Menores Infractores 1 PDF

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ASPECTOS PROCESALES DE LOS ASUNTOS


DE MENORES INFRACTORES

Alfredo DAGDUG KALIFE

SUMARIO: I. Liminar. II. Los diversos sistemas de justicia pa-


ra menores. III. Marco jurídico de los menores infractores.
IV. Análisis de los derechos fundamentales y principios infor-
madores de los procedimientos entablados contra los menores
infractores. V. El menor arrepentido.

I. LIMINAR

Para realizar una breve reflexión inicial de los menores que cometen in-
justos, basta abrir los periódicos o ver las noticias por televisión, donde
podemos encontrar un sinfín de casos verdaderamente macabros, en los
que aparecen como protagonistas menores de edad.
Cuando me hicieron el honor de invitarme a dar esta conferencia no
tuve más que recordar mi estancia en España, donde, no hace mucho
tiempo, apareció en las noticias el escabroso caso del llamado “juego de
rol”, que consiste en una especie de juego de mesa en el cual se reúnen
unos jóvenes quienes al azar deciden matar a personas, generalmente in-
defensas; por ejemplo, debemos matar al primer anciano que vaya cami-
nando con un paraguas en “x” avenida a “y” hora.
Recordemos también la oleada de asesinatos que se han venido susci-
tando en las escuelas primarias o secundarias de diversos lugares de los
Estados Unidos de América, en donde alumnos entran armados a matar a
compañeros y profesores. Pero este fenómeno ha trascendido hasta tierra
mexicana, donde también podemos encontrar diversos casos de jóvenes
que cometen conductas tipificadas como delictivas en el Código Penal;
ejemplo de ello sucedió aproximadamente hace un mes, donde al entre-
vistar a un joven de unos quince o dieciséis años de edad, quien había

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matado a otro joven, cuando le preguntaron porqué lo había hecho res-


pondió con el clásico “nomás porqué si”, dicha respuesta la dio con una
frialdad propia del asesino más calculador que podamos haber conocido.
Por otra parte, pensemos en aquellos casos de delincuencia organiza-
da, específicamente en los delitos relacionados con las drogas, donde los
menores de edad voluntariamente deciden participar con los grupos cri-
minales, y a su vez, dichas organizaciones delictivas se aprovechan de tal
circunstancia, pues saben que con la intervención de un menor de edad
minimizan riesgos en su lucha contra el Estado de derecho.
Reflexionemos también acerca de las famosas bandas que se encontra-
ban y se encuentran perfectamente arraigadas en México, donde son for-
maciones esencialmente de jóvenes que cometen sistemáticamente con-
ductas tipificadas por las leyes penales.
De todo lo anterior se infiere la primera gran interrogante penal y pro-
cesal-penal del tema de los menores infractores, misma que se deduce
del siguiente razonamiento: si lo que hace que la diferencia entre la cul-
pabilidad y el injusto sea precisamente la “capacidad para comprender la
ilicitud del hecho”, luego entonces debemos volver a cuestionarnos acer-
ca de si un joven menor de edad puede o no puede tener la capacidad de
comprender la ilicitud del hecho, pues de ello depende que se le juzgue o
no como adulto.
Efectivamente, cuando un menor de edad comete una conducta tipifi-
cada por las leyes penales, tiene plena voluntad para cometer dicha con-
ducta típica y antijurídica, pero en teoría tendemos a pensar que no tiene
la capacidad para comprender la ilicitud del hecho. Ello, al amparo de
nuestro sistema, se basa en un concepto puramente de legalidad, pues
con la finalidad de tener absoluta certeza, hemos puesto o trazado una lí-
nea jurídica, que es la de los dieciocho años, para enjuiciar o no a una
persona como adulta.
De todo lo anteriormente expuesto cabe el preguntarnos, ¿será ésta la
solución correcta?, ¿un menor de catorce, quince, dieciséis o diecisiete
años de edad tendrá o no la capacidad para comprender la ilicitud de sus
actos? Desde mi punto de vista, la respuesta viene clara: en algunos ca-
sos sí y en otros supuestos no. Pero entonces cómo saberlo con certeza,
esto es, ¿cómo poder mezclar ese binomio dialéctico entre eficacia y ga-
rantismo, donde por un lado debemos conocer con certeza jurídica quién
puede y quién no puede ser juzgado como adulto (garantismo) y, por otra
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parte, quién puede o no ser juzgado como adulto con independencia de la


edad que tenga (eficacia)?
Dicha conciliación, aun cuando se antoja difícil, puede encontrar su
respuesta en dos posibles soluciones.
Una primera se basa en una legislación sólida y certera que permita la
intervención de la pericia en determinados casos, cuya premisa puede
partir de lo siguiente: un menor de dieciocho años, cuando cometa una
conducta tipificada por las leyes penales, será tratado como menor siem-
pre y cuando los peritos de la materia no determinen lo contrario; esto es,
que dicho menor tenía la capacidad de comprender la ilicitud del hecho
al momento de la comisión de la conducta delictiva.
Una segunda solución radica en bajar la edad de dieciocho años a una
edad más temprana, al amparo de que se realice un estudio certero en
psicología, pues es difícil creer que un joven de dieciséis o diecisiete
años no tenga la capacidad para comprender el alcance y las consecuen-
cias de sus actos.

II. LOS DIVERSOS SISTEMAS DE JUSTICIA PARA MENORES

La justicia del menor se ha formulado por diversos modelos que han


ido surgiendo a lo largo del tiempo. En este sentido, podemos señalar
esencialmente cinco modelos distintos, que si bien no son los únicos, sí
resultan los más emblemáticos:

1. El modelo tutelar

Este modelo responde a los principios de la escuela positivista y co-


rreccionalista del derecho penal. Este modelo junta concepciones pater-
nalistas y represivas, conceptuando al menor de edad como un objeto y
no como un sujeto de derecho. Este sistema, al señalar penalmente inim-
putables a los menores de edad, los desprotege de las formalidades pro-
cesales y de las garantías individuales. Este sistema paternalista intenta
proteger tanto al menor, que lo priva inclusive de sus derechos.
Las características del procedimiento tutelar de menores son:

1) Es un sistema inquisitivo, pues el juez funge como acusador, defen-


sor y juzgador.
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2) No hay garantías individuales mínimas, ni siquiera las consagradas


en la Constitución para el proceso penal.
3) Carácter terapéutico de la intervención judicial.
4) La posibilidad del juez de menores de enjuiciar no sólo la conducta
del menor por la que se encuentra en dicho procedimiento, sino
además las actitudes y los modos de ser del menor, confundiéndose
en esta figura la función jurisdiccional y la administrativa-asisten-
cial.
5) El menor de edad es considerado como objeto y no como sujeto de
proceso.
6) El menor de edad es considerado como inimputable y no puede
atribuírsele responsabilidad penal.
7) Se busca solución para el menor, dada la situación irregular en la
que se encuentra, la cual será determinada por el juez de la causa.

2. El modelo educativo

En el modelo educativo se potencializan soluciones extrajudiciales en


detrimento de la intervención judicial por medio del desarrollo de técni-
cas alternativas a través de la diversion, que agrupa tendencias de política
criminal orientadas a prescindir de las orientaciones de un proceso penal
de adultos.
A este respecto, I. Sánchez García de Paz señala:1

En sentido positivo, se destaca que las estrategias de diversion tienen inte-


rés en orden a la evitación de los peligros de estigmatización del proceso
penal frente al delincuente juvenil y al delincuente ocasional por delitos
no graves. En sentido negativo, se pone de manifiesto la falta de compro-
bación empírica de los programas implantados y el fracaso demostrado de
algunos proyectos, criticando su contradicción con los principios del Esta-
do de derecho, principalmente con el principio de legalidad y el derecho a
un proceso con todas las garantías...

Este modelo fue adoptado por los Estados Unidos de América, Holan-
da, Bélgica y los Países Nórdicos.

1 Minoría de edad penal y derecho penal juvenil, Granada, Comares, 1998, pp.
105-107.
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3. El modelo penal o de justicia

A partir de los años setenta, derivado del fracaso de los programas re-
socializadores y el incremento de la tasa de criminalidad, se retomó la
idea frontal del retribucionismo como finalidad eficaz en la lucha contra
la criminalidad. Sus características son:

1) Un proceso con todas las garantías procesales al igual que el enjui-


ciamiento para adultos. Se acortan las distancias entre el proceso
para adultos y el de menores.
2) Se otorga menor importancia a la personalidad del menor y más a
su responsabilidad por los actos cometidos.
3) Se inclina a la protección y tratamiento del menor, sin embargo tie-
ne una naturaleza sancionadora.
4) Se basa en un sistema acusatorio.
5) La figura central es el menor, como sujeto y no como objeto del
proceso.
6) Hay modos alternativos para terminar anticipadamente el proceso.
7) Los menores son responsables por la comisión de sus actos, por lo
cual puede imponérseles una sanción de carácter educativo.

4. El modelo educativo-responsabilizador o doctrina


de protección integral

El modelo educativo-responsabilizador se ha propuesto casi de forma


unánime por la doctrina, así como por la Organización de las Naciones
Unidas. Se caracteriza por poner un equilibrio entre lo judicial y lo edu-
cativo, dándole las mismas garantías procesales pero con la necesaria
orientación educativa en respuesta de la infracción cometida por el me-
nor. Dicho modelo conceptualiza la inimputabilidad del menor por ser
un sujeto en pleno desarrollo y, por ello, el Estado intervendrá pero no
de forma punitiva. Además el proceso debe ser no penal, pero reivindica-
torio de las garantías procesales que se aplican a los adultos imputables.
El proceso debe tener las siguientes características:

1) Forjado en el principio de legalidad, oficialismo, audiencia, publi-


cidad, oralidad, concentración, inmediación, contradicción e igual-
dad de armas.
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2) Debe existir un control jurisdiccional en la privación de derechos


del menor y de su familia.
3) Desaparecer los juzgados de menores, y dichos asuntos adherirlos
ya sea a los juzgados de lo civil o a los juzgados de lo familiar, su-
primiendo con esto cualquier estigmatización de carácter penal.
4) El pleno ejercicio del derecho de defensa del menor, considerándo-
lo como un sujeto de derechos.
5) El derecho a impugnar cualquier resolución.
6) Preferir sanciones educativas en lugar de las privativas de libertad,
mismas que deberán ser por tiempo determinado.

Dentro de los países que se han inclinado por este sistema podemos
mencionar a España, Brasil, El Salvador, Panamá, Honduras, Costa Rica,
Colombia, Ecuador y Paraguay, entre otros.

5. El modelo autónomo de derecho procesal del menor

Esta corriente sostiene que el derecho procesal del menor debe ser
analizado como una rama autónoma del derecho procesal, esto es, al
igual que existe un derecho procesal penal, civil, laboral, etcétera, debe
existir un derecho procesal del menor. Esta construcción debe ser reali-
zada al amparo de principios básicos sobre los que se pueda sustentar es-
te nuevo proceso. Esta doctrina ha sido planteada por Chiovenda y Cala-
mandrei, entre otros.

6. Clasificación respecto al órgano encargado de dirigir


la causa de los menores

A. Sistema judicial

En éste se establece que debe ser el órgano judicial el encargado de


dirigir el proceso, pero debe haber una especialización dentro de dicho
órgano para formar un órgano jurisdiccional competente que aplique y
garantice la aplicación de los derechos fundamentales del menor dentro
del proceso.

B. Sistema administrativo

En este sistema se intenta suprimir toda legislación material y procesal


en materia penal que recuerde o que pueda estigmatizar al menor. En es-
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te sentido, cuando el menor comete alguna conducta tipificada por las le-
yes penales, se deben poner en funcionamiento los mecanismos adminis-
trativos de protección, considerándose inútil y cruel la imposición de una
pena.

III. MARCO JURÍDICO DE LOS MENORES INFRACTORES

1. El derecho internacional en materia de menores infractores

Si bien es cierto que la Declaración Universal de Derechos Humanos,


así como los pactos internacionales de derechos humanos en los cuales
se protege y se le reconoce a todo el género humano aquellos derechos
fundamentales básicos, no fue sino hasta la Convención sobre los Dere-
chos del Niño cuando se proclamaron especialmente los derechos y li-
bertades de los niños.
Ello responde a que los niños son seres humanos que requieren de cui-
dados y atenciones especiales y, por ende, surge esta carta magna de los
derechos de los niños, la cual, dicho sea de paso, ha sido la más ratifica-
da y consolidada por los Estados miembros de las Naciones Unidas.
Este cuidado y atención especial que deben tener los menores de edad
se fue manifestando en el derecho internacional a lo largo del siglo pasa-
do, principalmente por la Declaración de Ginebra de 1924 sobre los De-
rechos del Niño; por la Declaración de los Derechos del Niño adoptada
por la Asamblea General el 20 de noviembre de 1959, misma que fue re-
conocida en la Declaración Universal de Derechos Humanos; a su vez,
ha sido reconocido por el Pacto Internacional de Derechos Económicos;
por el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Cultura-
les, entre otros.

A. Convención sobre los Derechos del Niño

Es pertinente señalar algunas disposiciones del Convenio sobre los


Derechos del Niño, adoptado por la Asamblea General de las Naciones
Unidas en su resolución 44/55 del 20 de noviembre de 1989, el cual en-
tró en vigor el 2 de septiembre de 1990.
El citado convenio, en su artículo 1o., entiende por menor de edad a
todo ser humano menor de dieciocho años de edad, salvo que en virtud
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del derecho interno de cada Estado parte haya alcanzado antes la mayo-
ría de edad; sin embargo, el mismo convenio establece a los Estados
miembros una directriz en la cual indica que cada legislación debe con-
templar una segunda edad, por supuesto inferior a los dieciocho años, en
la que se presumirá que los niños no tienen la capacidad para infringir
las leyes penales (artículo 40.3, inciso a).
En este sentido, para los menores de edad de los cuales se presuma
que no tengan la capacidad para infringir las leyes penales, el citado
Convenio establece que los Estados miembros deberán adoptar trata-
mientos, sin recurrir a los procedimientos judiciales, en los que se debe-
rán respetar plenamente los derechos humanos y las garantías individua-
les del menor.
Para todo lo relativo a la impartición de justicia de menores infracto-
res rige como piedra angular el principio del “interés superior del niño”
(artículo 3o.). A tal grado que dicho interés superior está por encima, in-
clusive, de la propia voluntad del menor (artículo 9.1). Así también se
establece el derecho inalienable de la dignidad humana (artículo 37, inci-
sos a y c).
En todo procedimiento entablado contra un menor de edad por la co-
misión de alguna conducta tipificada por las leyes penales de cada país
regirá el principio de privacidad del menor (artículos 16 y 40, inciso b,
vii) y, por ende, debe regir el principio de secrecía de las actuaciones so-
bre el principio de publicidad.
A su vez, se erige el principio de igualdad de armas o equilibrio entre
las posiciones, de acuerdo con el reconocimiento de los derechos de las
minorías étnicas dentro de cada Estado parte, relativas al respeto de sus
costumbres, religiones, idiomas, cultura, etcétera (artículo 30). Esta si-
tuación repercute directamente en el procedimiento de menores infracto-
res, al exigir traductores para que auxilien a los intereses defensivos del
menor en los casos de miembros de comunidades indígenas.
Rige el principio de legalidad procesal (artículos 25 y 40) y el princi-
pio de jurisdiccionalidad (artículo 40, inciso b, v). De igual forma, rige el
principio de presunción de inocencia, el principio de contradicción y el de
igualdad de armas (artículo 40, inciso b, iii).
También se encuentra consagrado el derecho de defensa, señalado ex-
plícitamente por el artículo 37, inciso d, el cual indica que “todo niño
privado de su libertad tendrá derecho a un pronto acceso a la asistencia
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jurídica y otra asistencia adecuada, así como derecho a impugnar la lega-


lidad de la privación de su libertad ante un tribunal u otra autoridad com-
petente, independiente e imparcial y a una pronta decisión sobre dicha
acción”.
Viene de la mano del derecho de defensa el derecho a la no autoincri-
minación (artículo 40, inciso b, iv). En todo procedimiento entablado
contra un menor de edad debe regir el principio de libertad de expresión,
por el cual se establece que será libre de declarar, si éste así lo desea. Ca-
bría en este punto hacer una breve reflexión: el derecho a la no autoincri-
minación se debe basar en dos puntos fundamentales: en un derecho a no
declarar si así se desea, o bien el poder mentir sin tener consecuencias de
derecho, y, por otra parte, la prohibición a las instituciones de forzar por
cualquier medio o mecanismo al menor para que se conduzca con verdad,
por ejemplo la utilización del detector de mentiras o cualquier prueba so-
bre el cuerpo del menor que lo pueda autoincriminar.
Asimismo, el convenio citado se rige por el principio de prevención
especial, para lo cual se recomienda a los Estados miembros una legisla-
ción adecuada en la cual se busquen medidas alternativas al tratamiento
de internación en instituciones, tales como las órdenes de orientación y
supervisión, el asesoramiento, la libertad vigilada, la colocación en luga-
res de guarda, los programas de enseñanza y formación profesional, en-
tre otras, con la finalidad de “asegurar que los niños sean tratados de ma-
nera apropiada para su bienestar y que guarde proporción tanto con sus
circunstancias como con la infracción” (artículo 40.4).

B. Reglas Mínimas Uniformes de las Naciones Unidas


para la Administración de Justicia de Menores
(Reglas de Beijing)

Las Reglas de Beijing, adoptadas por la Asamblea General de las Na-


ciones Unidas el 29 de noviembre de 1985, disponen y desarrollan en su
regla 7 los mismos derechos que contempla el Convenio sobre los Dere-
chos del Niño, esto es, la detención preventiva, la presunción de inocen-
cia, el derecho a ser notificado de las acusaciones, el derecho a no ser
obligado a prestar testimonio ni a confesarse culpable (no autoincrimi-
nación), el derecho al asesoramiento jurídico, el derecho a la presencia y
compañía de los padres o tutores del menor, el derecho a la confrontación
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con los testigos y a interrogar a éstos, el desarrollo de una investigación


y de un procesamiento, los requisitos que debe contener la resolución y
el derecho de impugnación ante una autoridad superior.
También estas reglas mínimas nos indican que los organismos encar-
gados de llevar a cabo estos procedimientos deben ser altamente especia-
lizados y capacitados para atender las necesidades de los menores de
edad y así poder cumplir cabalmente con el ordenamiento, siendo el
principal objetivo prevenir reincidencias y no infligir una pena por el de-
lito cometido. Estos organismos deben conocer a la perfección tanto las
necesidades de los menores infractores como las de las víctimas.
Además, respecto de la privación de libertad de los menores, se indica
que deberá llevarse a cabo como ultima ratio y la duración de la misma
deberá ser del menor tiempo posible. De igual forma, el mecanismo de
justicia de menores debe utilizarse como ultima ratio, pues nos indican
las Reglas de Beijing que se deben utilizar mecanismos de control infor-
mal más eficaces para evitar que los menores cometan injustos. Inclusive
las reglas señalan la necesidad de las facultades de discrecionalidad,
dándole vitalidad al principio de oportunidad.
Con especial hincapié, las Reglas de Beijing hacen mención del dere-
cho a la intimidad; a las reglas del primer contacto cuando un menor de
edad sea detenido, en caso de ser posible la libertad inmediata del menor,
y al principio de especialización policial. Se refieren también a los infor-
mes de las investigaciones sociales en los que se debe auxiliar la autori-
dad competente antes de resolver sobre la causa. También detalla los
principios rectores sobre los que se debe basar la sentencia, los cuales
son: el de proporcionalidad y el de ultima ratio a cualquier restricción a
la libertad, en el entendido de que “sólo se impondrá la privación de li-
bertad personal en el caso de que el menor sea condenado por un acto
grave en el que concurra violencia contra otra persona o por la reinciden-
cia en cometer otros delitos graves, y siempre que no haya otra respuesta
adecuada” (regla 17.1, c); el del interés superior del menor; la prohibi-
ción de imponer pena capital o pena corporal, y la posibilidad de que la
autoridad competente suspenda el proceso en cualquier momento.
Para evitar el confinamiento, en la medida de lo posible se proponen
medidas alternativas como: órdenes en materia de atención, orientación y
supervisión; libertad vigilada; órdenes de prestación de servicios a la co-
munidad; sanciones económicas, indemnizaciones y devoluciones; órde-
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nes de tratamiento intermedio y otras formas de tratamiento; órdenes de


participar en sesiones de asesoramiento colectivo y en actividades análo-
gas; órdenes relativas a hogares de guarda, comunidades de vida u otros
establecimientos educativos, entre otras (regla 18.1).
También se prevé el principio de celeridad procesal, poniendo mucho
cuidado en prevenir demoras innecesarias, además del principio de con-
fidencialidad en los registros de los casos, entre otras.

C. Directrices de las Naciones Unidas para la Prevención


de la Delincuencia Juvenil (Directrices de Riad)

Las citadas directrices, adoptadas y proclamadas por la Asamblea Ge-


neral en su resolución 45/112, del 14 de diciembre de 1990, elaboran una
serie de principios para prevenir el delito tanto a nivel juvenil como las
prevenciones en general, instando a los gobiernos a implementar planes
y mecanismos para la prevención general del delito. Entre otras cosas,
propone el análisis a fondo del problema y reseñas de programas y servi-
cios, facilidades y recursos disponibles; funciones bien definidas de los
organismos, instituciones y personal competentes que se ocupan de acti-
vidades preventivas; mecanismos para la coordinación adecuada de las
actividades de prevención entre los organismos gubernamentales y no
gubernamentales; políticas, estrategias y programas basados en estudios
de pronósticos que sean objeto de vigilancia permanente y evaluación
cuidadosa en el curso de su aplicación; métodos para disminuir eficaz-
mente las oportunidades de cometer actos de delincuencia juvenil; parti-
cipación de la comunidad mediante una amplia gama de servicios y pro-
gramas; estrecha cooperación interdisciplinaria entre los distintos niveles
del gobierno y distintos gobiernos; participación de los jóvenes en las
políticas y en los procesos de prevención de la delincuencia juvenil, y
personal especializado en todos los niveles del gobierno.

D. Reglas de las Naciones Unidas para la Protección


de los Menores Privados de Libertad

Esta normatividad, adoptada por la Asamblea General en su resolu-


ción 45/113, del 14 de diciembre de 1990, establece las reglas mínimas
para aquellos menores privados de su libertad, dentro de las cuales se in-
dican: a) el respetar los derechos y la seguridad de los menores y fomen-
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tar su bienestar físico y mental; b) el encarcelamiento deberá usarse co-


mo ultima ratio (reglas 1 y 2); c) se deberá procurar el fomento a los
contactos entre los menores privados de su libertad y la comunidad local
(regla 8); d) la privación de la libertad deberá efectuarse en condiciones
y circunstancias que garanticen el respeto de los derechos humanos, fo-
mentando el sano y pleno desarrollo de los menores de edad (regla 12);
e) queda absolutamente prohibida la discriminación (regla 13); f) se pre-
sumirá que los menores detenidos bajo arresto o en espera de juicio son
inocentes y deberán ser tratados como tal (regla 17). En estos casos los
menores tendrán derecho al asesoramiento jurídico gratuito, la comuni-
cación con sus defensores cuantas veces lo estimen necesario, siendo que
dichas comunicaciones son inviolables (regla 18, a); g) intentar propor-
cionarle a los menores un trabajo remunerado y la posibilidad de prose-
guir con sus estudios, dado que no se puede mantener la detención en ra-
zón de su trabajo o estudios (regla 18, b), y h) los menores estarán
autorizados a recibir y conservar material de entretenimiento, mismo que
deberá ser compatible con la administración de justicia.

E. Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre Medidas


No Privativas de Libertad (Reglas de Tokio)

Estas reglas, adoptadas por la Asamblea General en su resolución


45/110, del 14 de diciembre de 1990, dan una serie de alternativas para
fomentar que los distintos Estados no apliquen la pena privativa de liber-
tad, o la apliquen en la menor medida posible, dando otras posibilidades,
como son:
En la resolución se podrán adoptar las sanciones verbales, como la
amonestación, la reprensión y la advertencia; la libertad condicional; pe-
nas privativas de derechos o inhabilitaciones; sanciones económicas y
penas en dinero, como multas; incautación o confiscación; mandamiento
de restitución a la víctima o de indemnización; suspensión de la senten-
cia o condena diferida; régimen de prueba y vigilancia judicial; imposi-
ción de servicios a la comunidad; obligación de acudir regularmente a un
centro determinado; arresto domiciliario; cualquier otro régimen que no
entrañe reclusión, o cualquier combinación de las sanciones precedentes.
En la fase posterior a la sentencia se podrán imponer medidas sustitu-
tivas a la reclusión, entre las cuales se encuentran: los permisos y centros
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de transición; la liberación con fines laborales o educativos; distintas for-


mas de libertad condicional; la remisión y el indulto.

2. Los menores infractores en el marco del derecho mexicano

En el marco del derecho mexicano, el tema de la justicia de los meno-


res infractores se encuentra regulado por la Ley para el Tratamiento de
Menores Infractores del 17 de diciembre de 1991.
La Ley para el Tratamiento de Menores Infractores (en lo que sigue
LTMI) establece como directriz básica el respeto de las garantías indivi-
duales consagradas en la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, los tratados internacionales, así como el interés superior del
menor (artículo 2o., LTMI). Ello quiere decir que los mismos derechos
fundamentales aplican tanto para los enjuiciamientos de adultos imputa-
bles como para los menores infractores.
Así también, en específico, el artículo 4o. de la Constitución mexicana
señala que “...el Estado proveerá lo necesario para propiciar el respeto a
la dignidad de la niñez y el ejercicio de sus derechos”. Además, el artícu-
lo 18 de la Constitución dispone que “la federación y los gobiernos de los
estados establecerán instituciones especiales para el tratamiento de los me-
nores infractores”.
Con mayor especificidad, el artículo 3o. de la LTMI señala una serie
de prohibiciones tajantes que encierra el derecho inalienable a la digni-
dad, a la integridad física y al libre desarrollo de la personalidad. En este
sentido, indica que “el menor a quien se atribuya la comisión de una in-
fracción recibirá un trato justo y humano, quedando prohibidos, en conse-
cuencia, el maltrato, la incomunicación, la coacción psicológica, o cual-
quier otra acción que atente contra su dignidad o su integridad física o
mental”.
La LTMI, en absoluta sintonía con la Convención sobre los Derechos
del Niño antes aludida, señala un parámetro de edad mínima y máxima;
esto es, que sólo a los sujetos entre once y dieciocho años de edad se les
podrá aplicar dicha ley, y, por tanto, únicamente estas personas podrán
ser enjuiciadas como menores de edad (artículo 6o., LTMI). Por su parte,
a los menores de once años se les prestará asistencia social por los orga-
nismos públicos o iniciativa privada encargada de la materia. Esta situa-
ción parece por demás adecuada, ya que es difícil que un menor de once
años de edad tenga la capacidad para comprender la ilicitud del acto.
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194 ALFREDO DAGDUG KALIFE

La estructura del procedimiento se basa en una integración de la inves-


tigación de infracciones o fase de averiguación; una resolución inicial; la
etapa de instrucción y diagnóstico; el dictamen técnico; la resolución defi-
nitiva; la aplicación de las medidas de orientación, de protección y de
tratamiento; la evaluación de la aplicación de las medidas de orientación,
de protección y de tratamiento; la conclusión del tratamiento, y el segui-
miento técnico ulterior.
Todo el procedimiento se llevará ante el Consejo de Menores, el cual
se compone de un presidente; una Sala Superior; un secretario general de
acuerdos de la Sala Superior; los consejeros unitarios que determine el
presupuesto; un Comité Técnico Interdisciplinario; los secretarios de
acuerdos de los consejeros unitarios; los actuarios; hasta tres consejeros
supernumerarios; la unidad de Defensa de Menores, y las unidades técni-
cas y administrativas que se determine.
Éste es un sistema en el que el Consejo de Menores se encuentra com-
puesto por el órgano decisor: Sala Superior (segunda instancia) y conse-
jeros unitarios (primera instancia); el órgano acusador: unidades técnicas
y administrativas, y la defensa del menor infractor: la Unidad de Defensa
de Menores. Esta cuestión no deja de tener serios inconvenientes, toda
vez que merma la imparcialidad y la objetividad del procedimiento,
pues, en primer lugar, siendo el Consejo de Menores un órgano descon-
centrado que pertenece al Poder Ejecutivo, carece de total independen-
cia, aun cuando se predisponga que tiene autonomía técnica. Por otra
parte, no parece muy sano que tanto la parte acusadora como la defensa
pertenezcan al mismo órgano que el propio decisor, pues esto crea cierta
ambigüedad en órganos que por su naturaleza deben pertenecer a posi-
ciones encontradas frente a un tercero imparcial, independiente y que
única y exclusivamente se sujeta a la ley.
Con respecto a los sujetos, habría que comentar que el órgano encar-
gado de decidir sobre los asuntos relacionados con los menores infracto-
res es el Consejo de Menores. En este sentido, la primera instancia se di-
rime ante los consejeros unitarios y la segunda instancia ante la Sala
Superior del Consejo de Menores. Éste es un órgano que pertenece al po-
der desconcentrado del Poder Ejecutivo, por lo tanto, en México nos ad-
herimos al sistema administrativo (artículo 4o., LTMI).
En el auxilio del órgano decisor se encuentra el Comité Técnico Inter-
disciplinario, el cual se constituye por diversos especialistas de la mate-
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ASPECTOS PROCESALES DE LOS ASUNTOS DE MENORES INFRACTORES 195

ria, como médicos, pedagogos, licenciados en trabajo social, psicólogos,


así como criminólogos.
La unidad administrativa encargada de la prevención y tratamiento de
menores, por conducto de un comisionado, será la encargada de erigirse
como órgano investigador y acusador de las infracciones, aun cuando el
legislador se cuidó de no incluir la frase “ejercicio de la acción”, y por
ende no puede haber técnicamente una parte acusadora ni tampoco, en
estricto sentido, un proceso, pues este último requiere del ejercicio de la
acción. Por su parte, la Unidad de Defensa de Menores se constituirá
como la posición defensiva del menor.
A mi juicio, se trata de un verdadero proceso penal disfrazado, pues
hay una fase de investigación, una etapa intermedia y una fase de ins-
trucción, aun cuando el legislador haya intentado omitir ciertos términos.
Es en realidad un juicio abreviado, el cual, además, no deja de tener cier-
tas deficiencias que a continuación mencionaré.
En primer lugar, según el artículo 1o. de la LTMI, este ordenamiento
tiene el objeto de adaptar socialmente a los menores cuya conducta se
encuentre tipificada en las leyes penales federales y del Distrito Federal,
cuando además de éstas se están obviando los llamados “delitos en razón
de su condición”, mismos que no necesariamente significan “cargarle la
mano de más a los menores”, sino que pretende corregir conductas des-
viadas que a la postre pueden malformar el desarrollo del menor de edad,
adelantando las barreras temporales y dándole mayor eficacia a la pre-
vención especial. Estas conductas son, por ejemplo: ausencias injustifi-
cadas, desobediencia en la escuela y en la familia, ebriedad en público,
etcétera, las cuales, aun cuando no pueden ser consideradas delictivas, sí
son antisociales y, por ello, el tratamiento del menor se convierte en una
especie de control formal para disminuir conductas delictivas que pudie-
ran surgir a la postre.
Por lo que toca al procedimiento, cabe decir que es relativamente sen-
cillo. Éste se desarrolla esencialmente de la siguiente manera: una vez
que el Ministerio Público tiene conocimiento de que un menor de edad
se encuentra involucrado en alguna conducta tipificada por las leyes pe-
nales, deberá remitir al menor, o en su caso el expediente, al comisiona-
do de la unidad administrativa encargada de la prevención y tratamiento
de menores, la cual deberá integrar la investigación y, por tanto, realizar
las diligencias de investigación que estime pertinentes para que, en caso
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196 ALFREDO DAGDUG KALIFE

de que se tenga por comprobada la infracción y la probable participación


del menor de edad, se ponga a disposición del consejero unitario compe-
tente, quien en un plazo de cuarenta y ocho horas deberá resolver sobre
la situación jurídica del menor. En caso de que el consejero unitario de-
cida que el menor de edad debe sujetarse al procedimiento de instruc-
ción, entonces se otorgarán cinco días hábiles a las partes, esto es, tanto
al comisionado como a la defensa, para que aporten sus pruebas. Termi-
nado dicho plazo, dentro de los diez días hábiles siguientes se llevará a
cabo la práctica de pruebas y de alegatos, para que con posterioridad se
emita la sentencia correspondiente. Respecto de la valoración de las
pruebas, hay que señalar la impropiedad de las reglas generales que mar-
ca la LTMI, toda vez que, en primer lugar, el legislador comete el error
de hablar de prueba plena, cuando lisa y llanamente se debe indicar que
el Consejo tendrá libertad para valorar todas y cada una de las pruebas,
limitándose a aplicar las reglas de la lógica y de la experiencia; esto es,
ceñirse por el principio de la sana crítica.
Además de lo anterior, se vuelve a caer en el error de darle valor pro-
batorio a lo practicado durante la etapa de investigación, y no sólo eso,
sino que dicha práctica ministerial y del comisionado tendrá valor proba-
torio pleno, atentando contra los principios de inmediación, contradic-
ción, igualdad de oportunidades, garantía de defensa, etcétera.
Otra cuestión que crea el tener un disfrazado proceso penal para me-
nores, es que se intenta sin éxito homologar cuestiones que se encuentran
fuera de la Constitución. Para aclarar esta cuestión veamos el problema
que se puede suscitar con la confesión, pues la Constitución es muy clara
al respecto: sólo se concederá valor probatorio a las confesiones rendidas
ante el Ministerio Público o ante la autoridad judicial. En este contexto,
¿qué pasaría si se rinde una confesión ante el comisionado o ante el con-
sejero unitario?
Por otra parte, la legislación en comento habla de la conciliación pero
no desarrolla el cómo se debe llevar a cabo ni qué clase de consecuencias
jurídicas tendrá, situación que si bien no la vuelve inoperante, sí la con-
vierte en incierta. Siendo que éste es uno de los temas más importantes a
tratar, por ser una fórmula para dar por terminado el procedimiento con
antelación, evitando carga de trabajo al Consejo de Menores, dándole
respuesta a la víctima y provocando cierta prevención especial en el in-
fractor.
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En la fase de instrucción, como piedra angular se encuentra una fase


probatoria en la que serán admisibles toda clase de pruebas que sean
también admisibles en el procedimiento ordinario criminal; esto es, todas
aquellas que no atenten contra la moral o el derecho. Al respecto cabría
hacer alusión a un tema que en México brilla por su ausencia: el dogma
de la prueba prohibida, ilegal e irregular. Se antoja pertinente como pro-
puesta de lege ferenda que existiera el desarrollo legislativo en este con-
texto para evitar verdaderas injusticias.
La finalidad de las medidas de seguridad está orientada en una doble
vertiente: prevención general y prevención especial, tal y como lo indica
el artículo 33 de dicho ordenamiento. Las medidas que pueden ser adop-
tadas para la respectiva adaptación social del menor consisten en medi-
das de tratamiento externo e interno. Para el tratamiento externo la ley
prevé la guarda en el medio socio-familiar del menor o en hogares susti-
tutos, y para el tratamiento interno los centros establecidos por el Conse-
jo de Menores. Al respecto cabe señalar que el tratamiento externo no
podrá exceder de un año y el tratamiento interno no podrá ser mayor de
cinco años.
A mi juicio, aun cuando en esencia la citada ley cumple con ciertas di-
rectrices de la Convención de los Derechos del Niño y de los instrumen-
tos internacionales ya analizados, es un sistema híbrido entre el modelo
tutelar y el modelo de justicia, aun cuando se basa predominantemente
en los postulados de este último, que requiere de una revisión profunda,
pues faltan en éste temas de verdadera importancia, mismos que se en-
cuentran indicados por los instrumentos internacionales.
Cabría señalar grandes ausencias legislativas, como es el caso del te-
ma de la prueba prohibida, ilegal e irregular; medidas óptimas del princi-
pio de oportunidad, como lo es la conciliación bien desarrollada; los me-
dios tecnológicos adecuados, y cualquier otro mecanismo idóneo para la
protección del menor.
Por otra parte, cabe indicar que nuestro sistema de enjuiciar, tanto pa-
ra adultos imputables como para menores infractores, no funcionará has-
ta en tanto no reformulemos su estructura probatoria y funcional; esto es,
que en la fase de averiguación previa, por regla general, se practicarán
diligencias de investigación para obtener fuentes de pruebas, salvo en el
caso de las pruebas anticipadas o preconstituidas, y en la fase de instruc-
ción se practicarán, por regla general, medios de prueba, salvo las que se
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198 ALFREDO DAGDUG KALIFE

hayan practicado durante la averiguación en su carácter de anticipadas o


preconstituidas.
Además de lo anterior, cabría reformular el sistema de los menores in-
fractores con base en un análisis profundo de los derechos fundamentales
y los principios informadores del proceso, con los lineamientos señala-
dos por los instrumentos internacionales.

IV. ANÁLISIS DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y PRINCIPIOS


INFORMADORES DE LOS PROCEDIMIENTOS ENTABLADOS
CONTRA LOS MENORES INFRACTORES

Puesto sobre la mesa el análisis internacional que nos proporciona las


pautas básicas o derechos fundamentales y principios informadores sobre
los que se debe regir todo procedimiento entablado en contra de un me-
nor infractor, y vistas, en esencia, las disposiciones que la ley mexicana
consagra sobre el tema, cabría ahora realizar algunas consideraciones al
respecto.
En primer lugar, hay derechos fundamentales que son de carácter ina-
lienable, imprescriptibles e irrenunciables, tales como la dignidad huma-
na, la integridad de las personas, el libre desarrollo de su personalidad y
la vida. Bajo este contexto, no debe haber posibilidad alguna de quebran-
tar o restringir tales derechos, bajo ningún contexto ni bajo ningún pre-
texto.
Pongo hincapié en ello, pues ni aun en los casos más extremos en los
que nos podamos encontrar como sociedad, ni aun cuando la misma so-
ciedad pudiese correr algún tipo de peligro o riesgo, sin que, por ejem-
plo, se tuviese que torturar a un sujeto menor de edad para obtener infor-
mación vital de seguridad nacional, ni siquiera en esos casos se pueden
restringir tales derechos fundamentales, pues nadie, absolutamente nadie,
está por encima de la ley; tópico que cobra vital relevancia, pues si optára-
mos por lo contrario tendríamos que preguntarnos ¿quién va a establecer
los parámetros para saber cuándo podemos vulnerar dichos derechos fun-
damentales?, pues con una vez que se pasen por alto estos derechos funda-
mentales, se podrá pasar todas las veces que sean necesarias, situación
que se antoja a todas luces peligrosa.
Con respecto a los principios informadores, tenemos que dejar en cla-
ro que son parámetros que involucran una medición para saber qué tan
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eficaz o qué tan garantista es un sistema de enjuiciamiento. Dejemos en


claro que un sistema absolutamente garantista es un sistema torpe, y por
el contrario, un sistema completamente eficaz puede desembocar en un
terrorismo de Estado, por ello, lo que buscan dichos principios es encon-
trar el equilibrio en ese binomio dialéctico entre eficacia y garantismo
para poder enjuiciar a un sujeto.
Pero ¿por qué intentar buscar un equilibrio para enjuiciar a una perso-
na? Lisa y llanamente, un proceso sirve para saber si un sujeto es inocen-
te o culpable de los hechos que se le imputan, o en el caso de los meno-
res infractores para saber a ciencia cierta si el menor de edad cometió o
no determinada conducta que está tipificada por las leyes penales. Si su-
piéramos la verdad de lo ocurrido de forma a priori, el proceso dejaría
de tener razón de ser. Pero la realidad de las cosas es que, en el mejor de
los casos, la verdad de lo ocurrido no se sabrá hasta llevar a cabo un pro-
ceso con todos y cada uno de los principios informadores del proceso.
Señalo que en el mejor de los casos, dado que muchas veces nunca se sa-
be la verdad de lo ocurrido. Por ello, esos juicios paralelos que realiza la
prensa, en algunas ocasiones, lejos de contribuir a realizar una labor so-
cial, desinforman a la comunidad y caldean los ánimos a tal grado que la
misma sociedad piensa en primer lugar que la impartición de justicia no
funciona porque dejaron, por ejemplo, a un sujeto que cometió determi-
nado delito en libertad, cuando en realidad no sabemos si dicho sujeto
cometió tal delito.
Dicho lo anterior, pasemos ahora a analizar los principios, pilares o
condiciones básicas que debe reunir todo tipo de enjuiciamiento para po-
der conocer o intentar conocer la verdad de lo ocurrido en cada caso, en
específico los enjuiciamientos en contra de menores infractores.

1. Principio de jurisdiccionalidad

Para que exista un enjuiciamiento en el que se pretenda conocer la


verdad, deben de existir, en todo caso, dos posiciones encontradas y un
tercero imparcial que pueda dirimir dicha controversia. El tercero, para
poder decidir y hacer ejecutar lo juzgado, debe tener las siguientes carac-
terísticas esenciales: imparcialidad, independencia y única y exclusiva
sujeción a la ley, para que entonces pueda actuar con auctoritas o autori-
dad moral en el caso en concreto.
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200 ALFREDO DAGDUG KALIFE

Pues bien, el único órgano que reúne dichas características es el judi-


cial, por ello, dentro de la esfera tripartita del poder, es su función natu-
ral. En otras palabras, al igual que la función del Poder Ejecutivo es ad-
ministrar, la del Poder Legislativo es, precisamente, legislar, la función
del Poder Judicial es jurisdiccional, esto es, juzgar y hacer ejecutar lo
juzgado.
Por ello, el multicitado Convenio de Derechos del Niño hace hincapié
en el contexto de que quien vaya a decidir sobre las controversias en las
que se encuentren involucrados menores infractores debe ser imparcial.
Sin la imparcialidad no se puede encontrar la verdad, sino puros sofis-
mas, verdades a medias, ya sea por la conveniencia del momento, o bien
por indicación política del que depende. En otras palabras, y concretando
lo anteriormente señalado, podemos citar esa frase célebre que dice: “el
que tiene un acusador por juez, necesita a Dios por abogado”.

2. Principio de contradicción

Para que exista un verdadero enjuiciamiento deben existir dos posicio-


nes encontradas, esto es, en un proceso puede haber muchas partes, pero
posiciones solamente dos, una que acusa y otra que defiende. No podría-
mos siquiera pensar en darle un tratamiento al menor si no sabemos si
ese menor cometió o no la infracción de la que se le acusa; esto quiere
decir que debe existir una acusación y una defensa para que el tercero
imparcial e independiente adquiera el convencimiento psicológico de ha-
ber encontrado la verdad, para que entonces sí, con posterioridad, pueda
aplicar una medida de tratamiento definitiva.
Estas posiciones encontradas deben tener la posibilidad de contrade-
cirse entre sí, pues si el tercero imparcial escucha única y exclusivamen-
te la versión de una de las posiciones, su visión será absolutamente in-
completa e incierta.

3. Principio de igualdad de armas

Para que el principio de contradicción pueda operar, requiere que éste


se lleve a cabo en igualdad de condiciones, con un equilibrio tal que se le
permita a ambas posiciones igualdad para probar, alegar e impugnar.

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4. El principio de inmediación

Este principio es la piedra angular de todo sistema moderno, sistema


al que México quiere pertenecer pero adolece de legislaciones actuales
que le permitan su desarrollo. Dicho principio implica que quien va a
juzgar, esto es, a decidir sobre la controversia planteada, debe impreg-
narse directamente de la práctica probatoria, pues de lo contrario le sería
sumamente difícil juzgar con certeza.
A este respecto cabe hacer una breve referencia a lo que he venido ha-
blando durante algún tiempo en diversos foros. Es innegable que el pro-
cedimiento de menores infractores establecido en México tiene como
piedra angular y estructural el desarrollo del procedimiento criminal or-
dinario, me refiero a las fases del mismo en donde existe una etapa de
averiguación previa, donde hay una etapa intermedia (plazo constitucio-
nal) y en donde existe una etapa de instrucción.
Pues bien, en dicho sistema se permite indiscriminadamente la prácti-
ca probatoria en la fase de averiguación previa, misma que se encuentra
dirigida por una autoridad que no es el juzgador, misma que adolece de
independencia y, por tanto, de imparcialidad y, por ende, no debería es-
tar legitimada para practicar ningún tipo de prueba, por poner en riesgo
dos factores: el primero en el sentido de que se deja sin contenido la fase
de instrucción, y en consecuencia, quien va a juzgar no se allegó directa-
mente de la práctica probatoria, y la segunda porque la práctica probato-
ria ante una autoridad diferente a la judicial o a cualquier otra con la ca-
racterística de imparcialidad pone en serio peligro la integridad de dichas
probanzas.
Por ello, al amparo del principio de inmediación debemos dejar pues-
tas las siguientes premisas con carácter de inalterables:

1) En la fase de averiguación se practicarán diligencias de investiga-


ción para obtener fuentes de pruebas, mismas que podrán ser intro-
ducidas con posterioridad a la instrucción por conducto de los me-
dios de prueba.
2) Sólo se podrán practicar pruebas en la fase de averiguación en el
caso de las llamadas pruebas anticipadas o preconstituidas y con
auxilio de la autoridad judicial.
3) Única y exclusivamente se podrán practicar pruebas en la fase de
instrucción, salvo en el caso de las pruebas anticipadas o preconsti-
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202 ALFREDO DAGDUG KALIFE

tuidas llevadas a cabo durante la averiguación previa, donde debe-


rán ser introducidas a la instrucción por conducto de la lectura de
las mismas para su debida contradicción.

5. El principio de concentración en contraposición


con el principio de desconcentración

Al amparo de un sistema equilibrado en donde la fase de averiguación


debe ser predominantemente inquisitoria y la fase de enjuiciamiento pre-
dominantemente acusatoria, pues ambas tienen finalidades diferentes y,
en consecuencia, se deben utilizar técnicas o fórmulas distintas, debemos
decir que en la etapa de averiguación debe prevalecer la desconcentra-
ción y la secrecía, dado que se trata de una investigación que para el éxi-
to y buen desarrollo de la misma requiere de tiempo y discreción. En
cambio, en la fase de instrucción debe prevalecer el principio de concen-
tración o de economía procesal, pues quien va a juzgar requiere de poco
tiempo entre la práctica de todas y cada una de las pruebas y el momento
de su decisión, para tener “fresco” todo lo practicado y así poder juzgar
con mayor certeza.

6. El principio del mayor interés del menor

El principio dado y reconocido por la multicitada Convención de De-


rechos del Niño, el cual es tan importante que prevalece, inclusive, en
contra de la voluntad del menor, requiere una peculiar atención en una
cuádruple vertiente:

1) Secrecía a la hora de juzgar.


2) Tratamiento o medidas interdisciplinarias precautorias.
3) Protección del menor.
4) La prevalencia del principio de oportunidad sobre el principio de
necesidad procesal.

A. La secrecía a la hora de juzgar

La Convención de Derechos del Niño ha dicho que la privacidad del


menor es indispensable para no alterar el normal desarrollo de su perso-
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ASPECTOS PROCESALES DE LOS ASUNTOS DE MENORES INFRACTORES 203

nalidad, además de su propia protección. En los casos donde existan in-


volucrados menores de edad debe imperar el principio de la secrecía so-
bre el principio de la publicidad, pues de lo contrario se pondría en ries-
go el interés superior del menor desde cualquier punto de vista.
Pero este principio debe trascender a todos los enjuiciamientos donde
se encuentre involucrado un menor de edad; esto quiere decir que tam-
bién en los juicios de mayores imputables donde se encuentre involucra-
do un menor de edad debe prevalecer dicha secrecía. El inconveniente de
ésta es que la falta de publicidad deja fuera el control público sobre el
proceso, y esto puede ser altamente peligroso; sin embargo, en estos ca-
sos excepcionales debemos descartar que la publicidad sea un medio idó-
neo para juzgar.

B. Tratamientos o medidas interdisciplinarias precautorias

Es evidente que todo sistema de enjuiciamiento de menores debe tener


contempladas medidas de seguridad precautorias que permitan el asegu-
ramiento y protección del menor de edad, mismas que deben tender a
evitar que se le cause un daño al menor o a la sociedad, entre tanto no se
decide definitivamente sobre la controversia. El juzgador debe tender, en
virtud del principio de proporcionalidad, a otorgar, entre todas las posi-
bilidades que tenga, la medida que sea igual o más eficaz que las demás,
pero que menos restrinja los derechos fundamentales del menor.
En este sentido basta recordar que, según la Convención de Derechos
del Niño, en los enjuiciamientos donde se encuentren involucrados me-
nores infractores también debe regir el principio de presunción de ino-
cencia. Por ello, todas aquellas medidas que puedan afectar la libertad
del menor por conducto del internamiento institucional serán las que el
juzgador deberá tomar como ultima ratio; esto es, sólo en aquellos casos
que a juicio del juzgador, con auxilio de las opiniones vertidas por los
organismos interdisciplinarios de tratamiento al menor, considere que és-
ta es la mejor forma de cuidar el interés superior del menor.
A este respecto, sin ánimo de prejuzgar sobre la capacidad del Estado
mexicano, habría que preguntarnos si existen actualmente los medios
económicos, científicos, tecnológicos y humanos disponibles para cubrir
toda la gama de alternativas que nos da la comunidad científica y que
han sido respaldadas por la Convención de Derechos del Niño.
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204 ALFREDO DAGDUG KALIFE

C. Protección del menor

Aun cuando la Convención de Derechos del Niño señala como priori-


taria la protección del menor, una de las grandes ausencias legislativas,
no sólo en el tema de los menores infractores sino en el tema de los adul-
tos imputables, trata de la protección específica del menor.
Aunque no podemos abarcar a detalle el presente tema, me gustaría
dejar razonados algunos puntos que podrían ser de interés para el tema
que nos ocupa.
La protección del menor tendría que desglosarse de la siguiente forma:

1) Protección del menor en su normal desarrollo personal.


2) Protección personal del menor en asuntos del orden criminal.

La protección del menor en su normal desarrollo personal, o el libre


desarrollo de la personalidad, implica el no estigmatizar al menor por los
hechos ocurridos, ello con una finalidad evidentemente preventivo-espe-
cial.
La protección personal del menor en asuntos del orden criminal debe
verificarse tanto desde el punto de vista procesal como desde el punto de
vista extraprocesal. En este sentido, dentro de las fórmulas establecidas
tanto a nivel internacional como estatal, adoptadas por algunos países, así
como por los medios de protección establecidos desde hace algún tiempo
por la doctrina, podemos enumerar las siguientes:

a) Protección policial.
b) Ocultamiento del menor.
c) Ocultamiento de los datos de identidad del menor.
d) Conservación de datos falsos de identidad con los que otros copar-
tícipes del evento criminal lo conocen.
e) Cambio de identidad.

Al analizar estas posibilidades, hay medidas de protección que no ten-


drían problema alguno desde el punto de vista procesal, pero hay otras,
como son la reserva de identidad y de ubicación, que requieren de meca-
nismos tecnológicos y fórmulas novedosas para poder implementarlas
con eficiencia.
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ASPECTOS PROCESALES DE LOS ASUNTOS DE MENORES INFRACTORES 205

Dentro de las medidas procesales que otros países han implementado


se encuentran las siguientes:

— Circuito cerrado de televisión.


— Declaración por conducto de la videoconferencia.
— La figura del videocasete (videotape).

a. El circuito cerrado de televisión

El circuito cerrado de televisión es un método empleado en los Esta-


dos Unidos de América, el cual sirve para que en caso de que el menor
de edad tenga algún temor para poder declarar, se llevará a otro lugar
dentro de la misma sede del juicio, donde podrá rendir su declaración, o
bien escuchar las de otros sujetos, con plena seguridad respecto su inte-
gridad física.
Este circuito cerrado de televisión deberá contener un sistema de au-
diovisión simultánea que permita, sin ningún tipo de teatrificaciones, que
en ambas salas se pueda observar absolutamente todo lo que acontece y
que el juzgador pueda, por conducto de la inmediación, tener todo el pa-
norama completo. Inclusive se prevé que en casos extremos se puede
distorsionar la imagen del menor para que no pueda ser reconocido por
sujetos ajenos al asunto.

b. El sistema de audiovisión simultánea

El sistema de audiovisión simultánea o análisis a larga distancia (tam-


bién establecido en Italia) permite que el menor se encuentre en un lugar
desconocido por ciertas y determinadas personas, con la finalidad de
proporcionarle mayor seguridad al menor.
Tanto en este sistema como en el anterior se aconseja que se encuentre
un secretario o fedatario que pueda dar fe de lo acontecido, así como que
el juzgador pueda tener plena audiovisión de ambas sedes. En caso de
ser posible, el menor deberá encontrarse acompañado, tanto de su aboga-
do como de cualquier persona de su absoluta confianza.

c. El sistema de videocasete (videotape)

El sistema de videotape, establecido en los Estados Unidos de Améri-


ca, es una fórmula interesante que permite que el menor realice una de-
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206 ALFREDO DAGDUG KALIFE

claración desfasada en tiempo. En este sistema, primero se graba, frente


al juzgador, la declaración del menor; dicha declaración se muestra a la
contraparte para que pueda hacer las observaciones y preguntas que esti-
me pertinentes; el juzgador lo vuelve a citar para nueva audiencia en la
cual se le realizarán las preguntas formuladas por las partes y, en una
nueva grabación, el menor contestará dicho interrogatorio y contra-inte-
rrogatorio.

D. La prevalencia del principio de oportunidad


sobre el principio de necesidad procesal

Dentro de las directrices que nos han señalado los instrumentos inter-
nacionales cabe recalcar las fórmulas anormales de terminación por con-
ducto del principio de oportunidad, en el que se pueda someter al menor
a las posibles figuras de la conciliación, inclusive esta última como trata-
miento, o medidas de seguridad.

V. EL MENOR ARREPENTIDO

Por otra parte, ¿qué sucede en los supuestos en los que el menor de
edad se encuentra involucrado con el crimen organizado?, ¿se podrá
aplicar algún tipo de sanción premial respecto a medidas de seguridad,
cuando éstas han sido diseñadas para educar o reeducar a un menor de
edad? En este sentido, ¿se podrá otorgar algún tipo de premio a un me-
nor, conmutando o alterando la medida de seguridad que debiera ser la
adecuada para la educación o formación del menor de edad?
Sabemos que la figura del arrepentimiento se encuentra establecida en
muchos países, entre ellos México, para combatir a la delincuencia orga-
nizada, sin embargo, además de que dicha figura debe estar ligada a las
medidas de protección, también sabemos que la sanción premial, impreg-
nada del principio de oportunidad, puede dar lugar a negociaciones donde
se evadirían grandes responsabilidades como la educación y adaptación
social del menor, además de que podrían provocar una insatisfacción vic-
timal y social, por quedar la primera sin la reparación del daño.
Por ello se vuelve aconsejable abordar todos estos temas y plasmarlos
con seriedad y prudente desarrollo en las legislaciones venideras.

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