Enunmundoentransformacion
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Enunmundoentransformacion
en un mundo
en transformación
Nuevos horizontes
en la sociabilidad humana
Coordinador
Prof. Andrés Canteras Murillo
Facultad CC.PP. y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Los jóvenes
en un mundo
en transformación
Nuevos horizontes
en la sociabilidad humana
Coordinador
Prof. Andrés Canteras Murillo
Facultad CC.PP. y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Primera edición 2004
© Instituto de la Juventud
C/ José Ortega y Gasset, 71
28006 Madrid
NIPO.: 208-04-017-7
D.L.: M. 39.758-2004
PRESENTACIÓN ...............................................................................
Doña Leire Iglesias
Directora General del INJUVE
MÓDULO I:
El LABERINTO DE LA POSTMODERNIDAD:
CAMBIOS EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
5
I.3.2 POR AHORA, SEGUIMOS EN LA POSTMODERNI-
DAD ..................................................................................... 69
Prof. Dr. D. Fernando García Selgas
MÓDULO II:
A LA BÚSQUEDA DE SÍ MISMO:
Los jóvenes en un mundo en transformación
6
MÓDULO III:
EL COMPROMISO SOCIAL DE LOS JÓVENES:
COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS Y MOVIMIENTOS
SOCIALES EMERGENTES
7
MÓDULO IV:
EDUCACIÓN PARA LA UNIVERSALIDAD: MAS ALLÁ DE LA
GLOBALIZACIÓN Y LA INTERCULTURALIDAD
MÓDULO V:
EL SUJETO ENTRE LA GLOBALIZACIÓN
Y LOS COMUNITARISMOS
8
INTRODUCCIÓN
Una de las mayores dificultades con las que se enfrentan nuestras modernas
sociedades avanzadas es integrar la diversidad de órdenes de conciencia, de sen-
tidos individuales y sociales que, debido a la intensa diferenciación cultural que
la globalización ha propiciado, comparten hoy un número creciente de indivi-
duos. Un sinfín de modos distintos de pensar, de sentir; de maneras diversas de
ser y estar en el mundo que, por lo general, expresadas bajo creencias, actitu-
des, valores y comportamientos dispares y paradójicos, conviven inarticulada-
mente en un clima de invisible interacción extraordinariamente complejo y di-
ferenciado. Una dinámica de cambios sin precedentes que, por el drástico
distanciamiento cultural que representa respecto del modo tradicional de re-
producción del sentido histórico de nuestras sociedades, está poniendo sigilosa
pero progresivamente en crisis el uniforme orden moral de sentido único que
tradicionalmente cohesionaba nuestras sociedades y la eficacia socializadora de
las instituciones que lo sustentan.
Efectivamente, el tránsito desde un modelo de sociedad tradicional firme-
mente cohesionada bajo la égida de una única moral —de tono predominan-
temente religioso— a otra efectivamente laica mucho más compleja, plural y
diferenciada, ha traído consigo —entre otras— que el sentido moral, que an-
taño se reprodujera generacionalmente a partir de eficaces procesos de socializa-
ción firmemente sostenidos por las instituciones, se autoproduzca ahora social-
mente de modo impredecible, en un clima de invisible intercambio
significacional, simbólico y referencial, de creciente intensificación de las rela-
9
ciones humanas, de relativismo moral, de inestabilidad valorativa y de emanci-
pación institucional.
Evidentemente, ya no existe un único sentido moral en nuestra sociedad ni
una interpretación cultural homogénea del mismo, a transmitir de manera uni-
forme a las generaciones posteriores, sino una multiplicidad de sentidos con-
trapuestos, de criterios morales diversos, todos ellos igualmente plausibles y le-
gítimos, pero ahora, a diferencia de entonces, subjetivamente construidos a
partir de la acelerada contrastación de significados que nuestras modernas so-
ciedades de comunicación, permiten realizar casi instantáneamente a cada in-
dividuo respecto de una diversidad de conocimientos, costumbres, ideas y cre-
encias —la mayor parte de las veces paradójicas— provenientes de realidades
sociales a veces muy distanciadas culturalmente.
Producto de tal posibilidad de contrastación ha sido la fragmentación del viejo
patrón de sentido único que prevaleciera en la integración moral de nuestras socie-
dades, en un complejo entramado de sentidos múltiples extraordinariamente com-
plejo y diferenciado que, a diferencia de antaño, ha puesto ahora su acento en la au-
toproducción social de conocimiento, surgido de la personal e inalienable capacidad
Los jóvenes en un mundo en transformación
que cada sujeto tiene para entender, discernir, dotar de razón y dar sentido a su pro-
pia existencia y a la sociedad que habita sin prevalerse de manera imprescindible ya
de los modelos de socialización y aprendizaje tradicionalmente instituidos.
Bien podría decirse que el tempo moral que marcara el patrón evolutivo y el
modo de integración de nuestras sociedades bajo ideas y creencias de turno histó-
rico, haya venido trasladándose desde las instituciones clásicas de socialización (la
Iglesia, la familia, la escuela, etc.,) hasta el propio sujeto, asignando a su genuina
capacidad creativa y a su conciencia personal el protagonismo motriz de las ac-
tuales transformaciones sociales e invirtiendo con ello el modelo clásico de inte-
gración funcional, simbólico y moral uniforme seguido por nuestras instituciones.
Ciertamente, aunque en todo tiempo y lugar se han dado cambios estructu-
rales que han desatado inevitables crisis del sentido en nuestras sociedades, lo pe-
culiar de nuestro momento histórico es que, al revés de otras épocas, nuestra pre-
sente situación de mudanza cultural no obedezca ya a cambios introducidos por
ciertos modos de pensamiento social, económico, político o religioso que, por
decirlo así, induzcan a los individuos mediante una determinada socialización
ideológica a reacomodar “desde arriba” su sentido personal a tales o cuales ideo-
logías concretas sino, muy a la inversa, que sean a priori, los cambios produci-
dos en la conciencia personal de los individuos concretos, los que, objetivados
en modos diferentes de pensar, sentir y estar en el mundo, esté “desde abajo”, ge-
nerando cambios sociales estructurales de tan extraordinaria magnitud.
Sin duda un proceso de transformación cultural, único en la historia1, ca-
racterizado por la deconstrucción —a partir de la conciencia individual— de
(1) Sobre los cambios recientes habidos en nuestro país, véase la introducción realizada al V Informe FOESSA, “Si-
tuación Social de España: Sociedad para todos en el año 2000”, realizado por Miguel Juárez (director del informe), así co-
mo el Cap. I “Cambio Social en España” de Jesús M. de Miguel (pp. 1 a 144). Ed. Fundación FOESSA. Madrid,1994.
10
las macroconfiguraciones globales formales de sentido de la modernidad, la
fracturación del orden moral ortodoxo en una heterogeneidad de éticas indivi-
duales fluidas y cambiantes2 y, tal vez consecuencia directa de ello, la emergen-
cia de un orden diverso y heterogéneo de estructuras de conciencia3 o de senti-
dos, individual, grupal e institucionalmente constituidas, que coexisten
armónicamente en un modelo de sociedades, certeramente denominadas por
alguno como “complejas” o “de riesgo”, precisamente por la dificultad que en-
traña articular esta diversidad de órdenes y “fuerzas sociales” —no siempre vi-
sibles— que operan la integración funcional, moral y simbólica de estas socie-
dades tan complejas y diferenciadas.
Dificultades que, bien podrían conceptuarse como preámbulo de una pro-
funda revolución cultural respecto de nuestro pasado histórico, por cuanto que
en nuestra sociedad, como en otras sociedades avanzadas de nuestro entorno,
están trayendo consigo la emergencia de un nuevo modo de sociabilidad huma-
na, de la que se espera habrá de surgir una transformación radical de las insti-
tuciones tradicionales encargadas de la reproducción del sentido y de los mo-
dos de organización sociales hasta ahora conocidos, descabalgada ya de los
(2) Una heterogeneidad sincrética, fragmentaria y adaptativa a partir de la que Max Scheller denominó “moral
individual” y que no es otra cosa que la práctica diferenciada para cada circunstancia de una moralidad acorde con ca-
da orden interno de consciencia.
(3) Utilizamos aquí el término “estructura” para referirnos a una tendencia, un atractor o una polarización del
sentido conjunto social que se revela bajo unas específicas formas y características actitudinales.
11
blo Navarro, D. Enrique Gil Calvo y D. José María García Blanco, hemos pre-
tendido abundar en la comprensión teórica de los profundos y vertiginosos
cambios —políticos, económicos, tecnológicos, sociales, religiosos, etc.— en
que se evidencia la irreversible metamorfosis social en la que estamos inmersos.
Se ofrece con todo un excelente marco interpretativo inicial que, desde una
perspectiva sociológica muy autorizada, contribuye a encuadrar el resto de
aportaciones al curso.
Fijado este marco interpretativo de referencia, nuestro segundo módulo
—“A la búsqueda de sí mismo: sentido, valores y creencias de los jóvenes en las so-
ciedades complejas”— se plantea responder acerca del modo en que los sujetos
que habitan tales sociedades complejas elaboran su sentido como constructo
cognitivo inseparable de la conciencia humana, y de la diversidad de manifes-
taciones valorativas y creenciales en que éste se manifiesta individual y socio-
culturamente. El profesor D. Josetxo Beriain centra el tema con su conferencia
inicial relativa a los diferentes modos en que se construye el sentido en nuestras
sociedades complejas para, a continuación, presentar el profesor D. Andrés
Canteras, a partir de los datos empíricos provenientes de un reciente estudio re-
Los jóvenes en un mundo en transformación
12
con especial referencia al equilibrio entre localización y globalización como re-
ferentes culturales polares del nuevo orden social emergente.
No podía dejar de incluir nuestro curso un módulo dedicado a pronosticar
el importante papel —esencial diría yo— que la educación está llamada a re-
presentar en un mundo globalizado como agente de cambio e instrumento de
desarrollo de la conciencia humana —frente a la mera funcionalidad económi-
ca— y en consecuencia como instrumento de desarrollo de una conciencia so-
cial universalizada. Esta es la intención de nuestro cuarto módulo —“ Educa-
ción para la universalidad: más allá de la globalización y la interculturalidad”—
en el que a través, primero, de la conferencia de D. Enrique Miret Magdalena
se introducen importantes reflexiones en torno a la condición humana como
germen del alumbramiento de un nuevo orden de pensamiento, animándonos
desde el inicio de un esperanzador modo de sociabilidad más solidario y uni-
versal; para abordar después el profesor D. Agustín de la Herrán, tras pasar re-
vista a las que podrían ser las claves para una ‘teoría de la unificación humana’,
los específicos fundamentos pedagógicos de un modelo educativo basado en
una educación dirigida a la evolución de la conciencia. Este es el objetivo que
13
integración convencional de nuestras sociedades modernas. Solo me resta agra-
decer al Instituto de la Juventud y a la Universidad Complutense de Madrid su
confianza por encargarme la dirección de este curso de verano y por su publi-
cación ahora; a los profesores que han intervenido, sin cuya valiosísima aporta-
ción intelectual no hubiera sido posible su ejecución; y, en fin, a todos los
alumnos participantes de quienes guardo un entrañable recuerdo.
14
MÓDULO I:
EL LABERINTO DE LA POSTMODERNIDAD:
CAMBIOS EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
CAPÍTULO I.1
(1) Ésta es la temática de la llamada globalización, que tiene tanto detractores como apologistas. Véase Gray,
2000; Beck, 1998a; y Stiglitz, 2002; así como Ramos Torre y García Selgas (eds.), 1999.
(2) Ésta es la perspectiva de Norbert Elias, heredera de la racionalización weberiana. Para la explicación cultura-
lista del cambio social, véase Alexander, 2000.
(3) Es el programa del digitalismo, versión actual del determinismo tecnológico en pos del progreso unilineal.
Véase Noble, 1999; Terceiro, 1997; Echeverría, 1999; Alonso y Arzoz, 2002; así como García Blanco y Navarro Su-
saeta (eds.), 2002.
(4) Castells, 1997; así como Gil Calvo, 1995, 2002 y 2003a (en prensa).
17
Esta última perspectiva del interaccionismo estratégico es la que aquí se uti-
liza, y para ello se propone un modelo que explica el cambio social como sub-
producto colectivo de las redes de interacción micro-macro que se articulan en
un espacio local-global de dos dimensiones: el metabolismo generacional y la me-
tamorfosis de las instituciones. Por metabolismo generacional se entiende el pro-
ceso de reproducción demográfica por el que cada nueva cohorte de coetáneos,
conforme recorre sincronizadamente su itinerario biográfico, va experimentan-
do nuevas formas creativas de adaptarse a su realidad circundante. Y por meta-
morfosis de las instituciones se entiende la deriva evolutiva que va transfor-
mando las estructuras sociales.
De este modo, el texto que sigue se desglosa de la siguiente forma. En pri-
mer lugar se expondrá la actual metamorfosis económica y política de las insti-
tuciones, distinguiendo su doble faz a la vez benéfica y perversa para señalar sus
inciertas consecuencias en términos de crisis de legitimidad y desestructuración
social. En segundo lugar se describirá el presente metabolismo generacional,
atendiendo tanto al creciente distanciamiento entre las generaciones como a la
reestructuración biográfica que se halla en curso. Y por último se analizará la
Los jóvenes en un mundo en transformación
Metamorfosis institucional
18
mico como geopolítico. Desde el punto de vista tecno-económico, el modelo de
acumulación fordista entró en crisis hacia 1973, abriéndose un periodo de in-
certidumbre con estancamiento e inflación que sólo se logró resolver mediante
la emergencia de un nuevo paradigma posindustrial basado en la especialización
flexible y en la terciarización de la nueva economía de los servicios personales,
financieros e informativos6. Y desde el punto de vista geo-estratégico, el final de
la guerra fría en 1989 quebró la estabilidad del equilibrio bipolar entre los dos
bloques, abriendo un periodo de incertidumbre que sólo parece haberse resuel-
to con la hegemonía unilateral del imperialismo estadounidense, tal como plan-
tea su nueva iniciativa estratégica de guerra preventiva adoptada por Washing-
ton en septiembre de 2002 como respuesta al desafío del 11S7.
Pero esta doble crisis de sociedad es tan contradictoria que le resulta per-
fectamente aplicable la metáfora del dios Jano, pues exhibe una doble faz de ca-
ra y cruz, a la vez luminosa o esperanzadora y sombría o deprimente. Contem-
plada desde el lado de su cara más brillante, los apologistas de la sociedad de la
información y el conocimiento nos ponderan las virtudes sin cuento que cabe
esperar de la eclosión de la sociedad red. Y en efecto, durante la última década
19
Y desde el punto de vista político aún hay otros tres factores de riesgo e in-
certidumbre que amenazan el futuro colectivo. En primer lugar está el debili-
tamiento del Estado, cada vez más desautorizado por la globalización de hege-
monía estadounidense, y que por ello se revela incapaz de seguir protegiendo
los derechos sociales de sus ciudadanos, entrando así en una degradante vía de
privatización regresiva12. Después, la conversión de la vieja democracia de par-
tidos —hoy desacreditada por la corrupción, los escándalos y su déficit de re-
presentatividad— en democracia de audiencia, caracterizada por la personali-
zación de la videopolítica, el populismo mediático y la volatilidad electoral13. Y
por último aparece un déficit cada vez más grave de cultura cívica —a veces ex-
presado en forma de presuntos valores posmaterialistas14—, con retraimiento
de la participación pública, defección de los compromisos ciudadanos y auge
del ocio consuntivo más disgregador e individualista, que no duda en buscar el
propio interés personal o sectario a costa de los derechos ajenos.
¿Qué consecuencias sociales tiene esta preocupante deriva de las institucio-
nes contemporáneas? En términos generales, cabe hablar de desinstitucionaliza-
ción, en el sentido de pérdida de capacidad reguladora de las reglas institucio-
Los jóvenes en un mundo en transformación
nales15. Pero como este concepto resulta excesivamente amplio, en este repaso
sintético sólo aludiré a dos casos extremos: la desestructuración o desanclaje,
por quiebra y fragmentación de las carreras laborales, y la crisis de legitimidad,
por ruptura y suspensión de las reglas institucionales de juego.
Ante todo destaca la muy intensa reestructuración ocupacional de los mer-
cados de trabajo, con grave desregulación sociolaboral y veloz amortización de
las cualificaciones. Sus apologistas neoliberales lo denominan flexibilidad labo-
ral y formación continua, mientras que en cambio sus detractores prefieren lla-
marlo por su nombre: expulsión del empleo, precariedad laboral, contratos
temporales, discriminación salarial, segmentación excluyente, etc16. Y sus con-
secuencias humanas no son menos graves, ya que la creciente discontinuidad y
fragmentación de las carreras laborales ha determinado la quiebra biográfica de
la identidad personal, con efectos perversos como el desanclaje de Giddens, la
individualización de Beck, la corrosión del carácter de Sennett o la desorgani-
zación familiar17.
Por lo que respecta a la crisis de legitimidad, es algo que se manifiesta en to-
das las instituciones, cada vez más afectadas por escándalos políticos —como el
caso Kelly de fraude sobre las armas de destrucción masiva que sirvieron de pre-
texto para invadir Irak— y económicos —como los de WorldCom y Enron, que
afectaban además a las autoridades políticas o regulatorias—, cuya constante y
cada vez más intensa acumulación está erosionando el crédito del liderazgo ins-
20
titucional18. Las crisis de legitimidad se abren cuando se rompen o quiebran las
reglas institucionales de juego. Y una vez producida esa ruptura de la legitimi-
dad, la crisis se mantiene abierta hasta que no se cierre en un sentido u otro, ya
sea restaurándose las anteriores reglas o imponiéndose otras nuevas. Pero en-
tretanto reina la incertidumbre más extrema, reforzándose la desestructuración
social19.
Pues bien, ahora estamos en una etapa en que ya no hay reglas, pues las que
estaban vigentes son incumplidas casi cada día: empezando por los Estados
Unidos, pasando por la ONU y la vieja Europa y siguiendo con las distintas éli-
tes políticas y económicas de las diversas sociedades civiles que se reparten el
planeta. Además, el culto a la innovación por la innovación proclama el dere-
cho a cambiar de reglas casi cada día, pues a eso conducen la extrema compe-
titividad y las epidemias de diferenciación colectiva, así como la formación con-
tinua. Y esta situación de permanente cambio de reglas se convierte en la
práctica en ausencia de reglas. Cuando las reglas son abiertas es como si no las
hubiera, pues entonces todo vale con tal de imponer las reglas propias en detri-
mento de las ajenas.
21
Las causas de este bloqueo de la emancipación juvenil son múltiples21, pues
varían desde el encarecimiento de sus costes materiales —por precariedad la-
boral, escasez de empleo, pérdida de poder adquisitivo del salario juvenil e in-
accesibilidad de la vivienda, dada la burbuja inmobiliaria— hasta el cambio
cultural que ha modificado las preferencias de los jóvenes22, quienes por su ele-
vada escolarización racionalista han optado por emancipaciones tardías en sus-
titución de las precoces hasta hace poco vigentes —aunque este cambio de pre-
ferencias podría ser un efecto uvas verdes23—. Pero cualquiera que sea la causa,
su consecuencia es evidente y ominosa, pues este aparentemente irreversible
aplazamiento de la emancipación juvenil ha terminado por estrangular la for-
mación de nuevas familias.
Y este distanciamiento intergeneracional no es sólo temporal sino también
socioeconómico, pues a causa del empeoramiento de las oportunidades vitales
que se abren ante los jóvenes, la posición relativa que finalmente ocupen tras
emanciparse será inferior en términos comparativos a la alcanzada por la gene-
ración de sus padres. Así, la cohorte juvenil actual podría ser la primera en mu-
cho tiempo —la primera de la historia en Norteamérica, la primera desde la cri-
Los jóvenes en un mundo en transformación
22
Y simétricamente, si los hijos se desinteresan de sus padres es porque, da-
da la distancia cultural que les separa, saben que nada pueden esperar de ellos
a la hora de orientar y asegurar su propio proceso de emancipación personal.
Hoy ya no se puede heredar la profesión ni el estatus de los padres, dada la ex-
trema reconversión tecnológica que exige una formación continua fuera del al-
cance de los progenitores. Y por lo tanto tampoco sirven de mucho los con-
tactos e influencias de la red familiar, que cada vez ayudan menos a colocarse.
Así que las nuevas generaciones deben buscarse la vida por sí mismas, asu-
miendo como propio el síndrome del huérfano que les mueve a confiar sólo en
sus propias fuerzas y en las redes de reciprocidad con sus pares, que dada la
norma del hijo único ya no pueden ser fraternas sino sólo de amistad y com-
pañerismo.
Y dada esta pérdida de confianza en sus progenitores, tampoco debe resul-
tar extraño que las nuevas generaciones estén perdiendo su vocación por la pro-
genitura, renunciando en buena medida a convertirse en padres y madres. A de-
cir verdad, la caída de la natalidad no puede ser atribuida sólo a la disminución
de las vocaciones progenitoras, pues también influyen otras variables económi-
(26) Entendiendo la reproducción social en el sentido de Bourdieu o de Giddens. Véase Bourdieu, 1988 y 1991;
y Giddens, 1995.
(27) Sobre cambio biográfico, véase Gil Calvo 2001, 2001b y 2002.
23
yo efecto más problemático es el actual envejecimiento poblacional, que se
agravará cuando la generación babyboomer sobrepase a partir de 2025 la fron-
tera de su edad de jubilación28.
En segundo lugar, esta prolongación del lapso vital ha multiplicado el nú-
mero de las etapas o fases vitales en que se subdivide, apareciendo edades nue-
vas que antes no existían —como la cuarta edad, o la juventud extensa que pro-
longa la adolescencia— y retrasándose hacia edades cada vez más tardías los
puntos de inflexión que las separan actuando como umbrales de transición: es
el caso del primer empleo, de las primeras nupcias o del primer hogar familiar,
cuyo acceso se difiere cada día más.
Y en tercer lugar, el centro de gravedad del ciclo vital entero —nudo argu-
mental del desarrollo biográfico—, que es donde se sitúan las elecciones cru-
ciales más decisivas, se desplaza desde la juventud hacia el corazón de la vida
adulta. Para las generaciones previas, la juventud significaba la crisis vital más
decisiva, pues en ella se concentraba la triple elección irrevocable de carrera, de
empleo y de familia, que había de predeterminar por anticipado todo el poste-
rior curso de vida. Por eso parecía una edad heroica de lucha por la vida, pues
Los jóvenes en un mundo en transformación
24
Y esto lo saben las nuevas generaciones —lideradas por el pionero ejemplo
de los precursores babyboomers—, que se enfrentan a una biografía futura sólo
presidida por el riesgo y la incertidumbre, a sabiendas de que el ejemplo moral
de la generación de sus padres ya no les sirve porque resulta inaplicable o dis-
funcional en las circunstancias actuales. Así que con voluntad o sin ella se ven
obligados a innovar, improvisando sobre la marcha un nuevo curso biográfico
de vida para el que todavía no existen reglas válidas, que serán ellos los prime-
ros en descubrir y explorar aprendiendo de su propia experiencia. Caminante,
no hay camino: se hace camino al andar.
Sociabilidad ambivalente
Una vez analizados los dos planos en que se descompone el cambio social
—la deriva de las instituciones y el cambio biográfico—, veamos como se in-
tersectan ambos. ¿Cuál es el gozne o bisagra que los articula para que jueguen
entre sí? Aquí es donde intervienen las relaciones interactivas, que constituyen
25
por pura deformación profesional existe un prejuicio favorable a los presentos
efectos benéficos del crecimiento de la interacción social. Es el efecto Tocquevi-
lle, que postula una correlación positiva entre la democracia —como primacía
de la sociedad civil— y el espesor del tejido asociativo. Idéntico principio de-
fienden Dürkheim, con su concepto de densidad moral y efervescencia colecti-
va, y Norbert Elias, con su proceso civilizatorio activado por el estrechamiento
de las cadenas de interdependencia. Y actualmente esta hipótesis es la que tam-
bién anima al propio Manuel Castells, con su sociedad-red, así como a la teo-
ría del capital social de Putnam, que ha obtenido un éxito arrollador30.
Pero semejante petición de principio podría ser sólo un espejismo. En rea-
lidad, el estrechamiento de las redes de interacción ejerce efectos tanto benéfi-
cos como perversos. Frente a la hipótesis optimista, que se deriva de la metáfo-
ra de la mano invisible de Adam Smith, aparece otra tradición intelectual,
heredera de Malthus —quien predijo la emergencia de efectos perversos como
consecuencia imprevista del incremento de la densidad interactiva—, que se ca-
racteriza por su pesimismo asociativo. Este linaje maltusiano fue retomado en
sociología por weberianos, elitistas y francfurtianos, que de la rebelión de las
Los jóvenes en un mundo en transformación
26
mayor oportunismo depredador y mayor defraudación incivil, refutando así el
optimista modelo de Elias35.
Manuel Castells es bien consciente de esta ambivalencia de la sociedad red,
que tanto puede fomentar la sociabilidad como la corrupción, la criminalidad
y el incivismo. Mucho más si tenemos en cuenta hacia dónde nos lleva la in-
eluctable globalización, contemplada a la luz del actual belicismo internacional
contra un creciente terrorismo capaz de reproducirse por doquier —cruzada
antiterrorista ésta en la que en nombre de la seguridad se está sacrificando el
principio de legalidad y la protección de los derechos—.
Pero la constatación de esta paradoja no nos debe conducir hacia el escep-
ticismo, pues a fin de cuentas, esta ambivalencia de la sociedad red también de-
muestra la falacia del determinismo. No estamos determinados ni por la tec-
nología digital ni por la regulación institucional ni por el etnocentrismo
generacional. Por el contrario, dada esta ambivalencia paradójica que es inhe-
rente a la interacción humana —que tanto puede generar el conflicto como la
cooperación, y tanto la sociabilidad como la insociabilidad—, siempre se abre
un margen para la libertad de elección, tanto personal como colectiva. Pues si
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29
CAPÍTULO I.2
Introduccion
¿Qué es la técnica o la tecnología?, ¿Cómo se produce? Sobre todo, ¿por qué
innovamos, cómo lo hacemos, quien lo hace? Pretendo abordar el tema de un
modo distinto al usual pues, como señaló Whitehead hace ya años2, el conoci-
miento científico-técnico nos rodea de tal modo, es ya parte tan natural de
nuestra existencia, que perdemos la dimensión real de su importancia. Para cap-
tarla es pues necesario salir del marco de la actual sociedad del conocimiento, e
incluso en alguna medida del marco la civilización occidental, para vislumbrar
su proceso de desarrollo, su inmenso crecimiento actual. Pues a mi entender la
cuestión importante no es tanto la de los efectos concretos de esta o aquella tec-
nología, de la microelectrónica, la ingeniería genética o los nuevos materiales,
por citar algunas, sino el efecto agregado de la tecnología misma, lo que signi-
fica para una civilización la producción sistemática de conocimientos.
(1) Conferencia pronunciada en la sesión de clausura del VII Congreso Español de Sociología, Salamanca, 22 de
septiembre de 2001. Una primera versión de la misma se publicó ya en el Libro Homenaje al Profesor José Jiménez Blan-
co, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2002, pp. 429-450. Quiero agradecer a mis estudiantes de docto-
rado, de Madrid, Bilbao y Valencia, sus comentarios a estas páginas, que le deben más incluso de lo que estoy dispuesto
a admitir.
(2) A. N. Whitehead, Science and the Modern World, The Free Press, New York, 1967 (1ª ed.1925).
31
Una mirada a vista de pajaro: los tres saltos adelante
(3) Pared Diamond, Armas, gérmenes y acero. La sociedad humana y sus destinos. Editorial Debate, Madrid, 1998
(e.o. 1997).
(4) V. Gordon Childe, Man Makes Himself, The Rationalist Press, London, 1936; hay traducción en Los orígenes
de la civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1954. Véase también de V. Gordon Childe, Qué sucedió en
la Historia, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985 (e.o. 1942). Sobre V. Gordon Childe puede verse, B. G. Trigger, La re-
volución arqueológica. El pensamiento de Gordon Chile, Fontamara, Barcelona, 1982.
32
chos ejemplos. Así, si lo midiéramos en energía disponible por habitante y año
veríamos como se produce también un salto inmenso antes y después de esas
tres fronteras: de 0,5 cv en la antigüedad, a 1,6 en 1870 y más de 15 hoy. Po-
díamos medirlo de otros modos: en velocidad de transporte (65 km/día en la
antigüedad; 325 hacia 1870; unos 60.000 hoy); en potencia explosiva (0,5 kg
de TNT en la antigüedad; 500 en 1870; 10 elevado a 8 Toneladas de TNT
hoy). Y por supuesto esto afecta a todo; por ejemplo a la esperanza de vida: 22
años en la antigüedad; 45 en 1870; 68 hoy. Y podría continuar con cientos de
ejemplos que, en todo caso, nos muestran que si en algún campo podemos ha-
blar de progreso de la humanidad, si la teoría clásica del progreso (Turgot, Con-
dorcet) puede predicarse de algo, ese algo es, sin duda el progreso de los cono-
cimientos. Podemos dudar del progreso moral de la humanidad y podemos
preguntarnos si el progreso estético tiene o no sentido, pero no podemos dudar
del progreso cognitivo.
Pero, ¿a que se debe ese progreso? ¿Qué ha impulsado la innovación y el
descubrimiento? Veamos muy rápidamente la causa de los dos primeros saltos.
La revolución neolítica —como la denominó Gordon Childe— se inicia
(5) J. Ortega y Gasset, Meditación sobre la técnica, Austral, Madrid, 1965 (e. o. 1939).
(6) Como señalaba Malinowski, no existe un ansia extendida por conocer; las cosas nuevas, cual los temas europeos,
les resultan francamente aburridas, la ciencia no existe como poder conductor que critica, renueva y construye. Véase B. Ma-
linowski, Magia, ciencia y religión Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 1978, p. 36 y 37.
33
evolución natural adaptativa a un nicho ecológico determinado da lugar a una
serie de conocimientos que forman parte natural de su cultura. El hábitat ge-
nera hábitos de todo tipo que incorporan conocimiento del entorno. No hay
propiamente ciencia sino una cultura que incorpora saberes de modo natural y
evolutivo. Hay saber, y sobre todo saber hacer, más que conocer. En ellas la cul-
tura es la ciencia. Por ello, como decía Ortega, el primitivo no sabe que puede
inventar e incluso ignora su propia técnica.7
El segundo gran salto adelante es la revolución científica del XVII con la que
pasamos —siguiendo de nuevo a Ortega— desde la técnica del azar a la técni-
ca del técnico. El hombre moderno antes de inventar sabe que puede inventar; es-
to equivale a que antes de tener una técnica tiene la técnica8. Pues lo importante,
lo que fue crucial de aquella revolución científica no es que se saben muchas
cosas sino que se sabe la más importante de todas: se sabe que se puede saber
más y, sobre todo, cómo se puede saber más. Lo específico de la revolución
científica —y lo específico de la civilización occidental— es que se ha descu-
bierto cómo descubrir, y como descubrir cualquier cosa, como descubrir siste-
mática y constantemente, y esa es la gran innovación: aprender a aprender, des-
Los jóvenes en un mundo en transformación
34
en el Discurso del método— entiendo por ello reglas ciertas y fáciles cuya exacta ob-
servancia permite que nadie tome nunca por verdadero nada que sea falso y
que,....llegue mediante un acrecentamiento gradual y continuo de ciencia, al ver-
dadero conocimiento de todo lo que sea capaz de conocer. No puede haber ningu-
na (verdad) tan remota que no quepa, a la postre, llegar a ella, ni tan oculta que
no se la pueda descubrir, asegura en otro pasaje.
Y es esa posesión del método lo que permite que, cualquier hombre o mu-
jer que lo conozca, pueda transformarse en científico democratizando la cien-
cia: el método, dice Bacon, es de tal carácter que no deja mucho lugar a la agu-
deza y fuerza de los ingenios, sino que casi iguala los ingenios y los entendimientos.
No hace falta ser especialmente brillante; basta con manejar el procedimiento
adecuado. La ciencia se pone al alcance de todos.
Y por ello podemos decir que a partir del XVII la humanidad no innova aza-
rosamente, casi a pesar suyo, como hacía con anterioridad, sino que innova vo-
luntaria y conscientemente. El propio Bacon, gran visionario, diseñó el primer
laboratorio o universidad moderna, investigadora, a la que llamó la Casa de Sa-
lomón, la casa de la sabiduría, y que fue el antecedente directo de la primera
(10) Sobre el alcance de esta idea en la historia de la ciencia puede verse la excelente monografía de Robert K.
Merton, On the Shoulders of Giants, 1965.
35
mas adelante, se llamara procesos de modernización que, desde sociedades agra-
rias, estables, aisladas y locales, llevará a sociedades industriales, cambiantes,
vinculadas y globales. Una dinámica cuyo origen podemos datar en 1776, fe-
cha de la maquina de vapor de Watt (pero también de La riqueza de las nacio-
nes de Smith). Es la invención de la tecnología sustentada en la máquina ali-
mentada por energía, que sustituye al músculo, Poco antes, en 1747, se
fundaba la primera escuela de ingeniería l’Ecôle des Ponts et Chaussées. El gran
libro de esa primera revolución fue, indiscutiblemente, la Enciclopedia (1751-
1772), la gran síntesis de todos los conocimientos que los puso a disposición de
cualquier lector. Y con ello comienza la revolución de la productividad, que se
potenciará, con la segunda revolución industrial, ya a finales del XIX , cuando
el conocimiento se aplica a mecanizar el trabajo mismo, los modos de organi-
zar el trabajo: es el taylorismo (1881) y el fordismo, que da lugar a la revolu-
ción de la productividad. Y efectivamente, el resultado de esa primera revolu-
ción tecnológica es que la productividad comenzó a crecer al ritmo del 3,5 o
4% anual, doblándose cada 18 años (y retengamos esa cifra); desde los tiempos
de Taylor la productividad se ha multiplicado por 50.
Los jóvenes en un mundo en transformación
36
mienzos, con Bacon, los popular scientists y el Gresham Collage, que menos-
preciaban el “viejo órgano” aristotélico-tomista de Oxbridge. Pues con la Uni-
versidad de Berlín aparece una figura nueva heraldo de otra época: la del tra-
bajador, asalariado, a quien se remunera para que investigue. El camino de
institucionalización de la ciencia continúa con el desarrollo del sistema univer-
sitario alemán a lo largo del XIX, modelo para todos los demás (y así para los Es-
tados Unidos, Japón o la española Junta para Ampliación de Estudios) y adon-
de debían acudir los jóvenes estudiosos de todo el mundo, ya fuera de ciencia
o de humanidades. Sigue con los primeras joint ventures entre departamentos
universitarios y empresas en la Alemania Guillermina, en el fin/comienzo de si-
glo, dando lugar a la primera (y en gran medida actual) industria química, far-
macéutica o eléctrica, un precedente claro de Silicon Valley muy desconocido.
Se traslada después a las universidades americanas pautadas según el modelo de
las germanas, a comienzos de este siglo. Y estalla definitivamente después de la
Segunda Guerra Mundial al generarse lo que el Presidente Eisenhower —y, tras
el, el sociólogo crítico Wright Mills— llamaron el complejo militar-industrial,
es decir, la alianza durante la Guerra Fría de los intereses militares y el Pentá-
(11) No deja de ser paradójico que un sistema de comunicación creado para controlar una situación de caos ha-
ya resultado en un sistema caótico e incontrolable.
(12) El término Big Science fue introducido por el pionero del análisis estadístico y sociométrico de la ciencia,
Derek J. De Solla Price, en 1986, en su influyente libro Little Science, Big Science...and Beyond (Columbia University
Press, New York; hay traducción en Ariel,Barcelona,1973), el primer intento de cuantificar la ciencia. Véase el mono-
gráfico coordinado por J.M.Sánchez Ron, La Gran Ciencia, Revista de Occidente, 142, 1993 y A.W. Weinberg, Reflec-
tions on Big Science, The MIT Press, Massachussets, 1967.
37
sino la aplicación a la producción científica, al desarrollo de la ciencia, de los
mismos métodos que la ciencia había previamente elaborado para cualquier
otra producción, ya sea de objetos manufacturados o de servicios. Hasta ahora
la ciencia había desarrollado tecnologías que permitían la producción industrial
de casi todo: papel, acero, automóviles, muebles, incluso maquinaria que pro-
duce máquinas. Ahora la ciencia se maquiniza a sí misma para industrializar la
fabricación de más ciencia. Fabricar conocimientos como se fabrican automó-
viles, se produce leche, o se editan periódicos. La ciencia se aplica pues reflexi-
vamente a si misma, la producción científica se vuelve ella misma producción
científica, y por lo tanto, rutinaria, constante y sistemática. Una actividad a la
que se dedica cada vez más recursos en tiempo, dinero y mano de obra.
Un ejemplo ayuda a aclarar este cambio de escala: cuando se descubre la
partícula omega minus en la Phisical Review, el trabajo que lo anuncia lleva la
firma de más de 50 investigadores. ¿Es eso un experimento, una fábrica, u otra
cosa distinta y nueva? Pero es un problema de escala: un experimento de física
de alta energía en un ciclotrón puede costar miles de millones de pesetas, im-
plicar a cientos o miles de técnicos, científicos ingenieros y, por supuesto, ges-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(13) Raffaele Simone, La tercera fase. Formas de saber que estamos perdiendo, Taurus, Madrid, 2001, p. 78.
(14) Véase Horgan, John, El final de la ciencia, 1998, y la crítica de John Maddox, What remains to be Discove-
red, Free Press, 1998.
38
ción de una conocimiento básico y su difusión es cada vez menor de modo que
la misma distinción entre investigación básica y aplicada, entre I y D se desdi-
buja. En ocasiones se está esperando a que el laboratorio acabe de perfilar sus
conclusiones pues la línea de producción, el envasado, la comercialización, y el
marketing ya están preparados, a la espera de salir a la calle. La rapidísima difu-
sión del teléfono móvil es una muestra más de una pauta generalizada: la pro-
ducción de nuevos conocimientos está ya acoplada con una sociedad radical-
mente neofóbica dispuesta y preparada para recibir ese aluvión de innovaciones.
• Y finalmente, en su distribución. Pues si el entorno cotidiano de nuestras
vidas es cada vez más, un entorno socio-técnico, los individuos deben estar en
condiciones al menos de gestionar los múltiples sistemas expertos, artefactos o
máquinas que lo pueblan, deben poder entenderlos y por supuesto, manejarlos.
Ello implica un coste añadido en términos de socialización de modo que la es-
colarización masiva, no ya primaria o secundaria, sino postsecundaria es una
consecuencia. Por decirlo de otro modo, el caudal de conocimientos necesario
para poder funcionar con eficacia social es inmenso y la escolarización se alarga
inevitablemente. Hasta un 70% de jóvenes acuden en USA o Japón a la ense-
(15) Giddens, A., Un mundo desbocado, Textos de sociología, UNED, 1998, nº 5, p. 12.
39
que, si la ciencia de dobla cada 15 años aproximadamente la productividad lo
haga cada 18.
Pues todos esos conocimientos, inciden cada vez más rápidamente sobre los
ordenes sociales, sobre la producción, sobre la comunicación, sobre el trans-
porte y un largo etcétera, inciden sobre la realidad cotidiana, modificando cos-
tumbres y hábitos de todo tipo.
A comienzos de siglo, un agudo observador de la realidad, Thorstein Ve-
blen, publicaba el primer estudio sociológico de la ciencia, El lugar de la cien-
cia en la civilización moderna16. Y señalaba que ningún otro ideal cultural ocupa
un lugar indiscutible similar en las convicciones de la humanidad civilizada. Para
afirmar con énfasis: Quasi lignumn vitae in paradiso Dei, et quasi lucerna fulgo-
ris in domo Domini, tal es el lugar de la ciencia en la civilización moderna17. La
ciencia —concluía Veblen— da su carácter a la cultura moderna 18. Sus palabras
han resultado proféticas, de modo que la ciencia, ahora sí, sin duda, permea la
cultura moderna y es el motor más fuerte del cambio social, la variable crucial,
el Deus ex machina de las sociedades modernas.
Los jóvenes en un mundo en transformación
Sin duda uno de los campos donde la incidencia de la ciencia ha sido más
fuerte es en el área de los sistemas de almacenamiento y transmisión de la in-
formación de modo que lo que soñó el gran visionario Vannevar Bush hacia
1945 en el conocido trabajo Cómo podríamos pensar, es ya una realidad:
Toda la Enciclopedia Británica cabría, pues, en el interior de una caja de ce-
rillas, y una biblioteca de un millón de volúmenes podría caber en una esquina de
nuestro escritorio. Si desde la invención de los tipos de imprenta móviles, la raza
humana ha producido un archivo total....equivalente a mil millones de libros, to-
da esa ingente cantidad de material, microfilmado, podría acarrearse en una fur-
goneta...El material para el microfilmado de la Enciclopedia Británica costará
unos cinco centavos de dólar y podría ser enviado por correo por otro centavo19.
Bush se equivocó en poco. No ha sido la óptica y el microfilmado sino la
microelectrónica y la informática, pero el resultado es similar. Tan asombroso
(16) Publicado primeramente en 1906, The Place of Science in Modern Civilization en American Journal of Socio-
logy, XI(1906)585-609. Ampliado más tarde con otros estudios en 1919, The Place of Science in Modern Civilization
and Other Essays, Huesbsch, New York, 1919. Parcialmente traducido en B. Barnes, T. S. Kuhn y otros, Estudios sobre
sociología de la ciencia (Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 314 ss). Finalmente traducido por completo por Maraga-
rita Barañano con una interesante introducción, Thorstein Veblen: un alegato en favor de la ciencia, puede verse en Re-
vista Española de Investigaciones Sociológicas, 61(1993)201, por donde lo citamos.
(17) Op. cit., pág. 215.
(18) Op. cit., pág. 230.
(19) Vannevar Bush, As We May Think, The Athlantic Montly, 1945; citado por la traducción al español, Cómo
podríamos pensar, La Revista de Occidente, 239, 2001, p. 29. V. Bush era entonces Director de la Oficina para la In-
vestigación y el Desarrollo Científico del gobierno de los Estados Unidos.
40
es ese resultado que se señala frecuentemente que el elemento que singulariza
las sociedades modernas es la información, y se las denomina así, “sociedades
de la información”. No estoy nada convencido de ello.
Sin duda el impacto de los ordenadores y de sus conexiones en redes es enor-
me como apreciamos simplemente por la evolución de los mercados de capitales,
del ebusiness, de la informática, etcétera. No es pues de sorprender que el térmi-
no sociedad de la información se haya impuesto desde su uso por vez primera en
el clásico (y aún excelente) libro de Daniel Bell El advenimiento de la sociedad post-
industrial en 1973. De modo que no se trata tanto de negar esta evidencia, a to-
das luces indiscutible y patente, sino de generalizarla y, por lo tanto, matizarla.
Pues, para comenzar, es notablemente simplificador reducir al campo de las
TIC (tecnologías de la información y la comunicación) el inmenso avance cientí-
fico-técnico moderno. El descubrimiento de la mecánica cuántica por Max
Planck en 1900 fue la base que permitió desarrollar células fotoeléctricas y más
tarde, y combinada con la física del estado sólido, transistores, diodos y el mo-
derno chip. Y es gracias a la mecánica cuántica y a las teorías de la relatividad des-
cubiertas por Einstein en 1905 y 1915, que descubrimos la fisión nuclear del ura-
(20) Véase, por ejemplo, J. M. Sánchez Ron, La ciencia del siglo XX: ciencia, política, sociedad, en F. García de Cor-
tázar, El siglo XX: mirando hacia atrás para ver hacia delante, Papeles de FAES, nº 60, Madrid, 2001.
41
Por poner un ejemplo de gran trascendencia. Que la esperanza de vida se
haya doblado en menos de un siglo para los países del área OCDE, pasando de
algo más de 40 años a casi 80, altera dramáticamente todos los parámetros so-
ciales de la vida cotidiana, desde la edad del matrimonio a la natalidad, las ju-
bilaciones y pensiones, la sanidad y un largo etcétera. Y este desarrollo, un cam-
bio sustancial de alcance histórico-universal (como hubiera dicho Weber), nada
le debe a las tecnologías de la información teniendo sin embargo tanta o más
relevancia que estas. Otro tanto podríamos decir con la disminución de las ta-
sas de mortalidad infantil y la consecuente explosión poblacional en el mundo
pobre, generadora de flujos inmigratorios que alteran la composición de la po-
blación minando las bases del Estado-Nación y generando sociedades multi-
culturales. O con el impacto de los medios de comunicación. O con el calen-
tamiento global. Es evidente que podría multiplicar los ejemplos.
Por lo demás, si intentamos mirar hacia delante y no hacia atrás, nos en-
contramos con una revolución tecnológica que está lejos de haber acabado al
menos en biología y nuevos materiales21. La biotecnología comenzará a revo-
lucionar la vida hacia el 2015 con un incremento de la vida, tanto en cantidad
Los jóvenes en un mundo en transformación
(21) Véase Philip S. Anton, Richard Silberglitt y James Schneider, The Global Technology Revolution. Bio/Nano/
Materials Trends and Their Synergies with Information Technology by 2.015, Informe preparado para el National Intelli-
gence Council de los Estados Unidos por la Rand y editado en 2.001.
(22) Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Harper & Brothers, New York, 1942, p. 81-86.
42
Pero es que además —y este es mi segundo argumento— el efecto neto glo-
bal de las tecnologías de la información ha sido, justamente, facilitar el acceso
a la información y reducir drásticamente su coste. Se ha calculado que si la in-
dustria aeronáutica hubiera avanzado a la velocidad que lo ha hecho la micro-
electrónica dispondríamos de aviones Boeing 767 a un coste de 500 dólares que
darían la vuelta al mundo en 20 minutos y habrían gastado 20 litros de gasoli-
na. El poder computacional de un dólar ha crecido por un factor de 10.000 en
los últimos 20 años. Como soñara Bush, un solo CD-Rom contiene la Enci-
clopedia Británica y ya empezamos a tener bibliotecas particulares de CD-
Roms. Pero además, podemos acceder a miles de bases de datos vía Internet,
cuyo volumen de páginas web, actualmente estimado en medio billón, se do-
bla cada 100 días a una tasa aproximada del millón de páginas diarias23. La web
es así como una inmensa memoria colectiva de la humanidad donde todo que-
da registrado24. Finalmente, la cantidad de información que recibimos, que se
nos envía, queramos o no, que no nos interesa, es también inmensa. En resu-
men: la cantidad de información de que disponemos es inmensa, la unidad de
información, el bit, vale cada vez menos, y el coste de trasmitirla es casi nulo.
43
una nueva sociedad, como indica el justamente celebre libro del sociólogo es-
pañol Manuel Castells La sociedad red 26. Y es cierto. El economista británico
Alfred Marshall señaló que mientras la naturaleza...muestra una tendencia a ren-
dimientos decrecientes, el hombre....muestra una tendencia a rendimientos crecien-
tes...El conocimiento es nuestra mas poderosa máquina de producción. La idea fue
recogida hace años por el guru del management, Peter Drucker, en un libro sor-
prendentemente titulado Post-Capitalist Society 27, a saber que el recurso econó-
mico básico —los medios de producción, por usar la terminología económica— no
es ya el capital, ni los recursos naturales...ni el trabajo. Es y será el conocimiento...El
valor se crea por la “productividad” y la “innovación”, ambas aplicaciones del co-
nocimiento al trabajo 28. Pero es hoy una afirmación repetida por los más acre-
ditados organismos internacionales, como el Banco Mundial: Hoy la mayoría
de las economías tecnológicamente avanzadas son ciertamente economías basadas
en el conocimiento. Y viceversa, el conocimiento es la llave del desarrollo— el co-
nocimiento es desarrollo 29.
Y así parece, a juzgar por los datos. El Banco Mundial estima que más de la
mitad del PIB en los países de la OCDE se basa en la producción y distribu-
Los jóvenes en un mundo en transformación
ción del conocimiento30. Y por eso en USA hay hoy mas trabajadores produ-
ciendo y distribuyendo conocimiento que produciendo y distribuyendo mer-
cancías físicas. Y por supuesto, eso acrecienta la inversión en conocimiento. Los
países desarrollados invierten cerca del 20% del PIB en la producción y distri-
bución del conocimiento: el 10% en educación formal (era menos del 2% ha-
cia 1915); otro 5% invertido por los empleadores; y entre un 3 y un 5% en
I+D. La inversión en conocimiento es pues la mayor en casi todos los países
desarrollados. La clave del futuro está en la productividad de esas inversiones
en conocimiento, algo sobre lo que, por cierto, sabemos muy poco como, en
general, sobre la economía del conocimiento.
Una economía que se sustenta, no en la producción de objetos o cosas, si-
no claramente en la producción de ideas, intangibles, (fundamentalmente in-
novaciones, patentes, marcas o sistemas de organización) que funcionan como
bienes públicos, no excluibles. Pues a diferencia de la vieja economía, agraria o
industrial, en la que el uso que un individuo hace de un producto (una naran-
ja o una aspiradora) excluye a los demás, los nuevos productos pueden ser uti-
lizados por cualquiera indefinidamente. Producir la idea puede ser costosa, pe-
ro reproducirla y hacerla accesible a otro tiene un coste infinitesimal. Así, el
coste de producción material de un ordenador puede ser inferior al 20% de su
precio; el resto son patentes, ideas, marketing y distribución. De modo que tras
44
la propiedad inmueble, propia de las sociedades agrarias y que definía en ellas
la riqueza, y la propiedad mueble (significativamente llamada “valores”) de la
sociedad industrial, entramos en la propiedad de intangibles propia de la so-
ciedad del conocimiento, que debe ser protegida con copyright, royalties o pa-
tentes. General Motors no es ya la gran empresa del mundo; lo es Microsoft.
En todo caso, hemos entrado en una espiral retroalimentada en la que la
ciencia genera mayor productividad y nuevos productos, economía, y esta in-
vierte en ciencia. La economía produce conocimientos. Y viceversa, el conoci-
miento es la riqueza y la función de las empresas no es otra que generar nuevos
conocimientos31. Un ejemplo, los Laboratorios Bell cuentan con 24.000 em-
pleados en 22 países, pero de ellos más de 4.000 tienen título de doctor. Los
investigadores de la Bell Labs tienen el honor de haber recibido nada menos
que 11 Premios Nobel. En estos laboratorios han nacido el transistor, el láser,
la célula solar, la comunicación vía satélite, la telefonía móvil, el ordenador di-
gital, la transmisión de TV a larga distancia, la grabación estereofónica, las pe-
lículas de cine con sonido. Actualmente se registran más de tres patentes por
cada día de trabajo. ¿Es esto un laboratorio, un centro de investigación o una
El isomorfismo ciencia-democracia-mercado
(31) Véase Nonaka, I., The Knowledge-Creating Company, Harvard Business Review, 1991, p. 96. Y Nonaka,
I. Y Takeuchi, H., The Knowledge-Creating Company, Oxford University Press, New York, 1995.
45
ciedad moderna, se articulan alrededor de una legitimidad legal-racional. Y así,
junto a la economía capitalista de mercado, el Estado democrático ha sido la
otra gran fuerza conformadora del mundo moderno.
Es más, podemos pensar la historia del siglo XX como la historia del triun-
fo de esas dos instituciones frente a modelos alternativos. La experiencia co-
munista, desde 1917 a 1989 (el “corto siglo XX” de algunos historiadores) es
ciertamente la crónica del fracaso tanto de una economía sin mercado como de
un Estado sin democracia.
Pero es también la crónica de cómo esas dos instituciones van juntas y se ne-
cesitan mutuamente. Pues las relaciones entre el Estado democrático y la eco-
nomía de mercado no son las de dos vasos comunicantes, tal que si uno crece el
otro mengua, en un juego de suma cero. Más bien se trata de dos manifestacio-
nes distintas del mismo orden institucional basado en el principio de soberanía
del individuo, bien como agente económico (como productor, inversor o con-
sumidor) o como agente político (como actor político, público o elector), de
modo que la libertad en un campo no se puede desvincular de la libertad en el
otro. Y así, si la experiencia demostró entre 1917 y 1989 que el intento de
Los jóvenes en un mundo en transformación
46
organizado (la cartesiana duda metódica) según fue analizada por R. K. Mer-
ton32 y que explica la mayor productividad científica de las democracias frente
a los regímenes autoritarios33
Así, economía de mercado, estado democrático y ciencia no son tres ordenes
institucionales separados (aunque sí sean distintos) sino, como los tres lados de
un triángulo, manifestaciones diversas de un mismo principio de soberanía del
individuo que acepta o no las sugerencias que formula un tercero. Y si la liber-
tad política no es separable de la libertad económica, ninguna de estas es sepa-
rable de la libertad de expresión o de juicio, que es, más bien, su sustento y ori-
gen. Y dicho queda —aunque es tema que exigiría mayor desarrollo— que en
mi opinión es esa libertad fundamental, la del ciudadano como ser pensante, la
base de las otras dos. Por decirlo de otro modo, no es la libertad política la que,
históricamente, arrastró la libertad de la ciencia, sino al contrario, esta, como li-
bertad de juicio y de expresión, un claro derivado de la reforma protestante, la
que exige aquella. Pues tan pronto como la verdad es entendida, no como el dic-
tum de una autoridad superior, sino como la aquiescencia personal a un argu-
mento en virtud de sus méritos, la libertad de expresión resulta ser presupuesto
(32) Véase, R.K. Merton, La estructura normativa de la ciencia, en su compilación, La sociología de la ciencia,
Alianza Universidad, Madrid, 1977 (e.o. de 1942). Sobre las tesis de Merton acerca del ethos democrático de la cien-
cia véase nuestro libro E. Lamo de Espinosa, J. M. González y C. Torres, La sociología del conocimiento y de la ciencia,
Alianza Editorial, Madrid, 1999, Cap. 19, redactado por Cristóbal Torres.
(33) Véase la tesis doctoral de José Remo Fernández Carro, Regímenes políticos y actividad científica. Las políticas
de la ciencia en las dictaduras y las democracias, Centro de Estudios Avanzados en CC Sociales, Madrid, 2002.
(34) Teniendo presente, a su vez, que ciencia, democracia y mercado no son sino las manifestaciones modernas
de tres invariantes o universales sociales: comunicación, parentesco y trabajo. Para ello véase mi trabajo Parentesco, tra-
bajo y comunicación, presentado al Congreso de Sociología Española-2001, en prensa.
47
ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor
para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude ¡Ten valor de ser-
virte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la Ilustración35.
Sapere aude, atrévete a saber, osa saber, ten valor. Pues bien, esto, que era un
eslogan revolucionario en la sociedad del antiguo régimen, es ya la regla. Toda-
vía durante los siglos XIX y buena parte de este el espíritu progresista e innova-
dor, racionalista, presente en sectores sociales importantes, tenía su contrapar-
tida en orientaciones conservadoras, tradicionalistas, que miraban al pasado. La
neofilia acelerada de los modernizadores tenía la contrapartida, a veces gana-
dora, en la neofobia de los tradicionalistas. Y así la ciencia se oponía a la fe y la
religión, como los demócratas a los absolutistas, como la vanguardia artística se
oponía al arte pompier o clásico, o como la moda se oponía a los hábitos de to-
do tipo. Los progresistas o innovadores, que miraban al futuro, hacia delante,
y lo generaban, tenían la contrapartida, el freno, de los tradicionalistas o con-
servadores, que miraban al pasado y frenaban el progreso36. Es la historia de Eu-
ropa desde el siglo XVIII a finales del XX. A mediados del siglo pasado Jaime Bal-
Los jóvenes en un mundo en transformación
48
la fuente más importante de cambio estructural en la sociedad —el cambio en
los modos de innovación, en la relación de la ciencia con la tecnología y en la polí-
tica pública— lo constituye el cambio del conocimiento: el crecimiento exponencial
y la especialización de la ciencia, el surgimiento de una nueva tecnología intelec-
tual, la creación de una investigación sistemática a través de las inversiones para in-
vestigación y desarrollo y, como meollo de todo lo anterior, la codificación del cono-
cimiento teórico39.
Pero esto es un tanto como anunciar un cambio radical de la naturaleza del
cambio. Todas las sociedades conocidas en la larga marcha de la humanidad se
asientan sobre rutinas bien conocidas y legitimadas que dan lugar a todo tipo
de instituciones, una de cuyas tareas principales es justamente conservar esas
rutinas para evitar que el cambio las destruya. Pues bien, las nuestras son so-
ciedades que, paradójicamente, se asientan, no en la rutina, sino en el cambio,
no en la continuidad sino en la discontinuidad, que han hecho de la innova-
ción su principio axial y su regla. La regla es, por así decirlo, que todas las re-
glas deben revisarse, que nada es sagrado ni seguro, que todo está sometido a
crítica, a reforma, a cambio. Es la generalización de la cartesiana “duda metó-
(39) Daniel Bell en El advemimiento de la sociedad postindustrial, Alianza, Madrid, 1976, p. 65.
(40) Véase Krzysztof Pomian, L’Europe et ses frontiéres, Revista de Occidente, 157(1994)25 ss. En un sentido pare-
cido, véase, Eugenio Trías, La razón fronteriza, Barcelona, 1999.
(41) Z. Bauman, Modernidad y ambivalencia, en J. Beriain (Comp.) Las consecuencias perversas de la modernidad,
Madrid, Anthropos, 1996, p. 84.
(42) Giddens, A., Modernidad y autoidentidad, en J. Beriain (Comp.), Las consecuencias perversas de la moderni-
dad, op. cit., p. 35.
49
La incidencia acelerada del cambio social inducido por la innovación científi-
co-técnica ha generado al tiempo una sociedad dispuesta y preparada para asumir
esos cambios, una sociedad neofílica que, no sólo acepta sino, pro-activamente,
busca el cambio. Cuyo hábito fundamental no es el sustentar hábitos y rutinas si-
no, al contrario, el hábito de cambiar de hábitos. Como ha señalado Enrique Gil
Calvo en un reciente libro acertadamente titulado Nacidos para cambiar, los occi-
dentales solo estamos acostumbrados a idolatrar las novedades desde hace poco más de
cien años, pues hasta entonces el hábito dominante era lamentar la desaparición de las
tradiciones y resistirse al cambio 43. Y efectivamente, en las sociedades tradicionales
(tanto las históricas como las aún existentes) el ritmo de cambio social es muy len-
to, y como la longevidad es muy baja (en torno a los treinta años), las personas du-
raban menos que las ciudades, las casas, los muebles y los utensilios con que vivían, es
decir, en las sociedades tradicionales las personas duraban menos (y por eso cambia-
ban más que las cosas que usaban y las ciudades que habitaban). Pero la revolución
industrial cambio ese estado de cosas de modo que las personas empezaron a durar
más (o a cambiar menos) que las cosas que usaban y las ciudades en que vivían 44. Y
solo ahora comienza a sentirse como una vivencia real que, como señaló Marsahll
Los jóvenes en un mundo en transformación
(43) E. Gil Calvo, Nacidos para cambiar. Como construimos nuestras biografías, Taurus, Madrid, 2001, pp. 7-8.
(44) E. Gil Calvo, op. cit., pp. 10-11,
(45) Marsahll Bermann, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Editorial Siglo XXI,
Madrid, 1988.
50
Estudia el diseño y la comunicación de tu producto o de tu idea como si fuera
lo más importante, porque casi siempre lo es. Usa la imaginación y la inteligencia
en cada uno de los procesos busca siempre la diferencia y sorprende con el diseño.
Conseguirás que tu producto o tu idea sea más deseable que las demás...Innova.
Es una recomendación de la DIRECCION GENERAL DE POLITICA DE
LA PYME.
El Gobierno apuesta por la innovación.
Solicita la Guía Básica de innovación para la pequeña empresa en los teléfonos…
No es de sorprender que, bajo estas circunstancias, lo que más se aprecia y
valora no es el espíritu conservador sino el innovador, no el respeto a la tradi-
ción sino su crítica. Sociedades pues que no respetan nada sino, casi podría de-
cirse, el no respetar nada y cuya regla es la de cambiar de reglas. Se diría que el
espíritu del 68, el triunfo de la imaginación crítica, La imaginación al poder, ha
acabado ganando, pero paradójicamente no contra el capitalismo sino gracias a
él46. Prohibido prohibir, ciertamente, pero en beneficio del orden, no de su sub-
versión. Pues el orden mismo vive de su subversión constante, de la que hace
(46) Por seguir con los gurus del managemenet, Peter Drucker, en La disciplina de la innovación, Harvard Busi-
ness Review, aludía al compromiso con la práctica sistemática de la innovación. Para ser innovador, hay que ser disci-
plinado. La trasgresión como nueva disciplina.
51
por completo y han dejado de ser ideas críticas del orden social para ser la idea
central de ese mismo orden.
Fray Luis de León tenía una hermosa metáfora para entender este cambio.
Hablaba de dos modos de existir y los representaba como el huerto y la nave.
El huerto es la vida encerrada en un hábitat que se cultiva con esmero, someti-
do a ritmos repetitivos y cíclicos de modo que se sabe que se puede esperar; es
el beatus ille. Pero frente al huerto, la nave, una vez más la nave, como símbo-
lo de una vida desterritorializada, sin raíces, móvil, siempre mas allá, impulsa-
da por la tecnología.
¿Es la nuestra pues una sociedad postmoderna o por el contrario, una socie-
dad hiper-moderna? En mi opinión la respuesta es clara. Ya no hay un pensa-
miento tradicionalista o re-accionario que mire al pasado, y sólo lo encontramos
en las fronteras aun no asimiladas a la civilización occidental, allí donde la mo-
dernización ha fracasado como en algunos países musulmanes o en restos del vie-
jo Imperio Ruso-soviético. Asistimos por el contrario, al triunfo total de la mo-
dernidad y del espíritu ilustrado. Como señala Giddens, en vez de estar entrando
en un período de post-modernidad, nos estamos trasladando a uno en que las conse-
Los jóvenes en un mundo en transformación
52
En ningún sitio es más patente esa “nueva ilustración” que, en notorio con-
traste con la antigua, afianza un conservacionismo a ultranza, que en el ámbi-
to de lo que se ha dado en llamar el patrimonio cultural o medioambiental, co-
mo ha demostrado Antonio Ariño49. La historia de la construcción y transmisión
del patrimonio está vinculada…al compromiso militante contra el vandalismo del
progreso. De este modo (como señala Velasco), la conservación es un modo de re-
flexión desde el que contemplar el progreso, por supuesto un modo negativo que
trata de anularlo. Pero no se trata ya sólo de conservar las bellezas del pasado,
sus obras de arte como educación del presente, lo que por supuesto ha llevado
a una multiplicación de museos y, por supuesto, a un mercado de museos en
competencia. Ni tampoco de conservar el medio ambiente como garantía de
sostenibilidad mundial. La idea de patrimonio se libera, no solo de cualquier
dependencia de la idea de belleza sino también de la de peligro o riesgo, para
abarcar los más variados objetos y extenderse indefinidamente de manos de la
UNESCO y de los numerosos defensores de infinitos “patrimonios”. Así se in-
corporan, además de la literatura, el arte y los monumentos, todas las lenguas,
músicas, folklores, danzas, juegos, mitologías, ritos, costumbres o paisajes. En
Y por eso también, sólo ahora empezamos a ser conscientes de la parte ma-
la de la modernidad, de cómo el progreso puede llegar a ser regresivo, de cómo
(49) A. Ariño, La expansión del patrimonio cultural, en Revista de Occidente, 250, 2002, pp. 129 ss.
53
el avance puede implicar retroceso, de cómo la razón puede ser irracional y las
luces producir oscuridad. Empezamos pues a ser conscientes de las consecuen-
cias no queridas de la ciencia y el conocimiento, y ese es el campo abonado en
que hunde sus raíces el discurso post-moderno, receloso de la razón. Podemos
generar una utopía y un discurso post-moderno justamente porque nuestra
realidad social es ya radicalmente moderna. La ciencia no es sólo la solución de
la mayoría de los problemas; comienza ella también a ser parte de algunos de
esos problemas. Pues bien pensada, está llena de paradojas y la primera y ma-
yor es sin duda la que ya hemos visto: sustenta el orden en el cambio, hace ru-
tina de la innovación y nos incita a ser transgresores. Pero veamos algunas otras.
Segunda paradoja: el conocimiento mata la sabiduría. La ciencia es un sa-
ber sólo instrumental, nos indica cómo hacer las cosas, pero en absoluto qué
hacer. La ciencia nada sabe sobre la buena vida, sobre que es lo bueno y lo ma-
lo, sobre que amar o odiar, que es hermoso o repugnante. La ciencia conoce
mucho pero carece por completo de otro tipo de conocimiento, absolutamen-
te necesario para la vida, y que tradicionalmente se ha vinculado con la palabra
sabiduría. La ciencia carece pues de sabiduría. Y sin embargo se autodefine —
Los jóvenes en un mundo en transformación
y es aceptada casi siempre— como único saber válido. Como ya señalara Thors-
tein Veblen en 1906, el sentido común moderno sostiene que la respuesta del cien-
tífico es la única auténtica y definitiva. Cientifismo —señalaba Habermas hace
años— significa...la convicción de que no podemos ya comprender la ciencia como
una forma de conocimiento posible sino que más bien debemos identificar conoci-
miento y ciencia 50. En esa medida en que aceptamos, erróneamente, que la cien-
cia es el único saber válido, se transforma en un disolvente de todo otro saber
alternativo posible, y también en disolvente de todo saber de fines, en disol-
vente de la sabiduría. El resultado es que cada vez sabemos más qué podemos
hacer pero, paradójicamente, sabemos menos qué debemos hacer. Como seña-
laba el poeta Thomas Stearns Eliot,
¿Dónde está la sabiduría
que hemos perdido con el conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento
que hemos perdido con la información? 51
(50) J. Habermas, Knowledge and Human Interests, Beacon Press, Boston, 1971, p. 4.
(51) Vale la pena reproducir la estrofa completa en su lengua original:
Endless invention, endless experiment,
Brings knowledge of motion, but not of stillness;
Knowledge of speech, but not of silence;
Knowledge of words, and ignorance of the Word.
All our knowledge brings us nearer to death,
But nearness to death no nearer to God.
Where is the Life we have lost in living?
Where is the wisdom we have lost in knowledge?
Where is the knowledge we have lost in information?
The cycles of heaven in twenty centuries
Brings us farther from God and nearer to the Dust.
De The Rock, Londres, 1934.
54
La información —lo señalaba antes— se dobla aproximadamente cada 100
días y nadamos en masas de información; el conocimiento, más difícil de me-
dir, parece doblarse ahora cada 15 años. Pero la sabiduría de que disponemos
no es mucho mayor de la que tenían Confucio, Sócrates, Buda o Jesús y, lo que
es peor, no sabemos cómo producirla. Vivimos pues anegados de información;
con sólidos y eficaces conocimientos científicos; pero ayunos casi por comple-
to de sabiduría. Salvo que redefinamos la ciencia, esta nos hace, paradójica-
mente, más ignorantes.
Tercera paradoja: ignoramos lo que ignoramos. Veamos un ejemplo. El Fo-
ro Global de Investigación sobre la Salud, fundación internacional financiada
por la OMS y otras instituciones, presentó en Ginebra el Informe 10/90 sobre
Investigación Sanitaria 2000. El primer dato interesante es cómo enfermedad y
pobreza están vinculados: los países de rentas bajas y medias agrupan al 85% de
la población y soportan el 92% de la “carga de enfermedad” (una medida de la
mortalidad prematura, la incapacidad y la perdida de calidad de vida por cau-
sas patológicas) mientras que los países ricos, con el 15% de la población mun-
dial soportan solo el 8% de esa carga. Pero el segundo dato son los prioridades
(52) Esta es la enseñanza más importante de la sociología del conocimiento. Véase de nuevo, el texto citado de
Habermas.
55
islotes y no otros? Por ello, cabe pensar en dos ciencias, igualmente científicas,
pero con contenidos radicalmente distintos, que respondan a cuestiones distin-
tas, que nos den saber sobre cosas muy diferentes. Por ejemplo, ¿por qué la me-
dicina se centra en la enfermedad y no en la salud? Pero la conclusión es que,
en una sociedad basada en el conocimiento, orientada y movilizada por la pro-
ducción industrial de conocimientos, en la que la ciencia abre el camino, la tec-
nología lo pavimenta y nosotros lo recorremos, la pregunta por las prioridades
en la investigación científica, la pregunta por qué caminos, es la pregunta cru-
cial. ¿Por qué se abordan ciertos programas de investigación y no otros? ¿Cómo
se producen, socialmente, de facto, los programas de investigación? ¿Por qué sa-
bemos lo que sabemos y por qué ignoramos lo que ignoramos? El desarrollo de
la ciencia es ciego, sometido sin duda a la exigencia del beneficio o a las prio-
ridades políticas, pero no tenemos —ni tendremos— una ciencia que oriente
la ciencia. De modo que, para una civilización en la que la ciencia abre cami-
nos, la tecnología los pavimenta y nosotros los recorremos, la pregunta por qué
caminos abrir, la pregunta pues por las prioridades en la investigación científi-
ca, es la pregunta primordial que marca nuestro futuro.
Los jóvenes en un mundo en transformación
Cuarta paradoja: no sabemos qué hacer con lo que sabemos: La cuarta pa-
radoja deriva del distinto ritmo al que se desarrollan lo posible y lo deseable.
Pondré otro ejemplo: la oveja Dolly. Sabemos que podemos clonar ovejas, pe-
ro también seres humanos. Ya mismo. Pero no tenemos ni idea de cuando es
bueno o malo hacerlo, en que condiciones o bajo que supuestos. Ello es conse-
cuencia de un lag, de un retraso estructural entre el ritmo acelerado de pro-
ducción de conocimientos, de una parte, y de otra, del ritmo lento de produc-
ción de consenso social sobre cómo utilizar esos conocimientos. La producción
de cultura, de consenso moral, requiere tiempo, se genera por trial-and-error,
exige discusión, debate, información. Por ello, para cuando hayamos encontra-
do un consenso ético acerca de cómo utilizar las técnicas de clonación la bio-
tecnología estará ya en otra frontera y el lag continuará o se habrá ampliado53.
No tenemos —y estamos muy lejos de tener— una máquina de producción de
cultura, de producción de consenso moral, similar a la máquina de producción
de conocimientos. Y cuando pretendemos ponerla en marcha sólo podemos ha-
cerlo como producción científica de cultura: comités de expertos que generan
más ciencia para controlar la aplicación de la ciencia. En esa medida buena par-
te de la ciencia se mueve en un limbo moral, mas allá del espacio socialmente
definido de lo bueno o lo rechazable.
Quinta paradoja: no sabemos qué produce lo que sabemos: La quinta pa-
radoja es la de la iatrogenia: la ciencia como estrategia para evitar problemas ge-
nera otros problemas. El aerosol destruye la capa de ozono; los pesticidas o los
fertilizantes polucionan el agua; las máquinas de producir energía generan llu-
via ácida que agosta otras formas de energía naturales. La alimentación de las
(53) La tesis del cultural lag, del retraso entre el avance acelerado de la cultura material y el lento de la cultura in-
material, fue desarrollada por William Ogburn en Social Change, Vicking Press, Nueva York, 1932, e.o., 1925.
56
vacas con sofisticadas harinas animales, que las hizo caníbales, genera enferme-
dades de nombre impronunciable. En sociedades tan complejas como las ac-
tuales, donde cada acción personal está encadenada a todas las demás acciones
de todo el mundo a través de redes de interconexión amplísimas y extensas, es
cada vez más difícil saber cual será la consecuencia última de mi acción. Como
sabía Mandeville el bien general el mal y el mal genera el bien. La misma cien-
cia, que nos aísla en gran medida de muchos riesgos naturales, produce otros
riesgos derivados de los sistemas expertos en que se plasma. Las sociedades ba-
sadas en la ciencia son —como señaló Ulrich Beck en un best seller de la socio-
logía alemana— La sociedad del riesgo 54 (Risikogeselschaft), sociedades de riesgo
socialmente producido. Esta no es una peculiaridad del saber moderno. Todo
conocimiento es local y limitado, y ya Merton señaló hace años que jamás po-
demos conocer la totalidad de las consecuencias de nuestros actos. Podemos in-
dagar la consecuencia primera, y la segunda, y la tercera, pero a partir de la con-
secuencia n, interrumpiremos el análisis. Y sin embargo, aquel acto, sigue
generando consecuencias n +1, etcétera. Lo que sí es peculiar es que las redes
de interacción de las tecnologías con la sociedad y la naturaleza forman bucles
El sueño de la razón
57
un monstruo. Un mito que —como el coetáneo de Nosferatus/Drácula— for-
ma parte de la reacción romántico-conservadora contra la sociedad moderna y
que hoy descubrimos como una metáfora de la misma sociedad moderna.
El conocido grabado de Goya nos recuerda que el sueño de la razón pro-
duce monstruos. Siempre se ha interpretado la frase more ilustrado; cuando la
razón duerme emergen los monstruos. Pero la frase tiene también un sentido
oculto: los monstruos pueden salir del propio delirio de la razón, de lo que ella
misma sueña. La ciencia ha sido siempre la solución a todo problema; hoy, por
desgracia, es ya no solo parte de la solución, sino también parte del problema
mismo.
Los jóvenes en un mundo en transformación
58
CAPÍTULO I.3
¿Y DESPUÉS DE LA POSTMODERNIDAD, QUÉ?
DEBATE PARA UNA NUEVA ÉPOCA
CAPÍTULO I.3.1
59
glossiana o integrada, en la medida en que entiende la postmodernidad como
una confirmación de la modernidad pero elevada a su enésima potencia. Así,
para esta primera tesis, la postmodernidad sería más de lo mismo: transmoder-
nidad, hipermodernidad, ultramodernidad, segunda o tercera modernidad o
como se la quiera llamar.
La segunda respuesta es antitética respecto a la anterior, pues procede de
posturas que podemos denominar nihilistas o apocalípticas, y sostiene que la
postmodernidad implica la completa refutación del espejismo que supuso la
ilusoria modernidad, cuyo fraude palmario viene a desvelar y a denunciar. Así,
para esta segunda antítesis, la modernidad sólo fue un sueño que nunca tuvo
lugar, y del que la postmodernidad, en tanto que antimodernidad, vendría a
despertarnos para revelar su carácter de monstruosa pesadilla, haciéndonos ver
con Bruno Latour que, en realidad, nunca hemos sido modernos.
Finalmente, la tercera respuesta pretende superar la oposición aparente que
se da entre las dos primeras, proponiendo una síntesis compleja pero capaz de
dar cuenta de ambas, a la que cabe llamar contramodernización por analogía
con el concepto de contrarrevolución. Y esto en el sentido de que se puede en-
Los jóvenes en un mundo en transformación
60
sin graves crisis como siempre las ha habido, pues el progreso moderno nunca
ha sido lineal y continuo sino quebrado y contradictorio, al basarse en una sen-
da en zig-zag de desarrollo desequilibrado y antagónico (como sostenía Hirs-
chman) que avanza espasmódica y ciclotímicamente de la destrucción creado-
ra a la reconstrucción permanente. Lo cual exige periódicas metamorfosis del
paradigma tecnoeconómico que elevan exponencialmente la eficiencia produc-
tiva generando drásticas reestructuraciones del sistema económico, de acuerdo
al modelo cíclico de Schumpeter. Pero no por ello se detiene el sentido ascen-
dente de la senda del progreso, que continúa avanzando siempre movido por el
motor continuo y autosuficiente del desarrollo científico.
Esta postura panglossiana, según la cual cada vez vivimos en el mejor de los
mundos posibles, goza de amplio predicamento entre la opinión pública, don-
de ocupa una posición dominante. Pero su simplismo lineal, por efectivo y efec-
tista que resulte de cara a la galería, no resiste un somero examen crítico. Mi li-
mitaré a tres objeciones fundamentales, que la descalifican en buena medida. En
primer lugar, su pretendida institución motora, la tecno-ciencia, no es en abso-
luto autosuficiente sino que depende por completo de las dos instituciones ma-
61
formas geométricas había estado vigente desde 1648. Pues la nueva hegemonía
imperial, al poder actuar arbitrariamente sin ninguna limitación externa capaz
de contener su poder, ha optado finalmente por romper unilateralmente las re-
glas de juego del orden jurídico internacional consensuado en la Carta de la
ONU. Así, al moderno contractualismo racionalista le sucede hoy el retorno
del reaccionario realismo político al que luego aludiré, con sus aventureras po-
líticas de fuerza de resultado imprevisible. Y esto no supone ningún progreso
sino una clara regresión: una neta involución.
62
grarse en ellos. Es verdad que proliferan los estados fallidos incapaces de prote-
ger a sus nacionales. Pero si así nos lo parecen es por su extremo contraste con
estados tan eficientes como el holandés o los escandinavos, si es que no quere-
mos poner como ejemplo a los anglosajones. Pues por lo que respecta al super-
estado estadounidense, es todo menos posmoderno, encarnando a escala pla-
netaria el paradigma hobbesiano del moderno Leviatán. Como dice algún
halcón del Pentágono, mientras los posmodernos europeos nos hemos hecho
partidarios de Venus, ellos, los yanquis, siguen siendo modernos, y por eso ado-
ran al dios Marte.
Que el futuro ha muerto como senda de progreso cierto es verdad, en el
sentido de que, a causa de los desmanes del mercado y del estado, el destino ca-
da vez resulta más imprevisible e incierto. Pero de eso no se deduce en absolu-
to la imposibilidad de domesticar el futuro. Por el contrario, gracias a la tecno-
ciencia, cada vez se incrementan en mayor medida las múltiples capacidades de
domesticar y colonizar el futuro a voluntad. Así que si el progreso ha de morir,
será de éxito. Por eso parece más verosímil afirmar no que el futuro ha muerto
sino que, lejos de morir, se está reproduciendo en una pluralidad de múltiples
63
cedimientos derivados de éste. Así, la contramodernización es una moderni-
zación reaccionaria, involucionista o retrógrada, que dispone los más moder-
nos recursos al servicio de unos objetivos manifiestamente antimodernos. Por
eso cabe entenderla en el mismo sentido en que Jeffrey Herf bautizó al nazis-
mo como modernismo reaccionario en su libro del mismo título (El moder-
nismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y el Tercer Reich,
FCE, 1990).
Y en la práctica, esta contramodernización se manifiesta por el retorno al
primer plano del escenario de las dos instituciones que la modernidad preten-
dió superar: la religión y la guerra, que desde hace ya un tiempo están pasando
a ser las dominantes. Si comenzamos por la religión, Gilles Kepel ha fechado
en 1979 el inicio de lo que él mismo llamó La revancha de Dios (Anaya, 1991),
pues en ese mismo año se produce en las tres grandes religiones monoteístas el
comienzo de su reconquista del poder político: la toma del poder por parte del
sionismo en el Parlamento de Israel, el ascenso al papado del contrarreformista
Wojtyla y la revolución islámica del imam Jomeini. Desde entonces, la teocra-
cia se ha instalado por doquier, y desde el año 2000 también en la Casa Blan-
Los jóvenes en un mundo en transformación
64
crédito de la política y de la crisis de la democracia representativa han pasado a
ser el nuevo cauce de las identidades colectivas.
Semejante revolución cultural se debe tanto al declive de las viejas ideolo-
gías políticas como al reciente atractivo de la nueva religiosidad posmoderna.
¿Por qué entraron en declive las ideologías políticas? Sin duda, porque han si-
do finalmente afectadas por el weberiano proceso de secularización, en tanto
que religiones civiles. Y en cambio las viejas religiones, tras haber sufrido esa se-
cularización en sus carnes, ahora han aprendido a recuperarse mediante un me-
diático reencantamiento del mundo, basado en la eficacia ritual del espectácu-
lo de masas. Al fin y al cabo, religiones institucionales e ideologías políticas
compiten entre sí en tanto que movimientos sociales en busca de seguidores, lo
que exige trabajar con rituales, metáforas, identidades y retóricas. Pero en ma-
teria de la eficacia ritual de su puesta en escena, las ideologías han perdido la
partida.
Y en cambio las religiones se han impuesto porque, además de su eficacia
ritual superior, se han visto favorecidas por la globalización. Mientras que la re-
presentación de intereses políticos es necesariamente territorial y localista, la re-
65
ción europea en el siglo XVII. Sin embargo, los presentes fundamentalismos ul-
trarreligiosos no son fuerzas precisamente modernizadoras, pues siempre se pre-
sentan explícitamente a sí mismos como rebeliones reaccionarias y antimoder-
nas. Y lo más temible de estas movilizaciones fundamentalistas es precisamente
su apelación a la violencia insurgente, bajo el rótulo de guerra santa. Pues con-
forme las ideologías socialistas y nacionalistas se han ido secularizando, han
perdido también su capacidad de legitimar el recurso a la violencia revolucio-
naria. Por eso en la actualidad, una vez desacreditado el uso de la fuerza, sólo
la religión mantiene intacta su capacidad de legitimar la violencia política.
Lo cual permite concluir esta exposición regresando al otro elemento que ha
retornado al primer plano del escenario contemporáneo: me refiero a la institu-
ción de la guerra, que vuelve a recuperar su viejo protagonismo que ya creíamos
perdido para siempre. Y lo hace además en asociación con la religión, precisa-
mente: las dos viejas instituciones premodernas de las que la modernidad aspiró
a emanciparse. Pues bien, si el proceso de secularización religiosa teorizado por
Weber parece haber fracasado, lo mismo sucede con el proceso de civilización te-
orizado por Norbert Elias, para quien las sociedades se irían pacificando progre-
Los jóvenes en un mundo en transformación
66
los siglos XVI y XVII, cuando las guerras de religión asolaban Europa. Podrá de-
cirse, en descargo del nuevo imperialismo estadounidense, que por injustas e
ilegítimas que sean, las suyas no son guerras de verdad, puesto que se trata só-
lo de guerras virtuales (tal como las llama Michael Ignatieff en su libro Guerra
virtual, Paidós, 2003) o guerras espectáculo (como las denomina Mary Kaldor
en su texto “Haz la ley y no la guerra”, incluido en la compilación de Manuel
Castells y Narcís Serra: Guerra y paz en el siglo XXI, Tusquets, 2003): interven-
ciones exclusivamente escenográficas (o acontecimientos mediáticos en el cita-
do sentido de Dayan y Katz), celebradas sólo de cara a la galería sin otro moti-
vo que el de exhibir espectaculares demostraciones de fuerza para intimidar a
toda la audiencia propia y ajena, pero cuya baja intensidad en la causación uni-
lateral de víctimas (casi todas civiles y en su mayoría procedentes del bando
agredido por el neoimperialismo estadounidense) no permite considerarlas au-
ténticas guerras de verdad.
Bien, es posible que sea así, y que por tanto esta belicosidad escenográfica
o militarismo teatral (tal como lo denomina Emmanuel Todd en su libro Des-
pués del imperio, Foca, 2003) no implique necesariamente un retorno de la be-
67
CAPÍTULO I.3.2
69
mo la revolución francesa, la revuelta del mayo francés o los primeros momen-
tos de la transición española y que no se han dado cuenta de lo que estaba pa-
sando. De hecho hemos sido muchos los que hemos disfrutado con la magní-
fica narración que hacía Bryce Echenique en La vida exagerada de Martín
Romaña (1981) de los avatares de un joven profesor de la Universidad de la Sor-
bona (posible remedo de sí mismo) ante cuyos ojos pasaban todos aquellos
acontecimientos del 68 parisino sin que se enterada absolutamente de nada.
¿Qué hemos de percibir para ser capaces de identificar la peculiaridad del espa-
cio-tiempo en que nos encontramos? ¿Cómo podemos notar que la historia o
el acontecer social acaba de dar un giro? ¿Cuántas cosas tienen que pasar, cuán-
tas sensaciones hay que tener, cuántos cambios tiene que haber para que algo
haya cambiado sin posibilidad de vuelta atrás? ¿Cuántos? ¿Cuándo un cambio
cuantitativo se convierte en cualitativo? Quizá sea una cuestión de sopesar las
cosas. Pero el caso es que aquí se manifiesta una de las discrepancias que man-
tengo con mis colegas. Creo que ya se han producido suficientes cambios co-
mo para hablar de una transformación radical e irreversible.
De entrada ya discrepaba de la pregunta misma que se nos había planteado,
Los jóvenes en un mundo en transformación
esto es, de la pregunta “¿y después de la postmodernidad, que?”, porque esa pre-
gunta hace de la postmodernidad un tiempo pasado y puede implicar que ha si-
do como un paréntesis o un tiempo muerto que ha discurrido mientras nos apa-
ñábamos y ahora retomamos la cosa de verdad, la modernidad. No creo que se
pueda aceptar ni una cosa ni la otra: ni tiempo muerto ni retorno. La cuestión
en juego es bastante más seria, más grave y más radical. La postmodernidad, an-
tes que una afirmación, es una negación. Lo primero que señala no es dónde es-
tamos sino dónde no estamos, y donde ya no estamos es en la modernidad.
Este reconocimiento alcanza a veces incluso a quienes lo niegan. Tres de mis
predecesores en esta mesa redonda han negado que hayamos dejado atrás la
modernidad, pero si sumamos los cambios que cada uno de ellos ha ido recor-
dando, en lo político, en la subjetividad, en la organización de los Estados, etc.
podemos perfectamente dudar de que nos quede algo característico y funda-
mental de la modernidad. Si la modernidad tiene como figuras centrales histó-
ricas al individuo —la subjetividad construida institucional y disciplinadamen-
te de una determinada manera— y al Estado-nación, y se nos acaba de recordar
que ese individuo no existe ya tal cual y que el Estado-nación ha perdido su au-
tonomía y gran parte de sus rasgos y capacidades. No se ha dicho que el indi-
viduo haya desaparecido, aquí estamos unos cuantos y unas cuantas, pero si que
ya no es ese individuo central, centrado y sólido, cuya conciencia se constituye
en núcleo de la organización y de la valoración del mundo. Tampoco se ha
afirmado que haya desaparecido el Estado, sino que cada vez es más periférico.
¿Qué queda del núcleo de la modernidad que hoy siga ocupando un lugar cen-
tral? Porque hoy sigue habiendo también religión, iglesia, superstición y otras
instituciones premodernas, y no por ello creemos estar en el medioevo ¿o sí?
Una vez más nos preguntamos ¿cuántas cosas tienen que cambiar para que ha-
ya cambiado realmente nuestro momento histórico? Y en este sentido de acu-
70
mular cambios o transformaciones, creo que también se puede hablar del ago-
tamiento de otras piezas claves de esa formación histórica llamada modernidad.
De hecho, Pablo Navarro acaba de apuntar con nitidez a dos de esas piezas: el
imaginario o concepción de mundo que ubica a las personas y a las cosas y or-
ganiza el sentido de la vida sin necesidad de referencia a Dios y que estaría sien-
do sometida a transformaciones radicales; y una dinámica específica que él ha
resumido gráficamente con la conjunción de dos figuras, la lluvia de flores y el
bombardeo de NAPALM, que representarían dos elementos o momentos com-
plementarios del espíritu moderno —hipismo, romanticismo, actitud dionisia-
ca, evanescencia, por un lado, y ascetismo, imperativo categórico, actitud apo-
línea, solidez, por otro— y cuyo oscilación de uno a otro dibujaría la dinámica
específica de la modernidad. Sin embargo parece que esos extremos se han ido
aproximando entre sí, que los bombardeos son ahora mucho más selectivos y
más respetuosos con el medioambiente, aunque siguen matando gentes, y que
las ingenuas actitudes floridas de los sesenta y setenta han disminuido drástica-
mente. Aunque lo más importante aquí es que ha cambiado la dinámica: no es
aquella oscilación de uno a otro extremo la dinámica que hoy gobierna, esa di-
71
ye”, que nos deja a merced de temporalidades diversas. Pero no adelantemos
acontecimientos y recorramos los tres aspectos que quiero remarcar, que ade-
más son interdependientes.
(i) En primer lugar, como he dicho, la postmodernidad no es un hito más
de la modernidad sino la denominación de su agotamiento, el señalamiento del
fin de las formas históricas más características de la modernidad y que han
constituido las fuerzas principales de la modernidad o, mejor, de su modo de
desplegarse como modernización, racionalización o progreso. Quizá el caso más
claro y tratado sea el del sólido sujeto que ha visto como su autonomía, aque-
lla que le permitía ser eje y motor de los continuos cambios modernos, se iba
mutando en una atomización que le descentra y le resta capacidades tanto en
su forma de individuo como en la forma colectiva, pero igualmente sólida y au-
todefinida, de la clase social.
El último tercio del siglo XX puede ser descrito como un conjunto de pro-
cesos económicos, políticos, tecnológicos y culturales que han ido cortando los
hilos que hacían posible la aparente autonomía de los individuos. Así la inesta-
bilidad y fragmentación de la forma de familia dominante en la modernidad —
Los jóvenes en un mundo en transformación
72
gestado un orden internacional que certifica y da carta de naturaleza a la auto-
nomía de cada Estado-nación: al separar la religión de la política, el Estado
aparece como la institución determinante del orden y la acción en todo un te-
rritorio y, al propugnar el principio de no-interferencia, se asegura la estabili-
dad de tales Estados. Su soberanía se ha entendido como si tuviera la consis-
tencia, la autonomía y la claridad de un cuerpo humano, se ha entendido como
un cuerpo político separado y autónomo. Por ello, casi trescientos años des-
pués, M. Weber, una de las figuras más indiscutibles de la teoría social, al de-
finir el campo específico de la política lo restringía al control, administración
y gobierno del Estado. Y sin embargo, en el intenso y corto siglo XX (de 1919
a 1989), se han producido toda una compleja serie de fenómenos y procesos,
desde la promulgación en diversos momentos de los derechos humanos (pri-
vados, sociales, medioambientales, etc.) y la constitución de la ONU hasta la
globalización económica, que han dado a la llamada “comunidad internacio-
nal” una especie de derecho a interferir militarmente en otros Estados en nom-
bre de la justicia o de la humanidad y últimamente incluso en nombre de la
prevención. De este modo no sólo se ha alterado el sistema de relaciones in-
(1) Esto no quiere decir, como alguno de los anteriores intervinientes parece sugerir, que la pervivencia de insti-
tuciones netamente capitalistas y, con ellas, del capitalismo asegure la continuidad del ordenamiento moderno, como
eje central suyo que éste ha sido. Básicamente por dos razones, porque ya no resulta fácilmente asumible la reducción
del orden social a su nivel o esfera económica y porque el propio capitalismo se encuentra bastante cambiado al me-
nos en el sentido de que su personaje o actor central, esto es, el capital, ha perdido todo mecanismo de estabilidad —
ni el tiempo de trabajo, ni el oro ni el dólar, unido a la potencia productiva de los EE.UU., son ya referentes del valor
del dinero— y depende de la pura expectativa de valor, depende de la especulación y del significado que se le atribu-
ya. Del valor de cambio al valor de signo, como bien saben y administran muchos jóvenes en su consumo de marcas,
que relega un supuesto consumo regido por la relación calidad-precio. Evidentemente habría que hacer muchas mati-
zaciones aquí y, entre ellas, reconocer que el capitalismo, aunque sea bajo la nueva forma de la globalización, es una de
las herencias menos quebradas que hemos recibido de la modernidad como formación histórica.
73
(ii) En segundo lugar, la postmodernidad es también el desmoronamiento
del imaginario moderno, esto es, de la imagen general que la modernidad ha
construido para situar al ser humano en su entorno y justificar su propia diná-
mica, su propio orden, su propia trama cultural y, en definitiva, su formación
histórica. Hay dos elementos básicos de ese imaginario cuya descomposición ha
sido señalada reiteradamente: la representación o referencia y el futuro como
donador de sentido.
Por un lado está la representación, esto es, la capacidad de los signos para
referirse de una manera estable y unívoca a las cosas, su capacidad de tener un
significado constante. Antes de la modernidad el garante de la conexión pala-
bra-cosa era Dios, pues en caso de disputa la corte decisoria se encontraba en
la palabra de Dios, en las “sagradas escrituras”. Durante la modernidad todo un
edificio literario y científico ha ido siendo construido para asegurar esa cone-
xión, aunque sea a base de discutir y problematizar la idea misma de represen-
tación. Ese ha sido la labor central de la filosofía de la conciencia (de Descartes
y Kant a Husserl), de la teoría del lenguaje ( de Saussure y Humboldt a
Chomsky) y de la literatura ( de Cervantes y Shakespeare a Joyce). Pero desde
Los jóvenes en un mundo en transformación
hace mas de cuarenta años han ido brotando cuestionamientos radicales a la su-
puesta estabilidad de conexión entre palabras y cosas, desde el liberalismo ana-
lítico de Rorty y la genialidad de Wittgenstein hasta el postmarxismo de los
postestructuralistas (Foucault, Derrida). La posibilidad de representación o de
referencia se nos muestra ahora como inestable e histórico-socialmente condi-
cionada. De hecho cada vez vemos más nuestro lenguaje y nuestro conoci-
miento como parte de una interacción constitutiva y performativa —y, por tan-
to, histórica y socialmente variable— de lo que enunciamos, de nuestro
enunciar y de nosotros mismos como agentes de la enunciación.
Por otro lado, y de forma menos abstracta, encontramos la pérdida del va-
lor justificativo o legitimador que habría tenido el futuro para avalar las tomas
de decisión en el presente y para la ordenación de los acontecimientos, princi-
palmente los pasados. El carácter promisorio del futuro se ha perdido en tanto
que referente social común que dota de sentido a lo que hicimos y hacemos y
en tanto que fuente de valor que hace que lo nuevo sea bueno por ser nuevo,
que el futuro sea promisorio por ser futuro, que avanzamos, que progresamos,
etc. No es que ya no haya mañana, que no haya un tiempo después del pre-
sente, sino que el futuro ha dejado de ser aval de mejora y orientación.
Probablemente el mundo del arte sea en el que más evidentemente se ha pro-
ducido este cambio de orientación: desde el arte povera (pobre) italiano de los se-
senta y la música punk británica de los setenta al postmodernismo, el minimalis-
mo o el rock de garaje de los noventa. De formas y maneras distintas, lo que estos
movimientos y momentos estéticos han venido a expresar es el final de la huida
hacia delante, el final de la identificación entre innovación y belleza o entre van-
guardismo y arte. Al principio lo más denostado era el esteticismo, el ensimisma-
miento (el arte por el arte, la pura experimentación, etc.) propia de los distintos
modernismos de la primera mitad del siglo XX. Después lo que se ha ido reafir-
74
mando ha sido el diálogo estético con distintos tiempos, medios y estilos, la cita,
la reutilización, el revisitar, etc. Tal desplazamiento estético se hizo ya monumen-
talmente visible en los motivos y órdenes clásicos que, a finales de los setenta y
primeros ochenta, inspiraban los edificios de Venturi, de Rossi o de Bofill.
A pesar de todo ello, recientemente han surgido algunas voces (pocas) que, co-
mo el título de esta mesa redonda, vienen a suponer que ha acabado ese momen-
to de alteración de la temporalidad unidireccional, irreversible y característica de
la modernidad y hablan de una “nueva modernidad”. Así se nos presentaba hace
poco en Babelia, el suplemento cultural de EL PAÍS (03-05-2003, p. 13). Allí, al
analizar la exposición “Los modernos”, recientemente inaugurada en el Museo
Castello di Rivoli de Turín, se recogía la tesis que Carolyn Christov-Bakargiev ha-
bía seguido para organizarla y de la cual la exposición sería una manifestación y
una prueba. La tesis era que “el impacto de las nuevas tecnologías digitales en la
creación artística contemporánea ha marcado el final del postmodernismo que ha
caracterizado la historia del arte en los últimos treinta años y ha dado comienzo a
una nueva modernidad: los artistas dejan de citar y vuelven a inventar”. Es cierto
que el postmodernismo como estilo estético (igual que le pasó al modernismo) ha
75
Los más preclaros pensadores de la modernidad, de Rousseau a Baudelaire,
pasando por Goethe, Marx o Weber, han señalado que la modernidad ha venido
impulsada y dinamizada básicamente por una oscilación constante y tensa entre
la destrucción o negación del pasado y la construcción o afirmación ciega del fu-
turo. La modernidad es el tiempo de las revoluciones políticas, culturales, econó-
micas, etc. Y las revoluciones se han presentado como las demoliciones del orden
existente y su sustitución por una organización nueva y distinta. Su prototipo es
la revolución francesa. En un nivel menos heroico y más cotidiano la moderni-
dad es también el tiempo de la tensión entre la nostalgia de la vida rural y la atrac-
ción por el tumulto urbano. Todo lo sólido se desvanece para volver a ser com-
puesto, dicho en la poderosa terminología de El Manifiesto Comunista.
Pues bien, lo que la postmodernidad nos hace ver es que la irrupción de las
nuevas tecnologías, que instauran una multiplicidad de distintos presentes e in-
cluso hacen presente el pasado y el futuro, viene a romper aquella tensión di-
namizadora. En lugar de una oscilación entre dos polos extremos lo que pre-
domina es una dinámica en la que los fenómenos pierden la rigidez en sus
formas y en su “sustancia”. Algo semejante ocurre cuando el sistema capitalista
Los jóvenes en un mundo en transformación
Conclusiones
76
postmodernidad, sino qué pasa tras la modernidad, tras el cambio profundo
que ha producido el final de ésta: lo que plantea es que pasa ahora. No estamos
viendo la transformación desde fuera, ni desde un sistema estable de catego-
rías. La postmodernidad es precisamente la expresión de que estamos en medio
de un cambio al que las categorías modernas le son de poca utilidad analítica,
y de que ese cambio nos afecta por todos los lados. No es cuestión de si nos gus-
ta o no, o de si es bueno o malo. Vivimos en postmodernidad. O, dicho de otra
manera, la primera pregunta es sobre las perspectivas, categorías y cuestiones
que resultan más pertinentes y más urgentes para poder reflexionar sobre este
presente imposible, en el que de hecho estamos y que apunta formas, imagina-
rios y dinámicas diferentes a las anteriores, pero que no terminamos de conce-
bir. Estamos en una situación imposible pero real, anhelando cosas posibles pe-
ro que no están. Y eso nos obliga a una forma de pensar el presente que puede
resultar tensa o contradictoria, pero que nos saca de una forma, de un imagi-
nario y de una dinámica extenuadas. Ahora, en este postmoderno después de la
postmodernidad la primera pregunta es ¿cómo pensar el imposible presente en
el que estamos viviendo y los diferentes presentes posibles que podíamos vivir?
77
CAPÍTULO I.3.3
Por mi parte, nunca he creído en esa postmodernidad tan popular hasta hace
poco. Y si no he creído en ella es, ante todo, porque esta supuesta postmodernidad
sería algo que, presuntamente, se sale de la modernidad; pero lo hace de manera
característicamente moderna: a través de la crítica de la propia tradición cultural
encarnada en esa misma modernidad. Luego al menos en su método, la propues-
ta postmoderna rinde pleitesía a esa modernidad de la que busca distanciarse.
79
Por lo que toca a los contenidos de esa propuesta, me limitaré a apuntar lo si-
guiente. El pensamiento moderno no sólo se abrió paso, a lo largo de los últimos
siglos, en un continuado enfrentamiento con las creencias y actitudes tradiciona-
les. Su actividad crítica ha sabido dirigirse también, y de qué modo, hacia sí mis-
mo. ¿O acaso no habría que considerar a Kant como un postmoderno avant la
lettre, por haber realizado una crítica devastadora y creativa a la vez de la misma
raíz intelectual de la modernidad, el racionalismo cartesiano y sus secuelas? ¿O es
que no fue Marx asimismo postmoderno cuando sometió a un examen implaca-
ble una ideología moderna donde las haya, como es el liberalismo político y eco-
nómico? Cuanto más nos alejamos de la pleamar postmodernista, más persisten-
te resulta la sensación de dejà vu que nos suscitan sus planteamientos.
Pero esa actitud de escepticismo en relación con las pretensiones de supera-
ción de la modernidad agitadas por el postmodernismo, puede extenderse a
ciertas caracterizaciones de la modernidad misma. Son éstas, justamente, las
que algunos postmodernos tratan de establecer como canónicas, para mejor ar-
gumentar la presunta cesura histórica que ellos anuncian y representan. En cier-
to modo, no tenemos muy claro en qué consiste la modernidad. Mejor dicho,
Los jóvenes en un mundo en transformación
1
Nótese que la aparición de esas herramientas suele tener una interesante propiedad: no tiene vuelta atrás. Una
vez que se inventa, digamos, la imprenta, ya no se puede desinventar: todo el mundo, incluso los que, como la Iglesia,
van a verse perjudicados en su hegemonía social como consecuencia de su uso, tiene que utilizarla. Si la Iglesia hubie-
ra sabido adónde iba a llevar esa invención, probablemente se habría opuesto a ella con todas sus fuerzas. Pero una vez
que la invención se produjo, ya no pudo deshacerse como tal, y la Iglesia fue la primera que se aplicó a publicitar su
doctrina a través de libros impresos. En general, las herramientas civilizatorias no son “desinventables”, a menos que se
80
estamos hablando al referirnos a la modernidad. Pero cuando alguien nos infor-
ma de que esta o aquella doctrina, tendencia cultural, costumbre... “representa
el espíritu de la modernidad”, tenemos razones para ponernos alerta, y para con-
siderar de la manera más circunspecta una afirmación probablemente gratuita.
¿En qué consistirían, en efecto, esas ideas, tendencias, costumbres supues-
tamente modernas? ¿Cómo cabría distinguirlas de las que presumiblemente no
lo son? Obsérvese, a este respecto que en la modernidad han coexistido, así a
bote pronto y simplificando mucho el asunto, al menos dos espíritus, o dos
grandes líneas de desarrollo espiritual: de un lado, el espíritu ascético, que es-
taría representado por esa magna trilogía que encarnarían las figuras de Calvi-
no, Ignacio de Loyola y Kant; y por otra parte el espíritu, digamos, de la senti-
mentalidad, o de la subjetividad sentimental. Esta veta sentimental de nuestra
tradición estaría representada sobre todo por los místicos, Rousseau, los ro-
mánticos, la revolución de la flores en el San Francisco de 1966, etc. Pues bien,
¿a qué nos referimos cuando a veces hablamos tan tranquilos del espíritu de la
modernidad? ¿Estamos hablando del romanticismo, o del imperativo categóri-
co? ¿De la revolución de las flores, o de los bombardeos de napalm que los B-
A este respecto conviene subrayar algo en cierto modo obvio, pero que sin
embargo muchas veces se pasa por alto. Si la modernidad ha sido tan produc-
produzca una extinción casi completa de las civilizaciones que las han engendrado o las han hecho suyas. El tiempo
histórico, en la medida en que lo es genuinamente, es decir, en la medida en que se pliega sobre sí mismo como me-
moria social de una colectividad, es un tiempo radicalmente irreversible; por eso no puede nunca rebobinarse. Otra ca-
racterística reseñable de las indicadas herramientas es su difusividad transcultural: sociedades y culturas muy distintas
de las que estuvieron en su origen pueden adoptarlas y hacerlas prosperar.
2
En un sentido en cierto modo afín al de Hegel (1966).
81
tiva en todos los sentidos —también en el sentido espiritual o, si se prefiere, en
el sentido habitualmente definido como cultural—es porque en ella siempre
han luchado tendencias contrapuestas, enfrentadas de manera más o menos ra-
dical pero persistente. Por ejemplo, la corriente representada por ese espíritu as-
cético al que se ha aludido con anterioridad —un ascetismo que nos viene por
lo menos desde Calvino o, si fuéramos más atrás, desde las órdenes monásticas,
con su exigencia de ejercitarse en el trabajo tanto como en la oración—; y por
otra parte la tendencia que encarnaría el espíritu de la sentimentalidad, de la
subjetividad afectiva, de la efusividad, que puede también filiarse, con distintos
nombres y protagonistas, a lo largo de toda la sucesión de siglos a la que damos
el nombre de modernidad.
Por lo tanto, no parece descabellada la tesis de que desde el punto de vista
propiamente espiritual la modernidad ha sido una contradicción permanente
renovada. Si esa contradicción se ha mantenido como una contradicción viva y
fructífera, si ha podido sobrevivirse a sí misma, evolucionar y enriquecerse sin
renunciar a los antagonismos internos que la animan, es justamente por causa
de esos instrumentos de civilización a los que se está haciendo referencia. Son
Los jóvenes en un mundo en transformación
estas herramientas civilizatorias las que han impuesto su propia lógica interna
sobre ese manojo de contradicciones culturales que ha dado vigor y riqueza a la
historia occidental de los últimos siglos, disciplinando en cierto modo “desde
fuera” lo que de otra manera habría sido una confrontación insostenible3. Sin
esas herramientas nuestra historia se habría disuelto en un caos cultural inma-
nejable, cuyo resultado final habría sido probablemente la balcanización a gran
escala de nuestras abigarradas sociedades.
Desde este punto de vista, y a pesar del escepticismo antes expresado acer-
ca del presunto advenimiento de una época postmoderna, sí parece haber razo-
nes para sostener la tesis de que, desde hace algunos años, estamos entrando en
una nueva fase histórica, en un período claramente distinto del que representó
aquella modernidad clásica que se plasmó en la sociedad industrial. Crece la
evidencia de que ya no nos encontramos en los dominios históricos de esa mo-
dernidad clásica, ni siquiera en los de la tardomodernidad que culminó en las
últimas décadas del un siglo XX tan corto como intenso —un siglo que, recor-
demos, se abrió con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y tuvo su final
cuando el muro de Berlín se vino abajo, hace lo que parece ya una eternidad—.
Frente a esa modernidad entonces clausurada, todo indica, desde las alturas
de este comienzo de siglo, que nos encontramos ya en otra época. Pero esta épo-
3
Para decirlo en los términos de Hirschman, esos instrumentos civilizatorios han sido los que han permitido ar-
ticular un espacio de intereses capaz de supeditar y someter el volátil ámbito de las pasiones humanas. Véase Hirschman
(1999).
82
ca recién inaugurada se está constituyendo, de acuerdo con el argumento arriba
bosquejado, no en torno a un nuevo espíritu, sino merced al surgimiento de unas
nuevas herramientas de civilización. Según he sostenido, la modernidad fue de
una u otra manera hija de la imprenta, de la ciencia moderna, de la revolución
industrial, etc.; y fueron esos elementos los que demarcaron el terreno en el que
tuvo que jugarse la múltiple partida del espíritu moderno. De modo similar, en
nuestros días también son ciertos elementos civilizatorios —y sobre todo aque-
llos que configuran la nueva revolución tecnológica4—los que parecen estar de-
limitando un nuevo terreno de juego para nuestras sociedades. Un terreno para
un juego cuyas reglas aún no dominamos, pero que resulta más inteligible cuan-
do se contempla como una radicalización de la modernidad, que cuando se in-
terpreta como una ruptura o un mero sobrepasamiento de la misma.
Estamos ya, en efecto, en una época distinta a la de la modernidad en la que
la mayoría de nosotros nos socializamos. Una época cuyos contornos nos re-
sultan difusos todavía; para poder captarlos con nitidez, tendremos que pasar
por un cierto período de acomodación de nuestra visión conceptual del mun-
do. Pero hay al menos algo que sí parece razonablemente claro: esta nueva épo-
Así pues, lejos de sumirse en su propio fracaso —el periodo en el que los
pronunciamientos postmodernistas anunciaron poco menos que el naufragio
de la modernidad parece cada vez más lejano—, la saga de la modernidad sólo
4
Véase Dertouzos (1998), Stefik (2000) y García Blanco y Navarro (2002).
83
se niega a sí misma para mejor afirmarse en una nueva forma; y tras su meta-
morfosis neomoderna, nos sorprende con una vitalidad tan imprevista como vi-
gorosa, que se concreta en una ebullición de realidades tremendamente expan-
sivas y diversas, atroces en ocasiones, pero a menudo cargadas de promesas.
Esas realidades imponen su presencia más allá de los criterios de aceptabilidad
cultural en los que hemos sido educados, y parecerían traicionar algunas de
nuestras infundadas ilusiones más que la dirección y el sentido del desarrollo
histórico moderno.
Ahora vemos que esta época supuestamente postmoderna es de radicaliza-
ción y aceleración de tendencias ya presentes en la etapa precedente, más que
de involución o discontinuidad —para decirlo de manera más precisa: si algu-
na discontinuidad hay, es ante todo la producida por esa radicalización—. La
nueva fase histórica que nos ocupa supone el desarrollo, en un nivel superior de
organización, de procesos sociales que cobraron una dimensión crítica durante
la época moderna. Algunos de esos procesos tuvieron incluso sus orígenes en
los comienzos mismos de la civilización (así ocurre, por ejemplo, con la sepa-
ración creciente entre información y comunicación5), aunque sólo pudieron des-
Los jóvenes en un mundo en transformación
De la mundialización a la globalización
5
Navarro (2002).
6
Navarro (1997).
7
Uso este neologismo, en lugar del equivalente habitual, ‘civilizador’, con la intención precisa de evitar las reso-
nancias valorativas y en concreto morales asociadas de manera casi inevitable al término comúnmente aceptado.
84
memorial incluso entre civilizaciones muy alejadas, aunque sea a escala muy re-
ducida —recuérdese la legendaria ruta de la seda, por ejemplo, que vinculaba
ya a China con el Imperio Romano—; y otra cosa bien distinta es el estableci-
miento de unos vínculos comerciales lo bastante densos e interconectados co-
mo para forzar una cierta especialización del trabajo a escala mundial. La apa-
rición de un sistema de redes comerciales transcontinentales, tejidas a escala
planetaria y capaces de conformar de manera peculiar enteras formaciones so-
ciales, sólo se produce a partir de los grandes descubrimientos de los siglos XV
y XVI. Esa progresiva especialización mundial del trabajo retroalimente a su vez
el incremento del comercio de bienes que está en su origen.
Así pues, lo que se planetariza en primer lugar, a lo largo de ese movimien-
to de mundialización que constituye la dimensión expansiva de la modernidad
emergente, es el comercio, muy mezclado con el simple saqueo de bienes, so-
bre todo en las primeras fases del proceso. Cuando ese comercio alcanza cierta
intensidad y grado de interconexión, induce procesos de división del trabajo a
escala mundial. En segundo lugar, de manera casi irremediable y como conse-
cuencia de la propia dinámica de las relaciones comerciales y de dominación
8
Véase Hendler (2001) y Sverker (2002).
9
Véase M. Castells (2000).
85
dependencias causales) entre las acciones de gentes separadas por miles de kiló-
metros de distancia. Pero esa sincronización ocurría al mismo ritmo de los pro-
cesos de intercambio económico, a la velocidad marcada por el transporte de
los bienes que cambiaban de manos, según la cadencia impuesta por los parsi-
moniosos medios de comunicación entonces existentes. Lo nuevo es que ahora
la interacción, y por tanto la sincronización entre los actores sociales, se está
planteando en tiempo real a escala planetaria. El proceso de mundialización no
afecta ya sólo a las mercancías, las ideas o las modas. Son las acciones mismas,
las acciones concretas de las que cada uno de nosotros somos responsables, las
que están siendo, cada vez más, realidades interconectadas a escala planetaria en
el instante mismo de su ejecución.
Esas acciones están ahora todas, en potencia al menos, interconectadas; si
no directamente ni inmediatamente (como ocurre en el caso de la interacción
cara a cara), sí instantánea y sistémicamente, a través de su ingreso, relaciona-
miento, recombinación y explotación informacional en ese dominio radical-
mente nuevo que a veces recibe el nombre de ciberespacio.
Pondré un ejemplo un tanto pedestre, pero creo que claro. Antes, cuando
Los jóvenes en un mundo en transformación
86
cación) aportan. Esos mecanismos tienen en internet10 un ecosistema sociotec-
nológico a la medida de sus potencialidades. Cada vez que utilizamos la Red, y
aunque no nos demos cuenta de ello, estamos poniendo en conexión en tiem-
po real nuestras acciones con las de centenares de millones de personas. Todas
aquellas que en ese momento, o a lo largo de la entera historia de sus interac-
ciones a través de la Red, han estado introduciendo información en ésta —con-
fesando cuáles son sus gustos, cuáles sus preferencias, sus creencias, sus actitu-
des—. En la medida en que utilizamos internet, cada uno de nosotros participa
en ese volcado electrónico de nuestros actos, y de los rasgos de personalidad que
ellos revelan, en ese gran entorno opaco pero extraordinariamente rico que es
el ciberespacio.
Pero como la Red es una realidad autoorganizativa, esa información no re-
sulta meramente almacenada, sino que se comporta como una especie de virus
complejísimo, capaz de reproducirse, de recombinarse, de mutar y evolucionar.
Este virus interactúa con los individuos concretos que utilizan la Red y se nu-
tre, modifica y prolifera a través de esa misma interacción.
10
Utilizar internet, en sentido amplio, equivale cada vez más a consumir datos digitalizados, o a suministrar da-
tos digitalizables. Y ello porque todo tipo de datos digitalizados o digitalizables tiene su lugar natural de almacena-
miento, recombinación y distribución en internet. Desde este punto de vista, no sólo utilizamos internet cuando na-
vegamos por la web o mandamos un correo electrónico. Lo hacemos también cuando empleamos nuestra tarjeta de
crédito, o incluso cuando nuestra imagen es inadvertidamente captada por una webcam.
11
El oxímoron no encierra necesariamente una contradicción. Por “subjetividad objetiva” entiendo el efecto con-
junto de aquellos artefactos —materiales o inmateriales—capaces de (pre)configurar los contenidos estrictamente sub-
jetivos de la conciencia humana. La escritura y la lectura, el ábaco, la tabla de multiplicar, la misma Web, serían ejem-
plos de esos artefactos. Véase Turkle (1997).
87
nal e intransferible con unos textos en los que el lector solía encontrar buena
parte de los materiales que le permitían construir su imagen idiosincrásica, co-
mo proyección de su propia identidad. En la nueva era, otra experiencia bien
distinta, a la que se accede no ya a través de la página impresa, sino por medio
de la pantalla interactiva del ordenador, va a participar, crecientemente, en la
conformación de nuestra condición de sujetos.
No va a ser ya la vieja experiencia del texto escrito, impreso e inmutable, si-
no la de una textualidad virtual12 en la que un texto multimodal, efímero y
cambiante, se escribirá a sí mismo cada vez que nosotros lo solicitemos. Y lo ha-
rá a la medida de nuestra subjetividad individual, de acuerdo con el conoci-
miento que el entero sistema de información con el que tratamos tenga de nos-
otros. La cosa es, como mínimo, inquietante. Pues ese sistema de información
encarna cada vez más, y al mismo tiempo, tanto la condición de posibilidad de
nuestra existencia como sujetos sociales, como una radical objetificación de los
recursos que nos permiten constituirnos como tales. ¿Nos enfrentamos pues a
la amenaza de una masiva expropiación de los recursos propios, autónomos y
autoorganizativos, de la subjetividad individual? ¿O, por el contrario, esa sub-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Conclusiones
12
Véase García Blanco (2002).
88
que sean, las que están siendo globalizadas —selectivamente interconectadas en
su proliferación y diversidad— en tiempo real. Y esto atañe no sólo a las accio-
nes conscientemente interconectadas por sus agentes, sino también a las accio-
nes interconectadas de manera no consciente, sino automática, por el sistema
informacional que las registra y relaciona.
La base de esta interconexión ultraselectiva de una diversidad creciente, ha
de buscarse en la conectividad cada vez mayor de la información misma que se
constituye en recurso intencional puesto al servicio de esas acciones. Pues a di-
ferencia de lo que ocurría con la información textual clásica, yerta y pasiva, la
textualidad virtual que la Red posibilita es una realidad viva, que se escribe y re-
escribe constantemente a sí misma, en imbricación inextricable con las acciones
de los usuarios/promotores (pero no, estrictamente, autores) de la misma.
¿En qué sentido va a trasformar este conjunto de fenómenos la estructura
de la subjetividad neomoderna? ¿Va a suponer esta tajante externalización del
vínculo social —y del conocimiento que lo sostiene— una masiva expropiación
de los recursos autoorganizativos de esa subjetividad? ¿O, más bien, esa subje-
tividad va a tener simplemente que reconstruirse, no sabemos muy bien cómo,
Bibliografía
89
STEFIK, M. (2000): The Internet Edge, Cambridge (MA), The MIT Press.
SVERKER, J. (2002): “Agent-Based Systems”, en http://www.sics.se/isl/abs/
strat-abs.html
TURKLE, S. (1997): La vida en la pantalla, Barcelona, Paidós.
Los jóvenes en un mundo en transformación
90
CAPÍTULO I.3.4
Buenas tardes y muchas gracias, tanto a los organizadores del curso por in-
vitarme a participar en el mismo, como a todos ustedes por su presencia.
A pesar de que el título del curso habla de posmodernidad y lo que ésta pue-
da deparar en cuanto a las formas de socialidad, yo hablaré sobre la globaliza-
ción1. Para justificar este giro creo poder decir que globalización y posmoder-
nidad, como temas de comunicación, tienen una relación bastante estrecha. Y
lo tienen en un sentido que ya inaguró la temática del posindustrialismo, y al
que se han venido a sumar ahora los de la sociedad de la información y del co-
nocimiento. Son todas ellas fórmulas que han ido emergiendo en el ámbito de
la teoría y ensayística sociales como expresión de un ambiente de fin de época
o de transición hacia unos nuevos modelos de organización de la sociedad y/o
de sus pautas simbólicas y culturales.
Quiero decir con ello que, desde principios de los años setenta, en el ámbi-
to de la cultura y de las humanidades occidentales hay como una cierta sensa-
ción de que algo “viejo” ha muerto o está muriendo y algo “nuevo” ha surgido
o está en vías de surgir. Así emergió, primero, el tema de la sociedad posindus-
trial, muy vinculado a la trasformación de las estructuras y pautas de la activi-
dad económica. Posteriormente aparece el discurso de la posmodernidad, muy
vinculado al plano simbólico y cultural. Después, casi sin solución de conti-
1
Una visión amplia de mi planteamiento acerca de la globalización puede verse en García Blanco (1999).
91
nuidad, aparece el debate de la globalización, en torno al cual algunos de sus
principales teorizadores y analistas han hablado del inicio de una nueva era glo-
bal, que dicen viene a romper radicalmente con la modernidad estatalmente or-
ganizada, por así decir (Albrow, 1996).
¿Qué es lo que suscita el tema de globalización así entendido? Pues digamos
que para alguien que lo piensa desde el ámbito de la teoría sociológica, como
es mi caso, ante todo una cierta incredulidad. Esta idea de que asistimos al na-
cimiento de una nueva era que, por global, es menester diferenciar de la mo-
derna, viene a decirnos, más o menos, que la modernidad estaría marcada por
la organización estatal-nacional —y todo lo más internacional— de la vida so-
cial. De tal manera se da por supuesto que en la modernidad la vida social se
organizaría en torno a una sociedad ordenada políticamente, por lo que de ella
se supone exiten múltiples ejemplares, separados por los límites territoriales de
los Estados y ciertas pautas de división cultural, definidas en términos étnicos,
lingüísticos y/o tradiciones históricas, a las que respondería, en último térmi-
no, la delimitación política. Mientras, lo que se da en llamar la nueva era glo-
bal se caracterizaría por una actividad económica que habría trascendido las
Los jóvenes en un mundo en transformación
fronteras políticas y una socialidad que estaría no sólo desbordando los marcos
estatales, sino también, a la vez, descomponiéndolos internamente, dando con
todo ello lugar a un resurgimiento de la “socialidad”. Puestas así las cosas, la
globalización significaría la superación de una organización nacional y estatal
de la sociedad, por un lado en términos de explosión globalizadora, y por otro
en términos de implosión de una sociedad equívocamente llamada “civil”.
¿Qué hay de certero en este diagnóstico? Según mi punto de vista, si bien
algunos de los fenómenos a los que hace referencia este diagnóstico no son pre-
cisamente ficciones, creo que hay dos errores importantes en él. Uno de orden
histórico y otro de orden teórico-conceptual.
En el orden histórico, creo que pensar, como hacen muchos teóricos de la
globalización, que lo que entienden por ella es un fenómeno reciente, de nues-
tros días, y en lo esencial propio de las dos últimas décadas, no es muy certero.
Si echamos la vista atrás, esa idea de que la globalización, y particularmente su
habitualmente acentuada dimensión económica, es un fenómeno reciente,
pronto se desvanece. Cualquier repaso a la literatura histórica de las eras mo-
derna y contemporánea, demuestra que, por ejemplo, la mundialización de la
economía no era algo desconocido o estructuralmente despreciable a principios
del siglo XX. De hecho, algunos de los principales estudiosos de la mundializa-
ción, como Immanuel Wallerstein (1979 y 1984), hablan con buen funda-
mento de que modernidad y mundialización son dos aspectos intrínsicamente
vinculados y que cabría remontar, como mínimo, al siglo XVI, al menos en el
plano de la organización económica de la sociedad. Para ellos, el proceso de
mundialización es consustancial al mismo despegue y desarrollo de la moder-
nidad, y tiene como elemento esencial la sustitución del tradicional sistema de
comercio mundial a larga distancia —existente desde mucho antes— por un
sistema de división mundial del trabajo. En este sentido, por tanto, fijándonos
92
en el plano puramente económico, podríamos decir que la globalización no es
un fenómeno reciente.
Pero es más, incluso si superamos, por así decir, el plano puramente econó-
mico y consideramos otros ámbitos y esferas de la vida social, también nos da-
remos cuenta de que el mismo despegue de lo que Wallerstein llama el moder-
no sistema mundial, que él localiza y focaliza sobre todo en el ámbito
económico, tiene también su correlato político, que es el despliegue expansio-
nista, primero, y difusión, después, del modelo del Estado nacional como forma
de organización política, con la correspondiente configuración de un sistema in-
ternacional de Estados, primeramente de potencias coloniales europeas. Por lo
tanto, desde esa época se pone en marcha ya también un sistema de organiza-
ción política a escala mundial, caracterizado por su falta de centralización de una
instancia política mundial y la diferenciación en segmentos territoriales que pro-
claman su “soberanía”. El modelo de organización política estatal- nacional se
convierte así en el modelo institucional de referencia para la organización polí-
tica. A partir del siglo XVIII, todos los procesos de independización de las colo-
nias de las grandes potencias europeas lo toman como pauta de organización de
93
normal ha sido hablar de la sociedad moderna en plural, o sea, de las socieda-
des (nacionales). Así lo hace, por ejemplo, Giddens (1993). Desde mi punto de
vista esto es inapropiado, ya que la moderna es una sociedad de escala consus-
tancialmente mundial, por lo que no puede tener como referente límites o
fronteras de carácter político-territoriales. Estos límites son, como acabo de se-
ñalar, resultado de la diferenciación segmentaria de la forma de organización
política de esa sociedad, pero de ningún modo han sido nunca barreras que cor-
taran o impidieran —sino todo lo más que condicionaban— la vida social en
otros muchos aspectos (como la economía, la ciencia o el arte). En este senti-
do, creo que la sociología le haría un gran servicio a su sociedad (mundial) si
superara este “obstáculo epistemológico” (Luhmann, 1998), y dejara de hablar
de la sociedad española, francesa o marroquí, por no decir ya nada de la socie-
dad madrileña, vasca, andaluza, catalana o asturiana.
Pero, ¿por qué la sociología ha aceptado —sin profundizar excesivamente—
esa idea de la sociedad como algo definido (o definible) a través de las lineas de
diferenciación del sistema político? Pues creo que porque ha partido de una con-
cepción de la sociedad como algo cohesionado, compacto, por esencia. Por eso,
Los jóvenes en un mundo en transformación
además, se cree que toda sociedad tiene —o requiere— unos mecanismos cohe-
sionadores, compactadores, suficientemente poderosos, que se piensa no pueden
ser otros que los de un Estado nacional y una cultura —generalmente concebi-
da en términos de ciertas creencias, valores y normas comúnmente comparti-
das—, que en gran medida ha de ser producto principal del propio Estado.
Pues bien, desde mi punto de vista, la sociología debe liberar a su concep-
to de sociedad, de una vez por todas, de esta connotación tan rígida y exigen-
te. ¿Y qué entender entonces por sociedad? Simplemente, el sistema que englo-
ba toda comunicación o relación social posible, y que, por ello y a la vez, define
las condiciones y límites de dicha posibilidad. Si definimos así la sociedad, en-
tonces podemos entender mucho mejor cómo nuestra sociedad, en virtud de su
forma básica y predominantemente (aunque no exclusiva) de diferenciación
funcional, genera una dinámica caracterizada, en ciertos aspectos y esferas esen-
ciales, por una original combinación de universalismo y especificidad, que sir-
ve de sustento a un proceso de mundialización de sus estructuras, procesos y
cultura. Este proceso, además, de ningún modo significa sólo homogeneiza-
ción, sino también coexistencia, rivalidad e interrelación de lo heterogéneo y
dispar, así como incentivación de multiples particularidades y hasta particula-
rismos (Featherstone, 1990; Robertson, 1995).
¿Puede ser ésta una sociedad integrada en términos tradicionales? Yo creo
que no, si por integración entendemos sólo cohesión o solidaridad. Nuestra so-
ciedad de escala mundial es una sociedad que está también, y en algunos as-
pectos y esferas especialmente, integrada en términos “negativos”; es decir, más
bien en el sentido de que diferentes unidades —por ejemplo, segmentos polí-
tico-nacionales— o esferas —sistemas de acción social, como la ciencia, la eco-
nomía, la educación— se ponen mutuas restricciones en virtud de una com-
pleja relación de independencia y dependencia. Si queremos seguir usando
94
algún concepto de integración (para esta sociedad mundial), entonces tendre-
mos que conformanos con un concepto de integración que acentúe las com-
plejas interdependencias entre unidades y esferas diferenciadas.
¿Puede tener esta sociedad mundial una cultura? Pues creo que una sociedad
entendida y definida en estos términos no puede tener una cultura, si seguimos
entendiendo ésta en el sentido en que los sociólogos la hemos entendido tradi-
cionalmente —es decir, como aquel componente del orden social que da cohe-
sión a un entramado social—. Yo sostengo que en relación con el concepto de
cultura también tiene la sociología que hacer un esfuerzo serio de revisión. Para
ello, estimo que un buen punto de partida sería retomar el sentido originario de
su uso moderno (Luhmann, 1995). En la modernidad primera, cultura es un tér-
mino usado para dar cuenta de la diversidad; o mejor dicho, de la unidad de las
diversidades de hábitos y formas de ordenación de la vida social y de sus hori-
zontes de sentido. Cuando en su proceso de expansión a lo largo del Globo la so-
ciedad europea se encuentra con pautas y modos de organización social tan dife-
rentes a los suyos, se plantea: ¿y esto es al cabo sociedad (humana)? Para responder
a esta pregunta clave nace precisamente el concepto moderno de cultura. En es-
A modo de conclusión
95
ción/era global, es una de las últimas expresiones de una especie de espíritu de
fin de época que se ha instalado en nuestra sociedad desde finales de los seten-
ta del siglo pasado. En segundo lugar, he sostenido que el diagnóstico que ella
encierra acerca de la evolución de nuestra sociedad no me parece correcto en
un aspecto esencial: la sociedad moderna es global o mundial, en su escala y es-
tructuras fundamentales, ya de modo orginario. Si algo ha cambiado última-
mente en este sentido es el soporte y —con él— la intensidad del fenómeno,
pero no su “esencia”, por así decir. Por eso, no veo justificado hablar de una
nueva era global a diferencia de una moderna era nacional (estatalizada), lo que
además representa un error conceptual: el de hablar de las sociedades modernas
en plural, en virtud de su supuesta condición sustancialmente nacional. Y, en
tercer lugar, he señalado que el concepto al uso de cultura, asociado a esta con-
cepción nacionalizada de la sociedad, tampoco está a la altura de las exigencias
de la moderna sociedad mundial. Pensar en la cultura de tal sociedad como
algo cohesivo e integrador —de la sociedad— es ponerse de espaldas al carác-
ter diverso, escindido y tantas veces contradictorio de la moderna cultura glo-
bal, de la que también forman parte las subculturas y concraculturas que ani-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Bibliografía
96
MÓDULO II:
A LA BÚSQUEDA DE SÍ MISMO:
SENTIDO VALORES Y CREENCIAS DE LOS JÓVENES
EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS
CAPÍTULO II.1
Resumen
99
“Al final de la vida se revela lo que la vida es desde el principio: contingencia”
Andrés ORTIZ-OSÉS
“El hombre quiere más de lo que puede, esto al menos es verdad”
F. HÖLDERLIN.
Indice
(1) Ver la excelente compilación de J. V. Arregui et al.,en Concepciones y narrativas del yo, Thémata. Revista de Fi-
losofía, 22, 1999, 17-31, en donde se esbozan las diversas diferenciaciones y metamorfosis del Self, del Sí mismo.
(2) Ver el trabajo de J. Choza: “Las máscaras del sí mismo” en Anuario Filosófico, 26, 1993, 375-394.
100
centrado como el correlato de unas instancias internas —el yo, el ello, el su-
peryó para Freud, el animus y el anima para Jung,— y de otras externas que
configuran las representaciones, las imágenes, los patrones que proceden del en-
torno social. La conciencia y su correlato dinámico, el yo, ya no son aquellas
instancias centrales en que se funda la realidad, sino instancias al lado de otras
instancias asimismo relevantes.
Este proceso ha sido muy bien analizado, desde una perspectiva sociológi-
ca, por Georges Herbert Mead, profesor de la Universidad de Chicago de 1894
a 1931. Mead en su texto: Mind, Self and Society, de 1934, introduce una ba-
tería de interesantes conceptos que van a permitir desarrollar fructíferamente
una de las más interesantes perspectivas de análisis sociológico; entre su elenco
conceptual está el concepto de Sí mismo (Self) —concepto éste anclado asi-
mismo dentro de la larga tradición del idealismo alemán— que va a fungir co-
mo esa unidad múltiple, esa instancia de mediación donde confluyen el mí, el
aspecto convencional o conjunto organizado de actitudes de los demás que uno
conscientemente y responsablemente asume, y, el yo, aspecto creativo que ha-
ce surgir al “mi” y al mismo tiempo da una respuesta imprevisible a ese “mi”,
101
de las masas, y E. Jünger en El trabajador, o el director de cine alemán F. Lang
en su film Metrópolis.
La modernidad de la “producción” deja paso a la modernidad del “consu-
mo”, de los grandes almacenes, como el KaDeWe, (Kaufhoff des Westens) de
Berlín o en Los Pasajes comerciales de París, en donde la gran ciudad, la neu-
rastenia y el tedio encuentran su tipo ideal en el flaneur, tematizado por E. A.
Poe, Ch. Baudelaire y W. Benjamin. Al mismo tiempo, el crecimiento de la eco-
nomía monetaria corre paralelo al desarrollo de la burocracia; monetarización
y burocratización de las relaciones sociales son dos caras de un mismo fenóme-
no: la proletarización psíquica que describen con distintos énfasis: Weber en Es-
critos Políticos y en Economía y Sociedad, Kafka en El Proceso, El Castillo y en La
colonia penitenciaria y Orson Wells en El Proceso.
Ulrich, el “hombre sin atributos” de R. Musil, representa otro perfil de ese
individuo de posibilidades que aparece como tipo ideal del contrato social li-
beral que más tarde quedará inmortalizado por J. Rawls en la república proce-
dimental liberal con un yo sin límites de posibilidades.
Entre esa orientación protomoderna dirigida “internamente” y la otra
Los jóvenes en un mundo en transformación
orientación tardomoderna dirigida “por los otros” que han esbozado ideal-tí-
picamente Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo y Riesman
en La muchedumbre solitaria, se van a producir las diversas metamorfosis del Sí
mismo que hemos mencionado.
El personaje característico de nuestro tiempo, un tiempo que adquiere sus
contornos orientados hacia el futuro ya a finales del siglo XVII3, es un ser hu-
mano capaz de escoger, decidir y crear, que aspira a ser autor de su propia vi-
da, creador de una identidad individual4. Elegir es ese imperativo ineludible
del que no podemos escapar. Hoy, tenemos que escoger hasta el propio Dios5,
antes era él el que nos elegía, incluso como pueblo. La individualización, en es-
te sentido, significa que la biografía personal es arrancada de determinaciones
dadas y es situada en manos del individuo, dependiente de sus decisiones. Las
biografías devienen así auto-reflexivas, ya que no son socialmente prescritas si-
no individualmente elegidas y cambiadas. Pero, del hecho de que el individuo
se haya autoinfinitizado, convirtiéndose en Dios para sí mismo, al precio de
haber “pactado con el diablo”, como tan bien han puesto de manifiesto Goe-
the y Mann en la metamorfosis moderna de Prometeo en Fausto, no se debe
inferir que hayamos acabado con el destino en cuanto tal. La apertura e inde-
terminación del futuro no significan la erradicación del destino, sino más bien
el comienzo de su producción social. Del paso de la “fortuna” medieval al “ries-
(3) Ver el excelente trabajo de Reinhart Koselleck: “Gibt es eine Beschleunigung der Geschichte?. Zeitverkürzung
und Beschleunigung” en Zeitschichten, Frankfurt, 2000, 150-177.
(4) U. Beck y E. Beck-Gernsheim, han desarrollado ampliamente esta idea en Individualization, Londres, 2001.
Ver también el texto de U. Beck: “Vivir nuestra propia vida en un mundo desbocado: individuación, globalización y
política” en A. Giddens, W. Hutton, 2000, 233 y s.
(5) Sobre la cosmovisión politeísta moderna ver el trabajo de J. Beriain: La lucha de los dioses en la modernidad,
Barcelona, 2000.
102
go” moderno no se ha producido un “nuevo” mito social. Sencillamente, se ha
pasado del destino dado metasocialmente, Dios, la naturaleza, al destino pro-
ducido socialmente, como consecuencia de la multiplicación de la franja de
posibilidades de nuevas incertidumbres, pero esta vez manufacturadas so-
cialmente6. Lo relevante, sociológicamente hablando, es cómo aparece este
destino colectivo institucionalmente configurado en el contexto vital de la gen-
te en una sociedad individualizada. Podríamos decir que el espejo cóncavo que
refleja la cosmovisión descentrada moderna se ha cuarteado sin hacerse añicos,
y que cada fragmento produce su propia perspectiva total, sin embargo, la su-
perficie del espejo con su miríada de pequeñas fisuras es incapaz de producir
una imagen unificada7; en este sentido, vivir nuestra propia vida significa que
las biografías corrientes se convierten en biografías que hay que escoger, bio-
grafías de “bricolaje”, biografías de riesgo, a veces rotas o descompuestas. Co-
mo constata Ulrich Beck, en la medida en que la gente se libera de una serie
de ligámenes y privatiza toda una serie de nuevos proyectos vitales se produce
un doble efecto (Beck, 1986, 216). Por una parte, al devenir las formas de per-
cepción privatizadas, los horizontes temporales de percepción se estrechan más
(6) A. Giddens, 1991, 122. A. Giddens en Beyond Left and Right, Londres, 1994, Introducción, propone el tér-
mino : “incertidumbre manufacturada”. U. Beck también ha abundado al respecto en: “World Risk Society as Cos-
mopolitan Society?. Ecological Questions in a Framework of Manufactured Uncertenties” Theory, Culture and Society,
Vol. 13, 4, 1996. Es interesante la respuesta de Jeff Alexander y Philip Smith, “Social Science and Salvation. Risk So-
ciety as Mythical Discourse”, Zeitschrift für Soziologie, Vol. 28, 4, 1996. En la perspectiva luhmanniana ver J. Mª Gar-
cía Blanco, “Racionalidad y riesgo en la identidad de las sociedades complejas” en E. Lamo de Espinosa, J. E. Rodrí-
guez Ibáñez, Problemas de teoría social contemporanea, Madrid, 1993, 478ss. Ver como síntesis de la discusión la
compilación de J. Franklin, (Edit.), The Politics of Risk Society, Londres, 1998. Una muy valiosa reconstrucción de las
diferentes semánticas del riesgo se encuentra en: R. Ramos: “Prometeo y las “Flores del Mal”: El problema del riesgo
en la sociología contemporánea” en R. Ramos Y F. J. García Selgas, (Editores), Reflexividad, riesgo y globalización, Ma-
drid, 1999, 249 y ss. Ver asimismo sobre el concepto de destino en las sociedades modernas: E. Gil Calvo, El destino,
Barcelona, 1995, 94ss. Gil Calvo se pregunta si a esto lo podemos llamar progresión o regresión, pienso que quizás po-
damos llamarlo retroprogresión.
(7) Ver esta idea en el artículo de Z. Bauman: “Searching for a Centre that Holds” en M. Featherstone, S. Lash
y R. Robertson (Edits), 1995, 140-155.
103
totalidad de la población, pero sólo en lo tocante a aquellos fragmentos de su
modo de vida que resultan relevantes para la función de que se trate8. En lugar
de los vínculos y formas sociales tradicionales (clase social, familia pequeña),
aparecen instancias secundarias que determinan la biografía del individuo y
que, a contracorriente de la capacidad de decisión individual, la cual se impo-
ne como forma de conciencia, lo convierte en juguete de modas, relaciones y
mercados (Beck, 1986, 211). A pesar de, o debido a, las directrices institucio-
nales y la inseguridad, a menudo incalculable, nuestra vida está condenada a la
actividad; si uno tiene una vida propia, el fracaso también es propio. Es en es-
ta indeterminación existente entre la liberación y la dependencia donde se si-
túa la ambivalencia moderna o la modernidad ambivalente9, como apunta-
rá Zigmunt Bauman en la línea de Simmel.
(8) Ver el desarrollo de esta idea en N. Luhmann: Politische Theorie im Wohlfahrtsstaat, Munich, 1981, 25 y ss.
(9) Ver la idea de producción social de la ambivalencia en el texto de Z. Bauman: Modernity and Ambivalence,
Londres, 1991
(10) Charles Taylor ha puesto de manifiesto la importancia del concepto de “llamada”, procedente de la ascética
intramundana protestante, en la conformación de la identidad moderna occidental (ver su obra: Sources of the Self. The
Making of Modern Identity, Cambridge, Mass, 1989, 375).
(11) Me sirvo aquí de la descripción que hace H. Goldmann en Max Weber and Thomas Mann: Calling and the
Shaping of Modern Self, Berkeley, 1985, 35 y ss.
104
un primer origen bíblico, codificado por muchos, incluido Santo Tomás, según
el cual las “inclinaciones” humanas hacia una u otra esfera de actividad no son
sino obsequios de la gracia dentro de una sociedad humana dividida en heren-
cias producto de la Providencia divina. Un segundo origen precristiano, afin-
cado en los clásicos, codificado por Cicerón en De Officiis, y compartido por
humanistas como Petrarca, Erasmo y Vives, enfatiza el papel del descubrimien-
to del propio carácter y el talento (ingenium) nativo de uno así como la culti-
vación de las propias aptitudes dentro de diferentes disciplinas. El tercer origen
fue griego o helenístico, con connotaciones medicas y psicológicas, derivado de
Platón, Aristóteles, Hipócrates y Galeno, siendo codificado por Marsilio Fici-
no, apunta, como la teoría humanista, a las inclinaciones de los individuos más
que a la distribución de los talentos en las diferentes esferas.
Con la Reforma se producen una serie de cambios profundos que comien-
zan cuando Lutero separa la noción de vocación de la ética humanista bajo el
argumento de que tanto la “llamada temporal” como la llamada religiosa pro-
ceden de Dios. Nuestra vocación así es ordenada (por Dios), no seleccionada.
Así lo pone de manifiesto Weber: “Es evidente que en la palabra alemana “pro-
(12) M. Weber, La ética protestante en Ensayos sobre sociología de la religión, Madrid, Vol. 1, 1983, 57-59, así co-
mo las notas 1 y 2 donde Weber procede a realizar una exégesis histórico-filológica extraordinaria de la palabra. Los
subrayados son míos.
105
mundana. Pero, según Weber, con la traducción de la Biblia que realiza Lute-
ro, la llamada se sitúa en medio de la actividad intramundana y conlleva una
santificación de la conducta y, coextensivamente, la salvación. Lutero tradujo
dos conceptos griegos diferentes como Beruf, la klesis paulina, en el sentido de
llamada a la salvación, concepto este puramente religioso y, también las pala-
bras ponos y ergon, que significan trabajo. El conecta así el ámbito sagrado y el
ámbito profano. Para Weber la innovación crucial radica en que “el más noble
contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un
deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo. Esta fue la conse-
cuencia inevitable de la idea de una dimensión religiosa del trabajo cotidiano,
que, a su vez engendró el concepto de “profesión” en este sentido” (Weber,
1983, 63). Reconociendo la extraordinaria importancia que conlleva esta labor
de interpretación creativa del texto bíblico, introducida por Lutero, sin embar-
go, Weber va a situarla como una concepción emocional de la fe (Weber, 1983,
81) frente al mayor grado de racionalización ética alcanzado por el calvinismo.
Para Weber, el prototipo moderno de llamada está representado en el calvinis-
mo y en las principales sectas del protestantismo ascético-pietismo, metodismo
Los jóvenes en un mundo en transformación
(13) El dogma de la predestinación no es sino la específica forma por medio de la cual Calvino afronta los efec-
tos secundarios de la protocaída (el pecado original por cuanto originante de consecuencias reales) de Adán en el pa-
raíso. En la ascética protestante, “el mundo, como criatura caída, tiene significación religiosa exclusivamente como ob-
jeto del cumplimiento del deber por la acción racional, según la voluntad de un Dios que se cierne soberano sobre el
mundo” (M. Weber, Economía y sociedad, México, D. F., 1978, 438)
106
tramundana del protestantismo. La santificación del trabajo, el “vivir para tra-
bajar” moderno se contrapone al “trabajar para vivir” de la tradición. Aquí se
contraponen los modelos de Benjamin Franklin y de Jakob Fugger. Todo esta-
ba orientado hacia la libre gracia de Dios y el destino ultraterreno; “la vida te-
rrenal era un valle de lágrimas o sólo una travesía. Pero, precisamente por ello
se puso un desmesurado acento en ese ridículo14 tramo de tiempo y en lo que
sucediera durante él, casi en el sentido del dicho de Carlyle: “debieron trans-
currir milenios antes de que vinieras a la vida, y otros milenios aguardan calla-
dos a lo que tu vas a empezar con esta vida tuya”” (Weber, 1983, 429). Socio-
lógicamente hablando, en los términos de W. I. Thomas, podemos decir que
una causa no verdadera a priori como el sentirse subjetivamente salvado, pro-
duce una consecuencia verdadera, la racionalización de la conducta llevada a ca-
bo por un self fuerte que opera según convicciones internas. Esta actitud anti-
mágica, por cuanto que opera como fermento desencantador del mundo, sin
embargo, paradójicamente, produce la magia que transforma “viejos” hombres
en hombres “nuevos”.
El interés por las prácticas del self no es nuevo en la cultura alemana. Ya en
(14) Véase el paralelismo entre la posición weberiana y la shakesperiana apalabrada por Macbeth: “El mañana y
el mañana y el mañana avanzan a pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos
nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte...!Extínguete, extínguete, fugaz an-
torcha¡...!La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la es-
cena, y después no se acuerda más...,un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa”.
(15) Ver el concepto de “Bildung” elaborado por R. Vierhaus, en O. Brunner, W, Conze y R. Koselleck (Edito-
res), Geschichtliche Grundbegriffe, Vol. 1, 520, 1972
107
lecciones de la historia; Simmel avisó sobre la aplastante ocultación de la “cul-
tura subjetiva” por la “cultura objetiva”; Troeltsch apuntó que la sociedad esta-
ba transformando los valores impersonales por los señores personales; y Thomas
Mann captó el paso de la “Kultur” a la “Zivilization”. Todos ellos ponen de ma-
nifiesto su preocupación en torno a este problema. El enfoque de Weber es tam-
bién una respuesta a las presiones del racionalismo capitalista y al socavamien-
to de las prácticas e ideales burgueses originarios. El propósito de las prácticas
del self que Weber propone para la Alemania moderna se basa en la generación
de poder, en el fortalecimiento del self para la innovación y el dominio en un
mundo racionalizado. En su proliferante disciplina, la racionalización, crecien-
temente, reduce la significación del carisma y la acción individualmente dife-
renciada (Weber, 1978, 847 y ss). Mientras Foucault argumenta que el self es-
tá conformado por relaciones de poder que penetran las instituciones y las
prácticas sociales, Weber pretende conformar el self para el poder y generar un
self con poder. Según Foucault, este tipo ideal weberiano que actúa racional-
mente y regula su acción con arreglo a principios elegidos por él mismo debe
renunciar a una parte de sí mismo. Foucault se pregunta por el precio16 que el
Los jóvenes en un mundo en transformación
individuo tiene que pagar por crear tal cosmos racional. Pero, en la argumenta-
ción weberiana el enfasis no está tanto en los mecanismos de “totalización de la
vigilancia y la autodisciplina” (Foucault) o en el “autocontrol de los afectos”
(Elias) sino en el balance neto que auna a hombre, trabajo y destino en los al-
bores de la modernidad occidental. Es Nietzsche quien media en la preocupa-
ción weberiana por el poder. Nietzsche creyó que “el instinto fundamental de
vida.... tiende a la expansión del poder” (Nietzsche, 1988, Vol. 3, 583). “Al-
go viviente desea liberar su energía— la vida en sí misma es voluntad de po-
der” (Nietzsche, 1988, Vol. 5, sección 3, 27). Para Nietzsche esta voluntad es
natural, innata, instintiva, mientras para Weber, la voluntad de poder no es na-
tural ni está encarnada en la aristocracia, más bien está enraizada usualmente en
específicas prácticas sociales y culturales, usualmente religiosas, cuyos portado-
res son “virtuosos”17 que conforman una religiosidad de élite. Este poder no se
encuentra en técnicas o en un tipo de racionalidad externa al self ni mucho me-
nos en la tentación de los otros o en la esclavitud del deseo personal sino en un
modo de poder encontrado y generado en el interior del self. En este sentido,
tampoco la conciencia de clase fortalece al individuo sino que lo hace depen-
diente de una instancia externa.
Occidente precisa, a juicio de Weber, nuevos medios de autodominio que
para él estarían contenidos en una nueva “metafísica individualista” (Gold-
man, 1987, 165) o en una metafísica del heroísmo humano dirigida por una
108
voluntad faústica, como acertó a proponer Paul Honigsheim, alguien que co-
nocía muy bien a Weber: “Max Weber se empeñó en una lucha a muerte con-
tra cada Institución, Estado, Iglesia, Partido, Fundación, Escuela,...es decir, con-
tra toda estructura supraindividual de cualquier tipo que reclamase entidad
metafísica o validez general. Amaba a cualquier hombre, incluso a un Don Qui-
jote que buscase, contra la injustificada pretensión de una institución cualquie-
ra, afirmarse a sí mismo y al individuo como tal. Gradualmente tales hombres
se acercaron a él automáticamente; en efecto, el “último héroe humano” les atra-
ía a su círculo ejerciendo un poder realmente mágico... En aquellos días este ar-
quetipo de todos los archiherejes reunió a su alrededor una verdadera horda de
hombres cuyos rasgos más distintivos, quizá sin saberlo ellos mismos, residían en
el hecho de que todos ellos eran, de una manera u otra, por lo menos “outsi-
ders”, si no algo más”18. Este nuevo “poder interior” (von ihnen heraus) opera
frente a la tradición, pero también frente a la propia racionalidad, que pretendía
dominar el mundo y ha acabado dominando asimismo al hombre. Este poder
no es el poder que opera “desde fuera”, de la técnica, el poder que emana de las
fuerzas de producción, como apuntara Marx, sino aquél que procede del inte-
(18) P. Honigsheim, “Der Max Weber-Kreis in Heidelberg” en Kölner Vierteljahreshefte zur Soziologie, Vol. 4,
1925, 271-272. Citado en A. Mitzman, La jaula de hierro, Madrid, 1976, 16.
(19) F. H. Tenbruck afirma que: “No puede existir la más mínima duda de que Ciencia como vocación, represen-
ta la auténtica herencia de La ética protestante, en la medida en que tal ensayo nos muestra al genuino puritano de la
La ética...” (“Max Weber and the Sociology of Science: A Case Reopened” en Zeitschrift für Soziologie, 3, 1974, 318).
(20) Ver esta idea en W. Mommsen, Personal Conduct and Societal Change” en Whimster y Lash (Editores),
Max Weber. Rationality and Modernity, Londres, 1987, 35-52.
109
La idea del carácter ascético del moderno trabajo profesional no es nueva.
Ya Goethe en los “Años de Aprendizaje” y en la muerte que dio a su Fausto, nos
señala este motivo ascético del estilo de vida burgués, en el que la limitación al
trabajo especializado, y la renuncia a la universalidad faústica de lo humano que
ella implica, es en el mundo actual condición de toda obra valiosa y que, por
tanto, “acción” y “renuncia” se condicionan recíprocamente de forma inexora-
ble en el mundo de hoy (Weber, 1983, 165). Esta explosión del laico profesio-
nalizado a partir del monje, para Goethe, significaba un adios a una época de
humanidad bella y plena. “El puritano quería ser un hombre profesional; nos-
otros tenemos que serlo” (Weber, 1983, 165). Lo que para el puritano fue una
opción, para nosotros es un “destino inescapable”. Ya en el siglo XIX se hace
manifiesta la ruptura de ese poderoso cosmos del orden económico moderno,
aferrado a las condiciones técnicas y económicas de producción mecánico-ma-
quinista, con la ética que le había proporcionado una legitimación sociorreli-
giosa. La diferenciación entre lo sagrado y lo profano se hace patente, ya que
“el destino” ha convertido el “manto liviano de la ética” en una “férrea jaula”
económico-burocrático-funcional. Si “ellos (nuestros padres) construyeron pa-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(21) Así se expresaba Weber en alemán en 1893 y 1904: “Sie haben um uns ein festes Haus gebaut” (1893)....”ein
stahlhartes Gehäuse” (1904).
110
nia, con menos derroche de emociones que la concepción religiosa o ritualista
del trabajo” (Burke, 1962, 111-112).
Para corroborar lo dicho, permítame el lector/a ofrecer un ejemplo tomado
de la literatura donde aparece tipificada con gran claridad esta omnipresencia
diabólica del dinero. Este es uno de los temas más importantes en la primera gran
novela de Thomas Mann, Los Buddenbrook, (1909), en la tercera parte, en don-
de Tony Buddenbrook, la desconcertada princesa de la saga comercial del mismo
nombre, se pregunta sobre el verdadero significado de la palabra “arruinado”
siendo consciente de que las aventuras comerciales de su marido (Bendix Grün-
lich) se han acabado. En ese momento todo lo que conllevaba la palabra “ban-
carrota” emerge de repente ante ella, todas las vagas y temerosas insinuaciones
que de niña había oido se hacen realidad. “Bancarrota”, algo más vergonzoso que
la muerte, era realmente la catástrofe, la ruina, la vergüenza, la desgracia, la mi-
seria, el deshonor, la desesperación22. La bancarrota, o privación financiera to-
tal, es vivida como la pérdida total de valor, el fundamento axiológico cero,
una relación que, por supuesto, presupone que el dinero ocupa el estatus del
valor cultural paradigmático23. En los términos de Weber y de Sombart po-
(22) Ver Th. Mann, Los Buddenbrook, Barcelona, 1993, tercera parte. Para la ubicación histórica de esta obra y
de su saga ver la obra de P. de Mendelssohn, Der Zauberer. Das Leben des deutschen Schriftstellers Thomas Mann, Mu-
nich, 1975, Vol. 1, 259ss.
(23) Para ver la relación entre el dinero y la instrumentalización de la cultura consultar la Filosofía del dinero, opus
cit, capítulo tercero, segunda parte.
(24) Ver el interesante trabajo de F. Bayón: “Los Buddenbrook y el espíritu del capitalismo” en Estudios de Deus-
to, Vol. 46/1, 1998, 93-141.
(25) La obra de Arthur Schopenhauer se convertirá en el alivio, según el cual la muerte es una felicidad.
111
religiosas se han convertido en cuestión de preferencia (elección) subjetiva co-
mo consecuencia del surgimiento de interpretaciones alternativas sobre el
sentido de la vida26 y, por otra parte, la religión institucionalizada ha sido des-
politizada como resultado de una diferenciación funcional de la sociedad, que
en principio ya no puede ser integrada a través de una religión política institu-
cionalizada. Cuanto más secularizada es una sociedad más diferenciadas están
la religión, la economía, el derecho y la política27. Como con gran acierto afir-
ma Niklas Luhmann, reactualizando via negationis el dictum de Nicolás de Cu-
sa que situaba a Dios como coincidentia oppositorum: “La religión no es ya una
instancia necesaria de mediación que relaciona todas las actividades sociales
proporcionándoles un sentido unitario” (Luhmann, 2000, 125). Como ha ad-
vertido la deconstrucción de lo sagrado realizada por Nietzsche y Baudelaire,
no existe ya una tendencia socialmente condicionada a la realización de los de-
signios divinos, ya no existe una suprainstancia que unifica el bien, lo justo, lo
bello y lo verdadero. Para Weber la estructura simbólica de la sociedad moder-
na tardía es de tipo politeísta: “En realidad quien vive en este “mundo” (enten-
dido en el sentido cristiano) no puede experimentar en sí nada más que la lu-
Los jóvenes en un mundo en transformación
cha entre una pluralidad de secuencias de valores, cada una de las cuales,
considerada por sí misma, parece capaz de vincular con la divinidad. El debe
elegir a cúales de estos dioses quiere y debe servir, cuándo a uno y cuándo al
otro. Entonces terminará encontrándose siempre en lucha con alguno de los
otros dioses de este mundo, y ante todo siempre estará lejos del Dios del cris-
tianismo (más que de ningún otro, de aquél Dios que fuera anunciado en el
Sermón de la Montaña)” (Weber, 1982ª, 33-34). En este “deber elegir” es don-
de se manifiesta el imperativo herético de la modernidad, ya que la palabra he-
rejía procede del griego hairein, que significa, elegir, por tanto, el destino ines-
capabale de nuestro tiempo no es otro que elegir. Este nuevo politeísmo en el
que los distintos sistemas de valores aparecen como dioses guerreros, en las “ad-
hesiones” weberianas, se puede centrar en cuatro: el Dios de Lutero —tradi-
cionalismo burocrático—, el Dios de Calvino —racionalización ascética—, el
Dios de Tolstói —inmanencia mística— y el Dios de Nietzsche y Stephan Ge-
orge —esteticismo aristocrático y heroísmo mundano—. Como ideólogo de la
modernidad (así, en la parte de sus discusiones sobre la política alemana), We-
ber incita a la racionalización ascética calvinista frente al tradicionalismo buro-
crático luterano, pero, en cuanto constata que el mundo creado por la raciona-
lización ascética calvinista produce los efectos no deseados de un mundo
racionalizado que monetariza y burocratiza las relaciones sociales, tiende a aglu-
tinar los dioses de Calvino y de Lutero y lucha contra ambos desde los campos
de la inmanencia mística y de la virtud aristocrática28. Finalmente, la desilu-
(26) Ver esta tesis weberiana en la conferencia: La ciencia como vocación, y en el Excurso del primer volumen de
sus Ensayos sobre sociología de la Religión.
(27) Ver el trabajo de N. Luhmann: Funktion der Religion, Frankfurt, 1977, sobre todo el capítulo 4.
(28) Ver A. Mitzman, La jaula de hierro, Madrid, 1976, 173.
112
sión, la racionalización y la sociedad de masas aparecerán para Weber como el
“destino inexorable”. En un mundo público tan desencantado (entzaubert),
Weber apuesta por la búsqueda del Daemon de cada cual —del patrón de va-
lores últimos de cada uno— en el ámbito privado. Aquí es donde el imperati-
vo herético se hace imperativo ético para Weber. Cada uno sólo puede deci-
dir por sí mismo “qué es para él Dios y qué es para él el diablo”....”cada
uno elige, dentro de ciertos límites, su propio destino: el sentido de su ha-
cer y de su ser” (Weber, 1982b, 238).
La sed faústica de saber y poder, es decir, la convicción reiterada, como al-
go dado por supuesto, de la realidad de un sin-límite de la experiencia del do-
minio racional del mundo —ya Simmel lo había puesto de manifiesto cuan-
do afirmó que “el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna
frontera”29—, es la que va a romper la concepción dualista del mundo, en me-
dio de la cual emergió aquella tensión interna extrema que produjo la ascéti-
ca protestante y llevó a la creación de una “personalidad total” ad majorem dei
gloriam. Ya a partir del siglo XIX, la “llamada de Dios” permanece en stand
by, mientras con su agencia dinámica, el daimon y el diablo30 coextensi-
(29) “Puente y puerta”, escrito recogido en la compilación de artículos de G. Simmel intitulada: El individuo y
la libertad, Barcelona, 1986b, 34.
(30) J. Mª González García realiza un muy interesante análisis de lo daimónico y lo demónico en Goethe y We-
ber. Ver su obra, sobre la cual volveré: Las huellas de Fausto, Madrid, 1992, Capítulo 4.
113
o quizás debamos decir solo humano,tan humano que, como aducía Simmel
arriba, “no tiene fronteras” y Goethe lo sitúa como el nuevo creador de la re-
alidad: “¿Quién distribuye esa fila, que siempre fluye igual, animándola en
modo que se mueva con ritmo? ¿Quién llama al individuo al rito universal,
en donde pulsa espléndidos acordes? ¿Quién hace que el huracán de las pa-
siones se enfurezca? ¿Y que los rojos celajes vespertinos ardan con un sentido
grave? ¿Quién siembra esas galanas flores primaverales sobre el sendero de la
amada? ¿Quién entreteje las insignificantes verdes hojas en corona de honor
para galardonar toda clase de méritos? ¿Quién afianza al Olimpo y congrega
a los dioses?. Pues, la fuerza del hombre, patente en el poeta” (Goethe, 1992,
Vol. 3, 1297). El ad majorem dei gloriam suena ahora como un ad majorem
homo gloriam. Pero, el hombre (al menos el hombre moderno) no puede uni-
ficar en una totalidad de sentido las diferentes partes de la realidad. “Si hay
algo que hoy sepamos bien es la verdad vieja y vuelta a aprender de que algo
puede ser sagrado, no sólo aunque no sea bello, sino porque no lo es y en la
medida en que no lo es. Tambien sabemos que algo puede ser bello, no sólo
aunque no sea bueno, sino justamente por aquello por lo que no lo es. Lo he-
Los jóvenes en un mundo en transformación
mos vuelto a saber con Nietzsche, y, además, lo hemos visto realizado en Las
Flores del mal, como Baudelaire tituló su libro de poemas. Por último, perte-
nece a la sabiduría cotidiana la verdad de que algo puede ser verdadero, aun-
que no sea ni bello, ni sagrado, ni bueno”31. Es por esta razón que el héroe fa-
ústico protomoderno aparece escindido entre dos almas gemelas (Goethe,
1992, Vol. 3, 1312), he aquí el drama de nuestro jánico protagonista. Era di-
ficil encerrar en un solo personaje, el protagonista, a los dos seres que todos
llevamos dentro; por eso Goethe desdobló la personalidad de Fausto y de ese
desdoblamiento nació Mefisto. Fausto es el hombre que aspira, que desea, que
se inquieta, pero que no es capaz de actuar. Mefistófeles es la acción, pero la
acción sin escrúpulos, que no repara en medios para lograr un fin. De la
unión de Fausto —elemento positivo, pero pasivo— con Mefistófeles —ele-
mento negativo, pero activo— surge la tragedia. Aunque Mefistófeles tenga la
apariencia del demonio, no es exactamente el ángel caído de que nos habla la
religión cristiana, sino más bien una encarnación del espíritu que avanza ne-
gando siempre (por falsación diría Popper). El diablo es un crítico demole-
dor. Todas las sátiras, todas las burlas, las pone Goethe en boca de Mefistófe-
les. En sus vertiginosas correrías por el mundo, Fausto, aún dominado y
arrastrado por Mefisto, no se deja nunca vencer del todo por sus tentaciones.
El recuerdo del primer amor, el amor de Margarita, ha quedado dentro de él
como un destello de luz purísima; y ese destello es lo que al final salva su al-
ma. Fausto no ha asimilado por completo la perversidad de Mefistófeles, pe-
ro si su ansia de acción en el mundo. Así se manifiesta Mefistófeles en el
segundo Fausto: “solo merece libertad y vida quien diariamente sabe con-
(31) M. Weber se hace eco de la diferenciación de esferas culturales de valor, con carácter autorreferencial, en
Ciencia como vocación, Madrid, 1975, 216-17.
114
quistarlas”32. La necesidad de acción, manifiesta en ese eterno caminar del ca-
ballero andante, es por lo que, finalmente, en la segunda parte del drama,
Fausto se convertirá en un símbolo del humano progreso, de una racionaliza-
ción sin fin. Fausto toma las riendas de Prometeo como espíritu del ambiva-
lente progreso, que al principio aparecerá como inevitable y luego como solo
posible33. En medio de esta apertura de horizontes, impensable antes, “había
que afrontar, pues, todo el problema trágico de la limitación del hombre y la
hipotética posibilidad de rebasarlo por medios extraordinarios, mágicos; revi-
sar la moral antigua y lanzar al albur dramático el naipe del superhombre” 34
y para esto Fausto firma un “pacto con el diablo”, esa agencia dinámica, in-
tramundana, podíamos decir, de lo divino, a la cual le vende su alma mien-
tras permanezca en este mundo. Del pacto con el Dios monoteísta del judeo-
cristianismo hemos pasado al pacto con el Daemon personal (el propio
arquetipo o Dios elegido), típicamente politeísta de origen griego, para arri-
bar, finalmente, al pacto con el diablo35, es decir, el monoteísmo judeo-cris-
tiano se manifiesta ahora en su lado sombrío, en las consecuencias perversas
de determinados cursos de decisión y de acción.
(32) J. W. Goethe, Fausto, opus cit, Vol. 3, 1491. En la segunda parte de Fausto aparecen los ángeles, cargados
con la parte inmortal de Fausto, afirmando que : “siempre a aquel que con denuedo lucha y se afana en la vida, salva-
ción brindar podemos”, Fausto, opus cit, 1497.
(33) Ver el grandioso estudio de H. Blumenberg: Work on Myth, Cambridge, Mass, 1985.
(34) Tomado de la introducción de Cansinos Assens a Fausto en la edición citada, página: 1267.
(35) Esta metamorfosis está muy bien explicada en el texto ya citado de J. Mª González: Las huellas de Fausto,
opus cit, 143 y ss.
(36) Ver el trabajo de E. Trías: Mann y Goethe, Barcelona, 1978.
(37) El destino es la fuerza que guía la acción y la vida de los individuos, así lo pone de manifiesto Goethe en su
Egmont: “Cree el hombre dirigir su vida, dirigirse a sí mismo, pero en su interior más profundo es arrastrado inexora-
blemente por su destino”.
115
gedia: “mi estado de ánimo no es más que una derivación especial del estado de
ánimo que es el destino común de todo nuestro pueblo (se refiere al pueblo ale-
mán de la primera mitad del siglo XX) y siento ciertamente ganas de proclamar
que este destino encierra una tragedia sin precedentes, aún sabiendo que otras
naciones se han visto también en el caso de desear la derrota de su Estado para
salvar el porvenir del mundo y el suyo propio” (Mann, 1992, 38). Mann y su
conciencia simbólica en el Doktor Faustus, Serenus Zeitblom, proclaman:
“nuestra (la de los alemanes) obsesión es el destino, sea este cual fuere, aun-
que sea el inscrito en el cielo enrojecido del ocaso de los dioses” (Mann, 1992,
205). Leverkühn y el pueblo alemán participan del mismo destino inescapable,
el haber elegido pactar con el mal para obtener un bien a todas luces efímero.
Para Mann, el orden y lo demoníaco conviven en todo movimiento vital, el
bien y el mal no sólo son dos potencialidades, dos posibilidades, que explican
la contingencia, sino que ambas son inevitables, y este y no otro es el “absolu-
tismo de la realidad” en los términos de Hans Blumenberg (Blumenberg, 1985,
capítulo 1º). La ambivalencia según la cual morir sería parte de la vida y vivir
sería parte de la muerte, una vez establecido el pacto con el diablo, desaparece
Los jóvenes en un mundo en transformación
y se hace verdad la segunda premisa según la cual “la vida no es sino un prés-
tamo a corto plazo de la muerte” (Schopenhauer), un “tiempo vendido”
(Mann) por el que hay que pagar un alto precio. Adrian Leverkühn es un To-
nio Kröger cósmico. El viejo drama cósmico entre el cielo y la tierra se ha
transformado en el corazón humano, el conflicto se ha secularizado; Dios
y el diablo se han secularizado y luchan dentro del propio individuo38. Así
como el alma humana se ha convertido en el templo del moderno politeísmo
en donde inhabitan los diferentes daimones, así también se ha convertido en el
campo de batalla en donde Dios y diablo, hombre y diablo dirimen sus dife-
rencias. Si Dios tiene la capacidad de hacer surgir lo bueno de lo malo, qué le
impide hacerlo al hombre. Mann ejerciendo de Baudelaire, piensa que “el bien
es una flor del mal” (Mann, 1992, 319), que el artista es el hermano del cri-
minal y del loco, que alguien siempre ha estado enfermo y loco a fin de que no
tuvieran que estarlo los demás. En su particular descensus ad inferos, objetivado
en sus dos obras musicales maestras: Apocalipsis cum Figuris y sobre todo en el
Lamento del Doktor Faustus, Leverkühn, nuestro Doktor Faustus, critica la cul-
tura burguesa de la rutina, “la papilla humanitaria” y el conformismo y asume
la ambivalencia de su destino como buen y mal cristiano: bueno en virtud de
su arrepentimiento y porque siempre ha creído de corazón en la salvación de su
alma; malo porque, según su saber había sonado la hora de la espantosa muer-
te y el diablo quería y debía apoderarse de su cuerpo.
El creador de la luz y de las tinieblas, de las pulsiones buenas y malas, de la
salud y de la enfermedad, se pone ante el hombre moderno en la unidad de su
ambivalencia numinosa con una impenetrabilidad tal que, en contraste con
ella, la concepción que separaba el bien del mal aparece como pueril y dema-
(38) Ver el trabajo de Eric Kahler: The Orbit of Thomas Mann, Princeton, 1969.
116
siado segura de sí misma, es por esta razón por lo que, para Mann, la cultura
no es sino la incorporación de lo monstruoso en el culto de lo divino (Mann,
1992, 15). El mal “no es un mero accidente o privación del bien, sino la acci-
dentación misma de lo real” (Ortiz-Osés, 1998, 175). El mal, en forma de con-
tigencia, es algo ontológico, radical, siempre estará con nosotros. Lo que cam-
bian son nuestras actitudes hacia él. Erich Neumann, analizando algunas
reflexiones de la tradición jasídica judía, reinterpreta de forma muy semejante
a Mann el significado del mal considerándolo como algo que existe en lo divi-
no. Dice Yavé: “Ama al prójimo como a ti mismo, ..a tu prójimo,...a tu propio
mal”, habría que leer entonces en este versículo: “ama a tu mal como a ti mis-
mo”, y la interpretación de Neumann rezaría: “así como tú te comportas, así me
comporto yo, Yavé”, es decir, así como tú amas tu mal, así lo amo yo (Neu-
mann, 1998, 848-849). Para Mann, bien y mal se correfieren como dos po-
tencialidades inscritas en la cultura, pero denuncia enérgicamente el afinca-
miento regresivo e intransigente en el mal o mejor en el mal disciplinado
protagonizado por el nacionalsocialismo, denuncia la inevitabilidad del pacto
con el diablo. Podemos luchar contra el diablo destinal, aspecto este desacon-
117
no fuera otra cosa que una paradoja artística, la transposición al arte de la pa-
radoja religiosa según la cual en las últimas profundidades de la perdición
reside, aunque sólo sea como un ligerísimo soplo, un germen de esperan-
za?. Sería esto entonces la esperanza más allá de la desesperación, la trascen-
dencia del desconsuelo —no la negación de la esperanza sino el milagro más al-
to que la fe. Escuchad el final, escuchadlo conmigo: Uno tras otro se retiran los
grupos instrumentales, hasta que sólo queda, y así se extingue la obra, el único
sobreagudo de un violoncelo, la última palabra, la última, flotante resonancia,
apagándose en una fermatapianissimo. Después nada —silencio y noche. Pero
la nota ya muerta, cuyas vibraciones sólo para el alma perceptibles, quedan co-
mo prendidas en el silencio, y lo que era el acorde final de la tristeza, dejó de
serlo, cambió su significación y es una luz en la noche”39.
En la modernidad avanzada de finales del siglo XIX y del siglo XX, en don-
Los jóvenes en un mundo en transformación
de Londres, París, Berlín o Nueva York, ya no son ciudades sino grandes me-
trópolis, se ha producido una metamorfosis en el self. El ensayo en el que Ge-
org Simmel mejor presenta lo que caracteriza psicosociológicamente al modo
de vida moderno es: Las grandes urbes y la vida del espíritu 40, que data de 1903.
En su análisis del modo de vida urbano comienza mencionando “el acrecenta-
miento de la vida nerviosa, que tiene su origen en el rápido e ininterrumpi-
do intercambio de impresiones externas e internas” (Simmel, 1986b, 247). Ya
advertía Durkheim del incremento de la “densidad moral” en las sociedades
complejas como consecuencia de procesos de diferenciación social funcional
que producen mayor nivel de interacción, de intercambio. Esto es originado
por el caudal de estímulos externos e internos que generan unos ritmos de vi-
da social caraterizados por la aceleración del intervalo de cambio entre el espa-
cio de experiencia y los horizontes de expectativas. Los encuentros en la calle,
en el ascensor, en el autobus, en la oficina, en el banco, constituyen un bom-
bardeo de tal magnitud para los sentidos que estos quedan embotados. Una hi-
perestimulación produce el efecto contrario de una desestimulación. Si no pro-
seguir la tradición en el mundo medieval producía un sentimiento de
vergüenza, y no seguir la llamada-vocación en los comienzos del mundo mo-
derno creaba un sentimiento de culpa, la hiperestimulación tardomoderna va a
originar un problema de ansiedad. Al convertirse el fin o los fines, que opera-
ban dentro de una jerarquía de sentido, en medios que remiten a otros medios
(39) Th. Mann, Doktor Faustus, opus cit, 564. Subrayados míos. F. Hölderlin se expresaba así en su poema Pat-
mos: “Cercano está el Dios y dificil es captarlo. Pero donde hay peligro (sufrimiento) crece lo que nos salva” (Po-
esía completa, Barcelona, 1995, 395).
(40) Artículo incluido en El individuo y la libertad, Barcelona, 1986b, 247-262. Ver asimismo el artículo de Ge-
org Lohmann, “Die Anpassung des Individuellen Lebens an die innere Unendlichkeit der Grossenstädte. Formen der
Individualisierung bei Simmel”, Berliner Journal der Soziologie, 2, 1993, 153.160
118
en una secuencia sin fin, cuya mejor expresión es el dinero, se produce el ad-
venimiento de una situación de indiferencia, de indolencia, de anonimato en
medio de un entorno social dominado por la ecualización funcional de los va-
lores a través de un substituto técnico de Dios, el dinero. “Así como disfrutar
de la vida sin medida produce indolencia, puesto que agita los nervios tanto
tiempo en sus reacciones más fuertes hasta que finalmente ya no alcanzan re-
acción alguna, así también las impresiones más anodinas, en virtud de la diver-
gencia y la velocidad de sus cambios, arrancan a la fuerza a los nervios respues-
tas tan violentas,..., que alcanzan sus últimas reservas de fuerzas y,
permaneciendo en el mismo medio ambiente, no tienen tiempo para reunir
una nueva reserva. La incapacidad surgida para reaccionar frente a nuevos estí-
mulos con las energías adecuadas a ellos, es precisamente aquella indolencia...”
(Simmel, 1986b, 252). Varias son las reflexiones que confluyen en torno a esta
idea: “el hombre de la multitud” de Poe, que toma como referencia la metró-
poli londinense, el urbanita de actitud blasé de Simmel que toma como refe-
rencia a Berlín, el “flâneur” o paseante solitario de la gran ciudad de Baudelai-
re y de Benjamin, atraído por la multitud y por el mundo de las mercancías, de
(41) Ver al respecto el capítulo de José Mª González, “Georg Simmel” en E. Lamo, J. Mª González y C. Albero,
Sociología del conocimiento y de la ciencia, Madrid., 1994, 259.
119
un interés especial, sostenía firmemente en todos los temas los criterios que la
mayoría y su periódico defendían, y sólo los modificaba cuando lo hacía tam-
bien la mayoría o, en términos más estrictos, no los modificaba, sino que ellos
cambiaban por su cuenta dentro de él. Esteban Arkadyevitch no había elegi-
do sus opiniones políticas o sus criterios: esas opiniones y criterios le habían lle-
gado por sí solos, tal como él no elegía sus sombreros o sus sobretodos, sino que
simplemente llevaba los que se usaban. Y para él que vivía en una cierta socie-
dad —debido a la necesidad, corrientemente desarrollada en años de discre-
ción, de algún grado de actividad mental— tener opiniones era tan indispen-
sable como tener un sombrero. Si existían razones que lo movieran a preferir el
punto de vista liberal al conservador, que también era defendido por muchos
de su círculo, aquellas no surgían de que el liberalismo le pareciera más racio-
nal, sino del hecho de que estaba más en consonancia con su forma de vida. Y
así el liberalismo se había convertido en un hábito de Esteban, y le gustaba su
periódico, tal como le gustaba su cigarro después de cenar, por la leve niebla
que difundía en su mente. Esta perspectiva se pone de manifiesto también en
el análisis del concepto de “uno” (das Man) que realiza M. Heidegger en su
Los jóvenes en un mundo en transformación
obra maestra: Ser y tiempo (1927). En esta perspectiva uno mismo pertenece a
los otros y consolida su poder. “Los otros” a los que uno llama así para encu-
brir la esencial y peculiar pertenencia a ellos son los que en el cotidiano ser-
uno-con-otro “son ahí”, inmediatamente y regularmente. El “quién” no es éste
ni aquél, no es uno mismo, ni algunos, ni la suma de otros. El “quién” es cual-
quiera, es “uno” (Heidegger, 1986, 254). Bajo la forma del uno, el individuo se
disuelve en la forma de ser de los otros. Disfruta y goza como se goza; lee, ve
y juzga como se juzga. “El uno, que no es nadie determinado y que son todos,
si bien no como suma, prescribe la forma de ser de la cotidianidad” (Heideg-
ger, 1986, 254).
En 1973, el director de cine Martin Scorsese analizó con maestría esta pa-
radoja de sentirse solo en medio de la muchedumbre en su obra maestra, Ta-
xidriver, describiendo de forma magistral el tipo psicológico neurasténico de
una gran metrópoli de finales del siglo XX, Nueva York. En 1992, otro director
de cine, Robert Altman, en su film Short Cuts, muestra cómo la indiferencia se
convierte en cinismo organizado en una metrópoli típicamente americana, Los
Angeles. Para rematar ésta idea permítame el lector recurrir a un último ejem-
plo tomado de la cantera sociológica: en 1963, Erwing Gofman en su libro Be-
haviour in Public Places, introdujo el concepto de “desatención cortés” (civil
inattention) que describe el trato entre las personas como si42 no estuvieran pre-
(42) E. Goffman adopta este principio de W. I Thomas cuando el decano de la sociología norteamericana afir-
ma: “Es también muy importante que comprendamos que en realidad no conducimos nuestras vidas, tomamos nues-
tras decisiones y alcanzamos nuestras metas en la vida diaria en forma estadística o científica. Vivimos por inferencia.
Yo soy, digamos, huésped suyo. Usted no sabe, no puede, determinar científicamente que no he de robarle su dinero
o sus cucharas. Pero, por inferencia yo no lo he de hacer, y por inferencia usted me tendrá como huésped” (E. Goff-
man, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos aires, 1981, 15. Citado en E. H. Volkart, (Editor), So-
cial Behaviour and Personality. Contributions to W. I. Thomas to Theory and Social Research, Nueva York, Social Science
Research Council, 1951, 5).
120
sentes, como objetos que no merecen más que una leve ojeada. El quid de la
cuestion radica en que cada co-presente presta una atención visual suficiente
para demostrar que aprecia la presencia del otro, pero que, al apartar con rapi-
dez la mirada, se da a entender que no hay un motivo especial de curiosidad.
Cuando ésta cortesía es representada por dos transeuntes, la desatención cortés
toma la forma de un cruce de miradas que se mantiene hasta una distancia
apropiada de un par de metros y que termina con un desvío de la vista cuando
están a la misma altura, una forma de apagar las luces. El caso más radical de
esta desatención cortés se da en una ciudad como Nueva York, donde todo
transeunte “ignora” a los otros, nunca se observan mutuamente los individuos
en la calle, se ven sin mirarse. En la descripción que Benjamin hace del flâneur
comparece ésta misma idea: En la gran ciudad y en medio de multitudes “a nin-
guno se le ocurre desde luego dignarse echar una sola mirada al otro. La indi-
ferencia brutal, el aislamiento insensible de cada uno en sus intereses privados,
resaltan aún más repelente, hirientemente, cuanto que todos se aprietan en un
pequeño espacio” (Benjamin, 1972, 74).
Según Simmel, estamos situados ante una paradoja insalvable (Simmel,
(43) Ver sobre esta idea el trabajo de Deena Weinstein y Michael A Weinstein, “Simmel and the Theory of Pos-
tmodern Society” recogida en B. S Turner, (Editor), Theories of Modernity and Postmodernity, Londres, 1990, 75-87.
121
metafísicamente problemática de la vida radica en que es continuidad sin lími-
te y al mismo tiempo es ego determinado por sus formas limitadas. La vida em-
puja más allá de la forma orgánica, espiritual u objetiva de lo realmente exis-
tente y sólo por esta razón la trascendencia es inmanente a la vida (Simmel,
1918, 13). La vida se revela a sí misma como un continuo proceso de auto-
trascendencia, proceso este de autorebasamiento que la caracteriza como uni-
dad, como la unidad del panta rei heraclíteo, como el ser propio del devenir.
En su estraordinario texto intitulado: “Puente y Puerta” de 1909, Simmel in-
equívocamente ya había manifestado que “el hombre es el ser fronterizo que
no tiene ninguna frontera”44. Aquí Simmel nos pone de manifiesto cómo el
hombre crea su propio destino (como también apuntaba Weber), pero no un
destino metasocialmente dado, más allá de su intervención, sometido a instan-
cias suprasociales, como Dios o la naturaleza, sino un destino producido por él
mismo, un destino que emerge en la correferencia entre ser y deber ser, deci-
sión y resultados, libertad y dependencia, en definitiva, entre vida y forma.
El antecedente más directo, que sirve como punto de partida a la reflexión
simmeliana sobre la cultura moderna, es el diagnóstico que ya había realizado
Los jóvenes en un mundo en transformación
30 años antes el gran poeta francés, Charles Baudelaire45. Según él, “la moder-
nidad, es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, donde
la otra mitad es lo eterno e inmutable” (Baudelaire, 1961, 1163). Para Simmel:
“La ausencia de algo definitivo en el centro de la vida empuja a buscar una
satisfacción momentánea en excitaciones, satisfacciones en actividades
continuamente nuevas, lo que nos induce a una falta de quietud y de tran-
quilidad que se puede manifestar como el tumulto de la gran ciudad, co-
mo la manía de los viajes, como la lucha despiadada contra la competen-
cia, como la falta específica de fidelidad moderna en las esferas del gusto,
los estilos, los estados de espíritu y las relaciones”(Simmel, 1977, 612). A
través del análisis de la moda entresaca Simmel ésta característica de cambio
que inhabita en la modernidad. “Una de las causas por las que la moda domi-
na hoy tan intensamente la consciencia es también que las grandes conviccio-
nes, permanentes e incuestionables, pierden cada vez más fuerza. Los elemen-
tos fugaces y cambiantes de la vida tienen así más cancha. La ruptura con el
pasado, en cuya consumación se esfuerza incansablemente la humanidad civi-
lizada desde hace más de un siglo, aguza nuestra consciencia más y más hacia
el presente. Esta acentuación del presente es al mismo tiempo, sin duda, acen-
tuación del cambio...” (Simmel, 1988, 37). Y el consecuente de esta radicali-
zación sociológica del legado baudelaireiano será, con la consabida mediación
(44) Escrito recogido en la compilación de artículos de G. Simmel intitulada: El individuo y la libertad, Barcelo-
na, 1986b, 34.
(45) No es Simmel el único de los grandes clásicos de la sociología influido por Baudelaire. Max Weber en su ce-
lebrada conferencia de 1920, Ciencia como vocación, sitúa como claves de su diagnóstico cultural de la modernidad a
Baudelaire y a Nietzsche. Coincido en esta apreciación con David Frisby en su magnífico artículo: “Georg Simmel.
First Sociologist of Modernity” Theory, Culture and Society, 1985, Vol. 2, 49-67 (traducido en J. Picó, Modernidad y
postmodernidad, Madrid, 1985, 51-86).
122
simmeliana, Walter Benjamin en sus Passagen-Werk, escritos entre 1927 y 1940,
y publicados póstumamente en 1983 por Rolf Tiedemann. Benjamin aclara
más todavía en qué consiste esa pretendida novedad de la novedad sin fin que
caracteriza a la modernidad: “(La imagen de la modernidad) no se conduce con
el hecho de que ocurre siempre la misma cosa (a fortiori esto no significa el
eterno retorno), sino con el hecho de que en la faz de esa cabeza agrandada lla-
mada tierra lo que es más nuevo no cambia; esto más nuevo en todas sus par-
tes permanece siendo lo mismo” (Benjamin, 1985, Vol.2, 1011). Esta es la
dialéctica de “lo más nuevo y siempre lo mismo” que caracteriza a la moderni-
dad según Benjamin.
Benjamin va a retomar el discurso sociológico del urbanita inaugurado por
Simmel, pero, sobre todo a través de Edgard Alan Poe46 y de Charles Baudelai-
re47. El urbanita se convierte ahora en flâneur, en el hombre que vagabundea48,
que callejea, en medio de las multitudes que inhabitan las grandes metrópolis.
La multitud es su dominio, como el aire es el dominio del pájaro o el mar el
del pez. Su pasión es desposarse con la multitud. Para el perfecto flâneur, pa-
ra el observador apasionado, existe un inmenso placer en situar la residencia en
(46) Baudelaire traduce al francés El hombre de la multitud de Poe (recogido en Cuentos 1, Madrid, 1970,
246-256).
(47) Benjamin es quien traduce y prologa en alemán obras de Baudelaire como Spleen de París o Pequeños Poemas
en Prosa, Madrid, 1994.
(48) Paseante-detective-ocioso-bohemio-dandy-mirón-descifrador de texturas urbanas.
(49) Ver el texto de Ch. Baudelaire, “La peintre de la vie moderna” en Oeuvres Completes, París, 1961. Ver igual-
mente los excelentes trabajos sobre el flâneur realizados por Sylviane Agacinski, Le Passeur de Temps, París, 2000 y el
de E. White, The Flâneur, Londres, 2000.
(50) El principal trabajo sobre la cultura de masas realizado por W. Benjamin se llama precisamente: Das Passa-
gen-Werk, 2 Volúmenes, Frankfurt, 1983, donde incluye su trabajo: “El Flâneur”.
123
cirse los cuentos de Poe: El misterio de Marie Rogêt, Los crímenes de la calle Mor-
gue, La carta robada. El contenido social originario de las historias detectives-
cas es la difuminación de las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciu-
dad. El flâneur es para Poe ese que en su propia sociedad no se siente seguro,
por eso busca la multitud. “La multitud no es sólo el asilo más reciente para el
desterrado, además es el narcótico más reciente para el abandonado. El flâneur
es un abandonado en la multitud. Y así es como comparte la situación de las
mercancías” (Benjamin, 1972, 71). El flâneur es, tanto para Poe como para
Baudelaire el hombre de la multitud. Baudelaire amaba la soledad, pero la
quería en la multitud (Baudelaire, 1994, 66-67), preludiando lo que luego
Riesman acuñará como “muchedumbre solitaria”. El pasaje es la forma clásica
del interior ( así es como el flâneur se imagina la calle). Al comienzo la calle se
le hizo interior y ahora se le hace ese interior calle. Benjamin sintetiza muy bien
los enfoques de Hugo y Baudelaire así: “En el mismo momento en que Victor
Hugo celebra la masa como héroe del epos moderno, Baudelaire escruta para el
héroe un lugar de huída en la masa de la gran ciudad. Hugo, como “citoyen” se
pone en el lugar de la multitud; Baudelaire se separa de ella en cuanto héroe”
Los jóvenes en un mundo en transformación
(51) Ver el artículo de D. Frisby: “The Flâneur in Social Theory” en The Flâneur, Londres, 1994, 82-83.
(52) W. Benjamin, Das Passagen-Werk, Frankfurt, 1985, Vol. 1, 529. Sobre la inserción de Simmel y Benjamin
en la crítica de la cultura del consumo ver el excelente trabajo de J. M. Marinas: “Simmel y la cultura del consumo”
en Georg Simmel en el centenario de la Filosofía del Dinero, REIS, 89, 2000.
(53) Ver el excelente texto de S. Buck-Morss, The Dialectic of Seeing, Cambridge, Mass, 1989, 81.
124
relevante de la nueva fantasmagoría de estos paisajes urbanos no es tanto el aná-
lisis económico de la mercancia en el mercado (ya realizado por Marx) sino más
bien la mercancia en el escaparate. Todo lo deseable, desde el sexo al estatus so-
cial, puede ser transformado en mercancias como fetiches en el display del es-
caparate que mantienen embelesada a la multitud, incluso cuando su posesión
personal está lejos de su alcance. Cuando la novedad de la novedad sin fin se
convierte en un fetiche, la propia historia se convierte en una manifestación de
la forma mercancia. Las ferias internacionales fueron el origen de la industria
cultural del placer y al mismo tiempo se despliegan como indicadores del pro-
greso nacional. La moda juega aquí un papel de gran importancia. Ser con-
temporáneo de todos significa no envejecer; ser siempre noticia, “esta es la más
apasionada y secreta satisfacción que la moda da primero a las mujeres (y des-
pués a los hombres)” (Benjamin, 1985, Vol. 1, 115). El hecho de que la moda
exprese y haga enfasis a un tiempo en la tendencia a la igualación y la tenden-
cia a la individualización, el gusto por imitar y el gusto por distinguirse, expli-
ca quizá por qué las mujeres son, en general, más intensamente proclives a se-
guirla. De la debilidad de la posición social a la que se han visto condenadas las
(54) Gilles Lipovetsky es quien con mayor acierto ha radicalizado esta tesis de Simmel en L´empire de l´éphéme-
re, La mode et son destin dans la société modernes, Paris, 1987.
(55) D. Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, 1977, 109. Esta idea ya está presente en
de Tocqueville, en su Democracia en América, cuando argumenta sobre el espíritu de los americanos en torno al
arte.
125
trae a esta caracterización, más bien la representa, de hecho, un objeto sólo su-
fre una desvalorización si se le califica de “cosa de moda”. La moda es la “tras-
cendencia” del nacimiento como nueva fuente de novedad, y “trasciende” la
muerte haciendo de la mercancia inorgánica el objeto del deseo humano (Ben-
jamin, 1985, Vol. 1, 130). Con su poder para dirigir el deseo libidinal hacia la
naturaleza inorgánica, la moda conecta el fetichismo de la mercancia, el fin que
se hace medio, con el fetichismo sexual característico del erotismo moderno.
Así como el maniquí tiene partes separables, la moda fomenta la fragmentación
fetichista del cuerpo viviente de la mujer. Es quizás en el ámbito cinematográ-
fico donde mejor se ha puesto esto de manifiesto, concretamente, en el “trocea-
miento” erótico del cuerpo de la mujer considerado como objeto del deseo, así
ocurre en la década de los años treinta con la pasión por el pecho de Mary Pick-
ford que deja paso en los cuarenta a las piernas de Joan Crawford que, a su vez,
son substituidas en la década de los cincuenta por la centralidad cuasigenital del
pubis angelical de Marylin Monroe, que finalmente se expansiona hacia la im-
plosión de la totalidad del cuerpo como fetiche en el cine más reciente, tenien-
do como referencia más representativa a Brigittte Bardot, y en la fotografía ar-
Los jóvenes en un mundo en transformación
126
Pero, como hemos advertido previamente, al lado del flâneur existe la ma-
sa, la multitud, la muchedumbre. José Ortega y Gasset publica su La rebelión
de las masas, en 1937, subrayando que la muchedumbre se ha instalado en los
lugares preferentes de la sociedad (Ortega y Gasset, 1937, 37 y ss). Aquí y aho-
ra, es decir, en el segundo tercio del siglo XX, el enfasis no es tanto en ese pase-
ante bohemio y ocioso que se refugia en la muchedumbre sino en la misma mu-
chedumbre en cuanto tal. Esta ha substituido a aquél. El concepto de
muchedumbre es cuantitativo y visual. La masa es el “hombre medio”,...,”lo
mostrenco social”. Masa es todo aquél que no se valora a sí mismo, sino que se
siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a gusto
al sentirse idéntico a los demás. Ahora “todo el mundo” es sólo masa56. El
concepto de “hombre-masa” de Ernst Jünger en su conocida obra: El trabaja-
dor, publicada en 1932, se sitúa asimismo en esta perspetiva. Según él, “para lle-
gar a ver al ser humano se necesita ciertamente un esfuerzo especial —y esto no
deja de ser raro en una edad en la que el ser humano aparece en masse....Uno
puede estar cruzando durante días tal paisaje sin que en su recuerdo queden
prendidos ningún personaje especial ni ningún rostro humano especial” (Jün-
(56) J. Ortega y Gasset, opus cit, 40. Unas líneas antes Ortega afirma que: “Lo característico del momento es que
el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera.”.
(57) D. Macdonald, “A Theory of Mass Culture” en Mass Culture, B. Rosenberg y D. M. White, (Editores), Nue-
va York, 1957, 59. Tambien en el mismo volumen ver la contribución de L. Löwenthal: “Historical Perspectives of Po-
pular Culture”, opus cit, 46 y ss. Sobre el concepto de sociedad de masas ver el trabajo de E. Shils: “The Theory of
Mass Society” en E. Shils, The Constitution of Society, Chicago, 1972, 69-89.
127
desde arriba. Los “señores del Kitsch” explotan las necesidades culturales de las
masas en orden a obtener beneficios y a preservar un cierto macrohabitus de
consumo interclasista58 alejado de cualquier tentación antisistema, en los tér-
minos de P. Bourdieu. Como el capitalismo del siglo XIX, la cultura de masas es
una fuerza dinámica, revolucionaria, que rompe las viejas barreras de clase, de
tradición, de gusto y que disuelve las distinciones culturales. Para Adorno y Hor-
kheimer, los medios electrónicos, que representan una sustitución de lo escrito
por la imagen y el sonido, es decir, primero el cine y la radio y más tarde la te-
levisión, se presentan como un dispositivo que penetra de fuera hacia adentro.
Transmutan, por un lado, los contenidos auténticos de la cultura en estereotipos
neutralizados y aseptizados, e ideológicamente eficaces, de una cultura de masas
que se limitan a reduplicar lo existente y, por otro lado, integran la cultura, una
vez limpia de todos los elementos subversivos y trascendentes, en un sistema, de
controles sociales que refuerza y en parte substituye a los debilitados controles
internos, afectados por el hedonismo de la cultura moderna (Horkheimer y
Adorno, 1996). Pero, diciendo esto decimos una parte de la verdad, los espacios
públicos creados por los medios jerarquizan, escalonan, acaparan y condensan el
Los jóvenes en un mundo en transformación
(58) Eduardo Galeano expone esta idea con agudeza corrosiva: “La dictadura de la única palabra, de la única ima-
gen, mucho mas devastadoras que la dictadura del partido único, imponen un modo de vida cuyo ciudadano es un
consumidor dócil y un espectador pasivo construido en la línea de ensamblaje del modelo norteamericano de anun-
cios televisivos”.
128
la uniformidad, la rigurosa subordinación, el ahorro de fricciones y de costes
objetivos y personales son infinitamente mayores en una administración seve-
ramente burocrática, servida por funcionarios especializados, que en todas las
demás organizaciones de tipo colegial honorífico o auxiliar. Desde el momen-
to en que se trata de tareas complicadas, el trabajo burocrático pagado es no só-
lo más preciso, sino con frecuencia inclusive más barato que el trabajo honorí-
fico formalmente exento de remuneración” (Weber, 1978, 730-731). Entre la
burocracia que analiza Weber y la que ejerció y padeció Franz Kafka existe una
gran afinidad electiva59. En El proceso se encuentra la figura que representa más
claramente el prototipo del funcionario weberiano, concretamente en el guar-
dián de la parábola “Ante la Ley”, en el capítulo X, en la conversación de Joseph
K. con el sacerdote —capellan de prisiones y miembro, por tanto, del tribu-
nal— este le cuenta la siguiente parábola:
“Ante la ley hay un guardián. A este guardián se acerca un hombre del cam-
po y le pide que le permita entrar en la ley. Pero el guardián le dice que ahora
no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y luego pregunta si podrá
entrar más tarde. “Es posible”, dice el guardián, “pero, no ahora”. Como la
(59) Sigo aquí la excelente monografía de J.Mª González García, La máquina burocrática. Afinidades electivas en-
tre Weber y Kafka, Madrid, l989, 168ss
(60) F. Kafka, El proceso, Madrid, l975, 219-20. Una excelente versión cinematográfica de El Proceso, con título
homónimo, es la llevada a cabo por Orson Wells, que comienza precisamente narrando esta parábola.
(61) Me sirvo de este comentario presente en la obra de J. Mª González, opus cit, 175 y ss. Ver asimismo el tra-
bajo de U. Abraham: “Mose “vor dem Gesetz”Eine unbekannte Vorlage zu Kafkas “Türhüterlegende”” en Vierteljahh-
ressrift für Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte, 57/4, 1983, 636-650.
129
nes —Kemuel, Hadarniel, Sandalfon y Galizar— que impiden el acceso a la
Ley; están jerarquizados y cada uno de ellos va poniendo mayores dificultades
al paso de Moisés. Cada uno de ellos es también más poderoso que el anterior.
Al final de la narración, el propio Dios acompaña a Moisés preservándole de los
guadianes y le entrega la Torá. Kafka utiliza, para su propia parábola, este rela-
to, pero invirtiéndolo como un guante. Mediante la reescritura del relato pone
Kafka en cuestión la fe de un “pueblo elegido” en Dios y en sí mismo. No hay
mediación posible, ya que el hombre no puede penetrar en la Ley ni hablar con
Dios, como un amigo, al igual que había hecho Moisés. La jerarquía angélica
del relato es transformada por Kafka en jerarquía burocrática, en “un tiempo de
espaldas a Dios y sin profetas”, como afirmaba Weber al final de La Etica Pro-
testante.
Joseph K. malinterpreta el relato ya que se identifica con el hombre del
campo y piensa que éste ha sido engañado por el guardián. El sacerdote, co-
mo Tirésias, en Edipo Rey de Sofocles, le responde reinterpretando la figura del
guardián como el perfecto funcionario cumplidor de su deber, “amante de la
exactitud y estricto observador de sus funciones”, “consciente de la importan-
Los jóvenes en un mundo en transformación
cia de su servicio”, que “tiene respeto por sus superiores”, “no es charlatán”,
“no es sobornable”, “no se deja ablandar ni atiende a súplicas”, incluso “pare-
ce una persona amable”. ¿No es este el modelo de burócrata weberiano? (Gon-
zález, 1989, 177). El final del párrafo, como más adelante pone de manifiesto
cuasinietscheanamente el sacerdote: “No, no hay que creer que todo sea ver-
dad, hay que creer que todo es necesario”, dentro de un tiempo destinal ine-
xorable que se escapa al que busca la verdad de la burocracia, el sentido no es
verdadero, ni falso, sencillamente es la coimplicación de ambos momentos, de
forma dramática y dolorosa. Ya se deja entrever aquí “la otra voz”, la que ha-
bla desde la perspectiva de los clientes y miembros de la burocracia, “su pecu-
liaridad específica, tan bienvenida para el capitalismo, la desarrolla en tanto
mayor grado cuanto más se “deshumaniza”, cuanto más completamente al-
canza las peculiaridades específicas que le son contadas como virtudes: La eli-
minación del amor, del odio, y de todos los elementos sensibles personales, de
todos los elementos irracionales que se retraen al cálculo” (Weber, 1978, 732).
Weber analiza la objetualización de las relaciones sociales (Vergegenständigung)
que se produce en las organizaciones, bajo el prisma de su despersonalización,
vuelve a usar la imagen de la máquina que trabaja racionalmente (pero sin sen-
tido): “Una máquina inerte es espíritu coagulado. Y sólo el serlo le da el po-
der de forzar a los individuos a servirla y de determinar el curso cotidiano de
sus vidas de trabajo, de modo tan determinante como es el caso en la fábrica.
Es asimismo espíritu coagulado aquella máquina viva que representa a la or-
ganización burocrática” (Weber, 1978, 1074). Cuando pasamos de la admi-
nistración de las cosas a la administración de las personas62, a través del fun-
(62) W. Schluchter, Aspekte Burokratische Herrschaft, Frankfurt, l972, 236-301. En oposición a Engels que pen-
saba que la evolución social conducía de forma “natural” a la “administración de las cosas”.
130
cionario, de ese “Fachmensch ohne Geist”, la burocracia deviene una “jaula pa-
ra una nueva servidumbre” (Gehäuse für eine neuen Hörigkeit) (Weber, 1982,
Vol. 2, 396; Mitzman, 1976, 153-165). Weber detecta que la ética universa-
lista religiosa de la hermandad choca con las formas de racionalidad econó-
mica y administrativa, en las que la economía y el Estado son objetivados en
un cosmos afraternal (Weber, 1958, 332-333). El mundo de la vida y sus pa-
trones simbólicos de significado colisionan con los imperativos funcionales
de creación de riqueza y de administración de cosas y de personas en un do-
minio social éticamente neutralizado.
Thomas Bernhard, gran dramaturgo austríaco muerto no hace mucho, nos
presenta una reactualización del Segismundo de Calderón, de la conciencia
del fracaso, la contingencia y la negatividad socialmente producidas, en su
magnífica novela Corrección, publicada en 1975, en donde el narrador anóni-
mo de la novela, tras el suicidio de su amigo Roithamer, llega a la casa del ta-
xidermista Hoeller, construida en la garganta del río Aurach, para hacerse car-
go de las notas que aquél le ha legado. Roithamer había permanecido en la
buhardilla de esa casa durante seis años, entregado a la tarea de construir y pla-
131
5. El “hombre sin atributos” como hombre de posibilidades
Tener un self es una cualidad humana esencial por encima de todas las di-
ferencias de historia y cultura y la obra maestra de Robert Musil: El hombre sin
atributos, publicado entre 1930 y 1942, representa una de las más impresio-
nantes secuencias en esa larga metamorfosis que experiementa el self moderno
y que aquí narramos. Situado en Viena en 1913, describe un mundo al borde
del precipicio —moral, cultural y político— que conduce al abismo de la pri-
mera guerra mundial al año siguiente. El hombre sin atributos de Musil, un
matemático agraciado, amoral y concupiscente, de buena familia, llamado Ul-
rich, es uno de los antihéroes cómicos más atractivos de la literatura contem-
poránea. Ulrich, un hombre en sus treintaitantos, interrumpe una carrera exi-
tosa para volver a Austria por un año, decide coger unas “vacaciones al margen
de la vida normal” y, por accidente, se implica en un proyecto patriótico (Pa-
rallelaktion se llama, por ser una réplica de un acto similar en Alemania) para
conmemorar la celebración en 1918 del setenta aniversario de la coronación del
emperador Francisco José. El orden del Estado, la Kakania 63, el puzle territo-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(63) R. Musil, El hombre sin atributos, Barcelona, 1961, Vol. 1, 37. La abreviatura de las siglas iniciales del Im-
perio austro-húngaro eran K. K (pronunciado kaka, abreviatura de Kaiserlich Königlich que significa: imperial-real)
o también K. u K. (pronunciado Ka und KA, abreviatura de kaiserlich und königlich que significa Imperial y real).
(64) Ver esta idea en P. L. Berger, A Far Glory, Nueva York, 1992, 113.
132
fecto caldo de cultivo puesto que, el individuo sólo será tal en medio de una gé-
nesis social del self, a través de la acción, de la interacción, en los más variados
contextos vitales, jugando con los roles más diversos, como acertadamente lo
pone de manifiesto Cees Nooteboom en El día de todas las almas (1998), en bo-
ca de su protagonista Arthur Daane: “A Arthur Daane le gustaba la gente que,
tal y como él lo expresaba, “llevaba más de una persona dentro”, y no diga-
mos cuando esas diferentes personas parecían oponerse entre sí. En Víctor co-
habitaba toda una sociedad bajo una apariencia de simulada indiferencia” (No-
oteboom, 2000, 21).
Volviendo al Ulrich musiliano, tenemos que decir que hablar de un hom-
bre sin atributos65 no significa negar que él exhiba toda una serie de atributos
sino que todo el conjunto de atributos que exhibe no son realmente suyos66.
Ser sin atributos es, en este sentido, ser sin carácter —ese residuo de identidad
inscrito que nos hace lo que somos— y ser sin carácter no es sino ser anónimo.
Así proclama Ulrich de sí mismo: “él era, después de todo, un carácter, inclu-
so sin tener uno” (Musil, 1961, Vol. 1, 184). “Nada es firme, ningún yo, nin-
gún orden”67, para Ulrich, todo es transferible, todo es parte de un entero, de
(65) Walter, el marido de Clarissa, es el primero que caracteriza a Ulrich como un hombre sin atributos. Ver R.
Musil, opus cit, 79.
(66) Ver el trabajo de R. Kimball: Experiments Against Reality.The Fate of Modern Culture in Postmodern Age, Chi-
cago, 2000, 137.
(67) R. Musil, opus cit, 80, 187, 304-305: “En lo inestable tiene el futuro más posibilidades que lo estable; y el
presente no es más que una hipótesis, todavia sin superar”. Es importante observar la influencia del nihilismo crítico
nietzscheano en el “hombre sin atributos” de Musil.
(68) P. L. Berger, opus cit, 114. El excelente trabajo de Ramón Ramos (“Simmel y la tragedia de la cultura” en
Georg Simmel en el centenario de la Filosofía del Dinero, REIS, 89, 2000, 37-73) se adentra en el Zeitdiagnose espe-
cíficamente moderno que anida en la obra de Simmel y realiza una interesante genealogía del “homo tragicus”. Inda-
ga inicialmente en las raíces de la tragedia en el mundo griego donde se manifiesta la copresencia de un drama coral y
del héroe trágico (Prometeo, Edipo, Ulises), para constatar el cambio de la tragedia en el cristianismo, donde ha des-
aparecido ya el coro y persiste el héroe individual, que arriba a la modernidad ilustrada y postilustrada, en un nuevo
drama coral de espectadores anónimos, cuyo héroe ya no es más Prometeo, ni Jesús de Nazareth, ni siquiera su secu-
larización goethiana en Fausto, o en el modernísimo Doktor Faustus de Mann, sino el “hombre sin atributos” como
sujeto de posibilidades que comparece en Musil o en el flâneur de Baudelaire-Benjamin. Este drama coral sin héroe se
escora hacia el absurdo, en un mundo desvertebrado, pero exclusivamente humano, heterogeneo, ambivalente, “en el
que el nomos humano ha desplazado totalmente al cosmos divino, fijando el destino exclusivamente a partir de sí mis-
mo”. Como los ángeles protagonistas de Wings of Desire (Cielo sobre Berlín), el film de Win Wenders con guión de Pe-
ter Handke, el heroe trágico que Ramos extrae de Simmel “no grita, no se queja, no hay coro comunitario que maldi-
ga un destino personal y lo reubique en el probable hermanamiento del nomos humano y el cosmos divino...Sólo
queda una muchedumbre solitaria de hombres sin atributos..., que sólo pueden hallar una salida en los milagros ex-
tracotidianos de la aventura y la experiencia estética de la movilidad pura”. Lo que caracteriza a éste hacer y padecer, a
ésta actividad y a ésta pasividad, en definitiva, a ésta ambivalencia específicamente moderna es, por una parte, su ten-
dencia a separar, a desmembrar (sparagmos) lo que estaba unido, y esto y no otra cosa es la fisión simbólica moderna
frente a la fusión simbólica premoderna, y, por otra parte, su tendencia a unir monstruosamente lo que estaba separa-
do, como lo ha puesto de manifiesto la espantosa Shoah o la barbarie estalinista. En esta coincidentia oppositorum im-
posible es donde comparece el destino trágico de la modernidad.
133
dad, su modo dominante es el subjuntivo; Ulrich, el hombre sin atributos, es
alguien cuyo sentido de lo posible se halla superdesarrollado69. Así se pregunta:
“¿Por qué, entonces, no somos realistas?. Ninguno de ellos lo era, ni él ni ella:
sus ideas y su conducta no han dejado ninguna duda al respecto; ellos eran ni-
hilistas y activistas, unas veces lo uno y otras lo otro, sucediera lo que suce-
diera”70. En otras palabras, el self moderno se caracteriza por su finalidad abier-
ta, en proceso, por su alto grado de libertad, pero, a veces, como ahora, la
libertad de elegir se puede experimentar como una carga, caso de Ulrich.
Incluso el concepto de verdad y de realidad de Ulrich no son sino una de-
rivación literaria del fondo filosófico nietzscheano y un preludio de la postmo-
dernidad. Así se pregunta: “¿Es verdad que yo conozco mi verdad?. Los objeti-
vos, las voces, la realidad, todo esto tentador, seductor y guía, a lo que nosotros
seguimos y en lo que nos escollamos...¿Es esto pues la verdadera realidad, o no
se revela de ella nada más que un soplo intangible descansado sobre la brinda-
da realidad?” (Musil, 1961, Vol. 1, 159). “Vivir hipotéticamente” (Musil,
1961, Vol. 1, 304), en medio de conjeturas, facilmente sometibles a falsación,
refleja el concepto de verdedera realidad para Ulrich. No existe “ni orden, ni
Los jóvenes en un mundo en transformación
(69) Peter Fuchs ha destacado en “Von Etwas —Ohne— Eigenschaten”, Manuscrito, 2001, la afinidad existente
entre el “hombre sin atributos” musiliano y la “sociedad sin atributos” actual como los dos lados de una constela-
ción sociocultural con posibilidades infinitas que trata de crear constantemente nuevas formas de reducción de la
contingencia existente en el mundo.
(70) La influencia nietzscheana en Musil se pone de manifiesto en este párrafo.
134
jorem dei gloriam, como ocurría en esa primera constelación que produjo la as-
cética protestante en occidente, sino un “vacío” para ser llenado y rellenado con
nuestras fantasías sin que nunca se agoten sus potencialidades, es como la no-
ción del uts (vacío) del escultor vasco Jorge Oteiza. Este nuevo self se proyecta
como algo “vacio no impedido (unencumbered) por nada e improvisa-
dor”71, es decir, como aquella instancia que permite un elenco infinito de po-
sibilidades. Este self proteico y plural tiene su correspondencia en un mundo
plural. Si Dios no existe como centro de nuestra vida, entonces, cualquier
self es posible. El “hombre sin atributos” musiliano anticipa, en el primer ter-
cio del siglo XX, algo que va a ser una realidad abrumadora en el último tercio
de dicho siglo y ya comenzado el siglo XXI, la existencia de un self postmo-
derno en sus diversas acepciones: playing self (Melucci), minimal self (Lasch).
Conclusiones
En este viaje que hemos realizado, como Ulises saliendo y regresando a Ati-
(71) Ver esta idea tomada de R. N. Bellah y colaboradores en Habits of the Heart: Individualism and Conmitment
in American Life, Nueva York, 1985, 80.
135
Bibliografía
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Los jóvenes en un mundo en transformación
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CAPÍTULO II.2
LA DIFERENCIACIÓN DE SENTIDOS EN LAS
141
Se pretende con todo contribuir a una sociología del conocimiento de las
nuevas formas sociales de estructuración del sentido que vienen emergiendo de
nuestras sociedades complejas, en cuya cúspide, si bien, convenimos con la ma-
yoría de los expertos, predomina aún el arquetipo moral religioso ortodoxo,
deben contemplarse también otras estructuras de conciencia emergentes, no
contempladas hasta ahora desde una óptica laica1, cuyo desvelamiento empíri-
co resulta imprescindible en el entendimiento de las nuevas formas de sociabi-
lidad emergentes y aspira a informar con rigor científico las actuaciones de
quienes tienen en sus manos la responsabilidad —política, social o religiosa—
de contribuir a la integración funcional, moral y simbólica de nuestras sociedades.
(1) A excepción del estudio que yo mismo realicé hace algunos años (La religiosidad de los jóvenes: nuevas for-
mas de espiritualidad, INJUVE. Madrid, 1998) no hay precedentes de estudios que aborden la constitución plural de
sentido en nuestra sociedad puesto que ésta ha venido dándose por supuesta exclusivamente respecto de los cánones
religiosos de manera que la mayor parte de los estudios producidos desde esta óptica confesional se han restringido a
juzgar si nuestra sociedad carece o no de sentido por diferencia con dichos cánones. Como bien afirma Joan Struch “si
la religión ha dejado de ser un tema central en la teoría sociológica es porque lo religioso se ha definido siempre en tér-
minos religiosos, hasta el extremo de que han sido los burócratas eclesiásticos los que han definido el objeto de la in-
vestigación sociológica”. Pero lo religioso es más que lo eclesiástico y el problema crucial que es necesario abordar no
se limita ya a describir con mayor o menor acierto cual es el grado de adecuación comportamental o creencial de un
cierto número de creyentes a unas determinadas normas religiosas, a una determinada moral o a un determinado sen-
tido, sino llegar a conocer cuáles son los procesos por los que comienzan a legitimarse o mejor a estructurarse el senti-
do a partir de las nuevas actitudes, creencias, valores y comportamientos en que se revela.
(2) Bell, Daniell, “Las ciencias sociales desde la segunda guerra mundial” Ed Alianza, Madrid, 1984.
(3) En nuestras sociedades avanzadas, escribe Baudrillard, “la cibernética es una prolongación del sistema ner-
vioso central”, un feed back que marca el fin de la linealidad introducida en el mundo occidental por el alfabeto y las
formas continuas del espacio euclidiano”. Por su parte Castells, destacando el protagonismo que tales sociedades de in-
formación conceden al sujeto, vaticina: “esta especie de “redes horizontales” de comunicación intersubjetiva harán di-
fícil la manipulación de la información de los poderes financieros, políticos y religiosos”. Finalmente, concluye Lévi-
Strauss,: “sin reducir la sociedad o la cultura a la lengua... esta revolución copernicana.... consistirá en interpretar la
sociedad en su conjunto en función de una teoría de la comunicación”.
142
Efectivamente, por usar la conocida expresión de McLuhan, como si de una
“aldea global” se tratara, tan inmensa ‘red cibernética’ (Wiener) permite hoy
obtener en tiempo real una “visión global” casi instantánea de los problemas del
mundo. Sentir en lo próximo e inmediato sucesos acaecidos en lugares extre-
mos. Multitud de costumbres ejercidas a través de un sinfín de símbolos y ri-
tualizaciones culturalmente muy diferentes, pueden ahora ser aprendidas, com-
paradas, contrastadas, asumidas, discutidas o, más frecuentemente,
sincretizadas en una imparable “reabsorción significacional” que, casi podría de-
cirse, produce “vértigo cultural” al desafiar frontalmente los referentes de sen-
tido moral tradicionalmente instituidos por las sociedades y de la propia exis-
tencia.4
Tal polifonía de significaciones (Habermas), tan críticamente deseable co-
mo “diálogo social” , ha llegado a generar, incluso en nuestro lenguaje —sede
exclusiva de la creatividad del hombre para construir su cultura— la conviven-
cia de un universo de significados y significantes, de signos y símbolos, ex-
traordinariamente fragmentado y sincrético, ajenos al arsenal ortodoxo de sig-
nificados atribuidos a cada uno de ellos en nuestra tradición cultural5.
(4) Por ejemplo, un 91% de los jóvenes entrevistados en nuestro estudio (CANTERAS MURLLO, Andrés, 2003:
“Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”. Ed. INJUVE. Ministerio de asuntos Sociales) opinaron que lo que puede ser
verdad en unos lugares del planeta puede no serlo en otros.
(5) Concretamente, un 89% de los jóvenes que se denominaron a sí mismos creyentes manifestaron, no obstan-
te, dar a los símbolos sagrados católicos ortodoxos un significado distinto al que les atribuye la Iglesia. Incluso 8 de ca-
da 10 afirmaron no creer que exista una única religión verdadera.
(6) Como afirma Olabuénaga: “el fenómeno cultural más señalado es la quiebra cultural de nuestra sociedad, con
la presencia simultánea de criterios de legitimación dispares y con frecuencia incompatibles”. Efectivamente, “lo que
se encuentra el individuo en su camino desde la individualidad a la sociabilidad, desde el yo personal al yo social no es
la presencia hegemónica, ni tan siquiera la simple carencia de una racionalidad universal legitimada y legitimante, si-
no la simultaneidad de múltiples racionalidades, todas ellas igualmente legitimas y legitimantes. Esto aboca al individuo
a la —incesante— necesidad de “seleccionar y jerarquizar” sin criterios ni apoyos absolutos ofrecidos por los agentes
de socialización (familia, religión, ideología, clase social, etnia...) que le guíen y acompañen en este viaje de socializa-
ción desde la autonomía personal a la convivencia social”.
143
Esta especie de “multisocialización” provocada por la simultaneidad de múl-
tiples criterios de racionalidad dispares, ha menguado, de modo ostensible, la
credibilidad en los referentes morales que daban sentido a la tradición y a la
personal existencia y ha traído consigo una importante “relativización” de las
ideas, creencias y valores que sostenían el sentido y la moral de nuestra comu-
nidad. Ideas, creencias y valores, antes incuestionados y comúnmente compar-
tidos, son ahora incesantemente contrastados con otras realidades, con “otros
mundos” con “otras culturas”, “otras significaciones” otros modos de entendi-
miento igualmente legítimos y plausibles.
Esto significa que las culturas, que tradicionalmente trazaban mapas cogni-
tivos sociales a través de macrouniversos de significado históricamente repro-
ducidos por las instituciones de socialización a través de un núcleo proteico de
valores y creencias socialmente compartidos, que reducían la incertidumbre so-
cial generando seguridad y confianza mediante la pervivencia de la tradición, a
través de la reproducción generacional de un conjunto de interpretaciones y
significatividades “absolutas”, geográfica y temporalmente asentadas en el de-
venir histórico de cada hombre y de cada sociedad, ya no pueden por más sus-
Los jóvenes en un mundo en transformación
144
jeto y, menos aún, que no pueda ritualizarse socialmente a través de actitudes,
valores, creencias y comportamientos diferentes —incluso participar de varios
a un tiempo—. El hombre, como las sociedades, está inexorablemente sujeto a
permanentes procesos adaptativos susceptibles de hacer emerger nuevas racio-
nalidades, nuevas sensibilidades, nuevos modos de percibir, de pensar y de es-
tar en el mundo y, en definitiva, de concebir el modelo cultural de la sociedad
que habita y de sí mismo, merced a la permanente emergencia de sucesivos ór-
denes de conciencia individual y social.
Debido pues a la primacía de tales órdenes individuales de conciencia y al
complejo entramado multicultural de racionalizaciones dispares cada sujeto
puede verse a sí mismo, en un mundo cada vez más globalizado, como un pro-
ducto individuado, único y diferenciado, resultado de su personal historia y de
los valores, creencias y modos de organización que comparte con su entorno; y
la sociedad un contingente abierto de posibilidades interactivas en permanente
estado de autoorganización susceptible de hacer emerger, de manera apriorísti-
camente indeterminable, un elenco armonioso de sentidos múltiples en base a
la impredecible interacción de éticas y órdenes de conciencia crecientemente
(7) El tránsito desde unas sociedades cerradas tradicionales en las que el resultado del orden moral y social —
coincidentes— no era sino la suma de los diferentes órdenes morales individuales, a otras “abiertas” postradicionales,
en las que la sociedad emerge como un modelo sistémico autoorganizado de orden social y moral —incoincidente—
impredecible a partir de la interacción de una diversidad de sub-sistemas éticos regidos por leyes diferentes, ha supuesto
un giro copernicano en la reproducción generacional de las culturas.
145
Ya sea en términos religiosos o laicos, el sentido y la moral tradicional de
nuestra sociedad se ha vuelto relativista y sincrético. Adaptativo a la plurali-
dad de expectativas y situaciones posibles en tiempo y lugar. Pragmático. Los
dogmas ya no existen. Los valores “últimos” se relativizan. Los uniformes uni-
versos simbólicos que sostienen las creencias, pierden sentido en cuanto ide-
ologías. Las identidades culturales se fragmentan. Diríase que, en una socie-
dad compleja y diversificada como la nuestra, dominada por una nueva
racionalidad y un nuevo concepto de naturaleza, la moral se ha vuelto fluida,
autogenerativa y cambiante. En definitiva, un orden moral contingente perma-
nentemente incompleto y sin sentido predefinido que se autogenera desde tal
diversidad de racionalidades y éticas y que, pese a su aparente desorden, es
susceptible de engendrar un nuevo orden social moral construido, eso sí, so-
bre “lo cotidiano” (Malinowski). Su reproducción, por tanto, ya no sigue un
proceso linealmente instituido por la fuerza de la tradición, sino autoprodu-
cido, complejo, impredecible, experiencial, fragmentario, a resultas de la ne-
cesidad de habérselas con tal orden de circunstancias y heterogeneidades8. Por
eso orden moral y orden social no son ya coincidentes. La suma de éticas in-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(8) Efectivamente, nuestros jóvenes no viven ya en un orden moral históricamente dado y jerárquicamente apren-
dido por la fuerza de la tradición encarnada en las instituciones, sino en un orden moral contingente, autoproducido en
permanente emergencia del relativismo cultural y de la heterogeneidad de universos de significado y de sentidos indivi-
duales y sociales que conviven informalmente en una diversidad de órdenes de conciencia y modos de ver el mundo.
(9) En tal sentido, y a propósito de la actual encrucijada moral de los jóvenes, escribe Margaret Mead: “Nuestros
jóvenes confrontan una serie de grupos diferentes que creen en cosas diferentes y defienden prácticas diferentes, a los que pue-
de pertenecer algún pariente o amigo de confianza. Así el padre de una chica podría ser un presbiteriano, imperialista, ve-
getariano, abstemio, con una fuerte preferencia literaria por Edmund Burke que cree en la libertad de comercio.... Pero el
padre de su madre puede ser un episcopaliano de los Derechos de los Estados y la doctrina Monroe, que lee a Rabelais.... Su
tía es agnóstica, enérgica defensora de los derechos de las mujeres, internacionalista, basa toda su esperanza en el esperanto,
adora a Bernard Shaw... Su hermano mayor... es un anglo-católico entusiasta de todo lo medieval, que escribe poesía místi-
ca... El hermano más joven de su madre es un ingeniero, materialista rígido... desprecia el arte, cree que la ciencia salvará el
mundo... De modo que —concluye Margaret Mead— la lista de entusiasmos posibles y compromisos sugestivos, incompati-
bles unos con otros, es abrumadora”.
146
IV. A la búsqueda de sí mismo: Un nuevo talante genuino y directo
(10) Tal ejercicio de creatividad no está exento de dificultades al plantear al joven la necesidad de afrontar dicha
tarea en una situación de competencia sin el respaldo de una tradición subjetivamente creíble a la que recurrir para pa-
liar su desorientación.
(11) G. Durand insiste que uno de los principales rasgos de la religiosidad moderna es la emergencia del para-
digma de Hermes-Thot, como agotamiento del modelo de racionalidad instrumental. En ella conviven desde aspectos
procedentes de la nueva ciencia hasta las más viejas tradiciones herméticas o las ancestrales sabidurías orientales. Un
cúmulo creencial globalizante, una cosmovisión que integra holísticamente lo humano con lo divino, lo sagrado y lo
profano, en una única realidad inmanente unificadora, global y eternopresente, superando con ello barreras culturales,
creenciales, comportamentales o de específicos conocimientos religiosos o científicos.
147
cia y la inseguridad en aras a la mejora de aspectos concretos de su vida perso-
nal y social. Experiencial porque tal constructo se asienta sobre la sabiduría que
arroja la experimentación en el si mismo de lo inmediatamente vivido. La ex-
periencia de sentirse y percibirse en primera persona en el mundo. Emotivo y
vivencial porque, debido al auge de tal experiencialidad, la racionalidad instru-
mental pierde fuerza en aras del sentimiento, de “la lógica del corazón” pues, al
fin y al cabo, como afirmara Rudolf Otto, la emoción es inseparable de la vida
y, por tanto, de la sociabilidad humana12.
El sentido alcanzado por cada sujeto deviene ahora, en gran medida, del
éxito alcanzado en el ejercicio que conjuga toda esta creatividad personal y no
tanto de la educación o del mandato externo (H. Grotio, Descartes). Valores
tales como solidaridad, tolerancia, etc., no son únicamente aprehendidos,
transmitidos, heredados de la tradición; sino en buena parte “espontáneos”,
emergidos de la propia experiencia. De la vivencialidad en primera persona.
Como dijera Aranguren:
(12) Afirma Durkheim también que la emoción es la experiencia fundamental de las religiones y está siempre en
el origen de las representaciones colectivas. A este respecto la emocionalidad como experiencia fundamental de las re-
presentaciones colectivas resulta capaz de generar redes de vinculaciones informales de alta consistencia y cohesión
emocional tanto en grupos creenciales o de sentido formalmente constituidos —como es el caso de las pequeñas fra-
ternidades, movimientos de comunidades, catecumenados, etc.,— como en grupos informales como es el caso de las
sectas en las que la vinculación emocional entre los adeptos y con el líder carismático aparece como una de las princi-
pales fuerzas cohesionantes.
(13) No se trata de una “racionalidad funcional” en términos habermasianos, exclusivamente preocupada por el
logro de intereses concretos, sino del aprendizaje consciente obtenido a través de la experiencia personal con lo coti-
diano. Una especie de autoexploración del yo que fragmenta las identidades y las configura de manera peculiar en re-
lación con las distintas capacidades adaptativas que muestran los sujetos en relación al contexto cultural en el que se
desenvuelven.
148
Efectivamente, el sentido no es sino una forma más compleja y elaborada
de la conciencia y como tal nunca puede ser abstracto sino referido a algo. Se
tiene sentido respecto de algo porque se tiene conciencia de algo y se tiene con-
ciencia de algo porque se ha dirigido la atención —y la intención— hacia ese
algo a través de la percepción, la memoria o la imaginación.
Las vivencias conscientes son, por tanto, el fundamento práctico inmediato
desde el cual puede surgir el sentido y las experiencias núcleos de oportunida-
des susceptibles de generarlo. Es pues la relación consciente y el intercambio de
experiencias con el entorno a través de actos lúcidos lo que permite desarrollar
la conciencia y, en definitiva, generar evolutivamente sentido. Toda acción está
siempre guiada por un propósito hacia un fin preconcebido —esto es sentido—
de manera que acto e intención mantienen una tensa e inseparable relación re-
cíproca. Es así como llega a configurarse un sistema de sentido psíquico sus-
ceptible de engendrar, en su interacción con los demás individuos en un en-
torno cultural concreto, un universo de significados sociales y particulares
permanentemente autoorganizado en virtud de modos diferentes de percepción
y de los distintos propósitos que rigen el intercambio. Se configura así un sis-
(14) Como afirma Luhmann, la función del sentido es mantener el mundo como un ámbito de posibilidades,
orientando la experiencia y la acción y reduciendo la incertidumbre que provoca en el sujeto tal complejidad (Luh-
mann: 1998, 29).
(15) “El conocimiento, en sentido objetivo, es totalmente independiente de las pretensiones del conocimiento
del sujeto, también es independiente de su creencia o disposición a sentir o actuar. El conocimiento, en sentido obje-
tivo, es conocimiento sin sujeto cognoscente” (Popper, Karl,1974. “Epistemología sin sujeto cognoscente”, en Cono-
cimiento objetivo. Ed Tecnos, p. 108). O bien afirma en igual sentido Wittgenstein: “ ...en Lógica nosotros no expre-
samos por medio de los signos lo que queremos, sino que habla la naturaleza de los signos esencialmente necesarios...y
así las proposiciones matemáticas no expresan ningún pensamiento”.
(16) El cúmulo creciente de insospechados conocimientos provenientes de distintos ámbitos disciplinarios apor-
tando una visión holística e integradora de la naturaleza, han conmocionado de tal forma el pensamiento humano que,
hoy puede decirse que la humanidad ha despertado a una nueva racionalidad en cuanto a sentirse manifestación inse-
parable de la realidad que habita. Tal epistemología ha representado esencialmente la emergencia de una conciencia
global que contempla la naturaleza como un todo inseparable del observador que, ahora desde esta nueva racionalidad,
resulta cocreador con todo el Universo en todas sus manifestaciones. Una naturaleza autoconsciente capaz de re-crear-
se indefinidamente bajo una heterogeneidad de formas sorprendentes e impredecibles de las que el hombre resulta in-
separable.
149
mara por ejemplo la Ilustración, sino formas diversas de sentir, de pensar, de
creer, de razonar, de ser y entender la realidad, siempre apegadas a la experien-
cia de las sabidurías locales, siempre territorializadas. Siempre construidas re-
flexivamente17, siempre vinculadas a la naturaleza cognoscente del “otro gene-
ralizado” (G. H. Mead)18.
En definitiva, lejos de que la intensa reconfiguración del sentido social que pre-
sentan nuestras sociedades complejas, parta de cambios estructurales de los siste-
mas políticos o económicos que obliguen a cambios sociales a los que el individuo
deba de adaptarse, se trata muy a la inversa de cambios producidos “de abajo a arri-
ba”. Cambios producidos en la conciencia individual que tienen consecuencias so-
cioestructurales sin precedentes históricos que sirvan de referencia.
Una gran revolución de la conciencia individual de impredecibles repercu-
siones sociales cuyo análisis personalmente denomino “sociología de la con-
ciencia” y que tiene que ver con el modo endogénico con que, a través de aza-
rosos comportamientos individuales y colectivos, vienen operándose drásticos
cambios sociales en virtud de cambios operados en la conciencia individual y
no a al revés.
Los jóvenes en un mundo en transformación
Ahora bien, si, como decimos, el sentido individual no es sino una forma
más compleja y elaborada de la conciencia y la conciencia, guiada siempre por
un propósito o intencionalidad, ha de estar siempre referida a algo —ya sea a
través de la percepción, la memoria o la imaginación—, parece consecuente
que, de modo general, el sentido de las acciones individuales se configure siem-
pre de manera que:
a) el sujeto cognoscente se posicione diferencialmente respecto de algo o al-
guien (dimensión epistemológica) que conocer.
b) que exista un objeto intencional a modo de “algo” qué conocer (dimen-
sión ontológica) conceptualizado de modos diferentes.
c) que se establezca igualmente de manera diferenciada una relación o acción
cognitiva entre ambos (dimensión relacional o comportamental ) de ma-
nera ortodoxa o más o menos heterodoxa.
Tales dimensiones del sentido individual —epistemológica, ontológica y
metodológica o relacional— podrían muy bien ser conceptualizadas a través de
tres pares de conceptos polares seminales clásicos, a saber: “Creencia o Conoci-
miento?”, “Trascendencia o Inmanencia?” para referirnos a los parámetros episte-
mológico y ontológico que configuran la dimensión mítica individual de sen-
tido y Ortodoxia o Heterodoxia para referirnos a la meramente comportamental
o de representación ritualizada del sentido.
(17) Tal constructivismo reflexivo representa un hito importante en el desarrollo de una nueva racionalidad y de
una nueva conciencia en cuanto modo de ver el mundo —de autoconocimiento— puesto que ahora el hombre —la
humanidad— puede verse a sí mismo viendo el mundo, poniendo en cuestión no solo la naturaleza de aquello que ve
(paradigma clásico) sino su propio modo de relacionarse con lo que ve, de relacionarse con “lo otro” (paradigma com-
plejo), relativizando su propio conocimiento en una inacabable cogeneración recíproca.
(18) Herbert Mead, George (1972) “Mind, self and society” Ed. The University of Chicago Press, Chicago.
150
V. La diferenciación social de sentidos: Desinstitucionalidad
y emergencia de nuevas sensibilidades o estructuras de sentido
(19) No cabe duda de que, tal reconfiguración del sentido único tradicional debe superar aún unas particulares
dificultades antes de emerger en un sistema complejo de sentidos múltiples diferenciados. A este respecto parece más
acertado plantear nuestro particular momento histórico como un momento de tránsito o metamorfosis cultural den-
tro de un proceso más profundo de cambio de la conciencia humana.
(20) Surgen así nuevos espacios de sentido que “destradicionalizan” (Giddens) y “transgreden” el orden social evi-
tando la reproducción ad infinitum del orden moral. Al fin y al cabo, como afirmara Stuart Mill, “la inmoralidad éti-
ca de hoy puede transformarse en la ética dominante del mañana”.
151
su propia organización de sentido ante la imposibilidad de restaurar esquemas
interpretativos del pasado como la historia ha demostrado reiteradamente.
Así, por ejemplo, las instituciones democráticas representadas en los parti-
dos políticos o los sindicatos no aciertan ya, como antes, a encender la ilusión
de sus potenciales afiliados o votantes que escasamente se sienten animados a
participar electoralmente y, menos aún representados por sus ideologías; las
iglesias tampoco consiguen asentar sus credos en la cada vez más exigua feli-
gresía; los modelos educativos se acomodan torpemente a la acelerada dinámi-
ca de conocimientos que requiere la vida moderna; incluso el progresivo debi-
litamiento o casi desaparición en nuestras sociedades modernas de un gran
número de ritos de paso apuntan a la profunda crisis estructural de sentido que
se agrava en nuestras sociedades modernas avanzadas21. Paradójicamente nue-
vas sensibilidades sociales y humanas parecen ir emergiendo paulatinamente a
través de inarticulados comportamientos colectivos que, por lo general, flore-
cen a la sombra de ninguna ideología concreta. Fuertes inquietudes por la po-
breza y la paz social en el mundo, por la preservación ecológica y medio-am-
biental del planeta, por la protección de los animales, por los derechos
Los jóvenes en un mundo en transformación
(21) El elevado incremento de la tasa de suicidios juveniles registrada en la última década (véase el informe rea-
lizado por F. Alvira y A. Canteras para el INJUVE en 1996) junto al aparentemente inerradicable consumo de alcohol
y de drogas, la adepción a sectas destructivas y tribus urbanas o el drástico incremento de las patologías psiquiátricas y
psicológicas, también registrado en los países desarrollados, son algunos indicadores válidos de la fuerte crisis de senti-
do personal que viven los individuos de nuestras sociedades y que desde hace algún tiempo viene preocupando a psi-
cólogos, educadores, médicos y familias.
(22) Utilizamos aquí los términos ‘sentido funcional’ y ‘arquetipal’ en la misma dirección que J. Beriain para di-
ferenciar politeísmo funcional y politeísmo arquetipal.
(23) Aunque el pluralismo moderno ha socavado el monopolio del que disfrutaban las instituciones religiosas, la
asistencia a las iglesias ha disminuido y la pertenencia a una determinada iglesia ya no se da por supuesto, dando a la
fe la condición de elección, de posibilidad o de preferencia en vez de confesionalidad, no significa que la religiosidad
moderna haya perdido su condición de necesidad de religación con el sentido de la existencia sino tan solo que las perso-
nas con opiniones religiosas cambien de preferencia apuntando a una falta de compromiso confesional y a la posibili-
dad de adoptar otras opciones creenciales.
152
ra la construcción supraordinal de sentido de la mayor parte de los individuos y
para la integración moral de las sociedades, resulta evidente también que, debido
al proceso de secularización seguido y la complejización social, la eficacia social de
su tradicional función integradora ha menguado ostensiblemente en lo que a su
exclusivo dominio de constituir una cosmovisión de sentido único y totalizante
para la sociedad se refiere. Lo que, de modo más concreto, supone la pérdida de
influencia de este importante referente que armonizaba la convivencia social y do-
taba de integración y sentido a la comunidad en pleno. Es más, la gran mayoría
de los expertos coinciden en afirmar que la causa primordial del actual resquebra-
jamiento del tradicional orden de sentido moral religioso se debe fundamental-
mente al progresivo repliegue de las religiones a la esfera privada, a la consiguien-
te desmonopolización de las instituciones eclesiales24 y a su pérdida de influencia
en la constitución del mundo de sentido de las sociedades y de los sujetos.
A este respecto, lo inquietante de nuestro momento histórico es que la acción
integradora que, como reservas sociales de sentido, ponían en marcha tan solo
hace unos años las viejas normas morales de naturaleza esencialmente religiosa pa-
ra el mantenimiento del sentido ético general de la sociedad, han dejado de ser efica-
(24) Más específicamente nos referimos aquí a la teoría de la secularización entendida en su doble vertiente de
desinstitucionalización o pérdida de influencia de las instituciones religiosas en el mundo occidental y de credibilidad
de sus interpretaciones religiosas en la conciencia de la gente, de la persona moderna que cree poder manejarse en la
vida de manera autónoma prescindiendo de la religión en cuanto a su influencia institucional, pero no tanto de las cre-
encias, pues no debe confundirse la pérdida de credibilidad en las instituciones religiosas (desclericalización) con la per-
dida de religiosidad. Así lo pone de manifiesto el mantenimiento de una elevada tasa de religiosidad en los Estados
Unidos en donde la religión goza de una extraordinaria vitalidad e influencia en la conducta de la gente y lo mismo
pasa en buena parte de la Europa occidental. La actual situación de desinstitucionalización religiosa del mundo mo-
derno occidental, anima a pensar que tal secularización se debe más a la ruptura de los cánones religiosos y a la eman-
cipación del monismo religioso, en cuanto interpretación moral única del mundo, que a la pérdida de creencialidad
religiosa, y a la emergencia de una notable pluralización de sentidos existenciales, consecuencia de la interacción cuan-
titativa y cualitativa de civilizaciones y modos de vida.
(25) Debido a la extensa interacción comunicacional de nuestras sociedades globales, resulta cada vez menos plau-
sible mantener de manera homogénea una determinada comunidad de sentido, pues, como la historia ha demostrado
reiteradamente, todos los intentos de sostener esquemas creenciales o ideológicos del pasado están abocados al fracaso.
153
años26. Pues bien, la solución finalmente obtenida mediante un análisis facto-
rial de componentes principales ha revelado la existencia de cinco estructuras
de sentido o sensibilidades que hemos denominado: “religiosa”, socio-huma-
nística”, “esotérica”, “agnóstica” y “procientista” respectivamente.
La matriz de correlaciones así como los coeficientes de saturación que indi-
can la correlación de las variables utilizadas con cada una de las cinco estructu-
ras de sentido obtenidas ha sido la siguiente:
(26) CANTERAS MURLLO, Andrés, (2003): “Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”. Ed. INJUVE. Mi-
nisterio de asuntos Sociales
154
Ahora bien, debido a que tales factores no son en sí mismos cuantificables
—puesto que no ‘excluyen’ entre sí a los sujetos que pueden participar al mismo
tiempo de varias características comunes— y de cara a ‘diferenciar’ cuantitativa-
mente el número de jóvenes que podrían estar participando de tales sensibilida-
des o estructuras de sentido, hemos optado por realizar un análisis clasificatorio
de conglomerados o ‘clusters’ que tiene como objetivo principal la obtención de
tales grupos excluyentes mediante la asignación de casos a cada uno de los gru-
pos constituidos, de tal modo que los sujetos asignados a cada uno de los gru-
pos o clusters sean lo más homogéneos en sí y, a la vez, lo más heterogéneos en-
tre sí respecto de los demás grupos. En este caso, hemos optado por un análisis
de conglomerados no jerárquico ‘semillado’, a partir de las sensibilidades ante-
riormente obtenidas en nuestro análisis factorial de correspondencias, a las que
hemos ceñido el número de clusters finalmente obtenido.
Pues bien, realizados los análisis, hemos obtenido a partir del número total
de jóvenes de nuestra muestra y en función de las cinco mencionadas estructu-
ras o sensibilidades de sentido anteriormente elaboradas, seis conglomerados o
grupos de personas internamente homogéneos respecto de cada grupo en cuan-
155
— Se definen muy principalmente por su convicción religiosa, pues su
creencialidad es, con diferencia, las más alta de las observadas en los
seis grupos;
— Por el contrario, participan de un índice de creencialidad científica
más bajo de la media;
— Participan de actitudes materialistas más que los de ningún otro grupo;
— Su índice de preocupación por los problemas sociales y su tendencia
al voluntariado son bastante elevados;
— Presentan tendencia a la institucionalidad;
— Participan de niveles de oración o meditación por encima del resto;
— Cuentan con el índice global de sectarismo más elevado;
— Son los jóvenes que más confianza depositan en las instituciones so-
ciales, políticas y religiosas.
156
d) Estructura de sentido de sensibilidad “agnóstica”
— Es el grupo menos numeroso de los seis, pues acoge sólo al 12% de
los jóvenes;
— Se trata de jóvenes que principalmente aparecen definidos por su
proximidad a la estructura de sentido de sensibilidad agnóstica, y
por su distanciamiento de la estructura de sentido de sensibilidad
religiosa y la estructura de sentido de sensibilidad cientista;
— Se destacan por ser personas más proclives que el resto a una ideo-
logía política de izquierda;
— Son no creyentes o agnósticos por lo que participan de niveles de
religiosidad muy bajos;
— Se sitúan entre los más proclives el voluntariado;
— Su tendencia a la institucionalidad es básicamente baja o nula;
— Participan de índices de oración o meditación bastante bajos;
— Han recibido en mayor medida que el resto una educación laica;
— Finalmente se caracterizan porque su índice de confianza en las ins-
tituciones políticas y religiosas es de los más bajos.
157
habitan dotando de sentido su biografía personal y cultural al relacionar sus ac-
tos y acciones con tales metas supraordinales valorativas; pudiera pensarse, en
este contexto de permanente inestabilidad y contingencia moral, que los valo-
res “auténticos” y genuinos se hubieran perdido, que nuestra sociedad carezca
de valores “sólidos” a los que referirse, que no existan ya valores estables sino
tan solo creencias procedentes de diferentes culturas y maneras de socialización
en permanente mutación incapaces de constituir en su conjunto una “ética mí-
nima” sobre la que articular tal diversidad de sensibilidades sociales o estructu-
ras de sentidos.27
Pues bien, partiendo del mayoritario interés que los jóvenes muestran por
su educación en valores 28, hemos podido constatar en nuestro estudio que, de
manera general para toda la muestra son precisamente la tolerancia y el respeto
hacia los demás, la honradez y la responsabilidad, los valores que ocupan el pri-
mer lugar en la jerarquía de cualidades manifestadas por los jóvenes, quedando
relegadas a último término la obediencia y la fe religiosa, aspectos, entre otras
cosas, íntimamente relacionados con el modelo de orden moral tradicional de
tono religioso ortodoxo.
Los jóvenes en un mundo en transformación
(27) Expresiones tales como las de ‘crisis de sentido’ o ‘crisis de valores’, de uso común, no hacen sino evidenciar
esta situación de descrédito moral y valorativo en el que nuestras sociedades se hayan inmersas.
(28) En nuestro estudio (CANTERAS MURLLO, Andrés, (2003): “Sentido, Valores y Creencias en los jóvenes”.
Ed. INJUVE. Ministerio de asuntos Sociales) 7 de cada 10 jóvenes consideraron de alto interés recibir educación en
valores aumentando el citado interés entre jóvenes de ideología de centro derecha y religiosos a medida que asciende
su edad.
158
Importancia otorgada a diversas cualidades personales por orden
de importancia para los jóvenes
Media D. típica (N)
Tolerancia y respeto hacia los demás 9,1 1,3 2450
Honradez 9,0 1,3 2446
Responsabilidad 9,0 1,3 2453
Lealtad 8,6 1,6 2428
Sencillez y humildad 8,5 1,7 2439
Dominio de sí mismo 8,3 1,6 2421
Sensibilidad 8,3 1,6 2430
Sentido de la justicia 8,2 1,8 2424
Generosidad 8,1 1,7 2443
Independencia 8,1 1,8 2430
Imaginación 7,9 1,9 2434
Todo ello apunta a la idea de que nuestros jóvenes, parecen no tener otro re-
medio que vivir en un mundo competitivo, pero que no participan de tales va-
lores inclinándose preferentemente más por aquellos otros relacionados con la
sencillez, la sensibilidad, la generosidad, la independencia o la autonomía e ima-
ginación creativa. Por el contrario, la competitividad personal, la obediencia y la
fe religiosa quedan como se ve al final de sus preferencias valorativas.
Valores y religiosidad
159
Para ello, hemos realizado un análisis factorial de componentes principales
que ha revelado la existencia de cuatro factores latentes o dimensiones valorati-
vas básicas 29.
Pues bien, atendiendo a los resultados obtenidos para los cuatro factores ba-
rajados hemos podido constatar en la línea anteriormente argüida que, pese al
mayoritario interés en la educación en valores que los jóvenes muestran existe un
claro desencuentro con todos aquellos que tienen que ver con la fe religiosa o la obe-
diencia, lo que indica una clara pérdida de posiciones, no ya de los valores mismos
—los jóvenes son mayoritariamente creyentes— sino respecto al modo jerárquico de
trasmitirlos.
Así pues, no podemos hablar de una crisis generalizada de valores entre los jó-
venes, sino únicamente en su modo de producirse socialmente que atañe a ciertos as-
pectos particularmente relacionados con la fe religiosa y la obediencia afines a la or-
todoxia religiosa, lo que indica una clara quiebra del modelo de trasmisión
jerárquico de valores que afecta de lleno a la moral religiosa, a favor de una
orientación moral laica en red como veníamos comentando.
(29) El conjunto de los cuatro factores obtenidos con un autovalor superior a 1, explica un porcentaje muy acep-
table de la varianza total, lo que significa una reducción muy sustancial del número de variables a favor del poder ex-
plicativo de este procedimiento. Estos cuatro factores consiguen explicar un 59% de la varianza contenida en los com-
ponentes introducidos en el modelo. Y, por otro lado, tanto la Medida de adecuación muestral de Kaiser-Meyer-Olkin
(0,927) como la Prueba de esfericidad de Bartlett (Sig. = 0,000) dan a nuestro modelo factorial una consistencia esta-
dística suficiente.
160
Efectivamente, el tránsito desde una sociedad basada en la reproducción cul-
tural a otra basada en la espontaneidad creativa del sujeto, ha producido la im-
plosión de un universo de valores extraordinariamente dinámico y autogenera-
tivo, para los que las denominaciones clásicas de solidaridad, tolerancia,
igualdad, libertad, etc., ya no son representativas. Hay que reformularlos en tér-
minos conceptualmente libres del pasado, porque no se cuestiona ahora la li-
bertad, la tolerancia, el ser o no ser creyente, agnóstico o demócrata, sino el mo-
do de ser creyente, tolerante, agnóstico o demócrata. Por ejemplo, el lenguaje
tradicional religioso no representa ya muchos de los valores y creencias actuales,
ha quedado obsoleto ante una diversidad de conceptualizaciones, difícilmente
extrapolables, para las que denominaciones clásicas como “sagrado”, “religioso”,
”oración”, e incluso “creyente” no resultan ya adecuadas. ¿Cómo puede haber
tantos jóvenes creyentes que, sin embargo, no se consideran religiosos? ¿Cómo
puede haber agnósticos o, incluso, ateos que rezan frecuentemente?, ¿Como
puede haber sacralizaciones tan “irreverentes”?, ¿Cómo tanto voluntariado que
no desea pertenecer a ONG’s religiosas?, ¿Cómo tanto demócrata que no cree
en las democracias parlamentarias?
161
las más de las veces paradójicas, la pregunta es obligada: ¿existen unos valores uni-
versalmente implícitos y compartidos por tales estructuras de sentido, susceptibles de
constituir el sustrato común de una ‘ética mínima’?. ¿Un umbral de consenso moral,
sobre el que articular la diversidad de sentidos particulares o sensibilidades que pre-
senta nuestras sociedades avanzadas en un clima de respeto y tolerancia hacia lo di-
ferente al margen ya del magisterio moral de la iglesia?. Ciertos valores que, si bien
expresados de modos diversos —y desde luego lejos del tan denostado relativis-
mo ético con que algunos la califican— permitan el desarrollo, en un clima de
tolerancia, del notable pluralismo ético que presenta nuestra sociedad y sirva de
base al tránsito histórico y cultural que viene produciéndose.
No cabe duda de que tal diferenciación de sentidos, ha abierto las puertas,
a su vez, a una profunda diferenciación de las jerarquías de valores asociados a
cada una de ellas, susceptibles en conjunto de orientar de modo muy diferente
la conducta moral de los individuos.
Pues bien, en relación con tales planteamientos hemos querido conocer, a par-
tir de una jerarquía dada de valores socialmente consolidados, si existen diferencias
en cuanto al orden jerárquico de valores adscritos a cada una de tales estructuras y
Los jóvenes en un mundo en transformación
Tal trilogía, representa sin duda una muy esperanzadora garantía para el ar-
monioso y pacífico tránsito hacia un pluralismo moral y valorativo de carácter
laico, educido ahora —y no inducido— de la propia sociedad, como venimos
diciendo.
Tras este sólido grupo de valores ampliamente compartidos, un segundo
grupo de valores aparece igualmente bien considerado en las seis estructuras de
sentido obtenidas:
— La lealtad
— La sencillez y humildad
— La sensibilidad
— El dominio de sí mismo
162
Valores que en conjunto hablan de un joven autónomo y sensible, sencillo
y humilde leal con los demás acordes con los valores axiológicos de tolerancia,
honradez y responsabilidad antes apuntados.
Confirmando, pues, lo anteriormente dicho para el conjunto de la mues-
tra, los jóvenes no comparten, en ninguna de las estructuras de sentido obte-
nidas, valores relacionados con la obediencia o la fe religiosa que, en todo ca-
so, quedan siempre al final de la escala en todas ellas, lo que no hace sino
evidenciar una vez más la importante pérdida de credibilidad de la institución
religiosa en la configuración moral de nuestra sociedad en base a la escasa em-
patía que los jóvenes muestran a una pedagogía relacionada con la estricta obe-
diencia.
Lejos, pues, de homogeneizaciones funcionales vendría, así, a estar gene-
rándose un universo valorativo de sentido social altamente diferenciado, pro-
ducido ahora desde “abajo”, como resultado de un cúmulo creciente de inter-
acciones personales. Una metamorfosis del sentido social tradicional que ya no
se genera bajo el peso de ideologías de turno histórico y de la tradición sino de
la interacción de una heterogeneidad dinámica de éticas y sentidos individua-
(30) Ante tanta diversidad y relativismo, ante tal fragmentación de nuestro tradicional universo único de senti-
do no es de extrañar que surjan movimientos de retorno a la pureza de las tradiciones, que —a modo de “refugio”—
rechazan todo cuestionamiento crítico reafirmando la fuerza y vigencia de la tradición. Sectas, tribus urbanas, funda-
mentalismos, neointegrismos, movimientos de renovación interna de las instituciones y “pensadores autónomos” se
dan cita en esta constelación de posibilidades adaptativas. Incluso podría pensarse que buena parte de las actuaciones
de voluntariado que se practican podrían estar impulsadas por esta necesidad de sentido.
(31) Hemos podido demostrar que diferentes valores aparecen asociados con diferentes formas adaptativas. Acti-
tudes como las de obediencia, respeto, sumisión a la autoridad y jerarquía son propios de tendencias tradicionalistas y
se corresponden con valores relativos a ser adoctrinado, enseñado o inculcado desde un referente de sentido externo.
Por el contrario otras, como criticismo, eclecticismo, flexibilidad dogmática, etc., pertenecen al campo de la autorrea-
lización y del conocimiento experienciado e inmanente surgido de la vivencia personal como fuente de sentido inter-
na. Por otra parte, se considera patente la diferenciación entre un espacio significacional de creencias sagradas y otro
de creencias profanas que dan lugar a manifestaciones religantes simbólicamente diferenciadas.
163
dora de las instituciones tradicionales32 y de constituir un universo moral con-
tingente.
En resumen: En consonancia con nuestro marco teórico y derivado de él,
hemos podido constatar a través de nuestro estudio que la emergencia de tal plu-
ralismo de estructuras particulares o polaridades de sentido no está suponiendo un
cambio drástico del sistema de valores axiológicos esenciales para la convivencia co-
munitaria respecto del sistema de valores tradicionales adscritos a la moral religio-
sa, sino tan sólo:
— en cuanto a su reformulación, al “autogenerarse” ahora “endogénica-
mente “de abajo arriba”
— en cuanto a su orden jerárquico – al ofrecer un orden distinto de priori-
dades para cada estructura de sentido , y
— en cuanto a su interpretación – al quedar ahora más relacionados con
una expresión más genuina, funcional y pragmática.
Epílogo
(32) Ante tal crisis institucional, la sociedad moderna ha de generar “instituciones intermedias” susceptibles de
producir y trasmitir sentido, actuando como mediadoras entre la experiencia individual y la organización colectiva. A
este respecto puede consultarse la interesante publicación de P.L. Berger y Thomas Luchman: “Modernidad, pluralis-
mo y crisis de sentido. La orientación del hombre moderno”. Ed Paidós. Madrid, 1997, pp. 95 y ss.
164
plural, complejo y completo para el que no existen cauces institucionales ni mo-
dos de organización claramente definidos. Así por ejemplo, los jóvenes mantie-
nen mayoritariamente un firme sentido de la trascendencia, pero no participan
de los rituales ni dogmas religiosos ortodoxos; mantienen un elevado interés por
el progreso, pero no convergen con los actuales modelos biodegradantes, injus-
tos y desigualitarios; no rechazan la institución familiar, pero no exclusivizan su
modelo..., y así sucesivamente. Además de evidente, el problema es grave.
Algunos autores han calificado este proceso de “narcisismo egoísta”33. Otros
hemos podido percatarnos del enorme extravío que viven nuestros jóvenes en
un mundo de desconcierto que, no sin una sensible presión psicológica34, les
obliga a ser por sí mismos sin valerse apenas de los apoyos institucionales que
teníamos las generaciones anteriores. Al margen de cuestiones de bienestar ma-
terial, no es fácil vivir como viven nuestros jóvenes porque su angustia no de-
riva de la falta de recursos, que les sobran, ni siquiera de la falta de apoyo afec-
tivo de sus familias, que es excelente, sino de la certeza inexorable de que han
de ser por sí mismos en un mundo en proceso de intensa mudanza cultural.
Han de construir, sin modelos claros, su personal mundo de sentido, su perso-
(33) Opinión que no compartimos. El acusado individualismo que presentan las actitudes juveniles no es un ego-
ísmo, ni un narcisismo, es una consecuencia de la inconsciente pero angustiosa búsqueda personal de sentido que expe-
rimentan la mayor parte de nuestros jóvenes debido a su particular necesidad cronológica de conformar su identidad.
(34) No cabe duda de que el socavamiento que, del viejo orden moral dado por supuesto, ha producido el plu-
ralismo moderno, ha generado una inconsciente presión psicológica para el individuo que ha de dotar necesariamen-
te de sentido sus actos y a la totalidad de su vida. A este respecto nadie discute que la mayoría de las personas se sien-
ten hoy inseguras y confusas en un mundo inestable, lleno de múltiples y paradójicas posibilidades de acción y de
sentido y vinculados a modos de vida y a comportamientos alternativos.
165
ra educir de sí y por sí mismos nuevos órdenes de sentido sin prevalerse ya de
la reproducción generacional de sentido social inducida desde las instituciones
políticas y especialmente religiosas.
Así, entendido en su aspecto más positivo, el conocimiento y contempla-
ción de tales sensibilidades deberían de representar un aspecto esencial a intro-
ducir en nuestras democracias y un acicate para la mejora del ejercicio del po-
der, animándole a no caer en el mero administrativismo de los intereses
funcionales concretos de los ciudadanos, sino integrando el pluralismo moral,
la capacidad crítica y la dimensión utópica creativa de tales sensibilidades que
componen las bases morales de nuestro tejido social en estos tiempos de tan in-
tenso tránsito cultural.
Estamos seguros de que las democracias modernas no deben reducirse úni-
camente a armonizar intereses concretos y funcionales, sino también —y sobre
todo— a armonizar el pluralismo de cosmovisiones, sensibilidades o estructuras de
sentido que vienen emergiendo de nuestras sociedades plurales con el fin de que, más
allá de una mera representación cuantitativa —‘un hombre = un voto’— puedan
asentarse sobre una representación ‘cualitativamente más compleja’ que contemple
Los jóvenes en un mundo en transformación
(35) Para ello, desde una óptica metodológica, la investigación de una sociedad crecientemente compleja y dife-
renciada como la nuestra, requeriría sustituir la habitual operacionalización que habitualmente se hace bajo la deno-
minación de la variable “creencia religiosa”, por otra operacionalización más genérica y no necesariamente religiosa co-
mo podría ser la ofrecida por la variable “sentido” —de tono no confesional— susceptible de contemplar la diversidad
de sensibilidades morales que vienen emergiendo de nuestra heterogénea cultura moral.
166
ción estructural de sentido que de tal contingencia de valores, creencias y com-
portamientos mestizos, deben emerger .
Es imprescindible que toda sociedad se apoye institucionalmente sobre un
sustrato moral común, unos “mínimos éticos” susceptibles de conformar un só-
lido umbral de consenso sobre el que asentar la paz y la organización social. No
debe olvidarse que, de hecho, un gran número de conflictos sociales tienen su
origen en la intolerancia y el fanatismo —particularmente religioso— fermen-
tado por la generalizada ignorancia e insensibilidad al poderoso efecto que el
sentido individual y social tienen en la preconstitución de las acciones huma-
nas individuales y colectivas y, en definitiva, sobre el futuro histórico de las so-
ciedades.
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170
CAPÍTULO II.3
LA CONVIVENCIA DE SENTIDOS
EN LAS SOCIEDADES COMPLEJAS:
MESTIZAJE E INTERCULTURALIDAD
CAPÍTULO II.3.1
171
El encuentro con el otro, el encuentro con el otro es un a priori socioan-
tropológico, es decir, nos encontramos con el otro no porque sí, sino porque
no queda más remedio. Nos encontramos con el niño que se convierte en adul-
to, con el adulto que se convierte en anciano, con el anciano otra vez... Enton-
ces, yo creo que el encuentro con el otro es ese a priori, del cual no podemos
evadirnos. Sin embargo, lo hacemos mal, lo hacemos a disgusto, lo hacemos de
manera quebrada, fracturada, etc. Por ejemplo el encuentro con el otro lejano
y desconocido. Por ejemplo el de la conquista. En 1492 al final del siglo XV los
españoles, como baluarte de la civilización cristiano occidental, llegan a un si-
tio que no esperaban y se encuentran a quien no esperaban. Y tienen que nom-
brarlo, ¿verdad? Porque el innombrado, lo innombrable, etc., es una reali-
dad etérea, peligrosa como dice en fin,... Marie Douglas, etc. Hay que nom-
brar. Entonces, efectivamente aquí el encuentro con el otro lejano desconocido
supone una clasificación y claro, la clasificación que se hace no es transversal,
por volver a tomar la metáfora, sino que es jerárquica. En el comienzo estamos
nosotros los europeos: occidentales, blancos, guapos, apolíneos, etc., y al final
está lo negruzco, etéreo, sucio, mezclado, bárbaros, primitivos, subdesarrolla-
Los jóvenes en un mundo en transformación
dos, paganos, etc., etc. Es una construcción social. Los primeros antropólogos
crean y, luego, los que vienen después lo deconstruyen de alguna manera. Para
bien y para mal. O sea que todo es una especie de estrategias de deconstrucción
en definitiva. O de interpretación.
Un segundo encuentro sería aquel que tenemos con el otro como encuen-
tro de extranjeros en el extranjero. Es decir, cuando todos nos encontramos fue-
ra pero todos somos extranjeros, como cuando todos nos encontramos en Cal-
cuta, en Nueva York, en el Polo Norte, en el Everest, imaginaros, ¿no? Todos
subiendo y tal y conquistando la cima en plan heroico, aquí estoy, ya he ... del
Everest y tal. Imaginaros que pudiéramos hacer una plataforma a 8.848 metros
y que todos llegáramos y tal, ¿no? Triunfal, todos catedráticos, todos presiden-
tes de gobierno y tal. Y todos con el título de chapas aquí. ¿Qué ocurre? Pues
que ahí no puedes rechazar a nadie, no le puedes dar un codazo, hemos llega-
do todos. Independientemente de clases, etnias, géneros, sexos y demás histo-
rias, ¿no?
Una tercera modalidad de encuentro con el otro, con el extranjero es en la
propia sociedad, que es la que tenemos planteada mayoritariamente aquí y en
otros países en los que hay inmigración. El problema que tenemos planteado,
es cómo encajar a toda esa masa de población. Esos individuos, esas personas
que nos van llegando, son probablemente, las personas más luchadoras, capa-
ces, emprendedoras que están en esos países. Los que más arriesgan, los que es-
tán dispuestos a perder más para ganar más. Los que nos llegan son aquellos
más fuertes, los más capacitados, etc., los más emprendedores, ¿no? Y desgra-
ciadamente no nos damos cuenta y situamos la categoría política de nativo por
encima de otras rejillas de inclusión como son: trabajador, ciudadano, cliente
de la burocracia, consumidor, etc., que para nosotros son absolutamente nor-
males. Realizamos una criba, una criba importante que es nativo / no nativo.
172
Todos los pasaportes, si os dais cuenta, una cosa que para nosotros es absoluta-
mente normal, pero sin embargo el tener un pasaporte de un sitio o de otro te
da un aura. Te dicen: pasaporte de la UE y dices qué tontería, pero si además
aquí tengo un aspecto horroroso y tal, fotografía digitalizada. Pero es así, ¿no?
Éste es yo creo el mayor, es decir, donde está ubicada más gente. En el encuen-
tro con el otro, verdad? En la propia sociedad, mecanismos de inclusión y de
exclusión. Pero hay más, hay más...
...Está el encuentro con el absolutamente otro, es decir, la producción del
chivo expiatorio, el enemigo interno, ¿verdad? En toda sociedad, tarde o tem-
prano, tenemos un momento conciliatorio. En España vivimos la época de ma-
yor paz y tranquilidad. Hay un cierto atontamiento generalizado en la opinión
pública, lo cual es bueno. Tomemos un ejemplo de la antropología: el de los
nuer y los dinca. Cuando los nuer no tienen problemas exteriores con los din-
ca luchan entre ellos, buscan ciertos chivos expiatorios y se produce una espe-
cie de fisión, de diferenciación, de separación, de división entre ellos que cu-
riosamente desaparece cuando se unen para luchar contra los dinca. Es decir,
cuando no tenemos el enemigo externo, el ogro soviético, el Islam, etc., etc.,
173
dernidad y holocausto”. Cuando se separan absolutamente moral, tecnología,
producción, etc.; cuando hay una separación absoluta de todos los sistemas, y
no hay vínculo posible, tenemos peligro. Es decir, la diferenciación absoluta de
los sistemas puede producir Auswich. Esto es importante de destacar.
Bueno, en fin, sólo quería unir lo que se ha dicho y situar el encuentro con
el otro como una apriorización antropológica. No nos encontramos con el otro
como una especie de cosa exótica, sino que estamos abocados a encontrarnos.
Me tengo que encontrar contigo de alguna manera, porque te necesito. Lewi
Strauss, Arnold... etc., tienen páginas y páginas y páginas diciendo que el in-
tercambio, el dar y recibir, forma parte de la existencia de la sociedad, somos
dar y recibir, si no, no hay sociedad. Si usted suspende esto no hay sociedad.
Desde Adán y Eva hasta nosotros el mundo se basa en dar y recibir, de una o
de otra manera.
Los jóvenes en un mundo en transformación
174
CAPÍTULO II.3.2
175
sidad cultural es relativamente reciente en el conjunto de las ciencias sociales.
En el siglo XIX la construcción cultural de la diferencia humana se realizó fun-
damentalmente en clave de raza y de género. Como principios explicativos de
un orden sociopolítico jerarquizado, los discursos en torno al género y la raza
respondían a lógicas semejantes: al establecimiento de una diferencia absoluta
de supuesta base biológica a la que se adjudicó el carácter de rasgo natural, que
a su vez permite una oposición de inferior a superior también de base natural.
Hay que añadir además que los contactos derivados de los sucesivos flujos mi-
gratorios que supusieron masivos desplazamientos intercontinentales de po-
blación, no se contemplaron desde la categoría de la diversidad cultural, tal y
como ocurre en la actualidad, sino desde la perspectiva identitaria de clase so-
cial. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la descolonización y los proce-
sos socioculturales y políticos emergentes cuestionaron la primacía del mode-
lo hegemónico occidental del hombre blanco europeo como el sujeto único del
pensamiento político occidental, y propiciaron el reconocimiento del multi-
culturalismo y la interculturalidad.
Los conceptos de interculturalidad, hibridación y mestizaje representan
Los jóvenes en un mundo en transformación
Hibridación y mestizaje
176
capitalismo global. Frente a los hipnóticos discursos de la ideología neoliberal,
que destacan la inevitabilidad de los procesos históricos actualmente en marcha
y otorgan todo el protagonismo al mercado, a la comunicación y a sus leyes, es
importante tener presentes dos cosas: por un lado, el actual reforzamiento de los
ámbitos locales de actuación; por otro, el papel de la política como factor de
transformación de las situaciones de exclusión y desigualdad. La rápida revisión
del caso de las culturas urbanas andinas, que realizaré basándome en el relato de
Kingman, Salman y Van Dam (1999) nos permitirá avanzar en esta idea.
Hasta la primera mitad del siglo XX los países andinos estuvieron poco tec-
nificados y desarrollados. Bastante aislados del resto del mundo no poseían una
dinámica mercantil que vinculara entre sí las distintas regiones, la población era
predominantemente rural y analfabeta y todavía no existían las grandes ciuda-
des. Los mecanismos de socialización se circunscribían a lo local y a un ámbi-
to de relaciones construido a partir de la comunidad, el barrio, la familia, los
oficios y las cofradías. En ese contexto, la adopción de códigos y prácticas cul-
turales “modernos” sirvió como un elemento de distinción y diferenciación
frente a lo tradicional, rural e indígena. A esta realidad correspondió un marco
177
ni al mismo ritmo. De allí la sugerencia de repensar los conceptos de mestizaje e
hibridación, muy utilizados por cierto por los antropólogos latinoamericanos,
que me parecen especialmente fructíferos porque evitan las visiones duales y, so-
bre todo, reintroducen en el análisis una necesaria dimensión política.
En efecto, las nociones con contenido histórico concreto como transcultu-
ración, hibridación o mestizaje poseen la ventaja de que nos obligan a tomar en
cuenta los esfuerzos de los actores por diferenciarse y mixtificarse, por recono-
cerse y esquivarse, en un mundo que no es bipolar sino que se constituye por
una multipolaridad de relaciones. El concepto de mestizaje posee además una
ventaja suplementaria: incluye una dimensión política que se construye a par-
tir de desigualdades y desniveles, de estrategias y contra-estrategias, de adapta-
ciones y sobrevivencias frente a las formas de discriminación y silenciamiento.
La diversidad cultural, o si se quiere la multiculturalidad, es un fenómeno
expansivo en las urbes contemporáneas que como la cola de un pavo real se des-
pliega con toda su variedad y fuerza en las megalópolis. Es por tanto común a
espacios como Lima, ciudad de México, Londres Barcelona o Tokio. Parece que
de tanto absorber a gente de todas partes del mundo, las grandes ciudades ad-
Los jóvenes en un mundo en transformación
quieran también las características de todos esos lugares. Las marcas de dife-
rentes pueblos y culturas se concentran en un mismo sitio dando lugar a parti-
culares síntesis de todo el mundo.
Como señala García Canclini, más allá de las narrativas fáciles de la homo-
geneidad absoluta y la resistencia de lo local, la globalización nos confronta a la
posibilidad de aprehender fragmentos, nunca la totalidad, de otras culturas, y
reelaborar lo que veníamos imaginando como propio en interacciones y acuer-
dos con otros. El material etnográfico revela acercamientos y convergencias en
los mundos laborales y del consumo. Pero más que de disolver las diferencias se
trata de volverlas combinables. De ahí la urgente necesidad de “reinventar la
política”. Sus esclarecedoras palabras nos muestran un camino de futuro, con
ellas quiero finalizar mi intervención en esta mesa redonda:
“Una cultura política y una política cultural democráticas son aquellas que
no sólo admiten las diferencias, sino que crean las condiciones para vivirlas en
la ambigüedad... Uno de los puntos en que se juega el carácter —opresivo o li-
berador— de la globalización es si nos permite imaginarnos con varias identi-
dades, flexibles, modulares, a veces superpuestas, y que a su vez cree condicio-
nes para que podamos imaginar legítimas y combinables, no sólo competitivas
o amenazantes, las... culturas de los otros” (1999:125).
Bibliografía
178
DELANTY, G. (2003): “Community and difference: varieties of multicultu-
ralism”, en Community, Londres-Nueva York: Routledge, pp. 92-110.
DELGADO, M.: “Estética e infamia. De la lógica de la distinción a la del es-
tigma en los marcajes culturales de los jóvenes urbanos”, en M.Luna (ed.),
La ciudad en el tercer milenio, UCAM, pp. 13-47.
GARCÍA CANCLINI, N. (1999): La globalización imaginada, Buenos Aires:
Paidós.
KINGMAN GARCÉS, E.; SALMAN, T. y VAN DAM, A. (1999): “Introduc-
ción. Las culturas urbanas en América Latina y los Andes: lo culto y lo po-
pular, lo local y lo global, lo híbrido y lo mestizo”, en T. Salman y E. King-
man Garcés (eds.), Antigua modernidad y memoria del presente. Culturas
urbanas e identidad, Quito: FLACSO-Ecuador, pp. 19-54.
179
CAPÍTULO II.3.3
Para decir la verdad yo no sé qué estoy haciendo entre tantos sabios y pro-
fesores, por cuanto no soy sociólogo ni soy tampoco filósofo, aunque tengo un
enorme interés por el hecho intercultural y por esta actualidad por un lado te-
rriblemente frágil que vivimos todos, y por el otro altamente excitante. Ahora
vemos cómo se han acercado entre si cosas que veinte o treinta años atrás esta-
ban completamente separadas. La geografía ya no es una barrera ni la cultura
de los pueblos cotos cerrados e inviolables. Os he traído, en principio, un pe-
queño regalo que tiene que ver obviamente con los jóvenes y que quisiera fue-
ra mi primer homenaje a lo intercultural. Se trata de un pequeño relato sufí.
Ya saben ustedes que el sufismo es la tradición mística y esotérica del mundo
islámico, la cual —curiosamente— se caracteriza por ser altamente tolerante
dentro de un marco cultural que no lo es en absoluto, como el Islam oficial y
sobre todo el Islam integrista. Se cree, y yo comparto esa creencia, que los su-
fíes constituyen una especie de masonería o de orden secreta dentro de la civi-
lización musulmana, en la que han sido perseguidos reiteradamente por su én-
fasis, sobre todo, en la libertad individual y la evolución de la propia
conciencia. Partiendo, pues, de este objetivo, que es el respeto por la evolución
de cada individuo y por los pasos que cada uno de nosotros debe dar en la vi-
da desde el nacimiento a la muerte, el sufismo podría parecer egoísta pero no
lo es. Mientras sigamos naciendo como individuos el destino será algo de or-
den personal, insoslayable, y eso no será resuelto ni por la antropología ni por
181
la sociología. Tan individualistas somos, que si nacen siameses hacemos lo po-
sible por separarlos.
Es decir, entonces, que cada destino es un enigma que cada individuo debe
resolver por sí mismo. El relato en cuestión es muy hermoso, pido que prestéis
atención porque vale la pena recordarlo. Se llama “Seis vidas en una”: “Hubo
un joven que pensó: si pudiese experimentar varias fases de la existencia podría
librarme de toda estrechez de miras. De qué sirve que a uno se le diga “ya lo sa-
brás cuando seas viejo” si para entonces habrá de ser demasiado tarde para apro-
vecharlo. Se encontró, pues, con un hombre sabio quien en contestación a sus
interrogantes le dijo: podrás encontrar la respuesta si lo quieres. ¿Cómo? ,pre-
guntó el joven. Mediante la transformación múltiple, ingiriendo ciertas bayas
que yo te mostraré podrás adelantar o retroceder en edad o dejar de ser una per-
sona y convertirte en otra. Pero yo no creo en la reencarnación, dijo el joven.
No es cuestión de lo que crees sino de lo que es posible, replicó el sabio. Co-
mió, entonces, las bayas, y su deseo fue transformarse en un hombre de edad
madura. Pero ser un hombre de edad madura tenía tantas limitaciones que in-
girió otra baya y pasó a ser viejo. Ya viejo, quiso ser joven otra vez y recurrió a
Los jóvenes en un mundo en transformación
otra baya. Así que volvió a ser joven, pero como cada estado tiene su forma de
conocimiento correspondiente ocurrió que de su mente desapareció la expe-
riencia adquirida en sus dos mutaciones anteriores. No obstante lo cual el jo-
ven aún recordaba las bayas y decidió hacer un segundo experimento. Comió
otra deseando, esta vez, convertirse en algún otro. Apenas se vio transformado
en esa otra persona comprendió que el cambio por sí solo era vano, por lo tan-
to comió otra baya y deseó volver a ser él mismo nuevamente. Una vez resti-
tuido a su estado original se percató de que todo lo que había ganado realmente
con aquellas experiencias era por completo diferente de lo que había esperado
obtener con los cambios de su persona. Volvió a presentársele nuevamente el
sabio, quien le dijo: ahora que sabes que las experiencias importantes no son las
que deseas sino las que necesitas, quizá puedas comenzar a aprender”.
Debo decir que leí este relato hace veinte años y que lo releo una vez por
año porque cada vez descubro más cosas en él, cosa que suele ocurrirnos con las
fábulas y los relatos tradicionales. En primer lugar, convengamos en que podría
ser la vida de cualquiera de nosotros. Aquí, en esta mesa, algunos ya somos
—supongo— abuelos, por lo menos yo soy abuelo. Todo lo que yo creía que
tal cosa podía ser resultó, en realidad, muy diferente. Cuando era joven pensé
que sería así y después fue asá. Alcanzada y vivida cada década de mi vida, te-
nían un aspecto por completo distinto de cómo las había imaginado, de modo
que hubiera sido imposible predecir la forma que adaptarían tales etapas. Insen-
sato saber antes lo que aprendí después. Ese es el primer mensaje del relato su-
fí. Desde luego hay muchos más niveles de significado. Es una alegoría perfec-
ta, a mi juicio, sobre lo universal del hecho evolutivo en el campo del
conocimiento. Creo que la crítica que se formuló ayer por parte de uno de los
profesores respecto de la imposibilidad de acceder a lo universal o de poseer un
patrón universal de valores, es errónea. Esa universalidad si uno la quiere bus-
182
car la encuentra. Por ejemplo, en los grupos sanguíneos, ya que solo hay seis o
siete grupos sanguíneos en la Humanidad ¿no? Otra prueba de dicha universa-
lidad es nuestra medicina, operativa en culturas que no produjeron ni crearon
sus remedios. Si tal cosa es cierta para el campo de la farmacopea ¿por qué no
podría serlo para el terreno de los valores?
Durante muchos, muchos años me dediqué a estudiar los proverbios de dis-
tintos pueblos del mundo. Tengo para mí que el proverbio forma parte de esa
sociología del sentido mencionada por mis colegas aquí. Yo creo, estoy conven-
cido que el proverbio es la poética del sentido que cada sociedad se da a sí mis-
ma por boca de aquellos que han vivido lo bastante como para darse cuenta de
que hay que hablar lo más económicamente posible. Como la cosmovisión, el
proverbio de un pueblo dado revela gran parte de su psicología. Por un lado, y
no porque las palabras sean demasiado valiosas o hubiera que ahorrarlas el pro-
verbio es breve. Tal vez lo sea porque lo que hay que aprender para vivir son
muy pocas cosas, o bien porque las cosas que de verdad son útiles en realidad
son escasas y bastante más universales de lo que parece. Entonces, yo he esco-
gido cinco de los cien que recopilé y publiqué en un libro que se llama justa-
183
poetas de un pueblo determinado, ya que no sólo es una verdad astronómica
—dado que cuando una estrella desaparece, acaba su ciclo y estalla, en ese mis-
mo lugar, eventualmente, aparece otra,— sino que, también en el plano me-
ramente horizontal de nuestra existencia asevera una verdad de orden moral:
si acaso algo no te sale bien en un sentido, permanece atento porque te saldrá bien
en otro. Es, a todas luces, un dictum optimista que bien podría aplicarse a la
transición entre el niño y el adolescente, ya que muere el niño pero nace el
adolescente ¿verdad?
El tercer proverbio, que sitúo entre los veinticinco y los cuarenta y cinco
años, época la que entráis vosotros ahora; digamos la que va de la primera ju-
ventud a la madurez. Dice así: “La discusión nos mueve de izquierda a derecha,
el diálogo nos conmueve de arriba abajo”. Proviene del este de la India, de la
India profunda. Obviamente, y según acaba de decirnos una participante, el
hecho diferencial y la interculturalidad no son algo que escape a lo político, pe-
ro lo político —según vemos constantemente—, puede vivir y de hecho vive de
desgarrón en desgarrón entre la derecha y la izquierda, eterna, dolorosamente.
Salvo para quienes un día se dan cuenta, bueno, de que la discusión no es la
Los jóvenes en un mundo en transformación
única manera de hablar o que hay otros modos de comunicarse. Fíjense por fa-
vor en lo extraordinario del espacio mencionado en la frase. Izquierda o dere-
cha están obviamente en el plano horizontal y nos mueven, tejen nuestra his-
toria social, pero lo que nos conmueve verdaderamente es el eje de una verticalidad
que habla del sentido de nuestra relación ontológica con el universo que, como
ocurre con las edades, también es algo insoslayable puesto que cada individuo
está solo frente a la creación y debe resolver qué enigma plantea su existencia.
Independientemente de que viva en medio de un gobierno de derechas o de iz-
quierdas.
Luego hay un proverbio de Marruecos que ubico entre los 45 y los 70 años y
que dice así: “O ves el horizonte debajo de tus pies, o nunca cesará de alejarse”.
Si situamos en el horizonte la utopía de la juventud, sin duda llega un momento
en que se nos acabó la utopía o se nos acabó la juventud. ¿Qué hacer entonces?
¿Cómo superar la depresión, el desencanto, cómo disipar nuestro desánimo vital?
¿De qué debemos ocuparnos cuando la preocupación muerde nuestro corazón?
Pues bien: te ocupas del aquí y del ahora, que es lo que corresponde. En ese aquí y
ahora que es la edad adulta late una enorme cuota de responsabilidad respecto de
ti mismo y también una valentía con respecto al desprendimiento del que se ha
sido hasta ese momento, pero también alude al desprendimiento de proyectos fu-
turos, por cuanto te compete a ti estar aquí y ahora. No a otro, no a tus parien-
tes o familiares.
Y por último —ya véis que soy sintético como un poeta—, mencionaré un
proverbio sobre el que contaré una experiencia personal acaecida en Sevilla ha-
ce unos años, puesto que se trata, precisamente, de una experiencia intercultu-
ral. Es un proverbio de Israel que dice así: “La muerte es una fiesta de nubes”.
Todos estamos de acuerdo en que de los 70 en adelante la auténtica preocupa-
ción es la muerte, pero en esta civilización de usar y tirar, desgraciada y efíme-
184
ra en la que nosotros vivimos, la muerte no tiene ningún sentido y yo pienso
que eso terrible. Por lo tanto, hay que darle un sentido también a la muerte, y
si pudiera ser un sentido jocundo, tipo novena sinfonía de Beethoven y su him-
no a la alegría, cosa que es bastante mejor que se nos arroje a la nada como un
coche a un cementerio de automóviles, ¿verdad? En esa creación, construcción
de sentido veo yo para la última etapa de la vida, que ya la Biblia llamaba la
edad del jubileo o del júbilo, un momento biográfico de júbilo. Recordé, como
decía, este proverbio en una reunión en un hotel de Sevilla en la ya hace mu-
chos años participé. Se llamaba, el evento, Una experiencia con la muerte y la di-
rigía un grupo de músicos de África del Norte, de Marruecos, y un psiquiatra
y profesor de aquí, de la Universidad de Madrid que se llama José María Pove-
da. Especialista en comunidades indígenas, en enteógenos y experiencias de di-
latación de la conciencia. ¿En qué consistía la experiencia? Doscientas personas
reunidas en un hotel —vale la pena señalar que de todas las edades y de todas
las creencias posibles—, en el gran hall de un hotel de Sevilla nos disponíamos,
de ser posible, a entrar en trance. Así, pues, que inducidos por el ritmo de los
tambores e intoxicados por una nube de incienso especial que no era ni el de la
185
lado. En primer lugar porque pienso que había perdido el miedo a la muerte,
y en segunda instancia porque el otro lado de la muerte tenía un sentido. Había
o habíamos construido un mito, una obra de teatro, una representación sim-
bólica por medio de la cual viajar al más allá. Pero, y con esto termino, veinte
años después leí en, no sé si en el Viejo Topo o una de estas revistas literarias
que se publican en Barcelona, un cuento de un médico que describía lo que pa-
sa en el momento del rigor mortis e incluso más tarde . Uno o dos días después
de expirar el proverbio tiene un sentido profundo, ya que parece haber surgido
de esa realidad innegable que es el proceso post mortem. Para comenzar, hay
nubes de moléculas primero y luego de átomos que viajan por el interior del ca-
dáver liberando todo aquello que estaba enlazado, todo aquello que estaba em-
paquetado y articulado. De pronto me dije: ¡es verdad! ¡La muerte es una fies-
ta de nubes! Puede que para nosotros no sea una fiesta pero sin duda para eso
que está ahí, los átomos, las moléculas, el sodio, el potasio, ciertamente sí.
Toda nuestra existencia es un interminable aprendizaje. En particular la
mía, que a partir de ese momento se dotó de un sentido poético. Y espero, Dios
me ayude, el cielo me ayude en el momento de morir a acordarme de que la
Los jóvenes en un mundo en transformación
muerte es una fiesta de nubes y que, una vez superado el dolor, superada la an-
gustia, pueda transitar de un sitio a otro.
Bibliografía
186
MÓDULO III:
189
la vida. Hoy, como ustedes saben, podemos predecir el comportamiento de to-
dos los seres vivos, con una excepción: el comportamiento de los seres huma-
nos, el comportamiento de los seres humanos es imprevisible y es por tanto in-
mensurable. Es decir, podemos medir los demás comportamientos menos el
comportamiento de la especie humana porque actúa creativamente, porque es
capaz de inventar, porque es capaz de anticipar, porque es capaz de prever, por-
que es capaz de pensar; tiene una serie de características, por tanto, que le se-
paran de una manera muy clara, no sólo desde un punto de vista biológico si-
no sobre todo desde un punto de vista de comportamiento, gracias a estas
facultades intelectuales, del resto de los seres vivos. El hecho de que sea no só-
lo inmensurable sino desmesurada cada persona humana es lo que nos permi-
te saber que se producirán comportamientos inesperados, y a mí me gusta re-
petir que en lo inesperado está la esperanza.
Si me sitúo hace tan sólo quince o veinte años en el momento en que lle-
gué a la UNESCO y tenía delante de mí la educación, la ciencia y la cultura en
el mundo; y teníamos una Unión Soviética como un espacio inmenso de silen-
cio y de imposición, y una Sudáfrica con aquella barbarie del “apartheid” racial
Los jóvenes en un mundo en transformación
190
decir, aquel hombre genial me situó exactamente en este espacio de creatividad:
pensar lo que nadie ha pensado. ¿Qué hizo Fleming? Pues pensó lo que nadie
había pensado y por eso descubrió los antibióticos... . Y cuando revisamos la
historia de la ciencia, nos damos cuenta de que, efectivamente, un utensilio me-
jor, más potente, permite acercarnos más la realidad pero, que nadie se engañe,
los que son capaces de descubrir, de desvelar o de inventar son aquellos que
piensan lo que hasta aquel momento nadie ha pensado.
Otra referencia es de Anibal: “Primero buscaremos los caminos...”, es decir,
una actitud de búsqueda, una actitud de observación, una actitud deductiva,
una actitud reflexiva, pero añade: ..”y si no los hallamos, los inventaremos”. Aní-
bal sabe que primero hay que intentar buscar, que hay caminos para ir encon-
trando por deducción, por reflexión, estos nuevos rumbos, estos nuevos cami-
nos, pero que si no, la especie humana es capaz de inventarlos.
Otra referencia mucho más próxima que la anterior, en un contexto en el
que nos fijamos más en el precio que en el valor, es del gran Antonio Macha-
do: “Es de necio confundir valor y precio”, escribió en uno de sus “Cantares
por los campos de Castilla”. Pues bien, estamos hablando mucho más de pre-
191
prende tanto que se pueda declarar: “Ahora ya las cosas se han arreglado en edu-
cación. Cada aula va a tener Internet, un ordenador cada alumno”. Perfecto,
pero estamos hablando de utensilios, estamos hablando de información, no es-
tamos hablando de conocimiento; magnífico, cuantos más utensilios, cuantos
más medios de información, cuantos más libros, mejor. Pero la educación es di-
rigir con sentido la propia vida. Educación es llegar a esta autonomía que nos
permite tener nuestras propias respuestas y no utilizar respuestas prestadas, y no
utilizar las respuestas que a veces desde formidables y potentísimas instancias
de poder se hacen a 10.000 kilómetros de nosotros. Por tanto, educación es di-
rigir con sentido la propia vida.
Y la última, es de un poeta del Bajo Ebro, de donde era mi familia, de Tor-
tosa. Todavía vive, se llama Jesús Massip y escribió hace ya tiempo, en un libro
que se llama “El libro de las horas”, un poema que termina así: “Las horas vol-
verán y nos encontrarán instalados y dóciles”. En una palabra, habremos pasado
de una juventud con proyectos, con motivación, indócil... a la instalación y la
docilidad. Creo que ésto, y lo digo con toda sinceridad, es uno de los fenóme-
nos que más tendrían que asustarnos, sobre todo a los que queremos alertar so-
Los jóvenes en un mundo en transformación
192
han, y el 80% vive fuera de este contorno que nosotros hemos ido poco a po-
co haciendo. Y los que viven fuera que se aguanten, que se mueran de hambre:
unos 60.000 al día! Fíjense ustedes qué catástrofe. Cuando con razón nos sen-
timos emocionados por ver estos niños que se han quedado atrapados en un co-
legio que se ha derrumbado por un terremoto, cuando nos impresionamos por
actos de terrorismo, hay un genocidio invisible, silencioso y permanente de la
gente que se muere de hambre todos los días, de los que se mueren de sida. Por-
que este 20% que gasta 2.600 millones de dólares al día en armamento y que
gasta más de 800 millones de dólares al día en tráfico de drogas, este mundo
próspero no ayuda al 80% que vive en los barrios periféricos de la aldea global.
No podemos sentirnos “instalados y dóciles”, y acostumbrados, insensibles a lo
que dicen los medios de comunicación”. Dejamos de elaborar nuestras propias
respuestas y de preparar la forma de participar, de comunicar, de disentir o de
aplaudir, en una palabra, nos vamos aislando.
Si ustedes miran la historia desde un punto de vista creativo de la Europa
contemporánea, se darán cuenta de que ha habido un retroceso. Europa, mien-
tras ha sido una comunidad económica habrá hecho bien las cosas económica-
193
útiles al resto de la ciudadanía, en la medida en que nos vamos instalando y nos
vamos acomodando (“pues qué le vamos a hacer”, “pues no tiene remedio”,
“pues hay que aguantar”), vamos cerrando ventanas en lugar de abrirlas, vamos
haciendo algo todavía peor: si entre ustedes hay alguno que tenga conocimien-
tos de química sabe que si a un cristal le ponemos una sal de plata se convierte
en espejo. Hemos hecho algo peor que cerrar las ventanas; las hemos converti-
do en espejos y nos hemos quedado complacidos mirando (“¡Qué bien lo esta-
mos haciendo los europeos! ¡Qué magnífico! ¡Qué desarrollo! ¡Hay que ver!”).
Nos hemos mirado al espejo en lugar de abrir y mirar afuera y ver exactamente
cuál era nuestra misión y cuál era el alcance de nuestras responsabilidades.
El mundo en los albores del siglo XXI se caracteriza, a mi modo de ver, por
una gran cantidad de progresos científicos y técnicos en el siglo XX —descubri-
miento de los antibióticos, perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas de
una manera extraordinaria, capacidad de hacer frente a grandes desafíos como
podían ser el cáncer, etcétera—, es decir, hemos aumentado las posibilidades de
calidad de vida al menos de un cierto número de ciudadanos. “Pues ya está, ya
tenemos todo, ya estamos globalizados, los medios de comunicación globaliza-
Los jóvenes en un mundo en transformación
dos. Miren ustedes, ya pueden llamar”. Es una maravilla, es verdad, una mara-
villa, pero, al mismo tiempo, tenemos que decir que no es verdad que se hayan
globalizado algunos medios económicos y algunas tecnologías”. Estamos siem-
pre hablando del 20%, de este 20%, quizá un poco más. Vamos poco a poco
teniendo clientes más allá... pero yo tengo que recordar que la mitad de la hu-
manidad no ha hecho nunca una llamada telefónica: 3.000 millones de perso-
nas no han hecho nunca una llamada telefónica!. Y tengo que recordar que hay
más de 1.000 millones de mujeres que todos los días tienen que seguir hacien-
do lo mismo que hacían hace muchos años sin “globalizaciones”, sin ningún
impacto del desarrollo: tienen que ir a buscar un poco de agua, hacer un poco
de leña para hervir el agua para poder vivir y tienen que inventarse cómo so-
brevivir cada día, 1.000 millones de mujeres que son realmente las que consti-
tuyen la urdimbre de generosidad, de capacidad de superación de la adversidad.
Los hombres somos más proclives a la violencia y a utilizar la fuerza.
En una visión del conjunto de la humanidad constatamos que los progre-
sos científicos y técnicos sólo han llegado parcialmente y han modificado cosas
tan importantes como, por ejemplo, la longevidad; se ha modificado total-
mente la pirámide demográfica. Se han conseguido grandes logros. Quizás el
más importante, la mejor noticia de todas es que los países más poblados del
mundo —sobre todo India, Bangladesh, Egipto, Brasil, México— poco a po-
co han ido aumentando la educación y ha ido disminuyendo la fertilidad, es
decir, no ha sido impuesta, no ha sido una fertilidad, como tantos otros com-
portamientos, resultado de una imposición draconiana, drástica, por parte de
las autoridades en un sistema dictatorial, no: ha sido fruto de mayor y mejor
educación. Sobre todo el caso de la India merece un aplauso especial porque ha
sido, especialmente desde el año 45, el fruto de unos comportamientos apren-
didos, de unos comportamientos democráticos de gran austeridad, que han
194
permitido que se vaya moderando aquella cifra, aquellos porcentajes de creci-
miento que en los años 70-80 nos preocupaban tanto.
Sin embargo, como les decía, existen unas enormes asimetrías, asimetrías de
género, de calidad de vida, asimetrías de conocimientos. No compartimos los
conocimientos. ¿Por qué? Pues porque de esta manera explotamos, de esta ma-
nera somos “nosotros” los que seguimos utilizando sus recursos, originándose
una nueva dependencia, un nuevo colonialismo. Hay un “colonialismo tecno-
lógico” clarísimo. ¿Ustedes han pensado alguna vez de dónde viene normal-
mente el pescado que comemos, el gas que consumimos, el petróleo, los fosfa-
tos, la mayor parte de las materias primas? Pues vienen de todos estos países con
los cuales no hemos compartido conocimientos y siguen siendo los grandes su-
ministradores. De un lado, no hemos compartido con ellos conocimientos y, de
otro, no hemos cumplido nuestras promesas, porque les dijimos en el año 74,
creo que fue en octubre del 74: “Nosotros al menos les vamos a ayudar para que
ustedes puedan tener un cierto desarrollo endógeno, un cierto desarrollo de su
propio país, de ustedes mismos”. No ha sido así salvo algunas excepciones: los
países nórdicos, a los que hay que guardar reconocimiento porque son los paí-
195
cuando llegaba a casa y le decía a mi madre que me dolían las rodillas... mi ma-
dre se ponía pálida como este papel, porque había mucha polio. Pues bien, ya no
hay polio, ya no hay viruela, ya no hay tantas afecciones que eran grandes desafí-
os, pero permanece el sentimiento de que debe prevalecer la espada sobre la pa-
labra, la fuerza y la imposición sobre el diálogo y sobre el entendimiento. En es-
to no hemos cambiado en absoluto y el resultado han sido muertes y muertes y
muertes, y guerras y guerras y guerras. Ésta es la situación.
Pero —y esto es lo que a mí me preocupa— la solución que se dio en el año
45, liderada por los Estados Unidos de Norteamérica, fue exactamente la
opuesta de la que se ha dado ahora. En el año 45, después de aquel genocidio,
después de aquellas muertes producidas también por suicidas... (Ahora todo el
mundo dice: “Es el Islam”! No, cualquier extremismo —y nosotros los sabemos
bien en España— cualquier extremismo da el mismo resultado de obcecación,
de fanatismo... . Es la persona que se encuentra atrapada y no halla más salida
que la de morir matando. Pero que nadie olvide a los kamikazes, los kamikazes
no morían por Alá ni por Dios, morían por un emperador...). Pues bien, en
1945, después del holocausto, de perversas prácticas de exterminio, se funda-
Los jóvenes en un mundo en transformación
ron las Naciones Unidas en San Francisco. La Carta empieza... hemos resuelto
evitar a nuestros hijos el horror de la guerra”.
Ahora en Europa tenemos problemas al redactar la Constitución. Ponemos
“estados”, ponemos “ciudadanos”. Nos dan miedo los pueblos, nos da miedo
poner: “Nosotros, los pueblos de Europa”, “Nosotros, los que formamos parte
de este pueblo”. Son pueblos, son culturas. El pluralismo, la diversidad es nues-
tra riqueza. El Estado alberga a varios pueblos y tiene unas funciones de cohe-
sión y garantías comunes, pero no debería sustituir a este sentido genuino que
tiene la propia Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, después
de una Guerra de Secesión terrible: “Nosotros, el pueblo”. Es importante que
recordemos que son los Estados Unidos los que, en 1945, reúnen a todas las na-
ciones del mundo en San Francisco, para crear un Fondo Monetario Interna-
cional para proporcionar a los flujos financieros el equilibrio y las pautas que
requieran, y un Banco Mundial. Pero el Banco Mundial no se llama Banco
Mundial sino Banco Mundial de la Reconstrucción y el Desarrollo!.,Poco a po-
co ha ido perdiendo el “apellido”. Y, sobre todo, las Naciones Unidas: “Nos-
otros, los pueblos hemos decidido evitar a las generaciones futuras el horror de
la guerra”. A estas Naciones Unidas se las dota inmediatamente —y lo hacen
grandes sociólogos, politólogos, escritores, poetas como Archibald Macleisn;
Eleonor Roosevelt, René Cassin— de la Declaración de los Derechos Huma-
nos que es una maravilla. Así, en 1948, ya se dispone de un “espacio democrá-
tico” y de unas normas de conducta. “Ahora —se dicen— tenemos que com-
partir mejor”. Y en el año 1954 se crea el Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo... . Fíjense qué manera tan distinta de proceder en comparación
con la actual: crear un espacio democrático, unas pautas para evitar la impuni-
dad a escala internacional, para evitar lo que está sucediendo ahora: tráficos,
tráficos de personas!. ¿Se dan cuenta de lo que está pasando? Tráficos ya no de
196
drogas, de armas, de capitales, de ideas, todo con absoluta impunidad. Ahora
lo más grave es el tráfico de personas. Pero como carecemos de pautas, de de-
mocracia a escala supranacional, de mecanismos positivos... como no tenemos
todo eso que acabo de mencionar, debemos tener presentes más que nunca es-
tos puntos de referencia ética, la Declaración de los Derechos Humanos.
Hoy, después de tantos estudios, después de tantas horas de vigilia en la
Cumbre de Río, cuando disponemos de una Agenda para el medio ambiente...
se están deteriorando, al no observarla, los pulmones de nuestros descendien-
tes. Dentro de 40, 50 o 60 años se puede pagar muy caro lo que se está ha-
ciendo ahora con el mar. El mar representa el 92% de la recaptura de gases con
efecto invernadero, sobre todo anhídrido carbónico; el mar cubre el setenta por
ciento de la superficie de la Tierra, de la piel de la Tierra. ¿Cómo podemos to-
lerar que los petroleros sigan haciendo lo que les da la gana? No lo digo en ca-
so de accidentes como los que nosotros aquí en España conocemos tan bien úl-
timamente, no. Lo digo porque cada día se lavan en alta mar los fondos de
cientos de petroleros. Se está asfixiando el fitoplancton. ¿Porqué no reacciona-
mos frente a ésto? ¿Qué hacemos los ciudadanos? Aguantar. Y ver qué nos di-
197
tando a escala internacional. Y la situación actual es una situación de hegemo-
nía prácticamente de un solo Estado, el mismo que en el año 1945 creó las Na-
ciones Unidas, el mismo que dio esta gran referencia ética que es la Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
Todo ello es la consecuencia, a mi modo de ver, de una gran transferencia
de responsabilidades. No olviden ustedes que cuando vamos a elegir a alguien
en un sistema democrático decimos: “¿Y cuál es su programa? ¿Y qué va a ha-
cer? ¿Y cuáles son los “acentos” que va a poner?”, para comprobar si está de
acuerdo o no con nuestras propias percepciones de lo que tiene que ser un go-
bierno. Pues ha sucedido —parece increíble, pero es así— que han abdicado de
sus responsabilidades y la han pasado al “mercado”. ¡La responsabilidad de las
normas deben guiar el desarrollo económico, social... todo se pasa al mercado.
Esta transferencia de responsabilidad alcanzó su apogeo en el año 1996, en que
el presidente de los Estados Unidos, al ver los buenos resultados que pronun-
ciaba a algunos la economía de mercado, llegó a decir: “No sólo economía de
mercado si no sociedad de mercado, si no democracia de mercado”. ¡Hasta la
democracia querían situarla dentro de este marco de regulación a corto plazo,
Los jóvenes en un mundo en transformación
movido por intereses - que están muy bien para el comercio, pero no para subs-
tituir a los valores como puntos de referencia a escala internacional. El resulta-
do ha sido que en lugar de una reducción de las asimetrías que eran ya tan gra-
ves en los años 70-80, en lugar de reducir el abismo entre los prósperos y los
menesterosos, se ha producido una ampliación. Hoy se calcula que ya es el 17%
de la humanidad la que tiene el 83% de los recursos.
Les quería contar todo esto para que se den cuenta hasta qué punto es ne-
cesaria una educación que forme “ciudadanos del mundo”. Dentro de las “gran-
des directrices para educación en el siglo XXI”, informe que le encargué en el
año 1991 a Jacques Delors entonces Presidente de la comisión Europea, y que
reunió durante dos o tres años a los mejores pedagogos, filósofos, sociólogos,
educadores, etc., del mundo, figuran estas grandes referencias para el proceso
educativo: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, (a ser uno mis-
mo), y aprender a vivir juntos. Añadieron “aprender a vivir juntos”, esta convi-
vencia intercultural, esta capacidad de ponernos en la piel del otro, esta alteri-
dad, esta fraternidad, fraternidad que por cierto también figura en el artículo
primero de la Declaración Universal. Sucede con este artículo lo mismo que
con el Banco Mundial, que nos hemos acostumbrado a decir sólo una parte y
nos olvidamos del resto que conceptualmente es tan importante. El artículo
primero dice que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad,
están dotados de razón y se relacionan entre sí fraternalmente”. Esto es lo dice es-
tablece el artículo primero de la Declaración Universal, los principios de igual-
dad, de libertad y de fraternidad, que son los grandes principios democráticos.
La diversidad es infinita. En mis clases de bioquímica les refería el momen-
to en que Charles Darwin, con el Beagle al fondo, en las Islas Galápagos escri-
be en su carné de notas: “Life is endless forms”, la vida es formas sin fin”. En
aquel momento Charles Darwin estaba, seguramente sin saber su alcance, sólo
198
por el aspecto externo, describiendo lo que después ha resultado ser la fisiopa-
tología, la unicidad de cada ser vivo. Ya lo ven ustedes, nos pueden reconocer
por nuestro aspecto, 6.100 millones de personas diferentes por su aspecto; só-
lo por el diseño de las proteínas ectodérmicas de nuestro pulgar, sólo por las
huellas, todos somos distintos. Esta unicidad biológica va acompañada de una
unicidad intelectual. Pero es que, además, no es algo estático, no son, en su
conjunto, características “fijas” durante toda la vida”. No. Tenemos alrededor
de un millón de mutaciones al día —mutaciones espontáneas, mutaciones
normales— y, sobre todo, desde un punto de vista intelectual vamos cambian-
do en virtud de lo que pensamos, de lo que leemos, de lo que vemos, de lo que
nos emociona, de lo que amamos, de lo que rehusamos, de lo que soñamos, etc.
Me interesa mucho que sepamos que cada ser humano es único y que no pue-
de vanagloriarse —¡y se lo dice un catalán¡— ni de dónde ha nacido, ni de có-
mo ha nacido, ni de si su piel es blanca o su piel es negra, o de si es hombre o
si es mujer... porque no lo hemos elegido. Hemos empezado por no elegir na-
cer. Nos encontramos aquí y la responsabilidad no es nuestra, estamos aquí. No
puedo vanagloriarme: “Yo soy catalán, nací en Barcelona”, porque no lo pedí.
199
reacción en un tubo de ensayo? Lo primero que hacemos es tener un mechero
y calentar para que haya interacción, para que haya “tensión”. Por tanto, la ten-
sión es fundamental: es darse cuenta de que queremos, de que tenemos que
contribuir, de que tenemos que aportar, de que tenemos que participar. Y esto
se realiza al filo exacto de las luces y de las sombras, de las certezas y de las in-
certidumbres. Que nadie asevere: “Yo de ésto estoy seguro”. Son posiciones
dogmáticas, posiciones intransigentes. La libertad existe al 50% exacto de las
luces y de las sombras, de lo que en un momento determinado nos parece una
certeza y de lo que nos parece una incertidumbre, de lo que todavía no pode-
mos incorporar como algo que ya consideremos que constituye un punto de re-
ferencia para nuestro comportamiento. Es en esta credulidad-incredulidad per-
manente, es en esta batalla permanente, como les digo, entre la oscuridad y la
luz y los destellos de luz, es aquí, en este punto de libertad, donde tiene lugar
la fuerza creadora, la capacidad de hallar nuevos derroteros, de hallar nuevos ca-
minos, no sólo personales sino como soluciones a los grandes desafíos que tie-
ne planteados la humanidad.
Por eso tenemos que fomentar estas actitudes, por eso tenemos que procu-
Los jóvenes en un mundo en transformación
rar ser —al menos desde un punto de vista económico—, la Europa del deste-
llo, del faro democrático, la Europa de la creatividad científica. Aquí no valen
cifras maquilladas, porque no se trata de una cuestión política ni de si uno lo
ha hecho mejor que otro, no, aquí de lo que se trata es de si somos capaces, pa-
ra el año 2010, de tener una “economía basada en la creatividad”. ¿Saben uste-
des cuántos europeos están en estos momentos trabajando en los laboratorios y
centros de los Estados Unidos? 400.000. ¿Saben ustedes cuántos negros, habi-
tantes del África subsahariana, sus mejores talentos, son hoy PhD, son docto-
res en alguna rama de la ciencia trabajando en los Estados Unidos? 36.000. He-
mos seguido unos modelos según los cuales en el más brillante, el que tenía
mayor talento no ha vuelto a su país de origen. Estos países, a veces con la ayu-
da de países prósperos, han invertido en los estudios de sus nativos, han dado
becas. “Márche usted a Princeton. Estudie allí”. Y nunca más se supo, porque
no hemos sabido, al tiempo que dábamos una beca de ida dar una beca de vuel-
ta, asegurar que la creatividad regresa, asegurar que esta fuerza creadora fuera la
base de la economía nacional. Y así hemos ido facilitando el éxodo de cerebros,
así hemos facilitado este brain drain que hoy encuentra un campo fantástico de
aplicación en algunos países que son los líderes del mundo en creatividad in-
dustrial, en diseño, en tecnología, en aplicaciones de la ciencia.
Voy a concluir diciendo que la capacidad que tenemos hoy los ciudadanos
de poder hacer ver nuestros puntos de vista, nuestra “mismidad,” de participar,
de manifestar nuestros criterios, nuestros puntos de vista, nuestras respuestas,
(a veces muy creativas), es resultado de la escucha. Cuando alguien les diga que
un problema no tiene solución, díganle que es porque no ha escuchado bas-
tante. Recuerdo cuando fui ministro que al principio alguien me dijo: “No, mi-
re, es que esto no tiene solución”. Le contesté: “Tenemos en España 325.000
maestros, y maestras; pregúntenles y verá como sí que la tiene”. Y es que lo que
200
no hacemos muchas veces es sacar partido de este inmenso tesoro, de este in-
menso acervo de conocimientos, de creatividad, que representa la experiencia
de cada persona. Estas personas cuya vida transcurre de una manera con fre-
cuencia silenciosa, pero que cada día está creando, está inventando, está mi-
rando cómo se hace mejor la pedagogía, cómo se puede realizar mejor su fan-
tástica tarea... . A estas personas no las consultamos y todo este inmenso tesoro
desaparece sin que lo podamos conocer y aprovechar.
A mí fue una mujer, como en tantas otras ocasiones, la que me dio una gran
lección a este respecto. Lo he comentado muchas veces porque para mí fue fun-
damental. Era el principio de mis funciones como director general de la UNES-
CO. Estaba en África, que he conocido muy bien: he pasado allí casi el 50%
de los doce años del desempeño del cargo, porque me ha atraído muchísimo,
porque tiene una sabiduría fantástica y porque, además, son los que más ayuda
necesitan. Pues bien, llegamos a un pueblo cerca de Ouguadagou, en Burkina
Faso. Ya se pueden imaginar. Llegamos allí el presidente, el vicepresidente, el
ministro de Cultura, el ministro de Educación y el director General de la
UNESCO. La directora del centro escolar era una mujer de unos 50 años que
201
crito que puede ser un delito guardar silencio— porque poco a poco nos dis-
traen, como les decía antes, nos vemos envueltos en que si llega fulanito, que el
fútbol, que si no sé qué..., que está muy bien, que todo eso está muy bien y
conviene divertirse, pero llega un momento en que nos preguntamos ¿Por qué
he callado?”. Cuando un presidente, sea del país que sea, dice lo que ha dicho
el Presidente de los Estados Unidos, George Bus, del Protocolo de Kyoto, hu-
biéramos tenido que reaccionar todos los científicos del mundo al día siguien-
te. Y cuando se llevó a cabo, indebidamente la invasión de Kosovo —que fue
la primera vez que se marginó a Naciones Unidas y se creaba un precedente,
porque el Cáucaso vendría después de los Balcanes y un día vendría en Asia el
predominio de una fuerza peninsular sobre una insular...— hubiera tenido que
provocar una reacción inmediata. Ya no les digo comento lo que ha sucedido
con esta guerra innecesaria, absurda, de Irak!. Qué bien que el 15 de febrero
por primera vez — podemos mantenerlo como esperanza—, mucha gente, mu-
chísima gente en todo el mundo ha dicho que no, y lo ha dicho como hay que
decirlo, sin violencia alguna!.
Si no queremos la fuerza, si estamos cansados de fuerza y de violencia, si lo
Los jóvenes en un mundo en transformación
que queremos es hablar, si lo que queremos es tan antiguo como lo que nos pe-
día el profeta Isaías, que “convirtiésemos las lanzas en arado”, si eso es lo que
queremos, digámoslo alto y claro. Siempre pagan la factura los mismos, los más
débiles. Hagan la cuenta de los muertos, de todos, porque sólo se hace la cuen-
ta de los muertos de los vencedores y nunca de los vencidos, y verán que siem-
pre pagan la factura los más débiles. Aquellos que nos envían a la guerra, a és-
tos normalmente no les pasa nada. Siempre pagan la factura de la violencia los
mismos. Y por eso tenemos que crear, tenemos que innovar, tenemos que in-
ventar el futuro. Fue el presidente Clinton, por cierto, quien dijo un día: “El
futuro será bueno si lo sabemos inventar”. Pues vamos a seguir esta recomen-
dación —en este caso estoy de acuerdo— y la de Aníbal: “Encontremos cami-
nos, estemos dispuestos a tener una actitud de búsqueda”. Pero no estamos dis-
puestos a silenciar lo que pensamos, ni a aceptar que desde grandes instancias
de poder mediático decidan sobre nuestro comportamiento. Nosotros nos
comportamos según creemos, según cada día pensamos que debemos hacerlo:
esto es lo que hacen los ciudadanos educados.
Y esto es lo que tenemos que procurar a partir de ahora: vamos a hacer un
esfuerzo para reconocer nuestra experiencia, para escucharnos unos a otros —
como nos pedía la maestra de Ouguagadugou, de aquel pueblo—, vamos a es-
cucharnos más y vamos a tener la valentía de exponer los resultados de nuestra
creatividad, de nuestros nuevos caminos, de nuestras nuevas fórmulas para las
generaciones venideras convencidos de que sólo a ellas les corresponde escribir
el futuro. No tenemos otro regalo que hacer a los jóvenes, ninguno. El pasado
—¡tantas veces hablando del pasado!— está bien para extraer sus lecciones, pe-
ro sólo tenemos algo que está intacto, que debemos procurar que permanezca
intacto, que es el futuro. Es lo único que podemos legar a los jóvenes. Del pre-
sente somos nosotros los responsables. Si no es bueno, tenemos que reconocer
202
que no lo es, tenemos que reconocer que no hemos sabido hacerlo mejor. Pero
lo que sí podemos y debemos hacer es decirles: “Este espacio de mañana lo tie-
nen que escribir los jóvenes”. Son ellos y sólo ellos los que deben escribirlo y
por eso no podemos permitir que nadie lo escriba en su nombre, que nadie se
anticipe a escribir un futuro que corresponde plenamente a los jóvenes de hoy,
porque es el único legado que les podemos dejar para que tengan esta motiva-
ción, para que tengan esta esperanza, para que piensen que nada se da —la li-
bertad no se da, la solidaridad no se da, el amor no se da, la justicia no se da,
que todo se construye cada día. La paz se construye cada día. Y hemos vivido
con un adagio perverso que dice: “Si quieres la paz, prepara la guerra” (Cice-
rón). La paz tenemos que construirla, igual que la libertad, igual que la justi-
cia, igual que el amor, todos los días cada uno de nosotros. Es nuestra respon-
sabilidad.
Entonces, sí, podremos decirles a los jóvenes: “Hemos hecho cuanto hemos
podido. No hemos guardado silencio y hemos sembrado muchas veces en te-
rrenos que sabíamos que seguramente no crecería nada. Pero hemos sembrado”.
Y decirles también: “Somos conscientes de que algunas de estas semillas no
203
CAPÍTULO III.2
205
Vamos a hablar aquí de la lucha de estos grupos por conseguir un cambio,
vamos a explicar sus proyectos y esperanzas. Nuestra exposición va a desembo-
car en una conclusión: que la empresa acometida por los movimientos sociales
globales tiene un carácter grandioso que bien puede hacerla merecedora del tí-
tulo de epopeya del siglo XXI.
La epopeya es un género literario que narra un conjunto de episodios de
gran importancia para la vida de un pueblo. Tiene lugar en una época históri-
ca crucial en la que está amenazado el futuro de ese pueblo y exige el esfuerzo
heroico de unos seres humanos dispuestos a comprometer su vida en una em-
presa colectiva, luchando contra el enemigo que amenaza su supervivencia. Es-
tas características, que se aprecian en la epopeya clásica, pueden advertirse tam-
bién en la acción de los movimientos sociales globales.
Para desarrollar estas ideas, vamos a seguir el siguiente esquema:
1. En la era de la globalización
2. Globalización psicológica y movimientos sociales globales (MSG)
3. La bandera de los MSG. El papel de Internet
4. Proyectos de dos MSG integradores: ecologismo y antiglobalización
Los jóvenes en un mundo en transformación
1. En la era de la globalización
Así como puede observarse que cuando aumenta la interacción entre indi-
viduos dispersos se va creando una estructura de relaciones más o menos esta-
206
bles que va haciendo crecer la interdependencia entre las personas hasta formar
un grupo, también podemos observar este mismo fenómeno a nivel global. Si
se define un grupo como “un conjunto de personas interdependientes” (Cart-
wright y Zander, 1968, 48), puede decirse que la globalización está convirtien-
do a la humanidad en un grupo psicológico, en un conjunto de personas que son
conscientes de que forman parte de una misma unidad, lo cual trae consigo im-
portantes efectos psicosociales a los que vamos a referirnos.
En ese nuevo grupo que es la humanidad, “la acción social en un determi-
nado tiempo y lugar es crecientemente condicionada por las acciones sociales
en lugares muy distantes” (Della Porta y Kriesi, 1999), lo cual facilita una con-
cienciación global y rápida de los problemas enarbolados por los movimientos
sociales. En el marco planetario, los más importantes movimientos sociales —
como el ecologista, el movimiento por la paz o el feminismo— han ido uni-
versalizando tanto su discurso como su organizaciones a nivel internacional y
las estrategias de actuación, que pueden ser coordinadas globalmente con rela-
tiva facilidad haciendo uso de las nuevas tecnologías de la información. De es-
ta forma han surgido una conciencia y una acción de carácter global cuya ex-
207
los valores humanistas básicos del ecologismo —relacionados con la supervi-
vencia de la humanidad— que la mayor parte del público considera legítimos
y ello ha favorecido el hecho de que los medios de comunicación asuman el pa-
pel de la voz del pueblo, con lo que refuerzan su propia legitimidad (Castells,
1997, 154).
La nueva conciencia global ha reforzado la imagen de la humanidad como
grupo, que “consiste en que los individuos tienen cierta conciencia colectiva de
sí mismos como entidad social diferenciada; tienden a percibirse y definirse co-
mo grupo, a compartir cierta identidad común” (Turner, 1987). Esta identidad
emergente puede ser denominada identidad global. El hecho de que los seres del
planeta se perciban a sí mismos como un grupo-humanidad despierta senti-
mientos espontáneos de atracción y simpatía mutua, tiende a favorecer una co-
munidad de intereses y sentimientos de altruismo y solidaridad, de forma que
los objetivos de otros miembros se perciben como propios y crece la concien-
cia de que compartimos un destino común. Son efectos psicosociales positivos
derivados de la globalización (Tabla 1).
Los jóvenes en un mundo en transformación
208
da por las fuerzas de la globalización —a nivel económico, político y cultu-
ral— ha puesto en peligro no sólo las economías regionales y las culturas na-
cionales sino que ha hecho más difícil la autonomía personal y el desarrollo de
la propia identidad: “en todo el mundo las personas sufren una pérdida de
control sobre sus vidas, sus entornos, sus puestos de trabajo, sus economías,
sus gobiernos, sus países, y, en definitiva, sobre su destino en la tierra” (Cas-
tells, 1997, 91).
La búsqueda de identidad, como reacción a la globalización, ha dado lugar,
según Castells (id., 24), a dos tipos de nuevos movimientos: movimientos re-
activos (o de resistencia), que pretenden reconstruir la identidad social y colec-
tiva en nombre de la singularidad cultural que reflejan las categorías básicas tra-
dicionales (Dios, la nación, la etnia, la familia, la localidad) y movimientos
proactivos (o innovadores), frecuentemente de carácter global, que construyen
una nueva identidad invocando nuevos valores y aspirando a transformar el
modelo de relaciones entre las personas y en relación con la naturaleza, como
hacen el feminismo y el ecologismo.
La globalización ha situado al ser humano en un nuevo contexto, o marco
209
3. La bandera de los MSG. El papel de inernet
La bandera que enarbolan los MSG es, esencialmente, la misma que refleja
la tríada de valores del humanismo ilustrado: libertad, igualdad y fraternidad.
Esta divisa, a partir del siglo XVIII inspiró una amplia diversidad de movimien-
tos que han ido apareciendo posteriormente hast la época actual, como ha re-
saltado el análisis histórico de Raschke (1985). En ese mismo siglo se formula-
ron las primeras declaraciones de derechos humanos, en Estados Unidos y
Francia, en las que se establece por primera vez un ideal de carácter global, un
principio que implica a la humanidad entera: que todos los hombres son, por
naturaleza, libres e iguales en derechos.
Al ser aprobada, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Hu-
manos, un gran número de movimientos democráticos (como el movimiento
de derechos civiles o el de liberación de la mujer) encontraron en ella, de for-
ma explícita, la fuente de legitimación que buscaban. El carácter universal de
los derechos humanos hace que el movimiento que lleva este nombre sea, por
su propia naturaleza, el movimiento global por excelencia. En un estudio sobre
Los jóvenes en un mundo en transformación
los movimientos sociales globales, se ha notado (Cohen y Rai, 2000) que el mo-
vimiento de derchos humanos sirve de paraguas para muchos otros y que el 27
por ciento de las 631 organizaciones de movimientos sociales globales que apa-
recían en el Yearbook of International Organizations de 1993 pertenecían al
sector de los derechos humanos.
La conciencia de humanidad (o “conciencia de especie”), que generó la de-
claración de derechos humanos, tuvo eco en el esfuerzo de algunos grupos pio-
neros del movimiento por la paz. Es significativo al respecto el llamado “mani-
fiesto Russell-Einstein”, firmado en 1955 por un colectivo de científicos y
premios Nobel, que, después de advertir al mundo de los peligros de una gue-
rra nuclear, sentencia: “Recuerda que perteneces al género humano y olvida el
resto”.
La crisis ecológica global, de la que se tomó conciencia en los años 70, hi-
zo surgir el movimiento ecologista, el primer movimiento que de forma explí-
cita podemos denominar global, tanto por sus objetivos como por su implan-
tación, con organizaciones a lo ancho de todo el planeta, y por el uso temprano
que hicieron de las nuevas tecnologías de la información para organizarse y pla-
nificar acciones. De hecho, han sido estas nuevas tecnologías, y en particular
Internet, las que han hecho materialmente posible la irrupción de MSG a par-
tir de los años 90.
Ciertamente, el papel desempeñado por la Internet está siendo crucial. La
Red se ha convertido en arma predilecta de los MSG porque les permite opti-
mizar el impacto de sus mensajes, globalizar su eficacia. A diferencia de otras
comunicaciones globales (como la televisión), el carácter interactivo y horizon-
tal de Internet le otorga una capacidad particular para la comunicación y la di-
fusión de ideas lo cual ha impulsado a los movimientos sociales a hacer uso de
ella. De hecho, los nuevos movimientos globales emplean Internet como canal
210
de comunicación tanto para promover las relaciones entre sus miembros, gene-
rando una “comunidad virtual de activistas”, como para alentar acciones de
protesta.
El ámbito global de Internet se conjuga igualmente bien con los objetivos
globales que persiguen estos nuevos movimientos sociales. La paz mundial, el
medio ambiente o los derechos humanos son temas globales porque conciernen
a toda la humanidad. La dimensión transnacional de los principales movi-
mientos permite campañas de acción colectiva a nivel mundial que sin Inter-
net, y otras comunicaciones globales, serían impensables (Della Porta, Kriesi y
Rucht, 1999).
El movimiento global actualmente más representativo, el movimiento anti-
globalización, no hubiera podido experimentar la vertiginosa expansión que
hemos presenciado a no ser por este recurso espectacular que es Internet y por
la resonancia que ha obtenido en los medios de comunicación mundiales. La
tecnología ha hecho posible que una buena parte del planeta comparta hoy día
la convicción de que “otro mundo es posible”.
Las nuevas tecnologías de la información han hecho posible un hecho tan
211
4. Proyectos de dos MSG integradores: ecologismo y antiglobalización
bre con el entorno si no existen unas relaciones justas entre los seres hu-
manos” (Bellver, 1997, 260).
c) movimiento pro justicia ambiental: los grupos y países más pobres han si-
do las principales víctimas ambientales de los detentadores de riqueza ya
que sus territorios han resultado ser los más expoliados en cuanto a re-
cursos y los más expuestos a la degradación del medio (contaminación,
vertederos de residuos, etc.); los promotores de la justicia ambiental son
continuadores de movimientos que luchan contra la exclusión social y la
discriminación racial (Dowie, 1996).
d) ecopacifismo: las relaciones de armonía y respeto tanto entre el hombre y
la naturaleza como entre seres humanos constituyen la más firme garan-
tía de una paz mundial estable; mientras el poder y la voluntad de do-
minio de los grupos más fuertes sean los determinantes de la acción hu-
mana, la naturaleza y la paz entre las naciones seguirán amenazadas;
e) ecofeminismo: integra aspectos ideológicos del ecologismo y del feminis-
mo, afirmando que el hombre se relaciona con la naturaleza de la mis-
ma forma que con la mujer: la relación está basada en la dominación,
tratando de someter al otro (naturaleza o mujer) como si se tratara de un
sujeto pasivo; la cultura patriarcal vigente, basada en la dominación, el
poder y la agresividad, es responsable tanto de la explotación abusiva de
la naturaleza como de la situación de inferioridad en que se encuentra la
mujer.
212
postura ha sido defendida con una detallada argumentación por Milbrath
(1990), y en ella basarmos nuestra propia postura.
La afinidad ideológica entre los diferentes nuevos movimientos sociales
puede verse reflejada en la exposición anterior y se hace patente en su vincula-
ción original con la llamada Nueva Izquierda. Analizando esta afinidad, (Mil-
brath id., 212) ha resaltado que los primeros nuevos movimientos sociales (eco-
logista, pacifista, feminista y derechos civiles) aparecieron como un desafío al
paradigma social dominante en la sociedad industrial moderna, especialmente
a su creencia central, según la cual “es natural y apropiado para los humanos el
dominar la naturaleza y para algunos humanos dominar a otros” (id.). Es decir,
los nuevos movimientos sociales combaten el supuesto de que es tan natural el
sometimiento de la naturaleza a la voluntad humana como el hecho de que los
hombres dominen a las mujeres, los blancos dominen a las demás razas y las
potencias militares subyugen a los países menos poderosos.
La coincidencia ideológica entre nuevos movimientos sociales queda refle-
jada en la militancia múltiple, o apoyo manifestado por unos mismos indivi-
duos a diferentes movimientos sociales. A modo de ejemplo, puede mencio-
213
El proyecto antiglobalizador como “movimiento de movimientos”
214
5. De la la epopeya clásica a la epopeya del siglo XXI
La epopeya clásica
215
La figura del héroe clásico fue inmortalizada, de forma particular, por el
historiador Thomas Carlyle (“Los héroes”, 1840) que ofrece una imagen indi-
vidualista del héroe, en línea con la tradición de la cultura greco-romana, co-
mo personalidad excepcional, elegido por una entidad superior (Dios o la his-
toria) para acaudillar al pueblo y salvar a la nación, conduciéndola a la victoria
y a un futuro de grandeza. En esta idea, de la que se nutrirá la tradición ger-
mánica del “führer”, las masas no son sino “millones de mudos” que limitan su
papel a servir de comparsa, siguiendo el camino que marca el héroe.
3. Una lucha entre el héroe, que trata de cumplir su misión, y un pode-
roso adversario que trata de impedirlo. La lucha implica una variedad de epi-
sodios en que los enfrentamientos se van agudizando hasta alcanzar un clímax
de intenso sufrimiento. Son muchos los que caen, y la vida del héroe llega a co-
rrer grave peligro, pero, finalmente, obtiene la victoria el elegido por los dioses.
216
Los activistas de estos MSG se han propuesto solucionar los problemas de
la humanidad, construir una sociedad humana más libre y más justa en un pla-
neta habitable. Son altruistas, como los héroes clásicos, se sientes movidos por
la búsqueda del bienestar para todos y han conseguido superar la tendencia na-
tural al egoísmo y al interés personal que caracteriza a otros personajes social-
mente admirados en nuestro tiempo como los “triunfadores” o los ídolos de los
medios de comunicación.
Algunas acciones, propias de la lucha de los MSG, son espectaculares y evo-
can el carácter también espectacular propio de la acción épica. Un buen ejem-
plo de ello lo constituye el activismo global de Greenpeace. La estrategia de es-
ta organización ecologista se encauza a la creación de acontecimientos para
movilizar a la opinión pública y a las autoridades hacia la consecución de cier-
tos objetivos (Castells, 1997, 143). La manera más eficaz de conseguirlo suele
ser la realización de una acción espectacular, es decir, un acto llamativo con gran
carga simbólica, que produce impacto visual, conciencia a la población e invi-
ta a la movilización. Recordemos a los activistas que treparon por la torre del
Big Ben para colocar una pancarta antinuclear, o a los que abordaron un barco
217
ciones económicas mundiales (como el Banco Mundial o el Foro de Davos) o
bien de una determinada hiperpotencia. Se trata de un poder global que no ac-
túa en nuestro nombre. Las amplias movilizaciones a nivel global que han te-
nido lugar durante el presente año constituyen una firme esperanza para el es-
fuerzo heroico de los MSG.
Pero el final de la epopeya está todavía por decidir. No estamos, como en la
epopeya clásica, en manos de una ciega fatalidad: ni las guerras y las injusticias
son inevitables ni va a ser la intervención de los dioses lo que va a salvarnos. La
clave de los episodios que acontezcan está en la voluntad humana. El siglo XXI
no será otra cosa que el resultado de nuestra elección.
Bibliografía
218
CAPÍTULO III.3
IDENTIDAD, PARTICIPACIÓN Y COMPROMISO
SOCIAL: UNA CIUDADANÍA PARA EL SIGLO XXI
CAPÍTULO III.3.1
En este análisis de los jóvenes, sus valores y sus relaciones con las institu-
ciones se parte de un prisma constructivo, constatando el potencial transfor-
mador que tiene la juventud para rediseñar las instituciones del futuro. En esa
dirección la juventud nos está demostrando cada día a través de su compromi-
so que hay vida más allá de estas instituciones que le ofrecemos en herencia, nos
anuncian con emoción intensa y sorprendida que ¡otras instituciones son posi-
bles!, por tanto que nadie desfallezca ni sucumba en el camino de su transfor-
mación aunque éste se prolongue.
Para aproximarnos al tema de los valores, aquí partimos de la idea de que
existen unos valores fundamentales, como son el de justicia, igualdad, libertad,
solidaridad, etcétera. Por tratarse de valores fundamentales son universales por
definición y deben ser universalmente defendidos, de hecho las grandes co-
rrientes de pensamiento, tanto en la órbita política como incluso en la órbita
de creencias religiosas, mantienen en sus idearios y en sus credos o doctrinas,
ese reconocimiento a los valores fundamentales; otra cosa es cómo cada una de
esas corrientes y en cada lugar y tiempo busca luego su plasmación o su aplica-
ción en un entorno concreto o área de influencia. Además, al menos desde la
óptica occidental en la que estamos y que nos resulta más conocida, creo que
219
podemos afirmar, al contrario de lo que se suele decir o escuchar a menudo, que
Occidente sí transmite bien esos valores de generación en generación. Sí trans-
mitimos bien, sí socializamos bien a las nuevas generaciones en esos valores, es
decir, todos defendemos o la gran mayoría de la población defiende y hace ban-
dera de esos valores universales.
Si es así, cabe interrogarse sobre cómo entender la siempre socorrida crisis
de valores y cuál es su alcance. Resulta curioso observar cómo de forma ininte-
rrumpida se viene haciendo alusión a la ya famosa crisis de valores, resultando
que siempre estamos metidos en ella. Salvando las distancias, es comparable a
la impresión que tenemos la mayoría, quizá la mayoría menos pudiente, de es-
tar siempre en situación de crisis económica, al menos esa parece ser la repre-
sentación social predominante y a la cual contribuye en buena medida la trans-
misión de contenidos realizada a través de los medios de comunicación. Como
las estadísticas económicas parecen ser más objetivables que las realizadas sobre
valores, luego vienen los economistas y nos dicen que si la crisis del petróleo en
1973 o que si aquella otra o la de más allá, sí pero entre una y la otra, la sensa-
ción del ciudadano es que también estábamos en crisis y que tenía que seguir
Los jóvenes en un mundo en transformación
220
compensación por la destrucción de su granja y de sus animales, sigue, después
de tres años, sin percibir nada y teniendo que continuar con más reclamacio-
nes, un hombre que apenas sabe hablar y escribir y que está mareándose con
esa supuesta Administración de Justicia para que le compensen de algún modo
la pérdida de sus bienes y poder seguir sobreviviendo. Ésa es la realidad.
¿Qué ocurre entonces en los jóvenes entre esa visión más pura de los valo-
res y esa realidad tan condicionada que dificulta la aplicación de los mismos?
Que constatan una clara incoherencia, se produce lo que en psicología social
conocemos como disonancia cognitiva (Festinger, 1957): el malestar produci-
do por la inconsistencia entre las propias actitudes o entre las actitudes mani-
festadas y las conductas realizadas. Para el joven no puede ser que lo que él
piensa y lo que parece que también piensan las instituciones que le representan
resulte ser tan imposible, tan difícil de ver aplicado en su entorno. Entonces,
esos valores comienzan a entrar en colisión con las prácticas por parte de las ins-
tituciones sociales, al menos de las más oficiales, y a despertar el consiguiente
escepticismo sino desconfianza. Este mecanismo que estamos analizando aquí
se rige por uno de los principios del comportamiento humano encargado de
221
general de la confianza de los jóvenes en determinadas instituciones, sino que
es coherente con sus respuestas sobre los aspectos que les interesan, dado que la
religión y la política también están a la cola de sus preferencias.
Entonces, ante la situación de incoherencia provocadora de la disonancia
cognitiva que señalábamos antes, el joven en su órbita interna se plantea un di-
lema similar al que reflejaba una pintada en mis aulas universitarias durante la
transición política, recogiendo aquella advertencia de que “Si no vives como
piensas, acabarás pensando como vives”. Es decir, si tu vida no es reflejo claro
de tus creencias, acabarás acomodando tus creencias a tu vida para eliminar el
malestar que provoca la disonancia y la inconsistencia. En este punto nos ha-
llaríamos entre la dicotomía de, por un lado, el idealista que es capaz de mover
su vida acorde con su creencia y, por otro, el acomodaticio que mueve su cre-
encia hacia la forma de vivir que tiene, ya lo haga de forma más autónoma o
más bien dejándose llevar de ese anzuelo que tiende la sociedad, invitando a se-
guir la inercia autorreproductora y conservadora de sí misma. Desde la mayo-
ría de instituciones de esta sociedad lo que se le tiende a decir al joven es que
busque trabajo, acomodo, formas de sobrevivir más o menos acopladas al siste-
Los jóvenes en un mundo en transformación
222
que buscan coherencia y la aplican ya entre los valores de los que hablábamos
y su compromiso real. Y en sintonía con esto podemos ver también ahí cómo
las organizaciones no gubernamentales, las ONG que están en el seno de estos
movimientos sociales alternativos, incorporan y aplican ya mayoritariamente
un más alto grado de democracia interna en su modo de estructurarse y orga-
nizarse, en su forma de autogobernarse, en su sistema de toma de decisiones,
en definitiva, predican con el ejemplo adoptando en sus propias organizaciones
criterios de funcionamiento más acordes con los valores por ellos defendidos,
de carácter más democrático y participativo que el común de las instituciones
tradicionales.
Dicho esto, tienen delante de sí o tenemos delante nuestro el reto —los mo-
vimientos sociales sobre todo— de concienciar y persuadir al mayor número
posible de jóvenes y adultos, entendiendo que el objetivo buscado es bastante
compartido en general, de cara a lograr que participe más gente, que participe-
mos más en busca de esos objetivos transformadores para hacerlos más alcan-
zables. Esa concienciación requeriría, y echo mano de Gamson (1992), cons-
truir lo que él llama un marco de acción colectiva, que necesitaría tres
223
eficacia, es decir, de mostrar a los demás que se poseen los medios y los meca-
nismos suficientes y que se conocen los caminos adecuados para tener éxito en
la lucha, para lograr el objetivo final. Un ejemplo de éxito que puede servir de
modelo es el del movimiento ecologista, o también el del movimiento feminis-
ta, sin en ningún modo pensar que uno u otro hayan llegado a su éxito final,
pero sí estaremos de acuerdo en que han contribuido a conseguir muchos de
sus objetivos. Más concretamente, si hoy la mayoría de nosotros separamos y
arrojamos nuestra basura de forma selectiva con la intención de reciclarla, al
menos allí donde nuestros servicios municipales nos ofrecen contenedores pa-
ra ello, quiere esto decir que hemos cambiado nuestra conducta respecto a tan
sólo unos diez años atrás, y por supuesto algo tiene que ver en ello la labor con-
cienciadora del movimiento ecologista en este caso, no sólo la Administración
que tomó la última decisión de poner esos contenedores, pues la ha tomado
cuando la presión social ya era muy clara para establecer políticas de ese tipo y
cuando los ciudadanos tenían ya cierta madurez para realizar ese tipo de com-
portamientos.
Pero aparte de esos tres elementos que he mencionado siguiendo a Gamson,
Los jóvenes en un mundo en transformación
quizá falte algún otro elemento como el referido a la cuestión sobre “cómo con-
seguimos la implicación de cada uno en lo social, el compromiso personal”, es
decir, cómo hacer que la gente llegue a plantearse “por qué tengo que actuar yo”
y no despeje el problema hacia otros pensando que a él nada se le ha perdido
en ese asunto y que es la Administración la que tiene la responsabilidad, los vo-
tos y el dinero para destinar a esos temas, por tanto es ella la que ha de resolver
todos esos problemas. Siguiendo a Klandermans (1997), diríamos que falta ahí
activar la motivación a participar del ciudadano, en este caso del joven, impul-
sando mecanismos de activación de la motivación a participar y eliminando
otras barreras existentes para la participación, tarea ésta no fácil y para la cual
ya algunos movimientos u ONG vienen diseñando campañas de comunicación
persuasiva al respecto.
Llegados a este punto, vamos a recapitular de algún modo y hagámonos la
pregunta de quién promueve el cambio social sin fronteras, desde una perspec-
tiva global. Es decir, estamos hablando de los movimientos sociales, sobre todo
los de signo global que miran no a un sector sino al conjunto de población del
planeta, ¿pero sólo en ellos podemos confiar?, ¿qué hacen los políticos? Decía-
mos antes que las instituciones que tenemos, al menos las que corresponden al
panorama oficial, son conservadoras y autorreproductoras y cuanto menos pro-
blemas se les presenten, mejor, y si el “vuelva usted mañana” no genera com-
plicaciones internas, pues mejor dejarlo para mañana que hacerlo hoy. Por par-
te de nuestros partidos políticos, está claro que tienen tantos problemas
internos y locales que pensar en la política del pueblo-humanidad les desborda
por completo, más allá de cuatro nociones al respecto, pues en general des-
atienden todo lo que está fuera de sus fronteras de actuación autonómica o na-
cional. Además, cuando legislan van prácticamente siempre a remolque de las
transformaciones que en la sociedad van aconteciendo. Por ejemplo, respecto al
224
candente tema de la violencia doméstica, sobre el que cada vez hay más con-
cienciación y más protestas, parece que se han puesto de acuerdo en algunas co-
sas para facilitar que los jueces y la policía tengan más herramientas para hacer
frente a ese gravísimo fenómeno, pero no sabemos cuántas muertes más tendrá
que haber para que tomen decisiones más atrevidas y todavía más directas y
preventivas. También esto es fruto en buena medida de la movilización social
que no para de reclamar actuaciones más defensoras de los derechos de las po-
tenciales víctimas. Confiar, por otro lado, en los cambios sociales que puedan
traernos las grandes organizaciones multinacionales o globlales como la ONU,
pues bueno, ya sabemos que están funcionando bajo mínimos desde hace bas-
tante tiempo y que necesitan una fortísima transformación para desempeñar el
imprescindible papel al que están llamadas en el concierto internacional. El
proyecto Ubuntu que lidera y apadrina Federico Mayor Zaragoza va por esa lí-
nea de transformar las instituciones multinacionales de modo radical para que
puedan intervenir de forma más contundente en la corrección de las injusticias
a escala planetaria.
Por lo tanto, tenemos a los movimientos sociales como los buscadores de esa
225
De modo complementario, conviene hacer una referencia al margen para
recordar que estamos en un mundo donde gran parte de la información y co-
nocimiento que adquirimos cotidianamente es construido socialmente sobre
todo a partir de lo que nos transmiten los medios de comunicación cuyo pro-
tagonismo es enorme en este sentido. Dicho de otra manera, casi todo lo que
nosotros conocemos o el noventa y mucho por ciento de la información que te-
nemos de la realidad nos viene a través de esos medios, por tanto, es una in-
formación construida, a menudo interesadamente construida. En esta elabora-
ción hay una cantidad cada vez más abundante de entidades interesadas y, en
consecuencia, de profesionales dedicados a ella, sobre todo en el terreno políti-
co, económico y comercial. Eso se traduce en un cada vez mayor espectro de
sistemas publicitarios y métodos para llegar al ciudadano y ofrecerle sus pro-
ductos, servicios o ideas, lo cual es ya sofocante para muchos.
De lo anterior se deriva que estamos viviendo o asistiendo ya a una tele-
realidad, a una sociedad de mentira, a una sociedad en gran medida de ficción
que se superpone a la sociedad real. Este tipo de sociedad artificial surge de
unos intereses bastante alejados de los valores fundamentales, eso permite en-
Los jóvenes en un mundo en transformación
tender algo más el porqué va declinando la confianza de los jóvenes en las ins-
tituciones y también el declive de la confianza en los demás ciudadanos, que va
bajando claramente y llevando a un refugio en lo privado, un refugio en la fa-
milia y en los amigos como los espacios de verdad, los espacios primarios don-
de no hay tanta ficción y tanto interés particular, el refugio en lo íntimo, en lo
exclusivamente verdadero que uno tiene en su proximidad.
Si hablamos de la necesidad de transformar nuestras sociedades y extender
la aplicación de los valores fundamentales y de los derechos humanos al con-
junto del planeta, conviene no olvidar hacer alguna referencia a los miedos y
resistencias al cambio que abundan en nuestro entorno especialmente por par-
te de aquéllos más poderosos que al hacer cálculos sospechan que verán redu-
cido su poder. Son miedos y resistencias de gran alcance, capaces de enlentecer
y frenar el proceso hasta límites inconfesables. Quizá dentro de unas cuantas
décadas o algún siglo serán vistas estas resistencias con el mismo juicio que hoy
nos merece el fenómeno de la esclavitud. En el extremo opuesto se halla el ries-
go, al que antes aludíamos, de acudir de forma acelerada a la defensa de posi-
ciones de idealismo puro y de carácter fundamentalista que se alineen con las
sostenidas por algunos grupos totalitarios, sectas coercitivas o grupos terroris-
tas partidarios de aplicar soluciones drásticas a problemas complejos y ofrecer a
los jóvenes un compromiso total en defensa de una verdad absoluta y en pro de
una solución final. No, no es ese el camino.
Para terminar, otro dato a favor del compromiso firme, no totalitario, es
que el contribuir a universalizar la aplicación de los valores y derechos huma-
nos fundamentales produce una triple satisfacción, un triple motivo de felici-
dad: en primer lugar, la que corresponde a los beneficiados por la aplicación de
esos valores universales, en segundo lugar, la propia de ayudar, ser útil a los de-
más y contribuir a una óptima causa (Javaloy et al., 1998), y en tercer lugar, la
226
resultante de la propia coherencia de defender unos valores y actuar en conse-
cuencia para contribuir a extenderlos y universalizarlos. Además esa coherencia,
unida a la expresión de solidaridad o la realización de una conducta prosocial,
refuerzan la identidad positiva que uno tiene de sí mismo y la propia autoesti-
ma, por tanto, hemos de concluir que luchar por la aplicación de los valores
fundamentales hace más felices a las personas.
Conclusión
Bibliografía
227
JAVALOY, F., RODRÍGUEZ-CARBALLEIRA, A. y ESPELT, E. (2001):
Comportamiento colectivo y movimientos sociales. Madrid, Prentice Hall.
KLANDERMANS, B. (1997): The social psychology of protest. Cambridge,
Blackwell.
MOSCOVICI, S. (1976): Psicología de las minorías activas. Madrid, Morata
(traducción de 1981).
RODRÍGUEZ-CARBALLEIRA, A. (1992): El lavado de cerebro. Psicología de
la persuasión coercitiva. Barcelona, Boixareu Universitaria.
Los jóvenes en un mundo en transformación
228
CAPÍTULO III.3.2
229
estos movimientos, con el fin de ir poniendo en pie alternativas de “alcance
medio”, creíbles y factibles, que contribuyan a ir modificando las creencias co-
lectivas hoy dominantes.
1. Un “movimiento de movimientos”
230
alternativas propuestas en el Foro Social Mundial se contraponen a un
proceso de globalización, comandado por las grandes corporaciones
multinacionales y por los gobiernos e instituciones que sirven a sus in-
tereses, con la complicidad de los gobiernos nacionales. Estas alternati-
vas surgidas en el seno del Foro tienen como meta consolidar una glo-
balización solidaria que, como una nueva etapa en la historia del mundo,
respete los derechos humanos universales, a todos los ciudadanos y ciu-
dadanas de todas las naciones y al medio ambiente, apoyándose en sis-
temas e instituciones internacionales democráticos que estén al servicio
de la justicia social, de la igualdad y de la soberanía de los pueblos”.
Dentro de la amplia pluralidad que se reconoce en el Foro Social Mun-
dial nos encontramos también con un proceso de coordinación entre re-
des y organizaciones sociales que aspiran no sólo a compartir preocupa-
ciones, ideas y propuestas sino también a tomar iniciativas conjuntas de
acción y movilización. Esto ha tenido su reflejo en la celebración de las
autodenominadas “Asambleas de movimientos sociales” en el marco de
las reuniones del FSM y ha conducido a la adopción de Manifiestos y
231
ciones eficaces” o, en fin, cuando afirma que “nadie estará autorizado a
manifestar, en nombre del Foro y en cualquiera de sus encuentros, posi-
ciones que fueran atribuidas a todos sus participantes”, al mismo tiem-
po que se compromete a difundir ampliamente las decisiones que adop-
ten las entidades participantes en los encuentros del Foro (puntos 6 y 7).
2. Otro aspecto importante a destacar es la ampliación y renovación del re-
pertorio de formas de acción que está asumiendo este movimiento plu-
ral: desde el bloqueo a las reuniones de las “Cumbres” oficiales —que fue
su partida de nacimiento público en Seattle— hasta el boicot a produc-
tos y “marcas” comerciales, pasando por manifestaciones lúdicas de todo
tipo, recogidas de firmas, consultas sociales alternativas, resistencia no
violenta y formas de desobediencia civil colectiva, ocupaciones simbóli-
cas de locales, bloqueo del tráfico por carretera y ferroviario, boicot elec-
trónico a empresas e instituciones y un largo etcétera. La estructuración
de las grandes manifestaciones también ha permitido el respeto a la
enorme diversidad de este movimiento mediante la configuración de
distintos “bloques de afinidad” entre organizaciones y colectivos, bus-
Los jóvenes en un mundo en transformación
cando así —aunque sin lograrlo en más de una ocasión— poner por de-
lante la cooperación en el éxito de las acciones por encima de los prota-
gonismos de unos u otros.
Obviamente, uno de los objetivos fundamentales en el enriquecimiento
de ese repertorio era y es incidir en la “agenda mediática”, con el fin de
introducir en ella la denuncia del marco de injusticia global e influir así
en los simpatizantes potenciales y poder forzar en mejores condiciones la
presencia de determinado tema en la agenda política institucional. Se tra-
ta de una cuestión central, no exenta de los problemas derivados de los
intentos de cooptación del movimiento por parte de los medios de co-
municación o los partidos políticos; pero el balance, tras prácticamente
cuatro años de vida del movimiento, es más positivo que negativo, ya que
es fácil comprobar en las encuestas de opinión de muchos países que el
movimiento “antiglobalización” cuenta con un escaso rechazo en la so-
ciedad, pese al tratamiento muchas veces despectivo o marginal que ha
sufrido por parte de muchos gobiernos y de una parte importante de los
medios de comunicación. Ello no impide ignorar que, si bien hasta aho-
ra se ha llegado a conseguir una relativa autolegitimación pública del mo-
vimiento, éste no ha logrado todavía alcanzar objetivos concretos sustan-
ciales, ya que sigue encontrándose con una actitud autista de los grandes
poderes representados en el G-8 y las grandes instituciones financieras in-
ternacionales, las cuales, en el mejor de los casos, se han visto obligadas a
cambiar la retórica empleada y a ensayar formas de cooptación de secto-
res del movimiento, pero no el paradigma neoliberal que preside sus po-
líticas alrededor del llamado “Consenso de Washington”.
Otro tema controvertido en este movimiento es el de la violencia, espe-
cialmente a raíz de los trágicos sucesos ocurridos en Génova en julio de
232
2001 y, luego, tras el 11-S del mismo año. Dada la diversidad del movi-
miento, es innegable que dentro del mismo hay grupos partidarios de la
acción violenta simbólica contra las “cosas” (en particular, edificios y ofi-
cinas asociadas en mayor o menor medida al “enemigo global” que se
quiere rechazar), pero no es fácil encontrar grupos que defiendan la vio-
lencia contra las personas. Pero incluso esa violencia contra las cosas no
es aceptada por la amplia mayoría del movimiento, aunque en algunos
casos sea más por sentido de la oportunidad o meramente instrumental
que por convicción. En todo caso, la Carta del FSM es clara en este as-
pecto, como se puede comprobar en los puntos 10 y 13, cuando decla-
ra que “busca fortalecer...la capacidad de resistencia social no violenta al
proceso de deshumanización que vive el mundo y a la violencia utiliza-
da por el Estado”.
3. También en las formas de organización y de funcionamiento la realidad
actual del movimiento es la de “una estructura organizativa segmentada,
policéfala y reticular” (D. della Porta, 2003), basada en nudos y redes y
en el ensayo de una democracia participativa y discursiva, dispuesta a
233
las protestas —aunque una parte de los mismos, minoritaria, se implique cada
vez más en ellas— y, también, que las motivaciones para participar en el movi-
miento no se deriven del hecho de compartir una condición social determina-
da sino, sobre todo, de la convicción ética y del rechazo al marco de injusticia
global que se critica (Andretta y Mosca, 2002). Ello no impide comprobar que
en la composición social del movimiento el peso de sectores sociales que se en-
contrarían dentro de la nueva figura del “precariado” o de trabajadores sociales
y capas medias con un “capital cultural” notable es importante; esos datos con-
tribuyen a explicar también el carácter intergeneracional del movimiento, ya
que junto a una capa procedente de la “generación del 68” nos encontramos
también con una nueva generación que ha entrado a la acción en el marco del
cambio de época que estamos viviendo; tienen, en cambio, mucho menos pe-
so las cohortes de edad intermedias entre ambas.
234
“movimiento de movimientos”, teniendo en cuenta además que éste tiende a
ocupar una parte importante del espacio que ocupaban los partidos, especial-
mente los de izquierda.
En ese marco general habría que considerar la relación partidos-movimien-
to y valorar las experiencias concretas en el caso que nos ocupa. Para ello es obli-
gado empezar reconociendo que en los orígenes mismos de la decisión de cele-
brar el Foro Social Mundial en Porto Alegre en 2001 tuvo mucho que ver la
presencia activa del Partido de los Trabajadores de Brasil y, más concretamen-
te, la iniciativa que en esa ciudad se desarrollaba de los Presupuestos Participa-
tivos. Sin embargo, esto no impidió que el Consejo Internacional del FSM
aprobara en su Carta de Principios, en el punto 9, lo siguiente: “El Foro Social
Mundial siempre será un espacio abierto a la pluralidad y a la diversidad de ac-
tuación de las entidades y movimientos que quieran participar, además de
abierto a la diversidad de géneros, etnias, culturas, generaciones y capacidades
físicas, desde la que sea respetada la Carta de Principios. No deben participar en
el Foro representaciones partidarias ni organizaciones militares. Podrán ser invita-
dos a participar, a título personal, gobernantes y parlamentarios que asuman los
235
Esta es la fase en la que se encuentra en la actualidad este movimiento: la
combinación del rechazo ético con la crítica y la propuesta, buscando preservar
su autonomía ante los partidos políticos, las instituciones estatales y los actores
transnacionales a los que se enfrenta, pueden permitirle “ganar tiempo” (para
“experimentar” y vincular lo global y lo local), “ganar espacio” (para superar su
dimensión occidental, para reforzar la transversalidad del feminismo y del eco-
logismo...) (Antentas, Egireun y Romero, 2003) y para cuestionar, en fin, no
sólo políticas concretas sino la política dominante, en su sentido sustantivo.
Porque no cabe consenso posible entre lo que representan las Cumbres oficia-
les o Foros como el de Davos y el que se ha reunido en Porto Alegre y en Mum-
bai, ya que éste último sigue convencido de que la consecución de ese “otro
mundo posible” pasa por la necesaria ruptura con el neoliberalismo que aqué-
llos representan.
Bibliografía
Los jóvenes en un mundo en transformación
236
CAPÍTULO III.3.3
Resumen
237
zación histórica y contextual, el concepto de nuevo movimiento social se pue-
de utilizar como un witgensteiniano “uso del lenguaje”, generado por los pro-
pios actores y sus analistas en los últimos treinta y cinco años.
238
los movientos obreros generaron un marco de regulación económica del con-
flicto social reconocido que permitió la posibilidad de monetarizar y materiali-
zar derechos ciudadanos; políticamente porque la democracia liberal institu-
cionalizó el ámbito de libertades en que se hacia posible un espacio de
participación “moderna”, esto es, donde lo colectivo puede formarse como pro-
ducto de una decisión racional y no por el peso de lo tradicional o por la auto-
ridad despótica.
El origen de los efectivos de estos nuevos movimientos sociales se econtra-
ba, pues, en las clases medias; nuevas clases medias emergentes por primera vez
reconvertían los tópicos discursivos habituales de las clases medias tradiciona-
les —el conservadurismo, el puritanismo, la subordinación disciplinada a las
élites— en claves simbólicas prácticamente contrarias. Por ello conocimos una
fuerte presencia del discurso de “la emancipación” en todos estos nuevos movi-
mientos sociales, discurso que se construía a partir de una mezcla de materiales
temáticos en el que se combinaba un fuerte narcicismo alternativo —la estéti-
ca y la reivindicación de lo anticonvencional y “la diferncia”—, con la crítica a
lo que se consideraban excesos civilizatorios de la sociedad industrial (arma-
239
hacer que dicho proyecto moderno avance por su vertiente más relacional, de-
mocrática y conivencial frente a los peligros que tiene de autobloquearse y a de-
jarse arrastrar por su impulso tecnocrático y economicista.
Por lo tanto, los nuevos movimientos sociales supusieron la inclusión en el
panorama sociopolítico europeo y norteamericano de nuevos sujetos con un
discurso muy radicalizado —en gran parte propiciado por el entorno de alto ni-
vel de desarrollo económico y de derechos sociales crecientes conseguidos en el
momento de máximo rendimiento del pacto keynesiano—, con una tendencia
a solicitar un reconocimiento de identidades pseudoadscriptivas y culturales, y
la conversión en titularidades y derechos de tales identidades, que hasta ese mo-
mento no habían sido consideradas por los instrumentos políticos y económi-
cos de los Estados occidentales. Más alla de la “cuestión social” clásica, los nue-
vos movimientos sociales tendieron a recrear nuevas “cuestiones”: la cuestión del
genero, la cuestión medioambiental, la cuestión de la paz, la cuestion urbana,
la cuestión generacional, etc.
Cuestiones que desformalizaban y permeabilizaban la frontera entre lo pri-
vado y público en una especie de mixtura político-cultural que se constituiría
Los jóvenes en un mundo en transformación
como una de las novedades más destacables en los procesos de participación so-
cial, movilización colectiva y cultura política, y que se asociarían ya desde en-
tonces al espíritu del tiempo y al horizonte socicultural europeo y norteameri-
cano de los años sesenta y setenta. Originándose, también, con ello demandas
de reconocimento de necesidades socioculturales, identidades colectivas y dere-
chos cívicos que poco tenían que ver con las necesidades distributivas y econó-
micas históricas sostenidas en las reivindicaciones corporatistas de los trabaja-
dores fordistas —o incluso en su imaginario social más expresivo, al considerar
que el poder económico el fin real y social último del movimiento obrero—, ni
mucho menos con el juego de poderes instituidos en torno a la política tradi-
cional de los partidos y al mercado de votos, dado el caracter de minoría acti-
va en que desarrolla la dinámica de movilización estos actores y su lejanía de la
“política de masas”.
En el panorama de los nuevos movimientos sociales, por lo tanto, se tendía
a presentar este reclamo a la identidad —e incluso a la identidad negada— co-
mo uno de los elementos fundamentales de su acción, y la construcción y di-
seño comunicativo de esa identidad se consagraba como el vehículo principal
para el “empoderamiento” del movimiento. Entendiendo este “empoderamien-
to” o empowerment como el proceso de consecución de poder e influencia so-
cial general mediante el reparto, distribución y cesión irregular del poder orga-
nizativo interno y del reconocimiento personal a los miembros directamente
implicados en la acción, cosa que de hecho se enfrentaba con las figuras jerar-
quizadas y formales de atribución de funciones y recompensas de los aparatos
organizativos tradicionales, hecho éste, además, fundamental al desplegar los
nuevos movimientos esquemas participativos donde lo expresivo se articulaba
de manera inseparable con lo instrumental y donde la propia participación en el
movimiento tiene tanta importancia como los objetivos finales a conseguir.
240
La política competitiva de los partidos y la economía social de los mercados
en expansión en la época del consenso keynesiano del bienestar y de la prime-
ra fundación mítica de un sociedad postindustrial dejaron zonas de identidad
fuera de los espacios convencionales —y mayoritarios— de legitimación, zonas
idiosincráticas y diferenciadas que fueron reivindicados para ser relegitimados
por movimientos de jóvenes, mujeres, estudiantes, minorías étnicas, etc.; y la
novedad y mayor repercusión de esta nueva política difusa no fue el logro de
objetivos electorales o monetarios perfectamente constatables o medibles de un
manera explícita y terminante, ni tampoco un cambio radical y absoluto de es-
tructuras jurídicas, políticas o económicas, sino su efecto latente y su repercu-
sión efectiva en las formas de vida cotidiana, trasformando hábitos y estilos, con-
formando derechos hasta entonces inéditos, creando imágenes sociales nuevas,
dando ideas de convivencia inexploradas, ampliando la libertad de las costum-
bres y haciendo que todo esto se materializará en buena medida, tomando for-
ma de derechos reales de ciudanía.
241
—cotidiana— de los derechos crecientes que habían supuesto las acciones de es-
tos grupos movilizados. El resultado de todo ello se plasmó en el fuerte carácter
defensivo y “a la contra” que adquirieron las acciones de movilización, destina-
das a detener el retroceso de los derechos adquiridos en cada sector concreto y
particular ante las acciones de remercantilización, individidualización y desafi-
liación derivadas de las políticas económicas y sociales, cada vez más privatistas.
La diseminación y fragmentación defensiva de los actores era el efecto de una
estructura político econonómica cada vez más estrecha para la acción de los
nuevos movimientos, pero también la forma en los que estos mismos actores
planteaban la defensa de su identidad y la supervivencia de sus objetivos en un
momento, no lo olvidemos, en que los primeros mensajes de ruptura de los
nuevos movimientos sociales ya habían sido institucionalizados, y/o converti-
dos, parcialmente, en convenciones sociales generales. La cultura de la protesta
y el narcisismo alternativo se fueron tornando, así, en cultura de la superviven-
cia —cuando no directamente de la derrota— y las movilizciones, igualmente,
fueron adquiriendo tintes mucho más dramáticos, mucho más pesimistas y ca-
si siempre muy cercanos a la idea de la defensa “al límite” de la posible y casi in-
Los jóvenes en un mundo en transformación
242
El reflujo de los discursos emancipatorios, la desarticulación de los efectivos
organizacionales y humanos, el avance del mercado y la propia crisis del key-
nesianismo como paradigma de la intervención del Estado, empiezan a generar
una cultura del desencanto, la abstención y el apoliticismo que tiende a tradu-
cirse en la marcha de la acción colectiva al ir adquiriendo ésta no tanto la for-
ma de un movimiento social continuado con un horizonte de objetivos imagi-
narios y de derechos a conquistar, sino el modo de una sucesión de campañas
que se realizan ante temas que son considerados agresiones al entorno social —
o natural— y que se producen tanto en el ámbito local (colectivos afectados por
la remercantilización), como en el ámbito global —percepciones de riesgos
considerados cono amenazas inminentes en el campo del medio ambiente, las
relaciones internacionales o los modos de vida y las relaciones íntimas—, pero
que siempre tienen un carácter reactivo y defensivo, muestra de una cultura de
resistencia planteada como respuesta urgente al riesgo de convertirse en vícti-
mas en un inmediato futuro.
El entorno ilustrado de las clases medias intelectualizadas se vuelve hacia la
postmodernidad como fenómeno cultural, fenómeno que tiende, al fin y al ca-
243
tiende a tornar el radicalismo de estas clases medias (cada vez más simbólica y
económicamente debilitadas) en aprensión y sentimiento de riesgo a quedar ex-
cluidas y marginadas de los canales de producción y consumo de un mercado
desbocado y con efectos desigualitarios reconocidos; lo que en gran medida, ex-
plica también su retraimiento político y su conservadurización efectiva.
Dado este contexto, muchos autores señalan el cambio de ciclo y la ten-
dencia masiva a abandonar el sentido de lo colectivo y la militancia civil en los
movimientos, reintegrándose las capas sociales más ilustradas en una especie de
autocomplaciente inflamación de la vida privada que daría los placeres y las sa-
tisfacciones que habría dejado de dar la vida pública. Regreso hacia posiciones
neoconservadoras que se haría por la generalización del ultrautililitarismo y el
individualismo creciciente, derivado de la revuelta de las nuevas élites, pero al
que habría que añadirse los peligros derivados de fenómenos de acción colecti-
va —sobre todo en sectores decandentes y debilitados de las clases medias y me-
dias/bajas y en ciertos estratos sociales en peligro de quedar fuera de los circu-
los de acumulación y de regulación mercantil centrales— que se convierten en
auténticos antimovimientos sociales, movilizaciones más o menos difusas que
Los jóvenes en un mundo en transformación
tienden a negar las identidades de los sujetos frágiles y las minorías ultravulne-
rabilizadas que precisamente ligadas al capitalismo postfordista han reapareci-
do en los países occidentales: movilizaciones que son prefascistas, xenófobas, ul-
traconservadoras y que tienden, al fin y al cabo a representar la regresión de la
democracia en las sociedades occidentales, al negar de manera intolerante las
diferencias y al convertir, siguiendo el más viejo mecanismo antropológico del
chivo expiatorio, a las víctimas (minorías étnicas, sujetos marginados por la po-
breza o la drogodependencia, subculturas adaptativas juveniles, etc.) en culpa-
bles de la desintegración y la desorganización social postmoderna.
A lo largo de los años ochenta el fortalecimiento de la “cultura de la satis-
facción” de las élites promocionales aupadas por la economía de los servicios
tiende, por tanto, a descomprometer a gran parte de los grupos profesionales y
universitarios del radicalismo o del criticismo que como seña de identidad ha-
bían abanderado las fracciones más pujantes de las nuevas clases medias ascen-
dentes sólo unos pocos años antes. La incapacidad —aunque sea relativa— por
parte de los nuevos movimientos sociales de reclutar nuevos efectivos humanos
y cohortes generacionales más jóvenes que se integren y pervivan en los movi-
mientos con cierta continuidad —y recordemos que la continuidad en el tiem-
po es una característica básica para definir la identidad y, por ello, la formación
de movimientos sociales—, así como de renovar discursos, símbolos e imáge-
nes, tiende a inducir una poderosa desarticulación de las propuestas colectivas
de vida en común y de transformación convivencial de la vida pública.
La sociedad neoliberal, por lo tanto, ha fragmentado los sujetos sociales in-
dividualizando hasta el desmigajamiento la participación política, y en conse-
cuencia, la formación de los vínculos comunitarios se ha fraccionado progresi-
vamente hasta quedar reducida al mero “círculo” o a la celebración del encierro
social en las microrrelaciones “cara a cara”, donde la expresión de identidades
244
en grupúsculos, tribus o estilos particulares de vida no vincula nunca lo perso-
nal con un modelo de cambio social general, como había ocurrido en el mo-
mento álgido de los nuevos movimientos sociales. Tribalidad privada, en suma,
que, en su versión defensiva, no es más que la expresión del simple repliegue de
la identidad —a partir de la inflación del microgrupo afectivo— dentro “mun-
do de la vida” frente al riesgo creciente que se hace presente en el sistema for-
mal de relaciones económicas, jurídicas y comunicacionales; pero que en su
versión agresiva tiende a conectar esta tribalidad con los antimovimientos so-
ciales y a generar redes de comportamiento antidemocrático, precisamente por-
que son el exponente de una sociedad que, en ciertos sectores críticos, cada vez
se hace más insolidaria, intransigente y amedrentada.
245
cionados de los nuevos movimientos sociales de los años sesenta que han ten-
dido a nuclearizarse, a perder radicalismo, utopismo y generalidad cultural, pe-
ro han ganado en presencia en el tiempo, en perseverancia en sus actuaciones,
en el descubrimiento de la alteridad, la función de realizar objetivos concretos
y no sólo la reivindicación y la negación de la sociedad en general, y, en suma,
la sustitución de la cultura de la utopía absoluta por una tendencia a la inter-
vención selectiva y realista en aspectos concretos de la realidad social. No es de
extrañar también que gran parte de estas intervenciones se realicen en campos
del bienestar, porque es en estos campos donde ha abandonado gran parte el
Estado neoliberal sus obligaciones, y en campos de la cooperación internacio-
nal donde el estrangulamiento del crecimiento de los países superdesarrollados
hace más terrible la deuda y los problemas económicos de los países subdesa-
rrollados.
De esta manera, las ONG son grupos de ciudadanía activa que tienden a
generalizar un comunitarismo defensivo frente al individualismo posesivo y
agresivo de la economía triunfante, pero que lejos de ser un sector homogéneo
está fuertemente fragmentado, así junto a estas organizaciones que de manera
Los jóvenes en un mundo en transformación
transformada, pero real tienden a heredar gran parte de los rasgos de los nue-
vos movimientos sociales, también existen toda una constelación de organiza-
ciones que o bien son simples captadores de subvenciones, o bien son elemen-
tos de tipo pseudoprivado para realizar o ayudar a una precarización del propio
Estado del bienestar.
Las ONG, por lo tanto, pueden tener, también en algunos casos, una fun-
ción no muy lejana del viejo discurso pietista decimonónico que si formal-
mente parece que puede rellenar alguno de los grandes vacios de la sociedad ac-
tual, también se puede decir que tiene los peligros de hacer pasar todo un
proceso que es fundamentalmente interesado —la remercantilización encu-
bierta— por un proceso de movilización social auténtico. Las ONG, por lo
tanto, muchas veces representan más intentos de profesionalización de colecti-
vos que no pueden entrar en el mercado de trabajo, búsqueda de beneficios y
de subvenciones utilizando el señuelo del bienestar social y una cierta generali-
zación de un discurso del bienestar sin dependendencia de la obligación y la ne-
cesidad instituida por el Estado, sino diseñado según el deseo creado y acepta-
do por partes de una sociedad voluntarista que dentro de su ocio puede realizar
labores de bienestar social. Sólo parace que existe una regla para este sector, son
sus prácticas concretas y efectivas la única regla para saber con que organización
nos estamos enfrentando y cualquier “a priori” declarativo debe ser contrasta-
do con las un estudio concreto de la historia, las realizaciones efectivas y la im-
plantación real de esa asociación voluntaria.
Por lo tanto no es extraño que vivamos esta crisis actual de crecimiento, la
primera crisis de asentamiento, de las ONG. Su fragmentación, su falta de con-
trol, su confusión, el excesivo peso que se le ha dado para generar y paliar ob-
jetivos sociales para los que en este momento, ni están preparadas, ni están fi-
nanciadas suficientemente, son factores que están creando, en ciertos puntos,
246
un panorama desolador, entre el escándalo de algunos casos y la insatistacción
de sus actuaciones en otros; situación que en nada favorece ni a las auténticas
posibilidades de actuación de las ONG, ni por otra parte, contribuye a la con-
secución de los objetivos reales de un Estado que tiene que tener la justicia dis-
tributiva, el bienestar, y la solidaridad como eje básico de su actuación.
En este sentido, las ONG pueden ser un elemento básico en la detección
de problemas, en la flexibilización de un Estado del bienestar anquilosado, en
la movilización de recursos personales y humanos para generar solidaridad y pa-
ra atajar déficits muy particulares de solidaridad (de hecho hay una larga y
ejemplar historia de organizaciones altruistas, modélicas ya muchos años antes
de que simplemente se hubiesen pensado las siglas ONG), pero en ningún ca-
so pueden sustituir al Estado ni a la Administración en las funciones que son
conjuntas, generales y universales de todos los ciudadanos. El discurso de la vo-
luntad no puede nunca servir para acabar con las obligaciones de todos los ciu-
dadanos a la contribución en la solidaridad y bienestar público, en este senti-
do, gran parte del discurso de las ONG, ya sea a nivel nacional o internacional,
ha servido más de coartada para el desmantelamiento del Estado del bienestar
Conclusión
247
la multideterminación de planos que cristalizan en la aparición de acciones co-
lectivas no vinculadas a las reivindicaciones obreras tradicionales.
De este modo, frente a la tendencia de las explicaciones marxistas clásicas de
reducir toda contradicción a la lucha económica de clases y de evitar cualquier
referencia a la subjetividad para hacer valer el peso de las condiciones objetivas,
las interpretaciones contemporáneas de los nuevos movimientos sociales han he-
cho énfasis precisamente en lo contrario, en la diferencia y la subjetividad y, por
ello, en los elementos socioculturales que construyen la identidad colectiva de
los grupos movilizados.
La acción de los nuevos movimientos sociales se contextualiza, así, en mar-
cos específicos de actuación y codificación de los social, en los que la expresivi-
dad y las identificaciones de sujetos concretos se concretan sobre objetivos que
ligan la construcción del propio grupo movilizado con su reconocimiento por
otros grupos y por la institucionalización normativa de estos objetivos en las
convenciones sociales generales y en los procesos de justificación y juridifica-
ción de la sociedad en su conjunto.
En el mundo de los nuevos movimientos sociales las representaciones subje-
Los jóvenes en un mundo en transformación
248
En este sentido, sea cual sea el nuevo movimiento social elegido —desde el
feminismo al ecologísmo, de la objeción e insumisión a los movimientos para
la defensa de los derechos de las minorías, de las reivindicaciones de formas no
convencionales de la vida social a los que reclaman un orden mundial más jus-
to, etc.— la dimensión fundamental de su acción sólo puede entenderse a par-
tir de un estudio contextual de los elementos que conforman la construcción so-
cial de la protesta. Por lo tanto, la acción colectiva antes que un efecto o reflejo
condicionado de factores externos que disparan la movilización de forma auto-
mática hay que considerarle como la síntesis de procesos de interpretación, de-
finición, comunicación y consenso de grupos que se convierten en actores so-
ciales al conformar su acción reivindicativa por medio de interacciones y
prácticas sociales en contextos concretos de actuación que marcan tanto las po-
sibilidades como las limitaciones de la acción.
No hay, por tanto, explicación absoluta y universal a los procesos de movili-
zación social y este fenómeno se complejiza y multidimensionaliza cuanto más
complejo y diferenciado es el contexto social en los que se desenvuelven. Los
nuevos movimientos sociales, por lo tanto, son formas que responden a proce-
249
La realidad de la protestas y la acción reivindicativa de estas minorías acti-
vas movilizadas pasa por su capacidad de elaboración de valores compartidos,
percepciones comunitarias y repertorios de motivos y argumentaciones retóri-
cas; esto es, de la capacidad de convertirse en actores simbólicamente diferen-
ciados, con posibilidad de ser percibidos e incluso autopercibirse como tales.
Dada la complejización, diversificación y diferenciación de lo social en el seno
de capitalismo maduro, estas formas de participación informal dependen de la
producción de redes de acción que partiendo de las particularidades y diferen-
cias potenciales de sus efectivos humanos tengan resultado de cohesión colecti-
va así como al contrario, hallando estilos de cohesión colectiva que sean capa-
ces de mantener la idea de diferencia.
La participación de los individuos en los procesos de movilización colecti-
va contradice de hecho tanto las razones economicistas absolutas —sean del
economicismo colectivo y objetivista del marxismo dogmático, sea del econo-
micismo individualista y egoísta de las explicaciones microeconómicas—; co-
mo el culturalismo armonicista e integrador —típico de la sociología y la an-
tropología formalista— al ordenar los sentidos de lo social y las razones de
Los jóvenes en un mundo en transformación
250
ación de vínculos y relaciones proyectivas, utilizando códigos culturales y mate-
riales simbólicos capaces de traducir las dimensiones contextuales derivados de
la estructura social en elementos de agencia y actividad participativa.
La dimensión cultural es fundamental en la formación y desarrollo de los
nuevos movimientos sociales, pero frente a la idea de cultura cívica y/o cultura
política en el sentido funcionalista y aconflictivo del término en cuanto se re-
fiera a valores genéricos y armoniosos compartidos por la comunidad creadores
de normalidad social y socializadores de los individuos de una manera homo-
génea y exitosa, debemos considerar la cultura como un campo de fuerzas en
conflicto y de prácticas significativas cuya dinámica se desarrolla de manera pa-
ralela a los conflictos entre grupos, actores y clases sociales.
De tal manera que existen culturas y subculturas en conflicto, culturas do-
minantes y culturas dominadas, culturas de protesta, resistencia y acción y, en
suma, que al mito de una cultura cívica unificada y perfectamente legitimado-
ra de un orden político de participación y elección individualizada, los nuevos
movimientos sociales han venido a oponer las culturas políticas de los sujetos
—como formas concretas y contextuales de dar sentido a lo social y de simbo-
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255
CAPÍTULO III.3.4
257
Este último valor, la autonomía, ocupa un lugar prominente en el Nuevo
Paradigma que plantean los nuevos movimientos sociales. En la actualidad, a
juicio de Castells (1997), la complejidad y transformación constante que ca-
racteriza nuestro mundo está haciendo más difícil la autonomía personal: “en
todo el mundo las personas sufren una pérdida de control sobre sus vidas, sus
entornos, sus puestos de trabajo, sus economías, sus gobiernos, sus países, y, en
definitiva, sobre su destino en la tierra” (1997, 91). En este contexto, “el mun-
do se vuelve demasiado grande para ser controlado” y “la gente se ancla en lu-
gares y recuerda su memoria histórica”. Y concluye que “por este motivo son
tan importantes las identidades, y en definitiva, tan poderosas en esta estructu-
ra de poder en cambio constante, porque construyen intereses, valores y pro-
yectos en torno a la experiencia y se niegan a disolverse” (1997, 89, 399).
Todo ello hace pensar que los nuevos movimientos sociales están sirviendo
de puntos de anclaje para las personas que, en el océano inestable de nuestro
mundo, buscan la tierra firme de la identidad. La participación en acciones em-
prendidas por movimientos puede contribuir a consolidar una identidad más
vigorosa, como pone de relieve la denominada “explosión de conciencia” que
Los jóvenes en un mundo en transformación
258
blecimiento de un compromiso estable contribuye, a su vez, a la estabilidad de
la identidad que se ha construido.
El compromiso significa una dedicación o inversión de las propias energías
a favor de las personas o ideología con quien uno ha decidido comprometerse.
Erikson sugiere que el valor que impulsa esta dedicación es la fidelidad, es de-
cir la lealtad continuada que va unida al sentido de pertener a las personas, gru-
pos, o ideología con los que uno se ha comprometido. La fidelidad implica la
capacidad de ser confiable: dar muestras a los demás de que pueden confiar en
nosotros y de que, incluso en las circunstancias más adversas, no les vamos a
abandonar y, menos aún, a traicionar. En la raíz del compromiso con los demás
se halla pues el compromiso con uno mismo, la resolución de ser consecuente
con la promesa de fidelidad que libremente hemos decidido.
El hecho de que la visión de Erikson sobre el compromiso arranque de la
crisis de la identidad juvenil aumenta su interés de cara a su aplicación a los
movimientos sociales, dado que la decisión de entrar en un movimiento suele
tomarse en la juventud y son los jóvenes los que integran la parte más activa de
la mayoría de movimientos sociales, especialmente de los de signo radical.
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Los jóvenes en un mundo en transformación
260
CAPÍTULO III.3.5
261
casi siempre precario, para afrontar el problema laboral que tan gravemente
afecta a la gente joven. Las ONG´s pierden frescor y autonomía, ya que no son
inmunes a ese efecto moderación-adulteración que trae causa —sobre todo en
aquellos países en que éstas se amamantan en las ubres del Estado— de su in-
evitable proceso de integración institucional.
Esta ausencia de instrumentos para la participación ciudadana en los asun-
tos públicos y, en consecuencia, la inaplazable innovación en este ámbito —que
constituye actualmente mi principal preocupación y quehacer— me animan a
proponer en este Curso de Verano algunas reflexiones en torno al ejercicio de
la ciudadanía del futuro —no necesariamente del siglo XXI— que quisiera com-
pletar con un breve bosquejo del proceso en curso de diseño y experimentación
de un prototipo de instrumento para el ejercicio individual y colectivo de la
democracia ciudadana y la ecociudadanía, que denominamos provisionalmen-
te: instancia ecociudadana de acción política.
El profesor César Díaz-Carrera —en su intervención en el debate tras la
conferencia anterior—, ha sugerido que no es didáctico definir la creatividad
como la facultad de sacar algo de la nada, ya que ese sería cometido de dioses y
Los jóvenes en un mundo en transformación
262
Personalmente me he quedado con las ganas de preguntarle al profesor Ma-
yor Zaragoza, que como Director General de la UNESCO, es el español que
ha desempeñado hasta el momento el cargo de mayor relieve internacional, si
él, desde esa gran atalaya que le ha permitido tener una información privile-
giada y codearse con los principales dirigentes, ha percibido si a esos niveles se
trabaja con la convicción de que el desolador panorama del mundo tiene arre-
glo o si simplemente se trabaja sin brújula, corriendo por correr y por que nun-
ca faltan las dietas, los buenos hoteles, los suculentos manjares y los vuelos gra-
tuitos para reunirse a negociar con tan escasos resultados prácticos. No he
podido hacerlo, pero creo que nos ha dado la clave cuando, citando al poeta —
las horas volverán y nos encontrarán instalados y dóciles— ha invitado a la rebel-
día e incluso nos ha confesado que lo que quiere hacer en esta nueva etapa de
su vida es protestar.
El profesor Javaloy, por su parte, se ha referido a la recuperación de la figu-
ra del héroe porque motiva a los que luchan, desarrolla el sentimiento de su
identidad, de hacer algo importante, de luchar por el grupo como por algo pro-
pio, convierte la lucha del grupo en una epopeya. La figura del héroe siempre
263
participación de la ciudadanía en la construcción de una sociedad sostenible y
de responsabilidad global.
La ciudadanía, como es sabido, es el atributo del nacional de un Estado,
sujeto pleno de derechos y deberes, que interviene en su Gobierno. Estamos
hablando de participación política, de intervenir en el Gobierno de los asun-
tos públicos, de ocuparse de los mismos asuntos de los que se ocupan unos se-
ñores que se han montado en ese instrumento denominado partido político y
han acabado secuestrando la democracia. Hablamos de que la ciudadanía, ocu-
pe el espacio que usurpan unos listillos que controlan nuestra sociedad. ¿Quién
decide que España intervenga en Irak? Sin duda, muy poca gente. ¿Por qué?
Porque tenemos una democracia vergonzante y unos ciudadanos de perfil. Tí-
tulo, por cierto, de un libro1 reciente del que, junto con el profesor Soriano,
catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Pablo de Olavide, soy
autor.
Y si el ejercicio de la ciudadanía ya es de por sí difícil ¿qué decir del de la
ecociudadanía? La ecociudadanía —de eco: morada o ámbito vital más amplio
del ser humano— es la condición de todo ser humano, titular de una parte alí-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(1) VSORIANO, R.; RASILLA, L.; Democracia Vergonzante y Ciudadanos de Perfil, Ed. Comares, Granada,
2002.
264
to con una evidencia: que no hay más que el voto y la calle y que ni el voto ni
la calle han servido para nada. Nadie les había hablado nunca —ni lo han he-
cho después del fiasco— de la formidable y premeditada mordaza jurídica —
fruto del pacto constitucional unánime de los partidos políticos— que se ocul-
ta tras el demagógico llamamiento de éstos a la participación ciudadana.
Y es que la participación ciudadana, el legítimo derecho a intervenir real-
mente en el gobierno de los asuntos públicos, incluidos los de carácter inter-
nacional, presupone la tutela jurídica efectiva de una verdadera democracia
ciudadana que sólo puede ser la conjunción inteligente y equilibrada de tres
tipos de democracia: la representativa, la directa y la participativa. Sin embar-
go, la democracia representativa lo es todo. La democracia participativa es sec-
torial y momentánea y la democracia directa no existe, porque los partidos po-
líticos ya se preocuparon de encerrarla en un ataúd durante el proceso
constituyente.
Pero la gente no duda en salir a la calle para tratar de impedir una guerra
sin saber que el artículo 87, 3 de la Constitución les considera menores de edad
en los asuntos internacionales al excluir esta materia de la iniciativa legislativa
265
tos de intervención ciudadana en los asuntos públicos a escalas local, regional,
estatal y global, que trabaja en la concepción y puesta en funcionamiento de un
prototipo de herramienta política innovadora: la instancia ecociudadana de ac-
ción política.
La instancia ecociudadana de acción política será un nuevo instrumento
(en cuyo diseño y experimentación colectivos, estáis invitados a participar ac-
tivamente, a través de la citada página www.ecociudadania.org) para el ejerci-
cio individual y colectivo de la ecociudadanía, adaptado a la nueva estructura
socio histórica de la globalización. En una primera aproximación se podría des-
cribir como fórmula, marco de procesos de asociacionismo transnacional, plu-
ralista, flexible y autoregulable, de carácter no gubernamental, autónomo y
permanente; dotado de mecanismos ad hoc de estímulo, referencia y soporte
para el libre ejercicio, individual y colectivo, del derecho-deber de ecociudada-
nía. Se concibe como potente herramienta política polivalente, de gran versa-
tilidad y fácil acceso a través de internet, para la coordinación y encauzamien-
to ecociudadano de la acción política dispersa de la sociedad civil. Se diseña
para inducir, a partir de un determinado umbral de uso, un quíntuple y per-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Conclusiones
266
Obsolescencia del partido político: La apertura del principio democrático a
la esfera supraestatal pone en entredicho la capacidad del partido político para
afrontar la realidad cambiante de nuestros días. Se ha quedado obsoleto en el
ámbito del Estado y, por supuesto, cuando se trata de afrontar la realidad glo-
bal de la sociedad internacional contemporánea.
Limitaciones evidentes de las ONG´s: Muy focalizadas en aspectos secto-
riales de la realidad y altamente vulnerables ante el efecto moderación-adulte-
ración que trae causa de su inevitable proceso de integración institucional.
TERCERA: Es inaplazable la innovación en este ámbito. Deben impulsar-
se iniciativas a medio y largo plazo de ingeniería política y social susceptibles de
poner a punto potentes instrumentos innovadores de estímulo, referencia y so-
porte para la creciente participación de la ciudadanía en la construcción de una
sociedad sostenible y de responsabilidad global.
CUARTA: Carece de sentido proponer a la juventud que afronte los pro-
blemas del mundo —incluida la tarea de poner a punto los nuevos instrumen-
tos de participación política— con actitud creativa, crítica y de protesta, si el
sistema educativo no les capacita para ello y la sociedad civil es incapaz de des-
267
Bibliografia
268
MÓDULO IV:
271
El inventor de la Cibernética Norbert Wiener ha dicho que para evitar es-
te fenómeno tenemos que cambiar de mentalidad para poder dirigir su fuerza
ciega.
Este es el reto, expresado por un filósofo y un científico, mas importante
del mundo actual.
Está claro que con nuestra antigua mentalidad no podemos avanzar hacia
un mundo mas humano, las inteligencia que tenemos aprendida con un anti-
guo modo de pensar para dirigir nuestra vida, no es suficiente.
Por si fuera poco ha surgido en el mundo el problema de la droga y de las
poderosas mafias que gobiernan ese mundo tan rentable para ellos. Y nada di-
gamos del terrorismo; y los métodos violentos para erradicarlo por medio de la
engañosa guerra preventiva de Bush, que lo único pretendido por él es echarse
en manos del dictador norteamericano del mundo.
Y muchos caen con sus negocios en la corrupción, y España se encuentra in-
erme como decía Ortega y Gasset hace años. Ante estas fuerzas e incentivos no
poseemos las virtudes necesarias para hacerles frente. La tentación es demasiado
grande, y España es “un pueblo ahogado por virtudes pusilánimes”, (Ortega).
Los jóvenes en un mundo en transformación
272
Un ejemplo significativo lo encontraremos en la literatura de hace unos
años. Por ejemplo: en la novela del checo Milán Kúndera, particularmente en
“La insoportable levedad del ser”. La vida es para el como un sanatorio donde
la gente tiene que acostumbrarse a vivir. Es el “sanatorio de la convivencia”. Y
además en él con el sexo en el centro de la vida, para paliar el fracaso perma-
nente de existir, como analiza el gran crítico literario Cristóbal Sarrias, olvida-
do por tirios y troyanos por decir siempre la verdad guste o no guste al estra-
gado gusto que está de moda, en ese mundo de la palabra escrita que vende
mala mercancía al precio de buena. La única regla que se predica en él es “apro-
vecharse de la situación” (Sarrias) para conseguir el poco placer egoísta del mo-
mento presente.
Comenzamos a darnos cuenta de que el mundo moderno se construyó par-
tiendo de la idea de Descartes, que definía al hombre con el entimema: “pien-
so, luego existo”. Y a partir de el construimos este mundo moderno, que hoy
falla, pues de el han provenido no el bienestar para todos, sino los enfrenta-
mientos, el terrorismo, las guerras de exterminio de los países atrasados que
usan medios técnicos avanzados para destruir. o el dominio de los países ade-
273
tro olvidado Unamuno, cuando observó que nosotros debíamos ser definidos
como: “Siento, luego existo”. Era dar un giro de 180 grados al filósofo francés,
aunque todavía sin recoger los dos aspectos del hombre, que es corazón y ra-
zón, y no solo uno de ellos: ni solo la razón ni solo el sentimiento.
Fue a otro filósofo español a quien hay que atribuir el mérito de esta com-
plementariedad: al profundo vasco.español Xavier Zubiri, el guipuzcoano que
rectificó definitivamente al bilbaíno Unamuno.
Zubiri afirmó que el ser humano se definía por ser un “entendimiento sen-
tiente”. Y años después, durante nuestra cruel y cruenta guerra civil, lo volvió
a descubrir una inteligente y humana filósofa, María Zambrano, que padeció a
cuerpo limpio en Madrid los tristes avatares de nuestra trágica guerra entre her-
manos. Redescubrió ante nuestro cruel espectáculo guerrero que, para terminar
nuestros males, teníamos que utilizar los seres humanos la “razón poética”, qui-
zá ésta es la mas feliz expresión de lo que los anteriores querían decir, y que hoy
de forma mas superficial lo ha propuesto Goleman recientemente con su libro
best seller “Inteligencia emocional”.
Así con este nuevo equipaje entraremos en una nueva época, terminando
Los jóvenes en un mundo en transformación
274
arrollados por haber explotado la naturaleza de modo egoista sin pensar en los
efectos que esto podía producir sobre los demás que mas tarde vendría contra
nosotros. Es la polución, la contaminación, la disminución de la capa de ozo-
no y los ciclones, terremotos y desgracias naturales producidas por nosotros sin
pensar en los efectos de explotación nuestra.
Dicho esto descubrimos que el hombre necesita del otro. El P. Vitoria decía
en el siglo XVI que el hombre tiene para dirigirse por la vida de su propia razón;
pero como su razón es débil y precisa del apoyo del otro para caminar por la vi-
da. Es la imprescindible cooperación. Y los grandes escolásticos medievales, co-
mo el franciscano escocés Duns Escoto, decíán que ser persona es estar abierto
a los demás. El ser humano es apertura y relación. San Buenaventura lo definía
así: “persona es el único ser de la creación que conscientemente está abierto a los
demás”. No es el egocentrismo pagano de quien para desarrollarse está concen-
trado en sí mismo sin tener una mirada ni para lo demás ni para los demás. En-
tonces ya se decía que todo ser verdaderamente humano es “reciprocante”.
Poco a poco vamos acercándonos a todas las cosas y personas: no estamos
solos. Ellas necesitan de nosotros, y nosotros de ellas.
275
Es Ashley Montagu junto con sus discípulos y colaboradores quien ve que
su ciencia termina pensando en el hombre como cooperación. Ya que éste no
está hecho para el conflicto ni la competencia, sino para la cooperación; y que
la persona es una serie de relaciones sociales, (“Que es el hombre”).
El mismo niño necesita en los primeros años de su vida, para tener un buen
desarrollo futuro, el acogimiento afectivo de la madre, según el psicólogo vie-
nés Alfred Adler.
Y “los impulsos hacia la conducta cooperativa se encuentran presentes en él
desde el nacimiento, y solo necesitan ser cultivados”, (A.Montagu,o.c.).
Es mas: las nuevas teorías de la evolución demuestran que “si la cooperación
no hubiera sido la fuerza predominante, los animales mas complejos —artró-
podos o vertebrados— no habrían podido evolucionar a partir de los mas sim-
ples, ni hubiesen existido hombres que se preocuparan por sus lamentables gue-
rras, biológicamente disparatadas”, (idem).
Y el biólogo J.S.Baker señala que “el altruismo solo se da en los animales so-
ciales.. y sobre él se basa, o debería basarse, la moral. El altruismo satisface nues-
tro instinto gregario, haciéndonos felices exactamente en la misma medida que
Los jóvenes en un mundo en transformación
276
Collège de France, cumbre del acadenicismo universitario francés, y el domini-
co antes citado, P. Sertillanges, uno de los filósofos católicos del siglo XX mas
perspicaces y renovador buscando su inspiración en el pensamiento medieval y
en la ciencia actual como demuestra en su avanzado “Catecismo de los incré-
dulos”. Pare ellos la moral es lo que debemos ser en función de lo que somos,
algo muy parecido a la moral biológica antes descrita por los biólogos y neuró-
logos modernos citados.
Y Carrel añade: “las reglas de conducta se deducen naturalmente de las le-
yes fundamentales de la vida humana: conservar la vida, propagar la raza, y des-
arrollar nuestras potencialidades mentales... Es preciso no solo conservar la vi-
da, sino propagarla y hacer que crezcan en nosotros las fuerzas del espíritu... El
cuerpo humano tiene como función específica el desarrollo de la conciencia.
Las reglas de conducta derivan de esas leyes de la vida por deducción... Y des-
cansan sobre los datos mismos de la experiencia, por consiguiente su solidez es
a toda prueba, pues poseen una autoridad mucho más grande que la ética filo-
sófica y la moral religiosa” (o.c.).
Erikson, preocupado por la expresión mas actual y concordante con el pen-
277
llamado “The Christophers” que publican gratuitamente un millón de ejempla-
res mensuales de su Boletín, sugiriendo acciones, y está dirigido lo mismo a cre-
yentes que no creyentes, invitando a todos a realizar actos voluntarios sociales,
culturales y ambientales. Un caso sorprendente fue el del colaborador de Nixon
en el escándalo del Watergate, que primero se confesó responsable de esa inmo-
ral acción política y fue a la cárcel; y, al salir, se dedicó y organizó voluntarios pa-
ra la atención a los presos. Y la excelente labor del Ejército de Salvación en Flo-
rida, con sus casas para presos del primer delito, acogidos en ellas familiarmente
y recuperándose sin ir a la cárcel tres de cada cuatro delincuentes de primer de-
lito, cuando en la cárcel solo se recuperaba uno de cada cuatro. Y la Covenant
House en Nueva York, recogiendo a 30.000 jóvenes al año que vagan de noche
por las calles sin vivienda y sin trabajo, donde la inmensa mayoría se recuperan
aprendiendo un oficio que les permite vivir por si mismos. Y las comunidades
Amish, que ayudan a construir viviendas para gente sin ellas, proporcionando
incluso materiales y mano de obra en colaboración con los interesados.
Y ahora nos preguntamos: ¿qué razones hay para este voluntariado?. Y los
expertos en ello encuentran al menos cinco:
Los jóvenes en un mundo en transformación
— Darse cuenta que la ayuda mutua es rentable para uno, como decía el
antropólogo A.Montagu, según la ciencia ha descubierto, y expliqué yo
con detalle antes.
— Sentirse útil da una gran satisfacción. Lo ha descubierto el estudio de
nuestro cerebro por la universidad Emory de Atlanta (USA). Ha de-
mostrado que “el altruismo pone en funcionamiento los mismos cir-
cuitos que detectan aquello que nos lo hace pasar bien”. Es “como si la
evolución ya hubiera grabado en nuestros genes que es básico ayudar a
los demás.., resultando placentero en si mismo ser solidario”. Todo es-
to lo transcribe la periodista Xaro Sánchez sacado del trabajo realizado
en la universidad Autónoma de Barcelona por la profesora de Psicolo-
gía Médica y Psiquiatría (La Vanguardia, Feb.2003).
— También hacemos buena amistad en este ambiente, colaborando en es-
tas acciones voluntarias, y vivimos algo que la juventud desea mucho:
hacer amigos y disfrutar de ellos.
— Descubrir que el verdadero autodesarrollo está en la apertura no en la
autoclausura.
— Darnos cuenta de la repercusión de todos los hechos a gran distancia de
ellos, para bien o para mal todo nos influye, ya que —como decía el
profesor Lejeune— “una mala cosecha en USA o en Rusia repercute en
todo el mundo”. Es el famoso “efecto mariposa” que estudió el mate-
mático y meteorólogo Lorenz, y ha aplicado a la sociedad el sociólogo
Peter Drucker (“Nuevas realidades”).
— Y vivir personalmente la experiencia de que mas vale el ser que el tener,
como demostró el psicólogo y sociólogo Erich Fromm en su libro del
mismo nombre.
278
Este mismo científico observaba algo muy importante y que se tiene en
cuenta en muchos movimientos de ONG´s en USA: que hay que prepararse
profesionalmente para realizar bien la labor del voluntariado, ya que “no se
pueden construir submarinos leyendo las obras de Julio Verne, ni puede crear-
se una sociedad humanista leyendo a los profetas”, como creen algunos bien in-
tencionados católicos progresistas.
Sin embargo si en Europa hay quince millones de voluntarios, en Gran Breta-
ña cinco y en Italia tres, en España solo se estima que hay 500.000: nos hemos
quedado todavía muy cortos (L. G. Carvajal - “Con los pobres contra la pobreza”).
Algo digno de reflexión es, en esta motivación del voluntariado actual, la
carencia en la mayoría de motivaciones directamente religiosas.
Hemos de darnos cuenta de que en España uno de cada cuatro jóvenes di-
ce que pasa de Dios, aunque no pierden todo deseo de trascendencia, aunque
esté mal orientado, pues se manifiesta confusamente en que el 41% cree en los
horóscopos, 33% en videntes, 25% en un cierto espiritismo, (INJUVE, 1999),
y otro 25% en la telepatía (España 2000,F.Santa María).
La inquietud religiosa se ha transformado, en una buena parte de la juven-
279
En cuanto a la conducta moral los abortos en menores de 18 años se han
duplicado en los últimos 10 años, según dice el CSIC en el año 2003.
En la European Values Survey los jóvenes son mas sensibles al valor de la
religión que hace unos años, pero no por ello frecuentan mas las Iglesias, pues
desciende la práctica religiosa. Este interés por lo religioso crece en los países
del Este, y en Alemania, Portugal, Italia, Suecia y Dinamarca. Y los jóvenes ita-
lianos van mas a la iglesia, y los franceses los que menos. Y la familia es el va-
lor mas importante en Europa.
Dios es un valor en alza según el sociólogo Díez Nicolás en América Lati-
na, África, y países islámicos, y en el mundo anglosajón. El nivel de estudios va
acompañado de alejamiento religioso respecto a los de estudios inferiores. Y
existe una gran tolerancia en España hacia las nuevas familias, la homosexuali-
dad y la cohabitación.
Y la felicidad en el mundo no responde al nivel de renta.
Lo que se prevé para el 2010 es el aumento de la población inmigrante, y
también el envejecimiento de la misma de modo que se estima que en el 2050
España será el país mas viejo del mundo, o sea con mayor proporción de ma-
Los jóvenes en un mundo en transformación
yores de 65 años.
A mi me han dado que pensar las afirmaciones del movimiento de origen
suizo, pero de difusión internacional, especialmente en USA y Europa del Cen-
tro y Norte, llamado “Rearme moral”. Por su importancia los transcribo como
final de este escrito:
Y vendrán bien, como colofón de todo lo dicho, una poesía de Gloria Fuer-
tes para saber lo que es un voluntario; y un poema malawi que critica la triste
realidad de quienes hablamos mucho, pero no hacemos lo necesario.
Dice Gloria Fuertes:
280
no ha escrito un poema;
pero ha hecho una obra de arte,
con sus horas libres.
Todavía hay milagros,
que los harán los nuevos voluntarios,
en España o en América o en África”.
281
Y recordar que “un viaje de mil millas empieza por un solo paso” como ad-
virtió el sabio chino Lao-Tse en su Tao-Te-King:
Conclusiones
282
CAPÍTULO IV.2
Resumen
P. ¿Qué papel que está llamada a desarrollar la educación futura como agente
de cambio en un mundo nacionalista y globalizado?
283
R. En su día tuvo gran sentido social la “Crítica de la razón pura”, de I.
Kant. Hoy creo que también lo tendría una “Crítica de la razón egocéntrica”.
Ésta es la clave mayor de lo que trataremos. El pensamiento egocéntrico sostie-
ne y nutre tanto a los nacionalismos como a la globalización, que son el punto
de arranque de esta “Educación para la universalidad” —como en su día la es-
cuela rancia lo fue de la educación activa—: una nueva ola de cambio radical es-
tá emergiendo en la educación, y la educación para la universalidad es una par-
te de ella, quizá la síntesis o el epítome de todas.
Todos los nacionalismos (los centralistas y los independentistas) son, en
parte, como decía Perich, un “triunfo de la Geografía sobre la razón” —además,
de una racionalización evolutiva de las demarcaciones olfativas de las bestias sal-
vajes que fuimos y que de vez en cuando volvemos a ser—. Creo que son una
parte del pasado del presente. Y la globalización, como estado de conciencia,
carece de norte. Los dos fenómenos son consecuencias de un estado interior y
exterior mejorable, demasiado polarizado en el poder y en el tener. Detrás de
ello hay más, mucho más, si lo deseamos y trabajamos por y para ello el tiem-
po suficiente. Las cosas pueden cambiar.
Los jóvenes en un mundo en transformación
284
rentabilidad y beneficio de puertas para adentro, y desde esta actitud un tanto
miope tenemos la humanidad muy alejada. El Homo sapiens normal es el es-
labón perdido entre el simio y el ser humano que podría llegar a ser.
285
clase de formación didáctica. (Esto ya lo reclamaba Gregorio Marañón hace
cincuenta años, pero todo parece indicar que la didáctica universitaria sigue
siendo la cara dura de la universidad.) La escuela fue, es y será imprescindible
para el desarrollo social, que será fugaz si, una vez realizada su labor, otros sis-
temas sociales la deshacen o no la apoyan.
Los padres deberían estrechar lazos con los profesores y formar con la es-
cuela un frente educativo más capaz. Pero al igual que en el caso de los profe-
sores deberían formarse como educadores. En este contexto sí es válido reco-
nocer que no se puede dar lo que no se tiene, y aunque las actitudes sean lo más
importante, no basta con querer si no se sabe y no se tiene conciencia del he-
cho. En este sentido creo que la escuela (universidad incluida) debe abrirse mu-
cho más a los padres y madres. Ojalá se facilitara esa labor de extensión educa-
tiva o de servicio social desde y para una educación mejor enraizada en el
sentido común.
la exposición?
R. Nuestra conciencia ordinaria es fragmentaria, dual, parcialista, egocén-
trica, inmadura... La conciencia de universalidad podría conceptuarse como la
capacidad que todo ser humano tiene de colocar los propios intereses en fun-
ción de lo que favorece la evolución humana, más allá del ego. Ello requiere in-
cluir de un modo preferente la variable humanidad en los sistemas menores
(nacionales, internacionales, educativos, etc.) y converger con otros desde este
anhelo común. El XXI puede ser el Siglo de la Educación, o quizá sea “el siglo
terrible”. Si “todo lo que se eleva converge” (Teilhard de Chardin), deducimos
que lo que no converge es porque no se ha elevado todavía. No es suficiente
con progresar si se evoluciona poco interiormente, y esa evolución humana es
una consecuencia de la educación y el conocimiento.
Para emprender esta ruta hay dos caminos básicos: el interior y el exterior.
El interior es el autoconocimiento —que en esta obra no se aborda— que está
muy mal enfocado y peor resuelto por la educación ordinaria. El exterior es lo
que denominamos Educación para la universalidad. En el trabajo se recoge un
sistema de objetivos, capacidades y temas para la formación del profesorado y
el diseño de currículos para la universalidad. Este trabajo expresa un sentir muy
extendido, no es nada nuevo, en sentido estricto, porque ya Comenio, Kant o
Herder lo propusieron a su modo. Quisiera que fuera un documento para de-
batir que el derecho a luchar por algo mejor es un imperativo educativo, y que
ninguna persona sensible debería permanecer indiferente al sentido de la edu-
cación. Para ello me parece muy importante reconocer que somos seres inaca-
bados en medio de una situación permanentemente crítica, que la conciencia
es la capacidad de la que depende la posible evolución humana, y que el gran
recurso capaz de ampliarla y fortalecerla es la educación... pero una educación
redefinida. ¿Y para qué? Para que la conciencia de humanidad vaya ganando te-
286
rreno en interés social y en importancia personal a las conciencias fragmenta-
rias o parciales, y a los consecuentes comportamientos egocéntricos que las sus-
tentan y nutren.
TEXTO DE LA CONFERENCIA
(COMPLETO)
287
chos casos nos los sabemos pero no les conocemos —por no querer querer hacerlo—
ni practicamos la destilación (¿alquimia?) de conocimiento a conciencia me-
diante la coherencia; no las pretendemos llevar a la práctica ejemplarmente o no
nos interesa la autocrítica y aún menos la rectificación, aunque sí practicar el
abanderamiento y la propiedad... con lo que los traicionamos e invalidamos tri-
plemente...
Sobre todas las posibles cualificaciones de sociedades quisiera subrayar que,
muy por delante de otros reflejos y refracciones, estamos en la sociedad del ego-
centrismo, característica más destacada de la vida humana sobre la tierra. En ella
los sistemas (personas, grupos, instituciones, naciones, comunidades interna-
cionales y sociedades en general) tienden a anudarse más y más para centrarse
cada cual en su reducto en el sentido de lo propio, desatendiendo expresamen-
te otros anhelos, conocimientos y realizaciones que pudieran incidir en la posi-
ble mejora de la evolución humana. Estas ausencias definirán, desde luego, un
segundo grupo de huecos gruyerianos, las materias pendientes para el siglo que
viene y los siguientes. En mi opinión, formamos parte de una sociedad poco
culta (cultivada) —aunque muy autocomplaciente—, que tiene a su disposi-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Se nos dice ¡qué bien, ya tenemos todos estos sistemas de información! Está bien,
está bien, es igual a como tener libros, pero lo que es importante es que después se
lean y que se mediten y que no seamos exclusivamente estos espectadores del mundo
de la información, espectadores que ya no tenemos tiempo para pensar, y por tanto
no tenemos para existir, y por tanto no tenemos para sentir, y por tanto actuamos al
dictado, no somos libres [...].
José Saramago ha dicho algo que me parece muy importante, ha dicho, corre-
mos el peligro de tener tecnología 100 pensamiento 0. Este sería realmente el cam-
bio más importante desde un punto de vista de valor de civilización y de identidad
cultural, de defensa de la unicidad de cada ser humano que ya se ha producido en
los últimos siglos. Yo espero que no. Yo espero que no tenga razón (p. 79).
288
tuviéramos en la sociedad del conocimiento, la información importaría menos, y
la persona y su razón importarían mucho más. Al hilo de ello resulta llamativo
que el conocimiento sea un elemento en el que la tradición curricular no haya re-
parado suficientemente. Dicho de otro modo: en la autodieta humana, sobran
datos sobre sabores y falta cultura sobre nutrición. Este esquema nos ha sumido
en una época de espíritu frágil, de debilidad intelectual, de voluntad descafeina-
da, de ausencia de compromisos sociales serios, y en cambio polarizada en obje-
tivos que no van más allá de los propios sistemas y deseos. Por eso, con datos es-
calofriantes sobre el estado mundial (A. de la Herrán, y J. Muñoz, 2002), todo
indica que el mundo se desmembra, que se abandona a la entropía.
¿Existe alguna causa o foco común a la mayoría de problemas y debilidades
sociales interiores? La respuesta a mi juicio es afirmativa, y podría calificarse co-
mo inmadurez o egocentrismo generalizado. Radicaría en lo que hemos denomi-
nado ego humano (A. de la Herrán, 1997), entendido como la parte o costra in-
madura del yo2. ¿Y la esperanza, alguna capacidad humana, acaso poco
contemplada, capaz de contrarrestarlo? Análogamente contesto que sí, y que no
ha de ser otra que la conciencia humana (A. de la Herrán, 1998), que vincula-
(2) Atribuible tanto a personas como a colectivos identificados, con independencia de su amplitud.
289
modo: el individuo, como dice A. Sobral, no es un “medio” para fines sociales
o estatales, sino también, un “fin”, que se configura conforme a sus posibilida-
des, a sus energías potenciales y a su particular destino (B.S. Calvo, 1997, pp.
67, adaptado).
Desde la conciencia de ser hijos de Kant, centramos las mayores esperanzas
iniciales en la atención y la educación de la “capacidad de soberanía personal”
(F. Mayor Zaragoza, 2000b, p. 9), contemplada tanto durante el proceso como
en el resultado, denominamos base de la diversidad. Y, como afirma E. Vera
Manzo (1997b): “La riqueza de la humanidad se encuentra en la diversidad y
no en la homogeneidad o reducción cultural. Debemos respetar a las personas,
culturas y comunidades existentes y enriquecernos con lo mejor de cada una de
ellas” (p. 29), porque “La uniformidad es la muerte, la diversidad es la vida”
(M. Bakunin), hasta tomar conciencia del sentido del caos3. Desde esta pers-
pectiva, nuestro estado actual es embrionario, ilusivo, predemocrático y auto-
complaciente. Pudiendo ser así: “¿Por qué no todos los hombres pueden des-
arrollarse y tornarse seres diferentes? La respuesta es muy simple. Porque no lo
desean. [...] para convertirse en un ser diferente el hombre debe desearlo pro-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(3) No casualmente, un corazón saludable presenta un diseño caótico. Sin embargo, cerca del infarto, su ritmo
se muestra regular, periódico, hasta que el sujeto muere. Con todo, ese caos está profundamente “ordenado” y “mate-
matizado”.
290
componen la humanidad define automáticamente las coordenadas de su sin-
sentido. No hay norte en la sociedad, no hay norte en la vida. El timón del
aprendizaje didáctico para la formación también se ha desorientado. Sin hun-
dirse, la escuela chapotea en medio de la historia, sin nadar mar adentro o a la
orilla. Los límites entre los que el todo social se estanca ayudan poco a trazar al-
gún rumbo. En palabras de Dale Mann4 (1999) éstos son la “democracia”, la
tecnología y el capitalismo. Fin.
capitalismo
educación
291
por considerarnos hijos de Kant— a redibujar la persona y a potenciar la diver-
sidad y el pensamiento propio pero maduro, esto es, autocrítico, cooperativo,
consciente, transformador, universal..., apuntando siempre más allá de Kant.
Para ello, un primer paso puede consistir en reparar en los brotes de la in-
sensatez rectora que rigen de hecho al pensamiento postmoderno. Me refiero a po-
ner fin a ciertos absurdos existenciales, que desde el neoliberalismo6 “ha pues-
to de moda —o más bien, de la noche a la mañana, ha decretado— un sinfín
de fines: ‘fin de la historia’, ‘fin de las utopías’, etc.” (G. Santa María Suárez,
1997, p. 2), que invitan a “adoptar el día a día como ‘eternidad’” (A. Bolívar
Botía, 1999, p. 159) comunicando la certeza de la desesperanza y el convenci-
miento de la imposibilidad de mejorar y de cambiar el mundo. Estamos con P.
Freire (1996) en que es urgente combatir el modelo neoconservador y neolibe-
ral, cuyas premisas fundamentales son: “Se acabó la historia”, “se acabaron las
clases sociales”, “se terminaron las ideologías”. Pero ¿cómo? Un modo funda-
mental es no creerse en el final del camino, como el mismo P. Freire (1994,
1996) ha hecho, y refutar esas mismas premisas desde su raíz: “la historia no se
acabó, la ideología sigue viva, las clases sociales están ahí, la explotación no ter-
Los jóvenes en un mundo en transformación
minó y las cosas pueden cambiar”. F. Mayor Zaragoza (2000c) expresaba una
reacción semejante: “yo espero que no tenga razón Fukuyama [F. Fukuyama
(1993)] cuando nos dice ha concluido la historia. ¡Hombre, no! Señor Fukuya-
ma, ha concluido la historia de la fuerza y de la dominación, y de la ley del más
alto y del más fuerte y ahora llegamos a la historia, ¡ojalá!, a la historia de esa
libertad que proporciona la educación” (p. 79). Creo que éste es un problema
educativo que, de no resolverse, podría significar el comienzo de la cosecha de
la decadencia del primer mundo.
En segundo lugar, se trata de intentar desarrollar un referente orientador
desde la propia educación, quizás comprendido como eje ausente, para fundar
la mutación de aquella figura triangular en tetraedro. Evidentemente, esta re-
construcción pasa por la crítica, pero se catapulta más allá, no se queda con ella.
La superficie de aquel triángulo también ha saturado a la educación, que bom-
bea poco oxígeno para su renovación o complejidad para su conciencia. Situación
contextual y realidad interior han conducido al hamburguesamiento social, y
desde él, al de la escuela7. “La McDonalización de la sociedad (Ritzer, 1996)
nos introduce en un ritmo trepidante que se preocupa poco de lo que sucede-
rá pasado mañana” (M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 100), y que promueve la in-
(6) Para G. Travé González (1998): la tendencia neoliberal, de claro matiz conservador, se fundamenta en los po-
sicionamientos ideológicos del liberalismo de Adam Smith (1725-1790) y en su versión actualizada, del monetarismo
de Friedman. En estos momentos es considerada la base del pensamiento único, una vez desaparecido el socialismo re-
al representado por la extinta URSS. y, cada día, está más interesada en destacar el papel que el sistema educativo de-
bería proporcionar en la búsqueda de la prosperidad y competitividad económica (p. 205) [...] Este enfoque conserva-
dor ha impulsado una propuesta educativa basada, por una parte, en la orientación curricular hacia una determinada
profesión; por otra, en el gerencialismo, por el cual se pretende que los responsables o gerentes de estos planes de es-
tudio no sean docentes, sino el propio mercado; y, en definitiva, en el consumismo, que traspasa la planificación edu-
cativa del estado al individuo (p. 206).
(7) Por escuela entiendo el conjunto de establecimientos de educación, desde la Educación Infantil hasta la uni-
versidad,
292
mersión en lo superficial. Además, entendida como fagocitación “cultural” ho-
mogeneizante, brutal y generalizada, se lleva por delante ecosistemas, biotopos,
especies, diversidades lingüísticas y a gran diversidad del ser humano (nativos
no-dominantes, culturas milenarias...), que, sucumbe o se castra, o se extingue.
La macdonalización puede entenderse como un efecto y una aplicación de la
globalización política y económica en ámbitos diversos. La tendencia al sesgo
puede llegar a ser de tal calibre que el sistema puede perder su autoconciencia
(desde la percepción de su imagen como sistema de referencia y actuación). El
modelo capitalista estadounidense-europeo es quien impone los objetivos, los
contenidos, los recursos, las actividades, los ritmos, las excelencias, lo que vale,
lo que puede o debe prevalecer y lo que ha de cambiar, y quien dicta lo que se
ha de evaluar, para que los sistemas nacionales e institucionales se aproximen
más y más a este perfil.
Al desarrollo de la globalización en la educación es a lo que se ha denomi-
nado con sentido del humor educación macdonalizada (superficial, exteriori-
zante, economicista, eficientista e inminentista), que también podría interpretar-
se como una forma de educación egotizada, inmadura, con conciencia inhibida.
Además, es posible que los objetivos pudieron estar fijados de forma pobre
o deshonesta, que para alcanzar los objetivos quizá haya que renunciar a la éti-
ca, que esos objetivos pueden ser accesibles sólo para unos privilegiados socia-
les, y que una vez alcanzados pueden ser referente de un mal uso (M. Á. San-
tos Guerra, 1999, p. 89, adaptado). Este esquema no se corresponde con la
verdadera educación, universal y profunda. ¿Podría identificarse algún factor
(variable) causal, que por un lado explique el deterioro educativo y que por tan-
to anide la esperanza? Científicamente, “Comer mal atonta”8 (J. M. Bourre),
293
refiriéndose también a las hamburguesas. Y pareciera como si tanta y tanta car-
ne picada informativa nos hubiera afectado a la capacidad de reflexión y a la
conciencia. Quizá por esto se ha optado por un filósofo como Jurgen Haber-
mas, como epicentro de la racionalidad didáctica, y no por verdaderos gigantes
como Eucken, Teilhard de Chardin, Krishnamurti, Panikkar, Dürckheim, Rie-
lo, Blay, etc. Pero las condiciones y los elementos de entrada o de ingesta del am-
biente egocéntrico y psicodinerario imperante no invitan a ello.
Para la educación, el triángulo aludido no sólo actúa como el más determi-
nista de los currícula cerrados, sino que contribuye a alimentar la ilusión de aper-
tura, basada en la superficialidad y en la uniformización. Éste ha sido el regalo
promocional por la compra de la obligada globalización capitalista, inventada
por quienes en su casa cosechan tantos éxitos bolsistas como fracasos educati-
vos; fracasos tan grandes que el mismo D. Mann (1999), expresaba que el sis-
tema educativo de EE.UU. ya no respondía a los intentos de mejora, porque
casi se había inmunizado a las reformas educativas. Casi está inmunizado con-
tra las dietas, los bienestares, la sensibilidad social altruista, la empatía interna-
cional, y otras virtudes aplicables más allá del ego. He ahí la paradoja bien de-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(9) Entre las innumerables variedades de nacionalismos pudiéramos considerar la de los “nacionalismos surrea-
listas” que reflejarían sucesos y aspiraciones asimilables a cualquier historieta (tebeo, comics) cómico-patetica. Uno de
estos casos es el contencioso del Perejil” entre España y Marruecos (julio, 2002).
294
como acota L. Suárez Fernández (1999), expresa una naturaleza, una perte-
nencia a una comunidad política, y originalmente se refiere al nacimiento den-
tro de dicha comunidad (adaptado). El escritor E. Renan conceptuaba nación
como alma, principio espiritual compartido (dimensión sincrónica) o herencia
común (dimensión diacrónica). Así pues, se puede entender por nación al con-
junto de habitantes, o territorio de un país regido por el mismo gobierno. Hemos
de añadir que una nación puede tener estados propios. Por otro lado, ismo ex-
presa y define una actitud de identificación, dependencia y apego a un objeto (in-
dividual o social). Analizaremos los ismos globalmente, para después particula-
rizar en el “ismo de lo nacional”. Salvo algunos vocablos científicos, deportivos
y otras excepciones, las voces compuestas con el sufijo ismo responden a una in-
clinación emocional cerrada o un síndrome de apego e identificación favorables a
aquello que acompañan. Pueden ser individuales o compartidas. Los ismos se
cohesionan en función de la dependencia que producen. Prosperan en los redi-
les, en los apriscos, en los cotos cerrados. Tienden a la institucionalización. Pue-
den llegar a ser muy poderosos y condicionar la libertad individual, por medio
de programaciones mentales compartidas, aunque en algunos casos puedan ac-
295
es el espacio donde corre más y mejor aire, y por ello podría ser un buen “sen-
tido vital” (V.E. Frankl) para todos y cada uno de los sistemas sociales, inclui-
dos los sistemas para la educación.
296
originalidad es un peligro manifiesto. Por ello, con independencia de su con-
tenido, lo que los nacionalismos y sus programas mentales conllevan son lastres
para la construcción personal y la evolución social más allá del ego, aunque es-
to sea muy difícil de percibir desde dentro del coto o incluso desde fuera, si
cuando se reflexiona no se es capaz de reflexionar sobre el sistema de perte-
nencia desde fuera. Quizá sea bueno recordar lo que decía el maestro Eckhart:
“Si mi ojo no va a discernir el color, debe liberarse del color”. Nuestra posi-
ción es más radical (entiéndase profunda y formal) que la de cierta catedrática
de Ciencia Política y Sociología de la Universidad de Boston, para quien el na-
cionalismo es el sistema cultural dominante generador de orden en nuestra so-
ciedad moderna y el marco cultural de la modernidad, y el medio cognitivo
que da forma a la manera ordinaria de percibir la realidad. Eso, decimos, lo
será para quien lo nacionalista sea motivo de identificación o dependencia in-
trínsecamente satisfactoria. Para otros, lo será la ciencia, para otros, la familia,
para otros, la religión, para otros, el tenis. Pero, insistimos, a donde apunta-
mos es al proceso afectocognitivo común, a las raíces originarias, porque to-
das aquellas fuentes y motivos de apego no son más que expresiones sustanti-
297
centrada en algo que no trascienda sus límites etnocéntricos. Es más: “La visión
fragmentaria de la realidad no es sólo un obstáculo para la comprensión de la
mente, sino también un aspecto característico de la enfermedad mental” (F. Ca-
pra, 1996, p. 433).
298
Educar para la paz es educar en la internacionalización, la tolerancia y el re-
conocimiento en la diversidad. Conviene, por tanto, evitar a toda costa que los na-
cionalismos, hoy en auge, conviertan en causa de enfrentamientos sin fin. Sólo es lí-
cito el concepto de nación capaz de articularse coherentemente con la actitud de
apertura y respeto a los otros. Las identidades culturales sólo son válidas y positivas
si constituyen una fuente de seguridad que no se base en la exclusión sistemática de
otras culturas (p. 132).
Ideas como éstas, básicas pero saludablemente orientadas, son las que, a
nuestro juicio, podrían conformar una buena almohadilla para las actitudes
del siglo de la educación que podría ser el XXI. Por encima de que los naciona-
lismos puedan ser un derecho legítimo pero no obligatorio, ni una elección ne-
cesariamente unida al lugar de nacimiento, se trata de un contenido cuyo con-
dicionamiento egótico es preciso pretender superar por la educación y el análisis
personal insesgado. Y quizá la justificación más poderosa para aspirar a tal mo-
tivación sea el puro sentido común, unido a la conciencia compartida de evolu-
ción que, si queremos y cultivamos durante el tiempo suficiente, podrá ser irre-
299
permanencia, de incierto desenlace favorable por esta vía. Todo parece caóti-
co, pero en esta dinámica gris y desordenada se pueden interpretar ciertas re-
gularidades:
Lo maravilloso es descubrir que la vida tiene un fin más alto, un destino infi-
nitamente superior. Hay que recordar que la evolución no es una cosa ciega, priva-
da de dirección. El carácter racional de los resultados obtenidos hasta aquí, no po-
dría explicarse con otra hipótesis. Se comprueba con exactitud que todos los esfuerzos
de la vida y de la materia tienden hacia un fin admirable. Y, hecho notable, la eje-
cución de este destino que parece presidir la vida, encuentra por todas partes obstá-
culos y dificultades (pp. 159, 160).
300
tación que le cubre; y luego luminoso —cada vez más luminoso— por el Pen-
samiento que se intensifica en su superficie; pero también oscuro —cada vez
más oscuro— por un sufrimiento que crece en cantidad y en refinamiento al
mismo tiempo que asciende la Consciencia a lo largo de las edades (P. Teil-
hard de Chardin, 1967, p. 229).
• El sufrimiento humano, la totalidad del sufrimiento diseminado en cada mo-
mento sobre la Tierra entera, ¡qué inmenso océano! Pero, ¿de qué está forma-
da esa masa? ¿De negruras, de lagunas, de desperdicios? No, en absoluto, si-
no, repitámoslo, de energía posible. En el sufrimiento se oculta, con una
intensidad extrema, la fuerza ascensional del Mundo. Todo el problema ra-
dica en liberarle, infundiéndole la conciencia de lo que significa y de lo que
puede (P. Teilhard de Chardin, 1964, p. 96).
• “El Mal [‘Un mal no ya catastrófico, sino evolutivo’ (p. 241, nota)], efec-
to secundario, subproducto inevitable, de la marcha de un Universo en
evolución” (p. 241).
• “Así pues, Teilhard considera que el mal, es decir, ante todo, el sufri-
miento y la muerte de los seres vivientes, es una consecuencia inevitable
Cuando cada hombre, en virtud de una concepción del Mundo que sólo re-
quiere un mínimo de Metafísica, y que por lo demás se impone por un máximo de
sugestiones experimentales, admita que su verdadero ser no se halla limitado a los
contornos estrechos de sus miembros y de su existencia histórica, sino que, en cierto
modo, forma cuerpo y alma con el proceso que arrastra consigo al Universo, enton-
301
ces comprenderá que, para permanecer fiel a sí mismo, deberá entregarse, como a
una obra personal y sagrada, al trabajo que le pide la vida. En él renacerá la con-
fianza en el Mundo, en un Mundo cuya totalidad no podrá perecer; y además la fe
en un Centro supremo de personalización, de reunión y de cohesión en donde sola-
mente puede concebirse una salvación del Universo (p. 175).
302
“Todo nacionalismo sumergido en la evolución humana pierde una par-
te de su identificación, o sufre una elevación de su conciencia, hacia ade-
lante y hacia arriba —pero en espiral—, equivalente al de la dependencia
con el ismo que desaloja”.
Por eso puede ser clarificadora esta serie orientada de distintos niveles de re-
alidad más elementales y más avanzados que el nuestro, como propuesta de
evolución hacia la universalidad:
(13) Las multinacionales se vinculan a las poblaciones y a las localidades, más que a las naciones. Están, de he-
cho, debilitando su importancia, pero con unos objetivos y aspiraciones muy limitadas y completamente rentabilistas.
303
3. Entorno de evolución autoconsciente o de unicidad con el proceso as-
cendente de humanización generalizada.
4. Entorno de omega o de éxtasis unitivo total.
304
arse por la calle, hasta el punto de que, si lo hiciera, se descalificaría gravemen-
te por los hechos. De estas observaciones, lo más importante es poner de mani-
fiesto que la independencia de las autonomías, de los estados, el refuerzo de los
nacionalismos e incluso la internacionalización no son, desde el punto de vista
de la evolución humana, objetivos muy altos, porque no terminan en sí mismos.
Con la perspectiva (tiempo o conciencia) suficiente, se relegarán a su lugar, o sea,
a un momento embrionario del ser humano. Por tanto, aunque para el ego hu-
mano pueda resultar un éxito sin precedentes la independencia político-econó-
mica de una comunidad social, la tendencia real de esa comunidad, contempla-
da a una escala mayor, no debería ser, desde luego, sólo su autonomía. Sino, más
bien, a través de un proceso de reestructuración del que su desgajamiento pu-
diera ser una etapa, la continuación hacia una convergencia mayor, quizá pri-
mero con las comunidades limítrofes o afines y después con el resto, pensando
en que todas estas importantes pero relativas conquistas se justifican si y sólo si
se prevé su sentido último, la mundialización de los pequeños sistemas y la hu-
manización de sus finalidades anhelando el Omega. Vistas a una escala socioge-
nética, hoy, como en otros tiempos, coexisten todas las opciones anteriores, las
(14) Y es aquí donde sería relevante el diseño y el desarrollo de una Educación para la Universalidad, que poste-
riormente abordaremos.
305
como consecuencia automática de una cierta interiorización. Porque cuando el
ser humano llega a ser lo que es (Píndaro), las parcialidades, por muy amplias y
bien estructuradas que parezcan, se muestran breves, constreñidas, como expre-
sión social de un egocentrismo compartido, radicalmente trascendible.
Porque formamos parte de algo inmenso y con sentido. Algo mucho más
grande y profundo que nuestra referencia de identificación más amplia. Es
un ser que todavía no se reconoce, pero cuya autoconciencia va en aumento.
Cobra forma y se realiza, en la medida en que el ser humano converge, se une
y toma conciencia del sentido del ciclo vida-muerte que siempre prosigue en
un universo evolutivo. Para nutrirlo, para realizarlo, parece esencial superar
los condicionamientos egocéntricos (quietistas y fragmentarios) y cultivar, no
sólo el sentimiento y el conocimiento, sino la conciencia de universalidad. Pa-
ra todo esto puede resultar indispensable la emergencia de una nueva educa-
ción, no tanto centrada en el qué, el cómo y el cuándo, sino en el quién y el
para qué más ambiciosos. “¿Quién y para qué?” Éstas son las preguntas capa-
ces de vertebrar toda acción consciente. El pasado, referencia útil de lo por-
venir, nos contesta esencialmente los porqués. El presente, cuál y cómo está
siendo el resultado. La respuesta al para qué se realiza supeditando pasado y
presente a ese futuro, y ese futuro a la global evolución humana, sin etique-
tas, sin calificaciones, sin corsés irreflexivos o peor meditados. El quién es el
sujeto que, haciéndose objeto trascendente de sí mismo, se plantea las cues-
tiones e intenta realizarse en ellas. Esta pretensión ratifica de nuevo que: “La
educación debe contribuir a alumbrar una sociedad mundial en el corazón de
cada persona” (Informe Delors), porque, así como entre la espiritualidad y el
conocimiento media la conciencia humana, entre la conciencia ordinaria y la
universalidad se enraízan los corazones concretos, sociales e individuales, ver-
daderos superconductores trascendentes de humanización posible.
306
¿Dónde queda el nacionalismo tras estos anhelos? Es muy importante enri-
quecer el debate nacionalista, sobre todo para superarlo, desde dentro y desde
fuera, mediante una educación que, con un enfoque de lastres 15, trabaje desde la
más tierna infancia para la superación del egocentrismo16. para razonarlo. Para
muchos, los argumentos anteriores podrían ser suficientes para restar relevan-
cia a la fijación17 nacionalista.
PRIMERA CLASIFICACIÓN:
a) Necesidades económicas: Pobreza, necesidades básicas. Desarme. Con-
flictos bélicos y ayuda humanitaria. Terrorismo, etc.
b) Necesidades ecológicas: Pandemias. Drogodependencias. Polución. Preven-
ción de enfermedades. Prevención de catástrofes. Residuos y restauración.
Reciclaje y aprovechamiento de recursos. Energías. Seguridad ligada a la
energía. Especies en peligro. Demografía. Genética. Cambio climático18.
c) Necesidades educativas: Educación para la conservación, el cuidado y el
enriquecimiento del medio ambiente. Educación para el desarrollo sos-
(15) Planteamiento de enseñanza-aprendizaje que también podría llamarse “inverso” o de “didáctica negativa”
desarrollado sobre capacidades con cuya pérdida se gana. Aludimos al analógico de un globo aerostático que, por muy
bien equipado que se encuentre, jamás podrá elevarse si no suelta cabos y lastres.
(16) Que, desde luego, no termina con el periodo preoperatorio, ¡porque es una característica de cualquier adul-
to medio!
(17) Como mecanismo de defensa contra la propia evolución, mediante un refugio o una atadura en los cálidos
brazos de la estrechez de conciencia, apoltronados en la quietud y la reflexión anodina y concreta, más acá de la utopía.
(18) ¿Podría ser un efecto entrópico (segundo principio de la termodinámica), un cambio de ciclo (“estructura
disipativa”) (Prigogine) o bien una negatividad positivizable (Teilhard de Chardin)?
307
tenible o para la “ecoevolución” (L. Jiménez Herrero). Educación para la
ética, la justicia sin fronteras y la defensa de los derechos humanos. Edu-
cación para la prevención, cuidado y potenciación de la salud. Educa-
ción para lograr, mantener y potenciar la paz. Educación para el des-
arrollo y el progreso material de los pueblos. Educación para la
evolución interior, la desegotización y el autoconocimiento de las perso-
nas y la autoimagen de las comunidades. Educación para la convivencia,
desde la igualdad de oportunidades a todos. Educación para el desarro-
llo de la inteligencia, la creatividad y la madurez personal. Educación pa-
ra la cooperación y para la convergencia humanas. Educación multicul-
tural y para la universalidad. Educación para el agradecimiento y el
darse, etc.
SEGUNDA CLASIFICACIÓN:
a) Necesidades biosféricas, centradas en la preservación y (auto)cuidado de
la especie humana, con un claro carácter reparador o terapéutico. La
fuente de motivación de éstas es el ego rudimentario y autoconservador,
Los jóvenes en un mundo en transformación
(19) En A. de la Herrán Gascón (2002) reparamos en que hoy estamos iniciando la “sociedad del acceso a la in-
formación” (F. Mayor Zaragoza), aunque sobre todo nos encontremos en la “sociedad del egocentrismo”, “del acapa-
ramiento”, “del bien estar” o “de la inmadurez generalizada de la humanidad”. Lejos queda, en sentido estricto, la “so-
ciedad del conocimiento”, y más allá la “sociedad de la educación”, “de la conciencia” o “del más ser”.
308
así como un sistema de ecuaciones conceptual, susceptible de resolución. Pero an-
tes, repararemos en aquello con que la universalidad con frecuencia se confun-
de, y que agrupamos bajo el apelativo de pseudouniversalidad:
309
tuvieron muy avanzadas en la percepción de esta vivencia de universali-
dad, probablemente por su vida menos apresurada y compleja. A la uni-
versalidad como estado original y permanente va unido el aprendizaje más
importante realizable por el ser humano, accesible por descubrimiento, y
muy unido al autoconocimiento, que puede denominarse conciencia de
universalidad inicial, y que se asienta en una razón de identidad: a saber,
que en el fondo del alma de cada ser humano está Tao, Dios, Abba, Ser,
etc. Para realizar este descubrimiento, no hace falta buscar muy lejos.
Dicho de otro modo, mientras que esta universalidad es esencialmente
un estado, existencialmente puede percibirse como identidad universal:
la explicó muy bien el sistema de Schelling, sintetizable holográficamen-
te como todo en todo.
UNIVERSALIDAD COMO NO-PARCIALIDAD: Universalidad se
opone a sólo-parcialidad. Resulta evidente que, para acceder a ese senti-
do de orden superior, es preciso no identificarse con apegos o identifi-
caciones dependientes de sistemas sociales e ismos incapaces de colocar
su propio interés en función de la evolución humana, gran variable in-
Los jóvenes en un mundo en transformación
(21) El síndrome egótico (A. de la Herrán, 1997, pp. 69-104) es de naturaleza formal, no sólo se refiere a los na-
cionalismos. Lo que comentamos respecto a ellos, por tanto, es extensible a los ismos de otros contenidos (político, re-
ligioso, científico, artístico, cultural, deportivo, personal, etc.), que desde su ámbito así mismo constituyen una pode-
rosa dificultad de aprendizaje para el descubrimiento de la verdadera universalidad, que por definición no se opone a
lo parcial, sino que lo enriquece, lo realza y lo orienta a un plano dimensional superior que se puede analizar estruc-
tural y objetivamente (A. de la Herrán, 1998, p. 96-115).
310
duo, nuestra pequeña familia, nuestro pequeño país —no solo, tampoco,
para la tierra entera—, sino ¿cómo debemos nosotros, hombres de hoy, para
la salvación y éxito del mismo Universo, organizar lo mejor posible, alrede-
dor de nosotros, el mantenimiento, la distribución y el progreso de la Ener-
gía Humana? Toda la cuestión está ahí (p. 135).
UNIVERSALIDAD COMO CULMINACIÓN HACIA/DE LA CON-
VERGENCIA: La universalidad podría conceptuarse como la culmina-
ción hacia/de22 la convergencia humana. Por tanto, esta posibilidad de
convergencia radicaría en la consideración de la actitud y los procesos
orientados a la unificación de los “ismos”, dependencias e identificacio-
nes (individuales, colectivos o sociales), percibiéndolos, por un lado,
más allá de las actuales semiuniones polarizadas al bienestar y al tener.
De ellas decía C.G. Jung (1983) que “acumulan semihombres inmadu-
ros” (p. 190). Suelen aspirar a alcanzar metas sistémicas más amplias que
las del propio coto, pero todavía egocéntricas, por no considerar como
prioritaria la variable evolución humana sobre los propios rendimientos,
en cuyo caso podrían pasar de ser sistemas rentables a sistemas evolucio-
(22) Si es “de”, hemos de reconocer al Omega teilhardiano como la más extraordinaria propuesta fenoménico-
conceptual./ vivencial que se pueda realizar desde cualquier presente.
311
plenitud. La unidad es una meta” (A. López Quintás, 1991, p. 65).
Mientras que se lucha hacia ello, hemos de cuidar no confundir la idea
de universalidad, entendida como unidad humana, con otras acepciones
desenfocadas, como a mi entender hace V. Camps (1998), cuando asi-
mila una idea dual de unidad con alguna clase de mito totalitario:
El mito de una armonía total y última ha vertebrado todos los sueños utó-
picos que quisieron subsumir la riqueza de la variedad humana bajo un
solo proyecto supuestamente racional. La manía de la unidad nos ha impe-
dido aceptar de buen grado lo diverso (p. 92).
desde la diversidad para realzarla, o no es tal, porque “la Unión, diferencia” (P.
Teilhard de Chardin, 1984, p. 265) y conduce a la mayor descentralización y di-
versidad posibles, esto es, el que es capaz de realzar el valor real de cada perso-
na. La conciencia de unidad trae repercusiones orgánicas positivas, medibles ex-
perimentalmente. Afirma D. Goleman (1997): “El móvil de la unidad y otras
sutiles medidas psicológicas de la motivación, como la confianza afiliativa, se
han vinculado con cambios favorables en el sistema inmunológico, en otros es-
tudios que hicimos con el doctor David Mc Clelland en la Universidad de Har-
vard” (p. 156). Lo que ocurre es que las rutas neurológicas de la universalidad
o de la unidad no son frecuentes, y que su anhelo no forma parte honesta del
acervo de las culturas dominantes. Pero esto también es adquirible de las más
evolucionadas; también esta puede ser una “vía de excelencia” para el aprendi-
zaje, como quizá diría M.Á. Cornejo, aunque en este contexto no hablemos de
economía o de nuevas tecnologías sino de la conciencia.
312
universal es universal porque representa la totalidad, no porque excluya lo concreto
(como es el caso de lo general). Lo universal está centrado; mira hacia su propio cen-
tro —universus, mira hacia el uno—. Se encarna en lo concreto (R. Panikkar,
1999, p. 215).
Pienso que una cuestión importante hoy día es asumir la complejidad de los
propios ciudadanos en el mundo de hoy. Yo, por ejemplo, soy catalán, soy español
y soy europeo, pero me siento cada día más ciudadano del mundo. Me parece que
la mejor manera de ser un buen catalán es ser ciudadano del mundo y el ser un
buen español es ser ciudadano del mundo. Aquella cosa que decía Antonio Ma-
chado, “si quieres ser universal, ama a tu pueblo y al revés”, yo creo que es muy
importante [...]
En resumen, esta complejidad que vosotros estáis tratando y que creo que es tan
interesante, debe hacerse descender también a algo que es muy importante como son
los aspectos culturales y étnicos del mundo de hoy, y hacer ver que el mejor horizonte
sería un mestizaje, un gran mestizaje, porque en la realidad somos un crisol, y có-
mo vamos después a decir “nosotros defendemos esta cultura”, si al final resulta que
somos una mezcla (por fortuna), o el resultado de una mezcla tremenda, que for-
ma parte de algo tan esencial para la vida como es esta complejidad existente de ci-
vilizaciones, de líneas de pensamiento, de perfiles culturales distintos (J. Lizcano, y
R. Marco, 1999, p. 217).
313
En conclusión, afirma E. Vera Manzo (1999): “Toda persona tiene por lo
menos una identidad, el reto es tener múltiples identidades simultáneamente y
protagónicamente en un momento determinado, asumir la que se quiere repre-
sentar”. Así pues, llega el momento histórico en que, sencillamente, hay que asu-
mir que “la identidad humana es transcultural y no puede tener, por lo tanto,
un solo punto de referencia” (R. Panikkar, 1999, p. 135), ni siquiera la sola-uni-
versalidad (pseudo, al fin). Estamos en la misma línea necesaria de E. Vera Man-
zo (1997) “Todas las personas debemos ser singulares y universales”, o de E. Mo-
rin (2000), en el sentido de enseñar la condición humana, y al mismo tiempo
reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo humano (p. 1534, adapta-
do). Pero vamos más lejos al mutar el segmento en vector, sosteniendo que, me-
jor, singulares en función de lo universal o singulares para la universalidad. Es-
tamos viviendo una fase de crecimiento del ser humano: el paso de la
personalización a la superpersonalización, el tránsito de la persona-parcial a la per-
sona-totalizada. Cuando el argentino, el gitano, el alemán, el vasco, el judío, el
egabrense, el estadounidense o el católico comiencen a sentirse más terrícolas, o
mejor, más universales que fragmentarios, habrán cambiado de confesionalismo, de
Los jóvenes en un mundo en transformación
(23) Más allá de la creatividad superficial o vulgar, no relacionada biunívocamente con la madurez personal (A.
de la Herrán, 2000).
(24) Más allá de la autorrealización basada en el sentir o aparente, no relacionada biunívocamente con la madu-
rez personal.
314
f ) Rehúse a los mundos compartimentados duales (cuerpo-mente, salud-
enfermedad, intelecto-sentimiento, ciencia-sentido común, grupo-indi-
viduo, cordura-locura, trabajo-esparcimiento), y lucha por una vida to-
talizadora, donde pensamiento, sentimiento, energía física, energía
curativa, etc. estén integrados en la experiencia (transformadora).
g) Actitud de búsqueda e investigación espiritual. Reconocimiento y expe-
riencia de estados de conciencia, control de energía psíquica, medita-
ción, trascendencia del ámbito individual.
h) Apertura al mundo interior y exterior, a nuevos modos de percibir, a
formas distintas de ser.
i) Valoración de la comunicación con los demás.
j) Rechazo de la hipocresía, el engaño y la ambigüedad de nuestra cultura.
k) Solicitud para la ayuda a los demás cuando hay necesidad. Práctica de
esa ayuda, no como comportamiento moralista, sino como atención gen-
til, natural. Desde ahí, reservas a priori en los profesionales de la ayuda.
l) Consideración de que las instituciones están para las personas, y no al
revés. Antipatía consiguiente por las instituciones burocráticas inflexi-
315
serlo más y más concretamente. Lo ilustra este texto de P. Teilhard de Chardin
(1967), al expresar que: “En varios puntos de la Tierra, simultáneamente, frac-
ciones de la Humanidad se aíslan y se alzan impulsadas lógicamente por ‘uni-
versalización’ de su nacionalismo, a afirmarse como herederas exclusivas de las
promesas de la Vida” (P. Teilhard de Chardin, 1967, p. 17).
En los primeros años del siglo XX, el único Nobel por haber escrito sobre la
evolución interior del ser humano, R. Eucken (1925), clamaba:
Nuestra vida y acción deben estar ligadas de algún modo a la vida universal,
pero, ¿cómo llegaremos a ésta y con qué derecho podemos elevar esta corta existencia
terrenal a una esencia universal y creerla partícipe del reino de la eternidad, de la
infinitud y de la perfección? (p. 379).
Los jóvenes en un mundo en transformación
Desde nuestra cultura los grandes valores en que basar la moralidad pública de
la modernidad son la libertad, la igualdad y la solidaridad, hermosamente expre-
sados en el lema de la Revolución francesa, y desarrollados hoy con las modificacio-
nes de dos siglos transcurridos. Son valores universales y sobre ellos hay que construir
la universalidad, desde la firme y estable idea de la dignidad de la persona huma-
na (Fundación Educativa y Asistencial Cives,1998, p. 352).
316
gencia universal.¿A quién perjudica este ideal? ¿A quién favorece? Un sistema
educativo se trasciende a sí mismo cuando coloca el énfasis en el desde sí, y no
en el hacia sí o el para sí. Falta socialización, unidad y trabajo en beneficio de
la evolución humana, único interés que a ninguna parcialidad menoscaba —sal-
vo a los sistemas egotizados—, para el desarrollo profundo de la “aldea global”
(de la que hablaba el ensayista y profesor de la Universidad de Toronto H.M.
McLuhan en los años 60), de la “ciudad mundial” (de D. Soldevilla, 1958), o
de la centración, complejificación y elevación de la “Noosfera” hacia el Omega, a
que hace referencia la ingente obra teilhardiana.
Los sistemas escolares nacieron en gran parte como consecuencia del nacionalis-
mo y se pusieron como uno de sus objetivos primordiales el de servir al nacionalis-
mo, es decir, a eso que a veces se ha denominado el espíritu nacional o bien la iden-
tidad nacional del país en cuestión (J.L. García Garrido, 1997, p. 60).
317
ñan o que no benefician, como es el caso cuestionado. ¿Cómo podría la edu-
cación conformarse con menos?
(25) Esto es completamente lógico, en la medida en que la Psicología alopática ha dado la espalda por completo
a Oriente, a pesar de las reiteradas recomendaciones de destacados contemporáneos, como Blay, Rof Carballo, Pinillos,
Almendro...
318
ción educativa, organización, etc.), y en cambio, el desempeoramiento
(técnico y egótico) y la madurez personal quedan entre relegados y acti-
vamente olvidados.
319
cualquier conocimiento, este sistema de referencia universal, relativamente más
complejo, puede aportarle al docente conocimientos desde los que demandar
aprendizaje a sus alumnos. La universalidad es una premisa y una finalidad sus-
ceptible de integración cercana y/o contextual, inmediata y/o remota, con cual-
quier otro contenido y pretensión, y puede ser realizada por la educación, desde
la comunicación didáctica, a través de actuaciones y objetivos más concretos
como pueden ser las siguientes pretensiones o andamiajes de enseñanza:
320
nos identificamos con nuestro nombre, nacionalidad, sistema de creencias po-
líticas, religiosas, personales, cuerpo, sexo, etc., porque se lo han repetido a uno
hasta la saciedad desde pequeñito y se lo recuerdan a diario en las familias, los
centros escolares, los medios de comunicación, etc. sin requerir de sí mismo la
necesaria indagación.
¿Cuál es, pues, la vía de entrada, de Educación con mayúsculas? A nuestro jui-
cio, los sentidos para su desarrollo serían dos, que transcurrirían desde el ego (par-
cial) a la plena conciencia (universal): Desde el punto de vista del individuo, la des-
exteriorización e interiorización-madurez personal. Desde el punto de vista de la
sociedad, la reflexividad y convergencia-evolución social. Sendas líneas de acción
son complementarias, convergentes y pueden formar más allá de la parcialidad,
hacia el aprendizaje de mentalidades y creencias propias de adultos sanos, saluda-
bles e internamente amplios. La idea de enseñar no ha de identificarse sobre to-
do con actuaciones exteriorizantes u orientadas a que el alumno viva en función
de lo de afuera. Lo natural sería que el ser humano estuviera más (o al menos tan)
interesado en sí mismo que sobre contenidos objetales que orbitan en torno a sí y
con los que se relaciona. La educación actual es sobre todo una educación para el
(26) R.D. Tweney, y E. Doherty (1983) lo evidenciaron en otros contextos, con personas no cualificadas y con
graduados no universitarios e incluso científicos (en L.M. Romero Fernández, 1992), nosotros lo recreamos en éste.
321
b) La importancia del papel que cumple el personal docente como agente de
cambio, favoreciendo el entendimiento mutuo y la tolerancia, nunca ha si-
do tan evidente como hoy. Este papel será sin duda más decisivo todavía en
el siglo XXI. Los nacionalismos obtusos deberán dejar paso al universalismo,
los prejuicios étnicos y culturales a la tolerancia, a la comprensión y al plu-
ralismo, y un mundo dividido —en que la alta tecnología es privilegio de
unos pocos— a un mundo tecnológicamente unido. Este imperativo entra-
ña enormes responsabilidades para el personal docente, que participa en la
formación del carácter y de la mente de la nueva generación (J. Delors et
al. 1996, p. 162).
En otra obra anterior (J.L. García Garrido, 1996, p. 99) continúa el razo-
namiento:
Las instituciones de formación docente piden con frecuencia a sus alumnos (so-
bre todo en países de escaso desarrollo) que, cuando sean docentes, trasciendan los
límites de su escuela y sepan convertirse en líderes comunitarios, empapándose com-
pletamente de su inmediato entorno. Lo que está muy bien, siempre y cuando les
pidan también una radical apertura al ancho mundo. En contra del “pueblerinis-
mo” del que tan frecuentemente hacen galas las instituciones de formación docente
en todos los países, habría más bien que asegurar a los futuros docentes una visión
abierta y despierta ante los agudos problemas no sólo económicos y sociales, sino
también morales y espirituales, que padece hoy la humanidad en su conjunto.
322
NECESIDAD DE CAMBIO PROFUNDO EN LOS “PARADIGMAS”
EDUCATIVOS: Todos los denominados paradigmas de investigación y forma-
ción del profesorado aportan perspectivas y procedimientos útiles para un mejor
desarrollo del trabajo docente, pero cuando el reto es la (trans)formación del
profesorado se muestran llamativamente limitados. Urge una reordenación
transversal y profunda a la búsqueda de un nuevo ¡y verdadero! paradigma de
corte complejo-evolucionista capaz de explicar la hondura que al resto escapa (A.
de la Herrán, e I. González, 2002, p. 253,255; A. de la Herrán, 2003).
Nuestra experiencia nos dice que la mayor parte de los niños son capaces de
abstraer esa intuición con validez parecida desde los tres años y medio. Y sin
embargo, para poder soñarlo, es preciso creer que los docentes pueden interio-
rizar (normalizar) la idea, y que la presimbolización y simbolización infantil de
éste y otros contenidos son verdadera antesala de amplitud y de apertura de
conciencia. Desde un punto de vista psicosociológico (o de sentido común),
quizá la falta de cultivo de esta noción ocurra porque, percibido en su auténti-
ca amplitud, es uno de los conocimientos/fenómenos menos sesgados-en-sí.
Por lo tanto, no interesa su realce excesivamente a los ismos o al resto de siste-
mas y personas parciales, salvo para parcializarlo, apropiárselo, monopolizarlo
323
o estropearlo. Pero, aunque su escasa relevancia sea comprensible, no es lógica:
no percibirla en primer término, es un mal aprendizaje global, resultante de
una enseñanza fragmentaria, cuyo mal hacer está costando caro. Actualmente,
como mucho, es una especie de trasfondo, de pared, ni siquiera de marco:
324
sistema único, dotado de una equifinalidad planetaria: “El futuro del planeta ha-
brá de configurarse como una sola unidad de objetivo único” (R. Portaencasa,
y J.A. Martín Pereda, 1992, p. 2). Y la tercera, la salida de la Tierra, o sea, la
exploración y profundización humana, más allá de la atmósfera, importantísi-
ma para la apertura actitudinal, cognoscitiva y útil para la educación (disolu-
ción) de nuestro recalcitrante egocentrismo.
(27) Como expresa el profesor A. Velasco (1999), el progreso debe estar al servicio del ser humano, no contra el
ser humano, contra ningún ser humano. Y si 80 países no sólo no progresan, sino que marchan hacia atrás, algo falla
en el general progresar. El progreso, el verdadero progreso, “debe dirigirse al bienestar y a la realización de todos los
hombres —no de una parte de la humanidad, de los privilegiados”.
325
¿Por qué no todos los hombres pueden desarrollarse y tornarse seres diferentes?
La respuesta es muy simple. Porque no lo desean. [...] La idea esencial es que para
convertirse en un ser diferente el hombre debe desearlo profundamente y durante
mucho tiempo (P.D. Ouspensky, 1978, pp. 14,15).
326
Sobre las influencias y prejuicios evaluativos, desde la evitación de la
influencia de prejuicios en el conocimiento.10) Sobre lo que comuni-
ca, une y eleva socialmente, destacando aquellos contenidos sociales y
humanos convergentes, por encima de los fragmentadores y distancia-
dores. 11) Sobre la evolución grupal e individual a través de una
didáctica orientada a la evolución personal y grupal de profesores y
alumnos.
c) De capacidades más allá del ego: 1) Relacionadas con el reconocimien-
to de los apegos, identificaciones y sesgos propios y ajenos. 2) Relacio-
nadas con el desarrollo de un razonamiento dialéctico, integrador y cre-
ativo más capaz. 3) Relacionadas con el incremento de complejidad de
conciencia (discriminación, reflexión, comprensión, empatía, visión,
interiorización, convergencia, apertura, etc.)
d) De temas perennes, radicales o espirales de transversales: 1) Educación pa-
ra el autoconocimiento, el control y la reducción del ego. 2) Educación
para la complejidad de la conciencia. 3) Educación para la duda, la au-
tocrítica y la rectificación. 4) Educación para la no-dependencia. 5)
327
Hasta tal punto pervive ese relativo bienestar que, por ejemplo, resulta ra-
ro que nos preguntemos si en qué medida esto de la universalidad debe preo-
cupar y proyectarse en el diseño, la enseñanza y la evaluación continua de la
educación o en la formación de los profesores.
Alguien podría decir que:
328
Pues bien, esa falla social es fundamentalmente educativa, y requeriría co-
mo respuesta lógica, pero no inminentista, una gran reforma educativa de todos
los sistemas sociales con los que el sistema escolar se relaciona: familia, política, eco-
nomía, medios de comunicación, etc. (A. de la Herrán, 2003).
• diluir los egos nacionalistas —y de otras clases de ismos (pasado del pre-
sente),
• ampliar-profundizar las conciencias estrechas y
• desplegar, con voluntad decidida, una alternativa a medio-largo plazo a la
globalización (entendida en este contexto como estado de conciencia social
de carácter económico) que pivote sobre la educación de todos —no só-
lo del sistema educativo—, porque la problemática social podría tener
hondas raíces formativas.
329
Conclusión
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333
CAPÍTULO IV.3
EDUCACIÓN PARA LA EVOLUCIÓN HUMANA
CAPÍTULO IV.3.1
“La mayor crítica que podemos hacer de la deriva de nuestra cultura puede formularse en tér-
minos de la muerte de la Creatividad”.
CARL ROGERS
“Cada ser humano es el arquitecto de su mente”.
SANTIAGO RAMÓN y CAJAL
“La imaginación es más importante que el conocimiento”.
ALBERT EINSTEIN
Resumen
335
educativo actual es el propósito del autor de estas sugerencias para una Educa-
ción Creativa.
¿Introito o provocatio?
336
Duc in altum
Pero tal vez hayamos ido demasiado deprisa y antes del “remad mar aden-
tro” de la rúbrica que encabeza estas líneas convenga asegurar bien los aparejos
que llevaremos en la travesía, una especie de “back to basics” de la creatividad y
de la educación. ¿Qué es crear?. De pequeño solía escuchar que “crear es sacar
algo de la nada” y que ese es el atributo de Dios. Aquí hablamos de los atribu-
tos del hombre y la creatividad (humana) tiene que ver con hacer posible lo in-
visible, trayendo a la existencia algo nuevo y valioso. Lo invisible son las ideas,
creencias y proyectos que transformadas en decisiones se convierten en accio-
nes y, en su corolario, los resultados que, a su vez, refuerzan o ratifican los mo-
delos mentales de partida. O también crear es hacer de la contradicción, del
desfase, que observamos entre hechos y valores una cuestión personal, com-
prometiéndonos con aproximarlos. Vista así, la creatividad contiene una di-
mensión axiológica que difuminaría la diferencia entre los medios y los fines,
de forma que los medios que no son también fines en sí mismos carecerían de
legitimidad moral. Comprendo que esta visión es discutible y además es la que
Ubi sumus…
337
de todo enseñante hoy. El objetivo que se persigue es el que nos convirtamos
todos en seres generadores —y no solo gestores— de nuestro propio cono-
cimiento. Se trata de motivar al alumno para que desarrolle la capacidad de
ejercer su autonomía en el proceso de aprendizaje y de desaprendizaje, un pro-
ceso permanente que no termina jamás. Y un requisito para lograrlo es el de es-
timular actitudes creativas —condición previa de las conductas creativas— jun-
to con el entrenamiento en habilidades y técnicas de pensamiento creativo, en
definitiva de apertura a los planos cognitivo, emocional y óntico.
Pero visto desde la universidad española y europea que conocemos, ¿estamos
enseñando creativamente en la doble acepción que aquí nos interesa, de fondo y for-
ma?. Más aún ¿estamos ante una propuesta realista o utópica?. O incluso peor
¿quimérica?. ¿Estamos los profesores formados para educar creativamente?. Me
gustaría no dejar dudas sobre este punto. La creatividad como tal no se puede
enseñar puesto que se trata de una cualidad que, en mayor o menor grado, to-
dos poseemos. Pero sí es posible generar las condiciones para que las personas
la desarrollen. Y esto sí que debe constituir una obligación moral y meta pro-
fesional de todo enseñante que se precie.
Los jóvenes en un mundo en transformación
338
tora localizada, sobre todo, en el derecho. Más concretamente aprender no so-
lo dialéctica sino sobre todo dialógicamente superando el letal dualismo del
viejo paradigma científico como la tajante separación entre el “sujeto” y el “ob-
jeto”, aprendiendo a transformar tensiones destructivas en polaridades creati-
vas. Un ejemplo de ello consistiría en poner los avances tecnológicos al servicio
de la libertad interior del ser humano (recordemos la noción de “retroprogresi-
vidad” de Rof Carballo). Ahora bien, tan importante como pensar con rigor y
método cuando hay que hacerlo es el desarrollo de la capacidad de inhibir to-
do el fenómeno automático del pensar haciendo el silencio mental. Es la vía
de la observación atenta, de la contemplación serena a la vez que activa, supe-
radora del sujeto como foco de experiencia, vía que conocen muy bien los me-
ditadores y místicos.
339
3º) En el plano relacional superando el espejismo de la división entre el
“yo” y el “tú” (el “I” y “Thou” de Martin Buber), ya que la calidad de nuestra
vida depende también de la calidad de nuestras relaciones en lo personal (pare-
ja, familia) y en lo profesional (equipos, armonía del clima laboral, etc.)
340
to?. Porque una conclusión parece clara, según el profesor MacKinnon de Ber-
keley “el rendimiento académico (expediente) no correlaciona con el potencial
creativo”.
Tampoco lo hace la inteligencia. En un muestreo de arquitectos y de in-
vestigadores científicos realizado por ese autor los índices de -0,07 y de -0,08
respectivamente, atestiguaban numéricamente el aserto. “Por encima de un
cierto nivel mínimo necesario para el dominio de un determinado terreno, ser
más inteligente no garantiza un aumento correlativo de la creatividad. Sim-
plemente no es verdad que la persona más inteligente sea la más creativa. Y si
bien sería tonto seleccionar para el ingreso en la universidad a los alumnos con
los índices más bajos de inteligencia en los tests (porque los alumnos creativos
también son inteligentes aunque no necesariamente los más inteligentes), nos
estamos engañando cuando seleccionamos a un alumno en vez de otro solo
porque tiene un promedio de 10 ó 20 puntos más en algún indicador de in-
teligencia”. (Cfr. MacKinnon en la bibliografía anexa, pág. 224). En la uni-
versidad española el asunto es todavía más grave ya que la selección del alum-
nado admitido ni siquiera se basa en índices de inteligencia sino en la simple
341
tivas de acción razonable y responsable. Ni permisividad extrema y total tole-
rancia ni ausencia de normas y falta de estructuración del espacio vital. El otro
extremo igualmente negativo sería el de un clima sofocante, autoritario sin es-
pacios para ejercitar su libertar y responsablidad. El equilibrio permite al ni-
ño saber quien es y el terreno que pisa, qué se espera de él, qué debe y puede
hacer.
¿Cómo extrapolar provechosamente estos hallazgos al ámbito educativo?.
Rescatando para el profesor el rol de guía, de mentor que estimula el pensa-
miento abstracto en sus alumnos, invitándoles a ejercitar sus capacidades,
mostrando su apreciación por su “unicidad” y por sus estilos y modos parti-
culares de concebir el mundo (incluidos los estéticos); invitándole a explorar
y experimentar superando el miedo a equivocarse; potenciando su intuición y
su imaginación. El profesor se convierte así en un profesional no de la trans-
misión del conocimiento (que cada cual tiene que generar) sino en un facili-
tador de sus procesos de aprendizaje. En un consejero y en un entrenador,
además de en un árbitro moral y de un modelo. Ayudándole a autoconocerse
y a superar sus miedos (recordemos que el miedo puede muy bien ser la cre-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Resumen. Conclusión
342
Bibliografía
343
CAPÍTULO IV.3.2
Introducción
345
ración sino a la supervivencia por el puesto, y éste ha de ser consagrado en for-
ma de nivel de presencia y en base a la marca de moda en la ropa, el coche, el
barrio.....La educación solo contempla el mundo exterior, la acumulación de
cosas de prestigio, el culto perverso a la cultura de la imagen como expresión de
la verdad. En nuestras consultas aparece el hombre informático exhausto, an-
sioso, sin energía, musitando quejidos sobre su vida destarlada con diez minu-
tos a la semana para poder disfrutar con sus hijos.
Si la ciencia determinista es tan poderosa ¿por qué no va mejor el mundo? ¿es
la expresión de un telediario el triunfo de esa ciencia? Mientras tanto los misiles
con sus efecto colaterales y los coronavirus mutantes parecen que se quedan con
la banca. Las alergias se disparan como un alejamiento de las leyes naturales.
El ser genético programado, la medicina y la vida a la carta, ha sido acla-
mado a toda pompa en los telediarios dando a entender que por fin.....!ya sí que
hemos sometido a la Naturaleza! . Sin embargo cuando lees la letra pequeña to-
da esta propaganda se ha basado en vender humo. Y no es visión depresiva el
admitir la incertidumbre y la imposibilidad de someter a programación a la Na-
turaleza sino cantar su grandeza y su impredecibilidad.
Los jóvenes en un mundo en transformación
346
mo subjetivas por el determinismo con el a veces alarde soberbio de no poder
ser verificadas por escrutinios públicos simplistas de profesionales de la mecá-
nica. Las leyes que sirven para construir un puente de hierro no sirven para en-
tender la rica interioridad de cualquier ser vivo. Y esa interioridad es una gran
pregunta, porque es la que va a poder establecer un equilibrio cuando el caos
emerge: perdidos en una “realidad” objetiva, mecánica, de superficie, controla-
da y aséptica ¿cómo abrirse a la interioridad del ser?.
Pregunta que abre perspectivas en el horizonte sobre:
Podría ser que estas dos notas pudieran llamar a la puerta, puesto que si ca-
da ser humano entra en reflexión y en cierta ecuanimidad los caparazones y las
1. Perspectivas de la situación
347
de la España castiza, con lo cual entramos así en el poder de la creatividad y tal
vez quienes realmente saben más de creatividad son las plantas, que son capa-
ces de transformar el estiércol en luz —qué maravilla—, porque si no hay es-
tiércol no hay luz.
Evidentemente, el problema que hay, que nosotros desde una perspectiva
integrativa y de consciencia frente a la curación humana planteamos, es que ca-
da día la sociedad se mueve en unos planteamientos agotados, y con visos evi-
dentes de desorientación entre un consumismo desorbitado como elemento de
vida y un miedo extremo a la interioridad y a la incertidumbre. El someti-
miento de la Naturaleza, el todo reducido a vida exterior basada en el control
competitivo y el desarraigo de la conciencia traen como consecuencia la pérdi-
da de la moral. No se puede tirar todo por la borda puesto que es defendible
que esta sociedad que ha surgido de los planteamientos racionalistas y científi-
cos ha permitido un conocimiento del mundo material y una comunicación en
ese ámbito. Y es esto lo que parece que ya ha llegado a su fin.
Difícilmente podemos plantear una sociedad elevada, si tiene como destino
el Alzheimer, cuando en los viejos pueblos, el senado, los mayores, eran los por-
Los jóvenes en un mundo en transformación
tadores del saber. No digamos siguiendo el elemento salud donde quedan las
galopantes alergias que implican nuestro alejamiento de la Naturaleza ya que
hasta el propio polen nos está haciendo enfermar, las depresiones y ansiedades,
etc., parece que la sociedad está de baja ó de parto, según se mire.
Días atrás en la presentación de un libro discutía amigablemente con
Eduard Punset —periodista de divulgación científica—
Él decía: —Sí, pero el reduccionismo es muy importante porque si no fue-
ra por el reduccionismo, el oscurantismo todavía nos estaría asfixiando”,
Y yo le contestaba:
—Eduard, está muy bien lo que dices, pero es muy importante que tengas
en cuenta una cosa. En este momento, las teorías del caos, los nuevos paradig-
mas que se están proponiendo son para el reduccionismo lo que el reduccio-
nismo fue para el oscurantismo, y no podemos quedarnos en el reduccionismo
en estos momentos como panacea de la seguridad.
Dicho esto, lo que planteamos, es que concebimos que la sociedad es en es-
tos precisos momentos determinista y reduccionista y que está concebida como
una máquina cartesiana, newtoniana, de relojería, en la cual, muerto Dios, des-
pués de Descartes y de Newton, efectivamente, el científico se ha hecho el due-
ño, el amo y el señor. En el mundo de la clínica, tenemos muy claro que el en-
fermo —desgraciadamente en la clínica oficial— no ocupa un lugar; lo que está
ahí es el clínico y la enfermedad, y cuando el enfermo habla se le recomienda
con poder que se calle porque él no tiene ni idea de lo que le está sucediendo.
Y además no se trata al paciente como un organismo, una totalidad, sino que
se trata simple y sencillamente a una parte, a un síntoma que es el reflejo de una
totalidad y de un organismo, y en absoluto en ese momento se está teniendo en
cuenta lo que es el ser humano. El ser humano no es una pieza, la enfermedad
no es una pieza, el síntoma no es una pieza. Por eso esta sociedad se está per-
348
diendo fundamentalmente, porque lo que busca es vender piezas, y cuando
aplicamos una pieza lejos de la totalidad de ese ser humano, ese ser humano se
destotaliza y pierde posibilidades para una curación auténtica. Por eso, posible-
mente el Alzheimer e incluso las alergias y las enfermedades auto inmunes se
están mostrando fundamentalmente como las grandes amenazas en estos mo-
mentos de la sociedad occidental. Es como si el sistema se vengara por no ser
reconocido como tal, como una totalidad con inteligencia improgramable.
Dicho esto, la educación bajo la concepción del ser humano como una pie-
za mecánica competitiva se convierte en un manual de instrucciones, de estra-
tegias y habilidades para ser el number one. Entonces la psicopatogenia está ser-
vida. Los psicopatólogos en estos momentos están diciendo que esta sociedad
es psicopatogénica y que el psicópata está creciendo a marchas forzadas, proba-
blemente buscando ocupar un sitio en la prensa.
La educación bajo estos parámetros competitivos productos de una cultura
determinista sólo contempla el mundo exterior, la acumulación de cosas de
prestigio y el culto a la imagen. A partir de ahí, evidentemente lo que nos en-
contramos es que el ser humano es concebido como un robot genético progra-
349
efectivamente —y esto parece mentira—, nos encontramos con gente, tanto en
Estados Unidos como aquí, que dice que el ser humano es un ordenador, y no
se dan cuenta de que el ordenador ha salido del cerebro y no al contrario. Yo
hay veces que reconozco que hay científicos que pueden ganar el premio No-
bel, pero les falta ir todavía al parvulario de lo que es realmente el primer siste-
ma de humanidad.
Creo que una de las cosas importantes es ser capaz de formular una gran
pregunta, es decir, a veces la esencia de la creatividad está en formular una gran
pregunta, porque a partir de formular una gran pregunta, si mantenemos eso,
nos pueden llegar muchísimas respuestas. Entonces, hay algunas preguntas que
yo me hago como, por ejemplo: para qué educar y qué educar. A partir de ahí,
creo que es necesario empezar a introducir —y creo que lo estamos introdu-
ciendo— un marco, abstracto en estos momentos, pero que es ineludible. Creo
que en estos momentos nos estamos yendo a pensar qué puede suceder más allá
del caos, más allá del caos en el que la sociedad realmente se ha metido. Creo
que tenemos que trabajar para la educación como la lluvia fina, el trabajo de la
hormiguita, frente al consumo desorbitado y efímero de todo, que es realmen-
Los jóvenes en un mundo en transformación
2. Crisis emergente
350
sin sentido. El desorden, pues, se movería dentro de unas leyes impredecibles.
Es interesante poder conocer esas leyes que nos pueden abrir la puertas al au-
toconocimiento y a la toma de consciencia accediendo a los patrones dinámi-
cos que mueven la interioridad. Una universalidad dinámica e impredecible
que tiene que ver con los procesos y no la universalidad mecánica de las tra-
yectorias.
La forma en como podemos expresar esa interioridad la hemos llamado Cri-
sis Emergente y estaría dentro de un modelo disipativo de la psique.
Crisis Emergente (Cr.E.) representaría ese fenómeno natural —no lineal—
que bajo la forma de crisis psicológica emerge rompiendo el orden considerado
como normal, ofreciendo, si es respetada, una reorganización de la vida de la
persona, al no considerar la ruptura como un proceso destructivo al que hay
que parar mediante técnicas supresivas.
“Crisis Emergente” tiene que ver, pues, con una mutación súbita, inespera-
da, indomable, caótica, que produce una ruptura en la continuidad de la exis-
tencia de la persona. Podemos entender que “Crisis Emergente” viene a poner
de manifiesto que existe, pues, en ese momento crítico, una inadecuación en-
351
La Crisis Emergente se muestra a traves vórtices disipativos. Vamos a hablar
solo del vórtice A “SENSIBILIDAD-INESTABILIDAD-BIFURCACIÓN”
por razones de espacio.
Las diferencias en los seres vivos, cuya sensibilidad es clave, engendran di-
ferencias que representan cualidades extraordinariamente complejas y que im-
plican, como propio de la condición humana, sentimientos, ideas, deseos, vo-
luntades, percepciones, conciencias y creatividades. Visto así la sensibilidad
—como cualidad de lo psíquico, de lo subjetivo y de lo diferencial— represen-
ta el hecho de que el ser vivo tiene la cualidad de recibir impresiones y permi-
te por lo tanto el comienzo de los imprescindibles procesos no lineales. Una sen-
siblidad que se entiende como emergencia de lo vivo y como emergencia de lo
nuevo, bajo un no control que libere de restricciones que de paso a la creativi-
dad psicológica. Desde esta posición lo subjetivo se abre a partir de la sensibi-
lidad que nos lleva a la toma de consciencia y a la transformación.
La inestabilidad en el modelo disipativo se sitúa lejos de una concepción que
mantiene al síntoma como enemigo de la salud mental. Los episodios agudos y
de desorganización no son necesariamente enemigos de la salud mental (Maho-
Los jóvenes en un mundo en transformación
352
Frente a eso, creo que tenemos que poner una semilla de reflexión y provo-
car una repercusión con fundamento, de aquí extraigo lo siguiente:
353
Y yo propongo en medio minuto una reflexión: una educación como pro-
ceso de creación, una exploración del “yo”, la necesidad de una nueva explora-
ción del “yo”, preguntarnos quién educa a quién y decirnos también que la na-
turaleza y la vida son maestros también de nuestros procesos, no podemos estar
en contra de la Naturaleza y de que se plegue a nuestros intereses de control
competitivo; la ciencia está recibiendo el encargo por parte de esta sociedad de
que se someta a la naturaleza y las consecuencias son gravísimas. Y termino, el
autoconocimiento y la autoconciencia y el encuentro con el papel a desarrollar
ahí representa siempre o lleva consigo unas grandes preguntas que las han man-
tenido todos los grandes maestros de la historia —quién soy yo, qué hago
aquí—, pregunta que está detrás, por supuesto, de incluso grandes científicos;
el mantenimiento de esa pregunta para mí sigue siendo realmente la génesis de
la creatividad, por eso, yo soy optimista.
Conclusiones
Los jóvenes en un mundo en transformación
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355
CAPÍTULO IV.3.3
Resumen
357
aseguraría que eso fuera alguna clase de triunfo terminal o motivo de autocom-
placencia. Identificarse sólo con ella apunta a que nos hemos alejado de las co-
ordenadas de Sócrates —que para los más informados, está superado—, que he-
mos dado una patada en el trasero de Kant, y que, después de ignorar el guiño de
Eucken o de Teilhard de Chardin, seguimos haciendo lo mismo: identificarnos
o erigir ismos, en nombre de la mejor verdad o ilustración de la razón —declara-
da o tácita— que nunca llegarán a ser istmos, aunque se conecten por Internet.
II. El prurito de la información se centra en la creación y mejora de tecno-
logías para el incremento, acceso, conservación, almacenamiento, recuperación,
transferencia, uso, intercambio y expresión de la misma información. Pero no
reflexión, comprensión, estudio, producción, empleo, sentido, autoconoci-
miento o conciencia. Por tanto, dista del desarrollo de las grandes utopías-mo-
tivaciones-movimientos, como la coherencia de Confucio, la no-dependencia de
Siddharta, la humildad de Sócrates, el amor de Yeshua, la síntesis de Fichte-He-
gel, la complejidad de Teilhard de Chardin-Morin, la lucha por un contenido es-
piritual de la vida de Eucken, la autoconciencia uno-trina de Soldevilla-García
Bermejo, etc. ¡Qué tendrán que ver una con otro! —dirán algunos—. Pues
Los jóvenes en un mundo en transformación
358
II. En mi opinión, formamos parte de una sociedad poco culta (cultivada)
—aunque muy autocomplaciente—, que tiene a su disposición un océano de
información deteriorada. La información sirve, de hecho, para mirar, refrescarse,
chapotear, nadar o navegar —según las posibilidades— pero no para orientarse.
Pese a que sus aguas encauzadas no son muy profundas, se corre el peligro de
agotarse y de ahogarse. Además el medio está turbio: sus corrientes colectan to-
da clase de vertidos, que discurren a merced de los mercados, que la arrastran
a un bienestar miope: progresar a toda costa sin evolucionar.
III. Para todo esto —además de para contribuir a que la humanidad anu-
de su noosfera—, Internet es necesario. Y ya lo decía F. Mayor Zaragoza
(2000c), al recibir uno de los II Premios “Educación y Libertad”1:
Se nos dice ¡qué bien, ya tenemos todos estos sistemas de información! Está bien,
está bien, es igual a como tener libros, pero lo que es importante es que después se
lean y que se mediten y que no seamos exclusivamente estos espectadores del mundo
de la información, espectadores que ya no tenemos tiempo para pensar, y por tanto
no tenemos para existir, y por tanto no tenemos para sentir, y por tanto actuamos al
359
condicionamiento o desprogramación del pensamiento, por la lucha por la con-
quista de un pensamiento propio, complejo y orientado a su evolución posible,
de modo que atravesaría tres fases: a) Identificación (fase egocéntrica o actual),
b) Desidentificación (fase autocrítica o dura) y c) Reidentificación en la evolu-
ción humana (fase consciente o madura).
(2) Atribuible tanto a personas como a colectivos identificados, con independencia de su amplitud.
360
II. Mantovanni escribía en “Educación y plenitud humana”: la educación
es “un riguroso proceso de formación humana que parte del individuo (ser psi-
covital) y concluye en la persona (ser cultural)” (B.S. Calvo, 1997, p. 54). A pe-
sar de que Platón y Aristóteles ya destacaban que la esencia y el fin de la repú-
blica y la democracia era la educación, hoy ésta no siempre nace para el
individuo, y mucho menos se pretende su plenitud. “En una democracia, edu-
car es cultivar la diversidad, la riqueza y la participación humanas” (J. Bruner,
1988, p. 207). Dicho de otro modo: el individuo, como dice A. Sobral, no es
un “medio” para fines sociales o estatales, sino también, un “fin”, que se confi-
gura conforme a sus posibilidades, a sus energías potenciales y a su particular
destino (B.S. Calvo, 1997, pp. 67, adaptado).
III. Desde la conciencia de ser hijos de Kant, centramos las mayores espe-
ranzas iniciales en la atención y la educación de la “capacidad de soberanía per-
sonal” (F. Mayor Zaragoza, 2000b, p. 9), contemplada tanto durante el proce-
so como en el resultado de lo que denominamos base de la diversidad. Y, como
afirma E. Vera Manzo (1997b): “La riqueza de la humanidad se encuentra en
la diversidad y no en la homogeneidad o reducción cultural. Debemos respetar
(3) No casualmente, un corazón saludable presenta un diseño caótico. Sin embargo, cerca del infarto, su ritmo
se muestra regular, periódico, hasta que el sujeto muere. Con todo, ese caos está profundamente “ordenado” y “mate-
matizado”.
361
del organismo social” (p. 69). V.E. Frankl (1965), que experimentó el dolor de
la segunda gran guerra desde cerca, también coincidió en calificar el estado so-
cial como “neurosis noogénica colectiva”, alguno de cuyos síntomas eran: fata-
lismo, ausencia de significación existencial en el día a día, fanatismo y pérdida
de identidad personal en la masa social (pp. 16,17, adaptado). A. López Quin-
tás (1991) ha acotado que: “Desde la primera guerra mundial, la sociedad de
Occidente se halla carente de ideales firmes que den sentido a su existencia y la
impulsen hacia metas valiosas” (p. 141). F. Mayor Zaragoza ha calificado como
“catastrófico” y “creciente” el panorama de desigualdad mundial. N. Caballero
(1979) ha calificado la nuestra como: “Una sociedad de sonámbulos satisfe-
chos”. Mi percepción es que el egocentrismo generalizado que caracteriza a los
sistemas que componen la humanidad define automáticamente las coordenadas
de su sinsentido.
II No hay norte en la sociedad, no hay norte en la vida. El timón de la for-
mación también se ha desorientado. Sin hundirse, la escuela (desde el preesco-
lar hasta la universidad) chapotea en medio de la historia, sin nadar mar aden-
tro o a la orilla. Los límites entre los que el todo social se estanca ayudan poco
Los jóvenes en un mundo en transformación
a trazar algún rumbo. En palabras de Dale Mann4 (1999) éstos son la “demo-
cracia”, la tecnología y el capitalismo. Fin.
capitalismo
educación
DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CONCIENCIA
I. Al área de esta nueva Trimurti (los nuevos Brahma, Vishnú y Shiva) del
primer mundo se ha denominado globalización, para nosotros, sistema para el
englobamiento. En un primer momento, entiendo que la globalización debe
considerarse, además de “una fase del capitalismo” (P. Freire, 1996), una estra-
tegia más amplia centrada en la mayor ganancia de los mejor situados. Siendo
hija legítima de los anteriores vértices obligatorios, unidos por obsesiones de cre-
cimiento, de expansión, de aumento de productividad y de conquista material,
es preciso desmitificarla, porque trata de la “generalización del proyecto neoli-
beral, no de otra cosa” (L. Regueiro, 1997, p. 78). Quizá desde este enfoque lo
negativo no sea la globalización en sí, sino la comprensión y desarrollo que de
362
ella se hace desde el modelo neoliberal asociado al capitalismo feroz que la
acompaña. Porque el pensamiento, mecanicista, simplificador, lineal y funcio-
nalista, no está a la altura de la verdadera globalidad 5 del ser humano, esencial-
mente compleja, transdisciplinar, dialéctica, espiral y evolucionista, mucho más
allá de la confusa y mediocre postmodernidad, actual intersticio, introducido con
calzador, de la sociedad de la información.
II. Todo lo anterior, percibido desde las coordenadas de la conciencia hu-
mana, nos reta a la lucha por la humanización, más allá de la hominización
(Teilhard de Chardin), por una mutación epigenética de la vida humana, por
una “rehumanización” (J.L. Cañas) que no puede realizarse en nombre de na-
die, por un “cambio radical” basado en alguna clase de “terapéutica del hombre”
(J. Rof Carballo, y J. del Amo, 1986), porque en un futuro gradual la globali-
zación pueda tornarse en proyecto de integración humana, necesariamente orien-
tado a redibujar la persona y a potenciar la diversidad y el pensamiento propio
pero maduro, esto es, autocrítico, cooperativo, consciente, transformador, uni-
versal..., apuntando siempre más allá de Kant.
III. Para ello, un primer paso puede consistir en reparar en los brotes de la
(5) Es preciso, como hace F. Mayor Zaragoza (2000), distinguir entre globalidad y globalización.
(6) Para G. Travé González (1998): la tendencia neoliberal, de claro matiz conservador, se fundamenta en los po-
sicionamientos ideológicos del liberalismo de Adam Smith (1725-1790) y en su versión actualizada, del monetarismo
de Friedman. En estos momentos es considerada la base del pensamiento único, una vez desaparecido el socialismo re-
al representado por la extinta URSS. y, cada dia, está más interesada en destacar el papel que el sistema educativo de-
bería proporcionar en la búsqueda de la prosperidad y competitividad económica (p. 205) [...] Este enfoque conserva-
dor ha impulsado una propuesta educativa basada, por una parte, en la orientación curricular hacia una determinada
profesión; por otra, en el gerencialismo, por el cual se pretende que los responsables o gerentes de estos planes de es-
tudio no sean docentes, sino el propio mercado; y, en definitiva, en el consumismo, que traspasa la planificación edu-
cativa del estado al individuo (p. 206).
363
ria, ¡ojalá!, a la historia de esa libertad que proporciona la educación” (p. 79).
Creo que éste es un problema educativo que, de no resolverse, podría significar
el comienzo de la cosecha de la decadencia del primer mundo.
V. En segundo lugar, se trata de intentar desarrollar un referente orienta-
dor desde la propia educación, quizás comprendido como eje ausente, para fun-
dar la mutación de aquella figura triangular en tetraedro. Evidentemente, esta
reconstrucción pasa por la crítica, pero se catapulta más allá, no se queda con
ella. La superficie de aquel triángulo también ha saturado a la educación, que
bombea poco oxígeno para su renovación o complejidad para su conciencia. Si-
tuación contextual y realidad interior han conducido al hamburguesamiento so-
cial, y desde él, al de la escuela7. “La McDonalización de la sociedad (Ritzer,
1996) nos introduce en un ritmo trepidante que se preocupa poco de lo que
sucederá pasado mañana” (M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 100), y que promue-
ve la inmersión en lo superficial. Además, entendida como fagocitación “cultu-
ral” homogeneizante, brutal y generalizada, se lleva por delante ecosistemas,
biotopos, especies, diversidades lingüísticas y a gran diversidad del ser humano
(nativos no-dominantes, culturas milenarias...), que, sucumbe o se castra, o se
Los jóvenes en un mundo en transformación
(7) Por escuela entiendo el conjunto de establecimientos de educación, desde la Educación Infantil hasta la uni-
versidad.
364
(M.Á. Santos Guerra, 1999, p. 87, adaptado). Este autor conceptúa el discurso
de la eficiencia como peligroso, tanto más en tanto que lógico, pragmático, ofi-
cialista, obvio y fulminante (p. 86, adaptado). Es profundamente criticable, en la
medida en que sustituye los valores humanos por el productismo, porque:
Además, es posible que los objetivos pudieron estar fijados de forma pobre
o deshonesta, que para alcanzar los objetivos quizá haya que renunciar a la éti-
ca, que esos objetivos pueden ser accesibles sólo para unos privilegiados socia-
les, y que una vez alcanzados pueden ser referente de un mal uso (M.Á. Santos
Guerra, 1999, p. 89, adaptado).
III. Este esquema no se corresponde con la verdadera educación, universal
y profunda. ¿Podría identificarse algún factor (variable) causal, que por un la-
365
nua, que lo hace compulsivamente, y la realista, que así mismo puede optar por
alguna clase de movimiento consecuente. A mi juicio, estas tres mentalidades
receptoras están definidas por las dos dimensiones sistémicas que definen el pla-
no en que se inscribe el triángulo anterior. O dicho de otro modo, constituyen
la representación bidimensional fotográfica de una realidad mucho más rica y
esperanzadora. Y esa realidad es de nuevo la conciencia, entendida como la ca-
pacidad en la que cabe radicar la interiorización educadora, tanto personal como
colectivamente comprendida.
conciencia
ingenuidad realismo
conservadurismo
VI. Éste podría ser un buen momento para comenzar a hablar, sin reparos,
Los jóvenes en un mundo en transformación
366
d) El ser humano es la flecha de una evolución cada vez más autocons-
ciente.
e) Estamos en los primeros cm de un apasionante viaje cooperativo —la
evolución humana—, que ni empieza ni acaba en nosotros.
f ) Somos el eslabón perdido de nosotros mismos y de lo que podríamos
llegar a ser. Porque todo ser humano está capacitado para elevarse inte-
riormente desde el ser que es o el bienestar que tiene, hacia un más ser o
un bien ser para ser más y mejor. Por tanto, esencialmente somos un ser
más.
g) Sus fuentes de energía son de modo principal el sufrimiento humano y
el sentimiento de cooperación en el mejoramiento de la vida humana.
h) En este devenir, el pensamiento, el conocimiento y la conciencia son
centrales.
i) Conocimiento y conciencia están unidos, conectados y son accesibles.
j) Lo universal es siempre mejor que lo parcial.
k) El sentimiento de universalidad es esencial.
l) La evolución humana tiene lugar hacia delante y hacia arriba, irreversi-
367
w) El sentido de la vida de cada quien y de cada sistema social es una con-
secuencia de pensar hacia o desde la propia circunstancia. “La Luna o el
dedo que apunta a la Luna” (T. Deshimaru, 1981): evitar o no su con-
fusión puede ser la elección más importante de la vida humana.
Conclusión
Bibliografía
368
CAPÍTULO IV.3.4
369
hay que trabajarlo, hay que trabajarlo con tal intensidad que uno no puede ba-
jar la guardia al respecto. En el momento que se baja la guardia, uno se estan-
ca, que es igual que involucionar. Entonces, lo que venga a ser el cultivo per-
sonal o la evolución humana es algo que hay que trabajar.
Recordemos también que el tema general del presente curso: “Los jóvenes
en un mundo en transformación”. La mayoría de los que estamos aquí somos
agentes para poder transmitir alguna experiencia o vivencia a los jóvenes. Me
gustaría que pensáramos ese trabajo de cultivo personal o de evolución huma-
na de los jóvenes en este momento que vive el mundo actual. ¿Cómo puede el
joven cultivar su vida personal y evolucionar humanamente en el conflictivo
mundo presente?
Permítanme la inmodestia de referirme a mi propia experiencia de vida. Yo
“viví” y “habité” 23 años en España, porque nací en España. Viví y habité 26
años en América Latina, en los países andinos —Perú, Bolivia, Ecuador—, y
ahora “habito” en Madrid y “vivo” en cualquier parte del mundo. Me gustaría
que jugáramos un poco con el significado de esas palabras: vivir y habitar. Lo
voy a comentar con una anécdota.
Los jóvenes en un mundo en transformación
370
Para comprender esta tesis —con sus argumentos y derivaciones— y para
incentivar nuestro apasionado interés, junto con nuestro motivado compromi-
so, nos hacemos muchas preguntas. Algunas de ellas las veremos acto seguido,
con algún intento de respuesta inicial.
Vivir un cambio de época es vivir en una situación de re-evolución de vi-
sión, de innovación de paradigmas, de mutación en la interpretación de la rea-
lidad. Ya se viene diciendo mucho sobre este cambio. Conocemos en parte lo
que significa conceptualmente, pero sabemos poco de lo que implica para la ne-
cesaria evolución humana. Juzgamos que es muy importante considerarlo, más
aún si pensamos en los jóvenes a los que por vocación nos debemos.
¿Qué significa este cambio de época? Déjenme jugar con una metáfora pa-
ra graficar hacia donde apunta. El derrumbe de las Torres Gemelas (respetan-
do y doliéndonos, por supuesto, por el sufrimiento humano que esa tragedia
haya podido causar y esté ocasionando) tiene para mí una lectura de este cam-
bio de época. Los dos modelos o los dos sistemas modélicos que están rigien-
do la humanidad y la deshumanización de la humanidad —el sistema mer-
cantilista-economicista y el sistema mecanicista-cibernético— están
371
Entonces, estamos viviendo la realidad de la ausencia en la educación. La
propuesta alternativa en este caso es: ¡vivamos la realidad de la presencia! ¿Nos-
otros nos sentimos real y vivencialmente presentes aquí? ¿O estamos simple-
mente de paso? ¿Yo estoy aquí con ustedes tratando de decirles algo para cubrir
los minutos que se me están acabando? ¿O estoy queriendo hacer presencia
humana en vuestra presencia humana? Es muy diferente. Tratar de comunicar-
nos, de podernos realmente llegar al fondo de lo que es nuestra humanidad es
lo que permitiría hablar de evolución humana. Entonces, transformar ese siste-
ma educativo de la ausencia por el sistema educativo de la presencia sería una
alternativa práctica a ese modelo que estamos buscando, en el campo que nos
compete. Ciertamente lo que sea ese cambio de época, y el sistema modélico al-
ternativo, está refiriéndose a todos los campos del quehacer humano.
Volvamos al tema del que he comenzado diciendo que es el eje de lo que
pueda ser evolución humana. La evolución humana hay que trabajarla, pero
hay que trabajarla con las armas propias de dicha evolución, o sea, de lo que es
el ser humano. Decía ahora Manuel “las preguntas básicas de la educación son
el para qué y el qué”. Por mi parte subrayo otra pregunta que está ajena en la
Los jóvenes en un mundo en transformación
372
nales. O sea, no me vale a mí solamente saber que tengo 30.000 genes y que en
ese sentido soy ya de la especie humana porque igual es un chimpancé. No me
vale sólo la cuantificación. Lo que es específico del ser humano —y tenemos
que trabajar creativamente esa parte de la ciencia— es la vivencia, es decir,
aquel mundo interior, el espíritu —que hoy se le declara muerto—, el espíritu
del ser humano que es lo distintivo realmente de la especie humana.
En este doble ámbito hay que trabajar la evolución humana. Lo que no es
vivencia está dado, está cuantificado. Pero sabemos, por ejemplo, que no se
puede cuantificar cuánto le quiero yo a alguien, ni cuál es en este momento el
sentimiento que yo tengo frente a ustedes o ustedes frente a mí, o aquella im-
presión que siento cuando pienso en mi evolución como ser humano. Eso no
se puede cuantificar, pero sí se puede vivenciar, y eso es científico también.
Hay que insistir, además de en la unidad de medida en la que se ha basado
la ciencia exacta, la ciencia cuantificacional, las ciencias de la naturaleza; hay
que insistir también en la unidad de vivencia como método científico de evolu-
ción humana. Y ahí aparecen otros requisitos que son los que específicamente
nos distinguen del chimpancé, del ratón o de la lombriz de tierra, con los que
¿Qué es lo esencial del cambio de época? ¿Qué puede convertir las debili-
dades y amenazas desestabilizadoras de estos cambios en singulares oportuni-
dades para el futuro? ¿Cuáles son las condiciones personales para la nueva épo-
ca, las características de los cambios de estructuras sociales, las exigencias de las
nuevas e influyentes teorías educativas y pedagógicas en estos nuevos tiempos?
¿Qué distingue a los pocos que asumen el cambio de época frente a la inmen-
sa mayoría que no lo comprende y, menos aún, lo digiere mentalmente?… Par-
ticularmente nos interesa cuestionarnos: ¿qué requieren la escuela, el colegio, la
universidad; los sistemas educativos, los organismos multinacionales para po-
der cumplir la tarea que los nuevos tiempos les demandan?…
373
El cambio es experiencia común en el ser humano y en la sociedad. Es más,
se constituye en condición de posibilidad de su educación y progreso. Ahora
bien, hay momentos fuertes en la vida personal y en la historia de la humani-
dad; suelen estar acompañados de crisis, inestabilidad o incertidumbre; se pre-
sentan con similar expectativa a la que se tiene ante un parto complicado o an-
te los conflictos prolongados sin solución. Para la inmensa mayoría se ven como
gran amenaza; solo para algunos —un tanto extraños al contexto primario— se
constituye en una oportunidad… ¿Son estos los distintivos de los cambios de
época que exigen —además— diversos estilos de vida a los que tenemos en los
decadentes tiempos que vivimos? Lo que está aconteciendo actualmente en el
mundo, ¿no nos habla de una nueva era cuyas características esenciales están to-
davía por reconocerse?
Podemos afirmar con cierta seguridad que estamos en uno de estos cambios
Los jóvenes en un mundo en transformación
374
sistemas que la sustentan; o podemos identificar nuestras concepciones y nues-
tra conducta con el mundo de nuestros pre-juicios, ideologías, cultura, con-
venciones de grupos.
(1) Remito a ustedes a obras de arte cinematográficas como son: “2001. Una odisea en el espacio”, “Blade Run-
ner”, o la actual “Inteligencia artificial” (Spilbert, 2001). Lo que hace treinta años era ciencia-ficción, hoy es ya una re-
alidad cuestionante y que desafía dramáticamente a la humanidad actual. A manera de ejemplo, recuerden que en “Bla-
de Runner” (primera versión, 1982, producida por Michael Deeley, dirigida por Ridley Scoot e interpretada por
Harrison Ford), se nos hacía imaginar un mundo futuro próximo: año 2019. Hombres “sabios” y “genios”, especiali-
zados en ciencia robótica, ya pueden diseñar y crear otros hombres, programados para vivir poco tiempo y sin senti-
miento ni afecto alguno. Estos son usados al servicio de los más variados intereses de individuos y grupos de poder, en
un mundo totalmente inequitativo. Su perfección genética se convierte en una amenaza para la humanidad; el miedo,
por ello, elimina la libertad y toda posibilidad de restaurar una sociedad caotizada, irracional e intrascendente. Es el
culto a la biología mecánica a cuyo cielo nadie aspira, ni aún los más “inteligentes” de estos robots fabricados por los
hombres. Ellos son, paradójicamente, el único atisbo de restauración del sentido de la vida y la muerte, del amor y de
los valores, en la misma medida que alcanzan algún nivel de sentimiento, de emociones, de afectos, en contra de la vo-
luntad de sus progenitores biomecánicos.
375
con los “técnicos o expertos”, los “científicos”, los “prudentes” y los “filósofos”
de la estabilidad social; y, sobre todo, con los maestros/profesores/enseñantes,
cuya mayoría “tiene las cosas claras”, como es propio de quienes se acomodan
en la indiferencia o en el aparentemente cómodo escenario de la invalidez pa-
radigmática, sin posible visión de futuro. Los docentes profesionales nos hemos
visto enfrentados por distintas causas a esta parálisis o crisis de efectividad en
nuestro encargo de dirigir y formar a las nuevas generaciones. Queremos salir
de este estancamiento, pero a veces “no se puede” sino por reacción violenta an-
te hechos que nos impresionan sobremanera. Somos optimistas frente a esta di-
fícil tarea, pero hace falta conmocionar un poco nuestra sensibilidad.
Desarrollo y educación
376
hacerse, ¿las tiene bien planteadas y adecuadamente respondidas la Pedagogía y
los sistemas educativos en la actualidad?
Bibliografía
377
CAPÍTULO IV.3.5
Índice
1. Introducción.
2. Breve lectura del momento socio-histórico.
3. Percepción social de la muerte.
4. Actitudes Individuales.
5. El valor educativo de la muerte.
6. Claves formativas para el profesorado.
7. El destierro de la muerte en la escuela como estrategia de poder.
8. Conclusiones.
9. Bibliografía consultada.
379
De lo que trata esta intervención es del valor formativo que tiene la muer-
te, entendiendo como formativo todo aquello que facilite y permita el desarro-
llo pleno de las potencialidades del sujeto.
Este ensayo se deriva del intento de dar respuesta a una serie de preguntas:
¿Por qué se elude el tema de la muerte en la sociedad y por tanto en la escue-
la? ¿Siempre ha sido así? ¿Es así en todos los lugares? Si no es así en todas las
civilizaciones ¿qué relación hay entre esta ocultación y el sistema socioeconó-
mico imperante? ¿Cuál es ese poder formativo de la muerte que hace que el
mercantilismo la niegue? ¿Puede la escuela, aún siendo una institución que re-
produce el poder, recuperar el valor formativo de la muerte? ¿De qué manera
recuperar la conciencia de mortalidad nos aporta claridad al momento socio-
histórico que vivimos y al papel que desempeñamos en él? ¿Puede llegar a ser,
el educar para la muerte, una herramienta de transformación social y de evo-
lución? ¿Pensar en el morir contribuye a un vivir menos deshumanizado que
el actual?
Ya sé que el dar respuesta a todas esas preguntas requeriría de una investi-
gación más profunda y extensa que la que aquí se hará, pero vamos a tomar es-
Los jóvenes en un mundo en transformación
ta conferencia como un disparo de salida que invite a cada uno a hacer su pro-
pio recorrido, sus propias preguntas. Son muy pocos los/as maestros/as o
pedagogos/as que hayan dedicado atención al binomio educación-muerte y que
esto sea así, también da para pensar.
380
Por un lado, hemos tomado conciencia de que ese bienestar del que algu-
nos gozamos está basado en el no-bienestar de más de medio mundo, también
de que este modo de vivir en el que sólo se cultivan algunas ramas del árbol de
la vida y se ignoran otras esenciales nos conduce a un estado de desorientación y
desánimo, manifiesto en muy diversas formas de conflicto, consumo de drogas,
enfermedades y violencia. En la calle, en las escuelas, en la familia, en las rela-
ciones, en el trabajo,... La situación actual está clamando un cambio. El cam-
bio debe ser profundo, estable, de largo alcance e irreversible como decía Dewey,
J. (1958)
381
cionadas con el sinsentido de la vida, con el sentimiento de vacío, de insatis-
facción, de ansiedad van en aumento.
Es verdad que somos el fruto de la influencia que las diferentes institucio-
nes (estatal, familiar, escolar) han dejado en nuestra vida pero “entre huella y
huella de estas instituciones hay rendijas, espacios vacíos” (F. Beltrán, comunic.
en aula, 26/03/03) por los que podemos asomarnos a lo que somos esencial-
mente, más allá de la época y el lugar en el que nos haya tocado vivir, más allá
de la raza y del género, más allá de nuestro estatus y nuestra profesión y que nos
une en la diversidad como seres humanos. Somos, entonces, además de seres
culturales y pensantes, cazadores de conocimiento (homo sapiens), seres bioló-
gicos y sociales, buscadores de la cooperación, la libertad y el amor (homo
amans, Maturana, 1995) y seres intuitivos, relajados, buscadores del yo, de la
identidad, de la comunidad (homo ludens, G. Steiner, 2001:128) esto hace que
tengamos en común algunos aspectos muy básicos que a veces el ritmo de vida
nos hace olvidar: necesitamos ser valorados, queridos y escuchados; necesita-
mos tener una relación armónica y con sentido con nosotros mismos, con los
demás y con el entorno; necesitamos una explicación —ya sea científico-racio-
Los jóvenes en un mundo en transformación
Vistas algunas razones por las cuales la idea de la muerte se ha ido arrinco-
nando, vamos a ver que las actitudes individuales ante ella, a pesar de la invita-
ción social a dejarla de lado, pueden ser de dos tipos: considerarla o no consi-
derarla. Antes de entrar en ello, quiero detenerme en la etimología de la palabra
382
“considerar” ya que ha sido elegida conscientemente. Me baso para ello en
J.A.Marina (2000: 127): “Procede de “sideral” y debió de significar el atento
examen de los astros en busca de augurios. A principios del siglo XVII, mi ad-
mirado Covarrubias lo define como “pensar bien las cosas”, pero durante el si-
glo siguiente se fue convirtiendo en un modo de evaluarlas y el curios Panléxi-
co de 1843 lo relaciona con el respeto hacia las cualidades de los seres.
Considerar algo o a alguien es concederle atención y tiempo, creer que es pre-
suntamente valioso”
Empezaremos por la segunda opción:
383
pero buscando a alguien con quien compartir sus temores, en algunos
casos se atreven a comentar que sienten que se están muriendo y se les
contesta con un “No digas tonterías”, “Todos nos vamos a morir”, etc.
Incluso las exequias se han simplificado hasta límites casi inhumanos.
La frialdad y asepsia de los mortuorios o sanatorios para evitar las mo-
lestias a los familiares evitan también el contacto con el difunto que tan-
tos recuerdos despertaba y le hacía “vivir” entre nosotros.
Así que, por un lado parece lógico y comprensible que uno quiera olvi-
dar que es mortal, ya que la muerte “siempre nos humilla, es la doloro-
sa constatación de nuestra total impotencia ante no sabemos qué. Es el
fracaso, la derrota de todos los esfuerzos y los logros de la ciencia médi-
ca o de las plegarias y promesas. De hecho, ya Freud señalaba que esa
verdad ineludible no tiene cabida en nuestro inconsciente y de ahí que
todos nuestros mecanismos vitales y racionales estén destinados a olvi-
dar, negar o reprimir la idea misma de la muerte” (Magda Català,
2001). También para Sartre (1943:617) la muerte no puede quedar
nunca asumida e integrada en un proyecto existencial, la muerte viene
Los jóvenes en un mundo en transformación
384
cialmente cuenta de lo que significa ser mortal y de cuál es la verdade-
ra naturaleza de la muerte. No basta con perder a un ser querido, es ne-
cesario que nos abramos a lo que eso significa para nosotros, a todos los
cuestionamientos que esa muerte suscita. G.Marcel (1959:182) ha in-
sistido en el hecho de que el único planteamiento real y concreto del
misterio de la muerte es el misterio de la muerte de la persona amada:
“Lo que importa no es mi muerte, sino la muerte de las personas que
amamos. En otras palabras, el problema , el único problema esencial es
el que plantea el conflicto del amor y la muerte”
Si optamos por vivir en la conciencia de la muerte ¿Qué beneficios exis-
tenciales nos reporta? ¿No es mejor olvidarse del asunto y ya sufriremos
cuando nos llegue?
Retomamos aquí el concepto de experiencia para poder dar respuesta a
estas preguntas, es decir, más allá de creencias, preconceptos, filosofías,
psicologías, pedagogías, antropologías, está lo que vivimos, la apertura
y disposición con que lo hacemos, la conciencia que le ponemos y la in-
terpretación que hacemos de ello que luego puede ser corroborado, ra-
385
• Practicar el desapego y la no acumulación como entrenamiento a
lo que vendrá sin previo aviso.
• Preguntarse si estoy viviendo cómo, con quién y dónde quiero y
tomar decisiones más coherentes con nosotros mismos.
2. A nivel social:
• Impulsa a reaccionar. En contra de la inseguridad fundamental de
la existencia, permanentemente expuesta a la muerte, el hombre
ha creado las estructuras y los elementos de una gran civilización.
El tiempo no es solamente amenaza sino distancia y retraso de la
muerte, de ahí su lucha contra las enfermedades y el alargar la vi-
da y sus condiciones. “H. Marcuse (1968, p:231-233) y M. Ve-
rret (1961, p : 175) y otros muchos insisten en este poder esti-
mulante de la muerte. Toda la empresa cultural de la humanidad
es vista como lucha en contra de la muerte”.(J. Gevaert,
1981:318). Según demuestran una cantidad de historiadores re-
cientes, entre ellos A. Ballesteros en su Historia de la Serenidad, el
habitante normal y corriente de la Edad Media era especialmen-
Los jóvenes en un mundo en transformación
386
ner sentido. No es que este amor esté privado de grandeza y de va-
lor, pero buscar en ello el sentido último de la propia vida signi-
fica perderla. La muerte amenaza a toda existencia individual e in-
vita a ampliar el circuito cerrado de un amor puramente entre dos
personas para abrirse a la definición de amor de H. Maturana
(1995): “La apertura de un espacio de existencia digna del otro
junto a mí”
• Confiere orientación y seriedad a la vida. El hecho irreversible de la
muerte le confiere un límite al tiempo existencial y por eso le da
una gran seriedad e importancia a cada uno de los momentos li-
mitados que están disponibles y a cada uno de nuestros pensa-
mientos, sentimientos y acciones.
“Ser la muerte un hecho ineludible no conlleva a la persona, al
heideggeriano ser-para-la muerte, sino, contrariamente a ser para
la vida y a hacer de ella como único escenario posible ese hacer”
(Castilla del Pino, 1981: 39, citado por Mèlich, 1989 p.136).
• Da sentido al compromiso y responsabilidad social. Podemos llegar a
387
“Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra
actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos
y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa
que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nos-
otros (...). En última instancia, vivir significa asumir la responsa-
bilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello
plantea (...) Resulta completamente imposible definir el significa-
do de la vida en términos generales, el significado de la vida di-
fiere de un hombre a otro y de un momento a otro”.
388
La sana desnudez de las estrellas...
¡Esperar! ¡Esperar!
¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura y no soñada paz...
Sereno y fuerte
AMADO NERVO (Poesía Selecta)
389
pedirse y no solamente de las cosas y de los otros sino de uno mismo, vamos
cambiando, evolucionando. Como dijo Montaigne “La muerte es más fácil pa-
ra aquellos que se han ocupado de ella durante la vida”.
Llevar esto a la escuela no es nada más que facilitar el espacio para que los
alumnos se expresen en momentos de sufrimiento, dolor o fracaso. Con el res-
peto y el cuidado de no introducir ninguna nueva creencia, sólo en ese per-
mitir su expresión y el hecho de compartirlo, le garantiza un espacio cálido y
seguro para que elabore lo que tenga que elaborar según su madurez.
C.1.-La educación emocional. Ya que abre ese espacio donde se pueden ex-
presar y compartir miedos, angustias y temores en un entorno de confianza, se-
guridad, respeto y afectividad.
“Los chicos y las chicas, los adultos cambiarían su forma de comportarse y
Los jóvenes en un mundo en transformación
El hombre ha generado desde siempre mitos y dioses, las iglesias y las co-
rrientes cristianas organizaron en gran medida la visión occidental de la identi-
dad humana y de nuestra función en el mundo, pero estaremos de acuerdo en
que han perdido gran parte del control sobre la sensibilidad y existencia coti-
diana. Steiner (1974) nos habla de que esa pérdida de control ha generado un
vacío que han intentado llenar otros grandes movimientos de explicación del
mundo, el marxismo y el psicoanálisis, entre ellos, pero que al no haberlo con-
seguido, seguimos perdidos, desorientados. Lipovetsky (1986) nos habla tam-
390
bién de “la era del vacío” donde predomina el culto al yo (narcisismo) y la in-
diferencia pura o apatía.
Si partimos de esa premisa básica de abrir un espacio para que el alumno
se exprese, sin introducción de ninguna nueva creencia, sino relativizando las
existentes y animándole a la investigación y a su propia experiencia y descubri-
miento, se deduce que no ignoraremos, censuraremos, descalificaremos ni des-
virtuaremos cualquier manifestación espiritual o trascendental del niño o del
adolescente.
Ciertamente, el desprestigio que sufren hoy en día las religiones es fruto de
sus acciones incoherentes, pero también es la consecuencia de una cultura mer-
cantilista. Permitir ese sentimiento religioso en el modo en que lo hicieron
Einstein y Krishnamurti sólo puede resultar beneficioso y el pensar en el morir
abre ese espacio íntimo de comunicación con lo misterioso, donde el poder no
penetra:
“La experiencia más bella y profunda que pueda tener el hombre es el sen-
tido de lo misterioso (...) Percibir que, tras lo que podemos experimentar se
Así que para empezar, pongamos todos los conceptos del revés, dudemos de
todo y pongamos atención. ¿Por qué la muerte tiene una acepción tan terrible?
¿Es la muerte un fracaso? ¿Un fracaso es necesariamente algo negativo?.
391
En una sociedad mercantilista donde lo que interesa es el individuo como
productor y consumidor, la muerte es un fracaso. Como todo aquello que no
implique lozanía, juventud y capacidad de trabajo.
Fomentar el vivir en la conciencia de la muerte impediría el modelo de vi-
da actual. Si vivimos como si fuera el último día, el mercantilismo no tendría
ninguna razón de ser, no lo tendría el consumo ni el acumular ni la competiti-
vidad sino la cooperación, el trabajo no tendría el mismo valor y las relaciones
entre humanos se darían no desde la jerarquía y el poder sino desde el respeto
de nuestra unidad de nuestra igualdad siendo diversos.
Vivir en la conciencia de la muerte implica, ya lo hemos visto, el plantea-
miento de cuestiones esenciales para las que este modelo de vida no tiene res-
puesta. No interesa de ninguna manera, potenciar el conocimiento y aún me-
nos el autoconocimiento, porque si entramos en ese terreno de la atención, de
la conciencia y de la observación, el montaje se desmorona.
nocimiento está enterrado bajo este humus organizado sobre un tejido de siste-
mas rentables, eficientes y pseudoabiertos, y necesita sujetos (des) educados o ego-
tizables para nutrirse” (A. de la Herrán, 2002:272).
Basta que nos fijemos en qué situaciones nos sentimos más capaces, anima-
dos, inteligentes, generosos ¿Son las que se potencian desde el poder?.
No interesa pues que nos hagamos grandes preguntas sobre el sentido de la
vida. En realidad las estrategias de poder son técnicas de “despistaje” y ador-
mecimiento sobre lo que realmente nos importa y a lo que los seres humanos
volvemos la mirada siempre que podemos y queremos, en la medida en que esas
rendijas entre condicionamiento y condicionamiento se van volviendo más
amplias y claras.
La muerte remueve todos los cimientos conceptuales, religiosos, políticos,
educativos,... Conviene pues mantenernos apartados de su sola idea para seguir
comprando tranquilos.
En la “eterna vigilancia” de la que habla Dewey, en el “estar al acecho” del
brujo Don Juan en los libros de C. Castaneda, en la atención profunda, en la
experiencia, en la soledad y el silencio, en la “visión directa” de Rossellini, en la
observación de la naturaleza y sus ritmos, de mi naturaleza como humano y sus
ritmos, en el estudio de los grandes pensadores de todas las épocas, en esa ex-
periencia religiosa de Einstein, es donde el poder se desenmascara.
392
Conclusiones
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393
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394
MÓDULO V:
Presentación
Prof. Andrés Canteras
397
trial (l969), La producción de la sociedad (l973), La sociedad invisible (l976), El
regreso del actor (l984). Sus últimas obras, Crítica de la modernidad (l992), ¿Qué
es la democracia ? (l994) e Igualdad y diversidad (l997), se centran en el estudio
de la sociedad como producto de la acción social. Su último libro es: La bús-
queda de sí. Diálogo sobre el sujeto (con Farhad Khosrokhavar, 2000).
Alain Touraine es doctor honoris causa por las Universidades de Cocha-
bamba (l984), Genève (l988), Montreal (l990), Louvain-la-Neuve (l992), La
Paz (l995), Bologne (l995), Mexico (l996), Santiago (l996), Québec (l997),
Córdoba (Argentina, 2000), Cándido Méndes de Río de Janeiro (2002), Roma
(2003). Es también miembro honorario extranjero de la Academia Americana
de Artes y Ciencias, de la Academia Polaca de Ciencias, miembro de la Acade-
mia Mexicana de Ciencias y de la Academia Brasileña de Letras y miembro de
la Academia de Historia Argentina.
En mi opinión, la obra del profesor Touraine podría dividirse en tres etapas
o períodos: Un primer período dedicado a la sociología del trabajo y más pre-
cisamente a la sociología de la conciencia obrera. Durante este período escribe
sus primeros trabajos en América Latina sobre los obreros chilenos en las mi-
Los jóvenes en un mundo en transformación
398
Prof. Alain Touraine
399
con la idea, tal vez un poco arriesgada y posfeminista, de que después de la ca-
ída o de la pérdida de influencia de los movimientos sociales aparece algo más
importante que es una mutación, con la formación de una nueva cultura en la
cual el sujeto es un sujeto mujer o la mujer es sujeto, pero eso no lo voy a des-
arrollar demasiado. Tal vez..., no sé, eso podría significar una cuarta etapa por-
que el tema es inmenso.
Ahora vuelvo a mi conferencia personal y voy a entrar directamente en mi
tema, un tema al cual nos referimos todos en casi todo el mundo. Por lo me-
nos en el mundo llamado occidental o mundo desarrollado.
El bloque central de la vida social crea una correspondencia más o menos
directa —en general muy directa— entre un sistema económico, actores socia-
les, fuerzas políticas y democracia representativa. Los partidos representan cla-
ses o grupos que se definen en términos en gran parte económicos. Entonces,
la izquierda, la derecha, tienen algo que ver con una estructura social y econó-
mica y con luchas. Es muy evidente que durante los últimos 50 años en el mun-
do europeo y en otras partes —incluyendo Canadá— hemos vivido un perío-
do de progreso social gracias a un siglo de luchas obreras que empezaron
Los jóvenes en un mundo en transformación
realmente en Inglaterra y Alemania a finales del siglo XIX y, con menos fuerza
pero más o menos en el mismo tiempo, en Francia, Estados Unidos, Bélgica....
Durante este medio siglo de oro que acabamos de vivir tuvimos cierta estabili-
dad en la lucha social —derecha, izquierda, etc.,, el welfare state, etc., gracias a
que la vida política realmente representaba a la sociedad, sus luchas, su progre-
so, sus conflictos, etc.
Ahora, el punto de partida de todo lo que fue el bloque central, la fortale-
za central, la misma definición de la sociedad, es un terreno vacío o un campo
de ruinas. Lo social y lo político prácticamente no existen ya. Nadie sabe bien
lo que es derecha e izquierda (yo, personalmente, nunca recuerdo si Aznar es
de izquierda y Blair de derecha o lo contrario, o si los dos son de derecha, ex-
cluyo que sean los dos de izquierda, pero no está claro, francamente). En mu-
chos casos tenemos una conciencia muy fuerte de la ausencia de relevancia de
tales conceptos. Hace ya 30 años que sabemos que el concepto de clase no sig-
nifica mucho porque hay una diferenciación muy fuerte, eso ya es una obser-
vación un poco menos banal. Lo que sabemos bien es que la línea de conflic-
to, la línea de oposición social en nuestros países no es ya entre la gente que
está arriba o abajo, sino entre la gente que está adentro o afuera. Estos concep-
tos de exclusión o de marginalidad tienen una fuerza enorme. Por ejemplo,
un 80 por ciento de la gente que entra en el mercado de trabajo en el sector
privado tiene un trabajo que es interino, de duración limitada, a tiempo par-
cial, etc., es decir, que en los países más ricos del mundo, y tal vez Canadá es
el país que tiene menos de esta marginalidad, pero en Estados Unidos y en los
países de Europa Occidental seguramente ya está entre el 15 y 20 por ciento,
y en México o en Brasil, 50 por ciento. Es decir, la dualidad estructural —pa-
ra hablar como los amigos latinoamericanos— a nivel mundial es más visible
que antes. Yo suelo hablar de una latinoamericanización del mundo en este
400
sentido de una dualización creciente. ¿Qué pasa?. Ha habido una destrucción
de lo social y lo sociopolítico, por un lado, y la famosa globalización, de la cual
se hablaba siempre antes de que los americanos dejaran de interesarse por eso
(ahora les interesa más la guerra y las conversaciones diarias del presidente con
Dios). Entonces, ¿la globalización qué es? La globalización es la forma extrema
del capitalismo, y el capitalismo —que no es una palabra ni fea ni bonita— es
la desaparición, la ruptura de los controles no económicos de la actividad eco-
nómica. La palabra globalización tuvo mucho éxito porque es mundialización,
y no hay por el momento autoridades sociales, políticas, morales, etc., a este
nivel —alguna cosa, pero no mucha—, puede que en los Estados, tal vez en
Europa, pero en Europa más bien a partir de la posglobalización, es decir, na-
die tiene la capacidad de ser contrapeso, como sucedía durante este último me-
dio siglo.
De tal manera que, por un lado, tenemos una visión de la economía que es
una visión impersonal, de un mundo inestable, en gran parte imprevisible co-
mo son los mercados, como son los descubrimientos tecnológicos también, de
tal manera que la idea de una política económica, de una política de desarrollo,
401
obrero, etc. En el momento actual el gran conflicto es entre una objetividad to-
tal impersonal —lo mercados— y, por el otro lado, el subjetivismo. Hablando
de manera un poco brutal: entre la economía financiera y la religión no hay na-
da, lo social ha desaparecido. Los sociólogos deberían de buscar otro trabajo, o
buscar otro nombre. Ya lo dije hace 25 años en un congreso internacional don-
de mi tema se llamaba How to get rid of the idea of society, cómo deshacerse de
la idea de sociedad. Creo que ya está más o menos hecho.
Entonces, aquí nos encontramos todos, aunque de maneras muy distintas,
frente a una dualidad de resistencia-oposición al mundo económico-financiero.
Por un lado, individualismo, ¿por qué no los nietos del individualismo moral a
lo Kant?, pero básicamente, como todos sabemos, un individualismo más indi-
vidual, más global, con la extraordinaria importancia dada al tema del cuerpo
o del sexo o de la sexualidad o del amor. Por el momento no me importan las
palabras, pero incluso a nivel bajo, con un tipo de hedonismo (satisfacer mis
deseos en el sentido más alto o más bajo de la palabra). Para decir una cosa más
concreta: lo que estamos viviendo, creo yo, es que, después de estas luchas a las
que me he referido antes para conseguir libertades cívicas y políticas del siglo
Los jóvenes en un mundo en transformación
XVII hasta el siglo XX; después de haber luchado por conseguir derechos socia-
les, básicamente en el trabajo; de haber hablado de justicia social con la socie-
dad, con los sindicatos, etc., yo creo que estamos luchando —o no luchando—
pero metidos en una situación en la cual el tema central es el tema de los dere-
chos culturales. Eso fue en el 68, en gran parte de los movimientos religiosos,
en defensa de un idioma, de costumbres, etc.
Actualmente, todo eso tiene una expresión blanda, agradable, en los países
centrales. Los países centrales con libertades públicas —no con muchos sindi-
catos o mucha defensa de los trabajadores, pero con algo— se reúnen, atacan
la economía globalizada y luchan para tener una visión alternativa a la globali-
zación, eso es muy importante. Y dentro de este portoalegrismo general, se ob-
serva que los problemas de la individualidad —problemas de la mujer, proble-
mas de minorías, sexuales, étnicos, problemas de gente con hándicaps, etc.—,
todos estos temas culturales tienen una enorme importancia. Esto, diría yo, es
la respuesta bonita, agradable, que a la vez tiene un espíritu de conflicto y un
contenido un poco libertario, anarquista, de liberación de tal y tal cosa, y con
muchas limitaciones: en estos países todavía sigue la dominación del sistema
económico-financiero, no solamente eso, sino que rápidamente se ha visto y se
ve todos los días que los Estados Unidos se oponen a cualquier medida que sea
una consecuencia de esta orientación, desde Kioto hasta el Tribunal Penal In-
ternacional, etc.
Pero quiero insistir más en esto porque es el aspecto más negativo pero más
importante del momento actual. Frente a este objetivismo, lo que acabo de lla-
mar “subjetivismo total” toma otras formas. Estas formas, diría yo, se expresan
a través de dos o tres palabras que son muy importantes y en mi opinión muy
peligrosas. La primera, tal vez la más central, es “identidad”. La noción de iden-
tidad significa que yo me defino de una manera global, holística, si uno lo quie-
402
re decir así. Por ejemplo, si me defino como.”sociólogo”, como “católico”, en
términos étnicos como hutu o tutsi, o como judío, checo etc., el concepto de
identidad cultural está más y más unido al concepto político-social de comu-
nidad, de tal manera que a partir de un concepto discutible pero muy fuerte de
tipo religioso comunitarista, que se opone a este mundo del mercado, se va cre-
ando la construcción de un contrauniverso, de una visión global con un poder
central, con un control de todos los aspectos de la vida a través de autoridades
que son a la vez políticas y religiosas. Un ejemplo reciente, es Jomeini. Jomei-
ni no era un ayatolah de los más importantes, pero era un personaje religioso.
Los estudios que tenemos demuestran que Jomeini fue perseguido, incluso an-
tes del golpe, como un personaje político, como el que iba a hacer la revolución
y echar al Sha, la influencia occidental, la revolución blanca, etc. Les decía en-
tonces que nos encontramos frente a esta objetivación, a esta desaparición del
contenido sociopolítico de las sociedades, la desaparición en cierta manera del
Estado nacional. Nos encontramos, por un lado, con esfuerzos para reconstruir
conflictos, debates, y con este movimiento de una globalización alternativa que
es lo principal; lo que es importante porque eso nos recuerda que los proble-
403
Frente a eso, y lo digo rápidamente porque para mí es un tema apasionan-
te, los europeos que hasta la fecha no existen —como dicen los americanos con
razón, “Ustedes no tienen ni ideas, ni armas, ni unidad” y además, ayudan a
que no haya unidad— tienen la posibilidad de imaginar y de crear otros pro-
cesos. Se trata de buscar nuevos caminos que no sean de enfrentamiento. Es lo
que estamos tratando de hacer o que los mismos turcos están intentando hacer
desde hace muchos años, y estoy convencido de que eso se puede hacer tam-
bién en Irán. Eso supone solamente que haya un ministro de Relaciones —y no
un tipo sin poder como el pobre Solana— que puede ser uno de los tres diri-
gentes de Europa. Esto lo indico porque no estamos tan acostumbrados, espe-
ro que no, a una tentación tan fuerte. Es decir, todos los caminos llegan a Ro-
ma, pero digamos que llegan a Nueva York o a Washington o a no sé dónde;
no, reconocer la pluralidad de los caminos hacia la modernización de la misma
manera que el camino holandés-inglés, el camino francés o el camino alemán
fueron muy distintos durante los siglos XVIII y XIX, y Japón, por supuesto, y
muchos países más, México también.
Entonces, ésta es una primera conclusión, o sea, debemos acordarnos de la fa-
Los jóvenes en un mundo en transformación
404
abiertas, señores y señoras, ustedes pueden transformarse en ciudadanos del
mundo”? Hay que ser francés o hay que ser inglés o hay que ser americano.
No voy a dar una respuesta porque ya di como elementos de respuesta to-
do lo que puedo decir. Hay que buscar fronteras entre lo que son derechos in-
dividuales —yo defendí en su tiempo el derecho de estas muchachas a llevar ve-
lo en la escuela, el derecho de afirmar lo que no es laicidad tradicional, la
capacidad del derecho a expresarse culturalmente— y, por otro lado, la oposi-
ción a lo que es comunitarismo mediante un tema que hay que mantener a to-
da costa que es el concepto que hemos inventado de “ciudadanía”. ¿Cómo ser
realmente ciudadanos con derechos culturales propios que muchos quieren uti-
lizar para destruir la propia ciudadanía y crear una visión más global? Eso es el
problema de hoy, yo no veo en el mundo actual un problema más central.
Para indicar la enorme dificultad de todo eso, basta mencionar el problema
en las mujeres: Obviamente, los que defienden el mundo occidental, la cultu-
ra, etc., tienen razón en cuanto a la igualdad de derechos de la mujer, y dicen
con toda razón que según nuestros criterios este movimiento que llamamos is-
lamista se define básicamente por la pérdida de personalidad y autonomía de
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Los jóvenes en un mundo
en transformación