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El león enfermo y el zorrito

En la sabana africana nadie dudaba de que, el majestuoso león, era el


rey de los animales. Un día, el rey león cayó enfermo y fue atendido por

su médico de confianza: un búho sabiondo que siempre encontraba la

terapia o el ungüento adecuado para cada mal, decidió que lo que

necesitaba el paciente era hacer reposo durante al menos cuatro

semanas. Debía permanecer encerrado en su cueva todo el día, sin nada

que hacer, sin poder pasear y sin compañía alguna, pues no tenía pareja ni

hijos. Para entretenerse un poco, se le ocurrió una idea. Llamó a su

hermano y le dijo:

– Hermano, quiero que hagas saber a todos mis súbditos, que cada tarde

recibiré a un animal de cada especie para charlar y pasar un rato

agradable.
– Me parece una decisión estupenda ¡Necesitas un poco de

alegría y buena conversación!

– Sí… ¡Es que me aburro mucho! Escucha: es muy importante que

dejes claro que todo el que venga será respetado. Diles que no

teman, que no les atacaré ¿De acuerdo?

– Descuida y confía en mí. Como era de esperar, la mayoría de

animales sintieron que era un honor ser sus convidados por un

día.
Se organizaron por turnos y un representante de cada especie

acudió a visitar al león.

A los zorros les tocaba el último día y se reunieron para pactar

entre todos la mejor opción, pero, un joven y espabilado zorrito

apareció gritando:

– ¡Un momento, escúchenme todos! ¡No se precipiten! Llevo

unos días observando la cueva del león y he descubierto que el

camino que lleva a la entrada está lleno de huellas de diferentes

animales. Lo que me preocupa es que todas las huellas van en

dirección a la entrada, pero no hay ninguna en dirección opuesta

¡Eso significa que quien entró, nunca salió! Sé que el león

prometió no atacar a nadie, pero su palabra de rey no sirve ¡Al

fin y al cabo, es un león y se alimenta de otros animales!


Los zorros fueron a avisar al resto de especies y todos

entendieron la situación. El león tuvo que pasar el resto de su

convalecencia solo y los animales jamás volvieron a acercarse a

su real cueva.

Moraleja: No se debe fiar de personas que prometen algo y no

lo cumplen.
El mono y el saco de lentejas

Una vez un hombre iba cargado con un gran saco de lentejas.


El hombre necesitaba estar antes del mediodía en el pueblo

vecino. Tenía que vender las lentejas al mejor postor lo antes

posible para así estar de vuelta antes del anochecer. Se adentró

en el bosque y anduvo durante un par de horas y llegó un

momento en que se sintió agotado.

Como hacía calor y todavía le quedaba un largo camino por

recorrer, decidió pararse a descansar. Dejó el saco de lentejas en

el suelo y se tumbó bajo la sombra de los árboles. Pronto le

venció el sueño y sus ronquidos llamaron la atención de un

monito que andaba por allí, saltando de rama en rama.


El animal, fisgón por naturaleza, sintió curiosidad por ver qué

llevaba el hombre en el saco. Dio unos cuantos brincos y se

plantó a su lado, procurando no hacer ruido. Con mucho sigilo,

tiró de la cuerda que lo ataba y metió la mano.

El mono se alegró al ver que era un saco de lentejas ya que a él

le encantaban. Cogió un buen puñado y subió al árbol para

poder comérselas una a una.

Estaba a punto de comer la primera cuando de pronto una

lentejita se le cayó de las manos y rebotando fue a parar al

suelo. Descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla.

Por las prisas, el desesperado monito se enredó las patas en una

rama y se cayó de cabeza generando que se le caigan todas las

lentejas que tenía en la mano y perdiéndolas entre las plantas. El

mono iba a sacar mas lentejas del saco pero el señor ya se había

marchado llevándose consigo el saco. El mono se dio cuenta no

había valido la pena arriesgarse por una lenteja y por su torpeza

perdió todas las que tenía además de que se lastimo su cabeza.

Moraleja: A veces tenemos lo suficiente, pero por querer más lo

terminamos perdiendo todo.

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