Alas de Obsidianas (Trilogía Alma de Dragón) - Clara Hartley
Alas de Obsidianas (Trilogía Alma de Dragón) - Clara Hartley
Alas de Obsidianas (Trilogía Alma de Dragón) - Clara Hartley
como tú. Está hecho sin ningún ánimo de lucro por lo que queda
totalmente PROHIBIDA su venta en cualquier plataforma.
Es una traducción de fans para fans. En caso de que lo hayas comprado,
estarás incurriendo en un delito contra el material intelectual y los
derechos de autor en cuyo caso se podrían tomar medidas legales contra
el vendedor y el comprador
Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprándolo. También
puedes hacerlo con una reseña, siguiéndolo en las redes sociales y
ayudándolo a promocionar el libro. Los autores (as) y editoriales también
están en Wattpad.
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que
suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias
historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.
¡No suban nuestras traducciones a Wattpad!
Es un gran problema que enfrentan y luchan todos los foros de
traducción. Más libros saldrán si dejan de invertir tiempo en este
problema. No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin
Wattpad, sin foros de traducción y sin sitios de descargas!
¡Que lo disfruten!
Una bruja mortal con cicatrices. Un cambiaformas dragón con una
reputación aterradora.
Constance Rinehart tiene un pasado torturado. Su madre murió a mano
de un hombre despiadado y ella creció con el corazón cerrado. Después
de las recientes incursiones de bandidos, Evernbrook se muere de hambre,
lo que obliga a Constance a sacrificarse en la Ofrenda, un evento en el que
las jóvenes doncellas se unen a los dioses dragón. Cuando la emparejan
con el hombre más brutal del mundo, sus peores temores se hacen
realidad.
Rayse Everstone, señor de clan de cambiaformas dragón más grande de
todos los tiempos, ha estado buscando a su pareja durante los últimos
quinientos años. Está en desacuerdo con su clan y es temido por los
humanos. Cuando su pareja lo rechaza y aumentan las tensiones entre los
suyos, enfrenta la amenaza de que todo lo que ha construido se
derrumbe…e incluso la pérdida de su propia vida.
onstance rodeó con sus dedos la cabeza del lagarto y lo aplastó.
Rápido y sin crueldad, como le había enseñado su madre. Esta
magia era lo único que tenía para recordarla.
—Más vale que tengas una buena razón para llamarme aquí —dijo
Rayse.
Quería estar cerca de su compañera después de aquella confrontación.
La grieta en su relación se había ampliado. Dejar las cosas así hizo que su
interior protestara. Shen voló junto a él en forma de dragón.
—Mis disculpas, milord. Pero creo que esta situación se resolverá mejor
con su intervención directa. —La piel de sus alas se agitó con la brisa.
Un grupo de los mejores guerreros voló junto a ellos, Fraser incluido.
La nariz de Rasye percibió el olor a fuego y sangre. Miró hacia abajo. Un
mar de llamas lo recibió. Shen bajó la mirada.
—Parece que llegamos demasiado tarde.
—Informe.
—Se ha avistado una bandada de dragones aterrorizando a los pueblos
de esta zona. Uno de los dragones de la patrulla los vio causando estragos.
Podría ser el momento oportuno para detenerlos —contestó Fraser.
—¿Por qué no se me comunicó esto antes?
—Pensamos que podría haber sido una simple tontería de dragones.
El humo salió de las fosas nasales de Rayse.
—Y ahora hemos perdido una aldea.
—Esta es la primera aldea que han quemado.
—Y podríamos haberlo evitado —gruñó—. Ahora que han probado la
destrucción por primera vez, van a querer más. Quiero que las patrullas
salgan a buscarlos. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
Todos inclinaron la cabeza.
—Sí, milord.
Sus oídos captaron las súplicas de un moribundo. Voló hacia abajo. El
suelo crujió bajo el peso de sus garras. Sus agudos ojos de dragón captaron
fácilmente a un hombre atascado bajo los escombros, pidiendo ayuda. La
víctima estaba a medio camino de la muerte.
—¡Ayuda! Ayuda, que alguien me ayude. Ayuda... Ayuda... —Los ojos
del hombre estaban nublados por la locura.
Con un barrido de su cola, Rayse rozó la masa de madera carbonizada
que lo inmovilizaba.
—Que alguien le atienda —ordenó. Bajó la cabeza en un gesto solemne,
aunque el hombre no lo notara. ¿Qué había perdido esta pobre alma por
culpa de los suyos?
Los ojos del humano se abrieron de par en par.
—Por favor. Oh, dragones, por favor. Devolvedme a mi mujer y a mis
hijas. —Se levantó a trompicones y se arrodilló, a pesar de su pierna
medio rota. El herido temblaba como una ramita rota por los fuertes
vientos. Lloró un torrente de lágrimas—. Hacedme cualquier cosa. No me
importa. Pero no les hagas daño.
No podía responderle a través de su forma de dragón. Inspeccionó la
destrucción y se dio cuenta de que la mayoría de los cadáveres eran de
hombres. ¿Quiénes eran estos dragones y por qué estaban secuestrando a
las mujeres?
—Quiero una exploración de esta zona. Encontrad a cualquier
superviviente y traedlo para que podamos curarlo.
Shen y Fraser inclinaron la cabeza.
—Sí, milord.
—Envía a alguien a apagar estos incendios. No quiero que se extienda
y queme recursos.
—Sí, milord.
—Y... —Por el amor de Dios. ¿Qué le estaba pasando? Maldita
mujer—. Y.… gracias. A los dos.
Los dos dragones se miraron extrañados.
—¿Perdón, milord? —preguntó Shen.
—Gracias por su servicio. Ahora, dejad de mirarme boquiabiertos.
Volved al trabajo.
Shen ladeó la cabeza.
—Sí, milord.
La confusión se extendió por los rostros de Shen y Fraser mientras se
dirigían a hacer lo que se les había ordenado.
Tenemos a tu femriahl.
Reúnete con nosotros frente al castillo cuando el cielo de la tarde
esté en lo más alto y se haya reunido una multitud.
Te reto a un duelo por el puesto de femrah.
Rayse podía sentirla a pesar de haber estado medio dormido durante los
últimos días. La llamada de la Madre sonaba como un tamborileo
constante en el fondo de su mente, convocándolo. Cualquier otro dragón
lo experimentaría una vez en su vida, o eso decían las historias. La diosa
sólo venía una vez cada mil años. Llamaba a todos sus hermanos,
exigiendo su atención y amor, y a pesar de su cuerpo maltrecho, su alma
se acercó a ella.
Estaba dormido, pero no realmente.
Reclámala. Tómala. Protégela.
Los pensamientos relacionados con Constance nunca le abandonaban,
a pesar de que necesitaba descansar. Sus músculos y su cuerpo ardían
debido al desencadenamiento del vínculo de pareja, y su dragón no
concentraba sus energías en lo que más las necesitaba. Percibía su
entorno, medio consciente de las sensaciones que le producían. Incluso
cuando ella le había suturado las heridas, había sentido el pinchazo de la
aguja. Por suerte, ella tuvo el cuidado de adormecer su piel antes de
limpiarlo. De lo contrario, estaría gritando en su mente, su cuerpo era
como una prisión.
Sintió su toque cariñoso en la frente, y la caricia de sus suaves dedos
cada vez que le limpiaba las heridas. Oyó cada palabra que ella le
susurraba en su estado de semiinconsciencia. Ella le había pedido perdón
muchas veces. Él anhelaba decirle que no tenía por qué hacerlo.
Sentir su afecto lo calentó como nunca antes. Se preguntó cuándo fue
la última vez que alguien se preocupó tanto por él. Sus emociones se
agitaron al darse cuenta de que, aunque ella no lo amara, había espacio en
su corazón para él. Tenía muchas ganas de besarla.
Esperó. Su cuerpo se recuperaba a un ritmo demasiado lento. Se
preguntó por qué la unión de pareja hacía que los dragones fueran tan
débiles. Tal vez era una forma de que la naturaleza encontrara el
equilibrio, o porque era la manera en que su alma se aseguraba de que
desviara toda su atención para darle lo que quería.
Independientemente de la razón, maldijo ser tan inútil. Necesitaba
despertarse pronto, no fuera que los compañeros de Ranwynn volvieran a
conspirar contra su compañera. Buscó consuelo en saber que Fraser le
ofrecía a Constance su protección, pero ningún otro dragón cuidaría de su
pareja como él. Tenía que estar ahí para ella.
En cuanto reunió la energía suficiente, se obligó a abrir los ojos. Ella
dormía a su lado, con una mano lechosa apretada sobre la suya. Sabía que
el calor de su cuerpo estaba a punto de escaldar. ¿Por qué querría ella
tocarlo?
—Constance —La llamó. Su voz sonaba ronca por no haberla usado
durante mucho tiempo.
Su pelo castaño se movió. Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos
color miel. Las ojeras se agolpaban en sus párpados. No había descansado
lo suficiente, como él. Pero en cuanto sus miradas se encontraron, una
sonrisa se abrió en sus mejillas y la oscuridad de su falta de descanso
desapareció.
—Estaba empezando a pensar que no ibas a volver.
—Tengo la piel de un dragón. No me subestimes. —Las palabras
salieron de su garganta como un suave susurro.
Un dolor agudo le atravesó el pecho y la pierna. Se estremeció. Dormir
había atenuado la agonía de sus heridas. Estar despierto le devolvió todos
sus sentidos, que le atravesaron como un rayo.
Ella notó su mueca.
—Te daré algo para el dolor.
Él hubiera preferido que ella se quedara, pero antes de que una objeción
escapara de sus labios, ella se levantó y salió de la habitación. Regresó
unos minutos después con un vaso de líquido marrón humeante.
—Bebe.
Si cualquier otra persona le diera algo similar, lo rechazaría por lo
sospechoso que parecía, pero confiaba en su femriahl. Intentó
incorporarse, y luego gimió cuando su pecho estalló en una angustia
abrasadora. Se esforzó, un poco de dolor normalmente no hacía nada para
detener a la Amenaza Negra, pero entonces ella le apoyó una mano en su
hombro.
—Si es demasiado difícil levantarte, no lo hagas. Órdenes de tu doctora.
—Cuando él la ignoró, le lanzó una mirada desaprobadora. Con un poco
más de fuerza esta vez, lo empujó de nuevo a la cama—. Cuanto más te
esfuerces, más lento te curarás.
Él cedió y dejó que su cuerpo se hundiera de nuevo en las sábanas de
seda. El entumecimiento le desconcertó. Hacía cientos de años que no le
temblaban las piernas, y lo detestaba.
—No debería ser tan débil.
—Has pasado por mucho. —Ella vertió medicina en una cuchara de
madera y se la llevó a los labios.
Su ternura le brilló como el sol, pero su culpabilidad la eclipsó casi
inmediatamente. Se llevó el líquido a los labios y tragó.
—No tienes que culparte.
—¿Hm? —Ella apartó la vista del vaso y lo miró.
—Escuché tus disculpas cuando dormía. Mi dolor no es culpa tuya. Es
mi responsabilidad.
Su cuerpo se puso rígido. Apretó la mandíbula.
—¿Oíste todo lo que dije? ¿Has estado consciente todo este tiempo?
—Semi-consciente. Mi dragón no me dejaba descansar del todo.
Hizo una pausa, pensativa.
—¿Cuánto tiempo puedes seguir así? —Le sirvió otra cucharada de
medicina y, él complaciente, se la bebió.
—¿Seguir cómo?
—Cansado, pero alerta todo el tiempo. ¿Por qué tu cuerpo te castiga
así? Al final te vas a romper. Ningún ser, dragón o humano, puede
soportar semejante estrés.
Una sombría aceptación se apoderó de él. No sabía si sobreviviría a este
apareamiento. Había oído hablar de otros dragones que morían antes de
terminar de cortejar a sus parejas, pero nunca se imaginó que él mismo
fuera uno de ellos. Incluso ahora, con su relación y la de Constance a
punto de colapsar, no lo creía.
—Un mes es cuando la mayoría de los dragones se rinden —respondió.
El dolor de sus heridas se desvaneció en el entumecimiento. La medicina
estaba haciendo efecto.
Sus hombros se tensaron.
—Un mes.
—Pero para mí, tal vez menos. Tengo muchos enemigos.
Casi le ocultó la verdad. Podría haberle mentido, diciendo que podía
soportar las torturas del apareamiento para hacerla sentir mejor, pero uno
no fomenta la confianza ocultando verdades tan graves.
Ella aspiró con fuerza.
—Rayse, si hay una forma de romper el vínculo, ¿lo intentarías?
Sus cejas se fruncieron.
—No, por supuesto que no.
Si el vínculo se rompía, significaba perderla. Ese futuro hacía que su
corazón se estremeciera de miedo. ¿Querría volver al vacío que
experimentaba antes de ella? Encontrar el amor no era flores y margaritas
como su yo más joven había soñado, pero era infinitamente mejor que
nada.
—Ya veo.
—No pienses nunca en esa posibilidad, pequeña llama. En ti hay
esperanza y luz. Sufrir estos dolores es una compensación razonable.
—¿Incluso la muerte?
—Sí, incluso la muerte.
La pesadez se apoderó visiblemente de ella.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Por ser tan impulsiva y tonta.
—Yo... no entiendo.
—No te preocupes.
Las lágrimas se acumularon en las esquinas de sus ojos, pero no se
derramaron. Las contuvo con firmeza. Lamentó compartir con ella su
posible destino. No quería que llorara ni que estuviera cerca de hacerlo.
Se dio cuenta de ello cuando miró su precioso rostro. Tenía unos rizos
preciosos, y rasgos pequeños y delicados, pero sus ojos eran redondos y
tan brillantes como el sol. Amenazaban con mirar a través de su alma.
Se estaba enamorando. No era sólo el vínculo de pareja lo que le atraía,
sino la propia Constance. Su lado humano, no su dragón, quería compartir
el mundo con ella. Sus emociones se convirtieron en un torbellino de
irracionalidad y necesidad.
No quería morir. Más que nunca, tenía miedo de perecer. Porque si lo
hacía, el futuro que podrían compartir se disolvería en la oscuridad.
Quería mostrarle Gaia en el lomo de sus alas, experimentar las muchas
nuevas primicias que ella tendría entre la vida de los dragones. Con ella,
podría construir un lugar al que pertenecer, una familia. ¿Sus hijos
tendrían más rasgos de él o de ella? ¿Serían tímidos o escandalosos?
En silencio, le dio el resto de su brebaje medicinal. El ardor de sus
heridas se evaporó, pero la somnolencia entró en su lugar. Le quitó parte
de su energía. Se obligó a mantener los ojos abiertos. No quería volver a
estar preso en su mente.
—Cuéntame una historia —pidió. Su voz de ruiseñor le devolvía a la
plena conciencia.
—¿De qué tipo? —preguntó ella.
—Una feliz. El momento más feliz de tu vida.
¿Qué hacía sonreír a Constance Rinehart?
Se apartó un mechón de pelo.
—No tengo muchos momentos alegres que contar. Mi vida es o bien
lúgubre o bien espantosa.
—Tiene que haber uno. Todo el mundo tiene un momento feliz. Es lo
que nos hace seguir adelante.
Su rostro se arrugó. Luego la suavidad la bañó y la calidez brilló en ella.
—La primera vez que curé a alguien con mi magia fue a los trece años.
Fue a Marzia. Enfermó de fiebre azul y no quería que mi mejor amiga
estuviera enferma, así que, lejos de Eduard, coseché algunas almas y las
añadí a su brebaje. La fiebre azul normalmente tarda una semana en
curarse con los cuidados adecuados, pero ella salió de la clínica en un solo
día. Saber que había marcado una diferencia me hizo hincharme de
alegría. Y el uso de la magia... es intoxicante.
—¿Y ella lo sabía?
—No, definitivamente no. Mi madre me dijo que nunca revelara mis
secretos a nadie. La brujería se castiga con la muerte.
—Los humanos pueden ser imprudentes.
—Temen lo desconocido. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú? ¿Cuál es
tu momento feliz?
—Cuando puse mis ojos en ti.
Un rubor subió a sus mejillas. Dudó, y luego una risa incrédula salió de
su garganta.
—No, quiero decir, de verdad. ¿El momento más feliz de tu vida?
—No estaba bromeando. He esperado siglos para encontrar a mi pareja.
Algunos dragones encuentran a sus esposas en sus primeros cien años.
Quinientos años se considera viejo cuando se trata de aparearse.
Empezaba a pensar que no había esperanza. —Sus ojos se encontraron
con los de ella—. Y entonces te vi. He soñado contigo desde que era un
niño. Y en ese momento, lo supe, y la euforia se apoderó de mí. Supe que
mi vida cambiaría para mejor.
—Pero no lo ha hecho.
—Sí lo ha hecho.
Ella lo escaneó.
—A mí no me lo parece.
—Pequeña llama, prefiero mil años de esto contigo a mi lado, que otro
día en el vacío.
—No entiendo qué ves en mí —dijo ella—. Estoy arruinada.
—Te enfrentaste a las dificultades. Y saliste de ellas más fuerte, pero
con cicatrices. Podemos curarlas juntos con el tiempo. Me haces sentir...
abierto, seguro, cómodo.
—¿Seguro? Soy una pequeña humana. No puedo protegerte.
Él sonrió.
—No en ese sentido. Seguro, como la forma en que uno se siente
cuando está en casa. A salvo. —Empujó su cuerpo hacia arriba. La
debilidad luchó contra él y lo presionó hacia abajo. Apretó los dientes. El
dolor ya no le atormentaba, no con su medicina, pero su reserva de fuerzas
era poco más que un charco.
—¿Qué estás haciendo? —Le regañó ella—. Vuelve a tumbarte.
—Mi dragón quiere besarte. —Mintió. No era su bestia quien lo
deseaba, sino él mismo.
Sus mejillas enrojecieron.
—No tienes que levantarte para eso.
Se hundió de nuevo en las sábanas y la miró expectante. Su respiración
se aceleró mientras se inclinaba hacia él. Cerró los ojos con fuerza y bajó
a sus labios. El tacto de su piel y su aroma a hierbas lo calentaron. Él
quería más, pero en menos de un segundo, ella se apartó. Intentó ocultar
su vergüenza, pero lo hizo muy mal. Podía oler la ansiedad que se
desprendía de ella en oleadas.
Ella hizo girar sus pulgares.
—Ya está.
—Otro —pidió. Ese breve sabor de ella apenas fue suficiente.
—No me presiones.
Una chispa se encendió en él. A pesar de su pasado, ella había reunido
la fuerza para besarlo. Él sabía que su experiencia con los hombres le
había cerrado el corazón.
Todavía había esperanza para su vínculo.
Constance pasó los dedos por la página del libro de traducción del
dragoniano al falroniano.
—Y... ¿cuál es el significado de luvre?
Rayse estaba apoyado en el cabecero de su cama, sin camisa. Ella se
sentó en la cama, a su lado, con el libro del tamaño de Goliath en el regazo.
Los últimos días que había pasado con el hombre consistieron en horas de
lecciones sobre dragones, historia y lenguaje que encendieron las llamas
de la intriga en ella. Rayse parecía irritable a primera vista, pero era un
profesor paciente.
—Luvre significa compañero —respondió—. Tú eres mi luvre. Como
yo soy el tuyo. —Le acarició la piel con el dorso de los nudillos. No pensó
mucho en su tacto, acariciándola inconscientemente.
Un rubor subió a sus mejillas. Se relamió los labios y trazó sus dedos
sobre la página.
—Y... ¿usado en una frase?
No le estaba sonsacando nada. Habían pasado por este proceso con otras
innumerables palabras. Primero, Rayse daba la definición y luego él la
seguía con una frase. Así le resultaba más fácil entender el idioma.
Una sonrisa rozó el lado de sus labios.
—Kemsanna risken dars luvre.
—¿Y eso significa?
—Mi pareja ha marcado mi alma.
Sus mejillas se pusieron más rojas.
—Ah, ya veo. Kemsanna... risken dars luvre. —Repitió la frase por
costumbre, para que la pronunciación se grabara en su lengua.
Se oyó un gruñido a su lado. Levantó la cabeza.
—¿Rayse?
—Ignora eso... Es sólo mi dragón actuando. Aunque sé que esas
palabras no salen del corazón, provoca... sentimientos... que no sé
controlar. —Se pasó los dedos por el pelo.
Tragó nerviosa y volvió al diccionario.
—¿Qué tal laska?
Él se rió. El sonido de su risa sonó como un soneto en sus oídos. Su
expresión era divertida.
—No deberías decir esa palabra.
—¿Qué significa?
—Es una palabrota. —Ladeó la cabeza—. No estoy seguro de cómo
decirlo en falroniano. Supongo que la forma más cercana de describirlo
es... ¿partirle el culo a un dragón?
La incredulidad y la alegría se apoderaron de ella, y luego se echó a reír.
—No creo que vaya a utilizar ese término en ningún hechizo.
—Tal vez no. Pero ensartarle el culo a un dragón podría ser útil en la
batalla.
—¿Puesto en una frase?
—Von islyna dron feska, ishna gars ish laska —dijo tras un momento.
—¿Qué significa?
—Si el dragón camina así durante mucho tiempo, la gente va a pensar
que le han partido el culo.
Ella procedió a repetir sus palabras, pero entonces sintió el áspero dedo
de Rayse en su labio. Intentó ignorar la forma en que su toque la hacía
sentir, aunque sin éxito.
—No creo que una femriahl deba decir esas palabras. —Su orden era
severa, pero su expresión brillaba con desenfado.
—Laska —dijo ella.
—No te acostumbres a decir eso. No quiero que mis hombres piensen
que te he corrompido. ¿Qué pensarán si su femriahl suelta palabrotas más
a menudo que un marinero experimentado?
—Tal vez se les suelte más la lengua, y los dragones de Everstone serán
conocidos como el clan más malhablado desde los vientos del oeste hasta
el este. —Se burló ella.
—Hay reputaciones peores que esa.
—Quizá haya un clan conocido por —apretó los labios mientras sacaba
el dragoniano de su escaso vocabulario— invokia rars risken les laska.
Si lo pronunciaba correctamente, esa frase significaba ser los maestros
de partirles el culo a los dragones.
Rayse levantó una ceja.
—Poniendo en práctica tu nuevo dominio del dragoniano, por lo que
veo.
—¿Qué sentido tiene el lenguaje si no puedes divertirte con él?
Maldecir es una buena manera de hacer frente a las malas situaciones. Mi
madre soltaba palabrotas por todas partes en Everndale.
La oscuridad se instaló en la expresión de Rayse.
—Everndale...
—¿Hm?
¿Por qué ese repentino cambio de tono?
—Pequeña llama, hay algo que deberías saber. —La ligereza de su
intercambio se había desvanecido de su voz.
¿Qué iba a decirle? Una parte de ella no quería oírlo, pero la curiosidad
acabó por imponerse a su vacilación. Cerró su libro y se giró hacia él.
—¿De qué se trata?
—Volví allí hace poco. Bastión ha muerto.
La noticia le llegó de golpe a su mente. Un escalofrío se apoderó de
ella, permaneciendo sobre su piel, sin permitirle moverse. Bastión... el
hombre que había asolado su infancia. El monstruo que la había
convertido en lo que era y que le había arrebatado a Marsella. Se había
ido de la tierra de los vivos. ¿Cómo?
—¿Lo mataste?
Él bajó la cabeza.
—Después de que me contaras tu historia, a ese hombre no le quedaba
mucho tiempo. No podía dejarle escapar, no después de lo que había
hecho. Hay un mal menos en el mundo.
—Pero...
¿Pero qué? ¿Qué significaba la muerte de su torturador? ¿Convertía eso
a Rayse en un monstruo más grande, porque había vencido al miserable?
¿O significaba que ella había provocado ese asesinato? Después de todo,
le había dado la descripción de Bastion, entendiendo que podría quitarle
la vida al violador allí mismo.
Él tomó sus manos entre las suyas.
—Debería haberte preguntado. No me fue sencillo controlar la rabia.
Habíamos discutido la noche anterior, y una parte tonta y bestial de mí
pensó que matarlo podría apaciguarte.
—Gracias —dijo ella, sin saber de qué otra manera reaccionar.
En su interior, sintió que un gran capítulo de su vida terminaba. La
muerte de Bastión no la llenó de felicidad, pero si la envolvió cierto
consuelo. Su madre había encontrado justicia, aunque demasiado tarde.
Era el momento de dejar atrás su miedo, su pasado. Creía que se había
librado de esos pensamientos plagados de dolor hace años, pero nunca se
habían ido. Constantemente ensombrecían sus acciones, sus emociones.
—¿No estás enfadada? —Le preguntó.
Aunque lo intentó, era difícil comparar el asesinato de Rayse con el de
Bastión. Él había matado en nombre de la justicia; Bastión había sido
simplemente un salvaje.
Negó con la cabeza.
—¿Por qué iba a enfadarme? Lo hiciste por mí. Quizá sea demasiado
violento para mi gusto, pero ese hombre se merecía su destino. ¿Cómo
fue?
Una parte oscura de ella deseaba que su muerte hubiera sido espantosa
y dolorosa, pero la sanadora que había en ella no podía desearle un destino
así a alguien, ni siquiera a sus peores enemigos.
Él la abrazó más fuerte. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba
temblando.
—En una pelea, aunque muy unilateral. Le atravesé las tripas con mi
daga y luego le corté la cabeza con mi espada. Hubo cosas que sucedieron
antes de eso... No creo que quieras escuchar los detalles.
—Dejó a mi madre retorcida y mutilada.
Él ahuecó su cabeza y la arrastró hacia su pecho.
—Entonces recibió su merecido.
En medio de su intento de reconstruir su desconcertada mente, un
gruñido le tembló en la barriga.
—¿Tienes hambre? —preguntó Rayse.
Una sonrisa tímida apareció en sus labios.
—Llevamos toda la mañana mirando libros. Iré a buscar algo de comer.
—Se apartó de su calor y deslizó los pies fuera de la cama.
—Carne cruda, por favor. La chamuscaré yo mismo.
Había pasado una semana desde que Rayse le habló de Bastión. En ese
tiempo, la puerta de sus sentimientos se había abierto lentamente. Día tras
día, él le había demostrado que no se parecía en nada a los hombres de su
infancia. No podía verlo como la bestia que sus falsas percepciones le
habían asegurado.
Sonreía para sí misma cuando se dirigía a su dormitorio. Aquel lugar
empezaba a sentirse más como un hogar. Había colocado más adornos -
flores y retratos que le había pedido a Nanili que trajera- que le recordaban
su casa de campo en Evernbrook. Con el tiempo, llenaría el lugar con sus
pertenencias, y la habitación de Rayse sería su lugar favorito en Gaia.
En realidad, ya lo era.
Entró, con un tazón de líquido de hierbas chapoteando en su mano. Era
hora de que se tomara su medicina.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Constance.
Rayse permanecía junto a la cama, de espaldas a ella. Las sábanas
blancas se arrugaban en una esquina, tiradas por él. Giró la cabeza para
mirarla.
—Levantándome. Llevo demasiados días tumbado en la cama, inquieto.
—No dije que pudieras. —Dejó apresuradamente el cuenco en la
mesilla de noche y corrió a su lado.
Él se rió.
—Si sigo tus órdenes, voy a estar en esta cama el resto de mi vida.
Ella le puso las manos en los codos y le ayudó a levantarse. No se
opondría a su deseo de estar de pie; pero era mejor que ella guiara su
recuperación a que él intentara levantarse por su cuenta y se lesionara.
—Tranquilo —dijo ella, observando sus movimientos como una mama
gallina.
Él hizo una mueca de dolor y a ella le dio un vuelco el corazón. Le
apretó más los brazos.
—No te esfuerces si te duele mucho.
—Estoy bien —contestó, aunque la frustración teñía su tono—. No
subestimes a los dragones.
La estaba estudiando de cerca, incluso mientras luchaba por
equilibrarse. Su respiración se volvió pesada. Rayse era como una ola que
la arrastraba con las corrientes más fuertes. Incluso con él pasando tanto
tiempo con ella, una mirada suya podía hacerla perder el control.
Se estaba sintiendo cómoda con él. Las alarmas en su cabeza habían
cesado hace tiempo, y podía hablar con él como si fuera su mejor amigo.
Debería haber sido cautelosa y temerosa, pero incluso cuando se
recordaba a sí misma esas familiares emociones, no aparecían.
Tal vez su estado de debilidad la hizo abandonar sus barreras. Hacerle
daño era imposible en su estado actual. Y en ese breve respiro, su
confianza en él había aumentado.
Un pensamiento se consolidó en su mente: Rayse no era Bastión ni esos
hombres de los burdeles. Era amable y honesto, aunque bruto y
desagradable.
En él, ella veía la felicidad.
Pero estaba destrozada. Intentó no dejar traslucir su dolor. Le
destrozaba por dentro saber lo tonta que había sido hace un tiempo,
cuando cogió la sangre de ambos. Había mezclado sus esencias para
lanzar un hechizo que cortaría su vínculo para siempre. Había tirado por
la borda un futuro de felicidad sin siquiera darse cuenta.
Una vez que me aparee con él, lo perderé.
—Espléndido —dijo una vez que él se puso de pie. Sonrió
alentadoramente—. Ahora intenta dar un pequeño paso adelante.
—Hazte a un lado. Necesito hacer esto por mí mismo.
Ella hizo lo que le dijo, pero estaba preparada para saltar a su rescate si
tropezaba. Él dio un paso tentativo, luego dos. Luego cerró los puños y
trató de acelerar hasta alcanzar un ligero trote. Inmediatamente vaciló.
Ella se abalanzó hacia él y lo sujetó.
—¡No te esfuerces demasiado!
El sudor le llegaba a la línea del cabello. Y una sonrisa de culpabilidad
se dibujó en sus labios.
—Esperaba haberme recuperado mucho más. Estar tan débil es algo
extraño para mí, compañera. Me han herido mucho más que esto y
normalmente ya estaría curado diez veces.
—Todavía falta un mes para que puedas empezar a volar y hacer otras
actividades extenuantes.
—No necesariamente. —Sus ojos ahumados brillaron, enmarcados por
sus desordenados mechones—. Si completamos el vínculo, al amanecer
estaré en mejor forma que nunca.
Se enderezó. Entonces, en lugar de que ella lo sostuviera, él la sostenía.
Su piel seguía ardiendo al tacto. Su aliento caliente le acariciaba la mejilla.
El corazón se le salió del pecho.
—Pequeña llama... ¿crees que podrías completar el vínculo ahora?
Ella se mordió la lengua y apartó los ojos de la intensidad de su mirada.
Podría derretirla si la miraba durante mucho más tiempo. Se imaginó
recorriendo con sus besos su cincelada mandíbula, y sus manos ahuecando
sus montículos.
—Rayse... yo...
Le echó una mirada. La lujuria irradiaba de él en oleadas. De repente,
la habitación carecía de oxígeno y sus pulmones se asfixiaban. Las
comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—Ya puedes regañarme. Ya no tienes miedo.
No lo dijo, pero ella le había estado tocando mucho más. A veces
deliberadamente, porque quería pasar sus manos por su pelo, y él se lo
permitía. A veces, trazaba sus dedos sobre su piel inconscientemente, y
luego se retiraba cuando se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Estar
con él era algo natural. Como la miel y los limones, ambos se
complementaban perfectamente.
Podrían ser capaces de completar el vínculo. No estaba segura de
confiar lo suficiente en él, pero había una posibilidad...
Podía haber habido una posibilidad. Cualquiera que fuera la
probabilidad de éxito, ella la había arrojado a los vientos cuando lanzó ese
hechizo de separación.
—No te tocaré a menos que tenga tu permiso —dijo—. Pero puedo oler
tu deseo. No te entretengas demasiado. Mi dragón ha estado sometido por
mis heridas, pero está volviendo.
Sus muslos se apretaron y estuvo a punto de derrumbarse por la tensión
que se acumulaba dentro de ella. Forzó una risa ahogada.
—¿Apenas puedes caminar y quieres aparearte? Tal vez eso pueda
esperar. —Le apartó, a pesar de que su alma se agitaba con vehemencia
en señal de desacuerdo. Perdió su calor al retroceder. La frialdad de la
habitación le atravesó por dentro, y se abrazó a sí misma—. Todavía no
estoy preparada, Rayse. —Mintió.
Probablemente hace tiempo que lo estaba. El apareamiento a veces
también la sacudía, y una voz en su cabeza le decía que lo reclamara. Ella
lo deseaba tanto como él a ella.
Pero una vez que se aparearan, se perderían el uno al otro.
Ese pensamiento le hizo sentir un gran pesar en el pecho y sus ojos se
llenaron de lágrimas.
Nada de llorar. Llorar es una muestra de debilidad, y el mundo se come
a los débiles.
Pero Rayse no era como el resto de Gaia, y sabía que él no la dejaría de
lado, aunque le abrumara lo débil que podía ser. Las lágrimas se
precipitaron a sus mejillas, brotando como una cascada. Su nariz tembló
congestionada. Se frotó los ojos con los dedos.
—Te he hecho llorar.
—No, no es culpa tuya. —Forzó otra risa—. Simplemente soy un
desastre emocional.
No quiero perderte...
—No hay prisa. Tómate tu tiempo. Tu corazón se abrirá a mí
finalmente.
Ya había conseguido abrirse paso en su corazón, pero él no lo sabía. En
el poco tiempo que habían pasado juntos, él había robado una parte de
ella, y sabía que la conservaría mientras estuviera viva.
La sombría realidad se posó sobre ella.
—Pero no hay tiempo. Tienes menos de un mes antes de que el
apareamiento te consuma. No quiero ser yo quien te mate.
—Hay peores formas de morir que por amor —bromeó.
¿Cómo podía bromear cuando el futuro parecía tan oscuro?
—No deberías irte en absoluto. —Las lágrimas seguían brotando de sus
ojos. Abrió los brazos y ella se acercó a él, permitiendo que la cubriera
con su dulce calor. Se sentó de nuevo en la cama y ella lo hizo con él,
acurrucándose contra su sólido pecho. Respiró su ardiente aroma—.
Dame un par de días para prepararme. Entonces me aparearé contigo.
Dos días más antes de tener que renunciar a él.
Su suave mano le rozó el pelo.
—No es mucho tiempo para esperar una eternidad de felicidad.
Ella hundió la cabeza en su cuello. El pliegue de su hombro se ajustaba
perfectamente a ella.
—Lo siento.
—No deberías tener la costumbre de disculparte. Eres mi femriahl. La
Amenaza Negra no se disculpa. Su mujer tampoco debería hacerlo.
Su llanto se calmó y consiguió reprimir su tristeza de nuevo.
—Lo siento de todos modos.
Su semana con Rayse encendió una nueva chispa en ella. No sabía que
podía hablar de tantas cosas con un solo hombre, y él era paciente, siempre
dócil, casi nunca exigente.
Sus ideas sobre él se habían astillado irremediablemente como un trozo
de cristal. Había visto a través de su fachada de bruto.
Estar con él era... divertido, cálido, perfecto. Y ella sólo había conocido
su lado humano. El dragón que había en él acechaba bajo su piel, y a pesar
de su miedo, anhelaba ver y comunicarse con su otro yo pronto. Eso
alimentaba su curiosidad.
Se sentó en el sofá y observó cómo él se abría paso por el salón para
responder a los golpes en la puerta. Podía caminar con cierta normalidad,
pero trotar, correr o cualquier otra actividad extenuante sólo serviría para
agravar sus lesiones. Todavía tenía que recuperarse en casa.
Su mirada recorrió las crestas de los músculos de su espalda. No le había
exigido sexo, aunque ella veía la necesidad consumiéndolo como un
caldero burbujeante. Estar con él durante tanto tiempo bajo un mismo
techo hacía que ella también lo necesitara. Le asaltaban imágenes de él
explorando sus partes más íntimas.
—Señor —Saludó Shen, cuando Rayse abrió la puerta principal.
El Rayse severo y con cara de piedra, emergió de la personalidad de su
compañero. Enderezó los hombros. Y ni el más mínimo atisbo de sonrisa
adornó sus labios. Había sido testigo de su amabilidad durante esta
semana, y una parte secreta de ella se regocijó al saber que su lado tierno
se reservaba para ella, y sólo para ella.
—Shen —dijo Rayse. Asomó la cabeza al exterior.
Su subordinado entró.
—Me he asegurado de que las calles estuvieran vacías, salvo por el
vuelo de Fraser.
Rayse cerró la puerta.
—¿Qué noticias traes?
Se sentaron y, curiosa, Constance se acercó a ellos. Ella también quería
más información sobre la Fortaleza del Dragón.
Shen negó con la cabeza.
—Malas noticias. Los dragones se están poniendo nerviosos sin su
líder. Se habla de que dejaste el clan con tu compañera y renunciaste a tus
responsabilidades. Algunos piden un torneo para elegir al próximo
femrah; otros hablan de separarse y crear sus propios clanes. Sin ti
uniéndolos a todos, este clan se está desmoronando.
—Pero sólo ha pasado una semana.
—La Madre Dragón ha despertado y está llamando. Eso está
encendiendo más las llamas de la revuelta, creo.
—Maldita sea.
—¿No ha completado el vínculo, milord? —Le lanzó una mirada hacia
Constance.
La culpa se extendió en su pecho. Ella tragó saliva.
—No —contestó Rayse—. Tal vez pueda cambiar y volar alrededor del
perímetro de la Fortaleza del Dragón. Para que me vean. Eso podría
calmar sus preocupaciones.
Se cruzó de brazos.
—Definitivamente no es buena idea. Eso sería demasiado peligroso.
—No puedo esconderme en mi casa para siempre.
—Rayse, ¿puedes transformarte en esta condición? No sé qué tan
extenuante es el cambio, pero es probable que sea más difícil que caminar.
Ni siquiera puedes andar rápido sin una ligera cojera, ¿y esperas volar
como una enorme bestia? ¿Y qué pasa si alguien intenta desafiarte?
Frunció el ceño.
—No puedo dejar que este clan se desmorone.
—No dejaré que te hagan daño. —Su instinto de protección hacia él se
disparó. Su mandíbula se tensó y dejó escapar la tensión a través de un
suspiro—. Dijiste que los dragones creen que Rayse ha huido, ¿verdad?
—Le preguntó a Shen.
—Sí. Tu ausencia es uno de los principales factores para que lo
supongan, femriahl.
Ella asintió.
—Entonces, si me ven mañana, clara como el día, eso aliviaría algunas
de sus preocupaciones.
—Sí, lo haría —afirmó el guerrero.
—Entonces, mañana reanudaré el trabajo. Eso podría ayudar.
Un gruñido bajo retumbó en la garganta de su compañero.
—Pero yo...
—Fraser estará conmigo —dijo ella—. Y Marzia con él para hacerme
compañía. Es uno de tus mejores guerreros, ¿no? Estaré bien. —Le puso
una mano en el brazo, esperando reconfortarlo.
—Otro macho —espetó, y sus ojos brillaron de color amarillo.
Shen dio inconscientemente un paso atrás. El malestar se desprendía de
él en oleadas.
—Um, pero femriahl, si no ven a milord por sí mismos, eso no servirá
demasiado por mucho tiempo. Puede que nos permita ganar unos días.
Lord Rayse tendrá que estar de vuelta para esta semana si no queremos
ninguna revuelta, y no se está curando lo suficientemente rápido.
—Intentaré terminar el vínculo para mañana por la noche —afirmó ella,
con el pánico nadando en su interior.
Los ojos de Rayse se abrieron de par en par.
—¿Estás lista?
—Todavía no. —Nunca lo estaría. ¿Cómo iba a renunciar a él? Pero por
su propio bien, tenía que hacerlo. No quería matarlo—. Dame un día para
prepararme.
El suave roce de sus labios acarició su mejilla.
—Gracias.
Ella se deleitó con su contacto, pero se desvaneció tan pronto como
llegó. Pasaría la mayor parte de esta noche con Rayse. Sus últimos
momentos con él eran un tiempo prestado y, antes de que se le escaparan,
se aferraría a ellos con todas sus fuerzas.
uida de ella —ordenó Rayse, odiando la forma en que
Constance estaba junto a Fraser. Claro, Marzia tenía una mano
suave en el brazo de Fraser, recordándole que el dragón azul
ya estaba pillado, pero su posesividad le superaba.
Su mente, su cuerpo, todo en él estaba ardiendo. No le quedaba mucho
tiempo. Pronto, a pesar de que sus heridas se habían curado, se rendiría y
se derrumbaría. Estaba haciendo un buen espectáculo para ocultar su
dolor, pero los animales eran buenos en eso. Algunos pájaros se
comportaban con total normalidad para engañar a sus depredadores, y al
día siguiente caían muertos por una enfermedad subyacente. Los dragones
compartían el mismo rasgo con esas pequeñas criaturas.
Fraser inclinó la cabeza.
—Lo haré, milord.
Todo este acuerdo le molestaba. Debería pedirle a Constance que se
quedara. ¿Pero por qué? Ella había ido con Fraser a la clínica antes. Esto
no era diferente. Había pocas razones para que se quedara.
El zumbido de la Madre corría ligeramente en el fondo de su mente
como un río constante. Su dragón se agitó, queriendo responder a su
llamada.
—Mantente a salvo —rogó, besándola en la mejilla e ignorando la
demanda de su dragón de que llevara ese beso más allá.
—Tú también mantente a salvo —respondió ella, sonriéndole.
Tuvo que volver rápidamente a la penumbra de su casa para que nadie
lo descubriera y, con mucho desdén, forzó la puerta para cerrarla tras la
espalda de Constance, que se retiraba.
La habitación parecía de repente más oscura sin ella, como si se hubiera
llevado consigo todo el calor del interior. El tiempo volaba como el viento
siempre que lo pasaba con Constance. Ahora, se arrastraba como una
tortuga escuálida. Se dirigió a la despensa, ignorando el escozor que cada
paso le producía en la pierna, y buscó un enorme trozo de carne de una de
las carcasas que Shen le había proporcionado. Necesitaba energía para
combatir su agotamiento.
Cuando terminó de comer, se dirigió a la ventana y miró el reloj de sol.
Apenas había pasado tiempo. Maldijo. Todo este día iba a ser una
pesadilla de aburrimiento.
Niños...
Se puso rígido. Nunca había oído a la Madre Dragón con tanta claridad.
Ha llegado la hora.
La preocupación le atravesó como un rayo. Constance. ¿Cómo
reaccionarían los otros dragones a la llamada de la Madre? Esperarían que
su hembra la saludara como mínimo, y si no venía, ¿cómo tratarían a su
compañera?
No podía dejarla sola para enfrentarse a su diosa. Tenía que salir de su
escondite.
Se acabó.
Esta relación... esta felicidad temporal... ella misma la había destruido.
El apareamiento con Rayse iba a ser el último clavo en el ataúd.
¿Por qué había sido tan tonta al lanzar ese hechizo? Después de eso se
había negado a unirse a él porque sabía que una vez que lo intentara, el
frágil vínculo que tenían se rompería como el cristal y ella le perdería... lo
perdería todo.
La sensación de sus labios sobre los suyos la hacía arder. La cegaba y
le dificultaba pensar, pero incluso así, la sensación de hundimiento en su
estómago no desaparecía.
Sus gruesas y grandes manos le subieron el vestido, apartando la tela.
Su tacto dejó un rastro de ardiente necesidad. La roca que tenía debajo era
dura e incómoda, pero la suavidad con la que él la trataba y la increíble
sensación de calor de su piel lo compensaban.
En la aldea, si alguien le hubiera dicho que un hombre dragón podía
tratar así a una mujer, no le habría creído. Se habría reído de la broma,
habría ignorado el comentario y habría seguido su camino.
Pero ahora no se reía.
No, jadeaba y gemía por la manera en que él movía su lengua, por la
forma en que sabía depositar la cantidad justa de peso sobre ella, para no
aplastarla con su pesado cuerpo, pero envolverla con su presencia.
Clavó los dedos en su pelo y tiró ligeramente. No lo suficiente como
para herirla, pero sí con la suficiente fuerza como para que la lujuria se
disparara hacia su acelerado corazón.
Obligó a sus labios a separarse.
—Me dijiste que no tenías miedo, pero lo tienes.
—No de ti —respondió ella, con la sangre bombeando en sus venas con
tanta fuerza que amenazaban con estallar—. Es... es porque no estoy
acostumbrada a esto. —Mintió. Parte de su nerviosismo se debía a eso,
pero lo que realmente le asustaba era el dolor de la separación que tendría
que soportar después de su unión—. No tienes que contenerte.
—Podría hacerte daño. No quiero lastimarte.
—Hazlo. —Besó la comisura de sus labios—. Es mejor así.
Esta mujer no tenía ni idea de lo que le estaba haciendo. Sus palabras
habían desatado todo lo que él había estado reprimiendo, liberando a su
bestia de la jaula que había mantenido cerrada durante tantos días. Estaba
perdiendo el control... No tenía ni idea de dónde había salido esa nueva
energía. Era el último empujón que podía reunir al final de una agotadora
carrera.
Entrecerró los ojos.
—Tú... no deberías haber dicho eso. Pequeña llama... Constance... sólo
eres una humana.
—Puedo soportarlo. Soy más fuerte de lo que crees.
Fóllala.
No podía silenciar a su dragón. No quería hacerlo.
Jódela. Toma a nuestra compañera. Dale placer como nunca antes.
Haz que grite nuestro nombre, una y otra vez, y luego hazle el amor
hasta que sea completamente nuestra.
—Siii —siseó, respondiendo a su bestia interior.
Pudo ver la vacilación en los ojos de Constance.
Reclámala.
Le arrancó el corpiño del vestido, haciéndolo pedazos. En cuestión de
segundos, se quitó los pantalones. Su polla se había tensado en la tela,
haciéndole daño. Podía oler la lujuria de su centro, pero para asegurarse,
introdujo un dedo y lo hizo circular por sus paredes. Gruñó de placer
cuando su humedad cubrió su mano.
Forzó sus labios sobre ella. Con un fuerte tirón de su pelo, le apartó la
cabeza, revelando su cremoso cuello. Acercó su boca a la tentadora nuca
y la mordió: a los dragones les gustaba marcar lo que poseían.
—Rayse...
Al principio, él no quería hacerle daño, pero entonces ella maulló:
—...más.
Una llama se encendió en él. No pudo resistir la dolorosa necesidad que
lo destrozaba. Iba a... tener que... reclamarla. Con fuerza.
Le separó las piernas y la arrastró para que su polla se colocara justo en
la entrada de su coño. Sin decir una palabra, la penetró tan rápido como
pudo. Su deseo por ella lo estaba carcomiendo. Todo lo que anhelaba era
satisfacer su deseo, y ella era la única que podía masajear esa necesidad.
Su grito rebotó en las paredes de la cueva. Al principio, pensó que
podría ser por el dolor, pero pronto sus gritos fueron acompañados por
gemidos y gruñidos. Él se deleitó en cómo ella compartía su placer.
Necesitaba estar más profundo dentro de ella. La levantó y la apretó
contra una roca cercana, sin dejar de embestirla.
Ella pide más, dijo su dragón. Debemos complacerla.
—Rayse... Rayse... Yo...
En ese momento, sacó todo lo que pudo de su polla, antes de volver a
penetrarla hasta el fondo. Su cuerpo se estremeció con la impactante
sensación. Su mente se estaba adormeciendo, y lo único en lo que podía
pensar era en follarse a Constance.
Sus alas se separaron de su espalda. Había perdido totalmente el control
de su dragón, y éste había tomado las riendas.