02 - TP 3er Buen Samaritano - Falsas Imágenes de Dios

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• La Parábola del Buen Samaritano (Lucas 10, 25-37),


• la reflexión de Daniel Prietto ¿Qué hemos de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (Los 10
mandamientos)
• el Texto “Las Falsas imágenes de Dios”
• ¿Acaso soy yo el cuidador de mi hermano?

Responde :
I. ¿Qué imagen falsa de Dios tendrá el “maestro de ley”? ¿Qué falsas imágenes podemos tener de
Dios actualmente?
II. El Dios que Jesús me presenta a través de los Evangelio es un DIOS MISERICORDIOS, que
PERDONA SIEMPRE, que nos invita a ser prójimos unos de otros… entonces si Dios perdona
todo, ¿para qué cumplir los 10 mandamientos?
III. El Dios que Jesús me presenta a través de los Evangelio es un DIOS-AMOR, que nos invita a vivir
así entre nosotros. Caín y Abel (al principio de la Biblia Gn4,1-16) fueron dos hermanos que no
se cuidaron. ¿Cómo deberían ser nuestras relaciones de hermanos si decimos creer en Jesús de
Nazaret? ¿Encuentras en este tiempo de aislamiento rasgos del cuidado de hermanos que nos
propone Jesús? ¿Crees que hoy en día hay buenos samaritanos? ¿Dónde?

Parábola del buen samaritano Lucas 10:25-37

25
En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: —
Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
26
Jesús replicó: —¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?
27
como respuesta el hombre citó: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con
todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
28
—Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.
29
pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo?
30
Jesús respondió: —Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le
quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. 31 Resulta que viajaba por el mismo
camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. 32 Así también llegó a aquel lugar un
levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el
hombre y, viéndolo, se compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las
vendó. Luego lo montó sobre su
propia cabalgadura, lo llevó a un
alojamiento y lo cuidó. 35 Al día
siguiente, sacó dos monedas de
plata[c] y se las dio al dueño del
alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—
, y lo que gaste usted de más, se lo
pagaré cuando yo vuelva”. 36 ¿Cuál
de estos tres piensas que demostró
ser el prójimo del que cayó en manos
de los ladrones?
37
—El que se compadeció de él —
contestó el experto en la ley.
—Anda entonces y haz tú lo mismo
—concluyó Jesús.
¿Qué hemos de hacer de bueno para
conseguir la vida eterna?
(Los 10 mandamientos) - Daniel Prieto
«¿Qué hemos de hacer de bueno para conseguir la vida
eterna?» (Mt. 19,16) Fue la pregunta directa y contundente del
joven (pregunta que nos hacemos también tantos de nosotros
cada día). La respuesta del interlocutor no se hizo esperar: «Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Hasta aquí
todo claro. Sí, pero exactamente «¿Cuáles mandamientos?». La
pregunta parecía retórica. Todos saben cuáles son los
mandamientos, ¿o no? En todo caso el joven quiso correr el
riesgo, tal vez como provocación, es decir, para comprobar si
esos viejos mandatos dados por Dios tantos siglos atrás seguían
teniendo vigencia o debían ser actualizados (algo que también
tantas veces hemos escuchado ¿o pensado?).
Ahora bien, el Maestro impasible respondió sin titubeos, como diciendo, “ya sabes” «No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a
ti mismo» (Mt. 19,18-19)
Era una respuesta evidente (¿qué más se esperaba el joven?). Jesús no cambia nada de lo ya establecido, en
realidad para ser más precisos, lo perfecciona: “ven y sígueme” “Ustedes han oído que se dijo… pero yo os digo”.
Sin embargo, hay que entender que en lo substancial de los mandamientos no hubo cambios (ni los habrá), no
porque Dios sea retrograda o caprichoso, o simplemente porque se le olvida, sino porque estos responden al
hombre, a su naturaleza, a su corazón; han sido hechos por Dios a medida humana (para nuestro bien). Y mientras
no cambie el hombre, no cambian los mandamientos. El catecismo resume bien esta idea en su número 2080
cuando dice: «El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ley natural. Lo conocemos por la revelación
divina y por la razón humana».
De hecho si se mira con detención la lista, uno puede concluir que en realidad no son peticiones extravagantes.
Cualquier persona en su sano juicio podría (y debería) concluir que estas son necesarias para vivir una vida
auténticamente humana. Los diez mandamientos no son restricciones, sino libertad, y quien los practica con
fidelidad sabe esto por experiencia.
El Papa Francisco lo expresó con una fuerza tremenda cuando dijo: «Ahora, Dios mismo, en el Monte Sinaí indica
a su pueblo y a todos nosotros el itinerario para permanecer libres, un camino que está grabado en el corazón del
hombre, como una ley moral universal (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-22). No debemos ver los diez Mandamientos como
limitaciones a la libertad, no, no es esto, sino que debemos verlos como indicaciones para la libertad. No son
limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad! Ellos nos enseñan a evitar la esclavitud a la que nos reducen
tantos ídolos que construimos nosotros mismos —lo hemos experimentado muchas veces en la historia y lo
experimentamos también hoy—. Ellos nos enseñan a abrirnos a una dimensión más amplia que la material, a vivir
el respeto por las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en
nuestras relaciones, a custodiar toda la creación y nutrir nuestro planeta de ideales altos, nobles, espirituales.
Seguir los diez Mandamientos significa ser fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza más auténtica y caminar
hacia la libertad auténtica que Cristo enseñó en las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12.17; Lc 6, 20-23)». (8 de junio
de 2013)
Catecismo de la Iglesia Católica
2053. A esta primera respuesta se añade una segunda: “Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y
dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mt 19, 21). Esta respuesta no anula
la primera. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5, 17), sino
que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En
los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y
en la observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12.
21. 23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054. Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó

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la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47).
Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás […].
Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22).
2055. Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer
mandamiento. El segundo es semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De
estos dos mandamientos penden toda la Ley y
los Profetas” (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19,
18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz
de este doble y único mandamiento de la
caridad, plenitud de la Ley: «En efecto, lo de:
No adulterarás, no matarás, no robarás, no
codiciarás y todos los demás preceptos, se
resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no hace mal al
prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud» (Rm 13, 9-10).

Imágenes falsas de Dios


Muchas de las imágenes falsas que tenemos de Dios se deben a la misma religión, que, por medio de
una catequesis errónea, sin mala voluntad, se nos ha trasmitido desde pequeños a un falso dios, que
nada tiene que ver con Aquél que Jesús nos desveló en cada encuentro, en cada palabra, en cada gesto.
Si a Dios le caracteriza algo de manera fundamental es el Amor, pues Él es el Amor por Excelencia.
Cómo entonces podemos concebir a un Dios que está más presto a condenar que a perdonar, que está
constantemente vigilándonos para echarnos en cara nuestros errores, que tiene su dedo índice levantado
todo el tiempo de manera enjuiciadora prometiéndonos castigos eternos.
Quien conciba a un Dios de esta manera, es que de verdad no conoce al Dios tierno y amoroso,
compasivo y misericordioso, paciente y comprensivo que Jesús nos presenta en los Evangelios y nos lo
transmite en cada una de sus enseñanzas, para que podamos vivir confiados y seguros con un Padre de
Bondad.
Podríamos hacer mención de muchas falsas ideas de Dios, tal vez son innumerables, pues cada una de
ellas podrá tener sus raíces en las difíciles experiencias que cada quien ha tenido en diferentes
momentos de la vida, y se las atribuye de manera directa a Dios, estructurando de esta manera su propia
idea de Él.
Mencionamos sólo algunas falsas ideas de Dios, que nos pueden ayudar a reflexionar para ver en cuál
de ellas u otras, nos encontramos anclados y no nos permiten una relación sana y adecuada con el Dios
de Jesús:
Un Dios que coarta la libertad: Se trata de un Dios que suele exigir lo contrario de lo que la persona
quiere, porque al parecer le molesta lo placentero de la vida de la gente. Un Dios así establece un sinfín
de prohibiciones, porque le desagradan muchas conductas que llevan a la persona al placer.
Un Dios controlador: Se trata de un Dios que tiene todo bajo su control, para que no se le escape ni el
más mínimo proceder de la persona. Un Dios así se apega a una ley que tiene que ser cumplida con
rigurosidad, porque sólo de esa manera puede controlar la las acciones de la gente, de lo contrario se

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puede caer en el desorden.
Un Dios sin novedades: Se trata de un Dios que ya todo lo tiene planificado, codificado, y la persona
sólo tiene que seguir las reglas ya establecidas con anterioridad por Él. Un Dios así ya no tiene nada
nuevo que decir, pues todo lo ha determinado con anticipación y la gente lo tiene de sobra conocido.
Un Dios tapa agujeros: Se trata de un Dios al que se va solamente cuando se tienen problemas, para
que los resuelva favorablemente a conveniencia de la persona. Un Dios así es el que permanece
haciendo milagros constantemente, cumpliendo las demandas que la gente le presenta.
Un Dios abuelo: Se trata de un Dios que por su avanzada edad ya no se entera mucho de lo que
sucede a su alrededor y cada quien puede hacer lo que quiera. Un Dios así no resulta muy inspirador,
pues se le puede manipular y engañar con mucha facilidad.
Un Dios castigador: Se trata de un Dios que vive castigando constantemente las malas acciones de las
personas, pues lo malo que hacen le afecta y le desagrada. Un Dios así difícilmente tendrá tiempo de ver
lo bueno que hace la gente, pues está más preocupado en las malas acciones que realizan para poderles
castigar de inmediato.
Un Dios perfeccionista: Se trata de un Dios que no admite ningún tipo de error, pues todo lo quiere a
la perfección, ya que Él es perfecto. Un Dios así no tolera las faltas, por mínimas que sean, pues le
molesta grandemente que la gente no haga las cosas correctamente.
Un Dios comerciante: Se trata de un Dios que vende la salvación a cambio de lo que Él va pidiendo
para sentirse complacido. Un Dios así pide cuentas rigurosas, más por lo que hace la gente que por lo
que es en sí misma.
Para poder romper con todas esas falsas ideas de Dios u otras que concibamos, el mejor camino es ir a
Jesús de Nazaret, escuchar su Palabra y examinar cada una de sus obras, que nos hablan de un Dios de
Amor, de paz, de compasión, de ternura, de misericordia y de perdón incondicional.

¿Acaso soy yo el cuidador de mi hermano? Fernando Montes Junín de los Andes.

He concluido el décimo Seminario de Formación teológico: regalo del Señor para alentamos en el camino de
Jesús. Y me vengo con un clamor mil veces repetido: CUIDAR.
Lo expresaron los jóvenes, los jubilados, los indígenas, los obispos, los docentes, las mujeres. Lo dijimos y
escuchamos todos. Y me di cuenta que este clamor -casi un grito- no es una palabra más. Pienso en Aucapán, una
comunidad mapuche de la provincia de Neuquén. Allí, unas 150 familias, arrinconadas por gobiernos, leyes y
estancieros, siguen apostando a la vida, a la causa indígena. Al llegar a la comunidad uno encuentra siempre dos
chicos cuidando sus animalitos. En verano y en invierno. Mañana y tarde. Cuidan sin cansarse de cuidar. Van a la
escuela día por medio para que nunca los animales se queden sin cuidador. A veces los encuentros tranquilos,
sentados en el suelo. Otras, se los ve inquietos en busca de la oveja que se perdió. Pero allí están siempre. Sin
faltar un solo día. Pienso en Petronila, una anciana casi centenaria, que vive en la comunidad de Atreuco. Ya
conoce poco, habla poco, también. Pero a su lado, cuidándola, está siempre Cannen, una de sus hijas. No la deja
nunca. Y también vienen sus otros hijos y sus nietos. Como si todos cuidaran ese pequeño hilo de vida que aún
queda. Pienso en Dios: el gran cuidador de su pueblo. "ustedes serán mi pueblo y yo seré el cuidador de ustedes".
El Antiguo Testamento es como un himno a esa misión que Dios asume para sí. Cuidar al pueblo, sobre todo, a los
más pobres de su pueblo. Al huérfano, a la viuda, al extranjero.
Pienso en Jesús, Buen Pastor que como los chicos de Aucapan, conoce a sus ovejas, las llama por su nombre. Las
envía al campo por la mañana y las encierra al atardecer cuando aparecen los peligros de la noche. Pero nunca las
deja solas. Donde están las ovejas allí está El. Es la misión que su Padre le confió.

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Jesús es el cuidador de lo pequeño, de lo que no cuenta. De la semilla de mostaza, de los pájaros del cielo y de
los lirios del campo. De la oveja perdida. Del pobre Lázaro y del publicano. De los novios de Caná y del ciego
Bartirneo. Pienso también, en Abel, cuidador de ovejas como tantos campesinos pobres y asesinado por su
hermano Caín.
- "¿Dónde está tu hermano? ", le pregunta Yavé Dios.
- "No lo sé. Acaso soy yo el cuidador de mi hermano ".
La vida diaria nos dice que todo lo pequeño necesita de cuidado. Lo frágil. Lo débil, lo que recién despunta a la
vida. No es fácil cuidar. Sólo cuida de verdad el que es sencillo, el igual, el que se siente rodeado de fragilidad, el
pobre, el hermano, el de corazón compasivo.
Hoy todo es frágil y pequeño en la Iglesia de los pobres. Somos frágiles las personas, la comunidades, los grupos
bíblicos, los grupos de jóvenes, la catequesis familiar y tantas plantitas más. También las organizaciones populares
están suspendidas por un hilo casi invisible como la telaraña. Hilo muy delgado, amenazado por miles de
enemigos, de afuera y de adentro. Hilo que necesita mucho cuidado.
¿Qué pasaría si nos cuidáramos más entre todos?
Si los médicos cuidaran más a los enfermos, si nos cuidáramos más entre vecinos, si cuidáramos más a los
ancianos, a los débiles, a los jubilados, a los chicos. ¿Qué pasaría si los pastores cuidáramos más al Pueblo de
Dios? ¿Y si el pueblo cuidara más a sus pastores, ayudándolos a vivir en coherencia y fidelidad?¿Hubieran mirado
hacia atrás tantos amigos y compañeros que habían puesto, con entusiasmo, su mano en el arado y que hoy han
bajado los brazos? Cuidar parece una palabra conservadora. Y es un engaño. Porque cuidar es resistir, es dar la
mano, es defender. Es decirle al otro:
"Aquí estoy".
Es difícil cuidar porque exige cambiar la
mirada.
Si la mirada es opresora o paternalista,
indiferente o proselitista, mi cuidado es
engañoso.
Necesitamos la mirada del Buen
Samaritano que se hizo cargo del herido
y con cariño le vendó sus heridas. Más
aún hoy. En esta sociedad de la eficiencia
neoliberal donde lo pequeño y lo inútil
no cuenta, donde lo frágil muere y
desaparece. Tal vez sea este el desafío
de hoy ser comunicadores de ternura,
cuidar la vida, rescatar la dignidad de los
pequeños. Y entonces podremos decirles
con nuestra vida a tanta ideología
decadente inspirada en el asesinato de
Abel, el cuidador de ovejas: "Sí, Caín.,
Vos sabes dónde está tu hermano. ¡Vos
tenés que ser su cuidador!".

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