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Cuadernos de Política Exterior Argentina (Nueva Época), 129, junio 2019, pp.

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ISSN 0326-7806 (edición impresa) - ISSN 1852-7213 (edición en línea)

Artículo de opinión

El capítulo 2019 de la crisis Venezuela

María Elena Lorenzini

Evolución estilizada de los hechos más relevantes


Enero de 2019 dio inicio a un nuevo capítulo de la multidimensional crisis que
Venezuela viene atravesando desde 2013 cuando Nicolás Maduro -representando al Partido
Socialista Unido de Venezuela y al Polo Patriótico- fue electo presidente por una diferencia de
1,49 % sobre su rival Henrique Capriles –representando a Unidad Democrática y Primero
Justicia-. Luego de la elección y teniendo en cuanta el escaso margen de votos a favor de
Maduro, Capriles junto con otros líderes políticos de la oposición denunciaron un conjunto de
irregularidades y solicitaron a la entonces Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) un
proceso de supervisión de los resultados electorales. En abril de 2013, la UNASUR respaldó la
auditoría de votos presentada por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela e hizo un
llamamiento a todos los líderes políticos para que aceptaran el resultado del proceso electoral.
Maduro asumió como presidente de la República Bolivariana de Venezuela el 19 de abril.
El 6 de diciembre de 2015 se celebraron elecciones parlamentarias en Venezuela. En esa
oportunidad el triunfo correspondió a la coalición de partidos políticos de la oposición
denominada Mesa de Unidad Democrática (MUD). Este proceso electoral representó un hito en
la historia del chavismo pues fue la segunda ocasión en la que triunfó la oposición –la primera
derrota del chavismo se produjo con motivo del referéndum para la reelección presidencial
indefinida el 2 de diciembre de 2007-. Desde nuestro punto de vista, el triunfo opositor en las
elecciones parlamentarias se constituyó en un factor que sumó complejidad y conflictividad al
ya crítico escenario político, económico y social. Por tales motivos, 2016 fue un año plagado de
dificultades que agudizaron las crisis del gobierno y de los ciudadanos venezolanos.
En enero 2016 –al iniciarse el año legislativo- los diputados electos se juramentaron y
asumieron sus cargos en la Asamblea Nacional (AN). Una vez en funciones, comenzaron el
proceso establecido en la Constitución de Venezuela para solicitar el Referéndum Revocatorio
del mandato de Nicolás Maduro. Además, los líderes políticos de la oposición –Leopoldo
López, María Corina Machado y Henrique Capriles entre los más destacados- convocaron
diversas protestas para reclamar frente al gobierno de Maduro. Los reclamos contemplaban un
abanico amplio y diverso de cuestiones: el respeto del Estado de Derecho, el reconocimiento
público de los problemas económicos y sociales por los que atravesaba el país, la transparencia
de datos relativos a la situación financiera del Estado venezolano, la liberación de “presos
políticos”, el respeto a la libre expresión, el respeto por el debido proceso con quienes eran
detenidos, la no represión de quienes manifestaban ideas diferentes a las del gobierno, entre las
más destacadas.
A medida que el proceso para solicitar el referéndum revocatorio avanzaba en la
primera instancia de recolección de las firmas requeridas por la Constitución y las protestas se


Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario (UNR, Argentina).
Magíster en Integración y Cooperación Internacional (CEI-CERIR). Investigadora Adjunta en el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Profesora Adjunta en Teoría de las
Relaciones Internacionales en la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia
Política y Relaciones Internacionales de la UNR. Correo electrónico: [email protected]

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hacían más numerosas y frecuentes, el gobierno endurecía su postura. Por un lado, obstaculizaba
jurídicamente el avance del proceso del revocatorio –dilatando hasta el extremo los plazos para
habilitar las instancias subsiguientes- y, por el otro, endurecía la represión en las protestas y
encarcelaba ciudadanos por motivos de disidencia política e ideológica. Quizás una de las
imágenes más icónicas de esta etapa fue el encarcelamiento del líder político de Voluntad
Popular, Leopoldo López, y las denuncias contra el gobierno por vulnerar –cada vez con mayor
frecuencia- las garantías del debido proceso.
En esa coyuntura, la realización del referéndum revocatorio era la alternativa más
constructiva, menos traumática y menos conflictiva para que Venezuela pudiese comenzar a
salir de la crisis. Esa propuesta tenía la ventaja de que hubieran sido los propios venezolanos los
encargados y los responsables de decidir sobre su futuro. Sin embargo, esa vía no prosperó y ya
no constituye una alternativa disponible para la resolución de los problemas por los que
atraviesa el país.
En 2017 se inició un nuevo capítulo de la profunda y multidimensional crisis en
Venezuela, situación que muestra al gobierno de Nicolás Maduro empeñado en hacer naufragar
la democracia y acercándose peligrosamente a una dictadura. Esta situación llegó luego del
doble fracaso de los procesos diálogo. El primero, iniciado en mayo de 2016, liderado por los ex
presidentes Leonel Fernández (República Dominicana), Martín Torrijos (Panamá), Ernesto
Samper (Colombia) y José Luis Rodríguez Zapatero (España) y desarrollado bajo el paraguas de
UNASUR. Fracasó porque no consiguió sus objetivos que consistían en tender puentes de
diálogo y generar algún grado de confianza entre gobierno y oposición como condiciones de
entendimiento en pos de la preservación de la democracia.
El segundo proceso de diálogo se inició en diciembre de 2016 y sumó la participación
de Monseñor Claudio Celli, quien junto al grupo de los ex presidentes mencionados invitaron a
participar a la Mesa de Unidad Democrática (MUD) –alianza de partidos políticos opositores al
régimen-. El representante del Vaticano pretendía ser un facilitador del diálogo. En esa instancia
se generaron importantes debates al interior de la MUD acerca de la conveniencia o no de su
participación. Las dudas giraban en torno a la cuestión del costo político y en términos de
imagen que se derivarían para la MUD en el caso de que el gobierno incumpliera los
compromisos acordados. Finalmente la MUD participó de la negociación y respetó su palabra al
suspender las acciones de calle. No obstante, el proceso fracasó porque el gobierno no liberó los
presos políticos, suspendió las elecciones regionales –debían celebrarse en diciembre de 2016- y
paralizó, de manera definitiva, la convocatoria al referéndum revocatorio del mandato del
presidente Maduro, proceso para el cual se habían recolectados las firmas, en las dos instancias
previstas por la Constitución.
La consecuencia más importante de este doble fracaso es que el proceso de crisis se
quedó sin interlocutores válidos. Desde principios de 2017 “la cerámica política” venezolana se
rompió: el diálogo quedó interrumpido, se sucedieron escaladas verbales y acusaciones cruzadas
y la frágil confianza construida con el esfuerzo de los facilitadores quedó hecha añicos. La
imagen de la MUD quedó golpeada y, por un tiempo, tensionó los vínculos de los partidos
políticos que la componen. También tuvo el efecto de intensificar la radicalización de
posiciones –de por sí excluyentes- dentro del oficialismo y de la misma oposición acentuando
posiciones extremas que inhibieron cualquier intento de diálogo. Una vez interrumpido el
diálogo, las protestas regresaron a las calles de distintas ciudades venezolanas. Los motivos más
importantes que impulsaron las movilizaciones fueron por un lado, las Decisiones 155 y 156 del
Tribunal Supremo y la Convocatoria para la elección de los representantes de una Asamblea
Nacional Constituyente cuya tarea principal consistía en iniciar un nuevo proceso de reforma de
la Constitución.
La Decisión 155 suprimía la inmunidad parlamentaria de los miembros de la Asamblea
Nacional, y la 156 traspasaba las competencias de la Asamblea Nacional a la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). De esa manera, se anulaba uno de los

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tres poderes del Estado –el Legislativo- y se violaba el principio republicano de la división de
poderes así como también el Estado de Derecho. Días después de esa polémica y riesgosa
jugada política, la Fiscal General Luisa Ortega Díaz declaró públicamente que ambas sentencias
del TSJ violaban el orden constitucional. Pese a que el gobierno intentó morigerar el impacto a
través de la rectificación parcial del TSJ con las Decisiones 157 y 158, su accionar fue
catalogado por la MUD como un “autogolpe de Estado” y, en consecuencia, convocó a nuevas
manifestaciones para la recomposición de la institucionalidad democrática.
Las manifestaciones continuaron desarrollándose y el régimen respondió redoblando la
apuesta: aumentó la represión y convocó la elección para la Asamblea Constituyente. La
convocatoria de la Constituyente es, también, anti-constitucional. El artículo 187 inciso 2 de la
Constitución establece que la convocatoria de una constituyente es una atribución exclusiva de
la Asamblea Nacional. Por tanto, el decreto presidencial provocó que la oposición y los
ciudadanos continuaran protestando en las calles pese a la violenta represión. La Asamblea
Nacional, por su parte, se reunió el 10 de mayo y declaró la inconstitucionalidad y la nulidad de
la convocatoria de la constituyente. La Fiscal General asumió una posición en consonancia con
la del Parlamento.
De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) en 2017
se registraron 6.729 protestas entre el 1 de abril y el 31 de julio. El gobierno intensificó la
represión lo que dio como resultado 163 personas fallecidas durante las manifestaciones.
La crítica situación de Venezuela continuó profundizándose durante 2018. A los
reclamos ya mencionados, se sumaron el agravamiento de lo que los especialistas coinciden en
denominar “crisis humanitaria” por el deterioro de las condiciones de vida de la población –
escasez de alimentos y de medicinas, colapso del sistema de salud, inflación fuera de control,
crecimiento exponencial de las migraciones, continuidad de detenciones arbitrarias y de
violación de los Derechos Humanos fundamentales, por mencionar sólo algunos de los más
destacados-. Además, el gobierno decidió adelantar las elecciones presidenciales –que según lo
establecido en la Constitución debían celebrarse en diciembre- para el 21 de mayo 2018. El
proceso electoral fue muy cuestionado, entre otros motivos, porque hubo muchos candidatos de
la oposición que no pudieron participar pues habían sido “inhabilitados” por el gobierno. Cabe
subrayar que el 54% del padrón electoral se abstuvo de participar de esta elección presidencial.
Ese ha sido el porcentaje de abstención más alto de los últimos 15 años en Venezuela. Pese a
ello, Nicolás Maduro fue reelecto con el 67,84 % frente a una oposición dividida –esta vez
porque una parte de ella consideró que no debía participar de una elección convocada de manera
ilegítima-.
Durante 2018, según el Observatorio de Conflictividad Social de Venezuela, se
desarrollaron 11.000 protestas y, en consecuencia se perdieron vidas y creció el número de
detenidos en las cárceles del país.

Estado de la situación actual


En enero de 2019, tuvo lugar el habitual cambio de autoridades de la Junta Directiva de
la Asamblea Nacional que eligió a Juan Guaidó –diputado del partido Voluntad Popular- como
presidente del órgano legislativo. La nueva conducción de la AN procuró retomar sus
actividades pese a haber sido declarada en “desacato” por el Tribunal Supremo de Justicia,
poder del Estado cuya legitimidad, junto con la del Ejecutivo, el Consejo Nacional Electoral, la
Asamblea Nacional Constituyente, el Ministerio Público, entre otros, también es cuestionada.
Una de las primeras acciones de la nueva Junta Directiva de la AN fue desconocer a
Nicolás Maduro como presidente de Venezuela. El argumento principal sostiene que las
elecciones celebradas por el gobierno en mayo de 2018 fueron convocadas por un órgano
ilegítimo; que éstas fueron inconstitucionales pues siguiendo la Constitución, deberían haberse
celebrado en diciembre 2018 y que existen múltiples sospechas de que el proceso electoral

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estuvo viciado y/o fue fraudulento. Si el origen del proceso estuvo viciado, su resultado es
considerado ilegítimo. Por esa razón, la AN sostiene que Nicolás Maduro no es el presidente
legítimo en Venezuela. Frente a esa situación –y amparada en los artículos 233, 236, 333 y 336
de la Constitución- la Asamblea Nacional desconoció a Maduro como presidente y, en su lugar,
juramentó al diputado Juan Guaidó –presidente de la Junta Directiva de la AN- como presidente
encargado o interino de Venezuela. A él le corresponde, según la Constitución, tomar las
acciones para encaminar la transición política en el país y convocar un proceso electoral limpio
y transparente. En esa dirección, la hoja de ruta de Guaidó está compuesta por tres reclamos
claves: “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.
Frente a este nuevo capítulo de la crisis venezolana surgen interrogantes en pos de
comprender el derrotero actual de la situación: ¿Hubo cambios en las condiciones y en la
situación de la crisis venezolana? Si los hubo, ¿cuáles son esos factores que cambiaron entre el
capítulo 2017/2018 y el capítulo de 2019? ¿Es posible visualizar una salida en el corto de plazo
para la multiplicidad de problemas que afectan a la población y al gobierno venezolano?
Respecto del primer interrogante, sostenemos que, efectivamente, algunas cosas
cambiaron entre enero y junio de 2019. El punto de inicio fue la juramentación de Juan Guaidó
como presidente encargado de Venezuela, decisión tomada por la Asamblea Nacional frente a la
acumulación de irregularidades en las decisiones del gobierno de Maduro. Se cuentan aquí: la
elección de la Asamblea Nacional Constituyente –órgano cuestionado- y que convocó las
elecciones presidenciales de manera anticipada en mayo 2018. Si el órgano que convoca no es
legítimo, tampoco lo será su resultado. Esa artimaña política abrió la puerta al conjunto de
declaraciones y acciones que, luego, tomó la Asamblea Nacional –único órgano de mayoría
opositora-. Otra cuestión fue el nombramiento de funcionarios –de manera anticonstitucional-
en el Tribunal Supremo de Justicia. Cabe recordar que también existe un Tribunal Supremo de
Justicia en el exilio –una parte de sus miembros fueron recibidos como huéspedes, inicialmente,
por la Embajada de Chile en Caracas y luego, salieron del país-. El Fiscal General es otro
funcionario cuya designación fue, cuanto menos, desprolija. Las sospechas de fraude en las
elecciones de mayo 2018 y un Consejo Nacional Electoral (CNE) integrado completamente por
Rectores afines al oficialismo, una desprolijidad más que alimenta la falta de transparencia en
los procesos electorales. También la continuidad de los presos políticos y el incumplimiento,
reiterado, por parte del gobierno de su liberación.
En la misma dirección, se destaca la emergencia de actores políticos “jóvenes” y
“nuevos” con una “ficha más limpia”. Guaidó es un ejemplo de ello. La contracara de este
fenómeno es el perfil más bajo de actores políticos cuya credibilidad fue desgastada y
erosionada –Henrique Capriles es uno de los casos más representativos-. Dicho sea de paso, es
bastante poco lo que se sabe sobre Capriles, Ramos Allup y Henry Falcón en relación a los
últimos acontecimientos que tuvieron lugar en el país. La cuestión no es ingenua. Leopoldo
López, María Corina Machado, Antonio Ledesma, David Smolansky, Carlos Vecchio entre
otros, se pronunciaron y rápidamente reconocieron Guaidó. De hecho, Guaidó logró “despertar”
a la sociedad venezolana del letargo en el que se encontraba después de las protestas y la
represión de 2017 y 2018, renovó las expectativas y alejó –al menos transitoriamente- los
fantasmas del desencanto, la desilusión y la resignación de buena parte de la sociedad
venezolana. El diputado consiguió concitar la atención de los ciudadanos sumamente ocupados
en lidiar para resolver sus acuciantes problemas cotidianos –alimentos, medicina, hiperinflación,
cortes de agua y de electricidad-.
Una parte importante de los líderes políticos opositores, antes mencionados, se
encuentran en el extranjero o bien están exiliados. Al respecto, cabe preguntarse acerca del rol
que puede haber tenido la “diáspora venezolana” –y tiene actualmente- en la gestación de un
plan, en la articulación de consensos entre los partidos de oposición así como también con otros
líderes políticos y diplomáticos en el plano internacional. Se sabe que instituciones,
profesionales y actores políticos venezolanos han estado trabajando en la construcción del “Plan
País/El Día Después” –aunque los detalles no son información de acceso público- y, a la luz de

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los acontecimientos que tuvieron lugar desde enero 2019, se puede inferir que el derrotero de las
acciones de la Asamblea Nacional estaría guiado por lo acordado en ese documento.
Además, la crisis socio-económica no ha hecho más que agudizarse adquiriendo
implicancias regionales: existen más de 3 millones de venezolanos que han abandonado el país
en los últimos dos años. Los migrantes cuentan de primera mano su propia experiencia
poniendo de relieve los problemas y dificultades que vivían en su país para acceder a bienes y
servicios públicos básicos. Esas historias de vida impactan sobre la percepción de líderes
políticos y ciudadanos de los países que los reciben y tienen el potencial de modificar el humor
social. No hay que perder de vista que la inflación en Venezuela es la más alta a nivel mundial y
los especialistas coinciden en señalar que ya se trata de un proceso hiperinflacionario. En los
primeros seis meses de 2019, el índice de inflación acumulada fue de 905,6 % lo que suma una
depreciación constante y notable de su moneda en relación al dólar. La conjugación de estos
datos no hace más que evidenciar la pérdida del poder adquisitivo de la población sumado a las
dificultades para conseguir los productos básicos –incluyendo medicamentos para tratar
enfermedades comunes-.
Otro hecho insoslayable es el levantamiento cívico-militar del 30 de abril del
corriente año. Se trata de un hecho sensible y simbólico, motivo por el cual se requiere manejar
la información disponible con mucha cautela. En virtud de ello, sólo se analiza el impacto
simbólico de la denominada “Operación Libertad”. Este hecho representó el primer gran desafío
abierto al gobierno, a la autoridad y al ejercicio del poder del gobierno de Maduro ya que no se
registraban este tipo de situaciones desde el fallido intento de golpe de Estado liderado por
Chávez el 4 de febrero de 1992 y del paro petrolero contra el primer gobierno de Chávez en
2002-2003. Si bien Guaidó y el grupo de civiles y militares que lo acompañaron no lograron el
objetivo que consistía en que Maduro abandonara el poder, generó incertidumbre acerca de la
lealtad de los militares, uno de los resortes que colabora en el sostenimiento del presidente en el
poder. De hecho, es de público conocimiento que Cristopher Figuera –ex jefe del Servicio de
Inteligencia Bolivariano- estuvo involucrado en la organización del levantamiento, y luego
renunció a su cargo y se encuentra viviendo en Estados Unidos. Poco se sabe de los otros
militares –en su mayoría de rango medio- que participaron de la operación. También, en el
plano simbólico encontramos que Guaidó dictó una amnistía a través de la cual liberó a
Leopoldo López quien, junto con su familia, fue alojado como huésped en la Embajada de
España en Caracas. La imagen de la liberación de López fue muy potente ya que se trataba de
uno de los rivales más duros del régimen y era utilizado por el gobierno como símbolo de su
poder y de su control de la situación política interna. No obstante, se debe decir que la “fase
inicial” dio magros resultados para la oposición pues no logró alcanzar su objetivo: desplazar a
Maduro del Palacio de Miraflores para dar inicio al gobierno de transición. Pese a ello, tuvo el
mérito de mostrar la existencia de lealtades resquebrajadas dentro de la corporación militar,
generando preocupación en el círculo más cercano de Maduro así como esperanza en la
ciudadanía.
Ahora bien, en lo que atañe a las acciones y reacciones en el plano internacional, se
subraya la “temprana” conformación del Grupo de Lima1 –agosto 2017-, el reconocimiento de
más de 50 países de Juan Guaidó como presidente encargado junto con la intensificación de las

1
El Grupo de Lima es una instancia regional de concertación política conformada el 8 de agosto de 2017
en el marco de una Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores convocada por el gobierno de Perú.
Esa primera reunión tuvo como objetivo principal abordar la situación de la crisis de Venezuela frente a la
convocatoria del gobierno de ese país a una elección de representantes para la Asamblea Nacional
Constituyente. Asimismo, puede pensarse que el Grupo de Lima surgió frente a la situación de parálisis
que atravesaba la Organización de Estados Americanos (OEA) y UNASUR frente a la crisis venezolana.
Está integrado por los gobiernos de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala,
Honduras, Panamá, Paraguay y Perú. También participan los representantes venezolanos designados por
Juan Guaidó. La mayoría de los gobiernos que conforman el Grupo han reconocido a Juan Guaidó como
presidente encargado con la única excepción de México.

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críticas y la aplicación de sanciones de una parte de la comunidad internacional sobre el


gobierno de Maduro, la presentación de un crítico Informe de Naciones Unidas sobre Derechos
Humanos –inesperado por Maduro y sus funcionarios- y el auspicio de Noruega a un nuevo
proceso de diálogo oficialismo-oposición. Este último punto aún se encuentra en pleno
desarrollo, no se conocen los temas que se abordaron en las reuniones que han tenido lugar y las
partes participantes han asumido el compromiso de mantener en estricta reserva los temas y
conversaciones. Por tales motivos no será analizado en este trabajo. Sin embargo, es preciso
señalar que las instancias de diálogo convocadas en el pasado han fracasado y que causaron
desilusión en la sociedad, y la oposición ha dicho que sólo fueron utilizadas como un
instrumento del gobierno para ganar tiempo e intentar mejorar su imagen en el plano regional.
Es decir que, en el mediano plazo, aquellas instancias de diálogo pusieron al descubierto las
“trampas” y estratagemas del gobierno de Maduro generando algún grado de hartazgo. Así, la
sociedad se encuentra agobiada por los múltiples problemas cotidianos que debe enfrentar pero
también se muestra hastiada de los reiterados incumplimientos del gobierno y de su probada
incapacidad para resolverlos. De hecho, distintos sectores sociales han expresado que se sienten
estafados y engañados por un gobierno, que les había prometido un “buen vivir” pero los hizo
más pobres política, económica, social e institucionalmente.
Desde su creación en 2017, el Grupo de Lima ha expresado un fuerte compromiso con
tres principios claves frente al caso venezolano: el respeto de la democracia, la solución pacífica
de las controversias y la no intervención en los asuntos internos de otros Estados. A través de
sus diversas Declaraciones han expresado que consideran que desde 2017 en Venezuela ha
habido una ruptura del orden democrático; que la Asamblea Nacional Constituyente es ilegítima
y también lo son los actos que de ella emanan; denuncian la violación sistemática de los
Derechos Humanos, la violencia, la represión, la persecución política, la existencia de presos
políticos y la falta de elecciones libres bajo observación internacional independiente. En
consonancia con ello afirman que la población de Venezuela enfrenta una crisis humanitaria de
gran magnitud y condenan al gobierno por inhabilitar el ingreso de alimentos y medicinas que
podrían contribuir a morigerar una parte de los problemas por los que cotidianamente atraviesa
su población. Si bien el examen exhaustivo de las Declaraciones del Grupo de Lima excede los
objetivos de este trabajo, cabe resaltar que ésta ha sido y continúa siendo la dinámica, moderada
y prudente, de sus acciones y reacciones. Finalmente, es importante aclarar que,
lamentablemente, el Grupo de Lima no ha logrado convertirse en un interlocutor válido y
confiable para el gobierno de Venezuela, situación que dificulta aún más las posibilidades de
diálogo intrarregionales.
La comunidad internacional reaccionó frente a la designación de Juan Guaidó como
presidente encargado de Venezuela en enero 2019. Una parte de ella, reconoce a Guaidó y otra
parte continúa reconociendo a Maduro o bien guarda silencio sobre el tema2. Paralelamente, una
parte de la comunidad internacional ha intensificado sus críticas con el régimen de Maduro, y
algunos de sus miembros han impuesto sanciones –personales y sobre algunas cuentas del
Estado venezolano en el exterior- como un mecanismo para aumentar la presión. La creencia
que subyace a la lógica de las sanciones financieras es la de generar una situación que
contribuya a la caída del régimen por escasez de recursos para financiar el Estado. El punto aquí
radica en las sospechas –fundadas o no- que el Estado venezolano se financia a través de
actividades ilícitas como el narcotráfico y la cesión de la explotación de yacimientos mineros a

2
Son más de 50 actores internacionales que reconocen a Guaidó, entre ellos: Estados Unidos, el
Parlamento Europeo, el Grupo de Lima, la OEA, Alemania, Argentina, Austria, Australia, Brasil, Bélgica,
Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, Ecuador, España, Finlandia, Francia, Gran Bretaña,
Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Israel, Luxemburgo, Marruecos, Panamá, Paraguay, Perú, Polonia,
Portugal, República Dominicana, Suecia, Suiza, Taiwán, por mencionar sólo algunos representativos.
Entre los que siguen reconociendo a Maduro se cuentan: Bolivia, Cuba, México, Nicaragua, Uruguay,
República Popular China, Rusia, República Islámica de Irán, Turquía, sólo por mencionar algunos de los
representativos.

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gobiernos amigos que inyectan ese dinero para que el Estado continúe funcionando. Si esto
fuese así, se constituye en una gran dificultad que morigera los efectos de las sanciones
impuestas y, al mismo tiempo, conforma una red de complicidades que es y será un obstáculo
para un “eventual día después”.
El resultado del Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos sobre la situación de los Derechos Humanos en la República Bolivariana de
Venezuela tomó por sorpresa al gobierno y a los representantes de la oposición. El documento
confirma la práctica sistemática de torturas, ejecuciones extra judiciales, encarcelamientos
arbitrarios, uso de la violencia por parte de los “colectivos” como fuerza paramilitar,
persecución política, deterioro de las instituciones democráticas y la existencia de una crisis
humanitaria de gran magnitud –se observa una pérdida de derechos económicos y sociales pues
la población no tiene acceso a alimentos ni a medicinas ni se prestan regularmente servicios
públicos esenciales como educación, atención primaria de la salud, suministro de agua potable,
electricidad-. En resumidas cuentas, el documento verifica la violación de derechos políticos,
civiles, económicos y sociales y hace un llamamiento al Estado para que adopte las medidas
necesarias para restablecer el Estado de Derecho, que ponga fin a las violaciones a los Derechos
Humanos e implemente medidas orientadas a resolver los problemas de alimentación y salud de
la población. Es importante destacar, también, que el informe es el resultado de un arduo trabajo
realizado por personal de la Naciones Unidas que incluyó desde recopilación de información de
diversos documentos oficiales, visitas a Venezuela, entrevistas con actores –sociales, políticos,
religiosos, refugiados y migrantes venezolanos-, funcionarios –incluyendo al propio presidente
Maduro, algunos de sus Ministros, el Fiscal General, el Presidente del Tribunal Supremo de
Justicia, el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, entre otros-, ex funcionarios,
representantes políticos de la oposición, de la Iglesia Católica, de las universidades –docentes y
estudiantes-, de los sindicatos, de organizaciones de Derechos Humanos, víctimas, miembros de
la comunidad diplomática y de los medios de comunicación, entre los más destacados.
Pese a que la Alta Comisionada Michelle Bachelet es una reconocida líder del
progresismo latinoamericano, Maduro la ha criticado por dejarse influenciar por la opinión de
actores contrarios a su gobierno, por haber cedido a las presiones del gobierno de Estados
Unidos y ha cuestionado el informe afirmando que está plagado de falsedades y le exigió, a
Bachelet, una rectificación inmediata de los datos plasmados en el documento.
Es muy pronto aún para hacer una evaluación certera de los impactos que podrían
derivarse del “Informe Bachelet” aunque es importante destacar que es la primera vez que un
organismo internacional realiza un trabajo tan minucioso y entrega resultados tan precisos sobre
la situación de Venezuela. Dicha situación mantiene viva la esperanza de que el cambio aún es
posible en Venezuela pese a que algunas alternativas para que la democracia venezolana
comience a salir de su laberinto ya no se encuentran disponibles. Las soluciones a la crisis
exigirán un alto grado de creatividad de los actores involucrados y, sin lugar a dudas, su
superación requerirá mucho tiempo para reconstruir los tejidos que han sido profundamente
dañados.
Trascendiendo el clivaje reduccionista derecha-izquierda, Latinoamérica muestra frente
la crisis de Venezuela –también en Nicaragua y Guatemala- una mayor conciencia y
compromiso sobre la preservación de la democracia, el Estado de Derecho, los derechos,
libertades y garantías individuales. Se podría pensar que existe un compromiso –tácito y
expreso- con las formas democráticas que a la región tanto le costaron construir y preservar. La
democracia parece ser la forma de gobierno que –con bemoles y sostenidos- les ha permitido a
los países latinoamericanos construir ciertos parámetros de estabilidad regional y herramientas
que contribuyeron a la gestión de las múltiples crisis por las que les tocó atravesar en los
últimos 30 años. La democracia, con sus falencias, pareciera ser la forma de gestión mejor
aceptada por gobiernos y sociedades para conducir y gestionar los asuntos nacionales y
regionales, incluyendo los conflictos.

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