3-Devoto-Apuntes para Una Historia...

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BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO

DEPARTAMENTO DE INTEGRACIÓN Y PROGRAMAS REGIONALES


INSTITUTO PARA LA INTEGRACIÓN DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Foro sobre Integración Regional y Agenda Social


12 y 13 de noviembre de 2003
Auditorio Raúl Prebisch
BID-INTAL
Esmeralda, 130 Piso 16
Buenos Aires

Asociación Argentina de Políticas Sociales - AAPS


Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe – BID-INTAL
Fundação Alexandre Gusmão – FUNAG / Ministerio das Relações Exteriores de Brasil – MRE
Fundación Centro de Estudios Brasileiros – FUNCEB

- 12 de Noviembre -

Jornada sobre Políticas Sociales en el MERCOSUR

- 13 de Noviembre -

Seminario Brasil – Argentina: La visión del Otro.


“Sobre la Cuestión Social”

1
Apuntes para una historia de la sociedad argentina en el siglo XX

Fernando J. Devoto
Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires

Introducción1

En 1910, en “la evolución sociológica argentina”, José Ingenieros, fervoroso


creyente en la lucha por la subsistencia entre los agregados humanos, en el que los más
fuertes dominarían a los más débiles, escribía: “No hay motivos sociológicos para creer
que el continente europeo conservará eternamente el primer puesto en la civilización
humana: se ha desplazado muchas veces en la historia. Acaso, en algún remoto porvenir,
las grandes potencias del mundo no sean Inglaterra que envejece, ni la Alemania que
vemos en plena vitalidad. Después de Estados Unidos joven y del Japón adolescente, es
probable que la Argentina y la Australia, despierten al imperialismo y adquieran una
influencia decisiva en la política del mundo entero”2.
Tan hiperbólico destino imaginado por Ingenieros para la Argentina no era de su
exclusiva invención. Muchos otros, ante que él o contemporáneamente a él, habían hecho
o hacían idénticos diagnósticos. Ya en 1877, en la introducción agregada a su tercera
edición de la “Historia de Belgrano y de la Independencia argentina”, Bartolomé Mitre
buscaba y creía encontrar ya en el remoto pasado colonial las raíces de la
excepcionalidad argentina en el contexto latinoamericano y cuánto estas aseguraban un
destino de grandeza para el país3. Pocos años después del Centenario, Ricardo Rojas y
Leopoldo Lugones, desde la literatura, diseñaban horizontes no menos exultantes.
Considerando que las virtudes y posibilidades de un pueblo se expresan en la literatura
que genera, convertían al “Martín Fierro” de José Hernández , a la vez en el poema épico
de los argentinos y en un poema cuya grandeza era equiparable a las creaciones de
Homero o a “La Eneida” de Virgilio4. Aunque preocupado por lo que consideraba un cierto
estancamiento argentino desde 1908, también ese destino de grandeza lo postulaba

1
Agradezco a María Inés Barbero por su comentarios a éste trabajo.
2
J. Ingenieros, La evolución sociológica argentina. De la barbarie al imperialismo, Buenos Aires, Librería
J. Menéndez, 1910, pp. 98-99.
3
B. Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1968

2
Alejandro Bunge en 1921 sosteniendo que el territorio era el más rico que tuviese nación
alguna de la tierra en relación con su población y ésta era, por su origen europeo
“inteligente y fuerte”, lo que garantizaba que, realizados los correspondientes ajustes en la
política económica para orientarla hacia la industrialización, en pocos lustros el país
alcanzase la posición descollante de “una nación de primer órden”5 . Son solo unos pocos
ejemplos, entre muchos, de una creencia muy extendida entre las clases dirigentes
argentinas: aquella que Juan Agustín Garcia consideraba ya en 1900 un rasgo
incorregible de la psicología nacional: “el sentimiento de la futura grandeza del país”6.
Cuánto esta sensación estaba extendida en el conjunto de la población más allá
de las elites y de lo que llamamos la opinión pública, es siempre difícil de evaluar. Desde
dos posiciones muy diferentes así lo creyeron José Luis Romero, que lo juzgaba positivo,
a principios de la década de 1940, en lo que llamó “la aspiración del ascenso social” que,
al ser lograda por muchos, incentivaba a los otros tras la ilusión de la riqueza fácil7.
También lo creía Juan Agustín García, desde el crepuscular pesimismo con que veía la
Argentina de los años veinte, en donde se desdeñaba toda jerarquía social e intelectual.
Actitud que llamó ese sentimiento igualitario (“nadie es más que nadie, dice una voz
desde el fondo de la pampa”) que todo lo permeaba en la Argentina, desde tiempos
inmemoriales pero acentuado ahora en la prosperidad reinante8. Si colocamos ambas
lecturas en conjunto estaríamos inclinados a sostener que ambas dimensiones
implicaban, a la vez, una creencia extendida en la posibilidad y el derecho al ascenso
social. Todo parecía posible y para todos. En cualquier caso aquí es necesario recordar
que las expectativas de las personas son siempre diferenciales en función de lo que
Robert Merton llamaba “grupo de referencia” y que, en éste sentido, más allá de la
creencia compartidas en la posibilidad del ascenso social, las metas y objetivos eran
socialmente muy diferenciados. 9
Por desatinado que todo ello pueda hoy parecernos (y lo era), dichas creencias
podían reposar en algunos elementos materiales que permitían fabular aquellas ilusiones.

4
L. Lugones, El payador, Buenos Aires, Huemul, 1972 (primera edición, 1916); R. Rojas, Historia de la
literatura argentina. Los gauchescos, Buenos Aires, Roldán, 1917.
5
A. Bunge, Las industrias del Norte. Contribución al estudio de una nueva política económica
argentina, Buenos Aires, s.ed., 1922, p. 16. El comentario aparece reiterado en 1940: “La Argentina está en
mejores condiciones que cualquier otro país del mundo para llevar a término la obra de saneamiento
administrativo y de justicia y equilibrio social”. A. Bunge, Una nueva Argentina, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1984, p. 21
6
J.A. García, La ciudad indiana, en Obras Completas, Buenos Aires, Zamora, 1955, t. I, pp. 290-294.
7
J.L. Romero, las ideas políticas en la Argentina, México, FCE, 1956, pp. 182-183. (primera edición, 1946)
8
J.A. García , “Sobre nuestra incultura” (1922) , en Obras Completas, cit., t. II, pp. 968-971.

3
La Argentina crecía a un ritmo vertiginoso (su PBI había aumentado un 133% entre 1900
y 1913) y el mismo no concernía tan sólo a la economía agropecuaria exportadora sino
también a un sector industrial, en especial alimentos y bebidas, que eslabonaba con aquél
y que en conjunto había crecido aún más entre las mismas fechas: un 166%10. En
especial en el sector agropecuario, los nuevos estudios han remarcado el avance
tecnológico notable que allí se había producido que colocaba al sector entre los más
avanzados del mundo. El impresionante crecimiento económico argentino hacía que su
PBI, medido en términos comparativos (más allá de lo discutible de las cifras disponibles)
con los de otros dos países latinoamericanos: Brasil y México, fuese, en 1913, un 50%
mayor que el de cualquiera de ellos. Las ventajas argentinas eran aún mayores midiendo
el nivel de PBI per cápita, donde el argentino era en el mismo año, cuatro veces y media
mayor que el de Brasil, tres veces mayor que el de México y un 50% mayor que el de
Italia y el de España11. La inmigración, buen barómetro de las expectativas seguía
arribando en números asombrosos que alcanzaban las 300.000 personas en 1912,
momento de la máxima expansión del flujo europeo global hacia todo destino. Ese
número triplicaba el que contemporáneamente recibía el otro gran receptor de inmigrantes
europeos en Sudamérica: el Brasil. Coincidía con la inauguración en ese año de 1912, de
un nuevo y monumental Hotel de Inmigrantes que indicaba cuánto las expectativas eran
de que esos contingentes seguirían arribando en astronómicas cantidades. Hotel que
emblematizaba además otra cosa, de la cual la edilicia es mudo y persistente testigo: los
avances del Estado argentino que había ido expandiendo sus tareas en muchos planos,
como la administración pública, la justicia, la sanidad, la educación, aunque no en el de
las relaciones laborales.
Los datos del Censo de 1914, parecían presentar los efectos de esos procesos en
la estructura social. Gino Germani, analizándolos desde los instrumentos analíticos de la
sociología clásica (que en ese entonces eran para él los estudios de morfología social de
la tradición francesa) los consideraba claros signos de modernización social: un 53% de la
población residía en centros urbanos de más de 2.000 habitantes, el 69% de la población
económicamente activa se concentraba en los sectores secundario y terciario y la
extensión de lo que él definía, a partir de los datos censales, como clases medias

9
R. Merton, Teoría y estructura sociales, México, FCE, 1996.
10
M. Barbero-F, Rocchi, “Industry and industrialization in Argentina in the Long Run: From Its Origins to
the 1970s”, en G.Della Paolera y A.Taylor (eds), The New Economic History of Argentina, Cambridge
University Press (en prensa)
11
A. Maddison, La economía mundial, 1820-1992. Análisis y estadísticas, Paris, OCDE, 1997.

4
englobaba ya al 33% de la población total12. La Argentina parecía haber pasado
velozmente, entre las últimas décadas del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, de una
sociedad tradicional a otra que si no plenamente moderna si se encontraba en vías de
rápida modernización. De una sociedad dividida en dos clases se había pasado a una
tripartita. De algún modo, esa imagen coincidía con la de los datos que señalamos sobre
el PBI per cápita, aunque al no poseer cálculos sobre la distribución del ingreso y al no
poder distinguir las diferencias de posición social que están implícitas en toda estructura
ocupacional, tenga un margen de imprecisión no desdeñable.
Desde luego que miradas las cosas más de cerca también se podrían encontrar
indicadores para defender hipótesis menos entusiastas. Ante todo, existían pronunciadas
diferencias regionales y buena parte de los progresos visibles concernían sólo al área del
litoral. En la mayoría de las zonas del interior argentino la situación económica, pero
también la social, eran muy diferentes. Aunque no poseamos índices de pobreza para esa
época ni modos de medirlos indirectamente, el oscuro panorama presentado por Bialet
Massé en su clásico estudio de principios de siglo exhibe los altos niveles de
marginalidad, miseria y primitivas condiciones de trabajo, existentes en la Argentina
profunda13. Por otra parte, como exhibió la protesta de los chacareros en la “Pampa
gringa” conocida como Grito de Alcorta, en 1911, también un malestar difuso existía entre
arrendatarios y colonos rurales. Sin embargo, el hecho de que dicha protesta se
canalizase hacia temas como la duración y el canon de los contratos y la usura y no hacia
el régimen de propiedad (tan cuestionado en cambio por técnicos gubernamentales e
intelectuales que veían en el latifundio uno de los límites de la modernidad argentina y de
sus posibilidades futuras14) exhibe los alcances y límites de la protesta. Con todo, hasta
donde puedan establecerse parámetros comparativos entre fuentes cualitativas, es difícil
sostener que la condición del mundo de los colonos y arrendatarios no exhibiese
condiciones mucho mejores que las que existían en la Europa del sur, de donde procedía

12
G. Germani, Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1955, pp. 67, 129 y 220. Germani
con todo no ignoraba algunas de las muchas dificultades que presentaban el Segundo y el tercer Censo
nacional ya que impedían establecer la “posición dentro de la ocupación”. Como puede verse en el cuadro 1
del apéndice, Germani luego estimó algo a la baja (30%) aquella cifra sobre la clase media.
13
J. Bialet Massé, El estado de las clases obreras argentinas a comienzos del siglo, Córdoba, Universidad
Nacional de Córdoba, 1968.(primera edición 1904)
14
T. Halperín Donghi, “Canción de otoño en primavera: Previsiones sobre la crisis de la agricultura cerealera
argentina (1894-1930)., en Desarrollo Económico, n. 95, 1984.

5
la gran mayoría de los inmigrantes. Basta leer un texto clásico como la Inchiesta sulla
condizione dei contadini nelle provincie meridionali15 para percibirlo rápidamente.
Por lo demás, también en la Argentina urbana del litoral movimientos extendidos
de conflicto social indicaban, entre otras cosas, pronunciados niveles de desigualdad y de
explotación en el ámbito laboral y no sólo en él. Numerosas personas vivían además en
condiciones habitacionales muy precarias16. Ciertamente, aquellos conflictos no pueden
siempre ponerse linealmente en secuencia con las condiciones sociales, también otros
factores deben ser tenidos en cuenta como las expectativas, la presencia y acción de
organizaciones políticas que tuviesen capacidad de organizarlos y para el mundo laboral,
las posibilidades de obtener trabajos alternativos. En éste último sentido, hasta la Primera
guerra mundial, existía en la Argentina un mercado de trabajo muy fluido que posibilitaba
una alta movilidad y rotación laboral, aunque ello ocurría en especial en los sectores no
calificados y los estudios sobre salarios, aunque muy discutibles en su metodología, no
indican que ellos fuesen peores que aquellos existentes en la Europa mediterránea sino
superiores. Por otra parte, el conflicto social exhibía, por otra vía (la politización, la
protesta organizada. la sindicalización) cuánto de modernidad había en ello. No solo en
tanto el mismo puede ser considerado inherente al desarrollo del mismo capitalismo en
esa fase sino también en tanto la paralela organización del movimiento obrero podía ser
igualmente considerado un fenómeno emblemático de la precoz “modernidad” argentina.
Tampoco en el plano económico todo brillaba tanto como parecía a los
observadores superficiales. En 1914 se alcanzarían los límites de la frontera natural de la
expansión agropecuaria y los avances en área y volumen en producción se harían a partir
de allí, mucho más lentos. Con la primera guerra mundial, a su vez, los límites del
desarrollo industrial argentino de entonces, muy insumo-dependiente, se harían también
evidentes y no solo la tasa de crecimiento del sector sufriría una brusca caída sino la de la
economía toda exhibido en una brusca caída del PBI (que en su momento más bajo, 1917
estaba casi un 20% por debajo de 1913) y en la aparición de tasas de desocupación
significativas e inesperadas. La inmigración además de por ello y como ocurría en otros
contextos, cesaba por la guerra. Los conflictos sociales retomaban vigor y el número de

15
Italia, Giunta Parlamentare, Inchiesta sulla condizione dei contadini nelle Provincie meridionali e nella
Sicilia, Roma. Tip. Dello stato, 1910.
16
Una antigua e irresuelta polémica existe acerca del “conventillo”, sobre su importancia cuantitativa relativa
y sobre la perdurabilidad en el tiempo como lugar de residencia de los inmigrantes. Cfr. O Yujnovsky,
“Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1887-1914”, en Desarrollo Económico n. 54, Buenos
Aires, 1974 y F. Korn y L. de la Torre “La vivienda en Buenos Aires 1887-1914”, en Desarrollo Económico

6
huelgas en Buenos Aires, según las estadísticas del Departamento Nacional de Trabajo,
superan en 1919, año inaugurado con la semana trágica, a las del año de 1910 e
involucran a un número de huelguistas que es un cincuenta por ciento mayor que el del
máximo registrado según ésta fuente que corresponde a 190717.
El Estado argentino era bastante menos eficaz y moderno que lo que la edilicia
parece sugerir y la administración pública , pese a algunos tímidos avances en intentos de
profesionalización, como un primer estatuto de funcionarios de 1913, era bastante
amateur y clientelística. Un ejemplo de ello eran los altos cuadros del Estado que se
reclutaban en su gran mayoría en la Facultad de Derecho cuyo nivel era bastante
modesto, como observaba con desaliento el profesor de esa facultad Alfredo Colmo en
1915 y como evidencia una somera consulta de las tesis presentadas en ella18. Ello
ocurría, más en general, en el ámbito educativo y era más notorio a medida que se
avanzaba hacia los niveles superiores de la enseñanza. La enseñanza media era
demasiado humanística y poco técnica pensaba Bunge en 1914 y lo mismo en cuánto a la
enseñanza superior. Y si debemos medir a ésta por un ámbito como la Universidad de
Buenos Aires, mucho había además de diletantismo.
En cualquier caso y más allá de esos y otros claroscuros, pasados los difíciles
años de la Primera Guerra Mundial, la idea de un futuro promisorio aunque no tan
grandioso como el imaginado por Ingenieros, parecía una expectativa posible como lo
revelarían entre otros indicadores la recuperación de flujo inmigratorio en los años veinte,
el crecimiento de la economía (cuyo PBI ya en 1920 había recuperado lo perdido y en
1929 estaba cerca de duplicarlo) o la disminución del conflicto social (aunque aquí
hubiese desempeñado en el inicio de la década un rol de significación la fuerte represión).
La Argentina, con todo, en esos bastante plácidos años veinte parecía recuperar la senda
de la prosperidad que los turbulentos años de la guerra y de la inmediata posguerra
habían mostrado. Las ciudades del litoral crecían hacia la periferia cumpliendo en muchos
el sueño de la vivienda propia. Aunque algunas voces aisladas surgieran sea desde el
campo de la economía y la demografía, en especial nuevamente en la obra de Alejandro
Bunge, indicando la necesidad de políticas industrializadoras y de fomento de la natalidad
y de una reorientación técnica de la enseñanza, para sostener un futuro como ahora se
dice sustentable. Otras, en cambio preferían remarcar los límites culturales y técnicas de

n. 98, Buenos Aires, 1985. Sobre la situación de malestar de los inquilinos una detallada reconstrucción en J.
Suriano, La huelga de inquilinos de 1907, Buenos Aires, CEAL, 1983,
17
G. Bourdé, Urbanisation et immigration en Amérique Latine, París, Aubier, 1974.
18
A. Colmo, La Cultura Jurídica y la Facultad de Derecho, Buenos Aires, 1915.

7
las elites argentinas. También voces se alzaban desde el campo de la ciencia política
observando de manera crecientemente negativa, el funcionamiento del sistema federal
que desde el control que permitía ejercer a las provincias pequeñas del interior orientaba
distorsionadamente la acción del Estado. Finalmente, desde 1916, muchos cuestionaban
el funcionamiento de la república democrática basada en el sufragio universal y la poca
pericia de las elites políticas de ella surgida. 19 Sin embargo, para la casi totalidad de esos
observadores, el futuro promisorio no parecía comprometido, bastaba que se produjesen
las adecuadas correcciones.
Que queda de todo ello cien años después? No es necesario detenerse en la
situación actual para descubrir cuánto aquellas expectativas, sea las moderadas que las
hiperbólicas, estuvieron muy lejos de realizarse en el siglo XX. Detengámonos primero a
fines del siglo XX, antes que el sistema de la convertibilidad colapsase definitivamente
para percibir mejor el problema, al dejar de lado los rasgos de la devastadora crisis del
2002 y mostrar así cuánto del problema no es de una coyuntura sino de largo plazo.
Comencemos por el PBI que aunque es un indicador demasiado sujeto, a los efectos de
las comparaciones internacionales, a las modificaciones de los tipos de cambio, es útil al
menos en sus grandes rasgos para exhibir las potencialidades de una economía nacional
que algunos imaginaban destinada a ser una de las mayores del mundo. La economía
argentina de 1998 era alrededor de un tercio de la brasileña y la mitad de la mexicana,
con respecto a las cuales , lo recordamos, el PBI argentino era un 50% mayor en 1913.
(en los gráficos 1 y 2 el lector puede encontrar la tendencia secular de esa evolución
dispar)20. Aunque el PBI per cápita argentino, indicador también muy aproximativo de la
condición social y sujeto a no menos variabilidad para los propósitos comparativos,
sseguía siendo superior al brasileño o al mexicano (un 80% superior al brasileño, un 60%
al mexicano) las distancias se han acortado no menos significativamente pese al menor
crecimiento de la población argentina producto de una transición demográfica más
temprana. Y desde luego las relaciones comparativas del PBI per cápita se habían
invertido con respecto a aquellas dos naciones europeas que habían provisto el mayor
números de inmigrantes. Aún en esos años de la convertibilidad, ergo de moneda fuerte a

19
A. Bunge, La economía argentina, Buenos Aires, Agencia General de Librerías y Publicaciones, 1928 y
R. Rivarola, Del Régimen Federativo al Unitario. Estudio sobre la Organización Política Argentina,
Buenos Aires, 1908. . Más en general la “Revista de Economía Argentina” dirigida por el primero y la
“Revista Argentina de Ciencias Políticas” dirigida por el segundo. También Juan Alvarez, “El problema de
Buenos Aires en la República”, en Anales de la Facultad de derecho y Ciencias Sociales, XIX, Buenos
Aires, 1918,, pp. 75-177.
20
CEPAL, Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, CEPAL, 2003.

8
los efectos comparativos, el PBI per cápita argentino era la mitad del italiano y un 50%
menor que el español21.
Aunque no podamos hacer comparaciones con los comienzos de siglo, ya que
esos indicadores no se registraban o se lo hacía imperfectamente, la desocupación
abierta urbana era, en la Argentina del fin del milenio (datos de 1999), del 14,4% , la
cantidad de hogares urbanos por debajo de la línea de la pobreza del 23,7% y de aquellos
por debajo de la línea de indigencia del 6,7%. 22 Y si miramos el problema a proceso
concluido, sin necesidad de recurrir a los parámetros macroeconómicos, puede ser
suficiente con señalar como elemento indicativo que los índices de desocupación treparon
a 17,4% en el 2001, los de pobreza a 45,4 en el 2002 y los de indigencia a 20,9 en el
mismo año. Señalar el clima de profunda desazón que involucró al conjunto de la
sociedad argentina es algo tan obvio como innecesario. Menos esperable fue, en cambio,
los muy elevados niveles generalizados y sectoriales de protesta social que acompañaron
la debacle y el no menos sorprendente cambio de humor de los tiempos actuales.
Explicar la historia que transcurre entre aquel momento inicial y éste final es una
tarea ciclópea que excede las fuerzas del autor de éste texto y más aún si lo que se busca
no es dar una lectura lineal, simplista o unicausal. No menos difícil es reflexionar acerca
de los rasgos de vitalidad de una sociedad que parece no sólo no resignarse a ese
destino que implacablemente sugiere la lectura de largo plazo sino que, en cambio,
aparece nuevamente contagiada de un optimismo inusitado (y quizás no menos
hiperbólico) ante los nuevos rumbos, luego del desenlace de la crisis. A partir de dos
temas, crecimiento, integración y progreso social, sucedidos luego por declinación y
marginalidad social por una parte y no desintegración y persistencia del voluntarismo
optimista por la otra, trataremos de presentar algunos temas de largo plazo del desarrollo
social argentino y proponer finalmente algunas hipótesis abiertas a la discusión.

Crecimiento económico e integración social en una perspectiva estructural

Desde luego que las posibilidades de una sociedad encuentran muchas, aunque
no todas, de sus posibilidades y límites en el desarrollo económico y en éste terreno,
como vimos, la perfomance argentina fue mirado en conjunto bastante decepcionante y
ello es más evidente, como también señalamos, en términos comparativos con otros

21
World Bank, World development Report, 2000/2001, Nueva York, Oxford University Press, 2001
22
CEPAL, op.cit.

9
países latinoamericanos. Como muestran los gráficos 1 y 2 ese proceso que comienza en
la década de 1930 se acelera en la segunda mitad del siglo XX. Las interpretaciones del
problema están signadas ciertamente por las distintas aproximaciones ideológicas y por
las modas epocales. Una lectura enteramente pesimista señalaría que simplemente la
economía argentina gozó en el período anterior a 1930 de únicas y excepcionales
condiciones que derivaban de la abundante disponibilidad de tierras fértiles, de mano de
obra y capital externo abundantes y de altos precios internacionales para su economía
agroexportadora. Cuando esas condiciones cambiaron, se estancaron o empeoraron, la
Argentina padeció un pronunciado desacelere de su crecimiento. Otras lecturas han
señalado que fue precisamente el no aprovechar ese período de bonanza (antes de 1930)
para construir una estructura industrial más integrada lo que más tarde pesarían como
una hipoteca cuando las condiciones fueron menos favorables23 . Inversamente con ellas
las últimas décadas vieron la búsqueda del culpable en otro lugar: serían las ineficaces e
intervencionistas estrategias del estado y la clase política las que producirían mediante la
regulación económica y la protección que caracterizaría al modelo de sustitución de
importaciones, acompañado además por políticas distributivas exageradas que en ciertos
períodos priorizaban el consumo sobre la inversión (por ejemplo el peronismo) las que
arruinaron las posibilidades de la economía argentina24. Si la segunda lectura remite al
paradigma cepalino de los sesenta, puesto en cuestión cuando el modelo sustitutivo
pareció explotar en 1975, la tercera remite al paradigma intelectual liberal de los ochenta
que cuando tras alcanzar su realización en los 90, también explotó.
En cualquier caso, más allá de resolver esa polémica cuestión, al historiador le
bastaría con señalar cuatro fenómenos: las cambiantes condiciones del comercio
internacional y la inserción de la Argentina en él, antes y después de 1930, el escaso
dinamismo de las exportaciones argentinas posterior a 1930 en términos comparativos
latinoamericanos25, el ritmo más lento de su industrialización en el período posterior a
1930, también en comparación con otros países latinoamericanos y quizás alguna
variante del efecto Gerschenkron. Según el gran historiador económico ruso-
norteamericano, las tasas de crecimiento de los países más avanzados es más lenta de
aquellos que estando en una fase precedente entran en un proceso de industrialización

23
A. Ferrer, La economía argentina, Buenos aires, FCE, 1972;
24
C. Díaz Alejandro, Ensayos sobre la historia económica argentina, Buenos Aires, Amorrortu, 1972. R.
Cortés Conde, La economía argentina en el largo plazo, Ed. Sudamericana, 1997
25
R. Thorp, Progreso, Pobreza y exclusión, Washington, BID, 1998. CEPAL, Series históricas del
crecimiento en América Latina, Cuadernos de la CEPAL, Santiago de Chile, 1978.

10
más tarde y pueden, a partir de ello crecer a un ritmo más rápido. Adaptando esta idea al
contexto comparativo latinoamericano, es posible sugerir que el retraso precedente de
dos países como Brasil y México debía proveerles durante un cierto período posibilidades
más rápidas de expansión en tanto venían a cumplir con procesos ya previamente
alcanzados en la Argentina. Quizás todo ello fue posible porque en aquellos otros países
pudo llevarse adelante, como sugirió Llach, un modelo “lewisiano” de desarrollo basado,
entre otras cosas, en salarios insusitádamente bajos, lo que en una Argentina más
conflictiva y movilizada era imposible.
Sin embargo, si no consideramos el marco comparativo y abandonamos las
ilusiones de grandeza que tanto permeaban las imágenes de principios del siglo, es
necesario señalar que la economía argentina creció de modo más lento pero de ningún
modo irrelevante, a lo largo del siglo XX, entre la primera guerra mundial y 1975, aunque
en el contexto de un modelo stop and go, surcado, en especial desde 1950, por
recurrentes crisis.
Más allá de ello y exhibiendo los límites de un análisis determinista de lo
económico , es posible sugerir que la sociedad argentina se modernizó, a un ritmo no
menor sino probablemente mayor que el de su economía o, al menos, que así parecieron
creerlo, los estudiosos de la estructura social argentina. Cuando en 1955, Gino Germani,
basándose en los datos del cuarto censo nacional de 1947, en el momento del
surgimiento del peronismo, brindó una radiografía de la misma, mostraba una imagen no
sólo todavía optimista sino que presentaba a la Argentina en las formas como una
sociedad equiparable a muchas europeas26. Aquellos indicadores básicos de
modernización para los postulados germanianos: urbanización, comportamiento
demográfico y transformaciones en la pirámide social (que reflejaban la movilidad social)
parecían en línea con lo que era dable esperar y mostraban, así medidos, claros
indicadores de progreso social en los treinta y tres años que separaban los dos censos.
La modernidad era, desde ésta lectura, sobre todo la progresiva ampliación de
aquellas posiciones centrales y estables de la misma de la estructura ocupacional. En
términos generales dos eran aquí los grupo socio-ocupacionales que indicaban ese
proceso: la expansión de la clase media y la de la clase obrera calificada. Dado que el
ideal social contemplado en su perspectiva -que en este punto era común al de la
sociología norteamericana de los años cincuenta y sesenta- era un modelo de sociedad
en el cual la clase media y los ideales de clase media se expandían incesantemente, ésta

11
última era, en última instancia el indicador clave27. En éste sentido, morfológicamente, la
clase media había crecido significativamente, pudiendo considerarse incluidos dentro de
ella, en el análisis de Germani, un 40% de la población argentina.
Como el mismo observaba, aunque sin la notable velocidad de las últimas
décadas del siglo XIX y la primera del XX, la movilidad social había sido alta en el período
y las vías de la misma habían sido la transformación de las clases populares en
empleados y en un porcentaje más reducido en profesionales y en patrones. Si la
población argentina había crecido entre el segundo y el tercer censo un 76% el número de
empleados había crecido un 209%, el de profesionales un 177% y el de patrones un
104%28. Este ascenso era, según Germani, sustancialmente el de los hijos argentinos de
la inmigración europea, cuya movilidad social había sido más alta y más rápida que los
nativos. Todo ello era posibilitado por una sociedad que Germani consideraba como más
abierta y fluida que “las viejas sociedades europeas” y en la que un gran instrumento para
el mismo había sido la educación pública. Un ejemplo de ello eran no sólo el descenso del
analfabetismo (de 35% a 13,6% entre 1913 y 1947) sino también y sobre todo del número
de estudiantes secundarios (3,7 x 1000 en 1914, 25.9 por mil en 1947) y de aquellos
universitarios que pasaban del 1,1 x 1000 en 1917 al 7,4 x 1000 en 1954.29 Incluso otros
indicadores avalan esa lectura germaniana; con todo lo discutible que sean las series
largas de salarios reales promedio muestran como éstos habían crecido un 50% entre
1913 y 1945 y si comparamos con 1949 se habían duplicado30.
Ciertamente, el sociólogo italiano no dejaba de revelar, e insistiría más
enfáticamente aún en su libro de 1965, en el carácter espacialmente dual de la Argentina,
entre un área moderna y otra tradicional y aún dentro de la moderna en los obstáculos
que históricamente había colocado el latifundio para la expansión de una clase media
rural, pero considerado el cuadro en su conjunto, el panorama de esa sociedad en
transición no dejaba de ser sustancialmente optimista31. Ciertamente también, algunos
estudios microhistóricos han observado como en esa Argentina de entre guerras el
ascenso social fue mucho más desigual y fragmentado, incluso entre los inmigrantes

26
G. Germani, Estructura social..., cit.
27
Sobre los presupuestos ideológicos de ésta visión pueden leerse todavía hoy los antiguos pero luminosos
análisis de S. Ossowski, Estructura de clases y conciencia social, Barcelona, Península, 1969.
28
G. Germani, op. cit, p. 221. Los datos de clases medias incluyen allí a las altas (porcentaje menor al 2/3%
del total).
29
Ibíd.., pp. 231-237.
30
Fundación Mediterránea, Estadísticas de la evolución económica argentina, 1913-1984, Serie Estudios n.
39, Buenos Aires, 1986, cuadro 25
31
G. Germani, Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidos, 1965.

12
europeos, de lo que podía suponerse según los datos macroagregados y cuánto el
mismo estaba vinculado en muchas ocasiones a ascenso dentro del mismo estrato (de
trabajadores no calificados a calificados, por ejemplo). 32 Además es necesario recordar
que en muchos ámbitos de la Argentina, aún del litoral, las condiciones de trabajo y de
vivienda eran extremadamente duras.
Por su parte, el Estado de Bienestar , no aparecería hasta bastante tarde en línea
con aquellos avances sociales. Aunque la historiografía actual tiende a revalorizar los
avances del Estado argentino en los años treinta, los mismos no fueron parte de ningún
diseño global sino más bien iniciativas sectoriales que además aparecían dominadas por
un lógica que entrelazaba intereses públicos y privados, donde es difícil decir si era el
Estado el que avanzaba sobre la sociedad o los intereses corporativos sobre el33. En éste
punto una comparación entre la Argentina conservadora de los años treinta y el Brasil de
Vargas, antes y después del Estado Novo exhibe bien hasta que punto los avances en
aquellas dimensiones que Charles Tilly llama de estatalidad (autonomía formal,
diferenciación de las organizaciones no gubernamentales, centralización y coordinación
interna) fueron mucho más rápidos en éste último país, aunque partiendo de niveles más
bajos34. La carencia de programas y de estructuras de profesionalización de la burocracia,
los límites en la modernización jurídica del Estado, la ausencia de planificación, las
reticencias a aumentar el gasto social (dominados por la lógica de equilibrio
presupuestario) y la timidez de las intervenciones en la regulación de las relaciones
laborales son algunas de las características de la Argentina conservadora de los años
treinta. Mucha de ellas eran resultado de la ideología liberal dominante en los grupos
dirigentes, otras del sistema político argentino que imponía infinitas cantidad de
mediaciones entre intereses particulares y regionales. Empero en cualquier caso y en los
marcos y características inherentes a una expansión capitalista liberal, en el período
precedente al peronismo, los avances sociales de la Argentina no eran de ningún modo
irrelevantes.
Hasta cierto punto es posible afirmar que pese a un ritmo de crecimiento
económico más lento y al retraso del Estado en efectuar fuertes intervenciones

32
M. Ceva, “Movilidad espacial y movilidad social en tres grupos de inmigrantes durante el período de
entreguerras. Un análisis a partir de los archivos de fábrica”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, n.
6, 1991, pp. 345-361.
33
El tema en su dimensión jurídica era analizado con mucha claridad por el mejor especialista argentino en
derecho administrativo de la época: R. Bielsa, Tratado de Derecho Administrativo, Buenos Aires, El
Ateneo, 1947, t. II.

13
redistributivas, el proceso de modernización social había avanzado desde la misma
dinámica social, más allá de lo que parecían creer las numerosas meditaciones de
intelectuales sobre el fracaso argentino que signarían esa década (de Mallea a Martínez
Estrada a Scalabrini Ortiz). Tres (creo) son los factores que hay que introducir aquí. El
primero es la fluidez de la sociedad argentina más allá de los obstáculos. El segundo es el
aporte de las formas de la organización sindical y de la conflictividad social (que volvió a
crecer en la segunda mitad de la década de 1930) y el tercero es la lógica clientelar del
sistema de partidos políticos visto como forma de reorientación de recursos,
interregionales e intersectoriales. Sobre estos tres temas se volverá en la tercera sección
de éste paper, aquí solo se los presenta para observar esa aparente paradoja de una
sociedad que se moderniza más rápido que el Estado y más allá de la inestabilidad
macroeconómica.
Más allá de las muchos debates que generó y genera el peronismo, pocas
discusiones hay acerca que el proceso de integración e inclusión social avanzó a su
plenitud en el decenio peronista. El mismo Germani, que no tenía ninguna simpatía hacia
el mismo, observaba en su libro de 1955 que era probable que entre los datos de 1947 y
el momento en que él escribía, la movilidad se hubiese acelerado ulteriormente -pese a
que él creía que no había habido avances salariales concretos ya que estos habrían sido
devorados por la inflación- gracias al auge económico y la industrialización que habían
caracterizado al primer período del peronismo, aunque no dispusiese de datos censales
para avalarlo35. Y esto era bastante evidente si se considera además que, contra lo que él
pensaba, los estudios sobre salarios reales promedio muestran cuánto el mismo, más allá
del gran momento de 1948-49, siempre se mantuvo durante todos los años de la década
peronista, exceptuando 1946, muy por encima de la precedente. Todavía en el momento
de la caída del peronismo, el mismo estaba un 38% más arriba que en 194536.
Ese proceso de inclusión se reforzaría con el intervencionismo peronista. Aquí el
Estado hace su plena aparición. Aunque algunos de los instrumentos que emplea son
heredados de la década de 1930 y otros del proceso militar abierto en 1943, el peronismo
va mucho más allá en casi todos los planos. El incremento del gasto público, la expansión
del Estado sobre los servicios y sobre el sector industrial, la intervención en la economía
a través de la política de crédito y de la modificación de los precios relativos de la

34
C. Tilly (a cura di), La formazione degli stati nazionali nell´Europa Occidentale, Bologna, Il Mulino,
1984, p. 37.
35
G. Germani, Estructura social..., cit.., p. 225.
36
Fundación Mediterránea, op. cit., cuadro 25.

14
economía, arbitrando en beneficio de algunos sectores económicos en perjuicio de otros,
la política redistributiva transfiriendo ingresos de unos grupos sociales a otros, la
regulación de las relaciones laborales, son algunos de esos caminos. También lo fueron el
intento formal de separar la acción del Estado de los grupos privados, la coordinación y
centralización administrativa, la voluntad de tecnocratización de la misma y la planificación
centralizada. Sin embargo, todo ello, que aparece diseñado en el Primer Plan de
Gobierno, estaba dominado por lógicas en muchos casos irreales en las metas. Irrealidad
que reproponía, además, discursivamente, de otro modo, las hiperbólicas elucubraciones
argentinas que vimos al comienzo37. Más importante aún, buena parte de los objetivos de
modernización del Estado, como la planificación, la coordinación y la profesionalización ,
se diluyeron por la intensa lucha política faccional proyectada sobre las estructuras de la
Administración y por la subordinación de la idea de profesionalización a la idea de
partidización que acompaña el intento unanimista del segundo período peronista38. Todo
ello proyecta serias dudas, sea con respecto a la eficiencia en el uso del gasto, sea con
respecto a la profesionalidad de los cuadros técnicos encargados de ejecutarlo y por ende
sobre la calidad de los beneficios concretos recibidos por los habitantes.
Sin embargo, aunque el incremento del gasto social del Estado, era menor que el
incremento total del gasto estatal global, dada su magnitud, no podía no influir
positivamente sobre el proceso de inclusión. Finalmente, el gasto social del Estado por
habitante aumentó y, aunque con oscilaciones, creció un 30% en el rubro salud y se
duplicó en el rubro vivienda entre 1941-42 y 1953-5539. Aunque fue menos relevante en el
sector educativo, los progresos en ese plano fueron también muy visibles. El nivel de
escolarización aumentó un 10% entre 1947 y 1955 en el nivel primario, se duplicó en el
nivel secundario y creció 2,5 veces en el nivel universitario o superior40
En éste punto es quizás necesario señalar que, desde el punto de vista que aquí
nos interesa, los enormes avances en el proceso de inclusión social que se producen en
el decenio peronista pueden atribuirse ciertamente al papel del Estado pero quizás más

37
Presidencia de la Nación, Secretaría Técnica, Plan de Gobierno, 1947-1951, Buenos Aires, Edición del
Banco Hipotecario Nacional, 1947.
38
Véase la siguiente consideración en cuanto a la selección del personal: “El ingreso en la Administración
Pública será precedido por un examen previo de condiciones y la investigación de antecedentes sobre
conocimientos básicos de la doctrina nacional de gobierno, honradez y capacidad, según éste mismo orden de
prioridades”. Segundo Plan Quinquenal de la Nación Argentina, Buenos Aires, Ediciones Hechos e Ideas,
1954, p. 603.
39
. S. Torrado, Estructura social de la Argentina (1945-1983), Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1992, p.
364.
40
. Ibíd., p. 265

15
aún a otros dos factores. Por una parte al impacto de los beneficios materiales sobre la
morfología social y por la otra, a la fuerte integración simbólica que la política y la
ritualidad del movimiento justicialista promueve en vastos sectores hasta entonces
excluidos o sólo parcialmente incluidos.

La continuidad de la Argentina peronista luego del peronismo y su crisis

Es bien conocida la inestabilidad política que caracterizo los 28 años sucesivos a


la caída del peronismo. A la revolución llamada “libertadora” siguieron gobiernos
democráticos débiles, basados en la proscripción del peronismo y luego con el intervalo
de 1973-75, dos dictaduras militares, de las cuales la última bárbara y sangrienta pareció
disolver definitivamente cualquier ilusión. Sin embargo, si prescindimos por un instante de
la política y miramos con más detenimiento la economía y la sociedad puede
argumentarse que por distintas formas aquellas, tal cual se conformaron durante el
peronismo continuaron durante bastante tiempo después de él. Es lo que graficó el título
de un libro de Tulio Halperín “La larga agonía de la Argentina peronista”41.
Un primera observación, siguiendo aquí a Gerchunoff y Llach, es que el modelo
de sustitución de importaciones, tan denostado desde los años ochenta, no cumplió una
mala perfomance entre 1955 y 1974 y sobre todo a partir de 1964, parecía que el ciclo
stop and go daba lugar a un go-go42. En cualquier caso más allá de los términos
comparativos que no reducen sino que ven ampliada (aunque moderadamente) la brecha
entre el crecimiento argentino y el de aquellos países que tomamos como modelo de
confrontación, la Argentina creció a una tasa en conjunto no desdeñable. El PBI creció
casi tres veces entre 1950 y 1975 y el PBI per cápita se duplicó. Lo que es quizás más
importante, el proceso de integración y movilidad social continuó dando nuevos pasos,
quizás más aparentes, quizás más inseguros, pero en todo caso pasos hacia adelante.
Utilizando los datos del censo de 1960, Germani calculaba, en un trabajo posterior, que
las clases medias habían seguido expandiéndose y alcanzaban ahora un 45% 43. Y si

41
T. Halperín Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista, Buenos Aires, Ariel, 1998.
42
P. Gerchunoff y L. Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto, Buenos Aires, Ariel, 1998
43
G. Germani,: "La estratificación social y su evolución histórica en Argentina", en J.F. Marsal, A. Babini,
F.J. Delich y G. Germani. (comps.); Argentina conflictiva. Seis estudios sobre problemas sociales

16
miramos aquél libro hecho bajo la inspiración germaniana por una antigua discípula suya,
Susana Torrado, escrito luego del advenimiento de la democracia y empleando los datos
de los censos nacionales de 1970 y 1980, por sorprendente que pueda parecer (dado que
para la segunda fecha ya tenemos los efectos del proceso militar), la Argentina parece
haber seguido avanzando, aún si moderadamente, según la perspectiva que brindan los
datos agregados.
Aunque su serie es construida de manera diferente a la de Germani y parte de
estimaciones más bajas para 1947 y 1960, si comparamos los datos de ésta última con la
provista por el cálculo de Torrado para 1980, la clase media argentina había continuado
expandiéndose, alrededor del 17 % entre el 60 y el 80, lo que haciendo una proyección
sobre las estimaciones de Germani que incluían a las clases altas, daría una estima en su
forma de medirla de alrededor de un 51% de la población total que podía incluirse dentro
de los sectores medios y altos. En cualquier caso, en el cuadro 1 del apéndice puede
observarse las dos estimaciones, la de Germani y la de Torrado (y los dos lenguajes
diferentes empleados) y además puede percibirse, a partir de los datos de ésta última
como ese proceso involucra sobre todo a la clase media dependiente que sigue
aumentando mientras se produce un descenso de la clase media “autónoma”.
Lo que los análisis de los censos refleja imperfectamente dada su realización
decenal es que, en realidad, fue hasta 1974/75 que el proceso de modernización social,
según los parámetros que hemos venido considerando, siguió la Argentina en ascenso y
el mismo fue en paralelo con el desarrollo del modelo de sustitución de importaciones.
Dada la importancia que tuvo la educación en los procesos de integración y de movilidad
social en la Argentina, ese indicador es buen reflejo de esa situación. El analfabetismo
siguió en descenso y lo mismo ocurría con otros datos de escolaridad, en especial en los
niveles medio y superior hasta 1975. En el nivel secundario, la tasa de escolarización
sobre la población en edad escolar casi se duplicó entre 1955 y 1975 y la universitaria o
superior casi se triplicó entre las mismas fechas.
En cualquier caso, lo que el período 1955-75 muestra es rasgos de un proceso con
avances en muchos terrenos agregados, si medidos entre las puntas del período. Por
ejemplo, todas las series disponibles sobre salario real muestran, más allá de sus
disparidades, que éste se encontraba en 1974 un 25% más arriba que en el mejor año del
peronismo (1949). Sin embargo ese proceso fue en conjunto bastante irregular.

argentinos, Buenos Aires, 1972. Los datos incluyen aquí también a las clases altas estimadas en no más del
2/3% del total.

17
La medición entre las dos puntas no debe hacer olvidar que las alzas y caídas del mismo
hasta 1963, debían tener efectos significativos sobre las economías familiares y su
capacidad de ahorro en el mediano plazo . Esa relación puede quizás explicar las
disparidades en los consumos de los asalariados que tiende a aumentar en el período en
los bienes no durables y a disminuir en los bienes durables44. En cualquier caso, el
salario real, en todas las series disponibles, tras sus bruscas oscilaciones en el decenio
precedente, exhibe una tendencia creciente casi ininterrumpida entre 1964 y 1974 (con
dos ligeras flexiones en 1968 y 1972). Es decir que está bastante en línea con la
perfomance de la economía.
Menos brillante es la situación si mirada desde el problema de la participación de
los asalariados en el ingreso nacional. Este indicador que también ha sido objeto de
abundantes controversias 45, exhibe una brusca y continua caída en las décadas de 1950
y 1960. En términos generales la misma pasa, de algo menos de la mitad del total del
ingreso nacional a principios de los años cincuenta, a algo más de un tercio a fines de los
años sesenta. Aunque luego vuelve aumentar, en 1974-75, para acercarse (pero sin
alcanzarlos) a los niveles de 1950 . En realidad ambos indicadores, salarios y en especial
participación de los asalariados en el ingreso aparecen bastante condicionados por las
dos experiencias populistas redistributivas del peronismo, solo que la segunda fue no sólo
más breve sino que terminó en un completo marasmo económico. Sin embargo, debe
remarcarse que mientras el salario real presenta claras ganancias, la declinante
participación de los asalariados en el ingreso nacional parece formar parte de un
problema de más largo plazo que puede tomarse como un indicador de una sociedad que
si no muestra una tendencia pronunciada hacia la desigualdad social no presenta en
conjunto avances consistentes en ese plano. En este último sentido, ese proceso es
reflejado mucho mejor por el coeficiente de Gini, que aumenta muy lenta pero
incesantemente en esos veinticinco años, relevando una progresiva desigual distribución
de la riqueza (de 0,39 en 1953 a 0,41 en 1961 a 0,42 en 1974).
Adicionalmente hay que observar que el gasto social mostraba un sustancial
estancamiento. Ese estancamiento reflejaba varias cuestiones. En primer lugar, el gasto
público total tendía a mantenerse en niveles estables, que medidos en porcentaje del PBI
estaba en niveles equivalentes a los de la década de 1930 y que mostraba una tendencia

44
A. Monza, “La medición empírica de la distribución funcional del ingreso”, en Desarrollo Económico, n.
50, 1973.
45
P. Gerchunoff-J. Llach, “Capitalismo industrial, desarrollo asociado y distribución del ingreso entre los dos
gobiernos peronistas: 1950-1972”, en Desarrollo Económico, n. 57, Buenos Aires, 1975

18
de largo plazo dentro de la cual aparecen como excepcionales el trienio peronista
comprendido entre 1947 y 1949. Ello revela un comportamiento muy diferenciado, en
especial con relación a los países europeos y muestra indirectamente los límites del
Welfare State argentino46. Esto puede ponerse en relación con las opciones de las
políticas públicas pero también con los límites que para ese aumento del gasto imponía la
pésima perfomance argentina en materia de ingresos públicos. En ese contexto, el gasto
social total del Estado y el gasto social por habitante, aunque con distribuciones por
sectores diferenciadas respecto a la década 1946-1955, exhibía de modo semejante a
otros indicadores, una ligera tendencia a la baja, medido en porcentaje del gasto público
total y, además, al variar mucho anualmente, tenía efectos acumulativos negativos sobre
los servicios ofrecidos.
Lo que todo ello revelaba, más allá de las estadísticas era una progresiva
degradación de las prestaciones sociales estatales ligadas a un deterioro de las
infraestructuras en algunos casos (salud, educación), a la ausencia de inversiones en otro
(vivienda) y al deterioro notorio en algunos planos como el de la previsión social. Todo ello
enmarcado en un Estado que seguía sin modernizarse desde el punto de vista de la
profesionalidad de sus cuadros y de la eficacia en la gestión concreta de las políticas
públicas. Agravado además por las dificultades inherentes a la alta rotación de los
cuadros de la administración como consecuencia de la pronunciada inestabilidad
institucional y la exasperada lucha política47. Considerado en términos cualitativos ello
sugiere un deterioro de la “calidad” de los servicios sociales que obliga a matizar lo que
los datos macroagregados presentan y nos deja ante una doble perspectiva. Por una
parte, la sociedad argentina parece haber continuado progresando desde la perspectiva
morfológica y parece haberlo hecho, nuevamente, más allá de la deletérea acción del
Estado y de las fluctuaciones de la economía. Con todo, poniendo ello en relación con el
horizonte de expectativas de la población y con la realidad cotidiana de la experiencia
social, las disparidades entre unas y otras puede estar en la base de los fuertes niveles
de conflictividad y de malestar social que esos veinte años revelan.

46
A. Mann y W. Schultess, “El nivel y la composición del gasto real del sector gubernamental de la
República Argentina: 1930-1977”, en Desarrollo Económico, n. 82, Buenos Aires, 1981, pp. 257-270.
47
Un análisis comparativo con Brasil lo brinda K. Sikkink, Ideas and Institutions. Developmentalism in
Brazil and Argentina, Ithaca and London, Cornell University Press, 1991,

19
La sociedad argentina a la deriva

Ciertamente, luego de 1974- 1975, con la implosión del populismo peronista y


luego con la gestión económica del gobierno militar, que además de su perfil ideológico
antipopular, fue tras los primeros años bastante errática, la situación cambiaría
drásticamente y un notable deterioro sería perceptible en todos los órdenes. El
advenimiento de la democracia más allá del cambio de orientación y de las buenas
intenciones , no dejó de ser ella misma bastante incoherente en sus políticas y no pudo
resolver los problemas de la herencia recibida.
Una primera comprobación es que la Argentina en términos macroeconómicos
simplemente se estancó entre 1975 y 1990. El PBI estaba en 1990 en el mismo nivel que
en 1975, es decir que hubo quince años que en conjunto tuvieron un crecimiento cero. El
PBI per cápita, a su vez, descendió un 17% y la caída no fue más pronunciada gracias al
moderado crecimiento de la población. Por su parte, la tasa de desempleo casi se duplicó
entre 1974 y 1990 (de 3,4 a 6,3%) y si ese aumento no fue aún mayor se debió a que ese
proceso fue acompañado por un pasaje significativo de personas del sector formal al
informal de la economía que aumentó del 37,9% del empleo total al 48,5%48; con todo lo
que ello implica en si mismo y desde los presupuestos del análisis social estructural en
cuánto al efecto diferenciado en los comportamientos de ocupar o no posiciones centrales
y estables en el sistema ocupacional. Junto con ello aumentó la pobreza y la indigencia.
Si bien existen discusiones sobre la comparabilidad de los datos, los mismos muestran
bien, a grandes rasgos, la enorme magnitud del proceso. Si un 2,6% de los hogares se
encontraba bajo la línea de pobreza en 1974 ese porcentaje era del 33,8% en 199049.El
porcentaje de los asalariados en el PBI había decaído del casi 50% de 1950 a un
promedio del 36,4% entre 1977 y 1982 y más alarmante aún, el coeficiente de Gini tendía
a subir incesantemente, encontrándose en 0,46 en 1980 y en 0,52 en 1990.
Con el advenimiento de la convertibilidad y la era Menem-Cavallo, la Argentina
retomó la senda del crecimiento y su PBI medido entre 1991 y el 2001 creció por impulso
de las altas tasas de los primeros años a un promedio algo superior al 3% anual. Del
mismo modo creció el PBI per cápita que, en términos de comparaciones internacionales,

48
. O. Altimir y L. Beccaria, “El mercado de trabajo bajo el nuevo régimen económico en la Argentina”, en D.
Heymann y B. Kosacoff (eds.), La Argentina de los noventa. Desempeño económico en un contexto de
reformas, Buenos Aires, EUDEBA-CEPAL, 2000, tomo 1, pp. 404-406
49
S. Torrado, op. cit. ; M.C. Feijoo, Nuevo país, nueva pobreza, Buenos Aires, FCE, 2001, p. 89

20
podía apoyarse en la falacia que expresan los datos medidos en dólares dada la alta
valorización de la moneda local. Solo que ahora lo que estos indicadores mostraban no
sólo aparecía divorciado del proceso de modernización e integración social sino en
muchos puntos totalmente contrapuestos a él. Ciertamente el salario real de los
ocupados creció, por efecto de la sobrevalorización de la moneda, lo que es una
constante argentina (como bien sabían y sostenían los socialistas en la primera mitad del
siglo) y por la estabilidad de precios que reducía el efecto del llamado “impuesto
inflacionario”. Mirado en perspectiva histórica y tomando como índice base 1974=100, que
fue como vimos el mejor momento del siglo, medido para el área del Gran Buenos Aires,
el ingreso medio de los asalariados había caído a 85,7 en 1980, a 73,4 en 1986, a 49,7
en 199050. Ergo, durante las dos décadas de estancamiento de la economía argentina, el
salario real terminó reducido a la mitad. En la convertibilidad subió, pero en su mejor
momento (1994) estaba en 68,8 es decir todavía un tercio por debajo de 1974! Y si se
observa que hoy el nivel salarial promedio actual se ha desplomado totalmente y es
aproximadamente un tercio del de 1974 y la mitad del de los mejores momentos de la
convertibilidad tendríamos un adecuado resumen de la ponencia.
En cualquier caso, los avances del salario durante la era Menem para los fines de
nuestro análisis deben ponerse en relación con otros dos fenómenos. El primero era la
pirámide salarial, que tendió a alargarse por efecto de deliberadas políticas del gobierno,
con lo cual aún dentro de los ocupados las diferencias de ingreso se hicieron notorias. El
segundo era la desocupación. Esta no cesaba de aumentar, hasta cierto punto como algo
inherente al tipo de modelo capitalista establecido basado en la renovación tecnológica
capital intensiva, pero agravado por el desmantelamiento de buena parte del sector
industrial debido a la apertura económica y por la privatización de los servicios públicos.
Así, en el mejor momento de la convertibilidad, 1995, el desempleo urbano era del 18,4%
y tras descender sucesivamente hasta el 13,2% en 1998, en el último año de la
convertibilidad había vuelto a trepar hasta alcanzar el 17, 4%51. El índice de pobreza se
mantenía en el 2000 en los elevadísimos niveles de 1990 y con la debacle del modelo de
la convertibilidad creció, como observamos, hasta niveles inimaginables52.
En conclusión, la Argentina estaba abandonando aceleradamente el tipo de
sociedad que se había ido construyendo lentamente en los tres cuartos de siglo
precedentes. Una forma sencilla de percibir esto es la evolución del coeficiente de Gini. Si

50
O. Altimir y L. Beccaria, op. cit.
51
CEPAL, “Anuario estadístico...”. cit.

21
el mismo que se encontraba en 0,52 en 1990 había aumentado a 0,56 en 1999 y parece
continuar en ascenso (0,59 en 2001/2002). Este inédito avance en casi cualquier
comparación que se tome, incluso con otros países latinoamericanos, es un rasgo muy
distintivo de las políticas argentinas y no puede de ningún modo ponerse en relación
automática con los avatares de la economía. Baste la comparación con el caso de un país
y una economía también sometida a enormes presiones estructurales de largo plazo y con
un crecimiento muy lento, como el Uruguay. Aquí pese a la muy mala perfomance de la
economía, el coeficiente de Gini, aunque empeoró lo hizo a un ritmo muchísimo menor
que el argentino (de 0, 33 en 1968 a 0,44 en 1979 para descender luego a 0,38 en 1993.
Quizás más sorprendente aún es que ese deterioro en la distribución de la riqueza,
esa sociedad más desigual, se haya acelerado tan notoriamente en los veinte años de la
Argentina democrática. En cualquier caso, esa acentuada desigual distribución del
ingreso acercaba a la Argentina a los inusitados niveles de desigualdad de países como
Brasil que se mantenían en sus elevadísimas cotas históricas y aún las aumentaban (0,63
en 1970 y en 1990, 0,65 en 2001/2002) y superando al de México que registraba muy
moderados progresos (0,53 en 1993. 0, 52 en 2001/2002) 53. (ver cuadro 2)
Aunque algunas de éstas características de los últimos veinticinco años del siglo
XX fuesen hasta cierto punto inherentes a las nuevas fases del desarrollo del capitalismo,
también en otros contextos, en el caso argentino lo que sorprende es la magnitud de la
bifurcación entre crecimiento económico y progreso social, de la sociedad considerada en
su conjunto. Se trató de una época signada por ganadores en absoluto y perdedores en
absoluto. Estancamiento absoluto o crecimiento económico pero en ambos casos con
regresión social. A todo ello debe agregarse el problema del Estado. La grave crisis
económica que surca el estancamiento de los quince años comprendidos entre 1975 y
1990 llevó a un ulterior deterioro de la oferta social del estado que acumulada a las
precedentes significó una empeoramiento significativo de las condiciones de la ciudadanía
social. Por lo demás muy poco se hizo para mejorar o reorientar la asignación de los
escasos recursos disponibles y para hacer mas eficiente la gestión de los mismos. En
suma, un Estado que seguía sin modernizarse.
La medición del gasto público social en porcentaje del PBI muestra que el mismo
se mantuvo muy por debajo de los valores de 1974-75. Si aquí había alcanzado al 22,6%
del PBI en 1980 había descendido al 14,5% y en 1983 al 11,4. En ello puede verse todo el

52
Ibíd.

22
efecto negativo de las políticas del gobierno militar. El retorno de la democracia significó
un crecimiento del gasto social en proporción al PBI pero en un contexto de
estancamiento de éste. El gasto público social aumentó hasta llegar al 18,7 del PBI en
1987 pero todavía bastante por debajo de 1974-7554. Todo ello exhibía, sin embargo, un
intento desesperado por conservar formalmente la misma oferta social de la Argentina de
las décadas precedentes. Tarea imposible vista la continuación del progresivo deterioro
de la infraestructura estatal y de su capacidad de prestar servicios adecuados. Un ejemplo
emblemático fue la educación pública sometida a un creciente proceso de decadencia que
hace aún más contrastante la diferencia entre indicadores cuantitativos y resultados
obtenidos.
La orientación de la nueva era menemista significó el fin de los indirectos subsidios
estatales encubiertos a través de las tarifas de los servicios públicos, al privatizarse los
mismos. Por otra parte, el gasto social público total, se incrementó muy poco
significativamente, oscilando en torno a algo más del 20% del PBI, entre 1990 y 1998
(aunque éste era creciente y ello significaba un aumento del gasto nominal) pero
confrontándolo con la supresión del gasto social indirecto vía tarifas, es improbable que
ello haya significado ninguna mejora de la situación real de las personas. Por otra parte,
en la estructura de ese gasto por sectores, no se produjeron sustanciales alteraciones:
cuasi inexistencia de gasto en vivienda, y en torno a un 4,5% del PBI en salud y a 4% en
educación, ciencia y tecnología. Por supuesto que un incremento tan microscópico no
podía modificar las acumuladas carencias sino airear formalmente, pero sin ninguna
modificación sustancial, la deletérea calidad de las prestaciones sociales del Estado. Más
problemático es que ese gasto social se orientase en un 84% hacia objetivos “universales”
y solo en un 16% a objetivos localizados. Ello sugiere que un welfare ya orientado
bastante hacia los sectores medios urbanos, mayores usuarios y beneficiarios del mismo
en las épocas precedentes, siguió estándolo en ésta época. De éste modo al colapso
macroeconómico, al de los ingresos de los asalariados, al desempleo y la pobreza vino a
sumarse en los veinticinco años comprendidos entre el advenimiento del proceso militar y
el fin de la era menemista, el colapso del welfare argentino. Los argentinos que estaban,
como señaló melancólicamente Halperín, definitivamente a la intemperie siguieron allí55.

53
Los datos hasta 1997 en Altimir, “Desigualdad...”, cit., reformulados ligeramente en R. Thorp, op. cit.,
cuadro VIII. 1. Luego de 1996, CEPAL, “Anuario Estadístico...” cit.
54
Argentina, Ministerio de Economía. Dirección de gastos consolidados, Caracterización y evolución del
gasto público social, Documento de Trabajo n. 68/10, Buenos Aires, 2000.
55
T. Halperín Donghi, La larga agonía..., cit., p.

23
Más allá de la morfología social

Los enfoques estructurales nos informan de muchas dimensiones de una sociedad


pero sin duda nada nos dicen de las relaciones que se establecen entre las personas que
en ellas actúan. Tampoco son suficientes para definir los comportamientos de las mismas
salvo al precio de creer que la inserción social determina automáticamente los mismos.
En éste sentido, el hecho de que la mayoría de los habitantes de la Argentina ocupase en
buena parte del siglo XX (en la jerga de la sociología clásica norteamericana) posiciones
centrales y estables en la estructura ocupacional, fuesen clases medias u obreros
especializados, no es un indicador suficiente para analizar sus comportamientos, ni
necesariamente para definirlos como tales. Para definir la pertenencia a un estrato social
puede ser tan importante la ocupación como la autopercepción, la atribución por los otros
o los consumos. Tampoco el análisis morfológico explica como ese proceso se logró,
salvo creyendo en el automatismo del mercado. Y desde luego la idea de que el destino
de toda sociedad moderna era la ilimitada extensión de sus clases medias (o de los
ideales de clase media) que aseguraría el desarrollo del capitalismo, suprimiendo el
conflicto y logrando el equilibrio social ha sufrido demasiadas desmentidas a lo largo del
siglo XX, sea en cuánto a que aquella forma social fuese alcanzable, sea en cuánto a que
ella asegurara el equilibrio social.
Nuestra idea es que ese proceso fue mucho más complejo y conflictivo en la larga
fase expansiva e integradora de la sociedad que abarca los tres primeros cuartos del siglo
XX. Un desarrollo siquiera mínimo de esa multiplicidad de problemas excede con mucho
los límites de un artículo. Lo que propondremos aquí será pues un inventario de
problemas y algunas reflexiones acerca de los mismos.
Creo que una primera comprobación debe partir de la excepcional situación
argentina a principios del siglo XX. Una característica a mi juicio diferenciada de esa
sociedad es su elevada heterogeneidad social. Esto está, desde luego, vinculado al
problema de la inmigración de masas que como es bien conocido alcanzó porcentajes en
relación con la población total que no tenían casi parangón en el mundo56. No señalo éste
dato para reabrir una discusión acerca del problema del “pluralismo cultural” y del “crisol

24
de razas”, que he tratado en otros lugares, sino para observar que una sociedad con esas
características es necesariamente más heterogénea que otras, en especial en aquellas
zonas como la Argentina del litoral donde esa presencia migratoria había alterado
significativamente los cuadros sociales preexistentes. Ello implicaba además que los lazos
sociales que vinculan a las personas entre sí son débiles (en la terminología de la network
theory) y nuevos en la mayoría de los casos57. Desde luego no en todos. Conocemos bien
los mecanismos migratorios llamados de cadena y los mismos proveían la reconstrucción
de lazos fuertes premigratorios y también entre algunos grupos nativos, los mismos
tenían cierta antigüedad. Sin embargo, en conjunto, esas debilidad de los lazos era un
dato no irrelevante.
Esa situación de fluidez social otorgaba un lugar relevante por un lado a los lazos
interpersonales cara a cara en la acción social y en el cual el rol de la mediación y de los
mediadores era central para asegurar el funcionamiento social y por la otra a los ámbitos
de sociabilidad en la que se buscaba construir identidades sociales más estables.
Señalaremos cuatro de ellos: los espacios estatales (escuela, servicio militar), el
asociacionismo voluntario, los ámbitos residenciales y los lugares de trabajo. La
construcción de las identidades sociales además aparecía afectada, a la vez, por el veloz
crecimiento de la economía y por la movilidad espacial y laboral interna a la misma
Argentina. Es decir que la construcción de los cuadros sociales era paralela y no previa a
la expansión económica. Consecuencia, nos encontramos con una sociedad no sólo
heterogénea sino inestable.
Como en el juego de la silla vacía, cada uno parece estar buscando su lugar.
Desde luego que ello puede ser visto también como una condición de posibilidad de aquel
imaginario igualitario del que hablamos al principio de éste trabajo. Empero, dado que
toda sociedad realmente existente (o si se prefiere todas las sociedades burguesas en el
sentido decimonónico del término) se basa en la búsqueda de distinciones y jerarquías
que, cuando no dadas ni aceptadas “por naturaleza”, deben establecerse en el propio
juego social, aquella situación fluida y heterogénea tenía su contrapartida en el esforzado
intento de construirlas.

56
Como exhibe el Tercer Censo Nacional, los extranjeros eran en 1914 el 30% de la población total argentina,
porcentajes que trepaban hasta el 50% en algunas ciudades del litoral y, desde luego, entre los nativos había
muchos hijos de inmigrantes.
57
La distinción “lazos débiles” y “lazos fuertes” procede de M. Granovetter, “The Strenght of Weak Ties” en
American Journal of Sociology, 78, n. 6, 1973, pp. 1360-1380 e Id., “The Strenght of Weak Ties. A
Network Theory Revisited”, en P. Marsden-N. Lin (eds.), Social Structure and Network Analysis, Beverly
Hills, Sape, 1982, pp. 105-130.

25
En este marco, debe señalarse en primer lugar que por abierta que una sociedad
de éstas características pueda parecer, hay que remarcar que ella no estaba desprovista,
en la mayor parte de la Argentina, de una elite social, que desde la década de 1880 se
había hecho más rígida y cerrada (precisamente cuando se aceleraba el proceso de
transformación de la Argentina) y que como cualquier elite intentaba construir a la vez
una jerarquía y una disciplina social. En tanto ella misma o grupos con ella ligados
controlaban el aparato del estado, era inevitable de que dispusieran también de los
instrumentos por él provistos para realizarlo. En este punto, los múltiples problemas o
amenazas que estos grupos dirigentes creen percibir los orientan a resumir una
multiplicidad de cuestiones (social, urbana, migratoria) en una: la cuestión de la identidad
nacional. En ese marco el proceso de las primeras décadas del siglo XX ve un esfuerzo
paralelo por construir a los argentinos desde instrumentos públicos (la educación
patriótica, el servicio militar y el voto obligatorio) y desde estereotipos y normas de
comportamiento. Cuando en su célebre “las multitudes argentinas”, José María Ramos
Mejía definía una serie de tipos sociales, el “guarango”, el “patán”, el “guaso”, lo que era el
buen gusto y el mal gusto, expresaba mucho menos convicciones personales que una
creencia extendida en sus ámbitos sociales acerca de la necesidad de civilizar “cepillar” a
los inmigrantes como requisito previo a su admisión futura en esa élite social58. Uno de los
elementos de diferenciación inventados por las elites fue el de su mayor antigüedad de
residencia, su carácter “patricio”. Sin dudas este proceso adquirió modulaciones muy
diferenciadas regionalmente, donde no existía ninguna amenaza a su preeminencia o en
aquellas otras nuevas donde ninguna elite antigua existía.
Simultáneamente, en parte de aquellas clases medias que muestra el análisis
morfológico, se formulaba otro proceso de diferenciación con respecto a los sectores
populares pero también a unas clases altas. Esa diferenciación se basaba no sólo en la
ocupación sino en la supuesta posesión de ciertos hábitos sociales y culturales que no era
en esencia tan diferente en sus contenidos a las enunciadas por Ramos Mejía, Cané o
Pellegrini, aún sí incluía otros componentes de manera relevante: la superioridad del
origen europeo, los hábitos tan burgueses del trabajo y la frugalidad que, suponían, le
eran patrimonio. De éste modo la construcción o invención de esas clases medias se
realizó, a la vez, en pugna o en parcial imitación de aquella elite patricia y en rechazo a
las clases populares nativas. La definición despectiva del presidente Victorino de la Plaza,
procedente de una familia del norte argentino como “coya” o la del poeta Leopoldo

58
J.M. Ramos Mejía, Las multitudes argentinas, Buenos Aires, Rosso, 1934 (edición original 1899).

26
Lugones como “mulatillo” no es de naturaleza tan diferente a la definición del “carnaval de
los negros” referida a los sectores sociales que acompañaron la asunción del Presidente
Hipólito Yrigoyen en 1916 o a la de la “aluvión zoológico” y “cabecitas negras” estigmatizó
la aparición de las masas adherentes al peronismo59.
De este modo una de las características resultantes puede ser efectivamente la
construcción de esa sociedad “tripartita” de la que hablaba Germani, solo que la
pertenencia a uno de esas tres categorías no necesariamente se corresponde
estrictamente con la estructura ocupacional. En especial la “clase media” morfológica
podía aparecer tanto dentro como fuera de ella desde el punto de vista de las identidades
sociales, consideradas según sus hábitos, consumos y atribuciones externas60.
En segundo lugar, ese proceso de construcción de esas identidades parece haber
estado surcada por un nivel elevado de conflictividad, más elevado aún por las
dificultades de los sectores altos y medios para explicitar y hacer aceptar la distancia
social, en una sociedad en las cuales las mismas no solo no aparecían dadas por
naturaleza sino que hasta cierto punto estaban en pugna con los mitos igualitaristas y de
ascenso social que la permeaban. En ese contexto la historia de la primera mitad del siglo
XX argentino aparece surcada más que por un límpido proceso de movilidad social por la
tensión entre esa movilidad social alentada por la mitología igualitarista y por las
posibilidades económicas y las aspiraciones de asegurar su preeminencia social por parte
de los sectores altos y medios urbanos de la nueva Argentina. En éste punto, el proceso
de construcción de la Argentina moderna y socialmente democrática que nos muestra la
morfología social aunque sustancialmente aceptable desde sus resultados, debe ser
enmarcada en un proceso de fuertes tensiones y debe ser desprovista de toda
automaticidad.
Un segundo conjunto de temas remite a niveles de conflictividad más clásicos
como aquellos que derivaban de las relaciones en el mundo laboral. Estas fueron
elevadas en la Argentina en los tres cuartos de siglo de la expansión, más allá del hecho,
que ha distraído a muchos historiadores de juzgarla en toda su amplitud, de evaluarla
desde el postulado de si estaban ligadas o no a propósitos “revolucionarios”. Y creo que

59
La expresión acerca de L. Lugones es de E. Guibourg y también sugerida por Manuel Gálvez, la del
“aluvión zoológico” de Ernesto Sanmartino, la del “carnaval de los negros” de Benigno Ocampo es citada por
Pilar de Lusarreta, Cinco Dandys Porteños, Buenos Aires, Continente, 1999.
60
J. L. Romero observa esa bifurcación de las clases medias entre aquellas atraídas hacia los modelos de
comportanmiento de las elites y aquellas reluctantes a ella en J.L. Romero, “La ciudad burguesa”, en Buenos
Aires, historia de cuatro siglos, tomo II, Buenos Aires, Ed. Abril, 1983, pp. 9-18.

27
puede admitirse que salvo momentos y coyunturas, en la perspectiva del siglo, muy
mayoritariamente no lo estuvo.
Ciertamente la conflictividad puede explicarse en términos clásicos vinculados con
las condiciones laborales y/o salariales y éstas en muchos sectores eran como ya
señalamos difíciles y la debilidad histórica de las alternativas más radicalizadas puede
quizás ponerse en relación (como ha sido hecho por muchos historiadores) con el mito de
la movilidad social. Puede señalarse, además, que ese conflicto social en el ámbito de las
relaciones laborales es un proceso que afectó en general a todos los países occidentales
en las fases más tempranas de su desarrollo capitalista. Empero agregaría aquí dos
elementos con relación al caso argentino. En cuanto a la conflictividad, la misma debe ser
puesta en relación con la combatividad de un movimiento obrero organizado que gozaba
de una respetable tradición aún antes del advenimiento del peronismo. Aunque aquí se
necesitarían parámetros comparativos explícitos, la impresión es que la clase obrera
argentina, por ejemplo si mirada en el espejo de Brasil, era en las tres primeras décadas
del siglo mucho más fuerte (y también las formas de organización política que se atribuían
su representación) y ello explica, en parte, la distinta trayectoria sucesiva de la relación
de las mismas con el varguismo y con el peronismo61.
Desde luego que el advenimiento del peronismo hizo mucho, más allá de sus
intenciones últimas, para expandir numéricamente y reforzar la capacidad de presión y
contratación de ese movimiento obrero, en términos organizativos pero también
simbólicos, como Daniel James ha señalado con acierto62. Pero incluso una lectura tan
hostil al peronismo como la germaniana debía admitir que aunque todo totalitarismo
brindase solo un “ersatz” de participación, el peronismo no había dejado de brindar a los
trabajadores el “orgullo” por haber logrado o impuesto sus derechos63. Aunque no se trató
solo de eso, el peronismo vino también a expandir enormemente un proceso de
movilización social que ciertamente lo precede y a exasperar aquella conflictividad antes
aludida. Ello era inevitable vista la plebeyez del populismo peronista y cuánto la misma,
más allá de las cuestiones ideológicas que fueron importantes (aún si también pueden ser
vistas como una forma de las “derivaciones” paretianas), ponía en cuestión las jerarquías
y la disciplina social laboriosa e imperfectamente construidas en el medio siglo
precedente.

61
F. Weffort, “Orígenes del sindicalismo populista en el Brasil (la coyuntura de posguerra)”
62
D. James, “17 y 18 de octubre de 1945: El peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina” en
Desarrollo Económico, n. 107, 1987
63
G. Germani, Política y sociedad....cit., p. 249.

28
En segundo lugar, las expectativas de movilidad social si pueden ser
argumentadas como un obstáculo para la construcción de alternativas antisistema pueden
serlo también para explicar la conflictividad social, vista como resultado del desfasaje
entre expectativas y resultados efectivos. En éste punto, no es quizás innecesario
subrayar que más que con una automática lectura labroussiana del conflicto social, el
caso argentino puede ponerse, en muchos momentos, en relación con el tipo de
argumento que presentaba Tocqueville en “El Antiguo régimen y la Revolución”, tratando
de explicar porque la revolución se había producido en Francia donde las condiciones
sociales eran mejores que en tantos otros contextos europeos continentales. Su
argumento era que así había sido porque precisamente se encontraban mejor y cuando
las personas tienen la mitad aspiran a la otra, cuando no tienen nada no aspiran a nada.
En cualquier caso, al menos uno de los momento de mayor conflictividad y enfrentamiento
social en la Argentina, entre fines de los años sesenta y principios de los setenta,
coincidieron con épocas de prosperidad económica y de avance social (aunque muchos
otros factores, en especial el autoritarismo político desde el Estado y la ideologización de
la sociedad, habría que considerar también para explicarlos). Más allá de ello, esa
prosperidad, sin embargo, no aparecía en línea con aquellas expectativas que en los tres
cuartos de siglo precedente, los ideales igualitaristas y la expectativa del ascenso habían
creado. Y es quizás innecesario aquí recordar una vez más el “teorema” de William
Thomas según el cual si la personas creen que algo es real es real en sus consecuencias.
Un tercer factor para explicar la lógica de la sociedad argentina debe otorgársele al
rol relevante a la política. Varias hipótesis me gustaría presentar aquí. La primero es que
la temprana construcción de un sistema de partidos políticos bastante extendido basados
en máquinas electorales (nuevo contraste con Brasil) brindaba un canal sino de
participación si de mediación entre distintos sectores sociales y el Estado. Ello puede ser
visto a priori a la vez como incluyente en el espacio público y como factor que a veces
exalta y a veces morigera el conflicto. En éste punto, la política proveía una vínculo de
integración, no menos fuerte que el de la estructura ocupacional pero, simultáneamente,
brindaba nuevos espacios para la conflictividad, aún si la misma se expresaba a menudo
como una lucha entre bienes simbólicos. En éste sentido particularmente relevante es la
experiencia de los populismos, el yrigoyenismo y el peronismo.
Más allá de una lectura simplificada según las cual el primero integraría a los
sectores medios nuevos y el segundo a la clase obrera, parece evidente que más allá de
distinciones rígidas de clase los mismos proveyeron canales de reconocimiento,

29
identificación y legitimación social a nuevos grupos sociales que escaparon hasta cierto
punto al propio control (como los infructuosos intentos del peronismo por domeñar y
subalternizar a la clase obrera pasados los años de prosperidad exhibe muy bien)64.
Proveyeron también de extendidos nodos territoriales (comités, unidades básicas) que
hicieron capilar su penetración en el tejido social65.
Por lo demás, la enorme hostilidad que los populismos desataron en las elites, no
justificada siempre ni necesariamente por el contenido concreto de sus políticas, nos lleva
de nuevo al problema de cuánto los mismos se colocan, entre otras cosas, en la aludida
pugna entre la búsqueda de las jerarquías sociales de los sectores medios y altos y el
sentimiento igualitarista. Por otra parte, el éxito que aquellos obtenían en la arena
electoral y su capacidad de promover hombres nuevos al plano de la dirigencia política
muestran también cuánto las elites fueron incapaces por un lado de ser competitivas en la
Argentina posterior a la Ley Sáenz Peña y cuanto a la vez, fueron impotentes para
mantener la gestión del poder en círculos cerrados o moderadamente ampliados a través
de la cooptación. Es decir en convertirse en una oligarquía política que se
autoreproduce66. Su recurrente recaída en soluciones autoritarias muestra su influencia
pero también su debilidad.
En cualquier caso, concluido el proceso del primer peronismo, puede
razonablemente afirmarse que la casi totalidad de los actores sociales se encontraban
dentro de la sociedad argentina. Es decir integrados en ella. Solo que esa integración no
era la negación del conflicto sino más bien la condición de posibilidad del conflicto.
Conflicto porque integrados no por no integrados. Podríamos aquí postular como hipótesis
que a mayor integración mayor conflicto (en sentido moderno no en aquel de lo que
Hobsbawn llamó “rebeldes primitivos”). En éste sentido, la idea de integración así definida
contiene valencias muy diferentes a las de la sociología clásica: postula en realidad la
noción de pertenencia a una sociedad vista como un espacio compartido por todos y la

64
L. Doyon, “La formación del sindicalismo peronista”, en J.C. Torre, Los Años Peronistas (1943-1955).
Nueva Historia Argentina, t. VIII, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, pp. 357-404.
65
La reevaluación de la importancia, extensión y actividad del partido peronista durante el primer gobierno ha
sido realizada recientemente. Cfr. M. Mackinnon, Los años formativos del partido peronista, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2001 y O. Aelo, “, ¿Continuidad o ruptura. La clase política bonaerense en los orígenes del
peronismo”, Anuario del IEHS, n. 17, 2002.
66
Permítase aquí una reflexión comparativa con el caso uruguayo. Una nación de larga tradición democrática
que empieza el siglo XXI con un presidente nieto de otro que abrió el siglo XX e hijo de uno que fue
presidente a mediados de éste siglo (y existe un cuarto presidente de esa familia en el siglo XIX. En
contraposición, una de las pocas alusiones que hace Hobsbawn de la Argentina en su Historia del siglo XX es
al curioso hecho que en éste país un hijo de inmigrantes sirio-libaneses (Menem) haya podido llegar a
Presidente. En cuanto a los orígenes sociales no era por otra parte el primer caso.

30
creencia en una serie de derechos que deben ser accesibles a todos. Aunque desde
luego aquí habría que recordar nuevamente las diferencias regionales.
Por supuesto que la explicación de la conflictividad argentina no está sólo en que
la misma fuese un signo de modernidad social que pueda ponerse en paralelo con los
prósperos “veinticinco años gloriosos” de la posguerra en el contexto occidental. La
exasperación de la mismo era, en la Argentina, también resultado de la progresiva
escisión entre expectativas y realidades, entre la conciencia de la ciudadanía social y los
límites e imposibilidades de alcanzarla efectivamente. A medida que se ampliaba el gap
entre la eficacia del proceso de integración y modernización social por una parte y el
progreso económico y la ineficacia del Welfare State argentino, por la otra, la conflictividad
sólo podía ser creciente. Y lo fue, como vimos, por distintos canales y desde distintos
grupos sociales hasta 1975.
La situación posterior de parálisis y colapso de la Argentina trabajosamente
construida en las tres cuartas partes precedentes del siglo presenta otras singularidades
en las que querríamos detenernos. La primera de ellas es la capacidad de resistencia de
esa sociedad y dentro de ella de los grupos más castigados por la progresiva crisis.
Ciertamente, todos los indicadores que hemos señalado muestran la progresiva
marginalización social de amplios sectores de la población. Sin embargo esa
desintegración desde el punto de vista morfológico y económico no ha destruido la noción
de inclusión de la mayoría de los sectores dentro de la sociedad. Esa inclusión se
manifiesta en la voluntad de reclamar un conjunto de derechos (por ejemplo el derecho al
trabajo) visto como algo que el Estado debe asegurar o sino compensar. Seguramente
ello puede ponerse en relación con muchas cuestiones. Un tema importante parece ser el
de las máquinas políticas (y también el de otras formas asociativas territoriales o
sindicales) capaces una vez más de canalizar inquietudes sociales y a la vez ahora de
amortiguar la protesta social abierta. Más allá de todas las críticas que puede merecer el
sistema partidocrático argentino, proveniente de una larga historia y reforzada en el
veinteno democrático, actúa todavía como una correa de transmisión entre demandas
sociales y aparato público, aún si ello es realizado no desde luego por altruismo social
sino como mecanismo clientelar para garantizar lealtades y reciprocidades. En los
momentos en que esos canales se bloquean emergen nuevos movimientos sociales que
las canalizan y al hacerlo sostienen esa vinculación entre sectores sociales y aparato
público. De este modo una vasta red de movimientos, instituciones y de mediaciones

31
existen entre el Estado y la sociedad civil que evitan a la vez la desintegración plena de la
sociedad y en muchos casos impiden la renovación de la misma.
Si miramos en cambio el problema desde la perspectiva de ese emblema de
“modernidad” que constituía la clase media argentina, el problema puede ayudar a
formular otras reflexiones. En primer lugar, suscita una reflexión general: la persistencia
de las estructuras sociales y de la pertenencia social (entendida como autodefinición y
adscripción) de cada particular grupo es mucho mayor que la de las perdurabilidad
de los factores económicos o morfológicos que hicieron posible su creación. Estructuras
mentales, hábitos y costumbres que definen una identidad social son procesos de larga
duración que pueden ser erosionados en sus consumos (si se prefiere en sus símbolos de
status) pero no implican automáticamente el abandono de la autoreferencialidad.
En segundo lugar, esa resistencia puede ponerse en relación, en especial en las
clases medias, con el gasto de los ahorros familiares acumulados en las generaciones
precedentes. En tercer lugar, esa resistencia tiene también que ver con ciertas
características del Estado argentino, tal cual se construyó durante el período precedente y
que conserva una serie de instrumentos de democratización social, absolutamente
degradados, pero que se niega a abandonar o se ve imposibilitado de abandonar, por las
presión de los sectores interesados en sus beneficios. El sistema educativo, emblema de
la vía de movilidad social argentina, puede ser un buen ejemplo de ello. La incapacidad
de reorientar el gasto público hacia objetivos distintos de los históricamente establecidos
puede ser otro.
Más allá de todo ello, lo que la “gran depresión” de la Argentina del ultimo siglo
sugiere es los límites comprensivos de los enfoques estructurales de la sociedad si no son
puestos en relación con procesos de más larga duración que incluyan hábitos culturales,
mitos sociales y la fortaleza y perdurabilidad mayor o menor de las redes sociales. En
éste punto, si la Argentina comienza el siglo veinte como una sociedad donde predominan
los lazos débiles concluye el siglo con otra en la que los lazos fuertes construidos en las
décadas centrales del siglo, subsisten de algún modo. Aunque desde luego un proceso de
fragmentación de las identidades sociales es también muy visible en la Argentina
contemporánea ello puede ser vinculado con la incapacidad de la política de coagular la
diversidad creciente de intereses sociales más que con una plena desintegración de los
lazos sociales concretos.
Por otra parte, si el siglo XX comienza con la búsqueda de una apropiación de
hábitos y consumos culturales que sirvan para establecer las diferencias sociales, esos

32
hábitos una vez construidos muestran una sostenida perdurabilidad. Más que resistencia
e integración, visto desde el hoy el proceso parece ser la secuencia inversa: integración y
resistencia (a la desintegración).
Mas perdurable aún, porque más antiguo, es uno de los mitos sociales originarios:
el de la “futura grandeza del país”. Como todo mito, el mismo está más allá de cualquier
verificación empírica. Quizás ello explique porqué, contra toda evidencia, una buena parte
de los argentinos sigue ilusionándose con las posibilidades de que el mismo se cumpla en
el comienzo de cada nueva fase, de las tantas, que ha tenido la Argentina de los últimos
decenios. Aunque sean esas mismas expectativas confrontadas con la realidad las que,
sumadas a la memoria histórica de tiempos felices que fueron (un futuro que como en
Hesíodo está en el pasado), haga también más apresurados y profundos los sucesivos
desencantos.

33
Cuadro 1
Estratificación socio-ocupacional (1869-1960) Germani

Categorías socio-ocupacionales en % de la PEA 1869 1895 1914 1947 1960 1970 1980
Estratos medios (no manuales) 11 25,9 29,9 40,2 44,5
Incluyendo los estratos altos, no más del 2/3%
Estratos inferiores (manuales) 89 74,1 70,1 59,8 55,5
Totales 100 100 100 100 100

Germani (1972: 104)

Estratificación social (1947-1980) Torrado


Clases y estratos sociales en % de la PEA
Clase alta 1,6 2,2 2 1,1
Clae media autónoma 13,4 13,6 11,1 11,5
Clase media asalariada 18,7 22,1 26,9 30
Clase obrera autónoma 16,3 16,9 18 20,1
Clase obrera asalariada 45,8 42,5 39,1 34,4
SE 4,2 2,7 2,9 2,9
Torrado (1992, p. 146)

34
Cuadro 2
Evolución de la desigualdad en cuatro países latinoamericanos
(Distribución de los hogares según el ingreso - Coeficiente de Gini)

Años Argentina Brasil México Uruguay


1950 0,55
1953 0,39
1960 0,57
1961 0,41
1963 0,61
1967 0,59
1968 0,33
1969 0,41
1970 0,63
1973 0,33
1974 0,42
1977 0,55
1979 0,61 0,44
1980 0,46 0,62
1981 0,43
1984 0,48
1986 0,5 0,41
1987 0,63
1989 0,65 0,52 0,41
1990 0,52 0,63
1992 0,51 0,53
1993 0,38
1994 0,54
1997 0,54 0,64 0,54
1999 0,56 0,65 0,54
2001/2002 0,59 0,65 0,52

Fuente: hasta 1994 Altimir, 1997-2001/02, CEPAL


Nota: Para la Argentina el coeficiente mide áreas urbanas, para Uruguay, Montevideo
para Brasil y México es nacional.

35
GRAFICO I.
PBI DE ARGENTINA, BRASILY MEXICO, 1900-1950
100000

90000

80000

70000

60000

50000

40000

30000

20000

10000

Argentina Brasil México

GRAFICO II.
PBI DE ARGENTINA, BRASIL Y MEXICO, 1951-
1994
1000000
800000

600000
400000

200000
0
51

54

57

60

63

66

69

72

75

78

81

84

87

90

93
19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

19

ARGENTINA BRASIL MEXICO

36
37

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