El Joven Rico
El Joven Rico
El Joven Rico
EL PRECIO”
MARCOS 10:17-22
Mar 10:17 Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo,
e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna?
Mar 10:18 Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno
hay bueno, sino sólo uno, Dios.
Mar 10:19 Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates.
No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu
padre y a tu madre.
Mar 10:20 El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo
esto lo he guardado desde mi juventud.
Mar 10:21 Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una
cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando
tu cruz.
Mar 10:22 Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste,
porque tenía muchas posesiones.
INTRODUCCION
En el pasaje anterior estuvimos considerando la afirmación
del Señor Jesucristo cuando dijo que "el que no reciba el
reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mr 10:15).
Como ya dijimos, las cualidades por las que Jesús puso de
ejemplo a los niños eran principalmente la confianza y la
dependencia.
En el texto que vamos a estudiar ahora, nos encontramos en
el extremo opuesto. Aquí vamos a ver a un hombre joven que
confiaba en sí mismo y en sus propios recursos, razón por la
que rechazó a Cristo.
El joven rico
Comencemos por considerar qué sabemos del joven que se
acercó a Jesús:
Por (Mt 19:22) (Lc 18:23) sabemos que era joven y muy rico.
En (Lc 18:18) dice que era "un hombre principal", lo que quiere
decir que pertenecía a una familia noble y distinguida.
Por (Mr 10:19-20) vemos que llevaba una vida moral ejemplar.
Por (Mr 10:21) quizá podemos deducir que era simpático y
agradable, ya que el Señor "mirándole, le amó".
A primera vista había mucho en el hombre que prometía: vino
corriendo a donde estaba Jesús y se arrodilló ante él,
manifestando un comportamiento inusual para un hombre de
su categoría. Además, todo parece indicar que consideraba a
Jesús como alguien importante que le podía guiar
espiritualmente.
Podríamos concluir diciendo que este hombre representaba
todo lo mejor que puede verse en el hombre natural.
"Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?"
1. El anhelo del joven
Sin embargo, a pesar de tener tantas buenas cualidades, el
joven comprendía que le faltaba algo. En su corazón seguía
habiendo un vacío que no podía ser llenado con ninguna de
las cosas que había alcanzado en la vida.
Lo que le faltaba era la salvación, o como él lo expresa, "la
vida eterna". Y ¿de qué sirve ganar el mundo entero si se
pierde el alma? ¿De qué pueden servir todas las cosas que
podamos tener en esta vida si no las podemos disfrutar más
allá de la muerte? ¡La vida es tan corta...! y este joven
anhelaba perpetuar su estado más allá de la muerte.
Aparentemente, el hombre era sincero en su pregunta a
Jesús, y también daba la impresión de que deseaba
intensamente lo que estaba pidiéndole. Nosotros diríamos
que "estaba a punto de convertirse".
2. ¿Qué concepto tenía de la vida eterna?
Este hombre era un judío conocedor del Antiguo Testamento,
por lo tanto, su concepto de la "vida eterna" lo habría formado
a partir de él. Pero lo cierto es que en comparación con el
Nuevo Testamento, en el Antiguo no era mucho lo que se
decía acerca de la vida eterna. Tal vez uno de los pasajes
más claros, y que este hombre seguro que conocía bien, lo
encontramos en el profeta Daniel:
(Dn 12:2) "Y muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para
vergüenza y confusión perpetua."
Para los judíos del tiempo de Jesús que creían en la "vida
eterna", ésta se asociaba con la "resurrección" de los
muertos.
Y como veremos más adelante, lo que este hombre deseaba,
era poder seguir disfrutando en la resurrección de lo que
poseía en esta vida. Este era el mismo concepto que los
fariseos tenían de la resurrección. Para ellos la nueva vida de
resurrección sería la perpetuación de la actual (Mr 12:18-27).
Claro está, este concepto podía ser atractivo para un joven
rico y bien posicionado socialmente, pero sería trágico para
una persona que tuviera una enfermedad grave, o fuera
pobre y viejo. Pero podemos respirar tranquilos, porque como
el mismo Señor explicó más adelante, la resurrección
establecerá un nuevo orden en todos los niveles de la vida.
Lo que parecía evidente, es que para este hombre, lo más
importante de ese mundo venidero era lo que pudiera
llevarse de este. ¡Qué concepto tan mezquino de la vida
eterna!
El Señor tendría que corregir este grave error y mostrarle en
qué consistía realmente la vida eterna:
(Jn 17:3) "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."
3. ¿Cómo pensaba que podía obtener la salvación?
Aunque no podemos dudar de la sinceridad y el genuino
anhelo de salvación de este joven, éstos no son suficientes
para alcanzar la salvación. En realidad, a pesar de su
sinceridad, había determinados puntos fundamentales en los
que estaba peligrosamente equivocado.
Comencemos por observar cómo pensaba que podría
conseguir la salvación. Por la manera en la que formuló su
pregunta, resultaba evidente que él creía que podía
alcanzarla por sus propios esfuerzos: "¿qué haré...?",
preguntó. Tal vez pensaba que tenía que hacer un último
esfuerzo, alguna obra especial que le diera el empujón final
para entrar en la salvación.
4. No tenía la seguridad de la vida eterna
Lo cierto es que si pidió al Señor información para heredar la
vida eterna, es porque no tenía ninguna certeza de que fuera
a disfrutarla después de su muerte.
Y esta es siempre la inseguridad que acompaña durante toda
su vida a aquellos que creen que la salvación depende de
sus "buenas obras". Nunca saben si han hecho las
suficientes y si han sido de la calidad necesaria para recibir
la salvación, por eso la duda nunca desaparece. Como
veremos más adelante, el joven pensaba que había cumplido
todos los mandamientos, pero sin embargo, se sentía
perturbado, sin paz en el corazón y lleno de ansiedad, de ahí
la pregunta: "¿Qué más me falta?".
"¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo
uno, Dios"
Como hemos dicho, este joven estaba gravemente
equivocado en cuanto a su concepto sobre la vida eterna y la
forma de alcanzarla, pero tampoco entendía quién era Jesús,
así que el Señor se ocupa inmediatamente de aclararle
ambos conceptos.
1. El concepto que tenía del Señor
El joven se había dirigido a Jesús llamándole "Maestro
bueno", y tal vez esperaba que el Señor se sintiera honrado
por esta forma de tratarle, pero el hecho es que no fue así.
¿Por qué?
Fundamentalmente, no porque Jesús no fuera bueno, o no
fuera Maestro, sino porque el joven no estaba entendiendo lo
que estaba diciendo realmente.
Era evidente que tenía un concepto elevado de Jesús, igual
que mucha gente de nuestro tiempo, pero esto es
completamente insuficiente si no hace justicia a todo lo que
él es en realidad.
El Señor empezó por analizar la forma en la que el joven
usaba el término "bueno". Para ello hizo la siguiente
afirmación: "Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios". De
aquí se desprenden dos conclusiones fundamentales:
La primera deducción lógica es que el joven no era bueno. Por
mucho que se esforzara, nunca lo iba a ser. Sólo Dios es
bueno.
Y queda otra cuestión, quizá la más importante, ¿era Jesús
bueno? ¿qué quería decir el joven cuando le llamó "bueno"?
Según esta afirmación, Jesús sólo podía ser "bueno" si era
Dios, ¿era esto lo que el joven quería decir?
Quizá en ese momento se dio cuenta de que estaba usando
el término "bueno" de una forma muy ligera. A partir de aquí,
cuando vuelve a dirigirse a Jesús, simplemente le llama
"Maestro". De esto deducimos que había usado el término
"bueno" con el propósito de hacer un cumplido a Jesús, pero
no porque pensara realmente que él era Dios encarnado.
Y de la falta de una comprensión adecuada de quién era
Jesús, surgen después las otras dificultades del joven. Por
ejemplo, el mandato que Jesús le hizo más tarde para que
vendiera todo lo que tenía para dárselo a los pobres, no
tendría la misma fuerza ni autoridad si el que se lo mandaba
era simplemente un maestro o si era el mismo Dios.
El error del joven es muy común en nuestros días. Muchas
personas ven a Jesús como alguien distinguido y bueno, y
piensan que por esa razón el Señor se siente satisfecho y
halagado, pero esto no es así. Mientras no reconocemos todo
lo que él es, le estaremos menospreciando.
2. El concepto que tenía de sí mismo
La segunda cosa en la que también estaba equivocado era
en el concepto que tenía de sí mismo.
Como hemos dicho al principio, él creía que podía ganar la
vida eterna haciendo "algo más". En el fondo se creía bueno
y pensaba que estaba a la altura de lo que Dios demanda del
hombre, por eso el Señor tuvo que recurrir a la ley para que
actuara como un espejo en el que se pudiera mirar y ver su
pecado: "Los mandamientos sabes...".
El Señor citó varios mandamientos que trataban
principalmente de nuestras relaciones con nuestros
semejantes. Era lógico; si no amaba a su prójimo a quien
veía, indudablemente tampoco amaría a Dios a quien no
veía (1 Jn 4:20).
Rápidamente el joven expresó cómo se veía a sí mismo:
"Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud"
La respuesta del joven no se hizo esperar: "todo esto lo he
guardado desde mi juventud". Pero, ¿era verdad? A nosotros
que somos hombres como él, nos resulta imposible creer que
siempre hubiera cumplido los mandamientos de la ley de
Dios en relación a su prójimo y a Dios. Para eso tendríamos
que admitir que él también era "bueno" y el Señor ya había
dejado claro que sólo Dios es bueno.
Seguramente el joven había hecho lo que hacen muchos
otros; rebajar las exigencias de la ley de Dios hasta el punto
en que fuera capaz de cumplirlas. Pero aun así, su propia
conciencia no le dejaba tranquilo, y como él mismo dijo, sabía
que le faltaba algo.
Este era un error común entre los judíos del tiempo de Jesús:
se conformaban con un cumplimiento externo de la ley, algo
que reprendió duramente el Señor a lo largo de todo el
Sermón del Monte (Mt 5-7). Veamos un par de ejemplos:
(Mt 5:21-22) "Oísteis que fue dicho a los antiguos: No
matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.
Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su
hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y
cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno
de fuego."
(Mt 5:27-28) "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.
Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón."
Por lo tanto, el joven creía que podía guardar la ley de Dios
perfectamente, y que de hecho, ya lo había estado haciendo
desde que era joven. Pero el Señor sabía que esto no era
cierto. Sin embargo, no era el momento de mantener una
discusión pública con él para determinar hasta qué punto era
verdad lo que decía. El Señor eligió otro camino, uno en el
que quedaría claramente demostrado el concepto que tenía
de Jesús y hasta qué punto era capaz de amar a su prójimo
tal como había dicho.
"Entonces Jesús, mirándole, le amó"
Pero antes de que Jesús le hiciera el mandato que pondría
en evidencia la autenticidad de su corazón, el evangelista se
detiene a considerar la mirada de Jesús en ese momento:
"entonces Jesús, mirándole, le amó".
¿Cuál era el significado de esta mirada?
Era una mirada de amor. Este detalle es muy importante,
porque lo que luego le iba a mandar, a pesar de lo duro que le
podía resultar y parecer, era fruto del amor de Dios.
También había mucho de compasión por aquel joven en el que
veía una extraña mezcla de fervor e ignorancia.
"Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a
los pobres"
1. ¿Cuánto le faltaba al joven para tener la vida eterna?
Finalmente, el Señor contestó a la pregunta del joven
diciéndole lo que le faltaba para heredar la vida eterna: "Una
cosa te falta: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres".
Tal vez podamos pensar que el Señor no vio tan mal al joven,
después de todo, sólo le dijo que le "faltaba una cosa".
¿Cuántas cosas nos faltan a nosotros, verdad?
Pero no era esta la cuestión. Al joven le faltaba una sola cosa,
precisamente la única que es necesaria para tener la
salvación:
(Hch 16:30-31) "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo"
2. El momento de la verdad
El Señor le estaba llevando hasta una encrucijada:
¿Creería en él y le obedecería? Por supuesto, se trataba de
creer en Cristo como Dios, porque, ¿quién más tendría
autoridad para mandar a otra persona algo semejante a lo que
Jesús le estaba mandando?
Y también había llegado el momento cuando tendría la
oportunidad de demostrar cuánto amaba realmente a su
prójimo. ¿O tal vez amaba más sus riquezas?
3. ¿Para quién es este mandamiento?
Algunos se han preguntado si este mandamiento es para
todos los ricos.
Si así fuera, lo primero que tendríamos que resolver es quién
entra dentro de la categoría de rico y esto parece muy difícil
de determinar, ya que a veces hablamos incluso de países
ricos y pobres.
Y puesto que no encontramos un mandamiento general en la
Palabra a todas las personas ricas a que hagan lo mismo,
creemos que se trataba de algo específico para este joven,
que le serviría para ver con claridad lo que realmente había
en su corazón.
Además, sabemos que hubo algunos creyentes que fueron
muy ricos y Dios nunca les mandó que vendieran sus
posesiones para darlas a los pobres, como por ejemplo
Isaac (Gn 26:13) y también su padre Abraham.
Dicho esto, no debemos olvidar sin embargo, que el principio
que encontramos aquí es de valor permanente para todos:
cuando las riquezas llegan a ser un impedimento para seguir
al Señor, será preciso deshacerse de ellas, de la misma
manera que cortamos una mano o un pie (Mr 9:43-48).
Y por supuesto, nunca debemos considerar que lo que
tenemos es nuestro, sino que somos administradores de los
bienes de Dios y que debemos utilizarlos siempre para su
gloria.
Podemos quedarnos también con el ejemplo de la iglesia
primitiva que en casos de necesidad extrema no dudaron en
vender sus bienes para ayudar a sus hermanos más
pobres (Hch 2:44-45) (Hch 4:34-37).
4. ¿Se habría salvado si hubiera vendido todas sus
posesiones?
Notemos que el Señor no le dijo esto en ningún momento. Y
además, esto era solo una parte de lo que Jesús le mandó,
porque no olvidemos que a continuación añadió: "Y ven,
sígueme, tomando tu cruz".
Por otro lado, no debemos olvidar cuál era el propósito de
este mandamiento. Como ya hemos explicado, el joven creía
que era una buena persona, y el primer paso para recibir la
salvación es reconocer que somos pecadores, que estamos
muy lejos de satisfacer las santas demandas de Dios, y que
necesitamos ser salvados por su gracia (Ef 2:8-9). Por eso,
este mandamiento se dio para hacerle ver que era un
pecador y que estaba mucho más lejos de amar
sinceramente a su prójimo de lo que realmente decía. Tal vez
no había robado nunca, pero tampoco era capaz de compartir
con generosidad y alegría lo que tenía con los más
necesitados.
"Y tendrás tesoro en el cielo"
El mandamiento del Señor puso "el dedo en la llaga". Esta
era la prueba que indicaría cuánto deseaba tener la vida
eterna. ¿La anhelaba tanto como para dejar todo lo que tenía
a fin de recibirla?
1. Un concepto de la resurrección equivocado
Y aquí el joven volvía a tener otro problema a causa de su
teología. Como explicamos al principio, él pensaba que la
vida eterna en la resurrección sería una continuación de esta
vida tal como la vivimos ahora. En ese caso, si se desprendía
de todo lo que tenía aquí, llegaría a la vida eterna sin nada y
eso no era algo en lo que él estaba pensando.
Pero lo cierto es que en la resurrección, Dios establecerá un
nuevo orden, por eso, a pesar de que aquí vendiera todo lo
que tenía, cuando llegara al cielo, tendría otros tesoros, y por
supuesto, éstos serían eternos (1 P 1:3-4).
2. ¿Y cuáles serían estos tesoros?
Para el joven, sus tesoros consistían en sus riquezas, su
posición social privilegiada, su juventud... cosas que el
mundo valora. Pero en el cielo hay realidades que valen
mucho más.
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que la verdadera
riqueza del cielo es el mismo Señor y la posibilidad de
conocerle por medio de una comunión íntima, libres ya de
todas las ataduras del pecado (Jn 17:3).
¿Consideraba este joven al Señor Jesucristo como un tesoro
más grande que cualquier otra cosa que pudiera llegar a
tener en esta vida?
Aquí está la clave del asunto. Muchos predican el evangelio
"metiendo miedo" a las personas con el infierno, y por
supuesto que se trata de una terrible realidad, pero nadie va
al cielo porque tiene miedo al infierno, sino por amor al Señor,
porque queremos unir nuestras vidas a la suya y queremos
pasar la eternidad con él.
3. ¿Pérdida o ganancia?
Aparentemente, si vendía todo lo que tenía y se lo daba a los
pobres, se quedaría sin nada. Pero esto no era exactamente
lo que el Señor le estaba diciendo. La realidad era que Cristo
le estaba proponiendo cambiar algunas riquezas temporales
por otras que eran de mayor valor y además eternas.
Y así es siempre que damos para el Señor, en realidad
somos enriquecidos, aunque aparentemente parezca lo
contrario.
"Y ven, sígueme, tomando tu cruz"
Como ya hemos dicho, el hecho de empobrecerse no basta
para alcanzar la vida eterna. De hecho, el requisito
fundamental viene a continuación: "Y ven, sígueme, tomando
tu cruz".
1. La sorpresa del joven
Seguramente, cuando se acercó a Jesús al principio, el joven
estaba esperando el consejo de un maestro, tal vez alguien
que le diera su aprobación diciéndole que estaba en el
camino correcto y que no se debía preocupar en exceso.
Pero lejos de recibir un consejo, lo que Jesús le dio fue un
mandato: "toma tu cruz".
El joven había planteado su salvación pensando en "añadir"
buenas obras y méritos a su vida, pero el Señor le indicó que
lo que tenía que hacer era "quitar". Por el momento le había
mostrado que sus posesiones materiales eran un obstáculo
para que pudiera recibir la vida eterna, y que por lo tanto
debía deshacerse de ellas, pero esto no era todo lo que debía
quitar, tal como a continuación le explicó el Señor.
2. "Toma tu cruz"
¿Qué significa el hecho de tomar nuestra cruz?
Ya hemos notado que el Señor estaba de camino a la cruz.
En tres ocasiones diferentes les dijo a sus discípulos que se
dirigía a Jerusalén en donde iba a morir (Mr 8:31) (Mr 9:30-
31) (Mr 10:32-34). Así que la primera conclusión es que para
seguir a Jesús lo primero que tendría que hacer sería
identificarse con su cruz. No se puede ser un seguidor de
Cristo y avergonzarse de su Cruz.
Pero en segundo lugar, no sólo era cuestión de identificarse
con la cruz de Cristo, sino que era necesario también que el
hombre tomara su propia cruz. Ahora bien, popularmente se
utiliza la expresión "¡vaya cruz que me ha tocado!" para
referirse a alguna prueba o sufrimiento por el que una
persona atraviesa. Pero en la Biblia, la cruz no era
simplemente un lugar de sufrimiento, sino de muerte y
ejecución. Por lo tanto, el Señor le estaba mandando "morir".
Probablemente nos asuste este lenguaje. ¿Acaso Jesús le
estaba mandando al joven que le acompañara a Jerusalén
para que muriera junto a él en otra cruz? No, no era esto. Lo
que le quería decir es que si quería ser un seguidor suyo,
tenía que morir, pero no físicamente. Se trataba de dar
muerte a aquello que hay en nosotros que ofende y
desagrada a Dios. Pablo hablaba de "considerarnos muertos
al pecado" (Ro 6:11).
Y no olvidemos que esto no era algo que sólo tenía que hacer
este joven, sino que es el requisito para todo aquel que quiera
ser un auténtico cristiano:
(Mr 8:34) "Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y
tome su cruz, y sígame."
Este tuvo que ser un momento especialmente duro para
aquel joven. Por un lado, él no se veía a sí mismo como una
persona tan mala, alguien que tuviera que morir a sí mismo.
Y por otro lado, el concepto que tenía de Jesús no era tan
elevado como para obedecerle en algo que en tal caso sólo
Dios podía mandarle. ¿Qué haría?
"Él, afligido, se fue triste, porque tenía muchas posesiones"
Desgraciadamente el joven rehusó el camino de la cruz.
Había entendido perfectamente lo que Jesús le estaba
demandando para ser un seguidor suyo, y lo rechazó.
Decidió quedarse con sus "muchas posesiones" en lugar de
con Cristo.
¡Tan lleno de entusiasmo como había llegado, y tan triste
como se fue! ¿Qué había pasado?
1. Hay que elegir, no se pueden tener las dos
Tal vez el joven había llegado con la seguridad de que podría
ser un discípulo de Jesús, al mismo tiempo que vivía su
propia vida, y el Señor le dijo que esto no es posible, que
debería elegir entre las dos opciones. No se puede servir a
dos señores. Seguir a Jesús es incompatible con tener otros
"dioses o ídolos". Cristo exige lealtad absoluta.
(Mt 6:24) "Ninguno puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y amará
al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas."
Tal vez le ocurrió como a muchos que quieren a Cristo para
que sea su Salvador, pero no están dispuestos a identificarse
con él al punto de sufrir la humillación de la cruz.
Tal vez era como muchos que están dispuestos a aceptar
que Cristo fue a la cruz por sus pecados, pero de ninguna
manera están dispuestos a morir ellos mismos a sus propios
pecados. No quieren aceptar que debe haber un
arrepentimiento sincero antes de que puedan ser recibidos
por Dios y salvados por su gracia.
Tal vez era uno más de los que dicen confiar en Cristo para
su salvación, pero al mismo tiempo creen que son buenas
personas y que pueden hacer algo para salvarse por sí
mismos.
2. Una triste decisión
La semilla de la Palabra había caído en su corazón, pero el
engaño de las riquezas la habían ahogado (Mr 4:19).
Desgraciadamente, su elección fue la misma que millones de
personas de nuestros tiempos hacen todos los días.
Había rechazado a Jesús para quedarse con sus riquezas.
Eso era lo que él quería, sin embargo, no le produjo ninguna
alegría, de hecho, "se fue triste". Una tristeza que no era sino
un anticipo de la terrible angustia que le acompañaría toda la
eternidad.
Finalmente nos preguntamos si era cierto que él "tenía
muchas posesiones", o si por el contrario las posesiones le
tenían a él. Lo cierto es que cuando una persona no tiene a
Cristo, acabará siendo esclavo de sus propias pasiones,
sean éstas las que sean.
3. El ejemplo de Cristo
Con su comportamiento, el joven había demostrado que no
estaba dispuesto a dejar sus posesiones para seguir a Cristo,
aunque éste le prometiera riquezas celestiales.
Y ante su desconfianza y rechazo, se alza el ejemplo
supremo de Cristo y lo que hizo por este joven, y por todos
nosotros:
(2 Co 8:9) "Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos."