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Había un lobo en la selva.

Un día, cuando estaba afuera paseando, encontró a un árbol


que tenía unas hojas que parecían caras de personas. Escuchó atentamente y pudo oír al
árbol hablar.
El lobo se asustó y dijo:
-Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol que
habla (1).
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, alguna cosa que no pudo ver lo golpeó y lo
dejó inconsciente. No sabía durante cuánto tiempo había estado allí tendido en el suelo,
pero cuando despertó estaba demasiado asustado para hablar. Se levantó
inmediatamente y empezó a correr. El lobo estuvo pensando acerca de lo que le había
ocurrido y se dio cuenta de que podía usar el árbol para su provecho. Se fue paseando de
nuevo y se encontró a un antílope. Le contó lo del árbol que hablaba, pero el antílope no
le creyó.
-Ven y lo verás tú mismo -dijo el lobo-, pero cuando llegues delante del árbol, te
advierto que digas estas palabras: “Hasta el día de hoy nunca me había encontrado
con algo tan raro como un árbol hablante” (2). Si no las dices, morirás.
El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo:
-Acepto que has dicho la verdad, lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado
con algo tan raro como un árbol que habla (3).
Tan pronto como dijo esto alguna cosa lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con
él a su espalda y se lo llevó a casa para comérselo. “Este árbol que habla solucionará
todos mis problemas”, pensó el lobo. “Si soy inteligente nunca más volveré a pasar
hambre.” El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope, cazó una tortuga,
un ave, un jabalí, y un ciervo. Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma
estrategia. Un día que tenía hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se encontró
con una liebre. El lobo le dijo:
-Hermana liebre, te aseguro que he visto algo que tú no has visto desde el tiempo de tus
antepasados.
-Hermano lobo, ¿qué puede ser? -preguntó la liebre. El lobo contó la misma historia de
siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol hablante. Cuando se
acercaban al árbol, el lobo le dijo:
-No olvides lo que te he contado.
-¿Qué me contaste? -preguntó la liebre.
-Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no, morirás –dijo el lobo.
-¡Oh!, cierto -dijo la liebre-.
Y empezó a hablar con el árbol.
-¡Oh!, árbol, ¡oh!, árbol -dijo-. Eres un árbol precioso.
-No, esto no -dijo el lobo.
-Perdóname -dijo la liebre. Entonces habló de nuevo-. Árbol, ¡oh!, árbol, nunca pensé que
pudieras ser tan maravilloso.
-¡No, no! -dijo el lobo- no un árbol precioso, un árbol hablante. Te dije que dijeras: nunca
me había encontrado con algo tan raro como un árbol que habla (4).
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue
andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió:
-Entonces, este era el plan del señor Lobo -dijo-. Se pensaba que este lugar era un
comedor, y yo su comida.
La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que
hablaba. El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando
solo.

Adaptación de “El árbol que hablaba”, de origen popular.


Se cuenta de un Rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el
trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta del palacio; tenía la pinta de un
pordiosero, y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el
aspecto, el Rey se puso de pie de un salto y preguntó:
-¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ordenó venir a mi casa?
-Me lo ordenó el dueño de todo lo que existe. No necesito permiso de nadie para
presentarme ante los reyes. Soy aquel del que nadie puede escapar.
-Ahora entiendo... eres la Muerte. ¡Te ruego que me concedas el plazo de un día
solamente para que pueda pedir perdón por los errores cometidos, así no tendré que
pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo! ¿Puedes concedérmelo?
-¿Cómo te puedo conceder un día, si los días de tu vida están contados y ya se agotaron?
-¡Concédeme una hora al menos, por favor!
-Las horas han transcurrido mientras te mantenías en la ignorancia...
-¿Qué considerarán para juzgarme en el Más Allá?
-Únicamente la bondad de tus obras.
-¡No hice buenas obras!
-Entonces, te condeno culpable.
A continuación le arrebató el alma, y el Rey cayó del trono al suelo.

Adaptación de “La visita”, en Las Mil y una noches, Anónimo (ca. 900 a.c).

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