Alas de Obsidianas (Trilogía Alma de Dragón) - Clara Hartley

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¡Que lo disfruten!
Una bruja mortal con cicatrices. Un cambiaformas dragón con una
reputación aterradora.
Constance Rinehart tiene un pasado torturado. Su madre murió a mano
de un hombre despiadado y ella creció con el corazón cerrado. Después
de las recientes incursiones de bandidos, Evernbrook se muere de hambre,
lo que obliga a Constance a sacrificarse en la Ofrenda, un evento en el que
las jóvenes doncellas se unen a los dioses dragón. Cuando la emparejan
con el hombre más brutal del mundo, sus peores temores se hacen
realidad.
Rayse Everstone, señor de clan de cambiaformas dragón más grande de
todos los tiempos, ha estado buscando a su pareja durante los últimos
quinientos años. Está en desacuerdo con su clan y es temido por los
humanos. Cuando su pareja lo rechaza y aumentan las tensiones entre los
suyos, enfrenta la amenaza de que todo lo que ha construido se
derrumbe…e incluso la pérdida de su propia vida.
onstance rodeó con sus dedos la cabeza del lagarto y lo aplastó.
Rápido y sin crueldad, como le había enseñado su madre. Esta
magia era lo único que tenía para recordarla.

—Esrea misreagou —murmuró, pronunciado el antiguo cántico.


Una luz azulada salió del reptil y se enroscó en sus dedos, su alma. La
magia del alma era un arte arcaico. Pocos conocían su existencia, y mucho
menos su funcionamiento.
Exhaló un suave suspiro y agitó los dedos sobre un brebaje que había
preparado momentos antes. La mezcla de hierbas brilló y luego se
debilitó, cogiendo el poder que le proporcionaba l alma.
—Tendrá que ser así —murmuró. Se estaban quedando sin hierbas.
Un golpeteo resonó en el pasillo y un hombre de edad avanzada y
complexión delgada entró en la sala.
—Lo hemos vuelto hacer —dijo con su voz de sauce.
Se preocupaba por la salud de su padre adoptivo, Eduard. El estrés de
cuidar a los enfermos del pueblo le cansaba, por mucho que intentara
ocultarlo. Colgó su andrajoso abrigo sobre una silla mohosa antes de
apresurarse a poner sus manos sobre los hombros de Constance. Tenía un
agarre firme y alentador a pesar de su forma enfermiza. Ella contuvo un
estremecimiento. Una sensación oscura y rastrera partió de su columna
vertebral y subió hasta sus mejillas. Seguía sin gustarle su contacto, los
hombres la incomodaban. Sin embargo, su padre no era como esos otros
hombres.
Apartó al lagarto muerto, esperando que él no se diera cuenta de las
pequeñas gotas de sangre que había en la mesa.
—¿Soy yo, o tus brebajes son cada vez más potentes? El pequeño de
Madame Soren salió hoy de la enfermería por su cuenta. Ayer ni siquiera
poder sentarse.
La culpa la hervía en su pecho. Había intentado que esa medicina no
fuera demasiado fuerte para no llamar la atención. Había cosechado las
almas de casi media docena de insectos grandes para eso. El niño sufría
de fiebre. Podría haberse recuperado por sí mismo, pero no tan rápido sin
su intervención.
Era el poder de su magia prohibida.
La inquietud se agolpó en su pecho. Se obligó a alejarla y trató de
sonreír.
—Madame Soren debe estar feliz.
La mayoría de la gente temía la brujería. No debería confiar tanto en
ella, pero el arte la llamaba.
—No lo creerías. Madame Soren se fue con su hijo, casi radiante de
alegría. ¿Te imaginas a esa mujer, resplandeciente? Siempre está agitando
su viejo dedo reumático contra alguien, regañando sobre lo grosero que
es o algo así. —Sacudió la cabeza y una sonrisa se dibujó en sus labios—
. Haces milagros, Constance, querida. ¿Qué usaste en ese brebaje?
—Esparraguera.1
Eduard levanto una ceja.
—¿Tenemos suficiente de eso?
La verdad es que no. Sus fondos son escasos y las hierbas constaban
mucho dinero. Que Edward regalara las medicinas no ayudaba a su
situación.
—Use lo último —mintió ella.
—¿Otra vez? Juro que compré otro lote la semana pasada. Y la
esparraguera es una hierba común. No debería ser tan potente. —Se puso
un dedo en la barbilla—. Tal vez el hijo de Madame Soren no estaba tan
enfermo después de todo. Tal vez lo diagnostiqué mal. Me estoy
volviendo tonto y viejo.
Ella frunció los labios e hizo una mueca.
—Dudo que lo estuviera. Lo he visto correr mucho. Es un chico sano.
—Bajó la cabeza—. Lástima lo de la esparraguera. Estaba fuera. El frío
es propio de esta época el año. Está haciendo frío.
Eduard la había acogido hace doce años. Se había escabullido al amparo
de la noche después de que Madre fuera presa de las bestias que acudían
al burdel. El robo la mantuvo con vida hasta que el amble curandero la
encontró.
Su padre era el unió hombre que no detestaba. Había intentado
imponerle un carácter brutal e imaginarlo como los hombres de su
infancia, pero no pudo.
Él sólo había sido amable, cariñoso y comprensivo. Ni una sola vez se
había mostrado amenazante o había levantado la voz. Doce años le habían
permitido ver sólo bondad en él.
Eso no significaba que le gustaran otros hombres.
Después del trauma que había vívido, todavía era difícil verlos como
algo más que monstruos.
Se inclinó y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Estás segura de esto, dasher?2
A veces la llamaba así. Se conocieron después de que ella entrara
corriendo en su clínica mientras huía de los guardias de la ciudad. Desde
entonces vivía con él.
Se encogió de hombros.
—No, pero tendré que seguir haciéndolo. ¿Cómo si no, vamos a
conseguir el dinero?
Eduard antes había sido un sanador rico en la ciudad. Ya no. Se habían
trasladado a las afueras porque, como él había dicho, “me hice curandero
para ayudar a los enfermos y necesitados. Los pomposos de Everndale
tienen muchos médicos para ayudarles”.
Su cabeza se balanceo y suspiró. Se sirvió un vaso de cerveza barata, él
nunca bebía a menos que su estado de ánimo fuera excesivamente agrio.
—Soy un fracaso. —Se sentó, con los ojos vacíos.
La sacudió ver a este hombre tan abatido. Él siempre había sido su pilar,
el positivo. Pero vivían tiempos difíciles.
Se agachó y le abrazó tratando de no estremecerse de nuevo. Tenía que
superar esa mala costumbre.
—No digas eso. Siempre te esfuerzas al máximo.
—Esto no debería ser así. Eres mi hija, no mi propiedad. No debería
venderte a los dragones.
Resultaba irónico que se hubiera pasado la vida huyendo de su infancia
y que ahora se prostituyera con criaturas mucho más aterradoras que los
hombres humanos.
Odiaba la idea. Pero era la única que tenían.
La mitad de los habitantes de Evernbrook iban a morir de hambre este
invierno por culpa de una incursión de bandidos.
Ella lo abrazó más fuerte, luego se apartó para mirar sus ojos hoscos.
—Papá, tenemos que hacerlo. De todos modos, es una posibilidad
remota. Más de cien chicas hacen cola, y por lo general sólo una o dos son
elegidas,
—La opción numero dos tampoco es muy buena.
Si este plan fallaba, regresaría a Everndale para encontrar trabajo y
enviar dinero a casa. Esa idea le gustaba aún menos que la primera.
Bastion seguía allí, y lo último que supo fue que había ascendido en la
jerarquía.
—Lo siento mucho —dijo—. Como si la incursión de los bandidos no
fuera lo suficiente mala, la sequía acabó con la mayoría de las hierbas de
los alrededores. ¡Malditos dragones! Se llevan a nuestras chicas cada
cinco años, pero no nos envían buen tiempo.
—No estoy segura de que puedan controlar el clima.
—Pueden. Son dioses, ¿verdad?
—Eso es lo que dice la gente.
Se hizo una pausa. Entonces Eduard dio un gran trago a su cerveza.
Incluso la cerveza se iba acabar pronto, y normalmente les duraba más
porque ninguno de los dos era de beber.
—Solía pensar que venir a las afuera haría mi vida más satisfactoria.
Una mierda, eso es lo que es. Ahora tengo que entregar a mi única hija a
algo.
—Enviaré cartas. Y volveré siempre que pueda.
—Si se puede. Tiene que haber otra manera.
Un fuerte gruñido salió del estómago de él. Le mostró una sonrisa
tímida.
—¿Qué hay para cenar, dash? En realidad, aquí… huele a carne.
Ella se encendió de emoción y se apresuró a ir a la parte de atrás, donde
estaba la chimenea. Una olla de estofado hervía a fuego. Levantó la tapa.
Olía a gloria. Colocó el guiso sobre la mesa.
—¿Recuerdas la trampa para animales que pusimos en el patio de atrás?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Atrapaste algo?
Ella asintió.
—Lo cocine como te gusta.
Una risa baja retumbó en la garganta de su padre. Se sirvió un poco de
comida.
—Ah, está caliente. —Se rio más fuerte—. Sabe a gloria.
El sonido de su risa era música para sus oídos. Le recordaba la forma
en que él solía ser antes de sus circunstancias se deterioraran.
Una vez cada cinco años, Rayse, la Amenaza Negra, volaba a
Evernbrook para encontrar a su esposa dragón. Lo había hecho durante
cien años, y cien veces había fracasado.
“La ofrenda”, le llamaban los humanos. Lo único que pedía a cambio
de los servicios que les prestaba. Todas las chicas dispuestas que pudieran
reunir se alinearían para recibir gloria y oro para sus familias. Incluso
entonces, la ofrenda era por su propio bien. Sus dragones irían por ahí
recogiendo chicas al azar de las calles si no fuera por este decreto.
Estuvo a punto de considerar la posibilidad de no participar en el evento
este año, pero la intriga siempre le llamaba. ¿Y si la encontraba esta vez?
¿Realmente la querría? Había vivido muchos siglos sin una esposa.
Podría sobrevivir unos cuantos más. Muchas mujeres se lanzaban a sus
brazos. No tenía que atarse solo a una.
Pero tal vez necesitaba a alguien que ocupara ese vacío que siempre
sintió.
Él y su sequito de hombres aterrizaron en el bosque y cambiaron a sus
formas humanas. Sus huesos se doblaban y se transformaban, adoptando
diversas posiciones. Siempre le dolía, pero hacía tiempo que había
aceptado ese dolor.
Se vistió con la ropa que había traído.
—Recordad las reglas, hombres. No os llevéis a ninguna mujer con la
que no sintáis el vínculo. Si queréis retozar, hacedlo en otro lugar bajo la
apariencia de un humano.
—Sí, mi señor —contestaron a coro.
No se atreverían a desobedecerlo. Reconoció, la reverencia en sus ojos,
pero también algo de odio. Él era su gobernante, no su amigo.
Rayse no había sentido compañerismo durante mucho tiempo. Y la
única vez que lo había encontrado fue cuando vivía con los humanos.
Quizá por eso se sentía tan atraído por ellos. No podía volver a esos días.
Ahora la mayoría lo reconocía como la Amenaza Negra. Los humanos
también le temían.
Ya tenía la ropa puesta. Se ató su equipo de armas al cuerpo. Siempre
los llevaba por si acaso.
—No os entretengáis —ordenó a sus hombres mientras esperaba.
Golpeó con el pie el suelo y se cruzó de brazos.
Otro coro de síes y todos aceleraron el paso.

Constance estaba esperando con su mejor amiga, Marzia. Otros cientos


de chicas se alineaban junto a ellas. El funcionario de la ciudad hablaba a
lo lejos de la importancia de los dragones en sus rutas comerciales. La
luna colgaba baja en el cielo. Una perfecta y luminosa luna llena. Los
aldeanos decían que siempre era así cuando venían los dragones.
—¿Crees que van a aparecer? —preguntó Marzia. La pequeña dama de
pelo rojizo no podía dejar de moverse.
Ambas compartían el amor por la lectura, pero eso era todo. Marzia la
superaba con creces en belleza. La mujer tenía rasgos exóticos y
femeninos. Mentón pequeño, nariz afilada y unos ojos que parecían el
mismísimo mar mirándote fijamente. Todo Evernbrook estaba seguro de
que la elegirían.
Constance apretó los puños. No podía dejar de moverse. Necesitaba ir
al baño por enésima vez esa noche.
—Ojalá que no. Pero lo harán. Se presentan cada cinco años.
—No creo que nunca haya estado tan lleno.
—Es por la sequía y las recientes redadas. Hay más gente desesperada.
Marzia compartió su mirada de consternación.
—Mamá nunca me enviaría si no nos hiciera falta. Mejor una hija para
los dragones que cinco para el hambre.
Una fuerte trompeta sonó desde el escenario justo detrás de Constance.
Ella se estremeció ante el repentino estruendo.
Marzia se frotó las manos. Hacía mucho frío.
—Está pasando, creo.
—¿Dragones?
Su amiga asintió, unió los dedos, como si rezara, y tragó nerviosa.
Constance se asomó, pero solo vio a Eduard saludándola entre la multitud.
Ella le devolvió el saludo.
Entonces los vio. Un grupo de unos cincuenta hombres salía del bosque
cercano. El que iba delante de ellos era el que más destacaba. No podía
dejar de mirarlo. Lo señaló.
—¿Quién es el que los dirige?
—Ese e Rayse, la Amenaza Negra. Él orquesto todo esto. ¿No lo había
visto antes? Honestamente, siempre está al frente.
—Eduard y yo solemos saltarnos esto. No nos gustan las multitudes. —
Había demasiados hombres en ellas, y eso la incomodaba. El mero hecho
de ver cincuenta corpulentos dragones caminando hacia ella la inquietaba.
Marzia lo señalo.
—Él siempre los lidera. Todo el mundo conoce su cara. Lo has visto
antes. Está representado en los libros. Es el dios de los dioses.
Su rostro se hizo más visible cuando se acercaron. Cada rasgo suyo era
masculino. Tenía una mandíbula cincelada y una larga y ondulada melena
medianoche. Llevaba el flequillo recogido, pero el resto del pelo suelto le
caía desordenadamente sobre los hombros. Por encima de la túnica,
estaban atadas un par de dagas y una espada. Era al menos una cabeza
más alto que la mayoría de los humanos, y cada centímetro de él era puro
musculo.
Podría aplastarla como una mosca.
—Sí…lo reconozco. —Asintió ella.
Pero los dibujos no le hacían justicia. Un repentino deseó se apodero de
su cuerpo cuando él se acercó.
Quería a Rayse.
Todo lo que necesitaba era a la propia Amenaza Negra en persona.
¿Qué? Sólo lo había visto por un momento. ¿Todas las demás chicas se
sentían así también?
¡No, no, no! Una voz desconocida grito en sus oídos. Era casi
ensordecedor. Se llevó las manos a la cabeza y gritó.
—¿Qué fue eso?
Su grito atrajo la atención de Marzia.
—¿Estás bien? Sinceramente, Constance, estás palideciendo.
—Una voz. He oído una voz. ¿Tú también lo has oído? —Intentó
controlar su respiración, dándose cuenta de lo aterrorizada que sonaba.
Su amiga finalmente arrancó su mirada de los dragones.
—¿Necesitas sentarte?
—¿Puedes oírlo? ¿Puedes?
Marzia negó con la cabeza.
—No oigo nada. Aunque hay una sensación extraña.
—¿Cuándo miras a la Amenaza negra?
—No, sólo en la multitud. Creo que hay alguien ahí esperándome.
Honestamente, esto es extraño.
Ella frunció el ceño. Algo iba terriblemente mal.
—Haz que se detenga —rogó
—¿Detener qué? Preguntó Marzia.
¡Corre, corre, corre! La voz resonó en su cabeza. Apretó los dientes.
—Me duele la cabeza.
Para, quiso gritar, pero sabía que al hacerlo quedaría como una lunática
entre la multitud. ¿Qué era esa voz? Empezaba a resultarle familiar, pero
estaba segura de que nunca había oído nada parecido.
Él te conducirá a la muerte.
—Dragones, maldita sea —gruño—. Me está matando. Hay un latido
en mi cabeza. Es como si mi propio cuerpo no quisiera que estuviera aquí.
—Eres sanadora. ¿Coincide esto con algún síntoma de enfermedad que
conozcas? Dios, me estás asustando.
Sus mejillas se sonrojaron. Se abrazó a sí misma y respiro
profundamente entre dientes.
—Ninguna. Al menos, ninguna que no sea potencialmente mortal, Creo
que estoy alucinando. —La voz seguía pidiéndole que corriera. Los
músculos de sus piernas se tesaron, Estaba a punto de hacerlo.
Marzia se inclinó para sostenerla.
—Um…aguanta un poco más. Los dragones se irán y entonces
podremos descansar.
Constante estaba sudando.
—No voy a aguantar mucho tiempo. —Quería salir corriendo.
Cuando Rayse se acercó, se dio cuenta de que estaba estudiando a la
multitud de mujeres. El funcionario de la ciudad había soltado un
discurso, dando la bienvenida a los dragones, pero su mente nublada le
impedía prestar atención.
A él, la Amenaza Negra, tampoco parecía importarle el discurso. Sus
ojos estaban fijos en las mujeres, expuestas para él como carne en los
estantes. Si decidía llevárselas a todas, ella dudaba que el consejo de la
ciudad le importara, siempre y cuando los dragones siguieran prestando
sus servicios a los humanos.
En cuanto ella le puso los ojos encima, supo que esa bestia podía tener
lo que quisiera. ¿Por qué examinando a otras chicas? Un dolor de
estómago se inició en su vientre cuando se dio cuenta de que no quería
que mirara a las otras hembras. Quería su atención solo para ella.
Y entonces, se dio cuenta de que él solo la miraba a ella.
La llamada de Marzia era un débil eco.
Apenas podía concentrarse en ningún sonido, no con los ojos de él
recorriéndola con avidez, ni con sus miradas fijas. Era hermoso, con el
pelo oscuro y una forma tan fibrosa como la de un león. Sus rasgos eran
afilados, cincelados y elegantes a l mismo tiempo. Sólo su aspecto le hacia
la boca agua. Quería pasarle las manos. Ansiaba besar la comisura de sus
labios y deseaba que la tomara en sus brazos y le, mostraba los placeres….
Debería estar estremeciéndose y retirándose. ¿Qué era esta traición de
su cuerpo? La hacía sentirse sucia y violada.
Inmediatamente, otro torrente de sensaciones la recorrió. Esta vez, no
era dolor. Las puntas de sus dedos hormigueaban mientras una oleada
acudía a su centro.
—Oh, mi aliento de dragón —murmuró—. ¿Qué me está pasando?
¿Era magia de dragón? No se sentía normal. Nunca se le habían pasado
por la cabeza pensamientos como estos. Odiaba a los hombres. Soló
pensar en acostarse con ellos le erizaba la piel. Incluso creía que le
gustaban las mujeres durante su adolescencia.
Pero Rayse tenía un aspecto delicioso.
¡No dejes que se acerque a ti! La voz tronó en sus pensamientos.
Escúchame, Constance, por favor. No debes acostarte con él. Será tu fin.
—¿Quién eres tú? —preguntó antes de poder contenerse. Sus pulmones
se hincharon y le costó respirar.
Mazia agitó una mano frente a su cara.
—Soy tu amiga. Puedes reconocerme, ¿verdad?
—No estaba hablando contigo.
—¿Entonces con quién? Dios, tal vez deberíamos irnos.
Recuerda mis palabras. No dejes que se aparee contigo. Ahora, corre.
Todo pareció detenerse cuando sus ojos recorrieron el cuerpo de Rayse
para encontrar de nuevo su mirada. Sus ojos fríos e inamovibles la
atravesaron como zarcillos en la oscuridad. Cuando sus miradas se
cruzaron, otro cúmulo de sensaciones la electrizó por dentro.
—¿Constance? ¡Constance! —gritó Marzia. Su aguda voz se abrió paso
entre su confusión- Se dio cuenta de que su cuerpo se había doblado hacia
al suelo.
El dolor, el malestar. Maldito sea todo. Se sentía demasiado bien.
Intentó deshacerse de las sensaciones y, en una sacudida, los instintos
tomaron el control de sus miembros y corrió. Corrió como si la
persiguieran. La tela de su largo vestido casi la hace tropezar.
Apresuradamente, se arrancó la parte inferior del vestido para poder
moverse mejor.
¿Se estaba volviendo loca? Las voces en su cabeza le decían lo que tenía
que hacer. Debería querer que la eligieran. Necesitaba el dinero para
salvar a su pueblo y, sin embargo, estaba huyendo. ¿Por qué?
Aunque estaba confundida, su cuerpo la empujo hacia adelante.
Encontró el camino hacia su casa u abrió la puerta de golpe. Cuando entró
corriendo, la voz volvió hablar, esta vez más débilmente.
Escóndete.
Corrió por la sala de estar, tirando algunos cuencos y hierbas de una
mesa al hacerlo. Se precipitó a su habitación y cerró la puerta tras ella.
—¿Por qué, en nombre del dragón, he huido? —murmuró—. Por
qué….
Rayse no se molestaría por una chica de pueblo como ella.
Jadeando, se arrojó al sueño y se metió debajo de la cama. Tenía la
intención de esperar a que pasara el calvario, que en su mayoría provenía
de su cabeza.
La puerta principal se abrió de golpe. Ella tragó saliva.
No se oía nada. Los pasos de Eduard siempre eran fuertes y torpes.
Normalmente delataban su torpeza.
Era un extraño. ¿O el viento? No podía ser el viento.
Vio los pies descalzos del desconocido. Temblando de miedo, se llevó
los puños a los lados de la cara. Al notar que un trozo de madera roto
sobresalía del marco de la cama, trató de alcanzarlo.
Una mano la agarró y la sacó de debajo de la cama. Ella gritó, tratando
de alcanzar la madera rota. Con el impulso del tirón del desconocido no
le dio tiempo suficiente, y las astillas de madera le rozaron los dedos,
hiriéndola. Se estremeció ante el dolor agudo.
Estaba cara a cara con su captor, con la sangre goteando por sus dedos
y en el suelo. Volver a míralo la hizo gemir, tal vez de miedo, pero sobre
todo de un placer extraño y poco entusiasta. Los músculos de él se sentían
tensos cuando se apretaban contra su cuerpo. Y… ella podía sentir su
creciente erección rozando su muslo.
Su cuerpo no podía decidir si huir o ceder.
Espero a que llegaran las sensaciones sucias, las que le provocaban los
hombres del prostíbulo. No llegaron.
¡Escapa!
Si tuviera un cuerpo, la misteriosa voz se agitaría con pánico. No podía
escucharla, no con Rayse tan cerca, tentándola con sus intensos ojos. Tan
hermos…
—Oh —gimió. Sus rodillas casi se doblaron sobre sí mismas.
Miró hacía abajo, observando los cortes en sus dedos. Ya casi no la
molestaban. El gruñó. El sonido gutural hizo que le doliera el centro.
Intentó luchar contra su lujuria. Intentó luchar contra su necesidad de
aparearse con ese hombre.
—¿Por qué te haces daño, amor? —preguntó él. Su voz era baja y
áspera, pero era música para sus oídos—. Déjame llevarte a casa.
—Sí —respondió ella casi en un susurro antes de levantar los brazos y
rodear su cintura.
Entonces sus ojos se cerraron y cayó en la oscuridad.
la mayoría de los hombres les gustaba visitar el prostíbulo
durante las horas del crepúsculo, justo después de terminar
sus turnos. La pequeña Constance odiaba cuando el lugar
bullía con clientes carcajeándose con los dientes podridos. Cada uno de
ellos probablemente no se había duchado en días. Hacían que un olor
nauseabundo manchara el lugar.
—Pequeña, ¿Por qué no vienes aquí y te sientas en mi regazo? — le
dijo un cliente mugriento de barba canosa. Se dio una palmadita en la
rodilla mientras sus amigos, igualmente aborrecibles, le animaban.
A ella no le gustaba tener que enfrentarse a los hombres como él. Evitó
su escalofriante y depredadora mirada y se dirigió al ladode su madre.
Madre, -había oído a las otras damas de la posada llamarla Marsella-,
siempre la protegía de los hombres lascivos.
Su madre, una prostituta de mediana edad se giró, y mostró a sus
clientes una sonrisa seductora, movió un delgado dedo en su dirección.
—Nah ah. Que traviesos sois, ¿verdad? Ella no es para que la toméis,
chicos. Jugad con otras chicas de vuestra edad.
El hombre resopló.
—Pero yo no quiero chicas de mi edad. ¿Cuál es el problema, ¿eh?
Sólo será cuestión de un tiempo. De tal palo tal astilla, ¿no?
—Paciencia. La polla de un hombre adulto debería ser capaz de
esperar un poco —bromeó.
Su madre le agarró la mano temblorosa y la apretó con fuerza. Ella
sabía que bullía de rabia por dentro, pero no podía demostrarlo. A veces
mamá lloraba en medio de la noche y se disculpaba por no haberla dado
una vida mejor.
Nunca dejaré que te toquen, le había prometido. Y hasta ahora, había
conseguido mantener su promesa.
¿Por qué mamá siempre tenía que complacer a esos hombres
horribles? La trataban como basura. La mente de ocho años de
Constance encontraba esto difícil de comprender.
La puerta se abrió de golpe y entró un hombre imponente. La brillante
luz de la calle de Everndale silueteó su figura. Entró en el prostíbulo y
pronto pudo ver su característica barba roja y su cabeza pelada.
—¿Dónde está? —Caminaba con paso inseguro y llevaba una botella
de licor en la mano derecha.
Se escondió detrás de mamá y se aferró al estropeado vestido color
crema de su progenitora. Este hombre era uno de los clientes más fieles
de Madre, y Constance lo odiaba. Cada movimiento, cada palabra que
decía estaba siempre manchada de celos y odio.
Tres de las mujeres del burdel habían desaparecido después de atender
a este cliente. Sus cuerpos habían sido mutilados hasta quedar
irreconocibles. Madre va a ser la siguiente, eso era lo que decían las otras
putas. Observar cada uno de sus pasos hizo que se le secara la garganta.
Odiaba tener a ese monstruo cerca de mamá.
Marsella fingió sonreír de alegría.
—Bastion, cariño. Me alegro de verte. —Agitó las pestañas hacia él y
forzó una mirada seductora.
Un zumbido comenzó en la cabeza de Constance.
Sonando…Sonando...diciéndole que algo andaba muy muy mal
—Cierra la boca, puta —gruñó el guardia de la ciudad—. Me has
traicionado. — Agarró la nuca de Madre la golpeó contra la mesa.
El corazón de Constance se aceleró y se precipitó hacia el lado de
mamá.
—¡Suéltala!
Bastion la apartó con una patada sin esfuerzo.
—Lárgate, mocosa apestosa. —El zumbido no cesaba.
—¡Quítale las manos de encima! —Se lanzó de nuevo contra el agresor,
pero este la apartó fácilmente con otra patada, esta vez con más fuerza.
Le dolían las tripas por el golpe y tosió. Se impulsó con las manos y se
levantó. Haría todo lo posible para mantener a ese hombre alejado de su
madre. Su ingenuidad le daba confianza.
Un par de brazos peludos la rodearon y la apartaron.
—No quieres meterte con los grandes, ¿verdad, pequeña? Deja que el
pobre tipo se ocupe de sus asuntos.
Sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas.
—No…o… —Se agitó con el vigor de una niña.
La madre se volvió hacia ella, con la cara roja por la asfixia.
—S-sé una …b-buena chica…
Bastion la abofeteó. Con los dientes ennegrecidos al descubierto.
—No dije que pudieras hablar. —Le gritó en la cara.
Constance golpeó con los pies el suelo e intentó zafarse del agarre
visceral de su captor.
—¡Quítale las manos de encima!
Bastion arrastro a Madre a una habitación vacía. Sus pies arañaban el
suelo de madera.
—¡Mamá! —Constance se estremeció atrapada en los inoportunos
brazos del desconocido.
La puerta de madera de la habitación se cerró con un clip, separándola
de su madre. El hombre de aliento pútrido que la sujetaba la susurro al
oído:
—Ahora que ya está resuelto, ¿Por qué no nos divertimos un poco,
pequeña?
Los gritos salían de la habitación en la que estaba atrapada Madre, Se
elevaban en un crescendo, luego un silencio, antes de continuar de nuevo.
¿Qué ocurría detrás de esas puertas?
¿Qué le estaba haciendo ese hombre a mamá?
Escuchar los gritos de su madre la atormentaban. Se lamentaba
mientras la pena la inundaba.
—Parece que tu madre se lo está pasando en grande, muchacha —Se
burló el hombre que la sostenía—. ¿Por qué no jugamos nosotros
también? —Aspiró profundamente en su nuca. Se le erizó la piel.
Su madre no estaba cerca para protegerla esta vez. Se le revolvió el
estómago al pensar en lo que esos hombres iban hacerle. Sólo tenía ocho
años, pero sabía que no quería que la trataran como a su madre.
Mordió el dedo de su captor tan fuerte como pudo.
—¡Ay! —La soltó—. Maldita mocosa.
Su cuerpo se estremeció de miedo mientras corría hacia la entrada y se
deslizaba a la concurrida calle.
—¡Vuelve aquí!
A veces se escabullía y jugaba con los otros niños, así que conocía bien
las calles murmurando palabras de aliento para sí misma, siguió adelante
y corrió por Everndale hasta alejarse lo suficiente del prostíbulo y llegar
a un lugar relativamente tranquilo.
No tuvo que preocuparse. No la persiguieron.
Pero madre…
Encontró un rincón acogedor y se sentó. Se froto los ojos con el dorso
de manos y se limpió las lágrimas de la cara.
Estará bien, pensó. Bastion se portará bien con ella.
Sin embargo, sabía la verdad. Dudaba de que volviera a ver a su madre,
no después de aquellos gritos de pesadilla.
No pasó mucho tiempo antes de que se derrumbara y sollozara en el
silencioso.
Constance regresó de madrugada, cuando los hombres seguramente ya
se habían ido o estaban demasiado borrachos para preocuparse por
nada. Una prostituta estaba sola en la barra. Levantó la vista y le lanzó
una mirada de lastima.
La puta negó con la cabeza.
—Niña…lo siento mucho.
Lo siento… ¿por qué?
Constance se precipitó a la habitación que Bastion había arrastrado
Madre. Yaciendo allí había un cuerpo sin vida. Una tela delgada y hecha
jirones cubría el cuerpo y le tapaba la cara. Temblando, se acercó para
inspeccionar la escena.
—¿Mamá?
Alargó la mano y puso la suya sobre la mano azulada de mamá. Estaba
fría. Inhaló bruscamente y levantó la tela. Gritó, tropezó hacia atrás y
cayó al suelo. Accidentalmente arrastró el resto de la tela con ella.
Su madre no estaba vestida. Las extremidades del cadáver estaban
rotas en todas las direcciones. Su cara ya no estaba allí. En su lugar había
una espantosa mezcla de sangre y carne.
Su estómago o estaba vacío, pero si no lo estuviera, habría vomitado
por todo el suelo. De todos modos, tuvo arcadas.
El suelo de madera crujió.
—No deberías ver esto —dijo la prostituta detrás de ella—. Vamos a
enviar a alguien para que limpie y le dé un entierro adecuado mañana.
—¿Cómo pudo hacer esto? —preguntó. No podía entender cómo
alguien podía ser tan malvado.
—La mayoría de los hombres son monstruos. Tu madre tuvo la mala
suerte de cruzarse con el peor de ellos.
ayse miró a su compañera. Su pelo castaño enmarcaba su
rostro mientras dormía. Era ondulado, sedoso y lo
suficientemente largo como para llegar a la cintura. Sus labios
eran carnosos y rosados. Un ligero y suave rosa coloreaba sus mejillas.
Sus pechos no eran demasiado grandes, pero si llenos y turgentes. Tenía
todo el aspecto de una mujer deslumbrante.
Preciosa.
Esa fue la primera palabra que pasó por su mente cuando la vio. Sólo la
había visto hoy, pero la había imaginado un millón de veces durante los
últimos quinientos años, sin saber que existía realmente.
Estaba en forma humana, pero sus alas se habían desplegado a su
espalda. No ocurría a menudo. De hecho, era la tercera vez en quinientos
años.
Su dragón no pudo contener su emoción.
Ella es la elegida, decía. Tómala ahora.
Su lado humano no lo creía. No conocía a esta mujer, pero su miembro
estaba tenso en los pantalones. Quería esperar a que ella se despertara y
pedirle permiso. A nadie le gustaba tener sexo con una persona inmóvil y
dormida.
Pero que se joda la diosa…no podía soportarlo.
Me dolía contenerme.
Los otros machos emparejados dijeron que experimentaban un intenso
deseo una vez que veían a su pareja, pero nadie mencionó que iba hacer
que cada fibra de su ser se tensara con una necesidad incontrolable.
Sus manos se aferraron con fuerza al marco de la cama. Apretó los
dientes y dejó escapar un gemido ahogado.
Maldito dragón.
Podría romper la cama si ella no se despertaba pronto. Se agitó de un
lado a otro y contó hasta mil. Tal vez debería irse. Su dragón se opuso,
prohibiéndolo hacerlo.
Sus párpados se abrieron con fuerza.
—¿D-dónde estoy?
Se le echó encima en un instante.
La besó en la nuca. Tan dulce.
—No debería estar haciendo esto.
—¿Quién eres tú?
No le gustó escuchar el pánico en su voz. Se echó hacía atrás y se apartó
el pelo de la cara para que pudiera verlo bien. Ella se merecía eso, al
menos.
Su ceño se frunció.
—¿Rayse? —Entonces la vio: la necesidad. Ella también la
experimentaría, aunque no con tanta fuerza como él. Los humanos no
tenían instintos tan animales tan fuertes como ellos. Su voz salió como un
gemido—. ¿Dónde estoy? ¿Sigo en el arroyo? —Podía oír el escalofrío en
su voz, el deseo de ser complacida.
Le arrancó el vestido. Su lado humano quería conocerla, y al menos
averiguar su nombre antes de entrar en ella. Pero a su animal no le
importaba. Todo lo que su dragón quería hacer era marcarla con su olor.

Constance levantó la vista aturdida. Su ropa…él se la había arrancado.


Todo esto estaba sucediendo demasiado rápido.
—No quiero hacerlo —dijo él—. Que se jodan los dragones, no quiero,
pero no puedo controlarme.
Ella tampoco podía. Todo lo que podía pensar era en tener a este hombre
dentro de ella. Sin demora.
A pesar de eso, estaba aterrorizada. Esta no era ella. ¿Qué magia le
había lanzado?
—Para —pidió ella.
El calor entre sus piernas se encendió Apretand los muslos, intentó
calmar el cálido dolor. Su espala se arqueó y le mostro los pechos
desnudos a Rayse
Nonono, debería haber hecho lo contrario. Esconderse y protegerse.
Pero en lugar de eso, le puso las manos alrededor de la espalda y lo atrajo
hacia ella.
—¿Qué me estás haciendo? —preguntó.
—No puedo detenerme, pequeña llama. Es le vínculo.
La penetro con su miembro. No hubo ningún beso tierno. Sólo lujuria
pura, sin adulterar, que emanaba de ambos.
Era grande, y ella pensó que no podría contenerlo, pero lo envolvió por
completo. Se estremeció ante la sensación de escozor que la causó, pero
rápidamente se desvaneció y su cuerpo palpitó de deseo.
—P…pa…ra.
Comenzó un movimiento de balanceo. Ella se aferró a él como si se
aferrara a su vida. Se transformaron en un amasijo de sudor, sexo y placer.
El olor a la humedad de sus sexos permanecía en el aire.
Esto está mal. Muy mal.
Empezó a odiarse a sí misma y los recuerdos de su infancia volvieron
apoderarse de ella. La mareaban, la confundían y la asustaban.
Se detestaba a sí misma por disfrutar de lo que este hombre le estaba
haciendo. Su cuerpo…era tan firme, tan delicioso. No podía dejar de
desearlo.
Sus ojos revolotearon hacia atrás. Y allí vio unas alas negras que
cubrían sus cuerpos y se enroscaban a su alrededor.
Era un demonio.
Estaba acostándose con el mismísimo diablo.
ayse quería esto. Había estado anhelando esto durante todos sus
años. Ella era el componente que faltaba en su vida. Podía
reinar, gobernar y conquistar todo lo que quisiera, pero sin
alguien con quien compartir su vida, no tendría sentido.
Ella le daría el amor que había faltado toda su vida.
¿Verdad?
Tenía esperanza. La sensación de fundirse con su sexo apretado le
nublaban la razón. Pero hacía mucho tiempo que no se sentía tan
completo. Esto no se parecía nada a las experiencias que había tenido con
otras mujeres.
—Amor, yo… —Abrió los ojos y la visión le hizo detenerse.
Su compañera yacía bajo él en un montón de lágrimas. Esperaba ver la
pasión reflejada en ella, pero todo lo que podía ver era miedo. El mismo
miedo que había marcado y que veía en las expresiones de sus súbditos y
de los humanos.
Despreció esa mirada de espanto. Siempre había querido borrarla de sus
rostros, pero era la única forma en que podía gobernar sin que se produjera
caos.
Toda Gaia podía odiarle y tenerle miedo, pero no esta mujer. Se suponía
que ella era la pieza que faltaba.
No quería asustarla.
Tratando de contenerse, se retiró. El dragón que llevaba dentro se
encendió y se agitó. Debería terminar en ella. Todavía no está bien
marcada. Le pidió que se calmara.
Gruñó y ahogó un gemido de dolor.
—¿Qué…qué está…pasando? —preguntó.
Volvió a ponerse los pantalones. La erección no desaparecía.
—Lo siento.
Su dragón rugió.
Cállate, pensó. Ten un poco de autocontrol.
No lo había conseguido.
No se dio la vuelta para mirarla, porque si lo hacía, sabía que se lanzaría
contra ella de nuevo y la desgarraría como una bestia.
Necesitó toda su voluntad para marcharse de su habitación. Salió
corriendo, se desató el pelo y se pasó una mano por él.
Joder.
Rayse llegó corriendo a un claro. Se desnudó y llamó a su forma de
dragón. Su carne se convirtió en escamas negras. Le crecieron cuernos en
la sien. Pronto se agrandó hasta alcanzar su tamaño habitual.
Surcó los cielos y dejó que el viento de la montaña refrescara su cuerpo.
Se deslizó por el aire y luego descendió en espiral con una descarga de
adrenalina. Se detuvo justo antes de tocar el suelo y levantó las alas para
volver a volar.
El calor amenazaba con consumirlo.
¿Seguía acostada en su habitación con esa expresión de terror?
Shen, su mano derecha, atravesó las nubes y apareció junto a él. Tenía
escamas amarillas. El dragón oriental no se parecía en nada al resto, con
ojos más estrechos y rasgos más femeninos.
Rayse lo había conocido en su juventud. Junto con Fraser, los tres
fueron los primeros dragones en Everstone.
—¿Patrullando? —preguntó Rayse en lengua dragón. Los humanos o
los dragones en forma humana no podrían oírlos hablar. El tono bajo con
el hablaban no se adaptaba a sus oídos—. ¿Dónde está Fraser? Siempre
está contigo.
El dragón amarillo inclinó la cabeza.
—Señor. Encontró a su pareja esta noche.
—¿En serio? —Trató de ocultarle a Shen su estado mixto de
emociones—. No lo sabía.
—Estabas demasiado concentrado con la suya. Enhorabuena, por cierto.
¿No deberías estar con ella?
No había nada de celebración en la necesidad que le consumía.
Empezaba a ser capaz de contenerse. Su cuerpo no tenía la energía
necesaria para aguantar eternamente. El dolor se convirtió en una leve
palpitación.
—Puedo estar donde quiera.
—Sí. Mis disculpas, milord
Dobló el cuello para mirar a Shen.
—Está de vuelta en casa. Necesita descansar. Y supongo que Fraser está
con su elegida.
—Sí. Es extraño lo de su elegida. Preguntaba mucho por tu compañera
en el viaje de vuelta a casa. No paraba de repetir su nombre. Creo que son
buenas amigas.
—¿Cuál es?
—¿Hm?
—Su nombre.
—¿De Fraser? Marzia, creo.
Rayse gruñó.
—No, esa no. Mi compañera.
Los ojos de Shen se abrieron de par en par.
—¿No lo sabe?
—No me cuestiones. —Su dragón estaba irritado.
—Uh, por supuesto. Um… Constance.
Asintió con la cabeza.
—Me gusta. —Repitió su nombre en su mente unas cuantas veces. Al
menos sabía cómo llamarla. Ladeó la cabeza—. ¿La compañera de Fraser
no se desmayó?
—No es normal, milord. Cuando encontré a mi esposa, ella volvió a
casa a lomos de mis alas totalmente lúcida. No estoy seguro de lo que les
paso ambos. Tal vez tu compañera no está bien. Tal vez quiera llevarla al
sanador.
—Comparto tus sentimientos.
—¿Quiere que llame a Frase, milord? Se supone que mañana será un
día muy ocupado. Algunos dicen que la Madre Dragón está a punto de
despertar. Pueden sentir su poder.
—Yo también la siento.
La Madre Dragón era su diosa. Rayse la adoraba, como la mayoría de
los otros dragones. Creían que ella los había creado. Tenían un corto
período de tiempo para ver su diosa antes de que volviera a dormirse. Las
historias contaban que los dragones se enfurecían durante este tiempo,
porque creían que la Madre sólo agraciaba a los clanes más fuertes.
—No, lo visitaré —dijo—. ¿Dices que su compañera es amiga de a mía?
Tendré que pedirle que le muestre los alrededores. Podría ser mejor para
Constance si está con alguien que conoce.
Los ojos de Shen brillaron con desconcierto.
—¿No sería usted, milord?
—Yo… no puedo estar cerca de ella ahora mismo.
Rayse necesitó un tiempo más para que su dragón remitiera. Estaba
mejorando, pero no lo suficiente.
Shen no lo cuestionó.
—Lleva más hombres contigo y empieza a patrullar más lejos —
ordenó—. Creo que los ataques de los otros clanes comenzarán pronto.
Querrán probarse ante nuestra diosa.
onstance se despertó con un movimiento brusco. Se llevó la
mano a las mejillas, y se le mancharon los dedos de humedad.
¿Había estado llorando?
Recordó que había tenido una pesadilla justo antes de despertarse.
Volvía a ver la cara mutilada de su madre, con Bastion riéndose de fondo.
Se apartó el pelo y se sentó. Exhaló un suave suspiro. Hacía años que
esas pesadillas no la asaltaban.
Observó su entorno y se dio cuenta de que había pasado de una pesadilla
mental a una vivida. ¡Su ropa había desaparecido! Ah, sí. Anoche había
perdido su virginidad con ese hombre….
En la habitación no había más que una cama, un pequeño armario y
paredes de piedra. El lugar no parecía nada hogareño. Era sólo un lugar
para descansar, si es que Rayse volvía a dormir.
En la vacía habitación, podía sentir la soledad.
¿Cómo podía un hombre que gobernaba a tantos estar tan solo? Tal vez
este no era su hogar. Tal vez sólo traía a sus mujeres aquí para sus
encuentros nocturnos antes de irse a sus verdaderos aposentos.
—Tienes que ducharte. —Llegó una voz monótona desde su lado.
Se puso rígida y giró la cabeza. Una mujer estaba junto a ella. Pero su
color de piel no era normal.
Esa mujer era… ¿azul? O gris. Pero su piel no era la de un humano.
Conteniendo la respiración, Constance se inclinó hacia atrás.
La intrusa iba vestida con un sencillo vestido marrón y su rostro era
ceniciento. Su pelo mate y sin brillo, le caía sobre la piel. Le pareció que
estaba muerta, a pesar de que era evidente que respiraba.
La mujer siguió hablando en un tono monótono.
—Soy Nalini, una mishram. El amo Everstone me ha ordenado ser tu
sirva.
—¿Rayse, quieres decir? —Frunció el ceño. Nunca había oído hablar
del nombre Everstone—. ¿Y qué quieres decir con mishram?
—Si es así como quieres dirigirte a él, entonces sí, es Rayse. Soy una
mishram. Mi clase existe para servir a los dragones y a sus esposas. Los
dragones nos han considerado sirvientes perfectos.
Nunca había escuchado hablar a una persona sin tono.
—Tu especie es nueva para mí.
—Sólo existimos aquí, en la Fortaleza del Dragón.
Tenía muchas preguntas para la extraña criatura con aspecto de mujer,
pero no sabía por dónde empezar. Se cuestionaba sí debería hacer
preguntas, para empezar. Quizás lo más sensato sería correr hacia la
puerta y coger un cuchillo. ¿Se abalanzaría la criatura sobre ella y la
mataría sin previo aviso?
No tenía tiempo para decidir. Nalini la sacó de la cama, muy a su pesar,
y la obligó a cruzar una puerta que comunicaba con la habitación de
Rayse. En ella le esperaba un gran baño caliente.
Intentó resistirse, pero la sirviente era sorprendentemente fuerte.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—El maestro Everstone me ha ordenado que me asegure de que te laves.
No puedo desobedecer, ya que primero respondo ante él y luego ante ti.
Se sintió obligada. El agua la llamaba. Quería limpiarse. En cuanto
sumergió los pies en el agua tibia y relajante, cogió un estropajo y empezó
a lavarse.
—Yo lo haré por ti —dijo Nalini.
Constance se apartó y empezó a frotarse la piel con tanta fuerza que
pensó que podría causar heridas.
—No, lo haré yo misma. —Por mucho que se restregara, no desaparecía
la sensación de suciedad que la consumía.
Pasó la esponja por cada `parte que recordaba que él había tocado.
Su toque le había hecho sentir que caía a niveles aborrecibles. Era
exactamente como esas prostitutas del burdel, sólo que esta vez, ella, por
suerte, sólo tenía un hombre que atender.
La piel le ardió en rojo y golpeó las manos contra la bañera con
frustración. Se había vendido. Ahora Evernbrook sobreviviría al invierno.
Los funcionarios de la ciudad prometieron diez lingotes de oro a la familia
de la mujer elegida. Su padre lo compartiría con el resto del pueblo. Los
alimentaría toda una temporada, y Eduard podrá comprar las hierbas que
necesitaban para salvar vidas.
Se suponía que debía estar feliz por eso.
Pero el miedo se apoderó de ella al pensar que Rayse la tomaría como
esos hombres habían tomado Marsella. Cada noche. Una y otra vez.
Y una parte de ella deseaba que eso sucediera.
Eso la aterrorizaba, le hacía perder el control incluso de sus propias
emociones.
Apretó los dientes y siguió lavándose.

Nalini había preparado el desayuno. No sabía a nada especial, para su


sorpresa. Esperaba que la comida de dragón fuera más…emociónate. En
cambio, era un simple pan con mantequilla, junto con una manzana. La
comida carecía de personalidad, como la propia mishram.
—¿Y esto es lo que come el amo Everstone cada mañana? —Se
estremeció, dándose cuenta de que había llamado a Rayse amo. No quería
vivir su vida con un amo en lugar de marido. Marsella tuvo muchos amos
—Sí.
—Por favor, explícate.
—Los dragones prefieren los animales enteros recién cocinados. Los
chamuscan con su fuego de dragón. Estos ingredientes se envían
especialmente para las esposas de los dragones.
La imagen de animales enteros carbonizados hizo que tuviera arcadas y
perdiera el apetito. Dejó el pan para esperar a que desapareciera de su
mente.
—¿No necesitas comer?
—No.
—¿Nunca?
—Los Minsham no necesitan comida.
Constance apretó los labios. ¿Qué clase de criatura podía sobrevivir sin
comida?
—¿Siempre era así?
—Sí. —Nalini mantuvo su rostro in alma. Su expresión, o la falta de
ella, no vaciló.
Constance se puso una mano en la frente.
—De acuerdo entonces.
Sólo tardó unos minutos más en terminar su comida. Nalini permaneció
en silencio todo el tiempo. Los humanos normales sentirían la necesidad
de iniciar una conversación, pero la mishram era poco más que un mueble.
En cuanto limpió su plato, la mujer azulada dijo:
—Debemos salir de casa.
Ella dejó caer el tenedor.
—¿Por qué?
—El Amo Everstone ordenó que te llevara con Fraser. Él va a
presentarte la ciudad.
—¿Y si quiero quedarme en casa?
—Te arrastraré hasta él.
Recordó lo fuerte y resistente que era la criatura antes de su baño
matutino. Tuvo que obedecer. Pero no quería conocer a otro varón. Había
pasado la mayor parte de su tiempo en Evernbrook evitándolos, excepto
a Eduard.
El miedo la invadió. Nalini podría ser su única compañía femenina
durante el resto de su vida. La sirvienta carecía de toda emoción. Si todas
las mujeres de este lugar eran así, se ahorcaría con una soga tarde o
temprano.
La condujo desde la cocina hasta el porche, y ella la siguió
obedientemente, sin ver el sentido de entrar en una refriega. Al salir de
casa, una maravillosa sorpresa la recibió en la puerta: Marzia.
—Dragones, me alegro de verte. —Constance apenas procesó las
palabras antes de pronunciarlas.
Mirar a su amiga hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Tal vez
todavía estaba en la aldea y por fin se había despertado.
Marzia le agarró del hombro.
—Constance, ¿estás bien? No tienes buen aspecto.
—Estoy algo mejor ahora que estás aquí. —Confesó, abrazándola.
Un hombre de hombros anchos estaba de pie junto a su amiga. Tenía
una cabeza llena de pelo plateado con un ligero tono azul, que llevaba
atado en una trenza. La trenza era larga y caía sobre su hombro hasta la
cintura. Una ligera barba de caballo cubría su barbilla, como la que tenía
Rayse, pero en lugar de negra, era plateada. Lo estudió con recelo,
preguntándose por qué se cernía sobre el momento íntimo que estaba
compartiendo con su amiga.
—Dios, debería presentaros a los dos —dijo Marzia. Miró al hombre de
pelo azul con un brillo en los ojos—. Es mi compañero.
—Fraser —Se presentó él, sonriendo—. Encanado de conocerte.
Ella no se fiaba de una sonrisa. Era demasiada blanca y demasiado
carismática. Por otra parte, le resultaba difícil confiar en los hombres de
cualquier tipo.
—¿Compañero? —preguntó—. La Ofrenda…No sé qué pasó después
de que me presentara. ¿Fuiste elegida?
—Oh, me diste un gran susto cuando te fuiste corriendo. —Marcia le
apretó las manos—. Me preguntaba qué te había pasado. Sinceramente,
pensé que era miedo a los dragones, pero la gente suele quedarse quieta,
no correr cuando le temen. Entonces el Amo Everstone anunció que te
había elegido como compañera. Después de eso tuvo más sentido, pero
no tuve el instinto de correr después de encontrar a Fraser. De hecho, me
sentí atraída por él. Me anunció como su pareja, lo que me sorprendió,
pero se sintió natural de todos modos. Luego me dejaron despedirme de
mis padres y Fraser me llevó a la Fortaleza de Dragón.
—¿Pudiste despedirte de tus padres? —Constance se encogió. Recordó
por última vez Eduard saludándola nerviosamente desde la multitud.
Debería estar muy preocupado.
Ella no quería terminar sus doce años con él tan abruptamente.
Marzia sonrió.
—Por supuesto. Los dragones no son monstruos.
Muchas historias no estarían de acuerdo. Se quedó pensando en el
cambio de comportamiento de su amiga. La chica tenía miedo de que se
la comieran veinticuatro horas antes.
—¿Has visto por casualidad a Eduard?
Sus hombres cayeron. Sus ojos se desviaron hacía Fraser, como si
buscara salida.
—No.
Entrelazando los dedos con nerviosismo, Constance frunció los labios.
—Está bien. Puedo manejarlo.
—Él… estaba llorando. No sabía que e iban a llevar. Pero las decisiones
son definitivas una vez que sean han tomado Me pidió que me
encargara….
—Eduard nunca llora. No importa lo difícil que sea.
—Ese día lloró.
Constance se mordió la lengua. No quería escuchar más. Había mentido
cuando dijo que podía manejarlo.
—Entonces, ¿qué es este lugar? —Una brisa fría golpeó su cara. El
exterior era más frío de lo esperado. Necesitaba un abrigo de piel, pero lo
había dejado en casa.
—Estamos en las montañas de la Fortaleza del Dragón.
—¿La Fortaleza del Dragón?
—En realidad es el nombre del castillo, pero la gente identifica toda
esta región con ese nombre.
—¿Las montañas Everpeak? Pero son demasiado empinadas para
escalarlas.
Marzia puso los ojos en blanco.
—Dragones, tonta. Sinceramente, fue un viaje estimulante. Casi me
mojo por la emoción.
Se dio cuenta de que la belleza de pelo castaño rojizo tenía sus dedos
firmemente enredados en los de Frazer. No parecía ser consciente del
contacto. ¿Eran ya tan cercanos? No podía imaginarse a sí misma
haciendo los mismo con Rayse.
Estaba mirando un pilar de piedra, distraída en sus pensamientos,
cuando Marzia dijo:
—Dios, supongo que deberíamos seguir adelante. Fraser estaba a punto
de darme una vuelta por la Fortaleza del Dragón. He venido a invitarte a
que nos acompañes y, bueno, a comprobar si está mejor. ¿Te sientes
mejor?
—Mejor —respondió sonriendo a medias.
Ver a Marzia le había subido el ánimo. Pero el baño de la mañana no
había conseguido limpiar el sucio odio que Rayse había dejado en ella.
Observó al hombre plateado como un halcón, tensándose con cada
movimiento que hacía.
—Genial. Fraser me habló de una enorme biblioteca en el castillo. Me
gustan los libros, y estoy segura de que a ti también.
Constance se frotó las manos para generar algo de calor.
—Me gustaría ir, pero hace mucho frío. —-miró su chal de lana,
deseando tener uno similar.
Su amiga levantó las cejas.
—Ah. Haremos algo al respecto.

Constance, Nalini, Marzia y Fraser paseaban por la Fortaleza del


Dragón. Ella se echó el chal sobre los hombros. La mantenía caliente, pero
apenas. Era de Marzia, la cual lo había recibido de Fraser.
Estudió el conglomerado de edificios ordenados esporádicamente. Las
casas de madera con techo de paja se alineaban escasamente en las calles
inclinadas. La casa de Rayse era la única de piedra a la vista. Las laderas
de las montañas eran empinadas e inmensas.
Los grupos de edificios se encontraban alejados unos de otros,
separados por valles montañosos. Sólo se erigían en las llanuras que eran
suficientemente llanas como para que se construyeran estructuras en ellas.
Los acantilados constituían una gran parte del paisaje. Las intimidantes
pendientes amenazaban con hacerla resbalar, lo que la inquietaba.
Unos puentes desvencijados conectaban las secciones de nivel. Los
dragones probablemente no tenían miedo a las alturas, pero ella no querría
arriesgar si vida tratando de cruzar una de esas cosas. Para un dragón, las
montañas probablemente significaban cielos abiertos y viento. Para ella,
la Fortaleza de Dragón era una prisión. No sería capaz de escalar los
acantilados por mucho que lo intentara.
Varios dragones se elevaron sobre ellos. Eran siluetas débiles. Parpadeó
con fuerza al verlos. No podía creer que fueran reales, pero ahí estaban.
Dragones, bestias majestuosas planeando sobre ellas.
A medida que avanzaban, el pueblo se iba animando. Para su diversión,
vio a pequeños dragoncitos peleando en un foso de arena. Cuando se
pusieron demasiado violentos, sus madres los separaron.
—¿Realmente no hay hembras de dragón? —Le preguntó a Fraser.
—El acuerdo no existiría si hubiera alguna —contesto. Tenía una voz
suave y aterciopelada. No era ni mucho menos tan grave o tosca como la
de Rayse. Se rascó la nuca—. Hay una. Sólo una en nuestro clan. Es una
vieja gruñona.
Se volvió hacia Marzia. Intentaba escabullirse lo más cerca posible de
su amiga, pero la cercanía del hombre lo hacía difícil.
—¿Alguna otra chica de nuestro pueblo fue elegida?
Marzia negó con la cabeza.
—No, sólo nosotras. Pero han elegido a una más de Everndale.
—¿Sólo tres de nosotras? Tiene que haber al menos cincuenta dragones.
—No nos corresponde a nosotros decidirlo —afirmo Fraser—. El
proceso de apareamiento es algo que los dragones tenemos que dejar al
destino. Somos criaturas que dependen mucho de nuestras almas. Y son
nuestras almas las que deciden con quién pasaremos el resto de nuestras
vidas. Los ancianos describen el proceso somo algo instintivo y natural.
Elegir una pareja no es una decisión consciente. La mayoría de los
dragone sienten la necesidad de acostarse con su pareja en cuanto sus ojos
se cruzan. —Hizo una pausa—. Los compañeros normalmente se sienten
atraídos el uno por el otro. Es extraño que huyeras.
No fue su magia, pensó. ¿mi alma tiene la culpa? Parece una tontería.
Pero ella entendía la magia del alma a diferencia de otros humanos. En el
fondo, sabía que lo que él decía era cierto.
Una parte de ella quería a Rayse.
Muchos de los habitantes del pueblo eran hombres. Los miró con recelo.
¿Eran todos dragones? Nunca había visto tantas bestias con escamas tan
cerca.
La miraban con recelo. ¿O se lo estaba imaginando? ¿Algunos de ellos
le gruñían? No pudo ignorar sus miradas de desaprobación.
—Estás tensa —dijo él—. Puedo sentirlo.
—¿Puedes sentir las emociones? —preguntó, cuestionándose cuánto
poder tenía el dragón. Un humano debería ser como una mota de polvo
para ellos, algo que no podrían aplastar fácilmente con sus garras.
Asintió con la cabeza.
—Hasta cierto punto, sí. Somos parte animal y parte hombre. Nuestros
sentidos nos permiten detectar los matices que se producen cuando se
experimenta una determinada emoción. Sin embargo, no es algo certero.
Pareces más inquieta y rígida de lo que suele ser la gente, por eso te
pregunté,
—¿Por qué algunos de los presentes me miran…como si me odiaran?
Él miró a su alrededor y se rascó la nuca.
—Rayse no es del agrado de todos.
Tenía un comportamiento rudo. Ella parpadeó.
—¿No? Pero es el líder del clan.
—Es mi femrah,3 pero sólo porque los dragones respetan su fuerza. Ser
respetado no es lo mismo que ser querido. Algunas de sus decisiones son
impopulares. Muchos dragones quieren anular el tratado que tenemos con
los humanos. Lo ven como una debilidad. Como si se inclinara ante los
caprichos de una raza más débil.
—No veo qué hay de malo. El tratado es sensato y salva vidas.
Se rio.
—A los dragones no les interesa la compasión y el altruismo. Muchos
prefieren ver la destrucción. Nos caracterizamos por nuestras llamas,
después de todo.
Las declaraciones hicieron que se preguntara por qué la humanidad
veneraba tanto a estas criaturas. Si no fuera por Rayse, estarían saqueando
y violando.
¿Estaba él por encima de tales atrocidades? ¿Lo estaba Fraser?
¿Qué escondía este hombre detrás de esa encantadora apariencia? Las
arrugas se dibujaban a los lados de sus ojos cuando sonreía. ¿Estaba
siendo sincero con Marzia?
Cuanto más amable parece alguien, más peligroso es, le recordó su yo
más joven. El hombre que mató a Marsella Rinehart la había colmado de
amor y cariño antes de esa noche. Constance no debería confiar
fácilmente.
—¿Y sientes lo mismo que los otros dragones? —preguntó.
—¿Sobre qué?
—Los humanos y Rayse. Que ayudarlos debilitaría a los dragones.
—Fraser nunca pensaría esas cosas —interrumpió Marzia, tras
permanecer en silencio durante casi toda la conversación—. ¿Verdad?
Una suave sonrisa rozó el lateral de los labios del hombre.
—No. Confió en el Amo Rayse. ¿Y por qué deberíamos masacrar a los
humanos cuando nuestras compañeras pertenecen a esa raza más débil?
Podríamos acabar matando a nuestras futuras esposas.
—¿Y la destrucción?
Dudó.
—Me gusta respirar mi fuego de vez en cuando.
Habían estado caminando hacia un gran castillo. Unas figuras sombrías
con alas de murciélago surcaban a los cielos. Intentó contar las siluetas,
pero se rindió. Había demasiados dragones y eran demasiado rápidos para
que pudiera seguirlos. Anticipó el miedo a esas bestias, pero no sintió
nada. Tal vez se había adaptado.
—¿Qué es este lugar? —preguntó. ¿Y por qué no se quedó Rayse aquí?
Tenía sentido que el gobernante de su especie viviera en el castillo.
—La Fortaleza del Dragón —contestó él—. El propio castillo.
Construido hace miles de años.
Tuvo que inclinar el cuello para ver toda la magnitud de la estructura.
—¿Tanto tiempo? ¿Cómo es que sigue en pie?
—Está hecho de piedra de dragón. No se desgasta fácilmente.
Pero partes de la fortaleza se habían derrumbado. El tiempo dominaba
todo, incluso a los dragones.
—¿Por qué hay tantos dragones? —pregunto.
—Este es el lugar donde se realizan los intercambios entre los reinos.
Rayse lo cedió para este fin.
Una bestia gris se abalanzó desde el cielo, aterrizando bruscamente. Su
fuerza casi hace caer a Marzia y Constance. Fraser tuvo que sujetarlas
para que no se cayeran. A ella no le gustó que él le tocara la espalda, pero
no dijo nada.
Se volvió para mirar a Nalini. La misharm se quedó perfectamente
quieta. Había asumido que una criatura de aspecto frágil como la sirvienta
se derrumbaría, pero la hembra de piel azul se mantuvo más firme de lo
que pensaba.
Su mirada se fijó en el dragón gris posado frente a ellos. Tenía cosas
atadas a las patas y en el lomo. No parecía cómodo, ni siquiera para una
criatura con piel de hierro.
—Ese dragón acaba de regresa de Falron —explicó Fraser.
—Lleva minerales —añadió Constance.
Fraser asintió.
—Sí, Falron rico en minerales.
Evernbrook estaba en Falron. Siempre tenían demasiado metal y muy
poca comida. La región no tenía suficientes tierras de cultivo.
Él señaló el castillo.
—Los dragones con mercancía de Yvrdeen también descansaran aquí.
—Yvrdeen, otra región, estaba inalcanzable por encima de la cordillera—
. Metales y alimentos. Yvrdeen y Falron no pueden prosperar sin los
bienes del otro. Los dos continentes nunca pudieron desarrollarse mucho
hasta que mi señor intervino.
Todos, humanos y bestias aladas, conocían la historia. En cada ofrenda,
un locutor lo explicaba antes de que las chicas se pusieran en fila.
—El vuelo es largo y tedioso, incluso para un dragón, así que debemos
descansar aquí antes de seguir adelante. A veces, recibimos bienes más
que suficientes para comerciar. Esas mercancías se almacenan en el
castillo para una fecha posterior.
Un dragón…trabajando. Ella había oído hablar eso, pero aún no podía
creer lo que veía. La bestia gris bostezó, mostrando sus afilados dientes.
Las mujeres se apresuraron a liberarlo de su carga.
En cuanto se le quitó el arnés, se despojó de la mercancía y se alejó. Dio
pasos lentos y lánguidos hasta llegar a un lugar de descanso y se
desplomó.
Fraser suspiró.
—Y esta es la razón por la que el Amo Rayse no es del agrado de
muchos. Los dragones no son precisamente conocidos por ser serviles o
trabajadores. Prefieren robar oro y holgazanear.
—¿Los está obligando? —preguntó ella—? ¿Qué gana él?
El hombre plateado se rascó la nuca.
—Nada, en realidad. No tiene que ayudar a los humanos, pero le gustan
por alguna razón. Lo conozco desde hace trescientos años…
Sus cejas se alzaron.
—¿Trescientos?
Sonrió.
—Somos viejos. Los dragones tienen una larga vida. Mi señor no es un
tipo muy agradable, pero tiene un buen corazón. Es el primer dragón que
conozco que se preocupa por los humanos.
—No puedo verlo así.
—¿Tan agradable? Ninguno de nosotros puede. —Se rio para si mismo
y se señaló la sien—. Siempre tienes el ceño fruncido.
—No. No puedo verlo de esa manera. —La había tomado a la fuerza.
Los hombres buenos no hacían eso.
Marzia y Fraser le lanzaron miradas curiosas, pero ella les ignoró, sin
querer dar explicaciones.
Tras un breve silencio, su amiga salto arriba, abajo, como una niña
emocionada.
—Ya estamos aquí. ¿A qué estamos esperando? Sinceramente ¿Dónde
está la biblioteca? —Prácticamente rebosaba de entusiasmo.
Constance intentó animarse pensando en los libros. Apenas había en el
pueblo. ¿Qué tipo de literatura tenían los dragones?
onstance recorrió con los dedos los lomos polvorientos de los
libros. Marzia y Fraser se habían separado rápidamente de ella.
La sección de romance de la biblioteca había atraído a su amiga
y él, comprensiblemente, la siguió. De todos modos, la lectura era una
actividad solitaria. Agradeció que la hubieran dejado sola. Así no tendría
que preocuparse más por Fraser.
—Hierbas, hierbas, hierbas —murmuró.
¿Con qué frecuencia se limpiaban estos libros? Las yemas de sus dedos
se habían vuelto grises por el polvo.
Chasqueó la lengua contra los dientes.
—Y están horriblemente organizados...
Se detuvo al leer el nombre de Rayse. Deslizó el libro fuera de la
estantería: Rayse, La Amenaza Negra, Relatos de la Fortaleza del Dragón
y su temido gobernante.
Si iba a verse obligada a acostarse con él, ¿por qué no aprender más
sobre ese hombre? Pero en realidad no era por eso, ¿verdad? le
recriminó su conciencia. Todavía permanecía en su piel un inquietante
cosquilleo. Y él no tuvo que forzarla mucho la noche anterior.
—Nanili, ¿este libro sobre Rayse es exacto? —preguntó.
Detrás de ella, la sirvienta se quedó tan quieta como una estatua
mientras Constance hojeaba las páginas. Muchos de sus relatos parecían
contradictorios.
—No he leído su contenido —respondió.
—Aquí dice que tiene más de quinientos años. ¿De verdad? No parece
tener más de treinta.
—La vida de un dragón es de más de mil años. Rayse se considera
joven.
—¿Y salvó aldeas de bandidos mientras arrasaba asentamientos y
ejércitos?
La mishram no movió la cabeza ni asintió. Se dio cuenta de que nunca
lo hacía.
—Los dragones actúan según sus propios caprichos. No puedo llevar la
cuenta de todo lo que ocurre en cinco siglos. Tal vez lo haya hecho; tal
vez no. —Permaneció inmóvil mientras respondía.
Eso no le decía mucho.
—Aquí dice que gobierna a través del miedo, y que sus castigos son
siempre duros. ¿Lo son?
—No sé qué puede considerarse 'duro'.
—No estás siendo muy útil.
La mishram miró al frente.
Ella cerró el libro y se lo guardó bajo el brazo por si quería seguir
leyendo más tarde.
Encontró rápidamente la sección de hierbas y brebajes. Había muchas
cosas relacionadas con la medicina, desde las hipótesis hasta la cirugía.
La elaboración de pócimas y remedios era su tema favorito. Era lo primero
que Eduard le había enseñado y en lo que se había especializado.
Cogió un libro al azar sobre el tema y echó un rápido vistazo a las
páginas.
—Los dragones no se enferman mucho, ¿verdad? —preguntó, sobre
todo para sí misma. La mayoría de las curas eran para heridas de batalla.
—No.
—¿Por qué no?
—Son inmunes a la mayoría de las enfermedades, aunque los
curanderos conocen las enfermedades humanas porque las esposas de los
dragones enferman de vez en cuando.
Asintió, empezando a acostumbrarse a la monótona forma de hablar de
Nanili. Lo más curioso de estos remedios era el uso de la magia del alma.
Enseñaban lo que la gente común llamaba brujería. El libro profundizaba
en la magia del alma más de lo que había creído posible. Marsella Rinehart
había transmitido a Constance lo poco que sabía sobre el oficio, pero lo
que su madre sabía era sólo una fracción de lo que se podía hacer con él.
Su estado de ánimo mejoró después de leer el contenido del libro. Casi
sonríe. Le pareció la mayor ventaja que recibiría al convertirse en esposa
de dragón. Sus ojos permanecieron fijos en sus páginas mientras se dirigía
a un escritorio vacío. Había muchos asientos libres. Los dragones no eran
ávidos lectores.
Pronto se hizo de noche y apenas había llegado a la cuarta parte del
libro. Le había pedido a Nanili que tomara asiento muchas veces. Le
inquietaba que la rígida y pálida mujer se mantuviera detrás de ella todo
el tiempo. Cada vez que lo hacía, le respondía secamente: No es
necesario.
¿Acaso no se le cansaban las piernas nunca?
Constance tomaba notas a medida que avanzaba en sus estudios, lo cual
era una de las razones por las que leía tan lentamente. La otra razón era la
complejidad de la magia del alma. A juzgar por estos libros, Marsella
Rinehart apenas le había enseñado los fundamentos del arte. Había
muchas jergas y términos con los que ella nunca se había topado, y le
costaba mucho entenderlos.
—No estás en casa. ¿Por qué no la has traído a casa, Nanili? Es
medianoche.
Se quedó inmóvil y se dio la vuelta. Allí, esperando en la oscuridad,
estaba la Amenaza Negra.
Rayse la había buscado por todas partes. Cuando encontró a Fraser solo
con su compañera, y no con Constance, se puso furioso. Se suponía que
el dragón azul debía cuidar a su nueva esposa durante el día. Por lo que la
Amenaza Negra había oído, todo lo que ella había explorado realmente
era la Fortaleza del Dragón. Eso apenas cubría el complejo.
El maldito idiota se había distraído con los encantos de Marzia. Le dio
dos turnos extra para patrullar como castigo, lo que lo había puesto
terriblemente irritable. Podía percibir el mal humor de Fraser por su
inconsciente giro de ojos.
Constance tenía todo el cuerpo inclinado sobre el escritorio, absorta en
un libro. Rayse apretó el puño y esperó a que el calor le consumiera. Su
dragón se despertó ante su presencia. La necesidad de tomarla se precipitó
sobre él como una tormenta.
Cállate, maldito animal. No quiso escuchar.
Sin embargo, no era tan malo como la noche anterior. Le dolía, y una
tienda de campaña se formaba en sus pantalones, pero había conseguido
aparentar control sobre su lujuria.
—No estás en casa. ¿Por qué no la llevaste a casa, Nanili? Es
medianoche.
Constance se volvió y sus ojos color miel se encontraron con los suyos.
—Um, hola. —Saludó con sus deliciosos labios carnosos.
En su expresión, él vio de nuevo el miedo.
—No deberías estar fuera tan tarde. La Fortaleza del Dragón no es el
lugar más seguro. —Quería borrarle el miedo de la cara, pero no estaba
seguro de cómo hacerlo.
Ella cerró su libro.
—Lo siento.
—No necesitas disculparte. Tu ignorancia es una falta comprensible. —
Ella se puso rígida—. Tengo enemigos aquí. Vuelve antes de que
anochezca. Si te ocurriera algo, me disgustaría.
Ella asintió.
—Lo siento.
Lo estaba haciendo de nuevo, disculpándose con ese temblor en su voz.
¿No podía mirarlo? No era así como él se imaginaba que sería tener una
esposa dragón.
Suspiró y cogió los libros de su escritorio. Le arrebató la mano de la
mesa, cansado de que evitara su mirada, y la hizo girar. La sensación de
su tacto hizo que su cuerpo se vibrara en una espiral de necesidad, pero
apartó su deseo.
—Ven conmigo.
—¿Adónde?
—A casa. Ya has explorado bastante por hoy.
La sacó de su asiento y resistió el impulso de echársela al hombro. Así
llegarían más rápido a casa, pero no estaba seguro de que ella se lo tomara
bien. El corazón le golpeaba la caja torácica. Estar junto a ella lo
impacientaba.
—Estás caminando demasiado rápido.
Se detuvo, lo que hizo que ella chocara con su pecho. Su aroma lo
invadió. Inhaló bruscamente. Olía dulce, como un campo de fresas. Su
dragón ardía. Todavía no había terminado dentro de ella. No la había
marcado con su olor.
¿Fraser se dio cuenta de que le faltaba su olor? ¿Los otros machos
dragón la habrían visto como una hembra disponible? Los celos le
golpearon como un torrente de lluvia.
—Entonces, date prisa —dijo, resistiendo el impulso de comentarle que
estaba volviendo loco a su dragón.
Se dio la vuelta y siguió caminando, pero. fue más despacio para que
ella pudiera alcanzarlo.
Constance se sentó nerviosa en la cama. Tenía las manos cruzadas sobre
las rodillas. Mantenía la mirada fija en el suelo, lejos de Rayse. Sabía que
él la miraba con una intensidad ardiente. Le resultaba difícil respirar. Su
alma estaba actuando de nuevo. Una pulsación comenzó entre sus muslos.
—¿Y bien? —preguntó ella, incapaz de soportar el silencio durante
mucho más tiempo.
Levantó la cabeza para encontrarse con sus ojos. Él estaba apoyado en
la pared de su habitación, con los brazos cruzados sobre su tenso pecho.
Tenía el ceño fruncido, como solía hacer.
—¿Hm?
—Yo... no me gusta sentarme aquí sólo para que me miren. ¿No vamos
a hacer algo?
Se había preparado mentalmente pensando que él se abalanzaría sobre
ella en cualquier momento. Quería estar lista para su toque, pero nunca lo
estaría.
Él entrecerró los ojos.
—Podríamos irnos a la cama.
—No, no me refiero a eso. —Su cuerpo temblaba. ¿Le volvería a doler,
como anoche?
—No vamos a tener sexo, si eso es lo que quieres decir.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras una ola de alivio la invadía.
—¿No?
Sintió que su alma se retiraba decepcionada. Su entrepierna ya estaba
húmeda de anticipación, pero su corazón no estaba tan preparado.
Negó con la cabeza.
—No contigo temblando como una hoja. Esperaré hasta tener tu
permiso.
—Pero... anoche.
—Ya te lo dije. Fue el apareamiento. No era mi intención. —Descruzó
los brazos y apoyó las manos en la pared. Dudó y luego añadió—: Me
disculpo.
Ella trató de ver esto desde su perspectiva. Ella tampoco podía
controlarse. ¿Pero no se suponía que él era un monstruo? La mayoría de
los hombres lo eran.
—¿Y estás mejor ahora?
Sus uñas se le clavaban en las palmas de las manos. Seguía sin confiar
en él cuando decía que no iba a hacerle nada. Tal vez quería que ella
estuviera menos dispuesta. Algunos hombres del burdel lo preferían así.
Se encogió de hombros.
—No te preocupes por eso.
—Pero...
Levantó una ceja.
—¿Pero?
No se suponía que fuera tan amable. Era la Amenaza Negra: aterrador,
brutal, alarmante en todos los sentidos.
Giró la cabeza.
—Nada.
Una incómoda pausa se instaló entre ellos. Rayse echó la cabeza hacia
atrás y soltó un gruñido molesto.
—Maldita sea, esto no es como yo pensaba que sería.
—¿Perdón?
—Se supone que no debes mirarme así. —Ella ladeó la cabeza con
desconcierto—. Como si tuvieras miedo.
—Yo... no sé de qué estás hablando...
—Cualquiera con medio cerebro puede ver que estás aterrorizada.
Se mordió el labio inferior.
—¿No debería estarlo? Eres conocido como el dragón más poderoso de
toda Gaia.
Él se pasó una mano por el pelo.
—Eso es lo que deben pensar los demás. No tú. No se supone que yo
sea ese hombre para ti.
—No lo entiendo.
—Puedo sentir que eres mi compañera. ¿Sabes lo que significa?
—No.
Sus ojos de medianoche se clavaron en ella.
—Significa que deberías amarme.
Se le secó la boca. Ni una sola vez pensó en amar a este hombre.
Desearlo, sí. Pero era su alma la que se apoderaba de ella. No sentimientos
románticos.
—Eso es...
—Se supone que eres la única con la que puedo hablar. La que no me
ve como la Amenaza Negra.
Ella agarró su vestido.
—Esperas demasiado de mí. —Se encontró con su mirada y pudo ver
el anhelo en sus ojos. No por ella... sino por compañía.
Rayse, el dragón más aterrador del mundo se sentía solo.
El shock la envolvió. Le resultaba difícil comprender que él pudiera
albergar una emoción tan humana.
—No sé si puedo prometer eso. Pides demasiado.
Él bajó la cabeza.
—Sé que lo estoy haciendo. ¿En qué estaba pensando? —No sabía
cómo responderle—. Deberías descansar un poco. Supongo que
deberíamos intentar incorporarte al clan mañana.
Se hizo a un lado para dejarle espacio para que él se acostara. Él se
apartó de la pared y se dirigió hacia la puerta.
—Quédate con la cama. Dormiré fuera. No puedo estar cerca de ti
ahora.
Ella mantuvo sus ojos fijos en él mientras se dirigía a la salida, y no
pudo ignorar lo atractivo que era. Siempre parecía enfadado, sí, pero todos
sus rasgos la atraían. Nunca había pensado en lo que quería en un hombre,
pero ahora que lo consideraba, Rayse era la personificación de todos los
rasgos físicos que ella encontraba atractivos.
—Buenas noches. —Le dijo ella.
Él no respondió. Y la puerta se cerró de golpe.
ides demasiado, le había dicho.

Rayse gimió de frustración mientras bajaba los escalones de piedra que


conducían al salón. Sus pies se arrastraban por los adoquines. Le había
explicado su incapacidad para controlarse. Ella debería haber entendido
cómo se sentía. El apareamiento afectaba tanto al hombre como a la mujer.
Entonces, ¿por qué seguía sin gustarle?
Todavía no la amaba. No, aún era demasiado pronto para eso. Pero
podía sentir la atracción. Estaba dispuesto a trabajar en la parte del amor,
a diferencia de ella. Su mandíbula se apretó. Constance no estaba
dispuesta a darle una oportunidad, y odiaba que así fuera. Le guardaba
rencor por eso.
La mayoría de los maridos y esposas dragones aceptaban aparearse el
primer día. Normalmente se llevaban bien desde el principio.
¿Por qué era tan diferente en su caso?
¿Estoy pidiendo demasiado?
Tal vez estaba condenado a ser un individuo solitario por el resto de su
vida.
Vio a Nanili en el salón.
—Nanili, tráeme cerveza. Toneladas de ella.
Hizo lo que le pidió.
La cerveza apenas le mareó. Los dragones quemaban el alcohol
demasiado rápido para que hiciera efecto.
Bebió hasta saciarse y se desplomó en el sofá. Se obligó a cerrar los
ojos. Todo su cuerpo ardía. Ella estaba justo arriba.
Podía entrar, follársela y saciarse de esa lujuria.
Pero entonces ella nunca le perdonaría.
—Maldita sea —gruñó—. La maldita Madre Dragón no me dará un
respiro.
Dio vueltas en la cama durante otra hora antes de rendirse y salir de la
casa. Se desnudó y llamó a su forma de dragón.
Estar tan cerca de ella no le permitía dormir.

Cuando se despertó, el cuerpo de Constance ardía. El malestar seguía


martilleándola. Aspiró con fuerza y se apresuró a ir al baño. Cogió un
puñado de agua y se la echó en la cara. Las punzadas disminuyeron.
¿Es mi alma diciéndome que deje de esperar?
Sintió su deseo por Rayse.
Bajó los escalones. Vio al gran dragón durmiendo en el sofá. Realmente
no le había puesto una mano encima anoche. Estuvo despierta una hora
más después de que él se marchara, mirando al techo y esperando a que él
faltara a su palabra.
Pero nunca lo hizo.
Debería haberse mantenido alejada, pero la curiosidad la envolvió como
una niebla y se arrastró hacia él. El pelo le cubría parte de la cara,
desordenado y enredado. Reflejaba la luz que entraba por la ventana.
Podía oír su propia respiración. Notó su olor, que le recordaba al fuego y
al humo.
Sin pensarlo, estiró una mano hacia su rostro.
El calor emanaba de él como un horno. ¿Era normal que un dragón
ardiera tanto?
Su brazo se levantó y la atrapó. Su corazón dio un salto.
La empujó hacia abajo. En un parpadeó se encontró en el suelo con un
leve dolor asaltando su trasero. Se le humedecieron las manos.
—¡No quería hacerte nada, lo juro! Oh, dragones.
Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su rostro se cernía sobre el de ella
y su aliento ahumado le rozaba las mejillas. Su tacto era casi tan caliente
como para escaldarla. ¿Seguía Rayse ahí dentro? Le recordaba poco al
hombre que conoció la noche anterior.
Apretó y soltó la mandíbula. Cerrando los ojos, se echó hacia atrás e
intentó ocultarlo, pero ella podía ver su dolor.
—¿Rayse? —Le llamó ella.
¿Estaba revelando su verdadero yo? ¿Era este el monstruo que había
estado esperando?
Él se lanzó hacia atrás y cayó sobre las palmas de las manos. Sus ojos
parpadearon, los de un dragón y luego los de un humano, de un lado a otro
como una luciérnaga.
—No te acerques tanto sin avisar. Eso... estuvo cerca.
Sus alas se habían desplegado detrás de él. No había logrado verlas bien
antes, pero ahora podía decir que eran preciosas. Brillaban con un negro
resplandeciente, casi centelleando al sol. La respiración de él era pesada.
Esperó a que recuperara el control. Oyó sus jadeos.
—Lo siento —dijo ella.
—Sólo... no hagas eso la próxima vez. Haz un sonido o algo.
—Lo haré. —Se movió inquieta—. Cumpliste tu promesa.
Sus alas se habían hundido en su espalda.
—¿Qué promesa?
—No viniste anoche. No... No me forzaste contra mi voluntad.
Suspiró.
—Se supone que vamos a vivir los próximos quinientos años o más
juntos. No sé a ti, pero a mí me parece una cantidad enorme de tiempo
para estar muy cerca. No quiero que me odies. —Todavía tenía el ceño
fruncido entre las sienes.
—No te odio. —Le temía, sí. Pero no le detestaba.
—¿Entonces por qué me miras como si quisieras huir?
Porque estaba proyectando sus demonios en él. Porque estaba dañada y
nunca debió haberse incluido estando defectuosa para la Ofrenda.
—Tengo algo contra... los de tu clase.
—¿Dragones?
—No. Hombres.
Las preguntas crepitaban en su mirada de obsidiana.
—¿Qué pasó?
Se lamió los labios y arrastró las piernas hacia el pecho.
—No es algo de lo que hable a menudo.
—Un hombre te hizo algo.
—Yo... no quiero hablar de eso.
—¿Quién?
—Alguien. En Everndale. Hace mucho tiempo. En el pasado.
—¿Su nombre?
—Eso no es de tu incumbencia.
—Es todo lo que me concierne. Él te hizo daño. Eso significa que tengo
algo contra él.
Ella frunció el ceño.
—Esto no tiene nada que ver contigo. Es mi vida. Mi pasado. No el
tuyo.
—Ahora eres parte de mi vida.
—¡Nos acabamos de conocer! —Se puso de pie.
La piel se le erizó de rabia. ¿Quién se creía que era? No podía acercarse
y pretender que ella le contara sus secretos más oscuros. Se calmó,
dándose cuenta de que acababa de gritarle al hombre más temido de Gaia.
Dio un paso atrás y se frotó la nuca.
—Lo siento. No quería alzar la voz.
Su ceño se frunció. Desvió la mirada y sacudió la cabeza.
—No. No estoy acostumbrado a esto. —Se encogió de hombros y se
puso en pie—. Si quiero respuestas. Normalmente las tomo, las saco a la
fuerza. Pero no creo que deba hacer eso. No en tu caso.
—¿Qué quieres de mí?
Ella estudió su rostro. ¿Qué estaba pensando este hombre? Estar con
ella parecía hacerle daño. ¿No podía simplemente enviarla de vuelta?
—Todo. Nada. No estoy seguro.
—¿Por qué me mantienes aquí?
—Eres mi compañera. —Resopló—. Supuestamente, al menos. No sé
si existen compañeros que no se quieran. Tal vez somos un caso especial.
Es justo que te quedes aquí.
—¿Y si me voy a casa? ¿Regreso a Evernbrook?
—Nuestras almas nos obligarían a estar juntos. La mía especialmente.
Los dragones son criaturas controladas por nuestras almas, nuestros
instintos.
Así que marcharse nunca fue una opción.
Él le cogió la mano. Su mano no estaba tan caliente como antes. Se
había enfriado a una temperatura normal, como la de los humanos.
—¿Adónde vamos? —preguntó mientras él la arrastraba.
—Tenemos que hacernos revisar.
—¿Qué?
—Por nuestra sanadora. Al parecer, lo que pasó con nuestro
apareamiento no fue normal. Quizá ocurrió algo extraño entre nosotros.
—Miró por encima de su hombro y hacia ella—. Tal vez no somos
realmente compañeros.
onstance observó los escarpados acantilados en el momento en
que salieron de la casa de piedra de Rayse.
—¿Cómo vamos a cruzar?
No tendría que aferrarse a él mientras la llevaba en brazos, ¿verdad?
Había visto a algunas esposas de dragones hacer eso con sus compañeros
el día anterior.
Él tiró de ella. Su mano era del tamaño de un océano envuelta alrededor
de la suya. Su tacto le producía un cosquilleo en la piel. Intentó que no le
molestara demasiado.
—Por aquí se va a nuestra sanadora. No tienes que preocuparte.
Estamos en la meseta principal. La clínica está en la Fortaleza del Dragón.
No tendrás que cruzar ningún puente desvencijado.
Dejó que la arrastrara, pero se esforzó por seguir su velocidad. Los
músculos de su espalda estaban tensos y le recordaban a los de un animal
nervudo. Casi parecían... confiables.
Pero eso no era cierto. El único otro hombre que había visto de esa
manera era a Eduard.
Recordó la forma en que Rayse la había tocado. Su cuerpo quería que
lo hiciera de nuevo. El recuerdo hizo que sus mejillas se ruborizaran. La
palma de su mano se calentó, y eso hizo de alguna forma que una
sensación de calor se elevara dentro de ella.
—Hay algo que deberías saber sobre Greta, nuestra sanadora —dijo.
La anticipación se hinchó en Constance como un globo. La curandera
que llevaba dentro se alegró ante la idea de poder escudriñar los secretos
de la medicina de los dragones. Su lectura en la biblioteca el día anterior
le había dado una idea, pero los libros sólo podían llegar hasta cierto
punto. Intentó no tropezar mientras subía a saltos las empinadas laderas
de las montañas de Everpeak.
—Greta debe ser muy sabia.
Él avanzó despreocupadamente.
—No es exactamente como yo la llamaría. Supongo que novecientos
treinta años de conocimiento harían a alguien bastante sabio. Pero ella está
un poco... ida. Es la única hembra dragón aquí, y perdió a su pareja hace
un par de cientos de años.
—¿Y todavía aguanta?
Constance había oído que los dragones a menudo se quitaban la vida
después de perder a su pareja.
—Como dije, no es ella misma. Sigue siendo una muy buena sanadora.
No puedo decir lo mismo en cuanto a su personalidad. Sólo sigue aquí
porque la muerte de su pareja nunca se confirmó. Todavía tiene esperanza.
Ella reflexionó sobre la trágica historia de Greta. ¿Cómo sería una mujer
que albergaba tal dolor?
La clínica estaba fuera, pero en una zona protegida del castillo.
Tuvieron que pasar por la parada comercial de los dragones y rodear el
costado de la Fortaleza para llegar a ella.
Rayse levantó la solapa que separaba la clínica del exterior. Constance
entró tras él. Era una zona de aspecto acogedor con hileras de camas. Y
una chimenea crepitaba al final de esas camas. Le recordaba a la
enfermería de su pueblo. Estar aquí casi se sentía como en casa.
Una mujer con el pelo blanco y desordenado correteaba entre los
pacientes. Murmuraba para sí misma tonterías indiscernibles mientras
atendía a los enfermos. Tenía una figura esbelta, pero su forma de vestir
no la revelaba. Llevaba demasiados pañuelos sobre el corpiño. Debajo de
los pañuelos había muchos soportes de cuero que brillaban con frascos de
coloridos brebajes.
—¿Greta? —Llamó Rayse con su voz grave y gruesa.
Dejó caer el cuenco de medicina que sostenía. El tintineo del recipiente
rebotó en las paredes.
—Oh, nalgas de dragón. Manos torpes, torpes. —Se dio la vuelta como
un suricato y olfateó—. ¿Quiénes son ustedes? —Arqueó el cuello hacia
ellos—. ¿Quiénes? —Luego se rió maniáticamente para sí misma—.
Sueno como un búho cuando hago eso. ¡Joo Joo!
Constance frunció el ceño. Esto no era lo que esperaba de los
curanderos dragón. Miró el resto de la habitación. La mayoría de las
camas estaban vacías, salvo algunos hombres heridos. Contuvo un grito
cuando vio a unos cuantos mishram de pie en el fondo de la clínica. Se
mezclaban tan bien con su entorno que casi no se fijó en ellos.
Rayse exhaló.
—Greta, hoy no tengo tiempo para tus bromas.
—Tú eres el chiste aquí. —Cacareó la vieja dragona, luego se movió al
otro lado de la clínica y comenzó a tirar cosas en una olla—. La mitad del
clan quiere arrancarte la cara. La otra mitad está indecisa.
Él ignoró el comentario.
—¿Hay alguna forma de comprobar si un vínculo de pareja es
verdadero?
Greta hizo una pausa y luego miró a la nada.
—Pareja. Tuve una. Creo que va a volver pronto. Anoche oí su voz.
Por un segundo, ella pudo percibir la tristeza que salía de la anciana.
Rayse frunció el ceño.
—¿Greta?
La dragona se sacudió el aturdimiento y se deslizó hacia una lucidez
clara e inusual.
—Sentaros. —Señaló una cama vacía a su lado. Hicieron lo que les dijo.
Le pareció extraño ver a Rayse tan obediente—. La palma de la mano —
ordenó.
La mirada de Constance recorrió toda la habitación. El olor familiar de
las hierbas y los brebajes llegó a sus fosas nasales. Casi la hizo sonreír.
Vio montones de hierbas que nunca había visto antes. Estaba tan absorta
que no se dio cuenta de la aguja hasta que la anciana le pinchó el dedo.
Se estremeció.
—¡Ay! ¿Por qué hizo eso?
Greta chasqueó la lengua contra los dientes.
—Cállate, calabaza. El enfado no es un color que te favorezca. —Hizo
lo mismo con Rayse. La Amenaza Negra no se inmutó—. Almas gemelas,
almas gemelas... ¿qué es ese hechizo? —Movía el trasero mientras se
paseaba por el espacio.
Sacó un lagarto de una jaula. Lo colocó en la mesa, junto a la sangre de
ambos en un plato de porcelana.
—¡Es rea misreagou! —Greta levantó las manos como si dirigiera una
orquesta—. Kisla misreagou.
Lo único que Marsella le había enseñado a Constance era la primera
frase. Antes de llegar a la Fortaleza del Dragón, ella no tenía ni idea de
que había más hechizos para utilizar con la magia del alma.
—Luvre Litalgo —susurró la anciana.
Una luz roja brotó de la sangre y brilló hacia ellos. Constance estaba
hipnotizada por la magia que dirigía la dragona. Quería aprender más.
Tenía hambre de conocimiento. La luz se desvaneció y luego se apagó.
Greta puso las manos en las caderas.
—Almas gemelas. Confirmado. Tan seguro como un conejo en un
prado de zanahorias felices.
Rayse se inclinó hacia delante.
—¿Hay alguna discrepancia? Constance huyó cuando nos conocimos.
Me dijeron que eso no es normal. ¿Debemos hacer otra prueba?
—Nada de eso. De hecho, este es un buen vínculo, uno fuerte. Uno de
los mejores que he visto. —Se lamió los labios y luego frunció el ceño—
. No deberías perder el tiempo. Volveros unos cerdos y jugad a revolcaros,
como siempre hacéis las parejas de dragones. Esperar demasiado tiempo
acarrea problemas, y este vínculo debe afianzarse rápidamente. El destino
lo exige.
—Deberíamos hacer otra prueba.
—Deberíamos hacer otra prueba —repitió Greta, copiando la voz de
Rayse—. ¿Qué hay de malo en estos resultados? Deja de actuar como si
estuvieras en conflicto. La prueba es verdadera. Vuelve y completa el
vínculo. Si lo alargas demasiado, los demonios saldrán.
Las fosas nasales de Rayse se encendieron.
—Todavía no.
Sí. Todavía no. Constance no quería dejar este lugar mágico tan pronto.
No podía contener su curiosidad mucho más tiempo. Sus preguntas
salieron de sus pulmones como un perro rabioso con la jaula abierta.
—¿Qué fue ese segundo hechizo que usaste? ¿Puedo probarlo? ¿Me
enseñarás lo que sabes? Estoy dispuesta a aprender. —No le importaba
que Greta tuviera un par de docenas de tornillos sueltos—. Haré cualquier
cosa para aprender más. Dentro de lo razonable, por supuesto. Pero estoy
ansiosa.

Rayse se sentó en la cama, esperando. Tenía cosas más importantes que


hacer, pero no quería separarse de su compañera. Y su compañera no
parecía muy interesada en salir de la clínica.
Todavía no le había asignado un guardaespaldas adecuado. Lo estaba
posponiendo porque no quería que otros machos estuvieran cerca de ella.
—Kisla misreagou —cantó ella. Era el cuarto lagarto que había
cosechado.
—Eres buena en esto. —Le felicitó Greta en un tono alegre—. Estás
bendecida con la magia.
—¿Lo estoy?
Constance estaba radiante. Era la primera vez que la veía sonreír. Hizo
que su corazón se llenara de plumas. Antes le parecía hermosa, pero su
resplandor se multiplicaba cada vez que sonreía. Ella hizo girar el alma
opaca del lagarto entre sus dedos.
—No sabía que existían las almas apagadas. Todo este tiempo he estado
cosechando las almas brillantes de estos bichos, sin saber que me dejaba
la otra mitad. Ni siquiera tengo que aplastarlos.
La sanadora arrugó la nariz.
—Estabas siendo muy derrochadora.
—Ya no. Explícame otra vez. ¿Por qué hay dos almas separadas?
—No, no. Sólo hay una. Pero la rea misreagou sólo recoge la parte
activa del alma, la que da a los seres vivos sus diferentes características:
las almas brillantes. Kisla misreagou es para la parte inactiva, la que
comparten todos los seres vivos.
Constance asintió.
—Es todo muy confuso. Pero muy emocionante.
—Vuelve todos los días, calabacita. Tengo mucho que enseñarte. Pero
también tendrás que ayudarme con mis pacientes. Eso es lo que hacen los
aprendices, ¿no?
—Sí, por supuesto.
Rayse se puso rígido. ¿Todos los días?
—No.
Constance giró hacia él y frunció el ceño.
—¿No?
—No te he dado permiso.
Tendría que cuidar a otros hombres si fuera una sanadora aquí. No
quería que tocara a ninguno que no fuera él.
Su expresión se ensombreció.
—Pero esto es lo que se supone que debo hacer.
—Encuentra otra cosa.
Su pecho se contrajo cuando se dio cuenta de que ella había perdido la
luz de sus ojos.
—Por favor —rogó ella.
Le temblaba el labio inferior. Podía ver la rabia burbujear bajo su piel,
pero estaba reprimida por el miedo que le tenía. Sus ojos brillaban como
la luna. Él no podía ignorarlos.
—Bien. Pero Greta se encargará de cuidar a los pacientes. Tú puedes
preparar las pociones. No hay necesidad de acercarse a ellos.
—Pero los brebajes son sólo una parte de ser una sanadora...
—¿Pensé que odiabas tocar a los hombres?
Ella bajó la mirada.
—Lo hago, pero es diferente cuando están incapacitados y heridos. Ya
no debería verlos como hombres. Quiero decir, creo que debería poder
tocarlos. Sólo son pacientes... bueno, normalmente Eduard los atiende,
pero si es el precio que tengo que pagar para ser una buena sanadora, no
me importa...
¿Quién es Eduard? Los celos se dispararon y Rayse gruñó.
—Lo que sea. ¿Aceptas mi oferta o no?
Greta hizo una pausa y luego balanceó la cabeza.
—Eso es una tontería. ¿Qué clase de sanadora no toca a sus heridos? Tu
cerebro es un enorme rompecabezas, calabaza.
Justo entonces, una madre frenética entró corriendo con un niño
pequeño en brazos.
—¡Greta, mi hijo está herido! Ayuda. Por favor.
Rayse podía oler la sangre por todo el niño. Al inspeccionarlo más de
cerca, vio que tenía las extremidades magulladas. El pequeño gemía como
una sirena.
Greta no se molestó en hacer una pausa y bromear.
—Acuéstalo. Constance, comprueba si tiene heridas y dame un
informe. Le prepararé unas esparragueras.
Al instante, su compañera estaba al lado del chico. Estaba rompiendo
su regla de no tocar a los pacientes en ese momento, delante de él. Estaba
al límite. Su lujuria por ella nunca se había calmado, y eso lo provocaba
fácilmente. Su dragón gruñía y merodeaba en los rincones de su mente.
Sus manos están sobre otro macho. Su lado humano le dijo a su bestia
que sólo era un chico. Pero su animal no lo veía así.
—Te pondrás bien —dijo la madre—. Mira, es Lord Rayse. Te gusta,
¿verdad? Mantente fuerte, cariño.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Constance, mientras sus manos
recorrían el cuerpo del pequeño.
—Los Dragonlings4 pueden ser despiadados. Se han metido con él
cuando ha pisado el pie equivocado. Y no es el más fuerte del grupo. A
los dragones no les gusta la debilidad.
—¿Los niños hicieron esto? Dos miembros rotos y una caja torácica
destrozada. —Constance había levantado la camisa del muchacho con sus
manos suaves y delicadas. Se suponía que su toque estaba reservado para
Rayse y sólo para Rayse.
—Niños dragón —Le corrigió la madre.
Es sólo un niño, le recordó a su bestia interior. Deja de ser tan
malditamente irracional.
Pero el monstruo que llevaba dentro se enfurecía y se agitaba. Un latido
comenzó en su sien.
—Rayse —dijo el chico. La idolatría del dragonling brilló a través de
su dolor—. Amenaza Negra. Eres... bueno...
Las tiernas manos de ella seguían sobre el pequeño, presionando,
palpando.
—Cállate, debilucho —gruñó él.
No le importaba el niño; el pequeño dragón sobreviviría. Rayse había
sufrido cosas peores en su infancia.
Su compañera frunció el ceño.
—¿Qué te pasa? Está herido. —Se inclinó hacia el niño y lo abrazó.
Eso fue todo. Su dragón no pudo aguantar más. Su control sobre su
bestia habría sido mejor si ella hubiera estado marcada, pero no había sido
capaz de terminar el acto.
Y ella estaba más dispuesta a tocar al paciente que él.
La envidia le inundó como un maremoto. Se agachó y se echó todo el
cuerpo de Constance sobre los hombros.
—Ya he tenido suficiente.
Quería sacarla de ese lugar y, tal vez, follársela.
Ella chilló.
—¿Qué? Bájame.
No le importaron las miradas extrañas que recibió, ni sus protestas. Él
era todo dragón. Su bestia había tomado el control de las riendas y no
podía echarse atrás. Salió a toda prisa de la clínica con la tienda
agotándose detrás de él.
—¿Te vas tan pronto? —gritó Greta desde el interior. Su voz estaba
apagada por los vientos de la montaña—. Volved cuando hayáis
terminado de retozar, conejitos.
Sólo esa loca se atrevería a llamarle conejito.
Odiaba a esa mujer.
Constance pataleó. Estar colgada de los hombros de un hombre era más
que humillante.
—¿Qué te pasa?
Estaba furiosa. Asustada, pero más enfadada que asustada. ¿Cómo
podía molestarse por el hecho de que ella cuidara a otra persona? Y ese
niño –la sanadora que había en ella estaba preocupada por su bienestar.
Nunca había visto a un niño tan maltratado. El viento era frío, pero el calor
del cuerpo de Rayse la abrumó.
—¿Rayse? Por favor, déjame bajar. Lo siento.
Realmente no lo sentía. Pero no quería que le hiciera daño.
Unas alas negras atravesaron su piel y su ropa. Mancharon su túnica
con sangre roja. ¿Dolía eso? La visión hizo que su estómago se revolviera.
¿No volaría? ¿Lo haría?
—¡Rayse... Rayse! Exijo que me bajes. No te atrevas a despegar...
¿Aún podía oírla?
Levantó el vuelo con ella todavía alrededor de sus hombros.
—Oh, cielos. —Jadeó y cerró los ojos. La altura la intimidaba. Se aferró
a él con todas sus fuerzas, temiendo caerse—. ¿Por qué me haces esto?
Su corazón palpitaba con tanta fuerza que oía pitidos en sus oídos.
Estaba segura de que había gente mirándolos desde abajo, pero no los vio
porque no se atrevió a mirar hacia abajo.
Aterrizó en el suelo con menos gracia de la que ella esperaba.
Jadeó.
—Dragones. He sobrevivido. ¿Puedes dejarme bajar ahora?
Pero él seguía sin responder.
Era como si una serpiente se enroscara alrededor de su cuerpo,
apretando, apretando alrededor de sus emociones y no dejándola respirar.
Había renunciado a luchar. Luchar contra un hombre dragón no la llevaría
a ninguna parte, pero un fuego lento había comenzado a arder en su
interior.
Se dirigió hacia su habitación y la arrojó sobre la cama. Cinco veces
había gritado su nombre, y cinco veces él había ignorado sus súplicas. Sus
ojos eran rendijas amarillentas.
—Te pedí que no lo tocaras —gruñó. Su voz tenía dos capas: una animal
y otra humana.
El zumbido en sus oídos continuó.
—Aléjate de mí. —Lloraba de terror.
Él la miró con un hambre caníbal. Su mirada le prometía cosas terribles.
Y su alma deseaba lo que él le prometía.
Él gruñó.
—No puedes negarme. —Rugió y le apretó las manos con una de las
suyas.
—Por favor. Para.
Sus súplicas cayeron en saco roto. Su enorme cuerpo de piedra la
oprimía. Ella era un animal enjaulado y él su captor. Podía hacer lo que
quisiera con ella, y sólo podía llorar en respuesta.
Sííííí, siseó su dragón. Sus pasiones se encendieron en su interior. Podía
oler la humedad entre sus muslos. Su cuerpo reaccionaba a cada una de
sus caricias.
Ella te desea.
Lamió la nuca de su cremoso cuello. Era suave, delicada.
Es mía.
Pero el humano que habitaba en él luchó. Sabía que no merecía tocarla
así. Todavía no. No debería ser tan contundente.
¿Quieres que te odie?
A su dragón no le importaba. Sus deseos se habían enconado y estallado
en una oleada incontrolable. Había fallado en reclamarla antes, y eso hizo
que otro macho se acercara demasiado a ella.
—S-suéltame... —suplicó Constance.
—Tú me deseas.
—No lo hago. No lo haré.
Metió la mano bajo su vestido.
—Deja de mentirte a ti misma.
Intentó razonar consigo mismo, pero el fervor le había arrancado toda
sensibilidad. Se inclinó hacia atrás y se desabrochó los pantalones. Su
polla había formado una incómoda tienda de campaña. Se esforzaba por
liberarse.
Quería estar dentro de ella. Tener sus pechos apretados contra él.
Ansiaba sentir cada curva de su cuerpo.
Su dragón sabía que ella deseaba lo mismo. Podía oler, saborear, sentir
la lujuria que se filtraba por cada uno de sus poros.
Puedo darle el placer que desea. Me amará por ello.
Un sollozo llegó a sus oídos.
—Te odio.
Se paralizó.
—Te desprecio. No sé por qué somos compañeros.
—Pequeña llama...
—Suéltame. Ojalá te murieras.
La conmoción que le causaron sus palabras le permitió retomar el
control de su racionalidad. Miró la cara manchada de lágrimas de su
compañera y separó los labios. ¿Qué había hecho?
Se apartó bruscamente.
—Constance, yo...
—Te aborrezco. —Levantó la mano y se cubrió los ojos—. Te odio
tanto que no puedo soportarlo.
—No quise...
—¿Por qué tienes que humillarme? Puedes traerme aquí, violarme.
Esperaba eso de un monstruo como tú. Me lo temía, pero lo esperaba. Pero
no tenías que hacerme sentir impotente delante de todo el clan.
Gruñó.
—No soy un monstruo.
—¿De verdad? Entonces, ¿qué fue eso?
—El apareamiento...
—¿Y vas a usar eso como una excusa para tus acciones todas las veces?
Un hombre adulto debería saber controlarse.
Estaba hecha un desastre. Sus labios estaban húmedos. Tenía el vestido
levantado enseñándole sus tentadoras caderas. Pero la forma en que lo
miraba lo estremecía. Detestaba ver su miedo, pero no se daba cuenta de
que podía ser peor. Lo miró fijamente, hirviendo de puro asco y
animosidad. Tensó la mandíbula.
—No tenías que irritarte por un niño pequeño.
—No funciona así. —Incluso entonces, él luchaba contra el dolor—. Si
pudieras leer mis pensamientos. Cada centímetro de mi ser quiere
reclamarte. Es un impulso animal.
Su dragón quería follarla. No le importaban sus emociones.
Absurdamente creyó que ya se había controlado lo suficiente antes de
volver a por ella. Quería estar cerca de ella para forjar un vínculo, pero
debería haber hecho lo contrario y mantenerse alejado. Perder el sentido
común sólo había agriado la situación.
Ella se bajó el vestido y se sentó. Se apoyó en el cabezal de la cama y
se abrazó las rodillas al pecho. Las lágrimas seguían brotando.
—Quiero irme a casa.
Nunca debió ir a la Ofrenda. Sólo le traía tormentos. ¿Era esto lo que
había estado esperando todos estos siglos? ¿Por qué su dragón quería tanto
a esta mujer? Ella no podía darle el amor que anhelaba.
Estabas muy cerca. Deberías haber entrado en ella.
Esos pensamientos eran peligrosos.
Tragó saliva. Ella era tan vulnerable... él podría simplemente empujarla
sobre la cama, presionar sus labios sobre los de ella, y tener su polla
enterrada en su humedad en segundos.
—Puedo tener todo lo que quiera —afirmó—. Puedo coger tierras,
tomar el control, hacer que cualquiera se someta a mí.
¿Por qué sus ojos color caramelo lo miraban tan fijamente?
—Me tienes a mí —contestó ella—. Estoy aquí como tú querías.
Obligada a estar aquí.
Negó con la cabeza.
—Tu presencia es sólo una de las cosas que quiero.
Su labio inferior tembló.
—¿Sexo? ¿Es eso lo que deseas? ¿Qué te impide arrebatármelo
también?
—No. No es eso.
Una profunda pausa recorrió el aire mientras sus ojos lo buscaban.
—Eres un hombre solitario porque lo único que haces es tomar, Rayse
Everstone.
Su ceño se frunció.
Ella inhaló, con el cuerpo tensó.
—El amor no es algo que se quita. Es algo que hay que dar para recibir.
No puedes esperar que el clan… no puedes esperar que yo te quiera si
todo lo que quieres es robar.
—¿Qué sabes de mí? —La furia ardía en su mirada.
—Estaba pensando que un hombre que no puede amar a un pobre chico
herido debe ser una persona realmente solitaria. No puede ser aceptado
por el resto.
Un gruñido salió de su garganta. No quería escuchar esas palabras. Le
dolían porque, en su interior, sabía que eran ciertas. Había dejado de
querer hace trescientos años, cuando los humanos a los que había cuidado
habían muerto. Ni una sola vez alguien se había atrevido a hablarle así.
—No sabes nada. Eres una niña comparada con los años que he vivido.
—Tal vez. Pero al menos conozco la compasión. Dime, bestia, ¿cuándo
fue la última vez que pronunciaste un simple 'gracias'?
Se le revolvió el estómago.
—Se acabó la charla. —Se alejó—. Probablemente deberías lavarte.
Sus palabras habían estrangulado sus emociones y atascado sus
pensamientos. Caminó más despacio, pero su respuesta no llegó. Echó un
vistazo rápido a su forma perfecta mientras su mano se apoyaba en el
marco de la puerta. Su cuerpo temblaba. De miedo, o de ira, no lo sabía.
Gruñó de frustración y dejó que la puerta se cerrara tras él.
o me perderé en este lugar, pensó Constance. No puedo
simplemente quedarme aquí sentada para que Rayse me tome.
Miró el cuchillo que había robado de la cocina y observó de reojo a
Nanili. La mishram no hablaba a menos que se lo pidieran. No delataría
sus acciones a Rayse, ¿verdad?
¿Utilizaría realmente esta arma contra él?
Más vale prevenir que lamentar. Hizo una funda improvisada con tela
y se ató el cuchillo al muslo.
Él era una criatura tan confusa. En un momento se comportaba como el
demonio que ella creía que era, y al siguiente mostraba destellos de
bondad. La había conquistado antes de su viaje a la clínica. Por un
segundo, pensó que quizás esto entre ellos podría funcionar.
Entonces él fue y se la llevó volando sobre la Fortaleza del Dragón, con
su trasero sobresaliendo en el aire, su cuerpo transportado como poco más
que una carga.
Pero él se detuvo cuando ella empezó a llorar, ¿no es así?
Dudaba que Bastión se detuviera cuando mamá lloraba.
El recuerdo la ponía enferma.
¿Estará bien ese niño? Greta debía de haberse ocupado de él, pero
Constance seguía preocupada.
Se paseó por la sala de estar y se enfrentó a sus cuatro paredes. La
mansión de piedra de Rayse no era pequeña. Pero la asfixiaba. No quería
estar en su casa, llena de su olor. Observó su entorno. Él no estaba allí.
Volveré a la clínica. Todavía es de noche. Era lo más parecido a un
hogar en el territorio de los dragones. Dudaba que Greta quisiera
ridiculizar su cara enrojecida y llena de lágrimas, y ella quería ver si el
chico se había estabilizado.
Cogió la capa que le había prestado Marzia. Se había caído al suelo
cuando Rayse la trajo a casa. Se la puso sobre los hombros. Él no
aprobaría que se fuera, pero a ella no le importaba pensar en las
consecuencias. Quería que se quedara en casa y le sirviera como su puta
personal, supuso. Ella no se dejaría degradar a tales niveles.
Salió, y las escalofriantes temperaturas de la montaña la golpearon.
Nunca había hecho el camino a la Fortaleza del Dragón sola, pero no
estaba a más de media hora, y sobreviviría.
El frío se había soportado mejor con el cuerpo cálido de Rayse junto al
suyo, pero lo ignoró y siguió adelante. Tuvo cuidado de no resbalar en las
afiladas rocas.
—Sí, preciosa —dijo un hombre con voz cantarina.
Ella se giró. ¿Quién era? Las calles que rodeaban la casa de Rayse
estaban vacías las dos últimas veces que las había recorrido. Un hombre
rubio como la ceniza se acercó a ella desde el final del camino rocoso.
—Sí, tú.
—Lo siento. Debo seguir mi camino. —No le gustó la forma en que la
observaba, como si fuera una presa.
—¿Cuál es la prisa? Vamos a presentarnos. Tú eres nuestra nueva
femriahl,5 ¿verdad?
—¿Femriahl?
—La esposa dragón de nuestro líder del clan.
—Supongo que sí.
—Encantado de conocerte. Soy Ranwynn. —Se detuvo frente a ella y
le ofreció un amistoso apretón de manos.
Ella lo estudió con ojos vacilantes. No quería tocar su mano, pero él la
había puesto en una situación difícil.
Me presentaré y seguiré mi camino.
Alargó la mano para estrecharla, preparándose para contener una mueca
de dolor. En el momento en que las yemas de sus dedos se tocaron,
Ranwynn tiró de su brazo hacia abajo. Le hizo girar el cuerpo y le metió
un trozo de tela entre los labios, amordazándola. Sus ojos se abrieron de
par en par mientras su cuerpo se estremecía.
Él se rió.
—Demasiado fácil. Esto debería irritar a ese dragón negro.
La tiró al suelo y le ató las manos. Ella intentó preguntarle quién era,
pero no pudo hablar más allá de la mordaza.
Se la echó al hombro y saltó al aire, desplegando sus alas rojas.

—Más vale que tengas una buena razón para llamarme aquí —dijo
Rayse.
Quería estar cerca de su compañera después de aquella confrontación.
La grieta en su relación se había ampliado. Dejar las cosas así hizo que su
interior protestara. Shen voló junto a él en forma de dragón.
—Mis disculpas, milord. Pero creo que esta situación se resolverá mejor
con su intervención directa. —La piel de sus alas se agitó con la brisa.
Un grupo de los mejores guerreros voló junto a ellos, Fraser incluido.
La nariz de Rasye percibió el olor a fuego y sangre. Miró hacia abajo. Un
mar de llamas lo recibió. Shen bajó la mirada.
—Parece que llegamos demasiado tarde.
—Informe.
—Se ha avistado una bandada de dragones aterrorizando a los pueblos
de esta zona. Uno de los dragones de la patrulla los vio causando estragos.
Podría ser el momento oportuno para detenerlos —contestó Fraser.
—¿Por qué no se me comunicó esto antes?
—Pensamos que podría haber sido una simple tontería de dragones.
El humo salió de las fosas nasales de Rayse.
—Y ahora hemos perdido una aldea.
—Esta es la primera aldea que han quemado.
—Y podríamos haberlo evitado —gruñó—. Ahora que han probado la
destrucción por primera vez, van a querer más. Quiero que las patrullas
salgan a buscarlos. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
Todos inclinaron la cabeza.
—Sí, milord.
Sus oídos captaron las súplicas de un moribundo. Voló hacia abajo. El
suelo crujió bajo el peso de sus garras. Sus agudos ojos de dragón captaron
fácilmente a un hombre atascado bajo los escombros, pidiendo ayuda. La
víctima estaba a medio camino de la muerte.
—¡Ayuda! Ayuda, que alguien me ayude. Ayuda... Ayuda... —Los ojos
del hombre estaban nublados por la locura.
Con un barrido de su cola, Rayse rozó la masa de madera carbonizada
que lo inmovilizaba.
—Que alguien le atienda —ordenó. Bajó la cabeza en un gesto solemne,
aunque el hombre no lo notara. ¿Qué había perdido esta pobre alma por
culpa de los suyos?
Los ojos del humano se abrieron de par en par.
—Por favor. Oh, dragones, por favor. Devolvedme a mi mujer y a mis
hijas. —Se levantó a trompicones y se arrodilló, a pesar de su pierna
medio rota. El herido temblaba como una ramita rota por los fuertes
vientos. Lloró un torrente de lágrimas—. Hacedme cualquier cosa. No me
importa. Pero no les hagas daño.
No podía responderle a través de su forma de dragón. Inspeccionó la
destrucción y se dio cuenta de que la mayoría de los cadáveres eran de
hombres. ¿Quiénes eran estos dragones y por qué estaban secuestrando a
las mujeres?
—Quiero una exploración de esta zona. Encontrad a cualquier
superviviente y traedlo para que podamos curarlo.
Shen y Fraser inclinaron la cabeza.
—Sí, milord.
—Envía a alguien a apagar estos incendios. No quiero que se extienda
y queme recursos.
—Sí, milord.
—Y... —Por el amor de Dios. ¿Qué le estaba pasando? Maldita
mujer—. Y.… gracias. A los dos.
Los dos dragones se miraron extrañados.
—¿Perdón, milord? —preguntó Shen.
—Gracias por su servicio. Ahora, dejad de mirarme boquiabiertos.
Volved al trabajo.
Shen ladeó la cabeza.
—Sí, milord.
La confusión se extendió por los rostros de Shen y Fraser mientras se
dirigían a hacer lo que se les había ordenado.

Las botas de Rayse crujieron contra el suelo rocoso. Volvió a casa


trotando. ¿Qué diría Constance cuando lo viera? ¿Seguiría enfadada? La
desdichada mujer se le había metido en la cabeza. Le había hecho
avergonzarse delante de sus dos hombres de más confianza.
Maldita sea, me vuelve loco.
¿Debería disculparse?
Ya le había pedido perdón una vez. La palabra era extraña en sus labios.
No le gustaba regalarla tan fácilmente.
La nieve había cubierto las calles frente a su casa. Un punto inusual
tenía poca nieve, como si allí hubiera ocurrido una refriega. Acalló los
latidos de su corazón. No había decidido qué decirle. ¿Tenía que
compensarla? ¿Qué había hecho, aparte de seguir sus propios instintos?
No debería tener que reprimir su propia naturaleza por el bien de una
mujer que apenas conocía.
Antes de que su mano llegara al pomo de la puerta, la punta de su bota
golpeó una carta en el suelo.
Frunció el ceño y recogió el sobre. Examinó su contenido:

Tenemos a tu femriahl.
Reúnete con nosotros frente al castillo cuando el cielo de la tarde
esté en lo más alto y se haya reunido una multitud.
Te reto a un duelo por el puesto de femrah.

Un estruendo salió de su garganta. ¿Quién se había atrevido a llevarse


a Constance?
Aplastó el papel en sus manos.
Deberíamos haberla reclamado, le reprendió su dragón.
No, las cosas habrían sido igual, aunque él la hubiera marcado. Esa
gente se la llevó por su culpa. No debería haberla dejado sola así. Su
egoísmo y posesividad habían sido su perdición. Lo más sensato hubiera
sido asignarle a Shen o Fraser como guardaespaldas. Pero los celos habían
empañado la razón.
El secuestrador la tendría como cebo, para debilitar su estado mental
mientras se batían en duelo. El perpetrador podría haberle retado a un
duelo sin llevársela. A un líder de clan nunca se le permitía rechazar un
desafío así. Este hombre necesitaba amenazarlo con ella de alguna
manera, para que él tuviera que cambiar su victoria por su seguridad.
Bastardo.
Si algo le sucedía a Constance, no se lo perdonaría. Había pasado
cientos de años buscándola y había dejado que se le escapara de las manos
antes de llegar a conocerla.
No dejaría que este secuestrador se saliera con la suya
Dónde habían escondido a su mujer esos pedazos de mierda?
El sol de la tarde colgaba alto en el cielo como un capataz. Era la hora.
Todavía tenían que encontrar a Constance. Rayse estaba de pie junto a la
escalinata de la Fortaleza del Dragón, esperando al contrincante. Se había
reunido una multitud bulliciosa. Zumbaban alrededor como moscas. Con
él y todos sus guerreros reunidos alrededor de la plaza, los espectadores
intuían que algo interesante iba a suceder. Contuvo la necesidad de
ladrarles para que volvieran al trabajo.
—¿Alguna novedad? —Le preguntó a Shen.
Este negó con la cabeza.
—Una noche es muy poco tiempo para rastrear toda la vecindad. Las
alas del dragón pueden viajar lejos.
—Como era de esperar. —Se maldijo por no haber tomado más
precauciones. Debería haber sabido que ella sería vulnerable. Si le pasaba
algo... Mierda. No quería pensar en eso—. Maldita Madre Dragón —
rugió—. El despertar de la diosa está haciendo que todos los dragones
estén hambrientos de poder.
Su cuerpo estaba agotado, pero su mente permanecía en alerta máxima.
No había dormido en dos noches, y aunque era un dragón, los de su
especie necesitaban dormir. Su animal no le permitiría descansar hasta
que Constance estuviera debidamente marcada con su olor.
No podría seguir así por mucho tiempo.
Un macho rubio como la ceniza salió al claro. La altanería cubría su
rostro en un feo patrón. Conocía a este chico. Este dragón rojo ya le había
desafiado una vez, y él le había pateado el trasero y lo había humillado
delante del clan. Rayse castigó a este bruto con exceso de confianza
cortándole la punta de la cola. Cerró las manos en puños.
—Devuélveme mi femriahl y quizá no te cuelgue como a un cerdo.
El imbécil escupió al suelo.
—Por encima de mi cadáver.
—Supongo que voy a tener que hacer que eso suceda, entonces.
—Te desafío la posición de femrah —Retó Ranwynn en voz alta para
que la multitud pudiera escucharle .
Rayse llamó a su dragón y sus huesos crecieron, chasquearon y
encajaron en su sitio. Su bestia rugió en una liberación rabiosa. Ranwynn
se transformó al igual que él, y pronto los dragones rojo y negro se
rodearon en el campo de batalla.
Se abalanzó sobre el dragón rojo. Éste trató de esquivarlo, pero sus
dientes atraparon su cola medio cortada. Lanzó a Ranwynn al suelo,
rociando nieve en el aire. Saltó sobre la forma vulnerable de su oponente.
En cuestión de segundos, Ranwynn estaba inmovilizado debajo de él, con
la garganta expuesta.
La lucha no duró ni un parpadeo. El joven y tonto dragón no era rival
para Rayse.
—Te haré pasar por una tortura indescriptible si no me dices dónde está
ella ahora. —Probablemente iba a torturarlo hasta la muerte de todos
modos.
—Sobre. Mi. Cadáver.
Rayse le sopló su fuego negro sobre la cara. Los dragones no podían ser
heridos por el fuego. Era una amenaza.
Ranwynn se rió.
—No puedes herirme.
—Mírame.
—No puedes, porque tu compañera está cerca en este momento. Uno
de mis hombres la tiene cautiva y es testigo de este duelo. Si yo muero,
ella lo hace. Si sigues haciéndome daño, ella saldrá herida. No creo que
quieras que su bonita cara quede desfigurada, ¿verdad?
Y ahí estaba el chantaje que esperaba. En este mismo momento, sus
guerreros estaban recorriendo toda la zona, tratando de encontrar a
Constance. Si la encontraban, lanzarían fuego al aire. Observó los cielos
en busca de una señal. No llegó.
Ranwynn continuó con su voz cantarina.
—Piensa en lo que podrían estarle haciendo ahora mismo. Me pregunto
si todavía tiene todos sus miembros. —Rayse siseó y retrocedió a
trompicones—. Buen chico. —El dragón rojo se levantó y se estrelló
contra él—. Esto va a ser divertido. —Se rió soltando un cacareo.

Las manos de Constance estaban libres.


Casi.
Estaban aseguradas con una bonita cinta fácil de desatar que ella misma
había hecho, para que sus captores no se dieran cuenta de que estaba
suelta. Los testarudos dragones estaban demasiado distraídos con su plan
como para darse cuenta de que ella había cortado la cuerda
descuidadamente atada con una piedra afilada hacía tiempo. Ahora, sólo
tenía que esperar el momento oportuno para escabullirse del bruto que
estaba a su lado. Ashur, lo había llamado Ranwynn.
Su cuerpo quería apagarse por el miedo. La habían maltratado. Dudaba
que hubiera pasado tanto tiempo en contacto con otros hombres durante
toda su infancia. Luchó contra sus miedos y al final tuvo que enfrentarse
a ellos.
Era muy consciente del cuchillo de cocina atado a su muslo. Cuando
Ashur estuviera lo suficientemente distraído, ella iba a inutilizarlo y
escapar. Un plan bastante sencillo. Con suerte, conservaría las habilidades
de ladrona que había obtenido durante su infancia. Pero eso había sido
hace catorce largos años. Esas habilidades probablemente se habían
oxidado y roto como un hierro demasiado viejo.
La tenían retenida en la misma Fortaleza del Dragón, pero dentro de
una grieta erosionada del castillo. Sus tres secuestradores habían hablado
de cómo Rayse y sus hombres no pensarían en buscarla allí. Buscarían en
los lugares más obvios: casas, cuevas y bosques, quizás. Lugares donde a
los dragones les gustaba reunirse. No se les ocurriría mirar en el lugar
donde se suponía que debían encontrarse.
La caverna estaba cerca de la base del castillo, bien escondida entre una
hilera de edificios. A pesar de eso, había espacio suficiente para que ella
pudiera ver el campo de batalla donde Rayse luchaba contra Ranwynn.
Su corazón dio un vuelco y su respiración se agitó. La Amenaza Negra
tuvo a Ranwynn en el suelo en cuestión de segundos. Pero sin razón, el
dragón negro retrocedió.
—Seguro que el bastardo se lo está pasando genial —dijo Ashur.
Arqueó el cuello para verlo mejor—. Ojalá pudiera unirme.
Ahora es el momento. Deshizo la cuerda y liberó sus manos.
Apresuradamente, sacó el cuchillo de su funda improvisada y se arrastró
hacia su captor. Él la oyó. Los oídos del dragón eran agudos.
—Siéntate.
Se abalanzó sobre él como una gacela y le clavó el cuchillo en el
corazón. La vacilación la atrapó, no era una asesina, y en el último
momento, su brazo se movió y el arma se descentró. No obstante, se clavó
en su piel. Gruñó de dolor y extendió una mano.
Los instintos de su infancia se dispararon y ella se agachó. Barrió los
pies por debajo de él y cayó de espaldas. Estoy luchando contra un
dragón, pensó, preguntándose de dónde había salido toda esa fuerza. Un
golpeteo le llegó a los oídos. Apuntó el cuchillo a su rótula. Se le erizó la
piel al oír el crujido del hueso.
Herir a la gente no estaba en su sangre. Ella era una sanadora.
—¡Maldita moza!
Le tomará un tiempo recuperarse de eso. Dragón o no. Se puso en pie
y salió a la calle, sin creerse lo que acabara de hacer. El miedo aún le
recorría las entrañas. Pero había olvidado un detalle clave en su pánico:
los dragones tenían alas. La pierna de Ashur estaba incapacitada, pero de
su espalda brotaron unas alas marrones y estuvo tras su rastro en un
instante.
Apartó los ojos de él y siguió adelante tan rápido como pudo. Se
encontró con el claro. Su vista no era muy buena, pero vio las mandíbulas
de Ranwynn sobre la garganta de Rayse. El dragón rojo lo lanzó contra
una masa de edificios, destrozándolos. ¿Por qué no se defiende? Se dio
cuenta de que no quería que le hicieran daño. Defiéndete, gran imbécil.
—Pequeña descarada. —Escuchó desde su espalda. Ashur ya la había
alcanzado.
Una respiración aguda se le atascó en la garganta. Agarró su cuchillo
con fuerza. Mientras giraba para enfrentarse a su oponente, un borrón
amarillo pasó a su lado. Ashur voló contra una pared.
El dragón era todo músculo y poder. Su salvador echó la cabeza hacia
atrás y sopló fuego en el aire.

Rayse captó la señal. Reconoció las llamas amarillas de Shen. Ranwynn


había intentado robarle su orgullo delante de la multitud, pero ya no.
Habían encontrado a Constance, lo que significaba que el tiempo de este
bastardo se había agotado.
El joven dragón se abalanzó sobre él, la venganza ardía como una
tempestad en su mirada. Rayse esquivó el ataque con facilidad y se lanzó
contra el dragón más pequeño. Chocaron con el suelo, levantando una
nube de nieve y polvo.
—No puedes hacerme daño —afirmó Ranwynn.
Él había hecho rodar al dragón rojo sobre su espalda. Estaba encima, y
podía acabar con la vida de su súbdito en cualquier momento. Sus fosas
nasales echaron humo.
—Tus planes se han frustrado. —Apretó su garra sobre su oponente.
—La matará. N-no estoy bromeando. Le arrancará la cabeza. —Sonaba
extraño escuchar una declaración tan débil en Lengua Dragón. Era un
idioma digno, normalmente hablada con los tonos bajos de las poderosas
bestias.
—Mi guerrero la ha encontrado. Ya no tienes ventaja, idiota.
Su mandíbula se cerró sobre el hueso de las alas de Ranwynn. Tiró, y
le destrozó el cartílago limpiamente. Le había advertido que no se cruzara
con él al arrancarle la punta de la cola la primera vez. No merecía más
indulgencia. Especialmente después de amenazar a su compañera.
—¡No lo hagas! Por favor. —La voz de una mujer sonó desde lejos.
Uno de sus súbditos se precipitó desde la multitud—. No volverá a
desafiarte. Mi hijo fue un idiota, por favor.
Vio a Constance corriendo hacia él. Ella estaba observando cada una de
sus acciones.
Compasión. Le había reprendido por no tener eso apenas un día antes.
Miró fijamente al agresor. Necesitaba ser magnánimo para caer bien,
pero seguramente no para alguien que se atrevía a hacerles daño de esta
manera.
—Por favor, milord, haré lo que sea. Por favor, no me quite a mi hijo.
—Las lágrimas brotaron a raudales del rostro de la madre. Si no quería
mostrar compasión por los traidores, al menos podía permitirse
compadecerse de esta mujer que no quería perder un hijo.
Sus ojos de dragón se estrecharon. Arrancó la otra ala de la espalda de
Ranwynn y la arrojó a un lado. El dragón rojo lanzó un grito.
—No volverás a volar. No volverás a amenazarme a mí ni a mi
femriahl.
El horror atravesó los rasgos de Ranwynn.
—Maldito seas... arde en el infierno, hijo de puta. —La pérdida de
sangre fue aparentemente demasiado, pues cayó inconsciente justo
después.
Se acabó. Su compañera se abrió paso entre la multitud. Se quedó en
medio del claro, con el viento azotándole el cabello sobre la cara. La
sangre cubría su vestido en un lío pegajoso. Se le revolvió el estómago.
¿Estaba herida? La determinación iluminaba sus ojos. Pequeña llama,
pensó.
Caminó hacia ella, llamando a su forma humana. Estaba desnudo
cuando se volvió, pero no le importaban las miradas de los demás. Los
dragones y sus esposas estaban acostumbrados a este tecnicismo del
cambio.
Constance le clavó lo ojos. ¿Qué pensaba de él ahora que había visto la
bestia que llevaba dentro? Le sorprendió paseando tímidamente hacia él.
Su cabello era un revoltijo castaño de nieve. Se dio cuenta de que no
estaba herida. El rojo de su vestido pertenecía a otra persona. Se encontró
con su mirada acaramelada. Su labio inferior tembló cuando ella extendió
la mano. Cogió un mechón de su pelo y se lo apartó. Se le secó la boca.
Los dedos de ella le rozaron la cara, apenas, y por donde pasaban dejaban
electricidad estática.
Él la agarró suavemente de la muñeca. La acercó hasta que su cabeza
quedó justo debajo de su barbilla. Entonces la miró. Oyó su respiración
agitada. Su aroma a flores y espíritu lo embriagó.
Tómala ahora.
No quería arruinar el momento con otro frenesí, así que dejó de lado sus
instintos. Por una vez, ella había acudido a él, le había tendido la mano.
Su corazón latía furiosamente en su pecho. Sabía que el clan estaba
observándolos, pero no le importaba. Estaba en una burbuja. Un momento
en el que lo único que importaba era Constance y él.
—Lamento haber dejado que te llevaran —dijo. ¿Qué estaba pensando
esta mujer bajo esa dura expresión? A su lado, el muro que había
levantado se derrumbaba poco a poco, y el pliegue de su frente se
suavizó—. ¿Tienes miedo? Me has visto en forma de dragón.
Ella se estremeció ante su contacto, pero rápidamente dijo:
—Lo siento, sólo me estoy acostumbrando a la idea. —Intentó que su
miedo no le molestara demasiado. Sus delicados labios temblaban.
Resistió la necesidad de frotar su pulgar sobre las suaves curvas de su
boca. Todavía podía oler el olor de otros dragones en ella—. No creo que
sea a ti a quien deba temer.
Debería borrar el olor de los otros hombres y cubrirla con su marca.
—¿A quién, entonces?
—A este lugar. A mí misma. No estoy segura. —Lo miró de reojo—.
¿Por qué no te defendiste?
¿Había preocupación en sus rasgos? Tal vez su imaginación había
proyectado esas expresiones en ella.
—No quería que te hicieran daño. Dijo que te lo harían si me defendía.
Ella tragó saliva. Él siguió el movimiento de los músculos de su cuello,
pero no pudo leer su rostro.
—¿Qué estás pensando, pequeña llama?
—Que eres una bestia tonta.
Empezaba a pensar que lo era, porque los momentos con ella ya no le
hacían sentirse él mismo.
—Tal vez.
Recibió una paliza para protegerla.
Constance dejó que ese pensamiento se impregnara en su mente. Él
estaba a centímetros de ella, y una serpiente se enroscaba en su pecho,
asfixiándola. Pero no porque le temiera. Lo deseaba. Y eso era aterrador.
Oía su respiración, olía su aroma a ceniza y fuego. Podría ponerse de
puntillas y presionar sus labios contra los de él.
Cuando Ranwynn la había retenido en ese lugar oscuro durante toda
una noche, lo único que podía pensar era en que Rayse vendría. Él la
protegería. En el fondo, creía eso, aunque tenía pocas razones para
hacerlo. Empezaba a confiar en ese hombre, y ese pensamiento consumía
todo su ser.
Él le levantó la barbilla con un dedo y su corazón se aceleró con la
anticipación.
¿Podría permitirle que la besara? Si le dejaba acercarse demasiado,
podría destrozarla. Su pasado era una mancha constante en su estado de
ánimo, pero Rayse estaba aflojando su control sobre ella.
Inclinó la cabeza una vez en señal de aprobación. Le temblaban las
manos, pero las levantó y las colocó en su cintura de todos modos. No se
atrevió a llegar más alto. Se sentía demasiado insegura. Vio el deseo en
sus ardientes ojos de medianoche, mientras él bajaba la cara para
reclamarla.
El contacto de su boca con la de ella la hizo caer en una espiral. El calor
se apoderó de su centro mientras su alma maullaba en señal de aprobación.
Un deseo incontrolable de tener a este hombre inundó su ser, y eso casi la
hizo querer alejarse. No podía respirar. No podía pensar. Sólo podía
concentrarse en lo bien que se sentía su beso.
Él hundió su mano en su pelo y en su espalda, y entonces ella se vio
más apretada contra él. No estaba vestido. Eso hizo que un rubor calentara
su cara como un horno. ¿De dónde venía esa confianza en sí misma? Las
manos de ella temblaban a los lados de él, todavía. Su corazón, que latía
con fuerza, no se calmaba. Un suave gemido salió de sus labios cuando se
separaron.
Todos los hombres son monstruos. Pero no éste.
Hacia todo lo posible por no forzarla, por mucho que le doliera. Sufriría
la humillación y la derrota, aunque fuera el hombre más poderoso de Gaia,
por su bien. Eso la confundía mucho. ¿Qué había hecho ella para
merecerlo?
Fue allí, justo en ese momento, cuando decidió darle una oportunidad.
Estar con él era como explorar tierras extranjeras, y eso le provocó un pico
de excitación. Nunca había amado a un hombre, pero tal vez, sólo tal vez,
Rayse Everstone podría cambiar eso.
Sus labios se separaron casi demasiado pronto. Levantó la vista y vio
fuego en sus rasgos y una leve sonrisa. Era la primera vez que lo veía
sonreír, y eso lo hacía parecer más magnífico de lo que ya creía que era.
Le cogió la mano y se la llevó al pecho. Podía chamuscarla por la forma
en que la miraba.
—¿Aún me odias?
—No —respondió ella.
—¿Me amas?
—No.
—¿Crees que podrías?
Ella envolvió sus dedos alrededor de los de él.
—Sí.
ayse inhaló con fuerza. No sabía lo hermosa que se veía en la
nieve de la montaña, lo glorioso que era el contraste de los
copos blancos y el castaño de su cabello. Como un ángel. Podía
amarlo. Eso era suficiente. Él aprovecharía la oportunidad.
—¿Por qué no te trajo Shen? —Le preguntó. Se cuestionaba por qué su
vestido estaba manchado de sangre y por qué había corrido sola esa
peligrosa distancia.
—¿Shen?
—Mi guerrero. El dragón amarillo.
—Creo que me ha salvado. No estoy segura de sí estoy pensando en el
dragón correcto.
—¿Qué pasó?
—Yo... quería dar un paseo. —Sus largas pestañas negras encapucharon
sus ojos mientras hablaba—. Entonces Ranwynn se acercó a mí para
presentarse. Recuerdo poco después de eso. Luego, por la noche, me
llevaron a un lugar oscuro. Oí tres voces; una era la de suya. Me habían
atado. A la mañana siguiente, me llevaron a la Fortaleza del Dragón y
permitieron que un hombre me custodiara. Conseguí zafarme de las
cuerdas y tuve que... herirle para escapar.
Sus labios se separaron con sorpresa. No se había dado cuenta de que
su pequeña llama era capaz de enfrentarse a un hombre dragón. Quizás no
era tan tímida como parecía.
—¿Y dónde está el tercero?
—No lo sé.
Fraser corrió hacia ellos, en forma humana, medio vestido.
—Shen está herido, milord.
Rayse se giró.
—¿Qué?
—Fue emboscado por otro dragón después de atacar a Ashur. Lo
acorralaron. Está sangrando mucho y tiene una pierna rota. Los otros dos
dragones escaparon antes de que tuviéramos tiempo de respaldarlo.
—¿Dónde está ahora?
—Greta lo llevó a la clínica. Ella dice que estará en buenas condiciones
en un día o dos.
—Llévame con él.
Fraser le pasó un par de pantalones, y se los puso. A la mayoría de la
gente de la Fortaleza del Dragón no le importaba mucho la desnudez. Con
los dragones moviéndose por todo el lugar, era algo común. Pero todavía
tenían que mantener una apariencia de decoro. Además, su compañera se
sonrojaba como un tomate. La encontró adorable.
—Llévame contigo. —Le pidió Constance a Fraser—. Me protegió.
Él inclinó la cabeza.
—Sí, femriahl. ¿Milord?
Rayse ya estaba caminando hacia la clínica. Odiaba saber que sus
hombres estaban heridos. Cuidaba de los suyos, y de sus dos dragones de
mayor confianza, especialmente.
—¿Sí?
—¿Qué hacemos con Ranwynn?
La madre del joven dragón seguía llorando por su hijo. Este se había
encogido en su forma humana. La sangre se acumulaba debajo de él, y la
pérdida de hemoglobina lo había dejado inconsciente. Sobreviviría, por
muy mal que pareciera. Los dragones podían soportar grandes palizas.
Rayse gruñó.
—Véndalo, y luego arrójalo a las mazmorras. Cumplirá veinte años.
Constance le agarró el hombro.
—Seguro que ya ha recibido suficiente castigo. Tiene un aspecto
terrible. Deja que le eche un vistazo primero.
Estaba a punto de decir que no cuando se encontró con sus ojos de
caramelo. Hicieron que su dura determinación se debilitara.
—La gente que me desafía suele morir, pequeña llama.
—Entonces deberías dejar de ser tan despiadado.
Sus palabras se le clavaron como una daga, pero a juzgar por su mirada
inocente, ella no se dio cuenta. Apretó los dientes.
—Bien. Tiene tiempo para recuperarse. Luego irá a las mazmorras. No
permitiré que mis súbditos piensen que pueden irse fácilmente después de
amenazar a mi compañera. Pero no te ocuparás de él. Greta lo hará. En su
casa. Lejos de la clínica, donde estarás tú.
—Gracias.
Escuchar su calidez casi hizo que se le secara la garganta. Apretó una
mano sobre la de ella.
—Las mazmorras —dijo la madre de Ranwynn—. Por favor, no lo
hagas. No podré verlo. Bajo ninguna circunstancia se nos permite visitar
las mazmorras. Te prometo que no se cruzará contigo.
Rayse la miró con dureza.
—Mi decisión es definitiva. Fraser, si puedes...
La mujer lloró sobre el cuerpo de su hijo mientras Fraser le arrancaba
los dedos y arrastraba a Ranwynn.
—Por favor... No puedes ser tan cruel.
Constance se sentó junto a Greta, observando los movimientos de su
mentora.
—Greta, ¿no crees que ya has limpiado bastante ese cuenco?
—Tonterías. —Agitó la mano y volvió a contar sus golpes—.
Cincuenta. Cincuenta y uno. Cincuenta y dos. Los cuencos nunca están
demasiado limpios.
Rayse la había dejado en la clínica hacía unos momentos y le había
dicho que enviaría a alguien con quien se sintiera cómoda para
acompañarla. Por mucho que quisiera quedarse, le había explicado que
había una banda de dragones delincuentes que tenía que investigar.
La entrada de la clínica aleteó y Marzia entró. Fraser la seguía.
Constance sonrió.
—¡Marzia! ¿Qué haces aquí? —Su sonrisa cayó—. ¿Estás enferma?
Su amiga puso los ojos en blanco.
—No, tonta. Rayse le dijo a Fraser que podíamos tomarnos el día libre
para cuidarte.
—¿El día... libre? ¿Ya estás trabajando?
—Ayudo a hacer el inventario de los bienes en la Fortaleza.
Honestamente, tu compañero nos hace trabajar mucho a las esposas de los
dragones. De nueve a cinco todos los días, y necesitamos las razones
adecuadas para tomarnos un día libre. No era tan estricto en Evernbrook.
Es un tipo severo.
Ella pensó en la madre de Ranwynn, y en la frialdad de él al dar el
veredicto. Su pobre hijo -aunque la había secuestrado- sangraba un mar
de sangre sobre la nieve. Incluso entonces, Rayse apenas cedió en su falta
de indulgencia.
—Mi señor tiene que ser severo para mantener un clan tan grande. No
puede permitir que la gente pase por encima suya. —afirmó Fraser.
Marzia apartó de un manotazo su comentario.
—Sí, sí. Pero podría habernos permitido una luna de miel más larga.
Una sonrisa traviesa llegó a sus labios.
—En eso estoy de acuerdo. —La besó en la mejilla—. Discúlpame, mi
amor. Pero tengo que ver cómo está Shen.
—Está casi estabilizado —dijo Constanza—. Sólo un día más de
descanso y estará listo para irse. Los dragones se curan rápido.
Él agachó la cabeza.
—Gracias, femriahl.
Marzia se quitó el abrigo y lo dejó a un lado, revelando un vestido de
manga corta de color crema debajo.
—¿Qué tienes en el brazo? —preguntó Constance.
Un intrincado diseño se curvaba alrededor del brazo de su amiga. Tenía
un tono azulado. Serpenteaba en torno a un patrón casi tribal y terminaba
con un diseño en forma de dragón. Nunca había visto un tatuaje tan bien
hecho en el cuerpo de alguien. De hecho, los tatuajes eran poco comunes
en Falron. Sólo la clase alta se los hacía porque tenía dinero para contratar
a los artesanos.
Marzia miró hacia abajo.
—Ah, ¿esto? —Se rió tímidamente.
Greta se retiró su chal a un lado.
—Yo también tengo uno, calabaza. Echa un vistazo.
Ella giró la cabeza y vio que decía la verdad. La vieja dragona llevaba
un tatuaje similar alrededor del brazo, pero el suyo era un poco más
intrincado.
La sanadora volvió a limpiar su cuenco.
—Es la marca de un dragón. Significa que su vínculo se ha completado.
Esa cosa es muy especial. Significa que tu amiga confía al cien por cien
en Fraser. Sólo se forma cuando una mujer realmente entrega su corazón
a su dragón. —Dejó su trapo—. Echo de menos a ese viejo bastardo.
¿Qué podía decirle? ¿Qué lo sentía? Estaba segura de que los pésames
vacíos no tendrían sentido para ella. La anciana probablemente los había
escuchado mil veces. Greta guardó silencio durante un largo rato. Exhaló
y se limpió una lágrima del ojo. La visión la entristeció.
—Deberías apresurarte y obtener el tuyo de Rayse. —Soltó Greta antes
de que ella pudiera pensar en cómo animarla.
Constance negó con la cabeza.
—No puedo.
—¿No puedes? Claro que puedes. Es tu compañero. Hará lo que sea
necesario para protegerte, así que no hay razón para dudar de él.
Postergarlo sólo hará que se vuelva loco, y eso no es bueno para alguien
con sus responsabilidades.
Se frotó el dorso de la muñeca.
—Tengo... problemas.
—Bueno, será mejor que los resuelvas antes de que él se debilite.
¿Sabes que no puede descansar bien hasta que os hayáis apareado? Su
dragón probablemente le está constantemente gritando en su cabeza que
te reclame. Ah, recuerdo eso. Debo decir que no fue divertido. Pensé que
tenía petardos en mis oídos que estallaban cada dos minutos.
—Um, está bien.
Tal vez podría encontrar en sí misma la forma de tener sexo con él de
buena gana. E incluso eso era una exageración. ¿Ahora tenía que
entregarse completamente y confiar totalmente en él? ¿Con sus
antecedentes? Estaba empezando a abrirse a él, pero no podía superar sus
demonios tan rápidamente.
Pero, ¿y si realmente le estaba haciendo daño?
Ella dudaba que Ranwynn fuera la última persona que quisiera desafiar
a Rayse. Y Ashur y el otro dragón todavía estaban por ahí...
—Tiene que haber alguna otra manera.
Greta se encogió de hombros.
—Si la hay, no he oído hablar de ella. —La anciana se levantó
bruscamente y se dirigió a la salida—. Ven conmigo.
Constance arqueó las cejas y caminó tras su mentora. Greta no
necesitaba ningún tipo de ropa de abrigo. La mujer era un horno andante.
Pero ella sí, así que cogió su chal de la pared y se lo colocó sobre los
hombros.
La curandera se puso las manos en las caderas.
—Has estado leyendo demasiada herbología.
—Y eso es bueno, ¿no? —contestó ella—. Se supone que soy una
sanadora.
—Una sanadora también tiene que saber cómo protegerse. Los
dragones pueden ser brutos y demasiado imprevisibles. Voy a enseñarte
algunos hechizos de batalla, calabaza.

Constance miró el libro de hechizos de aspecto antiguo con reverencia.


Greta le había explicado que este libro contenía hechizos para controlar el
clima, hechizos para lanzar fuego, hielo, para transformar criaturas,
incluso para cocinar y limpiar. Esta gran antología, demasiado pesada,
contenía hechizos para extenderse durante días y días.
El problema era que toda la maldita cosa estaba en Lengua de Dragón.
Un idioma que nunca había aprendido. Junto al libro de hechizos había
otro igualmente grueso para traducir la lengua de los dragones al
falroniano. Tendría que enfrentarse a este desafío a pesar de todo.
Greta dijo que le daría algunas criaturas para probar los hechizos que
aprendiera. Sin embargo, la anciana se mostró melancólica cuando
explicó que la mayoría de los hechizos eran ahora inutilizables, porque
pocos tenían el poder de las brujas de antaño en la actualidad. La afinidad
con la magia se había diluido hacia miles de años. Tal vez las brujas del
agua de Ocharia aún conservaban alguna semblanza de ella, porque sus
líneas eran muy puras. Sin embargo, estaban muy lejos de aquí y eran una
tribu aislada.
El monstruoso libro de hechizos tenía dos mil páginas. Seguramente
encontraría algo.
Acababa de descifrar el hechizo para el fuego cuando Rayse abrió la
puerta de golpe. Ella levantó la cabeza. El bruto llevaba un ciervo colgado
de los hombros.
—He traído un regalo.
Partes de su chaleco estaban cubiertas de sangre, y su pelo estaba
mojado y entrelazado en mechones. Era una visión impactante. Esperó a
que la asaltara el miedo, pero se sorprendió al ver que no se inmutaba.
Le lanzó una daga.
—Y esto también. —La vaina estaba bellamente decorada con detalles
bronceados y floridos, y estaba sujeta a una correa de cuero que podía
ajustarse perfectamente a su muslo—. Pensé que te podría ser útil después
de lo de ayer. Deberías tener algo con lo que protegerte. —Se giró y salió
por la puerta, el ciervo casi golpeando el marco. Su voz quedó atrás—.
Puedo desollar esta cosa, pero no sé cómo cocinarla sin que se queme. Eso
te lo dejo a ti.
Sus cejas se alzaron. Supuso que él esperaba que lo siguiera, así que lo
hizo, pero no antes de atarse la daga en su pierna, oculta bajo el vestido
para que los enemigos no sospecharan. Agradeció su preocupación y
confianza para darle un arma.

Constance observó con curiosidad cómo Rayse carbonizaba un trozo de


carne cruda con la llama del dragón. Olfateó y luego procedió a masticar
el considerable muslo. Su porción estaba cortada en pequeños trozos,
todavía chisporroteando en una sartén sobre la chimenea. Su cena estaba
casi negra por fuera, pero su interior brillaba rojo, crudo.
—¿De verdad te gusta así? —Le preguntó ella. Nunca había intentado
imaginarse a Rayse Everstone comiendo, y nunca pensó que fuera tan
incivilizado.
—Es la mejor manera de comer cualquier cosa.
—¿Quemado?
—Cocinado justo en su punto.
Puso una cara de asco fingida y procedió a pinchar su cena con una
espátula. Estaba casi lista. Señaló la porción de Rayse.
—A mí me parece horrible. Ni siquiera tiene condimentos.
—Así se consigue el verdadero sabor de la carne.
—Claro.
Lo miró. Él ya había terminado la pierna. Parpadeó. ¿Cómo era posible?
Se limpió la boca con el dorso de la mano.
—¿Pasa algo?
Entonces se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente.
—Nada. Sólo... me preguntaba cómo comes tan rápido.
—Soy un dragón. Necesitamos tragarnos la comida.
—Eso no es difícil de decir.
Sacó la carne de ciervo de la sartén y la emplató. Podía sentir sus ojos
en el lado de su cara. Se sentó a un metro de distancia, pero incluso así, el
calor crepitaba entre ellos, y no tenía nada que ver con la chimenea.
Ayer se habían besado. Y ella lo disfrutó.
Su cuerpo quería más. Su mente también, casi. Pero era demasiado
tímida para pedirlo y estaba demasiado nerviosa para acercarse más a él.
Entonces él se acercó hasta que sus hombros se tocaron -demasiado cerca-
y cogió un trozo de su cena de la sartén.
—Está caliente. —Advirtió ella.
Él resopló.
—Sigues olvidando que soy una bestia de fuego. —Lo engulló con un
gran bocado—. No está mal. Aun así, lo prefiero quemado.
—Eres un monstruo —dijo ella con una carcajada.
Él no compartió su humor. Su rostro cayó.
El pánico tronó en ella y se corrigió inmediatamente.
—No, no es eso lo que quiero decir. Lo digo de forma divertida. —
Forzó una risa—. ¿A quién le gusta la comida tan carbonizada?
—¿Todavía me ves así? ¿Cómo algo a lo que temer?
Su pecho se apretó.
—No. Es extraño, pero estoy empezando a pensar que eres agradable.
—Su olor a ceniza llegó hasta ella. Podía oír su suave respiración.
Él le robó un beso en la mejilla.
El corazón le dio un vuelco en el pecho y casi dejó caer el plato. El
momento fue fugaz, pero dejó su mente en blanco durante un segundo y
no pudo pensar. Se arriesgó a mirarlo a la cara.
Estaba sonriendo.
—Eso es bueno.
Se quedó callada para no tartamudear. Para distraerse, se llevó la
comida a la boca, pero no pudo saborear nada. No porque la carne
estuviera mala, sino porque Rayse la abrumaba tanto que era difícil
disfrutarla.
—¿Rayse?
Los pensamientos de su lengua en la nuca y sus dedos recorriendo su
piel acudieron a ella de forma repentina. Se le humedecieron las manos
—¿Hm?
Inspiró y se atrevió a mirarlo, y vio sus ojos oscuros y embriagadores
observándola. Su mente estuvo a punto de quedarse en blanco de nuevo,
pero de alguna manera, se las arregló para preguntar.
—¿Por qué ayudas a los humanos? —Eso la había estado rondando por
su cabeza desde que había llegado. Sus labios se apretaron más—. Si es
una pregunta incomoda, no tienes que responder.
—Porque son los únicos que me han ayudado.
Sus orejas se levantaron.
—¿Si?
Asintió con la cabeza.
—Nadie conoce mi historia. Ni siquiera Fraser o Shen.
Ella dejó su plato. La había puesto demasiado tensa para comer.
—Entonces no tienes que contármelo.
—No, quiero hacerlo. Si alguien debe saberlo, es mi femriahl. —Anudó
los dedos y cerró los ojos, como si estuviera pensando profundamente, y
luego continuó—: Los dragones son criaturas duras. Yo era el pequeño,
el más débil del clan en el que nací.
Sus cejas se alzaron.
—¿Tú? ¿El más débil?
La diversión iluminó su rostro.
—Sí, yo, al que llaman la Amenaza Negra, no nací fuerte. Maduré más
tarde, supongo. ¿Recuerdas al chico de la clínica? —Ella asintió—. Me
encontré con un trato peor. Mucho peor. Y mis padres no se molestaron
en protegerme, aunque podían hacerlo. Eran femrah y femriahl. Pero
mimar a los dragoncitos no era la forma de actuar de mi clan. Ellos creían
que debía enfrentar la derrota para crecer. Y entonces mis padres murieron
en una batalla y mi hermano mayor, grande, talentoso y poderoso tomó el
mando. Él me vio como una amenaza, aunque yo no quería ser un femrah.
A pesar de que nunca traté de desafiarlo, ni a nadie, en realidad. Tal vez
vio mi potencial. Cuando tenía veinte años -un bebé en años de dragón-
mi hermano y mi clan me expulsaron.
Sin pensarlo, apretó su cuerpo contra él y lo abrazó. Quería quitarle el
dolor. Borrar la mueca de su rostro. Notó que sus músculos se ponían
rígidos ante su contacto.
Él exhaló y continuó.
—Sobreviví por mi cuenta. No es difícil para los dragones hacerlo.
Estamos en la cima de la jerarquía alimentaria. Pero era solitario... muy
solitario. Los dragones rebeldes que encontré no me aceptaban. Me veían
como un debilucho que los hundiría. Entonces un día, en forma humana,
tropecé con una tribu nómada y me acogieron.
—¿Qué pasó con ellos?
Una risa oscura salió de su garganta.
—Esto fue hace más de trescientos años. Ellos murieron.
—Pero entonces podrías haber seguido viviendo con los humanos. No
tenías que formar este clan.
—La tribu fue asesinada por mi propia especie.
—Rayse... eso es terrible.
—No pude detener al otro dragón. Era inútil, impotente... demasiado
débil. Ese dragón mató a los niños, y se comió a la mujer con la que
compartía historias. Aplastó los huesos del hombre que me enseñó a usar
una espada. ¿Y sabes lo que hice? —Cerró las manos en puños y le
temblaron.
Ella le puso la mano sobre el hombro y apretó con fuerza. Quería decirle
que no continuara, porque hablar de eso parecía dolerle a nivel físico. Pero
no se atrevió a pedirle que parara, porque quería saber más. El fuego del
hogar parecía arder con más fuerza.
—Corrí. Intenté luchar contra ese dragón al principio, pero en cuestión
de segundos fue obvio que no era rival, y tenía que huir o perder la vida.
Así que me transformé y salí volando. El dragón no me persiguió. La tribu
le proporcionaba muchas presas con las que jugar. Metí la cola entre las
piernas y los abandoné, mientras observaba cómo masacraban a los
humanos que amaba.
Ella podía sentir la pena, el dolor y el arrepentimiento temblando a
través de él.
—No fue culpa tuya.
—Lo fue. —Su voz se volvió de acero—. Me entrené después de
aquello. Hacía largos vuelos para probar mi resistencia, levantaba rocas
diez veces más grandes que mis alas. No sé si he oído hablar de otros
dragones que se entrenen. A los de mi clase les gusta sentarse sobre sus
traseros. Supongo que también fui tardío, porque me convertí en un
luchador nato. Ponía a prueba mi destreza en escaramuzas con otros
dragones, y con el tiempo, mejoré mucho. Veinte años después, encontré
al asesino. Fue fácil atraparlo. Le arranqué la garganta para que no
siguiera aterrorizando a inocentes.
Sus ojos se entrecerraron y miró a lo lejos.
—En ese momento, supe que necesitaba fuerza, poder. Tenía que
formar un clan para proteger a los humanos, porque no se puede hacer
mucho como una sola persona. Me di cuenta de que no podía volver a
unirme a las filas de los hombres. Los humanos son la raza más amable
pero también la más débil. Convertirían mi poder en una sombra de lo que
podría ser, y entonces no podría detener el derramamiento de sangre.
Intenté hacer mis hazañas sin que los humanos lo supieran, pero por
supuesto avistaron al gran dragón que de vez en cuando se abalanzaba
para detener los ataques de otros de su especie. Y con el tiempo
empezaron a verme como un dios. Para entonces, ya era demasiado tarde
para unirme a ellos.
—Así que te distanciaste de la raza con la que querías estar —dijo ella,
su voz era apenas un susurro—. Y oprimiste a los tuyos por ellos.
No era de extrañar que Rayse Everstone no fuera bien visto en absoluto.
Él se encogió de hombros.
—Hice mi propio camino. —La ira se desvaneció de su voz. Colocó su
gran mano sobre la de ella—. Y por eso la Fortaleza del Dragón es lo que
es hoy.
—Debió de ser difícil.
—Más de lo que puedas imaginar. —Giró la cabeza, y entonces sus
labios estaban junto a los de ella—. Ya no debería estar solo en esto. He
encontrado a mi mujer.
Sus ojos buscaron los suyos, oscuros como la medianoche. Sintió su
aliento caliente contra su piel. El deseo carnal la atravesó como una
corriente.
—Rayse, yo...
Su boca se acercó a la de ella y entonces se derritió. Su respiración se
entrecortó. En ese instante, sensaciones ajenas a ella se arremolinaron en
su mente. Luchó contra ellas. Pero su aroma ahumado la embriagó, la
tentó. Y entonces se dejó llevar. Subió las manos para hurgar en su largo
y hermoso cabello despeinado. Sintió la palma de la mano de él alrededor
de su cintura, subiendo lentamente.
Podía dejar que él tomara más de ella. Él podía intentarlo, y ella no
estaba segura de que no estuviera dispuesta.
Entonces él se apartó.
—Pequeña llama... no eres consciente de las turbulencias que provocas
en mí.
Su estómago se retorció de nerviosismo y anticipación. Sus palabras
eran intensas, primarias.
—Se supone que no debería querer esto —contestó ella.
—¿Lo quieres?
—No estoy segura —respondió con voz temblorosa.
Él asintió una vez. Luego, reprimiendo un gruñido, se apartó.
—Puedo sentir el miedo en ti, todavía.
Y no se equivocaba. El deseo de un hombre y el anhelo de su contacto
no tenían ningún sentido. Era todo tan nuevo, tan extraño, y demasiado
alarmante.
—Lo siento.
Soltó un gruñido. Se levantó y se alejó.
—No hay nada que lamentar. Esperaré hasta que estés lista.
Constance sintió un vacío a su lado tras su ausencia. Se llevó las rodillas
al pecho.
—Greta mencionó que no puedes dormir hasta que nos apareemos. Dice
que el hecho de que no duerma contigo empeora las cosas porque tu
dragón no puede apaciguarse.
—No te preocupes por eso.
Sus ojos se dirigieron a las manos de él. Estaban apretadas con fuerza.
Contenerse parecía ser un reto para Rayse.
Podría decirle que se saliera con la suya. Pero no tenía el valor de
entregarse así.
Se hizo el silencio a su alrededor. Ella observó cómo el fuego bailaba
en la chimenea. Su plato de carne estaba todavía lleno a su lado. No tenía
apetito.
—He compartido mi historia —dijo él, rompiendo el silencio—. ¿Cuál
es la tuya?
—No me gusta hablar de los demonios de mi pasado.
—Tal vez compartirlos te quite el peso de encima.
Ella aflojó la tensión de sus músculos y suspiró.
—Nací y pasé mis primeros ocho años en un burdel.
—¿Un burdel? —Su ceño se arrugó profundamente—. ¿Alguna vez
has...?
—La noche que nos conocimos fue la primera. —Todavía recordaba la
confusión de todo aquello—. Mi madre se aseguró de que nunca me
tocaran.
—Pero le temes a los hombres.
—Uno de ellos acabó con la vida de mi madre. Y le hicieron cosas
terribles. Todas las noches. Las puertas se cerraban y yo me sentaba fuera.
Entonces oía sus gritos. La mayoría de las veces, eran falsos gritos de
placer. Por supuesto, mi yo de ocho años no sabía cómo sonaba el placer,
pero mirando hacia atrás, era obvio. La mitad de las veces, mi madre
gritaba de dolor. Cada vez que ocurría una de esas noches, se encontraba
conmigo al día siguiente con moratones por todo el cuerpo.
—Si lo hubiera sabido, nunca habría permitido que eso sucediera.
Ella medio sonrió.
—Gracias. Pero esa no era tu carga. Entonces, un día, el hombre
equivocado se interesó por ella. Uno pensaría que era un tipo normal a
primera vista. Las apariencias engañan. Era un bastardo enfermo. Mi
madre fue su cuarta víctima. Ni siquiera la dejó reconocible cuando
terminó. —Se le escapó una risa irónica—. No sé por qué dices que los
humanos son amables. Si te fijas bien, los hombres pueden ser tan
terroríficos como los dragones.
—Ese hombre... ¿cumplió su castigo? —Las palabras salieron de su
boca como un susurro bajo y amenazante.
Ella se burló.
—Ahora es uno de los guardias de mayor rango en Everndale. No estoy
segura de cuántas mujeres asesinó después de mi madre. A nadie le
importa que una puta de los barrios bajos sea atacada por un personaje
importante. Hay muchas otras mujeres pobres para reemplazarlas.
—¿Su nombre?
No debería darle a Rayse el nombre de ese hombre. La Amenaza Negra
era conocida por ser implacable, y castigar con mano dura.
—Bastión —respondió—. Bastión Wreinar. Lo verifiqué en uno de los
bares la última vez que Eduard me llevó a Everndale. Le pregunté al
camarero si había visto al hombre de la barba roja y la cabeza calva. Es
muy conocido en los barrios bajos. No se puede pasar por alto su aspecto
distintivo.
Apretó la tela de su vestido. La rabia por Bastión se disparó en ella.
¿Por qué hombres como él quedaban impunes? No era justo. Sin embargo,
no todos eran como él: Rayse era la prueba viviente.
—Me dije a mí misma que no me preocupara por él e ignorara mi
pasado. Pero la curiosidad se apoderó de mí. Quería escuchar que lo
habían colgado por sus crímenes o algo así. No fue así.
—Shuss, no hay necesidad de llorar. —La tranquilizó Rayse. Se acercó
a ella y la invitó a sus brazos. Constance se dejó abrazar por él. Incluso lo
agradeció. Se hundió en la dureza de su pecho, respirando su aroma, y
escuchó el latido de su corazón. Coincidía con el de ella. Se llevó la mano
a la cara y se tocó la mejilla. Estaba húmeda. Se secó las lágrimas con el
dorso de la mano.
—Cielos, ¿estoy llorando? Perdóname.
—No hay nada que perdonar. Nunca te arrepientas de haber dejado salir
tus emociones delante de mí, pequeña llama. Te agradezco este honor.
Sus hombros se aflojaron. Sintió que se le quitaba un peso del pecho.
La última vez que había hablado de su pasado fue hace años, y se había
enconado en su corazón como una enfermedad. Las brasas de la chimenea
se habían apagado. Pero el abrazo de Rayse era firme. Su calor alivió el
dolor de su corazón. Se dio la vuelta y se recostó en su pecho.
—Corrí por las calles y robé comida después de la muerte de mi madre.
No podía quedarme en el burdel. No quería dejar que hombres como
Bastión me torturaran. Me uní a una banda callejera durante un tiempo.
Tenían cuotas y no eran muy amables. Me dejaban con hambre casi
siempre. Entonces me topé con Eduard mientras intentaba robar en su
clínica. Tenía mucho miedo de que me denunciara a las autoridades. En
lugar de eso, me acogió. —Cerró los ojos para imaginar el pintoresco
pueblo en el que había vivido—. Le echo de menos. Dioses, me pregunto
cómo estará ese viejo cabrón.
—¿Quieres volver? —preguntó Rayse.
—Pero dijiste que tu dragón no lo permitiría.
—No para siempre. Me refiero a una visita.
Ella frunció el ceño.
—¿No estaban prohibidos los dragones? La Ofrenda hace que parezca
que las chicas nunca vuelven.
—Lo hacen, pero lejos de las miradas de los humanos. Los funcionarios
de la ciudad se aseguraron de que prometiera no dejar que los dragones
anunciaran sus llegadas. Los humanos nos ven como dioses. Causaría
caos y demasiados egos hinchados si la gente sintiera que los dioses les
visitan regularmente.
La emoción la inundó.
—¿Puedo?
Una sonrisa rozó sus labios.
—Puedo llevarte hasta él.
ayse forzó sus instintos de dragón. Se arremolinaban en su
interior en un torbellino de emociones. Constance estaba en sus
brazos mientras volaba. Había confiado en él para que la llevara
volando y que no la soltaría. Su alma cantaba con la alegría de todo eso.
Nunca había conocido una emoción así, a pesar de su larga vida.
Tómala. Tómala...
Le ordenó al dragón que se calmara. Su sed por su compañera lo
cansaba. Los efectos ya lo agotaban. Su cuerpo se sentía más débil que de
costumbre, y era cada vez más difícil mantener la concentración.
—Mira hacia abajo, pequeña llama. Te lo estás perdiendo.
Se estremeció en su abrazo. Su miedo a las alturas hacía que su
respiración fuera arrítmica. Verla así le hizo sentir cariño. Su inclinación
hacia su cuerpo en busca de protección hacía que su bestia interior
zumbara de satisfacción.
—¿Ya hemos llegado? —preguntó ella.
—No tienes que tener miedo. Nunca dejaré que te hagan daño. Abre los
ojos y contempla la belleza de los cielos. Es algo que hay que apreciar.
Ella se obligó a abrir los ojos y miró hacia abajo. Su cuerpo se endureció
contra el de él.
—Está... tan alto.
—Es emocionante, ¿verdad? —Sonrió. Casi nunca sonreía, pero con
Constance era fácil.
Parpadeó. Poco a poco, su cuerpo se relajó.
—Es hermoso.
Bajo ellos, Everndale brillaba tenuemente con pequeños puntos de luz.
De cerca era enorme, pero desde tan alto no parecía más que un juguete
de niños. Los focos de civilización que rodeaban la capital parpadeaban
de color naranja en grupos comunales. Por encima de ellos, la media luna
brillaba, y las estrellas rociaban el cielo en un interminable mar de azul
chispeante.
Ella respiró profundamente.
—Todo parece tan pequeño desde aquí arriba.
—Es más extraño si eres un dragón. La mayoría de las cosas de cerca
ya parecen pequeñas. Luego, te elevas en el cielo y te das cuenta de lo
insignificantes que son algunas.
—¿Dónde está Evernbrook?
—Ni siquiera se puede ver desde aquí. Ese caserío no está lo
suficientemente iluminado por la noche como para verlo desde arriba.
Su ceño se frunció y lo miró.
—¿Por qué celebras la Ofrenda allí si mi pueblo es tan trivial?
Su agarre sobre ella se tensó.
—Siempre he sentido una atracción hacia ese lugar. Quizá mi alma ya
sabía que te encontraría allí, incluso hace doscientos años.
Sus labios se separaron.
—Coincidencia, tal vez.
—No creo que lo sea. —No pudo evitar darle un beso en su delicada
frente. El viento de hoy soplaba con una calidez tranquilizadora—. El
vínculo entre nosotros no es una coincidencia. —No había pasado mucho
tiempo antes de que conociera a su compañera, pero ella ya estaba
empezando a sellar el hueco en su espíritu—. ¿Estás cómoda ahora? —
preguntó.
—Sí, creo que sí. ¿Por qué?
—Entonces ya no tengo que ir a la velocidad de un caracol.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿No vamos rápido?
—No. Creo que mis alas podrían dormirse a este ritmo.
Aceleró y se deslizó por los cielos. Dejó que las familiares corrientes
de aire lo guiaran. Su compañera le abrazó con fuerza y enterró la cabeza
en su pecho. Le dolía el cuerpo con su contacto. Quería más de ella. Pero
el amor no consistía en tomar, y tenía que asegurarle que no la forzaría
contra su voluntad. No como los hombres de aquel burdel. No como
Bastión.
Al pensar en ese bastardo, la ira se agitó en él como una tormenta de
fuego.
Oyó una risa. El sonido de su regocijo era como música en sus oídos.
Su ira se calmó. Ya pensaría en el problema de los demonios de su
infancia otro día.
Miró hacia abajo y vio la amplia sonrisa que se dibujaba en la cara de
su mujer. Sostenía el sol en sus brazos.
—Oh, dragones. En realidad, estoy encontrando esto divertido.

—¡Ahí! —gritó Constance. Señaló un edificio desvencijado.


En cuanto sus pies tocaron suelo conocido, se apresuró a llegar a su casa
y llamó a la puerta.
—¡Papá! Papá.
No podía contener su emoción. Los últimos días se habían alargado
como un siglo. Parecía que no había visto a su padre en años. Pensó que
había perdido la oportunidad de despedirse, y la alegría de tener una
segunda oportunidad la hacía brillar.
El frágil Eduard abrió la puerta. La sorpresa pintó su rostro al saludarla.
—¿Constance?
—Papá, estoy en casa. —Ella se lanzó hacia él y lo abrazó con fuerza.
—Pero... pero te han secuestrado. —Miró detrás de ella y vio a Rayse—
. Él. Trajiste a la Amenaza Negra aquí.
—Me permite una visita. —Estaba sonriendo tanto que le dolía la
mandíbula, pero no le importó—. ¿Cómo estás, papá?
La sorpresa inicial se desvaneció del rostro de su padre. La sorpresa y
el placer se apoderaron de él.
—Bien, bien. Pensé que no te volvería a ver. Cielos, no he podido
dormir mucho las últimas dos noches. —Le devolvió el abrazo y luego
tiró de ella hacia dentro—. ¿Estás segura de esto, Dasher? Ese dragón no
parece muy feliz.
Miró por encima de su hombro. Rayse había estado bromeando con ella
hace unos momentos. ¿Qué le había pasado?
—Es un tipo malhumorado.
Eduard dirigió al dragón otra mirada recelosa.
—Está bien... si tú lo dices.
Se quitó el abrigo y lo arrojó sobre una silla. Rayse se acercó a ella. Le
pasó un brazo por el hombro y la apretó contra él.
—¿Rayse?
—No es nada —contestó él con los dientes apretados.

Más vale que ese hombre humano mantenga su pegajosa...


Rayse se mordió el interior de la boca. No podía mantener a la bestia
bajo control.
Date prisa en aparearte con ella. Márcala con tu olor.
Maldita sea. La falta de control era algo que no había considerado.
Quería causarle una buena impresión al hombre que la había criado y
salvado, pero a este paso, sólo conseguiría espantar a Eduard.
—Siéntate —dijo el sanador—. Siéntete como en casa.
Él inspeccionó el lugar en el que había vivido su compañera. Mentiría
si dijera que no sentía curiosidad. Toda la casa de paja era apenas del
tamaño de su dormitorio. Ella había tenido unos comienzos humildes. A
pesar del sucio interior, un agradable aroma se filtraba por el espacio. Le
recordó a su pareja. De ahí había sacado el olor a flores y hierbas.
Constance se sentó.
—¿Te han dado el dinero?
Eduard asintió.
—Mucho. Más aún porque estás emparejada con el mismísimo
Amenaza Negra.
—Entonces Evernbrook no pasará hambre.
—Todo gracias a tu sacrificio. Y el de Marzia. Tenemos más que
suficiente para mantenernos vivos durante el invierno. Pero el dinero no
es lo que importa. Estaba tan angustiado cuando pensé que te había
perdido. Pero has vuelto muy pronto. ¿Has comido bien? ¿Dormido bien?
—La comida donde viven los dragones no es tan diferente a la que
tenemos aquí.
—Bien, bien. —Puso una mano sobre la suya—. Ven a visitarme a
menudo, ¿quieres?
Rayse gruñó. Vio rojo y agarró la muñeca de Eduard en un instante.
—No le pongas las manos encima.
Las pupilas del humano se encogieron.
—Uh oh. Lo siento, no quería ofender...
—¡Rayse! —Constance se levantó. La silla de madera chirrió en el
suelo—. Deja de maltratar a mi padre.
No podía pensar con claridad. Quería a esta mujer sólo para él. Este
viejo e indigno hombre era la competencia, tratando de reclamarla. Todos
los hombres eran una amenaza. Reclámala. Apretó una mano sobre su
sien. No. No es así. Piensa con claridad. Sus pulmones se tensaron por el
fuerte esfuerzo de respirar.
—Estaré fuera —dijo.
Se dio la vuelta y salió tan rápido como pudo. La temperatura era más
cálida en las tierras bajas. Tiró del cuello de su túnica. Tenía que salir de
este calor sofocante. Oyó pasos detrás de él.
—¿Qué sucede? —preguntó Constance. Había acusación en su tono.
Había arruinado la reunión.
Apretó la mandíbula.
—No puedo... controlar la necesidad. Aléjate.
Ella le agarró el codo.
—Rayse, por favor, cálmate, estás...
Él se dio la vuelta y la lanzó contra la pared de su casa. Su miembro
estaba duro y se tensaba en sus pantalones. Gruñendo, lo presionó sobre
ella y balanceó sus caderas. Aléjate. La estás asustando. Le apartó el
dobladillo del vestido y su boca encontró su nuca, saboreando su deliciosa
dulzura.
Mía.
La idea lo consumió con un hambre palpitante. Ella no debía arriesgarse
con otros hombres. Le pertenecía a él y sólo a él.
Un gemido escapó de sus labios. Hizo que el dragón que había en él se
volviera loco. El aroma de su humedad llegó a su nariz. Ella lo deseaba,
tanto como él la necesitaba. Su mano se clavó en su pelo. Le besó a lo
largo de su cuerpo y encontró sus labios. Su lengua se abrió paso hasta la
hendidura de su boca. Tomó lo que quería, y en ese momento, todo lo que
quería era a Constance.
—Rayse, por favor...
No iba a parar. No podía detener su avance hasta que ella se retorciera
bajo él, temblando de placer y gritando su nombre como una dragona en
celo.
Ella se debilitó bajo su contacto, cediendo a su deseo.
La puerta se abrió con un clic.
—¿Constance? —Llamó Eduard—. ¿Estáis los dos bien?
Sus ojos se abrieron de par en par con un repentino pánico. Le tiró de
la cabeza hacia atrás. Él no se movió. Su agarre no era lo suficientemente
fuerte.
Ella le empujó.
—Rayse, para.
Él no pudo. No quiso.
Un objeto se estrelló contra el suelo. El sensible oído de Rayse captó a
Eduard murmurando.
—Culos de dragón. Las manos se están haciendo demasiado viejas. —
El arrastrar de unos pies raspaban el suelo rocoso.
La mano de Rayse recorrió su cintura y le levantó el vestido. Un gruñido
retumbó en su garganta.
—Rayse. —Su voz era dura—. Detente. Nos va a encontrar. —Sus
caderas se agitaron contra él a pesar de sus protestas.
Él deslizó su mano hacia su centro y encontró su flor. Estaba empapada.
La follaría, la reclamaría, la haría únicamente suya.
—¿Constance? ¿Señor dragón, señor? —La voz de Eduard se alejaba.
Estaba caminando en la dirección equivocada.
—¡Rayse! —Su rodilla voló hacia su ingle, pero falló. Ella le mordió el
hombro y dejó escapar un suave chillido—. Detente en este instante o
nunca confiaré en ti para un vínculo.
La amenaza a su dragón lo despertó de su lujuria, y se echó hacia atrás.
Las lágrimas humedecían los ojos de su compañera. Lo había vuelto a
hacer. Pero ella lo había deseado. Su cuerpo respondió. Su necesidad
por ella seguía arañándole, pero la interrupción le dio fuerzas para
apartarla.
—C-Constance... —dijo entre dientes.
Sus ojos eran dos grandes y hermosos orbes que le miraban con
incertidumbre. Había pasado suficiente miedo como para querer hacerle
daño.
Incluso entonces, cada parte de su alma quería doblegarla a su voluntad
y tomarla.
—Volveré... volveré para llevarte a casa. —Se alejó. La única manera
de controlarse después de saborearla era distanciar a su dragón de la
abrumadora tentación—. Disfruta de tu tiempo con Eduard. —Intentó no
pensar demasiado en que ella pasaría tiempo con su padre. Su lado
racional conocía la simple verdad del asunto, pero el dragón tenía una
cabeza terca como una roca. Se pasó una mano por el pelo y se alejó.
Vio al viejo en la esquina, pero no le prestó mucha atención. Los había
atrapado, pero no tenía necesidad de darle explicaciones a un humano
molesto.
Cuando estuvo completamente fuera de la vista, se desnudó y guardó
su ropa. Luego llamó a su dragón y se transformó tan pronto como pudo.
Joder.
onstance intentó apartar los pensamientos de Rayse de su
mente. Podía disfrutar de un valioso tiempo con su padre. Tenía
que aprovecharlo.
Pero, ¿dónde se había metido ese dragón?
Eduard se alejó del fuego, cogiendo con cuidado un cuenco de sopa.
—Siento que no sea mucho. No se parece en nada a lo que tú cocinas.
Son las sobras de mi cena.
Sonrió.
—Pero ahora puedes comer las sobras.
—Gracias a ti. —Puso el caldo claro delante de ella.
Trozos de carne y verduras nadaban en él. Recordó que no había
terminado su cena en la Fortaleza del Dragón. Tomó un poco y probó la
comida de su padre. No estaba bien condimentada, pero seguía siendo un
plato de sopa normal.
Él se sentó frente a ella.
—¿Dónde está la Amenaza Negra?
—Fuera... en alguna parte.
La chispa que Rayse había calentado en sus entrañas permanecía allí.
Había vuelto a perder el control ante él. Se recordó a sí misma que él no
pretendía asustarla de esa manera. Ya le había explicado cómo la lujuria
del dragón le hacía perder el sentido común.
A pesar de todo, los pensamientos sobre el burdel volvieron a
despertarse en su mente y la ansiedad tomó su corazón como rehén.
Todavía no estaba preparada para entregarse por completo a su
compañero dragón.
Eduard se inquietó.
—Constance, querida, ¿estás segura de esto?
—¿Hm? —Tomó otra cucharada de sopa.
—Sobre Rayse… Se ha ido, por el momento. Mi caballo está afuera.
Podemos escapar. El pueblo tiene el dinero, y yo he ahorrado algo. No
tienes que quedarte aquí si no quieres. Podemos escabullirnos al amparo
del bosque y ya no tendrás que ser esclava de una bestia.
Su mano se detuvo. Una arruga se hizo más profunda en su frente.
—¿Qué? Papá, ¿qué estás diciendo? No quiero huir.
Hace dos días podría haber considerado la sugerencia, pero le chocó
darse cuenta de que no quería separarse de Rayse.
Él bajó la voz.
—No parece un hombre amable. ¿Te ha hecho algo? ¿Te ha hecho
daño?
—No. —Mintió ella, recordando su primera noche juntos y cómo la
había sometido contra su voluntad—. Es amable. Me proporciona mi
propia cama y me da lo suficiente para comer. Incluso me ha
proporcionado mi propia sirvienta personal. —Intentó evitar su mirada
mientras mentía. No era una buena mentirosa.
Y su padre se daba cuenta.
—Te ha hecho algo, ¿no?
—¡Nada!
—Estás demasiado a la defensiva. No hay manera. Es la Amenaza
Negra. Hay historias de que ha arrasado aldeas, destruyendo clanes
enteros sin ayuda.
—Son exageraciones.
Eduard negó con la cabeza.
—Hay verdad en todas las historias. Tiene las manos manchadas de
sangre: docenas, cientos, quizá incluso miles. Mi dulce niña, no he podido
dormir pensando en cómo te envié a los brazos de ese monstruo. He estado
mortificándome por la culpa. Déjame corregir este error. Vayamos lejos
y podremos empezar una vida nueva en un nuevo pueblo.
Había perdido el apetito por segunda vez esa noche.
—No continuaré esta conversación contigo. Rayse es un buen hombre.
—Se sorprendió a sí misma admitiendo eso. ¿Pero eran ciertas esas
historias sobre él?
—Escúchate. Te ha hechizado con magia de dragón.
—No, no lo ha hecho.
—¡Lo ha hecho! Nunca te han gustado los dragones, ¿y ahora proteges
al más peligroso de todos?
—He visto lo amable que es realmente.
¿Lo había visto?
—¡Está mintiendo!
—Rayse no ha sido más que honesto conmigo.
—¿Cómo puedes saberlo? No seas estúpida, no sabes lo que... —Su
palma cayó con fuerza sobre la mesa. Eduard parecía consternado—.
Constance...
La ira le había llegado de forma inexplicable. Quería proteger a Rayse
de los insultos de su padre. Aquella bestia negra y solitaria no se merecía
más odio e incomprensión. A juzgar por lo que le había contado antes,
había sido un incomprendido toda su vida. Suspiró.
—Lo siento, papá. No sé qué me ha pasado. —¿Por qué el repentino
impulso de proteger a Rayse Everstone la atenazaba como una
enredadera? — Hablemos de otra cosa. ¿De curación, quizás? —El
conocimiento que Greta le había compartido le provocó excitación. En su
lugar, redirigió sus pensamientos hacia eso—. Los dragones están mucho
más avanzados que nosotros en lo que respecta a las artes curativas. Hay
mucho que aprender. Rayse me llevó a su clínica y me han enseñado
muchas cosas.
Eduard dudó. Estaba claro que no quería cambiar de tema, pero accedió.
—¿Qué has aprendido?
Entonces se dio cuenta de que todos los conocimientos con los que
había sido iluminada estaban relacionados con la magia del alma. Él
nunca había estado al tanto de su capacidad para manejar la magia. No la
utilizaba a menos que fuera realmente necesario, y se sentía incómoda
compartiendo sus habilidades debido a las advertencias que le había hecho
Marsella. Otros humanos temían y despreciaban a las brujas.
Pero tal vez había llegado el momento de que los humanos abrazaran el
arte. Después de aprender lo mucho que era posible hacer con ese poder,
se había dado cuenta de todo el bien que su pueblo se estaba perdiendo
por su resistencia a la magia.
Eduard era el hombre en el que más confiaba. Seguramente, él lo
entendería.
Se mordió el labio inferior.
—Papá, sabes que la magia existe, ¿verdad?
Sus ojos se entrecerraron.
—Sí, ¿no? No estoy seguro de lo que quieres decir. Nunca la he visto.
—Existe. La he estado usando.
—Pero Constance... ¿los dragones?
—No, antes que ellos. ¿Recuerdas lo rápido que se recuperó el niño de
Madame Soren? Fue magia. Y hace sólo unos días, yo sólo conocía una
fracción de ese arte. Hay tantas posibilidades. Tanto bien que podemos
hacer. Podemos usar una cuarta parte de las hierbas que hemos estado
usando. Podemos revertir la tuberculosis, las manchas rojas, la gripe gris.
Todas esas cosas que antes creíamos que te matarían definitivamente —
chasqueó los dedos—, desaparecen.
Eduard inclinó la cabeza hacia atrás. ¿Era asco lo que veía?
—Está prohibida. La magia es mala. Eso es lo que creemos los
humanos. ¿Cuáles son los costes? Algo que parece tan sencillo siempre
tiene un coste.
Ella chupó la carne de sus mejillas. Tenía que convencerle de que la
magia era algo que había que abrazar. El arte podía ser corrupto y vil, pero
siempre que los usuarios lo manejaran con responsabilidad, los beneficios
se extendían sin fin.
—Tiene un coste, pero es pequeño comparado con el bien que aporta.
Tenemos que sacrificar las almas de seres vivos para que funcione.
—¡Sacrificar las almas!
Ella levantó las manos frenéticamente e intentó alejar el aire de duda
que le rodeaba.
—No de cachorros o similares. Podemos utilizar otros sacrificios de
animales: insectos, lagartos, plagas. Tú comes pollo. Esto no es más
reprobable moralmente. Ven, déjame mostrarte.
Corrió a su habitación y buscó el frasco con las criaturas que había
ocultado a su padre. La mitad de ellas yacían inmóviles, la otra mitad se
retorcía en una danza agonizante, pero serían suficientes. Mientras
avanzaba, cogió uno de los antigripales de Eduard de las estanterías. La
cara de su padre mostraba nada menos que horror.
—Constance, no creo que debas hacer esto. —Miró el frasco de
sacrificios.
—Sólo observa. Lo entenderás. —Sacó una polilla moribunda y la
colocó sobre la mesa, extendió la palma de la mano como una hoja sobre
la criatura y murmuró—: Es rea misreagou. —Esperó a que el alma
brillante abandonara el animal antes de continuar—: Kisla misreagou. —
Las almas formaron una niebla azul bajo sus dedos. Agitó la magia hacia
la medicina—. Loshar var Rengolaris. —El hechizo destinado a
fortalecer y purificar.
La mezcla brilló en rojo, iluminando todo el perímetro de la mesa, y
luego atrajo la magia con avidez. Exhaló un suspiro de alivio. Greta sólo
le había enseñado el hechizo esa tarde después de algunas averiguaciones,
y Constance no había estado segura de que funcionara.
Su padre frunció el ceño.
—Pero esto es malo.
—Esto —levantó el cuenco y lo señaló— es la cura para la mancha roja.
Sé que uno de tus pacientes la tiene, y podría extenderse. Dáselo y se
curará en un día.
Eduard se levantó de su asiento y se acercó. Su frente se arrugó en un
valle de tensión. Cogió la medicina ocre y la olió. Luego se dirigió a la
palangana y lo vertió todo por el desagüe.
—¡Papá!
Se dio la vuelta, con una expresión furiosa.
—No puedo darle esto a uno de mis pacientes. Es brujería, blasfemia.
El hombre podría curarse, pero quedaría endemoniado.
—Esos son sólo cuentos...
Él tenía que ver que ella decía la verdad. Era la que más confiaba en él.
¿Cómo podía ser Eduard como los demás aldeanos, a menudo de mente
estrecha y de rápido juicio? Una mano firme se enroscó alrededor de su
muñeca y su padre tiró de ella hacia la puerta. Por fuera, Eduard parecía
frágil, pero seguía siendo un hombre, y Constance no podía mantenerse
firme. Podía ponerle la zancadilla con la destreza que había aprendido de
sus años de ladrona, pero su corazón no le permitía hacer daño a su padre.
—¿Papá? ¿A dónde vamos?
Abrió la puerta de golpe.
—Espérame en el carruaje. Empacaré nuestros objetos de valor, tomaré
el dinero que necesitamos y luego nos escabulliremos al amparo del
bosque. Podemos esperar allí hasta que Rayse se dé por vencido, y luego
buscaremos otra aldea donde establecernos.
—No quiero irme.
La articulación de su hombro le dolía por su resistencia. Curvó los
dedos y apretó el marco de la puerta. Si seguía a su padre, podría no volver
a ver a Rayse. Apenas conocía al hombre, pero su alma luchaba contra esa
idea. La Amenaza Negra la intrigaba, la atraía.
—No me repliques en esto, Constance. Los dragones te están
manchando, contaminando. Ya estás incursionando en la hechicería
oscura. Temo por tu vida. Temo por tu alma. No quiero que veas las fosas
del infierno. ¿No has escuchado lo que dice el obispo? Aquellos que
practican la magia perderán sus almas en los fuegos del inframundo para
siempre.
—También dice que los dragones son nuestros dioses.
—Debe estar equivocado en ese sentido, entonces, porque cada vez que
veo una de esas criaturas, el miedo se apodera de mí y creo que estoy
viendo al mismísimo diablo.
—¿Te das cuenta de lo tonto que suenas?
—Constance, por favor, entiende. —Su agarre se aflojó—. Pensé que
te había perdido. Te inscribimos en la Ofrenda, pero nunca creí que fueras
elegida. Eres mi familia. Mi única familia. No puedo soportar que te lleve
otra vez. Y ahora, por un milagro increíble, estás de nuevo conmigo. —
Las lágrimas se agolparon en sus ojos—. No me hagas perder a mi única
hija una vez más.
—Volveré. —Apoyó una suave mano en los arrugados dedos de su
padre—. Rayse me dejará visitarte.
—¿Qué te ha pasado? Nunca te sentiste cómoda con los hombres. Sólo
puedo pensar que esto es un truco de los dragones. Vi la forma en que te
forzó. Sé que odias tocarlos.
—¿Lo viste?
Sus rasgos se volvieron sombríos.
—En parte. No quiero que seas su ramera personal.
—No puedo irme contigo. Mi sitio está a su lado. —Se sorprendió al
reconocerse a sí misma como su pareja—. Creo... creo que podría
necesitarme.
No quería que Rayse Everstone siguiera estando solo. Encontró la
determinación para dejarle entrar en su corazón, y quiso estar también en
el de él.
La resolución y la severidad estaban grabadas en el rostro de Eduard.
—Necesito protegerte de ti misma. —Sus brazos la rodearon como una
telaraña y la empujaron hacia el carruaje.
Ella trató de apartarse.
—¡Papá! ¿Qué estás haciendo?
—Es evidente que no quieres venir conmigo, pero es la magia del
dragón la que te miente. Te llevaré lejos, y entonces podrás recuperar tus
sentidos.
¿Esto estaba sucediendo realmente? ¿Estaba intentando llevársela
contra su voluntad? Su padre nunca había actuado así. Siempre fue
amable, cariñoso y comprensivo con ella.
Apartó los dedos de Eduard de su cuerpo.
—Por favor, no estás actuando como tú mismo. No estás pensando con
claridad.
Un gruñido ominoso se agitó detrás de ellos.
Él se congeló.
Se giró en dirección al gruñido y vio a Rayse con el pelo hasta los
hombros revuelto en torno a la cara en mechones desordenados. Su
espalda estaba bañada por la luz de la luna, y el azul resplandeciente
extendía su esbelta y afilada sombra sobre el suelo de tierra. Sus ojos
habían perdido toda calidad humana. Sus hombros y pectorales se
tensaban con todos los tendones de un depredador. Su estómago dio una
voltereta antes de hundirse como una roca. El control de Eduard sobre ella
se deshizo.
El miedo a su padre se arremolinó a su alrededor como una ventisca,
helándola hasta la punta de los dedos.
—Papá, corre.
El rojo unido al negro de la destrucción ardía en la mente de Rayse. La
visión era más que suficiente para poner lívido al dragón que llevaba
dentro. Había regresado a la casa de Constance con una fuerte resolución,
seguro de que podría reprimir a su bestia interior y dar una mejor
impresión de sí mismo a Eduard. Pero no se esperaba la imagen que se
desarrollaba delante de él en este momento: su compañera, herida y
desconcertada en las garras de otro hombre, luchando mientras él le
frotaba su olor por todo el cuerpo.
—Rayse, por favor, no es lo que parece —dijo ella, apartándose de
Eduard. Se apresuró a ir a su lado, pero ni siquiera su contacto fue
suficiente para enfriar la tormenta de fuego que se desató en él.
Toda la razón le había abandonado hacía unos instantes.
Mataría a ese hombre por poner sus sucias patas sobre su compañera.
Lo destriparía por amenazarla y asustarla.
—¡Detente! No le hagas daño a mi padre.
Un dolor sordo le atravesó los omóplatos, indicando que sus alas se
habían desplegado. Probablemente, al bueno de Eduard le parecía nada
menos que el diablo. El hombre debería estar aterrorizado. El sanador
mojaría los pantalones y suplicaría piedad una vez que Rayse terminara
con él. O tal vez estaría empapado de sangre.
Eduard se arrastró hacia atrás.
—Y-yo… yo no quería...
Sus garras se alargaron. El hombre se sobresaltó.
—¡Rayse! —gritó Constance.
Saltó hacia el anciano, con un gruñido desgarrado de su garganta. Sus
orejas palpitaban de calor. Lo despellejaría vivo.
Eduard cayó sobre sus nalgas y levantó los brazos en forma de escudo
protector.
—Lo siento... Nunca... nunca debí intentar llevármela...
Constance se precipitó entre ellos y extendió los brazos, cercando a su
padre. Sus ojos brillaban.
—Detente ahora. Por favor, no le hagas daño. Me lastimaras si lo haces.
Tendrás que matarme antes de ponerle un dedo encima.
Rayse se abrió paso entre ella.
—Tonterías.
Las manos de ella se acercaron a sus hombros en un débil intento de
retenerlo.
Él se inmovilizó sobre su presa y enroscó sus dedos alrededor del cuello
de Eduard. El anciano tosió y se atragantó. Su agarre se intensificó,
dejando sin aliento al sanador. Este sería uno de los innumerables que
mataría.
Pero él nunca había matado a inocentes.
Dejó de lado ese pensamiento. Eduard no era inocente: había
amenazado a su pareja

—¡No! —Constance no se quedaría de brazos cruzados viendo a otro


padre morir ahogado. La escena se asemejaba a su infancia en un horror
insólito—. Suéltalo ahora mismo. Por favor, Rayse, por favor... te lo
ruego...
Él no la escuchó. Estaba demasiado perdido. El dragón que había en él
había nublado por completo su juicio. Si no hacía nada al respecto, su
padre moriría.
Ya no sería la niña aterrorizada e indefensa.
Su respiración era un desastre asustado y ruidoso. Rayse seguía
gruñendo. Las cigarras tarareaban una melodía despreocupada,
completamente ajenas a la agitación que había en ella. Se levantó el
vestido y buscó el frío metal de la daga pulida que él le había regalado
hacía unas horas. Sacó el arma de su funda. Con un movimiento rápido e
irreflexivo, su mano y su daga se dirigieron a la garganta de su femrah.
—Suéltalo, o te cortaré el cuello. —Su voz era como el filo de una
espada, pero su determinación temblaba como el agua.
Le dolía el pecho por tener que amenazarle. Bajo ninguna circunstancia
querría herir a la Amenaza Negra. De alguna manera, incluso después de
esta exhibición, una parte de ella todavía quería amarlo. Se recordó a sí
misma que su mente estaba nublada por sus instintos de dragón y que
había perdido el control de sus sentidos.
Su espalda se puso rígida. Sus dedos se desenrollaron y liberaron a
Eduard de la sujeción pitónica. Su padre jadeó y resopló. Ella se precipitó
a su lado.
—¿Me amenazas por él? —graznó Rayse desde detrás de ella. El dolor
empapaba su voz.
La sangre bombeó por sus venas en un ritmo entrecortado.
—Ibas a matarlo. Si no te hubiera puesto esa daga en la garganta, le
habrías exprimido la vida, ¿no?
—No lo sé. Podría haberme detenido.
Su humanidad había regresado, y aunque no se giró para mirarle, supo
que los cálidos tonos negros habían sustituido al amarillo dragón de sus
ojos que habían sido hace unos momentos.
Eduard se llevó la mano al cuello. Estaba balbuceando.
—De-demonios, d-dragón... es...
—Está en estado de shock —dijo ella—. Lo tranquilizaré. Tengo que
asegurarme de que está bien antes de irnos. —Intentó levantar a Eduard,
pero no sin luchar.
Rayse intervino y le quitó a su padre.
—Déjame a mí.
Su pulso se aceleró. No quería que se acercara a su padre, no después
de lo que acababa de hacer, pero él le quitó al viejo con una ternura
espeluznante antes de que ella pudiera protestar. Su codo la rozó.
—No voy a hacerle daño. No te preocupes. He recuperado algo de
cordura.
as alas de Rayse batieron contra el aire fresco de los cielos. Su
compañera se aferraba a él mientras volaban en silencio. No
podía entender cómo o por qué esta mujer confiaba en él lo
suficiente como para volar con él.
—Lo siento.
La daga en su garganta y la desconfianza en su rostro le habían
permitido encerrar a su dragón. Estaba atrapado en una celda mental,
enjaulado tras barrotes de acero reforzado. Con el tiempo saldría, pero por
ahora, Rayse lo había domesticado.
Ella exhaló un suave suspiro.
—Bastión le hizo lo mismo a mi madre. —Su cuerpo se tensó—. La
estranguló como tú lo hiciste con Eduard hace un momento. Luego la
arrastró a una habitación. Sus gritos aún me causan pesadillas.
—Constance... no era mi intención.
—Lo sé.
—Cuando vi que Eduard te hacía daño, perdí el sentido común.
Ella evitó su mirada.
—Lo sé.
Su corazón se hundió en un pozo profundo e interminable.
—Pero he cambiado la visión que tenías de mí, independientemente de
la intención.
Ella asintió, tragó y le apretó el brazo.
—Dame tiempo. Tardaré un tiempo en quitarme esa imagen de la
mente.
Tal vez nunca. Esas palabras no pronunciadas resonaron en sus oídos.
Estaba enfadado, furioso consigo mismo por haber actuado con tanta
insensatez. Haría cualquier cosa para deshacer esta noche. Pensó que se
había colado en su corazón, pero sus acciones habían cerrado de golpe la
entrada en cuanto puso un pie en la puerta. Se necesitaría mucho para
recuperar la confianza de esta mujer.
—Rayse, hay un fuego. —Constance señaló un resplandor rojo
parpadeante en la distancia.
Él lo había notado sólo unos instantes antes que ella. Incendios como
ese nunca eran un buen presagio. Pudo distinguir tenues siluetas de
dragones en el caos. Debían de pertenecer al grupo de rebeldes que
estaban investigando. Su compañera no habría podido verlos con sus ojos
humanos.
—Parece una aldea. Se está quemando.
—Los incendios forestales son comunes por estos lugares —dijo él—.
Ignóralo.
—¿De noche? —El agarre de ella se apretó en su hombro—.
Deberíamos inspeccionar el lugar. ¿Y si es gente que necesita nuestra...?
—Ignóralo —repitió, con dureza en su tono.
Los gritos que escuchó en su juventud chirriaron en el fondo de su
mente. Le dolía el corazón por las vidas inocentes que dejaba atrás, pero
no se arriesgaría a llevar a su compañera a tales peligros.
Ella aspiró profundamente y pareció estar a punto de replicar, pero
luego se tragó sus comentarios.
Siguieron volando en silencio durante la siguiente media hora. Él
aterrizó frente a su casa y llamó a sus alas hacia sus omóplatos. Dejó que
Constance bajara. Su compañera estaba demasiado ansiosa por separarse
de él.
Una figura sombría los esperaba en el porche: la madre de Ranwynn,
Frieda.
No estaba de humor para esto.
—Su señoría —dijo la mujer con voz suplicante—. Por favor, libere a
mi hijo.
Él frunció el ceño.
—No está muerto. ¿No es suficiente?
Evidentemente, su reputación no era tan aterradora como la mayoría de
los dragones predicaban, pues si lo fuera, a esta mujer no se le habría
ocurrido visitarlo a una hora tan intempestiva.
—Todavía es joven, apenas tiene treinta años. Es impulsivo y altanero
y no sabe lo que hace. Ahora ya sabe que no debe desafiarte.
—Entonces no debería haberle hecho daño a la femriahl. He dictado
sentencia; no habrá contienda por ello.
Frieda levantó una pequeña caja que llevaba a su lado.
—Quizá esto le haga cambiar de opinión.
Levantó una ceja.
—¿Piensas sobornarme? —La idea le insultó.
Su rostro palideció.
—No quise decir eso, milord. Es una disculpa, tal vez pueda empezar
con eso.
—¿Quieres unirte a tu hijo en las mazmorras? —Su paciencia se
agotaba. Ella le pedía demasiado.
—Por favor, es para la femriahl. Le gustará, se lo prometo.
Constance recibió el paquete antes de que él pudiera negárselo.
—Gracias —contestó, y luego le lanzó una mirada fría—. Esta mujer
ya ha sufrido bastante. Lo menos que podemos hacer es aceptar su
petición.
Él gruñó.
—No le debo nada.
Pero le resultaba difícil negarle nada a Constance después de haberle
hecho tanto daño.
Ella aflojó las cuerdas marrones del regalo y lo desenvolvió. Algo no
estaba bien aquí. Su instinto le decía que fuera cauteloso, y confiaba en
él. Le había salvado en innumerables ocasiones. Sin permiso, le arrebató
el objeto y se alejó para crear una distancia prudente. Lo abrió él mismo.
Un humo violáceo estalló a su alrededor y le azotó la piel. Le picó.
Veneno.
—¿Pensaste en chantajearme?
Inmediatamente, vio el plan de Frieda. La mujer envenenaría a su
compañera, y sólo ella tendría el antídoto. Después de eso, él se doblegaría
a lo que ella pidiera, utilizando la vida de su pareja como palanca de
cambio. Este era un truco común que algunos de sus guerreros utilizaban
para conseguir que otros clanes hicieran su voluntad.
Por suerte, estaba lo suficientemente lejos de Constance como para que
sólo él sufriera daños. Frieda se había asegurado de que el veneno fuera
efectivo a corta distancia, para que no la alcanzara cuando se produjera el
intercambio. Pocos venenos podían hacer mucho daño a un dragón, y sus
efectos desaparecían en pocas horas. No se podía decir lo mismo de una
humana como su compañera. Ella sufriría los efectos diez veces peor.
Las náuseas se apoderaron de su estómago. Quería dormir las
sensaciones enfermizas que se arrastraban lentamente a su alrededor como
lianas espinosas. Pero no podría dormir lo suficiente hasta que terminara
el vínculo de pareja con Constance. El vértigo que le invadía le irritaba.
Agarró el brazo de Frieda y lo retorció hacia atrás. Ella y su familia ya
no atentarían contra la seguridad de su pareja. Una eficiente brutalidad
surgió de su interior. Cortaría la herida infectada de la carne y purgaría su
clan de los indeseables.
—¡Detente! —La súplica de Constance lo atravesó.
—¿Detente? —Se atragantó con el dolor que el veneno le provocaba.
Eso, combinado con la falta de sueño y la contención de su dragón
interior, le dificultaba el control de sí mismo—. Esta mujer acaba de
intentar poner en peligro tu vida.
—No seas un monstruo, Rayse.
Lo soltó.
—Estoy haciendo esto por ti. Estoy lastimando a la gente por ti.
¿Por qué no podía entender que esta era la única manera? ¿Por qué ella
siempre arrojaba sus entrañas a una confusa ola de dudas?
—Si es por mí, entonces por favor detente. No quiero que hagas el mal
en mi nombre.
—Entonces, ¿qué supones que haga? ¿Permitir que te lancen sus
amenazas? Soy un dragón. Los dragones no permiten peligros cerca de
sus compañeras.
—¡No tienes que ser un gran matón para evitarlo!
—No es fácil controlar el mayor clan de dragones de toda Gaia. No lo
haces dejando que tus subordinados te pisoteen.
Ella no los expresó, pero él vio las acusaciones y el juicio en sus ojos.
Eso alimentó su rabia contra ella, contra sí mismo, contra la Madre
Dragón por emparejarlo con esa mujer a la que le resultaba tan difícil
aceptarlo.
Se agarró la muñeca.
—Por favor. Que seas así... da miedo. No deseo emparejarme con un
hombre que es un tirano, que sólo sabe tomar las cosas por la fuerza. La
historia que me contaste antes te hizo parecer amable. No me estabas
mintiendo, ¿verdad? Los fuegos que acabamos de pasar... pertenecían a
un pueblo, ¿no es así? ¿Realmente te importa, aunque finjas que no lo
haces?
—No lo era. —Mintió, no queriendo herir su conciencia—. Y aunque
fuera un pueblo... no podría llevarte a él. Si te pasara algo, sería mi muerte.
—Hizo una nota mental para enviar un equipo de dragones a inspeccionar
las consecuencias de ese incendio.
Su expresión mostraba una mezcla de ira y disgusto.
—¡Deja de usar mi nombre como excusa para tu egoísmo!
Ella no vio cómo sus palabras lo rebanaban y le destrozaban el corazón.
—Así es como soy, Constance Rinehart, y si no puedes aceptarlo
entonces tal vez no quiera que seas mi compañera. —Quiso morder sus
palabras en el momento en que brotaron de su boca.
—Yo no pedí estar aquí.
—Te apuntaste a la maldita Ofrenda. —Era un torrente desatado, y no
podía detener los insultos, aunque sabía que debía cerrar la boca antes de
llevar las cosas demasiado lejos—. No has sido más que un problema
desde que llegaste aquí. Es mucho más fácil lidiar con todo sin que tú me
arruines la mente con tu debilidad y falta de decisión.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Yo... lo siento. —Luego dejó caer su mirada al suelo.
¿Volvería a odiarle como cuando llegó?
Se tragó la culpa. No debería haber arremetido.
—No quiero que lo sientas. —Deseó que ella lo mirara con el amor y el
afecto de una pareja adecuada—. Quiero que lo entiendas.
Ella frunció los labios.
—Lo intentaré, pero, por favor, no le hagas daño a esa mujer. —Sus
ojos se dirigieron a Frieda.
No se había olvidado de ella, no con el dragón en su cabeza gritándole
que se deshiciera de la amenaza. Las náuseas seguían reverberando en él.
Mordió un gruñido y se acercó a la mujer que estaba encogida.
—¿Qué le vas a hacer? —preguntó Constance.
Frieda le miró fijamente con ojos suplicantes.
—Lo... lo siento mucho, milord. Por favor, no me haga daño.
Él gruñó, y luego enganchó sus dedos alrededor de la parte posterior de
su camisa. Llamó a sus alas y levitó fuera del camino rocoso, arrastrándola
con él.
—Voy a llevarla a casa —dijo, y luego le lanzó una sonrisa seca a
Constance—. No quieres que sea 'malo', ¿verdad?
—¡Gracias, gracias! —dijo Frieda—. Su misericordia no tiene límites,
milord.
—Cállate antes de que cambie de opinión.
—Gracias —repitió Constance.
—Haré que Fraser te vigile durante la noche. Puede que no vuelva en
un tiempo.
Trató de no mostrarlo, pero su bestia estaba ahora completamente
enfurecida. Se abalanzaría sobre ella y la obligaría a satisfacer sus deseos
si se quedaba más tiempo. Su dragón no entendía el concepto de cortejo.
Para él, lo único que importaba era reclamar, tomar y doblegar a su pareja
a su voluntad, tanto que ella no tendría más remedio que someterse toda
a él finalmente.
Rayse, sólo quiero que sepas que lo estoy intentando.
No se volvió para mirarla. Ella sólo le provocaba dolor. Contuvo una
arcada que el veneno le estaba provocando y luego viajó hacia el cielo
nocturno.
Hay alguien en casa? —preguntó Greta, espantando moscas
imaginarias de la cara de Constance.
—¿Hm? —Tarareó ella, sin despertar de su aturdimiento.
Rayse no llegó a casa anoche, y tampoco estaba por la mañana. Tenía a
Marzia, Fraser y Nanili como compañía, pero no ayudaban a calentar el
agujero que había dejado su discusión con él.
Le había llamado monstruo, lo cual era un golpe bajo para conseguir lo
que quería. Y le había sacado todas esas horribles emociones. No has sido
más que un problema desde que llegaste aquí. El recuerdo de sus
palabras la hizo querer esconderse bajo una manta y acurrucarse consigo
misma en la tristeza. No le importaría que otros dijeran lo mismo de ella,
pero herir a Rayse reflejaba de algún modo el dolor.
¿Cuándo iba a volver a casa? Tal vez era mejor que no lo hiciera. Ella
no pidió nada de esto.
—¡Constance!
Se sobresaltó por el golpe que le dio de lleno en la parte superior del
cráneo.
—¡Ay! —refunfuñó, frunciendo el ceño—. Eso no es muy agradable.
—Greta la golpeó de nuevo en la cabeza—. Ya tienes mi atención. ¿Por
qué sigues pegándome? —Se frotó un punto doloroso en el pelo.
La dragona de cabello blanco carraspeó.
—Por si acaso. Quería asegurarme de que tenía mis garras bien
apretadas sobre tu atención.
—Bueno, ahora la tienes.
—Te preguntaba por el libro. ¿Lo has hojeado? —Greta se pasó el dedo
por la nariz y luego giró la cabeza en dirección a Fraser y Marzia—. ¿Vais
a quedaros ahí coqueteando? Me estáis poniendo los pelos de punta.
Haced algo útil. —Les hizo un gesto para que se fueran, pero la pareja de
enamorados se limitó a encogerse de hombros y volvieron a susurrar quién
sabe qué.
—El libro —murmuró Constance—. Sí. Leí un poco.
—¿Qué hechizos has aprendido, calabaza?
—Sólo el del fuego.
Greta resopló.
—Y yo que creía que tenías un aire trabajador a tu alrededor. Debe ser
mi imaginación. Quizá me esté volviendo loca.
Ella hizo una mueca. No había logrado descifrar mucho antes de que
Rayse la distrajera por la noche. Pensar en él volvió a disparar una aguja
en sus entrañas.
—Estaba... ocupada.
—Con Rayse, seguro.
Ella asintió.
—Los dragones sí que son unos cabrones cachondos.
Sus manos se levantaron.
—¡No de esa manera! No.
Greta resopló.
—Mírate, actuando toda tímida y ooh, soy una flor tan preciosa y
tímida. Apuesto a que estás deseando abrirte de piernas. Apuesto dos
nueces a que tú también lo haces todo el tiempo.
La idea se le había pasado por la cabeza, pero las proclamas de la
anciana la dejaron desconcertada y sin palabras.
—Más vale que lo hagas a menudo, o Rayse morirá —afirmó.
Ella se enderezó bruscamente.
—¿Morir? ¿Qué quieres decir?
—No podrá descansar bien hasta que forme un vínculo de pareja
adecuado con él. Su dragón estará constantemente intentando que se
aparee contigo, y se necesita mucha concentración para contenerlo. Caerá
muerto de agotamiento o se debilitará lo suficiente como para dejar que
sus enemigos lo maten. —Hizo un rápido movimiento de corte en su
garganta—. Y entonces, adiós a la Amenaza Negra.
El horror se apoderó de Constance.
—No ha mencionado nada de eso.
—No te preocupes, calabaza. Parece que te has cagado encima. —Se
rió—. Mientras le des su revolcón diario hasta que se forme el vínculo,
debería poder dormir un poco y tener un mínimo de control para seguir
adelante.
—Pero... nosotros no lo hacemos....
Las cejas de Greta se levantaron.
—Duro.
—¿Duro? ¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que Rayse es un tipo fuerte y que tú eres una pésima esposa
de dragón. —Volvió a reírse—. No te preocupes por eso. Este clan quiere
un nuevo femrah de todos modos.
Ella apretó los labios en una fina línea. La falta de tacto de la anciana
la acuchilló como una daga afilada. ¿Sería ella la causa de la muerte de
Rayse? Todavía no estaba preparada, pero ¿tenía que estarlo?
Probablemente Greta estaba exagerando. La anciana lo hacía demasiado.
Constance tendría que derrotar a sus demonios internos por Rayse: ese
pensamiento la envolvía con una fuerza exuberante. No podía explicar su
repentina implicación emocional con él, pero a veces los sentimientos
hacían eso. Te arrastraban como el viento y lo único que podías hacer era
dejarte llevar, por mucho que intentaras resistirte.
Pero él había dicho que no la quería cerca... y anoche había tratado a
Eduard de una forma tan horrible. Vio la muerte de su madre reflejada en
las acciones de ese hombre. ¿Cómo podía amar a alguien más brutal
incluso que Bastión?
Greta se frotó las manos y se levantó.
—Espero que tengas bien memorizado ese hechizo de fuego, porque
hoy lo vamos a practicar. Ven conmigo. —Salió de la clínica de color
ceniciento, no sin antes sacar un frasco de bichos de su mesa de trabajo.
Aunque el trabajo de Fraser era vigilarla, sus ojos no estaban fijos en
ella. Toda su atención permanecía en Marzia. Decidió no matar su alegría
y dejarlos en paz. Sacó su abrigo -uno diferente que no era el de su amiga-
del gancho de la pared y siguió a la dragona.
Los vientos se habían calmado hoy. Eso la inquietaba. Las aguas
tranquilas siempre preceden a la tormenta.
¿Dónde estaba su compañero? Si le ocurría algo horrible debido a que
no habían completado el vínculo, se odiaría a sí misma. La falta de su
presencia la astillaba como un cincel. Estar sin él la hacía sentirse...
insegura, incompleta. No podía entender estos sentimientos. Se suponía
que no debía gustarle alguien como él.
Necesitaba que le revisaran la cabeza, y una compresa fría para calmar
su enloquecido corazón.
—No estoy segura de qué le pasa a tu cerebro, querida —dijo la anciana,
señalando su propia sien.
—¿Qué le pasa a mi...?
—¡Hechizos de fuego! ¡Para protegerse de los dragones! El chiste más
divertido del último milenio. No, tendré que enseñarte un hechizo de
hielo. La mejor manera de detener a un dragón es congelarle las pelotas.
Constance levantó una ceja.
—¿Acaso los hombres dragón tienen um… testículos, en su forma de
dragón?
La sanadora resopló.
—Es una forma de hablar, melocotón. Los órganos reproductores de los
reptiles no funcionan así.
Rodearon el castillo hasta llegar a un terreno vacío y nevado, a varios
metros de un acantilado.
—Greta, ¿estás convencida de que este lugar es seguro? —No se acercó
a ojear el escarpado acantilado, pero lo cerca que estaban de una muerte
potencial la inquietaba. Era lo mismo que le había preguntado la última
vez que la trajo aquí, ayer, y la anciana respondió con una frase similar:
Tan segura como segura, calabacita.
Greta no había dejado que ella usara ningún hechizo el día anterior. Sólo
había repasado los fundamentos del aprovechamiento de las almas y había
demostrado algo de magia elemental. Constance debía estar más
emocionada por esta lección, pero los pensamientos de Rayse la distraían.
La dragona desenroscó la tapa de su frasco y eligió una criatura
desprevenida y desafortunada. Cerró el recipiente y lo colocó en el suelo.
La lagartija se retorció bajo su agarre de forma asquerosa, y luego se
quedó colgando sin fuerzas después de que la anciana pronunciara las dos
frases para cosechar su alma. Había explicado que la mayoría de los
hechizos requerían almas apagadas y brillantes para funcionar, salvo los
que utilizaban hierbas como muleta. Greta se apretó la muñeca y señaló
con la mano el valle vacío de las montañas.
—Glacilis provoto.
Una ráfaga en forma de carámbano de niebla azulada brotó de su mano
y se roció en el vacío.
El hechizo fue impresionante. Corto, sí: no duró más de un segundo.
Pero ver cómo el alma se retorcía, cambiaba y se transformaba en un
repentino estallido de poder la fascinó. Hace unos días, no habría
imaginado que tal magia fuera posible, pero aquí estaba. Acababa de
adentrarse en una extensión infinita de posibilidades, y el ansia de
explorarla la abrumaba.
—Ya está. Ahora te toca a ti.
Hizo lo mismo que ella y recogió su sacrificio del frasco. Cosechar las
almas debería disgustarla, pero siempre hacía lo contrario y la dejaba
vigorizada. Las almas alimentaban su curiosidad como una fuente de vida.
Formaban nieblas danzantes alrededor de su mano y la atraían con su
belleza. Y pensar que un poder tan magnífico e impresionante se escondía
en las almas de criaturas tan aburridas y desprevenidas...
Imitó las acciones de su mentora.
—Glacilis provoto.
Un escalofrío helado rozó las yemas de sus dedos. La fuerza del mismo
la invadió como una tormenta. Apretó los dientes y mantuvo la mano
izquierda cerrada sobre la muñeca derecha. Pensó que la fuerza que salía
de su mano la lanzaría hacia atrás, pero terminó tan rápido como llegó.
Había acabado el hechizo y seguía de pie. Exhaló un grito de sorpresa.
—¿Qué fue eso?
Greta llevaba ahora gafas.
—Eso fue bastante sorprendente.
—¿Tienes gafas? Creía que los dragones tenían una vista perfecta.
La anciana se guardó las lentes.
—Así es. Me las quito cuando quiero parecer seria.
Constance se resistió a darle una mirada crítica.
—Bien... De todos modos, ¿cómo lo hice?
—Espléndido. Increíble. Y yo que pensaba que mi hijo era el usuario
de magia más fuerte de por aquí. Por otra parte, los dragones no se
manejan muy bien con la magia. Los humanos tienen una mayor afinidad
con ella.
—¿Tienes un hijo?
—Por supuesto que sí. —Agitó la mano—. No lo veo mucho.
Demasiado ocupado viviendo su vida. —Giró la cabeza hacia donde había
volado su magia—. ¿Viste el tamaño de tu glacilis? Ha sido tremendo.
—Eh... no. —Estaba preocupada por intentar que su trasero no
aterrizara en el suelo rocoso.
—Tienes un talento natural para esto. Tu poder podría rivalizar con las
brujas de Ocharia. Incluso con las brujas de antaño. La Madre Dragón nos
bendice, tu talento es increíble.
Constance se quedó sin palabras. No estaba segura de cómo reaccionar
ante semejante elogio.
—Tu control sobre tu magia es espantoso, sí. Pero el potencial...
Frunció el ceño.
—Pero acabo de decir exactamente las mismas palabras que tú. Nada
especial.
La anciana puso los ojos en blanco.
—Qué ignorante. No entiendes cómo funciona, ¿verdad? Todo el
mundo tiene una afinidad especial con la magia, pero el grado varía. Rayse
apenas tiene inclinación por el arte, como la mayoría de los dragones
masculinos. Mi hijo es un caso especial debido a su padre ¡Dios, extraño
a ese hombre! De todos modos, sólo digo que tu química con la magia es
distinta a la que he visto antes.
Su especulación cayó en oídos perplejos. Ella no podía imaginarse a sí
misma tan dotada como la anciana aseguraba. Era una chica de pueblo
normal y corriente con un pasado problemático. ¿Por qué, entre tantas
otras mujeres, iba a ser tan especial como decía Greta?
La sanadora se golpeó la barbilla reflexionando.
—Tiene sentido, por supuesto. Eres la compañera de la Amenaza
Negra, lo que significa que eres la otra mitad de su alma. La pareja de
Rayse no puede ser una sosa.
Rayse... tal vez no vino a casa porque estaba buscando la manera de
deshacer un vínculo de pareja. Si Constance le había hecho tanto daño
como decía Greta, entonces su vínculo era más una maldición que un
regalo para él. Ella no lo culparía si quisiera separarse. No era más que
una mercancía dañada.
Los dolorosos comentarios que ayer salieron de sus labios se agolparon
en su mente. Sonaban peor cada vez que se reproducían en su cámara de
eco mental. Supuso que Rayse la odiaba. La idea de su mirada acusadora,
de que la apartara y abandonara su incipiente relación, le hizo sentir una
lanza en el pecho.
—Calabaza, ¿me estás escuchando? —La voz de Greta astilló sus
divagaciones interiores.
—¿Eh? Oh, sí.
Esta resopló.
—Fruta mentirosa. Tu mente estaba obviamente en alguna otra tierra
lejana.
Constance se frotó la nuca.
—Sí, lo siento.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Probablemente sea que estoy pensando demasiado, de todos modos...
Greta le lanzó un ratón. Junto con el bicho, Constance dejó escapar un
chillido alarmado.
—Si es sólo eso, entonces concéntrate. Toma, dale otra oportunidad al
hechizo. Intenta hacerlo más preciso. No querrás golpear a los dragones
que no quieres.
Constance jadeaba cuando por fin consiguió arrancar a la pequeña
criatura del suelo. Acarició la parte superior de su cabeza. Su pelaje le
provocó un tacto mugriento y pegajoso. Le dieron ganas de soltarlo una
vez más. Exhaló un suspiro y luego quiso que el alma del animal
abandonara su cuerpo con los hechizos de cosecha. Como una planta que
se marchita, se apagó y cayó sin fuerzas en su mano.

—Me has causado muchos problemas, Bastión —dijo Rayse. Se sentó


en lo alto de una colina, con vistas a Everndale. Su mente daba vueltas y
las náuseas se apoderaban de él. Tres días sin dormir lo desgastaron como
el pico de un pájaro carpintero sobre una corteza. Su dragón interior era
implacable. Los gritos en su cabeza que le instaban a volver con
Constance no se detenían.
Quería volver y renunciar a las cosas duras que le había dicho. Pronto,
se dijo a sí mismo. Una vez que solucionara el lío que estaban causando
los dragones rebeldes, volvería y la tendría de nuevo en sus brazos.
Golpeó la cabeza de Bastión.
—Ella aceptaría mucho más si no fueras un bastardo tan desagradable.
Oyó los pasos de Shen detrás de él.
—Siento entrometerme milord... ¿Es eso una cabeza humana?
Rayse entrelazó sus dedos en el pelo ensangrentado de Bastión. Se
levantó, recogiendo la cabeza mientras avanzaba, y luego arrojó al mierda
tan lejos como pudo. La cara ensangrentada salió disparada por el cielo,
disminuyendo su tamaño hasta convertirse en nada más que un punto
negro contra el crepúsculo anaranjado.
Había deseado matar al guardia de la ciudad en cuanto ella le contó su
historia. Después de dejarla la noche anterior, lo buscó en Everndale.
Buscar al hombre era un juego de niños: los funcionarios de la ciudad
siempre dejaban que Rayse se saliera con la suya. No era partidario de la
tortura, pero la necesidad de atormentar a Bastión se había agolpado en él
toda la noche. El asno había hecho demasiado daño a su compañera, por
lo que se encargó de que recibiera un castigo suficientemente pertinente.
Los gritos de Bastión aún resonaban en su mente. Cataratas brotaron de
los ojos del hombre cuando lo empujó sobre una mesa de mármol y le
partió el brazo por la mitad.
Shen arrugó el ceño.
—Perdone que le pregunte, milord, pero ¿por qué llevaba una cabeza
humana consigo?
Él resopló.
—Mala idea para un regalo.
Shen se mostró curioso, pero no insistió.
—Hemos movilizado a nuestros mejores equipos para que realicen la
exploración, tal y como habéis pedido. Los hemos encontrado.
Rayse se adelantó y se quitó la camisa mientras avanzaba, dispuesto a
invocar a su dragón.
—¿Dónde?
—No estaban lejos de donde los viste ayer. Están a unas decenas de
kilómetros de aquí.
—¿Su número?
—Demasiados para ser bueno. Al menos diez.
Maldijo en voz baja. Eso era más que el tamaño de todos sus equipos
actualmente comisionados combinados. Podría convocar a más, pero
entonces tendría que esperar, y perderían su rastro. La mayoría de sus
otros hombres dragón estaban involucrados en servicios de mensajería y
no estaban disponibles de forma inmediata.
Normalmente, esto no le preocuparía, pero no se sentía bien y quería
algún apoyo para mantener una clara ventaja. Se pasó la mano por el pelo
y suspiró.
—Reúne a nuestros hombres en algún lugar cercano a su sitio.
Prepárense para luchar.

Las estalactitas de la cueva de piedra caliza formaban sombras nítidas


en las paredes rocosas. La luz entraba por pequeños huecos en la parte
superior de la guarida, iluminando tenuemente el interior. El sonido del
agua corriendo goteaba en el fondo de la caverna de techo alto. El olor
húmedo de la roca moldeada flotaba en el aire.
Rayse entró en el escondite. El lugar estaba vacío.
—¿Dónde están?
Shen se paseó detrás de él en forma de dragón.
—Se supone que están aquí. Estaban hace media hora, al menos. Quizás
estén más adentro.
El camino por la caverna parecía serpentear sin fin. Rayse siguió
adelante, inspeccionando la zona a medida que avanzaba. El raspado de
las garras en el suelo le siguió. Un grupo de sus ocho guerreros mejor
entrenados tenía las garras extendidas, cada uno de ellos preparado para
afrontar un combate. Sus ojos amenazaban con cerrarse a pesar de la
terrible naturaleza de su situación. Empezaba a ver figuras danzantes en
las paredes.
Necesito descansar, pensó.
La imagen de Constance no se le iba de la cabeza.
Rodearon una sección, y apareció una masa de mujeres lloriqueando.
Algunas de ellas sostenían a niñas contra su pecho. Sus rostros mostraban
determinación y miedo. Las mujeres -demasiadas- estaban atrapadas en
una gran jaula de metal, que a le recordaba al ganado.
—Así que aquí es donde están las mujeres de esas aldeas —dijo Shen.
Él asintió.
—Probablemente van a ser vendidas por dinero. —Se suponía que tales
hechos serían cosa del pasado tras su gobierno, pero borrar el mal del
mundo era una tarea imposible—. Manténganse alerta —ordenó a sus
hombres—. Lo más probable es que estos dragones estén al acecho a la
vuelta de la esquina. Todavía no han movilizado a sus víctimas.
Como si confirmara sus sospechas, el sonido de carne desgarrada y
gruñidos inundaron las cámaras de eco. Abrió las fosas nasales y sintió
que las brasas de sus entrañas se encendían con anticipación. Tenía que
concentrarse... Sus músculos amenazaban con convertirse en gelatina, y
lo único que deseaba era dormir.
A pesar de lo elitistas que eran sus guerreros, el enemigo los superaba
en número. No iba a ser un combate fácil.
Unas figuras reptilianas acechaban desde las sombras. Un rugido
atravesó el aire y de pronto se encontró de espaldas. Un dragón gris de
mal aliento tenía una garra aferrada a su pecho. El sonido de una ardiente
batalla tocaba un fuerte coro a su alrededor. Entrecerró los ojos y, con
rápidos y afinados reflejos, insufló fuego en los ojos de su oponente para
cegarlo. Golpeó su cabeza contra la del atacante, y la fuerza arrojó a la
bestia gris a un lado. Rayse se puso en pie, luego saltó hacia el agresor y
se abalanzó sobre su cuello.
Un dolor agudo le atravesó el ala derecha. El olor a hierro de su propia
sangre le llegó a la nariz. Se giró conmocionado y vio que le habían
cortado parte del ala. La agonía afilada como un cuchillo se convirtió en
un dolor incesante. Su mirada se encontró con el culpable, que le sonrió
con una sonrisa siniestra y llena de dientes.
Rayse había sido poco cuidadoso con su lucha. El aturdimiento del
apareamiento le había hecho flaquear. La fuerza de una gran roca se
estrelló contra él. Unos colmillos afilados le mordieron el cuello y una
garra dentada se hundió en su bajo vientre. Las estrellas se encontraron
con sus ojos. Otro traumatismo cegador atravesó su otra ala. El pánico se
apoderó de su estómago: ¿iba a perder su capacidad de volar en esta
batalla? Las alas de dragón se eran arrancadas nunca se regenerarían y
quedaría lisiado de por vida.
Con una repentina rabia, giró y apartó al dragón gris de su lado. Su
oponente era incesante en su ataque y no lo soltaba. Las garras de su
atacante le desgarraron la carne. Contuvo un grito de dolor, concentrando
toda su energía en derrotar a esos dos dragones. Un gran golpe y la rotura
de un hueso crujió en el aire cuando el dragón gris golpeó la pared de la
caverna. Rayse dirigió su atención al otro dragón y, con un enorme
esfuerzo, apretó el cuello de la bestia con sus dientes y lo partió por la
mitad.
El mareo de la pérdida de sangre lo atormentaba. El dragón gris había
conseguido clavarle las garras cerca del corazón. Probablemente iba a por
el propio órgano, pero falló, para alivio de Rayse.
Sus heridas palpitaban furiosamente. Lanzó un grito de guerra y se
lanzó sobre la bestia gris antes de que pudiera levantarse. Con un golpe
decisivo, clavó sus garras en el pecho de su oponente. El dragón se
retorció bajo él mientras Rayse buscaba su corazón. Gruñendo, sacó el
órgano. El agresor lanzó un último grito antes de caer en un montón sin
vida.
Rayse dio un paso atrás, cubierto de sangre. La adrenalina que
alimentaba sus acciones se desvaneció en cuanto terminó su lucha. Y
entonces llegó todo de golpe: el dolor, la fatiga. Hizo una mueca de dolor
al intentar mover la pata delantera. Debía de haberse lesionado la pierna,
de alguna manera, pero la furia de la batalla le había distraído de eso.
Quería ver si su equipo estaba bien, pero ni siquiera tenía fuerzas para
mirar a su alrededor.
Las vocalizaciones del combate reverberaban en la cueva. El olor a
llamas crepitantes y a sangre envolvía su entorno.
Constance...
Incluso la energía para pronunciar ese nombre le había abandonado.
Quería verla. Necesitaba estar con ella y decirle que no había querido
decir cosas tan horribles. Por primera vez en tantos siglos, se preocupaba
por alguien, y eso era una alegría tanto como una agonía. Ella representaba
la emoción y la compañía, más de lo que él creía merecer.
Se le cortó la respiración en la garganta y su cuerpo se desplomó en el
suelo.
onstance intentó leer el material que Greta le había subrayado,
pero su mente estaba en otra parte.
—¿Crees que me odia? —Le preguntó a Nanili—. ¿Por eso no ha vuelto
a casa todavía? —Sólo había pasado un día desde su pelea, pero dejar las
cosas sin resolver hacía que el tiempo transcurriera demasiado lento—.
Tal vez no quiera verme la cara. No, le culpo. La verdad salió a la luz
ayer.
La mishram se limitó a encogerse de hombros y siguió mirando hacia
adelante. Ella suspiró. Hablar con la mujer era poco más que hablar con
una pared.
—Bueno, yo tampoco quiero verlo.
No sabía por qué empezaba a interesarse tanto por él. Los hombres son
monstruos, ese había sido su mantra durante mucho tiempo. No era sólo
su alma la que la atraía hacia él. De alguna manera, él se había ganado su
confianza. No se había acostado con ella desde la primera noche, y se daba
cuenta de que le causaba dolor. Estaba poniendo en peligro su vida por
ella. Lo había visto por sí misma cuando recibió la paliza de Ranwynn.
Eso la conmovió. No podía pensar en ningún otro hombre que hiciera lo
mismo, ni siquiera Eduard.
Rayse no era el tipo más agradable, pero eso no significaba que no fuera
amable.
Pero podría haber dejado morir a un pueblo ayer... y la forma en que
trató a su padre y a Frieda casi hizo que se orinara encima. ¿Quién era
realmente?
Cerró su libro de hechizos, sabiendo que no podría leer mucho esa
noche, no con el revuelo que había en su mente.
—Si es tan malo como dice Greta, entonces tal vez debería entregarme
a él.
La idea hizo que se le erizara la piel, pero no en el mal sentido. Se
odiaba a sí misma por estar tan abierta a la idea.
Un fuerte golpe llegó desde la puerta principal. Las mariposas
revolotearon en su estómago y se puso de pie en segundos. ¿Había vuelto?
¿Qué le diría? Se pasó las manos por el pelo y se colocó un mechón detrás
de la oreja. Corrió por el salón. Sus emociones eran un torbellino. Alcanzó
el picaporte y abrió la puerta.
—Rayse... —El pensamiento de un cálido saludo se esfumó en el
momento en que vio a Shen sosteniendo a su compañero. Había sangre
por todas partes. Demasiada—. ¿Qué... ha pasado?
Shen pasó junto a ella apresuradamente.
—Necesita tratamiento, inmediatamente.
El miedo la atravesó como una flecha.
—No estoy segura de poder...
Acababa de llegar a la Fortaleza del Dragón, y aunque era sanadora, no
había aprendido lo suficiente sobre curación de dragones.
—Tienes que hacerlo. —El hombre subió las escaleras hasta la
habitación de Rayse—. Eres su única oportunidad.
Ella le siguió.
—¿Qué pasa con Greta?
—No podemos dejar que nadie más sepa como está. Tuve que
escabullirlo en el caos de la batalla. Sus otros guerreros no saben de sus
heridas. Empezarán a lanzarle retos para ocupar su lugar como femrah
una vez que se enteren.
—Entonces, ¿por qué me lo dices a mí?
Resopló y dejó a Rayse en la cama. Su sangre manchó las sábanas.
—Eres su femriahl. No le traicionarás.
—¿No vas a intentar lanzarle un desafío?
El contenido de su estómago se revolvió cuando miró a Rayse. Tenía
heridas por todas partes. Un dique en su espíritu amenazaba con
derrumbarse, y las lágrimas asomaban a sus ojos. Greta le había advertido
de esto. La culpa de su estado actual recaía directamente sobre sus
hombros. Era el dragón más poderoso de Gaia, y la necesidad de aparearse
a la que le obligaba su vínculo inconcluso le había hecho sufrir mucho.
Lo siento tanto, tanto...
Shen sacudió la cabeza.
—Mi lealtad está con Lord Rayse. Es el más adecuado para gobernar
este clan. No estoy seguro de ser capaz de ocupar su lugar. El poder es un
arma de doble filo. No podré hacer lo que él hace. La paz que ha pasado
tantos años tejiendo se desmoronaría si falleciera.
Sus nervios temblaron ante la gravedad de las heridas. Shen se había
apresurado a atar con telas los huecos ensangrentados, pero las vendas ya
estaban empapadas de sangre. Se mordió la lengua y se armó de valor. No
era el primer herido al que tenía que cuidar. Sólo llevaba unos días como
aprendiz de Greta, pero tenía doce años de formación como sanadora
humana. Podría usarlos.
—Nanili, tenemos vendas, ¿verdad?
—Sí —respondió la mishram.
—¿Pociones medicinales?
—El maestro Rayse tiene una pequeña reserva de ellas por si necesita
usarlas urgentemente.
—Tráemelas. —Su respiración salió en un chorro nivelado y
controlado. Tendría que elegir las adecuadas basándose en lo poco que
Greta le había enseñado. Con suerte, sus años de trabajo con Eduard le
ayudarían.
Trabajó con manos firmes y rápidas. Por suerte, las medicinas eran
similares a las de los humanos: simplemente estaban imbuidas de magia
para hacerlas más potentes. Encontró las dos para vendar y desinfectar
heridas y las mezcló en un pequeño frasco. No creía que los dragones
fueran susceptibles a las infecciones, pero más vale prevenir que lamentar.
Comenzó a desatar las vendas improvisadas del torso y la pierna de
Rayse. El calor de su piel amenazaba con quemarla.
—Shen, ¿puedes ayudarme a levantarlo? —preguntó—. Pesa
demasiado.
El guerrero accedió sin rechistar. Cuando le quitó la tela, lo grotesco de
sus heridas la atravesó con despiadada agudeza. Su tripa parecía haber
sido desgarrada por alguna criatura. Su clavícula asomaba a través de su
hombro en un blanco marrullero. Nadie debería ser capaz de sobrevivir a
esa herida. La mitad de su pierna había sido mordida, y si fuera un
humano, tendría que amputarla para salvarle la vida. Confiaba en que los
dragones tuvieran una mejor capacidad de curación. Con todo su corazón,
rezó para que así fuera, o Rayse moriría.
Ordenó a su mente que se convirtiera en acero, pero no pudo evitar
vacilar.
—¿Q-qué ha pasado?
Una turbulencia comenzó a atravesarla. La rabia y la ira contra
quienquiera que le hubiera hecho esto la recorría como en un violento
relámpago.
—Nos superaban en número y Rayse se dejó emboscar. No es propio
de él, y sus heridas ya deberían estar medio curadas, pero no lo están. —
contestó con una negra pesadumbre
—¿Es el vínculo de pareja?
La mandíbula del guerrero se apretó.
—Lo debilita.
Una daga se clavó en su pecho. Quería derrumbarse en un charco de
lágrimas. Sería tan fácil esconderse en un rincón y compadecerse de sí
misma por ser una compañera tan terrible para él, pero no había tiempo
para eso. Dejó de lado sus emociones.
Intentó ver más allá de la sangre y de lo espantoso de sus heridas.
Inspeccionó su cuerpo como una sanadora objetiva, por difícil que fuera.
Concentrarte. Si fallaba, Rayse moriría, y aunque todavía no lo amaba de
verdad, su alma gritaba exigiendo que viviera. Si perdía a este hombre,
perdería algo, alguien importante para ella, y una dicha prometedora que
nunca conocería.
—Necesitaré coserle algunas zonas —dijo—. Nanili, pásame el líquido
terravale,6 la aguja y las suturas.
Intentó trabajar tan rápido como pudo, pero incluso eso le parecía
demasiado tiempo. Se estaba desangrando. Vertió la medicina en su trapo
y luego lo presionó en su hombro.
—Shen, haz lo mismo con su rodilla. Cuanto más rápido podamos tratar
sus heridas, mejor.
El ascenso y descenso del pecho de Rayse se hizo más lento. Ahogó una
maldición.
—Quédate conmigo, Rayse —suplicó. Su ansiedad tronaba—. Muchas
de sus heridas requieren sutura. Ponle un vendaje temporal alrededor de
la rodilla mientras yo trabajo en su pecho. Nanili, pásame el bassillis
adormecedor.
Si él sobrevivía a esto, su cuerpo quedaría marcado por la gravedad de
sus heridas, un recordatorio constante de las debilidades que ella le había
causado. Ignoró ese pensamiento.
Sus dedos temblaron cuando introdujo las suturas a través de su piel.
Hizo una mueca de dolor cuando le perforó la carne. Un gemido retumbó
de su pecho. Levantó la vista, preocupada por haberle causado dolor, pero
instantes después, su cuerpo se relajó y volvió a su anterior respiración
agitada, pero rítmica. Podía oír los latidos de su propio corazón en sus
oídos mientras se esforzaba por volver a coser a su compañero.
—Aguanta, Rayse —repetía—. Te pondrás bien. Me aseguraré de que
así sea. Sé fuerte.
Pronunció una plegaria a los dioses, aunque la idea sonaba tonta. Se
suponía que los dragones eran sus dioses. Era ridículo rezarle a Rayse
mientras trataba de salvarlo. Pero necesitaba hacerle una plegaria a algo
que la ayudara a superar esto.
Se apartó de él, dejó los instrumentos a un lado y puso una mano sobre
la suya. Todavía estaba caliente. Ardiendo, en realidad, pero era una señal
de que aun vivía. Luchaba por permanecer en Gaia. La idea de que él
muriera la empalaba. No lo permitiría. ¿Cuándo empezó a preocuparse
tanto por este hombre? Quería cuidarlo como si su vida dependiera de
ello.
Exhaló suavemente.
—He hecho todo lo que he podido. Debería estabilizarse si todo va bien.
Pase lo que pase, no dejes que muera. No sé si hay dioses, pero sí
pueden oírme, por favor...
Incluso podría sacrificarse para mantenerlo con vida. Quiso resoplar
ante la idea. ¿Morir por alguien casi un extraño? Una idiotez.
Pero realmente lo consideró.
—¿Cuándo se recuperará? —preguntó a Shen.
—Tú también estabas bastante malherido, aunque no tanto como esto.
Podrías salir de la clínica en poco tiempo.
Se imaginó a Rayse tal y como era hace menos de un día, levantándola
con sus fuertes brazos hacia el cielo estrellado. Entonces era la
encarnación del poder y la salud. Se había marchitado muy rápidamente.
Una mirada de disculpa apareció en los rasgos de Shen.
—Se recuperaría en dos días, si no estuviera perjudicado por el vínculo
de pareja. Pero incluso cuando está herido así, su dragón no deja que su
cuerpo y su alma descansen de verdad. Se curará quizás tan lentamente
como un humano. Pero un humano perecería con toda seguridad por estas
heridas. —Dudó, y luego continuó—: No puedo decir con seguridad si se
recuperará.
Cada centímetro de su ser se apretó. Agarró con fuerza la mano de
Rayse a pesar del ardor, recordándose a sí misma que él aún no se había
ido y que era inútil lamentarse ahora. Concentró su angustia y su tristeza
en la necesidad de curarlo. Mañana aprendería todo lo que pudiera sobre
la curación de dragones y, con los conocimientos que reuniera, se
aseguraría de que siguiera con vida.
—Lo siento mucho —dijo Shen—. Mi deber era protegerlo.
—Si hay alguien a quien culpar, es a cualquier maldito poder divino
que lo emparejó con alguien con tantos problemas como yo. Y a mí
misma, por formar parte de todo esto.
Él sacudió la cabeza.
—No debería haberle presionado para que investigara este asunto. Se
supone que la mayoría de los dragones no se enfrentan a batallas difíciles
mientras cortejan a una compañera. Es demasiado peligroso. Dividí
innecesariamente su atención. Creí que, porque era femrah, tenía la fuerza
para estar allí, que era por el bien del clan. —Suspiró, todavía con su
mirada abatida—. Y ahora esto.
—Podemos jugar a este juego toda la noche, pero es innecesario. Lo
hecho, hecho está. Ahora tenemos que encontrar la manera de arreglarlo.
Shen bajó la cabeza.
—Asegúrate de no hacer sospechar a nadie de su presencia aquí.
Deberás seguir yendo a la clínica como lo haces normalmente. No digas
ni una palabra de su situación a nadie. Ni siquiera a tu amiga más cercana.
Una vez que se corre la voz, viaja rápido, y entonces no habría nadie para
protegerlo de los sujetos hambrientos de poder de este clan.
—Quiero estar aquí, a su lado. No se le puede dejar solo.
—Instruye a Nanili sobre cómo cuidar de él, entonces.
—Pero ella sólo... —No podía pensar en cómo describir a la mishram.
¿Una sirvienta? No, los sirvientes normales podían pensar por sí mismos.
Tenían iniciativa. Pero Nanili tampoco era realmente un objeto—. No es
apta para cuidarle. ¿Y tú? ¿Puedes quedarte con él?
—Sin Rayse a la cabeza, tendré que distraer a los otros dragones y tomar
el mando temporalmente.
—¿Y Fraser?
—Estará fuera para vigilar esta casa y redirigir a otros dragones cuando
sea necesario.
—No puedo dejarlo solo.
¿Qué pasa si ella se iba de casa y a la vuelta se encontraba con su
cadáver?
—Si levantas sospechas, entonces te aseguro que comprometerás su
seguridad. —Hizo una pausa para pensar—. Ve a la clínica durante una
hora o más mañana. Inventa una excusa. Di que te encuentras mal y vuelve
a casa.
Suspiró.
—Tendrá que funcionar.
Pero ella no quería dejarlo en absoluto. Ni siquiera por una hora.
Comprendía lo inconstantes que podían ser algunas enfermedades. Había
visto a pacientes completamente normales en un momento y muertos al
siguiente.
Se tragó sus preocupaciones.

Constance entró en la clínica. Fraser y Marzia la acompañaron hasta


allí. Sus ojos se encontraron con la parte trasera de una mishram. Se quedó
paralizada por el shock. La espalda de la criatura estaba completamente
desgarrada y quemada, recordando a Constance una versión espantosa de
la carne picada.
—En nombre del cielo, ¿qué le pasó?
La esposa del dragón estaba junto a la mishram. La mujer hizo avanzar
a la sirvienta hacia Greta.
—Mi marido ha vuelto a descargar su mal genio con esta. ¿Puedes
arreglarla?
Greta señaló los rincones más oscuros de la clínica.
—Hm, ¿otra? Creo que ahora soy una reparadoras de mishrams, no una
curandera. Deja esa junto a las otras.
La mujer asintió.
—Ve a esperar allí como te ha indicado Greta. Escucha todo lo que diga
la curandera. Te recogeré al final del día. —Le dijo a la criatura.
La sirvienta, sin dar muestras de estar dolida a pesar de sus heridas,
levantó los pies y se dirigió a la fila de otras mishram que estaban en línea
recta. Una vez que se colocó en su sitio, su dueña se marchó.
La anciana se quitó las gafas y se las volvió a poner en un gesto
totalmente innecesario.
—Pareces sorprendida, calabaza.
Constance se recompuso y se colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja.
—Las heridas de esa pobre mishram...
—Vienen así cada dos días. Se curan tan rápido como los dragones, y
no sienten nada. No hay que preocuparse por ellas.
—Pero aun así... ¿Por qué hacer algo así?
—¿A quién le importa lo que ocurra con una propiedad?
Su sangre se calentó por las duras palabras de su mentora.
—¿Propiedad? Son seres vivos.
—¿Lo son?
Tanteó, dándose cuenta de que ella tampoco los veía como tales. Tenían
el rostro de un humano, actuaban y hablaban como uno, pero mostraban
poca apariencia de emoción, lo que parecía ser un requisito de estar vivo.
La dragona se giró y volvió a su trabajo, con las gafas puestas.
—No tienen almas brillantes, sino opacas. Un ser necesita dos partes de
su alma para ser considerado vivo.
—Sólo la opaca...
—Seguro que la has percibido, calabaza. Estás muy sintonizada con la
magia.
—Nunca pensé en llegar a sus almas.
—Inténtalo, entonces.
Ella dudó. La esquina trasera de la clínica siempre parecía más sombría
que el resto. Evitaba deliberadamente el lugar donde se encontraba la
mishram cada vez que cruzaba la sala, aunque tuviera que tomar un
camino más largo.
Debió de detenerse demasiado tiempo, porque Greta le dijo:
—Continúa. Parece que estás mirando la ira de la Madre Dragón de
frente. La mishram no da nada de miedo.
Se pasó los dedos por la palma de la mano. Tragando saliva, se dirigió
hacia el rincón en penumbra, ignorando los ojos brillantes e indiferentes
de las mujeres azuladas.
Levantó la mano.
—¿Qué hechizo utilizo?
—No hay ningún hechizo para percibir las almas. Sólo hay que
concentrarse.
Asintiendo, hizo lo que le dijeron. Cerró los ojos y se imaginó
pronunciando es rea misreagou y kisla misreagou, las llamadas a las
almas brillantes y apagadas. Un tenue pozo de poder se acumuló en la
sirvienta. Luego se hizo más brillante y resplandeció. Resonó con
Constance, pero cantaba una melodía desafinada. La fuente de poder era
enorme, pero incompleta. Reconoció que el alma estaba apagada. Buscó
el alma brillante, pero no estaba allí.
Tómala, dijo una voz en su cabeza. El poder te pertenece. Entró en su
mente con fuerza y claridad. Sus ojos se abrieron de golpe. La mishram la
miraba fijamente con... ¿emoción? No podía saber qué expresión tenía la
criatura, pero sin duda mostraba algún tipo de emoción.
Asustada, retiró la mano.
—Encuentras un vacío cuando buscas el alma brillante —afirmó Greta.
Constance apartó la mirada de la mishram.
—Sí.
Esa expresión... estaba imaginando cosas. Guardó sus sospechas.
—Ven a sentarte conmigo, calabaza. Ayúdame a pelar estas nueces
fisslire.
—¿Nueces Fisslire? ¿Para el dolor de garganta?
—Los dragones también pueden tener dolor de garganta. Algunos de
ellos usan demasiado fuego y tensan sus tráqueas.
—Interesante. —Se dio la vuelta, pero no antes de darle otra mirada a
la sirvienta. ¿La criatura todavía la miraba? Se quitó un peso de encima
cuando vio los ojos de ese ser mirando a la nada, como siempre. Sólo
imaginaba cosas...
Greta señaló a Marzia, que le susurraba dulces palabras a Fraser.
—Melocotón, ven aquí y ayuda a tu amiga. No puedes estar
coqueteando todo el día.
Mientras los dedos de Constance se afanaban en las hierbas -las nueces
de lirio eran notoriamente obstinadas-, su mente se dirigió a Rayse y a su
estado de salud. Necesitaba estar a su lado. Tendría que hacerse la enferma
para tomarse unos días más de descanso, y ella no era muy buena
fingiendo. Deliberadamente, se frotó la cabeza y el cuello varias veces,
para dar la impresión de que estaba enferma.
Pronto, el leve veneno que había ingerido antes de llegar aquí le haría
efecto, y vomitaría en un cubo. Utilizaría eso como excusa para volver a
casa. Los efectos deberían desaparecer en menos de una hora.
El aburrimiento se reflejaba en la cara de Marzia.
—Todavía no tienes tu marca —dijo.
Las palabras le perforaron las entrañas, recordándole lo que su
incapacidad para confiar en alguien le había hecho a Rayse.
—No, no la tengo.
—Hm, eso no es normal. Fraser me dijo que la mayoría de las parejas
ya tienen su marca al segundo día.
Sus cejas se dispararon.
—¿Tan rápido?
—¿No lo sientes? La necesidad de entregarte a él, confiando en que sois
dos mitades de un alma. Esa sensación es imposible de ignorar. Confié en
él desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron. —Marzia
consiguió por fin arrancar su primera cáscara de nuez. La añadió a su
montón de diez.
Constance suspiró.
—No... Creo que es mi pasado el que me impide hacerlo.
—Si no lo superas, lo vas a matar —advirtió Greta.
La dureza de sus palabras le clavó un cuchillo en las tripas. Tal vez no
necesitaba veneno para fingir que estaba enferma. Las náuseas de la culpa
la arañaban.
—Greta, ¿realmente debe completarse el vínculo?
La anciana le lanzó una mirada incrédula.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que, si nunca puedo aceptarlo, pero no quiero que
muera. ¿Hay alguna forma de evitar que se complete el vínculo?
Le dolía pensar en terminar su conexión con Rayse, pero considerarlo
era mejor que simplemente permitir que su compañero terminara sus
quinientos años muriendo de agotamiento. La lastimaba pensar que él
podría perecer por su culpa.
Greta actuó como si hubiera visto un dragón con dos cabezas.
—Tonterías. ¿Por qué no querrías completarlo? Es algo mágico.
Algunos dragones mueren sin encontrar nunca a su pareja. Encontrar tu
otra mitad es algo que hay que agradecer, no descartar.
—Si tardo mucho tiempo, Rayse morirá, como dijiste.
—Lo completarás.
Ella no estaba convencida. Su corazón se le hundió en el estómago
mientras seguía pelando aquellas nueces.
La curandera frunció los labios, luego miró hacia arriba y se ajustó las
gafas.
—Hay un hechizo que puedes usar...
—¿Lo hay?
No estaba segura de querer escucharlo. La elección podía hacerla a una
insegura e infeliz. Si realmente rompía el vínculo, y Rayse la miraba sin
amor, ¿sería capaz de soportarlo?
Greta se acercó a su estantería de grimorios y cogió un libro. El libro
hizo un estruendo en el escritorio cuando lo soltó, como si fuera una
enorme roca. La anciana se lamió el dedo índice y pasó las páginas.
—Este —dijo—. Riska vin volote, iska nin proneur las von solis,
renaron kismet iska vin volitan.
A Constance se le secó la boca.
—Es muy largo.
—También es caro. Un par de almas de tamaño medio. Dos conejos, o
gallinas, quizás.
—Me las puedo arreglar. —Cogió una pluma del escritorio de Greta y
encontró un trozo de pergamino vacío. Rápidamente, copió el hechizo.
Era demasiado largo para memorizarlo en el momento—. ¿Sólo dos
gallinas? ¿Eso es todo lo que se necesita para romper un vínculo de alma?
—preguntó mientras garabateaba. Parecía un precio muy bajo para una
decisión tan grave.
—Y una cantidad considerable de talento mágico —Firmó Greta—. No
creo que yo pueda llevarlo a cabo, pero quizá tú sí. Necesitas tanto la
sangre de Rayse como la tuya. Mézclalas y luego lee el hechizo. La
próxima vez que te aparees, estará hecho. —La anciana exhaló un largo
suspiro—. Constance, ¿estás segura de esto? Pocas cosas preocupan a mi
mente rota, pero tú afán por hacer esto sí.
—Sinceramente, lo que tengo con Fraser es tan especial, ¿por qué
querrías perder algo así? —añadió Marzia.
Ellas no entendían el nuevo miedo que se apoderaba de Constance. El
conocimiento de cómo Rayse dormía sin curarse y sufría en su casa, se
enroscaba a su alrededor como vides espinosas. Si tenía poder para
cambiar el destino que le había provocado a él, tal vez podría librarse de
esa sensación de asfixia.
—Es preventivo. Sólo en caso de que no pueda completar el vínculo.
—Puede que te arrepientas de esta decisión el resto de tu vida —dijo
Greta.
Ella dejó caer la pluma y dobló el papel.
—Así son las decisiones. Siempre puedes arrepentirte.
Su mente dio vueltas y luego volvió a centrarse. Estaba casi segura de
que llevaría a cabo el hechizo. Rayse parecía poco más que un hombre
muerto ayer. Ella nunca podría confiar en él. No era culpa de él; era su
incapacidad para dejar de lado sus demonios. Prefería romper lo poco que
tenían que forzarle a sufrir otro hachazo tan profundo.
Cinco minutos después, el contenido de su desayuno le subió a la
garganta y su visión se tambaleó. Alcanzó el cubo más cercano y vomitó.
a Madre Dragón estaba despierta.

Rayse podía sentirla a pesar de haber estado medio dormido durante los
últimos días. La llamada de la Madre sonaba como un tamborileo
constante en el fondo de su mente, convocándolo. Cualquier otro dragón
lo experimentaría una vez en su vida, o eso decían las historias. La diosa
sólo venía una vez cada mil años. Llamaba a todos sus hermanos,
exigiendo su atención y amor, y a pesar de su cuerpo maltrecho, su alma
se acercó a ella.
Estaba dormido, pero no realmente.
Reclámala. Tómala. Protégela.
Los pensamientos relacionados con Constance nunca le abandonaban,
a pesar de que necesitaba descansar. Sus músculos y su cuerpo ardían
debido al desencadenamiento del vínculo de pareja, y su dragón no
concentraba sus energías en lo que más las necesitaba. Percibía su
entorno, medio consciente de las sensaciones que le producían. Incluso
cuando ella le había suturado las heridas, había sentido el pinchazo de la
aguja. Por suerte, ella tuvo el cuidado de adormecer su piel antes de
limpiarlo. De lo contrario, estaría gritando en su mente, su cuerpo era
como una prisión.
Sintió su toque cariñoso en la frente, y la caricia de sus suaves dedos
cada vez que le limpiaba las heridas. Oyó cada palabra que ella le
susurraba en su estado de semiinconsciencia. Ella le había pedido perdón
muchas veces. Él anhelaba decirle que no tenía por qué hacerlo.
Sentir su afecto lo calentó como nunca antes. Se preguntó cuándo fue
la última vez que alguien se preocupó tanto por él. Sus emociones se
agitaron al darse cuenta de que, aunque ella no lo amara, había espacio en
su corazón para él. Tenía muchas ganas de besarla.
Esperó. Su cuerpo se recuperaba a un ritmo demasiado lento. Se
preguntó por qué la unión de pareja hacía que los dragones fueran tan
débiles. Tal vez era una forma de que la naturaleza encontrara el
equilibrio, o porque era la manera en que su alma se aseguraba de que
desviara toda su atención para darle lo que quería.
Independientemente de la razón, maldijo ser tan inútil. Necesitaba
despertarse pronto, no fuera que los compañeros de Ranwynn volvieran a
conspirar contra su compañera. Buscó consuelo en saber que Fraser le
ofrecía a Constance su protección, pero ningún otro dragón cuidaría de su
pareja como él. Tenía que estar ahí para ella.
En cuanto reunió la energía suficiente, se obligó a abrir los ojos. Ella
dormía a su lado, con una mano lechosa apretada sobre la suya. Sabía que
el calor de su cuerpo estaba a punto de escaldar. ¿Por qué querría ella
tocarlo?
—Constance —La llamó. Su voz sonaba ronca por no haberla usado
durante mucho tiempo.
Su pelo castaño se movió. Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos
color miel. Las ojeras se agolpaban en sus párpados. No había descansado
lo suficiente, como él. Pero en cuanto sus miradas se encontraron, una
sonrisa se abrió en sus mejillas y la oscuridad de su falta de descanso
desapareció.
—Estaba empezando a pensar que no ibas a volver.
—Tengo la piel de un dragón. No me subestimes. —Las palabras
salieron de su garganta como un suave susurro.
Un dolor agudo le atravesó el pecho y la pierna. Se estremeció. Dormir
había atenuado la agonía de sus heridas. Estar despierto le devolvió todos
sus sentidos, que le atravesaron como un rayo.
Ella notó su mueca.
—Te daré algo para el dolor.
Él hubiera preferido que ella se quedara, pero antes de que una objeción
escapara de sus labios, ella se levantó y salió de la habitación. Regresó
unos minutos después con un vaso de líquido marrón humeante.
—Bebe.
Si cualquier otra persona le diera algo similar, lo rechazaría por lo
sospechoso que parecía, pero confiaba en su femriahl. Intentó
incorporarse, y luego gimió cuando su pecho estalló en una angustia
abrasadora. Se esforzó, un poco de dolor normalmente no hacía nada para
detener a la Amenaza Negra, pero entonces ella le apoyó una mano en su
hombro.
—Si es demasiado difícil levantarte, no lo hagas. Órdenes de tu doctora.
—Cuando él la ignoró, le lanzó una mirada desaprobadora. Con un poco
más de fuerza esta vez, lo empujó de nuevo a la cama—. Cuanto más te
esfuerces, más lento te curarás.
Él cedió y dejó que su cuerpo se hundiera de nuevo en las sábanas de
seda. El entumecimiento le desconcertó. Hacía cientos de años que no le
temblaban las piernas, y lo detestaba.
—No debería ser tan débil.
—Has pasado por mucho. —Ella vertió medicina en una cuchara de
madera y se la llevó a los labios.
Su ternura le brilló como el sol, pero su culpabilidad la eclipsó casi
inmediatamente. Se llevó el líquido a los labios y tragó.
—No tienes que culparte.
—¿Hm? —Ella apartó la vista del vaso y lo miró.
—Escuché tus disculpas cuando dormía. Mi dolor no es culpa tuya. Es
mi responsabilidad.
Su cuerpo se puso rígido. Apretó la mandíbula.
—¿Oíste todo lo que dije? ¿Has estado consciente todo este tiempo?
—Semi-consciente. Mi dragón no me dejaba descansar del todo.
Hizo una pausa, pensativa.
—¿Cuánto tiempo puedes seguir así? —Le sirvió otra cucharada de
medicina y, él complaciente, se la bebió.
—¿Seguir cómo?
—Cansado, pero alerta todo el tiempo. ¿Por qué tu cuerpo te castiga
así? Al final te vas a romper. Ningún ser, dragón o humano, puede
soportar semejante estrés.
Una sombría aceptación se apoderó de él. No sabía si sobreviviría a este
apareamiento. Había oído hablar de otros dragones que morían antes de
terminar de cortejar a sus parejas, pero nunca se imaginó que él mismo
fuera uno de ellos. Incluso ahora, con su relación y la de Constance a
punto de colapsar, no lo creía.
—Un mes es cuando la mayoría de los dragones se rinden —respondió.
El dolor de sus heridas se desvaneció en el entumecimiento. La medicina
estaba haciendo efecto.
Sus hombros se tensaron.
—Un mes.
—Pero para mí, tal vez menos. Tengo muchos enemigos.
Casi le ocultó la verdad. Podría haberle mentido, diciendo que podía
soportar las torturas del apareamiento para hacerla sentir mejor, pero uno
no fomenta la confianza ocultando verdades tan graves.
Ella aspiró con fuerza.
—Rayse, si hay una forma de romper el vínculo, ¿lo intentarías?
Sus cejas se fruncieron.
—No, por supuesto que no.
Si el vínculo se rompía, significaba perderla. Ese futuro hacía que su
corazón se estremeciera de miedo. ¿Querría volver al vacío que
experimentaba antes de ella? Encontrar el amor no era flores y margaritas
como su yo más joven había soñado, pero era infinitamente mejor que
nada.
—Ya veo.
—No pienses nunca en esa posibilidad, pequeña llama. En ti hay
esperanza y luz. Sufrir estos dolores es una compensación razonable.
—¿Incluso la muerte?
—Sí, incluso la muerte.
La pesadez se apoderó visiblemente de ella.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Por ser tan impulsiva y tonta.
—Yo... no entiendo.
—No te preocupes.
Las lágrimas se acumularon en las esquinas de sus ojos, pero no se
derramaron. Las contuvo con firmeza. Lamentó compartir con ella su
posible destino. No quería que llorara ni que estuviera cerca de hacerlo.
Se dio cuenta de ello cuando miró su precioso rostro. Tenía unos rizos
preciosos, y rasgos pequeños y delicados, pero sus ojos eran redondos y
tan brillantes como el sol. Amenazaban con mirar a través de su alma.
Se estaba enamorando. No era sólo el vínculo de pareja lo que le atraía,
sino la propia Constance. Su lado humano, no su dragón, quería compartir
el mundo con ella. Sus emociones se convirtieron en un torbellino de
irracionalidad y necesidad.
No quería morir. Más que nunca, tenía miedo de perecer. Porque si lo
hacía, el futuro que podrían compartir se disolvería en la oscuridad.
Quería mostrarle Gaia en el lomo de sus alas, experimentar las muchas
nuevas primicias que ella tendría entre la vida de los dragones. Con ella,
podría construir un lugar al que pertenecer, una familia. ¿Sus hijos
tendrían más rasgos de él o de ella? ¿Serían tímidos o escandalosos?
En silencio, le dio el resto de su brebaje medicinal. El ardor de sus
heridas se evaporó, pero la somnolencia entró en su lugar. Le quitó parte
de su energía. Se obligó a mantener los ojos abiertos. No quería volver a
estar preso en su mente.
—Cuéntame una historia —pidió. Su voz de ruiseñor le devolvía a la
plena conciencia.
—¿De qué tipo? —preguntó ella.
—Una feliz. El momento más feliz de tu vida.
¿Qué hacía sonreír a Constance Rinehart?
Se apartó un mechón de pelo.
—No tengo muchos momentos alegres que contar. Mi vida es o bien
lúgubre o bien espantosa.
—Tiene que haber uno. Todo el mundo tiene un momento feliz. Es lo
que nos hace seguir adelante.
Su rostro se arrugó. Luego la suavidad la bañó y la calidez brilló en ella.
—La primera vez que curé a alguien con mi magia fue a los trece años.
Fue a Marzia. Enfermó de fiebre azul y no quería que mi mejor amiga
estuviera enferma, así que, lejos de Eduard, coseché algunas almas y las
añadí a su brebaje. La fiebre azul normalmente tarda una semana en
curarse con los cuidados adecuados, pero ella salió de la clínica en un solo
día. Saber que había marcado una diferencia me hizo hincharme de
alegría. Y el uso de la magia... es intoxicante.
—¿Y ella lo sabía?
—No, definitivamente no. Mi madre me dijo que nunca revelara mis
secretos a nadie. La brujería se castiga con la muerte.
—Los humanos pueden ser imprudentes.
—Temen lo desconocido. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú? ¿Cuál es
tu momento feliz?
—Cuando puse mis ojos en ti.
Un rubor subió a sus mejillas. Dudó, y luego una risa incrédula salió de
su garganta.
—No, quiero decir, de verdad. ¿El momento más feliz de tu vida?
—No estaba bromeando. He esperado siglos para encontrar a mi pareja.
Algunos dragones encuentran a sus esposas en sus primeros cien años.
Quinientos años se considera viejo cuando se trata de aparearse.
Empezaba a pensar que no había esperanza. —Sus ojos se encontraron
con los de ella—. Y entonces te vi. He soñado contigo desde que era un
niño. Y en ese momento, lo supe, y la euforia se apoderó de mí. Supe que
mi vida cambiaría para mejor.
—Pero no lo ha hecho.
—Sí lo ha hecho.
Ella lo escaneó.
—A mí no me lo parece.
—Pequeña llama, prefiero mil años de esto contigo a mi lado, que otro
día en el vacío.
—No entiendo qué ves en mí —dijo ella—. Estoy arruinada.
—Te enfrentaste a las dificultades. Y saliste de ellas más fuerte, pero
con cicatrices. Podemos curarlas juntos con el tiempo. Me haces sentir...
abierto, seguro, cómodo.
—¿Seguro? Soy una pequeña humana. No puedo protegerte.
Él sonrió.
—No en ese sentido. Seguro, como la forma en que uno se siente
cuando está en casa. A salvo. —Empujó su cuerpo hacia arriba. La
debilidad luchó contra él y lo presionó hacia abajo. Apretó los dientes. El
dolor ya no le atormentaba, no con su medicina, pero su reserva de fuerzas
era poco más que un charco.
—¿Qué estás haciendo? —Le regañó ella—. Vuelve a tumbarte.
—Mi dragón quiere besarte. —Mintió. No era su bestia quien lo
deseaba, sino él mismo.
Sus mejillas enrojecieron.
—No tienes que levantarte para eso.
Se hundió de nuevo en las sábanas y la miró expectante. Su respiración
se aceleró mientras se inclinaba hacia él. Cerró los ojos con fuerza y bajó
a sus labios. El tacto de su piel y su aroma a hierbas lo calentaron. Él
quería más, pero en menos de un segundo, ella se apartó. Intentó ocultar
su vergüenza, pero lo hizo muy mal. Podía oler la ansiedad que se
desprendía de ella en oleadas.
Ella hizo girar sus pulgares.
—Ya está.
—Otro —pidió. Ese breve sabor de ella apenas fue suficiente.
—No me presiones.
Una chispa se encendió en él. A pesar de su pasado, ella había reunido
la fuerza para besarlo. Él sabía que su experiencia con los hombres le
había cerrado el corazón.
Todavía había esperanza para su vínculo.

Todo en Everndale se estrechaba alrededor de Ashur. Era un dragón,


acostumbrado a la amplitud de la Fortaleza del Dragón y a los cielos
azules. Pero se sometía a la pequeñez de la ciudad, porque tenían las
mejores mujeres, y la compañía femenina era el mayor alivio para el
orgullo herido.
Se sentó en una habitación privada y lúgubre, iluminada sólo por una
vela parpadeante.
—Tienes los mejores músculos que he visto en mi vida —dijo la puta.
Tenía el pelo oscuro y una tez bronceada y acaramelada, exótica—. Una
espada, y muchas dagas. —Ella examinó su atuendo y la pila de armas
que dejó junto a la cama—. ¿Eres un caballero, quizás? —La prostituta se
bajó la pechera de su maltrecho vestido y reveló dos pechos regordetes y
alegres.
No le encantaba como lo haría una compañera, pero no pudo negar que
era preciosa. Ella agarró sus manos y las arrastró sobre su lechosa piel. Él
la obedeció, y luego ahuecó los suculentos montículos. Empujó su cadera
contra su tronco endurecido y gimió. El grito sonó dramático y forzado.
Soportó su teatralidad. Las putas siempre se esforzaban demasiado por
complacer a los hombres. Un cliente satisfecho significaba mayores
propinas.
—Algo así como un caballero —respondió él, y luego la levantó por la
cintura.
Ella cruzó las piernas alrededor de él. Gruñendo, la arrojó sobre la
cama, todavía entre sus muslos. Al final de la noche, los gemidos de esta
mujer se oirían al otro lado de la calle, y de verdad. Así era siempre con
sus putas.
Ella intentó besarlo, pero él apartó la cabeza. Esta mujer era un objeto,
una herramienta, y no quería besar a una chica que había compartido sus
labios con tantos otros brutos. El toque de su boca estaba reservado para
su compañera, y sólo para ella.
Un escalofrío recorrió la habitación. Una voz familiar lo sacó de su
lujuria. Resonó y rebotó en las paredes de su mente, exigiendo su
atención.
Ashur... Assshuurrr...
La Madre le llamaba de nuevo.
La puta frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
Se echó hacia atrás y luego volvió a sentarse en la silla.
Ashuurr, mi querido niño...
Se puso una mano en la frente.
—Déjame. Necesito un tiempo a solas. —Le ordenó a la prostituta.
Ella se sentó. No hizo ningún intento de cubrirse.
—¿Acaso mi servicio no es satisfactorio? ¿Prefieres que sea más
sumisa? Puedo hacerlo.
Su deidad le hizo una señal.
El momento está cerca, Ashur. Tienes que actuar pronto.
—Vete. No lo pediré de nuevo. —Buscó en su bolsa y sacó dos
monedas de plata. Las puso sobre la mesa—. Por tu servicio.
Su expresión brilló con incredulidad.
—Eso es... Gracias. —Cogió las monedas, se puso el vestido y salió
corriendo. La puerta sonó detrás de ella.
Le dolían las yemas de los dedos mientras sus garras amenazaban con
brotar de ellos. La llamada de la Madre le hacía más violento y deseoso
de destruir. Su toque mágico convirtió sus entrañas en un torbellino de
exceso de confianza. Con la Madre a su lado, era invencible.
Rayse está ahora en su punto más débil, le dijo la diosa en su cabeza.
Pronto será el momento de que reclames el lugar que te corresponde entre
los dragones de Everstone.
Cerró los ojos para escuchar su sensual voz con más claridad.
—¿Cuándo?
Pronto. Prepárate.
—¿En términos de qué? ¿Años de dragón? ¿Los tuyos? ¿Humanos?
Pronto, puede variar entre dos horas y doscientos años, dependiendo de la
escala de tiempo que mires.
No me cuestiones, querido dragón. El momento llegará cuando llegue.
Maldijo. La diosa estaba lejos de ser considerada. Pero, ¿por qué tendría
que serlo? Era una deidad. Él la había creído cuando le prometió el puesto
de líder del clan. Rynn, el otro dragón que le ayudó a escapar de las garras
de Shen, se burló de él por su confianza, y luego huyó como un gato
asustado cuando Ashur insistió en que siguieran las órdenes de la Madre.
Rynn no podía entender por qué la inmortal los ayudaría. Comparados con
ella, no vivían más que copos de polvo.
—¿Qué debo hacer?
Regresa a la Fortaleza del Dragón cuando te llame.
—Pero sus guerreros me atraparán en el momento en que entre en su
recinto.
Ten fe. Me aseguraré de que al final de esto, la cabeza de Rayse
Everstone esté en tus manos, y te alzarás a la gloria como el único dragón
que los gobernará a todos.
Asintió con la cabeza. No estaba seguro de que ella pudiera verlo, pero
tenía que hacerlo. La Madre lo veía todo y era omnipotente.
—Allí estaré.
Una frialdad lo invadió. Los dragones nunca sentían el frío, pero en ese
momento, él sí. Una sensación efímera se extendió por la habitación y se
desvaneció tan pronto como llegó. Sus hombros se hundieron. Acababa
de darse cuenta de que estaban tensos. Se frotó la cara con las dos manos
cansadas. Deseó que la Madre fuera más específica. Por ahora, no había
mucho más que hacer que esperar a que llegara pronto.
Sopló la tensión que se acumulaba en su estómago, y luego imaginó las
formas en que la Madre Dragón lo premiaría con el clan.

Constance pasó los dedos por la página del libro de traducción del
dragoniano al falroniano.
—Y... ¿cuál es el significado de luvre?
Rayse estaba apoyado en el cabecero de su cama, sin camisa. Ella se
sentó en la cama, a su lado, con el libro del tamaño de Goliath en el regazo.
Los últimos días que había pasado con el hombre consistieron en horas de
lecciones sobre dragones, historia y lenguaje que encendieron las llamas
de la intriga en ella. Rayse parecía irritable a primera vista, pero era un
profesor paciente.
—Luvre significa compañero —respondió—. Tú eres mi luvre. Como
yo soy el tuyo. —Le acarició la piel con el dorso de los nudillos. No pensó
mucho en su tacto, acariciándola inconscientemente.
Un rubor subió a sus mejillas. Se relamió los labios y trazó sus dedos
sobre la página.
—Y... ¿usado en una frase?
No le estaba sonsacando nada. Habían pasado por este proceso con otras
innumerables palabras. Primero, Rayse daba la definición y luego él la
seguía con una frase. Así le resultaba más fácil entender el idioma.
Una sonrisa rozó el lado de sus labios.
—Kemsanna risken dars luvre.
—¿Y eso significa?
—Mi pareja ha marcado mi alma.
Sus mejillas se pusieron más rojas.
—Ah, ya veo. Kemsanna... risken dars luvre. —Repitió la frase por
costumbre, para que la pronunciación se grabara en su lengua.
Se oyó un gruñido a su lado. Levantó la cabeza.
—¿Rayse?
—Ignora eso... Es sólo mi dragón actuando. Aunque sé que esas
palabras no salen del corazón, provoca... sentimientos... que no sé
controlar. —Se pasó los dedos por el pelo.
Tragó nerviosa y volvió al diccionario.
—¿Qué tal laska?
Él se rió. El sonido de su risa sonó como un soneto en sus oídos. Su
expresión era divertida.
—No deberías decir esa palabra.
—¿Qué significa?
—Es una palabrota. —Ladeó la cabeza—. No estoy seguro de cómo
decirlo en falroniano. Supongo que la forma más cercana de describirlo
es... ¿partirle el culo a un dragón?
La incredulidad y la alegría se apoderaron de ella, y luego se echó a reír.
—No creo que vaya a utilizar ese término en ningún hechizo.
—Tal vez no. Pero ensartarle el culo a un dragón podría ser útil en la
batalla.
—¿Puesto en una frase?
—Von islyna dron feska, ishna gars ish laska —dijo tras un momento.
—¿Qué significa?
—Si el dragón camina así durante mucho tiempo, la gente va a pensar
que le han partido el culo.
Ella procedió a repetir sus palabras, pero entonces sintió el áspero dedo
de Rayse en su labio. Intentó ignorar la forma en que su toque la hacía
sentir, aunque sin éxito.
—No creo que una femriahl deba decir esas palabras. —Su orden era
severa, pero su expresión brillaba con desenfado.
—Laska —dijo ella.
—No te acostumbres a decir eso. No quiero que mis hombres piensen
que te he corrompido. ¿Qué pensarán si su femriahl suelta palabrotas más
a menudo que un marinero experimentado?
—Tal vez se les suelte más la lengua, y los dragones de Everstone serán
conocidos como el clan más malhablado desde los vientos del oeste hasta
el este. —Se burló ella.
—Hay reputaciones peores que esa.
—Quizá haya un clan conocido por —apretó los labios mientras sacaba
el dragoniano de su escaso vocabulario— invokia rars risken les laska.
Si lo pronunciaba correctamente, esa frase significaba ser los maestros
de partirles el culo a los dragones.
Rayse levantó una ceja.
—Poniendo en práctica tu nuevo dominio del dragoniano, por lo que
veo.
—¿Qué sentido tiene el lenguaje si no puedes divertirte con él?
Maldecir es una buena manera de hacer frente a las malas situaciones. Mi
madre soltaba palabrotas por todas partes en Everndale.
La oscuridad se instaló en la expresión de Rayse.
—Everndale...
—¿Hm?
¿Por qué ese repentino cambio de tono?
—Pequeña llama, hay algo que deberías saber. —La ligereza de su
intercambio se había desvanecido de su voz.
¿Qué iba a decirle? Una parte de ella no quería oírlo, pero la curiosidad
acabó por imponerse a su vacilación. Cerró su libro y se giró hacia él.
—¿De qué se trata?
—Volví allí hace poco. Bastión ha muerto.
La noticia le llegó de golpe a su mente. Un escalofrío se apoderó de
ella, permaneciendo sobre su piel, sin permitirle moverse. Bastión... el
hombre que había asolado su infancia. El monstruo que la había
convertido en lo que era y que le había arrebatado a Marsella. Se había
ido de la tierra de los vivos. ¿Cómo?
—¿Lo mataste?
Él bajó la cabeza.
—Después de que me contaras tu historia, a ese hombre no le quedaba
mucho tiempo. No podía dejarle escapar, no después de lo que había
hecho. Hay un mal menos en el mundo.
—Pero...
¿Pero qué? ¿Qué significaba la muerte de su torturador? ¿Convertía eso
a Rayse en un monstruo más grande, porque había vencido al miserable?
¿O significaba que ella había provocado ese asesinato? Después de todo,
le había dado la descripción de Bastion, entendiendo que podría quitarle
la vida al violador allí mismo.
Él tomó sus manos entre las suyas.
—Debería haberte preguntado. No me fue sencillo controlar la rabia.
Habíamos discutido la noche anterior, y una parte tonta y bestial de mí
pensó que matarlo podría apaciguarte.
—Gracias —dijo ella, sin saber de qué otra manera reaccionar.
En su interior, sintió que un gran capítulo de su vida terminaba. La
muerte de Bastión no la llenó de felicidad, pero si la envolvió cierto
consuelo. Su madre había encontrado justicia, aunque demasiado tarde.
Era el momento de dejar atrás su miedo, su pasado. Creía que se había
librado de esos pensamientos plagados de dolor hace años, pero nunca se
habían ido. Constantemente ensombrecían sus acciones, sus emociones.
—¿No estás enfadada? —Le preguntó.
Aunque lo intentó, era difícil comparar el asesinato de Rayse con el de
Bastión. Él había matado en nombre de la justicia; Bastión había sido
simplemente un salvaje.
Negó con la cabeza.
—¿Por qué iba a enfadarme? Lo hiciste por mí. Quizá sea demasiado
violento para mi gusto, pero ese hombre se merecía su destino. ¿Cómo
fue?
Una parte oscura de ella deseaba que su muerte hubiera sido espantosa
y dolorosa, pero la sanadora que había en ella no podía desearle un destino
así a alguien, ni siquiera a sus peores enemigos.
Él la abrazó más fuerte. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba
temblando.
—En una pelea, aunque muy unilateral. Le atravesé las tripas con mi
daga y luego le corté la cabeza con mi espada. Hubo cosas que sucedieron
antes de eso... No creo que quieras escuchar los detalles.
—Dejó a mi madre retorcida y mutilada.
Él ahuecó su cabeza y la arrastró hacia su pecho.
—Entonces recibió su merecido.
En medio de su intento de reconstruir su desconcertada mente, un
gruñido le tembló en la barriga.
—¿Tienes hambre? —preguntó Rayse.
Una sonrisa tímida apareció en sus labios.
—Llevamos toda la mañana mirando libros. Iré a buscar algo de comer.
—Se apartó de su calor y deslizó los pies fuera de la cama.
—Carne cruda, por favor. La chamuscaré yo mismo.

Había pasado una semana desde que Rayse le habló de Bastión. En ese
tiempo, la puerta de sus sentimientos se había abierto lentamente. Día tras
día, él le había demostrado que no se parecía en nada a los hombres de su
infancia. No podía verlo como la bestia que sus falsas percepciones le
habían asegurado.
Sonreía para sí misma cuando se dirigía a su dormitorio. Aquel lugar
empezaba a sentirse más como un hogar. Había colocado más adornos -
flores y retratos que le había pedido a Nanili que trajera- que le recordaban
su casa de campo en Evernbrook. Con el tiempo, llenaría el lugar con sus
pertenencias, y la habitación de Rayse sería su lugar favorito en Gaia.
En realidad, ya lo era.
Entró, con un tazón de líquido de hierbas chapoteando en su mano. Era
hora de que se tomara su medicina.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Constance.
Rayse permanecía junto a la cama, de espaldas a ella. Las sábanas
blancas se arrugaban en una esquina, tiradas por él. Giró la cabeza para
mirarla.
—Levantándome. Llevo demasiados días tumbado en la cama, inquieto.
—No dije que pudieras. —Dejó apresuradamente el cuenco en la
mesilla de noche y corrió a su lado.
Él se rió.
—Si sigo tus órdenes, voy a estar en esta cama el resto de mi vida.
Ella le puso las manos en los codos y le ayudó a levantarse. No se
opondría a su deseo de estar de pie; pero era mejor que ella guiara su
recuperación a que él intentara levantarse por su cuenta y se lesionara.
—Tranquilo —dijo ella, observando sus movimientos como una mama
gallina.
Él hizo una mueca de dolor y a ella le dio un vuelco el corazón. Le
apretó más los brazos.
—No te esfuerces si te duele mucho.
—Estoy bien —contestó, aunque la frustración teñía su tono—. No
subestimes a los dragones.
La estaba estudiando de cerca, incluso mientras luchaba por
equilibrarse. Su respiración se volvió pesada. Rayse era como una ola que
la arrastraba con las corrientes más fuertes. Incluso con él pasando tanto
tiempo con ella, una mirada suya podía hacerla perder el control.
Se estaba sintiendo cómoda con él. Las alarmas en su cabeza habían
cesado hace tiempo, y podía hablar con él como si fuera su mejor amigo.
Debería haber sido cautelosa y temerosa, pero incluso cuando se
recordaba a sí misma esas familiares emociones, no aparecían.
Tal vez su estado de debilidad la hizo abandonar sus barreras. Hacerle
daño era imposible en su estado actual. Y en ese breve respiro, su
confianza en él había aumentado.
Un pensamiento se consolidó en su mente: Rayse no era Bastión ni esos
hombres de los burdeles. Era amable y honesto, aunque bruto y
desagradable.
En él, ella veía la felicidad.
Pero estaba destrozada. Intentó no dejar traslucir su dolor. Le
destrozaba por dentro saber lo tonta que había sido hace un tiempo,
cuando cogió la sangre de ambos. Había mezclado sus esencias para
lanzar un hechizo que cortaría su vínculo para siempre. Había tirado por
la borda un futuro de felicidad sin siquiera darse cuenta.
Una vez que me aparee con él, lo perderé.
—Espléndido —dijo una vez que él se puso de pie. Sonrió
alentadoramente—. Ahora intenta dar un pequeño paso adelante.
—Hazte a un lado. Necesito hacer esto por mí mismo.
Ella hizo lo que le dijo, pero estaba preparada para saltar a su rescate si
tropezaba. Él dio un paso tentativo, luego dos. Luego cerró los puños y
trató de acelerar hasta alcanzar un ligero trote. Inmediatamente vaciló.
Ella se abalanzó hacia él y lo sujetó.
—¡No te esfuerces demasiado!
El sudor le llegaba a la línea del cabello. Y una sonrisa de culpabilidad
se dibujó en sus labios.
—Esperaba haberme recuperado mucho más. Estar tan débil es algo
extraño para mí, compañera. Me han herido mucho más que esto y
normalmente ya estaría curado diez veces.
—Todavía falta un mes para que puedas empezar a volar y hacer otras
actividades extenuantes.
—No necesariamente. —Sus ojos ahumados brillaron, enmarcados por
sus desordenados mechones—. Si completamos el vínculo, al amanecer
estaré en mejor forma que nunca.
Se enderezó. Entonces, en lugar de que ella lo sostuviera, él la sostenía.
Su piel seguía ardiendo al tacto. Su aliento caliente le acariciaba la mejilla.
El corazón se le salió del pecho.
—Pequeña llama... ¿crees que podrías completar el vínculo ahora?
Ella se mordió la lengua y apartó los ojos de la intensidad de su mirada.
Podría derretirla si la miraba durante mucho más tiempo. Se imaginó
recorriendo con sus besos su cincelada mandíbula, y sus manos ahuecando
sus montículos.
—Rayse... yo...
Le echó una mirada. La lujuria irradiaba de él en oleadas. De repente,
la habitación carecía de oxígeno y sus pulmones se asfixiaban. Las
comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—Ya puedes regañarme. Ya no tienes miedo.
No lo dijo, pero ella le había estado tocando mucho más. A veces
deliberadamente, porque quería pasar sus manos por su pelo, y él se lo
permitía. A veces, trazaba sus dedos sobre su piel inconscientemente, y
luego se retiraba cuando se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Estar
con él era algo natural. Como la miel y los limones, ambos se
complementaban perfectamente.
Podrían ser capaces de completar el vínculo. No estaba segura de
confiar lo suficiente en él, pero había una posibilidad...
Podía haber habido una posibilidad. Cualquiera que fuera la
probabilidad de éxito, ella la había arrojado a los vientos cuando lanzó ese
hechizo de separación.
—No te tocaré a menos que tenga tu permiso —dijo—. Pero puedo oler
tu deseo. No te entretengas demasiado. Mi dragón ha estado sometido por
mis heridas, pero está volviendo.
Sus muslos se apretaron y estuvo a punto de derrumbarse por la tensión
que se acumulaba dentro de ella. Forzó una risa ahogada.
—¿Apenas puedes caminar y quieres aparearte? Tal vez eso pueda
esperar. —Le apartó, a pesar de que su alma se agitaba con vehemencia
en señal de desacuerdo. Perdió su calor al retroceder. La frialdad de la
habitación le atravesó por dentro, y se abrazó a sí misma—. Todavía no
estoy preparada, Rayse. —Mintió.
Probablemente hace tiempo que lo estaba. El apareamiento a veces
también la sacudía, y una voz en su cabeza le decía que lo reclamara. Ella
lo deseaba tanto como él a ella.
Pero una vez que se aparearan, se perderían el uno al otro.
Ese pensamiento le hizo sentir un gran pesar en el pecho y sus ojos se
llenaron de lágrimas.
Nada de llorar. Llorar es una muestra de debilidad, y el mundo se come
a los débiles.
Pero Rayse no era como el resto de Gaia, y sabía que él no la dejaría de
lado, aunque le abrumara lo débil que podía ser. Las lágrimas se
precipitaron a sus mejillas, brotando como una cascada. Su nariz tembló
congestionada. Se frotó los ojos con los dedos.
—Te he hecho llorar.
—No, no es culpa tuya. —Forzó otra risa—. Simplemente soy un
desastre emocional.
No quiero perderte...
—No hay prisa. Tómate tu tiempo. Tu corazón se abrirá a mí
finalmente.
Ya había conseguido abrirse paso en su corazón, pero él no lo sabía. En
el poco tiempo que habían pasado juntos, él había robado una parte de
ella, y sabía que la conservaría mientras estuviera viva.
La sombría realidad se posó sobre ella.
—Pero no hay tiempo. Tienes menos de un mes antes de que el
apareamiento te consuma. No quiero ser yo quien te mate.
—Hay peores formas de morir que por amor —bromeó.
¿Cómo podía bromear cuando el futuro parecía tan oscuro?
—No deberías irte en absoluto. —Las lágrimas seguían brotando de sus
ojos. Abrió los brazos y ella se acercó a él, permitiendo que la cubriera
con su dulce calor. Se sentó de nuevo en la cama y ella lo hizo con él,
acurrucándose contra su sólido pecho. Respiró su ardiente aroma—.
Dame un par de días para prepararme. Entonces me aparearé contigo.
Dos días más antes de tener que renunciar a él.
Su suave mano le rozó el pelo.
—No es mucho tiempo para esperar una eternidad de felicidad.
Ella hundió la cabeza en su cuello. El pliegue de su hombro se ajustaba
perfectamente a ella.
—Lo siento.
—No deberías tener la costumbre de disculparte. Eres mi femriahl. La
Amenaza Negra no se disculpa. Su mujer tampoco debería hacerlo.
Su llanto se calmó y consiguió reprimir su tristeza de nuevo.
—Lo siento de todos modos.

Una sonrisa rozó los labios de Rayse cuando su compañera arrastró un


cubo de agua a la habitación. Estar herido tenía sus ventajas.
—Estoy segura de que ya puedes lavarte.
Él sonrió.
—Sí, pero me gusta cómo lo haces tú.
Ella suspiró y luego mojó el trapo en el cubo de agua y jabón. Arrastró
el trapo por su bíceps y luego por sus pectorales. Él podía oler la humedad
que venía de debajo de sus muslos. Ella se apartó y su dragón gimió de
anticipación. Quería más. Siempre más cuando se trataba de Constance.
Su primera preocupación era que ella hacía esto para otros hombres a
menudo como sanadora. Le había jurado que nunca sería capaz de tener
tanta intimidad con otros machos. En caso de que un hombre estaba así de
incapacitado, Eduard se encargaba de su limpieza.
—Puedes limpiarte tu propia... um, cosa —dijo ella, pasándole el paño.
—Pero no puedo mover el brazo. Me duele mucho.
Sus mejillas se pusieron rojas.
—Por favor...
Él se rió, luego cogió el trapo y actuó como se le dijo. Cuando terminó,
se lo devolvió y ella lo lavó en el cubo. Al final tendría que acercarse a su
polla. Se puso rígido, imaginando sus labios hinchados sobre su vara,
chupando... lamiendo...
—Date la vuelta. —Le pidió.
Él se puso boca abajo. Sus músculos se tensaron cuando le frotó la tela
sobre su espalda, restregándolo suavemente. Sus dedos le hacían
cosquillas en la piel de vez en cuando. Sus dientes se apretaron para
reprimir el gemido que se forzaba en su garganta. Esta mujer era
completamente inconsciente de lo que podía hacerle.
Estaba débil, pero ahora estaba lo suficientemente curado como para
doblegarla contra su voluntad. Nunca lo haría, aunque su bestia gruñera y
gritara, enjaulada como un animal en su fortaleza mental. Luchar contra
ella iba a matarlo, literalmente.

Su semana con Rayse encendió una nueva chispa en ella. No sabía que
podía hablar de tantas cosas con un solo hombre, y él era paciente, siempre
dócil, casi nunca exigente.
Sus ideas sobre él se habían astillado irremediablemente como un trozo
de cristal. Había visto a través de su fachada de bruto.
Estar con él era... divertido, cálido, perfecto. Y ella sólo había conocido
su lado humano. El dragón que había en él acechaba bajo su piel, y a pesar
de su miedo, anhelaba ver y comunicarse con su otro yo pronto. Eso
alimentaba su curiosidad.
Se sentó en el sofá y observó cómo él se abría paso por el salón para
responder a los golpes en la puerta. Podía caminar con cierta normalidad,
pero trotar, correr o cualquier otra actividad extenuante sólo serviría para
agravar sus lesiones. Todavía tenía que recuperarse en casa.
Su mirada recorrió las crestas de los músculos de su espalda. No le había
exigido sexo, aunque ella veía la necesidad consumiéndolo como un
caldero burbujeante. Estar con él durante tanto tiempo bajo un mismo
techo hacía que ella también lo necesitara. Le asaltaban imágenes de él
explorando sus partes más íntimas.
—Señor —Saludó Shen, cuando Rayse abrió la puerta principal.
El Rayse severo y con cara de piedra, emergió de la personalidad de su
compañero. Enderezó los hombros. Y ni el más mínimo atisbo de sonrisa
adornó sus labios. Había sido testigo de su amabilidad durante esta
semana, y una parte secreta de ella se regocijó al saber que su lado tierno
se reservaba para ella, y sólo para ella.
—Shen —dijo Rayse. Asomó la cabeza al exterior.
Su subordinado entró.
—Me he asegurado de que las calles estuvieran vacías, salvo por el
vuelo de Fraser.
Rayse cerró la puerta.
—¿Qué noticias traes?
Se sentaron y, curiosa, Constance se acercó a ellos. Ella también quería
más información sobre la Fortaleza del Dragón.
Shen negó con la cabeza.
—Malas noticias. Los dragones se están poniendo nerviosos sin su
líder. Se habla de que dejaste el clan con tu compañera y renunciaste a tus
responsabilidades. Algunos piden un torneo para elegir al próximo
femrah; otros hablan de separarse y crear sus propios clanes. Sin ti
uniéndolos a todos, este clan se está desmoronando.
—Pero sólo ha pasado una semana.
—La Madre Dragón ha despertado y está llamando. Eso está
encendiendo más las llamas de la revuelta, creo.
—Maldita sea.
—¿No ha completado el vínculo, milord? —Le lanzó una mirada hacia
Constance.
La culpa se extendió en su pecho. Ella tragó saliva.
—No —contestó Rayse—. Tal vez pueda cambiar y volar alrededor del
perímetro de la Fortaleza del Dragón. Para que me vean. Eso podría
calmar sus preocupaciones.
Se cruzó de brazos.
—Definitivamente no es buena idea. Eso sería demasiado peligroso.
—No puedo esconderme en mi casa para siempre.
—Rayse, ¿puedes transformarte en esta condición? No sé qué tan
extenuante es el cambio, pero es probable que sea más difícil que caminar.
Ni siquiera puedes andar rápido sin una ligera cojera, ¿y esperas volar
como una enorme bestia? ¿Y qué pasa si alguien intenta desafiarte?
Frunció el ceño.
—No puedo dejar que este clan se desmorone.
—No dejaré que te hagan daño. —Su instinto de protección hacia él se
disparó. Su mandíbula se tensó y dejó escapar la tensión a través de un
suspiro—. Dijiste que los dragones creen que Rayse ha huido, ¿verdad?
—Le preguntó a Shen.
—Sí. Tu ausencia es uno de los principales factores para que lo
supongan, femriahl.
Ella asintió.
—Entonces, si me ven mañana, clara como el día, eso aliviaría algunas
de sus preocupaciones.
—Sí, lo haría —afirmó el guerrero.
—Entonces, mañana reanudaré el trabajo. Eso podría ayudar.
Un gruñido bajo retumbó en la garganta de su compañero.
—Pero yo...
—Fraser estará conmigo —dijo ella—. Y Marzia con él para hacerme
compañía. Es uno de tus mejores guerreros, ¿no? Estaré bien. —Le puso
una mano en el brazo, esperando reconfortarlo.
—Otro macho —espetó, y sus ojos brillaron de color amarillo.
Shen dio inconscientemente un paso atrás. El malestar se desprendía de
él en oleadas.
—Um, pero femriahl, si no ven a milord por sí mismos, eso no servirá
demasiado por mucho tiempo. Puede que nos permita ganar unos días.
Lord Rayse tendrá que estar de vuelta para esta semana si no queremos
ninguna revuelta, y no se está curando lo suficientemente rápido.
—Intentaré terminar el vínculo para mañana por la noche —afirmó ella,
con el pánico nadando en su interior.
Los ojos de Rayse se abrieron de par en par.
—¿Estás lista?
—Todavía no. —Nunca lo estaría. ¿Cómo iba a renunciar a él? Pero por
su propio bien, tenía que hacerlo. No quería matarlo—. Dame un día para
prepararme.
El suave roce de sus labios acarició su mejilla.
—Gracias.
Ella se deleitó con su contacto, pero se desvaneció tan pronto como
llegó. Pasaría la mayor parte de esta noche con Rayse. Sus últimos
momentos con él eran un tiempo prestado y, antes de que se le escaparan,
se aferraría a ellos con todas sus fuerzas.
uida de ella —ordenó Rayse, odiando la forma en que
Constance estaba junto a Fraser. Claro, Marzia tenía una mano
suave en el brazo de Fraser, recordándole que el dragón azul
ya estaba pillado, pero su posesividad le superaba.
Su mente, su cuerpo, todo en él estaba ardiendo. No le quedaba mucho
tiempo. Pronto, a pesar de que sus heridas se habían curado, se rendiría y
se derrumbaría. Estaba haciendo un buen espectáculo para ocultar su
dolor, pero los animales eran buenos en eso. Algunos pájaros se
comportaban con total normalidad para engañar a sus depredadores, y al
día siguiente caían muertos por una enfermedad subyacente. Los dragones
compartían el mismo rasgo con esas pequeñas criaturas.
Fraser inclinó la cabeza.
—Lo haré, milord.
Todo este acuerdo le molestaba. Debería pedirle a Constance que se
quedara. ¿Pero por qué? Ella había ido con Fraser a la clínica antes. Esto
no era diferente. Había pocas razones para que se quedara.
El zumbido de la Madre corría ligeramente en el fondo de su mente
como un río constante. Su dragón se agitó, queriendo responder a su
llamada.
—Mantente a salvo —rogó, besándola en la mejilla e ignorando la
demanda de su dragón de que llevara ese beso más allá.
—Tú también mantente a salvo —respondió ella, sonriéndole.
Tuvo que volver rápidamente a la penumbra de su casa para que nadie
lo descubriera y, con mucho desdén, forzó la puerta para cerrarla tras la
espalda de Constance, que se retiraba.
La habitación parecía de repente más oscura sin ella, como si se hubiera
llevado consigo todo el calor del interior. El tiempo volaba como el viento
siempre que lo pasaba con Constance. Ahora, se arrastraba como una
tortuga escuálida. Se dirigió a la despensa, ignorando el escozor que cada
paso le producía en la pierna, y buscó un enorme trozo de carne de una de
las carcasas que Shen le había proporcionado. Necesitaba energía para
combatir su agotamiento.
Cuando terminó de comer, se dirigió a la ventana y miró el reloj de sol.
Apenas había pasado tiempo. Maldijo. Todo este día iba a ser una
pesadilla de aburrimiento.
Niños...
Se puso rígido. Nunca había oído a la Madre Dragón con tanta claridad.
Ha llegado la hora.
La preocupación le atravesó como un rayo. Constance. ¿Cómo
reaccionarían los otros dragones a la llamada de la Madre? Esperarían que
su hembra la saludara como mínimo, y si no venía, ¿cómo tratarían a su
compañera?
No podía dejarla sola para enfrentarse a su diosa. Tenía que salir de su
escondite.

Constance levantó la solapa de la clínica y entró a grandes zancadas,


mientras Marzia la seguía. La habitación apenas había cambiado desde su
última aparición. Greta parecía tan loca como siempre, con sus
demasiadas bufandas y su tupido pelo blanco. La dragona estaba
limpiando enérgicamente su equipo, como solía hacer.
—¿Sigues viva? —preguntó, sin levantar la vista—. Pensé que te había
arrancado la cabeza un dragón.
Una sonrisa tímida se dibujó en un lado de la cara de Constance.
—La cabeza está perfectamente intacta.
—¿Usando la enfermedad como excusa para retozar, calabaza?
—No, nada de eso.
—Me gustaría que mis aprendices fueran más responsables.
Se tragó su duda. ¿Era ira lo que oía en la voz de Greta? ¿O molestia,
tal vez? Debería haberle dado una razón adecuada antes de escabullirse
de sus obligaciones.
—La mancha roja me tenía bastante incapacitada —dijo, tratando de
inventar una excusa para darle.
La anciana entrecerró los ojos.
—Eso no se da por aquí. La mancha roja es una enfermedad de clima
cálido.
Sus hombros se tensaron.
—¿He dicho roja? Quise decir azul.
Ella se dio cuenta de su mentira, pero no insistió. La anciana volvió a
su tediosa tarea de limpiar cuencos de madera perfectamente tallados,
dejándola colgada en silencio. Cambió su peso al otro pie y se agarró a
los lados del vestido con un gesto nervioso.
—¿Hay algo que quieras que haga?
—Hay un revoltijo de hierbas del último envío junto al mishram, por
allí; ayúdame a ordenarlas en fajos organizados.
Había esperado aprender más sobre curación y hechizos, pero suponía
que no se lo merecía después de haber descartado sus deberes. Miró a las
mujeres azuladas alineadas en una fila ordenada, como avatares sin vida.
Siempre conseguían inquietar su estómago.
Una trompeta sonó de fondo.
El sonido fue tan brusco que se sobresaltó. Se dio la vuelta y notó una
extraña rigidez en los hombros de Greta. Los heridos en sus camas
empezaron a agitarse. Constance frunció el ceño. ¿Qué estaba ocurriendo?
—¿Greta?
—¿Sientes eso? —Le preguntó la mujer a Fraser. La emoción bullía en
las expresiones de todos los dragones.
Ella se quedó boquiabierta.
—¿Sentir qué? —preguntó, palmeándose la mejilla para comprobar si
se le escapaba algo. ¿Había cambiado la temperatura?
Fraser se apartó de la pared y asintió.
—Está aquí. La Madre Dragón ha venido a visitarnos. Sabía que nos
buscaría a nosotros, los Everstones, primero. Ella reconoce nuestra fuerza.
—Va a haber problemas. Los dioses y similares siempre dan problemas
—suspiró Greta—. Si tan sólo mi amado estuviera aquí para ver esto. —
La dragona se puso en pie y dio una palmada. Sacó sus gafas de sus
pañuelos y las ajustó sobre sus ojos—. ¡La Madre Dragón! Nuestra diosa.
Qué honor. Nos tomamos un descanso por hoy, calabaza, deja esas
hierbas.
—¿Necesito un poco de ayuda? —gritó un paciente, tratando de
levantarse.
La curandera frunció el ceño.
—Sois demasiados —dijo, aunque ella sólo contó cuatro hombres—.
Todos podéis caminar. Cojead si es necesario.
El paciente refunfuñó algo en voz baja, pero no se quejó más. Todos los
que estaban en la clínica se fueron a toda prisa. Constance no estaba
segura de qué esperar. Sabía que la Madre Dragón era su diosa, y la
mayoría de los creyentes de todas las religiones matarían por ver a sus
deidades, pero seguía sin entender su entusiasmo. Nunca había sido una
persona religiosa.
Mientras se arrastraba con la multitud, Fraser la jaló a un lado.
—Esto es malo —dijo.
—¿Por qué?
Ella miró a su alrededor, observando los rostros regocijados alrededor
de la Fortaleza del Dragón. Cantos de celebración provenían de algún
lugar cercano, y el sol era particularmente brillante hoy, nivelando las
temperaturas normalmente demasiado frías de las montañas.
—El primero al mando tendrá que dar la bienvenida a la Madre, como
es costumbre, o al menos eso está escrito en los libros.
Abrió y luego cerró la boca como un pez fuera del agua.
—Está escondido.
—Tú eres la siguiente mejor opción, ya que eres la femriahl. Esperemos
que la Madre no se ofenda.
—Pero no puedo hacerlo. No soy... no soy apta para esto. Sólo soy una
chica, sólo soy... Constance.
—Eres nuestra femriahl. Eres igual que Rayse. El vínculo sólo se crea
si el dragón encuentra a alguien que lo merezca.
Su estómago se revolvió. Tenía ganas de vomitar.
—Muy bien.
No tardaron en reunirse todos los miembros disponibles del clan
Everstone frente al claro. Nunca se había imaginado ver a tantas bestias
con escamas reunidas en un lugar relativamente pequeño. Demasiados
depredadores compartían este espacio, y pensar en tantos ojos brillantes
juzgando cada uno de sus movimientos cuando se acercaba a la Madre le
hacía querer esconderse como un ratón.
Una excitación electrizante se abría paso entre la multitud mientras
esperaban a su diosa. Por las venas de Constance corría otro tipo de
zumbido, y no era de los buenos. Al notar su tensión, Marzia le tocó el
brazo. Su tacto no contribuyó a reducir el gélido nerviosismo que la
recorría, como un pañuelo en una tormenta de nieve.
—Estarás bien —dijo Marzia.
—Voy a meter la pata de la manera más horrible. ¿Y si pregunta por
Rayse?
—Podría estar fuera haciendo recados.
—Dudo que a la Madre le guste esa excusa. Ella es una divinidad. ¿No
se dará cuenta de mi mentira?
—La mayoría de los dioses son justos, o eso dicen las historias. —
Marzia forzó una sonrisa—. Sólo hay que tener fe.
—Fe —repitió—. Sí.
Su fracaso iba a ser la muerte de Rayse. Imaginar que uno de sus
súbditos lo mataba, simplemente porque ella le causaba debilidad, la
ponía enferma. Al pensar en ello, un rescoldo de determinación se
encendió en ella, dándole lo que necesitaba para superar esta prueba.
Tenía que ser fuerte ante esta tumultuosa situación, por el bien de su
compañero.
Pasó un rato antes de que sonara otra trompeta. La agitación de la
multitud se diluyó en la nada. El silencio se apoderó del claro con una
gran expectación. Constance buscó en el cielo a la Madre. Sus pulmones
se contrajeron. Su cuerpo no podía contener la falta de aire durante mucho
tiempo. Se vio obligada a aspirar con fuerza y sólo entonces se dio cuenta
de que había dejado de respirar. Intentó calmar el temblor de su interior,
pero la ansiedad tiró de su pecho como un titiritero implacable, haciéndolo
imposible.
Un relámpago atravesó el claro cielo azul y las nubes se abrieron. La
oscuridad se filtró a través de las nubes como tinta oscura. La sombra de
un ala bajó de ellas, luego dos garras. Los cielos apagados y grises
volvieron a su azul vibrante en cuanto la dragona opalescente descendió
de ellos. La Madre brillaba bajo el sol como un diamante perfecto. La
diosa era nada menos que magnífica. Algo esplendido de contemplar. Los
humanos creían que los dragones eran sus dioses. Eran tontos al pensar
así. Los dragones ordinarios eran como insectos comparados con la
magnificencia de su diosa. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Cómo iba
a enfrentarse a ese ser?
Al lado de la Madre, no era ni siquiera una sombra. El brillo de la diosa
podía borrar su propia existencia.
La belleza se encaramó en lo alto de los escalones de la Fortaleza del
Dragón. La magia se aglutinaba a su alrededor. Una vez finalizada la
transformación, una mujer tan radiante como la dragona se encontraba en
el lugar que ocupaba antes la bestia. Una corriente de pelo largo y oscuro
caía en cascada alrededor de sus curvas, ocultando sus exuberantes
pechos. Sus ojos no tenían un solo color. Reflejaban la luz con matices
como los de un arco iris. El tono de sus labios rivalizaba con el de las
rosas más rojas: estaban llenos y brillaban al sol.
La Madre Dragón no se avergonzaba de su desnudez. No tenía nada que
ocultar, no con su esplendor y gracia. Su mirada cayó sobre Constance
como un martillo.
Un dedo delgado y de forma perfecta salió del puño de la diosa. La
señaló.
—Tú. Ven.
Las palabras estaban en falroniano. ¿Cómo sabía la Madre que ella sólo
dominaba esa lengua? ¿O era esto obra de la magia?
El nerviosismo le revolvió las tripas. No quería moverse, no en
presencia de esta diosa. Entonces, el recuerdo de la situación de Rayse se
enroscó a su alrededor, impulsándola a hacerlo. Marzia le apretó la mano
en un último intento de infundirle ánimo. Todos los ojos estaban puestos
en ella. Los Everstones querían saber cómo reaccionaría la Madre ante
ella.
Como una cadena pesada, la ansiedad le hacía difícil arrastrar los pies.
Cada paso que subía la escalera era más difícil que el anterior. La
impaciencia comenzó a emanar de la Madre.
—No me hagas esperar, humana —Le ordenó la diosa. Su voz
retumbaba, pero no era grave. Resonó en el claro como una fuerza
sobrenatural, pero a pesar de su poder, era aterciopelada, como la más fina
de las telas.
—Mis disculpas, eh… —¿cómo debía dirigirse a la dragona?— diosa...
—Se rascó los costados de su vestido y subió corriendo las escaleras. Se
arrodilló a los pies de la Madre—. ¿En qué puedo servirte, diosa?
—Rayse no está aquí —afirmó la deidad, ignorando su pregunta.
—No... no está. —Constance tragó saliva.
—El líder de los dragones de Everstone no está aquí para recibirme. En
su lugar, he sido invitada a este clan por... ti... —Se burló—. Qué muestra
de falta de respeto.
—Rayse... —Se mordió el labio inferior. ¿Podría mentirle a una
diosa?— Está preocupado.
—Preocupado, dices.
—Mis más humildes disculpas, diosa. Rayse me ha concedido el honor
de darte la bienvenida al clan, y como femriahl, haré lo que él diga e
intentaré hacer lo mejor posible para que tu estancia aquí sea lo más
cómoda posible. —Arrastró las palabras por su lengua lentamente,
contradiciendo el ritmo de su pulso acelerado.
Un zarcillo de magia se abrió paso desde las puntas de los dedos de la
Madre. Su danza hacia Constance embelesó su mirada. ¿Cómo hacia eso?
¿Magia del alma? ¿Pero ese arte no requería que los hechizos se
expresaran en voz alta?
Había algo extraño. Era oscura... vil...
Rozó el lado de su mejilla e inmediatamente, sintió una horrible
punzada de dolor allí. Se estremeció y ahogó un aullido. El arco iris de los
ojos de la diosa se oscureció en un rojo vicioso.
—Con un solo movimiento de mis muñecas podría aplastarte hasta
convertirte en nada.
A Constance se le secó la boca. El sonido de los latidos de su corazón
era ensordecedor. Envolvió su mano izquierda sobre la derecha.
Temblaban bajo el terror.
Una demonio.
Las palabras le llegaron en un instante. La Madre no inspiraba
pensamientos de reverencia, como deberían hacerlo los dioses. Constance
pensaba que la "deidad" femenina era una abominación. La magia de la
diosa se agitó en su interior. Su cuerpo y su alma se defendieron. Se opuso
a los zarcillos violáceos. Su arte era antinatural. No debería existir nada
tan poderoso y demoníaco.
—Pero —la diosa chasqueó los dedos, e inmediatamente su magia
amenazante se esfumó—, mi misericordia no tiene límites. Te perdonaré
la vida durante un rato más, aunque no durará mucho después de hoy.
La Madre la miró expectante.
El ceño de Constance se arrugó. Luego, al darse cuenta de lo que quería
la mujer que tenía delante, inclinó la cabeza hacia el suelo en un profundo
gesto de respeto.
—Gracias, diosa.
La deidad pasó por delante de ella, dando por terminada su
conversación y haciendo como si nunca hubiera ocurrido. Era casi como
si la mujer no acabara de aterrorizarla. En ese instante, se sintió
insignificante, sin valor; no era más que una mosca a los ojos de la Madre
Dragón.
—Levantaos —ordenó, esta vez en lengua de dragón.
Constance giró la cabeza y se puso rígida. Había estado tan preocupada
por la Madre que no se había dado cuenta de que todo el clan había estado
inclinado en una reverencia todo el tiempo, tanto los dragones como los
humanos.
¿Realmente esta demonio merecía tanto respeto? Pero era tan
hermosa...
Una serie de palabras en lengua dragón salieron de los labios de la diosa.
Ella aún no dominaba el idioma lo suficiente como para entender la mayor
parte, pero sus oídos captaron y tradujeron las palabras que importaban.
Una sensación de temor la invadió como una pesada roca.
—Rayse... está debilitado. —Oyó decir—. Ha estado escondido
durante la última semana y no es merecedor de este clan. He elegido a un
nuevo contendiente como líder de los Everstones.
Ella lo sabe, pensó. Sabe lo de Rayse y ahora está traicionando
nuestra situación ante el clan. ¿Traicionar? La Madre no había hecho
eso. La diosa no se había posicionado de su lado, y ahora parecía obvio
que, fuera cual fuera el bando de la dragona, no era el suyo.
Otro dragón descendió de las nubes. Constance reconoció su musculosa
forma marrón: Ashur. ¿Ashur? ¿Este subordinado sin carácter iba a
sustituir a Rayse? La idea casi la hace reír, si no fuera por lo preocupada
que estaba por la situación. La bestia marrón no podía competir con él. En
su estado actual, Ashur ocuparía el puesto con la misma facilidad con la
que se arrebata una flor de un campo, o peor aún, si su compañero de terco
como una mula no sabía cuándo rendirse, podría perderlo.
No supo interpretar las siguientes palabras de la Madre, pero no fue
difícil deducir su significado por sus gestos. La diosa estaba señalando
hacia la dirección de su hogar, delatando la ubicación de Rayse.
Sintió que sus fuerzas se debilitaban. Su cuerpo le pedía que se rindiera,
que se dejara llevar y permitiera que los vientos se llevaran su voluntad.
Pero no quiso tomar ese camino, a pesar de que era más fácil. Cerró los
puños y se puso en pie.
La Madre se giró, con los ojos de un azul gélido. El aire que la rodeaba
se volvió frío.
—No te he dado permiso para ponerte de pie.
Constance reunió todo su coraje en su voz.
—Ocuparé su lugar.
—¿Su lugar?
—El de Rayse, en este desafío. Me enfrentaré a Ashur en su lugar. ¿Hay
alguna regla que no lo permita?
—Interesante. —La diosa se cruzó de brazos, considerándolo—. Hay
una. Pero no hay vuelta atrás después de que un ishnar kra sea elegido, y
a diferencia de Rayse, no se te permitirá rendirte. Tendrá que hacerlo él
en tu nombre, y si decide no hacerlo... —Su sonrisa se amplió ante la
perspectiva de la muerte de la humana.
Constance se estremeció. Esto es una estupidez. Pero entonces, la
imagen de Rayse luchando por correr, y su herida en carne viva, aún sin
cicatrizar, ardió en su mente. Era su responsabilidad. Quería protegerlo.
¿Podría siquiera manejar el cambio en este estado? Al menos ella podía
moverse más rápido que una lenta caminata. Según ese criterio, era la
mejor candidata para derrotar a Ashur, aunque eso no significaba mucho.
—¿Pueden darme algo de tiempo para prepararme? —preguntó. La
magia era su mejor oportunidad, pero no tenía almas con ella.
—No me gusta desperdiciar mi tiempo, aunque sea inmortal. Pero tus
tonterías me entretienen. Tienes quince minutos. Corre, niña. Déjame ver
cómo luchas por tu vida.
La alegría en su tono se arrastró por la piel de Constance como arañas.
Había un poso de sadismo acechando bajo el perfecto exterior de la
Madre, y algo le decía que no quería descubrir lo profundo que era.
Cuando la dragona se dio la vuelta para dirigirse a la multitud y explicar
el nuevo acuerdo, ella salió corriendo para reunir todas las almas que
pudiera. Ashur aterrizó junto a la Madre, una figura imponente de
destrucción bestial. Se esforzó por no pensar en el posible resultado de la
pelea. Era la única manera de encontrar valor y seguir adelante.

Rayse luchó contra el dolor de su pierna mientras corría hacia el torreón.


Le ardía desde las pantorrillas hacia arriba como un fuego abrasador, pero
su compañera probablemente se enfrentaba sola a la Madre Dragón, y eso
no le daba tiempo para entretenerse.
Una plétora de maldiciones salió de su boca. Si no estuviera herido y
debilitado por el vínculo, habría llegado en un instante. Su debilidad le
dificultaba concentrarse. Su visión se nubló.
Cuando finalmente llegó al claro frente a la Fortaleza del Dragón, el
dolor casi lo cegó. Era posible que hubiera reabierto uno o dos puntos en
el proceso.
La voz de la Madre Dragón retumbaba en el aire, alimentada por los
ecos de la magia.
—La femriahl se ha ofrecido como voluntaria para ser la ishnar kra y
luchará en lugar de Rayse.
¿Qué?
Eso no podía ser cierto. ¿Había estado Constance alguna vez en una
pelea real? ¿Y quién era su oponente? Se dirigió hacia el frente, ignorando
las miradas de asombro que recibía. El aire frío le azotaba mientras
lanzaba su cuerpo desde la multitud.
—Ah, Rayse —dijo la Madre.
La miró y quedó inmediatamente cegado por su belleza etérea. Pero ni
siquiera esa belleza podía ocultar la malvada mueca que manchaba sus
rasgos.
—¿Sólo te muestras después de que tu compañera haya caído por ti? —
Continuó.
—¿Dónde está ella? —gruñó él.
—Espero más respeto de mis súbditos. Arrodíllate ante mí.
No se había arrodillado ante ningún otro dragón que no fueran sus
padres, y de eso hacía siglos. Pero ella era su diosa. Incluso por muy
malvada que pareciera, años de condicionamiento y fe le obligaban a
seguir creyendo en su poder y en que merecía ser adorada.
Bajó al suelo, pero no antes de que la vista de Ashur, posado en forma
de dragón junto a su diosa, le llamara la atención. El dragón marrón le
recordaba a un perro faldero.
—Mis disculpas, Madre Dragón, pero estoy preocupado por mi
femriahl. Perdona mi arrebato anterior.
—Entonces deberías haberme saludado adecuadamente como femrah.
Veo tu acobardamiento como un insulto. ¿He perdido mi tiempo con los
Everstones?
—No, Madre Dragón. —Su mandíbula se tensó—. Perdóname, mi
diosa, pero debo preguntarte de nuevo dónde está mi femriahl. Mis oídos
deben haberse equivocado, pero me pareció oírte decir que ella iba a ser
mi ishnar kra.
—No has oído mal.
—¿Contra quién, entonces?
—Ella debe proteger tu posición de femrah luchando contra mi
campeón elegido, Ashur.
Su mirada se dirigió al oponente de Constance. El dragón marrón era
en realidad más pequeño que la mayoría, pero su frágil esposa humana era
aún más pequeña, y no tenía ninguna posibilidad contra la imponente
criatura. Sería aplastada en un instante.
Rayse bajó aún más la cabeza.
—Siento decir esto, Madre Dragón, pero no creo que su promesa como
ishnar kra pueda ser aceptada. La práctica común establece que yo, como
contendiente, tendré que estar de acuerdo con el campeón que se
seleccione.
Ella se rió.
—Yo soy tu diosa. Yo establezco las reglas .
Su mundo se oscureció. La mayor parte de su dignidad ya había sido
sofocada por este único intercambio, pero no le importaba. No le
importaba el orgullo del dragón si eso significaba no poder proteger a la
compañera que amaba.
—Te ruego, diosa, por favor reconsidéralo. Con gusto me representaré
a mí mismo y lucharé solo.
No tendría ninguna oportunidad contra Ashur, no en esta condición.
Podía rendirse en ese momento, y estaba a punto de hacerlo si la diosa no
permitía que su compañera renunciara a su posición de ishnar kra, pero
prefería caer con una pelea,
La divinidad negó con la cabeza.
—Eso sería mucho menos entretenido.
—Entonces, me imagino que...
—¡Rayse! —La voz de Constance fue como un trueno. Estaba
corriendo hacia él—. ¿Por qué estás aquí fuera? Deberías estar
descansando. —Se arrodilló frente a él y le acarició la mejilla con una
mano. Su otra mano la apoyó en su hombro. Su tacto siempre le
proporcionaba una sensación de frescor de la que nunca se cansaba.
Enroscó sus dedos alrededor de los de ella.
—¿Y entregarte a los lobos?
—Ibas a rendirte.
—No puedo dejar que te enfrentes sola a ese bruto. —Sus ojos se
dirigieron a Ashur y luego volvieron a su rostro.
Las arrugas marcaron los rasgos de ella.
—No puedes hacer eso. Perderás tu posición.
—He permitido que me hieran. Aquí manda la supervivencia del más
fuerte, pequeña llama.
—Puedo hacerlo.
Resopló.
—¿Cómo?
—Greta me enseñó a defenderme con magia. No sólo conozco los
hechizos de curación.
—¿Has estado alguna vez en una pelea? —Entrecerró los ojos—. ¿Has
sentido cómo la adrenalina enturbia tus decisiones, los miedos que te
asaltan? Somos guerreros entrenados desde jóvenes para lidiar con eso.
—Sabes que he vivido en la calle. Los reflejos rápidos no son un rasgo
exclusivo de los dragones.
—¿Con lo lentos que sois los humanos? Bien podrían serlo.
Una brizna de humo la apartó de él.
—¿Habéis terminado los dos?
—Lo hemos hecho —respondió él—. Y he decidido... —La mirada
suplicante de Constance le hizo detenerse. Confía en mí, decía. Necesitó
toda su determinación para ignorar el miedo que se estremecía en la boca
de su estómago, y para ignorar el rugido del dragón en su interior—.
Prométeme, diosa, qué si me rindo a mitad de la lucha, el desafío cesará
y no le harán más daño a Constance.
—Eso no es nada divertido, ¿verdad? —La Madre se cruzó de brazos.
Sólo entonces se dio cuenta de lo afiladas, como garras, que eran sus
uñas—. Pero tienes mi palabra.
—Gracias. —Bajó la cabeza en señal de respeto.
El tiempo que tardó Constance en prepararse en el campo de batalla le
pareció eterno. Junto a los escalones, dejó a un lado un frasco de...
¿criaturas? Almas para su magia, quizás. Conocía la mecánica de su
funcionamiento.
La Madre Dragón dio una palmada.
—Y el desafío comienza en cinco... cuatro...
Mientras la diosa realizaba una lenta cuenta atrás, ella se apresuró a
abrir la tapa del frasco.
—Es rea misreagou, kisla misreagou. —Almas de todos los colores
brillaron desde el frasco y se amontonaron en las palmas de sus manos.
—...tres...
Has cometido muchos errores, Rayse Everstone, se dijo a sí mismo.
Observó al dragón marrón acechando a su compañera. Ashur se la iba a
comer viva. Pero este será el más grande que hayas cometido.
—...uno...
El dragón echó la cabeza hacia atrás y sopló sus despiadadas brasas
rojas hacia el cielo.
Rayse vio la determinación en la mirada de Constance. Confía en ella.
La confianza es la mayor arma que tenemos.
Había un noventa y nueve por ciento de posibilidades de que muriera,
pero ella no se permitió pensar en eso. Su mente se concentró en los
movimientos de su oponente y en las almas que giraban alrededor de sus
dedos. Tenía mucha magia con la que trabajar, pero no duraría mucho
antes de que la naturaleza recuperara sus poderes. Diez minutos. Este
combate tenía que terminar en diez o su derrota sería tan segura como que
el cielo era azul.
Lo que sonó como un bufido retumbó en la garganta del dragón marrón.
La bestia era al menos cuatro veces su altura.
Lo conseguirás, pensó, sin creer en su propio estímulo. Simplemente
lo harás.
—Glacilis provoto —Pronunció, preparando su hechizo.
El frescor del hielo adornó la punta de sus dedos. Exhaló un profundo
suspiro. Sus ojos siguieron cada paso del dragón. Ashur se burlaba de ella
como un gato de un ratón.
Su mirada cautelosa se dirigió a sus garras. La destrozarían más rápido
que un perro a su almuerzo. No importaba lo que pasara, Ashur no podía
alcanzarla. Moriría en menos de dos segundos si eso ocurriera.
En medio de su diálogo interior, oyó las patas del dragón levantarse del
suelo. Saltó hacia su derecha, sin saber dónde aterrizaría. La suerte del
principiante la bendijo y la bestia falló.
El suelo tembló cuando los pies de Ashur aterrizaron junto a ella.
Extendió la mano y envió una descarga de hielo a su piel escamosa. Sintió
la pérdida de poder mientras la magia se filtraba de ella. Ya se sentía
menos protegida.
Tres... No, dos... Dos descargas más antes de que se le acabaran los
hechizos, y entonces sería un blanco fácil en el campo de batalla,
completamente inútil como humana sin magia.
Un fuerte silbido cortó el aire a su lado. Miró a su izquierda mientras
esquivaba para poner más distancia entre el dragón y ella. El frío había
atravesado la piel de Ashur como una red. Un gruñido siguió al silbido.
Lo había cabreado. La determinación y la rabia ardían en él. Le dirigió
una expresión que parecía decir: Te haré pagar el doble.
Ella tragó saliva, pero no se dejó vencer por el miedo.
—Glacilis provoto —Volvió a recitar, invocando una vez más la magia
del hielo. Si tan solo conociera formas de magia más poderosas. Estaba
segura de que existían. Greta decía que sus hechizos eran más efectivos
que los de otros, pero ella dudaba que eso compensara su falta de
conocimiento.
Ashur se abalanzó sobre ella de nuevo.
Ella intentó hacer lo mismo y esquivó, pero la garra del dragón la
atrapó. Maldita sea. No debería haber esperado que el mismo truco
funcionara dos veces.
Él la levantó, y pronto estuvo mirándolo a los ojos. Respiró
profundamente. Sus manos estaban constreñidas, pero todavía tenía magia
en ellas. Envió hielo a cualquier lugar donde sus manos lo tocaran.
Fue una idea estúpida. Ashur aulló de dolor, pero ella también lo hizo.
La magia de hielo se extendió desde sus garras hacia ella, y se vio
enjaulada en una prisión de hielo. Esperó a que el dragón la soltara, pero
no lo hizo.
Su cabeza giró hacia arriba, y miró a la propia muerte.
—¡No!
El miedo se apoderó de Rayse. Una vez que las garras de Ashur
envolvieron a su compañera, sintió que su corazón se astillaba,
preparándose para romperse en un millón de pedazos. Su mundo estuvo a
punto de acabarse en ese momento, pero no del todo.
Si tan sólo pudiera cambiar... si tan sólo no fuera un pedazo inútil
colgando al borde del campo de batalla.
Se suponía que tenía que confiar en ella, pero su confianza se había
convertido en una cuerda tensa. En otro lugar, en otro momento,
Constance le habría protegido, pero obviamente ahora estaba más allá de
su capacidad.
—¡Me rindo! —gritó—. Suéltala. —Su voz salió en un ronco graznido.
La presión lo había golpeado hasta un estado cercano a las lágrimas.
Ashur no parecía tener intención de cumplir la promesa de la Madre
Dragón, y él estuvo seguro de que había perdido a su compañera en ese
instante. Ella movió la cabeza para mirarlo. El terror en sus ojos se
incrustó en su mente. Nunca lo olvidaría. Había permitido que esa
expresión marcara su hermoso rostro.
Rayse, la Amenaza Negra, el Rey de las Montañas, el Mesías. ¿De qué
servían esos títulos si ni siquiera podía proteger a la mujer que amaba?
Sintió que poco a poco se convertía en nada.
Cuando toda la esperanza se desvaneció, la Madre Dragón intervino.
Con un movimiento de muñeca, la separó de Ashur. La diosa no fue
delicada al hacerlo, y Constance cayó, inconsciente, sobre el duro suelo
bajo ella.
Al oír el golpe casi se paralizó.
Pero ella estaba viva. Al menos tenía eso.
De los labios de la diosa brotó una risa apagada.
—Supongo que esto es el final. Ashur es el nuevo líder de los
Everstones, y Rayse es... nada.
ayse estaba sentado dentro de una pequeña cueva. Sus paredes
estaban resbaladizas por la suciedad, y un tono oscuro y rojizo
las teñía. Shen los había llevado allí casi inmediatamente
después del combate. Había muchos dragones apuntándole a la garganta,
y Fraser tuvo que contenerlos mientras Shen los guiaba en su huida.
Lo siento mucho, dijo Rayse internamente por enésima vez esa noche.
Acarició el brazo de Constance suavemente. Milagrosamente, ella había
escapado de esa caída con sólo algunos raspones y moretones. Se
preguntó si la Madre Dragón lo había planeado.
—Este lugar es seguro —Afirmó Shen—. Me resistía a revelártelo. Ha
sido mi santuario durante mucho tiempo. Pero no tenemos demasiadas
opciones, y estoy seguro de que muchos de los dragones de la Fortaleza
están deseando acabar con tu vida.
Rayse gruñó.
—No quieren que me recupere y retome mi posición. ¿Por qué no eres
uno de ellos? Podrías derrotar fácilmente a Ashur y ser femrah.
—Hemos compartido trescientos años juntos, mi señor.
—Ya no tienes que llamarme así.
—Para mí sigues siendo el señor de los Everstones, y el clan sólo
permanecerá unido contigo a la cabeza. Tu caída es sólo un percance
temporal.
Rayse giró la cabeza hacia su compañera.
—No estoy seguro de querer ser líder de nuevo. Si no puedo protegerla,
tal vez sea mejor esconderla.
—Puedes y lo harás. —Shen negó con la cabeza—. Este asunto del
desafío es ridículo. No sé por qué no te has librado de esa práctica.
—Nunca me había molestado. Además, no puedo eliminar una tradición
milenaria, así como así.
—Eres Rayse Everstone. El primero en unir una coalición tan grande
de dragones. Poseedor de un poder tan fuerte, como nunca antes se había
visto.
—Y ahora no es nada. Nuestra diosa incluso dijo que yo no era nada.
—Estoy seguro de que esto es una prueba suya de algún tipo.
Él se burló de la idea.
—¿Qué sentido tiene eso? Ella no está de nuestro lado.
—Necesita tener más fe, mi señor. Los dos siguen vivos, ¿no es así?
ilesos, en su mayor parte. Hay un dicho: el fracaso es el horno de la
espada. Es necesario que te permitas afilarla.
—Tal vez —respondió, sin entender cómo esta situación lo hacía más
fuerte.
—Tengo que irme. Necesito reunir suministros. Estoy seguro de que no
encontraran este lugar, pero sólo para asegurarme, alejaré a los dragones
que estén en los alrededores.
—Gracias, Shen.
El dragón pasó una mano por delante de su estómago y se inclinó.
—Simplemente cumplo con mi deber.
Rayse exhaló bruscamente cuando se fue. El escondite estaba en su
mayor parte en penumbra, cubierto por enredaderas en la entrada. Una
débil vela iluminaba la pequeña cavidad, aunque no la necesitaba mucho.
Sus sentidos de dragón estaban fallando, pero aún podía ver en la
oscuridad.
Quedarse solo con sus pensamientos hizo que su autodesprecio fuera
aún peor. El dragón que había en él no dejaba de reñirle y castigarle.
Mira lo que le has hecho a nuestra compañera. Deberías haberla
reclamado antes.
Había sentido un dolor igual o peor en el pasado: ver cómo masacraban
a la tribu humana que lo había cuidado lo había marcado. Pero eso no
hacía que este dolor se sintiera mejor. Estaba viendo a su otra mitad, la
persona que amaba más que a sí mismo, herida y exiliada por su debilidad.
Se había prometido a sí mismo no sucumbir a la debilidad, pero aquí
estaba, arrodillado como una presa indefensa.
Estaba atrapado en su cabeza como un pájaro condenado y enjaulado,
discutiendo consigo mismo sobre lo que debería haber hecho y lo que
podría haber sido. Ya no era femrah. ¿Y ahora qué? ¿Cuánto duraría la
civilización humana sin dragones como mensajeros? ¿Se derrumbarían
Falron e Yvrdeen como economías y volverían a la edad oscura? ¿Se
desmoronaría todo por lo que había trabajado?
Intentó tragarse esa preocupación. No era su responsabilidad. La
humanidad podía colapsar, pero al menos Constance estaba a salvo. O, al
menos, eso se decía a sí mismo.
Oyó el movimiento de su cuerpo horas después. Se sobresaltó en un
instante.
—¿Rayse?
—Estoy aquí —contestó él. Se inclinó hacia ella, ignorando el dolor
punzante en todo su cuerpo. Su tiempo casi había terminado—. Aquí
mismo.
—¿Qué ha pasado? Todo lo que recuerdo es... es la lucha contra Ashur
y luego... —Sus labios se separaron—. ¿Dónde estamos?
—En el escondite de Shen. Estamos a salvo.
Ella se incorporó, más rápido de lo que su cuerpo podía soportar. Él se
mordió la lengua al verla hacer una mueca de dolor, queriendo regañarla
por ser tan imprudente.
—La pelea —dijo ella—. Ashur estaba a punto de... Estás... He perdido.
Ya no eres femrah.
Incapaz de ocultar el abatimiento que había en él, le lanzó una expresión
triste.
—No, no lo soy.
—Lo... lo siento, Rayse. Te he decepcionado.
¿Cómo podía esta increíble mujer, incluso después de todo lo que había
hecho por él, pensar así? Era al revés. Él le había fallado. Debería haberse
rendido en primer lugar y no dejar que su codicia de poder engañara su
juicio.
—Por supuesto que no. Fuiste valiente y fuerte.
—Has perdido el clan.
—Puedo recuperarlo.
Si el apareamiento no lo mataba primero. Y si él quería. ¿Siquiera
merecía ser femrah? Dudaba que Ashur durara en su posición mucho
tiempo, pero tal vez el próximo dragón sería más merecedor.
—¿Puedes? —La esperanza se desprendió de ella.
—Cuando... si me recupero, puedo volver y tomar el control de la
Fortaleza del Dragón mediante un desafío legítimo, como me hizo Ashur.
—¿Qué quieres decir con sí?
Le pasó la mano por la mejilla. Un toque así normalmente irritaría a su
dragón, pero incluso la bestia se estaba debilitando demasiado.
—¿Estás cansada? —Se dio cuenta de las ojeras que tenía.
—Estás evitando la pregunta. ¿Qué quieres decir con sí, Rayse? ¿Hay
alguna posibilidad de que no te recuperes?
Suspiró. La miró fijamente a los ojos color caramelo. Tan hermosos.
Se recordó a sí mismo que, para que la confianza se consolidara, tenía que
soltar sus secretos, aunque se hubiera convencido de que los secretos
estaban ahí por el bien de ella.
—Puede que no me queden más que unos pocos días, pequeña llama.
No es común que una pareja no cumpla con el vínculo durante tanto
tiempo. Mi dragón está agotado, y yo también. —Miró su pierna, ahora
más rota debido a su forzada cojera hacia el torreón—. Estas heridas
también me están pasando factura.
Era como si un fantasma hubiera sustituido a su compañera, pues se
había puesto muy blanca.
—Te estás muriendo. Por mi culpa.
—No, no por ti. En todo caso, yo debería asumir la culpa...
—Podríamos habernos apareado hace mucho tiempo... Podríamos
haber... —Las lágrimas brillaron en las esquinas de sus ojos—. Tómame.
Ya no te tengo miedo. Rayse, yo... no quiero que mueras por mi egoísmo.
Ya no quiero verte sufrir más por mi culpa. Yo... te amo.
Él no merecía escuchar esas palabras de ella. Su mundo se derrumbó y,
a partir de esos fragmentos, se formó un nuevo comienzo a su alrededor.
El alivio y la felicidad, y sólo una pizca de miedo, burbujeaban en su
pecho.
—Yo... no sé qué decir.
—Repítelas. Las palabras. —Su voz temblaba. La preocupación
apareció en su expresión, como si temiera que él no sintiera lo mismo. Era
un pensamiento tonto.
Él sonrió.
—Yo también te amo, Constance Rinehart. Hasta el sol y de vuelta. Te
amo más ferozmente de lo que he sentido nunca en mi vida.
Bajó sus labios hacia ella y se besaron.

Se acabó.
Esta relación... esta felicidad temporal... ella misma la había destruido.
El apareamiento con Rayse iba a ser el último clavo en el ataúd.
¿Por qué había sido tan tonta al lanzar ese hechizo? Después de eso se
había negado a unirse a él porque sabía que una vez que lo intentara, el
frágil vínculo que tenían se rompería como el cristal y ella le perdería... lo
perdería todo.
La sensación de sus labios sobre los suyos la hacía arder. La cegaba y
le dificultaba pensar, pero incluso así, la sensación de hundimiento en su
estómago no desaparecía.
Sus gruesas y grandes manos le subieron el vestido, apartando la tela.
Su tacto dejó un rastro de ardiente necesidad. La roca que tenía debajo era
dura e incómoda, pero la suavidad con la que él la trataba y la increíble
sensación de calor de su piel lo compensaban.
En la aldea, si alguien le hubiera dicho que un hombre dragón podía
tratar así a una mujer, no le habría creído. Se habría reído de la broma,
habría ignorado el comentario y habría seguido su camino.
Pero ahora no se reía.
No, jadeaba y gemía por la manera en que él movía su lengua, por la
forma en que sabía depositar la cantidad justa de peso sobre ella, para no
aplastarla con su pesado cuerpo, pero envolverla con su presencia.
Clavó los dedos en su pelo y tiró ligeramente. No lo suficiente como
para herirla, pero sí con la suficiente fuerza como para que la lujuria se
disparara hacia su acelerado corazón.
Obligó a sus labios a separarse.
—Me dijiste que no tenías miedo, pero lo tienes.
—No de ti —respondió ella, con la sangre bombeando en sus venas con
tanta fuerza que amenazaban con estallar—. Es... es porque no estoy
acostumbrada a esto. —Mintió. Parte de su nerviosismo se debía a eso,
pero lo que realmente le asustaba era el dolor de la separación que tendría
que soportar después de su unión—. No tienes que contenerte.
—Podría hacerte daño. No quiero lastimarte.
—Hazlo. —Besó la comisura de sus labios—. Es mejor así.
Esta mujer no tenía ni idea de lo que le estaba haciendo. Sus palabras
habían desatado todo lo que él había estado reprimiendo, liberando a su
bestia de la jaula que había mantenido cerrada durante tantos días. Estaba
perdiendo el control... No tenía ni idea de dónde había salido esa nueva
energía. Era el último empujón que podía reunir al final de una agotadora
carrera.
Entrecerró los ojos.
—Tú... no deberías haber dicho eso. Pequeña llama... Constance... sólo
eres una humana.
—Puedo soportarlo. Soy más fuerte de lo que crees.
Fóllala.
No podía silenciar a su dragón. No quería hacerlo.
Jódela. Toma a nuestra compañera. Dale placer como nunca antes.
Haz que grite nuestro nombre, una y otra vez, y luego hazle el amor
hasta que sea completamente nuestra.
—Siii —siseó, respondiendo a su bestia interior.
Pudo ver la vacilación en los ojos de Constance.
Reclámala.
Le arrancó el corpiño del vestido, haciéndolo pedazos. En cuestión de
segundos, se quitó los pantalones. Su polla se había tensado en la tela,
haciéndole daño. Podía oler la lujuria de su centro, pero para asegurarse,
introdujo un dedo y lo hizo circular por sus paredes. Gruñó de placer
cuando su humedad cubrió su mano.
Forzó sus labios sobre ella. Con un fuerte tirón de su pelo, le apartó la
cabeza, revelando su cremoso cuello. Acercó su boca a la tentadora nuca
y la mordió: a los dragones les gustaba marcar lo que poseían.
—Rayse...
Al principio, él no quería hacerle daño, pero entonces ella maulló:
—...más.
Una llama se encendió en él. No pudo resistir la dolorosa necesidad que
lo destrozaba. Iba a... tener que... reclamarla. Con fuerza.
Le separó las piernas y la arrastró para que su polla se colocara justo en
la entrada de su coño. Sin decir una palabra, la penetró tan rápido como
pudo. Su deseo por ella lo estaba carcomiendo. Todo lo que anhelaba era
satisfacer su deseo, y ella era la única que podía masajear esa necesidad.
Su grito rebotó en las paredes de la cueva. Al principio, pensó que
podría ser por el dolor, pero pronto sus gritos fueron acompañados por
gemidos y gruñidos. Él se deleitó en cómo ella compartía su placer.
Necesitaba estar más profundo dentro de ella. La levantó y la apretó
contra una roca cercana, sin dejar de embestirla.
Ella pide más, dijo su dragón. Debemos complacerla.
—Rayse... Rayse... Yo...
En ese momento, sacó todo lo que pudo de su polla, antes de volver a
penetrarla hasta el fondo. Su cuerpo se estremeció con la impactante
sensación. Su mente se estaba adormeciendo, y lo único en lo que podía
pensar era en follarse a Constance.
Sus alas se separaron de su espalda. Había perdido totalmente el control
de su dragón, y éste había tomado las riendas.

Al principio el placer la consumía. Llenó su mente, acumulándose en


un calor ardiente.
Y entonces un dolor agudo la mordió.
Comenzó en la parte superior de la clavícula, como un dolor sordo. Lo
ignoró, antes de que bajara hacia el hombro y volviera a subir. Se
estremeció. Rayse siguió golpeándola contra la roca. Sus dedos se
curvaron en forma de garras. Sus uñas arañaban la pizarra áspera. El dolor,
junto con las pulsaciones en su centro, le adormecieron la mente.
—Rayse... me duele...
No se frenó.
Había enloquecido, y eso le gustaba a una parte de ella. Le encantaba
cómo podía volverlo loco y sacar la bestia que llevaba dentro. Disfrutaba
sabiendo que ella era así de... deseada.
Por otra parte, quería que se detuviera por el ardor abrasador que sentía
en su hombro.
¿Era este su castigo? ¿Era la ruptura del vínculo?
Su estómago se apretó cuando la posibilidad se apoderó de ella. No. No
podía terminar tan rápido. Su cuerpo tenía una mente propia.
—¡Rayse, Rayse, para! —Incluso mientras lo decía, el nudo de su
centro se deslizaba y se caía por el borde—. Te quiero —dijo por encima
de sus gruñidos animales, intentando transmitir lo que sentía por última
vez. Tenía que decirlo antes de que él no le correspondiera.
Sus paredes se contrajeron alrededor de él. Sus ojos brillaban de color
amarillo. Eso, unido a sus alas negras desplegadas detrás de él, podría
haber sido una visión aterradora. La mujer que había sido cuando lo
conoció se habría asustado mucho. Pero la Constance de hoy sólo podía
encontrarlo hermoso.
Alargó la mano para tocar sus alas de obsidiana, y eso pareció llevarlo
al límite. Un gruñido salió de su garganta. Como por instinto, se inclinó y
le mordió el hombro donde le dolía. Ella esperaba que la sensación de
ardor se duplicara, pero en su lugar, un frescor lechoso la disipó. Empujó
sus caderas dentro de ella con un ritmo vigoroso. Luego, con una última
embestida fuerte y contundente, se liberó dentro de ella.
Y entonces se acabó.
Lo que ella temía se había hecho realidad. Ya no eran compañeros. Las
lágrimas se derramaron por sus mejillas. No se había dado cuenta de que
estaba llorando hasta entonces.
Sus ojos volvieron a su habitual calidez humana y sus alas se retrajeron.
—Rayse... yo...
—Es hermoso —dijo él, mirando su hombro.
—¿Qué?
—La marca de pareja. Es... Me deja sin palabras. —Bajó la cabeza y
besó el lugar donde la había mordido.
Ella no sabía de qué estaba hablando. Con curiosidad, giró la cabeza y
se asomó a su hombro. Sus labios se separaron con sorpresa. El mismo
tipo de marca que llevaba Marzia la adornaba ahora. Era un intrincado
dibujo de un dragón. Su cola comenzaba en la clavícula y, en una serie de
espirales de aspecto tribal, el dragón descendía hacia su hombro. Se
enroscaba alrededor de su brazo como una banda.
Frunció el ceño.
—Parece que faltan algunas partes. ¿No parece que la cola termina
abruptamente?
—Es perfecta. —Sonrió él.
Se suponía que esto no debía ocurrir. Greta le dijo que el hechizo era
para...
Esa loca mintió. El alivio la inundó como un océano.
Rodeó con sus brazos a su compañero. Sus emociones salían de ella en
un maremoto, y lloró en el pliegue de su cuello.
—Oh, Rayse. Gracias al cielo. No tenías ni idea de lo preocupada que
estaba.
—¿Preocupada por qué? ¿Por mi estado?
—Eso también... Pero no. Greta me había dado un hechizo para romper
el vínculo. Dijo que la próxima vez que nos apareáramos, nuestro vínculo
se rompería. Y eso me daba mucho miedo. —Ella se inclinó hacia atrás
para medir su respuesta.
Su sonrisa cayó mientras sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Hiciste qué?
La furia hervía bajo su expresión. Una punzada de miedo se deslizó
desde su pecho.
—Yo... supuse que era lo mejor. No creí que pudiéramos forjar un
vínculo. No pensé...
La mirada de su rostro se ensombreció.
—¿Sabes cuánto tiempo te he esperado?
—Lo siento, Rayse...
—Y estabas dispuesta a renunciar a todo.
—Tenía miedo. Estabas enfermando por mi culpa. Prefiero salvar tu
vida que nuestro vínculo.
Separó su cuerpo del de ella. Una ráfaga de aire frío inundó su piel,
sustituyendo su reconfortante calor.
—Habría renunciado a mi vida sólo por la oportunidad de pasar unos
siglos más contigo. Si ese hechizo hubiera funcionado... me habrías
robado lo único que más deseaba.
—Pero no lo hizo.
Se pasó una mano por su oscuro y despeinado cabello.
—Tal vez lo hizo. La traición aún duele.
¿Traición? Ella había tomado esa decisión por su propio bien. ¿O no?
Tal vez había estado huyendo de un problema, y había condenado a Rayse
a una eternidad de soledad porque era demasiado egoísta para enfrentarse
a sus propios demonios.
Él se dirigió a la entrada.
—Necesito algo de tiempo para pensar en esto.
—No quería hacerte daño.
—No, pero lo hiciste de todos modos. No puedo mirarte ahora mismo.
Ella se tragó el dolor que le causaron sus palabras.
—No deberías irte. ¿Qué pasa con los otros dragones? Podrían
descubrirte.
—Ahora estoy mejor. Puedo protegerme.
Ella parpadeó, luego escaneó su cuerpo de pies a cabeza. Su antes
maltrecho ser había sido reparado. Había vuelto a tener la presencia
amenazante y todopoderosa que había sido antes de que su apareamiento
le pasara factura. Era como si la formación de su vínculo hubiera
bombeado una nueva energía a través de él, y su cuerpo hubiera utilizado
esa energía para curarse.
—Te estaré esperando —dijo ella, llevándose las manos al pecho.
—Sí —respondió él fríamente y sin volverse salió de la cueva.

La lluvia se niega a dejar de golpearla. Avanzó a trompicones, temiendo


resbalar. No podía soportar más la asfixiante oscuridad de la cueva. Tenía
que salir para despejarse.
Rayse la odiaba.
Tal vez el hechizo había funcionado después de todo. Llevaba una
marca como declaración de su vínculo completado, pero no significaba
nada si a él le importaba menos que una hormiga.
Por suerte, la cueva estaba en el suelo, lo que significaba que no tenía
que escalar un gran acantilado para encontrar la libertad, pero el abismo
de tierra seca y rocosa que había delante servía como otro obstáculo. La
gran silueta de Everndale se tambaleaba en el fondo. ¿A qué distancia
estaba? La distancia no parecía inabarcable. Sabía que Eduard y su casa
estarían en algún lugar por allí.
Debería volver a la cueva. No hay nada por aquí.
Pero su lado obstinado apretó los dientes y la empujó hacia adelante.
Caminó hacia Everndale. Aunque no lo consiguiera, una caminata le
serviría para despejar su nublada cabeza. Las lágrimas seguían brotando
de sus ojos mientras el sentimiento de culpa le invadía el pecho.
Cuando le dolían las piernas y estaba considerando realmente la
posibilidad de dar media vuelta, Shen se abalanzó en su forma de dragón.
Soltó el cajón de provisiones de su garra y le lanzó una mirada
interrogativa antes de alejarse. Volvió poco después, completamente
vestido.
—¿Femriahl? ¿Qué haces aquí fuera? —preguntó.
—Paseando.
—¿Dónde está Rayse?
—Probablemente planeando en algún lugar.
Poco convencido por sus respuestas, frunció el ceño.
—No deberías estar aquí fuera. Y Rayse no debería estar... —Su mirada
se dirigió a su hombro, a la marca del dragón—. Ya veo. Pero vosotros
dos deberíais estar más unidos que nunca con el vínculo que se acaba de
formar.
—Tuvimos una discusión... —Omitió la parte en la que temía haberlo
perdido para siempre—. Él no quiere hablar conmigo ahora. —Dudó,
luego preguntó—: Shen, ¿puedes llevarme de vuelta a casa?
El dragón levantó una ceja.
—¿La Torre del Dragón? Ese lugar no es...
—No, la Fortaleza del Dragón no. A mi hogar antes de todo esto.
Evernbrook.
—Milady, honestamente no creo que debas salir a pavonearte sin que
nadie te proteja. Los dragones aún están inquietos, y muchos te están
cazando.
La preocupación del guerrero tenía mucho sentido. Se cuestionó por qué
estaba actuando tan tontamente. Las emociones a menudo sacan lo mejor
de la gente.
—Entonces puedes llevarme allí.
Shen se quedó con la boca abierta.
—Pero femriahl... Deberías quedarte en un lugar seguro. Rayse podría
volver...
—Podemos dejarle una nota.
Se rascó la nuca.
—Por favor.
Su mirada se dirigió a sus mejillas y notó las lágrimas entre la lluvia.
Suspiró.
—No sé qué pasó entre tú y Rayse, pero te complaceré. Acompáñame
mientras dejo esta caja y escribe un mensaje. No deberías estar ahí de pie
como un pato empapado.
as alas de Rayse atraparon los vientos frescos y rápidos. Dejó
que la euforia lo recorriera, deleitándose con el retorno de su
poder. Había sido más débil que un humano durante demasiado
tiempo. Volvía a ser la Amenaza Negra, esta vez con una verdadera
compañera.
Su renovada fuerza sirvió de estímulo para sus ambiciones. Sabía que
podría derrotar a cualquier dragón que se atreviera a desafiarlo cuando
regresara, y que podría reclamar su legítimo lugar como femrah. Pero la
debilidad paralizante que acababa de experimentar, y el recuerdo de la
frialdad y omnipotencia de la Madre Dragón, le hicieron dudar.
¿Qué querría Constance que hiciera? Tal vez perder esta posición le
daría libertad, pues ya no tendría que sufrir las cadenas del liderazgo.
Pero a Constance no le importaba lo que él quería. Ella casi había
cortado su vínculo, robándole la compañía que siempre había necesitado.
El conocimiento de su traición le atravesó el pecho, dejando un dolor
punzante del que no podía deshacerse. El rojo le nubló la vista mientras
aumentaba su ira contra ella. Sabía que la emoción era pasajera, no podía
estar enfadado con su pequeña llama durante mucho tiempo. Sin embargo,
necesitaba poner algo de distancia entre ellos para enfriar su cabeza.
La ráfaga de viento sirvió para amortiguar su rabia. Horas más tarde, se
encontró frente a su escondite.
—¿Constance? —Llamó. No podía evitar lo que había sucedido para
siempre, y probablemente era mejor que hablaran.
La cueva estaba vacía.
Entró en la caverna y encontró un mensaje de Shen:
Lady Constance quiere volver a su casa en Evernbrook. Parecía bastante
angustiada. Acepté llevarla allí para no alterarla más. Estaré allí para
protegerla, así que no temas que tus enemigos la persigan. Ella pidió que
nos reuniéramos allí cuando estuvieras listo.
Rayse arrugó el papel en sus manos y lo tiró a un lado.
Su dragón interior rechinó los dientes, gruñendo con una agresividad
volcánica. La posesión le atravesó como una flecha afilada, y lo único en
lo que podía pensar era en cómo le habían robado a su compañera.

El último encuentro de Constance con su padre no había ido bien.


Ignorando el nudo en la garganta, golpeó con los nudillos la puerta de
madera lisa.
—¿Eduard? —Contó los latidos del corazón mientras esperaba, con
Shen a su lado.
¿Y si papá reaccionaba igual que la última vez? No sabía si podría
soportar verle en un estado de delirio irracional como antes.
La puerta se abrió lentamente.
—¿Quién está ahí?
—Papá, soy yo.
—¿C-Constance?
—Déjame entrar, por favor.
Abrió más la puerta, lo suficiente para poder asomarse.
—¿Quién es?
—Uno de los guerreros de confianza de Rayse, Shen.
—¿Y Rayse? No está a punto de abalanzarse y prenderle fuego a mi
trasero, ¿verdad?
Casi se encogió al recordar la forma en que él había intimidado a su
padre.
—No está aquí.
La inquietud se filtraba por cada poro de Eduard. Abrió la puerta,
dándole la bienvenida.
—¿Estás segura de esto? ¿Conservaré mi cabeza? Te echo mucho de
menos, pequeña Dasher, pero ese hombre es aterrador.
—Shen se asegurará de que no te pase nada, ¿verdad, Shen?
El guerrero bajó la cabeza.
—A menos que la situación lo requiera, no se le hará ningún daño a tu
padre.
La mandíbula de Eduard se tensó.
—Bueno, esa no es una declaración muy tranquilizadora.
Le dirigió a su padre una sonrisa tímida, tratando de aligerar su
ansiedad. El anciano señaló las sillas del comedor.
—Siéntase como en casa. —Hizo una pausa y se rascó la nuca—. Esta
siempre será tu casa; lo sabes, ¿verdad? Siento lo de la última vez. No era
mi intención actuar así... Dejé que mis emociones se apoderaran de mí.
Ella se sentó.
—Sí. —Una sonrisa cansada se extendió por sus labios—. Puede que
pronto tenga que volver a vivir aquí.
Él pareció percibir su tristeza.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —Ladeó la cabeza.
—Puede que haya roto el vínculo de pareja con Rayse de alguna
manera... Se fue volando. No estoy segura de que aún sienta algo por mí.
—Suspiró y enterró la cara entre las manos—. Creo que ya no me quiere.
Su cara se iluminó.
—¡Eso es... bueno! ¿No es así? No, quiero decir, malo, muy malo. Pero
puedes volver a casa, y las cosas están mejor que nunca por aquí gracias
al dinero de la Oferta. Puedes quedarte aquí, y será como antes.
Las lágrimas empezaban a salir de sus ojos, pero ver la emoción y la
exuberancia que desprendía su padre de alguna manera lo hacía mejor.
—Me parece estupendo, papá.
Una mano cálida y familiar se extendió sobre la suya.
—Deja de preocuparte por esa Amenaza. De todos modos, nunca te
mereció. No es más que un dragón con aliento apestoso.
—Rayse no es... —Decidió que estaba demasiado cansada para discutir.
Él le agarró la mano con más fuerza.
—Ahora, mírate, estás cubierta de tierra. —Entrecerró los ojos—. ¿Y
eso es sangre?
—Puede que no sea mía. —Mintió. Probablemente era de los raspones
y moretones que se había hecho al pelear con Ashur.
—¿Por qué no te bañas? Las ojeras que tienes son el reflejo de tu falta
de descanso. Podemos hablar mañana.
—Estaba pensando en irme...
—¿Irte? ¿Por qué?
Se mordió el labio.
—Rayse podría venir a buscarme.
Recordó la nota que dejó Shen. Su guardaespaldas estaba vigilando la
cabaña, de guardia, sin parecer importarle esta conversación.
—Oh. —El miedo apareció en la expresión de su padre.
—Dudo que sea tan poco dinámico como la última vez. Ya no se vuelve
loco por el vínculo de pareja.
Su padre le hizo un gesto, obviamente tratando de ocultar su vacilación.
—Me parece bien. ¿Quieres que prepare un cubo de agua caliente?
Antes de que pudiera negarse, un silbido fantasmagórico recorrió la
casa, haciendo temblar el techo. Los ojos de Eduard se abrieron de par en
par. Su cuerpo se tensó mientras vigilaba su entorno, recordándole a un
ratón asustado.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, su voz salió en un susurro tembloroso.
El mismo susto le tiró a ella del pecho.
—No lo sé. —¿Era Rayse, quizás? Lo dudaba. No había sonado para
nada como él—. ¿Shen? —Llamó—. ¿Hay algo ahí fuera?
Su protector estaba en guardia, con una mano en su funda y la otra en
la empuñadura de su espada.
—No que pueda ver... Espera... ¿Hay una niebla... negra?
—¿Una niebla?
El viento volvió a silbar a través de la casa, esta vez casi derribando a
Constance de su silla. Se agarró a la mesa del comedor para estabilizarse.
¿Qué demonios estaba pasando?
—Constance —dijo Shen, corriendo hacia ella—. Tenemos que irnos.
Ahora.
—Es la niebla.
—Huele a magia. Demasiado poderosa para mí, o para ti, para
manejarla. Tenemos que irnos.
—Pero mi padre... —Dirigió la mirada hacia el anciano, que parecía
demasiado asustado para mantenerse en pie. Eduard era un hombre
amable, pero en ningún caso un guerrero. No tenía el valor de uno—.
Tenemos que llevárnoslo.
Shen asintió una vez.
—Deprisa.
Antes de que pudieran dar un paso más, una niebla negra entró en la
habitación. Se unió hasta que fue una pequeña nube de oscuridad. No
sabía lo que era, pero su instinto le decía que era nada menos que
destrucción y muerte.
El tiempo en la habitación se detuvo. Los tres no se atrevieron a
moverse, sin saber qué haría la niebla a continuación.
—Quédate detrás de mí. —Le ordenó Shen en voz baja.
Tragó saliva y cerró las manos en un puño.
La niebla formó de repente un borde puntiagudo y se precipitó hacia el
guerrero. Ella retuvo un grito, temiendo por la vida del dragón.
—¡Cuidado! —Avisó Constance, pero Shen tenía instintos más rápidos
que ella y ya se había apartado del camino. Esquivó a la derecha y rodó
por el suelo. Al levantarse, desenvainó su espada.
¿Qué iba a hacer una espada contra la niebla?
Shen hizo una mueca con la boca. Vio la tensión que se enroscaba en
sus pies. Estaba listo para moverse tan pronto como la niebla lo hiciera.
La bruma volvió a atacarle con fuerza. Exhaló su fuego contra la entidad.
No sirvió de mucho para detenerla. Antes de que fuera demasiado tarde,
se apartó del camino, pero no antes de que la magia le rozara el hombro
izquierdo. Gritó de dolor. La niebla había dejado un macabro patrón de
cortes rojos en su carne. Constance tuvo que apartar la vista del
espectáculo.
No podemos ganar esto.
Fuera lo que fuera esta bruma, le tenía más miedo que a Rayse o a
Ashur. Sus pies cobraron vida y, sin saber lo que hacía, agarró la mano de
Eduard. Corrió, queriendo poner a su padre a salvo.
Su estómago se hundió. Estaba dejando atrás a Shen. Pero
probablemente era lo mejor. Era inútil, incluso con la magia. No tenía
reflejos para esquivar como él, y sólo lo retrasaría.
—¿Q-Qué es eso? —preguntó Eduard, sin mirar atrás. Su trote no podía
seguir el ritmo del suyo. La vejez había alcanzado a su padre y mermado
su resistencia.
—No lo sé —respondió ella—. Tenemos que movernos más rápido.
Puede que Shen no nos consiga tanto tiempo. —Siguió adelante, sin
atreverse a girar la cabeza.
—¡No! —Oyó gritar al guerrero.
Sigue moviéndote, sigue moviéndote, se dijo a sí misma, con las
lágrimas amenazando con escaparse.
—¡Constance, cuidado! —gritó Eduard.
Con una valentía surgida de la nada, se abalanzó sobre ella, apartándola
de un empujón. La respiración se le atascó en la garganta. Un gemido de
agonía atravesó sus oídos y su cuerpo se estrelló contra el nevado suelo.
Un dolor agudo irrumpió en el fondo de su mente, pero lo único en lo que
podía pensar era en Eduard.
En papá.
Casi no se atrevía a levantar la vista, pero tuvo que hacerlo. La niebla
se había tragado a su padre. Se puso en pie y corrió hacia la entidad. Sin
pensarlo, metió la mano en el humo para sacarlo de allí.
En cuanto su dedo rozó la niebla, un tirón la hizo retroceder.
—¡No lo hagas! —gritó Shen.
La punta de su dedo palpitaba, como si hubiera sido recién cortada por
una cuchilla.
—¡Papá está ahí dentro! —Se esforzó por alcanzarlo. No le importaba
perder un brazo. No quería perder a su familia.
Los gritos de su padre fueron amortiguados por la fatiga. Shen la miró
con pena.
—Te he fallado. Lo lamento profundamente. Es demasiado tarde para
él.
Su cuerpo se estremeció en un incontrolable ataque de llanto.
—No... No... o...
—Está distraída. Tenemos que irnos.
—No puedo dejarlo.
—Se ha ido.
Ella no quería moverse. El hombre que la había criado había muerto por
su culpa. Si tenía que sufrir el mismo destino, que así fuera.
La niebla se desvaneció en el aire. Ella se tensó, no se lo esperaba. Sus
ojos se posaron en Eduard.
Intentó contener el vómito que subía de su estómago. Su padre estaba
en el lugar donde había estado la niebla, con el mismo aspecto que una
corteza de árbol ensangrentada. Numerosos surcos rojizos y brillantes se
habían grabado en su piel. Donde habían estado sus ojos, descansaban
cuencas vacías.
—¡No!
Se derrumbó en el suelo, el dolor de la pérdida la atravesó como una
tormenta. No podía soportar la visión ni un segundo más, no podía creer
que la abominación que tenía delante hubiera sido su padre hacía unos
instantes.
La ira estalló en su interior, una oscuridad que nunca antes había
experimentado.
Quería vengarse. Encontraría a quien hubiera lanzado ese hechizo y lo
despellejaría vivo. Sus propios gritos la estremecieron, desgarrándola.
—Femriahl —dijo Shen, levantándola—. Vámonos. La niebla podría
volver pronto.
—Todavía no —gruñó.
—Femriahl, por favor.
—Mi padre no merece que lo abandone así. Necesita un entierro
apropiado.
—No hay tiempo...
—¡No me importa!
Ella no quería preocuparse por nada. Esa era la única manera de sofocar
el dolor. Giró sobre sus talones y se dirigió al cobertizo para coger una
pala. Durante su breve paseo, lo único en lo que pensó fue en que nunca
volvería a oír su voz tranquilizadora, ni a sentir la palmadita alentadora
de su mano en la espalda. La magia le había robado todo eso. Tal vez
Eduard no se equivocaba al temer el arte: después de todo, lo había
matado.
Escogió un lugar bajo un árbol enjuto y empezó a cavar.

El vuelo a Evernbrook había permitido calmar a su dragón. Ahora sólo


podía pensar en cómo había asustado a Constance. No debería haber
salido así, no justo después de crear el vínculo de pareja. Ella se merecía
algo mejor que eso.
Suspiró internamente y se dirigió a la casa de Eduard. Metiendo las alas
en la espalda, se sumergió y aterrizó. Llamó a su forma humana y dejó
que la magia del cambio creciera sobre él.
Un aura de problemas se cernía sobre el lugar. Sus instintos de dragón
le permitieron percibirlo. Se acercó a la casa. Aceleró sus pasos. No tardó
en encontrar a Constance. Detrás de ella estaba Shen, de pie con la cabeza
inclinada. Ella estaba arrodillada sobre... ¿una tumba?
¿Quién había muerto?
Shen notó su presencia. Rayse no había hecho nada para ocultarlo.
—Lord Everstone. Estoy intentando convencer a Lady Constance de
que se vaya porque este lugar no es seguro, pero no me escucha. Tal vez
usted pueda hacerlo mejor.
—¿Qué quieres decir con que no es seguro? —Señaló el montículo de
tierra, marcado con una larga rama que sobresalía de la parte superior—.
¿De quién es esa tumba?
—Del padre de la femriahl, señor.
Constance debió oír su voz, pero no se volvió.
Se agachó a su lado. ¿Cómo pudo haber pasado por alto esto? Debería
haber estado aquí. Una expresión de muerte había caído sobre su
compañera. Tenía las manos entrelazadas sobre su regazo, y miraba
fijamente la tumba.
—¿Constance?
Ella parpadeó. El color regresó a su rostro, como si hubiera estado en
otro lugar y acabara de volver.
—No debería haber venido aquí —murmuró—. No debería haber... Él
seguiría vivo si no fuera por mí.
—Pequeña llama... —Odiaba verla así de alterada, así de rota—. No es
tu culpa.
—Lo es.
—No, no lo es. Mírame. —Le dio la vuelta para que se pusiera frente a
él, pero seguía mirando al suelo—. No podías saberlo. Quienquiera que
haya hecho esto... ha sido el culpable, y voy a hacer todo lo que esté en
mi mano para asegurarme de que reciba su merecido.
—¿Y entonces qué? Él ya no está aquí.
Su actitud cabizbaja lo aplastó. Volvía a tener todo su poder, pero la
impotencia lo destrozaba de nuevo.
—Estaré aquí para ti. —Poco más podía hacer para mejorar las cosas.
Su fachada inexpresiva se resquebrajó. Sus ojos se alzaron para alcanzar
los de él.
—Traté de alejarlo.
Un grito salió de su garganta.
Él emitió un sonido ahogado y la envolvió entre sus brazos, tratando de
reconfortarla lo más posible. Una vez más, le había fallado. La ira hervía
en su interior, contra el asesino, y luego contra sí mismo.
l familiar frío de la Fortaleza del Dragón rozó la piel de
Constance. Estaba de vuelta en este espantoso lugar, lleno de
dragones sin corazón y de los recuerdos de la humillación a la
que se había enfrentado bajo su derrota. No podía comprender la facilidad
con la que los miembros de los Everstones habían expulsado a Rayse, a
pesar de haber mantenido la paz durante tantos años.
Él la dejó y cambió su forma de dragón por la de humano. La abrazó
por los hombros con sus grandes manos.
—No tienes que estar aquí para esto. Shen podría haberte mantenido a
salvo hasta que terminara el desafío.
—Estaría muerta de preocupación.
—No soy yo quien debería preocuparte. —Frunció el ceño—. Esto no
va a ser bonito, pequeña llama. Para asegurarnos de que nadie decida
desafiarme pronto, esta pelea tiene que ser brutal. Mi oponente no va a
sobrevivir a esto.
La confianza rebosaba en su mirada. Se alegró de saber que había
recuperado las fuerzas. Buscó el miedo que había sentido por él, pero se
había desvanecido hace tiempo.
Suspiró.
—No entiendo por qué tenemos que volver aquí. Estoy cansada, Rayse.
No quiero lidiar con la política del clan.
Su mente estaba de luto. La pena era una amante inconstante. A menudo
iba y venía, golpeándola con fuerza cada vez.
—Si lo que Shen me dijo sobre ese incidente es cierto, entonces no
estaremos a salvo vagando por Gaia como refugiados. Me niego a darte
esa vida. —Se llevó sus manos a los labios y depositó un suave beso en el
dorso de las mismas—. Confía en mí, Constance, esta es la mejor forma.
Para ti.
—¿Es más seguro estar entre un grupo de dragones sedientos de sangre?
—Es más seguro estar entre un grupo de dragones sedientos de sangre
que saben que no deben meterse conmigo. Ahora mismo, en sus mentes,
somos una presa. Tenemos que enderezar la cadena alimenticia. —Le
pasó el pulgar por la piel—. Y aquí, tendremos un grupo de guerreros
como guardaespaldas, y para ayudarnos en la búsqueda del asesino de tu
padre.
No quería dejar que la oscuridad de la venganza la mancillara, pero ya
lo había hecho. La mayor parte de su necesidad de investigar provenía de
la curiosidad: ¿qué tipo de magia era esa y de quién? Todavía era
demasiado nueva en el arte como para saber algo, y para haber derrotado
ese poder sola. Se odiaba a sí misma por ser tan inepta. Si hubiera sido
más fuerte, su padre no se habría convertido en esa... cosa.
Apretó las manos sobre las de Rayse y asintió.
—Confío en ti.
Él le plantó los labios en la frente.
—Gracias.

Un fuego negro crepitaba sobre la nieve abrasada. Una bestia aterradora


estaba posada sobre otra, con las alas desplegadas al máximo. Sus alas
proyectaban una sombra de enjambre sobre la cima de la montaña: una
advertencia para los espectadores.
Sangre roja brotaba del cuello del dragón caído en un río espeso y
fluido.
Constance no podía apartar los ojos de las parpadeantes llamas negras.
Se quitó el pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja, ya que le
estorbaba la vista. Quería ver todo lo que había delante de ella.
Buscó en sí misma el pánico, la niña maltratada que había sido. Se
sorprendió al encontrar orgullo en su lugar. Estaba orgullosa de que esa
bestia fuera su compañero. Con la sombra de las chispas parpadeantes de
su fuego, estaba glorioso, bañado en la victoria y en el poder que había
recuperado.
El dragón cubierto de sangre giró su largo y escamoso cuello. Sus ojos
brillantes la miraron.
Se acercó a él, con el corazón palpitando no por el terror, sino por las
otras abrumadoras emociones que ese hombre evocaba en ella.
Se abrazó a la cabeza de Rayse -que era demasiado grande incluso para
sus brazos- y apoyó la frente en sus escamas. Dejó escapar un suave
suspiro, y el dragón también lo hizo. Y por un momento, respiraron al
mismo ritmo emparejados, como uno solo.
uidado ahora —dijo Greta, lamiendo una sustancia verdosa
recién hecha de un cazo de madera—. No querrás agujerear
ese libro de hechizos mirándolo demasiado.
Constance relajó los hombros, sólo entonces se dio cuenta de que había
estado encorvada sobre su material de estudio como una depredadora
hambrienta. Se sentó y se estiró. Se inclinó hacia Greta. Era su primer día
en la clínica y, a pesar del caos en el clan, la anciana no había cambiado.
Todavía tenía unas cuantas docenas de tornillos sueltos.
Constance ladeó la cabeza.
—Greta, he querido preguntarte...
La anciana levantó una ceja.
—¿Preguntarme qué?
—Ese hechizo que me diste... El de romper el vínculo con Rayse.
La mujer resopló y se pasó una mano por la nariz.
—Ah.
—No era lo que dijiste que era, ¿verdad?
—No.
Ella levantó una ceja interrogante.
—¿Qué era, entonces?
—No eres la primera compañera que ha tenido problemas para
vincularse con su macho. Es un hechizo para... ayudar... al proceso.
—¿Cómo es eso?
—Crea un falso vínculo temporal, para alejar al macho dragón por el
momento.
Un estrechamiento rodeó su corazón.
—Pero... pero yo estaba preparada. Para Rayse. El vínculo se habría
forjado de todos modos.
—No importa. El hechizo tiene prioridad. Desaparecerá en un año más
o menos, tiempo más que suficiente para formar la confianza. Entonces
podrás volver a aparearte con él y seréis una verdadera pareja.
La traición la carcomía. Se había engañado a sí misma con su propia
magia. La idea de que ellos dos no tuvieran un vínculo verdadero la
irritaba. Probablemente no importaba en el gran esquema de las cosas,
pero ella quería que lo que tenían fuera real.
—Pero tengo una marca. Como Marzia. —Se levantó la manga.
Greta hizo un gesto de desprecio con la mano.
—Está incompleta. No te preocupes por algo que no vale la pena. Era
una precaución. No quería perder a nuestro líder por algo tan frívolo.
—Yo... siento que me han robado algo.
—Guarda el drama para otra cosa. —La curandera tomó otra cucharada
de su mezcla verde—. Huh, creo que he creado veneno accidentalmente.
La enfermedad me está dando náuseas.
—No deberías ponerte líquidos extraños en la boca.
—Y tú no deberías estar tan alterada. Espera un año, y luego vincúlate
como deberías. Nada se ha perdido, pero se ha tomado una precaución.
Constance se sacudió la sensación de hundimiento. Dejó escapar una
respiración pesada y se cubrió la marca con la manga. ¿Cómo iba a
contarle esto a Rayse? ¿Se desanimaría como ella?
No importaba. Volvió a su estudio. Puede que su vínculo fuera falso,
pero sus sentimientos no lo eran, y podía confiar en que él sentía lo mismo.
El horario de trabajo de Clara Hartley no es diferente al de un vampiro.
Artista de día, escritora de noche, trata de aprovechar el tiempo que puede
para escribir sus historias. Como eso no es suficiente para agotar su
energía creativa, le gusta pasar su tiempo libre dibujando sus personajes
o pintando mundos. Si su cerebro está demasiado frito, tomara un respiro
y se sentara con un buen libro. No es la mejor para mantener relaciones,
tiene una multitud de novios ficticios por los que parece que no se puede
decidir. A menudo también tiene que ocuparse de la parte comercial de la
creación, abrir Microsoft Word y escribir su biografía en tercera persona,
lo que, francamente es bastante extraño.
1: Esparraguera: Plantas doicas, perennes trepadoras y espinosas.
2: Dasher: Alegre, enérgica, briosa…
3: Femrah: líder, monarca, soberano, rey….
4: Dragonlings: Crías de dragón, dragones jóvenes o niños.
5:Femriahl: lideresa, monarca, soberana, reina….
6: Terravale: Planta tratada como uso medicinal, en limpiar y
desinfección de heridas

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