Serie Tentazione5
Serie Tentazione5
Serie Tentazione5
—Papá, ¿esta noche trabajas? —me pregunta Enzo, mientras terminamos de comer.
—Sí, sabes que durante el día estoy en casa, pero por la noche tengo que trabajar.
—Es Nochebuena.
—Y mañana Navidad —contesto, y él sonríe.
Enzo es igual que yo, es como verme a mí mismo cuando tenía diecisiete años. Mide ya metro
ochenta y aún le queda por crecer, pero tiene el carácter noble de su madre, Francesca, mi
querida Chesca.
—¿Pueden venir unos amigos después de la cena?
—¿Qué amigos? Mira que, si me dices que vienen el pulga, el piojo, o el mofeta, no entran en
casa —arqueo la ceja.
—¿Quiénes son esos? —sonríe, frunciendo el ceño.
—No sé, ¿no tienes amigos a quienes les llamen así?
—No. Vendrán Fer, Lilly y Sofi.
—¿Dos parejas? —Arqueo la ceja.
—Por Dios, que sigo siendo virgen —protesta.
—Perfecto, me alegra saberlo. Cuando llegue el momento, y las sucesivas veces, tú siempre
con protección.
—Sí, tranquilo, que antes de hacerte abuelo, voy a ir a la universidad y esas cosas.
—Define, esas cosas.
—Sacar la carrera adelante, encontrar un trabajo, comprar una casa, casarme…
—Hijo, no hace falta que tengas todo eso. Si en el fondo me hará ilusión ser abuelo, y hasta os
podría tener en casa, pero no tengas prisa.
—No la tengo. En cambio, llevo, cuánto, ¿diez años pidiéndote un hermano?
—Mañana voy al super, a ver si les queda alguno.
—Papá, llevas mucho tiempo…
—Enzo, tengamos el día tranquilo, por favor.
—Vale, tú mandas, eres el alfa —contesta, levantando ambas manos en señal de rendición.
Recojo la mesa mientras él, va a hacer un trabajo que les han mandado en clase para estas
vacaciones.
Siempre le he dado todo lo que ha necesitado, cariño y amor por dos, puesto que no tiene a su
madre, pero sé que no es suficiente, eso que solo las madres pueden dar, es lo que más falta le ha
hecho, y aún le hace.
Imelda, la mujer que ese encarga de la casa de Carlo, mi jefe, suplió durante algunos años a
Chesca, pero nunca fue lo mismo que si ella hubiera estado con nuestro hijo.
Se marchó antes de tiempo, no era su momento o así lo pensaba yo, porque, ¿qué falta podía
hacerle ella a Dios ahí arriba?
Ninguna, nos hacía falta aquí a nosotros.
Por eso estoy en guerra con nuestro creador, porque me quitó lo que más quería cuando más
la necesitaba.
El paso de los años hizo que fuera doliendo un poquito menos, pero solo un poco, porque cada
vez que Enzo cogía la foto de su madre, era un puñal que se me clavaba en el corazón.
Sigue estando con nosotros, en cierta manera, puesto que no hay un solo día que no la
recordemos, o que no hablemos de ella.
Cualquier mínima cosa que nos recuerde a Chesca, hace que la nombremos.
Escucho que suena mi móvil y voy por él al salón. Sonrío, a mi manera, al ver el nombre de
mi jefe.
—Dígame, señor.
—Joder, cómo se nota que estamos esperando el aguinaldo, ¿eh?
—No, hombre, pero me gusta ser educado con mis mayores.
—Capullo, te recuerdo que eres más viejo que yo.
—Eh, viejo no, mayor. Soy un madurito interesante.
—Tony, eres un capullo y lo sabes.
—Huele a envidia desde aquí, jefe.
—Envidia de qué, será que no soy más atractivo que tú, y con más pelo.
—Soy calvo porque me afeito la cabeza, no porque tenga problemas de caída. Como te dije
una vez, te sorprendería la melena que llegué a tener.
—Quiero fotos de eso, tendré que pedírselas a Enzo.
—Pues como no busquéis en el baúl de Karina, mal lo lleváis para verlas.
—Menuda excusa me pones. Bueno, a ver, que te llamaba para ver qué hacéis esta noche
Enzo y tú.
—Nada especial, ya sabes que estas no son las mejores fechas para mí. Cenaremos pizza y
cuando me vaya al curro, vendrán el mejor amigo de Enzo y un par de amigas.
—Ey, el adolescente se nos hace adulto. Déjale una caja de preservativos a mano, por Dios.
—Eso, tú ponme mal cuerpo. ¿Sabes lo que es que tu pequeño retoño crezca? Es duro, jefe,
muy duro. Claro que, peor lo vas a tener tú con esa niña, porque, como salga a la madre, te veo
sacándote la licencia de armas.
—Te contrato de guardaespaldas y me la vigilas.
—¿Y dejar La Tentazione? Venga, hombre, no me fastidies. Ya no sabes qué hacer para
deshacerte de mí. Si soy el alma de la fiesta en esa puerta.
—Tony, das miedo a los clientes, que ni siquiera les sonríes.
—Bueno, ensayaré una sonrisa de bienvenida. Esta noche te la enseño.
—No, yo no voy a ir por allí hasta el jueves, hoy y mañana me los cojo para estar con la
familia.
—Haces bien. Los habituales estarán todos, seguro.
—Sí, esos no fallan ni en estas fechas, ya lo sabes. Si te ves apurado, cuenta con Magnus.
—Tranquilo, no creo que nadie nos dé problemas esta noche.
—Que vaya bien entonces. Dale recuerdos a tu hijo.
—Y tú un beso a las chicas de mi parte. Que paséis una feliz noche, jefe.
Cuelgo y voy a prepararme un café que me tomo sentado en el sillón junto a la ventana de
salón.
Enzo y yo, vivimos en un ático de tres dormitorios, uno de ellos convertido en gimnasio para
los dos, salón con una increíble terraza, cocina, dos cuartos de baño y un aseo.
Lo compré cuando nos mudamos, hace ya algunos años, y aquí sé que pasaré el resto de mi
vida, donde vendrá mi hijo a visitarme con su familia.
Ha empezado a llover, una faena para todos aquellos que salen ahora a tomar una última copa,
antes de cenar con sus familias.
Yo hace años que, ni celebro estas fiestas, ni pretendo hacerlo en un futuro. No hay nada que
celebrar para mí, cuando me traen recuerdos tan amargos.
Cierro los ojos, apoyo los codos en las rodillas y agacho la cabeza, recordándola a ella.
Quisiera que estuviera aquí, que me abrazara por la espalda como tantas veces lo hizo y que
me regalara una de sus preciosas sonrisas cada puta mañana. Pero no está.
Como el alguna ocasión, lanzo el vaso vacío contra el suelo y acaba hecho añicos. Miro hacia
el pasillo, pero Enzo no sale, debe estar escuchando música, cosa que agradezco.
Recojo los pedazos de cristal y los tiro a la basura, como hice una vez con mis sueños, esos en
lo que estaba ella.
Era tan joven, joder, con toda la vida por delante.
La conocí cuando tenía dieciocho años, una niña aún a ojos de muchos, dado que yo tenía
veintitrés.
No dudé en casarme con ella al año siguiente y Enzo, llegó dos después de que nos
conociéramos.
Feliz, esa era la palabra que mejor me definía en aquel entonces.
Yo era militar en Italia, empecé en lo más bajo y acabé formando parte de uno de los equipos
de élite de las Fuerzas Especiales.
Hasta que lo dejé con treinta y dos años, y empecé a trabajar como escolta de un alto cargo de
la embajada.
Era un trabajo sencillo, cerca de casa y con más tiempo para dedicarle a mi familia.
Los recuerdos se agolpan uno tras otro, y solo hay una manera de hacerlos salir.
Voy al gimnasio, me asomo antes a la habitación de Enzo y lo veo haciendo el trabajo. No me
oiría si le hablara, pero, como siempre que se siente observado, me mira, sonríe y le digo, con
gestos, dónde voy, a lo que asiente y sigue a lo suyo.
Me quito la camiseta, quedándome solo con el pantalón, enciendo el equipo de música y me
pongo los guantes antes de comenzar a golpear el saco.
[1]
«I kept goin’ thougth »
Un golpe, otro, derecha, izquierda, de nuevo izquierda, y derecha otra vez.
[2]
«The pain and the struggle followed me »
En este momento me siento como Rocky y el joven Creed, esos dos hombres que salieron
adelante tras las adversidades, y es que la canción que me acompaña en estos momentos, desde
hace algunos años, es una de la película del hijo del famoso Apolo Creed.
Pero los recuerdos siguen ahí, atormentándome, pensando que pude hacer más, podía haber
hecho mucho más. Joder, estaba entrenado para mucho más de lo que hice en aquel entonces.
[3]
«I got angels all around me »
Sí, ella es mi ángel, y el de Enzo, ese que vela por nosotros desde dónde esté, porque sí, dejé
de creer en Dios cuando me la arrebató, pero no dejé nunca de creer en ella.
Y seguí adelante, tuve que hacerlo por él, por nuestro hijo, por ese regalo que me dio cuando
menos lo esperaba.
[4]
«I’ll be a fighter ‘til the end, ‘til my last breath »
Seguiré luchando cada día, por ella y por nuestro hijo, porque se lo prometí, y nunca he roto
una de mis promesas.
Cierro los ojos, golpeo rápido, fuerte y sin parar el saco, y grito, soltando la rabia que tengo
dentro.
Fui el alfa de mi unidad, así me siguen llamando ellos de vez en cuando, esos hombres que
me acompañaron en el peor momento de mi vida, y por quienes daría la mía, además de por mi
hijo.
Golpeo una y otra vez, gritando, hasta que caigo de rodillas al suelo con lágrimas en los ojos.
Sí, soy el tipo duro de cada noche, vestido de negro y que no suele sonreír, pero cuando suelto
la rabia, cuando libero el dolor, también aparecen esas lágrimas que aparto rápido.
Solo me permití llorar una vez, tan solo una, y jamás lo volví a hacer delante de Enzo.
Soy su padre, debo mostrarme fuerte delante de él, soy el alfa de nuestra pequeña manada, el
líder, el hombre que nunca dejará que él se caiga, siempre estaré para ayudarle a levantarse.
2
—Buenas noches, Tony —se despide de mí, la última pareja en salir del local.
Asiento, espero el tiempo justo hasta que los veo marchar en el coche, y entro cerrando la
puerta tras de mí.
Cuando llego a la barra no veo a Alana, le pregunto a Elisa, cuando me sirve una copa, y me
dice que se quedó con Thais en la habitación de la sala de masajes, así que me quedo tranquilo
sabiendo que nadie la ha visto por aquí.
—Se acabó la noche, colega —noto la palmada de Magnus en mi espalda y le miro.
—Sí, y no —contesto, cogiendo el whisky para dar un trago.
—¿Ha pasado algo? —Se sienta a mi lado y enseguida tiene una copa frente a él.
—Tenemos una visita inesperada, voy a verla ahora.
—¿Visita? ¿Quién ha venido?
—Una mujer huyendo de un tipo.
—Tony.
—No, no me digas nada. Si le hubieras visto la cara, el miedo además de las magulladuras,
habrías hecho lo mismo.
Escucho una risa y, no sé por qué, algo me dice que es ella, por lo que me giro a mirar hacia el
pasillo de las salas.
Ahí están, ella y Thais, charlando y riendo como si fueran amigas de toda la vida.
—¿Todo bien, chicas? —pregunto, cuando llegan a la barra.
—Sí, grandullón, tranquilo que Alana está más tranquila.
—Siento haberme colado así, Thais me ha explicado que este es un local muy exclusivo, con
socios importantes y…
—No pasa nada, Tony me ha contado algo de lo ocurrido. Soy Magnus, encantado —le tiende
la mano y ella se la estrecha con una sonrisa.
—¿Eres el dueño?
—No, ya quisiera yo. Soy uno de los mejores amigos del dueño, esta noche y mañana estoy al
mando.
—Ejem, ejem —carraspeo a su espalda.
—Vale, estoy al mando como este de aquí. Qué tiquismiquis es, por favor —murmura.
—Te estoy escuchando.
—Joder, eso de que tengas el oído tan fino, es una mierda, colega.
—Es lo que hay —me encojo de hombros y bebo de nuevo.
—No tenéis que preocuparos, no diré nada, como si nunca hubiera estado aquí. Ahora… voy
a llamar a mi amiga Emma, para que venga a recogerme, me quedaré con ella unos días.
—No —digo, sin pensar. ¿Por qué? Ni puta idea, pero no quiero que se vaya, no quiero que
esté sola y corriendo el riesgo de que le vuelva a pasar algo.
—¿No?
—No —contesto, poniéndome en pie mientras me acabo el whisky, le cojo de la mano y, ante
la atenta mirada de todos, voy hacia el pasillo que lleva al despacho del jefe.
—¡Nosotros nos vamos! —grita Magnus— ¡Acuérdate de cerrar después otra vez!
El repiqueteo de los tacones de Alana, resuena por el silencioso pasillo, la llevo prácticamente
corriendo, así que le cuesta seguirme el ritmo.
En cuanto entramos en el despacho, la dejo en el sofá, sirvo dos copas y, tras ofrecerle una,
me siento a su lado.
—Cuéntame todo —le pido.
—¿El qué? —pregunta, después de dar un trago.
—Todo, quién es el tipo que te buscaba, por qué te hizo eso, cómo escapaste de él, y si
realmente piensas que vas a estar segura en casa de esa amiga tuya.
—Se llama Bosco, es un tío con mucho dinero para el que trabajo, tiene una agencia de scorts
de lujo, esta noche fui a ver a un cliente y, cuando me recogió, le dije que lo dejaba, que ya había
conseguido reunir el dinero suficiente que necesitaba y que no contara más conmigo. Ya se lo
había dicho con anterioridad, pero sé ve que se ha pensado mejor lo de perder a su mejor
empleada —esta última palabra la dice con el gesto de entrecomillado con los dedos—. Por eso
me golpeó. Aproveché un semáforo para bajarme del coche, hasta que llegué aquí. Si voy a estar
segura en casa de mi amiga, pues no lo sé, la verdad —contesta, agachando la mirada.
—No puedes llamar a nadie con el móvil, tendrás que deshacerte de él, porque imagino que lo
tendrá localizado.
—Pues qué bien. Tengo que avisar a Emma.
—Ten —saco mi móvil del bolsillo y se lo doy—, llámala con el mío.
Lo coge temblando, me mira y asiente. Aún lleva el antifaz puesto, por lo que no he podido
verle bien el rostro, y ni siquiera me atrevo a quitárselo.
—Hola, Em, soy yo —dice, caminando hacia la puerta—. Sí, tranquila, estoy bien. Siento
despertarte…
Me sirvo otra copa y procuro darle su espacio, dentro de lo posible, y que tenga algo de
privacidad para hablar con su amiga.
Es inevitable que la escuche, por lo que sus sollozos hacen que apriete la mano, en la que
tengo el whisky, con tanta fuerza, que acabo rompiendo el vaso.
—Joder —murmuro al ver la sangre que emana de los cortes.
Recojo todo cómo puedo y escucho que se despide de su amiga, diciéndole que volverá a
llamarla pronto.
—Ven, deja que vea esa mano —me dice Alana, cogiéndome por el brazo para llevarme al
sofá—. Uf, eso tiene que doler.
—No más que lo que te ha hecho ese desgraciado a ti.
—Bueno —se encoge de hombros—, yo ya estoy acostumbrada.
—¿No era la primera vez? —pregunto, y ella tan solo niega, moviendo la cabeza de un lado a
otro, mientras me quita algunos cristales que tenía aún clavados en la mano— Alana.
—No me digas nada, por favor, que bastante tengo con Emma.
Y no lo digo, porque sé que no sería la primera vez que alguien le dijera que tenía que dejar
ese trabajo, bueno, que lo debería haber dejado mucho antes.
La observo mientras me quita los cristales con cuidado de no cortarse ella en el proceso, así
como para que yo no sienta la molestia cuando lo hace. Noto que cae una gota, y después otra, y
otra más, sobre la palma de mi mano, y sé que está llorando.
Le cojo la barbilla para que me mire y tiene los ojos cubiertos de lágrimas. Ni lo dudo, ni lo
pienso. Le paso el brazo por el hombro, enredando la mano sana en su melena, y la atraigo hasta
mí para abrazarla, dejando un beso en su cabeza.
—Ya está, preciosa, ya está. No va a venir a buscarte aquí, estás a salvo.
—No, me encontrará y…
—No lo hará. Te vienes conmigo.
—¿A dónde?
—A mi casa.
Sí, lo he dicho sin pensarlo siquiera, así que, tras colocarme un paño en la mano a modo de
vendaje, salimos del despacho y compruebo que sí, que estamos solos.
Abandonamos el local, cierro todo bien como lo habían dejado Magnus y los chicos, y la llevo
hasta mi coche, donde se sienta secándose las lágrimas, esas que no dejan de caerle como si
fueran una cascada.
En el camino juguetea con el móvil en la mano, lo tiene apagado desde que le dije que no
podía llamar a nadie, así que al menos así nos aseguramos que, si el tal Bosco tiene la posibilidad
de localizarla con alguna aplicación de las que pueden encontrarse en las plataformas de compra
que llevan integrados los teléfonos, no lo haga.
Cuando llegamos a mi casa son casi las ocho, por lo que paro en la churrería de Leo y cojo
desayuno para todos, ya que los amigos de Enzo no se habrán marchado aún.
Una vez entramos en el ático, Alana se queda mirando todo con un brillo en los ojos que me
dice que le ha gustado lo que ve.
La llevo a la cocina y veo que los chicos se lo pasaron bien, puesto que hay varias botellas de
bebida vacías, todas de refresco, afortunadamente para mí.
—No vives solo, por lo que veo —sonríe, señalando las botellas.
—No, tengo un hijo adolescente que anoche invitó a unos amigos. Supongo que se habrán
quedado dormidos en su cuarto —me encojo de hombros.
—¿Cómo de adolescente? —pregunta, arqueando la ceja.
—Diecisiete años.
—¿Qué dices? ¿Tan viejo eres?
—¿Perdona? —Levanto el dedo— Solo tengo cuarenta y dos años.
—Pues me sacas quince años —sonríe.
—Mayor que tú, sí, viejo, no —arqueo la ceja—. Ven, vamos a mi habitación para que puedas
darte un baño.
Se quita los zapatos para no hacer ruido y no despertar a los chicos, esos que no están en el
salón por lo que, sí, se han debido de acostar en la habitación de Enzo.
Me asomo al pasar por delante de su puerta y ahí están los cuatro.
—Joder —murmuro al ver lo que tengo delante.
—¿Qué pasa? —susurra Alana, que se agarra a mi brazo para asomarse—. Oh, ¡qué bonito!
La miro arqueando la ceja, ella sonríe, se encoge de hombros y me deja sin palabras cuando
vuelve a hablar.
—Venga, deja que duerman, luego los despertamos —susurra cerrando la puerta y
cogiéndome de la mano para que nos vayamos de allí.
Vamos, como si estuviera en su casa.
—Mi hijo durmiendo abrazado a una chica, con una sonrisa de oreja a oreja. Eso no pinta bien
—digo, sentándome en la cama una vez que entramos.
—Está enamorado, eso seguro.
—O ha perdido la virginidad, que también puede ser.
—¿Y? El amor lleva al sexo, señor seriote.
—Tiene dieciséis años.
—Ya es un hombre prácticamente. Yo la perdí a los dieciséis.
—Es un dato que no necesitaba saber.
—Pero ya lo sabes —y me planta un beso en la mejilla que me deja aún más loco todavía—
¿Esa puerta es el baño? —pregunta, señalándola.
—Sí.
—Pues me voy a dar una ducha rápida. No tendrás una camiseta por ahí que puedas
prestarme, ¿verdad?
—Eh… sí, claro.
Me levanto y voy a la cómoda donde guardo las camisetas y los bóxeres, imagino que
agradecerá quitarse también la ropa interior.
Se lo doy y, cuando lo coge, se lo acerca al rostro y aspira cerrando los ojos.
—Gracias —sonríe y entra en el cuarto de baño de lo más feliz.
A todo esto, sigue con el antifaz puesto, menos mal que no nos ha visto nadie, y ella no ha
entrado a la churrería conmigo.
Aprovecho que está en la ducha para coger un pijama y voy a hacer lo mismo en el aseo del
pasillo.
En cinco minutos estoy de vuelta en mi habitación y la veo, de espalda, peinándose la melena.
Voy hacia la ventana, respiro hondo y cierro los ojos. Alana es la primera mujer que entra en
mi casa y en mi habitación, desde que perdí a Chesca, y eso es algo que deberé hablar con Enzo
cuando la vea.
—Uf, qué bien se queda una después de una ducha calentita —abro los ojos cuando la
escucho a mi espalda.
Me giro, y juro que me cuesta hasta tragar, me falta el aire y creo que se me ha parado el
corazón de golpe.
No es que me hubiera dado la impresión de que se pareciera a mi difunta esposa, es que era
como verla a ella, a su edad, antes de que nos dejara. Era prácticamente idéntica, podían pasar
por mellizas.
Mismo color de cabello, castaño, la melena, los ojos marrones, ese rostro como de porcelana,
la sonrisa entre aniñada y pícara… Joder, estaba reviviendo cientos de momentos en ese instante.
—¿Qué te pasa? Parece que has visto un fantasma.
—Ni que lo digas —es cuanto puedo pronunciar, porque ni siquiera me salen las palabras.
Y es completamente imposible que esta chiquilla pudiera ser una hermana perdida de mi
esposa, puesto que hay una década de diferencia entre ambas.
4
Cuando ves que las horas pasan, los días también, y no hay noticias de la persona que ha
desaparecido de tu vida, no porque ella haya querido, sino porque se la han llevado a la fuerza,
empiezas a perder la esperanza.
Pero, entonces, recibes esa llamada que llevas esperando tres días con sus tres putas noches,
esas en las que dormir ha sido imposible.
—Antonino, me han llamado —es cuanto necesito escuchar al otro lado del teléfono, para
coger mis cosas y salir corriendo de casa, en plena noche.
Tardo menos de lo esperando en llegar, así he venido, veremos las multas que me caen
después de esto, pero me importa una mierda.
Como la noche en que me enteré de lo ocurrido, está todo lleno de policías y de
guardaespaldas, entro en la casa y mi jefe me pide que me siente.
—Les he dicho que se han equivocado de persona, que ella no es nada mío, sino la esposa de
mi guardaespaldas, y no les importa, no me han querido creer. No quieren liberarla si no
entregamos una suma muy elevada de dinero.
Cuando me dice lo que están pidiendo, sé que estoy jodido. El embajador y él, sí podrían
hacer frente a ese dinero que piden como rescate, pero yo, no.
Ni hipotecando la casa, o incluso mi vida, podría hacerme cargo del dinero.
—Yo puedo darte una parte, pero no toda, y el embajador me ha dicho que también.
Se lo agradezco, pero, por mucho que me dieran, ni así conseguiría poder pagar el rescate.
—Necesito saber dónde están ¿Lo han podido averiguar? —pregunto, mirando a varios
agentes que hay en el salón.
Imagino que habrán grabado la llamada, viven pegados al secretario desde que le dijeron que
iban a llamarle.
Tan solo uno de ellos me mira sin esa lástima en la cara que, ahora mismo, no necesito, por lo
que me levanto y voy directo a él.
—¿Dónde la tienen? —le pregunto, él mira a uno de sus superiores y acaba diciéndome desde
dónde se hizo la llamada, pero que creen que no están ahí o, al menos, que están en movimiento
constante— Así que, está en algún punto del océano o eso nos quieren dar a entender. Genial.
—Van a volver a llamar, Antonino.
—Señor secretario, la próxima vez que llamen, será conmigo con quien hablen. No me pienso
mover de aquí hasta que eso pase.
Él asiente y yo voy hacia la calle para hacer una llamada. A situaciones desesperadas,
medidas desesperadas, y esta es una de las peores situaciones en las que me he visto en toda mi
vida.
—Dichosos los oídos, señor Carusso.
—Brian, os necesito a ti y a los chicos.
—¿Qué pasa, jefe? —pregunta, dejando a un lado ese tono bromista con el que me saludaba
antes.
—Se han llevado a Chesca, un malentendido, pero que me está volviendo loco. Piden un
dineral como rescate y…
—¿Cuánto? Podemos reunirlo entre los chicos y yo para ayudarte.
—No puedo haceros eso, Brian, es vuestro dinero.
—Y tú, nuestro ex jefe de equipo y amigo, eres el Alfa, siempre será así para nosotros cuatro
—contesta.
—Quiero que vengáis a Italia y me ayudéis a encontrarla, han llamado al secretario y la han
localizado en algún punto del océano, creen que puedan estar moviéndose en avión. Necesito a
Emmanuel para eso.
—Tranquilo, me pongo en contacto con ellos y vamos para allá, dame… Doce horas,
estaremos ahí por la mañana.
—Gracias, Brian, de verdad.
—Ey, somos amigos y, si me apuras, familia.
Colgamos y regreso a la casa, el secretario me dice que probablemente sea una noche larga,
por lo que me invita a ir a la cocina a tomarme un café.
Eso hago, sentarme allí y pensar en las palabras que me ha dicho Brian.
Efectivamente, somos amigos, y ex compañeros de trabajo.
Él es y siempre será Beta, así lo conocíamos y aún le llaman los chicos cuando tienen un
trabajo.
Su padre era americano y su madre italiana, se alistó en el ejército italiano, donde nació y
vivió hasta que decidió dejarlo el mismo año que lo hice yo. Tanto él, como el resto de nuestro
equipo, decía que, si no estaba su Alfa, las misiones nunca serían como siempre.
Treinta años tenía cuando dejó su carrera militar para poner en marcha su propia empresa con
los otros tres muchachos.
Emmanuel, el experto en ordenadores del equipo, a quien se le conoce como Épsilon.
Italiano de padre y madre, nieto, hijo y sobrino de militares, y ahora, a sus treinta y tres años,
igual que yo, es su propio jefe.
Stefano, el conductor más rápido de todos, capaz de sacarnos de las peores emboscadas en
cuestión de segundos. Apodo, Sigma, edad, la misma que Beta, treinta y un años, dos menos que
yo.
Y, por último, Óscar, el mejor francotirador de nuestra unidad, hijo de padre español y madre
italiana, a quien conocemos como Omega.
Como ha dicho Brian, no solo son mis antiguos compañeros de trabajo, o mis amigos, sino
que puedo considerarlos mi familia, dado que pasamos muchas horas juntos en todas aquellas
misiones a las que nos enviaron, nos guardábamos las espaldas los unos a los otros y velábamos
porque siempre regresáramos todos con vida a casa.
—Antonino —me giro al escuchar la voz de mi jefe—. Sé que no me harás caso, pero, ten,
cógelo, por favor.
Me ofrece un cheque con una buena suma de dinero, pero como bien ha dicho él, no voy a
hacerle caso y no voy a aceptar el dinero.
—Cógelo, por favor, solo por si lo que sea que estás planeando llevar a cabo, no sale bien.
—No planeo nada —miento, y él arquea la ceja en respuesta.
—Te conozco, Antonino, fuiste militar, uno de los mejores de la unidad a la que pertenecías,
liderabas un grupo de hombres bien preparados para llevar a cabo cualquier misión de rescate.
Así que, por favor, no me tomes por tonto, que no lo soy. Viejo sí, pero no estúpido. Sé que vas a
ir a buscarla, y eso te honra, es tu mujer y la madre de tu hijo, pero acepta esto por si eso falla o,
simplemente, para que tengas algo con lo que negociar con esa gente.
—Es su dinero, no puedo aceptarlo.
—Antonino, acéptalo para emplearlo en ese rescate suicida al que sé que estás dispuesto a ir.
Se la han llevado por mi culpa, me tenían vigilado y a vernos en aquella cena, pensaron lo que no
es. Bien sabes que tu esposa es mi debilidad, pero solo porque me gusta conversar con ella.
—Lo sé.
—Entonces, coge el cheque, por favor. Solo quiero que hagas con este dinero lo que creas
necesario para traerla de vuelta a casa, contigo, y con el pequeño Enzo.
Lo pone sobre la encimera y sale de la cocina, dejándome solo de nuevo, con mis
pensamientos, mientras observo ese trozo de papel en el que hay más dinero del que jamás
podría reunir nunca.
Brian me manda un mensaje informándome de que los chicos están al tanto y que empiezan a
organizarse para venir lo antes posible.
Miro el cheque, cierro los ojos y la imagen de mi esposa, sonriendo feliz el día que nació
nuestro hijo, la última vez que la tuve entre mis brazos, el último beso que recibí de ella, se me
viene a la cabeza.
Alfa: Busca lo necesario para la misión, armas, transporte, lo que necesitemos, no escatimes
en gastos, tengo dinero.
Le mando ese mensaje a Brian, a lo que me contesta tan solo con un, ok.
No debería coger este dinero, y menos para gastarlo en lo que lo voy a hacer, pero ya que me
lo ofrece sin que tenga que devolvérselo, voy a aceparlo para poder llevar a cabo la misión de
rescate de mi mujer.
En cuanto Épsilon tenga localizados a esos tipos, nos pondremos en marcha.
—Te voy a encontrar, Chesca, juro que te voy a encontrar y te traeré de vuelta con nosotros
—murmuro, mientras doy vueltas con mi mano a mi anillo de casado que llevo en el dedo de la
otra.
7
Recibo un mensaje, miro la hora y veo que son casi las doce del mediodía. Saco el móvil del
bolsillo y es de Brian, aterrizaron hace diez minutos y ya están de camino, así que les paso la
ubicación de la casa del secretario, me tomo el quinto café de la mañana, o el sexto, no estoy
muy seguro, y espero a que lleguen sentando en el porche.
El ir y venir de policías y demás expertos es constante, pero no consiguen averiguar dónde
demonios está mi esposa.
Se han pasado la noche intentando dar con la localización exacta del teléfono desde el que
hicieron la llamada, pero, claro, si es uno de esos teléfonos por satélite, nos podemos dar por
jodidos.
Enzo me llamó esta mañana, antes de irse al colegio, para preguntarme si iría a comer a casa,
desde que Chesca desapareció, reconozco que he estado muy ausente para él, pero sé que no me
lo tendrá jamás en cuenta, puesto que sabe bien que es porque quiero encontrarla y devolvérsela
con vida.
Cuando escucho a uno de los agentes decir que no se puede pasar, miro y ahí están mis
antiguos compañeros.
Brian, ese rubio de ojos azules y metro ochenta que lidera a los otros como lo había estado
haciendo yo durante tantos años.
Emmanuel, solo dos centímetros más alto que Brian, ojos marrones con los que siempre lo ves
que está como analizando a la gente, y desde que le conozco, con el pelo rapado y unos músculos
de lo más definidos.
Stefano, metro ochenta y tres, moreno, ojos marrones, y con un aire de seductor, que no pasa
desapercibido para nadie.
Y, por último, Óscar. Metro setenta y ocho, ojos marrones con algunas betas verdes, barba de
tres días perenne y el pelo casi rapado.
Todos vestidos igual, con vaqueros y jersey negro, esas gafas de sol que les hacen parecer
más peligrosos aún, si es que eso es posible, cargados con sus mochilas y demás artilugios.
—Déjalos pasar, están conmigo —le digo al joven agente, que me mira y asiente. El
secretario ya se encargó de decir la noche anterior a todo el mundo que, lo que yo diga o haga,
tiene tanta validez como lo que diga él.
—¿Cómo estás, hermano? —Brian es el primero en saludarme como solíamos hacer,
chocando la mano, abrazándome y palmeando mi espalda.
—Deseando que acabe ya, esta puta pesadilla.
—Tranquilo, vamos a encontrarla.
—Eso espero, Óscar, o juro que me vuelvo loco —contesto tras el saludo con él.
—¿Qué tenemos? —pregunta Emmanuel, después de que todos me den ese abrazo de afecto,
fuerza y cariño que saben que necesito.
—Poca cosa, o esta gente es de lo más inútil, o los que se la han llevado son la hostia. Ayer
llamaron pidiendo el dinero.
—Ese que, un pellizco, te hemos transferido nosotros cuatro a tu cuenta.
—Stefano, le dije a Brian que no hacía falta.
—Pues te jodes, no lo puedes devolver. Y, si no haces tú la transferencia a esos cabrones, la
hago yo por ti —me dice Emmanuel, y sé que es capaz, puesto que este hackea lo que haga falta.
—Chicos, no quiero darles el dinero porque sé que, aunque lo haga, no van a entregárnosla
con vida.
—¿Qué mierda dices, tío? —protesta Óscar— ¿Ya te estás dando por vencido? Joder, no me
lo puedo creer.
—No me doy por vencido, soy realista. Me he hecho a la idea de que la he perdido. Pero que
me voy con ella, no lo dudes.
—¿En serio? Y qué pasa con Enzo, ¿eh? —me increpa Stefano.
—Tiene a Giovanna, y sé que estará bien con ella.
—Claro, lo mejor para ese crío es perder a sus padres siendo pequeño, como te pasó a ti,
¿verdad? Qué quieres, que acabe como tú, siendo militar, dejándolo todo por su familia para
después darse por vencido y aceptar la muerte de su esposa quitándose de en medio cuando la
entierre. Eres un puto egoísta con ese crío, y lo sabes.
Veo a Brian entrar en la casa, tras dar un golpe en la pared que debe haberle dolido lo suyo, y
los otros suspiran al tiempo que niegan.
Ese ha sido un golpe bajo por parte de mi amigo. Bien sabe él, que me vi solo a los doce años,
yendo de un centro de menores a otro, hasta que cumplí los dieciocho, porque mi padre, un
militar ejemplar, no pudo soportar la muerte de mi madre tras una larga lucha para que se
desintoxicara del alcohol y las drogas, y se pegó un tiro quitándose de en medio.
Yo no tenía familia, tan solo a ellos, por lo que me quedé solo, pero Enzo, tiene a su nana
Giovanna que lo cuidaría como si fuera su abuela.
—Alfa —me giro al escuchar que Stefano me llama como solía hacerlo—. No lo hagas, no la
des por muerta y, mucho menos, dejes que ese niño crezca sin sus padres.
Entramos juntos en la casa y ya veo al resto organizándose en el salón, como les ha indicado
el señor secretario.
Emmanuel, le pide algunas cosas al chico que está sentado con el ordenador, comparten
información en ese lenguaje que los expertos en informática entienden, y que a mí me suena a
chino, cuanto menos, y mi ex compañero empieza a teclear sin parar.
—Antonino, necesito saber los últimos movimientos de Chesca, ese día —me pide, y veo que
está accediendo a cientos de cámaras de seguridad de toda la ciudad.
—Salió de casa, fue a llevar a Enzo al colegio y no sé más, creo que iba a comprar algo, o qué
sé yo.
—Con eso me vale, le puedo seguir la pista desde que salió.
Y eso hace, situar a Chesca en mi casa y seguir el recorrido que hizo aquella mañana, tras
dejar a Enzo en el colegio.
Un café con algunas de las madres del cole, una compra en el super que nunca llegó a casa, y
algo que recogió en una joyería del centro comercial.
Después de eso, en una de las calles que llevaba de vuelta a casa, una furgoneta para a su
izquierda, se ven bajar a tres hombres y, mientras dos de ellos la sacan a la fuerza del coche para
meterla en ella, el tercero se sienta al volante y sale a toda velocidad tras la furgoneta.
Y eso llama mi atención, ya que la furgoneta ha aparecido en algunas de las cámaras de
vigilancia mientras veíamos a Chesca, desde que salió del colegio de Enzo.
Por suerte Emmanuel puede ver hasta dónde van, siguiendo la matrícula, y el trayecto acaba
en un aeródromo, donde ambos vehículos suben a un avión gris, sin nombre, sin número visible
y ni un solo rastro de algún distintivo con el que poder identificarlo, que emprende la marcha por
una de las pistas para despegar.
—Hay que hablar con el aeródromo, necesitamos saber todo sobre ese avión y sus vuelos —
dice el jefe de la policía— ¿Quiénes son estos tíos? —le escucho murmurar cuando pasa por mi
lado.
—Ex militares, mis hombres de confianza —le aseguro, él me mira y tan solo asiente.
—¿Tienen la llamada grabada? —pregunta Emmanuel, a lo que mi jefe asiente y le pide al
chico que se la facilite.
Emmanuel se pone los auriculares, escucha con atención la grabación una y otra vez y,
cuando acaba, me mira fijamente.
—El que habla, lo hace muy bien en italiano, pero tiene un ligero acento de otro lugar. He
conseguido aislar los ruidos del fondo y se pueden oír algunas voces. A Chesca se la llevaron los
suizos.
—¿Cómo? —pregunta el secretario, con el ceño fruncido.
—Lo que oye, señor secretario, los suizos.
—No me lo puedo creer. Ni se me había pasado por la cabeza que fueran ellos.
—¿Tiene algún problema con esa gente, jefe? —pregunto, acercándome a él.
—Hace unos meses me reuní con unos empresarios que querían hacer un negocio con el
embajador, no me parecieron trigo limpio y ni siquiera le hablé de ellos, les dije que no había
acuerdo y ahí quedó todo.
—Pues, señor secretario —dice Emmanuel, que sigue trasteando en el ordenador—, lamento
decirle que no quedó ahí, esa gente le ha estado siguiendo a todas partes. Lo que no sé es cómo
se llevaron a Chesca, sin tan solo se le ve con ella en la cena de aquella noche —señala la cámara
donde puedo ver a mi mujer, y me da un vuelco el corazón.
Tiene que estar viva, aún debe de estarlo, no puedo perderla y Enzo, menos.
—Hemos hablado con los del aeródromo —anuncia uno de los agentes con el que ha debido
hablar el jefe de la Policía—. Ese avión llegó de Suiza la noche antes, y fue hacia allí a donde
dijo que se dirigía.
—Pues en Suiza no están, según la llamada se encontraban en algún punto del océano.
—Chaval, hay mil maneras de engañar a pardillos como nosotros —le dice Emmanuel, que sé
que se ha incluido para no hacer sentir mal a ese joven agente, pero se refería a la Policía en
general.
En ese momento suena el teléfono, todos comienzan a movilizarse y, mientras el policía pone
en marcha la grabadora, así como el rastreo de llamadas, Emmanuel se centra en localizarlos
definitivamente.
—Conteste, señor secretario —le pide el jefe de la Policía.
—Dígame.
—Buenos días, secretario Costa. ¿Cómo va el asunto de nuestro dinero? —sí, tal como dijo
Emmanuel, habla italiano a la perfección, pero se le nota ese acento de otro lugar.
—Ya les dije que no es mi amante, es la esposa de mi guardaespaldas. Ese hombre está
haciendo lo imposible por recabar todo ese dinero —miente, mirándome, y yo asiento.
—Bien, bien, me gusta escuchar eso. Hasta que no veamos el dinero en nuestra cuenta o, al
menos una parte, no diremos dónde encontrarla.
—Necesitamos una prueba de que está viva —le pide, cierro los ojos y no sé si quiero
escucharlo. El tipo del otro lado se queda callado, no dice nada, no se oye el menor ruido, hasta
que, entonces, la oigo hablar a ella.
—¿Hola?
Mi primer impulso tras abrir los ojos, es ir hasta el secretario y hablar yo, pero Stefano me
retiene del brazo, negando repetidamente con la cabeza.
—Francesca, querida niña, ¿cómo estás?
—¿Señor secretario?
—Sí, soy yo.
—No entiendo nada ¿Por qué me ha traído aquí esta gente?
—Ha sido un error, pero te aseguro que tu marido está intentando solucionar lo del rescate.
—Oh, Dios mío… —murmura, y empieza a llorar.
Se me parte el alma escucharla así y no poder hacer nada por ella. Me acerco al secretario y
no puedo evitar hablar con ella.
—Chesca, voy a hacer lo que esté en mi mano para que vuelvas a casa, ¿me oyes?
Solo la escucho llorar y me está matando, necesito sacarla de ahí lo antes posible.
[6]
—Ti amo amore mio, non dimenticarlo mai .
La llamada se corta, y sé que eso ha sido una despedida.
—¡Joder! —Golpeo la mesa con fuerza, tanta, que noto cómo me arde por el dolor.
—Los tengo —escucho a Emmanuel, me giro y veo que tiene un plano en la pantalla—. Están
en Lungern, en una zona boscosa cerca del lago que lleva el mismo nombre.
—Brian, prepara todo, salimos esta tarde para allá —le pido.
Él asiente y veo a Óscar y Stefano, ponerse en marcha también. Ahora que sé dónde está mi
mujer, voy a recuperarla antes de que sea demasiado tarde.
8
Cuando la puerta se abre, miro hacia ella y veo entrar a una mujer de esas que, aun sin verle el
rostro por completo, sabes que es preciosa.
Bastante más baja que yo, cuerpo con curvas, unas piernas en las que más de un hombre se
habrá perdido, y esa manera de caminar, segura, firme y sensual.
—Hola, soy Romina —sonríe cuando llega a mi lado, tendiéndome la mano.
—Encantado.
—Me ha dicho Carlo que sea tu compañía esta noche.
—Sí, bueno, yo…
—Es tu primera vez aquí, a que sí —vuelve a sonreír, y yo asiento—. Tranquilo, que no
muerdo ni me como a nadie. Vamos a empezar por un masaje, a ver si te quito esos nervios.
Genial, un tío como yo, grande, fuerte y curtido en mil batallas, nervioso. De chiste, vamos.
Menuda impresión se debe haber llevado esta mujer.
—Quieres que te desnude yo, o lo haces tú.
—Lo hago yo, no te preocupes.
—Voy cogiendo lo que necesito. Puedes entrar en el baño —señala la puerta a mi espalda— y
coger una de las toallas.
Es hago, entro en cuarto de baño y, antes de empezar a quitarme ropa, me miro en el espejo.
¿Qué demonios hago aquí, y sobrio?
Yo follaba cada noche después de beber hasta olvidarme de todo, no así, sin más alcohol que
sangre en las venas.
Me apoyo en el lavabo con los ojos cerrados hasta que me decido a quitarme la ropa, todo, y
coloco una toalla en mis caderas, con la que salgo a la habitación y veo a Romina, encendiendo
unas velas aromáticas.
—Oh, ya estás aquí —sonríe, y me encanta ese modo en el que lo hace, tan dulce, tan
inocente.
—Romina, ¿cuántos años tienes?
—Por qué, ¿tienes miedo de romperme, o algo?
—Pues casi, soy el doble de grande y fuerte que tú.
—Veintiocho. Anda, ven, túmbate en la cama bocabajo.
Hago lo que me pide, coloco ambos brazos bajo la almohada y noto que Romina se sienta
sobre mis muslos.
—Qué tatuaje tan bonito —dice, pasando las yemas de los dedos por él—. Es un ángel
precioso.
—Sí, lo es.
Cierro los ojos y recuerdo el día que me decidí a hacerlo, poco antes de mudarme con Enzo a
Madrid.
De algún modo quería llevar a Chesca siempre conmigo, por lo que pedí al chico que tatuaba
que me hiciera una mujer envuelta en las alas de un ángel, y eso cubre toda la espalda.
Horas de estar tumbado, durante varios días, hasta que nuestro ángel, el de Enzo y mío, estuvo
completo.
Noto un líquido empezar a caer en la espalda, pequeñas gotas que Romina va esparciendo por
toda ella, hasta que noto de nuevo esas pequeñas y delicadas manos extenderlo con un masaje.
La verdad es que me relaja bastante. Poco a poco, noto cómo se me van destensando los
músculos y hasta diría que me está entrando sueño, pero me mantengo despierto, solo faltaba que
me durmiera con semejante belleza sobre mí.
Se levanta y comienza a masajearme las piernas, lo hace despacio, apretando en puntos
concretos, como si supiera lo que hace.
—¿Eres masajista, Romina?
—Ajá, sí, titulada desde hace algunos años.
—Y, ¿qué haces en un sitio como este?
—Pues dar masajes, obvio —escucho su risa, y es tan dulce, como de una niña pequeña, que
me saca una leve sonrisa a mí.
—Sí, pero, aparte de lo obvio.
—Soy socia del club, bueno, en parte. Empecé dando solo masajes, pero un día, hubo un socio
que, no sé, tenía algo, y acabamos teniendo sexo después de su masaje. Hablé con Carlo, me hice
socia pagando menos cuota, y aquí estoy, haciendo que la gente disfrute de estas manitas,
además de otras cosas, y disfrutando yo del sexo.
—No tienes pareja, por lo que deduzco.
—No la necesito, al menos por el momento. ¿Sabes el dicho de por un trozo de chorizo, no te
lleves el cerdo entero?
—No sé si era realmente así.
—Como sea. Soy fisioterapeuta, tengo mi propia clínica, vivo por y para mi trabajo, no quiero
enamorarme aún, ya lo hice una vez y salí con el corazón bastante mal parado. Así que, la vida
son dos días, vamos a vivirla como queramos sin hacerle daño a nadie.
—Bien dicho.
—Date la vuelta, toca la parte delantera.
—A sus órdenes, jefa.
—Huy, de jefa nada.
Me coloco boca arriba y ella se sienta sobre mis muslos, demasiado cerca de mi miembro,
para comenzar a masajearme el pecho.
Cada vez que baja por el vientre, se acerca peligrosamente a esa parte que llevaba tanto
tiempo dormida.
Sí, he dicho bien, llevaba, porque la muy hija de puta se está comenzando a despertar ahora
mismo.
Cierro los ojos, respiro con calma y tratando de controlar que eso no vaya a más, pero es que
es imposible cuando noto esas manos tocándome.
—Te has vuelto a poner tenso —escucho que me dice Romina.
—No es verdad —miento, con los dientes apretados.
—A ver, grandullón, relájate y, si tienes una erección, no me voy a asustar ni a salir
corriendo, ¿eh? Míralo por el lado bueno, acabaremos disfrutando los dos.
Abro los ojos, la miro y, además de su sonrisa, me hace un guiño que me deja loco.
¿Es posible que me desee esta pequeña mujer, sin que yo tenga que estar borracho como una
jodida cuba?
Resoplo, me relajo y dejo que pase lo que tenga que pasar.
Y pasa, por supuesto que pasa.
Romina suelta una risita, se levanta para masajearme las piernas y, cuando acaba de nuevo en
uno de los muslos, noto que aparta la toalla.
Lo siguiente que siento son sus manos, cubiertas de ese aceite, cubriendo mi miembro y
llevándolo arriba y abajo despacio.
—Si sigues así —consigo decir tras unos minutos, con la voz entrecortada— vamos a tener un
problema.
—¿Por?
—Pues, porque no quiero correrme como un puto adolescente, por eso.
—¿Hace mucho que no tienes sexo?
—Demasiado, demasiado.
—Oh.
Romina para, abro los ojos y veo que, tras quitarse el albornoz y quedar completamente
desnuda, se desliza por mis piernas hacia atrás, se inclina y comienza a lamerme el miembro,
despacio, como si fuera la leve caricia de una pluma.
—Romina…
—Relájate, y disfruta. Solo será un momento, después, puedes follarme como tú necesites. Y
sin miedo, no me voy a romper.
Cuando abre los labios y acoge toda mi erección en su boca, se me escapa un jadeo.
Poco a poco, va lamiendo mientras juro que me tengo que agarrar a las sábanas, porque hacía
mucho, mucho tiempo, que no me daban placer de ese modo.
Solo Chesca, mi esposa, lo había hecho. Las mujeres que pasaron por mis manos los meses
posteriores a su muerte, tan solo fueron polvos rápidos.
—Romina, para —le pido, porque no quiero correrme en su boca.
—¿No te gusta?
—Claro que sí, pero…
—Puedes acabar ahí, no serías el primero —se encoge de hombros.
—No, no. Ven, te toca.
—¿A mí? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Hombre, por supuesto. No pensarás que soy un egoísta que solo quiere que le chupen la
polla y le dejen echar un polvo. No soy así. Bueno, hace tiempo… Nada, olvida esa parte de mi
vida, yo la estoy olvidando.
La cojo por la cintura, la recuesto en la cama y, tras separarle las piernas colocándome entre
ellas, le beso los muslos y voy hacia su sexo, ese que me recibe húmedo. Paso la punta de la
lengua por él y Romina jadea, enredando los dedos en mi pelo.
Me centro en ella, en darle placer y hacer que llegue al orgasmo entre temblores, jadeos y
gritos que me sacan una leve, muy leve, sonrisa.
—Ahora sí, vamos a follar, Romi —le hago un guiño, y veo que ella se mordisquea el labio.
Tras colocarme un preservativo, voy entrando poco a poco, hasta que doy una estocada rápida
y estoy profundamente enterrado en ella, que arquea la espalda, agarrándose a mis brazos, con un
grito.
Le coloco ambas piernas alrededor de mi cintura, la sostengo por las nalgas y comienzo a
penetrarla una y otra vez, rápido, fuerte, liberando todo aquello que llevo guardado dentro,
mientras ella jadea, grita y me pide que no pare.
La hago girarse, colocándola con ambas rodillas y codos sobre la cama y la penetro desde
atrás, aferrándome a su cintura mientras doy una estocada tras otra.
Hasta que la llevo a ese momento de éxtasis y yo la sigo poco después.
Me dejo caer sobre su espalda, la noto respirar con dificultad y, por un momento, me siento
como una mierda, como una puta basura.
Ella no es como las demás mujeres que he utilizado para esto, no lo es.
—Lo siento, no debería…
—¿Por qué te disculpas? —pregunta, girándose y haciendo que me recueste sobre ella.
El sentir que juguetea con mi pelo, hace que me relaje un poco y cierre los ojos.
—Yo nunca he sido así, solo lo fui durante unos meses. Esto me ayudó a liberarme del dolor.
—Ey, no me has hecho daño, si es lo que crees —dice, para calmarme—. Al contrario, me has
excitado mucho.
—Creo que, desde que empecé en aquella espiral de autodestrucción, cambié a lo que has
visto ahora.
—¿Cómo puedo llamarte?
—Soy Tony, y dentro de poco seré el portero de local.
—¡Vaya! Carlo no me había dicho eso.
—Pues ya lo sabes.
—Creo que no me equivoco, cuando te digo esto. No has estado con una mujer en mucho
tiempo, porque el dolor ese que dices… fue porque perdiste a alguien, ¿verdad?
—Sí, a mi esposa.
—Lo siento. Pero, ¿qué te parece si llegamos a un acuerdo?
—Dime —la miro y ella está sonriendo, se inclina y me besa la frente.
—Nunca besaré tus labios, sé que esos siempre le pertenecerán a ella. No me voy a enamorar
de ti, ni tú de mí, podrás estar con otras mujeres, igual que yo con otros hombres. Pero, siempre
que lo necesites, acude a mí para ser el que eras hace meses.
—No creo que sea buena idea, puedo perder el control y…
—Tony, no voy a romperme, y sé que, por mucho que pierdas el control, jamás me harías
daño. Aunque no lo creas, he visto el dolor en tus ojos desde que entré por esa puerta.
—Seré un amante que dé igual que recibe, pero no esperes que te haga el amor.
—Ni se me había pasado por la cabeza. Tú me vas a follar, duro —hace un guiño y vuelve a
besarme, esta vez en la mejilla—. Dime, ¿tenemos acuerdo?
—Lo tenemos, pero será cuando termine de trabajar.
—Por mí, perfecto. Y ahora, voy a la ducha que estoy pringosa de aceite —sonríe, se levanta
y entra al cuarto de baño.
Ahí me quedo yo, en la cama, tapándome los ojos con el brazo mientras pienso en lo mucho
que ha cambiado mi vida desde que la perdía a ella y, mucho me temo, que lo seguirá haciendo
durante mucho tiempo.
16
Me despierto al notar que tengo a alguien sobre mi pecho, algo raro puesto que hace años que
duermo solo y sin abrazar a nadie.
Cuando abro los ojos veo a Alana, rodeándome con el brazo por la cintura, completamente
dormida.
Y es tan Chesca en este momento, que la mano se me va sola a su mejilla, la acaricio, le
coloco un mechón detrás de la oreja y dibujo el contorno de su rostro con el dedo.
Es tan bonita, y se la ve tan calmada. Vuelvo a su mejilla, donde tiene el corte y la
magulladura. Si vuelvo a tener a ese hijo de puta delante, le reviento la cabeza.
Alana se remueve, me abraza aún más fuerte y entonces se despierta.
—Huy —se mordisquea el labio al ver dónde estaba dormida.
—¿Has podido descansar? —pregunto, cuando se sienta en la cama y veo que se despereza,
estirándose como si estuviera en su casa.
—Ajá, sí. Y muy bien, la verdad. Hacía tiempo que no dormía tan a gusto. Se nota que el
colchón es bueno —dice, mientras da saltitos sentada en él y, claro, a mí, ¿dónde se me van los
ojos sin querer? Pues a sus pechos, esos que, bajo la tela de la camiseta, se intuyen turgentes y no
dejan de moverse.
Resoplo levantándome y voy directo al cuarto de baño, necesito refrescarme la cara.
—¿Estás bien? —pregunta ella a mi espalda, cuando estoy apoyado en el lavabo.
—Sí, perfectamente. Vamos a comer.
En cuanto pongo un pie en el pasillo, escucho la risa de Lilly, así como la de Enzo.
Cuando llegamos al salón, están terminando de poner la mesa y el guiso que han preparado
huele de maravilla.
—Ya creí que tendríamos que ir a despertaros —dice Enzo al vernos.
—Casi, tu padre es un dormilón —ríe Alana.
—¿Perdona? Me he despertado antes que tú, que hasta babeabas.
—¿Yo, babear? Venga, hombre, pero si soy una dama, no babeo.
—Lo que tú digas —me encojo de hombros.
Entonces noto que se me sube a la espalda, rodeándome la cintura con ambas piernas, como si
fuera una monita enganchada a su madre, y comienza a tirarme de las orejas.
—Retira eso, no estaba babeando, me habría dado cuenta.
—Asúmelo, princesita, babeas mientras duermes.
—¡No babeo!
—Desde luego, parecéis dos críos, menudo ejemplo para nosotros —veo a Enzo, cruzado de
brazos, que intenta no reír, pero al final acaba estallando en una sonora carcajada, cuando Alana
me pide ayuda para que la baje de mi espalda—. Creo que tu hermana y mi padre, al final se van
a llevar bien y todo.
—Espero que sí, porque van a ser familia —contesta Lilly.
—Se acabó, me voy a poner seria ya, hombre. Venga, todo el mundo a la mesa. Por cierto,
¿qué comemos que huele tan bien?
—Es un guiso que me enseñó a preparar Imelda, la mujer que me cuidaba cuando era niño.
—Ya no le cuida, se puede quedar solo en casa siempre y cuando no me líe ninguna —digo,
cogiendo los platos.
—Mi padre no es muy de cocinar, yo le pedí a Imelda que viniera alguna tarde a enseñarme,
así que.
—Lilly, no dejes escapar a este niño en tu vida, que es una joyita —dice Alana, simulando
susurrar, pero lo dice de modo que todos la escuchemos.
—Pues como su padre —arqueo la ceja.
—No lo dudo, señor seriote, pero apenas te conozco.
—Pues has dormido con él, hermanita.
—Ahí le doy la razón a Lilly —contesto.
—No me ha dejado otra opción, decía que en el sofá no iba a dormir —protesta Alana, con el
ceño fruncido.
—Hombre, más que nada porque los chicos estaban aquí, ibas a haber dormido poco, la
verdad.
Ella va a hablar, pero acaba quedándose callada. Nos sentamos a la mesa y comemos mientras
Lilly le dice a Alana, que la ha llamado Emma para ver dónde estábamos.
—Tengo que llamarla, déjame tu móvil, peque —le pide a Lilly, que se lo da cuando se
levanta—. Hola, guapa, soy yo. Tranquila, todo está bien.
Sale por el pasillo y escucho que se cierra una puerta, intuyo que será la de mi habitación, así
que dejo que hable tranquilamente con su amiga mientras los chicos y yo recogemos la mesa.
Preparo café y ellos van a la habitación de Enzo a echarse un rato, al parecer se acostaron
bastante tarde y apenas habían dormido, y mientras preparaban la comida le dieron un repaso de
limpieza a la casa.
Estoy tomándome el café sentado en mi rincón de salón, cuando Alana se reúne conmigo.
—¿Y los chicos?
—En la habitación, descansando un rato.
—¿Tú no te echas una siesta?
—No, aunque esta noche voy a necesitar bastantes bebidas energéticas para no dormirme en
el trabajo.
—Venga, vamos a la cama —dice, cogiéndome la mano y haciendo que me levante del sofá.
Dejo el vaso vacío sobre la mesa y voy tras ella.
¿Por qué no me resisto? Es que no puedo hacerlo, es como si un imán me atrajera hacia ella
todo el tiempo.
Cuando entramos en la habitación, hace algo que me deja a cuadros. Se pega a mí, poniéndose
de puntillas, y me planta un beso en los labios mientras me coge con ambas manos por las
mejillas.
—No suelo ser así, de verdad, pero es que estoy un poquito excitada desde que me he
despertado y te he visto a mi lado.
—¿Y eso? —Arqueo la ceja.
—No lo sé.
—Alana…
—Sé lo que me vas a decir, tranquilo. No voy a intentar seducirte. Venga, acuéstate que yo
me voy al sofá.
Sale de la habitación y me deja ahí, mirando la puerta con cara de idiota.
¿Qué coño acaba de pasar? Me dice que está excitada, me besa y yo, ¿ni siquiera intento
arrancarle la ropa? Joder, si esto me lo hace Romina, no dura con la camiseta puesta ni medio
segundo.
Y no es que no me haya llamado la atención, que, además del gran parecido físico con
Chesca, Alana es perfecta en todos los sentidos. Vamos, que tuve que controlarme para que no se
me pusiera dura cuando la vi dando saltitos en la cama.
Joder, y la voy a tener en mi casa unos días, lo que me faltaba. Me cago en la puta, ahora
entiendo a Carlo más que nunca.
Todo el tiempo con la tentación delante de los ojos, madre mía, no sé cómo no se volvió loco.
Porque sí, no conozco a Alana de nada en absoluto, pero es innegable que hace que se
despierten mis instintos, todos ellos, no solo el del deseo, sino también el de protección.
Me meto en la cama intentando no pensar, y acabo quedándome dormido, desde luego que
noto esas horas que no he descansado antes de comer, puesto que suelo levantarme bastante más
tarde y hacer una comida casi merienda.
El sonido de llamada de mi teléfono me despierta, lo cojo de la mesilla de noche y veo el
nombre de mi jefe.
—¿Se está quemando el negocio? —pregunto.
—Espero que no.
—Pues no me molestes.
—Qué mal despertar tienes, viejo.
—Otro con lo de viejo. Hay que joderse. Soy mayor, mayor, no viejo. Bueno, qué coño, soy
un maduro interesante.
—Claro, claro. ¿Qué tal anoche?
—Bien.
—¿Algo que contarme?
—¿Qué te ha dicho Magnus?
—Lo que deberías haberme dicho tú. ¿Hubo algún problema con el tipo que la pegó?
—No, ninguno. Se fue y ya.
—¿La dejaste en casa sana y salva?
—Sí, está aquí conmigo.
—Espera, ¿En tu casa?
—Sí. ¿Estás sentado, jefe?
—Uf, eso me suena a historia larga, espera, que me sirvo un whisky.
—Qué cabrón eres —lo escucho reírse y, cuando me dice que ya está sentando, empiezo a
contarle todo.
Sé que Carlo es una tumba, no contará nada ni hará que Alana se sienta incómoda si va alguna
vez por el local, pero es que cuando le digo que es la cuñada de mi hijo, le escucho escupir el
trago de whisky que había dado.
—¡No me jodas! ¿Y no la conocías?
—Si ni siquiera sabía que estaba saliendo con una compañera de clase, y llevan dos años, jefe.
—Hostia, tengo que hablar con mi pequeña Shelby, hay cosas que no se le pueden ocultar a
un padre.
—Tengo licencia de armas, recuerda que te puedo llevar a unas clases y darte una licencia.
—Deja, deja, ya jugué a Rambo una vez, espero no repetir.
—Vale.
—Oye, y va a dejar ese trabajo, ¿verdad?
—Sí, y como no me fio de ese pijo con ínfulas de marqués, les he dicho que iremos a por
algunas cosas a su casa para que se vengan aquí unos días.
—Antonino Carusso, de nuevo al rescate de una dama en apuros.
—No te pases, jefe.
—No me paso, solo digo la verdad. Mira Thais, la ayudaste desde el primer día. Dime que no
fue así.
—Sí, lo fue.
—Bueno, dile a Alana que venga esta noche contigo al local, si sabe servir copas, la contrato.
—¿Hablas en serio?
—Sí, a no ser que tenga usted algún problema con eso, señor Carusso.
—Ninguno, ninguno.
—Bien, pues me paso luego a veros.
—¿Y tus chicas?
—Se van a quedar viendo Lilo y Stich, me la sé de memoria ya —ríe, colgamos y dejo de
nuevo el móvil en la mesita.
Cuando Carlo Ferrara le ofrece un puesto a alguien en su negocio, es porque sabe que puede
contar con la discreción de esa persona, de no ser así, yo no llevaría tantos años siendo su
hombre de máxima confianza en ese lugar.
Son casi las siete, he dormido suficiente, así que me levanto para vestirme y salir para la casa
de las chicas. cuanto antes recojan sus cosas, mejor, menos tiempo estarán expuestas a que ese
cabrón pueda encontrarlas.
Porque sé que seguirá buscándola.
19
Entro en el salón y ahí están los tres, sentados en el sofá riendo como críos, bueno, a mi lado
es lo que son.
Alana va vestida con unos vaqueros, jersey, los tacones de la noche anterior, y el pelo
recogido en una coleta alta.
Desde luego, se la ve incluso más joven de lo que es así vestida.
—Aquí llega el bello durmiente —dice, con esa sonrisa, cuando me ve—. Estás mejor así, con
vaqueros, pareces hasta más joven.
—¿Más joven? —Arqueo la ceja.
—¿Menos viejo? —sonríe, enseñando los dientes.
—Mira, puedes pedir empleo como modelo para anunciar pasta de dientes.
—Hombre, claro que sí, sonrisa Profident la mía, que mi dinero me costó tenerla así de
perfecta.
—¿Serás mentirosa? El dentista no te ha visto a ti en la vida, Alana. No le haga caso, señor
Carusso, que mi hermana siempre ha tenido una dentadura perfecta.
—Lilly, si quieres que tú y yo nos llevemos bien, más vale que no me llames señor Carusso.
—Llámale suegro, hermanita, que, total —Alana se encoge de hombros, volteo los ojos y voy
a la cocina por un vaso de agua.
Las risas de esos tres llegan hasta aquí y, por primera vez en muchos años, la casa no está tan
silenciosa y triste como de costumbre.
—¿Te has enfadado conmigo? —pregunta Alana, abrazándome por la cintura— Jolín, qué
grande eres, no llego.
—Yo muy grande, o tú muy pequeña.
—Sí, puede ser lo segundo también.
¿Cuántas veces tuve esta misma conversación con Chesca, y la respuesta fue la misma que la
suya?
Cierro los ojos y dejo caer la cabeza mientras sigo apoyado en la encimera con ambas manos.
—Tony, no hace falta que nos acojas aquí, podemos ir a casa de Emma, de verdad.
—Si me aseguras que estaréis bien allí, os llevo donde me digas.
—Eso espero.
—Alana —me giro, cogiéndole las manos, colocándolas a su espalda mientras la abrazo
pegándola a mí. La veo tragar y noto que se ruboriza—. Lilly es la novia de mi hijo y, si algo
conozco a Enzo, sé que no la va a dejar, en eso creo que ha salido a mí —digo, más como un
pensamiento para mí mismo—, así que, si está en mi mano protegeros, lo voy a hacer. Esa niña
ya es mi familia, además de Enzo, y, por ende, tú.
—Me vas a hacer llorar, con lo dura que soy yo.
—No lo dudo. Anda, si estáis listos, vamos a tu casa.
Alana asiente y, sin soltarme la mano, me lleva al salón.
—¿De dónde has sacado la ropa? —pregunto, ya que acabo de caer en que llegó con un
vestido.
—Es de mi hermana, ventaja de que tengamos la misma talla.
—Y de que ella se fuera a quedar conmigo en casa hasta mañana —contesta Enzo.
—Ah, ese dato lo desconocía —arqueo la ceja.
—Ni tiempo me dio a decírtelo.
—En fin, tener hijos para esto…
Cojo las llaves del coche, la cartera, y salimos de casa para bajar al aparcamiento.
Una vez en el coche, Alana se sienta delante conmigo, mientras que los chicos lo hacen
detrás.
En cuanto pone la radio, no tarda en subir el volumen.
—¡Navidad, Navidad, dulce Navidad! —comienza a cantar, y juro que, si no fuera por lo que
me costó el jodido equipo de música, le habría dado un puñetazo. Pero solo lo apago.
—¿Qué haces?
—Quitar esa tortura.
—Son villancicos, hombre. Un poco de espíritu navideño, señor seriote.
—Te dije que no me gustan estas fechas, por lo tanto, tampoco los putos villancicos.
—Vale, lo siento —contesta, con la voz apagada y mirando por la ventana.
Escucho a Enzo resoplar en la parte de atrás, miro por el retrovisor y Lilly le está susurrando
algo, pero él, tan solo niega.
Se me hace raro ver a mi hijo adolescente llevando a una chica pegada a él, que tiene el brazo
por encima de sus hombros.
Supongo que tendré que acostumbrarme a verlo así más a menudo, máxime cuando lleva dos
años de relación con ella.
Joder, dos años y yo sin saberlo. Como si hubiera estado viviendo en la otra punta del país, o
del mundo.
Cuando llegamos a la dirección que me ha dado Alana, sin volver a decir una sola palabra
más en todo el camino, aparcamos a unos metros del edifico y vamos caminando.
Alana va delante, sola, con los brazos cruzados y más callada que una estatua. Enzo y Lilly la
siguen, abrazados y charlando, mientras que yo voy el último, alerta por si nos sorprende
alguien. Ellos no lo saben, pero llevo el arma conmigo.
—Es un quinto sin ascensor —dice al fin, mirándome—. Espero que no te canses demasiado.
—Tranquila.
Subimos en ese mismo silencio, tan solo roto por los villancicos que salen de las casas de sus
vecinos, así como de las risas de estos.
Al llegar a la puerta de su casa, veo que Alana frunce el ceño cuando gira la llave.
—Qué raro, juraría que cerré antes de irme. ¿Tú viniste anoche, Lilly?
—No, yo no.
Cuando va a abrir la puerta, se lo impido, poniéndome delante de ella.
Abro y, al entrar, sé que forzar la cerradura no la han forzado, pero han destrozado el piso.
—Dime una cosa, Alana —me giro para mirarla—. Te dejaste el bolso en el coche, ¿verdad?
—Sí, ¿por?
—Porque han entrado con tu llave, y se ve que estaba cabreado.
Entra en el piso y, al ver todo tirado por el suelo, se lleva las manos a la boca.
—Menos mal que estabas en su casa, peque, si no… —Alana comienza a llorar y su hermana
la abraza.
Desde luego, menos mal que la niña estaba en casa con mi hijo, de lo contrario, estaríamos
ante algo mucho peor ahora mismo.
—Tienes que poner una denuncia.
—No puedo, irá a por mí.
—Y qué quieres, ¿que la próxima vez sea peor?
—No voy a ir a la Policía.
—Tranquila, que van a venir ellos —saco el móvil del bolsillo y llamo a Saúl, ese hombre se
ha convertido en el policía de confianza de todos cuantos tenemos relación con Carlo, o las
personas a las que el poli conoce.
—Dime, Tony.
—Lamento molestarte, pero necesito que vengas o me mandes una patrulla si no estás de
servicio.
—¿Al local? Aún es pronto, ¿no?
—No, no, al local no. Te paso ahora la ubicación.
—Vale, pero, dime qué me voy a encontrar.
—Han entrado en una casa y destrozado todo. Van a poner una denuncia.
—¡No voy a poner una mierda! —grita Alana, desde el salón.
—¿Quién es esa mujer? —pregunta Saúl.
—Una larga historia —contesto.
—Vale, eso son… cuatro cervezas el sábado antes de comer. Venga, mándame la ubicación
que voy para allá.
Cuelga, le mando un mensaje con la dirección y me dice que en diez minutos estará por aquí.
Alana no deja de maldecir, así como de agradecer a Enzo, que convenciera a su hermana de
no quedarse sola en casa la noche de Nochebuena.
Cuando la escucho sollozar en la habitación, me acerco y la veo de rodillas en el suelo,
recostada sobre la cama.
—Ey, ¿qué pasa, preciosa? —Me arrodillo a su lado, frotándole la espalda.
—No pensé jamás que Bosco pudiera hacer algo así. Si hasta ha roto el marco de la última
foto que tenemos con nuestros padres.
—No llores, por favor, me mata verte así. No puedo ver llora a una mujer.
—Le odio, no debí nunca aceptar ese trabajo.
—Alana —la cojo por la cintura mientras me levanto y, tras sentarme en su cama, la coloco a
ella sobre mi regazo, acariciándole la espalda mientras ella no deja de llorar—. Lo hiciste por
Lilly, así que no te martirices por ello.
—Lilly —llora aún más fuerte, agarrándose a mi jersey—. A saber, lo que le habría hecho si
hubiese estado en casa.
—No podéis quedaros aquí, ni siquiera en casa de tu amiga. Os venís con nosotros, ¿de
acuerdo?
—Vale —sorbe por la nariz, se seca las lágrimas de los ojos y las mejillas, y me mira—.
Gracias, Tony, de verdad.
—No me las des más veces, anda. Venga, coge todo lo que necesites, que Lilly ya está en ello,
y en cuanto llegue mi amigo el poli, ponéis la denuncia.
—Está bien.
La ayudo a guardar ropa en un par de bolsas de deporte, coge el dinero que tenía guardado en
una caja de zapatos en el fondo del armario, y volvemos al salón justo cuando llaman al timbre.
Abro y me encuentro con Saúl vestido de uniforme.
—¿Qué pasa, Tony?
—Gracias por venir.
—Joder, la que han liado aquí —dice Andrés, que viene con él.
—Ya ves, un jefe un poco cabrón que tiene.
—¿Esto lo ha hecho su jefe? —Saúl arquea la ceja, asiento y cuando ve a Alana, ambos se
presentan— ¿Por qué haría algo así tu jefe, Alana?
—Pues nada, que se entere todo el mundo que soy puta —contesta, dejándose caer en el sofá.
—Scort de lujo, preciosa, eres scort de lujo —le digo, sentándome a su lado.
—Para el caso, lo mismo es, Tony. Me pagan por follar.
—Vale, a ver, que nos estamos desviando del allanamiento de morada.
—Ni eso ha hecho el muy cabrón de Bosco, ya que me dejé el bolso en su coche con mi
documentación y las llaves de casa.
—O sea, que ha entrado con tus llaves, pero te ha destrozado el piso.
—Eso parece.
—Cámaras aquí no hay, ¿verdad? —pregunta Andrés.
—En el edificio, no, en mi casa, tampoco, pero el señor de la tienda de abajo, tiene un par de
ellas.
—Voy a verle, a ver si puede enseñármelas.
Andrés sale del piso mientas Alana le cuenta lo ocurrido a Saúl, que, ni la juzga, ni la mira de
malas maneras, tan solo le dice lo mismo que todos, que aceptó ese trabajo para sacar a su
hermana pequeña adelante.
Saúl hace fotos, empieza a redactar lo ocurrido y cómo nos encontramos el piso al entrar, y
Andrés vuelve diciendo que sí, que el anciano de la tienda tiene grabaciones y, al saber que
habían entrado en casa de Alana, se las ha enseñado.
—¿Es este? —pregunta, enseñándole una foto a Alana.
—Sí, es Bosco.
—Genial, pues venga, a poner la denuncia, preciosa. Y busca un buen abogado, que el tipejo
tiene pinta de ser un pijo de narices.
—Tú lo has dicho, Andrés, yo lo vi anoche —corroboro.
—Solo me faltaba meterme en un lío denunciando a mi jefe, el tío más podrido de dinero que
conozco. Me voy a gastar todo lo que he ahorrado, en un abogado.
—No te preocupes por eso, conocemos a algunos buenos abogados —le digo, besándole la
frente.
Incluso Saúl y Andrés, nos ayudan a recoger un poco ese desastre, mientras viene un cerrajero
al que hemos llamado para que cambie la cerradura, pues solo faltaba que el cabrón de Bosco,
intentara entrar otra vez.
Cuando acabamos, volvemos a mi casa, pero antes compramos unas pizzas para cenar.
Esas que devoramos como si lleváramos un mes sin probar bocado.
—Estaban riquísimas —dice Lilly.
—Sí, es que Giuseppe hace las mejores pizzas italianas de todo Madrid.
—Te doy la razón, cuñado —sonríe Alana.
—Espero que hayas cogido algún vestido bonito —le digo a Alana, mientras recogemos.
—¿Por? ¿Me vas a llevar a cenar fuera alguna noche?
—Trabajo de noche, ¿recuerdas?
—Vaya, es verdad. ¿Entonces?
—Te vienes hoy conmigo, mi jefe quiere conocerte, hablar contigo y, si sabes servir copas,
tienes un nuevo trabajo.
—¿En serio? —Me mira con los ojos muy abiertos.
—Sí.
—¡Ay, Dios mío! Pues… Tengo el vestido que llevaba anoche y… y… ¡Sí! Ahora vuelvo.
Sale corriendo por el pasillo y regresa diez minutos después, me llama y, cuando me giro, veo
que lleva un vestido azul marino de lana, entallado y que le hace un cuerpo perfecto.
—¿Crees que con esto voy bien para ir a ese lugar?
—Perfecta.
—Obvio, me tengo que maquillar un poco, y bueno, arreglarme el pelo.
—Pues venga, a la ducha y a prepararte, que yo voy a hacer lo mismo.
—Ahora mismo, señor seriote —me hace el saludo militar y, cuando la veo volver corriendo
hacia la habitación, juro que se me forma una de esas sonrisas que en contadas ocasiones me han
visto en estos últimos años.
Aviso a los chicos de que van a quedarse solos y que, por favor, no abran a nadie y me avisen
si pasa algo, ambos asienten y siguen viendo la película que acababan de poner.
Me ducho en el cuarto de baño del pasillo y, cuando acabo, voy a mi habitación para vestirme,
solo que no contaba con lo que mis ojos estaban a punto de ver y que, por mucho que yo
quisiera, no podría olvidar, persiguiéndome no solo esa imagen, sino la locura que estaba a punto
de cometer.
20
Escucho sollozos que vienen del cuarto de baño, a pesar del sonido del agua de la ducha, así
que entro para ver si Alana está bien.
Abro la puerta y, lo que yo pensaba que eran sollozos, han resultado ser gemidos. Los de ella,
a quien veo a través de la mampara de la ducha, que está tan entretenida bajo el agua, con una
mano apoyada en los azulejos, y la otra escondida entre las piernas.
Me quedo ahí como un puto mirón mientras la veo mordisquearse el labio, jugando con su
sexo cada vez más rápido y yo, lejos de marcharme, cierro la puerta sin que me oiga, echo el
cerrojo y dejo caer al suelo la toalla que llevaba en las caderas.
Ni qué decir tiene, que mi amiga de ahí abajo se ha puesto firme en cuestión de segundos ante
tan sensual y excitante imagen.
Cuando abro la mampara y Alana se da cuenta de que estoy ahí, grita por el susto, pero no la
dejo que diga una sola palabra, le cubro la boca con una mano tras pegarla a la pared, y llevo la
otra a su entrepierna.
Cuando le pellizco el clítoris veo que cierra los ojos y suelta el aire por la nariz, está de lo más
húmeda y excitada, y yo no puedo negar lo evidente, también estoy excitado.
La penetro con el dedo y lo hago rápido, como lo estaba haciendo ella cuando la he
interrumpido, solo que mi dedo es más grueso que el suyo, y no es por dármelas de importante,
pero Romina no se queja de ellos cuando juego por ahí abajo y la llevo al orgasmo en cuestión de
unos minutos.
Como tampoco lo hace Alana, que se estremece y me muerde la mano cuando se corre
mirándome a los ojos.
Le destapo la boca y no dejo ni que se recomponga.
Me arrodillo ante ella, le separo aún más las piernas y comienzo a lamerle el clítoris una y
otra vez, sin parar, sujetándole las nalgas para que no cierre las piernas en ningún momento.
Ella grita, jadea, y noto que se sostiene a mis hombros cuando voy aún más rápido.
Unos segundos más, y estalla en un nuevo clímax que la deja laxa, pegada a la pared.
—No hemos acabado, pequeña —le aseguro, apoyando la frente en la suya.
—¿Me vas a hacer el amor? —pregunta, mirándome a los ojos.
—No, yo no hago el amor, lo mío es follar rápido y duro.
—Coño, ni que fueras el Grey de los libros.
—Ese a mi lado es un crío, te lo aseguro. ¿Preparada? —pregunto, cuando la cojo por las
caderas, haciendo que me rodee la cintura con las piernas.
La veo tragar, noto que empieza a formarse una sonrisa en mis labios, pero evito que ella lo
vea cuando, mientras la penetro de una sola estocada y con fuerza, hundo el rostro en su cuello y
lo mordisqueo.
—¡Por Dios! —grita, entre jadeos.
—Ese no entra en mi casa, estamos en guerra —le aseguro, mientras la sostengo a pulso y la
penetro con fuerza, enterrándome en ella hasta el fondo.
Alana sigue jadeando, gritando y pidiéndome que no pare, lo que no pienso hacer, puesto que
me ha excitado verla tocarse, y algo tiene que me atrae a ella y no puedo evitar desearla.
Le lamo los pezones, los mordisqueo una y otra vez, mientras ella se agarra con fuerza a mis
hombros.
La bajo, colocándole ambas manos sobre los azulejos, las piernas bien separadas y las caderas
elevadas, y es así como vuelvo a penetrarla, entrando y saliendo rápido y con fuerza, mientras no
deja de gemir y gritar.
Hasta que noto que ambos estamos a punto de corrernos y jugueteo con su clítoris para
ayudarla a hacerlo. Cuando la escucho gritar y veo que se agarra con los dedos a la pared, sé que
ha llegado al orgasmo, así que salgo de ella y acabo sobre la parte baja de su espalda, con jadeos
cortos, hasta que no puedo evitar recostarme sobre ella, abrazarla y besarle el hombro.
—¿A qué ha venido esto, señor seriote? —pregunta, cuando me incorporo, se gira y coge el
gel para enjabonarme.
—Te vi un poco necesitada de un par de manos extra.
—¿Solo un par de manos? —Arquea la ceja.
—Vale, y alguna cosa más.
—Pues hijo de mi vida, qué bien has hecho en entrar a ayudarme.
—Ah, ¿sí? —pregunto, cogiendo el gel para enjabonarla.
—Sí, sí. Estaba yo pensando en ti, pero vamos, que mi dedito en comparación con el tuyo, no
es nada más que un fideíllo.
—Así vas relajada a la entrevista de trabajo.
—¿Lo has hecho por eso? —Frunce el ceño— Joder, ni que tu jefe fuera un ogro.
—No, lo he hecho porque me ha excitado verte, espero que no te haya molestado lo que ha
pasado aquí —le beso la frente.
—No, no, tú repite cuando quieras, hombre. Vamos, gustirrinín para el cuerpo que me llevo.
Como dice Emma, ande yo satisfecha, que me quiten lo “follao”.
—Venga, vamos a vestirnos, o no llegamos.
—Sí, sí, a ver si te van a despedir por mi culpa, o me quedo yo sin trabajo, que es peor
todavía.
Me besa en la mejilla, salimos de la ducha para secarnos y, después de dejar su toalla de
nuevo colgada, va a la habitación desnuda como si estuviera sola.
Supongo que, una vez que se folla con alguien, la confianza aumenta y la vergüenza mengua,
no sé.
Pues nada, salgo como ella, desnudo como mi madre me trajo al mundo. Cojo la ropa y,
mientras ella se seca el pelo, desnuda, que quede claro, me voy vistiendo.
Cuando acabo me siento en la cama y la observo vestirse. Hasta el modo en que lo hace me
recuerda a Chesca.
Sé que es una locura lo que ha pasado entre nosotros, que no debería volver a pasar, pero la
voy a tener en mi casa unos días, no sé cuántos, y va a ser imposible no verla desnuda.
Tendré que proponerme a mí mismo mantener las distancias, esto es algo que no puede volver
a repetirse, no puedo mezclarme con la hermana de mi nuera, joder, ¿qué tipo de familia
seríamos?
Alana sería la madrastra de Enzo, y, además su cuñada. Y Lilly, mi nuera y mi hija.
Por Dios, se me está empezando a ir la cabeza.
—¿Estás listo, señor seriote?
—Sí, vamos.
De nuevo Alana me coge de la mano, me levanto y así salimos al salón, donde los chicos
están de lo más acaramelados en el sofá viendo la película.
—Vaya, por fin salís de la habitación —dice Enzo— ¿No encontrabais la ropa, o qué?
—Hijo, a callar.
—Mira, no le interesa lo que le digo. Que digo yo que, si has hecho algo con esta chiquilla, al
menos habrás usado protección, ¿verdad, jovencito?
—Enzo, te estás jugando que te deje un mes sin salir.
—Perfecto, un mes encerrado en casa con mi niña —le besa la sien a Lilly, que se sonroja,
Alana se ríe y yo acabo resoplando.
—No os acostéis muy tarde. Y si haces algo con esta chiquilla, tenéis preservativos en el
cajón de mi mesilla.
—¡Papá, por el amor de Dios!
—Ahora te haces el vergonzoso, anda que… Vamos, Alana.
Salimos de casa y, mientras Alana va soltando alguna que otra sonrisilla, yo no dejo de pensar
en lo que acabo de hacer.
¿Es que me he vuelto loco, o qué? ¿Qué cojones me ha pasado? Enajenación mental
transitoria, eso puedo alegar.
Porque, de que me he debido de volver loco para follarme a esta chiquilla al día siguiente de
conocerla, es un hecho irrefutable.
21
En el camino no hemos dicho ni una palabra, ninguno de los dos, vamos, que parecía que
estábamos en un velatorio.
Silencio sepulcral, no llevaba puesta ni la radio del coche.
Aparco y vamos hacia la puerta, abro con mi tarjeta y le cedo el paso.
Una vez cierro la puerta, la veo girarse con el ceño fruncido.
—¿Te pasa algo, Tony?
Vaya, he vuelto a ser Tony, no su señor seriote, así que, la cosa es seria.
—No, ¿por qué preguntas?
—No sé, estás pensativo, no has hablado en todo el camino…
—Tú tampoco —la corto.
—Porque no quería meter la pata. Bueno, mira, no sé, da igual.
Vuelve a girarse y continúa caminando por el pasillo hasta la cortina que da acceso a la sala
del bar.
Me mira antes de abrirla y entra sin siquiera esperarme.
Cuando llego, la veo en la barra con un vaso de lo que creo es whisky, se lo toma de un trago
y le da las gracias a Elisa.
—¿Necesitabas un trago para los nervios? —pregunto, sentándome a su lado.
—Va a ser eso, sí. Oye, Elisa, ¿el jefe dónde está?
—En su despacho.
—Pues dile que voy para allá, que tengo una entrevista de trabajo.
—Ahora lo llamo, guapa —Elisa sonríe y va al teléfono.
Alana se levanta y, dejándome ahí sin hacerme el menor caso, comienza a andar hacia la
puerta del pasillo que lleva al despacho de Carlo.
Me levanto antes de que entre, y una vez abre la puerta, la agarro por las caderas pegándola a
la pared.
—¿Qué te pasa conmigo, florecilla?
—¿Florecilla? —Frunce el ceño.
—No se me ha ocurrido otro nombre.
—Pues llámame Alana, que así me bautizó mi madre —contesta, cruzándose de brazos.
—¿Voy a tener que cambiar lo de florecilla, por fierecilla?
—A-la-na. Llámame así, o no me llames. Y déjame, que ya voy tarde.
Me aparta de un empujón, bueno, la he dejado porque sé que no habría podido moverme en la
vida, y se va hacia el despacho caminando con ese contoneo de caderas, que sé que lo hace a
propósito.
Tras dos golpecitos en la puerta del despacho de Carlo, me mira y me hace una burla
sacándome la lengua antes de entrar.
Y sonrío, juro que acabo de hacerlo en cuanto ha dejado de mirarme para entrar. Yo,
sonriendo, ese gesto que tan pocas veces he mostrado en los últimos años.
Un poco más desde que conocí a ciertas señoritas que han ido viniendo por el local, y que han
conquistado los corazones de más de uno.
Regreso al bar, me tomo un whisky y cuando llega la hora salgo a ocupar mi puesto.
Las mismas caras de cada noche, muchas nuevas y algunas que vienen con esa mezcla de
temor y curiosidad por lo que van a encontrarse entre estas cuatro paredes.
—Tony, ¿cómo va la noche? —pregunta Magnus.
—Tranquila por el momento.
—Eso está bien.
—Carlo está dentro, por si quieres saludarlo.
—¿Qué hace aquí ese idiota? Pensé que no vendría hasta mañana.
—Y yo, pero como tú le contaste lo de Alana, me preguntó anoche, le hablé de ella, y quiso
hacerle una entrevista para ver si la podía contratar como camarera.
—O sea, que tenemos chica nueva en el paraíso.
—¿Paraíso? —Arqueo la ceja.
—Claro, tío, el paraíso de las tentaciones.
—Cabrón eres un rato, anda, pasa antes de que te vete la entrada.
—¿A mí? ¿Al socio soltero más fiel de todos? Venga, hombre.
—Nos vemos después.
—Eso está hecho, con una copa en la mano, amigo.
Vuelvo a quedarme solo, comienza a llover y me refugio en el techo que tenemos en la
entrada.
Poco después la puerta se abre y veo que Alana asoma la cabeza.
—Psst, psst. Señor seriote —sonrío sin que me vea, puesto que me ha hecho gracia que me
llame susurrando.
—Dime, fierecilla.
—Soy la nueva camarera de La Tentazione —de nuevo saca la lengua haciéndome una burla,
cierra la puerta y se va.
Acabo riendo, pero en el fondo estoy jodido porque, no solo voy a tener a mi pequeña
florecilla furiosa en casa, sino también aquí.
Vamos, que lo llevo jodido si quiero evitar caer de nuevo en la tentación.
La noche avanza, los socios van y vienen a disfrutar de ella, así como de los placeres de la
carne, y yo solo cuento los minutos para que acabe el día.
Uno de los más intenso, en el que todo comenzó con una pequeña mujer asustada huyendo de
alguien.
—Me voy a casa —la voz de Carlo, me devuelve al presente.
—Haces bien, tus chicas estarán deseando verte.
—No, mis chicas llevan dormidas ya un par de horas, o más. Orlena se nota de lo más cansada
con el embarazo.
—Es normal, a Chesca le pasaba igual. Era una marmotilla.
—Oye, con respecto a eso…
—A qué, ¿a lo marmotilla que va a ser tu chica? —sonrío levemente.
—No, a Chesca. Imagino que te habrás dado cuenta de un pequeño detalle con Alana.
—Si, por pequeño te refieres a que se parecen, sí, me he dado cuenta.
Carlo es el único que ha visto fotos de mi esposa, y es porque, al principio de conocernos y
trabajar para él, en la fecha de aniversario del día que la encontré, me emborraché tanto, que mi
hijo se asustó y fue a él a quien llamó.
Me encontró tirado en el sofá, abrazado a la foto de Chesca, y desde entonces, ni una
borracheara más, ni una foto de ella en casa.
Carlo se encargó de guardarlas todas en una caja en la habitación de Enzo, sin que yo sepa
dónde.
—¿Se parecen, dices? Joder, podrían pasar por mellizas.
—No me digas, te recuerdo que yo estuve casado con Chesca, y que voy a tener a Alana en mi
casa unos días, además de aquí.
—Pues espero que sepas diferenciar quién es quién. Vamos, que no desees a esa chiquilla, ni
te la folles.
—Tu consejo llega tarde, jefe.
—¿Cómo? No me irás a decir que…
—Sí, me la he follado.
—Joder, Tony —Carlo cierra los ojos y niega.
—No digas nada, que bastante jodido estoy yo.
—No, no digo nada. Ya sabes que peores cosas he hecho yo por amor.
—¿Quién ha dicho nada de amor? —Frunzo el ceño.
—Bueno, todo se andará —se encoge de hombros y empieza a caminar en dirección al
aparcamiento.
—¿Y te vas a ir así, sin más? —pregunto, y tan solo levanta la mano a modo de despedida.
Cojonudo, lo que me faltaba, que tire la piedra y esconda la mano.
Tras despedir a los últimos en salir, entro al loca y cierro, dispuesto a tomarme una copa.
Y ahí está ella, tras la barra, recogiendo con Christopher, mientras Elisa sirve un whisky a
Magnus, y al verme me pone uno.
—¿Qué tal tu primera noche? —pregunto, sentándome donde está ella.
—Bastante bien, no he roto ninguna botella, pero me tendré que aprender bien los
combinados y eso, Christopher me va a preparar una chuleta —sonríe, mira a su compañero y
este, sin cortarse un pelo, le da un beso en la mejilla, demasiado cerca de la comisura de los
labios.
¿Ella lo ha evitado? ¿Le ha dicho algo? No, nada, absolutamente nada.
Me tomo la copa mirando a uno y otra, se les ve la mar de a gusto juntos, con tal complicidad,
que pareciera que fueran amigos desde hace años.
Pero, ¿y a mí por qué cojones me molesta eso?
—Tony, me alegro de que Alana esté entre la familia —dice Thais, frotándome la espalda.
—Sí, el jefe ha hecho un buen fichaje.
—Anda, que se te van los ojitos a ella —susurra, la miro arqueando la ceja, y se encoge de
hombros—. No lo niegues, que llevo observándote un rato desde ahí atrás.
—¿Y tú desde cuándo eres como Batman, pequeña?
—Seré su hija y mi madre me tuvo engañada toda la vida, oye.
—Anda, recoge y vete a casa.
—Me lleva Christopher, se me estropeó el coche —frunce los labios.
—Joder, hoy tenéis muy solicitado al pipiolo del camarero —protesto.
—Huy, huy. ¿Son celos eso que intuyo, grandullón?
—¿Celos? ¿Yo? ¿De él? —Señalo a nuestro compañero— Por favor, es un niño a mi lado.
—Tony —la voz de Romina, hace que me gire hacia la zona que lleva a los pasillos.
Ahí está, tan sensual como siempre, con un vestido negro ceñido, de pronunciado escote, que
deja poco a la imaginación.
Aquella chiquilla de veintiocho años que conocí la primera noche que entré a este lugar, se ha
convertido en toda una femme fatale que no le teme a nada, ni a nadie.
Es más adulta, más mujer, y el cuerpo que tiene está hecho para el más absoluto de los
pecados.
—Hola, Romi —la recibo como siempre, apoyando una mano en su cintura mientras ella me
besa la mejilla.
—No me han dejado muy satisfecha esta noche —susurra, mordisqueándome el lóbulo de la
oreja— ¿Vamos a la sala?
Lo dice con ese tono tan provocativo y sensual, acompañado de esos leves mordiscos, y el
dedo viajando por mi pecho, que, como siempre que ella me reclama, o yo lo hago.
Acabo levantándome y llevándola a la Sala Kioto, esa que suele quedarnos más a mano para
un encuentro de sexo rápido y duro, como yo necesito.
22
Ni tiempo casi le doy cuando cruzamos la puerta de la sala, que ya la tengo sujeta por ambas
muñecas, a su espalda, mientras soy yo quien le mordisquea esta vez a ella el cuello, mientras
con la mano libre le acaricio el muslo despacio, notando bajo la yema de mis dedos cómo se
estremece con ese leve contacto.
Romina jadea, sé que quiere tocarme, pero no se lo permito.
No esta noche, cuando necesito ser yo quien lleve el control de todo.
Camino llevándola a la cama, donde la giro, sin soltarle las muñecas y, tras quitarme la
corbata, se la anudo a ellas, impidiéndole que se mueva.
—Joder, Tony, ¿me vas a atar? —pregunta, sorprendida, puesto que nunca lo he hecho.
—Sí —contesto de lo más escueto.
Me pego a su espalda, llevando la mano izquierda al escote del vestido, liberando uno de sus
pechos, ese que masajeo y aprieto haciendo que Romina jadee y grite, en esa mezcla de dolor y
placer que a ella también sé que le gusta.
Levanto la tela del vestido con la otra mano, después de una leve caricia en el muslo, y voy
directo a ese punto que me espera ansioso, deseoso y con ganas de recibir atenciones.
Entro bajo la tela de la ropa interior y ahí está, esa humedad que sabía que iba a encontrar.
Si algo tiene Romina que no deja de sorprenderme, es lo rápido que se excita cuando estamos
juntos.
Comienzo tocando ese pequeño botón con pellizcos que la hacen enloquecer, al tiempo que
doy un tirón al pezón. Romina me contesta con un grito y llevando las caderas hacia atrás, de
modo que se encuentra con la erección que ya ha empezado a formarse bajo mi pantalón.
Con mi mano cubro todo su sexo, dejando que la palma roce el clítoris, mientras con el dedo
la penetro, poco a poco.
La muy diabla comienza a moverse al ritmo que marco, rozando con sus nalgas mi erección, y
eso no hace más que provocarme aún más.
La llevo al orgasmo en cuestión de segundos, dejándola temblorosa entre mis brazos.
No le libero las manos cuando, manteniéndola con los pies en el suelo, la recuesto en la cama
sobre su vientre, le separo las piernas levantándole el vestido y tras liberar mi erección, ponerme
el preservativo y arrancarle, literalmente, la tanguita, la penetro de una certera embestida, de esas
que ella conoce.
Rápida, fuerte, y enterrándome en los más profundo de su cuerpo.
Así es como se lo hago, agarrándola por las caderas, escuchándola gemir, jadear y gritar
pidiéndome más.
Que la penetre más rápido, más fuerte. Y en ese momento lo hago.
Dejo a un lado el hombre que es padre de familia, el portero del local, el serio o el irónico,
para ser el que libera el dolor y la rabia en encuentros como este.
—Tony —jadea, y noto que ambos estamos listos para ese clímax que yo he provocado y los
dos buscábamos.
Una, dos, seis embestidas más, y me corro apretando los dientes mientras escucho gritar a
Romina.
Salgo de ella, voy a asearme al cuarto de baño y la dejo ahí, recuperando el aliento.
Cuando regreso, sigue en la misma postura, le desato las manos, ayudándola a levantarse, y la
beso en la frente mientras nos abrazamos.
Puede parecer algo extraño ese gesto después del momento vivido, pero ambos sabemos lo
que significan estos encuentros para nosotros, es el momento en que liberamos nuestros
demonios.
—Me has roto la braguita —sonrío levemente al escucharla—, y eran de las caras, guapito.
—Lo siento, mañana te traigo un conjunto nuevo.
—Deja, deja, que querrás que lo use contigo y, uf, después de lo de esta noche, ya voy servida
hasta el sábado que vuelva a buscarte.
—¿En serio no te deja satisfecha ningún socio? —Arqueo la ceja.
—Claro que sí, tonto, pero ya sabes que intuyo cuando tú necesitas un exorcismo.
—Hostia, ¿ahora se llama así a echar un polvo rápido?
—¿Has visto cómo cambia el cuento?
—Anda, ve a asearte y vámonos.
—Me tiemblan las piernas, no sé si voy a poder caminar.
—Pues nada, te saco en brazos del local.
—¿En plan, recién casados? —Pone tal cara de miedo que, si fuera capaz de soltar una
carcajada, la soltaría.
—No, más bien, a lo “Oficial y Caballero”.
—¡Oh, por favor! Muero con Richard Gere.
—Ese es como yo, un madurito sexy.
—No, tú eres un madurito sexy, ese hombre ya tiene setenta años.
—Pero sigue gustando a las mujeres, yo de mayor, quiero ser como él.
—Te recuerdo que él tiene pelo, tú no.
—Touché.
Romina se ríe, va al cuarto de baño y, cuando regresa, me besa en la mejilla y salimos hasta la
sala de bar, donde me encuentro a Alana, sentada en la barra, con un whisky en la mano y con el
rostro de haber llorado.
—Mierda, me olvidé de ella —murmuro, y Romina me mira arqueando la ceja.
—¿Qué pasa con la camarera nueva?
—Es una larga historia.
—Hum, y te has acostado con ella.
—Joder, ¿es que lo llevo escrito en la cara?
—No, pero me lo acabas de decir tú, yo no tenía ni idea.
—Mira que eres bruja.
—Me voy, que creo que necesitáis estar a solas.
Otro beso en la mejilla, esta vez, Alana lo ve y se bebe el contenido del vaso de un trago.
—¿Qué haces bebiendo?
—Pues eso, bebiendo mientras esperaba a que usted acabara de follar con “miss cirugía”.
—No está operada —arqueo la ceja.
—Mira qué bien te lo sabes. En fin… —Se levanta, cogiendo el bolso— ¿Nos podemos ir ya,
o queda alguien con quien desahogarte otra vez?
—Alana…
—No, si me da igual. Sé que no soy más que una puta, pero, oye, suelo cobrar por ello.
Alégrate, contigo lo hice gratis —se gira y la retengo cogiéndole la mano.
—No vuelvas a decir eso, en la vida. No eres ninguna puta.
—Claro que lo soy, y de las caras. Quinientos pavos el polvo.
—No sigas.
—¿O qué?
—No quiero discutir.
—¿Y si yo sí quiero? O esto es una relación unilateral.
—¿Quién ha hablado de relación?
—Bueno, relación de compañeros de piso, quise decir. Aunque, mira, mejor me busco un
hotel y me voy allí con Lilly.
—Ni hablar, os quedáis en mi casa.
—No voy a volver a dormir contigo.
—Pues yo me voy al sofá.
—¡Ah, no! El sofá para mí, que no quiero quitarle el trono al rey de la casa.
—Alana, ¿cuánto has bebido?
—¿Y a ti qué te importa? —grita, y comienza a llorar— Mierda, otra vez —protesta,
girándose para secarse las lágrimas.
Me acerco a ella, la abrazo por la espalda y trata de soltarse, pero no se lo permito.
—Siento haberme olvidado que estabas aquí, florecilla.
—Qué bien.
—No llores, por favor —susurro, apoyando la barbilla en su hombro y besándole el cuello.
Y me quedo así durante unos minutos con ella, abrazándola y respirando ese aroma que, para
mi sorpresa, me tranquiliza.
Es como si de un bálsamo se tratara.
—Sé que no somos nada, pero, no pensé que después de hacerlo conmigo en tu casa, lo harías
con otra aquí.
—Romina es la chica con la que habitualmente lo hago, no hay nada más que sexo, ambos
sabemos a lo que vamos a esas salas.
—Ya, bueno…
—Te dije que lo mío es el sexo rápido y duro, ella lo entiende.
—Yo también podría entenderlo —murmura, sin mirarme.
—Alana, tú eres distinta a ella, a todas las demás que han pasado por mi vida desde que perdí
a la madre de Enzo.
—¿Cómo fue eso?
—No quiero hablar de ello —le beso la frente y ahora soy yo quien la coge de la mano para
salir del local—, en otro momento, tal vez.
—Y, ¿vamos a volver a…?
—No lo creo —la corto, puesto que sé a lo que se refiere, y esa sin duda ha sido la mayor
estupidez que he cometido en mi vida.
Cierro, tras cerciorarme de que todo está en orden, y vamos al coche para regresar a casa.
—¿Podemos ir mañana a poner la denuncia a Bosco? —pregunta, mirando por la ventana,
unos minutos después— Bueno, dentro de un rato, quiero decir.
—Claro, descansamos un poco y después vamos. Llamaré a Saúl, para que lo sepa.
—Gracias.
—Ey —le cojo la mano, entrelazando nuestros dedos y dejo un beso en ella. Ese simple gesto
me hace revivir de nuevo aquellos momentos en los que era a Chesca, a quien se lo hacía—. No
tienes que darme las gracias, voy a ayudarte en lo que pueda, a cuidar de ti y de Lilly, ahora sois
nuestra familia, de Enzo y mía.
Ella asiente y veo que está llorando, le seco las lágrimas y no le suelto la mano en todo el
camino.
Tiene algo, no solo ese gran parecido con mi esposa, que me atrae a ella y que me grita que la
ayude, que la proteja.
Y voy a hacerlo, porque sé que sería lo que Chesca, querría que hiciera.
23
Y después de mucho discutir, acabé metiendo a Alana en mi cama, sola, eso sí, pues yo me fui
a dormir al sofá.
Es cómodo, pero para estar sentado, porque dormir es imposible, y más para alguien de mi
tamaño, menudo, tortura vértebras.
Casi no he dormido, porque Enzo y Lilly, han estado preparando la comida en la cocina, con
lo cual, entre susurros y risitas, no he pegado ojo.
Ducha rápida para espabilarme, café como para un ejército, y a vestirme para ir a comisaría.
Pero, claro, en mi habitación está Alana, y cualquiera entra, no quisiera encontrarme otra
sorpresa como la del día anterior.
—Lilly.
—Dígame, señor Carusso.
—Llámame Tony, por Dios —protesto, pasándome la mano por la cara.
—Mejor, llámale suegro, preciosa.
—Enzo, no me toques la moral, que no está el horno para bollos.
—Ah, ¿no? Pues he metido un bizcocho a hacerse.
Sí, mi hijo ha sacado mi lado graciosillo irónico. Bueno, es que es como un clon mío, qué
cojones.
—No seas malo, Enzo. Dime, Tony, ¿para qué me llamabas?
—¿Podrías ir a mi habitación, a ver si está tu hermana visible? Necesito coger ropa.
—Voy. Si no está visible, puedo cogerte yo lo que me digas.
—Pues mira, sí, mejor. Cualquier vaquero y un jersey.
—Ahora vuelvo.
Lilly se marcha, justo después de que mi hijo le dé un beso en la mejilla, y yo me quedo
mirándolo.
—¿Qué? —pregunta.
—¿Por qué no me dijiste antes que tenías novia?
—Papá, era un crío, y no sabía si íbamos en serio, aunque, mira, dos años ya.
—A tu madre le gustaría, estoy seguro.
—Sí, a Alana también. Me recuerda a cómo era ella. Aparte de…
—Lo sé —miro mi taza de café, esa que tengo en la mano y no dejo de mover en círculos.
—Parecen hermanas, ¿a qué sí? —asiento.
—¿Se lo has dicho a Lilly? —pregunto, pero sin mirarlo.
—No, nunca lo he hecho.
—Mejor, no lo hagas aún.
—¿Se lo vas a decir a ella?
—Cuando llegue el momento.
—Dime una cosa, papá —Enzo se sienta a mi lado, lo miro y sonríe—. ¿Has sentido algo?
—Define, algo.
—Ya sabes, algo. O sea, deseo, atracción…
—Joder, ¿en serio estoy teniendo esta conversación con mi hijo de diecisiete años?
—¡Menudo gallina está hecho! —grita Alana desde la habitación, lo que hace que la
conversación con mi hijo se corte de golpe— ¡Tan grande, y tan cobarde!
Lilly aparece en ese momento por el salón, más roja que un tomate, me mira y se encoge de
hombros.
—No me ha dejado coger tu ropa.
—Genial.
—¡Ven tú a por ella, o sales en pijama! —grita Alana de nuevo.
—¿Qué le pasa contigo? —pregunta Enzo.
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo de escucharla, ¿verdad, preciosa?
—No es apta para menores —arqueo la ceja y ambos me miran con los ojos muy abiertos.
—Papá, no habréis…
No contesto, simplemente me levanto y voy a la habitación, esa que me encuentro con la
puerta abierta, y a una Alana malhumorada tirando ropa sobre la cama.
—A ver qué me pongo para ir a la Policía —murmura—. Porque, voy a denunciar a mi jefe
por entrar en mi casa, con mis llaves, sin mi permiso, después de que se enfadara conmigo por
querer de ser una más de sus putas, que me golpeara y salir corriendo. Y, claro, yo no quiero
parecer una puta, por muy de lujo que sea.
Está sollozando, así que no puedo evitar acercarme a ella por la espalda, despacio, y abrazarla
con fuerza.
—No eres ninguna puta, no al menos para mí —le aseguro, besándole el cuello.
—Pues ayer me trataste como tal.
—No, no lo hice. Te vi tocándote, me excité y sentí el deseo de hacértelo.
—De hacerme, ¿qué?
—Lo que te hice, florecilla.
—Me follaste, Tony, eso hiciste. Es lo que haces, ¿no?
—Sí, pero contigo… se sintió diferente.
—¿Diferente? No te entiendo.
—No me entiendo ni yo, te lo aseguro. Tienes algo…
—¿Dónde? —se mira, y me hace sonreír.
—No, tontita, me refiero a ti, que tienes algo que me atrae, algo que me hace querer
protegerte. No sé ni cómo explicarme.
—Pues vamos bien. Deja, que me visto para irnos.
—He venido por mi ropa ¿Me voy al baño del pasillo a vestirme, o lo hago aquí?
—Como quieras, es tu casa, solo faltaría que te echara de tu propio dormitorio —se encoge de
hombros.
Hago que se gire, pero no me mira, así que le cojo el rostro con ambas manos, secándole esas
furtivas lágrimas que aún quedan en ellas, y los ojos se me van a esos labios que me llaman
pidiendo que los bese.
Me inclino, Alana cierra los ojos y por un momento vuelvo a verla a ella, a Chesca, y estoy a
punto de cometer una locura, pero no lo hago.
Le beso la frente y la abrazo, pegándola a mi pecho, mientras enredo los dedos en su pelo y
vuelvo a sentir que el aroma que desprende me tranquiliza.
—Voy a vestirme —digo, unos minutos después, Alana asiente y se queda mirando toda la
ropa que ha dejado en la cama.
Al final se ha decantado por ir como yo, en vaqueros ajustados, un jersey y zapatos de tacón.
Está sexy a rabiar, y mi entrepierna opina lo mismo, porque ya está empezando a ponerse
firme.
Dios mío, qué tortura.
Salimos los cuatro de casa y llamo a Saúl, para decirle que nos vemos en comisaría, además,
aprovecho para llamar a Enok, comentarle un poco por encima el caso, y me dice que me manda
a su socia Rosaura.
Cuando llegamos a la comisaría y, tras preguntar por Saúl, nos pasan a una sala donde
esperamos a que llegue.
Lo hace apenas unos minutos después en compañía de Andrés, su pareja de trabajo. Rosaura,
tampoco tarda en aparecer.
—Bueno, ya veo que tenéis abogada —dice Saúl.
—Sí, me ha comentado Enok un poco por encima la situación mientras venía. Después nos
ponemos al día, chicos. Agentes, cuando quieran pueden comenzar a tomar declaración a mi
clienta.
Y eso hacen, Alana vuelve a contarles todo lo ocurrido en la madrugada del veinticuatro al
veinticinco de diciembre, y la posterior sorpresa al encontrar la casa patas arriba.
Ellos hacen firme la denuncia, adjuntándola al atestado de la tarde anterior, y en ella hacen
constar que hay pruebas irrefutables que confirman que fue Bosco, quien entró en el piso en
Alana.
Nos dejan a solas con Rosaura, que le entrega una tarjeta y le dice que no se preocupe, que su
bufete es uno de los mejores de la ciudad y que, si tiran bien de la manta, pueden sacar más de un
trapo sucio de ese hombre.
Cuando acabamos, volvemos a casa, donde comemos la lasaña que ha preparado Lilly, la
verdad es que para ser tan joven tiene buena mano con la cocina.
—Podrías dedicarte a esto, sé te da muy bien —digo, mientras recogemos la mesa.
—¿Cocinera? —pregunta.
—Sí, hay cursos y demás que puedes hacer.
—No estaría mal, preciosa. Hasta podrías poner algún día tu propio restaurante. Ya te veo con
estrellas Michelin y todo.
—Hala, a tanto no creo que llegara, Enzo —sonríe ella.
—¿Por qué no? Lilly, en la vida, hay que pensar que todo es posible. Ningún sueño, por difícil
que parezca, es imposible de lograr —le aseguro.
Alana no ha dicho nada en toda la comida, y la noto de lo más rara y distante.
Dejo a los chicos en el salón cuando veo que ella se va a la habitación, la sigo y entro sin
llamar.
—¿Qué te pasa? —pregunto acercándome, cuando la veo abrazándose a sí misma, mirando
por la ventana.
—He firmado mi sentencia de muerte, eso es lo que pasa —contesta.
—No digas eso —la abrazo, y ese gesto cada vez lo siento más cercano, más cálido, más…
natural.
—Es la verdad, Tony. He denunciado por agresión a mi jefe, además de por entrar en mi casa
con mis llaves y destrozarla. Ese hombre tiene mucho dinero, seguro que sus abogados son
mejores que la mía.
—No menosprecies a Rosaura, conozco a Enok desde hace tiempo, y el tío es bueno en lo
suyo. ¿Recuerdas el caso del empresario muerto en Navidad el año pasado? Ese que trascendió
tanto y se resolvió este verano.
—Sí, fue de lo más mediático
—Exacto. Pues el bufete de Enok, era el que llevaba el caso, concretamente, la que hoy es su
chica, que hacía las prácticas como becaria. Consiguieron ganarlo contra la parte demandante.
Son buenos en lo que hacen, florecilla, así que, tranquila, que va a salir todo bien —le beso la
sien y me quedo ahí con ella, abrazándola mientras contemplamos las vistas de la ciudad por la
ventana.
Y no pienso en soltarla, ni mucho menos, todo lo contrario, me encantaría poder quedarme así
con ella el resto del día, no ir a trabajar, no estar durante horas parado en la puerta del local a la
intemperie mientras ella sirve copas y se ve expuesta ante la mirada de otros hombres que
puedan desearla.
Espera… ¿Qué me importa a mí si la miran, la desean, o quieren pasar un rato con ella en una
de las salas?
Pues me importa, joder, me importa y mucho.
Y eso, damas y caballeros, es un serio problema.
24
Doy por finalizada una noche más de trabajo tras despedir al último grupo que abandona el
local.
Entro para tomarme una copa, como siempre, y veo a Magnus sentado en la barra charlando y
riendo con Emma, la amiga de Alana.
—Elisa, un whisky —se lo pido a ella, puesto que Alana está en el otro extremo con
Christopher, hablando de, a saber, qué.
Y me llega el sonido de su risa, esa que hace que me gire a mirarla y me quede absorto ante su
imagen.
Verla feliz, después de lo que ha pasado en apenas dos días, me alegra, pero me molesta no
ser yo quien provoque esa risa.
¿Por qué? Se supone que soy un hombre adulto y lo suficientemente maduro como para no
sentir celos de un crío como Christopher.
Y, ¿qué hago llamando celos a esto? Joder, si no es nada mío, tan solo alguien a quien conocí
por casualidad y a la que voy a ayudar.
—Te veo muy callado, colega —dice Magnus.
—Estoy algo cansado.
—Vaya por Dios, y yo que iba a proponerte irnos de copas ahora.
—Chicos, me marcho ya —me giro al escuchar a Carlo a mi espalda.
—Mañana más, jefe.
—Sí, no os vayáis muy tarde a casa, que Magnus tiene mucho peligro.
—Tranquilo, que, si hace falta, le mando allí en un taxi —contesto.
—¿Es que ahora eres mi niñera o algo así?
—No se me ha pasado por la cabeza.
—Bueno, qué, ¿nos tomamos una por ahí?
—No estoy solo, ya sabes —señalo donde está Alana, y ahí es hacia donde mira Magnus.
—¿Y si nos quedamos aquí? —pregunta Emma.
—Creí que te irías al cerrar.
—Tony, no me fastidies la noche que me lo estoy pasando muy bien aquí.
—Aquí, dónde, ¿en esta sala?
—Sí, no he entrado en ninguna de todas las que hay, pero oye, no me habría importado.
—Pues a eso le pongo yo solución —veo a Magnus pasarle el brazo por los hombros, y ella se
sonroja—. Cuando se marchen todos, te enseño el local —hace un guiño y ella traga con fuerza.
—Joder, no asustes a la chiquilla, hombre.
—No la he asustado, ¿verdad, preciosa?
—No, no.
—Ya estoy acabando, Tony —me informa Alana, apoyándose con ambos codos en la barra y
besándome la mejilla.
—¿Y eso? —Arqueo la ceja.
—Una muestra de cariño. No me irás a decir que nunca te hicieron una.
—Sí, alguna que otra.
—Bueno, pero las mías son mejores —me hace un guiño antes de girarse, y sigue colocando
botellas.
—Venga, nos tomamos aquí la última —asegura Magnus, a lo que veo que, tanto Emma
como Alana, sonríen y asienten.
Me termino el whisky mientras se van marchando todos, hasta que tan solo quedamos
nosotros cuatro.
No sé por qué, pero algo me dice que esto no puede acabar bien.
—Estamos solos, señoritas —dice Magnus, poniéndose en pie y yendo detrás de la barra para
coger una botella y servir cuatro chupitos—. Ya sabéis lo que se dice de este lugar.
—No, ¿qué? —pregunta Emma, con esa carita de ángel que tiene.
—Lo que pasa en La Tentazione, se queda en La Tentazione.
Cogemos los vasos y nos tomamos el chupito. Magnus no tarda en rellenarlos de nuevo, y
otro que nos bebemos antes de dejar el vaso sobre la barra con un golpe seco.
Y así, un chupito tras otro, nos terminamos la botella.
—Apunta que hay que pedir de esto —le dice Magnus a Alana—, esperemos que Carlo no
nos mate.
—Oye, ¿me puedo quitar el antifaz? —pregunta Emma— Él no lleva, y ya me ha visto en la
entrada. Alana me conoce de sobra, me ha visto hasta desnuda.
—¿En serio? —Magnus arquea la ceja, acercándose a ella y le rodea la cintura— ¿Te puedo
ver yo también?
—Huy, no, no. A mí no me ve desnuda un hombre, hasta la quinta cita por lo menos.
—Pues hoy te vas a saltar esa norma, preciosa.
Y, sin cortarse lo más mínimo, la coge en brazos y empieza a caminar hacia la puerta que da
al pasillo de las salas.
—¿No venís? Yo necesito un baño después de tanto chupito.
—¿Vamos al jacuzzi?
—Sí, preciosa, te llevo al jacuzzi —contesta, dándole una leve palmada en la nalga a Emma.
Miro a Alana, que me observa cómo esperando una respuesta, resoplo y le hago un leve gesto
con la cabeza para que vayamos con ellos.
Llegamos a la Sala Zanzíbar y Magnus deja a Emma en el suelo, cogiéndole la mano para
llevarla hasta uno de los sofás, donde empieza a desnudarla, poco a poco.
—Me da vergüenza —la escucho murmurar.
—Pues conmigo no la tengas. ¿Quieres que me quite el antifaz? —es la primera vez que
Magnus pregunta eso, y la verdad, dudo que lo haga, puesto que es uno de los hombres más
importantes a escala internacional.
—Sí —contesta ella, inclinando la mirada.
Y ante mi sorpresa, ese jodido rubio de ojos azules se quita el antifaz. Yo esto lo cuento, y se
creen que he bebido en exceso.
—Vaya, pero, si eres.
—Magnus, Magnus Holt.
—Dios mío, me voy a desmayar.
Que conste, que el rubio, ni es actor de cine, ni de televisión, ni cantante, ni nada que tenga
que ver con ese mundo, sino el dueño de Intranet Holt, una de las empresas más grandes
dedicada a la creación de páginas web y aplicaciones para móviles, entre otras cosas.
Ha salido varias veces en televisión por el éxito de alguna de esas apps, o por su asistencia a
ferias relacionadas con el mundo de la tecnología, móviles y demás.
—¿Puedo? —Magnus lleva ambas manos al antifaz de Emma, que asiente antes de que él se
lo quite— No me equivocaba al llamarte preciosa, realmente lo eres.
—Huy, ¿todos sin antifaz? Perfecto —dice Alana, que se lo quita y lo deja en el sofá.
—Fuera ropa, que vamos a darnos un bañito.
Magnus termina de desvestir a Emma, se desnuda él y veo que Alana también lo hace.
Mientras los tres entran en el jacuzzi con la ropa interior, yo me quedo sentado.
—¿No vienes, Tony? —pregunta Alana, a lo que contesto con un simple gesto de negación
moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Déjale, es un poco aburrido el chaval.
—Te recuerdo que soy mayor que tú —protesto.
—Dos años, no te pases.
Lo dejo por imposible, me dejo caer hacia atrás en el sofá, con los ojos cerrados y la cabeza
apoyada en las manos entrelazadas.
Me evado del ruido que me rodea y me centro en mi respiración. No sé qué es lo que pueda
llegar a pasar en ese jacuzzi, pero ni siquiera quiero pensarlo.
Solo que eso es inevitable, puesto que no tardan en empezar a soltar risitas.
Respiro hondo, procurando no abrir los ojos, no mirar.
No quiero mirar, no quiero saber qué pasa entre esos tres en el jacuzzi. Sé que, si miro, me
arrepentiré de hacerlo, o me enfadaré, y acabaré dándole un puñetazo a uno de los socios más
importantes de este lugar.
Qué digo socio, forma parte del círculo más íntimo de amistades de Carlo, casi como un
hermano.
Si le diera un solo puñetazo, esa sería mi sentencia de muerte, bueno, no tanto, pero estaría
despedido y sin que a Carlo le temblara el pulso, lo más mínimo, al firmar mi finiquito.
26
Escucho los sollozos de Alana cuando entro, y la veo en el suelo, de rodillas, recogiendo los
cristales.
—¡Alana! —grito, al ver que tiene algunos cortes en las manos que no ha visto.
Se las cojo, haciendo que los vuelva a soltar en el suelo, la levanto y cargo con ella en brazos
para llevarla a mi habitación.
Cierro la puerta y voy al cuarto de baño, abro el grifo de agua y, tras sentarla en el mueble del
lavabo, pongo sus manos bajo el chorro para que se le vaya la sangre que hay.
—Quédate así un momento, voy a coger el botiquín —le pido, pero no me contesta, sigue
llorando—. Alana —le cojo ambas mejillas, me mira, pero es como si no me reconociera, y no
puedo evitar besarla.
Yo, que me dije a mí mismo que nunca besaría a otra que no fuera Chesca, no hago más que
besar a Alana una y otra vez, y más la besaría.
—Ya vuelvo.
Cojo el botiquín del armario que hay en la pared contraria y regreso con ella, que sigue
mirándose las manos mientras el agua se lleva la sangre que sale de los cortes.
Las limpio bien, pongo una pomada cicatrizante y las cubro con gasas, además de una venda.
—Florecilla, mírame —le pido, agarrándole las muñecas.
Ella lo hace, sin dejar de llorar, y me mata verla así. La abrazo, pegándola a mi pecho, y es
cuando el llanto se vuelve aún más fuerte, más desgarrador, soltando todo eso que lleva dentro.
—Lo siento, pequeña, no tenía que haberte gritado de ese modo, ni decirte esas cosas. Eres
una valiente por lo que has hecho para sacar a tu hermana adelante. De verdad que sí. Lo siento,
mi amor —cierro los ojos y le beso la frente.
Mi amor, dos palabras que dije tantas veces durante años, y que ahora ya creía olvidadas.
—Tienes razón, todo el mundo me verá siempre como una puta, nada más.
—No —le cojo el rostro entre mis manos, secándole las mejillas, mirándola fijamente a los
ojos—. Para mí no eres una puta, Alana. Ni tampoco para Lilly, ni para Enzo. Ellos saben lo que
has sacrificado para mantener a Lilly contigo.
—Es lo que soy, Tony, una puta, por mucho que lo adornen con las palabras de lujo al lado. Y
encima he denunciado al que era mi jefe, y puede que, no solo pierda el juicio, sino que tenga
que pagarle yo a él, y entonces, ¿qué pasará con Lilly?
—No pienses que vas a perder, porque te aseguro que no va a ser así. Vas a ganar, no estás
sola en esto, y Lilly tampoco. Es mi nuera, y yo por mi familia doy la vida si hace falta.
—¿Y yo qué soy para ti, Tony? —pregunta, sin dejar de mirarme a los ojos.
—Mi liberación, Alana. Tú has sido, eres y siempre vas a ser mi liberación.
—No lo entiendo —inclina la mirada y sigue llorando.
—Eres el ángel que otro ángel envió para liberarme de mi dolor, de mi coraza. Estoy
convencido que mi esposa Chesca quiso que nuestros caminos se encontraran.
—Dijiste que estaba…
—Muerta, sí. La asesinaron hace nueve años —cierro los ojos, veo a Chesca sonreír y hasta
me da la sensación de que se despide de mí con la mano. Y de nuevo es el rostro de Alana el que
aparece en mi mente—. Ven, quiero que veas algo.
La dejo en el suelo, seco sus mejillas antes de besarla y, pasándole el brazo por los hombros,
la saco de mi habitación para ir a la de Enzo.
Tras llamar con un par de toques, me da paso, asomo la cabeza y veo que está abrazando a
Lilly, que también llora.
—Hijo, saca la caja que escondió Carlo, ha llegado el momento.
—¿En serio?
—Sí.
Enzo asiente, besa a Lilly y se levanta de la cama.
Por un momento me quedo ahí parado, queriendo saber dónde han estado esas fotos todo este
tiempo, pero decido que no, que esos recuerdos se queden ahí guardados para que él, sea quien
pueda verlos cuando quiera o necesite ver a su madre.
Voy con Alana al salón, la dejo en el sofá y preparo café para este momento, el más difícil de
digerir por ella, estoy seguro.
Cuando regreso, los chicos están sentados en el otro sofá, y la caja sobre la mesa.
Le doy una taza a Alana, me siento, bebo un sorbo de la mía y, tras una gran bocanada de aire,
abro la caja y veo la foto que siempre he abrazado, desde aquella noche en la que enterré a mi
esposa.
Dejo la taza en la mesa, cojo el marco de la foto y se lo enseño a Alana, que la mira sin
entender, frunciendo el ceño mientras lo coge.
—¿Me conocías de antes? —pregunta, mirándome— Enzo, ¿me has hecho fotos para dárselas
a tu padre?
—No, Alana —contesto—. Esa no eres tú, florecilla, sino Chesca, mi esposa.
—¿Qué?
Veo la sorpresa en sus ojos, así como la incredulidad. Sé que sigue pensando que es ella, pero,
cuando vea el resto de fotos, esas en las que mi esposa está vestida de novia, embarazada, con
Enzo en sus brazos, o con él y conmigo, se dará cuenta que digo la verdad.
Se las muestro todas, igual que a Lilly, que no deja de decir que pasarían por hermanas por el
gran parecido físico entre ambas.
—Alana, siempre se ha dicho que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo, y está
claro que tú eres la de Chesca —le dice Lilly.
—¿Cuántos años tenía cuando… murió?
—Veintiocho. Era una década mayor que tú.
Alana pasa el dedo por esa foto que me acompañó en mis peores momentos de dolor, en esas
noches en que me emborrachaba hasta caer dormido en el sofá, antes de que me diera al alcohol
y el sexo desenfrenado.
—Tenía una sonrisa muy sincera, se la ve feliz en todas las fotos —asegura, sin dejar de
tocarla.
—Lo era, Enzo la hacía feliz. Cuando desapareció supe que no habría sido por voluntad
propia, puesto que no abandonaría a nuestro hijo. A mí, tal vez, pero al niño, no.
—¿Qué pasó? —pregunta Lilly— Enzo nunca me lo ha contado.
—Porque nunca supo el verdadero motivo.
—Quiero saberlo ahora, papá.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Nos la quitaron de la peor manera, y fui yo quien la encontró.
Comienzo a contarles todo, el modo en que me enteré que la habían secuestrado, el motivo,
que fue todo un error, pero aun así pedían un rescate millonario que yo, ni juntando el sueldo de
veinte vidas podría pagar.
Que me ofrecieron ayuda y la rechacé, hasta que llamé a mis antiguos compañeros del ejército
y, con el dinero que me dio el secretario del embajador, compraron lo necesario para esa misión
de rescate.
—A la que llegué tarde y me maldije, y aún lo hago, por ello —confieso, con los codos
apoyados en las rodillas, las manos cruzadas y la mirada perdida en algún punto del suelo.
—No fue tu culpa, papá.
—Yo creo que sí, pero no puedo cambiar el pasado, hijo.
—Tony, estoy segura de que ella no querría verte así, y tampoco habrá sido feliz de ver que
has perdido la sonrisa que tenías en esa foto.
Miro a Alana y sonrío mientras le acaricio la mejilla.
—Por eso me quedé mudo cuando te vi la primera vez en mi habitación, porque fue como
verla a ella.
—¿También por eso te has acostado conmigo?
—No, florecilla. Eso lo he hecho porque me gustas, me atraes y haces que te desee
constantemente. No había besado a ninguna mujer desde Chesca, pero contigo no puedo evitar
hacerlo. ¿Entiendes ahora por qué eres mi liberación? Me has ayudado a quitarme el dolor, pero,
sobre todo, la coraza que me había construido yo mismo.
—Eres la primera mujer que entra en esta casa, y en su habitación —confiesa Enzo.
—Y espero que seas la última —sonrío, la atraigo hasta mí y la beso.
—¿Yo cómo te llamo? ¿Cuñada o mamá? —pregunta Enzo, haciendo que todos riamos.
—Alana, que mamá me hace muy vieja —ríe ella.
—Cierto, solo me llevas diez años. Joder, papá, esto es raro. Somos una familia de lo más
atípica.
—Peores cosas se han visto, hijo.
En ese momento suena mi teléfono y veo que es Rosaura, la abogada que lleva la denuncia
que puso Alana. Ella sigue sin tener móvil por lo que le di el mío.
—Dime, Rosaura.
—Hola, Tony, tengo novedades. ¿Estás con Alana?
—Sí, espera que pongo el manos libres —dejo el móvil sobre la mesa y conecto el altavoz—.
Listo, cuéntanos.
—Hola, guapa, aquí tu abogada. A ver, tengo noticias sobre el crápula de tu jefe. No eres la
primera a la que pone una mano encima, además de entrar en tu casa. Por cierto, ese piso en el
que estás es suyo, él se encargó de hacer que la inmobiliaria te lo ofreciera, es su estrategia para
tener bien cogidas a sus chicas.
—¿Qué?
—Lo que oyes, como decía, no has sido la primera, este tío lo lleva haciendo ya mucho
tiempo. El caso es que le ha llegado la demanda, su abogado se ha puesto en contacto conmigo, y
me ha puesto de vuelta y media. Él también estaba, que debían tener el manos libres, y ha dicho
de ti que eres de todo, menos bonita. Pero tranquila, que sus amenazas hacia ti y hacia mí, las
tengo grabadas. A ver, la cosa se va a poner bastante fea, porque este tipejo no va a aceptar ni,
pagar un duro, ni pisar cárcel, vamos, que eso me da que va a intentar esquivarlo un montón,
pero tenemos al mejo hacker trabajando en esto y está buscando hasta entre las piedras para
darnos algo con lo que tirar para ir a por él y que esté tanto tiempo sin ver la luz del sol, que
cuando salga va a parecer un vampiro de lo pálido que va a estar.
—Bueno, queda todo en vuestras manos, Rosaura, yo me fio, si venís de parte de Tony.
—Por eso no te preocupes, que Enok es el mejor, y yo aprendí de él. Bueno, os mantengo
informados con lo que vayamos encontrando, ¿de acuerdo? Cuidaos mucho, parejita —cuelga y
escucho a Alana suspirar.
—¿Qué pasa, preciosa?
—No va a ser nada fácil, y temo que Bosco haga algo.
—Estáis aquí, conmigo, y no dejaré que os pase nada, te lo juro. Ya perdimos a una mujer
importante en nuestra vida, no volveremos a perder a otra. ¿Verdad, hijo?
—Verdad.
Alana me abraza, necesitando ese cariño y protección que le ha faltado desde que perdiera a
sus padres.
La beso en la frente y me recuesto en el sofá con ella así, acurrucada en mi pecho.
Se siente bien, natural. Y, por primera vez en años, no creo que esté haciendo nada malo por
querer proteger, cuidar y amar a otra mujer.
29
Sábado, y desde que ayer le contara todo a Alana, no ha dejado de querer estar conmigo en
ningún momento, tan solo por la noche mientras trabajábamos.
Los besos y esas muestras de cariño se han ido sucediendo continuamente, incluso Enzo, me
ha dicho después de comer que se alegra de verme sonreír de nuevo.
Sí, apenas hace unos días que conozco a esta mujer, pero soy lo suficientemente mayor para
saber que no quiero a ninguna otra en mi vida. Tal vez con el tiempo sea ella quien se canse de
estar con un viejo como yo, pero mientras esté a mi lado, la voy a hacer la persona más feliz de
la tierra.
—Papá, nos vamos a cenar —dice Enzo, cuando salen él y Lilly del pasillo cogidos de la
mano.
—Vale, tened cuidado, y divertíos, chicos.
—Tranquilo, lo tendremos.
Se despiden de nosotros, que estamos en el sofá viendo la televisión, y entonces se me ocurre
algo.
—Te invito a cenar fuera —digo, acariciándole el brazo.
—¿Qué dices? Si en nada nos tendremos que ir a trabajar.
—Bueno, pues salimos vestidos ya de casa y listo.
—Claro, voy con la pajarita puesta para que me confundan con una camarera del bar. Anda
que…
—Mujer, el chaleco y la pajarita te los pones en el trabajo. Venga, vamos a vestirnos,
florecilla —le hago un guiño, la cojo en brazos para levantarme con ella y, cuando la dejo en el
suelo le doy una palmada en el culo.
—¡Oye! A ver esas manos que, como te pongas juguetón, no salimos ni de la habitación.
—No, no, te prometo que salimos. Juguetón me pongo esta noche, después del trabajo, en una
de las salas —le susurro al oído, pegado a ella.
—Ay Dios, que me estás dando miedito.
—¿Miedito? ¿Por qué?
—¿A qué sala me vas a llevar? Mira que ya hemos probado la del jacuzzi.
—Pues elije una, la que tú quieras, que yo me encargo de pedirle a Thais, que nos la deje
preparada antes de irse.
—Define eso de que, la deje preparada.
—¿Confías en mí?
—Absolutamente.
—Pues eso —le hago un guiño, la beso y voy a coger uno de los trajes negros para el trabajo.
Nos vestimos como si fuéramos una pareja de años, sin ninguna vergüenza, todo lo contrario,
robándonos algún que otro beso, así como caricias.
—Ven, que tienes la corbata torcida, anda —me pide, una vez me he puesto la chaqueta—.
Ahora sí, ya estás guapo.
—Tú sí que estás guapa, florecilla —la beso y salimos
Cuando vamos por el aparcamiento para coger el coche, me parece escuchar pasos cerca, pero
miro alrededor y no veo a nadie.
—¿Dónde vas a invitarme a cenar? —pregunta, poco después de incorporarnos al tráfico.
—Ya lo verás.
—Bueno, al menos vamos elegantes —contesta, alisándose la falda del uniforme.
—Aunque fuéramos en chándal, te aseguro que nos darían una mesa.
—Sí, que no has reservado en ningún sitio.
—¿Quién dice que no?
—No te he viso llamar por teléfono.
—Mandé un mensaje, así que, tranquila.
Llegamos al restaurante italiano propiedad del hermano de uno de los hombres que estaban
bajo mi mando en la embajada italiana de aquí de Madrid, aparco cerca de la puerta y ella se
queda mirando la fachada con sorpresa.
Y no es para menos, está decorada en madera, con la puerta y las ventanas blancas, así como
un toldo que hay en la entrada, simulando a algunos hoteles.
Al entrar, el aroma de las especias nos recibe, así como la calidez de la estancia, la decoración
con esas fotos de Italia, mi bella Italia.
—Tony, bienvenido. Señorita —nos saluda Giacomo.
—Buenas noches —sonríe ella.
—Seguidme.
Vamos tras él, hasta la mesa que nos han preparado, deprisa y corriendo, en la terraza interior
que tienen, con unas preciosas vistas a un bonito parque que parece el jardín del propio
restaurante.
Eso sí, estamos solos en ella.
Guirnaldas de luces por el techado acristalado, la mesa en un rincón, con velas, una rosa roja
y una botella de vino en la cubitera.
—Esto es precioso —murmura Alana, cuando nos sentamos.
—Que disfrutéis la velada, chicos —dice Giacomo, tras servirnos el vino.
—Por la primera cena de muchas —levanto la copa, acercándosela a Alana, que sonríe y hace
lo mismo para que brindemos.
—Esto es muy romántico, señor seriote. Me siento como Reina, la perrita de “La Dama y el
Vagabundo”. Solo falta la…
Se queda callada y soy yo el que sonríe esta vez, al escuchar que comienza a sonar la melodía
de la canción de esa mítica película infantil, en su escena más romántica mientras ambos perros
cenan.
—Ay, Tony —suspira, apoyando los codos en la mesa y la barbilla en sus manos—. Si al final
vas a ser un romántico, con todo lo serio que eres, ¿eh?
—Reconozco que siempre lo fui con Chesca, supongo que esa parte de mí, ahora ha vuelto a
querer salir a flote.
—Me voy a acabar enamorando de ti, y no voy a querer que me dejes.
—¿Quién dice que quiera dejarte? —pregunto, cogiéndole la mano por encima de la mesa y
acariciándole la parte interna de la muñeca.
—Bueno, todo tiene un principio y un final. Algún día acabará esto que ahora comienza.
—Puede que sí, pero, mientras llega ese final, ¿por qué no nos limitamos a vivir el momento?
—Mira, que eso me suena a declaración y todo —se ríe.
—Es pronto para eso, florecilla.
—Lo sé, nos conocemos de cuánto, ¿tres días? Es una locura, pero siento mariposillas en el
estómago —susurra, nerviosa.
—A veces no importa el tiempo, puedes sentir algo muy fuerte por una persona en solo unos
días y querer que esté contigo para siempre, o llevar toda una vida al lado de alguien y que se
acabe esa magia del principio y muera el amor.
—Cómo se notan los quince años de diferencia que me llevas, hijo.
Sonrío y cuando nos traen la cena disfrutamos de ella, charlando de lo que harán nuestros
chicos en un año.
Alana está convencida de que Lilly, acabará decantándose por estudiar cocina, dice que es
algo que siempre le ha gustado y que yo le dijera que podía dedicarse a ello, le dio el
empujoncito que le faltaban, puesto que siempre había contado con su opinión, la de Enzo y sus
amigos, pero tener la visión de alguien que no la conocía, le ha dado ánimos para planteárselo de
verdad.
—Y Enzo, ¿qué quiere estudiar? —pregunta, cuando nos dejan el segundo plato.
—No quiere estudiar, por más que le digo siempre que tiene una mente de lo más
privilegiada. Se le dan bien las matemáticas y la informática, pero no hay manera de hacerle
entrar en razón. Insiste en seguir mis pasos.
—¿Quiere ser portero de La Tentazione? —arquea la ceja, mientras trata de contener la
sonrisa.
—No, pero tampoco sería un mal trabajo, te lo digo yo. Quiere entrar en el Ejército.
—Vaya, pues, es una decisión de lo más importante. Si lo destinan a alguna misión fuera del
país…
—Lo sé, y él también. Desde que me lo dijo cuando tenía catorce años, he intentado que se le
quite la idea de la cabeza, pero nada.
—Bueno, tal vez ahora que está Lilly en su vida, y que después de dos años parece que no se
van a separar, quizás acabe optando por estudiar una carrera.
—Eso espero.
Seguimos cenando y, cuando nos traen el postre, se levanta, cogiendo su móvil, para sentarse
en mi regazo y hacernos una foto.
—Quiero tener siempre un recuerdo de esta noche, Tony. Es mi primera cena romántica, que
lo sepas.
—¿En serio? No te creo.
—Sí, en serio. Con el único novio que tuve hace años, nunca salí a cenar así, y después…
Bueno, ya sabes, las cenas eran con hombres adinerados que se reunían con algunos clientes y
eso. Yo no era más que un adorno en la mesa.
—Eso se acabó, ¿me oyes? —le aseguro, rodeándola con los brazos por la cintura— Conmigo
tendrás muchas cenas de estas, te lo prometo.
—Hasta que se acabe lo bonito, empecemos a gritarnos, a insultarnos, odiarnos y tirarnos la
cristalería a la cabeza.
—¿Por qué debería pasar eso?
—Muchos matrimonios han acabado mal.
—No estamos casados.
—Es verdad, cambia matrimonio por… “¿follamigos?”
—No pienses más, no le pongas etiquetas a lo que hay, deja que fluya, avance y disfruta.
—Esa parte me gusta.
—¿Cuál?
—La de disfrutar.
—Pues hazlo, en todo el amplio sentido de la palabra. Disfruta y vive el momento, disfruta de
lo que vaya pasando y, sobre todo, del sexo —le hago un guiño y noto que se le sonrojan las
mejillas.
—Nerviosa me tienes, en pensar que me llevas esta noche a una sala.
—¿Ya has elegido?
—No, no he elegido.
—¿Puedo elegir yo?
—Mientras no sea la del BDSM.
—Ya te até —arqueo la ceja— y creo que te gustó.
—No me disgustó, pero no me dejabas correrme.
—Bueno, entonces vamos a la de los masajes.
—Vale, un masajito, ¡qué bien!
—Con final feliz.
—¡Hala! Ya me has puesto nerviosa otra vez.
—Ni que fueras virgen, florecilla.
—Sí, sí, la Virgen María soy, no te jode.
Suelto una carcajada, nos traen un par de copas de champán, puesto que no quiero que
bebamos más, ya que vamos a trabajar, brindamos y, tras dar por finalizada nuestra primera cita
oficial, de modo improvisado, salimos del restaurante cogidos de la mano para ir al local.
Cuando llegamos, saludamos a todos y nos preparamos para empezar la noche.
—Thais —la llamo, antes de que vaya al almacén.
—Dime, guapetón —sonríe.
—¿Puedes dejarme antes de marcharte preparada tu antigua habitación de masajes?
—Claro, ¿vas a llevar a Romina
—No, eso se acabó —contesto, mirando a Alana, y ella gira hacia donde estoy mirando y
sonríe.
—Me alegro de que dejes atrás esa etapa de tu vida. Alana es una chica encantadora.
—Y es igual que mi difunta esposa.
—¿Tiene el mismo carácter?
—No solo eso, pequeña, físicamente también.
—Vaya, así que es cierto eso que dicen de que todos tenemos un doble en alguna parte del
mundo. Vive, Tony, sé que a Chesca le gustaría que lo hicieras. Una vez me dijiste que te
alegrabas de verme sonreír de nuevo, y ahora soy yo la que se alegra de ver que tú lo haces. ¿Qué
quieres que te deje?
—Un antifaz para que no pueda ver, gel, las velas aromáticas encendidas y… bueno, ya sabes,
algunos juguetes.
—Vale, vale, yo miro lo que le puede gustar a ella, y que no la asustes siendo la primera vez
que entra contigo en una sala.
—Gracias, pequeña.
Me da un beso en la mejilla, como siempre, y sonríe antes de irse a comprobar que el pedido
de hoy ha llegado correctamente.
Miro a Alana por última vez, y salgo a ocupar mi puesto.
Comienza un nuevo turno en La Tentazione, los socios van llegando y el tiempo se me pasa
hoy más rápido que nunca.
Cuando quiero darme cuenta, es la hora de entrar de nuevo en la sala, y tomarme una copa
esperando que llegue el momento en que todos se marchen, para estar a solas con Alana.
30
Se acaba la jornada de trabajo, despido a las últimas parejas en salir del local, cierro y voy en
busca de mi florecilla.
Cuando entro en la sala, la veo reír por algo que le ha dicho Christopher, procuro no ponerme
celoso, aunque no soy así, pero no dejo que me moleste el hecho de que se lleve bien con ese
muchacho.
—Hola, preciosa —me siento en uno de los taburetes, me mira y sonríe antes de servirme un
whisky.
—Hola, bomboncito.
—¿Preparada para una noche inolvidable? —cojo el vaso y doy un trago.
—Nerviosa llevo toda la noche.
—Pues no tienes que estarlo, no voy a hacer nada que no quieras.
—Lo sé.
—Tony —a Alana le cambia la cara cuando escucha a Romina llamándome. Me giro y la veo
sonreír.
—Buenas noches.
—¿Me acompañas a la sala? Es sábado, y dije que te buscaría.
—Esta noche no —Alana suspira al escuchar—, ni ninguna otra tampoco. Han sido muchos
años, pero ya se acabó.
—Oh, vaya. No esperaba esa respuesta. ¿Dejas el local?
—No, simplemente voy a tener una pareja fija, más estable. Y no necesito descargar más
rabia, creo que, poco a poco, lo voy a ir superando todo.
—Pues me alegro, de verdad. ¿Es alguien de aquí?
—Sí, lo es —no puedo evitar que los ojos se me vayan a Alana, por lo que Romina se da
cuenta.
—Tienes buen gusto, sí señor. Y ella es una chica con suerte. Te deseo lo mejor, Tony, lo
mereces —me besa la mejilla, se despide de todos y se marcha.
Alana está dándome la espalda, pero sé que ha estado atenta a la conversación.
—Florecilla —se gira y sonríe con algo de tristeza— ¿Qué te pasa?
—Has dicho que vas a tener una pareja fija, más estable.
—Por supuesto, y esa eres tú.
—¿No echarás de menos todo lo que hubo antes de mí?
—No, porque también lo tendré contigo —le aseguro cogiéndole la mano—. Sé que no voy a
cambiar de la noche a la mañana, que habrá días que quiera hacerte el amor con calma, despacio,
pero el modo en que he tenido sexo estos últimos años, siempre estará ahí, y solo lo haré contigo.
Alana asiente, termina de recoger y cuando todos se marchan, me aseguro de que está bien
cerrado y la llevo a la sala de masajes.
En cuanto abrimos la puerta de la habitación, el aroma de las velas nos da la bienvenida,
iluminando la estancia con esa tenue luz que da un aire de lo más sensual.
—Hala, qué pasada.
—¿Te gusta?
—Sí, nunca habían hecho algo así por mí. Menuda manera de acabar la noche, señor seriote.
—Ya no soy tan serio, sonrío más que antes, y eso es gracia a ti, florecilla —le beso la frente,
me pego a su espalda y, rodeándola por la cintura, la llevo hasta la cama donde Thais, ha dejado
una caja negra con todo lo que he pedido.
—¿Y eso?
—Ábrelo, a ver qué nos encontramos.
—¿No sabes lo que hay dentro? —Frunce el ceño.
—No, solo algunas cosas. El resto, lo que haya escogido Thais.
—Ay madre, qué me da. Verás lo que me encuentro…
Se sienta en la cama y yo lo hago a su lado, sin soltarla ni separarme de ella.
Abre la caja y lo primero que vemos es el antifaz, así como una pluma negra y un bote de
aceite con aroma a canela y vainilla, igual que las velas.
—¿Un conejo morado de juguete? ¿En serio? —ríe, sacándolo de la caja.
—Eso es un estimulador de clítoris, florecilla —contesto, quitándoselo de las manos—. Sí,
tiene forma de conejo de juguete, pero no es una figurita de esas de adorno. Mira.
Lo pongo en marcha y, cuando ese pequeño y redondo objeto comienza a vibrar, así como a
mover lo que simulan ser las orejas del conejo, Alana abre los ojos.
—Y eso, va ahí, dices, ¿no?
—Sí, justo… —Subo la mano acariciándole el muslo, hasta llegar a su entrepierna, y le
acaricio el clítoris con el pulgar— aquí —le susurro en el oído y noto que se estremece.
Comienzo a besarle el cuello, sin dejar de jugar con el pulgar en su entrepierna, y noto que
ella las separa un poco más, dándome libertad de movimientos.
Continúo un poco más hasta que la veo agarrarse con fuerza a la sábana y sé que está a punto
de acabar, entonces paro y ella me mira, con el ceño fruncido y jadeando.
—Todavía, no preciosa —la beso y me pongo en pie.
—Espero que no estés así toda la noche, porque te dejo un mes sin poder tocarme.
—¿Acabamos de empezar con nuestra relación, y ya me estás amenazando, castigándome sin
sexo? —Arqueo la ceja.
—Tú verás. ¿Te haría gracia si te empezara a lamer tu cosa y te dejara a medias?
—Eso no va a pasar nunca. Ven aquí, anda.
La cojo de la mano para levantarla y comienzo a desnudarla despacio, tomándome mi tiempo,
deleitándome con esa piel que me llama para que la acaricie, y es lo que hago.
Recorro cada centímetro de su cuerpo con la yema de mis dedos, notando cómo se estremece
bajo mi tacto.
Cojo el antifaz para ponérselo y ella me lo impide.
—Solo es para que sientas cada una de las cosas que voy a hacer contigo, verás cómo el
placer es mucho más intenso.
—Bueno, tendré que fiarme de ti —se encoge de hombros y me deja colocárselo.
—Ahora, recuéstate bocabajo en la cama que vamos a empezar con el masaje.
Hace lo que le pido, me desnudo y, tras coger el bote de aceite, dejo caer algunas gotas en su
espalda, para extenderlo despacio, masajeándola por completo.
Sigo por las piernas, ella está de lo más relajada y tranquila, y eso me gusta, que confíe en mí,
que no tema el estar conmigo.
Le pido que se gire, quedando bocarriba, y le masajeo los pechos, pellizcándole los pezones,
bajo por el vientre y me desvío a una de las piernas, para subir por la otra, hasta que le rozo el
clítoris y la escucho jadear.
No necesito más para saber que está de lo más excitada.
Llevo ambas manos a su sexo y comienzo a tocarla, pellizcarla y penetrarla con dos dedos,
hasta que grita llegando al orgasmo.
—¿Qué tal, florecilla?
—Genial, por no ser una mal hablada.
—¿Cómo de mal hablada? —sonrío.
—Pues que estoy ahora mismo de puta madre. Relajada que no veas, y con un gustirrinín que
te mueres.
—Pues no hemos acabado.
—Ya imagino, ya.
Deslizo la pluma por una de sus piernas, subiendo despacio, rozándole el clítoris, que sé que
debe estar de lo más sensible. Sigo subiendo por el vientre, la veo que se contrae y se estremece,
y cuando llego a uno de sus pezones, se le pone erecto en el momento en que la pluma lo roza.
Cuando hago el mismo recorrido, pero bajando comenzando en el otro pezón, me inclino y
comienzo a lamerle el clítoris despacio. Veo cómo se contrae, cómo se agarra a las sábanas con
ambas manos y arquea la espalda.
Paro antes de que vuelva a correrse y la escucho resoplar.
—¿Qué pasa, florecilla?
—¿Ya empiezas a cortarme el punto? Chico, que me quiero correr a chillidos, por Dios.
—Deja a Dios, que estas cosas no las hacía.
—Desde luego, después de esto acabo en el infierno
—Pues yo creo que tengo ahí también mi parcelita reservada, creo que he sido demonio más
tiempo que ángel.
—Anda, tócame y hazme correr, por favor —me pide, levantando ambas manos, como si me
buscara para coger las mías, lo que hace que suelte una carcajada.
—No sea usted impaciente, señorita.
—Pues no me haga esperar, señor.
—Ya sabes lo que siempre se ha dicho. Lo bueno se hace esperar.
—Pues ya puede ser apoteósico, majo, porque, si no…
—Sí, sí, un mes sin que pueda tocarte.
—Vas aprendiendo, así me gusta. Va, dale con lo que sigue.
—¿Segura?
—Y deseosa. Me quiero correr, ¿recuerdas?
—Tus deseos, son órdenes para mí —susurro, inclinándome sobre sus labios para besarla.
—Pues venga, que se cumpla mi orden.
Cojo el estimulador de clítoris, ese que según ella es un conejo de juguete, y un vibrador. Me
he propuesto llevarla al cielo, y es lo que voy a hacer.
Pongo en marcha el vibrador, se lo paso por el sexo varias veces y ella jadea, hasta que la
penetro con él, dejándolo dentro, y comienza a mover las caderas.
Lo siguiente es el conejito, el cual coloco sus orejas una a cada lado del clítoris y lo pongo en
marcha.
—¡Joder! Me vas a matar, Tony.
—No, florecilla, ahora que he encontrado mi liberación, no voy a dejar que te pase nada.
Disfruta del momento, preciosa, que es solo para ti.
Mientras la penetro con el vibrador y el conejito le estimula el clítoris, ella grita y se mueve
hasta que, como ha dicho, acaba corriéndose a chillidos.
Le quito ambos aparatos, así como el antifaz, y me coloco entre sus piernas, mirándola a los
ojos.
—Hola, preciosa —susurro, antes de besarla— ¿Qué tal?
—Muerta, estoy muerta. No tengo fuerzas, te lo juro.
—¿Apoteósico? —Arqueo la ceja.
—Totalmente. Ahora ya, con el final, veré los fuegos artificiales seguro.
—Pues vamos a ello.
Comienzo a penetrarla despacio, sin apartar la mirada de sus ojos, y entonces presto atención
a la letra de la canción que suena en este momento.
«Do I wanna know?
[9]
If this felleing flows both ways? »
Sentimientos, esos que sé que he empezado a tener por Alana, y esa pregunta me viene como
anillo al dedo ahora mismo.
Ella dijo que tenía mariposas en el estómago, por lo que sí, los dos estamos empezado a sentir
algo por el otro.
Sigo penetrándola mientras Alana me rodea la cintura con las piernas, y cuando entrelaza las
manos en mi cuello, me atrae hacia ella y nos besamos como ambos deseamos.
No estoy follándola, esto no es solo un polvo más, un encuentro rápido y duro, esto es algo
más que eso.
Más carnal, con más sentimiento y con calma, notando piel con piel, haciéndole el amor
mientras nos dejamos llevar por cada beso, cada caricia.
«Maybe I’m too busy being yours to fall for somebody new
[10]
Now I’ve thought it through »
Enamorarse es una palabra demasiado importante y fuerte como para hablar de amor ahora
mismo, pero lo que tengo claro es que es con Alana, y solo con ella, con quien quiero estar.
Con ella puedo ser yo, en mi faceta más romántica y bonita, y en la más perversa y salvaje.
Ella me entiende, me complementa, y es cuanto necesito ahora mismo.
Acabamos a la vez, gritando, jadeantes, sudorosos y exhaustos, nos quedamos abrazados y
besándonos unos minutos antes de ducharnos y volver a casa.
A casa, esas dos palabras ahora adquieren el sentido que habían perdido hacía tantos años, que
cada noche espero que llegue el momento de poder regresar a ella, de la mano de Alana.
Cuando llegamos, voy a la cocina a tomarme un vaso de agua y ella va a la habitación de
Enzo, a ver qué tal están los chicos.
—No están ahí, Tony —dice, cuando me la encuentro en el salón.
—¿Cómo que no están?
—Pues eso, que no están. La cama está sin deshacer ni nada. Y no hay ninguna nota. ¿No te
ha llamado Enzo?
Saco el móvil del bolsillo, pero no, no veo ninguna llamada suya.
Llamo a Fer, que contesta adormilado y me dice que no están con él, que se despidieron y
cada uno regresó a su casa.
—Esto me huele mal, Alana —digo, cuando cuelgo al amigo de mi hijo—. Enzo no se iría sin
avisar.
—¿Dónde pueden estar? Tal vez en un hotel, no sé, igual querían tener su primera vez y les
dio apuro hacerlo en casa por si llegábamos y…
—No lo creo, Enzo sabe que puede hacerlo aquí, no me voy a enfadar. Por Dios, ya es casi un
adulto.
—¿Y dónde están, Tony? ¿Dónde está mi hermana?
—No lo sé preciosa.
En ese momento llaman al timbre, cosa que me extraña porque, de ser mi hijo, habría abierto
con su llave.
Cuando abro, encuentro un repartidor que me entrega un sobre a nombre de Alana.
—¿Quién sabe qué estoy aquí, además de Emma?
—Creo que sé quién es —y sí, cuando abro el sobre y veo unas fotos de mi hijo y Lilly,
atados a una silla y amordazados, sé quién es el hijo de puta que se los ha llevado—. Los tiene
Bosco.
—¡No! —grita, tapándose la cara con ambas manos, cayendo al suelo de rodillas mientras
empieza a llorar.
—Te juro que los traeré de vuelta, preciosa, te lo juro —le aseguro, arrodillado frente a ella,
mientras la abrazo.
La historia se repite, pero esta vez, no voy a dejar que mueran, no lo permitiré.
31
Cuando Alana está más tranquila, volvemos al salón con el resto y veo que Rosaura, ha
preparado café para todos.
—Vamos a llamar al abogado de Bosco, que le voy a poner los puntos y la comas a ese inepto
—dice, sentándose en el sofá antes de coger el móvil, marcar, y poner el manos libres.
—Buenos días, letrada. ¿A qué debo el honor de su llamada?
—Buenos días, letrado —contesta, con algo de retintín—. Pues, verá, es referente a las
novedades con las que me he encontrado esta mañana, y que me han sacado de la cama.
—¿Qué novedades?
—Su cliente ha secuestrado a la hermana pequeña de mi clienta, así como al novio de esta. Ha
enviado unas fotos y una nota amenazadora, pidiendo que se retire la denuncia si quiere volver a
ver a la niña con vida. Dígame, letrado, usted que es padre de una adolescente ¿Ve bien lo que ha
hecho su cliente?
—No tenía conocimiento de esos hechos, se lo aseguro —le ha cambiado la voz, ya no tiene
ese tono risueño y petulante de antes.
—Espero que esté en lo cierto, letrado, porque, de lo contrario, le aseguro que, tanto su
reputación, como su licencia, quedarían hechas cenizas en cuestión de segundos. Solo tengo que
hablar con el juez que lleva el caso.
—No sabía nada, Rosaura, se lo juro por mis hijas.
—Le creo, Héctor, por eso le pongo sobre aviso. Ese Bosco no es trigo limpio, he tirado del
hilo y he sacado algunos trapos sucios, si le añadimos el secuestro, se pasará un tiempo entre
rejas.
—Haga lo que tenga que hacer, Rosaura, me hago cargo.
—Más vale, abogado —intervengo, aunque sé que no debería—. Porque le juro que, como les
pase algo a los chicos, ese tío es hombre muerto.
—Tony, cálmate —me pide Saúl.
—Rosaura, estamos en contacto.
El abogado corta la llamada, y a mí se me llevan los demonios. De nuevo he dejado que se
lleven a alguien importante para mí, pero no voy a permitir que me lo arrebaten como hicieron
con ella.
Joder, si no hubiéramos estado anoche Alana y yo en el local después de trabajar, esto no
habría pasado.
O sí, ¿quién lo puede saber? Si a mí me tenían vigilado los putos suizos, y a ella el tal Bosco,
esto habría pasado tarde o temprano.
—¿Avisamos a la Policía? —pregunta Saúl.
—No, de esto me encargo yo. Ya he llamado a los chicos.
—Ah, vale, que vienen los otros G.I. Joe —contesta Andrés, a lo que acabo sonriendo.
—Estarán aquí por la noche, voy a necesitar que me pases la grabación, Andrés.
—Tranquilo, Alfa —me hace un guiño, llamándome del mismo modo que lo hicieron ellos
cuando fuimos a por la hija y los sobrinos de Carlo—, que esta noche, nos tienes aquí a mi socio
y a mí.
—No podéis estar, vamos a llevar a cabo una misión de la que nada sabrán las autoridades.
—De aquella tampoco supieron nada, y fuimos. Así que, no me vengas con tonterías. Te
vendrán bien un par de pistolas extras —me dice Saúl.
—No voy a quitaros la idea de ninguna manera, ¿verdad?
—No —responden ambos, al unísono.
—Vale, pues marchaos, os aviso cuando lleguen los chicos.
—Perfecto. Por cierto, señora abogada —Rosaura mira a Saúl cuando la llama— ¿De qué
trapos sucios hablaba antes?
—De ninguno, me tiré un farol, señor agente —le hace un guiño.
—Tranquilos que, si tiene alguno, mis hombres darán con ellos.
Saúl y Andrés se marchan, les he pillado en uno de sus días libres y van a descansar antes de
volver esta noche.
Rosaura habla de nuevo con el abogado de Bosco, tan solo para confirmar que sigue
manteniendo que no va a hacer nada por él, y que no va a llamar a la Policía, tal como han
pedido los secuestradores, y que lo deje todo en sus manos.
Antes de despedirse, dice que se viene esta noche también por si necesitamos ayuda, se
marcha y nos quedamos los dos solos de casa.
Cuando regreso al salón, escucho a Alana trasteando en la cocina.
—Florecilla —la abrazo por detrás, pegándome bien a ella, y le beso el cuello—. No llores
más —le pido, secándole las mejillas.
—Tendríamos que haber venido directos a casa después de trabajar. Tal vez… se los llevaron
antes de que subieran.
—Yo también me he sentido culpable, pero esto no es algo de anoche, preciosa, ya viene de
hace tiempo. A mí me han vigilado bien, desde luego, y a ti, supongo que Bosco estaría
esperando que aparecieras por tu casa, y nos siguió.
—No tendría que haberlo denunciado.
—¿Y qué habrías hecho? ¿Seguir trabajando para él y dejar que te golpeara de nuevo?
—Creo que hubiera sido lo mejor.
—No, ¿me oyes? —La giro, mirándola a los ojos— Eso no habría sido lo mejor. No te culpes
por algo que no podrías haber evitado.
—Pero es que sí que podría haberlo hecho. Empezando por no salir corriendo del coche,
tendría que…
—¿Qué, Alana? ¿Haberte quedado en el coche y que te matara? ¿Eso habría sido lo mejor
para ti? ¿Y para Lilly? —grito, apartándome de ella enfadado— No me jodas, ¿eh? La habrías
dejado sola.
—En unos meses cumplirá los dieciocho.
—¿Y qué? Sigue siendo una niña, por Dios.
—Tiene a Enzo, podría haberse quedado con él. Seguro que con vosotros le habría ido mejor.
No valgo para nada, ¿es que no lo ves, Tony? ¡Maldita sea!
—Ni se te ocurra volver a decir que no vales para nada, porque para mí, vales millones —le
cojo la barbilla y me mata verla llorar.
—Bosco tenía razón, solo valgo para abrirme de piernas.
—¡Olvida a ese cabrón! Eres mucho más que un par de piernas abiertas para follar. Métete
esto en la cabeza, Alana.
—Me da igual lo que digáis, voy a retirar la denuncia.
—No vas a hacer semejante gilipollez, no te lo voy a permitir.
—No podrás vigilarme constantemente.
—Como si tengo que atarte a la puta cama para que no te muevas de ahí hasta que vuelva.
—¿Volver de dónde? ¿Me vas a dejar sola?
—Tengo que ir a buscar a los chicos.
—Voy contigo.
—Ni hablar, te quedas aquí.
—¿Y si es lo que quiere Bosco? Que tú te vayas, me dejes sola, y así poder enviar a alguien a
buscarme, o peor, matarme.
—No te voy a dejar sola, Alana —la abrazo con fuerza, mientras ella sigue llorando—. Te
aseguro que no vas a estar sola.
—Tengo miedo, Tony. No quiero que le pase nada a Lilly.
—No le pasará nada, de verdad. Y allí no está sola, Enzo está con ella, tampoco dejará que la
toquen.
—Son dos niños, por mucho que vayan a cumplir los dieciocho.
—Pero son fuertes, y valientes como nosotros. Vamos a preparar algo para comer.
—No tengo hambre.
—Lo sé, pero tienes que comer algo. Solo faltaba que tú cayeras enferma, y tuviera que
preocuparme también de eso. Un poco de pasta al estilo italiano, ¿qué te parece?
—¿Vas a cocinar tú?
—Por supuesto que sí, ¿dudas de mis dotes culinarias?
—No, no para nada.
—Eso pensaba —la beso y nos ponemos manos a la obra a preparar la comida.
Es el único modo que se me ha ocurrido para tenerla distraída, sin que esté constantemente
pensando en Lilly.
No es que yo no lo haga, porque está claro que sí, que no puedo quitarme a ninguno de los dos
de la cabeza.
¿Cuánto tiempo llevarían vigilándonos a Enzo y a mí? Desde luego que saben bien dónde
trabajo, y dónde lo hice anteriormente.
Y algo que no logro entender es qué demonios hacen esos malditos suizos en Italia.
En cuanto lleguen los chicos nos pondremos en marcha, quiero saber todo lo que tenga que
ver con ese tal Vogel.
¿Qué relación tiene con Bosco? Porque no me creo que esto sea fruto de la casualidad.
—Esto huele que alimenta —dice Alana, sacándome de mis pensamientos, mientras remueve
la salsa que he preparado.
—Mejor sabrá, florecilla —la beso en la frente y retiro la pasta del fuego.
La dejo reposar mientras pongo la mesa y, cuando dejo a Alana sentada con una copa de vino,
voy a por todo para servirlo.
—Que aproveche —me dice con una sonrisa una vez estoy a su lado—. Hum, ¡qué bueno, por
favor! —exclama, tras dar el primer bocado.
—Me alegra que te guste.
—Pues sí que eres todo un manitas en la cocina, menuda sorpresa, señor seriote.
—¿De quién crees que aprendió Enzo? Aparte de las recetas que le enseñara Imelda.
—Desde luego, eres una joyita. ¿Cuándo dices que nos casamos? —pregunta sonriendo,
mientras hace un aleteo de pestañas, que ya quisieran muchas modelos.
—¿Me estás pidiendo matrimonio tú a mí? Joder, sí que se ha modernizado la vida desde que
me casé la primera vez.
—Solo te casaste una, ¿no?
—Sí, y siempre dije que sería la única.
—Bueno, tu amante también me vale. Si me cocinas así, hasta con ser tu compañera de piso
me conformo.
—¿Yo, compartiendo piso, a mis años? Madre Santa, para lo que he quedado.
—Oye, que, además de ayudarte a limpiar y llenar la nevera, te hago compañía por la noche.
—Eres mucho más que eso, y lo sabes.
—Si es que, en el fondo me quieres, que lo sé yo —hace un guiño mientras me señala.
—Pero muy en el fondo, ¿no?
—¡Serás! —protesta, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
—Anda, come antes de que se enfríe, que esto hay que disfrutarlo caliente.
—Pues como a mí —murmura, sonrío y hago como el que no ha escuchado nada.
Me encanta esa parte picarona que tiene, además de su lado más tierno y dulce, esa inocencia
que, aunque no lo sea, aún está ahí.
Me gusta ella, así de simple, toda ella. Con sus luces y sus sombras, esas que ambos llevamos
a cuestas en nuestras espaldas.
Sé que me juré a mí mismo no caer rendido ante una mujer, no dejar que otra ocupara el lugar
que solo le pertenecía a Chesca. Pero con Alana, ha sido imposible no hacerlo.
Ella es la luz que necesitaba para mis momentos más oscuros.
33
La primera en llegar es Rosaura. Verla sin el traje que habitualmente lleva para ir al bufete, se
me hace raro, pero reconozco que los vaqueros le hacen parecer una veinteañera como Alana.
—Buenas noches, ¿habéis cenado? Porque traigo pizza —dice, cuando le abro la puerta.
—Pues me has leído la mente, iba a pedir ahora para todos.
—¿Ya han llegado?
—No, están de camino.
—Bien, no me he perdido nada aún. ¿Cómo está mi chica?
—En la cama, ahí lleva una hora.
—Pobrecilla, voy a verla.
—Como si estuvieras en tu casa —le digo, mientras cojo las pizzas para llevarlas a la cocina.
En ello estoy cuando vuelven a llamar, voy a abrir y ahí tengo a los dos policías.
—Pasad, Rosaura ha traído pizza para cenar.
—Genial, nosotros unas cervezas —Andrés levanta una nevera portátil y me hecho a reír.
—Desde luego, como si aquí no tuviera.
—Pues no lo sé, no te he visto beber nunca.
—Soy más de whisky.
—Sabía que teníamos que traer hielo, Saúl —protesta, haciendo un chasquido de dedos.
—¿Qué tal Alana? —pregunta Saúl, mientras Andrés va a la cocina a dejar las cervezas.
—Por ahí llega —contesto, al verla aparecer por el pasillo con Rosaura— ¿Has descansado,
preciosa? —la abrazo, y ella me besa el cuello, asintiendo— Bien, eso es lo que quería.
Voy a la cocina a por las pizzas cuando llegan los que faltaban. En cuanto abro, me quedo sin
palabras al ver a las chicas también.
—¿Qué hacéis vosotras aquí?
—Ayudar, a ver si te crees que, tratándose de Enzo y la novia, íbamos a quedarnos en el
cuartel general de brazos cruzados, limpiando las pistolitas —contesta Luana, tras darme un
abrazo.
—Joder, quién os ha visto, y quién os ve —sonrío.
Y sí, me alegra verlas, aunque no hemos perdido el contacto en todos estos años.
Pero, de las niñas asustadas que sacamos de aquella casa en el bosque, no queda
absolutamente nada.
Todas y cada una de ellas se han convertido en mujeres de armas tomar, y nunca mejor dicho,
puesto que se empeñaron en que los chicos las enseñaran a ser unas auténticas guerreras.
Vamos, que ahora tengo un equipo de ocho, porque yo sigo siendo el Alfa, aunque no los
lidere.
—No me irás a decir, que también tenéis nombres en clave —arqueo una ceja.
—Hombre, por favor, eso no se duda. Yo soy Delta —contesta Luana—. Amila es Gamma,
Yara es Kappa y Nina Zeta.
—No sé para qué pregunto.
—Si supieras lo decididas que estaban para ser parte del equipo, jefe —dice Óscar—.
Cualquiera les decía que no. Nina es un hacha disparando.
—Aprendí del mejor, calvito.
—Calvito, jefe, lo que tengo que aguantar —se queja.
—Amila es mi mano derecha en tema de ordenadores. Casi que puedo decir que ha superado
al maestro.
—Y eso es difícil, Emmanuel —sonrío.
—Pues para ella no, te lo aseguro.
—No me digas más, Yara, tú eres otro fenómeno del volante.
—Ahí le has dado, Tony.
—No quiero imagina el dolor de cabeza que tendrán estos cuatro cada vez que os llevan a una
misión.
—¿Por qué? —Luana me mira arqueando la ceja, pero guardo silencio ante la mirada de mis
hombres.
Sí, sé cuándo debo callarme con según qué temas.
—Bueno, ¿empezamos? —pregunta Brian.
—Mejor vamos a cenar, y os presento.
Los llevo al salón donde están Saúl, Andrés y Rosaura. Hago las presentaciones y sé
exactamente cuando han visto a Alana por primera vez, al ver ocho pares de ojos completamente
abiertos.
—Chicos, ella es Alana, la hermana mayor de Lilly, la novia de Enzo. Alana, te presento a los
hombres de mi equipo. Brian, Emmanuel, Stefano y Óscar. Ellas son Luana, Nina, Yara y Amila.
—Joder, es la viva imagen de Chesca —dice Óscar.
—Eso parece. Hola —saluda ella, levantando la mano mientras sonríe.
—Perdona, Alana, es que nos ha sorprendido ver lo mucho que te pareces a ella. Tony no nos
comentó nada.
—No os preocupéis, él puso la misma cara. Hasta creí que había visto un fantasma de lo
pálido que se puso.
—No era para menos, desde luego.
—¿Cenamos? —pregunta Rosaura— Se enfrían las pizzas que he traído. Menos mal que traje
de sobra, porque no sabía que, además de los G.I. Joe como dijo Andrés, vendrían también Lara
Croft y sus amigas.
—¿Quién de las cuatro es Lara? Porque, van todas igual vestidas, vaqueros y jersey. Como
ellos, vamos —dice Alana.
—Mira, Luana es Lara, no hay más que ver la pose que tiene, igual que la de Tony y Brian.
Nos miramos los unos a los otros y, sí, Luana tiene esa misma postura de líder que tenemos
nosotros. Desde luego, el nombre de Delta le va como anillo al dedo.
—Venga, a cenar que se enfría la pizza y se la calienta la cerveza —Andrés da una palmada
poniéndose en pie y va a la cocina, seguido de las chicas.
—Podías haberme dicho lo que íbamos a encontrarnos, para poner al resto sobre aviso.
—No caí, lo siento.
—Tío, ¿tu mujer tenía una hermana pequeña perdida o algo así? —pregunta Emmanuel.
—No, ni siquiera una prima.
—Joder, pues son dos gotas de agua.
—No hace falta que me digáis lo que ya sé, la veo cada día y la tengo cada noche en mi cama.
—Espera, espera, que me he perdido —Stefano levanta la mano— ¿Te has liado con ella?
—Llámalo así si quieres, pero es más que un lío.
—Se nos ha enamorado el jefe —escucho a Óscar a mi espalda.
—No creo que tanto, pero, dejemos que las cosas sigan su curso. Esa niña que está con mi
hijo es todo lo que Alana tiene, y no voy a permitir que les pase nada a ninguno de los dos. ¿Me
explico?
—Alto y claro, Alfa, alto y claro —contesta Brian.
Cuando vienen con la cena, nos sentamos en los sofás y el suelo para comer. Los chicos me
preguntan qué sabemos de los suizos y de ese aliado que le he comentado a Brian.
Les pongo al corriente de todo, desde la primera noche que vi a Alana, hasta la anterior,
cuando descubrimos que los chicos no habían vuelto a casa.
—No sé qué relación tiene Vogel con Bosco, pero quiero que empecéis por ahí —les pido a
Emmanuel y Amila.
—Chicos, si Bosco tiene trapos sucios, quiero que los encontréis. Pienso hundir a ese hijo de
puta en el juzgado. A ver si lo puedo meter en la cárcel una buena temporada.
—Joder con la abogada, viene pisando fuerte —dice Andrés.
—Agente, no me sea quisquilloso, que yo sé hacer muy bien mi trabajo.
—Me encantaría ser Bosco, el día que le machaques ante el juez.
—Te dejaré estar presente —contesta, señalándole con una sonrisa.
—Bueno, vamos a ponernos manos a la obra. Andrés, pásale a Emmanuel la grabación de la
llamada, a ver si puede sacar algo en claro de ahí. Habló de Italia, no sé si por equivocación, para
martirizarme y que me comiera la cabeza o qué, pero ahí lo dejó caer.
—Número oculto, ¿verdad? —pregunta Amila.
—Sí, pero si podéis rastrear algo…
—Si no vuelve a llamar, es complicado, pero intentaremos hacer lo que podamos, jefe.
—Mira que me resulta raro que te llamen así, cuando eres el portero de un local de sexo —
dice Alana.
—¿Un local de qué? —pregunta Óscar, y resoplo tras mirar a Alana.
—¿No lo sabían?
—No, no lo sabían.
—Lo siento.
—No, no, nada de disculpas, guapa. ¿Qué local es ese, y por qué no sabíamos nada? —
Stefano me mira con la ceja arqueada, y es Saúl quien habla sobre el local.
Les cuenta lo que sabe por Chiara y Leia, y le acaban sacando el nombre.
—Huy, pues yo quiero conocer ese sitio —dice Luana, de lo más sonriente.
—Lo que me faltaba… —protesta Brian, quien, desde luego, no se ha tomado nada bien las
palabras de nuestra chica.
—Bueno, centrémonos en buscar a Enzo, ya habrá tiempo de conocer el local —dice Amila,
cogiendo el maletín de su portátil.
Se sienta en la mesa y empieza a teclear, pidiéndole a Rosaura que le facilite todo lo que tenga
sobre Bosco.
—Veamos qué sacamos del baúl, señor Bosco —comenta, de lo más concentrada, con sus
gafas de pasta negras.
Mientras Brian llama por teléfono a alguno de sus múltiples contactos, con quien empieza a
hablar en lo que creo que es ruso, Emmanuel se centra en la llamada y la grabación, para ver si
consigue sacar algo en claro.
Stefano y Óscar, por su parte, también hablan con otros contactos, pidiendo lo necesario para
una misión de rescate a las que están más que acostumbrados.
Yo también lo estoy, fueron muchas en las que nos jugamos la vida los cinco, pero después de
desconectarme de todo aquello, y del paso de los años, van dos operaciones en las que
intervengo.
Y de las más importantes, puesto que, en la anterior, esos niños eran importantes para Carlo,
mi jefe, y esta vez, es la vida de mi hijo la que depende de mí.
Tan solo quiero poder traerles de vuelta a casa, sanos y salvos.
—Tony, tengo algo —esas palabras de Emmanuel, hacen que se me corte la respiración.
Lo miro y, con un mapa en la pantalla de su ordenador, me señala un punto concreto de Italia
que conozco, pero que muy bien.
Los suizos tienen a los chicos en mi antigua casa.
34
La noche se me había hecho larga, mucho más que todas aquellas en las que no conseguía
dormirme sin beberme una botella, o dos, de whisky.
Al menos tenía a Alana conmigo, solo que ella tampoco había pegado ojo que dijéramos,
puesto que se movió de un lado a otro, resoplando y murmurando que quería dormir.
La entendía a la perfección, yo estaba igual, por lo que el momento de levantarme, sin haber
descansado nada, era lo peor.
A Alana la dejo en la cama, cuando al fin consiguió dormirse eran cerca de las cinco de la
madrugada, por lo que con solo tres horas de sueño no iba a estar bien.
Al salir de la habitación lo primero que hago es asomarme a la de Enzo, como siempre que
llego a casa de trabajar, pero sigue vacía, intacta como cuando se marchó el sábado de casa.
Sé que voy a recuperarle, pero, ¿en qué condiciones? ¿Qué le estarán haciendo?
Solo de pensar en que puedan golpearle, o a la pobre Lilly hacerle cosas peores, me pone
enfermo.
Y no tengo que imaginar mucho, puesto que las chicas que ahora forman parte de mi equipo y
mi familia, esas cuatro que se vieron obligadas durante dos años a servir para el disfrute de
varios hombres, son prueba de lo que podrían hacerle a esa pobre niña.
Me preparo un café bien cargado y voy a tomarlo mientras observo las vistas de la ciudad.
Amanece lloviendo un poco, y es como si el día se hubiera puesto en consonancia con mi estado
de ánimo.
Eso, o que el ángel que Enzo y yo tenemos ahí arriba, está llorando por lo ocurrido.
Lo reconozco, me volví frío y cauteloso con respecto a algunas cosas, incluso escéptico a la
hora de creer en Dios, o lo que nos espere en el cielo, pero hasta diría que esa parte romántica
que una vez tuve, no se fue del todo.
Tras acabar el café voy al gimnasio, necesito descargar tensión y no hay mejor manera que
golpear el saco unas cuantas veces.
Música, guantes, y comienzo con un derechazo.
Izquierda, derecha, izquierda de nuevo, derecha, un golpe tras otro voy soltando toda la rabia
que llevo dentro, olvidándome de todo cuanto me rodea.
Y acabo gritando tras el dar el último golpe, tan fuerte y con tanta rabia, que lo descuelgo del
techo y lo veo caer al suelo con un golpe seco.
Me sobresalto al notar una mano en mi espalda, me quito los casos y al girarme veo a Alana.
—Menuda paliza le has dado a ese pobre —dice, con una sonrisa.
—Se lo merecía —me encojo de hombros.
—No lo creo, si no te había hecho nada. Ahora tendrás que volver a colgarlo.
—Después lo hago.
—¿Por qué no me has despertado?
—Apenas llevabas unas horas dormida. ¿Qué haces levantada ya?
—Son casi las diez.
Esto es lo que pasa cuando me encierro en el gimnasio, que se me pasa el tiempo y he estado
algo más de hora y media golpeándolo.
—Una buena hora para seguir en la cama —la cojo en brazos y voy con ella a la habitación.
—Está usted todo sudado, señor seriote —me rio al ver la cara de asco que pone, pero la muy
diabla se abraza a mi cuello y me besa con una pasión, que consigue que me estremezca, algo
nuevo para mí.
—Entonces, a la ducha.
—Eso me gusta.
Tras abrir el agua, comienzo a desnudarla mientras dejo que caiga y alcance la temperatura
adecuada.
Ella entra y me espera allí, mirándome con ese brillo en los ojos que me deja más que claro lo
que quiere.
Y yo estoy dispuesto a complacerla.
La beso mientras el agua cubre nuestros cuerpos, la alzo a pulso, me rodea las caderas con
ambas piernas y la pego a la pared, mientras llevo una mano a su entrepierna, donde me deleito
con la suave piel de su sexo.
Toco, pellizco y penetro, hasta que la humedad resbala en mis dedos y Alana grita tras
alcanzar el orgasmo.
—¿Golpeabas el saco para liberar lo que tienes dentro? —pregunta, con la frente pegada a la
mía, y yo asiento— Fóllame, Tony, fóllame como tú necesitas.
—Florecilla, temo hacerte daño cualquier día.
—No lo harás —contesta, acariciándome la mejilla.
Vuelvo a besarla, entregándole más de lo que pensé en estos años que alguna vez podría
hacer, y la coloco en la posición que quiero. De espaldas, apoyada a la pared, con las piernas
separadas y las caderas elevadas.
La penetro de una vez, rápido y agarrándola por las caderas, la escucho gritar y sigo entrando
y saliendo sin descanso, fuerte y hasta el fondo, como siempre he hecho.
Nos corremos a la vez, gritando, y la incorporo para poder besarla y abrazarla como también
necesito en este momento. No quiero ser un jodido cabrón insensible a sus ojos, que solo folla
duro para descargar la rabia y ya.
Tras la ducha, que nos damos entre besos, caricias y miradas cómplices, vamos a la cocina a
desayunar algo, ni eso siquiera había hecho cuando me levanté, tan solo llevaba un café en el
cuerpo.
En ello estamos cuando llegan los chicos para comentarme todo. El plan que han trazado, así
como la hora a la que vendrán a recogerme.
Alana se va a la habitación de Enzo y, cuando nos quedamos solos, voy a verla y la encuentro
sentada en el suelo, con uno de los jerséis de Lilly en las manos, mientras llora.
—Florecilla, me mata verte así.
—Necesito verla, Tony, saber que está bien.
—Lo está, confía en ello.
—Si le pasara algo…
—No le va a pasar nada porque yo no lo voy a permitir. La voy a traer de vuelta, ¿me oyes?
Vais a despedir el año juntas, te lo prometo.
—¿Contigo y Enzo?
—Por supuesto.
—Pero, tú odias la Navidad.
—Puedo hacer una excepción este año, y ver las campanadas, brindando con champán.
—Seguro que pasaremos esa noche solas —murmura.
—¿Por qué dices eso?
—Nada, cosas mías.
—Si piensas que te voy a pedir que os marchéis, estás muy equivocada. Desde que ese cabrón
entró en tu piso, esta es vuestra casa, y aquí os quiero tener hasta que seas tú quien te canses de
un viejo como yo.
—No eres viejo, solo mayor que yo —sonríe levemente, y eso es lo que yo quería.
—¿Madurito sexy? —arqueo la ceja y sonrío de medio lado.
—Muy sexy, leches, que estás para pecar y repetir.
—Menudo piropo.
—Y podría decirte más, pero soy una señorita —se seca las mejillas y me mira sonriendo.
—Vamos a preparar algo de comer, ¿qué te apetece?
—Pues hoy te voy a deleitar yo con algo que solía hacer mi madre.
—¿El qué?
—Tortilla de patatas.
—Me encanta —le hago un guiño, la cojo en brazos y me la cargo al hombro, mientras ella no
deja de reír.
Nos ponemos manos a la obra en la cocina y al menos ella vuelve a sonreír y reír, sin duda,
como decía Giovanna, la nana de Enzo, no hay nada como cocinar para hacernos olvidar y volver
a dejar que la risa inunde nuestra casa.
Tras la comida nos echamos en el sofá a ver la tele, y ahí es donde ella se queda dormida,
hasta que vuelve a despertar poco antes de la cena, pedimos unas pizzas y nos las tomamos
sentados en el suelo del salón, a estilo indio, viendo una película.
—Ahora, a la cama, señorita —la abrazo por detrás y la saco de la cocina para llevarla a la
habitación.
—¿Te quedas conmigo hasta que me duerma?
—¿No prefieres que deje una lámpara encendida?
—Por favor, no soy una niña pequeña —contesta, a lo que arqueo la ceja—. Vale, vale. Lo de
quedarte es como si lo fuera. En fin…
—Claro que me quedo, tonta —la beso antes de recostarla en la cama.
Me tumbo a su lado y ella se cobija en mi pecho.
Nos quedamos así en silencio, hasta que media hora después, Alana, se ha quedado dormida.
Cojo ropa para cambiarme, además de la que voy a llevar en una de las bolsas de deporte que
tengo, y me visto en la habitación de Enzo.
Cuando llegan los chicos nos organizamos bien con todo, el papel que tendrá cada uno en la
misión, así como encargarse de que, si me pasa algo, los chicos salgan con vida de la casa.
—Pero no te va a pasar nada —me asegura Luana—, eres muy joven para reunirte con el
creador.
—Ese y yo estamos peleados desde hace años, todavía le queda para que le perdone.
—Bueno, pero no empieces a decir que si te pasa algo te dejemos atrás, porque te doy con la
mano abierta y te la tatúo en la mejilla.
—¿Dónde está aquella chiquilla que me abrió medio desnuda la puerta hace nueve años?
—Se quedó en aquella casa. Ya soy más fuerte gracias a ti, y a los otros cuatro fortachones.
Rosaura llega justo a tiempo, cuando estamos listos para salir. Ella es quien va a quedarse con
Alana en casa el tiempo que yo esté fuera.
—¿Ibas a irte sin decirme adiós? —escucho su voz y se me parte el alma, está llorando.
—Florecilla, odio las despedidas.
—No, esto no es una despedida. Vas a volver, con tu hijo y mi hermana, y vamos a celebrar
Fin de Año juntos, brindando con champán después de ver las campanadas por la tele —llora,
golpeándome en el pecho con el dedo.
—Si me lo dices así, volveré.
—Más te vale —me abraza y llora con fuerza—. Te quiero, Tony, sé que es poco tiempo, pero
te quiero. No lo olvides, pase lo que pase, por favor.
—Tenemos que irnos, jefe —dice Brian, y asiento.
—Voy a estar bien, preciosa, te lo aseguro —la beso en la frente y me aparto.
Rosaura trata de calmarle el llanto, pero no puede, está a punto de tener una crisis de
ansiedad, y temo por ella.
La llevo a la cama, donde me abraza con fuerza, pidiéndome que no la deje sola y que regrese
a su lado.
Yara le trae una pastilla con un vaso de agua, que se toma, volviendo a recostarse, y en poco
tiempo está dormida.
—Un tranquilizante rápido y potente. Hasta mañana no se despertará, Tony —me dice, antes
de salir de la habitación.
Me despido de Rosaura, que me asegura que va a encargarse de que Alana esté bien, y
salimos de allí para ir al aeródromo en el que nos espera el avión que va a llevarnos a Italia.
Tantos años después de marcharme, regreso al lugar en el que nací, donde me enamoré y fui
feliz.
36
Vogel tiene un arma en la mano, pero no apunta a ninguno de los chicos, ni siquiera me
apunta a mí, a pesar de que yo sí lo hago con el fusil de asalto.
—Tira el arma al suelo —le ordeno, pero el muy cabrón tan solo se ríe.
—Ni lo sueñes, Carusso.
—Enzo, Lilly, ¿estáis bien? —ambos asienten, puesto que no pueden hablar, y respiro un
poco más aliviado, pero solo un poco, al ver que no tienen magulladuras ni rasguños.
—A diferencia de lo que puedas pensar, no les haría daño a dos niños como ellos. Incluso
puedes agradecerme que haya mantenido a esta pobre criatura aquí abajo y bien vigilada —dice,
apoyando la mano en el hombro de Lilly, que se sobresalta—. Si por mi socio hubiera sido, se la
habría dejado a mis hombres.
—No se diferencia mucho de ti, hace años saqué a cuatro niñas como ella de aquella maldita
casa.
—Eso fue cosa de Kurt, era igual que yo, pero bastante más impulsivo, yo jamás habría
consentido nada de aquello, me enteré demasiado tarde.
—Podrías haberlas liberado.
—Ya lo hiciste tú, fue en ese momento en el que me enteré de lo que habían hecho mis
hombres, viendo las grabaciones. No soy un monstruo como puedas pensar.
—Ah, ¿no? Te recuerdo que tú fuiste quien secuestraste a mi esposa, y por tu culpa aquellos
que eran tus hombres, la violaron y mataron a sangre fría.
—Te equivocas, los negocios que tu embajador no quiso hacer, no fue conmigo, sino con mi
hermano pequeño. Él se llevó a tu esposa, no yo.
—¿Tengo que creerte?
—Puedes hacerlo, o no, pero es la verdad.
—Suéltalos, no tienen nada que ver con esto. Fui yo quien mató a tu hermano, no mi hijo. Y
ella, ni siquiera la conocía hasta hace unos días.
—En eso estamos los dos de acuerdo, ella es un daño colateral, en mi caso, pero no en el de
mi socio. Digamos que, para conseguir que vinieras hasta mí, necesitábamos que todo fuera de lo
más convincente.
—¿De qué hablas?
Vogel sonríe, mientras camina de un lado a otro, hasta que se para de nuevo entre Enzo y
Lilly.
—Veo que esa puta de lujo hizo el papel de su vida, la podían nominar para los Goya.
—¿Cómo dices?
—Te engañó, Carusso. Esa puta te engañó tal como le pidió Bosco que hiciera.
Si dijera que en este momento me corre sangre por las venas, mentiría, porque seguro que se
me ha quedado congelada.
¿Qué mierda me está contando este cabrón sobre Alana?
¿Engañarme, ella a mí? No tiene sentido lo que me está diciendo.
—Veo que no me crees, pero tranquilo, que estás a punto de salir de dudas.
En ese momento se abre la puerta, cosa que me extraña puesto que no he escuchado a Amila
avisarme.
Al ver a Bosco, con ese aire de pijo gilipollas que tenía la noche que lo vi en el coche
buscando a Alana, y su estúpida sonrisa, sé que no me va a gustar lo que tengan que contarme.
—Bienvenido de nuevo a su casa, señor Carusso —dice, sentándose en uno de los sofás.
—Soltadlos ahora mismo, y dejad que se vayan.
—Ya veremos, por el momento, aquí están muy, pero que muy bien.
—Le comentaba a nuestro invitado, que tu puta hizo un buen trabajo —dice Vogel.
—El mejor de todos en el tiempo que lleva trabajando para mí.
—Verás, Carusso. Conocí a Bosco hace algunos meses, por negocios que tenemos en común,
le comenté que en Madrid había alguien a quien quería ver muerto, le enseñé fotos tuyas, de tu
familia y, cuando vio a tu esposa, me aseguró que una de sus chicas era exactamente igual a ella.
Lo pude comprobar con mis propios ojos, y le dije que la necesitaba para hacerte venir a mí. Ni
siquiera la pegó realmente, no a ella, es su favorita, digamos que mi amigo Bosco, es un poco
sentimental en ese aspecto. Tampoco entró en su casa para destrozarla, bueno, sí, pero algo que
ambos ya habían pactado. Aquella noche no llegó a ti por casualidad, Carusso, llevábamos
tiempo siguiéndote, sabíamos tus horarios y esa noche era la perfecta, puesto que su hermana no
estaría en casa. Con lo que no contábamos ninguno de nosotros, era con que tu hijo fuera el
novio de su hermana, pero, ya que nos traíamos al pequeño Carusso, ella entraba en el lote, de
ese modo su putita colaboraría aún más, dando más drama al momento.
No puedo creer lo que me está diciendo, debe ser una puta broma, porque esa mujer no tiene
ni una pizca de maldad, ni en la mirada, ni en el alma.
—Está en shock, le hemos dejado fuera de juego —dice Bosco.
Tengo que jugar mi baza, hacerles creer que ya lo sabía y no poner en peligro así a los chicos.
—Os ha salido mal el juego, estoy aquí, sí, pero ella misma me lo contó todo, la mañana que
recibimos tu nota.
—Imposible, no me la jugaría de esa manera, y menos, teniendo a su hermana en mi poder. La
puedo meter en cualquier burdel de mala muerte de aquí, en España, o en Suiza, y no volvería a
verla en la vida.
—¿Crees que no contábamos con ello? Por eso estoy aquí, para llevarla de vuelta a su casa.
Esta conversación se está grabando, la Policía está al tanto de todo y no tardarán en venir con
una simple y sencilla orden.
—Lo dudo, nos habríamos enterado de una operación policial de semejante envergadura,
tengo algunos polis en nómina —dice Vogel, pero le noto nervioso, por lo que mi farol está
haciendo efecto.
—¿Quién ha hablado de la policía italiana, Vogel? Las autoridades españolas, y las suizas,
están al tanto de todos vuestros chanchullos.
—Si tu puta nos la ha jugado, seré yo quien la mate, Bosco, ten eso por seguro —está furioso,
incluso apunta a su socio con la pistola.
—No harás nada, está bien vigilada y protegida.
—Esa puta, me aseguró que lo haría, con tal de poder dejar el trabajo y que no me llevara a su
hermana.
—Como dije, os ha salido mal el juego.
Escucho pasos en el pasillo y, al estar la puerta abierta, no tardo en estar completamente
seguro de que se trata de los chicos, al menos de algunos de ellos.
—¡Dispara! —grito, sabiendo que Óscar está ahí, y no me equivocaba.
Un tiro impacta en la frente de Vogel, y otro en la de Bosco.
Ambos caen al suelo y la sangre comienza a formarse en un gran charco a su alrededor.
Voy directo a por Enzo, lo desato y no puedo evitar abrazarlo con todas mis fuerzas.
—¿Estás bien de verdad, hijo?
—Sí, papá, lo estoy. Sabía que vendrías.
—Siempre, Enzo, siempre iré a sacarte de donde estés. Lilly, ¿cómo estás, pequeña?
—Bien, estoy bien.
—Salgamos de aquí, jefe, esto se va a llenar de polis en nada —dice Óscar.
¿Se puede saber por qué mierda no contestabas? —protesta Brian.
—Porque no oía nada, como si ahí dentro hubiera algo que anulara la frecuencia de la radio
—contesto.
—Es posible, Beta, no te pongas en plan madre con Alfa —escucho a Amila en mi oído.
—Qué bueno oírte de nuevo, Gamma. Te echaba de menos.
—Ay, ¡qué bonito eso que me has dicho, jefe! Un día nos vamos a cenar juntos.
—Gamma, para el carro que el jefe ya tiene novia.
—Te noto un poquito celoso, Épsilon —contesta ella.
—Sí, claro —voltea los ojos.
—No voltees los ojos, que nos vamos conociendo, chicarrón.
Sonrío al escucharlos, puesto que ese par sin duda tiene algo entre ellos, que no dudo que
acabe saliendo a la luz antes que después.
Pero no me quito de la cabeza eso que han dicho Vogel y Bosco sobre Alana. ¿Será cierto que
me ha engañado estos días?
Que todo fue una farsa para acercarse a mí, poder llevarse a mi hijo y hacerme ir a buscarlo
para poder matarme.
Me cuesta creerlo, de verdad que sí, puesto que no veo a mi florecilla con esa maldad con la
que me la han querido pintar ese par de cabrones.
—Señor Carusso —dice Lilly, cuando nos sentamos en la furgoneta—. Sé que no soy más que
una niña, pero le aseguro que mi hermana hizo todo aquello por protegerme. Bosco no iba a
permitir que dejara el trabajo, y le había dicho que me llevaría a mí en su lugar. La única forma
que ella vio de salvarnos a las dos era accediendo a hacer lo que hizo. Por eso la noche que la
conoció yo fui a dormir a su casa, ella me pidió que saliera por todo lo que había tramado Bosco,
pero le aseguro que Alana se ha enamorado de usted, como nunca antes la vi de ningún otro.
Ella comienza a llorar, tapándose la cara y Enzo, la abraza mientras le besa la coronilla.
La rabia, el dolor, la sensación de impotencia, todo eso que me acompañó durante años,
vuelve a mí con más fuerza.
Me la ha jugado, la única mujer por la que me liberé de mis demonios, de la coraza que yo
mismo forjé alrededor de mi maltrecho corazón, me la ha jugado de la peor manera.
Brian me mira, y no necesita preguntar para saber lo que viene ahora, puesto que ya pasamos
por esto una vez. No igual, ya que Chesca, no me engañó ni me la jugó, pero, si desaparecí
entonces, ¿por qué no hacerlo también ahora?
Necesito un tiempo para pensar, para asimilar que la mujer que no puedo sacar de mi cabeza a
pesar de conocerla de solo unos días, me la ha jugado, y de la peor manera.
38
Cinco de enero, noche de Reyes, y Alana se empeñó en decorar la casa para la ocasión.
No pude negarme, ¿quién lo haría cuando pone esos ojitos? Nadie, y yo, mucho menos,
puesto que me propuse complacerla en lo que pidiera.
Y, si para ella es importante celebrar esta noche, para mí también debe serlo.
Lilly y Enzo, se ofrecieron a preparar la cena, algo que dijeron con lo que íbamos a chuparnos
los dedos. No sé, miedo me dan esos dos en la cocina, porque a saber, qué se les ocurre
experimentar con lo que deleitarnos.
Hablé con Brian sobre lo que me contó Luana, eso de que se instalan aquí de manera
definitiva, ya está todo más o menos organizado y han visto hasta la casa, un chalet grande a las
afueras de la ciudad, donde nadie les moleste ni sospechen a lo que se dedican, aunque va a ser
difícil evitar algo así.
Le propuse ser parte del equipo, solo si me necesitaba en alguna misión importante, puesto
que él y los chicos no dudaron en venir cuando ocurrió lo de Chesca, así como al pedirles ayuda
para encontrar a los niños de Carlo, y a mi propio hijo.
Se negó al principio, diciendo que eso sería exponerme a dejar sola a mi familia, pero tanto mi
hijo, como nuestras chicas, le dijeron que me aceptaran en el equipo, que dos manos extras
siempre son bienvenidas para poder encontrar a quien ha desaparecido.
Y lo hizo, aceptó a regañadientes, y ahora vuelvo a formar parte de ese equipo del que hace
tantos años fui el jefe.
—Tony, dice mi hermana que vayas un momento a la habitación —me pide Lilly, saliendo
por el pasillo.
Dejo la taza de café en la mesa del salón y voy a ver qué quiere mi florecilla.
—Dime, cariño.
—¿Le has comprado algún regalo a Enzo? Hay que dejárselos en el árbol esta noche.
—Sí, tranquila. Que no lo celebremos, no significa que no le compre nada a mi hijo. Eso
jamás lo habría permitido su madre.
—Más te vale, que me enfado y duermes un mes en el sofá.
—¿Ya me estás echando de la cama? Y acabamos de empezar a vivir juntos, no quiero
imaginar lo que harás cuando llevemos diez años.
—¿Me vas a aguantar tanto tiempo? —Arquea la ceja.
—Espero que mucho más, ¿por qué, no quieres?
—Sí, sí. Me va a encantar ser la joven, guapa, sexy y explosiva mujer de un adorable
ancianito.
—¿Me acabas de llamar ancianito?
—Hombre, me sacas quince años, tú me dirás. Cuando yo sea una madurita de cuarenta y
cinco años, tú serás un abuelo de sesenta.
—Disculpa, joven sexy y explosiva, pero hay hombres de sesenta años, que ya quisieran
muchos de treinta estar como ellos.
—También es verdad. Bueno, no es que vayas a ser como el abuelo de Heidi.
—Me falta pelo —contesto.
—Y barba.
—Y barriga.
—Tú deja que yo cocine, que te quito esa tableta de chocolate en un plis.
—¿Quieres hacerme engordar con algún propósito, joven florecilla? —pregunto, rodeándole
la cintura y pegándola a mi pecho.
—Claro, para que no te desee ninguna otra mujer. He visto cómo te miran en el local, están
todas deseando que les des lo suyo.
—Pues se pueden quedar con las ganas, que yo con mi diabla, voy más que servido —
contesto, cogiéndola en brazos y caminando hacia el cuarto de baño.
—¿Dónde vas? ¿Qué haces?
—A la ducha, que me ha dado calor de repente.
—¡Ah, no! vamos fuera, venga, Tony, por Dios, que estamos preparando la cena de Reyes.
—Los chicos están preparando la cena. Nosotros vamos a practicar una cosa.
—¿Qué cosa? No se te ocurra querer hacer aquí en casa cosas raras, que vivimos con dos
adolescentes vírgenes.
—Adolescentes vírgenes y llenos de hormonas, que estos no siguen vírgenes después de San
Valentín, ya verás.
Tras abrir el agua de la ducha y desnudarnos, entramos en ella y me pierdo en ese cuerpo que
tanto me gusta.
Lo cubro de besos y caricias mientras la enjabono, toco en su centro de placer y la llevo a uno
de esos orgasmos que ella libera con un grito.
La cojo en alza y la penetro mientras nos besamos, uniéndonos en uno solo bajo el agua que
baña nuestros cuerpos.
Acabamos a la vez, la pego a la pared y me quedo abrazado a ella unos minutos, disfrutando
del tacto de su piel y del calor que desprende junto al mío.
—¿Qué era eso que íbamos a practicar, señor seriote?
—Esto, lo de hacer bebés.
—¡Huy, lo que ha dicho! Aún es pronto, ¿no crees?
—Bueno, hay que practicar. ¿Cuántos hijos dijiste que querías?
—Al menos tres, o más, no sé —ríe ella.
—Pues por eso, hay que empezar a practicar ya, que uno tiene una edad y…
—Anda, si estás hecho un chaval.
—Sí, sí, claro.
Salimos para secarnos, volvemos con los chicos que están de lo más acaramelados en la
cocina, riendo, y sonrío al ver que esto es lo que realmente he necesitado siempre y no quería
reconocerlo.
Una casa llena de sonrisas, de esa bonita melodía que es la risa de una mujer, y ahora tenemos
dos que harán que nuestros días se vuelvan de colores.
Cuando los chicos aseguran que la cena está lista, vamos todos a vestirnos para después poner
la mesa y disfrutar de esos platos que, con todo el cariño del mundo, han preparado.
Y así pasamos la noche, entre risas, charla y sin que falten los gestos de cariño de Enzo con
Lilly, ni los míos con Alana.
Cuando ellos se van a la cama, Alana y yo colocamos sus regalos en el árbol. Estamos
llegando a la habitación cuando me dice que se le ha olvidado poner una cosa para su hermana,
así que regresa al salón y yo la espero en la cama.
—Listo, ya está —se acuesta a mi lado y la acojo entre mis brazos.
Se acomoda sobre mi pecho, pero no tardamos en comenzar a besarnos y dejarnos llevar por
las ganas y el deseo.
Tras hacerle el amor sin dejar de mirarla a los ojos, nos quedamos dormidos.
Una de esas pesadillas que me acompaña desde hace años me despierta, miro a Alana, que
sigue dormida, y me levanto sin hacer ruido para ir a beber agua.
Me pongo unos vaqueros, nada más, y salgo dejándola a ella descansar.
Después de mi paso por la cocina, voy al salón para comprobar que no se haya caído ningún
regalo, y veo una nota que lleva mi nombre sobre uno de ellos.
«Sé que te has levantado antes que ninguno, así que vas a abrir este regalo y espero que te
guste. No te enfades con Enzo, yo le pedí que me lo diera»
Retiro el papel que lo envuelve y me encuentro con una foto antigua, ampliada y enmarcada,
con los nombres y la fecha en que se tomó grabados en él.
Chesca, Enzo y yo, somos quienes aparecemos en ella. Fue tomada en las últimas Navidades
que celebramos juntos, once meses antes de que ella muriera.
No puedo evitar que me caigan las lágrimas, porque hacía demasiado tiempo que no veía esta
foto.
Mi mujer, mi amada esposa, tan llena de vida y con tantas cosas aún por hacer, sonriendo y
mirando a su hijo con el mismo amor con el que yo la miro a ella.
—Sabía que te levantarías pronto, pero no pensé que tanto —me seco las lágrimas al escuchar
a Alana, que me abraza por detrás, acariciándome el pecho desnudo.
—Me desperté con sed —miento, no quiero que sepa que aún tengo alguna pesadilla con
aquella maldita noche.
—Sé lo mucho que significa esta foto para Enzo y para ti, y quiero que esté en el salón de
casa.
—No puedo, Alana, no puedo tenerla.
—Sí, claro que puedes. Enzo me contó por qué están todas guardadas, y sí, vale, se quedan
todas ahí, pero esta, no, lo siento. Fueron las últimas Navidades que celebró tu hijo, y quiero que,
a partir de hoy, celebre todas contigo, con Lilly y conmigo. Ella es parte de vuestra vida, Tony,
de vuestro pasado. Sin ella, no nos habríamos conocido nunca.
—Va a ser raro volver a verla en esta foto, mientras que te veo a ti cada día.
—¿Más que el hecho de que parezca mi hermana melliza?
—Vale, tú ganas, eso es bastante más raro.
—Venga, vamos a ponerla en su sitio, donde siempre debió estar.
Alana me coge de la mano y vamos hacia el mueble del salón donde la pone justo en medio de
dos fotografías de Enzo.
—Ahí está perfecta.
Asiento, la abrazo desde atrás y le dejo un beso en el cuello.
—Te quiero, florecilla —susurro, con los ojos cerrados—. Gracias, gracias por aparecer en mi
vida, para ser mi liberación.
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[1]
Traducción: Seguí adelante
[2]
Traducción: El dolor y la lucha me siguieron
[3]
Traducción: Tengo ángeles a mi alrededor
[4]
Traducción: Seré un luchador hasta el final, hasta mi último aliento
[5]
Traducción: piccola – pequeña
[6]
Traducción: Ti amo amore mio, non dimenticarlo mai – Te amo mi amor, no lo olvides nunca
[7]
Traducción: Ti amo, bella Chesca – Te amo, hermosa Chesca
[8]
Traducción: La mia bella ragazza – Mi niña hermosa
[9]
Traducción: ¿Quiero saber? ¿Si este sentimiento fluye en ambos sentidos?
[10]
Traducción: Tal vez estoy demasiado ocupado siendo tuyo para enamorarme de alguien
nuevo ahora que lo he pensado. Canción – Do I Wanna Know
[11]
Canción: No hay nadie más