan su idea de libertad, de
solidaridad, asumen esos valores desde una visión íntegra, intensa y extensa y
los desean ver aplicados ya y a todo el mundo. ¿Qué ocurre entonces? Que
cuando miran a su alrededor y ven en nuestra sociedad cuál es la aplicación de
esos valores, nuestra realidad social, la que deriva de los sistemas sociales y po-
líticos establecidos, no entienden porqué hay tal montón de límites, de fronte-
ras, de burocracias, de piedras en el camino, económicas, políticas y de otro ti-
po, que dificultan esa aplicación. Comprueban una disociación entre su
socialización teórica en unos valores y la aplicación práctica de los mismos. Por
ejemplo, cuando se encuentran con la aplicación de la justicia y empiezan a ver
que hay que cumplir una serie de requisitos, una serie de plazos, de procedi-
mientos, etc., comprueban y se desesperan —también los adultos— cuando
ven que, valga el ejemplo de este caso concreto, un granjero al que se le ha in-
undado la granja por una gran tormenta y que reclama al Estado protector una

220
compensación por la destrucción de su granja y de sus animales, sigue, después
de tres años, sin percibir nada y teniendo que continuar con más reclamacio-
nes, un hombre que apenas sabe hablar y escribir y que está mareándose con
esa supuesta Administración de Justicia para que le compensen de algún modo
la pérdida de sus bienes y poder seguir sobreviviendo. Ésa es la realidad.
¿Qué ocurre entonces en los jóvenes entre esa visión más pura de los valo-
res y esa realidad tan condicionada que dificulta la aplicación de los mismos?
Que constatan una clara incoherencia, se produce lo que en psicología social
conocemos como disonancia cognitiva (Festinger, 1957): el malestar produci-
do por la inconsistencia entre las propias actitudes o entre las actitudes mani-
festadas y las conductas realizadas. Para el joven no puede ser que lo que él
piensa y lo que parece que también piensan las instituciones que le representan
resulte ser tan imposible, tan difícil de ver aplicado en su entorno. Entonces,
esos valores comienzan a entrar en colisión con las prácticas por parte de las ins-
tituciones sociales, al menos de las más oficiales, y a despertar el consiguiente
escepticismo sino desconfianza. Este mecanismo que estamos analizando aquí
se rige por uno de los principios del comportamiento humano encargado de

Los jóvenes en un mundo en transformación


buscar coherencia a lo largo de nuestra vida entre aquello que pensamos, senti-
mos y la forma de actuar que tenemos. Eso hace que hayamos de seguir, y nues-
tros jóvenes sigan, buscando esa coherencia, tal como indican las teorías de la
coherencia cognitiva. No olvidemos que entre los valores más importantes pa-
ra los jóvenes se hallan la honradez, la responsabilidad y la lealtad (Canteras,
2003), todos ellos vinculados a la idea de coherencia. Uno de los riesgos a evi-
tar es que la insatisfacción social producida en los jóvenes por la comprobación
de esa hipocresía e incoherencia en la aplicación de los valores, pueda facilitar-
les el camino hacia su integración en grupos totalitarios o sectas que les pro-
meten una vida llena de sentido y acorde con determinados principios funda-
mentales como la igualdad y la solidaridad (Rodríguez-Carballeira, 1992).
¿Qué ocurre entonces cuando vemos las encuestas sobre valores o las valo-
raciones que nuestros jóvenes hacen de las instituciones que tenemos? Pues que
las puntuaciones más bajas las otorgan a organizaciones como la Iglesia, las
Fuerzas Armadas, el sistema de Justicia o las instituciones políticas (Canteras,
2003 y Estradé et al., 2002); algo tendrán esas instituciones de arcaico, de po-
co democrático o de incoherente en cuanto a la aplicación de esos valores uni-
versales que decíamos antes, que lleva a que los jóvenes en su mayoría las pon-
gan a la cola del tren mientras que otorgan altas valoraciones a las
organizaciones no gubernamentales. Dicho sea de paso, la justicia, precisamen-
te por el valor y la connotación fuerte y utópica que tiene esa palabra, siempre
es motivo de enorme controversia en sus aplicaciones. Quizá, ante la frecuente
imposibilidad de hacer justicia, tendríamos que proponer algunos cambios ter-
minológicos y en vez de hablar, por ejemplo, de Administración de Justicia,
tendríamos que denominarla algo así como Administración de “la corrección
de las injusticias”, y si quisiéramos ser más correctos deberíamos añadir aún “en
lo posible y comprobable”. Así pues, no es sorprendente que haya ese descenso

221
general de la confianza de los jóvenes en determinadas instituciones, sino que
es coherente con sus respuestas sobre los aspectos que les interesan, dado que la
religión y la política también están a la cola de sus preferencias.
Entonces, ante la situación de incoherencia provocadora de la disonancia
cognitiva que señalábamos antes, el joven en su órbita interna se plantea un di-
lema similar al que reflejaba una pintada en mis aulas universitarias durante la
transición política, recogiendo aquella advertencia de que “Si no vives como
piensas, acabarás pensando como vives”. Es decir, si tu vida no es reflejo claro
de tus creencias, acabarás acomodando tus creencias a tu vida para eliminar el
malestar que provoca la disonancia y la inconsistencia. En este punto nos ha-
llaríamos entre la dicotomía de, por un lado, el idealista que es capaz de mover
su vida acorde con su creencia y, por otro, el acomodaticio que mueve su cre-
encia hacia la forma de vivir que tiene, ya lo haga de forma más autónoma o
más bien dejándose llevar de ese anzuelo que tiende la sociedad, invitando a se-
guir la inercia autorreproductora y conservadora de sí misma. Desde la mayo-
ría de instituciones de esta sociedad lo que se le tiende a decir al joven es que
busque trabajo, acomodo, formas de sobrevivir más o menos acopladas al siste-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ma y se olvide de utopías e idealismos.


Pues bien, aquí y ahora vamos a hablar más de los idealistas que de los aco-
modaticios, idealistas en el sentido de jóvenes que se apuntan a la implicación
y ofrecen un compromiso por medio del cual van conformando una identidad
personal y sobre todo social a través de los grupos y colectivos en los que se in-
sertan. En coherencia con lo antes comentado, los jóvenes apuestan más por las
vías alternativas a lo establecido que son hoy principalmente las que ofrecen los
movimientos sociales, bien a través de una pertenencia firme, bien participan-
do ocasionalmente en las movilizaciones que llevan a cabo esos movimientos
sociales alternativos o quienes les representan, que son de hecho el conjunto de
organizaciones no gubernamentales que están en el seno o en el camino de al-
guno de esos movimientos sociales —ecologista, por la paz, derechos humanos,
de ayuda al Tercer Mundo, etcétera— (Javaloy, Rodríguez-Carballeira y Espelt,
2001). Por tanto, en ese sentido, los movimientos sociales son la punta de lan-
za de esa transformación social que busca la juventud y que creo que buscamos
la mayoría de ciudadanos para hacer nuestra sociedad más acorde con los valo-
res universales que señalábamos al principio, aunque discrepemos en la forma
de conseguirlo. En esa dirección, desde una visión esperanzadora, y quizá con
alguna concesión a la ingenuidad y a la utopía, entendemos que los movimien-
tos sociales globales, los que atienden a problemas generales de la población, de-
berían verse en nuestro siglo XXI como la voz y la conciencia del pueblo, no del
español, ni del francés, ni del italiano, u otros, sino del pueblo-humanidad, ven-
drían a ser desde esta perspectiva los defensores del pueblo-humanidad.
Decíamos que nos íbamos a fijar más en los participantes, en los que se
identifican con la movilización y no en los jóvenes acomodaticios, eso quiere
decir que estamos hablando de una minoría de nuestros jóvenes, una minoría,
eso sí, activa —nunca mejor dicho— y significativa (Moscovici, 1976), jóvenes

222
que buscan coherencia y la aplican ya entre los valores de los que hablábamos
y su compromiso real. Y en sintonía con esto podemos ver también ahí cómo
las organizaciones no gubernamentales, las ONG que están en el seno de estos
movimientos sociales alternativos, incorporan y aplican ya mayoritariamente
un más alto grado de democracia interna en su modo de estructurarse y orga-
nizarse, en su forma de autogobernarse, en su sistema de toma de decisiones,
en definitiva, predican con el ejemplo adoptando en sus propias organizaciones
criterios de funcionamiento más acordes con los valores por ellos defendidos,
de carácter más democrático y participativo que el común de las instituciones
tradicionales.
Dicho esto, tienen delante de sí o tenemos delante nuestro el reto —los mo-
vimientos sociales sobre todo— de concienciar y persuadir al mayor número
posible de jóvenes y adultos, entendiendo que el objetivo buscado es bastante
compartido en general, de cara a lograr que participe más gente, que participe-
mos más en busca de esos objetivos transformadores para hacerlos más alcan-
zables. Esa concienciación requeriría, y echo mano de Gamson (1992), cons-
truir lo que él llama un marco de acción colectiva, que necesitaría tres

Los jóvenes en un mundo en transformación


elementos a los que me referiré brevemente.
Primero, para lograr esa concienciación, es preciso constatar y difundir un
sentido de injusticia, la injusticia como base necesaria para generar una con-
ciencia de problema y a partir de ahí una necesidad de intervención respecto a
una situación determinada. Ofrecer o mostrar hechos que constaten una injus-
ticia es relativamente fácil debido a su abundancia, aunque deben seleccionar-
se cuidadosamente para que sean significativos y generalizables, pero además
para transmitir y hacer próximas al receptor esas situaciones de injusticia se re-
quiere tener posibilidades de acceso a los canales adecuados de difusión, espe-
cialmente a los medios de comunicación de masas, capaces de multiplicar las
posibilidades de alcance de la concienciación. Ahora bien, esta estrategia supo-
ne remover las conciencias de los destinatarios y para ello sería más convenien-
te y exitoso hacerlo con intensidad, por ejemplo exhibiendo, mostrando, inte-
rrogando o interpelando sobre el dolor, sobre el malestar, sobre lo injusto e
intolerable, tratando de generar una molesta disonancia interna que delate la
incoherencia de mantener esa injusticia; dicho de otro modo, requeriría inco-
modar la paz emocional, provocando al tiempo la disonancia cognitiva, para
conseguir despertar en el receptor una cierta rabia, un cierto cabreo, una cierta
emoción negativa hacia los acontecimientos y hacia sí mismo por seguir tole-
rando pasivamente situaciones tan claramente injustas, en definitiva, abrir el
conflicto delante de los ciudadanos y dejarles el incómodo conflicto abierto en-
tre sus neuronas. Esta primera fase se resumiría en transmitir esa noción de in-
justicia y de incomodidad cognitiva y emocional.
El segundo aspecto sería fortalecer la identidad de todos los que compartan
ese sentido de injusticia, reforzar la identidad y la unión de ese grupo o colec-
tivo a través de distintos mecanismos para que juntos logren la que sería ya la
tercera etapa o tercera fase que consiste en ser capaces de construir el sentido de

223
eficacia, es decir, de mostrar a los demás que se poseen los medios y los meca-
nismos suficientes y que se conocen los caminos adecuados para tener éxito en
la lucha, para lograr el objetivo final. Un ejemplo de éxito que puede servir de
modelo es el del movimiento ecologista, o también el del movimiento feminis-
ta, sin en ningún modo pensar que uno u otro hayan llegado a su éxito final,
pero sí estaremos de acuerdo en que han contribuido a conseguir muchos de
sus objetivos. Más concretamente, si hoy la mayoría de nosotros separamos y
arrojamos nuestra basura de forma selectiva con la intención de reciclarla, al
menos allí donde nuestros servicios municipales nos ofrecen contenedores pa-
ra ello, quiere esto decir que hemos cambiado nuestra conducta respecto a tan
sólo unos diez años atrás, y por supuesto algo tiene que ver en ello la labor con-
cienciadora del movimiento ecologista en este caso, no sólo la Administración
que tomó la última decisión de poner esos contenedores, pues la ha tomado
cuando la presión social ya era muy clara para establecer políticas de ese tipo y
cuando los ciudadanos tenían ya cierta madurez para realizar ese tipo de com-
portamientos.
Pero aparte de esos tres elementos que he mencionado siguiendo a Gamson,
Los jóvenes en un mundo en transformación

quizá falte algún otro elemento como el referido a la cuestión sobre “cómo con-
seguimos la implicación de cada uno en lo social, el compromiso personal”, es
decir, cómo hacer que la gente llegue a plantearse “por qué tengo que actuar yo”
y no despeje el problema hacia otros pensando que a él nada se le ha perdido
en ese asunto y que es la Administración la que tiene la responsabilidad, los vo-
tos y el dinero para destinar a esos temas, por tanto es ella la que ha de resolver
todos esos problemas. Siguiendo a Klandermans (1997), diríamos que falta ahí
activar la motivación a participar del ciudadano, en este caso del joven, impul-
sando mecanismos de activación de la motivación a participar y eliminando
otras barreras existentes para la participación, tarea ésta no fácil y para la cual
ya algunos movimientos u ONG vienen diseñando campañas de comunicación
persuasiva al respecto.
Llegados a este punto, vamos a recapitular de algún modo y hagámonos la
pregunta de quién promueve el cambio social sin fronteras, desde una perspec-
tiva global. Es decir, estamos hablando de los movimientos sociales, sobre todo
los de signo global que miran no a un sector sino al conjunto de población del
planeta, ¿pero sólo en ellos podemos confiar?, ¿qué hacen los políticos? Decía-
mos antes que las instituciones que tenemos, al menos las que corresponden al
panorama oficial, son conservadoras y autorreproductoras y cuanto menos pro-
blemas se les presenten, mejor, y si el “vuelva usted mañana” no genera com-
plicaciones internas, pues mejor dejarlo para mañana que hacerlo hoy. Por par-
te de nuestros partidos políticos, está claro que tienen tantos problemas
internos y locales que pensar en la política del pueblo-humanidad les desborda
por completo, más allá de cuatro nociones al respecto, pues en general des-
atienden todo lo que está fuera de sus fronteras de actuación autonómica o na-
cional. Además, cuando legislan van prácticamente siempre a remolque de las
transformaciones que en la sociedad van aconteciendo. Por ejemplo, respecto al

224
candente tema de la violencia doméstica, sobre el que cada vez hay más con-
cienciación y más protestas, parece que se han puesto de acuerdo en algunas co-
sas para facilitar que los jueces y la policía tengan más herramientas para hacer
frente a ese gravísimo fenómeno, pero no sabemos cuántas muertes más tendrá
que haber para que tomen decisiones más atrevidas y todavía más directas y
preventivas. También esto es fruto en buena medida de la movilización social
que no para de reclamar actuaciones más defensoras de los derechos de las po-
tenciales víctimas. Confiar, por otro lado, en los cambios sociales que puedan
traernos las grandes organizaciones multinacionales o globlales como la ONU,
pues bueno, ya sabemos que están funcionando bajo mínimos desde hace bas-
tante tiempo y que necesitan una fortísima transformación para desempeñar el
imprescindible papel al que están llamadas en el concierto internacional. El
proyecto Ubuntu que lidera y apadrina Federico Mayor Zaragoza va por esa lí-
nea de transformar las instituciones multinacionales de modo radical para que
puedan intervenir de forma más contundente en la corrección de las injusticias
a escala planetaria.
Por lo tanto, tenemos a los movimientos sociales como los buscadores de esa

Los jóvenes en un mundo en transformación


transformación coherente con los valores que decíamos al principio y apostando
por la aplicación definitiva de la Declaración Universal de los Derechos Huma-
nos. Un ejemplo de cierto éxito en esa dirección es el reconocimiento social que
tienen las organizaciones no gubernamentales en general, pues casi nadie critica
sus objetivos —sí el funcionamiento de algunas— y cuentan con un respaldo y
un respeto social muy importantes, sobre todo entre los jóvenes como ya seña-
lamos, más valioso aún si recordamos que su acción más intensiva y extensiva es
un fenómeno de las dos últimas décadas. El éxito de estas organizaciones es un
buen indicador del sentir social y apunta claramente por donde tienen que ve-
nir los cambios en el futuro próximo. A ello nos referimos a continuación.
Pensando en el futuro y partiendo de que en el presente ya hay algunos in-
dicadores de que los diversos foros internacionales etiquetados como alternati-
vos, donde de reúnen representantes de diferentes movimientos sociales, son
tomados cada vez en mayor consideración, es razonable pensar que las organi-
zaciones no gubernamentales de presencia más internacional, como Amnistía
Internacional —para el caso de los derechos humanos— o Greenpeace —para
el caso del ecologismo—, deberían tener una participación real en la transfor-
mación de las organizaciones internacionales que se dedican a esas temáticas,
estén o no bajo el mandato de la ONU.
El objetivo de la aplicación o el cumplimiento de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, que viene a ser como el catecismo o la Biblia de los
valores fundamentales que decíamos antes, necesita coordinación internacional
y acciones estratégicas atrevidas, sin descartar incluso una cierta injerencia hu-
manitaria, si es preciso, para llevarlo a la práctica en algunos países. Las orga-
nizaciones de los movimientos sociales y los jóvenes que mayoritariamente las
componen están en las mejores condiciones para tomar parte en esa acción co-
ordinada internacionalmente.

225
De modo complementario, conviene hacer una referencia al margen para
recordar que estamos en un mundo donde gran parte de la información y co-
nocimiento que adquirimos cotidianamente es construido socialmente sobre
todo a partir de lo que nos transmiten los medios de comunicación cuyo pro-
tagonismo es enorme en este sentido. Dicho de otra manera, casi todo lo que
nosotros conocemos o el noventa y mucho por ciento de la información que te-
nemos de la realidad nos viene a través de esos medios, por tanto, es una in-
formación construida, a menudo interesadamente construida. En esta elabora-
ción hay una cantidad cada vez más abundante de entidades interesadas y, en
consecuencia, de profesionales dedicados a ella, sobre todo en el terreno políti-
co, económico y comercial. Eso se traduce en un cada vez mayor espectro de
sistemas publicitarios y métodos para llegar al ciudadano y ofrecerle sus pro-
ductos, servicios o ideas, lo cual es ya sofocante para muchos.
De lo anterior se deriva que estamos viviendo o asistiendo ya a una tele-
realidad, a una sociedad de mentira, a una sociedad en gran medida de ficción
que se superpone a la sociedad real. Este tipo de sociedad artificial surge de
unos intereses bastante alejados de los valores fundamentales, eso permite en-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tender algo más el porqué va declinando la confianza de los jóvenes en las ins-
tituciones y también el declive de la confianza en los demás ciudadanos, que va
bajando claramente y llevando a un refugio en lo privado, un refugio en la fa-
milia y en los amigos como los espacios de verdad, los espacios primarios don-
de no hay tanta ficción y tanto interés particular, el refugio en lo íntimo, en lo
exclusivamente verdadero que uno tiene en su proximidad.
Si hablamos de la necesidad de transformar nuestras sociedades y extender
la aplicación de los valores fundamentales y de los derechos humanos al con-
junto del planeta, conviene no olvidar hacer alguna referencia a los miedos y
resistencias al cambio que abundan en nuestro entorno especialmente por par-
te de aquéllos más poderosos que al hacer cálculos sospechan que verán redu-
cido su poder. Son miedos y resistencias de gran alcance, capaces de enlentecer
y frenar el proceso hasta límites inconfesables. Quizá dentro de unas cuantas
décadas o algún siglo serán vistas estas resistencias con el mismo juicio que hoy
nos merece el fenómeno de la esclavitud. En el extremo opuesto se halla el ries-
go, al que antes aludíamos, de acudir de forma acelerada a la defensa de posi-
ciones de idealismo puro y de carácter fundamentalista que se alineen con las
sostenidas por algunos grupos totalitarios, sectas coercitivas o grupos terroris-
tas partidarios de aplicar soluciones drásticas a problemas complejos y ofrecer a
los jóvenes un compromiso total en defensa de una verdad absoluta y en pro de
una solución final. No, no es ese el camino.
Para terminar, otro dato a favor del compromiso firme, no totalitario, es
que el contribuir a universalizar la aplicación de los valores y derechos huma-
nos fundamentales produce una triple satisfacción, un triple motivo de felici-
dad: en primer lugar, la que corresponde a los beneficiados por la aplicación de
esos valores universales, en segundo lugar, la propia de ayudar, ser útil a los de-
más y contribuir a una óptima causa (Javaloy et al., 1998), y en tercer lugar, la

226
resultante de la propia coherencia de defender unos valores y actuar en conse-
cuencia para contribuir a extenderlos y universalizarlos. Además esa coherencia,
unida a la expresión de solidaridad o la realización de una conducta prosocial,
refuerzan la identidad positiva que uno tiene de sí mismo y la propia autoesti-
ma, por tanto, hemos de concluir que luchar por la aplicación de los valores
fundamentales hace más felices a las personas.

Conclusión

A modo de resumen final de lo expuesto, diríamos que nuestras sociedades


occidentales están formando adecuadamente a los jóvenes en el conocimiento y
la defensa de los valores fundamentales, sin embargo la materialización satisfac-
toria de esos valores en la vida cotidiana está todavía lejana en Occidente y a una
distancia incalculable en el mundo menos desarrollado. El malestar y la diso-
nancia que produce esa contradicción explica el distanciamiento de los jóvenes
respecto de las instituciones oficiales y su proximidad a las organizaciones no gu-

Los jóvenes en un mundo en transformación


bernamentales en tanto que representantes de una práctica más coherente con la
aplicación y universalización de esos valores, y en tanto que representantes tam-
bién de los movimientos sociales que luchan por transformar la sociedad y el
mundo en esa dirección, ofreciendo así una vía para canalizar de forma cons-
tructiva el idealismo y la capacidad de compromiso de los jóvenes, compromiso
hacia el que es preciso seguir concienciando a la población para que, a través de
planes conducidos por organismos internacionales capaces de frenar las resisten-
cias y los intereses particulares de los poderosos, lleguemos a hacer efectiva la ex-
tensión de los valores y derechos humanos fundamentales al conjunto del pla-
neta. La búsqueda de ese objetivo nos hará más felices a nosotros y a nuestros
jóvenes y contribuirá a mantener alejados los fundamentalismos peligrosos.

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RODRÍGUEZ-CARBALLEIRA, A. (1992): El lavado de cerebro. Psicología de
la persuasión coercitiva. Barcelona, Boixareu Universitaria.
Los jóvenes en un mundo en transformación

228
CAPÍTULO III.3.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


EL ‘MOVIMIENTO DE MOVIMIENTOS’:
SUS CARACTERÍSTICAS Y SU RELACIÓN
CON LA ACCIÓN POLÍTICA
Prof. Dr. D. Jaime Pastor
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

La tesis que espero desarrollar en este trabajo se podría exponer así: En el


contexto de la globalización neoliberal y de una cultura política hegemónica
que fomenta democracias de “baja intensidad”, las redes críticas de los movi-
mientos sociales aparecen como actores político-culturales que se esfuerzan por
reconstruir un “capital social alternativo” que permita ir potenciando una de-
mocracia participativa. Esta debería permitir no sólo la combinación de distin-
tas formas de legitimación o no de las decisiones que se tomen en el ámbito pú-
blico sino también cuestionar tanto las “policies” concretas como la “politics”
dominante a escala global, recuperando así la relación de la política con los con-
flictos latentes o visibles existentes en nuestras sociedades.
Desde esa aspiración estratégica, y refiriéndonos fundamentalmente al “mo-
vimiento de movimientos” hoy emergente, las ideas fuerza de otra política, otra
democracia y otro mundo necesarios y posibles pueden ir abriéndose camino a
medida que se vayan haciendo más visibles los marcos de injusticia que de-
nuncian estos movimientos y se comprueben los límites de las democracias re-
presentativas nacional-estatales. En ese camino la capacidad de relacionar lo
global y lo local es clave para garantizar tanto la dimensión expresiva como la
instrumental de las acciones colectivas “disruptivas” impulsadas por las redes de

229
estos movimientos, con el fin de ir poniendo en pie alternativas de “alcance
medio”, creíbles y factibles, que contribuyan a ir modificando las creencias co-
lectivas hoy dominantes.

1. Un “movimiento de movimientos”

La caracterización del “movimiento de movimientos” como un sujeto en


proceso de constitución como actor colectivo en el marco de la globalización
neoliberal es algo ya ampliamente compartido en los análisis que empiezan a
proliferar en el ámbito académico y político. Partiendo de una de las síntesis
más recientes sobre esta materia (Donatella della Porta, 2003), en este movi-
miento confluyen una serie de rasgos que permiten definirlo como tal:

1. Su identidad colectiva alrededor de un proyecto y unos valores comunes


se ha ido configurando a lo largo de las movilizaciones que se han ido
desarrollando desde sus primeras iniciativas y “redes madrugadoras”
Los jóvenes en un mundo en transformación

(Chiapas, Acción Global de los Pueblos) y, sobre todo, su principal des-


encadenante visible —Seattle, diciembre 1999—, así como mediante
los diferentes Foros Mundiales y Regionales —que se han celebrado des-
de entonces— en Porto Alegre, en Florencia, en París, Mumbai... El
“No al Neoliberalismo y a la Guerra” se ha ido convirtiendo en su de-
nominador común, paralelamente al esfuerzo por pasar del mero recha-
zo a ambos a la definición en positivo de otra idea fuerza que se abre pa-
so a escala global, la de que “Otro Mundo es Posible” (Pastor, 2002). En
ese proceso el movimiento va ampliando constantemente su temario y
su agenda, pronunciándose a favor de viejos y nuevos derechos y liber-
tades, de la solidaridad transversal e intergeneracional y entre el “Nor-
te” y el “Sur”, de la paz, la democracia y el reconocimiento de la diver-
sidad nacional y cultural. En resumen, se aspira a ir cambiando el
“sentido común” dominante a favor de otro alternativo basado en la ne-
cesaria erradicación de las causas de la injusticia global.
Esta caracterización queda suficientemente explícita en los puntos 1 y 4
de la Carta de Principios del Foro Social Mundial, la cual constituye una
referencia fundamental para la mayoría de organizaciones y redes que
participan en el movimiento. El primero dice: “El Foro Social Mundial
es un espacio abierto de encuentro para: intensificar la reflexión, realizar
un debate democrático de ideas, elaborar propuestas, establecer un libre
intercambio de experiencias y articular acciones eficaces por parte de las
entidades y los movimientos de la sociedad civil que se opongan al neo-
liberalismo y al dominio del mundo por el capital o por cualquier forma
de imperialismo y, también, empeñados en la construcción de una so-
ciedad planetaria orientada hacia una relación fecunda entre los seres hu-
manos y de éstos con la Tierra”. El cuarto concreta esto afirmando: “Las

230
alternativas propuestas en el Foro Social Mundial se contraponen a un
proceso de globalización, comandado por las grandes corporaciones
multinacionales y por los gobiernos e instituciones que sirven a sus in-
tereses, con la complicidad de los gobiernos nacionales. Estas alternati-
vas surgidas en el seno del Foro tienen como meta consolidar una glo-
balización solidaria que, como una nueva etapa en la historia del mundo,
respete los derechos humanos universales, a todos los ciudadanos y ciu-
dadanas de todas las naciones y al medio ambiente, apoyándose en sis-
temas e instituciones internacionales democráticos que estén al servicio
de la justicia social, de la igualdad y de la soberanía de los pueblos”.
Dentro de la amplia pluralidad que se reconoce en el Foro Social Mun-
dial nos encontramos también con un proceso de coordinación entre re-
des y organizaciones sociales que aspiran no sólo a compartir preocupa-
ciones, ideas y propuestas sino también a tomar iniciativas conjuntas de
acción y movilización. Esto ha tenido su reflejo en la celebración de las
autodenominadas “Asambleas de movimientos sociales” en el marco de
las reuniones del FSM y ha conducido a la adopción de Manifiestos y

Los jóvenes en un mundo en transformación


Llamamientos que refuerzan las señas de identidad antes mencionadas.
Así, por ejemplo, el adoptado en el II FSM de Porto Alegre (2002) era
encabezado por el lema “Resistencia contra el neoliberalismo, el milita-
rismo y la guerra: por la paz y la justicia social” y contenía la siguiente
autodefinición: “La diversidad es nuestra fuerza y su expresión es la ba-
se de nuestra unidad. Somos un movimiento de solidaridad global, uni-
do en nuestra determinación para luchar contra la concentración de la
riqueza, la proliferación de la pobreza y la destrucción de nuestro plane-
ta. Estamos construyendo un sistema alternativo y usamos caminos cre-
ativos para promoverlo. Estamos construyendo una alianza amplia a par-
tir de nuestras luchas y de la resistencia contra el sistema basado en el
patriarcado, el racismo y la violencia, que privilegia los intereses del ca-
pital sobre las necesidades y las aspiraciones de los pueblos”. En la mis-
ma línea ha ido el Llamamiento adoptado en el III FSM, celebrado tam-
bién en Porto Alegre en enero de 2003; en este último se acordó además
dar un paso más y avanzar hacia la constitución de una Red Mundial de
Movimientos Sociales que está todavía en sus inicios.
Nos encontramos así con una relativa diferenciación entre los Foros,
concebidos como espacios de encuentro que no toman decisiones, y las
Asambleas de las redes de muchos movimientos que tratan de alcanzar
un consenso de trabajo en común después de cada Foro, con el fin de
coordinar iniciativas, campañas y luchas a escala global o regional. Esa
autolimitación del FSM, al menos hasta ahora, se ve también reflejada
en la Carta de Principios cuando en el punto 1 se autodefine como un
“espacio abierto de encuentro”, cuando pone el acento en la necesidad
de desarrollar en su seno “un debate democrático de ideas, elaborar pro-
puestas, establecer un libre intercambio de experiencias y articular ac-

231
ciones eficaces” o, en fin, cuando afirma que “nadie estará autorizado a
manifestar, en nombre del Foro y en cualquiera de sus encuentros, posi-
ciones que fueran atribuidas a todos sus participantes”, al mismo tiem-
po que se compromete a difundir ampliamente las decisiones que adop-
ten las entidades participantes en los encuentros del Foro (puntos 6 y 7).
2. Otro aspecto importante a destacar es la ampliación y renovación del re-
pertorio de formas de acción que está asumiendo este movimiento plu-
ral: desde el bloqueo a las reuniones de las “Cumbres” oficiales —que fue
su partida de nacimiento público en Seattle— hasta el boicot a produc-
tos y “marcas” comerciales, pasando por manifestaciones lúdicas de todo
tipo, recogidas de firmas, consultas sociales alternativas, resistencia no
violenta y formas de desobediencia civil colectiva, ocupaciones simbóli-
cas de locales, bloqueo del tráfico por carretera y ferroviario, boicot elec-
trónico a empresas e instituciones y un largo etcétera. La estructuración
de las grandes manifestaciones también ha permitido el respeto a la
enorme diversidad de este movimiento mediante la configuración de
distintos “bloques de afinidad” entre organizaciones y colectivos, bus-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cando así —aunque sin lograrlo en más de una ocasión— poner por de-
lante la cooperación en el éxito de las acciones por encima de los prota-
gonismos de unos u otros.
Obviamente, uno de los objetivos fundamentales en el enriquecimiento
de ese repertorio era y es incidir en la “agenda mediática”, con el fin de
introducir en ella la denuncia del marco de injusticia global e influir así
en los simpatizantes potenciales y poder forzar en mejores condiciones la
presencia de determinado tema en la agenda política institucional. Se tra-
ta de una cuestión central, no exenta de los problemas derivados de los
intentos de cooptación del movimiento por parte de los medios de co-
municación o los partidos políticos; pero el balance, tras prácticamente
cuatro años de vida del movimiento, es más positivo que negativo, ya que
es fácil comprobar en las encuestas de opinión de muchos países que el
movimiento “antiglobalización” cuenta con un escaso rechazo en la so-
ciedad, pese al tratamiento muchas veces despectivo o marginal que ha
sufrido por parte de muchos gobiernos y de una parte importante de los
medios de comunicación. Ello no impide ignorar que, si bien hasta aho-
ra se ha llegado a conseguir una relativa autolegitimación pública del mo-
vimiento, éste no ha logrado todavía alcanzar objetivos concretos sustan-
ciales, ya que sigue encontrándose con una actitud autista de los grandes
poderes representados en el G-8 y las grandes instituciones financieras in-
ternacionales, las cuales, en el mejor de los casos, se han visto obligadas a
cambiar la retórica empleada y a ensayar formas de cooptación de secto-
res del movimiento, pero no el paradigma neoliberal que preside sus po-
líticas alrededor del llamado “Consenso de Washington”.
Otro tema controvertido en este movimiento es el de la violencia, espe-
cialmente a raíz de los trágicos sucesos ocurridos en Génova en julio de

232
2001 y, luego, tras el 11-S del mismo año. Dada la diversidad del movi-
miento, es innegable que dentro del mismo hay grupos partidarios de la
acción violenta simbólica contra las “cosas” (en particular, edificios y ofi-
cinas asociadas en mayor o menor medida al “enemigo global” que se
quiere rechazar), pero no es fácil encontrar grupos que defiendan la vio-
lencia contra las personas. Pero incluso esa violencia contra las cosas no
es aceptada por la amplia mayoría del movimiento, aunque en algunos
casos sea más por sentido de la oportunidad o meramente instrumental
que por convicción. En todo caso, la Carta del FSM es clara en este as-
pecto, como se puede comprobar en los puntos 10 y 13, cuando decla-
ra que “busca fortalecer...la capacidad de resistencia social no violenta al
proceso de deshumanización que vive el mundo y a la violencia utiliza-
da por el Estado”.
3. También en las formas de organización y de funcionamiento la realidad
actual del movimiento es la de “una estructura organizativa segmentada,
policéfala y reticular” (D. della Porta, 2003), basada en nudos y redes y
en el ensayo de una democracia participativa y discursiva, dispuesta a

Los jóvenes en un mundo en transformación


combinar consenso y disenso y a articular las distintas luchas y campa-
ñas desde la aspiración a la mayor horizontalidad posible. Para el cum-
plimiento de estos fines ha sido enormemente útil el recurso a las nue-
vas tecnologías, especialmente internet, ya que ha permitido “la
reducción de los costes de la movilización y las ventajas de una comuni-
cación transversal” (D. della Porta, 2003), convirtiéndose en un espacio
virtual público de difusión de la información y construcción y recons-
trucción permanente de un discurso y una identidad comunes, sin que
ello vaya en menoscabo de la necesaria interacción cara a cara entre ac-
tivistas en los diferentes Encuentros, así como entre éstos y los partici-
pantes en las acciones colectivas de protesta.

Esa realidad tan compleja y plural de este “movimiento de movimientos” se


puede comprobar fácilmente “navegando” por Internet o leyendo la lista de co-
lectivos y organizaciones que asisten a los Foros o convocan las manifestaciones
e iniciativas periódicas, buscando la mayor sinergia posible e incluso la coinci-
dencia en las fechas emblemáticas o las surgidas de las propias “cumbres” de los
Foros. Así ocurrió el 15 de febrero de 2003, jornada mundial contra el neoli-
beralismo y la guerra, cuya propuesta surgió del Foro Social Europeo de Flo-
rencia y, luego, fue asumida por el Foro Social Mundial de Porto Alegre para,
finalmente, ser apoyada por un amplio abanico de organizaciones sociales, po-
líticas y ciudadanas en muchos países. Fue el éxito alcanzado por esta jornada
—aunque tuvo un seguimiento muy desigual— el que llevó incluso a un dia-
rio como The New York Times a afirmar que había emergido “una nueva super-
potencia” global frente a la representada por EEUU.
Un aspecto que interesa, sin embargo, resaltar es que no han sido ni los par-
tidos ni los sindicatos las principales estructuras y canales de organización de

233
las protestas —aunque una parte de los mismos, minoritaria, se implique cada
vez más en ellas— y, también, que las motivaciones para participar en el movi-
miento no se deriven del hecho de compartir una condición social determina-
da sino, sobre todo, de la convicción ética y del rechazo al marco de injusticia
global que se critica (Andretta y Mosca, 2002). Ello no impide comprobar que
en la composición social del movimiento el peso de sectores sociales que se en-
contrarían dentro de la nueva figura del “precariado” o de trabajadores sociales
y capas medias con un “capital cultural” notable es importante; esos datos con-
tribuyen a explicar también el carácter intergeneracional del movimiento, ya
que junto a una capa procedente de la “generación del 68” nos encontramos
también con una nueva generación que ha entrado a la acción en el marco del
cambio de época que estamos viviendo; tienen, en cambio, mucho menos pe-
so las cohortes de edad intermedias entre ambas.

Estas consideraciones sociológicas son, sin embargo, fundamentalmente vá-


lidas para la realidad de este movimiento en los países del “Centro”, ya que, si
nos referimos a América Latina o, como se ha comprobado en Mumbai, a otras
Los jóvenes en un mundo en transformación

regiones como el Sudeste asiático, el peso del campesinado y de sus organiza-


ciones —especialmente las que se coordinan en el marco de la red transnacio-
nal Vía Campesina— es creciente.

2. El movimiento y la acción política

Una de las cuestiones más controvertidas en este tan plural movimiento es


su relación con “la política” y con los partidos en particular. Pese a la reticencia
de muchos colectivos del movimiento a esa palabra, habría que precisar que si
aceptamos una concepción amplia y no estrecha de la misma, este movimiento
está “haciendo política” desde su propio nacimiento: su confrontación con los
principales actores económicos y políticos de la “globalización” —G-8, FMI,
BM, OCM, multinacionales...—, su desafío a muchas de las decisiones que és-
tos toman y su vocación de deslegitimación de las mismas así lo demuestran.
El debate no debería estar centrado, por tanto, en una falsa oposición entre
la acción política —que, convencionalmente hablando, correspondería a los
partidos— y la acción social —que, desde un enfoque también convencional,
sería tarea exclusiva de los movimientos. La discusión tendría que girar, más
bien, alrededor de la articulación de respuestas comunes de los movimientos y
los partidos que puedan defenderse en el espacio de la sociedad civil y en el de
la política, entendida en este caso como el ámbito de las relaciones de poder y
de las instituciones en las que se toman las decisiones.
El problema con que nos encontramos al abordar esta cuestión es que exis-
te en la mayoría de los países del “Centro” una tendencia a la desafección ciu-
dadana respecto de las instituciones representativas y al desalineamiento o a la
desidentificación partidaria. Esto se refleja con mayor fuerza incluso dentro del

234
“movimiento de movimientos”, teniendo en cuenta además que éste tiende a
ocupar una parte importante del espacio que ocupaban los partidos, especial-
mente los de izquierda.
En ese marco general habría que considerar la relación partidos-movimien-
to y valorar las experiencias concretas en el caso que nos ocupa. Para ello es obli-
gado empezar reconociendo que en los orígenes mismos de la decisión de cele-
brar el Foro Social Mundial en Porto Alegre en 2001 tuvo mucho que ver la
presencia activa del Partido de los Trabajadores de Brasil y, más concretamen-
te, la iniciativa que en esa ciudad se desarrollaba de los Presupuestos Participa-
tivos. Sin embargo, esto no impidió que el Consejo Internacional del FSM
aprobara en su Carta de Principios, en el punto 9, lo siguiente: “El Foro Social
Mundial siempre será un espacio abierto a la pluralidad y a la diversidad de ac-
tuación de las entidades y movimientos que quieran participar, además de
abierto a la diversidad de géneros, etnias, culturas, generaciones y capacidades
físicas, desde la que sea respetada la Carta de Principios. No deben participar en
el Foro representaciones partidarias ni organizaciones militares. Podrán ser invita-
dos a participar, a título personal, gobernantes y parlamentarios que asuman los

Los jóvenes en un mundo en transformación


compromisos de esta Carta” (el subrayado es mío). No obstante, la admisión en
ese mismo punto de otras modalidades de participación que no sean las de re-
presentación directa de los partidos, ha permitido que se desarrollen paralela-
mente a los FSM Foros de Parlamentarios y Foros de Autoridades Locales e in-
cluso que el tema mismo de las relaciones entre partidos y movimientos sociales
haya sido introducido en la agenda de los FSM y los Foros Regionales como
objeto de mesas redondas con participación de representantes de partidos.
Pero esas mismas experiencias han sido muy controvertidas en el seno del
movimiento y de muchos colectivos, ya que mientras que unos las han asumi-
do como “normales”, otros han mostrado su temor a verse cooptados por unos
partidos cuyo grado de identificación con el movimiento no ha estado claro
(como sucede con los partidos socialdemócratas) o, incluso cuando lo están,
porque se considera que priman sus objetivos electorales sobre los del propio
movimiento a la hora de relacionarse con él.
Se trata, por tanto, de un debate abierto que parte de la necesidad del pro-
pio movimiento, gracias a sus avances y a su reconocimiento público y mediá-
tico, de “hacer política”. En este sentido hay que pensar en la complementarie-
dad de espacios y de funciones, ya que “el FSM trabaja en un ámbito específico:
el espacio público internacional ‘no estatal’. Pero este no es un espacio cerrado
a organizaciones que trabajan, o pretenden trabajar también, en el ámbito ‘es-
tatal’. En realidad, la construcción de una política emancipadora deberá reali-
zarse finalmente en ambos espacios. Establecer por tanto canales de comunica-
ción, de traducción (...) entre organizaciones sociales y políticas
comprometidas en la lucha contra la globalización neoliberal es necesario en
uno y otro campo. Y para construir estos canales, hay que discutir no simple-
mente de ámbitos de trabajo, sino sobre todo de programas, de estrategias, de
tareas” (Antentas, Egireun y Romero, 2003).

235
Esta es la fase en la que se encuentra en la actualidad este movimiento: la
combinación del rechazo ético con la crítica y la propuesta, buscando preservar
su autonomía ante los partidos políticos, las instituciones estatales y los actores
transnacionales a los que se enfrenta, pueden permitirle “ganar tiempo” (para
“experimentar” y vincular lo global y lo local), “ganar espacio” (para superar su
dimensión occidental, para reforzar la transversalidad del feminismo y del eco-
logismo...) (Antentas, Egireun y Romero, 2003) y para cuestionar, en fin, no
sólo políticas concretas sino la política dominante, en su sentido sustantivo.
Porque no cabe consenso posible entre lo que representan las Cumbres oficia-
les o Foros como el de Davos y el que se ha reunido en Porto Alegre y en Mum-
bai, ya que éste último sigue convencido de que la consecución de ese “otro
mundo posible” pasa por la necesaria ruptura con el neoliberalismo que aqué-
llos representan.

Bibliografía
Los jóvenes en un mundo en transformación

ANDRETTA, MASSIMILIANO y MOSCA, Lorenzo (2003): Il movimento


per una globalizzazione dal basso, en Globalizzazione e movimenti sociali, de
Donatella della Porta y Lorenzo Mosca (eds.), Il Manifesto, Roma.
ANTENTAS, J. M., EGIREUN, J. y ROMERO, M. (2003): Porto Alegre se
mueve. Veinte opiniones sobre el Foro Social Mundial, Los Libros de la Cata-
rata, Madrid.
PASTOR, J. (2002): Qué son los movimientos antiglobalización, RBA-Integral,
Barcelona
PORTA, Donatella della (2003): I new global, Il Mulino, Bologna.

236
CAPÍTULO III.3.3

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA EVOLUCIÓN DE LOS NUEVOS
MOVIMIENTOS SOCIALES:
UNA PROPUESTA DE SÍNTESIS
Prof. Dr. D. Luís Enrique Alonso
Universidad Autónoma de Madrid

“La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento aun-


que inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El
ensayo del poema de la vida es un movimiento; eso es, un movimiento perpetuo”

(Augusto Monterroso, Movimiento Perpetuo,


México, Joaquín Mortiz, 1972, p. 7)

Resumen

El objetivo de estas páginas es intentar resumir la dinámica de desarrollo de


los nuevos movimientos sociales, determinando los tres momentos analíticos
fundamentales que han ido conformándose en su ya largo y accidentado deve-
nir. De entrada hay que recordar y llamar la atención sobre las controversias que
se han originado al tratar de utilizar la adjetivación de “nuevos” para los movi-
mientos sociales que hasta aquí se han registrado, en este sentido si tomamos
como referncia sus características internas de formación y cristalización de la
acción colectiva, probablemente poco existe de nuevo en los nuevos movi-
mientos sociales, pero si lo que tomamos es su dimensión temática y su locali-

237
zación histórica y contextual, el concepto de nuevo movimiento social se pue-
de utilizar como un witgensteiniano “uso del lenguaje”, generado por los pro-
pios actores y sus analistas en los últimos treinta y cinco años.

1. El contexto sociohistórico de aparición de los nuevos


movimientos sociales

Así podemos empezar, por tanto, remontándonos a las iniciativas ciudada-


nas y a las movilizaciones sociales de los años sesenta y principios de los seten-
ta en Europa y en los Estados Unidos; acciones que han dado luagar al con-
cepto mismo de nuevo movimiento social, y que marcarían el primer momento
de evolución histórica de estos fenómenos de acción colectiva. Las característi-
cas de estas movilizaciones pueden definirse por su radicalismo, su utopismo,
su tendencia a mezclar elementos políticos con elementos culturales, y la pre-
sencia entre sus efectivos y recursos humanos de nuevos sujetos que no habían
sido tradicionales en la política convencional de las sociedades occidentales: jó-
Los jóvenes en un mundo en transformación

venes, mujeres, estudiantes, minorías étnicas, grupos radicalizados de las nue-


vas clases medias, etc. Estos públicos se convirtieron en agentes fundamentales
de la movilización colectiva de esos años, y sobre todo de innovación en la cul-
tura de la protesta, proponiendo con sus acciones agendas temáticas considera-
blemente novedosas, pero fuertemente enraizadas en la vida cotidiana de las de-
mocracias occidentales.
El marco en el que se realizaron estas protestas era una sociedad que experi-
mentaba el ascenso de las nuevas clases medias de servicio, teniendo, a su vez, el
crecimiento económico sostenido y el pleno empleo como convención social ge-
neralizada y normalizada. Sobre esta normalización fordista-keynesiana se cons-
truían derechos de ciudadanía crecientes e importantes conquistas en lo que se
refiere a la institucionalización corporatista del conflicto capital/trabajo y del de-
recho laboral. Esto es, se establecía así una sociedad regulada donde se consoli-
daba una estatuto de ciudadanía que se constituía en la base para la reivindica-
ción de mayores niveles de servicios, de reconocimiento de derechos —incluso
de derechos económicos o libertades positivas— y de reivindicaciones por parte
de grupos de identidad que trataban de convertir ámbitos íntimos de su estilo
de vida en objetivos políticos o metapolíticos a reconocer y proteger jurídica-
mente (y muchas veces económicamente) por el Estado del bienestar.
Nuevas necesidades tendieron así a ser recogidas en las políticas de inter-
vención de los Estados del bienestar, y toda una revolución de la vida cotidia-
na venía tanto a animar, como a fortalecer a estos nuevos movimientos socia-
les, que poco tenían que ver en sus actuaciones efectivas con los movimientos
obreros tradicionales o con la cultura política de la burguesía liberal. Si bien ta-
les nuevos movimientos sociales no podrían entenderse —ni, en gran medida,
su existencia hubiera sido posible—, de no ser por la presencia previa de estos
elementos institucionales, por dos vías, económicamente, porque en su avance

238
los movientos obreros generaron un marco de regulación económica del con-
flicto social reconocido que permitió la posibilidad de monetarizar y materiali-
zar derechos ciudadanos; políticamente porque la democracia liberal institu-
cionalizó el ámbito de libertades en que se hacia posible un espacio de
participación “moderna”, esto es, donde lo colectivo puede formarse como pro-
ducto de una decisión racional y no por el peso de lo tradicional o por la auto-
ridad despótica.
El origen de los efectivos de estos nuevos movimientos sociales se econtra-
ba, pues, en las clases medias; nuevas clases medias emergentes por primera vez
reconvertían los tópicos discursivos habituales de las clases medias tradiciona-
les —el conservadurismo, el puritanismo, la subordinación disciplinada a las
élites— en claves simbólicas prácticamente contrarias. Por ello conocimos una
fuerte presencia del discurso de “la emancipación” en todos estos nuevos movi-
mientos sociales, discurso que se construía a partir de una mezcla de materiales
temáticos en el que se combinaba un fuerte narcicismo alternativo —la estéti-
ca y la reivindicación de lo anticonvencional y “la diferncia”—, con la crítica a
lo que se consideraban excesos civilizatorios de la sociedad industrial (arma-

Los jóvenes en un mundo en transformación


mentismo, alienación mediática y consumista, desprecio de las minorías políti-
cas culturales, marginación de las diferencias, represión de lo natural y del de-
seo, etc.).
Asimismo este discurso se concretaba en el descubrimiento del cuerpo y la
sexualidad como temas a incluir en el campo de la movilización, y en la lucha
por la profundización y materialización extrema del ámbito de las libertades, li-
bertades que tomaban su forma positiva como derechos políticos y titularida-
des económicas, fundamentos ambos de un nueva ciudadanía total, alimentada
por el Estado del bienestar. De la misma manera era fundamental en estos nue-
vos movimientos su insistencia por la aplicación de estos derechos a grupos y
espacios sociales hasta ese momento invisibles —o considerados como minorí-
as a despreciar en el cálculo político y económico— para el mundo de la polí-
tica profesional.
El colosal utopismo y radicalismo verbal con el que surgieron estos nuevos
movimientos sociales se planteaba así como reivindicación de un modo de vida
“alternativo” al estilo de vida propio (y normalizado) de la sociedad industrial
fordista, marcando en gran medida los excesos —económicos, ecológicos y civi-
lizatorios— de este modelo, así como denunciando sus insuficiencias. Posición,
pues, de estos movimientos frente a la modernización, paradójica, ya que tales
movimientos sólo son posibles en estadios de modernización muy avanzada, pe-
ro, a la vez, uno de los elementos esenciales que ha venido defininedo su identi-
dad es su inequívoco carácter crítico ante tal proceso de modernización. Lo que
indica, en suma, que los nuevos movientos sociales son productos de la moder-
nidad madura y representan la radicalización misma del proyecto moderno, y la
posición en la que se han instalado trata de explotar el centro mismo de las con-
tradicciones de tal proyecto, al tender a presentarse como los encargados simbó-
licos de desarrollar la conciencia reflexiva de la propia modernidad. Intentando

239
hacer que dicho proyecto moderno avance por su vertiente más relacional, de-
mocrática y conivencial frente a los peligros que tiene de autobloquearse y a de-
jarse arrastrar por su impulso tecnocrático y economicista.
Por lo tanto, los nuevos movimientos sociales supusieron la inclusión en el
panorama sociopolítico europeo y norteamericano de nuevos sujetos con un
discurso muy radicalizado —en gran parte propiciado por el entorno de alto ni-
vel de desarrollo económico y de derechos sociales crecientes conseguidos en el
momento de máximo rendimiento del pacto keynesiano—, con una tendencia
a solicitar un reconocimiento de identidades pseudoadscriptivas y culturales, y
la conversión en titularidades y derechos de tales identidades, que hasta ese mo-
mento no habían sido consideradas por los instrumentos políticos y económi-
cos de los Estados occidentales. Más alla de la “cuestión social” clásica, los nue-
vos movimientos sociales tendieron a recrear nuevas “cuestiones”: la cuestión del
genero, la cuestión medioambiental, la cuestión de la paz, la cuestion urbana,
la cuestión generacional, etc.
Cuestiones que desformalizaban y permeabilizaban la frontera entre lo pri-
vado y público en una especie de mixtura político-cultural que se constituiría
Los jóvenes en un mundo en transformación

como una de las novedades más destacables en los procesos de participación so-
cial, movilización colectiva y cultura política, y que se asociarían ya desde en-
tonces al espíritu del tiempo y al horizonte socicultural europeo y norteameri-
cano de los años sesenta y setenta. Originándose, también, con ello demandas
de reconocimento de necesidades socioculturales, identidades colectivas y dere-
chos cívicos que poco tenían que ver con las necesidades distributivas y econó-
micas históricas sostenidas en las reivindicaciones corporatistas de los trabaja-
dores fordistas —o incluso en su imaginario social más expresivo, al considerar
que el poder económico el fin real y social último del movimiento obrero—, ni
mucho menos con el juego de poderes instituidos en torno a la política tradi-
cional de los partidos y al mercado de votos, dado el caracter de minoría acti-
va en que desarrolla la dinámica de movilización estos actores y su lejanía de la
“política de masas”.
En el panorama de los nuevos movimientos sociales, por lo tanto, se tendía
a presentar este reclamo a la identidad —e incluso a la identidad negada— co-
mo uno de los elementos fundamentales de su acción, y la construcción y di-
seño comunicativo de esa identidad se consagraba como el vehículo principal
para el “empoderamiento” del movimiento. Entendiendo este “empoderamien-
to” o empowerment como el proceso de consecución de poder e influencia so-
cial general mediante el reparto, distribución y cesión irregular del poder orga-
nizativo interno y del reconocimiento personal a los miembros directamente
implicados en la acción, cosa que de hecho se enfrentaba con las figuras jerar-
quizadas y formales de atribución de funciones y recompensas de los aparatos
organizativos tradicionales, hecho éste, además, fundamental al desplegar los
nuevos movimientos esquemas participativos donde lo expresivo se articulaba
de manera inseparable con lo instrumental y donde la propia participación en el
movimiento tiene tanta importancia como los objetivos finales a conseguir.

240
La política competitiva de los partidos y la economía social de los mercados
en expansión en la época del consenso keynesiano del bienestar y de la prime-
ra fundación mítica de un sociedad postindustrial dejaron zonas de identidad
fuera de los espacios convencionales —y mayoritarios— de legitimación, zonas
idiosincráticas y diferenciadas que fueron reivindicados para ser relegitimados
por movimientos de jóvenes, mujeres, estudiantes, minorías étnicas, etc.; y la
novedad y mayor repercusión de esta nueva política difusa no fue el logro de
objetivos electorales o monetarios perfectamente constatables o medibles de un
manera explícita y terminante, ni tampoco un cambio radical y absoluto de es-
tructuras jurídicas, políticas o económicas, sino su efecto latente y su repercu-
sión efectiva en las formas de vida cotidiana, trasformando hábitos y estilos, con-
formando derechos hasta entonces inéditos, creando imágenes sociales nuevas,
dando ideas de convivencia inexploradas, ampliando la libertad de las costum-
bres y haciendo que todo esto se materializará en buena medida, tomando for-
ma de derechos reales de ciudanía.

Los jóvenes en un mundo en transformación


2. La fragmentación social y los derechos de ciudadanía

Este modelo de movilización radical y utópico, retóricamente autopresen-


tado como de lucha abierta tanto contra los viejos valores burgueses como de
la ya irremisible integración funcional de la clase obrera, tiende a entrar en cri-
sis fundamentalmente a partir de finales de los años setenta; justo cuando se
transforman los modos de regulación social en los que se lleva a cabo la pro-
ducción mercantil y las condiciones de funcionamiento del Estado del bienes-
tar tienden, también, a ser puestas en entredicho tanto por los ataques de los
grupos neoconservadores, como por las propias limitaciones del Estado keyne-
siano para absorber sus disfunciones económicas.
Así, en los años ochenta se empieza a experimentar un claro desequilibrio
generacional de estos movimientos, no se integraron suficientes efectivos hu-
manos como para mantener el grado de presencia social de este tipo de movi-
lizaciones —y el problema no sólo era de número bruto, sino de su escaso po-
tencial para movilizar recursos organizacionales y su incapacidad para generar
escasas novedades en su discurso—, de la misma manera cohortes generaciona-
les enteras fueron retirándose de estos movimientos. Lo que se experimentó,
entonces, fue una tendencia a la fragmentación y desarticulación tanto simbó-
lica —en su aspecto de cultura de la protesta—, como de los efectos de las ac-
ciones colectivas realizadas —imposibilidad de aumentar el ámbito de los bien-
es públicos conseguidos y los derechos y titularidades conquistados—, cosa que
implicaba un cambio de rumbo real de los nuevos movimientos sociales.
De esta manera, los movimientos del decenio de los ochenta y primeros no-
venta tendieron pronto a reflejar la fragmentación social de un modelo socioe-
conómico cada vez más desregulado y socialmente agresivo en el que la conten-
ción y el ajuste del Estado del bienestar impedía continuar con “la revolución”

241
—cotidiana— de los derechos crecientes que habían supuesto las acciones de es-
tos grupos movilizados. El resultado de todo ello se plasmó en el fuerte carácter
defensivo y “a la contra” que adquirieron las acciones de movilización, destina-
das a detener el retroceso de los derechos adquiridos en cada sector concreto y
particular ante las acciones de remercantilización, individidualización y desafi-
liación derivadas de las políticas económicas y sociales, cada vez más privatistas.
La diseminación y fragmentación defensiva de los actores era el efecto de una
estructura político econonómica cada vez más estrecha para la acción de los
nuevos movimientos, pero también la forma en los que estos mismos actores
planteaban la defensa de su identidad y la supervivencia de sus objetivos en un
momento, no lo olvidemos, en que los primeros mensajes de ruptura de los
nuevos movimientos sociales ya habían sido institucionalizados, y/o converti-
dos, parcialmente, en convenciones sociales generales. La cultura de la protesta
y el narcisismo alternativo se fueron tornando, así, en cultura de la superviven-
cia —cuando no directamente de la derrota— y las movilizciones, igualmente,
fueron adquiriendo tintes mucho más dramáticos, mucho más pesimistas y ca-
si siempre muy cercanos a la idea de la defensa “al límite” de la posible y casi in-
Los jóvenes en un mundo en transformación

minente catástrofe civilizatoria, ya fuera ecológica y medioambiental, ya fuera


producida por el nuevo desorden geopolítico neoliberal, ya fuera por los proce-
sos de exclusión social derivados de la remercantilización, ya fuera por el neo-
conservadurismo cultural en avance, ya fuera por los desarrollos descontrolados
de una economía cada vez más virtualizada y desmaterializada, abasolutamente
incontenible tanto a nivel nacional como internacional, etc.. Todos ello, imáge-
nes de la cultura de un riesgo institucionalizado y generalizado propulsado por
las convenciones mercantiles en indiscutible auge sociopolítico.
En este sentido, los movimientos de los años ochenta empiezan a estar an-
tes modelados por el imaginario de los riesgos civilizatorios que por las visiones
utopizantes, y de ahí que tanto la selección de objetivos, como la construcción
de la verosimilitud de estas acciones colectivas —y hasta su existencia mis-
ma— pasase por la posibilidad de mostrar una reacción ante lo que se consi-
deran agresiones extremas a la identidad, la cultura, el territorio, la paz o la na-
turaleza, así como por la la defensa de los niveles alcanzados de protección
social y materialización de los derechos de ciudadanía en sectores concretos de
los agencias y las políticas públicas. La presentación utópica y radical de gran-
des frentes culturales y movilizaciones “omnibus” de carácter abiertamente ex-
presivo y espontaneista que habían caracterizado a los nuevos conflictos socia-
les aparecidos en los años sesenta y primeros setenta, van conociendo un cierto
declive histórico y su sustitución por iniciativas más puntuales, más concretas,
más fragmentadas en el tiempo; y, sobre todo, más dependientes —como re-
acción y contención— de las estrategías de avance del discurso y las políticas
neoliberales y conservadoras en alza que de la capacidad para generar pro-
puestasas novedosas y autónomas sobre formas de convivencia o modos de vi-
da, tal como lo habían sido los nuevos movimientos sociales de los años se-
senta y setenta.

242
El reflujo de los discursos emancipatorios, la desarticulación de los efectivos
organizacionales y humanos, el avance del mercado y la propia crisis del key-
nesianismo como paradigma de la intervención del Estado, empiezan a generar
una cultura del desencanto, la abstención y el apoliticismo que tiende a tradu-
cirse en la marcha de la acción colectiva al ir adquiriendo ésta no tanto la for-
ma de un movimiento social continuado con un horizonte de objetivos imagi-
narios y de derechos a conquistar, sino el modo de una sucesión de campañas
que se realizan ante temas que son considerados agresiones al entorno social —
o natural— y que se producen tanto en el ámbito local (colectivos afectados por
la remercantilización), como en el ámbito global —percepciones de riesgos
considerados cono amenazas inminentes en el campo del medio ambiente, las
relaciones internacionales o los modos de vida y las relaciones íntimas—, pero
que siempre tienen un carácter reactivo y defensivo, muestra de una cultura de
resistencia planteada como respuesta urgente al riesgo de convertirse en vícti-
mas en un inmediato futuro.
El entorno ilustrado de las clases medias intelectualizadas se vuelve hacia la
postmodernidad como fenómeno cultural, fenómeno que tiende, al fin y al ca-

Los jóvenes en un mundo en transformación


bo, a primar los elementos nihilistas, individualistas, hedonistas y de descom-
promiso social, aferrándose al pesimismo y la contemplación cínica como acti-
tud vital básica que contrasta con el accionionalismo y el grupalismo
característico de los nuevos movimientos sociales. Es el momento de la pos-
tmodernidad como reverso apocalíptico del neoliberalismo integrado y el paso
de un buen número de élites y subculturas intelectuales —que habían cons-
truido las metáforas básicas, los relatos intelectuales y las imágenes sociales que
armaban simbólicamente a los nuevos movimientos— situadas en el ámbito de
la universidad, la producción cultural o el mundo de los medios de comunica-
ción, hacia la defensa de posturas neoconservadoras, sea por la vía directa del
conservadurismo neoliberal defendido por las nuevas clases de gestión de la
económia de servicios especulativos de los ochenta, sea por el neoconservadu-
rismo postmoderno puesto en circulación desde los circuitos intelectuales más
propensos a la celebración de la bancarrota definitiva del proyecto moderno.
El narcisismo alternativo y lúdico, que tanto tuvo que ver como actitud cul-
tural de las minorías activas en el nacimiento de los nuevos movimientos so-
ciales, se transforma, de esta manera, en un narcisismo amoral y superintegra-
do más dispuesto a reflejarse en los valores marteriales e instrumentales de la
cultura burguesa más tradicional que en los valores postmatriales y expresivos
del utopismo postindustrial.
Situaciones, en suma, que tienden a traducir en la cultura de los movimien-
tos la fragmentación y la dualización social, así como la disolución de los dere-
chos sociales o colectivos en derechos individuales que son característicos de es-
te tiempo. Fragmentación y endurecimiento social que al romper —dadas sus
dinámicas centrífugas y neoestamentalistas— la coherencia de las clases medias
y el pacto social que había permitido su radicalismo, sobre la base de la reivin-
dicación de un estatuto de ciudadanía cada vez más completo y universalista,

243
tiende a tornar el radicalismo de estas clases medias (cada vez más simbólica y
económicamente debilitadas) en aprensión y sentimiento de riesgo a quedar ex-
cluidas y marginadas de los canales de producción y consumo de un mercado
desbocado y con efectos desigualitarios reconocidos; lo que en gran medida, ex-
plica también su retraimiento político y su conservadurización efectiva.
Dado este contexto, muchos autores señalan el cambio de ciclo y la ten-
dencia masiva a abandonar el sentido de lo colectivo y la militancia civil en los
movimientos, reintegrándose las capas sociales más ilustradas en una especie de
autocomplaciente inflamación de la vida privada que daría los placeres y las sa-
tisfacciones que habría dejado de dar la vida pública. Regreso hacia posiciones
neoconservadoras que se haría por la generalización del ultrautililitarismo y el
individualismo creciciente, derivado de la revuelta de las nuevas élites, pero al
que habría que añadirse los peligros derivados de fenómenos de acción colecti-
va —sobre todo en sectores decandentes y debilitados de las clases medias y me-
dias/bajas y en ciertos estratos sociales en peligro de quedar fuera de los circu-
los de acumulación y de regulación mercantil centrales— que se convierten en
auténticos antimovimientos sociales, movilizaciones más o menos difusas que
Los jóvenes en un mundo en transformación

tienden a negar las identidades de los sujetos frágiles y las minorías ultravulne-
rabilizadas que precisamente ligadas al capitalismo postfordista han reapareci-
do en los países occidentales: movilizaciones que son prefascistas, xenófobas, ul-
traconservadoras y que tienden, al fin y al cabo a representar la regresión de la
democracia en las sociedades occidentales, al negar de manera intolerante las
diferencias y al convertir, siguiendo el más viejo mecanismo antropológico del
chivo expiatorio, a las víctimas (minorías étnicas, sujetos marginados por la po-
breza o la drogodependencia, subculturas adaptativas juveniles, etc.) en culpa-
bles de la desintegración y la desorganización social postmoderna.
A lo largo de los años ochenta el fortalecimiento de la “cultura de la satis-
facción” de las élites promocionales aupadas por la economía de los servicios
tiende, por tanto, a descomprometer a gran parte de los grupos profesionales y
universitarios del radicalismo o del criticismo que como seña de identidad ha-
bían abanderado las fracciones más pujantes de las nuevas clases medias ascen-
dentes sólo unos pocos años antes. La incapacidad —aunque sea relativa— por
parte de los nuevos movimientos sociales de reclutar nuevos efectivos humanos
y cohortes generacionales más jóvenes que se integren y pervivan en los movi-
mientos con cierta continuidad —y recordemos que la continuidad en el tiem-
po es una característica básica para definir la identidad y, por ello, la formación
de movimientos sociales—, así como de renovar discursos, símbolos e imáge-
nes, tiende a inducir una poderosa desarticulación de las propuestas colectivas
de vida en común y de transformación convivencial de la vida pública.
La sociedad neoliberal, por lo tanto, ha fragmentado los sujetos sociales in-
dividualizando hasta el desmigajamiento la participación política, y en conse-
cuencia, la formación de los vínculos comunitarios se ha fraccionado progresi-
vamente hasta quedar reducida al mero “círculo” o a la celebración del encierro
social en las microrrelaciones “cara a cara”, donde la expresión de identidades

244
en grupúsculos, tribus o estilos particulares de vida no vincula nunca lo perso-
nal con un modelo de cambio social general, como había ocurrido en el mo-
mento álgido de los nuevos movimientos sociales. Tribalidad privada, en suma,
que, en su versión defensiva, no es más que la expresión del simple repliegue de
la identidad —a partir de la inflación del microgrupo afectivo— dentro “mun-
do de la vida” frente al riesgo creciente que se hace presente en el sistema for-
mal de relaciones económicas, jurídicas y comunicacionales; pero que en su
versión agresiva tiende a conectar esta tribalidad con los antimovimientos so-
ciales y a generar redes de comportamiento antidemocrático, precisamente por-
que son el exponente de una sociedad que, en ciertos sectores críticos, cada vez
se hace más insolidaria, intransigente y amedrentada.

3. La trasformación de los nuevos movimientos sociales y el discurso


de las Organizaciones No Gubernamentales.

Desde principios de los años noventa hasta la actualidad podríamos hablar

Los jóvenes en un mundo en transformación


de un tercer momento en la evolución de los nuevos movimientos sociales, un
momento que coincidiría con la aparición y el fortalecimiento de nuevas ma-
neras y complejas maneras de expresión de identidad, ligadas al discurso de la
solidaridad y la cooperación. Así los inocultables efectos de exclusión social y la
precarización de los servicios sociales, públicos, a nivel nacional de los Estados
occidentales, y el recrudecimientos de las distancias entre las economía occi-
dentales y las economías —y las civilizaciones— no centrales, disparan mode-
los de acción colectiva bastante originales en sus manifestaciones externas, aun-
que bastante menos originales (cuando no directamente regresivos) en sus
mensajes, vocabulario de motivos, planteamientos retóricos y sus procedimien-
tos de interpretación de lo social.
Por una parte la solidaridad ha dejado de tener carácter institucional, pues
es el Estado del bienestar —e incluso la idea de Estado nacional— uno de los
ataques fundamentales de esta economía neoliberal. La solidaridad institucio-
nal, invisible que representaba el Estado del bienestar es ahora sustituida por un
discurso de solidaridad ambivalente, ambiguo, muchas veces bien intenciona-
do, pero no por ello sin peligros sociales de sustituir la razón por la compasión,
el bienestar social garantizado por los motivos del corazón y los actos de com-
pasión de la propia sociedad civil. En este sentido, el discurso de la solidaridad,
por una parte, representa la explotación máxima de los límites del Estado re-
mercantilizador que estamos viviendo, y por otra una enorme energía social
que trata por primera vez, desde hace muchos años, de reivindicar bienestar e
identidad no para grupos más o menos asentados dentro de la sociedad, sino
para grupos que son los más necesitados y los más débiles y frágiles del mode-
lo neoliberal de los años noventa.
El fenómeno de las ONG, por lo tanto, es un fenómeno ambiguo, ambi-
valente y confuso; fenómeno donde se localizan, también, los procesos evolu-

245
cionados de los nuevos movimientos sociales de los años sesenta que han ten-
dido a nuclearizarse, a perder radicalismo, utopismo y generalidad cultural, pe-
ro han ganado en presencia en el tiempo, en perseverancia en sus actuaciones,
en el descubrimiento de la alteridad, la función de realizar objetivos concretos
y no sólo la reivindicación y la negación de la sociedad en general, y, en suma,
la sustitución de la cultura de la utopía absoluta por una tendencia a la inter-
vención selectiva y realista en aspectos concretos de la realidad social. No es de
extrañar también que gran parte de estas intervenciones se realicen en campos
del bienestar, porque es en estos campos donde ha abandonado gran parte el
Estado neoliberal sus obligaciones, y en campos de la cooperación internacio-
nal donde el estrangulamiento del crecimiento de los países superdesarrollados
hace más terrible la deuda y los problemas económicos de los países subdesa-
rrollados.
De esta manera, las ONG son grupos de ciudadanía activa que tienden a
generalizar un comunitarismo defensivo frente al individualismo posesivo y
agresivo de la economía triunfante, pero que lejos de ser un sector homogéneo
está fuertemente fragmentado, así junto a estas organizaciones que de manera
Los jóvenes en un mundo en transformación

transformada, pero real tienden a heredar gran parte de los rasgos de los nue-
vos movimientos sociales, también existen toda una constelación de organiza-
ciones que o bien son simples captadores de subvenciones, o bien son elemen-
tos de tipo pseudoprivado para realizar o ayudar a una precarización del propio
Estado del bienestar.
Las ONG, por lo tanto, pueden tener, también en algunos casos, una fun-
ción no muy lejana del viejo discurso pietista decimonónico que si formal-
mente parece que puede rellenar alguno de los grandes vacios de la sociedad ac-
tual, también se puede decir que tiene los peligros de hacer pasar todo un
proceso que es fundamentalmente interesado —la remercantilización encu-
bierta— por un proceso de movilización social auténtico. Las ONG, por lo
tanto, muchas veces representan más intentos de profesionalización de colecti-
vos que no pueden entrar en el mercado de trabajo, búsqueda de beneficios y
de subvenciones utilizando el señuelo del bienestar social y una cierta generali-
zación de un discurso del bienestar sin dependendencia de la obligación y la ne-
cesidad instituida por el Estado, sino diseñado según el deseo creado y acepta-
do por partes de una sociedad voluntarista que dentro de su ocio puede realizar
labores de bienestar social. Sólo parace que existe una regla para este sector, son
sus prácticas concretas y efectivas la única regla para saber con que organización
nos estamos enfrentando y cualquier “a priori” declarativo debe ser contrasta-
do con las un estudio concreto de la historia, las realizaciones efectivas y la im-
plantación real de esa asociación voluntaria.
Por lo tanto no es extraño que vivamos esta crisis actual de crecimiento, la
primera crisis de asentamiento, de las ONG. Su fragmentación, su falta de con-
trol, su confusión, el excesivo peso que se le ha dado para generar y paliar ob-
jetivos sociales para los que en este momento, ni están preparadas, ni están fi-
nanciadas suficientemente, son factores que están creando, en ciertos puntos,

246
un panorama desolador, entre el escándalo de algunos casos y la insatistacción
de sus actuaciones en otros; situación que en nada favorece ni a las auténticas
posibilidades de actuación de las ONG, ni por otra parte, contribuye a la con-
secución de los objetivos reales de un Estado que tiene que tener la justicia dis-
tributiva, el bienestar, y la solidaridad como eje básico de su actuación.
En este sentido, las ONG pueden ser un elemento básico en la detección
de problemas, en la flexibilización de un Estado del bienestar anquilosado, en
la movilización de recursos personales y humanos para generar solidaridad y pa-
ra atajar déficits muy particulares de solidaridad (de hecho hay una larga y
ejemplar historia de organizaciones altruistas, modélicas ya muchos años antes
de que simplemente se hubiesen pensado las siglas ONG), pero en ningún ca-
so pueden sustituir al Estado ni a la Administración en las funciones que son
conjuntas, generales y universales de todos los ciudadanos. El discurso de la vo-
luntad no puede nunca servir para acabar con las obligaciones de todos los ciu-
dadanos a la contribución en la solidaridad y bienestar público, en este senti-
do, gran parte del discurso de las ONG, ya sea a nivel nacional o internacional,
ha servido más de coartada para el desmantelamiento del Estado del bienestar

Los jóvenes en un mundo en transformación


que de alternativa auténtica a los problemas de bienestar y cooperación a nivel
internacional. Por ello, es necesario una clarificación del sector y la posibilidad
de crear vínculos de aprovechamiento de las energías sociales que estas organi-
zaciones pueden realizar.
Es necesario crear, pues, generar redes de organizaciones voluntarias, evitar
la fragmentación y articular un tipo de intervención que no sirva como excusa
para la eliminación de puestos de trabajo o la generación de economías subte-
rraneas a través de estas organizaciones. Si bien parecen perfectamente adapta-
das al momento que estamos pasando, perfectamente adaptadas a esta sociedad
difusa, desarticulada y postmoderna, es necesario que esas redes de asociacio-
nes, de organizaciones vuelvan a recrear movimientos activos por lo colectivo,
y no simplemente a recrearse en una auténtica fragmentación del bienestar.

Conclusión

La política de los nuevos movimientos sociales o el rayo que no cesa

Los nuevos movimientos sociales resisten mal, por tanto, su reducción al


conflicto clásico de clases, aunque esto no supone que no haya sido necesario
este conflicto de clases en su estadio más maduro para que se produzca el mar-
co social adecuado para el desenvolvimiento de los nuevos movimientos. Las
acciones emprendidas por grupos de mujeres, jóvenes, defensores del medio
ambiente o antiarmamentistas no pueden ser consideradas en su sentido realis-
ta como expresiones derivadas de la contradicción capital/trabajo y ello ha lle-
vado a buscar conceptos interpretativos que traten de integrar la complejidad y

247
la multideterminación de planos que cristalizan en la aparición de acciones co-
lectivas no vinculadas a las reivindicaciones obreras tradicionales.
De este modo, frente a la tendencia de las explicaciones marxistas clásicas de
reducir toda contradicción a la lucha económica de clases y de evitar cualquier
referencia a la subjetividad para hacer valer el peso de las condiciones objetivas,
las interpretaciones contemporáneas de los nuevos movimientos sociales han he-
cho énfasis precisamente en lo contrario, en la diferencia y la subjetividad y, por
ello, en los elementos socioculturales que construyen la identidad colectiva de
los grupos movilizados.
La acción de los nuevos movimientos sociales se contextualiza, así, en mar-
cos específicos de actuación y codificación de los social, en los que la expresivi-
dad y las identificaciones de sujetos concretos se concretan sobre objetivos que
ligan la construcción del propio grupo movilizado con su reconocimiento por
otros grupos y por la institucionalización normativa de estos objetivos en las
convenciones sociales generales y en los procesos de justificación y juridifica-
ción de la sociedad en su conjunto.
En el mundo de los nuevos movimientos sociales las representaciones subje-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tivas de los actores se conectan directamente con el conflicto de visiones y de los


sentidos, que desde los grupos concretos se da a lo social, de tal manera que la
identidad se construye en la práctica misma de definir el sentido de lo social des-
de la realidad construida por el grupo y en conflicto con otro grupo. En la iden-
tidad, por tanto, hay una dimensión fáctica, pero también una dimensión sim-
bólica, una acción y una imagen de la acción en un proceso reflexivo que busca
en el reconocimiento el primer resultado de la acción colectiva y posteriormente
intenta materializar este reconocimiento en forma de bienes públicos o derechos
de ciudadanía, jurídica y económicamente institucionalizados por el Estado.
La identidad es, pues, una forma de visión del mundo construida desde una
realidad grupal, materialidad social que produce y es producto de prácticas,
combinando y unificando experiencias individuales y hasta convertirle en ex-
periencia colectiva. Toda identidad es la forma de expresar y comprender sim-
bólicamente la realidad desde una posición social y, por eso, es un concepto
mediador entre lo ideal y lo material, lo instrumental y lo expresivo o lo obje-
tivo y lo subjetivo.
Los nuevos movimientos sociales han sido la forma de expresión de identi-
dades que se han construido activamente en el contexto histórico del capitalis-
mo maduro y el Estado del bienestar y por ser productos históricos son tam-
bién pretensiones de historicidad, es decir, sus prácticas son acciones que
interpretan y construyen el tiempo histórico —la memoria social y la imagen
del futuro— en función de un proyecto de codificación y transformación de lo
social que se construye desde los grupos sociales (cívicos, étnicos, de edad, de
género, etc. ) que animan el movimiento. La identidad es así un concepto emi-
nentemente práctico que da sentido a la acción de los sujetos, expresando el
conflicto de interpretaciones de lo social.

248
En este sentido, sea cual sea el nuevo movimiento social elegido —desde el
feminismo al ecologísmo, de la objeción e insumisión a los movimientos para
la defensa de los derechos de las minorías, de las reivindicaciones de formas no
convencionales de la vida social a los que reclaman un orden mundial más jus-
to, etc.— la dimensión fundamental de su acción sólo puede entenderse a par-
tir de un estudio contextual de los elementos que conforman la construcción so-
cial de la protesta. Por lo tanto, la acción colectiva antes que un efecto o reflejo
condicionado de factores externos que disparan la movilización de forma auto-
mática hay que considerarle como la síntesis de procesos de interpretación, de-
finición, comunicación y consenso de grupos que se convierten en actores so-
ciales al conformar su acción reivindicativa por medio de interacciones y
prácticas sociales en contextos concretos de actuación que marcan tanto las po-
sibilidades como las limitaciones de la acción.
No hay, por tanto, explicación absoluta y universal a los procesos de movili-
zación social y este fenómeno se complejiza y multidimensionaliza cuanto más
complejo y diferenciado es el contexto social en los que se desenvuelven. Los
nuevos movimientos sociales, por lo tanto, son formas que responden a proce-

Los jóvenes en un mundo en transformación


sos de interpretación y construcción de sentido en un entorno de redes sociales
y subculturas fuertemente diversificadas. Seguirán pues construyéndose, de-
construyéndose y reconstruyéndose con los cambios que se vayan introducien-
do en el proyecto moderno.
Los nuevos movimientos sociales han actuado, así, construyendo discursos
que desde su posición grupal arman argumentativa y retóricamente las acciones
conflictivas para dar sentido a lo social. Estos nuevos movimientos sociales han
constituido, pues, marcos interactivos cognitivos y comunicacionales que han
ido traduciendo las trasformaciones y complejizaciones de la estructura social
en acciones y procesos autoorganizados de cambio social, a partir de la defini-
ción de universos del discurso y marcos retóricos que unifican categorizan y
dan coherencia cultural a los grupos movilizados intentando delimitar sus con-
tornos —el “nosotros/as” frente al “ellos/as”— creando sus objetivos y su hori-
zonte utópico y final pero, fundamentalmente, construyendo también la ima-
gen de los grupos contrarios o de los modos de vida antitéticos, rivales o incluso
abiertamente enemigos.
Modos de vida, categorizaciones de lo social y formas de acción colectiva se
han ido así mezclando, confundiendo y diversificando hasta crear el mundo de
los nuevos movimientos sociales una diversidad multicultural. La pluralidad de
instancias económicas y culturales que definen al individuo de la sociedad indus-
trial avanzada, así como su incrustación en un sistema complejo de redes sociales
formales e informales, hace que los procesos de movilización antes de ser la res-
puestas lineal y necesaria a unas condiciones materiales predefinidas, sean más
bien propiedades emergentes que surgen de la intersección de circunstancias mate-
riales y contextuales activamente percibidas, elaboradas y categorizadas por gru-
pos innovadores en su interacción comunicativa y en la construcción de prácticas
que lo definen como actor colectivo, frente y contra otros actores en conflicto.

249
La realidad de la protestas y la acción reivindicativa de estas minorías acti-
vas movilizadas pasa por su capacidad de elaboración de valores compartidos,
percepciones comunitarias y repertorios de motivos y argumentaciones retóri-
cas; esto es, de la capacidad de convertirse en actores simbólicamente diferen-
ciados, con posibilidad de ser percibidos e incluso autopercibirse como tales.
Dada la complejización, diversificación y diferenciación de lo social en el seno
de capitalismo maduro, estas formas de participación informal dependen de la
producción de redes de acción que partiendo de las particularidades y diferen-
cias potenciales de sus efectivos humanos tengan resultado de cohesión colecti-
va así como al contrario, hallando estilos de cohesión colectiva que sean capa-
ces de mantener la idea de diferencia.
La participación de los individuos en los procesos de movilización colecti-
va contradice de hecho tanto las razones economicistas absolutas —sean del
economicismo colectivo y objetivista del marxismo dogmático, sea del econo-
micismo individualista y egoísta de las explicaciones microeconómicas—; co-
mo el culturalismo armonicista e integrador —típico de la sociología y la an-
tropología formalista— al ordenar los sentidos de lo social y las razones de
Los jóvenes en un mundo en transformación

movilización en subculturas y redes de acción en las que las posibilidades de


participación de los sujetos y de la construcción grupal de identidades concre-
tas explican en gran parte la movilización. Fines y medios se combinan y en-
tremezclan hasta tal punto que la propia acción es tan importante como sus ob-
jetivos finales y formales como incentivos de la participación. Los elementos
discursivos y argumentativos son así fundamentales en la formación aprove-
chamiento y promoción de redes que partiendo tanto de recursos y efectivos
humanos relativamente cohesionados, como de problemas sociales detectados
por estos efectivos como fundamentales para afirmar su identidad, son capaces
de crear procesos de reclutamiento —o cuando menos de acercamiento emo-
cional— sobre la extensión de visiones y significados compartidos de lo social.
Frente a la solidaridad mecánica típica de las situaciones de vínculo por proxi-
midad u origen tradicional los nuevos movimientos sociales han inaugurado —
precisamente por moverse en un entorno social cada vez más enriquecido en in-
formación y/o comunicación— un estilo de solidaridad cognitiva y discursiva,
fruto de la composición activa de vínculos e interacciones comunicativas.
Si el movimiento obrero histórico apelaba a la solidaridad mecánica en un
universo social que se institucionalizaba sobre la solidaridad orgánica, los nue-
vos movimientos sociales han tratado de oponer —y siguen oponiendo— a esa
solidaridad orgánica, una solidaridad discursiva construida desde espacios con-
cretos del mundo de la vida. Solidaridad cognitiva y discursiva que es forzosa-
mente reticular, pues no es tanto el producto causal lógico de situaciones efecti-
vas y, en cierta medida, estáticas de igualación adscriptiva en umbrales
económicos, territoriales o étnicos, como la práctica constructiva —es decir no
impuesta o sobrevenida a los grupos sino creada por ellos mediante diálogo y
confrontación reflexiva— resultado de proyectar la imagen del grupo sobre el
grupo mismo y de la autoconstrucción del grupo en la acción misma— de cre-

250
ación de vínculos y relaciones proyectivas, utilizando códigos culturales y mate-
riales simbólicos capaces de traducir las dimensiones contextuales derivados de
la estructura social en elementos de agencia y actividad participativa.
La dimensión cultural es fundamental en la formación y desarrollo de los
nuevos movimientos sociales, pero frente a la idea de cultura cívica y/o cultura
política en el sentido funcionalista y aconflictivo del término en cuanto se re-
fiera a valores genéricos y armoniosos compartidos por la comunidad creadores
de normalidad social y socializadores de los individuos de una manera homo-
génea y exitosa, debemos considerar la cultura como un campo de fuerzas en
conflicto y de prácticas significativas cuya dinámica se desarrolla de manera pa-
ralela a los conflictos entre grupos, actores y clases sociales.
De tal manera que existen culturas y subculturas en conflicto, culturas do-
minantes y culturas dominadas, culturas de protesta, resistencia y acción y, en
suma, que al mito de una cultura cívica unificada y perfectamente legitimado-
ra de un orden político de participación y elección individualizada, los nuevos
movimientos sociales han venido a oponer las culturas políticas de los sujetos
—como formas concretas y contextuales de dar sentido a lo social y de simbo-

Los jóvenes en un mundo en transformación


lización de modos de vida no convencionales— a la pretensión de una cultura
política sin sujeto. La modernidad, por lo tanto, no sólo produce una lógica de
la dominación o de la reproducción controlada de los individuos por los apa-
ratos de poder económico, político o mediático, sino también una lógica de la
libertad que ha permitido la autoproducción de los sujetos, o, si se quiere, la
capacidad de los actores y colectivos sociales en generar prácticas reflexivas, de
acción crítica, de otorgarse imagen a sí mismos y, en suma, de generar visiones
de lo social que por ser precisamente subjetivas los convierten en sujetos. Mien-
tras existan sujetos sociales, existirán formándose y transformándose, perma-
nente y reflexivamente, nuevos movimientos sociales.

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255
CAPÍTULO III.3.4

Los jóvenes en un mundo en transformación


MOVIMIENTOS SOCIALES Y JÓVENES
EN BUSCA DE IDENTIDAD Y COMPROMISO
Prof. Dr. D. Federico Javaloy
Universidad de Barcelona

Las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales han sido contem-


pladas por muchos sociólogos como una exigencia de identidad personal y co-
lectiva en un mundo social burocratizado e impersonal. El tema de la identidad
ha llegado a ser central en la interpretación de los nuevos movimientos socia-
les. Es significativa al respecto la opinión de un autor como Gamson que afir-
ma: “la participación en movimientos sociales implica frecuentemente una for-
ma de ensanchar la identidad personal de los participantes y les ofrece plenitud
y autorrealización” (1992). Melucci, por su parte, sostiene que “lo que las per-
sonas demandan de forma colectiva es el derecho a realizar su propia identidad:
la posibilidad de disponer de su creatividad personal, su vida afectiva y su exis-
tencia biológica e interpersonal” (1980, 218).
Algunos autores han resaltado que la búsqueda de identidad de los nuevos
movimientos sociales puede estar relacionada con cierta confusión de identidad
que caracteriza el complejo mundo contemporáneo, señalando algunas razones
de ello tales como “la sobrecarga de información, confusión sobre la variada ga-
ma de ofertas disponibles y las dificultades del sistema al ofrecer a los ciudada-
nos opciones culturales que permitan el desarrollo de su identidad” (Johnston,
Laraña y Gusfield, 1994, 12). Otros hablan de lucha por conseguir valores no
materialistas ligados a la identidad, tales como autorrealización, autoexpresión,
creatividad y autonomía personal (Inglehart, 1990).

257
Este último valor, la autonomía, ocupa un lugar prominente en el Nuevo
Paradigma que plantean los nuevos movimientos sociales. En la actualidad, a
juicio de Castells (1997), la complejidad y transformación constante que ca-
racteriza nuestro mundo está haciendo más difícil la autonomía personal: “en
todo el mundo las personas sufren una pérdida de control sobre sus vidas, sus
entornos, sus puestos de trabajo, sus economías, sus gobiernos, sus países, y, en
definitiva, sobre su destino en la tierra” (1997, 91). En este contexto, “el mun-
do se vuelve demasiado grande para ser controlado” y “la gente se ancla en lu-
gares y recuerda su memoria histórica”. Y concluye que “por este motivo son
tan importantes las identidades, y en definitiva, tan poderosas en esta estructu-
ra de poder en cambio constante, porque construyen intereses, valores y pro-
yectos en torno a la experiencia y se niegan a disolverse” (1997, 89, 399).
Todo ello hace pensar que los nuevos movimientos sociales están sirviendo
de puntos de anclaje para las personas que, en el océano inestable de nuestro
mundo, buscan la tierra firme de la identidad. La participación en acciones em-
prendidas por movimientos puede contribuir a consolidar una identidad más
vigorosa, como pone de relieve la denominada “explosión de conciencia” que
Los jóvenes en un mundo en transformación

frecuentemente produce dicha participación.

De la búsqueda de identidad al compromiso

Las investigaciones sobre el desarrollo de la identidad colectiva han resalta-


do la relación entre ésta y el compromiso en el movimiento social. La fuerte co-
nexión entre los dos conceptos es tal que se ha llegado a afirmar que ambos
pueden ser considerados como dos caras de la misma moneda. Ello es coherente
con la explicación de Erikson sobre cómo la búsqueda de identidad conduce al
compromiso.
Según Erikson (1968) toda la vida puede ser considerada como incesante
búsqueda de identidad que se traduce en una lucha por encontrar el sentido de
uno mismo como persona única con un papel significativo a realizar en la so-
ciedad. Esta búsqueda se enfoca durante la adolescencia o edad juvenil (el pe-
ríodo de la llamada crisis de identidad), cuando el joven trata de autodefinirse
buscando nuevas identificaciones que sustituyan a unas identificaciones infan-
tiles (principalmente con los padres) que resultan ya inadecuadas. Sin embar-
go, el esfuerzo por conquistar la propia identidad es una tarea que dura toda la
vida y que puede agudizarse en determinados momentos de conflicto en la edad
adulta.
La lucha por definir la propia identidad y encontrar una orientación o sen-
tido a la propia vida es, de acuerdo con Erikson (1968), un proceso que tiende
a resolverse con una decisión en la que se opta por algunas personas (amigos, pa-
reja), por una ocupación o por algún grupo o ideología con que uno desea
identificarse. La decisión implica un compromiso social o ideológico que se con-
vierte en un elemento clave de la construcción de la propia identidad. El esta-

258
blecimiento de un compromiso estable contribuye, a su vez, a la estabilidad de
la identidad que se ha construido.
El compromiso significa una dedicación o inversión de las propias energías
a favor de las personas o ideología con quien uno ha decidido comprometerse.
Erikson sugiere que el valor que impulsa esta dedicación es la fidelidad, es de-
cir la lealtad continuada que va unida al sentido de pertener a las personas, gru-
pos, o ideología con los que uno se ha comprometido. La fidelidad implica la
capacidad de ser confiable: dar muestras a los demás de que pueden confiar en
nosotros y de que, incluso en las circunstancias más adversas, no les vamos a
abandonar y, menos aún, a traicionar. En la raíz del compromiso con los demás
se halla pues el compromiso con uno mismo, la resolución de ser consecuente
con la promesa de fidelidad que libremente hemos decidido.
El hecho de que la visión de Erikson sobre el compromiso arranque de la
crisis de la identidad juvenil aumenta su interés de cara a su aplicación a los
movimientos sociales, dado que la decisión de entrar en un movimiento suele
tomarse en la juventud y son los jóvenes los que integran la parte más activa de
la mayoría de movimientos sociales, especialmente de los de signo radical.

Los jóvenes en un mundo en transformación


De la exposición anterior se puede deducir que existe una relación interac-
tiva, o de feedback, entre identificación y compromiso. La identificación con-
duce al compromiso y, a su vez, el compromiso estrecha el vínculo de identifi-
cación con las personas o grupos con las que uno se ha comprometido.
El compromiso se refiere a la fuerza del vínculo que liga al individuo con el
grupo, incluyendo tanto fuerzas positivas como negativas (Forsyth, 1983). El
vínculo conlleva un cierto sentido de obligación o responsabilidad con el gru-
po que induce al individuo no sólo a permanecer en él y no abandonarlo sino
a actuar en su favor, a dedicar al grupo sus propios recursos, es decir, su tiem-
po, dinero, energías, capacidades y habilidades personales, siendo capaz de
afrontar riesgos u otros costos más o menos elevados según la intensidad con
que experimenta su compromiso. La fuerza que a veces llega a alcanzar el com-
promiso de algunos miembros es impresionante, si se tiene en cuenta que, en
ciertos casos (como el de los kamikazes), se puede llegar a la autoinmolación.
El compromiso actual de los jóvenes es escaso con respecto a la política ins-
titucional, siendo muestra de su desinterés o rechazo las opiniones negativas
que suelen expresar en las encuestas. Ello contrasta con la amplia participación
de los jóvenes en los movimientos sociales, como ha quedado patente tanto por
la fuerte presencia juvenil tanto en las ONG y movimientos sociales como en
la red de protestas, especialmente estudiantiles, que despertó la guerra de Irak.

Bibliografía

CASTELLS, M. (1997): La era de la información. Vol. 2. El poder de la identi-


dad. Madrid: Alianza (1998).

259
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MELUCCI, A. (1980): The new social movements: a theoretical approach. So-
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Los jóvenes en un mundo en transformación

260
CAPÍTULO III.3.5

Los jóvenes en un mundo en transformación


LA CIUDADANÍA DEL FUTURO:
LA ECOCIUDADANÍA
Prof. Dr. D. Luis de la Rasilla
Coordinador General del Proyecto INTERSUR
para la Democracia Ciudana y la ‘Ecociudadanía’

Recuerdo que cuando en mi juventud alguien me planteaba la realidad de


la vida como un gran reto, al estilo de cómo tan brillantemente lo hace el Prof.
Mayor Zaragoza, siempre me formulaba una pregunta: ¿Y yo, qué puedo hacer?
Responder siempre ha sido complicado. Y es que —hoy lo sé— no cabe hacer
mucho debido, entre otras cosas, a la falta de instrumentos adecuados para par-
ticipar en los asuntos públicos.
El partido político ya no sirve. A pesar del pronóstico certero de Hans Kel-
sen de que la democracia moderna se afianzaría sobre unos partidos cuya sig-
nificación crecería con el fortalecimiento progresivo del principio democrático,
la apertura de éste a la esfera supraestatal ha puesto en entredicho la capacidad
de aquellos para continuar siendo el baluarte de la nueva democracia ciudada-
na y, mucho menos, de la futura ecociudadanía, a la que ahora me referiré. Es
un instrumento incapaz de afrontar la realidad cambiante de nuestros días. Se
ha quedado obsoleto en el ámbito del Estado y, por supuesto, cuando se trata
de afrontar la realidad global de la sociedad internacional contemporánea.
Cabe incorporarse al trabajo de las llamadas ONG´s. Sin embargo ese mo-
derno instrumento de participación —por lo general demasiado focalizado en
aspectos sectoriales de la realidad— pronto se transforma en plataforma que,
aunque satisfaga ese primer impulso solidario, acaba utilizándose como medio,

261
casi siempre precario, para afrontar el problema laboral que tan gravemente
afecta a la gente joven. Las ONG´s pierden frescor y autonomía, ya que no son
inmunes a ese efecto moderación-adulteración que trae causa —sobre todo en
aquellos países en que éstas se amamantan en las ubres del Estado— de su in-
evitable proceso de integración institucional.
Esta ausencia de instrumentos para la participación ciudadana en los asun-
tos públicos y, en consecuencia, la inaplazable innovación en este ámbito —que
constituye actualmente mi principal preocupación y quehacer— me animan a
proponer en este Curso de Verano algunas reflexiones en torno al ejercicio de
la ciudadanía del futuro —no necesariamente del siglo XXI— que quisiera com-
pletar con un breve bosquejo del proceso en curso de diseño y experimentación
de un prototipo de instrumento para el ejercicio individual y colectivo de la
democracia ciudadana y la ecociudadanía, que denominamos provisionalmen-
te: instancia ecociudadana de acción política.
El profesor César Díaz-Carrera —en su intervención en el debate tras la
conferencia anterior—, ha sugerido que no es didáctico definir la creatividad
como la facultad de sacar algo de la nada, ya que ese sería cometido de dioses y
Los jóvenes en un mundo en transformación

magos. Crear resultaría más verosímil si consistiera —y es la definición que ha


propuesto— en hacer posible lo invisible, hacer visible lo que aun no se ve. Pues
bien, aplicando similar criterio al problema que nos ocupa —¿cómo afrontar
los problemas que nos abruman para promover el desarrollo humano?— debe-
ríamos partir de que la vida es una larga carrera que tiene su ritmo, de que los
seres humanos no estamos especialmente bien dotados para vivir juntos, de que
el conflicto y la tensión son inherentes —están y estarán siempre presentes— y
que, lamentablemente, habrá muchas guerras todavía. No conviene olvidar, y
ese hecho ilustra el lento ritmo del proceso de la sociabilidad humana, que has-
ta 1945 no se acordó la prohibición del uso de la fuerza como instrumento de
las relaciones internacionales. Y se ha violado tantas veces desde entonces que
cabe dudar de que se trate de un principio jurídico internacional realmente
consolidado.
Y, sin embargo, el primer mensaje debe ser: ¡hay que seguir adelante! Tra-
tar, como decía Giner de los Ríos, de dirigir la propia vida individual con sen-
tido común y no agobiarse con el lento ritmo de los cambios profundos. Y es
que el reto de la vida no puede ser afrontado con éxito si se confía en ver con
los propios ojos el resultado del esfuerzo. Así, acuciados por el corto plazo, só-
lo se percibiría la insignificancia de las acciones individuales para tratar de cam-
biar las cosas y, pronto, una enorme sensación de impotencia desencadenaría la
previsible reacción de frustración, apatía y desidia. ¿Y yo, qué puedo hacer? só-
lo puede responderse desde la humildad que deriva de esa rara habilidad de la
condición humana para depredar su entorno y devorar a sus congéneres. Y só-
lo puede acometerse, si no desde la convicción, al menos desde la esperanza de
que la creatividad de la solidaria tarea colectiva sea viable y desde el sosiego de
la meta a largo, a muy largo plazo. Y no para relajar el ritmo del pensamiento
y de la acción, sino en aras de una verdadera eficacia.

262
Personalmente me he quedado con las ganas de preguntarle al profesor Ma-
yor Zaragoza, que como Director General de la UNESCO, es el español que
ha desempeñado hasta el momento el cargo de mayor relieve internacional, si
él, desde esa gran atalaya que le ha permitido tener una información privile-
giada y codearse con los principales dirigentes, ha percibido si a esos niveles se
trabaja con la convicción de que el desolador panorama del mundo tiene arre-
glo o si simplemente se trabaja sin brújula, corriendo por correr y por que nun-
ca faltan las dietas, los buenos hoteles, los suculentos manjares y los vuelos gra-
tuitos para reunirse a negociar con tan escasos resultados prácticos. No he
podido hacerlo, pero creo que nos ha dado la clave cuando, citando al poeta —
las horas volverán y nos encontrarán instalados y dóciles— ha invitado a la rebel-
día e incluso nos ha confesado que lo que quiere hacer en esta nueva etapa de
su vida es protestar.
El profesor Javaloy, por su parte, se ha referido a la recuperación de la figu-
ra del héroe porque motiva a los que luchan, desarrolla el sentimiento de su
identidad, de hacer algo importante, de luchar por el grupo como por algo pro-
pio, convierte la lucha del grupo en una epopeya. La figura del héroe siempre

Los jóvenes en un mundo en transformación


ha atraído a la gente joven. Protesta y heroicidad son dos términos que la rea-
lidad asocia. Pero ¿cómo proponer a la juventud la heroicidad de afrontar los
problemas del mundo en términos críticos, de protesta, cuando el tributo a pa-
gar por tal actitud en las actuales circunstancias puede ser tan elevado y requiere
tales condiciones de autonomía individual?
Afrontar los problemas del mundo con la actitud creativa, crítica y de pro-
testa que se ha propuesto esta mañana a los jóvenes que asisten a este curso exi-
giría disponer de instrumentos adecuados para el ejercicio del derecho de par-
ticipación política. Ya hemos visto las limitaciones. Además, el ser humano, que
tiene gran capacidad para crear en el ámbito de las ciencias experimentales, se
ha revelado bastante incapaz de innovar en el de la organización social, tal vez
por el nulo interés de quiénes detentan el poder en la promoción de instru-
mentos de participación que les desbanquen. De ahí, y me interesa mucho lla-
mar la atención sobre este particular, que si se aspira a participar realmente en
la vida social, si se invita a la gente a hacerlo —recordemos que el título de es-
ta mesa redonda es Una ciudadanía para el siglo XXI. Participación y compromi-
so social— la clave está en la creación de nuevas y eficaces herramientas.
Permitidme un ejemplo: En un mundo en el que no se conociera el princi-
pio de la palanca, sería posible una escena en la que una serie de personas, afa-
nadas en despeñar una gran piedra pasan de la mofa a la sorpresa ante un su-
puesto fanfarrón que afirmara su capacidad para moverla en solitario,
utilizando simplemente un largo palo y un punto de apoyo. Estoy convencido
de que demasiados ciudadanos de buena voluntad malgastan su energía cívica
tratando de afrontar con la herramienta inadecuada la resolución de los pro-
blemas contemporáneos. De ahí el enorme interés que tiene impulsar iniciati-
vas de ingeniería política y social susceptibles de poner a punto potentes ins-
trumentos innovadores de estímulo, referencia y soporte para la creciente

263
participación de la ciudadanía en la construcción de una sociedad sostenible y
de responsabilidad global.
La ciudadanía, como es sabido, es el atributo del nacional de un Estado,
sujeto pleno de derechos y deberes, que interviene en su Gobierno. Estamos
hablando de participación política, de intervenir en el Gobierno de los asun-
tos públicos, de ocuparse de los mismos asuntos de los que se ocupan unos se-
ñores que se han montado en ese instrumento denominado partido político y
han acabado secuestrando la democracia. Hablamos de que la ciudadanía, ocu-
pe el espacio que usurpan unos listillos que controlan nuestra sociedad. ¿Quién
decide que España intervenga en Irak? Sin duda, muy poca gente. ¿Por qué?
Porque tenemos una democracia vergonzante y unos ciudadanos de perfil. Tí-
tulo, por cierto, de un libro1 reciente del que, junto con el profesor Soriano,
catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Pablo de Olavide, soy
autor.
Y si el ejercicio de la ciudadanía ya es de por sí difícil ¿qué decir del de la
ecociudadanía? La ecociudadanía —de eco: morada o ámbito vital más amplio
del ser humano— es la condición de todo ser humano, titular de una parte alí-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cuota de la soberanía mundial, legitimado para intervenir, con independencia


de su adscripción nacional, en cualesquiera asuntos públicos, en pro del des-
arrollo humano de todos los habitantes del planeta, mediante la satisfacción de
sus necesidades, sin comprometer el de las futuras generaciones. Ecociudadano
sería, pues, aquel ciudadano, consciente de su pertenencia a la sociedad soste-
nible y de responsabilidad global, que decide autoatribuirse, en el ejercicio de
su plena autonomía de voluntad, legitimación plena para intervenir en el go-
bierno de la res publica planetaria. Hoy por hoy, la ecociudadanía sólo puede
ser una actitud cívica —la actitud ecociudadana— alternativa, responsable, so-
lidaria y comprometida con la definición, formulación y defensa de los intere-
ses comunes de los seres humanos. Una actitud, sin duda, necesaria, suscepti-
ble de abrir el camino a la ciudadanía y a la democracia del futuro. Una especie
de ciudadanía global, una ciudadanía en la que algún día lejano un ecociuda-
dano, español, ruso o chino, pueda participar en la adopción de decisiones que
afectan a todos los seres humanos. Una actitud ésta cuya generalización resul-
tará inviable sin la apoyatura de estrategias de información y formación de la
opinión pública adecuadas y la libre disposición de potentes e innovadores ins-
trumentos para su ejercicio individual y colectivo.
Posibilidad remota, incluso para quienes disfrutamos de las democracias re-
presentativas al uso, tan alejadas aun de la verdadera democracia ciudadana. To-
dos hemos vivido recientemente la experiencia de esa primera manifestación
global para tratar de impedir la intervención militar en Irak. Posiblemente mu-
chos jóvenes en este país han irrumpido en la vida política lanzándose a la ca-
lle para protestar por una guerra ilegal e injusta. Y se han encontrado de pron-

(1) VSORIANO, R.; RASILLA, L.; Democracia Vergonzante y Ciudadanos de Perfil, Ed. Comares, Granada,
2002.

264
to con una evidencia: que no hay más que el voto y la calle y que ni el voto ni
la calle han servido para nada. Nadie les había hablado nunca —ni lo han he-
cho después del fiasco— de la formidable y premeditada mordaza jurídica —
fruto del pacto constitucional unánime de los partidos políticos— que se ocul-
ta tras el demagógico llamamiento de éstos a la participación ciudadana.
Y es que la participación ciudadana, el legítimo derecho a intervenir real-
mente en el gobierno de los asuntos públicos, incluidos los de carácter inter-
nacional, presupone la tutela jurídica efectiva de una verdadera democracia
ciudadana que sólo puede ser la conjunción inteligente y equilibrada de tres
tipos de democracia: la representativa, la directa y la participativa. Sin embar-
go, la democracia representativa lo es todo. La democracia participativa es sec-
torial y momentánea y la democracia directa no existe, porque los partidos po-
líticos ya se preocuparon de encerrarla en un ataúd durante el proceso
constituyente.
Pero la gente no duda en salir a la calle para tratar de impedir una guerra
sin saber que el artículo 87, 3 de la Constitución les considera menores de edad
en los asuntos internacionales al excluir esta materia de la iniciativa legislativa

Los jóvenes en un mundo en transformación


popular; sin preocuparse por conquistar un referéndum de iniciativa popular
que permita proponer directamente la ratificación o derogación de las leyes; sin
chistar ante un sistema electoral que quiebra la igualdad y la libertad política de
los ciudadanos... Pero lo más sorprendente es que los grupos de la sociedad ci-
vil organizada no adviertan a los ciudadanos de esta situación precaria dicién-
doles claramente: nos hemos manifestado y hemos votado sin conseguir modificar
la voluntad gubernamental, pero entre el voto y la calle hay muchas cosas que ha-
cer. Hay que luchar por modificar la Constitución para construir una verdadera de-
mocracia ciudadana que permita materializar la voluntad popular.
Dado que la solución ante la situación política actual pasa por el rearme
de la sociedad civil, añadiría un tercer mensaje: Frente a la opción de militar
en un partido político propongo como alternativa la de constituir “grupos de
ciudadanos de acción política”. Grupos de ciudadanos al lado, ocupándose de
lo político, de lo mismo que hacen los partidos políticos, pero separados y dis-
tintos de éstos. Con plena libertad crítica y de acción, sin interferencias ni me-
diatizaciones, sin financiación ajena comprometedora. Exigiendo constante-
mente a los políticos rendición de cuentas por sus actuaciones, como
corresponde hacerlo al mandatario respecto al mandante, al delegado respecto
al delegante.
Como he atribuido la falta de compromiso político de los jóvenes a la au-
sencia instrumentos adecuados y, además, me he atrevido a abrir un nuevo e in-
menso campo de participación al referirme a la ecociudadanía, debo hacer alu-
sión a un proyecto que promuevo y coordino desde de 1996: El Proyecto
INTER/SUR para la Democracia Ciudadana y la Ecociudadanía, que podéis
consultar en el portal www.ecociudadania.org. Una iniciativa no gubernamen-
tal —autónoma y sin ánimo de lucro— de ingeniería política y social para la
investigación, el diseño y la experimentación colectivos de nuevos instrumen-

265
tos de intervención ciudadana en los asuntos públicos a escalas local, regional,
estatal y global, que trabaja en la concepción y puesta en funcionamiento de un
prototipo de herramienta política innovadora: la instancia ecociudadana de ac-
ción política.
La instancia ecociudadana de acción política será un nuevo instrumento
(en cuyo diseño y experimentación colectivos, estáis invitados a participar ac-
tivamente, a través de la citada página www.ecociudadania.org) para el ejerci-
cio individual y colectivo de la ecociudadanía, adaptado a la nueva estructura
socio histórica de la globalización. En una primera aproximación se podría des-
cribir como fórmula, marco de procesos de asociacionismo transnacional, plu-
ralista, flexible y autoregulable, de carácter no gubernamental, autónomo y
permanente; dotado de mecanismos ad hoc de estímulo, referencia y soporte
para el libre ejercicio, individual y colectivo, del derecho-deber de ecociudada-
nía. Se concibe como potente herramienta política polivalente, de gran versa-
tilidad y fácil acceso a través de internet, para la coordinación y encauzamien-
to ecociudadano de la acción política dispersa de la sociedad civil. Se diseña
para inducir, a partir de un determinado umbral de uso, un quíntuple y per-
Los jóvenes en un mundo en transformación

manente efecto de autoliderazgo, autofinanciación, autoregulación, autoex-


pansión y autorenovación. A diferencia del partido político, la instancia eco-
ciudadana de acción política no aspiraría ni a legislar ni a gobernar. No
constituiría, pues, plataforma electoral y, en consecuencia, no competiría en la
lucha por el control de los escaños que permiten controlar las diversas cámaras
legislativas. Su legitimidad no derivaría pues de las urnas sino de su condición
de instancia o soporte transnacional colectivo de participación ciudadana au-
tónoma y plural —netamente democrática— en defensa de los intereses co-
munes de los seres humanos.
Por tanto, no sólo os digo que son necesarios nuevos instrumentos de par-
ticipación ciudadana en los asuntos públicos, sino que estamos trabajando en
ellos y os invito expresamente a aportar la creatividad que esta mañana se os re-
clamaba a esta apasionante tarea a largo plazo. Si no diseñamos la palanca y la
apoyamos en el punto adecuado, poco o nada podrá hacerse y los más proba-
ble es que las horas volverán y nos encontrarán instalados y dóciles.

Conclusiones

PRIMERA: El ejercicio ciudadano de la democracia en el ámbito estatal,


ya de por sí limitado, ante el secuestro de ésta por los partidos políticos, se com-
plica sustancialmente ante el reto de la globalización. La necesaria extensión de
la democracia al ámbito supraestatal y su ejercicio ciudadano —el ejercicio de
la ecociudadanía— conlleva una profunda transformación de la democracia y
de las modalidades de ejercicio del derecho de participación política.
SEGUNDA: Carencia de instrumentos innovadores para el ejercicio del de-
recho de participación política.

266
Obsolescencia del partido político: La apertura del principio democrático a
la esfera supraestatal pone en entredicho la capacidad del partido político para
afrontar la realidad cambiante de nuestros días. Se ha quedado obsoleto en el
ámbito del Estado y, por supuesto, cuando se trata de afrontar la realidad glo-
bal de la sociedad internacional contemporánea.
Limitaciones evidentes de las ONG´s: Muy focalizadas en aspectos secto-
riales de la realidad y altamente vulnerables ante el efecto moderación-adulte-
ración que trae causa de su inevitable proceso de integración institucional.
TERCERA: Es inaplazable la innovación en este ámbito. Deben impulsar-
se iniciativas a medio y largo plazo de ingeniería política y social susceptibles de
poner a punto potentes instrumentos innovadores de estímulo, referencia y so-
porte para la creciente participación de la ciudadanía en la construcción de una
sociedad sostenible y de responsabilidad global.
CUARTA: Carece de sentido proponer a la juventud que afronte los pro-
blemas del mundo —incluida la tarea de poner a punto los nuevos instrumen-
tos de participación política— con actitud creativa, crítica y de protesta, si el
sistema educativo no les capacita para ello y la sociedad civil es incapaz de des-

Los jóvenes en un mundo en transformación


arrollar por sí misma procesos autónomos de enseñanza-aprendizaje a gran es-
cala para la ciudadanía y la ecociudadanía.
QUINTA: El primer paso es reconocer que otra democracia es posible y
aplicarse a transformar la democracia representativa al uso, secuestrada por los
partidos políticos, en una verdadera democracia ciudadana que sólo puede ser
la conjunción inteligente y equilibrada de tres tipos de democracia: la repre-
sentativa, la directa y la participativa. Y ello pasa por una importante reforma
constitucional.
SEXTA: Frente a la opción de militar en un partido político una alternati-
va es constituir “grupos de ciudadanos de acción política”. Grupos de ciudada-
nos al lado, ocupándose de lo político, de lo mismo que hacen los partidos po-
líticos, pero separados y distintos de éstos. Con plena libertad crítica y de
acción, sin interferencias ni mediatizaciones, sin financiación ajena compro-
metedora. Exigiendo constantemente a los políticos rendición de cuentas por
sus actuaciones, como corresponde hacerlo al mandatario respecto al mandan-
te, al delegado respecto al delegante. La opción de participar en una ONG po-
dría completarse con la pertenencia a “grupos de ciudadanos de acción políti-
ca” que contemplen la vida política en su totalidad.
SÉPTIMA: El Proyecto INTER/SUR para la Democracia Ciudadana y la
Ecociudadanía, que puede consultarse www.ecociudadania.org, es una inicia-
tiva no gubernamental —autónoma y sin ánimo de lucro— de ingeniería po-
lítica y social dedicada expresamente a la investigación, el diseño y la experi-
mentación colectivos de nuevos instrumentos de intervención ciudadana en los
asuntos públicos a escalas local, regional, estatal y global, que trabaja en la con-
cepción y puesta en funcionamiento de un prototipo de herramienta política
innovadora: la instancia ecociudadana de acción política y está abierto a todos los
ciudadanos interesados.

267
Bibliografia

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Proyecto INTER/SUR para la Democracia Ciudadana y la Ecociudadanía.,
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SORIANO, R., RASILLA, L. (2002): Democracia Vergonzante y Ciudadanos
de Perfil, Ed. Comares, Granada.
Los jóvenes en un mundo en transformación

268
MÓDULO IV:

EDUCACIÓN PARA LA UNIVERSALIDAD:


MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN
Y LA INTERCULTURALIDAD
CAPÍTULO IV.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


NUEVOS HORIZONTES EN LA SOCIABILIDAD
HUMANA:
CLAVES PARA LA ESPERANZA
Profesor D. Enrique Miret Magdalena
Filósofo. Escritor

Tenemos que conocer mejor nuestra sociedad en la que se desenvuelven


desarrollos técnicos ayer insospechados y hoy existentes, pero que en este mo-
mento no sabemos dirigir. No tenemos la preparación adecuada para gobernar
estas fuerzas ciegas que dirigen hoy el mundo creado directa o indirectamente
por los países desarrollados.
Hace 75 años el filósofo francés Henri Bergson pronosticó lo que nos iba a
pasar y está ocurriendo: que la técnica se iba a apoderar de nosotros porque pa-
ra dirigir tanto avance material, y no se hiciera inhumano, se necesitaría “un su-
plemento de alma” y no lo tenemos: la ética anda por los suelos, la religión es-
tá en profunda crisis en nuestros países, el materialismo mecanicista, heredado
para nuestra desgracia del viejo filósofo Aristóteles, nos invade y somos vícti-
mas de lo que hemos creado con tanto esfuerzo.
La ciencia ha dado un vuelco a nuestros saberes, pero también se ha dado
cuenta de este vacío ingobernable pues se ha desatado un nuevo fenómeno de
dimensiones universales: la globalización; pues todo influye en todo y en todos,
y si no sabemos dirigir este impulso somos víctimas de su potencia sin norte,
que hoy hunde empresas aparentemente florecientes y hoy y mañana hunde pa-
íses en el marasmo de la especulación desbocada.

271
El inventor de la Cibernética Norbert Wiener ha dicho que para evitar es-
te fenómeno tenemos que cambiar de mentalidad para poder dirigir su fuerza
ciega.
Este es el reto, expresado por un filósofo y un científico, mas importante
del mundo actual.
Está claro que con nuestra antigua mentalidad no podemos avanzar hacia
un mundo mas humano, las inteligencia que tenemos aprendida con un anti-
guo modo de pensar para dirigir nuestra vida, no es suficiente.
Por si fuera poco ha surgido en el mundo el problema de la droga y de las
poderosas mafias que gobiernan ese mundo tan rentable para ellos. Y nada di-
gamos del terrorismo; y los métodos violentos para erradicarlo por medio de la
engañosa guerra preventiva de Bush, que lo único pretendido por él es echarse
en manos del dictador norteamericano del mundo.
Y muchos caen con sus negocios en la corrupción, y España se encuentra in-
erme como decía Ortega y Gasset hace años. Ante estas fuerzas e incentivos no
poseemos las virtudes necesarias para hacerles frente. La tentación es demasiado
grande, y España es “un pueblo ahogado por virtudes pusilánimes”, (Ortega).
Los jóvenes en un mundo en transformación

Necesitaríamos volver a la reciedumbre de que dimos muestra en nuestra


genial cultura del Siglo de Oro, poniéndola al día, no copiándola literalmente,
sino usando su poder adaptado a la época que nos ha tocado vivir.
En esta vacilante situación por un lado queremos estar en manos del Esta-
do, que nos envuelve con su ineficaz y egoísta burocracia que, como un pulpo,
nos agarra y no nos permite actuar eficazmente. Además hemos desarrollado,
en esa situación, una falsa ética con dos normas: “todo vale”, y hacer “lo que
me apetece”, y todo ello, caiga quien caiga sin compasión ninguna.
En general estamos faltos de ideales que nos impulsen a ir hacia adelante
pretendiendo un mundo mas humano en el que todos podamos convivir.
El ser humano no lo olvidemos que, como señaló el psicólogo Allport, es el
único animal que tiene metas de largo alcance; pero ahora parece que lo haya-
mos dejado de lado todo ideal elevado, y nuestro Occidente se ha echado en un
materialismo medanisista que viene por influencia de la filosofía aristotélica
que impregnó hasta al cristianismo basando su teología en este pensamiento tan
poco humano, como demostró el Nobel Bertrand Russell.
También empezamos a ser conscientes de que nuestra orgullosa y fría razón,
que desarrolló la Ilustración, no es suficiente para resolver los graves problemas
del mundo presente. Si bien se ve: ha fracasado en el cometido que prometió y
que tanta ilusión produjo en los filósofos que la dirigieron.
Y hoy la razón humana está por eso de capa caída. Necesitamos algo mas de
calor humano. El mundo moderno que así se construyó está en crisis, y mu-
chos han hecho lo posible para que amanezca una nueva vía: la de la posmo-
dernidad, en la que se han introducido algunas migajas de sentimiento, para
pretender hacer mas humana a nuestra razón, y ésta la hemos rebajado buscan-
do pensar menos, creando así el hombre “light”, que no es la solución que arre-
glaría los males actuales.

272
Un ejemplo significativo lo encontraremos en la literatura de hace unos
años. Por ejemplo: en la novela del checo Milán Kúndera, particularmente en
“La insoportable levedad del ser”. La vida es para el como un sanatorio donde
la gente tiene que acostumbrarse a vivir. Es el “sanatorio de la convivencia”. Y
además en él con el sexo en el centro de la vida, para paliar el fracaso perma-
nente de existir, como analiza el gran crítico literario Cristóbal Sarrias, olvida-
do por tirios y troyanos por decir siempre la verdad guste o no guste al estra-
gado gusto que está de moda, en ese mundo de la palabra escrita que vende
mala mercancía al precio de buena. La única regla que se predica en él es “apro-
vecharse de la situación” (Sarrias) para conseguir el poco placer egoísta del mo-
mento presente.
Comenzamos a darnos cuenta de que el mundo moderno se construyó par-
tiendo de la idea de Descartes, que definía al hombre con el entimema: “pien-
so, luego existo”. Y a partir de el construimos este mundo moderno, que hoy
falla, pues de el han provenido no el bienestar para todos, sino los enfrenta-
mientos, el terrorismo, las guerras de exterminio de los países atrasados que
usan medios técnicos avanzados para destruir. o el dominio de los países ade-

Los jóvenes en un mundo en transformación


lantados como demuesra el sociólogo Edgar Morin. Mundo dirigido por el pre-
sidente Bush, que quiere dominar el planeta Tierra, usando la que llama “gue-
rra preventiva”, que es la mas injusta de todas las guerras. Pero hemos vuelto
con él al iluminismo de los fundamentalistas como es Bush, porque se siente el
único posesor de la verdad absoluta, cosa imposible para cualquier ser huma-
no, que debe saber de su incapacidad para decir una palabra definitiva, ya que
tenía gran razón el famoso filósofo de nuestro Siglo de Oro, Francisco Suá-
rez,s.j., que enseñaba con indudable acierto que “”en casi todo es difícil cono-
cer la verdad”.
Y por eso tenemos que acudir al diálogo, que emplearon genialmente para
escribir, los literatos y pensadores clásicos españoles desde el mallorquín del si-
glo XIII, Ramón Llull, y su “Llibre del gentil e los tres savis”, pasando por el fi-
lósofo del amor León Hebreo con “Diálogo de Amor, el cristiano crítico Juan
de Valdés y su “Diálogo de la Doctrina Cristiana”; y nuestros místicos como
San Juan de la Cruz con sus poemas como “Llama de amor viva”, o “las Mora-
das” de santa Teresa de Jesús, y el franciscano Fray Juan de los Ángeles con su
“Los diálogos de la conquista del Reino de Dios”, o el tratado de pedagogía de
Luis Vives llamado “De disciplinis”, y el tan ingenioso: “EL coloquio de los pe-
rros” de Cervantes.
Ese fue nuestro perdido ejemplo, que hoy debemos recuperar y reempren-
der el diálogo a todos los niveles. Tenemos que comprender que somos cada
uno somos una perspectiva, como descubrió el sabio Einstein con su teoría del
relativismo, que le sirvió a nuestro filósofo Ortega y Gasset para descubrir el
perspectivismo. Y a todos nos recomendó Ortega que no lo olvidáramos nun-
ca en nuestro caminar por la vida.
El primero que se dio cuenta del mayúsculo error de Descartes con su en-
timema, queriendo definir al hombre parcialmente por su sola razón, fue nues-

273
tro olvidado Unamuno, cuando observó que nosotros debíamos ser definidos
como: “Siento, luego existo”. Era dar un giro de 180 grados al filósofo francés,
aunque todavía sin recoger los dos aspectos del hombre, que es corazón y ra-
zón, y no solo uno de ellos: ni solo la razón ni solo el sentimiento.
Fue a otro filósofo español a quien hay que atribuir el mérito de esta com-
plementariedad: al profundo vasco.español Xavier Zubiri, el guipuzcoano que
rectificó definitivamente al bilbaíno Unamuno.
Zubiri afirmó que el ser humano se definía por ser un “entendimiento sen-
tiente”. Y años después, durante nuestra cruel y cruenta guerra civil, lo volvió
a descubrir una inteligente y humana filósofa, María Zambrano, que padeció a
cuerpo limpio en Madrid los tristes avatares de nuestra trágica guerra entre her-
manos. Redescubrió ante nuestro cruel espectáculo guerrero que, para terminar
nuestros males, teníamos que utilizar los seres humanos la “razón poética”, qui-
zá ésta es la mas feliz expresión de lo que los anteriores querían decir, y que hoy
de forma mas superficial lo ha propuesto Goleman recientemente con su libro
best seller “Inteligencia emocional”.
Así con este nuevo equipaje entraremos en una nueva época, terminando
Los jóvenes en un mundo en transformación

con la insatisfactoria posmodernidad que definido antes del pensamiento úni-


co y del pensamiento y el sentimiento débil: Nueva época que algunos llama-
mos transmodernidad la cual se basará, para ir adelante, en la razón poética, no
en la fría razón, ni en el confuso sentimiento, sino en la estrecha unión de am-
bos en apretado ramillete.
Por eso la educación debe ser lo que decía el mejor educador Alain: Geo-
metría y poesía, aprender del sabio matemático Tales y el poeta Homero.
Sin embargo ésto no es bastante: necesitamos dos alas para volar certera-
mente por los recovecos tan problemáticos de la complicada vida contemporá-
nea.
Es darnos cuenta que, ante el fenómeno de la globalización, todo influye en
todo, que nuestros actos tienen unas consecuencias positivas o negativas en to-
do lo demás y en todos los demás. No somos unos solitarios en una isla desier-
ta, no somos unos Robinson Crusoe.
Varios siglos antes de Cristo lo descubrieron los dos mayores sabios chinos:
Lao-tse y Confucio.
El primero decía que todo lo que hagamos tiende a repercutir en los demás
como un bumerán, que luego vuelve a caer sobre nosotros. Y por eso lo bueno
que hagamos tiene consecuencias sociales positivas, que a su vez vuelven a nos-
otros haciéndonos un bien. Y si son malas para los otros, al final terminarán por
recaer sobre nosotros mismos, y nos harán a su vez un daño imprevisto. Es la
ley de la reciprocidad que descubrió Confucio, recomendando una regla de
conducta que se ha llamado Regla de Oro, que dice así: “no hagas a los demás
lo que no quieras para ti”. Razón de tal Regla de la reciprocidad: porque lo que
hagamos, bueno o malo, repercutirá sobre nosotros, como si hubiéramos lan-
zado un bumerán que va, pero luego vuelve a venir también recayendo sobre
quien lo lanzó. Es el mal resultado que ha caido sobre nosotros los países des-

274
arrollados por haber explotado la naturaleza de modo egoista sin pensar en los
efectos que esto podía producir sobre los demás que mas tarde vendría contra
nosotros. Es la polución, la contaminación, la disminución de la capa de ozo-
no y los ciclones, terremotos y desgracias naturales producidas por nosotros sin
pensar en los efectos de explotación nuestra.
Dicho esto descubrimos que el hombre necesita del otro. El P. Vitoria decía
en el siglo XVI que el hombre tiene para dirigirse por la vida de su propia razón;
pero como su razón es débil y precisa del apoyo del otro para caminar por la vi-
da. Es la imprescindible cooperación. Y los grandes escolásticos medievales, co-
mo el franciscano escocés Duns Escoto, decíán que ser persona es estar abierto
a los demás. El ser humano es apertura y relación. San Buenaventura lo definía
así: “persona es el único ser de la creación que conscientemente está abierto a los
demás”. No es el egocentrismo pagano de quien para desarrollarse está concen-
trado en sí mismo sin tener una mirada ni para lo demás ni para los demás. En-
tonces ya se decía que todo ser verdaderamente humano es “reciprocante”.
Poco a poco vamos acercándonos a todas las cosas y personas: no estamos
solos. Ellas necesitan de nosotros, y nosotros de ellas.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Esta idea ha ido fructificando en la filosofía moderna, y el judío Martín
Buber llega a decir que “las palabras primordiales no significan cosas, sino que
indican relaciones” (“Yo y Tu”). Y Zubiri añade: “la religación es una dimen-
sión formalmente constitutiva de la existencia” (“Naturaleza, Historia y Dios·).
Y el mejor fiosofo anglosajón del siglo XX, Whitehead decía que el concepto es
solo relación. Y la lógica actual que ha hecho avanzar tanto la ciencia es la ló-
gica relacional, del filísifo de la ciencia Reichenbach y el filósofo matemático
Brunschvig, y no la obsoleta de Aristóteles y la Escolástica que es solo catalo-
gadora.
Y Scheler va mas allá diciendo: “no hay yo sin nosotros”, que es la regla de
la psicología mas actual, la antropología y filosofía.
¡Que pena que esta filosofía franciscana, que intuyó todo esto, se perdiera
para la teología católica, y la sustituyéramos los católicos por la tomista, inspi-
rada en el pagano y materialista mecanicista Aristóteles!. Menos mal que ahora
empezamos a rectificar algunos pensadores católicos, y como Teilhard de Char-
din y el olvidado Blondel pensamos que la clave de la realidad es dialéctica y
que toda realidad es complementaria, y que la filosofía tiene que ser idea y ac-
ción, pensamiento y vida, teoría y práctica unidas, o sea filosofía de la praxis.
Conclusión: somos ante todo solidarios. Justamente lo que ha descubierto,
a fuerza de golpes, el mundo actual para poder salir de la globalización que nos
invade.
Pero después de lo visto y descubierto por los pensadores mas perspicaces,
nos preguntamos si también la ciencia ha ido por este camino. Y nos damos
cuenta que, tanto la ciencia antropológica, como la psicológica y las ciencias
humanas, se están dando cuenta de lo mismo. Antropología, Biología, Psicote-
rapia, Pedagogía, y Poesía por mas distanciadas que puedan parecer se reunen
en la misma idea que tienen ahora del ser humano.

275
Es Ashley Montagu junto con sus discípulos y colaboradores quien ve que
su ciencia termina pensando en el hombre como cooperación. Ya que éste no
está hecho para el conflicto ni la competencia, sino para la cooperación; y que
la persona es una serie de relaciones sociales, (“Que es el hombre”).
El mismo niño necesita en los primeros años de su vida, para tener un buen
desarrollo futuro, el acogimiento afectivo de la madre, según el psicólogo vie-
nés Alfred Adler.
Y “los impulsos hacia la conducta cooperativa se encuentran presentes en él
desde el nacimiento, y solo necesitan ser cultivados”, (A.Montagu,o.c.).
Es mas: las nuevas teorías de la evolución demuestran que “si la cooperación
no hubiera sido la fuerza predominante, los animales mas complejos —artró-
podos o vertebrados— no habrían podido evolucionar a partir de los mas sim-
ples, ni hubiesen existido hombres que se preocuparan por sus lamentables gue-
rras, biológicamente disparatadas”, (idem).
Y el biólogo J.S.Baker señala que “el altruismo solo se da en los animales so-
ciales.. y sobre él se basa, o debería basarse, la moral. El altruismo satisface nues-
tro instinto gregario, haciéndonos felices exactamente en la misma medida que
Los jóvenes en un mundo en transformación

nos produce placer la satisfacción de otros instintos. El altruismo en cierta medi-


da es instintivo en las personas normales” (“La vida diaria vista por un biólogo”).
Ortega y Gasset tomó también del biólogo von Uexküll su idea, clave en su
filosofía, de que “yo soy yo, y mi circunstancia”.
También Adler observa que “una de las tendencias mas fuertes del hombre
ha sido la de formar grupos, con el objeto de poder vivir como miembro de una
sociedad y no como individuo aislado. Sin duda esta vida social ha proporcio-
nado enormes ventajas al hombre, y ha contribuido a que supere su sentimien-
to de inferioridad y de debilidad” (“La Ciencia de vivir”). El ha descubierto ini-
cialmente la “Wir Psychologie” de Fritz Künkel, que es el método de este
terapeuta para la curación de neuróticos. Podemos decir que es la psicoterapia
del yo al nosotros.
Así podemos crear también una nueva moral enraizada en la vida, una mo-
ral biológica que desarrolló primero el premio Nobel de medicina Alexis Carrel
en su obra “La conducta de la vida” y mas tarde el neuro-biólogo Paul Chau-
chard en su “Biologie et morale”: “el biólogo no hace sino indicar al hombre
donde está su deber si quiere ser plenamente un hombre normal, no cayendo
en la enfermedad y no contribuyendo a hacer una mala sociedad”. “Esta moral
biológica es sin obligación ni sanción, únicamente tiene la obligación de ser
hombre y la sanción de hacerse daño”, (O.C.).
Es curioso que la moral tradicional también está en esta línea incluso en
santo Tomás de Aquino, pues sostiene que “la virtud no es otra cosa que la pro-
longación de nuestras inclinaciones naturales”, (Sertillanges- “La philosophie
morale de Saint Thomas d’Aquin”, Paris, 1946). No es una cosa que desciende
de las nubes celestiales, ni tampoco un entrenamiento de siglos del ser huma-
no: es algo que lleva dentro de si mismo, es en una palabra lo que han dicho a
una dos filósofos expertos en este santo: Etiénne Gilson profesor del famoso

276
Collège de France, cumbre del acadenicismo universitario francés, y el domini-
co antes citado, P. Sertillanges, uno de los filósofos católicos del siglo XX mas
perspicaces y renovador buscando su inspiración en el pensamiento medieval y
en la ciencia actual como demuestra en su avanzado “Catecismo de los incré-
dulos”. Pare ellos la moral es lo que debemos ser en función de lo que somos,
algo muy parecido a la moral biológica antes descrita por los biólogos y neuró-
logos modernos citados.
Y Carrel añade: “las reglas de conducta se deducen naturalmente de las le-
yes fundamentales de la vida humana: conservar la vida, propagar la raza, y des-
arrollar nuestras potencialidades mentales... Es preciso no solo conservar la vi-
da, sino propagarla y hacer que crezcan en nosotros las fuerzas del espíritu... El
cuerpo humano tiene como función específica el desarrollo de la conciencia.
Las reglas de conducta derivan de esas leyes de la vida por deducción... Y des-
cansan sobre los datos mismos de la experiencia, por consiguiente su solidez es
a toda prueba, pues poseen una autoridad mucho más grande que la ética filo-
sófica y la moral religiosa” (o.c.).
Erikson, preocupado por la expresión mas actual y concordante con el pen-

Los jóvenes en un mundo en transformación


samiento social y con el científico, encontró la clave en Gandhi. Cuando llegó
este a la conclusión, según su experiencia de pacífico revolucionario en la In-
dia, que la Regla de Oro corregida, debía expresarse así: “La única línea de ac-
ción justa es la que no daña a ningún bando en una disputa”. Y llamaba daño
para expresar, según sus Diarios, la combinación de perjuicio económico, in-
dignidad social, pérdida de la necesaria auto-estima, y el sentimiento injusta-
mente resentido, (E.H.Erikson “Ética y psicoanálisis”, B. Aires,1967).
Con este bagaje, ¿qué es lo que está ocurriendo de positivo?: que cada vez
hay mayor número de voluntarios que se dedican a ayudar a resolver los proble-
mas humanos y sociales, a los que los Estados no llegan, o lo hacen escasamen-
te. Lo vemos en las guerras que ocurrieron en Ruanda, en los conflictos de Yu-
goeslavia, o de Afganistán y de Irak, lo mismo que en nuestros países con los
nuevos pobres marginados. Son también las nuevas organizaciones no guberna-
mentales, dedicadas lo mismo a cuidar del medio ambiente, que de los solitarios
o de los sin médico, y de esos marginados de nuestro mundo desarrollado. Son
las ONG´s movidas por voluntarios como la Cruz Roja, Caritas, Médicos mun-
di, Mensajeros de la Paz, el Teléfono Dorado para atender a los ancianos solita-
rios, el Teléfono de la Esperanza, y unas pocos mas de todos conocidas.
Pero hemos de saber que además existen muchas otras que no cumplen la
misión de que alardean, y hemos de conocerlas para sanear esta acción sepa-
rando el trigo de la abundante cizaña.
Principalmente son jóvenes los que componen estos misioneros laicos lla-
mados voluntarios. Fenómeno propio de nuestro mundo actual. De modo que
en Estados Unidos, donde mas se ha desarrollado esta responsabilidad entre sus
ciudadanos, hay nada menos que 90 millones de voluntarios que dedican al año
8.000 millones de horas a esta desprendida labor. Las Girl Scouts, y Boy Scouts
suman tres millones y medio de voluntarios. Existe un movimiento ecuménico

277
llamado “The Christophers” que publican gratuitamente un millón de ejempla-
res mensuales de su Boletín, sugiriendo acciones, y está dirigido lo mismo a cre-
yentes que no creyentes, invitando a todos a realizar actos voluntarios sociales,
culturales y ambientales. Un caso sorprendente fue el del colaborador de Nixon
en el escándalo del Watergate, que primero se confesó responsable de esa inmo-
ral acción política y fue a la cárcel; y, al salir, se dedicó y organizó voluntarios pa-
ra la atención a los presos. Y la excelente labor del Ejército de Salvación en Flo-
rida, con sus casas para presos del primer delito, acogidos en ellas familiarmente
y recuperándose sin ir a la cárcel tres de cada cuatro delincuentes de primer de-
lito, cuando en la cárcel solo se recuperaba uno de cada cuatro. Y la Covenant
House en Nueva York, recogiendo a 30.000 jóvenes al año que vagan de noche
por las calles sin vivienda y sin trabajo, donde la inmensa mayoría se recuperan
aprendiendo un oficio que les permite vivir por si mismos. Y las comunidades
Amish, que ayudan a construir viviendas para gente sin ellas, proporcionando
incluso materiales y mano de obra en colaboración con los interesados.
Y ahora nos preguntamos: ¿qué razones hay para este voluntariado?. Y los
expertos en ello encuentran al menos cinco:
Los jóvenes en un mundo en transformación

— Darse cuenta que la ayuda mutua es rentable para uno, como decía el
antropólogo A.Montagu, según la ciencia ha descubierto, y expliqué yo
con detalle antes.
— Sentirse útil da una gran satisfacción. Lo ha descubierto el estudio de
nuestro cerebro por la universidad Emory de Atlanta (USA). Ha de-
mostrado que “el altruismo pone en funcionamiento los mismos cir-
cuitos que detectan aquello que nos lo hace pasar bien”. Es “como si la
evolución ya hubiera grabado en nuestros genes que es básico ayudar a
los demás.., resultando placentero en si mismo ser solidario”. Todo es-
to lo transcribe la periodista Xaro Sánchez sacado del trabajo realizado
en la universidad Autónoma de Barcelona por la profesora de Psicolo-
gía Médica y Psiquiatría (La Vanguardia, Feb.2003).
— También hacemos buena amistad en este ambiente, colaborando en es-
tas acciones voluntarias, y vivimos algo que la juventud desea mucho:
hacer amigos y disfrutar de ellos.
— Descubrir que el verdadero autodesarrollo está en la apertura no en la
autoclausura.
— Darnos cuenta de la repercusión de todos los hechos a gran distancia de
ellos, para bien o para mal todo nos influye, ya que —como decía el
profesor Lejeune— “una mala cosecha en USA o en Rusia repercute en
todo el mundo”. Es el famoso “efecto mariposa” que estudió el mate-
mático y meteorólogo Lorenz, y ha aplicado a la sociedad el sociólogo
Peter Drucker (“Nuevas realidades”).
— Y vivir personalmente la experiencia de que mas vale el ser que el tener,
como demostró el psicólogo y sociólogo Erich Fromm en su libro del
mismo nombre.

278
Este mismo científico observaba algo muy importante y que se tiene en
cuenta en muchos movimientos de ONG´s en USA: que hay que prepararse
profesionalmente para realizar bien la labor del voluntariado, ya que “no se
pueden construir submarinos leyendo las obras de Julio Verne, ni puede crear-
se una sociedad humanista leyendo a los profetas”, como creen algunos bien in-
tencionados católicos progresistas.
Sin embargo si en Europa hay quince millones de voluntarios, en Gran Breta-
ña cinco y en Italia tres, en España solo se estima que hay 500.000: nos hemos
quedado todavía muy cortos (L. G. Carvajal - “Con los pobres contra la pobreza”).
Algo digno de reflexión es, en esta motivación del voluntariado actual, la
carencia en la mayoría de motivaciones directamente religiosas.
Hemos de darnos cuenta de que en España uno de cada cuatro jóvenes di-
ce que pasa de Dios, aunque no pierden todo deseo de trascendencia, aunque
esté mal orientado, pues se manifiesta confusamente en que el 41% cree en los
horóscopos, 33% en videntes, 25% en un cierto espiritismo, (INJUVE, 1999),
y otro 25% en la telepatía (España 2000,F.Santa María).
La inquietud religiosa se ha transformado, en una buena parte de la juven-

Los jóvenes en un mundo en transformación


tud nuestra; pero no se ha perdido del todo, ya que conserva lo esencial: que es
la entrega a los demás, y que es lo básico del mensaje de Jesús.
Los datos aportados por el profesor Canteras son muy ilustrativos de la si-
tuación de la juventud de 15 a 29 años en España, presentado en la universi-
dad de verano de El Escorial en 2003. Por ejemplo 4 de cada 10 jóvenes están
integrados en movimientos u organizaciones, principalmente ecológicas, de la
defensa de derechos humanos o de la inmigración. Y las mas valoradas las ON-
G’s (67,6%). 72% nula o poca credibilidad a la Iglesia Católica. Valores máxi-
mos la honradez, responsabilidad, lealtad, sencillez, dominio propio, y sensibi-
lidad. El 73% tienen anclada la vida en el presente, y el 55% no creen en nada
no resuelva problemas concretos. Y solamente uno de cada 10 tiene alta con-
fianza en las instituciones democráticas y el 64% no confía en el Parlamento,
el gobierno o los partidos políticos.
Respecto a la religión el 72% concede poca o ninguna credibilidad a la Igle-
sia Católica. El 80% no cree que haya una religión poseedora de la verdad en
exclusiva, y las opiniones mas críticas respecto a la Iglesia católica están en los
que se consideran religiosos. Aunque el 60% cree en algo superior al hombre,
y el 71,9% considera muy importante el bienestar espiritual en sus vidas. Si
bien, como dije antes, se inclinan por el esoterismo en un alto porcentaje del
60,7% de ellos se inclinan a él. Y el 32,6% ven con simpatía las sectas, si bien
solo 75.000 pertenecen a alguna de ellas.
Respecto a todos los españoles el 30,7% según el CIS en 2003 confiesa no
ser religioso. El cardenal Marcelo González dijo ya en 1978 que era “una na-
ción de bautizados”, y esto se ve respecto a Francia donde el católico está mas
motivado intelectualmente. El cardenal Rouco confesó en 2002 que católicos
se dicen entre nosotros el 80% pero la mitad no son practicantes y los que lo
son no admiten la mayoría de los dogmas y moral oficial de la Iglesia.

279
En cuanto a la conducta moral los abortos en menores de 18 años se han
duplicado en los últimos 10 años, según dice el CSIC en el año 2003.
En la European Values Survey los jóvenes son mas sensibles al valor de la
religión que hace unos años, pero no por ello frecuentan mas las Iglesias, pues
desciende la práctica religiosa. Este interés por lo religioso crece en los países
del Este, y en Alemania, Portugal, Italia, Suecia y Dinamarca. Y los jóvenes ita-
lianos van mas a la iglesia, y los franceses los que menos. Y la familia es el va-
lor mas importante en Europa.
Dios es un valor en alza según el sociólogo Díez Nicolás en América Lati-
na, África, y países islámicos, y en el mundo anglosajón. El nivel de estudios va
acompañado de alejamiento religioso respecto a los de estudios inferiores. Y
existe una gran tolerancia en España hacia las nuevas familias, la homosexuali-
dad y la cohabitación.
Y la felicidad en el mundo no responde al nivel de renta.
Lo que se prevé para el 2010 es el aumento de la población inmigrante, y
también el envejecimiento de la misma de modo que se estima que en el 2050
España será el país mas viejo del mundo, o sea con mayor proporción de ma-
Los jóvenes en un mundo en transformación

yores de 65 años.
A mi me han dado que pensar las afirmaciones del movimiento de origen
suizo, pero de difusión internacional, especialmente en USA y Europa del Cen-
tro y Norte, llamado “Rearme moral”. Por su importancia los transcribo como
final de este escrito:

— En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos; pero no hay


bastante para la codicia de todos”.
— Si todos se preocuparan lo suficiente, y compartieran lo suficiente, to-
dos tendrían también lo suficiente.
— Vivir todos unidos, o perecer divididos.
— No se trata de quien está en lo justo, sino de qué es lo justo.

Y vendrán bien, como colofón de todo lo dicho, una poesía de Gloria Fuer-
tes para saber lo que es un voluntario; y un poema malawi que critica la triste
realidad de quienes hablamos mucho, pero no hacemos lo necesario.
Dice Gloria Fuertes:

“Mas que un premio gordo de lotería,


mas que un premio Nóbel de lo que sea,
recibe el voluntario cada noche al acostarse,
recibe el voluntario que durante
unas horas al día ha alegrado a un triste,
ha hecho sonreír a un enfermo,
ha paseado en su silla a uno que no puede pasear.
El premio del voluntariado es que pasa a ser un artista,
que no ha pintado un cuadro,

280
no ha escrito un poema;
pero ha hecho una obra de arte,
con sus horas libres.
Todavía hay milagros,
que los harán los nuevos voluntarios,
en España o en América o en África”.

Lo que no es de recibo es que perdamos el tiempo de reunión en reunión,


sin quedarnos algunas horas para hacer lo que hablamos como decía sincera-
mente y sin acritud el poema malawi:
“Tenía hambre y habéis fundado un club con fines humanitarios donde se
discute sobre la falta de alimentos. ¡Os estoy agradecido!. Estaba en la cárcel y
habéis ido a la iglesia para rezar por mi liberación. ¡Os estoy agradecido!. Esta-
ba desnudo y habéis examinado seriamente las consecuencias morales de mi
desnudez. ¡Os estoy agradecido!. Estaba enfermo y habéis caído de rodillas pa-
ra agradecer al Señor haberos dado buena salud. Vivía sin un techo y me habéis
predicado los recursos del amor de Dios. ¡Parecéis tan piadosos y tan cerca de

Los jóvenes en un mundo en transformación


Dios!. Pero yo tengo todavía hambre, estoy todavía solo, desnudo, enfermo,
prisionero y sin techo: os confieso que también tengo frío”.
La esperanza es la clave del futuro, y está en nuestras manos. No nos que-
ramos engañar: lo que se espera es nuestra acción para conseguir una sociedad
mas justa, mas humana, mas libre, mas solidaria sin discriminación para nadie,
y para ello no bastan nuestras palabras bienintencionadas se necesita algo mas.
Es caer en la falsa ética de la fonetización de los valores, por la cual creemos ha-
ber realizado lo que proclamamos solo de palabra.
La esperanza es esa clave según la idea de tres culturas religiosas: la agnósti-
ca del pensador neo-marxista Ernst Bloch en su “Principio Esperanza”, del te-
ólogo protestante Moltmann con su obra “Teología de la esperanza” y el mun-
do católico norteamericano en su New Parish Catechism que afirma que para
el católico el mayor mal no es el llamado pecado mortal como se ha dicho a los
católicos españoles, sino la desesperanza que corrobora el santo francés Claudio
de la Colombière. Y la base es que el bien es mas en el mundo que el mal, pues
si este último fuera mayor su negatividad habría destruido la sociedad y ya no
existiría el mundo humano.
Es necesario sembrar como nos dio ejemplo el gran amigo de los seres hu-
manos, Jesús, aunque quizá no veamos el fruto sembrado como el tampoco lo
vió y fue una realidad tras su muerte. “Un grano no hace granero, pero ayuda
al compañero” dice el refrán. Y mas vale un año de vida generosa que cien de
zozobras producidas por nuestro egoísmo. Y nuestra acción no puede faltar
porque es verdad lo que enseñó Confucio: “mas vale encender una vela, que
maldecir la oscuridad”.
Sin olvidar nunca que “en la nave espacial llamada Tierra no hay pasajeros,
porque todos somos tripulantes” señaló el sociólogo Mac Luhan.

281
Y recordar que “un viaje de mil millas empieza por un solo paso” como ad-
virtió el sabio chino Lao-Tse en su Tao-Te-King:

“Empecemos sin desmayo: todos somos necesarios”

Conclusiones

1. El mundo está en cambio, sobre todo por el desarrollo de la ciencia y de


la técnica.
2. Y no sabemos dirigirlo, yendo en buena parte a la deriva, surgiendo la
corrupción, el terrorismo, la droga, el “gap” que aumenta entre países
pobres y ricos, los nuevos pobres en nuestro mundo desarrollado, la ex-
plotación de los emigrantes,....
3. Para hacerlo mas humano necesitamos cambiar primero nuestra mane-
ra de pensar, desarrollando una ética humanista, y adquiriendo ideales
prácticos, centrándonos en la Regla de Oro, en la ayuda mutua que des-
Los jóvenes en un mundo en transformación

arrolla la verdadera evolución humanizadora, usando una razón más ca-


lurosa, más humana, más universal. Esto evitará las malas repercusiones
de la conducta puramente egocéntrica.
4. Para alcanzar todo esto necesitamos aclararnos mediante el diálogo, pues
todos necesitamos de todos. Tenemos que convencernos que no hay yo,
sin nosotros: yo no soy un ser solitario, soy yo y mi circunstancia.
5. La crisis de la juventud no siempre es negativa pues ha surgido con fuer-
za el voluntariado. Y descubrimos que es también placentera la ayuda al
otro, ya que parece esto grabado en nuestros genes, según la ciencia ac-
tual. Surge así no una moral en las nubes, sino enraizada en las tenden-
cias básicas del ser humano.
6. Aunque la juventud se aparta de las religiones cristianas en Occidente,
no pasa lo mismo en Oriente con el islamismo y el budismo. Y entre
nosotros aparece un deseo falso de trascendencia bajo la capa de esote-
rismo.
7. Un agnóstico como el sociólogo Ernst Bloch, el protestante Moltmann
y el catecismo católico para los párrocos de Estados Unidos, descubren
que hay un fondo de esperanza que es el valor máximo en la vida hu-
mana. Y así darnos cuenta que todos podemos aportar nuestro grano al
granero de la vida, porque somos de un modo u otro necesarios.

282
CAPÍTULO IV.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


MAS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN:
EDUCACIÓN PARA LA UNIVERSALIDAD
Prof. Dr. D. Agustín de la Herrán Gascón
Universidad Autónoma de Madrid

Resumen

La universalidad es un reto que trasciende la educación promovida desde los


sistemas educativos. En este artículo se plantean unas consideraciones intro-
ductorias orientadas a la emergencia de una nueva mentalidad universal, como
epicentro formativo de nuevas concepciones para el cambio interior-exterior.
PALABRAS CLAVE: Educación, Sociedad, Derechos Humanos, Naciona-
lismo, Universalidad, Ego, Conciencia.
ABSTRACT. The universality is a challenge that spreads the education pro-
moted from the educational systems. In this article it has been arised some in-
troductory considerations guided to the beginning of a new universal menta-
lity as formative epicentre of new conceptions for the external-internal change
KEY WORDS: Education, Society, Human Rights, Nationalism, Univer-
sality, Ego, Consciousness.

UN DIÁLOGO (CONSTRUCTIVO), A MODO DE RESUMEN

P. ¿Qué papel que está llamada a desarrollar la educación futura como agente
de cambio en un mundo nacionalista y globalizado?

283
R. En su día tuvo gran sentido social la “Crítica de la razón pura”, de I.
Kant. Hoy creo que también lo tendría una “Crítica de la razón egocéntrica”.
Ésta es la clave mayor de lo que trataremos. El pensamiento egocéntrico sostie-
ne y nutre tanto a los nacionalismos como a la globalización, que son el punto
de arranque de esta “Educación para la universalidad” —como en su día la es-
cuela rancia lo fue de la educación activa—: una nueva ola de cambio radical es-
tá emergiendo en la educación, y la educación para la universalidad es una par-
te de ella, quizá la síntesis o el epítome de todas.
Todos los nacionalismos (los centralistas y los independentistas) son, en
parte, como decía Perich, un “triunfo de la Geografía sobre la razón” —además,
de una racionalización evolutiva de las demarcaciones olfativas de las bestias sal-
vajes que fuimos y que de vez en cuando volvemos a ser—. Creo que son una
parte del pasado del presente. Y la globalización, como estado de conciencia,
carece de norte. Los dos fenómenos son consecuencias de un estado interior y
exterior mejorable, demasiado polarizado en el poder y en el tener. Detrás de
ello hay más, mucho más, si lo deseamos y trabajamos por y para ello el tiem-
po suficiente. Las cosas pueden cambiar.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Sólo desde un pensamiento más fuerte, generoso y motivado por la evolu-


ción humana más allá de los ismos las personas pueden romper o disolver amo-
rosamente los límites de la miopía y acceder gradualmente a la conciencia de
universalidad. Entiendo que la globalización es una fase del capitalismo quizá
necesaria pero muy insuficiente. La globalización se mueve desde y para la par-
cialidad. Una cosa es que la globalización sea un fenómeno global y otra —muy
distinta— que mire por la globalidad o el bien común. El hecho de pertenecer
a una parte privilegiada del mundo no debería ser un obstáculo para apoltro-
nar nuestra comprensión. Se trata de poner a prueba la calidad humana de
nuestra formación así como la clase de educación que la fomenta, y en su caso,
proponer redefinirla desde sus raíces más íntimas.

P. ¿Puede la educación ser un instrumento de desarrollo de la conciencia social


frente a la mera funcionalidad económica y, en consecuencia, como instrumento pa-
ra la evolución de la mente humana y para la creación de una sociedad universa-
lizada?
R. Puede y debe, pero antes de entenderla como instrumento para la evo-
lución de la conciencia me parece que hemos de detenernos en el que puede
considerarse problema principal del ser humano: la inmadurez generalizada.
No se trata sólo de analizar las cosas que ocurren y de adoptar posturas conser-
vadoras o críticas ante ellas, sino de indagar en las raíces de sus causas. Si tu-
viéramos que destacar una característica de la vida humana sobre la tierra esa
podría ser el egocentrismo, individual y colectivo. Creo que, además de estar en
la sociedad de acceso a la información, sobre todo nutrimos la sociedad del ego-
centrismo. Quiero decir con ello que estamos identificados y muy polarizados
en lo propio (político, nacional, cultural, económico, etc.) y que tenemos ver-
daderas dificultades para sentir y ponernos en el lugar de los demás. Anhelamos

284
rentabilidad y beneficio de puertas para adentro, y desde esta actitud un tanto
miope tenemos la humanidad muy alejada. El Homo sapiens normal es el es-
labón perdido entre el simio y el ser humano que podría llegar a ser.

P. En este contexto de evolución posible, ¿se pierden valores, por qué?


R. Cuando se bota un globo no sólo es necesario asegurar la barquilla y re-
visar la fuente de calor: es preciso soltar amarras y lastres. Por un lado, entiendo
que perdemos valores y que necesitamos aprender a cooperar, luego a converger;
a dudar, luego a pensar; a ser humildes, luego a autocriticarnos, personalmente
y como sistemas sociales; a abrirnos a otras posibilidades, luego a ser flexibles; a
practicar la generosidad, luego a ser más éticos; a razonar en clave de síntesis, lue-
go a desarrollar un sentimiento de unidad más plenamente. Por otro, creo que
estamos perdiendo la capacidad de reducir o diluir antivalores que nos evitan ser
más para ser mejores: prejuicios, identificaciones dependientes, parcialidad en el
razonar y en el sentir, anhelo de progreso sin evolución, rentabilidad sin pleni-
tud, fanatismos, odios...
¿Y por qué? Se pierden o no se adquieren porque no se desean. En una so-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ciedad de sonámbulos satisfechos —como decía Nicolás Caballero— sólo se
desean otras cosas no incompatibles. La persona orientada al crecimiento inte-
rior, a la autorrealización, a la síntesis entre la mediocridad y la conciencia es la
excepción.

P. ¿Y los medios de comunicación, por su potencia como transmisores de valores


y antivalores? ¿También tendrán que implicarse en este impulso educativo?
R. Sí y precisamente por su protagonismo en la vida cotidiana. Pongamos
el ejemplo de la televisión, como medio principal. La televisión es una ventana
para el negocio, la información y el entretenimiento; pero su función formati-
va está menos desarrollada. Falta conciencia y creatividad y, de nuevo, sobran
pretensiones egocéntricas difícilmente justificables desde una profesionalidad
madura. La TV nos enseña muy pronto que no es lo mismo que muera un in-
dio que un vaquero, nos asegura falsedades y nos enfría la sensibilidad de
acuerdo con sesgos que se asumen como normalidad. Por ejemplo, cada mes se
derrumban tres pares de torres gemelas cuajadas de niños iraquíes menores de
6 años que mueren por hambre o enfermedades a causa del embargo. ¿Quién
conoce esto?

P. En este proceso de cambio para la evolución humana (hacia la universali-


dad), ¿cuál propone que sea el papel de los profesores? ¿Y el de los padres?
R. Desde mi punto de vista, en una sociedad de pensamiento débil (ajeno,
adocenado, previsible, estereotipado, egocéntrico...) los profesores pueden te-
ner un papel protagonista, encaminado al desarrollo del pensamiento propio
(crítico, autocrítico y generado desde la reflexión). Ese papel empieza bien si,
en una línea de coherencia, el profesorado de Secundaria demandase una me-
jor y mucho más profunda formación pedagógica, y el de Universidad alguna

285
clase de formación didáctica. (Esto ya lo reclamaba Gregorio Marañón hace
cincuenta años, pero todo parece indicar que la didáctica universitaria sigue
siendo la cara dura de la universidad.) La escuela fue, es y será imprescindible
para el desarrollo social, que será fugaz si, una vez realizada su labor, otros sis-
temas sociales la deshacen o no la apoyan.
Los padres deberían estrechar lazos con los profesores y formar con la es-
cuela un frente educativo más capaz. Pero al igual que en el caso de los profe-
sores deberían formarse como educadores. En este contexto sí es válido reco-
nocer que no se puede dar lo que no se tiene, y aunque las actitudes sean lo más
importante, no basta con querer si no se sabe y no se tiene conciencia del he-
cho. En este sentido creo que la escuela (universidad incluida) debe abrirse mu-
cho más a los padres y madres. Ojalá se facilitara esa labor de extensión educa-
tiva o de servicio social desde y para una educación mejor enraizada en el
sentido común.

P. ¿A qué se refiere cuando habla de “conciencia de universalidad” como anhe-


lo social y educativo? ¿Cuál es el significado del “más allá” que encabeza el título de
Los jóvenes en un mundo en transformación

la exposición?
R. Nuestra conciencia ordinaria es fragmentaria, dual, parcialista, egocén-
trica, inmadura... La conciencia de universalidad podría conceptuarse como la
capacidad que todo ser humano tiene de colocar los propios intereses en fun-
ción de lo que favorece la evolución humana, más allá del ego. Ello requiere in-
cluir de un modo preferente la variable humanidad en los sistemas menores
(nacionales, internacionales, educativos, etc.) y converger con otros desde este
anhelo común. El XXI puede ser el Siglo de la Educación, o quizá sea “el siglo
terrible”. Si “todo lo que se eleva converge” (Teilhard de Chardin), deducimos
que lo que no converge es porque no se ha elevado todavía. No es suficiente
con progresar si se evoluciona poco interiormente, y esa evolución humana es
una consecuencia de la educación y el conocimiento.
Para emprender esta ruta hay dos caminos básicos: el interior y el exterior.
El interior es el autoconocimiento —que en esta obra no se aborda— que está
muy mal enfocado y peor resuelto por la educación ordinaria. El exterior es lo
que denominamos Educación para la universalidad. En el trabajo se recoge un
sistema de objetivos, capacidades y temas para la formación del profesorado y
el diseño de currículos para la universalidad. Este trabajo expresa un sentir muy
extendido, no es nada nuevo, en sentido estricto, porque ya Comenio, Kant o
Herder lo propusieron a su modo. Quisiera que fuera un documento para de-
batir que el derecho a luchar por algo mejor es un imperativo educativo, y que
ninguna persona sensible debería permanecer indiferente al sentido de la edu-
cación. Para ello me parece muy importante reconocer que somos seres inaca-
bados en medio de una situación permanentemente crítica, que la conciencia
es la capacidad de la que depende la posible evolución humana, y que el gran
recurso capaz de ampliarla y fortalecerla es la educación... pero una educación
redefinida. ¿Y para qué? Para que la conciencia de humanidad vaya ganando te-

286
rreno en interés social y en importancia personal a las conciencias fragmenta-
rias o parciales, y a los consecuentes comportamientos egocéntricos que las sus-
tentan y nutren.

P. ¿Qué modelo pedagógico podría fundamentar esta alternativa compleja, evo-


lucionista y universal?
La universalidad es un reto que trasciende la educación promovida desde los
sistemas educativos nacionales y nacionalistas. En el texto de la conferencia des-
plegaremos esta propuesta como tema principal, definiendo un sistema de co-
ordenadas capaz de sustentarla, como epicentro formativo de nuevas concep-
ciones para el cambio interior-exterior. Para ello responderemos a cuestiones
como el sentido de la educación para la universalidad en la sociedad y los sis-
temas educativos actuales, los desafíos de los nuevos tiempos, nuevos aprendi-
zajes y objetivos para una educación distinta, cambios radicales en la formación
del profesorado necesaria, en la mentalidad docente, etc. Esto último es muy
importante. Estamos en los umbrales de una línea de trabajo social y educati-
vo a la vez ancestral e inédita, cuya atención prioritaria es la preparación del te-

Los jóvenes en un mundo en transformación


rreno, del sustrato necesario, más que la calidad de la semilla. Este es el princi-
pio de este “modelo” pedagógico: cambio interior (menor egocentrismo y más
conciencia) para el cambio exterior: cambio de mentalidad, este es el norte.

TEXTO DE LA CONFERENCIA
(COMPLETO)

I. Una aproximación a las intimidades de la globalización

DIAGNÓSTICO DE LA MISERIA HUMANA. Sólo para la mitad de la


población mundial estamos en la sociedad del acceso a la información. Pero no
aseguraría que eso fuera un triunfo terminal o motivo de autocomplacencia.
Identificarse con ella apunta a que nos hemos alejado de las coordenadas de Só-
crates —que para los más informados, está superado—, que hemos dado una pa-
tada en el trasero de Kant, y que, después de ignorar el guiño de Eucken o de
Teilhard de Chardin, seguimos haciendo lo mismo: identificarnos hasta la mé-
dula con la parcialidad y contribuir decididamente a erigir ismos, en nombre de
la mejor verdad o ilustración de la razón —declarada o tácita— que nunca lle-
garán a ser istmos, aunque se conecten por Internet.
El prurito de la información dista del conocimiento (necesariamente, pen-
samiento fuerte, creativo y propio), desarrollo de las grandes utopías-motivacio-
nes-movimientos, como la coherencia de Confucio, la no-dependencia de Sid-
dharta, la humildad de Sócrates, el amor de Yeshua, la síntesis de Fichte-Hegel,
la complejidad de Teilhard de Chardin, la lucha por un contenido espiritual de la
vida de Eucken, la autoconciencia uno —trina de Soldevilla— García Bermejo,
etc. Somos, en general, malos aprendices de los grandes maestros/as. En mu-

287
chos casos nos los sabemos pero no les conocemos —por no querer querer hacerlo—
ni practicamos la destilación (¿alquimia?) de conocimiento a conciencia me-
diante la coherencia; no las pretendemos llevar a la práctica ejemplarmente o no
nos interesa la autocrítica y aún menos la rectificación, aunque sí practicar el
abanderamiento y la propiedad... con lo que los traicionamos e invalidamos tri-
plemente...
Sobre todas las posibles cualificaciones de sociedades quisiera subrayar que,
muy por delante de otros reflejos y refracciones, estamos en la sociedad del ego-
centrismo, característica más destacada de la vida humana sobre la tierra. En ella
los sistemas (personas, grupos, instituciones, naciones, comunidades interna-
cionales y sociedades en general) tienden a anudarse más y más para centrarse
cada cual en su reducto en el sentido de lo propio, desatendiendo expresamen-
te otros anhelos, conocimientos y realizaciones que pudieran incidir en la posi-
ble mejora de la evolución humana. Estas ausencias definirán, desde luego, un
segundo grupo de huecos gruyerianos, las materias pendientes para el siglo que
viene y los siguientes. En mi opinión, formamos parte de una sociedad poco
culta (cultivada) —aunque muy autocomplaciente—, que tiene a su disposi-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ción un océano de información deteriorada. La información sirve, de hecho,


para mirar, refrescarse, chapotear, nadar o navegar —según las posibilidades—
pero no para orientarse. Pese a que sus aguas encauzadas no son muy profun-
das, se corre el peligro de agotarse y de ahogarse. Además el medio está turbio:
sus corrientes colectan toda clase de vertidos, que discurren a merced de los
mercados, que la arrastran a un bienestar miope, progresar a toda costa sin evo-
lucionar. Para todo esto —además de para contribuir a la humanidad anude su
noosfera— Internet es necesario. Y ya lo decía F. Mayor Zaragoza (2000c), al
recibir uno de los II Premios “Educación y Libertad”1:

Se nos dice ¡qué bien, ya tenemos todos estos sistemas de información! Está bien,
está bien, es igual a como tener libros, pero lo que es importante es que después se
lean y que se mediten y que no seamos exclusivamente estos espectadores del mundo
de la información, espectadores que ya no tenemos tiempo para pensar, y por tanto
no tenemos para existir, y por tanto no tenemos para sentir, y por tanto actuamos al
dictado, no somos libres [...].
José Saramago ha dicho algo que me parece muy importante, ha dicho, corre-
mos el peligro de tener tecnología 100 pensamiento 0. Este sería realmente el cam-
bio más importante desde un punto de vista de valor de civilización y de identidad
cultural, de defensa de la unicidad de cada ser humano que ya se ha producido en
los últimos siglos. Yo espero que no. Yo espero que no tenga razón (p. 79).

Por tanto, no estamos aún en la sociedad del conocimiento. No tanto porque


información y conocimiento sean incompatibles, sino porque éste ha sido ente-
rrado por una estrato de aquélla información, cuyos residuos aumentan. Si es-

(1) Otorgados por Fundel (Fundación Europea Educación y Libertad).

288
tuviéramos en la sociedad del conocimiento, la información importaría menos, y
la persona y su razón importarían mucho más. Al hilo de ello resulta llamativo
que el conocimiento sea un elemento en el que la tradición curricular no haya re-
parado suficientemente. Dicho de otro modo: en la autodieta humana, sobran
datos sobre sabores y falta cultura sobre nutrición. Este esquema nos ha sumido
en una época de espíritu frágil, de debilidad intelectual, de voluntad descafeina-
da, de ausencia de compromisos sociales serios, y en cambio polarizada en obje-
tivos que no van más allá de los propios sistemas y deseos. Por eso, con datos es-
calofriantes sobre el estado mundial (A. de la Herrán, y J. Muñoz, 2002), todo
indica que el mundo se desmembra, que se abandona a la entropía.
¿Existe alguna causa o foco común a la mayoría de problemas y debilidades
sociales interiores? La respuesta a mi juicio es afirmativa, y podría calificarse co-
mo inmadurez o egocentrismo generalizado. Radicaría en lo que hemos denomi-
nado ego humano (A. de la Herrán, 1997), entendido como la parte o costra in-
madura del yo2. ¿Y la esperanza, alguna capacidad humana, acaso poco
contemplada, capaz de contrarrestarlo? Análogamente contesto que sí, y que no
ha de ser otra que la conciencia humana (A. de la Herrán, 1998), que vincula-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ría conocimiento y espiritualidad, desde la destilada intuición que otorga el bien
sentir y el buen pensar. Como corolario a lo anterior, un deseo, en la medida
en que se aceptase el postulado de que la evolución humana transcurre del ego
a la conciencia: si la educación avalase e impulsase expresamente el vector ego-
conciencia como eje de la formación individual y colectiva, podría favorecer a
varias generaciones vista, el surgimiento de seres humanos significativamente
menos polarizados en lo propio y cada vez más conscientes (capaces, generosos,
éticos e inteligentes). Y ese norte formativo tendría como sistema de referencia
la posible evolución humana, pero percibida en parte inversamente; o sea, con
la mirada deshollinadora puesta en sus descosidos y roturas egoicas y contemplan-
do en primer plano lo que esencialmente la lastra, evita o sobra. Será el mo-
mento de considerar “didácticas negativas” (A. de la Herrán, e I. González,
2002, pp. 333,334), articuladas sobre capacidades egógenas, con cuya pérdida se
gane ser y con ello se mejore esencialmente.
Cruzamos el atrio de la sociedad del acceso a la información y el bien estar.
Lejos están la sociedad de la conciencia y del más ser, pero podemos orientarnos
hacia ella trabajando por una sociedad de la educación. En este transitar la per-
sona se difumina y se pierde de vista su naturaleza. Mantovanni escribía en
“Educación y plenitud humana”: la educación es “un riguroso proceso de for-
mación humana que parte del individuo (ser psicovital) y concluye en la per-
sona (ser cultural)” (B.S. Calvo, 1997, p. 54). A pesar de que Platón y Aristó-
teles ya destacaban que la esencia y el fin de la república y la democracia era la
educación, hoy ésta no siempre nace para el individuo, y mucho menos se pre-
tende su plenitud. “En una democracia, educar es cultivar la diversidad, la ri-
queza y la participación humanas” (J. Bruner, 1988, p. 207). Dicho de otro

(2) Atribuible tanto a personas como a colectivos identificados, con independencia de su amplitud.

289
modo: el individuo, como dice A. Sobral, no es un “medio” para fines sociales
o estatales, sino también, un “fin”, que se configura conforme a sus posibilida-
des, a sus energías potenciales y a su particular destino (B.S. Calvo, 1997, pp.
67, adaptado).
Desde la conciencia de ser hijos de Kant, centramos las mayores esperanzas
iniciales en la atención y la educación de la “capacidad de soberanía personal”
(F. Mayor Zaragoza, 2000b, p. 9), contemplada tanto durante el proceso como
en el resultado, denominamos base de la diversidad. Y, como afirma E. Vera
Manzo (1997b): “La riqueza de la humanidad se encuentra en la diversidad y
no en la homogeneidad o reducción cultural. Debemos respetar a las personas,
culturas y comunidades existentes y enriquecernos con lo mejor de cada una de
ellas” (p. 29), porque “La uniformidad es la muerte, la diversidad es la vida”
(M. Bakunin), hasta tomar conciencia del sentido del caos3. Desde esta pers-
pectiva, nuestro estado actual es embrionario, ilusivo, predemocrático y auto-
complaciente. Pudiendo ser así: “¿Por qué no todos los hombres pueden des-
arrollarse y tornarse seres diferentes? La respuesta es muy simple. Porque no lo
desean. [...] para convertirse en un ser diferente el hombre debe desearlo pro-
Los jóvenes en un mundo en transformación

fundamente y durante mucho tiempo” (P.D. Ouspensky, 1978, pp. 14,15).


Porque formar es autoformarse, como diría Gadamer, autoeducarse. Y he aquí
que, desde este punto de vista, la educación de la humanidad, depende por en-
tero de cada uno de nosotros.
COORDENADAS DEL SINSENTIDO SOCIAL. A la luz de lo anterior,
podemos cuestionarnos: ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos construyendo?
G. Bateson ya demostró en “Los efectos del Propósito Consciente sobre la
Adaptación Humana” que, desde un punto de vista ecológico amplio, la socie-
dad no sabe lo que está haciendo (W.I. Thompson, 1992, p. 165, adaptado).
¿Cabe alguna observación más grave? En los umbrales de la primera gran gue-
rra, R. Steiner (1991) declaraba: “vivimos en medio de algo que podemos lla-
mar una enfermedad social cancerosa, un carcinoma del organismo social” (p.
69). V.E. Frankl (1965), que experimentó el dolor de la segunda gran guerra
desde cerca, también coincidió en calificar el estado social como “neurosis no-
ogénica colectiva”, alguno de cuyos síntomas eran: fatalismo, ausencia de sig-
nificación existencial en el día a día, fanatismo y pérdida de identidad personal
en la masa social (pp. 16,17, adaptado). A. López Quintás (1991) ha acotado
que: “Desde la primera guerra mundial, la sociedad de Occidente se halla ca-
rente de ideales firmes que den sentido a su existencia y la impulsen hacia me-
tas valiosas” (p. 141). F. Mayor Zaragoza ha calificado como “catastrófico” y
“creciente” el panorama de desigualdad mundial. N. Caballero (1979) ha cali-
ficado la nuestra como: “Una sociedad de sonámbulos satisfechos”. Mi percep-
ción es que el egocentrismo generalizado que caracteriza a los sistemas que

(3) No casualmente, un corazón saludable presenta un diseño caótico. Sin embargo, cerca del infarto, su ritmo
se muestra regular, periódico, hasta que el sujeto muere. Con todo, ese caos está profundamente “ordenado” y “mate-
matizado”.

290
componen la humanidad define automáticamente las coordenadas de su sin-
sentido. No hay norte en la sociedad, no hay norte en la vida. El timón del
aprendizaje didáctico para la formación también se ha desorientado. Sin hun-
dirse, la escuela chapotea en medio de la historia, sin nadar mar adentro o a la
orilla. Los límites entre los que el todo social se estanca ayudan poco a trazar al-
gún rumbo. En palabras de Dale Mann4 (1999) éstos son la “democracia”, la
tecnología y el capitalismo. Fin.

capitalismo

educación

tecnología pseudo, cuasi o predemocracia

Los jóvenes en un mundo en transformación


GLOBALIZACIÓN Y CAMBIO DEL CONTEXTO. Al área de esta nue-
va Trimurti (los nuevos Brahma, Vishnú y Shiva) del primer mundo se ha de-
nominado globalización, para nosotros, sistema para el englobamiento. En un
primer momento, entiendo que la globalización debe considerarse, además de
“una fase del capitalismo” (P. Freire, 1996), una estrategia más amplia centrada
en la mayor ganancia de los mejor situados. Siendo hija legítima de los ante-
riores vértices obligatorios, unidos por obsesiones de crecimiento, de expansión,
de aumento de productividad y de conquista material, es preciso desmitificar-
la, porque trata de la “generalización del proyecto neoliberal, no de otra cosa”
(L. Regueiro, 1997, p. 78). Quizá desde este enfoque lo negativo no sea la glo-
balización en sí, sino la comprensión y desarrollo que de ella se hace desde el
modelo neoliberal asociado al capitalismo feroz que la acompaña. Porque el
pensamiento, mecanicista, simplificador, lineal y funcionalista, no está a la al-
tura de la verdadera globalidad 5 del ser humano, esencialmente compleja, trans-
disciplinar, dialéctica, espiral y evolucionista, mucho más allá de la confusa y
mediocre postmodernidad, actual intersticio, introducido con calzador, de la so-
ciedad de la información.
Todo lo anterior, percibido desde las coordenadas de la conciencia humana,
nos reta a la lucha por la humanización, más allá de la hominización (Teilhard
de Chardin), por una mutación epigenética de la vida humana, por una “rehu-
manización” (J. L. Cañas) que no puede realizarse en nombre de nadie, por un
“cambio radical” basado en alguna clase de “terapéutica del hombre” (J. Rof Car-
ballo, y J. del Amo, 1986), porque en un futuro gradual la globalización pueda
tornarse en proyecto de integración humana, necesariamente orientado —quizá

(4) Department of Organization and Leadership Teachers College de la Universidad de Columbia.


(5) Es preciso, como hace F. Mayor Zaragoza (2000), distinguir entre globalidad y globalización.

291
por considerarnos hijos de Kant— a redibujar la persona y a potenciar la diver-
sidad y el pensamiento propio pero maduro, esto es, autocrítico, cooperativo,
consciente, transformador, universal..., apuntando siempre más allá de Kant.
Para ello, un primer paso puede consistir en reparar en los brotes de la in-
sensatez rectora que rigen de hecho al pensamiento postmoderno. Me refiero a po-
ner fin a ciertos absurdos existenciales, que desde el neoliberalismo6 “ha pues-
to de moda —o más bien, de la noche a la mañana, ha decretado— un sinfín
de fines: ‘fin de la historia’, ‘fin de las utopías’, etc.” (G. Santa María Suárez,
1997, p. 2), que invitan a “adoptar el día a día como ‘eternidad’” (A. Bolívar
Botía, 1999, p. 159) comunicando la certeza de la desesperanza y el convenci-
miento de la imposibilidad de mejorar y de cambiar el mundo. Estamos con P.
Freire (1996) en que es urgente combatir el modelo neoconservador y neolibe-
ral, cuyas premisas fundamentales son: “Se acabó la historia”, “se acabaron las
clases sociales”, “se terminaron las ideologías”. Pero ¿cómo? Un modo funda-
mental es no creerse en el final del camino, como el mismo P. Freire (1994,
1996) ha hecho, y refutar esas mismas premisas desde su raíz: “la historia no se
acabó, la ideología sigue viva, las clases sociales están ahí, la explotación no ter-
Los jóvenes en un mundo en transformación

minó y las cosas pueden cambiar”. F. Mayor Zaragoza (2000c) expresaba una
reacción semejante: “yo espero que no tenga razón Fukuyama [F. Fukuyama
(1993)] cuando nos dice ha concluido la historia. ¡Hombre, no! Señor Fukuya-
ma, ha concluido la historia de la fuerza y de la dominación, y de la ley del más
alto y del más fuerte y ahora llegamos a la historia, ¡ojalá!, a la historia de esa
libertad que proporciona la educación” (p. 79). Creo que éste es un problema
educativo que, de no resolverse, podría significar el comienzo de la cosecha de
la decadencia del primer mundo.
En segundo lugar, se trata de intentar desarrollar un referente orientador
desde la propia educación, quizás comprendido como eje ausente, para fundar
la mutación de aquella figura triangular en tetraedro. Evidentemente, esta re-
construcción pasa por la crítica, pero se catapulta más allá, no se queda con ella.
La superficie de aquel triángulo también ha saturado a la educación, que bom-
bea poco oxígeno para su renovación o complejidad para su conciencia. Situación
contextual y realidad interior han conducido al hamburguesamiento social, y
desde él, al de la escuela7. “La McDonalización de la sociedad (Ritzer, 1996)
nos introduce en un ritmo trepidante que se preocupa poco de lo que sucede-
rá pasado mañana” (M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 100), y que promueve la in-

(6) Para G. Travé González (1998): la tendencia neoliberal, de claro matiz conservador, se fundamenta en los po-
sicionamientos ideológicos del liberalismo de Adam Smith (1725-1790) y en su versión actualizada, del monetarismo
de Friedman. En estos momentos es considerada la base del pensamiento único, una vez desaparecido el socialismo re-
al representado por la extinta URSS. y, cada día, está más interesada en destacar el papel que el sistema educativo de-
bería proporcionar en la búsqueda de la prosperidad y competitividad económica (p. 205) [...] Este enfoque conserva-
dor ha impulsado una propuesta educativa basada, por una parte, en la orientación curricular hacia una determinada
profesión; por otra, en el gerencialismo, por el cual se pretende que los responsables o gerentes de estos planes de es-
tudio no sean docentes, sino el propio mercado; y, en definitiva, en el consumismo, que traspasa la planificación edu-
cativa del estado al individuo (p. 206).
(7) Por escuela entiendo el conjunto de establecimientos de educación, desde la Educación Infantil hasta la uni-
versidad,

292
mersión en lo superficial. Además, entendida como fagocitación “cultural” ho-
mogeneizante, brutal y generalizada, se lleva por delante ecosistemas, biotopos,
especies, diversidades lingüísticas y a gran diversidad del ser humano (nativos
no-dominantes, culturas milenarias...), que, sucumbe o se castra, o se extingue.
La macdonalización puede entenderse como un efecto y una aplicación de la
globalización política y económica en ámbitos diversos. La tendencia al sesgo
puede llegar a ser de tal calibre que el sistema puede perder su autoconciencia
(desde la percepción de su imagen como sistema de referencia y actuación). El
modelo capitalista estadounidense-europeo es quien impone los objetivos, los
contenidos, los recursos, las actividades, los ritmos, las excelencias, lo que vale,
lo que puede o debe prevalecer y lo que ha de cambiar, y quien dicta lo que se
ha de evaluar, para que los sistemas nacionales e institucionales se aproximen
más y más a este perfil.
Al desarrollo de la globalización en la educación es a lo que se ha denomi-
nado con sentido del humor educación macdonalizada (superficial, exteriori-
zante, economicista, eficientista e inminentista), que también podría interpretar-
se como una forma de educación egotizada, inmadura, con conciencia inhibida.

Los jóvenes en un mundo en transformación


El progreso humano necesita a la educación como instrumento. Macdonaliza-
ción y pretensión eficientista van unidas, y esta combinación permea sus regio-
nes menores y expresiones: enseñanza, formación de profesores, investigación,
difusión y vida cotidiana. El planteamiento eficacista-eficientista queda esen-
cialmente definido por los siguientes rasgos: Obsesión por los resultados, bús-
queda de buena imagen, idealización de la competitividad, personalización de
las instituciones, revalorización de la empresa y valor de la propaganda (M.Á.
Santos Guerra, 1999, p. 87, adaptado). Este autor conceptúa el discurso de la
eficiencia como peligroso, tanto más en tanto que lógico, pragmático, oficialis-
ta, obvio y fulminante (p. 86, adaptado). Es profundamente criticable, en la
medida en que sustituye los valores humanos por el productismo, porque:

Lo que predomina en la sociedad, lo que se valora, es el hecho de ser eficaz, de


alcanzar unos logros, de conseguir unos resultados. No se analiza tanto el esfuerzo,
el proceso, la honestidad, el dinamismo... Si no se han conseguido los resultados, se
ha fracasado (p. 89).

Además, es posible que los objetivos pudieron estar fijados de forma pobre
o deshonesta, que para alcanzar los objetivos quizá haya que renunciar a la éti-
ca, que esos objetivos pueden ser accesibles sólo para unos privilegiados socia-
les, y que una vez alcanzados pueden ser referente de un mal uso (M. Á. San-
tos Guerra, 1999, p. 89, adaptado). Este esquema no se corresponde con la
verdadera educación, universal y profunda. ¿Podría identificarse algún factor
(variable) causal, que por un lado explique el deterioro educativo y que por tan-
to anide la esperanza? Científicamente, “Comer mal atonta”8 (J. M. Bourre),

(8) En El País, del 17 de febrero de 1992.

293
refiriéndose también a las hamburguesas. Y pareciera como si tanta y tanta car-
ne picada informativa nos hubiera afectado a la capacidad de reflexión y a la
conciencia. Quizá por esto se ha optado por un filósofo como Jurgen Haber-
mas, como epicentro de la racionalidad didáctica, y no por verdaderos gigantes
como Eucken, Teilhard de Chardin, Krishnamurti, Panikkar, Dürckheim, Rie-
lo, Blay, etc. Pero las condiciones y los elementos de entrada o de ingesta del am-
biente egocéntrico y psicodinerario imperante no invitan a ello.
Para la educación, el triángulo aludido no sólo actúa como el más determi-
nista de los currícula cerrados, sino que contribuye a alimentar la ilusión de aper-
tura, basada en la superficialidad y en la uniformización. Éste ha sido el regalo
promocional por la compra de la obligada globalización capitalista, inventada
por quienes en su casa cosechan tantos éxitos bolsistas como fracasos educati-
vos; fracasos tan grandes que el mismo D. Mann (1999), expresaba que el sis-
tema educativo de EE.UU. ya no respondía a los intentos de mejora, porque
casi se había inmunizado a las reformas educativas. Casi está inmunizado con-
tra las dietas, los bienestares, la sensibilidad social altruista, la empatía interna-
cional, y otras virtudes aplicables más allá del ego. He ahí la paradoja bien de-
Los jóvenes en un mundo en transformación

nunciada por la pedagogía crítica flotante de quienes tienen más motivos y


conocimientos para criticar: África o Latinoamérica, los cuartos trasteros del
Imperio, y dentro de ella los países en proceso de fagocitación “dolarosa”, de ín-
tima motivación nacionalista. El nacionalismo es algo así como el viejo anfitrión
de la recién llegada globalización, y, desde mi punto de vista, es el mayor lastre
para el desarrollo de la globalidad o percepción universal.

II. Más allá de los nacionalismos

El genial humorista Périch (1991) definió el nacionalismo en uno de sus


chistes como “El triunfo de la geografía sobre la razón...”9 Este peculiar triunfo
geodésico se da en la mayoría de los cerebros humanos y en la casi totalidad de la
Tierra, unas veces como gesto segregador y otros actitud fagocitante. Para la ma-
yoría de las personas, el nacionalismo y su avidez asociada son inocuos. Pero,
¡coincidencias!, en la antigua China existía una expresión que merece una refle-
xión inicial: Bu chu hu siyu [literalmente, “no salirse de las cuatro regiones (fron-
terizas)”]. Se utilizaba para señalar que los conocimientos de alguien eran muy
limitados (I. Preciado, 1996, p. 357, nota; Zhuang zi, 1996, p. 74).

EL ISMO DE LO NACIONAL. La palabra nacionalismo podría escindirse


en dos partes: nacional- e -ismo. La primera proviene de nación, vocablo que,

(9) Entre las innumerables variedades de nacionalismos pudiéramos considerar la de los “nacionalismos surrea-
listas” que reflejarían sucesos y aspiraciones asimilables a cualquier historieta (tebeo, comics) cómico-patetica. Uno de
estos casos es el contencioso del Perejil” entre España y Marruecos (julio, 2002).

294
como acota L. Suárez Fernández (1999), expresa una naturaleza, una perte-
nencia a una comunidad política, y originalmente se refiere al nacimiento den-
tro de dicha comunidad (adaptado). El escritor E. Renan conceptuaba nación
como alma, principio espiritual compartido (dimensión sincrónica) o herencia
común (dimensión diacrónica). Así pues, se puede entender por nación al con-
junto de habitantes, o territorio de un país regido por el mismo gobierno. Hemos
de añadir que una nación puede tener estados propios. Por otro lado, ismo ex-
presa y define una actitud de identificación, dependencia y apego a un objeto (in-
dividual o social). Analizaremos los ismos globalmente, para después particula-
rizar en el “ismo de lo nacional”. Salvo algunos vocablos científicos, deportivos
y otras excepciones, las voces compuestas con el sufijo ismo responden a una in-
clinación emocional cerrada o un síndrome de apego e identificación favorables a
aquello que acompañan. Pueden ser individuales o compartidas. Los ismos se
cohesionan en función de la dependencia que producen. Prosperan en los redi-
les, en los apriscos, en los cotos cerrados. Tienden a la institucionalización. Pue-
den llegar a ser muy poderosos y condicionar la libertad individual, por medio
de programaciones mentales compartidas, aunque en algunos casos puedan ac-

Los jóvenes en un mundo en transformación


tuar como buenos apoyos provisionales. Su referencia más fiable es el predomi-
nio del interés de lo propio sobre lo demás a toda costa y permanentemente,
aunque se mantengan como reclamo la ambigüedad o lo contrario. No obs-
tante, nunca podrían hacerlo plenamente, porque un ismo que dejara de colo-
car su propio interés o el interés de lo propio en primer término, dejaría de ser
ismo, dejaría de existir como tal. El ismo de lo nacional, como el resto de casi to-
dos los ismos, radica en cierta estrechez de conciencia. Precisamente debido a
esto, por mucha importancia que se atribuya a su contenido, lo esencial será
siempre esa conciencia encerrada que, por naturaleza y como casi todo lo dual,
podría llegar a ser universal. Pero lo que parece definir al ser humano no es lo
que nos une y comunica, sino lo que califica su limitación. Hablando de ello,
podemos observar que el nacionalismo, como todo ismo, está dominado por un
carácter conservador definitorio, absolutamente preciso para continuar siéndo-
lo. O al menos, más conservador que dinámico, porque, desde luego, se man-
tiene por el predominio formal de la dimensión homeostática sobre la capaci-
dad de cambio, entendida como la motivación u orientación a dejar de ser
nacionalista, o de perder alícuota de nacionalismo para ser más en el más exqui-
sito sentido teilhardiano.
Los ismos nunca llegarán a ser istmos, uniones para favorecer desinteresada-
mente el proceso de la vida humana, porque se contradirían en lo sustancial.
Lo hemos dicho en otro lugar y lo repetimos ahora. Su madurez estructural ra-
dica en la posibilidad de converger en torno a una nueva variable que, sin in-
terferir necesariamente con sus intereses, posibilite la convergencia con las de-
más opciones afines o concursantes. En otro lugar (A. de la Herrán, 1998)
propusimos como variable unificadora a la evolución humana, y hasta desarro-
llamos modelos geométricos y analógicos físicos para explicarla. A nuestro en-
tender, es la gran apertura de nuestro callejón, que jamás ha carecido de salida,

295
es el espacio donde corre más y mejor aire, y por ello podría ser un buen “sen-
tido vital” (V.E. Frankl) para todos y cada uno de los sistemas sociales, inclui-
dos los sistemas para la educación.

EL EGO NACIONALISTA COMO DESARROLLO DE ALGO ANTE-


RIOR. Los ismos pueden ser entendidos como expresiones, emergencias o for-
malizaciones del ego humano. El ego (egocentrismo) es un recubrimiento inma-
duro de la personalidad individual o colectiva que conduce a la percepción
fragmentada de la realidad y a un desarrollo condicionado y autocomplaciente
de ella. La educación del ego —hoy prácticamente inédita— no es más que la
formación didáctica orientada a la superación de la inmadurez generalizada del
ser humano. Éste debería ser a mi juicio el problema número 1 de la educación.
En otro lugar intentamos analizar y actualizar esta misma percepción, conclu-
yendo con que existía algo así como un “síndrome egótico” (A. de la Herrán
Gascón, 1997) o un cuadro de síntomas y signos normales (pasmosamente ordi-
narios y frecuentes) que, con independencia de su objeto de referencia, suele pre-
sentar la persona o el colectivo apegado a un ismo, en diversos grados: Egocen-
Los jóvenes en un mundo en transformación

trismo compartido; narcisismo participado; razonamiento dual, parcial y


fragmentario; conocimientos sesgados (ideas, creencias, opiniones, conceptua-
ciones, críticas, predisposiciones, prejuicios, generalizaciones, convencionalis-
mos), dificultad para percibir errores del ismo propio; necesidad de rectificación
y cambios congruentes; autocrítica disminuida hacia el propio coto de identi-
ficación, en tanto que base del ismo; escasa humildad aplicada a lo entendido
como propio; hipervaloración de la validez y fiabilidad del sistema; convenci-
miento de encontrarse en la mejor solución de las posibles y de haber llegado a
la meta; promoción de la cualificación y calificación humana sobre la condición
humana; dificultad de aprendizaje de otras posibilidades concurrentes, que se
entienden como competidoras o como rivales; dificultad de apreciación, coo-
peración y convergencia con otras opciones; necesidad de mantener los ante-
riores sesgos, para realimentar la filiación, etc.; repugnancia o rechazo a todo lo
desestabilizador, especialmente la reflexión en torno al propio ego, global o ana-
líticamente comprendido, etc.
Este síndrome egótico refleja el sacrificio de ciertas capacidades, sustituidas
por una oferta de programaciones mentales previamente elaboradas desde ismos,
que distribuyen comportamientos previsibles, luego adocenados (despersona-
lizados) en alguna medida. Capacidades restringidas, sólo perceptibles desde
una mayor complejidad de conciencia, proporcionada por la reflexión o por
una suficiente distancia temporaria. Una justificación para desear no preten-
der conducir la propia razón sin que se escore. Desde este punto de vista, el
nacionalismo aparece ante el observador como un ejemplo en el que, desde el
punto de vista del potencial humano, las identificaciones no favorecen la fle-
xibilización, sino, al contrario, limitan la creatividad individual y colectiva en
su esfera de representaciones mentales. Puede decirse que atentan contra ella
y, desde ella, contra la conciencia personal. De hecho, en muchas ocasiones la

296
originalidad es un peligro manifiesto. Por ello, con independencia de su con-
tenido, lo que los nacionalismos y sus programas mentales conllevan son lastres
para la construcción personal y la evolución social más allá del ego, aunque es-
to sea muy difícil de percibir desde dentro del coto o incluso desde fuera, si
cuando se reflexiona no se es capaz de reflexionar sobre el sistema de perte-
nencia desde fuera. Quizá sea bueno recordar lo que decía el maestro Eckhart:
“Si mi ojo no va a discernir el color, debe liberarse del color”. Nuestra posi-
ción es más radical (entiéndase profunda y formal) que la de cierta catedrática
de Ciencia Política y Sociología de la Universidad de Boston, para quien el na-
cionalismo es el sistema cultural dominante generador de orden en nuestra so-
ciedad moderna y el marco cultural de la modernidad, y el medio cognitivo
que da forma a la manera ordinaria de percibir la realidad. Eso, decimos, lo
será para quien lo nacionalista sea motivo de identificación o dependencia in-
trínsecamente satisfactoria. Para otros, lo será la ciencia, para otros, la familia,
para otros, la religión, para otros, el tenis. Pero, insistimos, a donde apunta-
mos es al proceso afectocognitivo común, a las raíces originarias, porque to-
das aquellas fuentes y motivos de apego no son más que expresiones sustanti-

Los jóvenes en un mundo en transformación


vas de un impulso verbal motivador que da vida y justifica el vigor de aquellas
ramas que a la vez ahorman y lastran la evolución de la conciencia. Evolutiva-
mente, el huevo (de reptil) fue anterior a la gallina. Evolutivamente, el ego-
centrismo (infantilismo arrastrado) ha generado sus productos inmaduros. Y
evolutivamente los nacionalismos han definido y justificado actitudes egóticas
extremas y normales, como los patriotismos, los imperialismos, las limpiezas ét-
nicas, los enfrentamientos bélicos, las desconfianzas, las alianzas egoístas, los an-
tinacionalismos, las segregaciones, las desigualdades flagrantes, las injusticias in-
justificables, las diferentes sensibilidades ante las vidas de aquí o de allí, los
narcisismos colectivos...

OBSERVACIÓN FUNDAMENTAL SOBRE EL CONCEPTO DE NA-


CIONALISMO. Si por nacionalismo se entiende: a) La inclinación de los natu-
rales de una nación a ella y a cuanto le pertenece, b) La exaltación, en todos los
órdenes, del carácter nacional, o c) La aspiración o tendencia de un pueblo o
raza a constituirse en estado autónomo, deducimos que, sea cual sea la clase de
adherencia, el nacionalismo señala, enfatiza, exalta o hace valer las diferencias
entre naturales, caracteres y tendencias. Por tanto estructura la separatividad (C.
Vela de Almazán). Unas declaraciones del escritor M. Vargas Llosa, a D. Mas-
sot, a propósito de la entrega en Francfort del premio de la Paz por los libreros
alemanes se expresaban en el mismo sentido: “Todos ellos [los nacionalismos],
en el fondo, van a lo mismo, tienden a separar. Se trata de un racionalismo xe-
nofóbico, que siempre resulta una fuente de violencia. El caso de Bosnia es una
importante lección a aprender.” En “La amenaza separatista”, comentaba M.
Platón que la naturaleza del nacionalismo le lleva a adoptar facetas de movi-
miento social, agresividad y un cierto aire de pasado. Nosotros añadimos que a
ningún nacionalismo (sea centrípeto o centrífugo) acompaña alternativa alguna,

297
centrada en algo que no trascienda sus límites etnocéntricos. Es más: “La visión
fragmentaria de la realidad no es sólo un obstáculo para la comprensión de la
mente, sino también un aspecto característico de la enfermedad mental” (F. Ca-
pra, 1996, p. 433).

MÁS ALLÁ DE LOS NACIONALISMOS Y DE LOS ANTINACIONA-


LISMOS. Cada vez son más las personas que sienten, piensan y experimentan
que ya ha pasado suficiente tiempo para continuar formalmente del mismo
modo. Teniendo en cuenta que el origen de los nacionalismos data del siglo XVI
y su plenitud en el XVIII10, ¿no es momento de aspirar a algo menos elemental
y más útil al proyecto humano? No se trata de criticar para defenderse o en-
frentarse, sino de flexibilizar y trascender lo que ya nos sabe a poco, porque pre-
tendemos razonar desde nuestro sistema de referencia pensando en la humani-
dad, y no en su ismo, gracias a Kant, a Herder, a Eucken o a Teilhard de
Chardin. Hemos dicho razonar, que es finalmente concluir por ahora, y toda
conclusión es una forma de síntesis 11, o sea, de aprendizaje creativo y lógicamen-
te capaz. Aplicando lo anterior, se trataría de determinar un punto de encuen-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tro no contradictorio entre la dualidad nacionalismo-no-nacionalismo. Y un ám-


bito de solución podría encontrarse en la misma forma, estilo o intensidad de
apego, en la medida en que éste no se transforme en fuente de actitudes extre-
mas o destructivas, tanto hacia fuera como hacia dentro. M. Sanz, presidente
de Comunidad Foral de Navarra, apuntaba en una conferencia en el “Club Si-
glo XXI” el 11 de mayo de 1998 algo que entendemos necesario pero insufi-
ciente en el sentido de nuestra construcción: “Los nacionalismos son legítimos,
pero no obligatorios”. Dicho de otro modo, esta vez desde J.L. García Garrido
(1997): “La superación de los nacionalismos no tiene por qué poner en entre-
dicho el apego natural de todo ser humano por su territorio de origen, por su
lengua, por su cultura propia” (p. 61). En el mismo sentido se ha venido pro-
nunciando la personalidad rebelde y tierna de Juan Goitisolo, al exponer algo
que es posible ser vasco o catalán o gallego, sin ser nacionalistas. El escritor pro-
pone el concepto de ciudadanía (no nacionalista) como propuesta más comple-
ja sobre la que enhebrar una pauta de solución. Algo parecido comentaba A.
Marsillach (1999), quien, en su autobiografía (“Tan lejos, tan cerca”) llega a de-
clarar que su patria es el talento aprendido (las ideas, los libros leídos), más allá
de los nacionalismos.

EL EFECTO DE ARQUÍMEDES: COMPENSACIÓN Y EVOLUCIÓN


DE LAS NEGATIVIDADES. V. Camps (1998) relaciona la educación para la
paz y los nacionalismos en un sentido convergente con el nuestro:

(10) J.L. García Garrido (1997), p. 62, nota.


(11) A su vez, las síntesis pueden ser falsas o sesgadas (duales), o bien ser dialécticas o uno-trinas. En este caso,
proporcionan conciencia sobre los componentes duales en juego y su vínculo. Esta podría ser una de las más de vein-
te estructuras de un modo de razonamiento complejo-evolucionista útil para la formación orientada al desarrollo desde
el ego a la conciencia (A. de la Herrán, 2003).

298
Educar para la paz es educar en la internacionalización, la tolerancia y el re-
conocimiento en la diversidad. Conviene, por tanto, evitar a toda costa que los na-
cionalismos, hoy en auge, conviertan en causa de enfrentamientos sin fin. Sólo es lí-
cito el concepto de nación capaz de articularse coherentemente con la actitud de
apertura y respeto a los otros. Las identidades culturales sólo son válidas y positivas
si constituyen una fuente de seguridad que no se base en la exclusión sistemática de
otras culturas (p. 132).

Ideas como éstas, básicas pero saludablemente orientadas, son las que, a
nuestro juicio, podrían conformar una buena almohadilla para las actitudes
del siglo de la educación que podría ser el XXI. Por encima de que los naciona-
lismos puedan ser un derecho legítimo pero no obligatorio, ni una elección ne-
cesariamente unida al lugar de nacimiento, se trata de un contenido cuyo con-
dicionamiento egótico es preciso pretender superar por la educación y el análisis
personal insesgado. Y quizá la justificación más poderosa para aspirar a tal mo-
tivación sea el puro sentido común, unido a la conciencia compartida de evolu-
ción que, si queremos y cultivamos durante el tiempo suficiente, podrá ser irre-

Los jóvenes en un mundo en transformación


versiblemente adquirida. Porque no se trata de dónde se parte, de la anécdota
de la circunstancia personal, sino de lo que profundamente se vive y se pre-
tende. Decía el maestro P. Freire: “Cuanto más enraizado estoy en mi locali-
dad, tantas más posibilidades tengo de explayarme, de sentirme ciudadano del
mundo” (en M.J. Vitón de Antonio, 1998, p. 64). Esto es muy importante. A
este futuro de síntesis superadora, necesariamente más completa, es conve-
niente que se dirijan las nuevas mentalidades, las nuevas generaciones y las fi-
nalidades educativas desde premisas y proyectos favorecedores del descubri-
miento autónomo de la condición de no-parcialidad esencial, gracias a un respeto
educativo creciente, cuya motivación sea la libertad individual y el deseo de
una mayor responsabilidad, como consecuencias de una mayor complejidad
de conciencia y un ego aminorado porque se construye sobre la identidad, no
sobre la identificación.Por una parte, los intereses de las pequeñas nacionalida-
des, comunidades autónomas, regiones, comarcas y pueblos, no se ponen en
función de los de los sistemas nacionales y supranacionales en que se inscri-
ben. Desde el punto de vista de la evolución, quizá hagan bien, si es que de es-
te modo previenen el acrecimiento de dualidades o globalidades mayores. Por
otra, los movimientos nacionalistas o localistas que no triunfan en sus preten-
siones, quizá no puedan hacerlo porque otros suprasistemas (al menos de la
misma intensidad), los contrarrestan y neutralizan. Así pues, la pugna parece
consistir en un concurso: cortedad de miras contra cortedad de miras: ¿quién lo-
grará más?, ¿quién verá menos? Estos son los esquemas más habituales cuyo
equilibrio dinámico y sin norte es la característica de la vida cotidiana sobre la
Tierra, vista desde arriba. Ocasionalmente, estas coyunturas se intentan resol-
ver con imposiciones de violencia, o convulsionan vomitando sufrimiento.
Valgan como ejemplos las tragedias palestina, iraquí, argelina, yugoslava,
rwandesa, albanesa, etc., y tantas otras que han dejado de ser noticia, por su

299
permanencia, de incierto desenlace favorable por esta vía. Todo parece caóti-
co, pero en esta dinámica gris y desordenada se pueden interpretar ciertas re-
gularidades:

LECTURA DIACRÓNICA. La creación de nuevos estados, la ruptura de


otros siempre ha sido causa de enorme sufrimiento. A veces, con tanto dolor
para unos, como gloria para otros. ¡Paradojas terribles, cuando el ego y la rela-
tividad contemplan juntos! La cuestión, no fácilmente solucionable desde lo
concreto, es para qué ese sufrimiento o cuál es su sentido. El enfoque evolucio-
nista de P. Teilhard de Chardin, uno de los grandes proscritos de la universalidad,
ofrece una respuesta optimista, desde las coordenadas de la evolución humana.
Desde este entusiasmo tan templado como orientador, vemos que, en efecto, tan-
to dolor podría tener su sentido histórico compensatorio, como, desde el pun-
to de vista de la salud, los anticuerpos y la fiebre tienen el suyo. Con todo, un
buen tratamiento (de medicina natural o alopática) no hace necesario el sufri-
miento o el malestar. Y sin embargo, ¿dónde queda el mal, el dolor, el sufri-
miento? Lo menos terrible o lo menos erróneo, como hacía sir O. Lodge (1924)
Los jóvenes en un mundo en transformación

es percibirlo globalmente, como dato de la evolución:

Lo maravilloso es descubrir que la vida tiene un fin más alto, un destino infi-
nitamente superior. Hay que recordar que la evolución no es una cosa ciega, priva-
da de dirección. El carácter racional de los resultados obtenidos hasta aquí, no po-
dría explicarse con otra hipótesis. Se comprueba con exactitud que todos los esfuerzos
de la vida y de la materia tienden hacia un fin admirable. Y, hecho notable, la eje-
cución de este destino que parece presidir la vida, encuentra por todas partes obstá-
culos y dificultades (pp. 159, 160).

El sufrimiento tiene un sentido concreto, hasta el punto de que su supera-


ción pueda considerarse un referente fiable. Y, para las conciencias menos ego-
céntricas, puede revelar una condición de positividad compensatoria y evoluti-
va. Recordemos a Teilhard de Chardin:

• “Un mundo en vías de concentración consciente debería gozar única-


mente, piensan ustedes. Todo lo contrario, diré. Un mundo semejante es
justamente el que debe sufrir lo más natural y lo más necesariamente” (P.
Teilhard de Chardin, 1967b, pp. 92,93).
• “Inexplicable y odioso si se le observa aisladamente, el dolor adquiere
efectivamente una figura y una sonrisa en cuanto se le restituye su pues-
to y su papel cósmico. [...] En sentido inverso y complementario del ape-
tito de felicidad, el dolor es la sangre misma de la Evolución” (P. Teilhard
de Chardin, 1967c, p.57).
• Para un observador perfectamente clarividente y que estuviera mirando des-
de hace mucho tiempo, y desde arriba, la Tierra, nuestro planeta aparecería
en primer lugar azul por el oxígeno que le rodea; después, verde por la vege-

300
tación que le cubre; y luego luminoso —cada vez más luminoso— por el Pen-
samiento que se intensifica en su superficie; pero también oscuro —cada vez
más oscuro— por un sufrimiento que crece en cantidad y en refinamiento al
mismo tiempo que asciende la Consciencia a lo largo de las edades (P. Teil-
hard de Chardin, 1967, p. 229).
• El sufrimiento humano, la totalidad del sufrimiento diseminado en cada mo-
mento sobre la Tierra entera, ¡qué inmenso océano! Pero, ¿de qué está forma-
da esa masa? ¿De negruras, de lagunas, de desperdicios? No, en absoluto, si-
no, repitámoslo, de energía posible. En el sufrimiento se oculta, con una
intensidad extrema, la fuerza ascensional del Mundo. Todo el problema ra-
dica en liberarle, infundiéndole la conciencia de lo que significa y de lo que
puede (P. Teilhard de Chardin, 1964, p. 96).
• “El Mal [‘Un mal no ya catastrófico, sino evolutivo’ (p. 241, nota)], efec-
to secundario, subproducto inevitable, de la marcha de un Universo en
evolución” (p. 241).
• “Así pues, Teilhard considera que el mal, es decir, ante todo, el sufri-
miento y la muerte de los seres vivientes, es una consecuencia inevitable

Los jóvenes en un mundo en transformación


de la estructura misma del universo, y de su movimiento evolutivo diri-
gido a un incremento del espíritu” (M. León-Dufour, 1969, p. 86).

El optimismo evolucionista es plausible, lógico, pero sobre todo potencial-


mente asumible por cualquier persona, sea cual sea su etiqueta o su campo de
identificación (científico, religioso, filosófico, cultural, etc.). Porque su ímpetu
no pertenece más que a la realidad o a la disposición interpretativa que la en-
marca u organiza. Afecta, por tanto, no sólo a los conceptos, sino también a los
sentimientos y a las actitudes y, desde ellas, a los procedimientos del existir co-
tidiano. La razón no-parcial o la observación objetiva del fenómeno social es su-
ficiente para desembocar naturalmente en él. En 1928, cinco años antes de su
muerte, E. J. Varona escribía en un artículo:

Ni la tierra está inmóvil, ni las sociedades que la pueblan se inmovilizan. El


horizonte de la historia por venir se abre ante ellas en perspectiva ilimitada; y las
fuerzas que se elaboran día tras día en su seno las echan hacia delante (en P. Gua-
darrama, y E. Tussel, 1986, p. 143).

Cuando, además, se combinan interiorización y universalidad, puede aflorar


lo que podríamos llamar optimismo autoconsciente, y éste es el caso de P. Teil-
hard de Chardin (1967c), cuando expresaba:

Cuando cada hombre, en virtud de una concepción del Mundo que sólo re-
quiere un mínimo de Metafísica, y que por lo demás se impone por un máximo de
sugestiones experimentales, admita que su verdadero ser no se halla limitado a los
contornos estrechos de sus miembros y de su existencia histórica, sino que, en cierto
modo, forma cuerpo y alma con el proceso que arrastra consigo al Universo, enton-

301
ces comprenderá que, para permanecer fiel a sí mismo, deberá entregarse, como a
una obra personal y sagrada, al trabajo que le pide la vida. En él renacerá la con-
fianza en el Mundo, en un Mundo cuya totalidad no podrá perecer; y además la fe
en un Centro supremo de personalización, de reunión y de cohesión en donde sola-
mente puede concebirse una salvación del Universo (p. 175).

LECTURA SINCRÓNICA. En las anteriores razones, ya se esboza una po-


sible tendencia compensatoria entre sufrimiento y evolución, educativamente vá-
lida, en la medida en que ayuda al ser humano a elevar su motivación y su con-
ciencia sobre las dificultades propias y ajenas, para comprender y continuar la
común labor de evolución. El sufrimiento podría ser a la humanidad como la
sustancia intersticial a un sistema celular. Hasta ahora nos hemos referido a la
sustancia que impregna a las unidades morfológicas. Fijémonos ahora en su di-
námica celular, o sea, en el comportamiento de los sistemas nacionales. Pero no
sólo eso. Pretendamos formalizar algunas de sus consecuencias:

LA ACTITUD PESIMISTA. EL EFECTO DE REBOTE. Muchas actitu-


Los jóvenes en un mundo en transformación

des pesimistas leen la realidad afirmando que, no sólo no continuamos dentro


de un panorama hondamente nacionalista: atravesamos el periodo de reafirma-
ción o incluso de apogeo. Y que una muestra de ello son las reafirmaciones na-
cionalistas como respuesta o reacción a los movimientos internacionalizadores y
globalizadores. Con esta óptica, tan descriptiva como ausente de norte, motiva-
da además por la incertidumbre ideológica, A. Hargreaves (1996) percibe lo
que llama la paradoja de la globalización, esto es, que: “A medida que se inten-
sifica la globalización [...] asistimos al resurgimiento de las identidades étnicas,
religiosas y lingüísticas de carácter más local” (p. 81). En un contexto descrip-
tivo de posmodernidad, Á.I. Pérez Gómez (1998) repara en el resurgimiento no
pacífico de los nacionalismos, los localismos y los fundamentalismos, apoyados
en la legitimidad de las diferencias e impulsados por la necesidad de afirmar la
diferencia propia de cada grupo, en la aldea global de la indiferencia del mer-
cado (p. 27).

LA ACTITUD OPTIMISTA: EL EFECTO DE ARQUÍMEDES. Otra ac-


titud no excluyente, es reconocer con bastante claridad movimientos nivelado-
res de causa y efecto —análogos por otra parte al desarrollo de las raíces del ár-
bol cuando éste se hace mayor—, que podrían explicarse mediante una
adaptación del principio de Arquímedes a nuestro asunto. Nos explicamos. Si la
ley del célebre matemático y físico Arquímedes de Siracusa era: “Todo cuerpo
sumergido en un líquido pierde una parte de su peso, o sufre un empuje de aba-
jo a arriba, igual al del volumen del agua12 que desaloja”, nuestro enunciado
quedaría formulado de este modo:

(12) Posteriormente, generalizado a todos los fluidos.

302
“Todo nacionalismo sumergido en la evolución humana pierde una par-
te de su identificación, o sufre una elevación de su conciencia, hacia ade-
lante y hacia arriba —pero en espiral—, equivalente al de la dependencia
con el ismo que desaloja”.

MÁS ALLÁ DE LAS NACIONES. El jurista M. Jiménez de Parga (1996)


lanzó un reto que retomamos: “Hay que elaborar nuevos conceptos, con otros
componentes que no sean los propios de la idea de nación” (p. 60). La supera-
ción del concepto de nación ha de nacer de las naciones ¿De dónde podría pro-
venir si no? O, en todo caso, encaminarse a su hiperdesarrollo, a la formación de
un nacionalismo de nacionalismos, de una nación de naciones o nación total, for-
malmente indiferenciada de las demás. Así como puede hablarse de una evolu-
ción biológica u orgánica, cabe hacerse de una evolución noosférica (de la re-
flexividad y la conciencia humana), cuya principal fuente de renovación podría
ser en el término más concreto la comunicación didáctica, ampliamente conce-
bida. Aplicada al campo que nos ocupa, se puede dibujar el siguiente vector de

Los jóvenes en un mundo en transformación


la misma evolución histórica, basada en el relativo progreso de los nacionalis-
mos y egos nacionalistas, en tanto que sujetos de identificación, porque:

Las ciudades no sólo han evolucionado en su organización, sino también en su


ser-sujeto.El devenir-sujeto de la humanidad es doble, ya que participa a la vez del
devenir-sujeto del individuo y del de la sociedad. Y, como hemos visto, quizá haya-
mos entrado en una fase decisiva, no sólo para el devenir-sujeto del individuo, sino
para el devenir-sujeto en el mundo... (E. Morin, 1983, p. 348).

Por eso puede ser clarificadora esta serie orientada de distintos niveles de re-
alidad más elementales y más avanzados que el nuestro, como propuesta de
evolución hacia la universalidad:

a) Nivel de los sistemas egocéntricos:


1. Prenacional: Familias. Grupos. Clanes-tribus. Vecindarios. Munici-
pios. Localidades. Ciudades. Condados (en países anglosajones). Ciu-
dades-estado. Regiones. Autonomías. Estados dependientes. Pueblos.
2. Nacional: Colonias. Estados independientes. Naciones. Imperios.
3. Posnacional: Comunidades internacionales (pseudoglobales). Proyec-
tos multinacionales13. Cooperativas mundiales (globales).
b) Nivel de los sistemas evolucionados o generosos:
1. Entorno de planetariedad o de verdadera mundialización.
2. Entorno de universalidad o de auténtica unidad humana.

(13) Las multinacionales se vinculan a las poblaciones y a las localidades, más que a las naciones. Están, de he-
cho, debilitando su importancia, pero con unos objetivos y aspiraciones muy limitadas y completamente rentabilistas.

303
3. Entorno de evolución autoconsciente o de unicidad con el proceso as-
cendente de humanización generalizada.
4. Entorno de omega o de éxtasis unitivo total.

Calificamos la anterior enumeración como serie orientada de niveles de re-


alidad. Mas no lineales. Es una evolución en espiral, compuesta por idas y ve-
nidas de bucles sobrepuestos que se elevan (avanzan) sobre sí mismos; porque
algo aprenden en su progresar, aunque solo sea que el egocentrismo deja in-
exorablemente tras de sí una estela de sufrimiento, cuyo peso se recuerda du-
rante generaciones.

De igual modo, en la aventura antroposocial, el paso de los clanes-tribus a las so-


ciedades e imperios estáticos se ha traducido en regresiones muy grandes en las aptitu-
des politécnicas de los individuos, las especializaciones se han pegado con constreñi-
mientos muy pesados, la organización de Estado se ha impuesto con modos brutales,
coercitivos, sangrientos, las nuevas entidades, las naciones-imperios, han surgido como
monstruos ciclópeos que entre-desgarran y se entre-destruyen (E. Morin, 1983, p. 383).
Los jóvenes en un mundo en transformación

Pero no se dan los casos “puros”, porque no hay correspondencias puras, ni


con sistemas colectivos ni con mentalidades individuales. Lo normal es que uno
dado experimente los anteriores y/o los posteriores y sus características. Esto
ocurre, porque cada fase superior comprende lógicamente a la anterior. Por ello,
por ejemplo, un estado (entiéndase el término como categoría jurídica) inde-
pendiente puede contener comunidades y nacionalidades en su seno que, for-
malmente, están reproduciendo, mutatis mutandis, alguna fase ya vivida por el
estado más amplio que integran. Y también se verifica que, en las conciencias
más amplias: “Ciudad y Nación son jalones para el Estado Universal” (D. Sol-
devilla, 1958, p. 270). Esta lectura dialéctica era magistralmente señalada por es-
te autor, cuando decía: “Y he aquí que la trinidad dialéctica de este momento
que vivimos, visto como unidad, es el proceso [de la unidad mundial] siguien-
te: Fase Nacionalista, Fase Internacionalista, Fase Universal”. Así pues, depen-
diendo de la unidad sistémica considerada, las fases anteriores podrían ser una
sola, reflejar el status relativo de ella o de una parte de ella, y/o darse a la vez en
grados diversos, en uno o más de los sistemas contenidos, con todas sus conse-
cuencias y factores de continuidad. Por ejemplo, la agresividad. “La agresividad
individual es el motor primario de la Historia. La Historia se hace por sí misma,
en la primera fase entre ignorancias y violencias y, en la segunda, con verdades y
cordialidad” (D. Soldevilla, 1958, p. 161). Así pues, esta es nuestra tesis: Las
agresiones intra o internacionales no son propias de los sistemas posnacionalis-
tas (por ejemplo, las comunidades internacionales). De tal modo que, si una co-
munidad internacional arremete, su comportamiento violento provendrá de sus
identificaciones nacionalistas, por lo que reflejará una inmadurez latente o inhi-
bida pero no superada. Análogamente, no sería propio de una persona realmen-
te madura (pensemos en Dürckheim, Krishnamurti, Maharsi, Rielo, etc.) pele-

304
arse por la calle, hasta el punto de que, si lo hiciera, se descalificaría gravemen-
te por los hechos. De estas observaciones, lo más importante es poner de mani-
fiesto que la independencia de las autonomías, de los estados, el refuerzo de los
nacionalismos e incluso la internacionalización no son, desde el punto de vista
de la evolución humana, objetivos muy altos, porque no terminan en sí mismos.
Con la perspectiva (tiempo o conciencia) suficiente, se relegarán a su lugar, o sea,
a un momento embrionario del ser humano. Por tanto, aunque para el ego hu-
mano pueda resultar un éxito sin precedentes la independencia político-econó-
mica de una comunidad social, la tendencia real de esa comunidad, contempla-
da a una escala mayor, no debería ser, desde luego, sólo su autonomía. Sino, más
bien, a través de un proceso de reestructuración del que su desgajamiento pu-
diera ser una etapa, la continuación hacia una convergencia mayor, quizá pri-
mero con las comunidades limítrofes o afines y después con el resto, pensando
en que todas estas importantes pero relativas conquistas se justifican si y sólo si
se prevé su sentido último, la mundialización de los pequeños sistemas y la hu-
manización de sus finalidades anhelando el Omega. Vistas a una escala socioge-
nética, hoy, como en otros tiempos, coexisten todas las opciones anteriores, las

Los jóvenes en un mundo en transformación


tres mentalidades de D. Soldevilla, las tres libertades y sus abanicos de decisio-
nes. Sin embargo, se perciben cambios importantes respecto a otros momentos
de la historia. Y los cambios que se perciben parecen desplazar los intereses ha-
cia la consideración de las últimas fases. Este fenómeno es lógico, en la medida
en que todos estamos sumidos en procesos evolutivos cuyo dinamismo tiene ese
sentido, apunta hacia ellas. Así, se observa que las unidades nacionales se cohe-
sionan lábilmente a escala mundial como no lo habían hecho nunca. Se verifi-
ca, pues, que “Los nacionalismos admiten la integración en una organización su-
pranacional” (M. Jiménez de Parga, 1996, p. 60). Pero, desde luego, lo hacen en
función de su propia nación. Los suaves lazos funcionales aseguran la alianza
motivados por un nacionalismo de fondo, por un ego colectivo que todo lo im-
pregna, no por una voluntad consciente de evolución hacia y desde la conver-
gencia. Adolecen de visión de futuro14, de verdadera generosidad.

PRECAUCIÓN SOBRE LOS PLANTEAMIENTOS GLOBALES PAR-


CIALES. El problema surge, evidentemente, cuando se aumenta el valor sobre
las coordenadas del sistema de referencia, accediendo a ámbitos supranacionales,
internacionales, globales parciales (europeos, africanos, latinoamericanos, etc.).
Por tanto, los llamados planteamientos educativos globales pueden equivaler,
simplemente, al aumento de dimensiones de la limitación actual, siempre en
función y para el mayor beneficio de los mejor situados. A nuestro juicio, no se
trata de ampliar el tamaño del escenario o de la plaza en que se desarrolla la vi-
da —aprovechándose y engañando al natural impulso universalizador de la con-
ciencia humana—, sino de liberarse real y profundamente de toda limitación,

(14) Y es aquí donde sería relevante el diseño y el desarrollo de una Educación para la Universalidad, que poste-
riormente abordaremos.

305
como consecuencia automática de una cierta interiorización. Porque cuando el
ser humano llega a ser lo que es (Píndaro), las parcialidades, por muy amplias y
bien estructuradas que parezcan, se muestran breves, constreñidas, como expre-
sión social de un egocentrismo compartido, radicalmente trascendible.

HACIA UNA CRISIS DE CONCIENCIA IMPRESCINDIBLE. Por su


estructura cerrada y sin futuro, la discusión nacionalista está gastada, gracias a
la (r)evolución (en complejidad y en capacidad de reflexión) de la conciencia,
que, de momento, gana por mucho la batalla a la entropía. Aunque aislada-
mente nos llevemos algún susto, las oscilaciones de la espiral de la existencia
describen amplitudes cada vez menores, porque más y más se centran en lo
esencial con el tiempo. Y ese tiempo está de parte de la vida y del ser humano,
siempre que aspire a hacerse a sí mismo cada vez más humano. La mejor evo-
lución humana a que aspiramos es una pretensión que, con conciencia, volun-
tad y trabajo, se haga a sí misma imparable, irreversiblemente, más allá del ego,
más allá de toda muerte-fin, más allá del tiempo limitado, de los antes y des-
pués, capaz de reciclar toda entropía y todo sufrimiento, en energía autocons-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ciente. Esta evolución es causa y consecuencia del amor y el trabajo humanos,


que engrosan su orientación y la fortalece desde dentro.

Porque formamos parte de algo inmenso y con sentido. Algo mucho más
grande y profundo que nuestra referencia de identificación más amplia. Es
un ser que todavía no se reconoce, pero cuya autoconciencia va en aumento.
Cobra forma y se realiza, en la medida en que el ser humano converge, se une
y toma conciencia del sentido del ciclo vida-muerte que siempre prosigue en
un universo evolutivo. Para nutrirlo, para realizarlo, parece esencial superar
los condicionamientos egocéntricos (quietistas y fragmentarios) y cultivar, no
sólo el sentimiento y el conocimiento, sino la conciencia de universalidad. Pa-
ra todo esto puede resultar indispensable la emergencia de una nueva educa-
ción, no tanto centrada en el qué, el cómo y el cuándo, sino en el quién y el
para qué más ambiciosos. “¿Quién y para qué?” Éstas son las preguntas capa-
ces de vertebrar toda acción consciente. El pasado, referencia útil de lo por-
venir, nos contesta esencialmente los porqués. El presente, cuál y cómo está
siendo el resultado. La respuesta al para qué se realiza supeditando pasado y
presente a ese futuro, y ese futuro a la global evolución humana, sin etique-
tas, sin calificaciones, sin corsés irreflexivos o peor meditados. El quién es el
sujeto que, haciéndose objeto trascendente de sí mismo, se plantea las cues-
tiones e intenta realizarse en ellas. Esta pretensión ratifica de nuevo que: “La
educación debe contribuir a alumbrar una sociedad mundial en el corazón de
cada persona” (Informe Delors), porque, así como entre la espiritualidad y el
conocimiento media la conciencia humana, entre la conciencia ordinaria y la
universalidad se enraízan los corazones concretos, sociales e individuales, ver-
daderos superconductores trascendentes de humanización posible.

306
¿Dónde queda el nacionalismo tras estos anhelos? Es muy importante enri-
quecer el debate nacionalista, sobre todo para superarlo, desde dentro y desde
fuera, mediante una educación que, con un enfoque de lastres 15, trabaje desde la
más tierna infancia para la superación del egocentrismo16. para razonarlo. Para
muchos, los argumentos anteriores podrían ser suficientes para restar relevan-
cia a la fijación17 nacionalista.

III. El proceso de universalización

LAS NECESIDADES GLOBALES, FUENTES DE UNIVERSALIDAD.


Aunque pueda parecer una obviedad, las situaciones de no-universalidad cons-
tituyen las causas necesarias de la pretensión contraria. En segundo lugar, es la
conciencia de su necesidad la motivación propulsora mayor de ella. Decía K.G.
Dürckheim (1982) que: “La fuerza que lleva al hombre a la meditación nace de
su sufrimiento ante la ausencia de su unidad total” (p. 77). Es esa misma au-
sencia de unidad (o presencia de separatividad) lo que se proyecta a escalas glo-

Los jóvenes en un mundo en transformación


bales y nos permite tender hacia ella de una forma espontánea, natural, auto-
mática. Esto es muy importante. La proyección más cercana o próxima a lo que
tratamos son las necesidades globales básicas, en la medida en que pueden actuar
como objetos de reconocimiento y motivos conscientes para la cohesión gene-
ral. En estas circunstancias, las necesidades individuales y colectivas pueden
converger en un proyecto de construcción futura. Partiendo de que “Las nece-
sidades del planeta son las necesidades de la persona. Los derechos de la perso-
na son los derechos del planeta” (T. Roszak, 1984, p. 129), propongo dos cla-
sificaciones de necesidades preuniversales:

PRIMERA CLASIFICACIÓN:
a) Necesidades económicas: Pobreza, necesidades básicas. Desarme. Con-
flictos bélicos y ayuda humanitaria. Terrorismo, etc.
b) Necesidades ecológicas: Pandemias. Drogodependencias. Polución. Preven-
ción de enfermedades. Prevención de catástrofes. Residuos y restauración.
Reciclaje y aprovechamiento de recursos. Energías. Seguridad ligada a la
energía. Especies en peligro. Demografía. Genética. Cambio climático18.
c) Necesidades educativas: Educación para la conservación, el cuidado y el
enriquecimiento del medio ambiente. Educación para el desarrollo sos-

(15) Planteamiento de enseñanza-aprendizaje que también podría llamarse “inverso” o de “didáctica negativa”
desarrollado sobre capacidades con cuya pérdida se gana. Aludimos al analógico de un globo aerostático que, por muy
bien equipado que se encuentre, jamás podrá elevarse si no suelta cabos y lastres.
(16) Que, desde luego, no termina con el periodo preoperatorio, ¡porque es una característica de cualquier adul-
to medio!
(17) Como mecanismo de defensa contra la propia evolución, mediante un refugio o una atadura en los cálidos
brazos de la estrechez de conciencia, apoltronados en la quietud y la reflexión anodina y concreta, más acá de la utopía.
(18) ¿Podría ser un efecto entrópico (segundo principio de la termodinámica), un cambio de ciclo (“estructura
disipativa”) (Prigogine) o bien una negatividad positivizable (Teilhard de Chardin)?

307
tenible o para la “ecoevolución” (L. Jiménez Herrero). Educación para la
ética, la justicia sin fronteras y la defensa de los derechos humanos. Edu-
cación para la prevención, cuidado y potenciación de la salud. Educa-
ción para lograr, mantener y potenciar la paz. Educación para el des-
arrollo y el progreso material de los pueblos. Educación para la
evolución interior, la desegotización y el autoconocimiento de las perso-
nas y la autoimagen de las comunidades. Educación para la convivencia,
desde la igualdad de oportunidades a todos. Educación para el desarro-
llo de la inteligencia, la creatividad y la madurez personal. Educación pa-
ra la cooperación y para la convergencia humanas. Educación multicul-
tural y para la universalidad. Educación para el agradecimiento y el
darse, etc.

SEGUNDA CLASIFICACIÓN:
a) Necesidades biosféricas, centradas en la preservación y (auto)cuidado de
la especie humana, con un claro carácter reparador o terapéutico. La
fuente de motivación de éstas es el ego rudimentario y autoconservador,
Los jóvenes en un mundo en transformación

entendido como instinto de supervivencia o como inconsciente protector,


que probablemente se tiende a fijar más en otro plano de realidad, para
contrarrestar la superficialidad de los intereses más conscientes, pero
tanto o más reales y concretos que ellos. Digamos que: “La nación-es-
tado industrial con su PNB es el estado consciente, pero el estado in-
consciente con su ruido y contaminación es el estado gaseoso y nebulo-
so de las cosas futuras. Es la nube de Chernobyl (300000 muertos,
3000000 de afectados) o el agujero de la capa de ozono, que en su movi-
miento no reconocen fronteras nacionales” (W.I. Thompson, 1992,
p.166, 167).
b) Necesidades psicosféricas, más centradas en el culto al ego, entendido co-
mo bienestar, la competencia, el progreso, el enriquecimiento, la como-
didad, la rentabilidad, la conservación de los bienes, la diversión, el en-
tretenimiento, el intercambio costumbrista de folklore, música, danza,
cultura popular, al modo de la “Planet Society” (UNESCO), etc.
c) Necesidades noosféricas, englobadoras de las anteriores pero orientada a
un para qué claro, cuya pretensión fuera la evolución humana y que sus-
tancialmente podría ser aportado por la educación.19

CONCEPTUACIÓN DE UNIVERSALIDAD. Es difícil concretar unívo-


camente el concepto de universalidad. Sin embargo, podemos definir su signi-
ficado desde varias perspectivas confluentes, que acabarán constituyendo algo

(19) En A. de la Herrán Gascón (2002) reparamos en que hoy estamos iniciando la “sociedad del acceso a la in-
formación” (F. Mayor Zaragoza), aunque sobre todo nos encontremos en la “sociedad del egocentrismo”, “del acapa-
ramiento”, “del bien estar” o “de la inmadurez generalizada de la humanidad”. Lejos queda, en sentido estricto, la “so-
ciedad del conocimiento”, y más allá la “sociedad de la educación”, “de la conciencia” o “del más ser”.

308
así como un sistema de ecuaciones conceptual, susceptible de resolución. Pero an-
tes, repararemos en aquello con que la universalidad con frecuencia se confun-
de, y que agrupamos bajo el apelativo de pseudouniversalidad:

a) FORMAS DE PSEUDOUNIVERSALIDAD. La universalidad tiene


una naturaleza no-dual y dialéctica. Deducimos y definimos como pseu-
douniversalidad a la actitud o manifestación universal-dual. Algunas de
sus más frecuentes expresiones son:
PARCIALIZACIÓN. En virtud de ella, las opciones parciales suplantan
a la universal, atribuyéndose su condición. Es una aplicación de lo que
en otro lugar llamamos “parcialización de lo esencial” (A. de la Herrán,
1998, pp. 130-132), como procedimiento característico para la propa-
ganda y de propagación de los ismos en general. Por ejemplo, cuando los
locales de un país determinado reconocen a un buen deportista, presti-
gioso científico o maravilloso paraje autóctono como los más importan-
tes del mundo, o cuando una doctrina política o social se autocalifica co-
mo la verdadera, la que acierta o que monopoliza (defiende o enarbola)

Los jóvenes en un mundo en transformación


una exclusiva, generalmente apreciada por propios y ajenos.
SÓLO-DUALIDAD. Toda opción parcial es incompleta. Entiéndase por
dualidad la identificación con la sola (o predominante) parcialidad. La
atribución de la categoría de universal a una dualidad es quizá la forma
más característica de pseudouniversalidad. Así podemos considerar in-
tentos incluso de aspiración integradora como el “complementarismo”
de G. Devereux (1975), deduciendo que hace aguas desde nuestro en-
foque, cuando trasluce su planteamiento dual, al expresar: “Por último,
el complementarismo no mantiene relaciones de complementariedad
con el no-complementarismo” (p. 23).
INTERDUALIDAD. Hace referencia al énfasis en la relación o el vín-
culo entre dualidades (síntesis fichte-hegeliana), sin consumar, por las
mismas razones anteriores, la verdadera universalidad relativa. Ejemplos
de ello que atañen directamente a la educación son las organizaciones
multi e interdisciplinares de contenidos, evidentemente superadas por la
transdisciplinariedad 20, y, en otro orden de cosas, la multiculturalidad e
interculturalidad.

b) CONCEPTUACIONES DE UNIVERSALIDAD. Una vez señalado


aquello con lo que la universalidad con frecuencia se confunde, pode-
mos intentar conceptuarla desde aquello que más propiamente la defi-
ne, desde el conocimiento, la experiencia y la posible transformación:
UNIVERSALIDAD COMO ESTADO ORIGINAL: Esta acepción ha-
ce referencia a un estado de universalidad a priori, definido por el fenó-
meno y la conciencia de evolución. Las culturas primitivas o remotas es-

(20) En este caso, el discurso se orienta al problema de la universalidad del conocimiento.

309
tuvieron muy avanzadas en la percepción de esta vivencia de universali-
dad, probablemente por su vida menos apresurada y compleja. A la uni-
versalidad como estado original y permanente va unido el aprendizaje más
importante realizable por el ser humano, accesible por descubrimiento, y
muy unido al autoconocimiento, que puede denominarse conciencia de
universalidad inicial, y que se asienta en una razón de identidad: a saber,
que en el fondo del alma de cada ser humano está Tao, Dios, Abba, Ser,
etc. Para realizar este descubrimiento, no hace falta buscar muy lejos.
Dicho de otro modo, mientras que esta universalidad es esencialmente
un estado, existencialmente puede percibirse como identidad universal:
la explicó muy bien el sistema de Schelling, sintetizable holográficamen-
te como todo en todo.
UNIVERSALIDAD COMO NO-PARCIALIDAD: Universalidad se
opone a sólo-parcialidad. Resulta evidente que, para acceder a ese senti-
do de orden superior, es preciso no identificarse con apegos o identifi-
caciones dependientes de sistemas sociales e ismos incapaces de colocar
su propio interés en función de la evolución humana, gran variable in-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tencional verdaderamente global. Universalidad supera a sólo-limitación,


egocentrismo compartido, ismo. Nada más pegado a la vida que su pre-
tensión, nada más legítimo que su prosecución. Para ello no hay otro ca-
mino que una educación fundada y destinada a ella. De aquí que J.L.
García Garrido (1986) observe: “la necesidad de superar las actuales ba-
rreras que los nacionalismos imponen a los sistemas educativos” (p.
218). Para este tipo de barreras, la universalidad podría conceptuarse co-
mo la tendencia a la sinergia entre los sistemas nacionales. La razón
principal que avala penetrar en su conocimiento radica en la naturaleza
misma de la educación, cuya labor es definitoriamente “universal” (T.
Arnold, 1920, p. 72). Deducimos de aquí que el problema educativo
fundamental del ser humano radica en haber comprendido la posición y
significación del pensamiento en la Naturaleza, respecto a la cual las vi-
vencias “istas” (nacionalistas, racistas, sexistas, partidistas, etc.), además de
obedecer a un mismo “síndrome egótico”21, individual o compartido,
pueden entenderse como representaciones mentales desecadas de la ex-
periencia universal. P. Teilhard de Chardin (1967b), en La energía hu-
mana, expresaba que el problema fundamental de quien ha comprendi-
do la posición y significación del pensamiento en la Naturaleza:
se ha convertido en asegurar, racionalmente, el progreso del Mundo del que
formamos parte. No solamente como antaño, para nuestro pequeño indivi-

(21) El síndrome egótico (A. de la Herrán, 1997, pp. 69-104) es de naturaleza formal, no sólo se refiere a los na-
cionalismos. Lo que comentamos respecto a ellos, por tanto, es extensible a los ismos de otros contenidos (político, re-
ligioso, científico, artístico, cultural, deportivo, personal, etc.), que desde su ámbito así mismo constituyen una pode-
rosa dificultad de aprendizaje para el descubrimiento de la verdadera universalidad, que por definición no se opone a
lo parcial, sino que lo enriquece, lo realza y lo orienta a un plano dimensional superior que se puede analizar estruc-
tural y objetivamente (A. de la Herrán, 1998, p. 96-115).

310
duo, nuestra pequeña familia, nuestro pequeño país —no solo, tampoco,
para la tierra entera—, sino ¿cómo debemos nosotros, hombres de hoy, para
la salvación y éxito del mismo Universo, organizar lo mejor posible, alrede-
dor de nosotros, el mantenimiento, la distribución y el progreso de la Ener-
gía Humana? Toda la cuestión está ahí (p. 135).
UNIVERSALIDAD COMO CULMINACIÓN HACIA/DE LA CON-
VERGENCIA: La universalidad podría conceptuarse como la culmina-
ción hacia/de22 la convergencia humana. Por tanto, esta posibilidad de
convergencia radicaría en la consideración de la actitud y los procesos
orientados a la unificación de los “ismos”, dependencias e identificacio-
nes (individuales, colectivos o sociales), percibiéndolos, por un lado,
más allá de las actuales semiuniones polarizadas al bienestar y al tener.
De ellas decía C.G. Jung (1983) que “acumulan semihombres inmadu-
ros” (p. 190). Suelen aspirar a alcanzar metas sistémicas más amplias que
las del propio coto, pero todavía egocéntricas, por no considerar como
prioritaria la variable evolución humana sobre los propios rendimientos,
en cuyo caso podrían pasar de ser sistemas rentables a sistemas evolucio-

Los jóvenes en un mundo en transformación


nados (A. de la Herrán, 1998, 96-115; 1999c). Y por otro, no tanto des-
de su inicial diferencia, sino desde sus identidades esencial y global,
exenta de toda cualificación y calificación, y que los define como uni-
versales a priori, tengan o no conciencia de ello las partes implicadas
(personas, “ismos”, etc.).
UNIVERSALIDAD COMO MOTIVACIÓN: La verdadera universali-
dad puede incidir en la experiencia como metamotivación (A.H. Mas-
low, 1987b), de un modo compatible con toda motivación condiciona-
da por la parcialidad. Desde ella, lo definitorio no es desde qué
circunstancia (funcional, social, cultural...) se parte, sino hacia dónde se
orienta el propio potencial e intereses. Por eso tolera las propuestas par-
ciales, pero es capaz de orientarlas más allá del parcialismo. Probable-
mente A. Adler con su Gemeinschaftsgeguhl o A.H. Maslow (1991) con
su sentimiento de comunidad reflejan bien esta identificación humana
máxima, que hace sentir a los sujetos autorrealizados más ciudadanos del
mundo que de un país o región concreta (en J.J. Zacarés, y E. Serra,
1998, p. 56, adaptado).
UNIVERSALIDAD COMO UNIDAD: Desde un punto de vista ter-
minológico, puede entenderse por universalidad y unidad dos facetas del
mismo fenómeno: la primera, como sentimiento, actitud, conocimien-
to, estado de conciencia o mundo interior no fragmentado del sujeto. Y
la unidad, como la culminación correspondiente a esa percepción glo-
bal. En efecto: “La unidad, en la vida humana, no constituye un medio
para el logro de ciertos fines. Es el medio por el cual llega el hombre a

(22) Si es “de”, hemos de reconocer al Omega teilhardiano como la más extraordinaria propuesta fenoménico-
conceptual./ vivencial que se pueda realizar desde cualquier presente.

311
plenitud. La unidad es una meta” (A. López Quintás, 1991, p. 65).
Mientras que se lucha hacia ello, hemos de cuidar no confundir la idea
de universalidad, entendida como unidad humana, con otras acepciones
desenfocadas, como a mi entender hace V. Camps (1998), cuando asi-
mila una idea dual de unidad con alguna clase de mito totalitario:
El mito de una armonía total y última ha vertebrado todos los sueños utó-
picos que quisieron subsumir la riqueza de la variedad humana bajo un
solo proyecto supuestamente racional. La manía de la unidad nos ha impe-
dido aceptar de buen grado lo diverso (p. 92).

Porque la unidad del ser humano no “subsume”, en la medida en que es una


conquista positiva. Eso sólo lo hacen la imposiciones violentas (uniformizado-
ras o segregadoras, que tanto da). La verdadera unidad es un anhelo —como
pueda serlo el deseo de cooperación generosa o el amor real—, que, además de
ser una magnífica y necesaria utopía educativa, también se desarrolla de mane-
ra concreta y poco a poco, como siempre ha ocurrido en el desarrollo de la his-
toria y de las maderas más sólidas de la naturaleza. Y esa unidad, o se realiza
Los jóvenes en un mundo en transformación

desde la diversidad para realzarla, o no es tal, porque “la Unión, diferencia” (P.
Teilhard de Chardin, 1984, p. 265) y conduce a la mayor descentralización y di-
versidad posibles, esto es, el que es capaz de realzar el valor real de cada perso-
na. La conciencia de unidad trae repercusiones orgánicas positivas, medibles ex-
perimentalmente. Afirma D. Goleman (1997): “El móvil de la unidad y otras
sutiles medidas psicológicas de la motivación, como la confianza afiliativa, se
han vinculado con cambios favorables en el sistema inmunológico, en otros es-
tudios que hicimos con el doctor David Mc Clelland en la Universidad de Har-
vard” (p. 156). Lo que ocurre es que las rutas neurológicas de la universalidad
o de la unidad no son frecuentes, y que su anhelo no forma parte honesta del
acervo de las culturas dominantes. Pero esto también es adquirible de las más
evolucionadas; también esta puede ser una “vía de excelencia” para el aprendi-
zaje, como quizá diría M.Á. Cornejo, aunque en este contexto no hablemos de
economía o de nuevas tecnologías sino de la conciencia.

SÍNTESIS ENTRE SINGULARIDAD Y UNIVERSALIDAD. El derecho


a la diferencia, aunque intensificado reactivamente en la posmodernidad, no es
nuevo, como bien apunta M.J. Izquierdo (1997), porque cobra importancia en
Europa, precisamente con el desarrollo de los nacionalismos en el XIX (p. 21,
adaptado). Pero, desde luego, confundirlo u oponerlo al de universalidad nos
parece un error grosero cuya normalidad hace pagar altos y dolorosos precios,
empezando porque tapona la posibilidad de soñar.
Cuatro conceptos relacionados pueden aclararse de entrada: Concreto, gene-
ral, universal y particular:

Debemos distinguir entre concreción y particularidad, entre universalidad y ge-


neralidad. Lo concreto puede ser universal; lo particular no puede serlo. [...] Lo

312
universal es universal porque representa la totalidad, no porque excluya lo concreto
(como es el caso de lo general). Lo universal está centrado; mira hacia su propio cen-
tro —universus, mira hacia el uno—. Se encarna en lo concreto (R. Panikkar,
1999, p. 215).

Sin embargo, a nuestro juicio, el mayor problema conceptual oscilaría en-


tre tres: parcialidad, singularidad y universalidad. Insistimos de nuevo: Una
universalidad opuesta a otra clase de opciones, incluso profundamente contra-
rias, no es completamente universal. La universalidad, si es plena, será compa-
tible y complementaria con toda opción menor o superada, ya que, desde su
validez dialéctica viva, podrá realzarla, enriquecer su sentido o incluso propor-
cionarle nuevos contenidos, fundamentos y métodos orientadores. Pero el ser
humano vive cotidianamente rodeado e integrando sistemas parciales. ¿Cómo
conjugar funcionalmente parcialidad y totalidad? El dilema tiene solución dia-
léctica, por ejemplo, partiendo del concepto de identidad y del de identifica-
ción. La identidad hace referencia a la cualidad natural de igualdad. En cambio,
la identificación comporta un esfuerzo por igualar seres distintos, cuya acepta-

Los jóvenes en un mundo en transformación


ción se puede traducir en dependencia, apego y egocentrismo colectivo, casi au-
tomáticamente. Mientras que la identidad es más fácilmente separable del yo,
la identificación, por mor de aquel esfuerzo, se hace más profunda, a medida
que la dependencia se incrementa, interpenetrando al yo, confundiendo raíz y
roca, y es capaz de establecerse o de afianzarse como respuesta (errónea) a la pre-
gunta ¿quién soy yo? Para ser universal, no hace falta dejar de ser sevillano, in-
glés, vasco o ruso, sino actuar en función de la evolución de toda la humanidad
desde la circunstancia existencial, con todas las consecuencias, necesariamente
humanizadoras. Lo expresa, por ejemplo, F. Mayor Zaragoza, al responder en
una entrevista a la pregunta “¿Qué piensa de los nacionalismos?”:

Pienso que una cuestión importante hoy día es asumir la complejidad de los
propios ciudadanos en el mundo de hoy. Yo, por ejemplo, soy catalán, soy español
y soy europeo, pero me siento cada día más ciudadano del mundo. Me parece que
la mejor manera de ser un buen catalán es ser ciudadano del mundo y el ser un
buen español es ser ciudadano del mundo. Aquella cosa que decía Antonio Ma-
chado, “si quieres ser universal, ama a tu pueblo y al revés”, yo creo que es muy
importante [...]
En resumen, esta complejidad que vosotros estáis tratando y que creo que es tan
interesante, debe hacerse descender también a algo que es muy importante como son
los aspectos culturales y étnicos del mundo de hoy, y hacer ver que el mejor horizonte
sería un mestizaje, un gran mestizaje, porque en la realidad somos un crisol, y có-
mo vamos después a decir “nosotros defendemos esta cultura”, si al final resulta que
somos una mezcla (por fortuna), o el resultado de una mezcla tremenda, que for-
ma parte de algo tan esencial para la vida como es esta complejidad existente de ci-
vilizaciones, de líneas de pensamiento, de perfiles culturales distintos (J. Lizcano, y
R. Marco, 1999, p. 217).

313
En conclusión, afirma E. Vera Manzo (1999): “Toda persona tiene por lo
menos una identidad, el reto es tener múltiples identidades simultáneamente y
protagónicamente en un momento determinado, asumir la que se quiere repre-
sentar”. Así pues, llega el momento histórico en que, sencillamente, hay que asu-
mir que “la identidad humana es transcultural y no puede tener, por lo tanto,
un solo punto de referencia” (R. Panikkar, 1999, p. 135), ni siquiera la sola-uni-
versalidad (pseudo, al fin). Estamos en la misma línea necesaria de E. Vera Man-
zo (1997) “Todas las personas debemos ser singulares y universales”, o de E. Mo-
rin (2000), en el sentido de enseñar la condición humana, y al mismo tiempo
reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo humano (p. 1534, adapta-
do). Pero vamos más lejos al mutar el segmento en vector, sosteniendo que, me-
jor, singulares en función de lo universal o singulares para la universalidad. Es-
tamos viviendo una fase de crecimiento del ser humano: el paso de la
personalización a la superpersonalización, el tránsito de la persona-parcial a la per-
sona-totalizada. Cuando el argentino, el gitano, el alemán, el vasco, el judío, el
egabrense, el estadounidense o el católico comiencen a sentirse más terrícolas, o
mejor, más universales que fragmentarios, habrán cambiado de confesionalismo, de
Los jóvenes en un mundo en transformación

objeto de apego, de verdadero paradigma, de la limitación a la proyección de la


mayor autoconciencia. Y si bien es cierto que ninguna decisión es neutral, sino
ideológica, porque responde o no a la doctrina que controla en el poder, la pro-
pia decisión neutral, en caso de existir, es definitoriamente una opción más. La
universal parece otra bien distinta, aunque formalmente y en el más estricto de
los casos cabría comprenderse como una opción más... ¡pero qué diferencia!

LA UNIVERSALIDAD DESDE EL NUEVO SER HUMANO. C. Rogers


(1984) ha observado una serie de rasgos comunes, de muy variado tipo, en lo
que denominaba “nacientes nuevas personas”, minoritarias aún y proclives a un
mundo en el cual “la mente, en su sentido más amplio, sea simultáneamente
consciente y creadora23” (p. 20) y puedan por tanto sintetizar autorrealización24
profunda y vida creativa:
a) Concepción de la vida como un proceso en transformación.
b) Idea de la naturaleza como algo con lo que hay que relacionarse armó-
nicamente, no que haya que conquistar.
c) Experiencia de unidad con las demás personas: tendencia a conceptuar
comunidades a escala humana, junto con las que afrontar problemas co-
munes.
d) Rechazo al ejercicio del poder sobre las personas.
e) Necesidad de recuperar al individuo, desde el que pueden plantearse
proyectos comunes.

(23) Más allá de la creatividad superficial o vulgar, no relacionada biunívocamente con la madurez personal (A.
de la Herrán, 2000).
(24) Más allá de la autorrealización basada en el sentir o aparente, no relacionada biunívocamente con la madu-
rez personal.

314
f ) Rehúse a los mundos compartimentados duales (cuerpo-mente, salud-
enfermedad, intelecto-sentimiento, ciencia-sentido común, grupo-indi-
viduo, cordura-locura, trabajo-esparcimiento), y lucha por una vida to-
talizadora, donde pensamiento, sentimiento, energía física, energía
curativa, etc. estén integrados en la experiencia (transformadora).
g) Actitud de búsqueda e investigación espiritual. Reconocimiento y expe-
riencia de estados de conciencia, control de energía psíquica, medita-
ción, trascendencia del ámbito individual.
h) Apertura al mundo interior y exterior, a nuevos modos de percibir, a
formas distintas de ser.
i) Valoración de la comunicación con los demás.
j) Rechazo de la hipocresía, el engaño y la ambigüedad de nuestra cultura.
k) Solicitud para la ayuda a los demás cuando hay necesidad. Práctica de
esa ayuda, no como comportamiento moralista, sino como atención gen-
til, natural. Desde ahí, reservas a priori en los profesionales de la ayuda.
l) Consideración de que las instituciones están para las personas, y no al
revés. Antipatía consiguiente por las instituciones burocráticas inflexi-

Los jóvenes en un mundo en transformación


bles y sumamente estructuradas.
m) Autoconfianza en sus propios juicios (como fuente de ética), hasta el
punto de llegar a desobedecer aquellas leyes o normas tenidas como in-
justas.
n) Articulación de su vida en una filosofía coherente, cuyas premisas son
confianza básica en la naturaleza, esperanza básica en la construcción
humana, respeto a la integridad de cada persona, convicción de que la
libertad de elección es esencial para una existencia plena, creencia en
que la comunicación armoniosa entre los individuos puede ser favoreci-
da, y reconocimiento de lo esencial que es la comunicación íntima pa-
ra el desarrollo de nuestra vida (pp. 19,20, adaptado).

El reflejo social de este cambio es extremadamente lento y paulatino, pero


irreversible.

LA UNIVERSALIDAD DESDE LOS ISMOS. Desde el referente de cada


persona, cada día nadamos lo mejor que podemos en un océano de sistemas, sin
encontrarnos con la universalidad. En efecto: “Las inserciones del Hombre son
muchas: familiares, geográficas, profesionales, económicas, culturales, políticas,
sociales. Es un puro injerto, sin acceso directo a lo universal” (D. Soldevilla,
1958, p. 159). Pero el anterior enunciado no es una contradicción. La univer-
salización es algo más que un deseo: es un hecho, si acaso accesible o indirecta-
mente estimulable a través de una educación y una sensibilidad más y más
conscientes. La premisa, ya apuntada, es que el universalismo anhelado no po-
dría nacer de otros lugares que no fueran los cotos sistémicos que albergan las
naciones y organizan las mentes identificadas. Si esto se admite, esa universali-
dad puede ya reconocerse en estado de potencia. Luego, es relativamente, para

315
serlo más y más concretamente. Lo ilustra este texto de P. Teilhard de Chardin
(1967), al expresar que: “En varios puntos de la Tierra, simultáneamente, frac-
ciones de la Humanidad se aíslan y se alzan impulsadas lógicamente por ‘uni-
versalización’ de su nacionalismo, a afirmarse como herederas exclusivas de las
promesas de la Vida” (P. Teilhard de Chardin, 1967, p. 17).

V. Educación para la universalidad

En los primeros años del siglo XX, el único Nobel por haber escrito sobre la
evolución interior del ser humano, R. Eucken (1925), clamaba:

Nuestra vida y acción deben estar ligadas de algún modo a la vida universal,
pero, ¿cómo llegaremos a ésta y con qué derecho podemos elevar esta corta existencia
terrenal a una esencia universal y creerla partícipe del reino de la eternidad, de la
infinitud y de la perfección? (p. 379).
Los jóvenes en un mundo en transformación

Creemos que hay una respuesta principal: a través de la educación. La uni-


versalidad es tan propia de la condición humana, como independiente de todo
género de cualificación o calificación (racista, sexista, política, nacionalista, eco-
nómica, religiosa, cultural, geográfica, etc.). La universalidad no es parcialista:
no se adhiere, no depende de ismo alguno, ni se dedica más que al beneficio de
la totalidad, cuyo asiento básico es la noción de ser humano sin más apellidos
egóticos. Coincidimos por tanto con G. Peces Barba, rector de la Universidad
Carlos III, en que:

Desde nuestra cultura los grandes valores en que basar la moralidad pública de
la modernidad son la libertad, la igualdad y la solidaridad, hermosamente expre-
sados en el lema de la Revolución francesa, y desarrollados hoy con las modificacio-
nes de dos siglos transcurridos. Son valores universales y sobre ellos hay que construir
la universalidad, desde la firme y estable idea de la dignidad de la persona huma-
na (Fundación Educativa y Asistencial Cives,1998, p. 352).

La primera pregunta que un educador ha de tener bien contestada —y que,


por cierto, no suelen recoger los diseños curriculares prescriptivos de los siste-
mas educativos para cada una de los niveles de educación— es para qué educar,
a partir de cuestionamientos globales como “¿qué estamos haciendo?” o “¿qué
estamos construyendo, desde el punto de vista de la evolución y desarrollo hu-
manos?”. Y no bastan como respuestas las declaraciones de intención ligadas a
unos determinados objetivos generales o más específicos.
Para responder a ello sin escorarse, parece imprescindible trascender, aun-
que sea por escasos momentos, los límites de los sistemas educativos y entrar en
sintonía con todos los demás y con la función y el sentido principal del ser hu-
mano: ser más para cooperar mejor en el proceso de la evolución y conver-

316
gencia universal.¿A quién perjudica este ideal? ¿A quién favorece? Un sistema
educativo se trasciende a sí mismo cuando coloca el énfasis en el desde sí, y no
en el hacia sí o el para sí. Falta socialización, unidad y trabajo en beneficio de
la evolución humana, único interés que a ninguna parcialidad menoscaba —sal-
vo a los sistemas egotizados—, para el desarrollo profundo de la “aldea global”
(de la que hablaba el ensayista y profesor de la Universidad de Toronto H.M.
McLuhan en los años 60), de la “ciudad mundial” (de D. Soldevilla, 1958), o
de la centración, complejificación y elevación de la “Noosfera” hacia el Omega, a
que hace referencia la ingente obra teilhardiana.

UN DERECHO HUMANO INEXISTENTE. En la “Declaración Uni-


versal de los Derechos del Niño”, proclamada por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959 (resolución 1386), se reconoce,
entre otros, el “Derecho a un nombre y una nacionalidad” (nº 3). ¿Qué signi-
fica esto? Desde mi entender dos cosas: La primera, que el niño tiene derecho a
una limitación nacionalista. A efectos de planteamientos educativos, políticos,
etnoculturales, etc. basados en tal contenido, se está invitando, tácitamente, a

Los jóvenes en un mundo en transformación


asumir como normal y deseable la limitación nacionalista. La segunda, que esa
limitación es anhelable porque está avalada internacionalmente. Siendo así: ¿Qué
sistema educativo se resistirá a promoverla? Se trata de una premisa concebida pa-
ra ser asumida y desarrollada de un modo principal por los sistemas educativos
y sus administraciones, que actúan como mediadores formales entre los dere-
chos internacionales y sus elementos personales en formación. A esta invitación
desde el aval más prestigioso se une un factor agravante, de inercia histórico-
educativa:

Los sistemas escolares nacieron en gran parte como consecuencia del nacionalis-
mo y se pusieron como uno de sus objetivos primordiales el de servir al nacionalis-
mo, es decir, a eso que a veces se ha denominado el espíritu nacional o bien la iden-
tidad nacional del país en cuestión (J.L. García Garrido, 1997, p. 60).

El segundo volumen de la “Teoría de la Enseñanza” de Rufino Blanco


(1912) comienza así: “Cuanto más se observa al niño, más se le conoce; cuan-
to más se le conoce, más se le quiere, y cuanto más se le quiere, mejor se le edu-
ca. El amor al niño es universal” [negrita suya] (p. 7). Siendo así, ¿por qué
desde la Declaración “Universal” se imprime al infante una consideración par-
cializante? Tomando como referencia la perspectiva que desarrollamos, al dere-
cho del niño antes enunciado tendría que seguirle otra razón: Es un imperativo
el derecho a poder trascender ese derecho limitante. Es más, tendría que ser un de-
ber de toda Administración, del adulto y de los profesionales de la educación
otorgárselo. En consecuencia, sería imprescindible orientar la enseñanza, desde
las declaraciones de derechos del menor (hasta los 18 años) más allá del sesgo
nacionalista y de todas las demás creencias parciales. ¡Las limitaciones para el ser
humano, y no el ser humano para las limitaciones! Sobre todo, aquellas que da-

317
ñan o que no benefician, como es el caso cuestionado. ¿Cómo podría la edu-
cación conformarse con menos?

EL TIBIO CONTEXTO EPISTEMOLÓGICO DE LAS CIENCIAS DE


LA EDUCACIÓN. Desde el punto de vista de la universalidad, que comenta-
mos, no es que las Ciencias de la Educación estén despistadas. Nuestro diagnós-
tico es peor: están indiferentes desde una posición incompatible:

a) Se desarrollan en el seno de parcialidades (disciplinas, “paradigmas”, sis-


temas, suprasistemas, etc.), y para ellas.
b) No disponen, como referencia empírica y epistemológica, de una An-
tropología Pedagógica, de una Psicología de la Conciencia y la Trans-
formación25 ni de una Didáctica de la Posible Evolución Humana, ni en
consecuencia la estudian ni la pretenden.
c) A juzgar por sus reiteraciones temáticas y relativas a los ámbitos de in-
vestigación y de trabajo, no parecen muy ocupadas en lo universal, ni
en lo profundo de lo humano, ni en cuestiones de educación perenne.
Los jóvenes en un mundo en transformación

d) No integran en sus conocimientos la variable evolución humana, ni por


tanto relacionan transdisciplinarmente la educación con la interioriza-
ción, la madurez profunda del ser humano, el ego, la conciencia, la auto-
conciencia, el autoconocimiento, etc. Y tampoco los investigadores uni-
versitarios o los centros que financian investigaciones parecen mostrar
gran inquietud por estos temas. ¿Cuántos investigadores e investigacio-
nes hay sobre ellos? ¿Y cómo es posible esto?
e) El problema fundamental que subyace en ellas, además de los temas que
la sociedad neoliberal apoya, nace de su propia limitación proxémico-
científica y epistemológica, que frecuentemente se comporta como un
verdadero tapón que impide la consideración de nuevos temas y síntesis
originales que atañen al fenómeno (pero a todo el fenómeno) de la edu-
cación. Además, con demasiada frecuencia, sus profesionales no cono-
cen bien la realidad de que se ocupan, y adolecen de anhelo por ser más,
primero, y por luchar por el desarrollo de una educación desde y para
la complejidad de la conciencia, después.
f ) Relacionado con lo anterior, es un hecho que no se aspira a algo seme-
jante a una “formación total” de los profesores/as (A. de la Herrán, 1999)
o de docentes más autoconscientes, extraordinariamente maduros/as, co-
mo agentes decisivos de universalización o cambio para los tiempos nue-
vos. En consecuencia la enseñanza de la cortedad de visión o del silencio
sobre la profundidad se hace tendencia o línea sorda dominante. La aten-
ción se centra en una concepción restringida de lo técnico (alumno, ac-

(25) Esto es completamente lógico, en la medida en que la Psicología alopática ha dado la espalda por completo
a Oriente, a pesar de las reiteradas recomendaciones de destacados contemporáneos, como Blay, Rof Carballo, Pinillos,
Almendro...

318
ción educativa, organización, etc.), y en cambio, el desempeoramiento
(técnico y egótico) y la madurez personal quedan entre relegados y acti-
vamente olvidados.

De estas presencias y ausencias descompensatorias son responsables funda-


mentalmente quienes forman en el ámbito y los estudios sobre educación. Se
enseña que los compromisos sociales no deben ir más allá de los intereses de los
sistemas con que los alumnos, desde su más tierno conocimiento, se han iden-
tificado. Todavía se tiene cuidado de que no entrevean por encima de las ba-
rreras de siempre, de que se sientan asegurados y en la certeza, y de que no du-
den demasiado. Para ello, nada mejor que aprovechar el prurito del aprendizaje
significativo, ciegamente pretendido. Poco importa lo que se aprenda, con tal de
que sea muy significativamente. La educación del bienestar, del hacer, del qué,
cómo, cuándo y del con qué predomina sobre la educación del quién, el más ser
y el para qué. He aquí un posible error fundamental, que se traduce en costos
enormes y desapercibidos que se reflejan en lo que se construye (con mayor o
menor acierto y siempre con esfuerzo), y en lo que no se realiza. ¿Y cómo eva-

Los jóvenes en un mundo en transformación


luar lo inexistente?

UNIVERSALIDAD Y DIDÁCTICA. Cuando el niño es pequeño, percibe,


juega, se comunica y experimenta sólo con seres diferentes. Cuando desde los
medios de comunicación, las figuras de autoridad y otros niños influidos por
ellos se resaltan las diferencias que antes quedaban ocultas por la gestalt persona,
y, muy atento a las comparaciones, se sensibiliza (abre y nutre rutas neurológi-
cas) y reflexiona sobre ellas, se ve impelido a clasificarlas dualmente: conocidas
o desconocidas, mías o tuyas, buenas o malas, mejores o peores. Éste es el ori-
gen de la motivación por la desigualdad de muchos ismos: de raza, de sexo, de na-
ción, de religión, de ideología, etc. Los adultos tenemos mucho que aprender de
esos niños anteriores, de su inteligencia directa, de su percepción globalizada, de
su conocimiento complejo, sintético. En ellos radica la fuente metodológica ini-
cial para la orientación universal. La dualidad es la perdición del ser humano, la
garantía de la mediocridad y del conflicto. La única esperanza que tiene la inte-
ligencia parcial es “volver al tronco no trozado”, como diría Lao Tse, a la unidad
originaria, a la totalidad. Se puede llegar meditando hacia el centro de la circun-
ferencia, o bien ascendiendo exteriormente por la espiral del eje de la universali-
dad. Ambos métodos educativos se dan cita en la adquisición de una conciencia
superior (A. de la Herrán, 1998b). Una educación de la universalidad, no sólo es
compatible con la tan deseada mayor desexteriorización del ser humano, sino que
puede favorecer expresamente su interiorización, a través de su potencial univer-
salizador. Creemos que los profesores con sus alumnos, y la escuela con la socie-
dad, han de asumir comunicaciones didácticas individuales y colectivas orienta-
das al desarrollo de la necesaria convergencia, desde estados de (conciencia de)
universalidad y hacia zonas de conciencia de próximo desarrollo (ZCPD) más avan-
zadas que las que habitualmente predominan. Desde luego, como ocurre con

319
cualquier conocimiento, este sistema de referencia universal, relativamente más
complejo, puede aportarle al docente conocimientos desde los que demandar
aprendizaje a sus alumnos. La universalidad es una premisa y una finalidad sus-
ceptible de integración cercana y/o contextual, inmediata y/o remota, con cual-
quier otro contenido y pretensión, y puede ser realizada por la educación, desde
la comunicación didáctica, a través de actuaciones y objetivos más concretos
como pueden ser las siguientes pretensiones o andamiajes de enseñanza:

a) Orientar reflexiones en grupo cuya alternativa sea la no-parcialidad o la


universalidad.
b) Desarrollar actitudes de flexibilidad, integración, cooperación y tole-
rancia, pensando en lo universal o tomando a la humanidad como refe-
rencia.
c) Destacar aquellos objetivos y contenidos educativos afines a esta aspira-
ción global y convergente.
d) Atender objetivos y contenidos de síntesis y convergencia de parcialida-
des, pretendiendo ir más allá de las semiuniones y pseudoglobalizaciones.
Los jóvenes en un mundo en transformación

e) Contemplar a las personas más allá de toda cualificación o calificación hu-


manas, enseñando a apreciarlas y valorarlas desde su condición humana.
f ) Enseñar a dudar de las seguridades y de las invitaciones al quietismo, nor-
males en las opciones parciales (no universales) y en las pseudouniversales.
g) Reforzar con equilibrio y orientar el trabajo y los esfuerzos de aquellos
alumnos que se identifiquen con el fenómeno y el sentido universaliza-
dor del conocimiento y de la realización humana, en cualquier aplica-
ción o vertiente, desde la apertura y la flexibilidad de criterios.
h) Descubrir con los alumnos las facetas menos parcializantes y más uni-
versalizadoras de las elecciones profesionales.

La propuesta educativa más importante que en este contexto podemos ha-


cer es la adquisición del acceso a la universalidad, con una moneda, cuyas dos ca-
ras son la externa o hacia afuera: Enseñar desde pequeños a los niños y jóvenes
a colocar los propios intereses (de los sistemas parciales: personales, locales, co-
munitarios, nacionales, internacionales, etc.) en función de un vector más am-
plio, el de la evolución humana, de tal manera que, entre ellos, no haya objeti-
vos egocéntricos o dependencias que contrarrestar, ni pugnas que desarrollar.
Cuando los límites del entorno físico y emocional se amplían suficientemente,
se desemboca en la universalidad. Y la interna o hacia dentro: Puede ser causa
o consecuencia de la anterior, y desde esta lógica está ligada al problema del au-
toconocimiento, tan mal resuelto o tan bien irresuelto por la educación. Y es que,
como se apunta en otro lugar (A. de la Herrán Gascón, 1998, pp. 398-400,
adaptado), para saber quiénes somos, primero resulta necesario saber quiénes
esencialmente no somos. Porque la cuestión se escora, a veces sin remedio, cuan-
do a uno le acaban convenciendo de ser lo que se cree ser, a saber, su programa
mental-circunstancial, so pena de ser considerado inadaptado. Y de este modo

320
nos identificamos con nuestro nombre, nacionalidad, sistema de creencias po-
líticas, religiosas, personales, cuerpo, sexo, etc., porque se lo han repetido a uno
hasta la saciedad desde pequeñito y se lo recuerdan a diario en las familias, los
centros escolares, los medios de comunicación, etc. sin requerir de sí mismo la
necesaria indagación.
¿Cuál es, pues, la vía de entrada, de Educación con mayúsculas? A nuestro jui-
cio, los sentidos para su desarrollo serían dos, que transcurrirían desde el ego (par-
cial) a la plena conciencia (universal): Desde el punto de vista del individuo, la des-
exteriorización e interiorización-madurez personal. Desde el punto de vista de la
sociedad, la reflexividad y convergencia-evolución social. Sendas líneas de acción
son complementarias, convergentes y pueden formar más allá de la parcialidad,
hacia el aprendizaje de mentalidades y creencias propias de adultos sanos, saluda-
bles e internamente amplios. La idea de enseñar no ha de identificarse sobre to-
do con actuaciones exteriorizantes u orientadas a que el alumno viva en función
de lo de afuera. Lo natural sería que el ser humano estuviera más (o al menos tan)
interesado en sí mismo que sobre contenidos objetales que orbitan en torno a sí y
con los que se relaciona. La educación actual es sobre todo una educación para el

Los jóvenes en un mundo en transformación


ser (interés). Y que, por tanto, circunvala sin penetrar en lo verdaderamente útil,
tan sólo descubrible por uno mismo, mediante meditación y autoconocimiento. Es-
to es muy importante, porque determina una laguna fundamental y asegura en
los futuros adultos y en la sociedad en su conjunto una inmadurez generalizada,
algo que vivimos tan cotidianamente que casi nos pasa desapercibido.

MUTACIONES ESENCIALES EN LA COMPRENSIÓN DE LA EDU-


CACIÓN. Una percepción miope puede transformarse en una verdadera difi-
cultad de aprendizaje de origen egocéntrico. Un punto de vista cerrado nos pue-
de hacer actuar hacia o para los pequeños sistemas con que nos sentimos
identificados. En estados de conciencia sistémicos (ordinarios y estrechos) pode-
mos llegar a definir o interpretar mal ideas naturalmente amplias. O sea, incu-
rrir en errores del tipo “si p, entonces q”26. Desde las nuevas comprensiones y
una actitud de totalidad entendida como anhelo, parece conveniente un signi-
ficativo cambio de enfoque en la educación y en la formación de los profeso-
res. En el caso de los profesionales de la enseñanza, este cambio de enfoque al-
canzaría el punto de vista de su conocimiento y de su percepción de la función
social que realizan, además de orientar investigaciones y descubrimientos futu-
ros. Las justificaciones generales, que se sitúan directamente en la universali-
dad, pueden resumirse en los siguientes contenidos:

a) La opción más universal será siempre superior a la más parcial, desde un


punto de vista no sólo lógico, sino humano, social, epistémico, educa-
tivo, psicológico, etc.

(26) R.D. Tweney, y E. Doherty (1983) lo evidenciaron en otros contextos, con personas no cualificadas y con
graduados no universitarios e incluso científicos (en L.M. Romero Fernández, 1992), nosotros lo recreamos en éste.

321
b) La importancia del papel que cumple el personal docente como agente de
cambio, favoreciendo el entendimiento mutuo y la tolerancia, nunca ha si-
do tan evidente como hoy. Este papel será sin duda más decisivo todavía en
el siglo XXI. Los nacionalismos obtusos deberán dejar paso al universalismo,
los prejuicios étnicos y culturales a la tolerancia, a la comprensión y al plu-
ralismo, y un mundo dividido —en que la alta tecnología es privilegio de
unos pocos— a un mundo tecnológicamente unido. Este imperativo entra-
ña enormes responsabilidades para el personal docente, que participa en la
formación del carácter y de la mente de la nueva generación (J. Delors et
al. 1996, p. 162).

Puede ser pertinente concretar aquellas premisas, capaces de ahormar una


renovada racionalidad compleja y orientada para nuevos frentes de indagación:

CAMBIO EN LAS COMPRENSIONES DE LOS SISTEMAS EDUCA-


TIVOS. Los sistemas educativos deberían superar su conciencia sistémica (ego-
céntrica: desde sí y para sí) y pasar a transformarse en “sistemas evolucionados”
Los jóvenes en un mundo en transformación

(generosos: desde sí para otros y para la humanidad ) (A. de la Herrán Gascón,


1998b). Para ello, un paso intermedio es superar el nacionalismo de origen,
aprender a mirar ampliamente mucho más allá de él. Hacemos nuestra las pa-
labras de J.L. García Garrido (1998) a la hora de proponerse un programa de
acción para la formación del profesorado del siglo XXI:

En primer lugar, me refiero a la necesidad de trascender el concepto de “nación”


y de “nacionalidad” a la hora de formar al profesorado de hoy y de mañana. En to-
das partes del mundo, las instituciones de formación del profesorado padecen una
fijación casi enfermiza por lo nacional, por los problemas del propio país relativos
a la escolarización, a la elevación del rendimiento académico con respecto a otros
países, etc. Parece como si se utilizaran los estudios comparativos (que además se uti-
lizan poco) sólo para suscitar la competencia entre países. O para justificar el ta-
lante nacionalista (p. 37).

En otra obra anterior (J.L. García Garrido, 1996, p. 99) continúa el razo-
namiento:

Las instituciones de formación docente piden con frecuencia a sus alumnos (so-
bre todo en países de escaso desarrollo) que, cuando sean docentes, trasciendan los
límites de su escuela y sepan convertirse en líderes comunitarios, empapándose com-
pletamente de su inmediato entorno. Lo que está muy bien, siempre y cuando les
pidan también una radical apertura al ancho mundo. En contra del “pueblerinis-
mo” del que tan frecuentemente hacen galas las instituciones de formación docente
en todos los países, habría más bien que asegurar a los futuros docentes una visión
abierta y despierta ante los agudos problemas no sólo económicos y sociales, sino
también morales y espirituales, que padece hoy la humanidad en su conjunto.

322
NECESIDAD DE CAMBIO PROFUNDO EN LOS “PARADIGMAS”
EDUCATIVOS: Todos los denominados paradigmas de investigación y forma-
ción del profesorado aportan perspectivas y procedimientos útiles para un mejor
desarrollo del trabajo docente, pero cuando el reto es la (trans)formación del
profesorado se muestran llamativamente limitados. Urge una reordenación
transversal y profunda a la búsqueda de un nuevo ¡y verdadero! paradigma de
corte complejo-evolucionista capaz de explicar la hondura que al resto escapa (A.
de la Herrán, e I. González, 2002, p. 253,255; A. de la Herrán, 2003).

CAMBIOS EN LA MENTALIDAD DOCENTE: Abogamos por la pro-


puesta de cambio de mentalidad, antes de pretender que, de unas actitudes o co-
nocimientos duales, se propongan parcialidades o incoherencias. Señalemos al-
gunas consecuencias lógicas del efecto de incremento de complejidad sobre el
pensamiento del profesor/a de los tiempos nuevos, desde la perspectiva de una
posible conciencia universal:

LA HUMANIDAD, EN EL PUNTO DE MIRA: Sobre la humanidad se

Los jóvenes en un mundo en transformación


conversa poco y se reflexiona menos. Y no es extraño. La ignoran los adultos,
la ignoran las naciones más poderosas —a la inversa ocurre menos— y, por la
falta de vivencias o de rutas neurológicas, no se considera una ideación de rea-
lismo primario o de importancia. Sin embargo, el psicólogo evolutivo H. Gard-
ner (1999) viene a expresar la capacidad del niño de 5 años para elevar algo así
como la cota de su identificación hasta la cota de la propia humanidad:

El niño de cinco años está bien asentado en la cima de la posibilidad. Ya ha lo-


grado mucho en virtud de ser miembro de una especie; ya tiene una personalidad
propia y un perfil idiosincrásico de cualidades. Pero ya está a punto de sumergirse
para siempre, en las prácticas evidentes explícitas de una cultura más amplia. El có-
mo combina sus inclinaciones naturales con las posibilidades y las restricciones de la
sociedad que le rodea determinará el que alcance o no nuevas alturas y, si lo hace,
si dichas alturas serán las reconocidas generalmente por la sociedad o las que le po-
ne en estado de alerta, o incluso a la Humanidad como un todo, para dar origen a
nuevas posibilidades (p. 39).

Nuestra experiencia nos dice que la mayor parte de los niños son capaces de
abstraer esa intuición con validez parecida desde los tres años y medio. Y sin
embargo, para poder soñarlo, es preciso creer que los docentes pueden interio-
rizar (normalizar) la idea, y que la presimbolización y simbolización infantil de
éste y otros contenidos son verdadera antesala de amplitud y de apertura de
conciencia. Desde un punto de vista psicosociológico (o de sentido común),
quizá la falta de cultivo de esta noción ocurra porque, percibido en su auténti-
ca amplitud, es uno de los conocimientos/fenómenos menos sesgados-en-sí.
Por lo tanto, no interesa su realce excesivamente a los ismos o al resto de siste-
mas y personas parciales, salvo para parcializarlo, apropiárselo, monopolizarlo

323
o estropearlo. Pero, aunque su escasa relevancia sea comprensible, no es lógica:
no percibirla en primer término, es un mal aprendizaje global, resultante de
una enseñanza fragmentaria, cuyo mal hacer está costando caro. Actualmente,
como mucho, es una especie de trasfondo, de pared, ni siquiera de marco:

Y actualmente la humanidad, como no ha sido nunca ninguna patria, es una


comunidad de vida y de muerte [...] Al mismo tiempo que vive sus pluralidades de
vidas nacionales, la humanidad vive ya su muerte sin haber podido nacer todavía
(E. Morin, 1983, p. 517).

Pero, “¿Vivimos hoy nuestra agonía o la agonía de un nuevo nacimiento del


hombre, que se producirá por el nacimiento de este cuarto término [los otros
tres son: individuo, especie y sociedad] necesario para su expansión: la huma-
nidad?” (p. 520). La respuesta básica, que es la actitud, depende de las refle-
xiones y de las acciones, casi nunca del azar. Por tanto, digamos finalmente lo
sustancial a esta propuesta: es muy importante volver a comprender la huma-
nidad como conjunto, y cultivar esta percepción en las escuelas. Porque, si no
Los jóvenes en un mundo en transformación

se hace, ¿en qué ideas de afianzamiento se asentará el sentimiento de universa-


lidad? Y en ese caso, ¿cómo podría el ser humano cohesionarse? Hay que hablar
de la humanidad, hay que hablar de evolución humana. Sin ser mucho pedir,
pudiera ser definitivo. Es preciso realzar la relevancia de este sujeto de sujetos
en muchas más proposiciones y razones. Porque está tan elíptico, que lo hemos
dejado de percibir en la conciencia. Cuanto más se haga para su refuerzo, me-
jor para todas las partes, porque se estará evidenciando y cubriendo la mayor
de las carencias, un déficit de totalidad. En principio, para lograrlo bastaría con
querer plenamente, a tres bandas: con el sentimiento, con el conocimiento y
con la conciencia. Las tres se resumen en querer con honestidad y durante lar-
go tiempo la unidad.

EL NIVEL DE REALIDAD PLANETARIO, REFERENCIA PRINCI-


PAL: “Esta idea de humanidad vive aquí y allá desde hace mucho tiempo, man-
tenida por la reflexión de moralistas o por el ejemplo de sabios. Pero la huma-
nidad se ha convertido en una realidad planetaria sólo muy recientemente” (E.
Morin, 1983, p. 517). De forma acorde con las percepciones globales y siem-
pre que los contenidos lo permitan, los temas y sus perspectivas, no sólo ten-
derán a superar las fronteras, sino que expresamente se referirán a horizontes
verdaderamente planetarios. Esto ocurrirá, con toda probabilidad, por tres razo-
nes básicas: La primera, el incremento de complejidad de la conciencia indivi-
dual, que conduce a la formación de cada vez más “conciencias sin fronteras”
(K. Wilber, 1990), al que sin duda pueden ayudar los futuros medios de co-
municación social, frente a los actuales medios de confusión social. La segunda,
la densificación de las relaciones entre los sistemas menores (ya hemos repara-
do en Internet), cada vez con más rapidez, originando pseudoglobalidades cuyo
caminar sólo pueden conducir a la globalización real o a la composición de un

324
sistema único, dotado de una equifinalidad planetaria: “El futuro del planeta ha-
brá de configurarse como una sola unidad de objetivo único” (R. Portaencasa,
y J.A. Martín Pereda, 1992, p. 2). Y la tercera, la salida de la Tierra, o sea, la
exploración y profundización humana, más allá de la atmósfera, importantísi-
ma para la apertura actitudinal, cognoscitiva y útil para la educación (disolu-
ción) de nuestro recalcitrante egocentrismo.

ESQUEMA DE UNA EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HU-


MANA: DEL BIENESTAR AL MÁS SER: En una sociedad que emerge ciega-
mente sobre sí misma, se hace cada vez más importante diferenciar entre dos
conceptos y fenómenos básicos: progreso y evolución. “Porque muchas veces lo
que la sociedad necesita para progresar27 no coincide con lo que las personas re-
quieren para evolucionar” (A. de la Herrán, 1998). Ambos deben granar rela-
cionados. El desarrollo exteriorizante y orientado al bienestar ha de verse com-
pensado con el crecimiento interior, basado en el deseo de “ser más” (P. Teilhard
de Chardin, 1974), para ser mejores. Actualmente, guiados por un recalcitran-
te egocentrismo, individuos, grupos, instituciones y sociedades en general se

Los jóvenes en un mundo en transformación


anudan más y más para centrarse cada cual en su sistema, y perderse en obje-
tivos que se desentienden de aquellos conocimientos y realizaciones que pu-
dieran incidir en la posible evolución del ser humano. La ausencia generalizada
de ese sentido nos ha sumido en una época de espíritu frágil, de debilidad in-
telectual, de voluntad descafeinada, de falta de responsabilidad, de ausencia de
compromisos sociales serios, y de objetivos que no van más allá de la polariza-
ción de los comportamientos en torno a los propios deseos (A. de la Herrán
Gascón, 1993). Teniendo en cuenta que el ego es el principal bloqueo o difi-
cultad para la apertura y flexibilidad mentales, la capacidad de síntesis, la ca-
pacidad de cooperación, integración y convergencia, el sentimiento de unidad,
la humildad, el autoconocimiento, la serenidad interior, la capacidad de duda,
el sentido crítico no-dependiente, la capacidad de rectificación, la generosidad,
la ética autógena, etc., nos parece esencial su análisis, de cara a su posible re-
flexión educativa. Por eso, la superación del ego humano podría entenderse co-
mo epicentro de la educación perenne. Sin una comprensión y superación del
ego, no puede darse verdadera educación, ni integración, ni desarrollo profun-
do de personas, colectividades, instituciones o pueblos. Porque, ¿cómo puede
la educación avanzar desconectada de la madurez individual y colectiva? Se des-
prende de ello que el control o dominio del ego y su posible tratamiento son
competencias educativas. ¡O deberían serlo! Porque lo que resulta palpable es
que éste, que ya calificamos como “problema principal de la educación”, está
como tapado o ignorado.

(27) Como expresa el profesor A. Velasco (1999), el progreso debe estar al servicio del ser humano, no contra el
ser humano, contra ningún ser humano. Y si 80 países no sólo no progresan, sino que marchan hacia atrás, algo falla
en el general progresar. El progreso, el verdadero progreso, “debe dirigirse al bienestar y a la realización de todos los
hombres —no de una parte de la humanidad, de los privilegiados”.

325
¿Por qué no todos los hombres pueden desarrollarse y tornarse seres diferentes?
La respuesta es muy simple. Porque no lo desean. [...] La idea esencial es que para
convertirse en un ser diferente el hombre debe desearlo profundamente y durante
mucho tiempo (P.D. Ouspensky, 1978, pp. 14,15).

El anterior diagnóstico es duro y tan contundente que perfora las dianas de


las honestidades inteligentes, dejándolas atrás. Sin embargo, una vez expreso y
dado por bueno, lo esencial es la terapia, la intervención o el tratamiento educa-
tivo. ¿Cuál podría ser el norte activo? Si la educación (formal, informal y no-
formal) impulsase desde sus esfuerzos cotidianos el vector del crecimiento inte-
rior desde la perspectiva de la superación de la inmadurez individual y colectiva,
podría favorecerse, quizá a varias generaciones vista, la emergencia de mejores
personas, o sea, de seres humanos menos egotizados y cada vez más conscientes.
Y ese norte formativo tendría como método de trabajo educativo lógico la po-
sible evolución humana percibida inversamente, o sea, con la mirada desholli-
nadora de puesta en sus descosidos y roturas egoicas, o sea, contemplando en pri-
mer plano lo que esencialmente la evita o sobra.
Los jóvenes en un mundo en transformación

ÁMBITOS FORMATIVOS PARA LA UNIVERSALIDAD. Esquemática-


mente propondría los siguientes ámbitos:

a) De formación del profesorado: 1) Técnico-reflexivo-transformador


(formación actual). 2) Autocrítica y desempeoramiento (A. de la Herrán,
e I. González, 2002). 3) Mejora profunda centrada en la conciencia (A.
de la Herrán, 1998).
b) De objetivos didácticos: 1) Sobre la necesidad de comprenderse y com-
prender a los demás. 2) Sobre la posibilidad de dudar y de desaprender
significativamente en torno a multitud de capacidades con cuya elimi-
nación se gana (didácticas negativas). 3) Sobre la coherencia como fuen-
te de ética y signo de buen aprendizaje. 4) Sobre el propio proceso de
desempeoramiento egótico aplicado a la comunicación didáctica y a la
relación con los compañeros, para favorecer la madurez personal más
allá del desarrollo profesional propio y ajeno. 5) Sobre la enseñanza de
la superación de los sesgos de los alumnos debidos al docente y al me-
dio social 6) Sobre la neutralidad, entendida como no-parcialidad y
universalidad en y de la educación, más centrada en la condición hu-
mana que en cualquier tipo de cualificación circunstancial y fragmen-
taria, buscando la universalidad, o en su defecto la no-parcialidad. 7)
Sobre el respeto didáctico, entendido como modo de desarrollar la en-
señanza de forma insesgada o desde planteamientos o actividades ecuá-
nimes o procesos dialécticos, más allá del razonamiento fragmentario.
8) Sobre la inducción a la complejidad, desde la capacidad de rectifi-
cación y la superación de sesgos, fluctuaciones hacia lo más completo
o no-parcial y su capacidad de complejidad de conciencia aplicada. 9)

326
Sobre las influencias y prejuicios evaluativos, desde la evitación de la
influencia de prejuicios en el conocimiento.10) Sobre lo que comuni-
ca, une y eleva socialmente, destacando aquellos contenidos sociales y
humanos convergentes, por encima de los fragmentadores y distancia-
dores. 11) Sobre la evolución grupal e individual a través de una
didáctica orientada a la evolución personal y grupal de profesores y
alumnos.
c) De capacidades más allá del ego: 1) Relacionadas con el reconocimien-
to de los apegos, identificaciones y sesgos propios y ajenos. 2) Relacio-
nadas con el desarrollo de un razonamiento dialéctico, integrador y cre-
ativo más capaz. 3) Relacionadas con el incremento de complejidad de
conciencia (discriminación, reflexión, comprensión, empatía, visión,
interiorización, convergencia, apertura, etc.)
d) De temas perennes, radicales o espirales de transversales: 1) Educación pa-
ra el autoconocimiento, el control y la reducción del ego. 2) Educación
para la complejidad de la conciencia. 3) Educación para la duda, la au-
tocrítica y la rectificación. 4) Educación para la no-dependencia. 5)

Los jóvenes en un mundo en transformación


Educación para la convergencia y la cooperación no-parcial. 6) Educa-
ción para un lenguaje universal. 7) Educación para la muerte.

VI. A modo de síntesis

PROGRESO Y EVOLUCIÓN (DE LA CONCIENCIA). Todo parece in-


dicar que lo que vale para progresar no siempre sirve para evolucionar (avanzar
con conciencia).
En el Shichisuo, un antiguo texto chino (h. 1600), se dice que “en el mun-
do vegetal los tallos crecen hacia arriba, y las raíces lo hacen hacia abajo, pero
en ningún momento la planta deja de nutrirse y repararse”.
Si trasladamos esta imagen al desarrollo de la humanidad podremos reco-
nocer que lo de nutrirse o crecer hacia arriba el ser humano no lo hace del todo
mal; que elimina peor, y que eso de repararse, como exige una cierta autocríti-
ca, es lo que peor se hace.

CONCIENCIA FRAGMENTARIA. Formamos parte de un todo con de-


masiados muros y demasiadas grietas.
Un mundo cuajado de ismos que nunca llegarán a ser istmos. Un montaje
sin conciencia de totalidad.
En esta especie de edificación lo que más abunda es la conciencia de ado-
quín, de fragmento, en algunos incluso de molécula de pieza de puzzle... de toda
índole: política, religiosa, cultural, histórica...
¡Y la verdad es que casi todo el mundo está muy contento, porque lo que se
consideran y valoran son procesos y resultados parcialistas o de puertas para
adentro de la propia partición!

327
Hasta tal punto pervive ese relativo bienestar que, por ejemplo, resulta ra-
ro que nos preguntemos si en qué medida esto de la universalidad debe preo-
cupar y proyectarse en el diseño, la enseñanza y la evaluación continua de la
educación o en la formación de los profesores.
Alguien podría decir que:

• la vida es así: limitada y para la limitación;


• un interior roto es lo normal;
• su desmembramiento está tan extendido que pasa desapercibido;
• pensar en otra cosa es ingenuo, utópico o propio de chalados;
• el discurso de la conciencia de marcos más amplios no es lo concreto, ni si-
quiera debería considerarse como contexto, porque va mucho más allá de
lo controlable, etc.

¡Abultado error con consecuencias inmensas!, diríamos nosotros, pues es


precisamente ese desapercibimiento o indiferentismo, lo que debería motivar que
la educación reaccione.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Porque la verdadera educación es —o debería ser— vanguardia sensible y


autoconsciente de la historia y el anhelo humanos, incluyendo lo que se hace y
lo que se deja de hacer, quién lo realiza y para qué se hace. Y no sólo vagón de
cola de la sociedad, destinado a satisfacer demandas sectoriales que, entre otras
funciones no escritas, tiene la de pensar lo “educativo” y administrárselo (co-
municárselo, suministrárselo) a la escuela de fuera a dentro y de arriba abajo,
de modo que lo único que interesa es que se sepa nutrir, y no que se autoa-
bastezca.
Contra la posibilidad de un desarrollo endógeno y centrífugo de la educa-
ción tenemos pues esta poderosa influencia “educativa” de los poderes fácticos,
el indiferentismo de muchos y también la raíz o tradición histórica-nacionalis-
ta de los sistemas educativos, cuya obvia inercia es la parcialidad.

CONCIENCIA SISTÉMICA O SÓLO-RENTABILISTA. Esta excesiva


identificación con el propio sistema parcial tiene efectos secundarios que pasan
por un fortalecimiento de una conciencia rentabilista,

• lo que asocia un apego a la eficacia,


• lo que precisa de una cierta insensibilidad,
• lo que dificulta la autocrítica,
• lo que interfiere la posibilidad de rectificación,
• lo que impide percibir la autoimagen con ecuanimidad,
• lo que bloquea que se desarrollen sinapsis de generosidad, de cooperación
y de convergencia,
• lo que evita la posibilidad de reidentificarse con unidades más amplias,
situadas en una dimensión diferente de “nuestro pequeño ‘mundo’ o ‘te-
rrenito’ de intereses”.

328
Pues bien, esa falla social es fundamentalmente educativa, y requeriría co-
mo respuesta lógica, pero no inminentista, una gran reforma educativa de todos
los sistemas sociales con los que el sistema escolar se relaciona: familia, política, eco-
nomía, medios de comunicación, etc. (A. de la Herrán, 2003).

EL SIGLO TERRIBLE. El XXI podría ser el siglo terrible. Ya lo está siendo.


Una vez más, parece que pasamos por la historia pero que no aprendemos
bien. ¡Dónde queda la autoconciencia histórica de Fichte o de Hegel!
Sin embargo, esto que ocurre podría convertirse en una magnífica oportu-
nidad para aprender. El XXI podría ser entonces el siglo de la educación, o, como
mantiene Jesús Muñoz, quizá no pueda ser.

UN DIAGNÓSTICO Y UNA TERAPIA: ATENCIÓN A LO QUE NOS


SOBRA MÁS QUE A LO QUE FALTA. Pero, ¿por qué?
¿Nos falta inteligencia? ¿Nos falta información? ¿Carecemos de conoci-
mientos? ¿Son decisivos los recursos disponibles?
A mi juicio, lo que sobre todo pasa es que sobra conciencia de fragmento e

Los jóvenes en un mundo en transformación


interés miope, en una palabra, nos sobra egocentrismo y narcisismo colectivos.
Cuando el egocentrismo colectivo se refracta en los nacionalismos enraizados en
un caldo de cultivo de globalización, puede decirse que nos encontramos en las
antípodas de la universalidad.
Esta observación da pie a cambiar ciertos esquemas y empezar a pensar en
lo educativo al revés, o sea, con una perspectiva de lastres, de anclas o de cabos
que nos tienen atados al suelo. Porque lo que parece es que estamos muy pen-
dientes de la solidez de la barquilla, de los colores de la tela, del logotipo de la
nave... pero por muy bonito que esto sea, lo cierto es que, si no se sueltan las-
tres y cabos, el globo no se elevará.
Nosotros decimos que no hay tarea más importante para la educación que
cultivar este sentimiento desde el que:

• diluir los egos nacionalistas —y de otras clases de ismos (pasado del pre-
sente),
• ampliar-profundizar las conciencias estrechas y
• desplegar, con voluntad decidida, una alternativa a medio-largo plazo a la
globalización (entendida en este contexto como estado de conciencia social
de carácter económico) que pivote sobre la educación de todos —no só-
lo del sistema educativo—, porque la problemática social podría tener
hondas raíces formativas.

Si se admitiera que la raíz más destacada de la problemática humana fuera


un estado de inmadurez generalizado, de lo que estaríamos hablando es de la co-
lumna vertebral de la formación humana, objeto y objetivo principal de la Di-
dáctica. Siendo así, estaríamos definiendo el mayor problema educativo.

329
Conclusión

“No se puede dejarlo así; no se puede no dejarlo así; no se puede de-


jarlo así, ni no dejarlo así” (Thich Nhat Hanh, 1978, p. 133).

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Los jóvenes en un mundo en transformación

333
CAPÍTULO IV.3
EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HUMANA

CAPÍTULO IV.3.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


SUGERENCIAS PARA UNA EDUCACIÓN CREATIVA
Prof. Dr. D. César Díaz-Carrera
Universidad Complutense de Madrid
Presidente del Instituto para el Desarrollo de la Creatividad

“La mayor crítica que podemos hacer de la deriva de nuestra cultura puede formularse en tér-
minos de la muerte de la Creatividad”.
CARL ROGERS
“Cada ser humano es el arquitecto de su mente”.
SANTIAGO RAMÓN y CAJAL
“La imaginación es más importante que el conocimiento”.
ALBERT EINSTEIN

Resumen

Nuestra cultura educativa tradicional —y las políticas que la nutren— han


tendido a preterir la dimensión creativa respecto de otras prioridades, por lo ge-
neral, más limitadoras y condicionantes de las mentes. Frente a ella se alza el
derecho al desarrollo del potencial humano, la expansión de la consciencia y
autonomía individual, en definitiva el derecho a recibir una educación creativa
y a vivir como lo que genuinamente somos: seres creativos. Un derecho que, en
estos momentos, se revela no como un lujo sino como condición de responsa-
bilidad social si hemos de abordar con posibilidades de éxito los retos a nuestra
supervivencia —como humanidad— en los albores de este siglo apenas inau-
gurado. Abordar alguno de estos desafíos en el contexto histórico y panorama

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educativo actual es el propósito del autor de estas sugerencias para una Educa-
ción Creativa.

¿Introito o provocatio?

Tras una conferencia de Sigmund Freud en Viena se le acerca una señora


con el gesto preocupado y le interroga: “Maestro, ¿cómo debo de educar a mi hi-
ja?”. La respuesta del padre de la psicología occidental no se hace esperar: “Co-
mo Vd. quiera señora porque en cualquier caso lo hará Vd. Mal”. La anécdota, po-
co importa si apócrifa o real, no tiene por objeto enviar un mensaje pesimista
sino tan rabiosamente realista como de importancia capital y generalmente ig-
norado; en efecto, hora es de que nos preguntemos por el valor de la enseñan-
za y la capacidad de los enseñantes para influir conscientemente en los com-
portamientos adultos de nuestros alumnos. En otras palabras, ¿en qué debemos
de focalizarnos en la enseñanza o en el aprendizaje?. La distinción, como vere-
mos, es cualquier cosa menos banal.
Los jóvenes en un mundo en transformación

En segundo lugar, y en presencia de un tema complejo y controvertido co-


mo el que nos ocupa, no es mala idea el comenzar formulándonos algunas pre-
guntas penetrantes. Ya que ¿qué es en definitiva pensar sino el arte de formular
y contestar preguntas?. Preguntas del tipo de: ¿Qué es crear?. ¿Se puede enseñar
a alguien a ser creativo?. ¿Están las instituciones educativas por la labor de educar
creativamente?. ¿Estamos los profesores preparados para educar creativamente?.
¿Qué dice la literatura científica sobre la creatividad educativa?. Las anteriores
cuestiones y alguna otra nos servirán como hilo conductor de las páginas que
siguen y en las que trataré de responder a las interrogantes planteadas.
Parto de la premisa de que por educación creativa cabe, al menos enten-
der dos cosas: la educación para una vida creativa protagonizada por un suje-
to autotélico (la cuestión de fondo) y un modo creativo, es decir no conven-
cional, de educar (la dimensión metodológica). Pues bien yo entiendo que
ambas dimensiones son necesarias y complementarias, sin que quepa por tan-
to separarlas más allá de la abstracción analítica, pero nunca en la vida real. Es-
tamos ante lo que se ha denominado la praxoléctica o praxología, es decir
que como sujeto me transformo al tiempo que transformo mi entorno y que
implica la superación del dualismo cartesiano del viejo paradigma científico.
Entre nosotros, Ortega y Gasset pareció verlo cuando escribió: “Yo soy yo y mi
circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. En otras palabras, toda edu-
cación creativa es necesariamente contextualizada y dialógica, y es difícil
ver cómo pudiera ser de otra forma dada nuestra condición “aristotélica” de
zoon politikon. Olvidar lo anterior paga un alto peaje como cualquier observa-
dor desapasionado y atento de la escena mundial, en estos primeros años del
siglo veintiuno, puede fácilmente comprobar porque para decirlo en palabras
de nuestro tan citado filósofo “cada realidad ignorada, prepara su propia ven-
ganza”.

336
Duc in altum

Pero tal vez hayamos ido demasiado deprisa y antes del “remad mar aden-
tro” de la rúbrica que encabeza estas líneas convenga asegurar bien los aparejos
que llevaremos en la travesía, una especie de “back to basics” de la creatividad y
de la educación. ¿Qué es crear?. De pequeño solía escuchar que “crear es sacar
algo de la nada” y que ese es el atributo de Dios. Aquí hablamos de los atribu-
tos del hombre y la creatividad (humana) tiene que ver con hacer posible lo in-
visible, trayendo a la existencia algo nuevo y valioso. Lo invisible son las ideas,
creencias y proyectos que transformadas en decisiones se convierten en accio-
nes y, en su corolario, los resultados que, a su vez, refuerzan o ratifican los mo-
delos mentales de partida. O también crear es hacer de la contradicción, del
desfase, que observamos entre hechos y valores una cuestión personal, com-
prometiéndonos con aproximarlos. Vista así, la creatividad contiene una di-
mensión axiológica que difuminaría la diferencia entre los medios y los fines,
de forma que los medios que no son también fines en sí mismos carecerían de
legitimidad moral. Comprendo que esta visión es discutible y además es la que

Los jóvenes en un mundo en transformación


elijo defender aquí.
Y ¿qué es educar?. Etimológicamente el término viene del latín “ex ducere”
que significa literalmente sacar fuera; ¿el qué?. Pues nada menos que nuestra
unicidad o mismidad. Es decir, aquella configuración genotípica y fenotípica,
aquel “chip” que nos convierte a cada uno en seres únicos y valiosos distintos de
todos los que han sido, existen en este momento y existirán en el futuro. Edu-
car no consiste tanto en atiborrar las mentes con conceptos e ideas precocina-
das o de creencias heredadas y convenientemente adoctrinadas cuanto en libe-
rarlas para que puedan volar por sí propias. Para ello las mentes, de las que en
palabras de Ramón y Cajal, somos sus arquitectos, deben de estar abiertas. Me-
jor abiertas del puro asombro que nos provoca el vivir que cerradas por las cre-
encias. Alguien escribió que la mente es como un paracaídas que solo funciona
cuando se abre. Pues bien la función de toda educación creativa consiste en
primerísimo lugar en lograr y hacer operativa esa apertura. En palabras del po-
eta Kalil Gibran, “la educación no siembra semillas en ti, pero hace que tus semi-
llas fructifiquen”.

Ubi sumus…

Entrados ya en el siglo veintiuno en plena revolución de la información y


camino de la era del conocimiento, los humanos de la zona privilegiada del pla-
neta poseemos el acceso a ingentes cantidades de datos, más de los que pode-
mos procesar y de datos contextualizados es decir de informaciones, más de las
que estamos en condiciones de asimilar. Por ello se hace urgente el ayudar al
alumnado a desarrollar criterio para separar “el trigo de la paja”, discerni-
miento. Esta es una de las principales responsabilidades —sino la principal—

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de todo enseñante hoy. El objetivo que se persigue es el que nos convirtamos
todos en seres generadores —y no solo gestores— de nuestro propio cono-
cimiento. Se trata de motivar al alumno para que desarrolle la capacidad de
ejercer su autonomía en el proceso de aprendizaje y de desaprendizaje, un pro-
ceso permanente que no termina jamás. Y un requisito para lograrlo es el de es-
timular actitudes creativas —condición previa de las conductas creativas— jun-
to con el entrenamiento en habilidades y técnicas de pensamiento creativo, en
definitiva de apertura a los planos cognitivo, emocional y óntico.
Pero visto desde la universidad española y europea que conocemos, ¿estamos
enseñando creativamente en la doble acepción que aquí nos interesa, de fondo y for-
ma?. Más aún ¿estamos ante una propuesta realista o utópica?. O incluso peor
¿quimérica?. ¿Estamos los profesores formados para educar creativamente?. Me
gustaría no dejar dudas sobre este punto. La creatividad como tal no se puede
enseñar puesto que se trata de una cualidad que, en mayor o menor grado, to-
dos poseemos. Pero sí es posible generar las condiciones para que las personas
la desarrollen. Y esto sí que debe constituir una obligación moral y meta pro-
fesional de todo enseñante que se precie.
Los jóvenes en un mundo en transformación

La segunda cuestión es si la universidad como institución apuesta resuelta-


mente por la formación creativa de sus miembros. Aquí la tarea es ingente pe-
ro no imposible contando con la buena disposición de todos los implicados.
Por una parte si el desarrollo de la creatividad no es un lujo, ni siquiera tan so-
lo un elemento esencial de ventaja competitiva (personal, organizacional y so-
cietal) sino más aún una condición para nuestra supervivencia y por tanto una
necesidad imperiosa entonces uno de los pilares de toda política educativa se-
ria debería de ser el desarrollo de las capacidades creativas de sus miembros. En-
tiendo aquí por política el arte de hacer posible aquello que se considera nece-
sario. Y para ello deben de facilitarse a profesores y alumnos las experiencias que
desarrollen el potencial creativo que puedan poseer.
En lo que más directamente nos atañe, ¿cómo podemos ayudar los profesores
en esta apasionante misión?. En primer lugar comprometiéndonos con desarro-
llar todo nuestro potencial creativo a todos los niveles. Lo que implica caer
en la cuenta de que vivimos una realidad muy condicionada (con el “piloto au-
tomático” puesto), situación que demanda una invitación a des-condicionar-
nos, des-hipnotizarnos y des-anestesiarnos. ¿A qué niveles?.

1º) En el plano cognitivo desarrollando la capacidad para pensar con rigor


de manera lógica y lineal y también convergente y divergente así como el “pen-
samiento lateral”. Nuestra educación escolar y universitaria potencia sobre to-
do las funciones analíticas, lógicas y secuenciales del hemisferio cerebral iz-
quierdo; resulta imperativo complementarlas con las intuitivas, espaciales e
imaginativas propias del hemisferio derecho. Este hallazgo le valió al Dr. Sperry
el premio Nobel de Medicina en los años sesenta. Dicho en palabras de Sprans-
ki, la meta es compatibilizar el desarrollo de la mente procesadora (computer
mind) función del hemisferio izquierdo con las perceptivas de la mente recep-

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tora localizada, sobre todo, en el derecho. Más concretamente aprender no so-
lo dialéctica sino sobre todo dialógicamente superando el letal dualismo del
viejo paradigma científico como la tajante separación entre el “sujeto” y el “ob-
jeto”, aprendiendo a transformar tensiones destructivas en polaridades creati-
vas. Un ejemplo de ello consistiría en poner los avances tecnológicos al servicio
de la libertad interior del ser humano (recordemos la noción de “retroprogresi-
vidad” de Rof Carballo). Ahora bien, tan importante como pensar con rigor y
método cuando hay que hacerlo es el desarrollo de la capacidad de inhibir to-
do el fenómeno automático del pensar haciendo el silencio mental. Es la vía
de la observación atenta, de la contemplación serena a la vez que activa, supe-
radora del sujeto como foco de experiencia, vía que conocen muy bien los me-
ditadores y místicos.

2º) En el plano ontico-existencial viviendo una vida no escindida, salien-


do de nuestras respectivas “torres de marfil” intelectuales (y de nuestras espe-
cializadas zonas de confort) abriéndonos a la comprensión de la conexión entre
el “todo” y las “partes”, superando el divorcio entre el pensamiento y la acción.

Los jóvenes en un mundo en transformación


Pensar como hombres (y mujeres) de acción y actuar como gentes de pensa-
miento, desde el propio proyecto. Para ello resulta fundamental comprender
hasta qué punto somos prisioneros de nuestras ideas y creencias que a su vez de-
terminan las decisiones que adoptamos, éstas las acciones que emprendemos y,
en definitiva, los resultados que cosechamos en la vida. Resultados que retroa-
limentan a su vez nuestras creencias, reiniciándose así el bucle. Por otra parte
se trata de que nos desidentifiquemos respecto de nuestras ideas que según Or-
tega es algo que tenemos (frente a las creencias en las que se está instalado). Pe-
ro no es siempre cierto que tengamos ideas, a veces son precisamente las ideas
las que colonizan nuestras mentes sin que nos demos cuenta siquiera, y por ello
resulta aún más difícil lograr esa desidentificación con ellas paso previo al pro-
ceso creativo de construcción de nuestra propia mente. Se trata de no invalidar
a la persona por las ideas que pueda tener lo que nos conduce inmediatamen-
te a una actitud de tolerancia y de valoración de la diversidad sin la cual no es
posible crear. Porque yo no soy mis ideas (las tengo o me tienen) pero en nin-
gún caso constituyen el núcleo de mi identidad, y la prueba es que mudan con
el tiempo, las vivencias y las circunstacias. Comprender vitalmente y no solo
cognitivamente esto implica un plus de consciencia, condición y corolario a la
vez de toda educación creativa.
Si difícil resulta desidentificarnos de las ideas, ¿qué decir de las creencias?
¿cómo cambiar las creencias si muchas de ellas (ej. los mitos) son inconscien-
tes?. Inconscientes y además poseen el poder de guiar nuestras vidas, grave pe-
ligro. La Creatividad posee instrumentos para ayudarnos a reprogramar el in-
consciente, abrirnos al supraconsciente y vivir de modo más atento y consciente
en el aquí y ahora. Al cambiar la calidad de nuestra experiencia empezamos a
saborear de modo más rico, auténtico y genuino nuestra vida con acrecentado
poder para crearla y recrearnos en y con ella.

339
3º) En el plano relacional superando el espejismo de la división entre el
“yo” y el “tú” (el “I” y “Thou” de Martin Buber), ya que la calidad de nuestra
vida depende también de la calidad de nuestras relaciones en lo personal (pare-
ja, familia) y en lo profesional (equipos, armonía del clima laboral, etc.)

4º) En el plano de la Física moderna (pero que también podríamos deno-


minar la dimensión trascendente, nouminosa o cósmica), comprender nuestra
doble realidad como “onda” (invisible, causal y dinamógena) y de “partícula”
(tangible, causal y fenoménica). Se trata de familiarizarnos con las leyes de la
Física pero también de la Psicología: aquello en lo que nos focalizamos se expan-
de; y además en lo que me gusta denominar la primera ley de la Creatividad:
“todo va de lo más sutil (la idea, plan, proyecto) a lo más denso, (su concre-
ción física en objeto, acontecimiento, suceso)”. En esa línea los humanos serí-
an el pensamiento manifestado en una energía tridimensional. Una manifesta-
ción más ¿la más sublime? del carácter endogénico del proceso creador. Hacer
posible lo invisible valioso.
Y en el plano cósmico, se trataría de vivir de acuerdo con las leyes univer-
Los jóvenes en un mundo en transformación

sales. Subyacente a la Ley de la Creación está la Ley de la Atracción, atraemos


lo que pensamos, y nos convertimos en lo que ejercitamos, expresado en las biblias
inglesas con ese delicioso lenguaje arcaico “As a man thinketh, so is he”. La se-
gunda ley de la Intención Deliberada complementa a la primera. Del mismo
modo que los iguales se atraen, aquello que buscamos, nos busca, y es que el pro-
pósito focalizado posee el poder creativo de manifestar físicamente la intención.
Solo desde el previo compromiso con el desarrollo personal de las propias
capacidades creativas, puede el docente ofrecer su mejor aportación que no es
otra que el ejemplo, el estímulo inspirado por el “modelo viviente”. Ahora ya
estamos en condiciones de plantearnos: ¿y además de las actitudes, aptitudes y
destrezas auto-desarrolladas (o, más modestamente, en proceso de desarrollo),
¿qué queremos manifestar en el aula los profesores para favorecer la emergen-
cia de unos “aprendices” creativos?. Estaremos en mejores condiciones de res-
ponder a esta pregunta tras echar una ojeada a algún aspecto de la literatura
científica sobre la creatividad educativa.

Ubi est thesaurus tuus…

¿Qué dice la literatura científica sobre la creatividad educativa? Parte de es-


tos estudios se han centrado en el hecho de que las personas creativas son in-
dependientes y por lo tanto poco aquiescentes y no fuertemente motivadas por
el expediente escolar y el logro académico mientras que los programas univer-
sitarios están dirigidos fundamentalmente a los alumnos que poseen “talento
académico”. Las autoridades universitarias deberían de preguntarse pues qué
interesa fomentar: ¿el talento para el aprovechamiento académico o el talento
para obtener logros en la vida real y para la autorrealización integral del suje-

340
to?. Porque una conclusión parece clara, según el profesor MacKinnon de Ber-
keley “el rendimiento académico (expediente) no correlaciona con el potencial
creativo”.
Tampoco lo hace la inteligencia. En un muestreo de arquitectos y de in-
vestigadores científicos realizado por ese autor los índices de -0,07 y de -0,08
respectivamente, atestiguaban numéricamente el aserto. “Por encima de un
cierto nivel mínimo necesario para el dominio de un determinado terreno, ser
más inteligente no garantiza un aumento correlativo de la creatividad. Sim-
plemente no es verdad que la persona más inteligente sea la más creativa. Y si
bien sería tonto seleccionar para el ingreso en la universidad a los alumnos con
los índices más bajos de inteligencia en los tests (porque los alumnos creativos
también son inteligentes aunque no necesariamente los más inteligentes), nos
estamos engañando cuando seleccionamos a un alumno en vez de otro solo
porque tiene un promedio de 10 ó 20 puntos más en algún indicador de in-
teligencia”. (Cfr. MacKinnon en la bibliografía anexa, pág. 224). En la uni-
versidad española el asunto es todavía más grave ya que la selección del alum-
nado admitido ni siquiera se basa en índices de inteligencia sino en la simple

Los jóvenes en un mundo en transformación


capacidad memorística. Un ejemplo entre muchos. Para ser fisioterapeuta, una
profesión en alza y de gran demanda (es fácil emplearse con tal titulación en
la España del 2004), se precisa una nota media escolar de 9,8. Y yo me pre-
gunto ¿qué tiene que ver la memoria abstracta con las destrezas kinestésicas
(táctiles) que requiere el ejercicio de la profesión?. Muy probablemente nada.
Asistimos a una lamentable y flagrante desconexión entre los criterios de se-
lección para el ingreso y las habilidades precisas para una buena práctica pro-
fesional.
Uno de los descubrimientos más interesantes consiste en el origen de la in-
dependencia de los sujetos creativos cifrado en el clima familiar que predo-
mina en la infancia de los niños creativos y del que es fácil derivar conse-
cuencias para el clima en el aula y el rol del profesor. En efecto esa
independencia “parece haber sido fomentada por padres que, desde muy tem-
prano tuvieron un respeto extraordinario por el niño y gran confianza en su
capacidad para hacer lo que fuera apropiado. La seguridad de los padres de
que el niño va a actuar de manera independiente pero razonable y responsa-
ble parece contribuir mucho al sentido ulterior de autonomía personal que se
irá desarrollando luego …” (Ibid, pág. 228). En suma ni sofocante rigidez au-
toritaria ni permisividad total. Se trata de encontrar un equilibrio dialógico
entre estructura normativa y espacio en el que experimentar y ejercitar liber-
tad y responsabilidad.
Por ello esa confianza paterna no se traduce en un “ancha es Castilla”, en
un espacio desestructurado sin reglas ni exigencia. Por el contrario existe una
disciplina coherente y predecible que equilibra la estructura normativa con el
espacio en el que experimentar. Existían efectivamente reglas, normas fami-
liares y prohibiciones parentales que el niño conocía explícitamente y que ra-
ra vez incumplía. Se trata pues de una estructura con libertad y con expecta-

341
tivas de acción razonable y responsable. Ni permisividad extrema y total tole-
rancia ni ausencia de normas y falta de estructuración del espacio vital. El otro
extremo igualmente negativo sería el de un clima sofocante, autoritario sin es-
pacios para ejercitar su libertar y responsablidad. El equilibrio permite al ni-
ño saber quien es y el terreno que pisa, qué se espera de él, qué debe y puede
hacer.
¿Cómo extrapolar provechosamente estos hallazgos al ámbito educativo?.
Rescatando para el profesor el rol de guía, de mentor que estimula el pensa-
miento abstracto en sus alumnos, invitándoles a ejercitar sus capacidades,
mostrando su apreciación por su “unicidad” y por sus estilos y modos parti-
culares de concebir el mundo (incluidos los estéticos); invitándole a explorar
y experimentar superando el miedo a equivocarse; potenciando su intuición y
su imaginación. El profesor se convierte así en un profesional no de la trans-
misión del conocimiento (que cada cual tiene que generar) sino en un facili-
tador de sus procesos de aprendizaje. En un consejero y en un entrenador,
además de en un árbitro moral y de un modelo. Ayudándole a autoconocerse
y a superar sus miedos (recordemos que el miedo puede muy bien ser la cre-
Los jóvenes en un mundo en transformación

encia de que no podemos crear). Tratando al alumno como a un colaborador


total, en todos las fases de la investigación, asociándolo a sus elucubraciones y
no sólo a los ámbitos materiales del “trabajo sucio”; generando una comuni-
dad de aprendizaje en el que cada cual se sienta libre de aportar lo mejor de sí
enriqueciéndola, practicando el “diálogo generativo” y mostrando las herra-
mientas y técnicas creativas de generación de ideas, auto-conocimiento y au-
to-liderazgo y, en definitiva, brindándole un modelo con el que identificarse
infundiéndole así confianza para que desarrolle todo su potencial creativo al
servicio de su proyecto personal y de las más altas metas de la sociedad a la que
pertenece.

Resumen. Conclusión

El sentido de la Creatividad y del proceso creativo, el rol de la educación


creativa y la centralidad del aprendizaje, configuran los tres grandes ejes de este
breve ensayo. Partiendo de una anécdota de Sigmund Freud sobre la dificultad
de educar, se exploran resueltamente temas de gran interés para los profesiona-
les de la enseñanza: ¿Qué es crear?. ¿Se puede enseñar a ser creativo?. ¿Apuestan
las Instituciones educativas por la tarea de educar creativamente?. ¿Estamos los
profesores preparados para educar creativamente?. ¿Qué dice la literatura cientí-
fica sobre la creatividad educativa y cómo aplicar sus hallazgos al aula?. Son al-
gunas de las cuestiones que, con intención provocativa, original y contextualiza-
da, aborda el autor con el indisimulado deseo de entablar una conversación con
el lector. Conversación, entendida etimológicamente (del latín cum-versare) que
podríanos entender como un crecer o transformación mutua.

342
Bibliografía

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Los jóvenes en un mundo en transformación


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343
CAPÍTULO IV.3.2

Los jóvenes en un mundo en transformación


CAOS, EVOLUCIÓN, EDUCACIÓN
Prof. Dr. D. Manuel Almendro
Psicólogo. Ex presidente de ATRE

Introducción

Todo tiene visos de agotamiento. La entropía termodinámica que el determi-


nismo programó puede ser cierta a niveles de autohipnosis de los que se consideren
sistemas cerrados.
Pero el ser vivo en continuo dinamismo es un sistema abierto y complejo que no
puede negar la incertidumbre, garantía de evolución.

La ilustración y el racionalismo establecieron el modelo mecánico del uni-


verso y del ser vivo dando paso a lo que se conoce como el modernismo. Bajo
el parámetro cultural que de esta concepción del mundo se ha derivado todo es
reducido a un complicado aparato de relojería cartesiano-newtoniano: la vida,
el ser vivo... Muerto dios como relojero el científico se hace cargo cosificando
su objeto de estudio: la vida, el ser vivo....
Y la frialdad del hierro se convierte en la forma de relación. La ciencia se
convierte en tecnología al servicio de lo económico y de lo material, y los seres
se reducen a productores y a consumidores, los índices económicos en los him-
nos nacionales de crecimiento. La educación así concebida se convierte en un
manual de instrucciones de estrategias y habilidades para ser el Nomber One,
bajo la ley de la competitividad: la pérdida de la moral y la psicopatogenia es-
tán servidas. La vida concebida de forma determinista no da lugar a la coope-

345
ración sino a la supervivencia por el puesto, y éste ha de ser consagrado en for-
ma de nivel de presencia y en base a la marca de moda en la ropa, el coche, el
barrio.....La educación solo contempla el mundo exterior, la acumulación de
cosas de prestigio, el culto perverso a la cultura de la imagen como expresión de
la verdad. En nuestras consultas aparece el hombre informático exhausto, an-
sioso, sin energía, musitando quejidos sobre su vida destarlada con diez minu-
tos a la semana para poder disfrutar con sus hijos.
Si la ciencia determinista es tan poderosa ¿por qué no va mejor el mundo? ¿es
la expresión de un telediario el triunfo de esa ciencia? Mientras tanto los misiles
con sus efecto colaterales y los coronavirus mutantes parecen que se quedan con
la banca. Las alergias se disparan como un alejamiento de las leyes naturales.
El ser genético programado, la medicina y la vida a la carta, ha sido acla-
mado a toda pompa en los telediarios dando a entender que por fin.....!ya sí que
hemos sometido a la Naturaleza! . Sin embargo cuando lees la letra pequeña to-
da esta propaganda se ha basado en vender humo. Y no es visión depresiva el
admitir la incertidumbre y la imposibilidad de someter a programación a la Na-
turaleza sino cantar su grandeza y su impredecibilidad.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Agotado el modelo mecánico de universo y en su agonía el fin de la ciencia


aparece paralelamente al fin de la materia como “cosa programable” (Hisen-
berg-Gödel). Más allá el vacío, la mutación biológica, ..¿Qué inteligencia man-
dará en el virus del sida, en el de la neumonía “atípica” en los virus que pasan
de los animales al ser humano? ¿está esa inteligencia respondiendo así a la cosi-
ficación de lo vivo que hoy ejerce el hombre moderno ......?.
Solo los índices de crecimiento económicos (¿sin fin?) parecen sostener en
espejismo el último reducto. Queda el aliciente de sostener el fin de la materia
como artefacto programable, siendo esta programación una consecuencia más
a cuenta de la concepción de la estupidez autómata del mundo. ¿El fin de la
ciencia no estaría por ahí unido al verdadero fin de la historia posibilitados por
el agotamiento de esta cultura (ó civilización) determinista previa destrucción
del ecosistema?
Si la educación económico-competitiva es el eje base de una educación pa-
ra este modelo es obvio que otra educación es posible si empezamos a entender
la posibilidad de otros modelos que puedan emerger del cementerio mecánico.
Más allá del caos es posible porque la entropía de los sistemas abiertos no sig-
nifican la muerte térmica sino el paso discontinuo que da posibilidad a la “ele-
vación” zubiriana. Por eso estamos en época de preguntas, épocas de parto, más
que de respuestas. Es necesario una nueva forma de enfocar el desorden en
nuestras sociedades desestabilizadas.
Estamos ante la época de una educación para el sí mismo como ojo del hu-
racán y como esencia que no necesita de prótesis ni de culto a la imagen como
falsa expresión de la verdad. Estamos ante la consciencia, una de las pocas pa-
labras que se resisten a convertirse en desagüe de la historia.
Una educación para una consciencia instaurada tal vez por ley natural en las
profundidades interiores del ser humano, unas profundidades despreciadas co-

346
mo subjetivas por el determinismo con el a veces alarde soberbio de no poder
ser verificadas por escrutinios públicos simplistas de profesionales de la mecá-
nica. Las leyes que sirven para construir un puente de hierro no sirven para en-
tender la rica interioridad de cualquier ser vivo. Y esa interioridad es una gran
pregunta, porque es la que va a poder establecer un equilibrio cuando el caos
emerge: perdidos en una “realidad” objetiva, mecánica, de superficie, controla-
da y aséptica ¿cómo abrirse a la interioridad del ser?.
Pregunta que abre perspectivas en el horizonte sobre:

• Una consciencia autoperceptiva que sea capaz de presenciar el fenómeno


interno y no reducirlo a racionalización.
• La posibilidad de entrever una consciencia unitaria que rebasa el paradig-
ma racional y que puede tal vez ser capaz de vislumbrar la totalidad en la
parte. Y con unos nuevos métodos de conocimiento a investigar.

Podría ser que estas dos notas pudieran llamar a la puerta, puesto que si ca-
da ser humano entra en reflexión y en cierta ecuanimidad los caparazones y las

Los jóvenes en un mundo en transformación


armas dejan de ser importantes. Ello daría posibilidad a nuevas concepciones
de la existencia como proceso de evolución y de conocimiento —no como pro-
ceso de consumo y de control— y se otorgaría así un sentido individual y pos-
teriormente colectivo a la humanidad y al cosmos.
La educación para el sí mismo nos lleva a comprender la cuadrinidad del
ser humano: Cuerpo, emociones, intelecto y consciencia, encuadrada en una
unidad indisoluble. Una cuadrinidad una e irrepetible. Cualquier ser humano
por infeliz que se considere cuando aparece en la consulta y nos adentramos en
la investigación interior es descubierto como un rey de la creación. Toda una
maravilla. Aunar cuerpo emociones e intelecto, salir de la autodestrucción, nos
posibilita el acceso a esa consciencia.
Estamos en la antesala de dejar de hacer terapia para hacer pedagogía.

1. Perspectivas de la situación

Acabo de llegar de un seminario en el que se trabaja básicamente con la in-


fancia a unos ciento y pico kilómetros de El Escorial, en el que participan unas
veintitantas personas, y venía pensando mientras conducía por la pequeña ca-
rretera que llega hasta aquí que era muy difícil realmente el que una niña o un
niño, en este caso una niña con un pasado real y difícil de pudiera tener una
educación muy importante si su madre amenaza con suicidarse cada vez que no
hace lo que ella le dice. Entonces, partiendo de eso, partiendo de recordaros
que, entre la gente que participa en este seminario al que regresaré después de
este encuentro, en el que la mayor parte son universitarios, venía pensando que
hay veces que se ponen piedras muy difíciles en el camino como para poder lle-
var una continuidad. Pero lo que no mata engorda, dice un refrán maravilloso

347
de la España castiza, con lo cual entramos así en el poder de la creatividad y tal
vez quienes realmente saben más de creatividad son las plantas, que son capa-
ces de transformar el estiércol en luz —qué maravilla—, porque si no hay es-
tiércol no hay luz.
Evidentemente, el problema que hay, que nosotros desde una perspectiva
integrativa y de consciencia frente a la curación humana planteamos, es que ca-
da día la sociedad se mueve en unos planteamientos agotados, y con visos evi-
dentes de desorientación entre un consumismo desorbitado como elemento de
vida y un miedo extremo a la interioridad y a la incertidumbre. El someti-
miento de la Naturaleza, el todo reducido a vida exterior basada en el control
competitivo y el desarraigo de la conciencia traen como consecuencia la pérdi-
da de la moral. No se puede tirar todo por la borda puesto que es defendible
que esta sociedad que ha surgido de los planteamientos racionalistas y científi-
cos ha permitido un conocimiento del mundo material y una comunicación en
ese ámbito. Y es esto lo que parece que ya ha llegado a su fin.
Difícilmente podemos plantear una sociedad elevada, si tiene como destino
el Alzheimer, cuando en los viejos pueblos, el senado, los mayores, eran los por-
Los jóvenes en un mundo en transformación

tadores del saber. No digamos siguiendo el elemento salud donde quedan las
galopantes alergias que implican nuestro alejamiento de la Naturaleza ya que
hasta el propio polen nos está haciendo enfermar, las depresiones y ansiedades,
etc., parece que la sociedad está de baja ó de parto, según se mire.
Días atrás en la presentación de un libro discutía amigablemente con
Eduard Punset —periodista de divulgación científica—
Él decía: —Sí, pero el reduccionismo es muy importante porque si no fue-
ra por el reduccionismo, el oscurantismo todavía nos estaría asfixiando”,
Y yo le contestaba:
—Eduard, está muy bien lo que dices, pero es muy importante que tengas
en cuenta una cosa. En este momento, las teorías del caos, los nuevos paradig-
mas que se están proponiendo son para el reduccionismo lo que el reduccio-
nismo fue para el oscurantismo, y no podemos quedarnos en el reduccionismo
en estos momentos como panacea de la seguridad.
Dicho esto, lo que planteamos, es que concebimos que la sociedad es en es-
tos precisos momentos determinista y reduccionista y que está concebida como
una máquina cartesiana, newtoniana, de relojería, en la cual, muerto Dios, des-
pués de Descartes y de Newton, efectivamente, el científico se ha hecho el due-
ño, el amo y el señor. En el mundo de la clínica, tenemos muy claro que el en-
fermo —desgraciadamente en la clínica oficial— no ocupa un lugar; lo que está
ahí es el clínico y la enfermedad, y cuando el enfermo habla se le recomienda
con poder que se calle porque él no tiene ni idea de lo que le está sucediendo.
Y además no se trata al paciente como un organismo, una totalidad, sino que
se trata simple y sencillamente a una parte, a un síntoma que es el reflejo de una
totalidad y de un organismo, y en absoluto en ese momento se está teniendo en
cuenta lo que es el ser humano. El ser humano no es una pieza, la enfermedad
no es una pieza, el síntoma no es una pieza. Por eso esta sociedad se está per-

348
diendo fundamentalmente, porque lo que busca es vender piezas, y cuando
aplicamos una pieza lejos de la totalidad de ese ser humano, ese ser humano se
destotaliza y pierde posibilidades para una curación auténtica. Por eso, posible-
mente el Alzheimer e incluso las alergias y las enfermedades auto inmunes se
están mostrando fundamentalmente como las grandes amenazas en estos mo-
mentos de la sociedad occidental. Es como si el sistema se vengara por no ser
reconocido como tal, como una totalidad con inteligencia improgramable.
Dicho esto, la educación bajo la concepción del ser humano como una pie-
za mecánica competitiva se convierte en un manual de instrucciones, de estra-
tegias y habilidades para ser el number one. Entonces la psicopatogenia está ser-
vida. Los psicopatólogos en estos momentos están diciendo que esta sociedad
es psicopatogénica y que el psicópata está creciendo a marchas forzadas, proba-
blemente buscando ocupar un sitio en la prensa.
La educación bajo estos parámetros competitivos productos de una cultura
determinista sólo contempla el mundo exterior, la acumulación de cosas de
prestigio y el culto a la imagen. A partir de ahí, evidentemente lo que nos en-
contramos es que el ser humano es concebido como un robot genético progra-

Los jóvenes en un mundo en transformación


mado al cual hay que administrarle un fármaco cuando aparece el “desorden”.
La salud pasa, pues, por encontrar un fármaco-pieza que pueda de alguna ma-
nera modificar el gen para que la persona pueda de alguna manera ser mecáni-
camente modificada.
Hay una cosa que siempre me ha llamado la atención: ¿por qué estamos en
contra de los virus sin preguntarnos qué inteligencia hay detrás de ellos?. Me
he preguntado algunas veces: ¿por qué no hacemos una especie de ministros de
“asuntos interiores” que trataran de establecer contacto con las inteligencias de
los virus, sobre sus mutaciones etc., qué vienen a hacer a este mundo? ¿Por qué
tenemos que plantear de entrada la lucha contra ellos y no preguntarles cuál es
el papel que tienen en la naturaleza? Al fin y al cabo la ciencia es una forma de
hacer preguntas a la Naturaleza y hemos establecido antes que la maravilla de
la fotosíntesis es que el estiércol permite la vida. Sin embargo siempre estamos
fabricando cosas en contra, estamos en un mundo todavía de vaqueros, el mal
y el bien; está claro que siempre el mal y el bien son relativos y forman parte de
la educación de los subsistemas que de alguna manera forman nuestra sociedad.
Ahí tenemos una educación económico-competitiva, por ello nos encontramos
en la clínica a montones de grandes ejecutivos que realmente están en una si-
tuación deplorable en esa lucha por el puesto viendo como enemigos a sus pro-
pios compañeros.
Pensamos que lo que tiene que haber también es una educación para el sí
mismo, que realmente es el gran ojo del huracán; en el sí mismo está la cons-
ciencia realmente. Y necesitamos entonces aprender o tener en cuenta que ne-
cesitamos una educación para la interioridad, es decir, puesto que el ser huma-
no es una máquina, recordemos que las máquinas no tienen sentimientos y,
como no tienen sentimientos, no tienen interioridad. Ahí están todas las teorí-
as sobre la vida artificial y la programación en las que llega un momento en que,

349
efectivamente —y esto parece mentira—, nos encontramos con gente, tanto en
Estados Unidos como aquí, que dice que el ser humano es un ordenador, y no
se dan cuenta de que el ordenador ha salido del cerebro y no al contrario. Yo
hay veces que reconozco que hay científicos que pueden ganar el premio No-
bel, pero les falta ir todavía al parvulario de lo que es realmente el primer siste-
ma de humanidad.
Creo que una de las cosas importantes es ser capaz de formular una gran
pregunta, es decir, a veces la esencia de la creatividad está en formular una gran
pregunta, porque a partir de formular una gran pregunta, si mantenemos eso,
nos pueden llegar muchísimas respuestas. Entonces, hay algunas preguntas que
yo me hago como, por ejemplo: para qué educar y qué educar. A partir de ahí,
creo que es necesario empezar a introducir —y creo que lo estamos introdu-
ciendo— un marco, abstracto en estos momentos, pero que es ineludible. Creo
que en estos momentos nos estamos yendo a pensar qué puede suceder más allá
del caos, más allá del caos en el que la sociedad realmente se ha metido. Creo
que tenemos que trabajar para la educación como la lluvia fina, el trabajo de la
hormiguita, frente al consumo desorbitado y efímero de todo, que es realmen-
Los jóvenes en un mundo en transformación

te la cultura de las sociedades industrializadas de hoy que se basan en una edu-


cación rápida —comidas rápidas, terapias rápidas, poder, fama y dinero, rápi-
do—, todo ...........pero rápido. Todo para formar máquinas de ganar dinero,
máquinas sexuales, máquinas de comer, máquinas de matar.

2. Crisis emergente

La perspectiva evolucionista ofrece una visión dinámica de la vida que co-


mo vamos estableciendo y partiendo del agotamiento del sistema determinista
que impregna a la ciencia y a la sociedad, ha de tener en cuenta: a) la necesidad
de una educación para la interioridad humana, que como consecuencia consi-
dere esa interioridad como imprescindible puesto que el niño no puede consi-
derarse como un robot programable. Tengamos en cuenta que una sociedad
también se funda en su concepción de la infancia y en su idea sobre cómo pre-
tende educar de cara a la continuación de esa sociedad y b) mantener una puer-
ta abierta al valor del desorden como principio de movimiento y evolución.
Una de las ideas básicas es saber si las leyes del caos y en concreto el mode-
lo de las estructuras disipativas (Prigogine 1988, 1994, 1991, 1997, 1994) (Al-
mendro 2002) podrían ofrecernos una vía para entender todo esto. E incluso si
nos pudieran ayudar para establecer procesos de autoconocimiento y toma de
consciencia, ambos de implicación absoluta en la toma de decisiones en todos
los ámbitos de la vida.
Un concepto interesante para todo ello es el de la universalidad expresada a
través de los fractales: la universalidad en la parte. Precisamente la característi-
ca del fractal es la autosimilitud que señala Mandelbrot (1988) en el sentido de
que la naturaleza se mueve en unas leyes dentro del caos y no por un capricho

350
sin sentido. El desorden, pues, se movería dentro de unas leyes impredecibles.
Es interesante poder conocer esas leyes que nos pueden abrir la puertas al au-
toconocimiento y a la toma de consciencia accediendo a los patrones dinámi-
cos que mueven la interioridad. Una universalidad dinámica e impredecible
que tiene que ver con los procesos y no la universalidad mecánica de las tra-
yectorias.
La forma en como podemos expresar esa interioridad la hemos llamado Cri-
sis Emergente y estaría dentro de un modelo disipativo de la psique.
Crisis Emergente (Cr.E.) representaría ese fenómeno natural —no lineal—
que bajo la forma de crisis psicológica emerge rompiendo el orden considerado
como normal, ofreciendo, si es respetada, una reorganización de la vida de la
persona, al no considerar la ruptura como un proceso destructivo al que hay
que parar mediante técnicas supresivas.
“Crisis Emergente” tiene que ver, pues, con una mutación súbita, inespera-
da, indomable, caótica, que produce una ruptura en la continuidad de la exis-
tencia de la persona. Podemos entender que “Crisis Emergente” viene a poner
de manifiesto que existe, pues, en ese momento crítico, una inadecuación en-

Los jóvenes en un mundo en transformación


tre la persona y su forma de vida, una ruptura en el interior del individuo que
afecta a sus referencias externas. Cuando esa inadecuación llega a un límite, a
un punto crítico de no retorno para la persona, entonces se produce la cúspide
de esa ruptura que acuña verdaderamente el significado de la acepción “Crisis
Emergente”.
“Crisis Emergente” Parte de dos principios:

1.ª El proceso de diferenciación como soporte del proceso evolutivo (H.


Spencer 1850). La naturaleza proporciona al individuo la posibilidad de cons-
tituir un ser que se va a desmarcar por su diferencia, algo que se afirma a la ho-
ra de tomar decisiones que afectan a su propia supervivencia como “ser vivo”
en principio y posteriormente como “ser diferenciado” y en evolución. Enten-
demos que este camino lleva un proceso no lineal, con ciclos que manifiestan
una tendencia a repetirse en forma de patrones dinámicos que reflejarían un
posible cauce natural de gran valor para la psicoterapia.
2.º La positivación de lo patológico. A partir de considerar al proceso vital
como proceso de diferenciación el síntoma como punto de atracción se despato-
logiza, la ruptura agitadora, productora de inestabilidad y de gravedad, no es
degradada ya que se considera que va a permitir diferencia y posibilidad de cu-
ración al permitir la emergencia de nuevos órdenes vitales para la evolución ge-
neral del paciente. Bajo el criterio de la “positivación de lo patológico” y a par-
tir de la sensibilidad como “cualidad de recibir impresiones” el síntoma es
mensajero de una normalidad precaria y caduca para el individuo que necesita
renovación a pesar de su posible espectacularidad y representa así mismo una
complejidad que encontraría significación en la coherencia más allá del punto
máximo de la agitación psicosomática, en el hallazgo por parte del paciente de
una autoorganización y de nuevos acoplamientos con el entorno.

351
La Crisis Emergente se muestra a traves vórtices disipativos. Vamos a hablar
solo del vórtice A “SENSIBILIDAD-INESTABILIDAD-BIFURCACIÓN”
por razones de espacio.
Las diferencias en los seres vivos, cuya sensibilidad es clave, engendran di-
ferencias que representan cualidades extraordinariamente complejas y que im-
plican, como propio de la condición humana, sentimientos, ideas, deseos, vo-
luntades, percepciones, conciencias y creatividades. Visto así la sensibilidad
—como cualidad de lo psíquico, de lo subjetivo y de lo diferencial— represen-
ta el hecho de que el ser vivo tiene la cualidad de recibir impresiones y permi-
te por lo tanto el comienzo de los imprescindibles procesos no lineales. Una sen-
siblidad que se entiende como emergencia de lo vivo y como emergencia de lo
nuevo, bajo un no control que libere de restricciones que de paso a la creativi-
dad psicológica. Desde esta posición lo subjetivo se abre a partir de la sensibi-
lidad que nos lleva a la toma de consciencia y a la transformación.
La inestabilidad en el modelo disipativo se sitúa lejos de una concepción que
mantiene al síntoma como enemigo de la salud mental. Los episodios agudos y
de desorganización no son necesariamente enemigos de la salud mental (Maho-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ney y Moes 1997). Precisamente esa inestabilidad imprime un proceso de dife-


renciación marcado a través de las crisis de los sistemas que pasa por una ruptu-
ra de simetría. La inestabilidad nos lleva la región de máximo desequilibrio para
desembocar en la bifurcación: más allá del límite. Aparecen nuevos estados y
principalmente los estados de consciencia que se establecen como atractores: pun-
tos del sistema alrededor de los cuales se organiza el propio sistema (combs 1995).
Todo esto forma parte de un modelo sobre funcionamiento de la psique
ampliado en Almendro 2002.
De forma más sencilla podemos establecer que más allá de una concepción
mecánico computacional del ser humano, necesitamos una educación para una
consciencia autoperceptiva y tendríamos que investigar y evaluar también el
hecho de poder contemplar y llevar a la práctica con metodologías adecuadas
el que exista una Consciencia Unitaria, que efectivamente sería transrracional
puesto que se situaría más allá del espacio y del tiempo. Por lo tanto, esto sí que
nos llevaría a unas nuevas concepciones de la educación y de la vida como un
proceso de evolución y de conocimiento. Tendríamos que trabajar con proce-
sos autoperceptivos —y sus metodologías— y establecer posteriormente con-
sensos —en el proyecto Oxígeme trabajamos en ello—. Algo que excede a las
pretensiones de este escrito.
Creo que una de las cosas importantes es ser capaz de formular una gran
pregunta, es decir, a veces la esencia de la creatividad está en formular una gran
pregunta, porque a partir de formular una gran pregunta, si mantenemos eso,
nos pueden llegar muchísimas respuestas. Creo que tenemos que trabajar para
la educación como la lluvia fina, el trabajo de la hormiguita, frente al consumo
desorbitado y efímero de todo, que es realmente la cultura de las sociedades in-
dustrializadas de hoy que se basan en una educación rápida —comidas rápidas,
terapias rápidas, poder, fama y dinero, rápido—, todo ...........pero rápido.

352
Frente a eso, creo que tenemos que poner una semilla de reflexión y provo-
car una repercusión con fundamento, de aquí extraigo lo siguiente:

Primero, siguiendo lo expuesto sobre una educación para el autoconoci-


miento y la autoconsciencia, realmente se han de exponer cuáles son los con-
ceptos del ser y qué es el ser, que está muy bien representado en el símbolo de
la espiral y en el valor de la creatividad. Creo que tenemos que tener en cuen-
ta que el ser humano es una cuadrinidad dentro de una unidad, una cuadrini-
dad compuesta por cuerpo, emociones, intelectos y consciencia. Además nos
encontramos con que hay una lucha generacional enorme en la cual están in-
volucrados los sentimientos. Es decir, en el hijo. —frente a los progenitores y
cuidadores— lo que nos encontramos es la herida generacional. El niño y la ni-
ña están buscando el amor de los padres y los imitan —sabéis que los niños co-
jos imitan a los padres cojos, al maestro cojo, etcétera—, entonces el niño di-
ce: “Papá, mamá, amadme porque soy igual que vosotros”; pero, cuando el niño
y la niña crecen y ven que no han recibido ese amor, dicen: “Papá, mamá, soy
efectivamente lo mismo que vosotros, la misma basura que vosotros”; ahí em-

Los jóvenes en un mundo en transformación


pieza realmente uno de los grandes conflictos educacionales, en la propia fami-
lia, que después va a proseguir en la escuela. Por eso hay realmente un gran con-
flicto en la educación de hoy, basado a mi modo de ver en que solo existe el
individuo versus el individuo producto de un modelo competitivo de la vida, y
una educación basada en el intelecto versus sentimiento; efectivamente no exis-
te el mundo de los sentimientos contemplado en el mundo de la educación, no
está el mundo de los sentimientos. ¿Y por qué? Porque la sociedad industriali-
zada tiene sigue al modelo mecánico de la computación y, efectivamente, las
máquinas no sienten, sólo computan, procesan de una forma causal. Por eso
nos encontramos en terapia gente que viene desfenestrada precisamente porque
su propia patología está basada en una excesiva programación, en un excesivo
protocolo y en una educación para el córtex. Se está educando solamente para
el córtex, cuando realmente el sistema límbico se está demostrando que es tan
importante o quizá mucho más importante que el propio córtex, y el propio
sistema límbico tiene funciones absolutamente desconocidas que se están en es-
tos momentos investigando. Y, frente a “eso”, colocamos al cuerpo como taxi y
a la enfermedad como rebeldía. Curiosamente, el desorden está viniendo a de-
cir, desde las leyes del caos, que debemos ver la forma en cómo podemos con-
templar “eso” que está rompiendo la maravillosa convivencia o “coexistencia”
que nos venden a veces los programas competitivos de los gobiernos.
Es un peligro sentir la vida como un robot por parte de los programas de
educación —siempre cambiando de planes por su desajuste continuo— no ol-
videmos las variantes delicadas ante las cuales se mueve el joven de hoy, el mun-
do de las drogas y de la búsqueda, no olvidemos que muchísima gente está bus-
cando nuevos estados de consciencias, que para mí es el gran reto de nuestra
postmodernidad, es decir, no solamente el poder atómico, no solamente el po-
der genético, sino el gran poder de los estados de consciencia.

353
Y yo propongo en medio minuto una reflexión: una educación como pro-
ceso de creación, una exploración del “yo”, la necesidad de una nueva explora-
ción del “yo”, preguntarnos quién educa a quién y decirnos también que la na-
turaleza y la vida son maestros también de nuestros procesos, no podemos estar
en contra de la Naturaleza y de que se plegue a nuestros intereses de control
competitivo; la ciencia está recibiendo el encargo por parte de esta sociedad de
que se someta a la naturaleza y las consecuencias son gravísimas. Y termino, el
autoconocimiento y la autoconciencia y el encuentro con el papel a desarrollar
ahí representa siempre o lleva consigo unas grandes preguntas que las han man-
tenido todos los grandes maestros de la historia —quién soy yo, qué hago
aquí—, pregunta que está detrás, por supuesto, de incluso grandes científicos;
el mantenimiento de esa pregunta para mí sigue siendo realmente la génesis de
la creatividad, por eso, yo soy optimista.

Conclusiones
Los jóvenes en un mundo en transformación

Caos, evolución, educación lo hemos enfocado partiendo de una crítica al


modelo determinista tanto en la ciencia actual a la que la sociedad le ha pedi-
do que someta a la naturaleza. Un determinismo controlador que hoy habría
impregnado a la cultura y sus diversas formas de entender la vida.
De esta concepción determinista surgiría una educación económico-com-
petitiva basada en la programación de trayectorias.
Sin embargo surge una contestación que pretende entender el desorden co-
mo un motor de transformación y que parte de la concepción de Crisis Emer-
gente que como expresión de un modelo disipativo en psicología postula el va-
lor de la interioridad humana y de la consciencia como respuesta al agotamiento
del sistema actual.
Es inquietante que una sociedad desemboque su senado en el alzheimer des-
fenestrando el gran valor de los ancianos dentro de su pueblo en las culturas lla-
madas primitivas. Hoy día el reduccionismo es el oscurantismo y los nuevos pa-
radigmas en la ciencia abren las puertas de nuevas fronteras para la evolución
humana.
Tal vez todo consista en formular una gran pregunta como motor de nue-
vos hallazgos.

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355
CAPÍTULO IV.3.3

Los jóvenes en un mundo en transformación


DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
A LA EDUCACIÓN DE LA CONCIENCIA
Prof. Dr. D. Agustín de la Herrán
Universidad Autónoma de Madrid

Resumen

Aún no estamos en la sociedad del conocimiento. Estamos en la sociedad del


acceso a la información, pero sobre todo podríamos decir que nos encontramos
en la sociedad del egocentrismo. Es éste —el ego humano— el principal lastre ha-
cia el conocimiento, y más allá, hacia la posible evolución de la conciencia.
Cruzamos el atrio de la sociedad del acceso a la información y el bien estar.
Lejos están la sociedad de la conciencia y del más ser, pero podemos orientarnos
hacia ella trabajando por y para una sociedad de la educación. En este transitar la
persona no puede difuminarse y perder de vista su naturaleza esencial. La edu-
cación debe ser ambiciosa, centrarse en el binomio ego-conciencia y proyectar-
se hacia el futuro como principal recurso de la posible evolución del hombre.

NO ESTAMOS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

I. Si tan sólo 1 de cada 5 seres humanos pertenece al barrio privilegiado y


blindado de la humanidad, no estamos siquiera en la sociedad de la información:
sólo unos pocos está en la sociedad del acceso a la información. Pero ni siquiera

357
aseguraría que eso fuera alguna clase de triunfo terminal o motivo de autocom-
placencia. Identificarse sólo con ella apunta a que nos hemos alejado de las co-
ordenadas de Sócrates —que para los más informados, está superado—, que he-
mos dado una patada en el trasero de Kant, y que, después de ignorar el guiño de
Eucken o de Teilhard de Chardin, seguimos haciendo lo mismo: identificarnos
o erigir ismos, en nombre de la mejor verdad o ilustración de la razón —declara-
da o tácita— que nunca llegarán a ser istmos, aunque se conecten por Internet.
II. El prurito de la información se centra en la creación y mejora de tecno-
logías para el incremento, acceso, conservación, almacenamiento, recuperación,
transferencia, uso, intercambio y expresión de la misma información. Pero no
reflexión, comprensión, estudio, producción, empleo, sentido, autoconoci-
miento o conciencia. Por tanto, dista del desarrollo de las grandes utopías-mo-
tivaciones-movimientos, como la coherencia de Confucio, la no-dependencia de
Siddharta, la humildad de Sócrates, el amor de Yeshua, la síntesis de Fichte-He-
gel, la complejidad de Teilhard de Chardin-Morin, la lucha por un contenido es-
piritual de la vida de Eucken, la autoconciencia uno-trina de Soldevilla-García
Bermejo, etc. ¡Qué tendrán que ver una con otro! —dirán algunos—. Pues
Los jóvenes en un mundo en transformación

bien: este hiato es el error.


III. Somos, en general, malos aprendices de los grandes maestros/as. En
muchos casos nos los sabemos pero no les conocemos —por no querer querer ha-
cerlo—, ni practicamos la destilación (¿alquimia?) de conocimiento a concien-
cia mediante la coherencia. No les pretendemos llevar a la práctica ejemplar-
mente y no nos interesa la autocrítica individual, mucho menos colectiva y aún
menos la rectificación, aunque sí ejercer el abanderamiento... con lo que los trai-
cionamos e invalidamos triplemente. Quizá en todo esto radican los más ur-
gentes aprendizajes para el siglo XXI y sucesivos, que sobre todo son huecos y ra-
íces perennes.
Estos retos han sido, son y serán la base de la verdadera alfabetización de los
tiempos nuevos, que no es otra que la alfabetización e la conciencia.

SOCIEDAD DEL EGOCENTRISMO (BIEN INFORMADO)

I. Sobre todas las posibles cualificaciones de sociedades quisiera subrayar que,


muy por delante de otros reflejos y refracciones —aunque apenas se mencione
en los entornos académicos—, estamos en la sociedad del egocentrismo, por cier-
to, característica más destacada del adulto —versus Piahet— y de la vida hu-
mana sobre la tierra. En ella los sistemas (personas, grupos, instituciones, na-
ciones, comunidades internacionales y sociedades en general) tienden a
anudarse más y más para centrarse cada cual en su reducto y en el sentido de lo
propio (autores, tesis, intereses, prejuicios, etc. que acaban cuajando en verda-
deras programaciones mentales compartidas), desatendiendo expresamente otros
anhelos, conocimientos y realizaciones universales (no-parciales) que pudieran
incidir en la posible mejora de la evolución humana.

358
II. En mi opinión, formamos parte de una sociedad poco culta (cultivada)
—aunque muy autocomplaciente—, que tiene a su disposición un océano de
información deteriorada. La información sirve, de hecho, para mirar, refrescarse,
chapotear, nadar o navegar —según las posibilidades— pero no para orientarse.
Pese a que sus aguas encauzadas no son muy profundas, se corre el peligro de
agotarse y de ahogarse. Además el medio está turbio: sus corrientes colectan to-
da clase de vertidos, que discurren a merced de los mercados, que la arrastran
a un bienestar miope: progresar a toda costa sin evolucionar.
III. Para todo esto —además de para contribuir a que la humanidad anu-
de su noosfera—, Internet es necesario. Y ya lo decía F. Mayor Zaragoza
(2000c), al recibir uno de los II Premios “Educación y Libertad”1:

Se nos dice ¡qué bien, ya tenemos todos estos sistemas de información! Está bien,
está bien, es igual a como tener libros, pero lo que es importante es que después se
lean y que se mediten y que no seamos exclusivamente estos espectadores del mundo
de la información, espectadores que ya no tenemos tiempo para pensar, y por tanto
no tenemos para existir, y por tanto no tenemos para sentir, y por tanto actuamos al

Los jóvenes en un mundo en transformación


dictado, no somos libres [...].
José Saramago ha dicho algo que me parece muy importante, ha dicho, corre-
mos el peligro de tener tecnología 100 pensamiento 0. Este sería realmente el cam-
bio más importante desde un punto de vista de valor de civilización y de identidad
cultural, de defensa de la unicidad de cada ser humano que ya se ha producido en
los últimos siglos. Yo espero que no. Yo espero que no tenga razón (p. 79).

IV. Por tanto, no estamos aún en la sociedad del conocimiento. No tanto


porque información y conocimiento sean incompatibles, sino porque éste ha si-
do enterrado por una estrato inmenso de aquélla información, cuyos residuos
aumentan. Si estuviéramos en la sociedad del conocimiento, la persona, su razón
y su espiritualidad importarían mucho más.
V. Dicho de otro modo: en la autodieta humana, sobran datos sobre sabo-
res y falta cultura sobre nutrición. Este esquema nos ha sumido en una época de
espíritu frágil, de debilidad intelectual, de voluntad descafeinada, de ausencia
de compromisos sociales serios, y en cambio polarizada en objetivos que no van
más allá de los propios sistemas y deseos.
VI. Por eso, con datos escalofriantes sobre el estado mundial (A. de la He-
rrán, y J. Muñoz, 2002), todo indica que el mundo se desmembra, porque se
abre en tantos pequeños nortes (tantos como sistemas orientados a la rentabi-
lidad —luego egocéntricos— hay) que se abandona a una entropía informati-
vamente estimulada pero huérfana de conciencia de humanidad (Herder), aci-
cateada desde dentro por una importante carga de inmadurez.
VII. En síntesis: Mientras el acceso a la información aumenta, el conoci-
miento se hace cada vez más y más necesario. El conocimiento pasa por el des-

(1) Otorgados por Fundel (Fundación Europea Educac.ión y Libertad).

359
condicionamiento o desprogramación del pensamiento, por la lucha por la con-
quista de un pensamiento propio, complejo y orientado a su evolución posible,
de modo que atravesaría tres fases: a) Identificación (fase egocéntrica o actual),
b) Desidentificación (fase autocrítica o dura) y c) Reidentificación en la evolu-
ción humana (fase consciente o madura).

DIAGNÓSTICO Y TERAPÉUTICA DE LA HUMANIDAD

I. ¿Existe alguna causa o foco común a la mayoría de problemas y debili-


dades sociales interiores? La respuesta a mi juicio es afirmativa, y podría califi-
carse como inmadurez o egocentrismo generalizado. Radicaría en lo que hemos
denominado ego humano (A. de la Herrán, 1997), entendido como la parte o
costra inmadura del yo2.
II. ¿Y la esperanza podría apoyarse en alguna capacidad humana, acaso po-
co contemplada, capaz de contrarrestarlo? Análogamente contesto que sí, y que
no ha de ser otra que la conciencia humana (A. de la Herrán, 1998), que vin-
Los jóvenes en un mundo en transformación

cularía conocimiento y espiritualidad, desde la destilada intuición que otorga el


bien sentir y el buen pensar.
III. Como corolario a lo anterior, un deseo, en la medida en que se acepta-
se el postulado de que la evolución humana transcurre del ego a la conciencia:
si la educación avalase e impulsase expresamente el vector ego-conciencia como eje
de la formación individual y colectiva, podría favorecer a varias generaciones vis-
ta, el surgimiento de seres humanos significativamente menos polarizados en lo
propio y cada vez más conscientes (capaces, generosos, éticos e inteligentes).
IV. Y ese norte formativo tendría como sistema de referencia la posible evo-
lución humana, pero percibida en parte inversamente; o sea, con la mirada des-
hollinadora puesta en sus descosidos y roturas egoicas y contemplando en primer
plano lo que esencialmente la lastra, evita o sobra. Será el momento de conside-
rar “didácticas negativas” (A. de la Herrán, e I. González, 2002, pp. 333,334),
articuladas sobre capacidades egógenas, con cuya pérdida se gane ser y con ello se
desempeore esencialmente.

DEL BIENESTAR AL MÁS SER

I. Para algunos la vida transcurre en el umbral de la sociedad del acceso a


la información y el bien estar. Para todos demasiado lejos están la sociedad de la
conciencia y del más ser. ¿Demasiado tarde? ¿Demasiado pronto? Quizá sea el
mejor de los momentos: podemos orientarnos hacia ella trabajando por una so-
ciedad de la educación. En este transitar la persona no puede difuminarse.

(2) Atribuible tanto a personas como a colectivos identificados, con independencia de su amplitud.

360
II. Mantovanni escribía en “Educación y plenitud humana”: la educación
es “un riguroso proceso de formación humana que parte del individuo (ser psi-
covital) y concluye en la persona (ser cultural)” (B.S. Calvo, 1997, p. 54). A pe-
sar de que Platón y Aristóteles ya destacaban que la esencia y el fin de la repú-
blica y la democracia era la educación, hoy ésta no siempre nace para el
individuo, y mucho menos se pretende su plenitud. “En una democracia, edu-
car es cultivar la diversidad, la riqueza y la participación humanas” (J. Bruner,
1988, p. 207). Dicho de otro modo: el individuo, como dice A. Sobral, no es
un “medio” para fines sociales o estatales, sino también, un “fin”, que se confi-
gura conforme a sus posibilidades, a sus energías potenciales y a su particular
destino (B.S. Calvo, 1997, pp. 67, adaptado).
III. Desde la conciencia de ser hijos de Kant, centramos las mayores espe-
ranzas iniciales en la atención y la educación de la “capacidad de soberanía per-
sonal” (F. Mayor Zaragoza, 2000b, p. 9), contemplada tanto durante el proce-
so como en el resultado de lo que denominamos base de la diversidad. Y, como
afirma E. Vera Manzo (1997b): “La riqueza de la humanidad se encuentra en
la diversidad y no en la homogeneidad o reducción cultural. Debemos respetar

Los jóvenes en un mundo en transformación


a las personas, culturas y comunidades existentes y enriquecernos con lo mejor
de cada una de ellas” (p. 29), porque “La uniformidad es la muerte, la diversi-
dad es la vida” (M. Bakunin), hasta tomar conciencia del sentido del caos3.
IV. Desde esta perspectiva, nuestro estado actual es embrionario. No la es-
tamos permitiendo ni la estamos favoreciendo ni educando (ayudando a des-
cubrir). Pudiendo ser así: “¿Por qué no todos los hombres pueden desarrollar-
se y tornarse seres diferentes? La respuesta es muy simple. Porque no lo desean.
[...] para convertirse en un ser diferente el hombre debe desearlo profunda-
mente y durante mucho tiempo” (P.D. Ouspensky, 1978, pp. 14,15). Porque
formar es autoformarse, como diría Gadamer, autoeducarse. Y he aquí que,
desde este punto de vista, la educación de la humanidad, depende por entero
de cada uno de nosotros.

COORDENADAS DEL SINSENTIDO SOCIAL

I. A la luz de lo anterior, podemos cuestionarnos: ¿Qué estamos haciendo?


¿Qué estamos construyendo? G. Bateson ya demostró en “Los efectos del Pro-
pósito Consciente sobre la Adaptación Humana” que, desde un punto de vista
ecológico amplio, la sociedad no sabe lo que está haciendo (W.I. Thompson,
1992, p. 165, adaptado). ¿Cabe alguna observación más grave? En los umbra-
les de la primera gran guerra, R. Steiner (1991) declaraba: “vivimos en medio
de algo que podemos llamar una enfermedad social cancerosa, un carcinoma

(3) No casualmente, un corazón saludable presenta un diseño caótico. Sin embargo, cerca del infarto, su ritmo
se muestra regular, periódico, hasta que el sujeto muere. Con todo, ese caos está profundamente “ordenado” y “mate-
matizado”.

361
del organismo social” (p. 69). V.E. Frankl (1965), que experimentó el dolor de
la segunda gran guerra desde cerca, también coincidió en calificar el estado so-
cial como “neurosis noogénica colectiva”, alguno de cuyos síntomas eran: fata-
lismo, ausencia de significación existencial en el día a día, fanatismo y pérdida
de identidad personal en la masa social (pp. 16,17, adaptado). A. López Quin-
tás (1991) ha acotado que: “Desde la primera guerra mundial, la sociedad de
Occidente se halla carente de ideales firmes que den sentido a su existencia y la
impulsen hacia metas valiosas” (p. 141). F. Mayor Zaragoza ha calificado como
“catastrófico” y “creciente” el panorama de desigualdad mundial. N. Caballero
(1979) ha calificado la nuestra como: “Una sociedad de sonámbulos satisfe-
chos”. Mi percepción es que el egocentrismo generalizado que caracteriza a los
sistemas que componen la humanidad define automáticamente las coordenadas
de su sinsentido.
II No hay norte en la sociedad, no hay norte en la vida. El timón de la for-
mación también se ha desorientado. Sin hundirse, la escuela (desde el preesco-
lar hasta la universidad) chapotea en medio de la historia, sin nadar mar aden-
tro o a la orilla. Los límites entre los que el todo social se estanca ayudan poco
Los jóvenes en un mundo en transformación

a trazar algún rumbo. En palabras de Dale Mann4 (1999) éstos son la “demo-
cracia”, la tecnología y el capitalismo. Fin.

capitalismo

educación

tecnología pseudo, cuasi o predemocracia

DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CONCIENCIA

I. Al área de esta nueva Trimurti (los nuevos Brahma, Vishnú y Shiva) del
primer mundo se ha denominado globalización, para nosotros, sistema para el
englobamiento. En un primer momento, entiendo que la globalización debe
considerarse, además de “una fase del capitalismo” (P. Freire, 1996), una estra-
tegia más amplia centrada en la mayor ganancia de los mejor situados. Siendo
hija legítima de los anteriores vértices obligatorios, unidos por obsesiones de cre-
cimiento, de expansión, de aumento de productividad y de conquista material,
es preciso desmitificarla, porque trata de la “generalización del proyecto neoli-
beral, no de otra cosa” (L. Regueiro, 1997, p. 78). Quizá desde este enfoque lo
negativo no sea la globalización en sí, sino la comprensión y desarrollo que de

(4) Department of Organization and Leadership Teachers College de la Universidad de Columbia.

362
ella se hace desde el modelo neoliberal asociado al capitalismo feroz que la
acompaña. Porque el pensamiento, mecanicista, simplificador, lineal y funcio-
nalista, no está a la altura de la verdadera globalidad 5 del ser humano, esencial-
mente compleja, transdisciplinar, dialéctica, espiral y evolucionista, mucho más
allá de la confusa y mediocre postmodernidad, actual intersticio, introducido con
calzador, de la sociedad de la información.
II. Todo lo anterior, percibido desde las coordenadas de la conciencia hu-
mana, nos reta a la lucha por la humanización, más allá de la hominización
(Teilhard de Chardin), por una mutación epigenética de la vida humana, por
una “rehumanización” (J.L. Cañas) que no puede realizarse en nombre de na-
die, por un “cambio radical” basado en alguna clase de “terapéutica del hombre”
(J. Rof Carballo, y J. del Amo, 1986), porque en un futuro gradual la globali-
zación pueda tornarse en proyecto de integración humana, necesariamente orien-
tado a redibujar la persona y a potenciar la diversidad y el pensamiento propio
pero maduro, esto es, autocrítico, cooperativo, consciente, transformador, uni-
versal..., apuntando siempre más allá de Kant.
III. Para ello, un primer paso puede consistir en reparar en los brotes de la

Los jóvenes en un mundo en transformación


insensatez rectora que rigen de hecho al pensamiento postmoderno. Me refiero a
poner fin a ciertos absurdos existenciales, que desde el neoliberalismo6 “ha
puesto de moda —o más bien, de la noche a la mañana, ha decretado— un sin-
fín de fines: ‘fin de la historia’, ‘fin de las utopías’, etc.” (G. Santa María Suá-
rez, 1997, p. 2), que invitan a “adoptar el día a día como ‘eternidad’” (A. Bolí-
var Botía, 1999, p. 159) comunicando la certeza de la desesperanza y el
convencimiento de la imposibilidad de mejorar y de cambiar el mundo.
IV. Estamos con P. Freire (1996) en que es urgente combatir el modelo ne-
oconservador y neoliberal, cuyas premisas fundamentales son: “Se acabó la his-
toria”, “se acabaron las clases sociales”, “se terminaron las ideologías”. Pero ¿có-
mo? Un modo fundamental es no creerse en el final del camino, como el
mismo P. Freire (1994, 1996) ha hecho, y refutar esas mismas premisas desde
su raíz: “la historia no se acabó, la ideología sigue viva, las clases sociales están
ahí, la explotación no terminó y las cosas pueden cambiar”. F. Mayor Zarago-
za (2000c) expresaba una reacción semejante: “yo espero que no tenga razón
Fukuyama [F. Fukuyama (1993)] cuando nos dice ha concluido la historia.
¡Hombre, no! Señor Fukuyama, ha concluido la historia de la fuerza y de la do-
minación, y de la ley del más alto y del más fuerte y ahora llegamos a la histo-

(5) Es preciso, como hace F. Mayor Zaragoza (2000), distinguir entre globalidad y globalización.
(6) Para G. Travé González (1998): la tendencia neoliberal, de claro matiz conservador, se fundamenta en los po-
sicionamientos ideológicos del liberalismo de Adam Smith (1725-1790) y en su versión actualizada, del monetarismo
de Friedman. En estos momentos es considerada la base del pensamiento único, una vez desaparecido el socialismo re-
al representado por la extinta URSS. y, cada dia, está más interesada en destacar el papel que el sistema educativo de-
bería proporcionar en la búsqueda de la prosperidad y competitividad económica (p. 205) [...] Este enfoque conserva-
dor ha impulsado una propuesta educativa basada, por una parte, en la orientación curricular hacia una determinada
profesión; por otra, en el gerencialismo, por el cual se pretende que los responsables o gerentes de estos planes de es-
tudio no sean docentes, sino el propio mercado; y, en definitiva, en el consumismo, que traspasa la planificación edu-
cativa del estado al individuo (p. 206).

363
ria, ¡ojalá!, a la historia de esa libertad que proporciona la educación” (p. 79).
Creo que éste es un problema educativo que, de no resolverse, podría significar
el comienzo de la cosecha de la decadencia del primer mundo.
V. En segundo lugar, se trata de intentar desarrollar un referente orienta-
dor desde la propia educación, quizás comprendido como eje ausente, para fun-
dar la mutación de aquella figura triangular en tetraedro. Evidentemente, esta
reconstrucción pasa por la crítica, pero se catapulta más allá, no se queda con
ella. La superficie de aquel triángulo también ha saturado a la educación, que
bombea poco oxígeno para su renovación o complejidad para su conciencia. Si-
tuación contextual y realidad interior han conducido al hamburguesamiento so-
cial, y desde él, al de la escuela7. “La McDonalización de la sociedad (Ritzer,
1996) nos introduce en un ritmo trepidante que se preocupa poco de lo que
sucederá pasado mañana” (M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 100), y que promue-
ve la inmersión en lo superficial. Además, entendida como fagocitación “cultu-
ral” homogeneizante, brutal y generalizada, se lleva por delante ecosistemas,
biotopos, especies, diversidades lingüísticas y a gran diversidad del ser humano
(nativos no-dominantes, culturas milenarias...), que, sucumbe o se castra, o se
Los jóvenes en un mundo en transformación

extingue. La macdonalización puede entenderse como un efecto y una aplica-


ción de la globalización política y económica en ámbitos diversos. La tendencia
al sesgo puede llegar a ser de tal calibre que el sistema puede perder su auto-
conciencia (desde la percepción de su imagen como sistema de referencia y ac-
tuación). El modelo capitalista estadounidense-europeo es quien impone los
objetivos, los contenidos, los recursos, las actividades, los ritmos, las excelencias,
lo que vale, lo que puede o debe prevalecer y lo que ha de cambiar, y quien dic-
ta lo que se ha de evaluar, para que los sistemas nacionales e institucionales se
aproximen más y más a este perfil.

GLOBALIZACIÓN Y EDUCACIÓN DE LA CONCIENCIA

I. Al desarrollo de la globalización en la educación es a lo que se ha deno-


minado con sentido del humor educación macdonalizada (superficial, exteriori-
zante, economicista, eficientista e inminentista), que también podría interpretar-
se como una forma de educación egotizada, inmadura, con conciencia inhibida.
El progreso humano necesita a la educación como instrumento.
II. Macdonalización y pretensión eficientista van unidas, y esta combinación
permea sus regiones menores y expresiones: enseñanza, formación de profesores,
investigación, difusión y vida cotidiana. El planteamiento eficacista-eficientista
queda esencialmente definido por los siguientes rasgos: Obsesión por los resulta-
dos, búsqueda de buena imagen, idealización de la competitividad, personaliza-
ción de las instituciones, revalorización de la empresa y valor de la propaganda

(7) Por escuela entiendo el conjunto de establecimientos de educación, desde la Educación Infantil hasta la uni-
versidad.

364
(M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 87, adaptado). Este autor conceptúa el discurso
de la eficiencia como peligroso, tanto más en tanto que lógico, pragmático, ofi-
cialista, obvio y fulminante (p. 86, adaptado). Es profundamente criticable, en la
medida en que sustituye los valores humanos por el productismo, porque:

Lo que predomina en la sociedad, lo que se valora, es el hecho de ser eficaz, de


alcanzar unos logros, de conseguir unos resultados. No se analiza tanto el esfuerzo,
el proceso, la honestidad, el dinamismo... Si no se han conseguido los resultados, se
ha fracasado (p. 89).

Además, es posible que los objetivos pudieron estar fijados de forma pobre
o deshonesta, que para alcanzar los objetivos quizá haya que renunciar a la éti-
ca, que esos objetivos pueden ser accesibles sólo para unos privilegiados socia-
les, y que una vez alcanzados pueden ser referente de un mal uso (M.Á. Santos
Guerra, 1999, p. 89, adaptado).
III. Este esquema no se corresponde con la verdadera educación, universal
y profunda. ¿Podría identificarse algún factor (variable) causal, que por un la-

Los jóvenes en un mundo en transformación


do explique el deterioro educativo y que por tanto anide la esperanza? Cientí-
ficamente, “Comer mal atonta”8 (J.M. Bourre), refiriéndose también a las ham-
burguesas. Y pareciera como si tanta y tanta carne picada informativa nos
hubiera afectado a la capacidad de reflexión y a la conciencia. Quizá por esto se
ha optado por un filósofo como Jurgen Habermas, como epicentro de la racio-
nalidad didáctica, y no por verdaderos gigantes como Eucken, Teilhard de
Chardin, Krishnamurti, Panikkar, Dürckheim, Rielo, Blay, etc. Pero las condi-
ciones y los elementos de entrada o de ingesta del ambiente egocéntrico y psicodi-
nerario imperante no invitan a ello.
IV. Para la educación, el triángulo anterior no sólo actúa como el más de-
terminista de los currícula cerrados, sino que contribuye a alimentar la ilusión
de apertura, basada en la superficialidad y en la uniformización. Éste ha sido el
regalo promocional por la compra de la obligada globalización capitalista, in-
ventada por quienes en su casa cosechan tantos éxitos bolsistas como fracasos
educativos; fracasos tan grandes que el mismo D. Mann (1999), expresaba que
el sistema educativo de EE.UU. ya no respondía a los intentos de mejora, por-
que casi se había inmunizado a las reformas educativas. Casi está inmunizado
contra las dietas, los bienestares, la sensibilidad social altruista, la empatía in-
ternacional, y otras virtudes aplicadas más allá del ego. He ahí la paradoja bien
denunciada por la pedagogía crítica flotante de quienes tienen más motivos y co-
nocimientos para criticar: Latinoamérica, el principal cuarto trastero de
EE.UU., y, dentro de ella, los países en proceso de fagocitación “dolarosa”.
V. Como posibles sujetos respondientes a esta actitud crítica, se suele hablar
de tres clases de mentalidad: la conservadora, que no cambia, la idealista-inge-

(8) En El País, del 17 de febrero de 1992.

365
nua, que lo hace compulsivamente, y la realista, que así mismo puede optar por
alguna clase de movimiento consecuente. A mi juicio, estas tres mentalidades
receptoras están definidas por las dos dimensiones sistémicas que definen el pla-
no en que se inscribe el triángulo anterior. O dicho de otro modo, constituyen
la representación bidimensional fotográfica de una realidad mucho más rica y
esperanzadora. Y esa realidad es de nuevo la conciencia, entendida como la ca-
pacidad en la que cabe radicar la interiorización educadora, tanto personal como
colectivamente comprendida.

conciencia

ingenuidad realismo

conservadurismo

VI. Éste podría ser un buen momento para comenzar a hablar, sin reparos,
Los jóvenes en un mundo en transformación

de otra clase de mentalidad no excluyente con las tres anteriores: la consciente o


evolucionista cuya molécula constituyente no sería la información objetal sino el
conocimiento, entendido como tejido bien ahormado de la madurez personal y
social. Si nosotros no lo hacemos, otros lo harán, porque, aunque en este dis-
curso se lleva muchísimo retraso, la evolución desde el ego a la conciencia es un
proceso imparable.

PREMISAS PARA UNA EDUCACIÓN COMPLEJO-EVOLUCIONISTA

I. Más lejos de toda antítesis, esbozada cuidadosamente, como respuesta a


los esquemas alienantes que supura nuestro tiempo, más allá de los humanis-
mos amorfos y de las metafísicas sin norte —por muy fundamentadas que es-
tén—, infinitamente más lejos de las filosofías nihilistas o de las poses pseudo-
críticas de tantos falsos pedagogos de moda, cuyo razonamiento no trasciende
las fronteras de la actividad (mental o externa, individual o social), como “ter-
cera vía” entre el capitalismo obsesivo y el socialismo atascado debe haber algo más
definitivo, convincente y permanentemente actual. Y lo hay, porque lo hubo.
Podría sintetizarse la complejidad evolucionista o el anhelo de R. Eucken (ac-
tivismo) o de P. Teilhard de Chardin (complejidad-conciencia), quienes nos re-
cuerdan que:

a) El universo y la vida no son inútiles o accidentales.


b) Estamos y somos con un propósito.
c) La existencia tiene un sentido, más allá de lo entendido como “nuestro”
(sistemas, intereses, etc.): impulsar el proceso de la hominización a la
humanización, construir la Humanidad.

366
d) El ser humano es la flecha de una evolución cada vez más autocons-
ciente.
e) Estamos en los primeros cm de un apasionante viaje cooperativo —la
evolución humana—, que ni empieza ni acaba en nosotros.
f ) Somos el eslabón perdido de nosotros mismos y de lo que podríamos
llegar a ser. Porque todo ser humano está capacitado para elevarse inte-
riormente desde el ser que es o el bienestar que tiene, hacia un más ser o
un bien ser para ser más y mejor. Por tanto, esencialmente somos un ser
más.
g) Sus fuentes de energía son de modo principal el sufrimiento humano y
el sentimiento de cooperación en el mejoramiento de la vida humana.
h) En este devenir, el pensamiento, el conocimiento y la conciencia son
centrales.
i) Conocimiento y conciencia están unidos, conectados y son accesibles.
j) Lo universal es siempre mejor que lo parcial.
k) El sentimiento de universalidad es esencial.
l) La evolución humana tiene lugar hacia delante y hacia arriba, irreversi-

Los jóvenes en un mundo en transformación


blemente, pero en espiral.
m) La evolución es un proceso irreversible, pero no gratuito, en el que las
negatividades existenciales tienden a convertirse en positividades esen-
ciales, lo que define una directriz con que puede cualificarse el arte de
vivir.
n) La educación es uno de los motores principales de la evolución de la hu-
manidad, y su sentido noogenético puede reconocerse.
o) La autoconciencia es esencial para ser más y mejores. Esta autoconcien-
cia puede tener varios ejes de lectura: espacial, temporal, relativa a la
evolución y relativa al ser. Requiere de activación del interior (“activis-
mo”, lo llamó Eucken) orientado a la lucha por un contenido espiritual
de la vida, no sólo individual sino unánime o universal.
p) La medida de la evolución interior del ser humano es la ausencia de ego
y la complejidad de conciencia.
q) El comportamiento básico que expresa esa complejidad superior es la
elevación o el ascenso desde el interior, desde el ser que somos o el bien-
estar que tenemos a un más ser o un bien ser para ser más y mejores.
r) Todo lo que se eleva, converge. Lo que profundiza, así mismo conver-
ge. Lo que no converge es que no se ha elevado todavía, o lo suficiente.
Lo que no profundiza jamás podrá converger en lo esencial. Y lo que no
suelta “lastres” o corta “amarras” no podrá tampoco elevarse.
s) La unión, la verdadera unión, no confunde, diferencia.
t) Somos libres para dudar y para optar.
u) En la evolución humana nada se pierde. Todo trasciende: lo que se ha-
ce bien, lo que se construye peor y lo que se deja de hacer.
v) Hay dos clases de vidas: la vida que muere y la vida que trasciende y que
nunca muere del todo (M. Gascón, 1997, comunicación personal).

367
w) El sentido de la vida de cada quien y de cada sistema social es una con-
secuencia de pensar hacia o desde la propia circunstancia. “La Luna o el
dedo que apunta a la Luna” (T. Deshimaru, 1981): evitar o no su con-
fusión puede ser la elección más importante de la vida humana.

Conclusión

Vamos, resplandece ya, hora de la creación nueva,


ven a sonreírnos, dulce Edad de Oro,
y que, en esta hermosísima alianza indestructible,
el Infinito te celebre.
Hermanos, ¿cuándo llegará ese tiempo?
¡En nombre de aquellos que engendramos
para la vergüenza,
en nombre de nuestras reales esperanzas,
en nombre de los bienes que colman el alma,
Los jóvenes en un mundo en transformación

en nombre de esta fuerza divina, nuestra herencia,


y en nombre de nuestro amor,
hermanos míos, reyes del mundo hecho, despertad!
(Hölderlin)

Bibliografía

HERRÁN GASCÓN, A. DE LA, y GONZÁLEZ SÁNCHEZ, I. (2002): El


ego docente, punto ciego de la enseñanza, el desarrollo profesional y la forma-
ción del profesorado. Madrid: Universitas.
HERRÁN GASCÓN, A. DE LA, y MUÑOZ DIEZ, J. (2002): Educación pa-
ra la Universalidad: Más allá de la globalización. Madrid: Dílex.
HERRÁN GASCÓN, A. DE LA (2003): El siglo de la Educación: Formación
evolucionista para el cambio social. Huelva: Editorial Hergué.

368
CAPÍTULO IV.3.4

Los jóvenes en un mundo en transformación


EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HUMANA
Prof. Dr. D. Jesús Muñoz Díez
Director de la Fundación Fernando Rielo

Me gustaría que pudiéramos reflexionar juntos en lo que es el motivo de la


mesa: “Educación para la evolución humana”. En un contexto que es el de es-
te curso: “Los jóvenes en un mundo en transformación”. Y dando alguna di-
rección y algún sentido al tema de hoy: “La educación para universalidad, más
allá de la globalización y la interculturalidad”.
Remitiéndonos al tema de la mesa, cuando se habla de evolución humana,
siento la invitación a hacerme una pregunta: si pensar en “evolución humana”
a mí me dice algo en términos de mi propia experiencia, de mi propia vivencia
o de mi propio estado de vida en este momento. ¿Yo me considero en estado de
evolución? ¿Evolucionado?, ¿involucionado?... ¿En qué situación me encuen-
tro? Y esta pregunta es la que yo les traspaso a cada uno de ustedes.
Podríamos todos pensar en lo que implica evolucionar humanamente, o es-
tancarnos, o involucionar. Lo que es cierto es que todos tenemos la experiencia
personal de haber vivido momentos de evolución en nuestra vida, de haber vi-
vido también experiencias de gran confusión, que por tanto podríamos llamar
momentos de estancamiento; o haber vivido experiencias que podríamos con-
siderar incluso de involución.
Para acompañarnos en esta reflexión me gustaría hacer mención a tres o
cuatro ideas que pongo en vuestra consideración.
La primera y la que me parece eje transversal de las otras: lo que sí está cla-
ro —nos lo han dicho ya aquí— es que lo que sea evolucionar humanamente

369
hay que trabajarlo, hay que trabajarlo con tal intensidad que uno no puede ba-
jar la guardia al respecto. En el momento que se baja la guardia, uno se estan-
ca, que es igual que involucionar. Entonces, lo que venga a ser el cultivo per-
sonal o la evolución humana es algo que hay que trabajar.
Recordemos también que el tema general del presente curso: “Los jóvenes
en un mundo en transformación”. La mayoría de los que estamos aquí somos
agentes para poder transmitir alguna experiencia o vivencia a los jóvenes. Me
gustaría que pensáramos ese trabajo de cultivo personal o de evolución huma-
na de los jóvenes en este momento que vive el mundo actual. ¿Cómo puede el
joven cultivar su vida personal y evolucionar humanamente en el conflictivo
mundo presente?
Permítanme la inmodestia de referirme a mi propia experiencia de vida. Yo
“viví” y “habité” 23 años en España, porque nací en España. Viví y habité 26
años en América Latina, en los países andinos —Perú, Bolivia, Ecuador—, y
ahora “habito” en Madrid y “vivo” en cualquier parte del mundo. Me gustaría
que jugáramos un poco con el significado de esas palabras: vivir y habitar. Lo
voy a comentar con una anécdota.
Los jóvenes en un mundo en transformación

Ayer conversaba con un estudiante polaco de Erasmus que, después de un


año, regresaba a Polonia. Hemos hecho una buena amistad y me contaba lo que
había supuesto para él estar en España un año. Regresa a Polonia a terminar sus
dos carreras, una de marketing y otra de administración de empresas, y tiene
asegurado ser gerente de la empresa de su papá, pero me decía que su mayor pre-
ocupación, después de su experiencia de un año en España y haber hecho un
gran trabajo en la universidad y en las prácticas profesionales, su mayor preocu-
pación era lo que hoy podríamos llamar la evolución humana suya personal, es
decir, aquel crecimiento suyo personal que garantizara que no fuese cualquier
empresario, que fuese “un empresario humano”, decía él con estas palabras.
Cuando se refería al hecho de haber vivido un año en España, él decía que ha-
bía sido un antes y un después de su vida. Me contaba cosas muy interesantes
de su experiencia en España y me mencionaba otras no tan interesantes, porque
(él las llamaba así) eran experiencias bastante negativas.
Vivir o habitar es el tema que les pongo delante en esta reflexión. ¿Dónde
vivimos? ¿Cómo vivimos? A lo mejor, sólo habitamos en un lugar. Vivir en el
mundo es distinto a sólo habitar un lugar de este mundo. Y esto es muy im-
portante para la evolución humana o el crecimiento personal.
Me gustaría echar un vistazo a un marco muy amplio de lo que pueda ser
la evolución humana en el mundo actual:

Vivimos un cambio de época que exige un nuevo modelo de pensa-


miento, que —entre otras cosas— renueve los sistemas sociales, económi-
cos, educativos, políticos, mediante nuevas teorías y nuevos estilos o for-
mas de vida.

370
Para comprender esta tesis —con sus argumentos y derivaciones— y para
incentivar nuestro apasionado interés, junto con nuestro motivado compromi-
so, nos hacemos muchas preguntas. Algunas de ellas las veremos acto seguido,
con algún intento de respuesta inicial.
Vivir un cambio de época es vivir en una situación de re-evolución de vi-
sión, de innovación de paradigmas, de mutación en la interpretación de la rea-
lidad. Ya se viene diciendo mucho sobre este cambio. Conocemos en parte lo
que significa conceptualmente, pero sabemos poco de lo que implica para la ne-
cesaria evolución humana. Juzgamos que es muy importante considerarlo, más
aún si pensamos en los jóvenes a los que por vocación nos debemos.
¿Qué significa este cambio de época? Déjenme jugar con una metáfora pa-
ra graficar hacia donde apunta. El derrumbe de las Torres Gemelas (respetan-
do y doliéndonos, por supuesto, por el sufrimiento humano que esa tragedia
haya podido causar y esté ocasionando) tiene para mí una lectura de este cam-
bio de época. Los dos modelos o los dos sistemas modélicos que están rigien-
do la humanidad y la deshumanización de la humanidad —el sistema mer-
cantilista-economicista y el sistema mecanicista-cibernético— están

Los jóvenes en un mundo en transformación


derrumbados, se han desvanecido; no sostienen más a este mundo tal y como
está pensado y habitado.
El problema no es el derrumbe de esos dos sistemas modélicos que rigen la
vida humana, el problema es que no tenemos delante una alternativa para ellos.
Ese es la mayor dificultad que tiene el mundo actual, la consecuente evolución
humana y la formación consciente de los jóvenes.
Estamos en medio de la tragedia del derrumbe de estas dos formas de regir
la actual situación de la humanidad. Debemos evitar en lo posible el dolor hu-
mano que esta situación está causando, pero más aún debemos trabajar creati-
vamente en la búsqueda o la identificación de ese sistema modélico alternativo
que sustituya a las “torres gemelas”.
Este es el gran desafío que tiene el mundo actual. Aventurarse en él es im-
portante, pero también arriesgado. Sospechamos que quien pretenda poner de-
lante esta alternativa le va a suceder como si estuviera en medio de los escom-
bros de los dos sistemas derrumbados hablando de construir un mundo nuevo.
Es necesario, sin embargo, aventurarse a poner delante una propuesta de siste-
ma modélico o de modelo de vida, de paradigma, de modo de enfocar la vida
humana, la evolución humana, diferente a esos dos que están derrumbados y
que, además, su desplome es cada día más catastrófico.
¿Cuál puede ser ese tercer modelo que favorezca realmente la evolución hu-
mana? Para intentar una respuesta tenemos que pensar previamente en una idea
más. Me voy al campo nuestro, al campo educativo, y digo una cosa muy sen-
cilla: hemos pasado de una educación de la presencia a una educación de la au-
sencia. El alumno, como siente ausente al profesor, se rebela contra el sistema;
el profesor, como siente ausentes a todos los componentes personales de su
equipo, se rebela contra el sistema; la Administración siente la ausencia de lo
que pueda suponer un apoyo honesto a una propuesta digna.

371
Entonces, estamos viviendo la realidad de la ausencia en la educación. La
propuesta alternativa en este caso es: ¡vivamos la realidad de la presencia! ¿Nos-
otros nos sentimos real y vivencialmente presentes aquí? ¿O estamos simple-
mente de paso? ¿Yo estoy aquí con ustedes tratando de decirles algo para cubrir
los minutos que se me están acabando? ¿O estoy queriendo hacer presencia
humana en vuestra presencia humana? Es muy diferente. Tratar de comunicar-
nos, de podernos realmente llegar al fondo de lo que es nuestra humanidad es
lo que permitiría hablar de evolución humana. Entonces, transformar ese siste-
ma educativo de la ausencia por el sistema educativo de la presencia sería una
alternativa práctica a ese modelo que estamos buscando, en el campo que nos
compete. Ciertamente lo que sea ese cambio de época, y el sistema modélico al-
ternativo, está refiriéndose a todos los campos del quehacer humano.
Volvamos al tema del que he comenzado diciendo que es el eje de lo que
pueda ser evolución humana. La evolución humana hay que trabajarla, pero
hay que trabajarla con las armas propias de dicha evolución, o sea, de lo que es
el ser humano. Decía ahora Manuel “las preguntas básicas de la educación son
el para qué y el qué”. Por mi parte subrayo otra pregunta que está ajena en la
Los jóvenes en un mundo en transformación

educación y que es “quién” —él lo ha dicho de otra manera, ahora lo recuer-


do—. Si no tenemos claro quién es el ser humano, sujeto y objeto y binomio
de educación, si no tenemos claro quién soy yo para poder evolucionar, lo mis-
mo estoy empujando en dirección a la supuesta evolución y estoy equivocado
porque no sé adónde voy, no tengo visión. No se trata, ya lo sabemos, de tener
conocimiento, se trata de tener visión, de saber, de tener sabiduría, hacia dón-
de voy, ahí es posible hablar de evolución humana.
Entonces, ¿qué nos dice en este momento la ciencia, la genética, de la edu-
cación humana, de la evolución humana? Que ya hemos descubierto el secreto
de la vida, hemos descubierto el mapa genético, el atlas genético del ser huma-
no: ya podemos manipular perfectamente al ser humano. Quien se sienta con-
forme y considere que eso es la base de la evolución humana, es decir quien
considere que el número y la cualidad de los genes biológicos definen su con-
dición humana, se identifica prácticamente con otros seres vivos no personales,
por ejemplo con el chimpancé, que tiene prácticamente nuestra misma com-
posición genética biológica.
Ahora se acaba de reclamar que, como tenemos los mismos genes que un
chimpancé, debemos meter a los chimpancés en la especie humana porque tie-
nen todo el derecho. También se señala que nos distinguimos tan sólo de un ra-
tón en un pequeño número de genes, los demás son todos iguales a los del ser
“humano”.
Si nos quedamos en esos espectaculares resultados del proyecto genoma, la
evolución humana está realmente en contradicción. No nos hemos preocupa-
do quizá por ver el proyecto genoma desde el campo de la ciencia del que se
viene insistiendo desde el siglo XIX, el ámbito de las llamadas ciencias humanas,
—o ciencias del espíritu, ciencias culturales o ciencias noológicas— que está
paralelo al de las ciencias naturales —o ciencias exactas, ciencias cuantificacio-

372
nales. O sea, no me vale a mí solamente saber que tengo 30.000 genes y que en
ese sentido soy ya de la especie humana porque igual es un chimpancé. No me
vale sólo la cuantificación. Lo que es específico del ser humano —y tenemos
que trabajar creativamente esa parte de la ciencia— es la vivencia, es decir,
aquel mundo interior, el espíritu —que hoy se le declara muerto—, el espíritu
del ser humano que es lo distintivo realmente de la especie humana.
En este doble ámbito hay que trabajar la evolución humana. Lo que no es
vivencia está dado, está cuantificado. Pero sabemos, por ejemplo, que no se
puede cuantificar cuánto le quiero yo a alguien, ni cuál es en este momento el
sentimiento que yo tengo frente a ustedes o ustedes frente a mí, o aquella im-
presión que siento cuando pienso en mi evolución como ser humano. Eso no
se puede cuantificar, pero sí se puede vivenciar, y eso es científico también.
Hay que insistir, además de en la unidad de medida en la que se ha basado
la ciencia exacta, la ciencia cuantificacional, las ciencias de la naturaleza; hay
que insistir también en la unidad de vivencia como método científico de evolu-
ción humana. Y ahí aparecen otros requisitos que son los que específicamente
nos distinguen del chimpancé, del ratón o de la lombriz de tierra, con los que

Los jóvenes en un mundo en transformación


nos parecemos desde el punto de vista genético biológico.
Claro está, nos hemos decepcionado. ¿Sentirme yo un chimpancé o una
lombriz de tierra o un ratón, y con eso haber dicho que hemos descubierto el
“secreto de la vida”? Con ello nos hemos sentido nuevamente decepcionados
respecto a lo que pueda suponer evolución humana.
Hay que trabajar científicamente desde las ciencias humanas aquello que ha
estado olvidado por los prejuicios que ha tenido el siglo XIX y el siglo XX y que
el siglo XXI está llamado a “re-evolucionar” —si quieren usar esta palabra ya que
estamos en el tema—, tenemos que re-evolucionar en esta línea de descubrir-
nos quiénes somos para poder trabajar realmente la evolución humana.
Para tratar de fundamentar mejor estas ideas expuestas hasta aquí, permí-
tanme proponerles analizar algo que había meditado para este encuentro uni-
versitario y antes de sabernos ante ustedes.

¿Vivimos en una época de cambios o un cambio de época?

¿Qué es lo esencial del cambio de época? ¿Qué puede convertir las debili-
dades y amenazas desestabilizadoras de estos cambios en singulares oportuni-
dades para el futuro? ¿Cuáles son las condiciones personales para la nueva épo-
ca, las características de los cambios de estructuras sociales, las exigencias de las
nuevas e influyentes teorías educativas y pedagógicas en estos nuevos tiempos?
¿Qué distingue a los pocos que asumen el cambio de época frente a la inmen-
sa mayoría que no lo comprende y, menos aún, lo digiere mentalmente?… Par-
ticularmente nos interesa cuestionarnos: ¿qué requieren la escuela, el colegio, la
universidad; los sistemas educativos, los organismos multinacionales para po-
der cumplir la tarea que los nuevos tiempos les demandan?…

373
El cambio es experiencia común en el ser humano y en la sociedad. Es más,
se constituye en condición de posibilidad de su educación y progreso. Ahora
bien, hay momentos fuertes en la vida personal y en la historia de la humani-
dad; suelen estar acompañados de crisis, inestabilidad o incertidumbre; se pre-
sentan con similar expectativa a la que se tiene ante un parto complicado o an-
te los conflictos prolongados sin solución. Para la inmensa mayoría se ven como
gran amenaza; solo para algunos —un tanto extraños al contexto primario— se
constituye en una oportunidad… ¿Son estos los distintivos de los cambios de
época que exigen —además— diversos estilos de vida a los que tenemos en los
decadentes tiempos que vivimos? Lo que está aconteciendo actualmente en el
mundo, ¿no nos habla de una nueva era cuyas características esenciales están to-
davía por reconocerse?

Un nuevo modelo de pensamiento

Podemos afirmar con cierta seguridad que estamos en uno de estos cambios
Los jóvenes en un mundo en transformación

de época históricos. El anuncio del mismo ha tenido voces especialmente dra-


máticas: progresivo desastre ecológico, “fin de la historia”, muerte de Dios, de
las ideologías, …
Todo cambio de época requiere un nuevo modelo/paradigma/visión del
mundo. Exige situarse desde los más elevados estadios del conocimiento-visión
al que —en principio— solo algunos se arriesgan.
Hablar y tratar de fundamentar un nuevo modelo de pensamiento supone
necesariamente un riesgo intelectual y moverse en un campo pantanoso, in-
cierto, incómodo y, muy probablemente, portador de muchas incomprensio-
nes; pues supone cuestionar al modelo precedente en el cual está establecido el
pensamiento de la mayoría de nuestros interlocutores. No es prestigioso en
principio y supone un cierto afecto a la incertidumbre y a los cuestionamien-
tos ajenos implacables o al menos controvertidos. Solo resisten en esta posición
incómoda los que, además de una convicción intelectual, poseen un fuerte y ge-
neroso compromiso vivencial con lo que da razón y visión intuitiva a esta nue-
va cosmovisión.
En cualquier caso toda reflexión antropológico-sociológica, como la que en
este Curso queremos hacer, supone necesariamente situarse en un modelo de
pensamiento. Sea uno u otro, hay que explicitarlo para obtener del mismo la
validación y coherencia de nuestras proposiciones y de los persistentes análisis
de los sistemas, las teorías y experiencias que estemos tratando.
Hay que distinguir además, críticamente, las características y niveles de pro-
fundidad y extensión de estas concepciones humanas y sus manifestaciones
operativas. Se puede tener una concepción desde el simple interés primario
(económico, político, sociológico, elitista), desde la necesaria implementación
de la tecnología, desde la observación y reflexión experimentada acerca de la
praxis social, desde una postura científica, filosófica, metafísica de las teorías y

374
sistemas que la sustentan; o podemos identificar nuestras concepciones y nues-
tra conducta con el mundo de nuestros pre-juicios, ideologías, cultura, con-
venciones de grupos.

Un nuevo concepto de ciencia

Tenemos que trabajar metódicamente una ciencia humana más integrado-


ra de la persona, que abarque no solamente lo que desde las ciencias de la na-
turaleza podemos decir sino también lo que —hasta ahora— sólo la vivencia y
la experiencia íntima del ser humano han podido constatar. Desarrollar este
sector de la ciencia, rompiendo todos los prejuicios que hay al respecto, es nues-
tra principal ocupación intelectual.
Por ejemplo, las nuevas pedagogías consideran las etapas de desarrollo que
Jean Piaget ha establecido en el ser humano y añaden al pensamiento formal o
lógico los que llaman “categorial” y “paradigmático”, abriendo con ello lo que
fundamenta su aporte más significativo en relación con una de las exigencias

Los jóvenes en un mundo en transformación


que consideramos de mayor importancia en este concreto cambio de época que
vivimos: devolver, con nuevas características, al pensamiento humano la visión,
la meta-[ta]-física, el nivel más profundo y más elevado, la condición vivencial
y trascendente del mismo. Llenar este vacío es para nosotros el desafío más im-
perioso que tiene el ser humano al comenzar el siglo XXI, si quiere realmente
desarrollar su capacidad creativa y “competir” con la ciencia robótica a la cual,
en cierto modo, ya se encuentra enfrentado o, al menos, es muy discutible que
esté realmente a su servicio1. ¿Pero a qué nos estamos refiriendo con este nivel
más elevado del pensamiento humano?

Sus implicaciones educativas

El campo educativo es el escenario privilegiado de las nuevas actitudes, afec-


tos, esperanzas; propuestas innovadoras e, incluso, conmocionantes que un
cambio de época lleva consigo. Aunque es previsible una gran confrontación

(1) Remito a ustedes a obras de arte cinematográficas como son: “2001. Una odisea en el espacio”, “Blade Run-
ner”, o la actual “Inteligencia artificial” (Spilbert, 2001). Lo que hace treinta años era ciencia-ficción, hoy es ya una re-
alidad cuestionante y que desafía dramáticamente a la humanidad actual. A manera de ejemplo, recuerden que en “Bla-
de Runner” (primera versión, 1982, producida por Michael Deeley, dirigida por Ridley Scoot e interpretada por
Harrison Ford), se nos hacía imaginar un mundo futuro próximo: año 2019. Hombres “sabios” y “genios”, especiali-
zados en ciencia robótica, ya pueden diseñar y crear otros hombres, programados para vivir poco tiempo y sin senti-
miento ni afecto alguno. Estos son usados al servicio de los más variados intereses de individuos y grupos de poder, en
un mundo totalmente inequitativo. Su perfección genética se convierte en una amenaza para la humanidad; el miedo,
por ello, elimina la libertad y toda posibilidad de restaurar una sociedad caotizada, irracional e intrascendente. Es el
culto a la biología mecánica a cuyo cielo nadie aspira, ni aún los más “inteligentes” de estos robots fabricados por los
hombres. Ellos son, paradójicamente, el único atisbo de restauración del sentido de la vida y la muerte, del amor y de
los valores, en la misma medida que alcanzan algún nivel de sentimiento, de emociones, de afectos, en contra de la vo-
luntad de sus progenitores biomecánicos.

375
con los “técnicos o expertos”, los “científicos”, los “prudentes” y los “filósofos”
de la estabilidad social; y, sobre todo, con los maestros/profesores/enseñantes,
cuya mayoría “tiene las cosas claras”, como es propio de quienes se acomodan
en la indiferencia o en el aparentemente cómodo escenario de la invalidez pa-
radigmática, sin posible visión de futuro. Los docentes profesionales nos hemos
visto enfrentados por distintas causas a esta parálisis o crisis de efectividad en
nuestro encargo de dirigir y formar a las nuevas generaciones. Queremos salir
de este estancamiento, pero a veces “no se puede” sino por reacción violenta an-
te hechos que nos impresionan sobremanera. Somos optimistas frente a esta di-
fícil tarea, pero hace falta conmocionar un poco nuestra sensibilidad.

Teorías “fuertes” frente a las teorías “débiles”

¿Cómo halar a la Pedagogía hacia el futuro promisorio de una consistente


teoría, que sistematice la educación de acuerdo a un modelo de ser humano via-
ble (con dirección y sentido)?
Los jóvenes en un mundo en transformación

¿El desarrollo del pensamiento formal (Piaget), o el pensamiento paradig-


mático/científico/concreto-complejo (Pedagogía Conceptual) es su reto próxi-
mo más significativo?
Si la escuela-colegio (básica-bachillerato) tiene que alcanzar el desarrollo del
pensamiento formal y la universidad asegurar el nivel categorial del mismo,
¿podrán lograrlo sin haber sido desarrollado el pensamiento paradigmático/
/científico (afectivo-cognitivo-expresivo) y sus correspondientes operaciones
intelectuales? ¿Se puede caminar por la selva baja o llana, con seguridad de lle-
gar a donde se quiere, sin tener una brújula o algún sistema alternativo de
orientación? ¿Si no se posee “visión” se puede alcanzar la máxima aspiración de
la inteligencia? ¿Cuál es el “límite” del desarrollo del pensamiento humano,…
¿Será el conocimiento histórico acumulado, o la validez del mismo dictamina-
da por la comunidad científica internacional, o más bien la inspiradora creati-
vidad sin término del espíritu humano?… ¿Es solo la edad cronológica el de-
terminante fundamental o la condición de posibilidad del pensamiento
paradigmático? ¿Qué otras exigencias tiene el desarrollo del mismo? ¿Puede ser
este difundido y perfeccionado en la universidad de hoy (tal y como está)?…

Desarrollo y educación

¿Qué diferenciará en las próximas décadas a los países desarrollados de los


que no lo serán (aunque lo sean en la actualidad)? ¿En qué consistirá ser edu-
cado dentro de veinticinco años, es decir cuando nuestros actuales niños estén
en la etapa más significativa de sus madurez vital?… Si estas son preguntas bá-
sicas que cualquier teoría pedagógica y educativa con vocación de futuro debe

376
hacerse, ¿las tiene bien planteadas y adecuadamente respondidas la Pedagogía y
los sistemas educativos en la actualidad?

Bibliografía

HERRÁN, A y J. MUÑOZ (2002): Educación para la Universalidad más allá


de la globalización. Madrid: Dilex.
RIELO, F. (2001): Mis meditaciones desde el modelo genético. Madrid. FFR.
SOUSA, J. DE (2001): La dimensión institucional del desarrollo sostenible. Iba-
rra-Ecuador: PUCEI.

Los jóvenes en un mundo en transformación

377
CAPÍTULO IV.3.5

Los jóvenes en un mundo en transformación


ATENCIÓN, PODER Y TRABAJO DOCENTE:
EL VALOR EDUCATIVO DE LA MUERTE
Profra. Dña. Mar Cortina
Universidad de Valencia

Índice
1. Introducción.
2. Breve lectura del momento socio-histórico.
3. Percepción social de la muerte.
4. Actitudes Individuales.
5. El valor educativo de la muerte.
6. Claves formativas para el profesorado.
7. El destierro de la muerte en la escuela como estrategia de poder.
8. Conclusiones.
9. Bibliografía consultada.

El valor educativo de la muerte


“De quien quiero ocuparme no es de lo humano ni de la humanidad sino del
hombre de carne de hueso, el que nace, sufre y muere —sobre todo muere—, el que
come, bebe, juega, duerme, piensa y quiere, el hombre que se ve y se oye, el herma-
no, el verdadero hermano”.
UNAMUNO (1982: 26)

379
De lo que trata esta intervención es del valor formativo que tiene la muer-
te, entendiendo como formativo todo aquello que facilite y permita el desarro-
llo pleno de las potencialidades del sujeto.
Este ensayo se deriva del intento de dar respuesta a una serie de preguntas:
¿Por qué se elude el tema de la muerte en la sociedad y por tanto en la escue-
la? ¿Siempre ha sido así? ¿Es así en todos los lugares? Si no es así en todas las
civilizaciones ¿qué relación hay entre esta ocultación y el sistema socioeconó-
mico imperante? ¿Cuál es ese poder formativo de la muerte que hace que el
mercantilismo la niegue? ¿Puede la escuela, aún siendo una institución que re-
produce el poder, recuperar el valor formativo de la muerte? ¿De qué manera
recuperar la conciencia de mortalidad nos aporta claridad al momento socio-
histórico que vivimos y al papel que desempeñamos en él? ¿Puede llegar a ser,
el educar para la muerte, una herramienta de transformación social y de evo-
lución? ¿Pensar en el morir contribuye a un vivir menos deshumanizado que
el actual?
Ya sé que el dar respuesta a todas esas preguntas requeriría de una investi-
gación más profunda y extensa que la que aquí se hará, pero vamos a tomar es-
Los jóvenes en un mundo en transformación

ta conferencia como un disparo de salida que invite a cada uno a hacer su pro-
pio recorrido, sus propias preguntas. Son muy pocos los/as maestros/as o
pedagogos/as que hayan dedicado atención al binomio educación-muerte y que
esto sea así, también da para pensar.

Breve lectura del momento socio-histórico

El mercantilismo en su cultivo del materialismo y el individualismo, nos ha


llevado a situaciones de desigualdad extremas y el desarrollo tecnológico nos
permite estar enterados de ello y darnos cuenta de que lo que ocurre en cual-
quier lado del mundo nos incumbe y nos afecta, facilitando ese sentimiento de
especie que habita un lugar común. Prueba de ello son los Foros Sociales Mun-
diales que se vienen celebrando en Porto Alegre (Brasil) desde hace 3 años, así
como las manifestaciones a favor de la paz del 15 de febrero de este mismo año,
después de la violación del Derecho Internacional (y de todos los derechos) por
parte de los EEUU en la guerra contra Irak. Por otro lado, la adhesión a ella del
actual Gobierno de este país, ha puesto en mayor evidencia el estar viviendo en
una pre-democracia (A. de la Herrán, comunicación personal, 05/02/03) don-
de se toman las decisiones sin tener en cuenta la opinión de los que, en teoría,
son representados. Este hecho, escogido por haber provocado por primera vez
en la Historia una reacción de protesta unificada, pone de manifiesto un senti-
miento común de injusticia. Más significativo que en otras ocasiones porque
ahora se ha dejado ver y oír. O sea, que la propuesta que antepone el bienestar
económico de unos pocos ante cualquier otra cosa está llegando a unos extre-
mos que nos hace reaccionar. Y este reaccionar no ya sólo en busca de nuestro
propio interés, confiere a las personas que así lo hacen, un sentido.

380
Por un lado, hemos tomado conciencia de que ese bienestar del que algu-
nos gozamos está basado en el no-bienestar de más de medio mundo, también
de que este modo de vivir en el que sólo se cultivan algunas ramas del árbol de
la vida y se ignoran otras esenciales nos conduce a un estado de desorientación y
desánimo, manifiesto en muy diversas formas de conflicto, consumo de drogas,
enfermedades y violencia. En la calle, en las escuelas, en la familia, en las rela-
ciones, en el trabajo,... La situación actual está clamando un cambio. El cam-
bio debe ser profundo, estable, de largo alcance e irreversible como decía Dewey,
J. (1958)

Percepción social de la muerte

¿Por qué no se habla de la muerte de una manera abierta y sincera si es al-


go que todos tememos y nos preocupa?
Hablar de la muerte es algo delicado y complejo, y a la vez absolutamente
simple ya que es el final ineludible de nuestras vidas. Algunas culturas han da-
do una explicación al hecho de morir por medio de los sistemas de creencias,

Los jóvenes en un mundo en transformación


integrando la muerte en un diálogo profundo con la vida y los demás seres hu-
manos. En nuestra cultura es una realidad sobre la que no trabajamos abierta-
mente, continúa siendo un tema tabú por lo que hace más evidente revisar
nuestra relación con la muerte y con las personas que están cerca de ella. Sor-
prende el hecho de que siendo la muerte un aspecto tan decisivo en la historia
de nuestras vidas como el mismo nacimiento, que celebramos puntualmente
cada año y que, habiendo sido la muerte un punto culminante del simbolismo
ritual de todas las culturas de la Tierra hoy sea una temática marginal. Podemos
entender que sea así si nos paramos a pensar que la muerte tiene dos caracte-
rísticas que la convierten en angustiante: es impredecible, nadie sabe con certe-
za cuando será el último día de su vida y, por otro lado tiene un carácter abso-
lutamente misterioso. Impredecible y misteriosa en su esencia, la muerte ataca
la misma raíz fundamental de los valores que estamos persiguiendo en nuestras
sociedades: la seguridad planificada y la predictibilidad.
Los sistemas socioeconómicos condicionan el modo de pensar, de sentir y
de hacer de las personas pero también son condicionados por ellas. A las épo-
cas de florecimiento económico, político y social le han sucedido contextos de
caos y confusión; los ideales que en una época parecen válidos e inamovibles,
son cambiados por un manotazo de la historia. Este estado cambiante de las si-
tuaciones que nos recuerda de manera constante la impermanencia de las co-
sas, de los pensamientos, de los sentimientos, de las creencias,...cuya cumbre es
la muerte, produce como contrapartida una constante búsqueda de seguridad
que ha permanecido como una corriente de fondo a lo largo de la historia de
la humanidad. Nuestra época es uno de los mayores exponentes de esa bús-
queda manifestándolo a través de la preeminencia del tener, del poseer. Para-
dójicamente, mientras por un lado intentamos que nuestra existencia sea cada
vez más larga y más confortable, las patologías —personales y sociales— rela-

381
cionadas con el sinsentido de la vida, con el sentimiento de vacío, de insatis-
facción, de ansiedad van en aumento.
Es verdad que somos el fruto de la influencia que las diferentes institucio-
nes (estatal, familiar, escolar) han dejado en nuestra vida pero “entre huella y
huella de estas instituciones hay rendijas, espacios vacíos” (F. Beltrán, comunic.
en aula, 26/03/03) por los que podemos asomarnos a lo que somos esencial-
mente, más allá de la época y el lugar en el que nos haya tocado vivir, más allá
de la raza y del género, más allá de nuestro estatus y nuestra profesión y que nos
une en la diversidad como seres humanos. Somos, entonces, además de seres
culturales y pensantes, cazadores de conocimiento (homo sapiens), seres bioló-
gicos y sociales, buscadores de la cooperación, la libertad y el amor (homo
amans, Maturana, 1995) y seres intuitivos, relajados, buscadores del yo, de la
identidad, de la comunidad (homo ludens, G. Steiner, 2001:128) esto hace que
tengamos en común algunos aspectos muy básicos que a veces el ritmo de vida
nos hace olvidar: necesitamos ser valorados, queridos y escuchados; necesita-
mos tener una relación armónica y con sentido con nosotros mismos, con los
demás y con el entorno; necesitamos una explicación —ya sea científico-racio-
Los jóvenes en un mundo en transformación

nal o espiritual-trascendental— para este mundo. Estas necesidades básicas del


ser humano se ponen más en relieve en momentos de crisis, ya sea personal, so-
cial o mundial y entonces nos damos cuenta de que hay aspectos de nosotros
que el poder del sistema socioeconómico actual hiperdesarrolla en detrimento
de otros que al ser silenciados impiden un desarrollo equilibrado. El haber
puesto el acento en nuestra capacidad pensante, en esa mitad izquierda de nues-
tro cerebro, verbal, ambiciosa, dominadora ha silenciado pero nunca anulado,
la mitad derecha, “el amor, la intuición, la misericordia, las formas orgánicas y
más antiguas de experimentar el mundo sin agarrarlo por el cuello” (G. Steiner,
2001:128). Y el hombre es todo eso:

“El ser humano es un ser racional e irracional, capaz de mesura y de desme-


sura; sujeto de una afectividad intensa e inestable; sonríe, llora y ríe, pero también
es capaz de conocer de una manera objetiva; es un ser serio y calculador, pero tam-
bién ansioso, angustiado, gozador, ebrio, extático; un ser de violencia y de ternura,
de amor y de odio; un ser invadido por lo imaginario y que puede reconocer lo re-
al; que sabe de la muerte pero no puede creer en ella, que segrega el mito y la ma-
gia, pero también la ciencia y la filosofía (...). El ser humano es complexus” (E.
Morin, 1999, p:72)

Actitudes individuales ante el vivir teniendo en cuenta la muerte

Vistas algunas razones por las cuales la idea de la muerte se ha ido arrinco-
nando, vamos a ver que las actitudes individuales ante ella, a pesar de la invita-
ción social a dejarla de lado, pueden ser de dos tipos: considerarla o no consi-
derarla. Antes de entrar en ello, quiero detenerme en la etimología de la palabra

382
“considerar” ya que ha sido elegida conscientemente. Me baso para ello en
J.A.Marina (2000: 127): “Procede de “sideral” y debió de significar el atento
examen de los astros en busca de augurios. A principios del siglo XVII, mi ad-
mirado Covarrubias lo define como “pensar bien las cosas”, pero durante el si-
glo siguiente se fue convirtiendo en un modo de evaluarlas y el curios Panléxi-
co de 1843 lo relaciona con el respeto hacia las cualidades de los seres.
Considerar algo o a alguien es concederle atención y tiempo, creer que es pre-
suntamente valioso”
Empezaremos por la segunda opción:

a) No considerarla. Utilizando la terminología de J.H.Newmann (1892:36,


citado por J. Gevaert, 1981) y esta no consideración de la muerte equi-
vale a una conciencia nocional. Si la conciencia de la muerte es mera-
mente nocional es válida para todos sin una relación especial con mi
existencia individual. Es como todas esas cosas que se saben por haber-
las oído decir a otros, pero que no implican un conocimiento real y per-
sonal. La conciencia general de la muerte no es una verdadera concien-

Los jóvenes en un mundo en transformación


cia, no es darse cuenta en el sentido propio de la palabra, no es una
realidad que me estruja el corazón, desconcierta mi existencia y condi-
ciona mis acciones. Ésta es la opción de esta sociedad nuestra y eso pro-
voca comportamientos de huida y evasión. Es obvio, la muerte está ahí,
forma parte de la vida desde el mismo momento en que nacemos y si
uno no quiere enterarse, le da la espalda. Esta tentación de la huida ha-
ce que las personas se dejen llevar por la disipación exterior. M. Hei-
degger (1984 :277,370) ha insistido en el hecho de que esta huida en la
mentalidad de las masas, en el trabajo, en la diversión, etc. es, a su mo-
do, una confirmación de la conciencia universal de la muerte. Huir sig-
nifica de alguna manera darse cuenta del peligro inminente y de la ame-
naza. Muchos intentan no pensar en ello, apartan la idea de la muerte,
como la de cualquier otro mal. La negación de la muerte es caracterís-
tica para una parte de la civilización occidental intensamente industria-
lizada, actualmente es la realidad que más se arrincona en la vida social.
Pascal (1972) decía:
“No habiendo podido encontrar remedio a la muerte, a la miseria, a la
ignorancia, los hombres para ser felices, han tomado la decisión de no
pensar en ello”
Hay muchas manifestaciones de este proceder: ya no se muere en casa,
se muere en los hospitales, clínicas o residencias. En cualquier caso, se
separa rápidamente el cadáver de sus familiares, algunos de los cuales ni
siquiera quieren verlo. Se aleja a los niños del “horror” de la muerte. No
se la nombra, se dan curiosos y forzados circunloquios para evitar la pa-
labra muerte: “Me he enterado de lo de tu padre, ¿cuándo sucedió la
desgracia?”, etc. O en el caso de los enfermos graves o terminales que,
aún empeñándose el personal sanitario y los familiares a no nombrarla

383
pero buscando a alguien con quien compartir sus temores, en algunos
casos se atreven a comentar que sienten que se están muriendo y se les
contesta con un “No digas tonterías”, “Todos nos vamos a morir”, etc.
Incluso las exequias se han simplificado hasta límites casi inhumanos.
La frialdad y asepsia de los mortuorios o sanatorios para evitar las mo-
lestias a los familiares evitan también el contacto con el difunto que tan-
tos recuerdos despertaba y le hacía “vivir” entre nosotros.
Así que, por un lado parece lógico y comprensible que uno quiera olvi-
dar que es mortal, ya que la muerte “siempre nos humilla, es la doloro-
sa constatación de nuestra total impotencia ante no sabemos qué. Es el
fracaso, la derrota de todos los esfuerzos y los logros de la ciencia médi-
ca o de las plegarias y promesas. De hecho, ya Freud señalaba que esa
verdad ineludible no tiene cabida en nuestro inconsciente y de ahí que
todos nuestros mecanismos vitales y racionales estén destinados a olvi-
dar, negar o reprimir la idea misma de la muerte” (Magda Català,
2001). También para Sartre (1943:617) la muerte no puede quedar
nunca asumida e integrada en un proyecto existencial, la muerte viene
Los jóvenes en un mundo en transformación

radicalmente desde fuera e interrumpe radicalmente la existencia que se


proyecta hacia la libertad y en la libertad, es la aniquilación siempre po-
sible de mis posibilidades.
Es de sentido común saber que la huida del problema no lo hace des-
aparecer, sólo lo posterga hasta que el discurrir de la vida, más tarde o
más temprano, nos gira la espalda y nos lo pone delante.
Aún así:
“Nuestra época niega simplemente la muerte y, juntamente con ella un as-
pecto fundamental de la vida. En lugar de permitir que la conciencia de
muerte y del sufrimiento se conviertan en uno de los estímulos más podero-
sos de la vida (...) el individuo es obligado a reprimirla. (...) pero los ele-
mentos reprimidos no dejan de existir (...). Así el temor de la muerte goza
de una existencia clandestina entre nosotros” (Fromm, 1979: 222 citado
por Mèlich, 1989: 132)
¿Dónde está precisamente el punto en que la conciencia nocional de la
muerte se convierte en conciencia real y concreta? ¿Cuándo queda des-
enmascarada la huida y la ignorancia?

b) Considerarla: Siguiendo de nuevo a Newmann, considerarla equivaldría


al conocimiento real de la muerte. Lo que quiere decir haber vivido la
muerte de alguien querido y que ese hecho haya cuestionado la jerar-
quía de valores con los que, antes de esa muerte, nos movíamos; que ese
hecho haya removido cimientos de creencias, formas de relacionarnos,
interpretación del futuro, valoración del presente. Así pues, el punto de
inflexión donde quedan desenmascaradas la huida y la ignorancia es
cuando, a través del vacío que deja esa persona preciada, la muerte se re-
vela como una amenaza real. Aquí es donde el hombre se da existen-

384
cialmente cuenta de lo que significa ser mortal y de cuál es la verdade-
ra naturaleza de la muerte. No basta con perder a un ser querido, es ne-
cesario que nos abramos a lo que eso significa para nosotros, a todos los
cuestionamientos que esa muerte suscita. G.Marcel (1959:182) ha in-
sistido en el hecho de que el único planteamiento real y concreto del
misterio de la muerte es el misterio de la muerte de la persona amada:
“Lo que importa no es mi muerte, sino la muerte de las personas que
amamos. En otras palabras, el problema , el único problema esencial es
el que plantea el conflicto del amor y la muerte”
Si optamos por vivir en la conciencia de la muerte ¿Qué beneficios exis-
tenciales nos reporta? ¿No es mejor olvidarse del asunto y ya sufriremos
cuando nos llegue?
Retomamos aquí el concepto de experiencia para poder dar respuesta a
estas preguntas, es decir, más allá de creencias, preconceptos, filosofías,
psicologías, pedagogías, antropologías, está lo que vivimos, la apertura
y disposición con que lo hacemos, la conciencia que le ponemos y la in-
terpretación que hacemos de ello que luego puede ser corroborado, ra-

Los jóvenes en un mundo en transformación


tificado, intensificado o desmentido por otros a través de sus experien-
cias o sus escritos.
La experiencia ha sido una palabra clave en el pensamiento de autores
como J. Dewey, Leonardo da Vinci, A. Einstein, Buda, Lao-Tsé, entre
muchos otros:
“La experiencia no miente nunca; es nuestro juicio el que yerra prome-
tiéndose cosas de lo que no es capaz. Los hombres se equivocan al que-
jarse contra la experiencia y tacharla de engañosa. Dejad a la experien-
cia tranquila y volved las quejas contra vuestra propia ignorancia que os
lleva a fantasías e insensatos deseos y esperáis de la experiencia cosas que
no están en su poder”( Leonardo da Vinci, citado por Racionero, L.,
1986, p. 94)
Desde nuestra occidental manera de pensar, de entender lo que sucede
—que no es más que una entre tantas otras posibles— es muy difícil
percibir la muerte como algo no catastrófico. Para ampliar esa idea fatal
de la muerte, es preciso pues que ampliemos nuestra manera de mirar,
de pensar, de sentir y esto empieza por abrirse a la experiencia.
Partiendo pues de esa apertura, puedo decir que vivir en la conciencia
de la muerte permite:
1. A nivel individual:
• Percibir la vida como un regalo y por tanto no desperdiciarla.
• No dejar para otro momento lo que verdaderamente se considera
importante: Resolver conflictos interpersonales, decir “lo siento”
o “te quiero” antes de que sea demasiado tarde.
• Vivir desde la sinceridad y la autenticidad, así como desde el res-
peto profundo por cualquier otra vida que entre en relación con
la de uno.

385
• Practicar el desapego y la no acumulación como entrenamiento a
lo que vendrá sin previo aviso.
• Preguntarse si estoy viviendo cómo, con quién y dónde quiero y
tomar decisiones más coherentes con nosotros mismos.
2. A nivel social:
• Impulsa a reaccionar. En contra de la inseguridad fundamental de
la existencia, permanentemente expuesta a la muerte, el hombre
ha creado las estructuras y los elementos de una gran civilización.
El tiempo no es solamente amenaza sino distancia y retraso de la
muerte, de ahí su lucha contra las enfermedades y el alargar la vi-
da y sus condiciones. “H. Marcuse (1968, p:231-233) y M. Ve-
rret (1961, p : 175) y otros muchos insisten en este poder esti-
mulante de la muerte. Toda la empresa cultural de la humanidad
es vista como lucha en contra de la muerte”.(J. Gevaert,
1981:318). Según demuestran una cantidad de historiadores re-
cientes, entre ellos A. Ballesteros en su Historia de la Serenidad, el
habitante normal y corriente de la Edad Media era especialmen-
Los jóvenes en un mundo en transformación

te festivo, en parte por esta presencia constante de la muerte a tra-


vés de la peste, las guerras y las hambrunas, esto creaba en mu-
chas mujeres y hombres del medievo un deseo más acendrado y
auténtico de disfrute de la vida en términos generales, acogién-
dose a una actitud de carpe diem y a un ideal de existencia más
gozoso.
• Reconoce un determinado valor a lo material: El significado de la
existencia humana no puede estar en la acumulación de bienes
privados para uso exclusivo de algunos individuos. Tampoco resi-
de en la acumulación de éxitos sociales y profesionales. Nadie se
lleva consigo al morir los bienes conseguidos ni los éxitos cose-
chados. Me parece importante, sin embargo, señalar que la muer-
te no descalifica el tener como tal sino el tener como objetivo ab-
soluto del individuo con exclusión de los demás. En realidad lo
único que dejamos al morir es el recuerdo y las huellas de una vi-
da cuya profundidad y calificativos estarán en estrecha relación
con la conciencia de muerte con la que hayamos vivido.
• La libertad: Según Jaspers (citado por Mèlich, 1989:136), la li-
bertad absoluta es un sueño; unicamente hay libertad desde la
aceptación profunda de mis condicionamientos, es decir, del lí-
mite, en este caso, de la muerte. También Camus compartia esta
opinión:
“Frente a la muerte, la libertad es ilimitada. Ella le confiere al
hombre la responsabilidad total y exclusiva de sus propias accio-
nes” (A. Camus, 1943: 49)
• Amplia el concepto de amor. Si basamos nuestro vivir en el amor a
otra persona y se la lleva la muerte, nuestra existencia deja de te-

386
ner sentido. No es que este amor esté privado de grandeza y de va-
lor, pero buscar en ello el sentido último de la propia vida signi-
fica perderla. La muerte amenaza a toda existencia individual e in-
vita a ampliar el circuito cerrado de un amor puramente entre dos
personas para abrirse a la definición de amor de H. Maturana
(1995): “La apertura de un espacio de existencia digna del otro
junto a mí”
• Confiere orientación y seriedad a la vida. El hecho irreversible de la
muerte le confiere un límite al tiempo existencial y por eso le da
una gran seriedad e importancia a cada uno de los momentos li-
mitados que están disponibles y a cada uno de nuestros pensa-
mientos, sentimientos y acciones.
“Ser la muerte un hecho ineludible no conlleva a la persona, al
heideggeriano ser-para-la muerte, sino, contrariamente a ser para
la vida y a hacer de ella como único escenario posible ese hacer”
(Castilla del Pino, 1981: 39, citado por Mèlich, 1989 p.136).
• Da sentido al compromiso y responsabilidad social. Podemos llegar a

Los jóvenes en un mundo en transformación


sentir que la vida puede no tener sentido si la muerte nos la arre-
bata en cualquier momento, pero es indudable que este absurdo
queda anulado por la experiencia concreta de la solidaridad, del
estar disponible al otro, del realizar acciones que contribuyan a
aminorar las desigualdades, del asumir nuestra parte de responsa-
bilidad moral ante las injusticias y hacer nuestra contribución pa-
ra que el mundo sea menos inhóspito.
• Nos iguala como seres humanos. La muerte nos nivela a todos en la
misma prueba, hayamos hecho lo que hayamos hecho y sido lo
que hayamos sido. En este sentido, la muerte nos invita a fomen-
tar la convivencia humana donde se reconozca la igualdad funda-
mental de todos.
“La muerte desenmascara al egoísmo y a la explotación, a la vo-
luntad de poder y a la sed de dominio. Nos invita a la tolerancia,
a dejar sitio para todos, ya que nadie es indispensable en la co-
munidad humana. Quedan borradas todas las diferencias entre
pobres y ricos, poderosos y miserables” (J. Gevaert, 1981, p: 321).
• Fomenta el pensamiento crítico, la perplejidad, la decisión indivi-
dual y, por tanto, la responsabilidad. Potencia la duda, el cuestio-
namiento, de cualquier filosofía o creencia social o religiosa para
devolver el valor de la constante búsqueda y de la experiencia.
• Plantea cuestiones esenciales sobre el sentido de la vida. ¿Qué signi-
fica vivir si todo acaba? ¿Para qué estoy aquí? Y por tanto fomen-
ta la indagación y la búsqueda que ganan terreno sobre la deses-
peración y la apatía. También podemos invertir la pregunta, tal y
como propone V. Frankl (2001) desde su experiencia en los cam-
pos de concentración nazi:

387
“Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra
actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos
y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa
que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nos-
otros (...). En última instancia, vivir significa asumir la responsa-
bilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello
plantea (...) Resulta completamente imposible definir el significa-
do de la vida en términos generales, el significado de la vida di-
fiere de un hombre a otro y de un momento a otro”.

El valor educativo de la muerte

Voy a desarrollar este punto a través de varios aspectos que se derivan y se


interrelacionan con los ya desarrollados en el punto anterior:
Los jóvenes en un mundo en transformación

A. Educar para la muerte es educar para entender la vida

La muerte forma parte de la vida y de la evolución. Cualquier ser viviente,


independientemente de si vive más o menos, acaba muriendo. No hay vuelta
de hoja. Desde el momento en que se entra en la existencia cíclica, no hay ma-
nera de vivir al margen de ella. Aunque las cosas sean bellas y hermosas, acaban
desapareciendo o transformándose porque forma parte de su naturaleza y de la
nuestra que disfrutamos de ellas.
Por sentido común, si la escuela no tiene en cuenta el sufrimiento, la ad-
versidad o el dolor descarta importantes cantidades de vida y por tanto, una en-
señanza que no tenga en cuenta la muerte, no se está dirigiendo a los seres hu-
manos. Impide una mirada global, un percibir al ser humano como
perteneciente a una especie que habita un lugar que nos condiciona y al que
condicionamos, que nos nutre y al que nutrimos, como habitantes de un pla-
neta inserto en un universo, el cual —tanto planeta como universo— evolu-
ciona a través de la muerte, del cambio ,de la transformación, de la extinción.
Estas reflexiones invitan al alumno a observar la naturaleza y sentirse parte de
ella, por tanto a respetarla así como les motiva cuando se les habla de las trans-
formaciones físicas y químicas, de la evolución de las especies desde la óptica
del continuum vida-muerte. Les despierta el interés sobre la evolución.

VIA, VERITAS ET VITA


Ver en todas las cosas
De un espíritu incógnito las huellas;
Contemplar
Sin cesar
En las díáfanas noches misteriosas,

388
La sana desnudez de las estrellas...
¡Esperar! ¡Esperar!
¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura y no soñada paz...
Sereno y fuerte
AMADO NERVO (Poesía Selecta)

Decía A. Oliver (1996): “Es el desconocimiento de la vida el que nos hace


concebir el terror de la muerte”.

B. Educar para la muerte, aminora su temor.

Si la educación es formación, introducir la muerte en los estudios es prove-


erles de una perspectiva más cierta e intensa de la vida, es dotarles de recursos
existenciales para cuando suceden las “pequeñas muertes”: perder dinero, rom-
pimiento de la familia, fallo de la salud, decepción amorosa, fracaso escolar,
profesional, etc.

Los jóvenes en un mundo en transformación


“El miedo a la muerte requiere de dosis homeopáticas, es decir, de peque-
ñas muertes continuadas que poco a poco nos revelan el sentido de la vida, por-
que nos empuja a vivir inteligentemente, yendo un poco más allá de nuestras
limitaciones egóticas” (Magda Català, 2001:6).
También J. Krishnamurti habla del temor a la muerte en dos sentidos:

• La relación entre temor a la muerte y vivir con plenitud:


“Si amara los árboles, la puesta de sol, la hoja que cae, si amara los pája-
ros; si estuviera atento a los hombres y mujeres que lloran, a los pobres,
y si de veras sintiera amor en su corazón, ¿temería la muerte? ¿La teme-
ría?” (1995:12 de noviembre).
• El morir cada día a lo conocido:
“El miedo engendra dolor, terminar con el dolor es entrar en contacto
con la muerte mientras se está vivo, muriendo para su nombre, para su
casa, su propiedad, su causa, su sociedad —esto es lo que va a ocurrir
cuando uno muera—, de modo que esté fresco, joven y claro y, desde ese
estado pueda considerarla y pueda ver las cosas como son, sin distorsión
alguna (...) Vivir cada día muriendo es estar en verdadero contacto con
la vida (1995: 15 de noviembre).

Pero nos aferramos a nuestras creencias —aunque no tengamos una com-


probación cierta de ellas—, nuestros hábitos, como si eso fuéramos nosotros y
desde esa identificación, aparece el miedo a perderlo.
La muerte —como dice tantas veces Heidegger— no es un hecho puntual
que se realiza en un momento fugaz y preciso. La muerte se instala en nosotros
desde el momento que vivimos; mientras vivimos, también morimos. Avanza-
mos gracias a aquello que dejamos y abandonamos detrás nuestro. Vivir es des-

389
pedirse y no solamente de las cosas y de los otros sino de uno mismo, vamos
cambiando, evolucionando. Como dijo Montaigne “La muerte es más fácil pa-
ra aquellos que se han ocupado de ella durante la vida”.

Llevar esto a la escuela no es nada más que facilitar el espacio para que los
alumnos se expresen en momentos de sufrimiento, dolor o fracaso. Con el res-
peto y el cuidado de no introducir ninguna nueva creencia, sólo en ese per-
mitir su expresión y el hecho de compartirlo, le garantiza un espacio cálido y
seguro para que elabore lo que tenga que elaborar según su madurez.

C. Educar para la muerte abarca:

C.1.-La educación emocional. Ya que abre ese espacio donde se pueden ex-
presar y compartir miedos, angustias y temores en un entorno de confianza, se-
guridad, respeto y afectividad.
“Los chicos y las chicas, los adultos cambiarían su forma de comportarse y
Los jóvenes en un mundo en transformación

juzgar el mundo si fueran imbuidos de su final. Y tampoco se trata de amar-


garlos sino de espabilarlos. La razón de introducir la muerte en las escuelas se-
ría la de proveerles de una perspectiva más cierta e intensa de la vida real. La
idea de la solidaridad, del dinero, del amor, ganaría el incalculable valor que
proporciona la presencia de la mortalidad” (Vicente Verdú “La enseñanza del
fin”, artículo para “El País”, 5 de julio de 2002.
C.2.-La educación para la democracia. Ya que hemos visto como fomenta el
pensamiento crítico, la participación, la responsabilidad, el respeto, el conside-
rar al otro igual a mí y diferente.
C.3.-. La educación para la interculturalidad. A través del estudio de otras
culturas y de la nuestra a través del tiempo (Antropología comparada) podemos
relativizar el poder hegemónico de nuestra manera de pensar y de nuestras cre-
encias y enriquecernos con la diversidad de formas de encarar la muerte.
C.4.- La educación estética. Pensar en la muerte, nos devuelve la mirada al
presente y a apreciar la belleza de lo que nos rodea y de los que nos rodean.

D. Educar para la muerte es abrir un espacio al sentido de trascendencia.

El hombre ha generado desde siempre mitos y dioses, las iglesias y las co-
rrientes cristianas organizaron en gran medida la visión occidental de la identi-
dad humana y de nuestra función en el mundo, pero estaremos de acuerdo en
que han perdido gran parte del control sobre la sensibilidad y existencia coti-
diana. Steiner (1974) nos habla de que esa pérdida de control ha generado un
vacío que han intentado llenar otros grandes movimientos de explicación del
mundo, el marxismo y el psicoanálisis, entre ellos, pero que al no haberlo con-
seguido, seguimos perdidos, desorientados. Lipovetsky (1986) nos habla tam-

390
bién de “la era del vacío” donde predomina el culto al yo (narcisismo) y la in-
diferencia pura o apatía.
Si partimos de esa premisa básica de abrir un espacio para que el alumno
se exprese, sin introducción de ninguna nueva creencia, sino relativizando las
existentes y animándole a la investigación y a su propia experiencia y descubri-
miento, se deduce que no ignoraremos, censuraremos, descalificaremos ni des-
virtuaremos cualquier manifestación espiritual o trascendental del niño o del
adolescente.
Ciertamente, el desprestigio que sufren hoy en día las religiones es fruto de
sus acciones incoherentes, pero también es la consecuencia de una cultura mer-
cantilista. Permitir ese sentimiento religioso en el modo en que lo hicieron
Einstein y Krishnamurti sólo puede resultar beneficioso y el pensar en el morir
abre ese espacio íntimo de comunicación con lo misterioso, donde el poder no
penetra:

“La experiencia más bella y profunda que pueda tener el hombre es el sen-
tido de lo misterioso (...) Percibir que, tras lo que podemos experimentar se

Los jóvenes en un mundo en transformación


oculta algo inalcanzable a nuestros sentidos, algo cuya belleza y sublimidad se
alcanza sólo indirectamente y a modo de pálido reflejo, es religiosidad. En este
sentido, yo soy religioso (A. Einstein, 1980: 35, citado por A. de la Herrán,
2002, p. 152).
“Ser religioso es simplemente tener una mente indagadora, en constante
búsqueda de la verdad, que es lo mismo que afirmar el deseo pleno de mejora
y de superación de uno mismo para el bien de los demás (sentido místicoan-
tropológico de la propuesta de Krishnamurti) (Colom, A.J. y Mèlich, J.C.,
1994).

El destierro de la muerte en la escuela como estrategia de poder

Para detectar las estrategias de poder (poder en el sentido en el que lo defi-


nió Weber: “la imposibilidad de imponer la propia voluntad al comportamien-
to de otras personas) podemos seguir algunas sugerencias que el propio Fou-
cault escribió (1994:387):

“Soltad las amarras de las viejas categorías de lo negativo que el pensa-


miento occidental ha sacralizado durante tanto tiempo como forma de poder y
de acceso a la realidad. Preferid lo que es positivo y múltiple, la diferencia a la
uniformidad, los flujos a las unidades, las articulaciones móviles a los sistemas.
Considerad que lo que es productivo no es sedentario sino nómada”.

Así que para empezar, pongamos todos los conceptos del revés, dudemos de
todo y pongamos atención. ¿Por qué la muerte tiene una acepción tan terrible?
¿Es la muerte un fracaso? ¿Un fracaso es necesariamente algo negativo?.

391
En una sociedad mercantilista donde lo que interesa es el individuo como
productor y consumidor, la muerte es un fracaso. Como todo aquello que no
implique lozanía, juventud y capacidad de trabajo.
Fomentar el vivir en la conciencia de la muerte impediría el modelo de vi-
da actual. Si vivimos como si fuera el último día, el mercantilismo no tendría
ninguna razón de ser, no lo tendría el consumo ni el acumular ni la competiti-
vidad sino la cooperación, el trabajo no tendría el mismo valor y las relaciones
entre humanos se darían no desde la jerarquía y el poder sino desde el respeto
de nuestra unidad de nuestra igualdad siendo diversos.
Vivir en la conciencia de la muerte implica, ya lo hemos visto, el plantea-
miento de cuestiones esenciales para las que este modelo de vida no tiene res-
puesta. No interesa de ninguna manera, potenciar el conocimiento y aún me-
nos el autoconocimiento, porque si entramos en ese terreno de la atención, de
la conciencia y de la observación, el montaje se desmorona.

“La sociedad actual no es la sociedad del conocimiento, sino del acceso a la


información en función del propio interés y orientada hacia lo propio. El co-
Los jóvenes en un mundo en transformación

nocimiento está enterrado bajo este humus organizado sobre un tejido de siste-
mas rentables, eficientes y pseudoabiertos, y necesita sujetos (des) educados o ego-
tizables para nutrirse” (A. de la Herrán, 2002:272).

Basta que nos fijemos en qué situaciones nos sentimos más capaces, anima-
dos, inteligentes, generosos ¿Son las que se potencian desde el poder?.
No interesa pues que nos hagamos grandes preguntas sobre el sentido de la
vida. En realidad las estrategias de poder son técnicas de “despistaje” y ador-
mecimiento sobre lo que realmente nos importa y a lo que los seres humanos
volvemos la mirada siempre que podemos y queremos, en la medida en que esas
rendijas entre condicionamiento y condicionamiento se van volviendo más
amplias y claras.
La muerte remueve todos los cimientos conceptuales, religiosos, políticos,
educativos,... Conviene pues mantenernos apartados de su sola idea para seguir
comprando tranquilos.
En la “eterna vigilancia” de la que habla Dewey, en el “estar al acecho” del
brujo Don Juan en los libros de C. Castaneda, en la atención profunda, en la
experiencia, en la soledad y el silencio, en la “visión directa” de Rossellini, en la
observación de la naturaleza y sus ritmos, de mi naturaleza como humano y sus
ritmos, en el estudio de los grandes pensadores de todas las épocas, en esa ex-
periencia religiosa de Einstein, es donde el poder se desenmascara.

“La “visión directa” nos permitirá tomar conciencia de que el sexo y la


muerte, que representaron siempre los nudos psicológicos más graves de nues-
tra vida, garantizan por el contrario la riqueza de la especie humana” (R. Ros-
sellini, 1977:65).

392
Conclusiones

1. El valor educativo de la muerte entra en la categoría de reivindicación


moral:” Las reivindicaciones morales buscan el reconocimiento de un
derecho, el acceso a un valor merecido, la abolición de una presunta in-
justicia, ponen de manifiesto una carencia indebida. No es conquistar
una situación o aceptar un privilegio, sino que se nos devuelva algo que
nos pertenece”. (Marina y Válgoma, 2000:24).
2. Hay síntomas de esperanza para empezar a creer que también el tabú
de la muerte se superará:
2.1. Las autoridades sanitarias han aprobado en algunas Comunidades
Autónomas —Valencia es una de ellas— algunos Documentos co-
mo el “Testamento Vital” y “Ultimas Voluntades”.
2.2. Las publicaciones sobre el tema son cada vez más abundantes, así
como Congresos, Jornadas, Ciclos de Conferencias y Cursos For-
mativos.
2.3. Sacar a colación el tema, provoca debate e interés.

Los jóvenes en un mundo en transformación


3. Los tiempos están muy revueltos, se ha llegado a situaciones muy extre-
mas de desigualdad y violencia. Aprovechemos este aparente desmorona-
miento para lanzar propuestas y acciones que reedifiquen este mundo
desde otras bases: El respeto, el amor y el compromiso. Una de esas pro-
puestas es no desterrar la muerte de las escuelas ni de la sociedad, darle el
espacio digno que se merece como condicionante de nuestra vida para en-
riquecernos y fortalecernos moralmente, para no sentirnos solos y des-
orientados, para adquirir una solidez vital, emocional y cognitiva que nos
permita afrontar retos, desafíos, desengaños, pérdidas,...para mantener
siempre ese espíritu crítico, indagador y buscador que poseen los niños.

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394
MÓDULO V:

EL SUJETO ENTRE LA GLOBALIZACIÓN


Y LOS COMUNITARISMOS
CAPÍTULO V.1

Los jóvenes en un mundo en transformación


COMO RESISTIR A DOS GRANDES PELIGROS:
EL SUJETO ENTRE LA GLOBALIZACIÓN HEGEMÓNICA
Y LOS COMUNITARISMOS AUTORIATARIOS
Prof. Alain Touraine1
Director de la Escuela de Altos estudios de Ciencias Sociales de París
Director del Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos (CADIS)

Presentación
Prof. Andrés Canteras

Como conferencia de clausura de este curso, quiero presentarles con ex-


traordinaria honra al profesor Touraine, sin duda un “grande” de la sociología
cuyo pensamiento y escritos han servido de referencia en la formación de varias
generaciones de sociólogos. Vaya pues por delante, profesor Touraine, nuestro
agradecimiento por su obra y por honrarnos con su presencia en este curso.
El profesor Alain Touraine es sociólogo, director de estudios y profesor en
la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), y fundador y toda-
vía miembro del Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos (CADIS,
EHESS/CNRS), en Paris. Ha publicado numerosas obras sobre la sociología
del trabajo, los movimientos sociales y los problemas del desarrollo en Améri-
ca latina. De entre sus numerosas publicaciones, cabrían destacar algunos en-
sayos teóricos tales como: Sociología de la acción (l965), La sociedad postindus-

(1) Esta trascripción no ha sido revisada por el profesor Touraine

397
trial (l969), La producción de la sociedad (l973), La sociedad invisible (l976), El
regreso del actor (l984). Sus últimas obras, Crítica de la modernidad (l992), ¿Qué
es la democracia ? (l994) e Igualdad y diversidad (l997), se centran en el estudio
de la sociedad como producto de la acción social. Su último libro es: La bús-
queda de sí. Diálogo sobre el sujeto (con Farhad Khosrokhavar, 2000).
Alain Touraine es doctor honoris causa por las Universidades de Cocha-
bamba (l984), Genève (l988), Montreal (l990), Louvain-la-Neuve (l992), La
Paz (l995), Bologne (l995), Mexico (l996), Santiago (l996), Québec (l997),
Córdoba (Argentina, 2000), Cándido Méndes de Río de Janeiro (2002), Roma
(2003). Es también miembro honorario extranjero de la Academia Americana
de Artes y Ciencias, de la Academia Polaca de Ciencias, miembro de la Acade-
mia Mexicana de Ciencias y de la Academia Brasileña de Letras y miembro de
la Academia de Historia Argentina.
En mi opinión, la obra del profesor Touraine podría dividirse en tres etapas
o períodos: Un primer período dedicado a la sociología del trabajo y más pre-
cisamente a la sociología de la conciencia obrera. Durante este período escribe
sus primeros trabajos en América Latina sobre los obreros chilenos en las mi-
Los jóvenes en un mundo en transformación

nas de carbón y en la metalurgia; y también su libro, La sociedad postindustrial.


Durante este período, definió y centró su sociología, como lo explicó en Socio-
logía de la Acción, y, diez años más tarde, en La producción de la Sociedad.
Los acontecimientos de Mayo 68 y los golpes militares en América Latina
le condujeron a concentrar su interés en el estudio de los movimientos sociales.
Con un grupo de amigos, elaboró un método de intervención sociológica y re-
alizaron una serie de estudios, desde La voix et le regard (La Voz y la Mirada),
l978, hasta Le mouvement ouvrier (El Movimiento Obrero) en l984. Es duran-
te este segundo período que concentró sus esfuerzos en estudiar América Lati-
na y más generalmente los problemas del desarrollo. Pasó el año l981 en Polo-
nia, estudiando Solidarnosc y luego escribió un libro en América Latina,
primero publicado en Chile y después modificado, reescrito y publicado en
Francia bajo el título : La Palabra y la Sangre.
El tercer período del pensamiento del profesor Touraine se abre con El Re-
greso del Actor y sobretodo, Crítica de la modernidad, ¿Que es la Democracia?,
¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes, y ¿Como salir del liberalismo? en los
que su idea predominante es la del sujeto considerado como el principio cen-
tral de la acción de los movimientos sociales (V. : Penser le sujet. Autour d’A-
lain Touraine (Pensar el Sujeto. Acerca de Alain Touraine), F. Dubet et M. Wie-
viorka (eds.) Fayard, l995). Títulos que representan un cambio de talante, una
inflexión importante en su trayectoria intelectual. Su idea predominante es la
del sujeto, considerado como el principio central de la acción de los movi-
mientos sociales y de los modos de sociabilidad de interes en estas jornadas.
Profesor Touraine, agradecemos de nuevo su presencia y le invitamos a que
ilumine con sus conocimientos el que podría ser el broche final de este curso.
Por favor, reciba este aplauso de bienvenida.

398
Prof. Alain Touraine

Muchas gracias por su amable presentación.


Como dicen de mí muchos: “todavía vive”, lo que es extraño porque son 53
años desde que publiqué mi primer artículo. En realidad, estaría interesado en
comentar su análisis de mis trabajos. Quisiera solamente hacer una observa-
ción. Es cierto que en mi línea de trabajo hubo una primera fase dedicada al
problema del trabajo porque era el momento de la industrialización, el mo-
mento del movimiento obrero, el momento de posguerra en toda Europa, por
lo menos en la Europa democrática, sin embargo, quisiera hacer una observa-
ción. Mi primera preocupación, tal vez no muy consciente, a la cual dediqué
muchos años, fue estudiar la conciencia de clase obrera, y eso en mi opinión in-
dicaba la orientación que iba a seguir durante toda mi vida. Mientras la mayo-
ría de la gente estudiaba la contradicción del capitalismo, la evolución de... no
sé qué, yo intenté concentrarme en el análisis en una conciencia, es decir, en la
formación de la capacidad de la visión colectiva. No por casualidad me apoyé
en una definición de la situación obrera en términos más tecnológicos, es de-

Los jóvenes en un mundo en transformación


cir, siendo el problema mayor la conquista o la destrucción de la autonomía
obrera por la organización del trabajo. Era, por tanto, una defensa de un aspecto
de la autonomía del sujeto frente a la organización del trabajo más que una refe-
rencia directa al capitalismo. Además, me acuerdo que se conmemoró hace po-
co —no creo que muchos de ustedes se acuerden de eso— que en Berlín, en el
año 1953, por primera vez hubo una sublevación grande de obreros de Alema-
nia del Este con reivindicaciones idénticas a la de los consejos obreros de Pra-
ga en el 68, o también, lo que conocí mucho mejor, en Polonia, en 1980. Am-
bas contemplaban la condición obrera en el sentido de un sujeto confrontado
no con un poder económico sino con un poder organizativo.
Sí, es cierto que después del 68 —porque, por casualidad, estaba de direc-
tor del departamento de sociología en Nanterre, es decir, en el epicentro del
movimiento estudiantil— me dediqué más directamente a los movimientos so-
ciales. Y usted tiene razón, no hay ruptura sino que hay un cambio en mi pen-
samiento. A partir de los años 90, por razones personales y por razones genera-
les —los nuevos movimientos sociales se cayeron rápidamente—, tuve, como
todo el mundo, incluso por la misma influencia del 68, la idea de que había
una transformación de los movimientos sociales que pasaba de lo económico a
lo cultural, y no sé si de significado mayor que en el año 64 en Estados Uni-
dos, Francia, en el 68, y en otros países. Fue la invasión de lo público por lo pri-
vado, de la misma manera que a mediados del siglo XIX lo económico había in-
vadido la esfera política.
Solamente, y para terminar con esta biografía algo antes del fallecimiento
del sujeto, quería agregar que no sé si habrá una cuarta parte, una cuarta etapa;
por lo menos no lo veo así, yo lo veo como parte de mi trabajo sobre el con-
cepto de sujeto. No obstante, durante estos dos o tres últimos años he dedica-
do mi trabajo a un tema del cual casi no voy a hablar hoy que es “las mujeres”,

399
con la idea, tal vez un poco arriesgada y posfeminista, de que después de la ca-
ída o de la pérdida de influencia de los movimientos sociales aparece algo más
importante que es una mutación, con la formación de una nueva cultura en la
cual el sujeto es un sujeto mujer o la mujer es sujeto, pero eso no lo voy a des-
arrollar demasiado. Tal vez..., no sé, eso podría significar una cuarta etapa por-
que el tema es inmenso.
Ahora vuelvo a mi conferencia personal y voy a entrar directamente en mi
tema, un tema al cual nos referimos todos en casi todo el mundo. Por lo me-
nos en el mundo llamado occidental o mundo desarrollado.
El bloque central de la vida social crea una correspondencia más o menos
directa —en general muy directa— entre un sistema económico, actores socia-
les, fuerzas políticas y democracia representativa. Los partidos representan cla-
ses o grupos que se definen en términos en gran parte económicos. Entonces,
la izquierda, la derecha, tienen algo que ver con una estructura social y econó-
mica y con luchas. Es muy evidente que durante los últimos 50 años en el mun-
do europeo y en otras partes —incluyendo Canadá— hemos vivido un perío-
do de progreso social gracias a un siglo de luchas obreras que empezaron
Los jóvenes en un mundo en transformación

realmente en Inglaterra y Alemania a finales del siglo XIX y, con menos fuerza
pero más o menos en el mismo tiempo, en Francia, Estados Unidos, Bélgica....
Durante este medio siglo de oro que acabamos de vivir tuvimos cierta estabili-
dad en la lucha social —derecha, izquierda, etc.,, el welfare state, etc., gracias a
que la vida política realmente representaba a la sociedad, sus luchas, su progre-
so, sus conflictos, etc.
Ahora, el punto de partida de todo lo que fue el bloque central, la fortale-
za central, la misma definición de la sociedad, es un terreno vacío o un campo
de ruinas. Lo social y lo político prácticamente no existen ya. Nadie sabe bien
lo que es derecha e izquierda (yo, personalmente, nunca recuerdo si Aznar es
de izquierda y Blair de derecha o lo contrario, o si los dos son de derecha, ex-
cluyo que sean los dos de izquierda, pero no está claro, francamente). En mu-
chos casos tenemos una conciencia muy fuerte de la ausencia de relevancia de
tales conceptos. Hace ya 30 años que sabemos que el concepto de clase no sig-
nifica mucho porque hay una diferenciación muy fuerte, eso ya es una obser-
vación un poco menos banal. Lo que sabemos bien es que la línea de conflic-
to, la línea de oposición social en nuestros países no es ya entre la gente que
está arriba o abajo, sino entre la gente que está adentro o afuera. Estos concep-
tos de exclusión o de marginalidad tienen una fuerza enorme. Por ejemplo,
un 80 por ciento de la gente que entra en el mercado de trabajo en el sector
privado tiene un trabajo que es interino, de duración limitada, a tiempo par-
cial, etc., es decir, que en los países más ricos del mundo, y tal vez Canadá es
el país que tiene menos de esta marginalidad, pero en Estados Unidos y en los
países de Europa Occidental seguramente ya está entre el 15 y 20 por ciento,
y en México o en Brasil, 50 por ciento. Es decir, la dualidad estructural —pa-
ra hablar como los amigos latinoamericanos— a nivel mundial es más visible
que antes. Yo suelo hablar de una latinoamericanización del mundo en este

400
sentido de una dualización creciente. ¿Qué pasa?. Ha habido una destrucción
de lo social y lo sociopolítico, por un lado, y la famosa globalización, de la cual
se hablaba siempre antes de que los americanos dejaran de interesarse por eso
(ahora les interesa más la guerra y las conversaciones diarias del presidente con
Dios). Entonces, ¿la globalización qué es? La globalización es la forma extrema
del capitalismo, y el capitalismo —que no es una palabra ni fea ni bonita— es
la desaparición, la ruptura de los controles no económicos de la actividad eco-
nómica. La palabra globalización tuvo mucho éxito porque es mundialización,
y no hay por el momento autoridades sociales, políticas, morales, etc., a este
nivel —alguna cosa, pero no mucha—, puede que en los Estados, tal vez en
Europa, pero en Europa más bien a partir de la posglobalización, es decir, na-
die tiene la capacidad de ser contrapeso, como sucedía durante este último me-
dio siglo.
De tal manera que, por un lado, tenemos una visión de la economía que es
una visión impersonal, de un mundo inestable, en gran parte imprevisible co-
mo son los mercados, como son los descubrimientos tecnológicos también, de
tal manera que la idea de una política económica, de una política de desarrollo,

Los jóvenes en un mundo en transformación


todo eso aparece en el aire porque nadie tiene la capacidad de realizar eso. Y
nuestras empresas o las empresas de ustedes —supongo que algunas son espa-
ñolas— sé que viven en el mercado español, pero son pocas —yo, como un po-
co latinoamericano, encuentro bancos españoles, pero son entidades interna-
cionales, a nivel mundial—, o, en otros casos, si ustedes tienen empresas que
son españolas, alemanas o francesas son empresas internacionales; bueno, todo
eso es demasiado conocido. Agregando una cosa que es la más visible: el mun-
do económico, el mundo financiero tiene una autonomía que no había tenido
nunca, y las empresas financieras ganan su vida básicamente con actividades que
no tienen nada que ver con la economía y que están basadas en la capacidad de
transmitir información en tiempo real. Entonces, en lugar de un sistema políti-
co, económico y social, hay una economía salvaje en el sentido de no controla-
da, un mundo de la objetividad; no hablamos ya de sociedades capitalistas, so-
cialistas, industriales, etc., sino de mercados. En sociología, por ejemplo, 20 o
30 años atrás, el personaje central era el empresario y la empresa como sociedad;
usted no se preocupe de eso, se echa a un empresario multimillonario, se lleva
algunas pesetas...; pero no, es el mercado, son los fondos de pensión que jue-
gan, etc., lo que todos sabemos.
Ahora hablemos en serio. Frente a eso, frente a este objetivismo, frente tam-
bién a la desocialización, que voy a comentar dentro de 10 segundos, ¿cuál es la
fuerza de oposición? ¿Una fuerza social?, ¿una clase social?, ¿una política? No,
todo eso pesa poco. Por un lado, el objetivismo absoluto de los mercados; por
el otro lado, el subjetivismo total también, sea como un comunitarismo o co-
mo vuelta a un sistema religioso. La cosa es impresionante. Yo diría que en ca-
da época hay más o menos un problema: la destrucción de la monarquía y el
movimiento republicano nacional desde Holanda, Inglaterra hasta Estados
Unidos y Francia; después, las ex colonias; luego, el conflicto del movimiento

401
obrero, etc. En el momento actual el gran conflicto es entre una objetividad to-
tal impersonal —lo mercados— y, por el otro lado, el subjetivismo. Hablando
de manera un poco brutal: entre la economía financiera y la religión no hay na-
da, lo social ha desaparecido. Los sociólogos deberían de buscar otro trabajo, o
buscar otro nombre. Ya lo dije hace 25 años en un congreso internacional don-
de mi tema se llamaba How to get rid of the idea of society, cómo deshacerse de
la idea de sociedad. Creo que ya está más o menos hecho.
Entonces, aquí nos encontramos todos, aunque de maneras muy distintas,
frente a una dualidad de resistencia-oposición al mundo económico-financiero.
Por un lado, individualismo, ¿por qué no los nietos del individualismo moral a
lo Kant?, pero básicamente, como todos sabemos, un individualismo más indi-
vidual, más global, con la extraordinaria importancia dada al tema del cuerpo
o del sexo o de la sexualidad o del amor. Por el momento no me importan las
palabras, pero incluso a nivel bajo, con un tipo de hedonismo (satisfacer mis
deseos en el sentido más alto o más bajo de la palabra). Para decir una cosa más
concreta: lo que estamos viviendo, creo yo, es que, después de estas luchas a las
que me he referido antes para conseguir libertades cívicas y políticas del siglo
Los jóvenes en un mundo en transformación

XVII hasta el siglo XX; después de haber luchado por conseguir derechos socia-
les, básicamente en el trabajo; de haber hablado de justicia social con la socie-
dad, con los sindicatos, etc., yo creo que estamos luchando —o no luchando—
pero metidos en una situación en la cual el tema central es el tema de los dere-
chos culturales. Eso fue en el 68, en gran parte de los movimientos religiosos,
en defensa de un idioma, de costumbres, etc.
Actualmente, todo eso tiene una expresión blanda, agradable, en los países
centrales. Los países centrales con libertades públicas —no con muchos sindi-
catos o mucha defensa de los trabajadores, pero con algo— se reúnen, atacan
la economía globalizada y luchan para tener una visión alternativa a la globali-
zación, eso es muy importante. Y dentro de este portoalegrismo general, se ob-
serva que los problemas de la individualidad —problemas de la mujer, proble-
mas de minorías, sexuales, étnicos, problemas de gente con hándicaps, etc.—,
todos estos temas culturales tienen una enorme importancia. Esto, diría yo, es
la respuesta bonita, agradable, que a la vez tiene un espíritu de conflicto y un
contenido un poco libertario, anarquista, de liberación de tal y tal cosa, y con
muchas limitaciones: en estos países todavía sigue la dominación del sistema
económico-financiero, no solamente eso, sino que rápidamente se ha visto y se
ve todos los días que los Estados Unidos se oponen a cualquier medida que sea
una consecuencia de esta orientación, desde Kioto hasta el Tribunal Penal In-
ternacional, etc.
Pero quiero insistir más en esto porque es el aspecto más negativo pero más
importante del momento actual. Frente a este objetivismo, lo que acabo de lla-
mar “subjetivismo total” toma otras formas. Estas formas, diría yo, se expresan
a través de dos o tres palabras que son muy importantes y en mi opinión muy
peligrosas. La primera, tal vez la más central, es “identidad”. La noción de iden-
tidad significa que yo me defino de una manera global, holística, si uno lo quie-

402
re decir así. Por ejemplo, si me defino como.”sociólogo”, como “católico”, en
términos étnicos como hutu o tutsi, o como judío, checo etc., el concepto de
identidad cultural está más y más unido al concepto político-social de comu-
nidad, de tal manera que a partir de un concepto discutible pero muy fuerte de
tipo religioso comunitarista, que se opone a este mundo del mercado, se va cre-
ando la construcción de un contrauniverso, de una visión global con un poder
central, con un control de todos los aspectos de la vida a través de autoridades
que son a la vez políticas y religiosas. Un ejemplo reciente, es Jomeini. Jomei-
ni no era un ayatolah de los más importantes, pero era un personaje religioso.
Los estudios que tenemos demuestran que Jomeini fue perseguido, incluso an-
tes del golpe, como un personaje político, como el que iba a hacer la revolución
y echar al Sha, la influencia occidental, la revolución blanca, etc. Les decía en-
tonces que nos encontramos frente a esta objetivación, a esta desaparición del
contenido sociopolítico de las sociedades, la desaparición en cierta manera del
Estado nacional. Nos encontramos, por un lado, con esfuerzos para reconstruir
conflictos, debates, y con este movimiento de una globalización alternativa que
es lo principal; lo que es importante porque eso nos recuerda que los proble-

Los jóvenes en un mundo en transformación


mas importantes se ven a nivel mundial, por eso, a la globalización hay que to-
marla en serio. No significa que no haya problemas locales, que las naciones no
tengan importancia —ustedes saben mucho sobre eso—, pero frente a eso, hay
una nueva formación que no existía a este nivel, que sólo existía a nivel muy lo-
cal, diríamos, en el siglo XIX o en el siglo XX. Se forma la imagen de un mundo
unificado e integrado porque tiene sentido, porque tiene capacidad de movili-
zación, porque está basado en la fe y no en la plata, y a veces, a través de un
modelo político a lo Jomeini, el famoso islamismo político que conocimos y
que está ahora en decadencia o, lo que es mucho más nuevo, basado en el re-
chazo personal del mundo occidental por parte de gente que está muy integra-
da en este mundo occidental y que se apoya en una fe personal no para cons-
truir un mundo islámico, sino para destruir al mundo occidental, que es el
tema más reciente. Entonces, yo creo que no hay problema más urgente, más
difícil y más dramático que éste, y gracias a Dios —o gracias al reloj— no ten-
go mucho tiempo para proponer salidas a este mundo de contradicciones, pe-
ro tengo que decir dos o tres cosas:
La primera, la más fácil de formular, se ubica a nivel macrohistórico. Exis-
te la posibilidad de un enfrentamiento entre el bien y el mal; y ahí es donde ra-
dica la fuerza del nuevo grupo ideológico de los Estados Unidos de haber for-
mulado esta idea con claridad, brutalidad, sinceridad, todo a la vez. No existe
nada comparable —el Imperio británico no se expresó así nunca—, y enton-
ces... guerra y, por qué no, ¡guerra mundial!. El mundo norteamericano, los Es-
tados Unidos, no es ya un país laico: no solamente God bless America, but God
bless Bush o Bush bless God, I do not know. En comunidad hay valores comunes,
eso ya es una institución nacionalizada, una vuelta a la comunidad; eso es exac-
tamente lo que tenemos en muchos países asiáticos, pero básicamente en los Es-
tados Unidos.

403
Frente a eso, y lo digo rápidamente porque para mí es un tema apasionan-
te, los europeos que hasta la fecha no existen —como dicen los americanos con
razón, “Ustedes no tienen ni ideas, ni armas, ni unidad” y además, ayudan a
que no haya unidad— tienen la posibilidad de imaginar y de crear otros pro-
cesos. Se trata de buscar nuevos caminos que no sean de enfrentamiento. Es lo
que estamos tratando de hacer o que los mismos turcos están intentando hacer
desde hace muchos años, y estoy convencido de que eso se puede hacer tam-
bién en Irán. Eso supone solamente que haya un ministro de Relaciones —y no
un tipo sin poder como el pobre Solana— que puede ser uno de los tres diri-
gentes de Europa. Esto lo indico porque no estamos tan acostumbrados, espe-
ro que no, a una tentación tan fuerte. Es decir, todos los caminos llegan a Ro-
ma, pero digamos que llegan a Nueva York o a Washington o a no sé dónde;
no, reconocer la pluralidad de los caminos hacia la modernización de la misma
manera que el camino holandés-inglés, el camino francés o el camino alemán
fueron muy distintos durante los siglos XVIII y XIX, y Japón, por supuesto, y
muchos países más, México también.
Entonces, ésta es una primera conclusión, o sea, debemos acordarnos de la fa-
Los jóvenes en un mundo en transformación

mosa fórmula de Huntington. No existe un choque de las civilizaciones, pero sí


existe un peligro de choque ya; si por civilización entendemos la cosa total, no so-
lamente la cultura, no solamente la sociedad, sino la unidad global. Entonces, sí
existe el Occidente y el mundo islámico (expresiones puramente vinculadas a la
situación de dominación contra dominación. Guerra). Si ustedes se definen en
términos de “yo soy un occidental”, entonces, tengo que creer en un cierto Dios,
tengo que creer en el mercado, etc., Esta dualización, esta polarización, que fue
la gran tradición europea que le dio poder y sangre, tiene que ser abandonada; es
fundamental no definir al otro de manera negativa en relación conmigo.
Y ahora viene, para terminar, el problema real, el problema más difícil que
tenemos, y todos los países tenemos que pensarlo con mucha atención y con
mucho esfuerzo: Como indiqué antes, el problema —y lo digo de manera tal
vez un poco más directa y clara— es que tenemos que combinar dos cosas: pri-
mero, reconocer más y más los derechos culturales —el derecho a la lengua, a
la religión, al tipo de alimentación, al tipo de organización familiar, etc.,—, y,
por otro lado, tenemos que oponernos a lo que es el totalitarismo, es decir, lo
que la integración de todos los aspectos que hacen que se hable de una socie-
dad musulmana o de una sociedad católica —y ustedes tienen todavía algunos
malos recuerdos al respecto—. En un país como el mío, todos los días se plan-
tean problemas de este tipo: el famoso problema de las niñas que se ponen el
velo islámico, que era una declaración religiosa y ahora es religiosa y política a
la vez; la gente que consigue de la municipalidad que la piscina municipal sea
cerrada a las mujeres islámicas durante un par de horas; la presión sobre los co-
merciantes en un barrio mayoritariamente judío para que no se venda alcohol,
etc., ¿Cómo podemos combinar la eliminación del globalismo de nosotros, y
de la gente de otro lado y, a la vez, fomentar el respeto de los derechos cultura-
les, en lugar de la visión, digamos, francesa jacobina, de que “las puertas están

404
abiertas, señores y señoras, ustedes pueden transformarse en ciudadanos del
mundo”? Hay que ser francés o hay que ser inglés o hay que ser americano.
No voy a dar una respuesta porque ya di como elementos de respuesta to-
do lo que puedo decir. Hay que buscar fronteras entre lo que son derechos in-
dividuales —yo defendí en su tiempo el derecho de estas muchachas a llevar ve-
lo en la escuela, el derecho de afirmar lo que no es laicidad tradicional, la
capacidad del derecho a expresarse culturalmente— y, por otro lado, la oposi-
ción a lo que es comunitarismo mediante un tema que hay que mantener a to-
da costa que es el concepto que hemos inventado de “ciudadanía”. ¿Cómo ser
realmente ciudadanos con derechos culturales propios que muchos quieren uti-
lizar para destruir la propia ciudadanía y crear una visión más global? Eso es el
problema de hoy, yo no veo en el mundo actual un problema más central.
Para indicar la enorme dificultad de todo eso, basta mencionar el problema
en las mujeres: Obviamente, los que defienden el mundo occidental, la cultu-
ra, etc., tienen razón en cuanto a la igualdad de derechos de la mujer, y dicen
con toda razón que según nuestros criterios este movimiento que llamamos is-
lamista se define básicamente por la pérdida de personalidad y autonomía de

Los jóvenes en un mundo en transformación


las mujeres. Podemos entender más o menos fácilmente que una serie de cosas
estén prohibidas, que los derechos civiles de la mujer sean respetados en nues-
tros países, etc., pero también que estas mujeres no están siendo totalmente ma-
nipuladas. Existe un derecho cultural. Estas mujeres no son solamente fanáti-
cas, dominadas por algunos personajes de tipo semirreligioso, no; hay también
una conciencia muy fuerte de representar un sentido de vida frente a una vida
que no tiene sentido que es la vida del puro consumo.
Entonces, yo les dejo con este tipo de interrogantes porque aunque uno sea
cientista social, sea abogado, sea médico, político local, gerente de una fábrica o
cualquier cosa, lo que es cierto es que los problemas de los que estoy hablando los
encuentra cada uno de nosotros en su vida diaria personal. Se trata de la capaci-
dad de analizar nuestra problemática y por tanto de la capacidad de defender lo
que nos parece fundamental en la democracia y en la modernidad. No hay que to-
lerar lo que es intolerable, pero hay también que dejar de identificarnos. Tenemos
que hacer un análisis crítico de lo que es fundamental y lo que es no fundamental
para nosotros. Digamos que la laicidad a la francesa solamente existe en Francia o
ha existido en España en ciertos períodos cortos. No ha existido en Inglaterra, hu-
bo luchas fuertes en Holanda, pocas en Estados Unidos, bastantes en Alemania...
El trabajo de las ciencias sociales, del pensamiento social, es obligarnos a tener una
visión crítica y creadora a la vez de la nueva situación mundial en la cual estamos
cada uno. Esa es la primera conclusión: todo se juega a nivel mundial. Y segundo,
hay que luchar contra todas las formas de comunitarismo en el sentido de que po-
lítica, sociedad, religión, maneras de vivir, todo es un bloque que hay que aceptar
en su totalidad de manera que la única salida es la violencia. Nuestra tarea básica,
en este momento de comienzo de siglo, es luchar contra la violencia.

405
Los jóvenes en un mundo
en transformación

Una de las mayores dificultades con las que se enfrentan nuestras


modernas sociedades avanzadas es integrar la diversidad de órdenes
de conciencia, de sentidos individuales y sociales que, debido a la
intensa diferenciación cultural que la globalización ha propiciado,
comparten hoy un número creciente de individuos. Un sinfín de modos
distintos de pensar, de sentir; de maneras diversas de ser y estar en
el mundo que, por lo general expresadas bajo creencias, actitudes,
valores y comportamientos dispares y paradójicos, conviven
inarticuladamente en un clima de invisible interacción extraordinariamente
complejo y diferenciado. Una dinámica de cambios sin precedentes
que, por drástico distanciamiento cultural que representa respecto
del modo tradicional de reproducción del sentido histórico de nuestras
sociedades, está poniendo sigilosa pero progresivamente en crisis el
uniforme orden moral de sentido único que tradicionalmente
cohesionaba nuestras sociedades y la eficacia socializadora de las
instituciones que lo sustentan.

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