T-1 Psicología Del Delito
T-1 Psicología Del Delito
T-1 Psicología Del Delito
Curso 2022/23
Grado en Políticas de Seguridad
y Control de la Criminalidad
Psicología del Delito
El delito intriga al ser humano. En ocasiones atrae, en otras, causa repulsión, y en algunas
otras provoca ambas reacciones. A veces incluso causa gracia, como cuando leemos que
dos hombres disfrazados, uno del “Hombre-araña” y el otro de “Batman”, fueron arrestados
después de una riña en Times Square en 2014. Muchos rieron también al ver un video en
YouTube donde un ladrón aparece durmiendo plácidamente una siesta sobre una cama
dentro del hogar de las víctimas, junto a una bolsa que contenía las joyas que había robado.
Al parecer, nadie sufrió lesiones de gravedad en ninguno de estos casos (aunque quizás
algunos niños quedaron decepcionados de que sus héroes no hubieran actuado tan
noblemente como se esperaba), pero es probable que los afectados hayan sufrido tensión
emocional, además de tener que enfrentar los inconvenientes que implica ser víctima de un
delito.
Los delitos pueden provocar miedo, en especial cuando pensamos que lo que le sucedió a
una víctima podría ocurrirnos a nosotros o a alguno de nuestros seres queridos. Las noticias
sobre el secuestro de un niño, o incluso un intento de secuestro, ponen a los padres de
familia en estado de alerta máxima. Los delitos también causan indignación, como cuando
un miembro querido de una comunidad es brutalmente asesinado, o cuando una persona o
un animal son víctimas de abuso despiadado, o cuando se ha hecho mal uso de los datos
de la tarjeta de crédito de alguien, o cuando se despoja a una persona de los ahorros de
toda su vida mediante esquemas fraudulentos. Los accidentes fatales causados por
conductores en estado de ebriedad llaman la atención por el enojo y la indignación que
generan, y esos sentimientos se dirigen no sólo hacia el conductor mismo sino también hacia
sus amigos, quienes fueron incapaces de impedir que aquél se sentara al volante.
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Aunque el crimen suele despertar un gran interés, comprender por qué ocurre y qué se debe
hacer al respecto siempre ha significado un problema. Funcionarios públicos, políticos,
expertos en diversos campos y muchas personas del público en general continúan
sugiriendo soluciones simples e incompletas para combatir el crimen, en particular los
crímenes violentos o los delitos callejeros: desplegar a más policías, instalar avanzados
equipos de vigilancia, candados más seguros, clases de autodefensa, sanciones más
severas, procesos más rápidos de encarcelamiento o la prisión permanente. Algunos de
estos métodos podrían ser eficaces en el corto plazo, pero el problema general del delito
persistiría. Las soluciones que atacan lo que creemos que son las causas primordiales del
crimen (como reducir la desigualdad económica, mejorar las oportunidades de acceso a la
educación u ofrecer tratamiento para combatir el abuso de sustancias tóxicas) tienen mérito
innegable, pero requieren de compromiso, energía y recursos financieros públicos.
La incapacidad para evitar el crimen también se debe en parte a que existen dificultades
para entender el comportamiento criminal, y para identificar sus diversas causas y llegar a
un consenso al respecto. Las explicaciones del crimen requieren de respuestas complejas
que implican compromiso, y la investigación psicológica indica que la mayoría de las
personas tienen una tolerancia limitada frente a la complejidad y la ambigüedad. Al parecer
queremos respuestas sencillas y directas, sin importar qué tan complejo sea el problema.
En la actualidad, la preferencia por la sencillez se ve reforzada por la vasta gama de
información disponible en los medios de comunicación, incluyendo internet y las redes
sociales. Los motores de búsqueda brindan acceso instantáneo a una multitud de fuentes
de información tanto confiables como cuestionables.
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En las conversaciones cotidianas, el término “teoría” se utiliza con poco rigor. En ocasiones
se refiere a las experiencias personales, a las observaciones, a las creencias tradicionales,
a un conjunto de opiniones o a una colección de pensamientos abstractos. Casi todo mundo
tiene teorías personales acerca de la conducta humana, incluido el comportamiento delictivo.
Para ilustrar esto, podemos decir que algunos tienen una teoría personal que sostiene que
el mundo es un lugar justo, donde uno obtiene lo que merece. Quienes creen en un mundo
justo consideran que las cosas no suceden a las personas sin una razón que está
estrechamente relacionada con sus propias acciones.
En relación con el delito, quienes creen en un mundo justo quizá piensen que un ladrón
merecía una pena severa y que las víctimas no protegieron su propiedad adecuadamente.
Puesto que desde su punto de vista el mundo es un lugar justo, tal vez piensen que una
esposa golpeada provocó el maltrato. Las creencias anteriores representan “teorías” o
suposiciones individuales acerca de cómo funciona el mundo. Sin embargo, los psicólogos
también han desarrollado una teoría científica un tanto más elaborada que se basa en las
ideas de un mundo justo, y desarrollaron escalas para medir la orientación de las personas
con respecto al mundo justo (Lerner, 1980; Lerner y Miller, 1978). Se han propuesto y
sometido a prueba diversas hipótesis; en ocasiones analizadas dentro del concepto general
de hipótesis del mundo justo. Por ejemplo, las personas identificadas como creyentes en
un mundo justo, de acuerdo con las puntuaciones que obtienen en las escalas, tienden a
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Resulta interesante saber que la investigación más reciente sobre la teoría del mundo justo
ha identificado dos vertientes: la creencia en un mundo justo general (como se describió
antes) y la creencia en un mundo justo personal (Dalbert, 1999; Sutton y Douglas, 2005). La
creencia en un mundo justo personal (“por lo general, obtengo lo que merezco”) se considera
una idea adaptativa y útil para lidiar con circunstancias extremas en la propia vida. Por
ejemplo, Dalbert y Filke (2007) encontraron que los prisioneros con una marcada orientación
hacia el mundo justo personal evaluaron sus experiencias en prisión de una manera más
positiva, y reportaron mayor bienestar general que quienes carecían de esa orientación. No
obstante, la creencia en un mundo justo general parece ser más problemática porque se
asocia con menos compasión por los demás, incluso en detrimento de las víctimas del delito.
Las teorías científicas como la anterior se basan en la lógica y la investigación, pero varían
ampliamente en complejidad. Una teoría científica es “un conjunto de constructos conceptos,
definiciones y postulados interrelacionados que presentan una visión sistemática de los
fenómenos al especificar relaciones entre variables, con el propósito de explicar y predecir
estos fenómenos” (Kerlinger, 1973, p. 9). Por consiguiente, una teoría científica del crimen
debería ofrecer una explicación general que abarque y vincule sistemáticamente muchas
variables sociales, económicas y psicológicas con el comportamiento criminal, y debería
fundamentarse en investigaciones bien realizadas. Más aún, los términos de una teoría
científica deben ser tan precisos como sea posible, y su significado y uso deben ser claros
e inequívocos, de manera que esta teoría pueda someterse a prueba de forma significativa
mediante la observación y el análisis. El proceso de someter a prueba una teoría se
denomina verificación teórica. Si la teoría no logra verificarse (de hecho, si alguno de sus
postulados no pasa la prueba de la verificación), el resultado es la falsación (Popper, 1968).
Por ejemplo, una teoría del abuso sexual infantil que incluya el postulado de que todos los
agresores sexuales sufrieron abuso sexual durante la niñez, sería falseada tan pronto como
se encontrara a un agresor sexual que no sufrió abuso siendo niño.
El objetivo primordial de las teorías del crimen es identificar las causas o los precursores del
comportamiento criminal. Algunas teorías son amplias y generales, mientras que otras son
estrechas y específicas. Básicamente, las teorías del comportamiento criminal son
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Tanto la legislación penal como la civil sientan sus raíces en la creencia de que los individuos
son los arquitectos de su propio destino, los poseedores del libre albedrío y la libertad de
elección. Muchos de los enfoques actuales de la prevención del crimen son congruentes con
la teoría clásica, la cual en su forma moderna también se conoce como teoría de la
disuasión (Nagin, 2007). Por ejemplo, el uso de cámaras de vigilancia instaladas en las
calles, así como las sentencias severas, se basan en el supuesto de que los individuos eligen
cometer un delito, pero es posible disuadirlos bajo la amenaza de ser descubiertos o de
recibir un castigo de reclusión en la cárcel. Sin embargo, si las personas no desisten de
cometer un delito a pesar de la posibilidad de recibir una larga sentencia en prisión, deben
ser castigadas porque el delito fue una expresión de su libre albedrío.
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Otra vertiente del pensamiento teórico se originó con la teoría positivista, la cual está
estrechamente alineada con la idea del determinismo. Desde esa perspectiva, el libre
albedrío no es la principal explicación de nuestra conducta. Nuestros antecedentes (es decir,
las experiencias o influencias del pasado) determinan cómo actuaremos. Las primeras
teorías positivistas del crimen tomaban en cuenta los antecedentes biológicos, como el sexo
o la raza de una persona, o incluso las dimensiones de su cerebro. Uno de los primeros
teóricos de la perspectiva positivista fue Cesare Lombroso (1876), quien realizó meticulosas
mediciones de los cráneos de prisioneros muertos y vivos, con la finalidad de obtener
conclusiones acerca de sus tendencias criminales. Más adelante, los positivistas
comenzaron a señalar los antecedentes sociales (por ejemplo, las primeras experiencias
negativas de la vida o la falta de oportunidades de acceso a la educación) como los
culpables. De acuerdo con la escuela positivista, la conducta humana está regida por las
leyes causales, en detrimento del libre albedrío. Muchas teorías contemporáneas en relación
con el delito son positivistas porque buscan las causas más allá del libre albedrío. Más aún,
muchos enfoques de la prevención del delito son congruentes con una orientación
positivista, ya que tratan de “reparar” los antecedentes de la actividad delictiva, como brindar
servicios de apoyo a los jóvenes que se consideran en riesgo de involucrarse en la comisión
de delitos.
En resumen, la visión clásica del delito sostiene que la decisión de infringir la ley es en gran
medida resultado del libre albedrío. Por otro lado, la perspectiva positivista o determinista
sostiene que la mayor parte de la conducta delictiva es resultado de influencias sociales,
psicológicas e incluso biológicas. No niega la importancia del libre albedrío, como tampoco
sugiere que los individuos dejen de considerarse responsables de sus acciones. Sin
embargo, sostiene que esas acciones pueden explicarse por algo que escapa al “libre
albedrío”. Por lo tanto, esta última perspectiva pretende identificar las causas, predecir y
prevenir el comportamiento criminal, así como rehabilitar (o habilitar) a los delincuentes.
Las conductas delictivas son un subconjunto perteneciente al conjunto de las conductas que
pueden desplegar los seres humanos. Pero haciendo uso de las características con las que
la psicología animal ha venido describiendo la conducta, se puede afirmar que consiste en:
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“La actividad visible que despliega un animal en respuesta a estímulos externos o internos,
gracias a la integración de componentes sensoriales, endocrinos y motores, todos ellos
regulados por procesos neuronales; la conducta tiene una base genética, lo que la hace
susceptible a la acción de la selección natural; la conducta, además, puede modificarse con
la experiencia”.
Debemos estar de acuerdo con Soler en que: «También podríamos decir que es el conjunto
de mecanismos y estrategias que utilizan los seres vivos para resolver los problemas a los
que tienen que enfrentarse durante el transcurso de su ciclo vital”. Es sumamente interesante
lo que implican los términos, mecanismos y estrategias deslizados en esta definición, y lo es
porque implica que la conducta es el resultado de procesos orgánicos que escapan a la
observación directa de lo que el animal hace. Estos procesos bien podrían describirse en
términos psicológicos como procesos cognitivos, es decir, los mecanismos gracias a los
cuales los animales adquieren, procesan y almacenan la información sobre su entorno
ambiental, que les permite actuar adaptativamente; incluyen percepción, aprendizaje,
memoria y toma de decisiones (Shettleworth, 2009). Efectivamente, las conductas pueden
ser tan simples como la respuesta de salivación condicionada de los perros de Paulov, o tan
complejas como escribir una novela o criar a un hijo.
Lo cierto es que estas cuatro cuestiones, que unos clasifican en causas próximas (la primera
y segunda) y causas últimas (tercera y cuarta), no constituyen un planteamiento privativo de
la etología o de la psicobiología en general, sino que es algo asumido casi totalmente por la
biología evolucionista. Lo que estamos queriendo decir es que las conductas delictivas o
criminales hay que analizarlas también dentro de este marco psicobiológico: quién las
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comete, cuándo, cuáles son las circunstancias externas, qué factores psicofisiológicos se
hallan involucrados (genéticos, de aprendizaje o experiencia, cognitivos o mentales, pero
también neurales y endocrinos, de desarrollo…), qué gana el delincuente (cuál es el
refuerzo), qué efectos tiene o puede tener dicha conducta es su éxito reproductivo;
admitiendo que solo los humanos pueden cometer delitos, no parce razonable a priori buscar
su historia evolutiva, filogenética, aunque pueden establecerse paralelismos entre especies:
las conducta violentas, por ejemplo, no son privativas de nuestra especie y podremos
establecer paralelismos con otras especies en agresión, infanticidio, violación, etc.
2. UTILIDAD DE LA PENA
La persona que ha llevado a cabo una conducta delictiva ha de responder frente al sistema
de justicia. Ningún país deja de castigar a sus infractores, si bien debe existir una diferencia
esencial en relación con el modo de proceder: las sanciones han de ser diferentes
dependiendo de la conducta llevada a cabo y de la edad de la persona.
En el ámbito juvenil, la misión principal de todos los operadores del sistema se dirige a un
propósito educativo o “reeducativo”, lo que significa que el castigo debe de ser secundario
frente a la actividad de enseñar para ser capaz de que el menor infractor crezca como una
persona plenamente responsable y socialmente competente.
El fin que se debe perseguir con la imposición de la pena es que el delincuente no vuelva a
realizar un acto delictivo. Cuando la pena es privativa de libertad, la orientación que ha de
darse ésta, tanto judicialmente (con la imposición de la pena privativa de libertad o su
sustituto penal), como administrativamente (ejecución de la pena privativa de libertad en sus
distintas modalidades o alternativas), es la de reeducar y reinsertar socialmente al
delincuente, y ello por mandato constitucional.
La extraña contradicción existente entre privar de libertad para aprender a vivir en ella se
intenta resolver por la vía del tratamiento individualizado de la condena privativa de libertad.
Legislativamente se proporcionará una diversidad de mecanismos, en unos casos en la vía
judicial y en otros en la vía administrativa, para que los responsables de estas instancias den
contenido a la pena adecuada al caso individual; llegando, si es preciso, a sustituir el
contenido de la pena privativa de libertad. Este cambio se producirá en algunos casos en la
fase judicial, sustituyéndose por arrestos de fin de semana, de prisión continua a discontinua,
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por pena pecuniaria, etc., y en otros casos será en la fase administrativa, planteándose
alternativas al cumplimento de la pena privativa de libertad variando el modo de llevarla a
término (Gurrua, 1997).
Existe unanimidad en criticar la pena privativa de libertad, tanto la que es de larga duración
como la de corla. Por ello la tendencia actual, doctrinalmente solicitada y legislativamente
comenzada, es la de buscar sustitutivos y alternativas a la pena privativa de libertad. No
obstante, la sustitución de esa pena privativa de libertad debe llevar en su esencia, tal y
como se ha mencionado anteriormente, la idea de resocialización y reeducación.
Las prisiones deben ser uno de los objetivos prioritarios de los profesionales de este campo
y ello, por dos razones importantes: la existencia de este tipo de instituciones es una realidad
que no va a desaparecer a corto plazo y el volumen de internos que alberga es tal, que eludir
la tarea interventiva que requiere sería una irresponsabilidad.
Pero el hecho de que los programas de intervención con delincuentes sean necesarios, no
quiere decir que la prisión sea el marco idóneo para llevarlos a cabo. Existe toda una
problemática inherente a la propia institución, que en muchas ocasiones ha supuesto el
argumento fundamental para el escepticismo. Es cierto, que la tarea interventiva no resulta
fácil en un sistema organizativo complejo caracterizado por la privación de libertad, pero si
tenemos en cuenta las dificultades que pueden llegar a entorpecer la intervención y las
convertimos en objetivos de la misma, tendremos más posibilidades de obtener resultados
satisfactorios. Hagamos pues un análisis de la realidad penitenciaria considerando sus
problemas prácticos más comunes (Garrido y Gómez, 1996).
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Todas las cuestiones de índole práctica de las que hemos hablado no operan de manera
independiente, puesto que forman parte de la compleja red institucional. Los problemas
mencionados aquí no son los únicos, pero sí los más destacables; no tenerlos en cuenta a
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3. EL DELITO EN LA PSICOLOGÍA
La ideología subyacente en cada una de las ciencias ha sido también una fuente de conflicto
que ha incrementado la antipatía previamente existente, ignorando la necesidad de trabajar
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de forma conjunta si se desea comprender una conducta tan compleja y multifacética como
la criminal.
Es posible entender, por tanto, que la Psicología orientada al delito, es aquella vertiente de
la Psicología que agrupando diversas áreas de la misma intenta abordar la comprensión del
fenómeno de la delincuencia, sus causas, efectos y tratamiento, con la finalidad de ayudar
a su reducción mediante métodos preventivos o interventivos.
La Criminología puede definirse como la ciencia que estudia el crimen, su génesis, desarrollo
y configuración, pero, según se defina este, su campo de actuación muestra grandes
diferencias, si se sigue la conceptualización legal del delito (legalismo) o por el contrario si
incluye cualquier conducta violenta o antisocial (anti-legalismo). Pero dicho conflicto
respecto de la norma jurídica se ha extendido más allá de la propia criminología y ha afectado
de forma significativa a concepciones sociológicas del delito y sus autores. Las diferentes
escuelas criminológicas aportan numerosas visiones contrapuestas al estudio del fenómeno,
al tiempo que se vinculan más o menos abiertamente a corrientes teóricas afines en el
campo de la sociología y/o la psicología.
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relativo desprecio por los aspectos ambientales del medio abierto, difícilmente reproducibles
en una situación experimental.
Blackburn (1993) afirma que para comprender las divisiones existentes debemos retroceder
a los orígenes de la Psicología, la Psiquiatría y la Sociología. Para él la psiquiatría surge de
la alienación o “medicina psicológica” de mediados del siglo XIX, por contra la Psicología y
la Sociología lo hace con posterioridad a finales de dicha década y con unas disciplinas
académicas distintas, cuando ya se encuentra plenamente instalada a nivel profesional la
Psiquiatría. Otro de los problemas muy relevantes en la relación Criminología-Psicología ha
sido el abandono de la segunda de sus orígenes filosóficos y la adopción del método
científico-experimental. Ello significó un cambio radical en su enfoque de estudio, la adopción
de nuevas técnicas de análisis y el rechazo de las afirmaciones no comprobables
empíricamente.
En cualquier caso, la mutua relación e influencia entre ambas disciplinas ha sido y es muy
importante, especialmente tres han sido las áreas de mayor aportación de la Psicología a la
Criminología: la adaptación social de los delincuentes, la relación entre inteligencia y delito
y la conceptualización psicodinámica del delito.
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dicha afirmación relativamente sesgada corno visión global, sí resulta claramente cierto en
las corrientes teóricas por él citadas.
Las diversas áreas de la ciencia psicológica han ido realizando aportaciones significativas a
la comprensión del comportamiento delictivo. Se señalarán cuatro de ellas:
Psicología Evolutiva
La Psicología evolutiva muestra cómo existe una influencia significativa entre el desarrollo
cognitivo del niño y su entorno, así la deprivación económica, la ausencia de estimulación
cultural, etc., limitan las capacidades biológicas del menor. Dentro de la esfera social,
destacan los trabajos sobre los estilos parentales y su relación con el nivel de autoestima
posteriormente desarrollado, especialmente con la aparición de la agresión y sus formas
expresivas.
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Psicología social
Es la rama de la Psicología con mayor número de teorías explicativas aportadas. A
continuación se exponen una de las principales: estudios sobre las actitudes humanas,
Teoría de la atribución social, Teoría de la disonancia cognitiva, estudios sobre procesos
grupales y Estudios sobre la desindividualización social (materia que es tratada en otra
asignatura de la titulación).
Psicología biológica
La visión actual de un interaccionalismo biológico permite comprender que los procesos
biológicos se relacionan con el entorno físico-social y con las experiencias psicológicas
desarrolladas por el individuo en su seno. Es decir, si bien es evidente que no todas las
personas nacen con las mismas posibilidades biológicas, será posteriormente su interacción
con el medio lo que determine una expansión de dichas limitaciones o una reducción
significativa o total de estas.
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