Las Batallas Políticas Que Se Libran en Colombia

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

Opinión

Las batallas políticas que se libran en Colombia


octubre 2024
A dos años del comienzo de su mandato presidencial, Gustavo Petro
denuncia un «golpe blando» y hace esfuerzos por mostrar logros de gestión.
Mientras la relación entre la coalición de gobierno y los movimientos sociales
no pasa por su mejor momento, la derecha intenta reorganizarse pero, por
ahora, carece de liderazgos claros.
Alejandro Mantilla Quijano

A veces el estupor no se acompaña de la sorpresa. La decisión del


Consejo Nacional Electoral (CNE) de formular cargos contra el presidente
Gustavo Petro por supuestas irregularidades en la financiación de la campaña
de 2022 estaba anunciada.
El pasado 8 de mayo, el organismo electoral anunció el estudio de la
ponencia elaborada por dos magistrados que propusieron la formulación de
cargos contra el presidente por violar los topes de campaña, omitir informes de
pagos a testigos electorales y recibir donaciones de dos sindicatos. De
inmediato, Petro respondió en sus redes sociales denunciando que había
«comenzado el golpe blando». Cinco meses después, el esperado anuncio del
CNE generó una nueva reacción del presidente. «Hoy se ha roto el fuero
integral del presidente de la República de Colombia (…) hoy se ha dado el
primer paso de un golpe de Estado contra mí, como presidente constitucional»,
afirmó en una alocución televisiva.
En un país cuyas guerras civiles tienden a culminar con debates
constitucionales, es usual que el debate jurídico delimite los alcances de la
política. En principio, hay dos certezas: que el CNE está facultado para
investigar el incumplimiento de las normas electorales y que puede formular
cargos contra quienes agencian las campañas. Pero también resulta claro que
el CNE no tiene facultades constitucionales para destituir al presidente. El
debate consiste en definir si una autoridad electoral tiene la potestad de
investigar al jefe de Estado por sus actuaciones en campaña, pues el fuero del
presidente conlleva que solo puede ser juzgado por el Congreso. Quienes
afirman que el organismo electoral sí puede investigar a Petro, aseguran que el
fuero presidencial solo cubre aspectos penales y disciplinarios y la
investigación electoral es administrativa. Esa tesis fue avalada, a inicios de
agosto de este año, por el Consejo de Estado, tribunal que también reafirmó
que el Congreso de la República es la única instancia que tiene las atribuciones
para destituir al presidente. Por otra parte, quienes niegan la mencionada
posibilidad afirman que el fuero presidencial también se aplica en este caso,
como lo señala la jurisprudencia de la Corte Constitucional.
La formulación de cargos por parte del CNE y su respaldo por parte del
Consejo de Estado han alimentado el discurso de alarma golpista que Petro ha
sostenido desde el inicio de su mandato. La composición del organismo
investigador y el posible doble estándar de juzgamiento son factores a tener en
cuenta.
El CNE es un órgano compuesto por magistrados designados por los
partidos políticos con representación en el Congreso. En este caso, algunos
magistrados que han promovido la investigación son integrantes de fuerzas
políticas opositoras al gobierno. Aquí cobran relevancia tres magistrados. El
primero es Álvaro Hernán Prada, ex-parlamentario investigado penalmente en
el mismo proceso que privó de la libertad al ex-congresista Álvaro Uribe. El
segundo es César Lorduy, también ex-congresista y alfil del poderoso clan
Char, el emporio político-familiar más consolidado del Caribe colombiano. La
tercera es Maritza Martínez, quien en su momento fue la única senadora
proveniente de los llanos orientales. Martínez es la heredera política de su
esposo, Luis Carlos Torres, un poderoso dirigente investigado por presunta
asociación con grupos paramilitares y destituido por irregularidades en la
celebración de contratos cuando fue gobernador del departamento de Meta.
Prada y Lorduy están respaldados por dos partidos que encabezan la
oposición, Centro Democrático y Cambio Radical, respectivamente. Martínez,
por su parte, es una de las líderes más relevantes del Partido de la U, grupo
que nació para respaldar al gobierno de Uribe, que luego mutó en el principal
aparato electoral de Juan Manuel Santos y hoy mantiene su independencia
frente al gobierno de Petro.
El doble estándar también es objeto de crítica. En el pasado, en
investigaciones similares, el CNE se abstuvo de tocar al presidente de la
República, incluso en casos tan sonados como la financiación de Odebrecht a
las campañas de 2014. Asimismo, genera inquietud que un organismo electoral
y un alto tribunal decidan ignorar la jurisprudencia de la Corte Constitucional
sobre la integridad del fuero presidencial.
El gobierno teme que la investigación del CNE arroje una inusitada
sanción contra el primer mandatario y que ello derive en un juicio destituyente
en el Congreso de la República. En dos siglos de historia republicana, nunca
un presidente en ejercicio ha sido juzgado por el Congreso.
Entre la contención y los avances
Desde el inicio mismo de su mandato, Petro afirmó que su gobierno es el
primero de la historia colombiana en reivindicarse de izquierda. Una definición
que, luego del estallido social de 2021 y de una serie de gobiernos derechistas,
generó numerosas expectativas en diversos sectores del país. La
implementación de programas sociales de redistribución, una estrategia de
negociación de paz dirigida a todos los actores armados organizados, la
promesa de cambios en las costumbres políticas, una nueva política de drogas
y una política ambiental garantista que incluya la transición energética
prometían ser ejes de trabajo propicios para transformar una sociedad marcada
por una desigualdad profunda, una guerra de larga duración, una democracia
restringida, un régimen político con amplia influencia del narcotráfico y un
modelo económico definido por el extractivismo.
A mitad del periodo de gobierno, los resultados no son alentadores. Los
propósitos reformistas de Petro han dependido de los debates legislativos de
un Congreso de mayorías fluctuantes, que ha impedido la aprobación de una
reforma laboral y una reingeniería del sistema de salud. La reforma del sistema
de pensiones, aprobada el 14 de junio pasado, fortaleció la gestión pública e
incluyó medidas para reducir brechas de género en la jubilación y una
estrategia de protección para las personas mayores que no logren jubilarse,
pero obligó a los trabajadores de mayores salarios a cotizar en las
aseguradoras privadas. Por otro lado, el nuevo Ministerio de Igualdad y
Equidad, dirigido por la vicepresidenta Francia Márquez, así como el Ministerio
de Vivienda, muestran un bajo nivel de ejecución de sus programas. A lo
anterior se suman los malos resultados en materia de recaudación tributaria, lo
que seguramente obligará a un diseño presupuestario que limitará la
implementación de políticas redistributivas aplazadas. La no aprobación de las
reformas y la subejecución de la política social revelan las dificultades del
gobierno para adoptar una ruta de transformación estructural redistributiva.
La política de «paz total» fue trazada para negociar con diversos actores
armados, incluida la insurgencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las
disidencias de la antigua guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), grupos paramilitares como las Autodefensas Conquistadoras
de la Sierra Nevada y bandas urbanas con control territorial en ciudades como
Buenaventura y Medellín. Sin embargo, la paz total ha sido víctima de sus
objetivos ambiciosos.
La dispersión de agendas de diálogo, la diversidad política de los actores
ilegales y la agudización de los enfrentamientos entre esos grupos armados
han profundizado la violencia en varias regiones. La situación más compleja es
la interlocución con el Estado Mayor Central (EMC), una inestable reagrupación
de disidencias del acuerdo de paz con las FARC, hoy divida en dos vertientes
enfrentadas; una de ellas en guerra declarada con el Estado, liderada por alias
Iván Mordisco, y otra encabezada por Andrey Avendaño y alias Calarca, que se
mantiene en negociaciones con el gobierno. Mientras tanto, la mesa con el ELN
vive una crisis permanente, agravada por el anuncio de uno de sus frentes de
separarse de esa organización para negociar de manera independiente con el
Estado. El fracaso de la política de paz ha recrudecido la violencia contra
civiles: solo en 2024 se registran 143 líderes sociales asesinados y 57
masacres. Por ahora, no se vislumbra la firma de un acuerdo de paz ni el
sometimiento a la justicia de algún grupo ilegal en el futuro cercano.
Aparte de las mencionadas sospechas sobre la campaña, el cambio en
las costumbres políticas se ha estrellado con un grave escándalo de
corrupción. La detención del hijo de Petro por la investigación sobre la
financiación de la campaña presidencial y la trama corrupta en la Unidad
Nacional de Gestión del Riesgo y Desastres (UNGRD), encabezada por un
funcionario nombrado por el presidente, debilitaron el discurso de un
mandatario reconocido por sus denuncias contra la corrupción.
Sin embargo, el gobierno ha logrado avanzar en algunos acuerdos
políticos. Por ejemplo, las negociaciones para nombrar al contralor, la
defensora del pueblo y el procurador, elegidos en el Congreso con cifras que
rozan la unanimidad, han sido posibles gracias a las negociaciones facilitadas
por el ministro del Interior, el veterano político liberal Juan Fernando Cristo,
cuya cercanía con el ex-presidente Santos es bien conocida. Tales
circunstancias han mostrado la ascendencia de sectores pertenecientes, o muy
cercanos, al establishment político en el gobierno de izquierda. Aquí se
destacan figuras como Laura Sarabia –mano derecha del presidente y
responsable de la coordinación de las tareas más importantes del gobierno–, el
embajador en Londres y ex-presidente del Senado Roy Barreras, el canciller
Gilberto Murillo y el propio ministro Cristo. Todo esto refleja que el «primer
gobierno de izquierda» requiere del apoyo de sectores tradicionales para
garantizar un mínimo de estabilidad –lo que es más notorio en regiones donde
ese poder tradicional está intacto– y que la elección del contralor y el
procurador procuró evitar el avance de posibles adversarios antes que la
designación de los aliados progresistas.
No obstante, el gobierno de Petro no ha traicionado la gramática que lo
llevó a la victoria electoral. Su posición firme sobre Palestina, sus reflexiones
sobre el extractivismo y el cambio climático, sus convicciones ambientalistas o
su crítica al neoliberalismo no han cambiado. En materia ambiental, se nota
esa tensión típica de la administración actual: un discurso consecuente pero
una ejecución que no tiene resultados inmediatos, y que por momentos tiende
a ver con buenos ojos al capitalismo verde.
Un aspecto complejo es la relación entre la coalición de gobierno, el Pacto
Histórico, y los movimientos sociales. Aquí se constata la participación de
algunos sectores en el gobierno, conjugada con una permanente presión
movilizada. Curiosamente, el ritmo de movilización se mantiene en
comparación con los periodos anteriores, pero ya no en clave de rechazo o de
exigencia de garantías, sino con la demanda del cumplimiento del plan de
gobierno. Sin embargo, buena parte de esas demandas no tienen un carácter
de clase, ni propician convergencias amplias, sino que procuran conquistas
para las organizaciones específicas que se movilizan. Ante esa situación, la
respuesta del gobierno ha sido errática, pues la receta propuesta desde el
Viceministerio del Interior ha sido la multiplicación de mesas de diálogo y
concertación que fragmentan la interlocución política y ponen cargas
adicionales a los funcionarios responsables de ejecutar el plan de gobierno.
Aun así, en medio de desaciertos y dificultades, el gobierno tiene logros
para mostrar. La implementación de un Servicio Social para la Paz en lugar del
servicio militar obligatorio, la reforma pensional (a pesar de sus limitaciones),
los avances en la adjudicación de tierras (incluidos hitos como la Hacienda Las
Pavas y la entrega de terrenos a las familias campesinas afectadas por el
proyecto El Quimbo), la puesta en marcha de una estrategia territorial de
atención en salud, el reconocimiento del campesinado como sujeto de especial
protección y la instauración de la jurisdicción agraria son logros importantes
que no se habrían alcanzado en otro gobierno.
Los problemas de la política social, el posible fracaso de la paz total y los
viejos y nuevos escándalos se producen en medio de un contexto difícil. Ante
problemas tan profundos como la guerra, la desigualdad o el narcotráfico, era
improbable que el gobierno mostrara avances sustantivos en un lapso
relativamente corto. Mucho más, con un diseño estatal que no ha tenido la
redistribución, la paz o la protección ambiental como prioridades. No es casual
que las políticas más importantes defendidas por el gobierno, como la
tributación a grandes proyectos extractivistas, la contratación directa con
organizaciones comunales, partes del Plan de Desarrollo y la creación del
Ministerio de Igualdad, hayan sido bloqueadas por altos tribunales.
Tal vez el de Petro puede concebirse como un gobierno de contención y
transición, más que de avance y transformación. Contención frente al momento
de avanzada de las derechas más extremas en la región y frente a la aplicación
del modelo neoliberal. También de transición, en este caso hacia un sistema
político con mayor capacidad de integración de los sectores políticos
alternativos y sus agendas.
Escenarios preelectorales abiertos
Las turbulencias judiciales y los problemas de ejecución enmarcan la
última etapa de un mandato cuyo principal reto será asegurar su propia
estabilidad. El relato sobre la posibilidad de un «golpe blando» pasó de ser la
narrativa de un gobernante paranoico a un escenario posible, aunque haya
debates sobre su probabilidad.
La formulación de cargos por el CNE coincide con una profunda crisis de
liderazgo que sufren los sectores más conservadores del espectro político.
Desde el estallido social de 2021, el bloque de derecha no ha logrado encontrar
ni la cohesión que posibilite una estrategia coordinada, ni una figura que
canalice el descontento contra el gobierno.
En otras palabras, la derecha no ha logrado encontrar una figura que
encarne lo que fue Gustavo Petro para Iván Duque, ni ha logrado ganar la calle
con movilizaciones masivas. Esa situación explica, por ejemplo, el descalabro
electoral de las principales candidaturas de la derecha en las elecciones de
2022 y la inesperada emergencia del fallecido Rodolfo Hernández, el rival de
Petro en la segunda vuelta de 2022; un candidato que no provenía del
establishment tradicional, pero que fue rodeado por los sectores más
tradicionales como alternativa a la coalición de izquierda. La ausencia de una
candidatura clara que unifique a los sectores de derecha en las elecciones de
2026 es un ingrediente que alimenta la incertidumbre de mediano plazo. Un
síntoma de esa situación es el rumor sobre la candidatura presidencial de Vicky
Dávila, una periodista ligada a la prensa corporativa, que dirige un medio
claramente editorializado contra el gobierno y que de manera explícita busca
reproducir las coordenadas discursivas de figuras como el argentino Javier
Miley y el salvadoreño Nayib Bukele.
Esa ausencia de liderazgos no se limita a los sectores conservadores. El
Pacto Histórico sigue operando como una suma desordenada de actores
políticos con intereses a corto plazo y no como un proyecto unificado con
vocación de futuro. Aunque Petro ha insistido en la necesidad de generar un
partido único de la izquierda, la fragmentación persiste en la coalición
gubernamental. Apenas el Polo Democrático, Colombia Humana y Unión
Patriótica, los tres partidos más grandes de la izquierda, parecen afines a la
propuesta de unificación. En contraste, las agrupaciones más pequeñas
(Comunes, Fuerza Ciudadana, Esperanza Democrática, Partido del Trabajo de
Colombia, entre otros) han planteado un proceso alternativo de convergencia
política, denominado paradójicamente «Unitarios». Mientras tanto, los sectores
provenientes del gobierno de Santos prefieren conservar su autonomía
electoral.
Esta situación ha llevado a la carencia de precandidaturas fuertes
provenientes de la izquierda histórica, mientras ganan relevancia figuras
originadas en ese poder político tradicional que acompaña a Petro, como el
embajador Roy Barreras y el canciller Luis Gilberto Murillo, dos funcionarios del
gobierno de Santos que no ocultan su voluntad de comandar una candidatura
que refleje la continuidad del actual gobierno, pero con mayor moderación. En
ese eventual escenario, la izquierda tendría la difícil situación de apoyar a
individuos que no provienen de sus filas con el fin de procurar la continuidad de
su proyecto; nuevamente, más en clave de contención del adversario que de
avance político propio.
La situación de los sectores de centro tampoco es la mejor. Aunque
cuentan con figuras relevantes, su fragmentación y su permanente crisis de
identidad se ha acrecentado en los últimos meses. En principio, parece que
despuntan tres nombres: el eterno candidato Sergio Fajardo, el ex-senador
Juan Manuel Galán, hermano del alcalde de Bogotá, y la ex-alcaldesa Claudia
López; sin embargo, no es claro que tengan voluntad de convergencia.
A propósito del centro político, un escenario que podría cambiar las
coordenadas del tablero sería una alianza entre una precandidatura de centro y
el bloque de derechas. Una tesis en esa línea fue planteada por el periodista
Gustavo Gómez, quien sugirió un acuerdo entre Sergio Fajardo y Vicky Dávila;
aunque esa propuesta no tuvo mayor revuelo, dice mucho del espíritu de los
tiempos.
Seguramente, el escenario de corto y mediano plazo estará influido por la
formulación de cargos contra el presidente. A mi juicio, la decisión de la
mayoría del CNE puede leerse como el propósito de impactar en el debate
electoral de 2026 y no como el inicio de un proceso efectivo de destitución. El
propósito es enrarecer el escenario electoral venidero y entorpecer el tramo
final del gobierno de Petro. No obstante, tal intención podría generar un efecto
búmeran, pues la imagen de un presidente perseguido por la santa alianza
entre el poder político tradicional, el poder mediático corporativo y un sector de
la rama judicial puede ser benéfica para el final del gobierno, ya que le daría
razones para justificar los problemas de ejecución y haría más compacto su
bloque de apoyo, tanto el integrado en el Estado como el representado en
organizaciones sociales con amplia capacidad de movilización. Además,
recordaría la frustrada tentativa destituyente vivida por Petro durante su gestión
como alcalde de Bogotá. Un avance hacia la destitución presidencial le daría
un nuevo motor a un líder político que gusta de ejercer sus cualidades de
tribuno.
Las consecuencias del estallido social, la crisis de liderazgos, la
fragmentación de los bloques políticos, el proceso al presidente y los
problemas de ejecución del gobierno configuran un escenario de incertidumbre
ante una campaña que parece iniciarse con mucha antelación. De la capacidad
de Petro para responder a la nueva coyuntura y de la capacidad de generación
de nuevos avances de política pública transformadora dependerá la estabilidad
del gobierno. Los posibles finales del gobierno de Petro aún dependen de sus
propias fuerzas.

https://nuso.org/articulo/las-batallas-politicas-que-se-libran-en-colombia/

También podría gustarte