Tema 6 Introducción - Qué Es Un Problema Ético
Tema 6 Introducción - Qué Es Un Problema Ético
Tema 6 Introducción - Qué Es Un Problema Ético
3. Privacidad y confidencialidad
Uno de los temas más graves y discutidos en los últimos años han sido
los referentes a la privacidad y la confidencialidad. Unos problemas que
se han visto muy condicionados por el desarrollo de las tecnologías de
la información y las comunicaciones. Estas tecnologías han permitido la
recolección, el almacenamiento, la clasificación y el transporte de
enormes cantidades de información a un coste muy bajo y en tiempo
real.
Los problemas sobre la privacidad empiezan con el concepto mismo.
Qué sea privado y qué sea público depende del contexto social y la
tradición cultural. Inicialmente la privacidad denota una zona de
inaccesibilidad, de reducto propio al que nadie puede acceder sin mi
consentimiento. El derecho a la privacidad puede resumirse en el
derecho a que le dejen a uno en paz. Así pues, hablar de privacidad
refiere a una zona de inaccesibilidad cuyos parámetros están
determinados colectivamente pero que no siempre son claros y
compartidos. En una democracia avanzada este derecho a la privacidad
está codificado por la ley pero su legitimidad se basa en la moralidad y
los límites suelen ser difusos.
El respeto a la privacidad está vinculado al concepto de intimidad. La
intimidad es ciertamente importante para el crecimiento personal y la
autorrealización; y la pérdida de intimidad es un paso decisivo en la
anulación de la persona[1]. En consecuencia el atentar contra la intimidad
de una persona es faltar al respeto a su dignidad como persona. Cuando
alguien hace pública información sobre la intimidad de otra persona sin
su consentimiento y conocimiento no le está respetando como ser en sí
mismo sino que le está instrumentalizando. De la misma manera una
persona que comercializa su privacidad se está tomando a sí mismo
como un medio, un instrumento, y según Kant está atentando contra su
dignidad.
Las modernas tecnologías, junto a todas sus ventajas, amenazan la
privacidad en varios sentidos. El primero, y quizá más importante, es el
hecho de que sea posible recabar y almacenar información sobre mi vida
sin que yo lo sepa. Esto es a lo que Helen Nissenbaum ha llamado
“privacy in public”. Se trata del caso de la cantidad de datos que se
puede adquirir legalmente cuando utilizo las tarjetas de créditos, cuando
saco un libro de la biblioteca, cuando alquilo un coche, o cuando compro
algo por Internet. Este tipo de información es recogida, almacenada,
analizada y en ocasiones compartida sin mi conocimiento.
El segundo problema derivado del desarrollo de las tecnologías de la
información tiene que ver con la vigilancia de mi vida. Hoy los medios
tecnológicos permiten que se vigile bastante de cerca mi estilo de vida
y mis acciones. Es fácil saber las páginas Web que visito, los correos
electrónicos que envío e incluso mis conversaciones telefónicas. Con el
ataque a las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 y con los más
recientes de Madrid y Londres, este tema ha pasado a primera plana, y
los desarrollos legales posteriores como la Patriot Act diseñados para
incrementar la seguridad de los norteamericanos ha supuesto un
retroceso en el respeto a la intimidad personal.
El tercer problema derivado del avance de la tecnología de la
información es el enorme riesgo que supone el almacenar gran cantidad
de información. El hecho de que sea barato y fácil tener datos de
millones de personas y transferirlos de un lugar a otro supone un riesgo,
puesto que es relativamente fácil que alguien no autorizado y con
perversas intenciones pueda conseguir datos valiosos de millones de
personas. Aunque la seguridad de las comunicaciones mejora día a día
también es cierto que cada vez se producen más intentos de romper esa
cadena de seguridad.
La obligación de respetar la información privada nos lleva al tema de
la confidencialidad, es como la otra cara de la moneda. Se trata del
hecho de guardar secreto sobre la información privada de una persona
o una institución. La confidencialidad tiene mucho que ver con la
confianza. De hecho la Real academia de la Lengua define
confidencialidad como: “Que se hace o se dice en confianza o con
seguridad recíproca entre dos o más personas”.
“Confidencialidad es una obligación prima facie pero no una obligación
absoluta”. Según M. B. Armstrong (1998: 82), el respetar la
confidencialidad es un deber que, de entrada, debemos cumplir, siempre
que no colisione con otro deber más fuerte. En el ámbito profesional,
sobre todo de la sanidad, éste es un tema central. La obligación de
respetar la información privada de una persona o de una organización
encuentra sus límites cuando: (1) el objetivo moral que justifica la
violación de la confidencialidad es realista y posible de alcanzar; (2) la
violación de la confidencialidad es el único camino posible para alcanzar
el objetivo legítimo; (3) cuando el infringir la norma de respetar la
confidencialidad se hace de la forma menos perjudicial posible; y (4)
cuando la persona debe buscar minimizar los efectos de esa violación
de la confidencialidad.
El respeto al deber de confidencialidad puede presentárseme en dos
situaciones diferentes: el primero es cuando hay una petición explícita
de mantener en secreto esa información. Esta petición puede hacerla la
persona que tiene autoridad legal (el juez) o moral para exigirlo. Está
autorizado moralmente para pedir el secreto la persona “dueña” de esa
información (que ha generado o que es afectada directamente) o que es
responsable de las consecuencias de esa información (un jefe o persona
responsable).
La segunda situación es cuando mi deber de respetar la confidencialidad
deriva de mi estatus profesional. El caso paradigmático es el de los
profesionales de la salud que no hace falta que el paciente les diga que
no divulguen su información para que ellos tengan el deber de no
revelar ninguna información. En este segundo caso el problema es cómo
articular este deber con el bien del paciente y de las personas afectadas,
y sobre todo cuál es el límite sobre lo que puedo revelar. ¿Puedo decirle
a la familia que el paciente tiene una enfermedad terminal sin el
consentimiento explícito de éste? Estas son cuestiones de difícil
respuesta y que requieren una gran madurez profesional y unos
procesos organizativos coherentes y que faciliten el cumplimiento de
este deber. Que los médicos y enfermeras tengan que informar en el
pasillo a los familiares no es lo más adecuado para garantizar la
confidencialidad.
La esencia de la confidencialidad es el mantener el secreto, ser de
confianzay no divulgar información perteneciente a otras personas, sin
su consentimiento, incluso aunque sean ellas las beneficiadas. Y la
información perteneciente a otras personas es una de sus fuentes de
autorrealización y de su identificación como sujeto por lo que no
respetarla es una violación grave del respeto a la dignidad de la persona.
4. Propiedad de la información
En el apartado anterior referente a confidencialidad hemos acabado
planteando el problema de quién tiene derecho a exigir que se guarde
un secreto. Y esa cuestión tiene mucho que ver con a quién pertenece la
información. Es decir, quién es el dueño de determinada información y
por qué.
Conviene advertir que el hecho de ser dueño de la información no es
sinónimo de poder hacer cualquier uso de ella. Una cosa es la propiedad
y otra el uso legítimo de ella. El hecho de que yo tenga unos datos
obtenidos en una investigación en el que las personas me han
concedido su consentimiento no implica que pueda venderla,
transferirla a un tercero, o utilizarla para otro fin, y mucho menos si es
para hacer daño. Como hemos dicho anteriormente la información debe
estar al servicio de la libertad, y debe orientarse a ampliar las
posibilidades reales de las personas de ser o hacer lo que tienen razones
para considerar valioso. El gran criterio en el uso de la información es
estar al servicio de la libertad.
Cómo se consigue esa información, qué resultados genera, qué
beneficios y para quién son algunas de las preguntas clave en este
punto. Pero antes de ello tenemos que preguntarnos por los criterios de
propiedad de la información. Es decir, cuáles son los argumentos que
permiten afirmar que una información es propiedad de alguien. Veamos
algunas afirmaciones.
§ “Una información es de mi propiedad si tiene que ver con mi vida
personal”. Ésta es una afirmación asumida por casi todas las
legislaciones de los países democráticos. Cuáles son mis gustos, mis
aficiones, mis relaciones personales e incluso mi estado de salud son
informaciones de mi propiedad y que nadie debería utilizarlas sin mi
autorización. El problema aquí es cuando la información es pública y
afecta a otras personas. En el segundo caso, por ejemplo: si yo
mantengo una relación afectiva con una persona famosa y ésta
decide venderla a una revista del corazón ¿tengo derecho a que me
pague porque parte de la información tiene que ver con mi vida
personal? O ¿el hecho de que yo tenga determinadas relaciones
personales puede hacerse público si afecta a otras personas? Por
ejemplo: ¿es lícito que se haga público que soy íntimo amigo del
dueño de una empresa que va a venderle un importante proyecto a
mi empresa? Obviamente si mi información privada afecta a terceros
y / o puede causar daño deja de ser exclusivamente mía y se pueden
presentar pretensiones por parte de otras personas.
§ “Una información es de mi propiedad si me afecta”. Continuando con
el razonamiento anterior algunas personas consideran que una
información es de mi propiedad si me afecta. Por ejemplo, ¿tengo
derecho a saber si mi madre tiene una enfermedad grave, aun cuando
ella no quisiera informarme? En la medida en que su vida me va a
afectar y va a condicionar mis decisiones futuras yo debería saberlo.
Ésta es una situación realmente difícil y aunque la legalidad marca
unos límites, desde el punto de vista ético no es tan claro. Esta
pretensión a información que me afecta es muy importante en la
organización y las empresas, donde está claro que las personas
necesitan tener determinada información para tomar decisiones
profesionales y personales. Yo debería saber cómo va mi empresa, si
tiene pérdidas o ganancias, para decidir como actuar. Pero dado que
la información es una importante arma de negociación en pocas
ocasiones se responde a esta pretensión.
§ “Una información es de mi propiedad si la he conseguido yo”. Ésta es
quizá, en el ámbito profesional, uno de las afirmaciones más
utilizadas. Aquí se considera que una información es mía si he sido
yo quien la ha buscado y la ha elaborado. Es un buen argumento,
pero no es tan fácil. Los problemas surgen si yo he conseguido esa
información gracias a las facilidades que me ha transmitido otras
personas u organizaciones; o si esa información la he conseguido
para un proyecto financiado por una institución. Otro problema es
suponer que cualquier información, por el hecho de haberla
conseguido, es de mi propiedad. El hecho de que yo tenga acceso a
determinada información de otras personas u organizaciones, incluso
aunque lo haya conseguido con mi legítimo esfuerzo, no es razón
suficiente para considerar que es de mi propiedad y disponer de ella
según mi voluntad.
§ “Una información es de mi propiedad si he pagado por ella”. Hay
ocasiones en que algunas empresas de marketing han utilizado para
sus campañas información de personas que habían comprado en
cualquier lugar. Por fortuna en los últimos años este tema se ha
regulado bastante, pero todavía quedan algunas prácticas
discutibles. El hecho de que yo haya decidido participar en un
experimento a cambio de dinero no autoriza a esa empresa a utilizar
los datos de cualquier forma, como ya hemos apuntado
anteriormente, o a transferirlo a otra empresa.
6. Equidad en la recompensa
La cuestión de los salarios y la remuneración en las empresas tiene que
ver con el principio de justicia distributiva y de proporcionalidad entre
el esfuerzo y la recompensa. Este tema se puede analizar en dos
dimensiones: la desigualdad de recompensa entre trabajadores de una
misma organización, y la diferencia de salarios entre trabajadores de
diferentes países o regiones. Aquí nos vamos a centrar en el primer
problema. El tema de la desigualdad de salarios y condiciones laborales
entre diversos países lo presentaremos en el siguiente capítulo.
Uno de los temas más sensibles en ética de las empresas es la
remuneración salarial. Es realmente difícil definir qué es un sistema de
retribución justo, pero hay un gran acuerdo en que los excepcionales
bonos y salarios que reciben algunos directivos, incluso en tiempos de
crisis, es inmoral e incluso de mal gusto. En España la media de diferencia
entre trabajadores y directivos de las empresas que cotizan en el Ibex 35
es de 20 a 1, aunque en alguna como Telefónica un directivo cobra 103
veces más que un trabajador[i]. Y en Estados Unidos la diferencia media
es bastante superior. En enero de 2011 el máximo directivo de Goldman
Sachs, Blankfein ha recibido un bono de 24,3 millones de dólares[ii], y
eso que ha sido un banco que ha recibido ayudas estatales de miles de
millones de dólares en los últimos dos años. Es difícil encontrar un
criterio que pueda justificar estas diferencias. Otro ejemplo de esta
situación puede apreciarse en la cadena de supermercados Wal-Mart. En
2007, Wal-Mart, con casi 2 millones de empleados, es una empresa de
servicios (de gran distribución). Esta empresa no tiene convenciones
colectivas, no existe ningún sindicato, los salarios promedio son de unos
17.500 dólares al año, con beneficios sociales muy limitados. Una familia
de cuatro personas, cuyos dos padres trabajan a tiempo completo en
Wal-Mart, con salario mínimo, vive por debajo del umbral de la pobreza.
Su presidente tiene un salario y beneficios sociales cerca de 1.000 veces
el salario promedio[iii].
La determinación de lo que es un salario justo está relacionada con las
expectativas del trabajador y con su desempeño. El problema es
encontrar el equilibrio entre las expectativas personales (todo el mundo
considera que merece más) y una evaluación objetiva de la aportación
que hace esa persona a la empresa. Los criterios más utilizados para
evaluar el trabajo de una persona son:
- Tiempo. Las horas de trabajo semanales y los años en la
empresa han sido los criterios más utilizados y más aceptado por
los trabajadores durante años, aunque en los últimos años se ha
erosionado su validez. Debido al cambio en la naturaleza del
trabajo (de manual a intelectual) lo importante ya no es las horas
que un trabajador esté en su puesto de trabajo o los años que
lleve, sino lo valioso que sea su trabajo y en qué medida
contribuye a la consecución de los objetivos de la empresa.
- Formación y capacitación. Es ampliamente aceptada la
diferencia salarial basada en la cualificación profesional. Que un
trabajador manual sin formación gane menos que un técnico
medio o que un ingeniero o titulado superior ha sido considerado
justo tradicionalmente, pero también este criterio está perdiendo
vigencia. Ahora las empresas no quieren valorar “los títulos” sino
la capacidades. Es decir, la formación académica es considerada
una condición básica para acceder a un determinado empleo, pero
luego la remuneración se hace en base a los resultados en la
evaluación de las competencias que tiene ese trabajador para
conseguir resultados.
- Seguridad, riesgo y dureza del puesto de trabajo es otro
criterio para recompensar a las personas. Alguien que trabaja en
trabajos de alto riesgo e inseguridad o cuya actividad es de gran
exigencia física y está sometido a inclemencias meteorológicas
(exploraciones petrolíferas y mineras, bomberos, en alta mar, etc.)
suele cobrar más que una persona de equivalente cualificación
que trabaja en una oficina o un almacén
- Responsabilidad sobre los objetivos y la marcha de la
organización. A mayor responsabilidad mayor exigencia y, en
consecuencia, mayor recompensa. Este es criterio directamente
relacionado con el impacto económico creado y valor añadido
para la empresa. La cuestión es cómo medir el impacto económico
creado. Una forma muy extendida – aunque también muy criticada
por autores como J. K. Galbraith o E. Mintzberg – es utilizar el valor
en bolsa como criterio de recompensa para los directivos. El
problema de este criterio es que es cortoplacista y en ocasiones,
para conseguir esos buenos resultados hay que tomar decisiones
que ponen en riesgo la viabilidad futura de la empresa. Otros
criterios para valorar a estos directivos pueden ser la mejora de la
competitividad, de la reputación, de la productividad, etc.
Como se puede apreciar todos los criterios anteriormente presentados
tienen sus aspectos positivos y sus limitaciones, por lo que no podemos
afirmar que haya un criterio óptimo para fijar un “salario justo”. Pero sí
nos atrevemos a proponer orientaciones para fijar un sistema de
remuneraciones que se aproxime al principio de justicia como
imparcialidad y proporcionalidad.
- El sistema salarial debe cubrir las necesidades básicas de las
personas. Es difícil definir las necesidades básicas en cada
contexto, pero pueden servir de orientaciones las directrices de la
OIT[iv] que afirman que el salario debe ser suficiente para pagar
las necesidades de alimentación, ropa, vivienda y educación de los
miembros de una familia.
- El sistema salarial debe ser claro, transparente y conocido por
todos. Es decir, todos los trabajadores deben saber por qué
cobran lo que cobran y qué deberían hacer si quieren cobrar más.
La transparencia sobre los factores de evaluación del trabajo es
también un elemento esencial para la motivación de las personas.
- El sistema salarial debe ser proporcional al esfuerzo y la
dedicación. Aquí el problema es precisar la cantidad de esfuerzo y
la dedicación de cada puesto. Obviamente cada trabajador suele
considerar que su esfuerzo y dedicación es mayor que el de sus
compañeros. En este punto “la posición original” y el “velo de la
ignorancia” de Rawls puede ser de utilidad para llegar a una
evaluación imparcial de los puestos de trabajo. Es decir, que se
evalúe cada puesto y dedicación por los afectados, sin saber qué
trabajo van a desempeñar ellos en el futuro.
7. Corrupción
7.1. Definición y tipos de corrupción
La corrupción (Del lat. corruptĭo, -ōnis) la podemos definir como el
conjunto de actitudes y actividades mediante las cuales una persona
transgrede compromisos adquiridos con otras personas, utilizando los
privilegios otorgados, los acuerdos tomados, con el objetivo de obtener
un beneficio ajeno al bien común. En las organizaciones, especialmente
en las públicas, es la práctica consistente en la utilización de las
funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra
índole, de sus gestores.
Transparency Internacional, una institución independiente que se dedica
al estudio de la corrupción, define corrupción como el mal uso que se
hace del poder que te han confiado para obtener beneficios privados.
(www.transparency.org)
La corrupción puede tomar varias formas:
· Soborno: Se necesitan dos actores para un soborno: quien lo
propone y quien lo acepta. La idea es ofrecer algo a alguien a cambio
de que altere, falsifique o facilite mediante malas prácticas que quien
le ofrece el soborno obtenga una ganancia o privilegios ilegítimos.
Uno de los problemas de los sobornos es su dificultad para
calificarlos y cuantificarlos. ¿Qué un proveedor me regale un cesta de
Navidad es un intento de soborno? ¿y si me envía a mi domicilio una
pluma de oro unos meses antes de renovar el contrato? En algunos
países la cultura del regalo y del agradecimiento hacen esta práctica
muy difícil de identificar. La clave está en la intención de quien hace
la oferta, y eso, a veces es difícil de saber. Cuando el soborno se
refiere a los funcionarios públicos o administradores de justicia recibe
también el nombre de cohecho.
· Cohecho es un delito que consiste en que una autoridad o
funcionario público acepte o solicite un soborno a cambio de ejecutar
un acto injusto, ya sea este último constitutivo o no de delito. Es decir,
yo puedo pedirle a un concejal que agilice mi licencia de obras (acto
que no es ilegal en sí) o puedo pedirle que “cierre los ojos" a las
carencias que manifiesta mi proyecto y que me obligaría a
modificarlo (lo que sí sería ilegal).
· Extorsión es la amenaza de pública difamación o daño semejante
que se hace contra alguien, a fin de obtener de él dinero u otro
provecho. Presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien
para obligarle a obrar en determinado sentido. En el ámbito público
lo usual es que alguien exija una recompensa o un beneficio para
ocultar información de carácter privado que puede poner en cuestión
la reputación y credibilidad de la persona pública. Por ejemplo: “si no
quieres que sepan que tienes una amante, tienes que darme el
contrato”.
· Tráfico de influencias. Es cuando desde mi posición utilizo mi
poder para facilitar a posiciones ventajosas a personas u
organizaciones afines e mi. Pueden ser tanto relaciones personales
(El director del Banco Mundial que ofrece un espectacular ascenso a
su novia), como a cambio de favores o beneficios de cualquier tipo
(El político que intercede ante una agencia para legalizar unos
productos, o conseguir unos contratos para una firma en la que tiene
algún tipo de interés o por lo que recibe un beneficio).
· Fraude. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua
fraude tiene tres significados: 1) Acción contraria a la verdad y a la
rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete; 2) Acto
tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de
terceros; 3) Delito que comete el encargado de vigilar la ejecución de
contratos públicos, o de algunos privados, confabulándose con la
representación de los intereses opuestos. En todas estas definiciones
subyace la idea de mentir o alterar la información en beneficio propio
frente a los deberes que se tienen asumidos.
· Malversación es el delito que cometen las autoridades o
funcionarios que sustraen o consienten que un tercero sustraiga
caudales o efectos públicos que tienen a su cargo. La malversación
se refiere exclusivamente a uso de dinero para fines para los que no
están estipulados.
8. Discriminacion
La igualdad es el segundo gran valor proclamado en la Revolución
Francesa, es un valor central de la Declaración de Derechos Humanos, y
ha sido incorporado a la gran mayoría de constituciones democráticas
del mundo. Hoy, nadie razonable defiende pública y teóricamente la
discriminación ni la superioridad de un grupo sobre otro, pero,
lamentablemente, la realidad es muy diferente. Los casos de
discriminación o trato indigno o directamente desprecio hacia
determinados grupos de personas por sus características físicas, sus
creencias religiosas, su orientación sexual, su afiliación política o su
nacionalidad siguen estando presentes. El mundo de los negocios y las
empresas, es un ámbito en el que se presentan frecuentemente
denuncias de discriminación.
Discriminación, en el contexto de los negocios, es cuando los empleados
reciben un tratamiento preferente o menos preferente en base a
aspectos que no tienen que ver con su cualificación o rendimiento.
Ejemplo de estos aspectos puede ser: pertenecer a un grupo étnico,
religioso, relaciones afectivas, ser de determinado género, manifestar
determinada orientación sexual, etc. La mayoría de los países
democráticos han desarrollado legislaciones contra la discriminación, de
manera que estos casos, son directamente violaciones de la ley, y con la
mera aplicación efectiva de la legislación se podrían evitar, pero los
estereotipos y las prácticas culturales siguen estando muy presentes.
En el tema de la discriminación hay que clarificar dos puntos
importantes. Uno es tener en cuenta que la desigualdad no implica
discriminación. Hablamos de discriminación cuando el criterio que se
utiliza para beneficiar o perjudicar a una persona no tiene relación con
el tipo de actividad que realiza. Así, no sería discriminación no aceptar a
un trabajador con problemas de movilidad para ocupar un puesto de
trabajo en una brigada forestal; pero sí sería discriminación no aceptar
para un puesto de dependiente de una tienda de ropa juvenil a una
persona de 50 años y con exceso de peso. En el primer caso la limitada
movilidad (por exceso de peso, por alguna discapacidad leve, por exceso
de edad, etc.) sí está relacionada con el tipo de trabajo; en el segundo
caso, el exceso de peso o la edad no impiden que está persona pueda
vender ropa.
El segundo punto importante a tener en cuenta es cuando la
discriminación es positiva. Siguiendo el segundo principio de la teoría
de la Justicia de Rawls[i], en ocasiones el trato diferente está justificado,
pero siempre que el trato desigual beneficie a los más desaventajados.
En esta línea se apuntan las iniciativas de discriminación positiva cuyo
objetivo es doble: por un lado favorecer directamente a aquellos grupos
de personas que lo tienen más difícil, y por otro ayudar a romper
estereotipos y prejuicios que impiden de facto, que determinados
colectivos puedan desarrollar ciertas actividades.
La discriminación de la mujer tiene una relevancia especial en los países
desarrollados donde desde hace décadas se están desarrollando
medidas legislativas y de otro tipo para conseguir la igualdad real de
oportunidades. Aún cuando se puede afirmar que se han conseguido
grandes progresos en los últimos 30 años, algunos datos siguen siendo
alarmantes. Solo en el 11.7 por ciento de las empresas del FTSE
100[1] tienen como directoras a una mujer; el porcentaje de mujeres que
se sientan en el consejo de administración de las empresas alemanas es
del 13%, en Italia el 2% y en Portugal 1%[ii]. Por lo que hace a España, el
25% de empresas que cotizan en la Bolsa de Madrid no tienen ninguna
mujer en el Consejo de Administración aún cuando la ley orgánica
3/2007 imponía el equilibrio entre hombres y mujeres en un plazo de 8
años. La misma apreciación puede hacerse si nos centramos en los
salarios. Según un estudio de ESADE y la Consultora ICSA “Diferencias
retributivas hombre-mujer”[iii] la diferencia media de salario entre
hombre y mujer está en un 15% y se incrementa a un 17% en puestos
directivos.
La respuesta a la discriminación es la igualdad de oportunidades. De lo
que se trata en un mundo competitivo no es que todas las personas
lleguen a la meta al mismo tiempo, sino que todas estén en las mismas
condiciones en la línea de salida. Y para ello hay que desarrollar medidas
que faciliten que todas las personas tengan las mismas oportunidades y
que luego con su esfuerzo (y quizá suerte) lleguen a dónde quieren
llegar. Se trata de que los prejuicios sociales, o determinadas
características físicas no sean una barrera de entrada en ámbito laboral.
[1] El FTSE 100 es el índice bursátil que agrupa a las 100 empresas
británicas más capitalizadas que cotizan en la bolsa de Londres
► Resumen ◄
En este modulo hemos presentado los problemas éticos más frecuente
que nos podemos encontrar en la gestión de las empresas. Nos hemos
detenido con especial consideración a los problemas de información y
corrupción.
Hemos definido un problema ético como aquella dimensión de los
problemas que dependen de la libertad humana y que tienen efectos en
la vida de otras personas; y después hemos reflexionado sobre el
impacto de las nuevas tecnologías en la gestión de la información. Los
problemas de propiedad y uso de la información han sido dos de los
que se han visto agravados por el desarrollo de estas tecnologías.
El primer problema ético que hemos analizado es que tiene que ver con
el uso manipulativo de la información. Aquí hemos presentado un
camino para alcanzar el uso legítimo de la información que debería
recorrerse respondiendo a cuatro preguntas: ¿cómo hemos conseguido
esa información?, ¿de qué tipo es? ¿qué intención tenemos en su uso? y
finalmente, ¿qué consecuencias genera?
Entrando en los problemas más concretos hemos presentado y
analizado los problemas de privacidad y confidencialidad en el uso de la
información. Qué información es privada y sobre qué información tengo
derecho a exigir confidencialidad ha sido la pregunta clave.
Analizar el insider trading o el aprovechamiento de la información para
enriquecerme ha sido otro de los problemas a los que hemos dedicado
un breve espacio. Finalmente hemos reflexionado sobre los graves casos
de corrupción. Es esencial conocer los tipos de corrupción, sus impactos
y los mecanismos que la favorecen para poder luchar contra ella. Y
finalmente hemos tratado un tema que va ganando día a día relevancia
pero que, a pesar de su gravedad, no ha recibido toda la atención que
se merece. El Mobbing o acaso moral en el trabajo es uno de los
problemas éticos más graves con el que nos podemos encontrar en las
organizaciones. .