Caruso y Dussel Quien Es El Sujeto
Caruso y Dussel Quien Es El Sujeto
Caruso y Dussel Quien Es El Sujeto
Wittgenstein
Nuestra exploración aborda ahora el tema de los sujetos. La metáfora de Italo Calvino
sobre el arco y las piedras parece dejarnos el segundo lugar pero, como dice
Wittgenstein, pensar sobre los sujetos es un poco "imaginar lo que no puede serlo",
como imaginar las piedras con conciencia. Y sin embargo, ¿por qué no?
Para abordar esta paradoja, vayamos por partes.
La educación es, indudablemente, una actividad humana. Cualquiera sea la definición
del término que adoptemos, apuntará a la realización de deseos o expectativas
puestas en otro (adulto, niño), tratando de formar, indoctrinar o desarrollar ciertos
rasgos y no otros. En este sentido, la educación siempre ha guardado una dimensión
de futuro. Toda teoría educativa, dice el filósofo inglés Alisdair MacIntyre, puede
reducirse a dos propósitos: la educación para un puesto o plaza social, o la educación
de las capacidades inherentes al individuo. En general, en los sistemas educativos
modernos ha primado la primera visión (MacIntyre, 1990).
Pero la cuestión de la perspectiva con la que trabajamos no es sólo una posibilidad
para el futuro, sino una cuestión del presente1. El sistema educativo y los docentes
trabajan con identidades supuestas. La escuela trata de contener al niño, de iniciar al
infante, de socializar al adolescente. Hoy, estas categorías que definían a los que se
sentaban en las aulas están en plena transformación. Veamos los casos de la infancia y
la adolescencia.
Se ha señalado recientemente que la infancia se ve acorralada por una temprana
"juvenilización", prediciendo algo así como la desaparición de la infancia. En un artículo
reciente, se subrayan los efectos del consumismo y de las nuevas relaciones paterno-
filiales en la construcción de teorías, por parte de los chicos, sobre la sexualidad y la
procreación. También se señalan las nuevas demandas hacia los adultos para trabajar
estos temas, teniendo en cuenta que los chicos vienen "informados hasta el detalle"
pero siguen compartiendo los mismos temores y atracciones que los de otras
generaciones2.
En, términos pedagógicos, la infancia como una posición desigual de acceso al
conocimiento está en discusión. Por un lado, como se argumentó en el capítulo
anterior, la proliferación de medios de comunicación pone al alcance de los chicos
grandes masas de información y maneras novedosas de procesamiento. Para algunos,
esta nueva posibilidad pone a la infancia en proceso de "desaparición" (Postman,
1984). Dos investigadores argentinos, Ricardo Baquero y Mariano Narodowski, han
1 Por ejemplo, si una niña indígena, emigrada al Gran Resistencia y en cuya casa se habla toba, es impulsada a
hablar castellano como primera lengua es porque la expectativa sobre su futuro se encuentra en una sociedad
donde tal lengua predomina. Relegar su lengua familiar para instruir en otra supone un beneficio futuro. Esto es,
cuando el currículum o el maestro plantean opciones cuentan -no siempre de manera consiente- las imágenes de
futuro que les atribuyen a los chicos. Estas imágenes producen efectos. Si se cree que la niña toba puede aspirar a
integrar el servicio doméstico de alguna casa de la ciudad de Resistencia, el maestro puede justificar que es más
importante que la niña obedezca, comprenda consignas y tenga habilidades básicas -como la lectoescritura y la
aritmética elemental- que el acceso a las ciencias naturales, al multiculturalismo de la sociedad chaqueña, a la
historia regional. Este maestro está trabajando con un sujeto supuesto. También lo haría en el caso contrario: si
quisiera enseñarle instrumentos para que acceda a un empleo mejor, a través del conocimiento de las leyes
laborales, el estudio de las condiciones productivas de la región, o bien a través del inglés y la computación: en
todos los casos, hay un sujeto supuesto que estructura el vínculo. 2 Véase el artículo de Roxana Russo, "¿Tu novio
usa calzoncillos y también usa pito?", en Página/12, Buenos Aires, domingo 30 de octubre de 1994, p. 14.
¿Cómo podrán esos jóvenes, -esos sujetos que la propaganda y los mensajes, masivos
ponen en un pedestal- sentarse 40, 80 minutos, o toda una mañana ante
conocimientos envejecidos? ¿Qué armas emplean aquéllos que portan ciertos valores
corno la flexibilidad, la fuerza y el, descompromiso juvenil en una escuela que sólo ha
podido responder precariamente a todos los ajustes, incluso los culturales? ¿Cómo se
relacionan el sujeto juvenil y el sujeto niño actuales -ambas construcciones históricas-
con los sujetos pedagógicos que las escuelas producen?
Para analizar estas cuestiones, queremos comenzar por una revisión del concepto de
sujeto. ¿Qué se quiere decir cuando se utiliza la palabra sujeto para caracterizar a las
personas, la gente, los individuos o los integrantes del sistema educativo, la comunidad
educativa y otras tantas denominaciones? ¿Es lo mismo plantear que el sistema
educativo forma personas que decir que forma sujetos? Creemos que no. La categoría
sujeto plantea otra manera de concebir las identidades y las subjetividades que pensar
simplemente en personas. Para fundamentar nuestra respuesta, proponemos una
vuelta por la teoría.
Para complicar el panorama, diremos que la palabra sujeto proviene de un verbo que
complejiza las posibles significaciones: el verbo sujetar. Aquí se abre una doble
significación. En la primera el sujeto es aquél que realiza una acción. Pero otro sentido
posible es el contrario: el sujeto aparecería como aquél que es sujetado. ¿Por quién?
La respuesta varía según la teoría y el ámbito. Para el derecho, está atado por el
ordenamiento jurídico en general y por las leyes en particular. Para los sociólogos está
sujetado por sus condiciones sociales. Para los psicólogos aparece sujetado por su
historia personal y su presente de vida. Para los historiadores, por el peso y
significación del pasado en su actualidad.
Vemos, por lo tanto, que sujeto puede convocar significados ambivalentes. Creemos
que esta cuestión no es casual y que estas posibilidades encontradas de entender a los
sujetos (sujeto epistémico, sujeto sintáctico, sujeto "sujetado") nos hablan de una
contradicción que probablemente manifieste mejor la complejidad de las sociedades y
las acciones que se dan en ella. Por nuestra parte, queremos proponer una definición
provisoria que iremos analizando con detenimiento: podemos definir al sujeto como
una construcción explicativa de la constitución de redes de experiencias en los
individuos y en los grupos. Tales redes tienen una cualidad: no son permanentes ni
definitivas y las experiencias que podían ser positivas pueden ser consideradas
posteriormente como negativas o viceversa.
El sujeto se constituye
La primera cuestión que rompe con nuestro sentido común es que el sujeto no está ahí
dado; sino que se constituye. No hay condiciones predeterminadas que determinen
que uno sea lo que es, por el solo hecho de existir. Muchas veces los hijos de
inmigrantes, en la Argentina, rechazaron más que ningún otro a los "gringos" que
vinieron después. Así también, un hijo de un obrero -aunque permanezca en la escala
más baja de los salarios- puede constituir su identidad justamente en contraposición
con sus condiciones de vida familiares y justificar la desigualdad y la explotación
aunque él sea una víctima de ella. Esto implica que la condición de pertenencia a una
clase social o a un grupo de referencia no determina una identidad de manera
automática.
La constitución de los sujetos implica, de forma central, la relación entre libertad y
necesidad. Según algunos, nuestras experiencias no las organizamos como queremos
sino como podemos. Según; otros, siempre hay un margen de libertad que determina
el orden de la subjetividad. Lo crucial en este punto se centra en la importancia dada a
la estructura y sus relaciones con la actividad humana.
El origen de la visión del sujeto epistémico y del sujeto sintáctico que reseñamos en el
apartado anterior se da a partir de la reflexión de René Descartes (1596-1650). El
famoso "pienso, luego existo", más que probar, como él buscaba, la existencia de Dios,
fue el puntapié de la concepción moderna del conocimiento que terminó poniéndolo
en cuestión. Esta concepción se basa en un sujeto con un dominio unitario (es uno que
piensa), soberano (porque él mismo garantiza su independencia) y omnipotente: él, al
pensar, demuestra que las cosas existen. Su herramienta fundamental es la razón, con
la que es posible conocer el mundo.
Pero tempranamente se advirtió que el sujeto, lejos de ser soberano, no está solo en
el mundo y que por lo tanto, lo que hace y es aparece condicionado por una serie de
factores: su posición social, familiar, su historia particular, su ideología. Este sujeto está
determinado por estas y otras dinámicas; ser libre es la posibilidad de darse cuenta del
espacio que ocupa y del que no es consiente. Esta definición de libertad es diferente
de aquélla que supone un sujeto que sólo usa su razón, porque marca que la libertad
no es enteramente libre pero la necesidad tampoco es absoluta.
Por otra parte, el psicoanálisis informó que el sujeto no sólo no es autónomo, sino que
tampoco está claro quién es. Atrás de la racionalidad, había algo que se le escapaba al
hombre y que era fundamental en su personalidad: el inconsciente (Freud, 1893)3. Así,
a la vieja idea de que el sujeto estaba determinado socialmente, se agregó la idea de
que no controlaba su voluntad (Assoun, 1981).
3 La interpretación de los sueños es una de las primeras obras en que Freud desarrolla la cuestión del
inconsciente. Anteriormente, lo había estudiado a través de la histeria. Véase también la aproximación de
Laplanche y Pontalis en su Diccionario de Psicoanálisis (1993).
El espectro de posibilidades dentro de las que podemos tomar decisiones marca que
nuestra experiencia no es una continuidad, sino que también hay rupturas. Estas
rupturas definen que el sujeto sea parcialmente autónomo porque "constituye el locus
de una decisión no determinada" por la estructura (Laclau, 1990; 30). La estructura no
tiene una eficacia completa. Y esto no es porque sea deficiente, sino porque las
estructuras nunca están completas: nunca pueden abarcar la totalidad de las
posibilidades. Por ejemplo, supongamos una sociedad súper tecnificada y programada;
sin embargo, sucede un terremoto, una hecatombe natural, o bien un pequeñísimo
error humano que desencadena un vendaval de calamidades. Esto puede ocurrir,
aunque nos intranquilice; el terremoto reciente de Kobe es una muestra de que ni en
las sociedades más tecnificadas de la actualidad, es posible predecir y prevenir todo. Y
aunque no hubiera ocurrido, la sola posibilidad de un suceso tal convierte a la
estructura en incompleta. Precisamente en estas "fallas" de las estructuras, en esta
incompletud, en este espectro de decisiones, se constituyen los sujetos.
Jesualdo, un maestro uruguayo de la década del 30, escribe en su diario una situación
ilustrativa. Tenía que lidiar con un grupo de chicas de 9-11 años que se destacaban en
su escuela por su bajo rendimiento, y dedicación, y por mostrar nulo interés. Jesualdo
se halla ante una estructura escolar que sólo tiene un número limitado de respuestas
ante esa situación: los castigos, algunas propuestas de enseñanza personalizada (que
aparecen en la escuela como un imposible porque la escuela es justamente la instancia
de enseñanza grupal), el desinterés. Jesualdo opta por cierto histrionismo: la cita, las
lleva a un patio a solas, las increpa, pero no para retarlas, sino para plantearles un
acuerdo donde las etiquetas desaparecen. "Basta de tarambana", reclama. Posiciona a
las chicas en otro lugar: confiar en lo que ellas pueden implicar no adoptar las
clasificaciones escolares (los burros, los inteligentes, los desviados). A partir de
ejercicios con mayor autonomía, las chicas empezaron a mostrar habilidades antes no
trabajadas (Jesualdo, 1937).
Jesualdo está planteando en esa increpación abandonar el sistema de lugares -esa
especie de mapa mental- mediante el cual la escuela de ese momento producía sus
sujetos. Jesualdo actúa en la falla de las estructuras al entender el "fracaso escolar" de
las chicas no como culpas personalizadas sino como respuesta a un sistema de
clasificación que las inhibía, entre otras cosas. Ante la estructura escolar que tiene
presente, con sus fallas, Jesualdo genera una nueva decisión con respecto a lo que se
creía posible en esa situación.
Pongamos esto en términos teóricos: podríamos enriquecer nuestra definición
diciendo que el sujeto es la distancia entre la decisión y una estructura sobre la cual no
se pueden tomar decisiones. El filósofo Alain Badiou puede ayudarnos a entender la
cuestión del sujeto. Apela a los modelos de la matemática conceptual y a la teoría de
los conjuntos, y plantea que dadas tres letras "B":
BBB
y ante la pregunta de si son iguales, uno puede responder con un SÍ; pero ante la
interrogación de si son las mismas debe contestar con un NO. Entonces, ¿qué las
diferencia entre sí para que no sean la misma?
Lo que la diferencia es el lugar que ocupan. Podemos hablar de "la B de la izquierda",
"la del centro", "la de la derecha": La identidad, entonces, puede definirse por dos
términos: lo que la "B" es en sí y el lugar que ocupa. Y estos dos términos siempre
están en tensión.
Así ocurre con los sujetos. Por ejemplo, el sujeto obrero ocupa en la literatura
marxista el lugar del sujeto revolucionario. Marx planteó que el proletariado nace en la
estructura capitalista. Tenía una serie de cuestiones iguales a las de otros sujetos
capitalistas como la burguesía: estar en contra de la sociedad feudal, independizarse
del tutelaje ideológico de la Iglesia. Bajo este aspecto, ambos sujetos eran clases. Pero
no eran lo mismo: el proletariado era explotado, se le robaban los frutos de su trabajo,
se lo transformaba a él mismo en una mercancía. Cuando Marx identificó al sujeto
proletario como revolucionario anunció el predominio de lo no-mismo sobre lo igual;
para pensar la política, Marx enfatizó la condición de explotado más que el hecho de
que el proletariado fuera un sujeto capitalista. En este caso, el lugar que ocupaba el
proletariado era más importante que la definición de lo que era.
Mediante alguna experiencia mejor realizada. La experiencia misma, como tal experiencia, es
incompleta, y por esa razón es inevitable e irremediable el error" (Dewey, 1986; 106). De esta
manera, Dewey quiere vincular el hacer y el pensar, por tanto tiempo separados en la tradición
occidental: "esta íntima conexión entre el obrar y el sufrir o padecer es lo que llamamos
experiencia " (Dewey, 1986, 110).
Aquí ya entramos al segundo elemento: para Dewey, hay una conexión fundamental entre el
hacer y el pensar; el pensamiento es una acción en un plano no material. Este concepto de
experiencia no sólo liga lo conceptual y lo empírico, sino que une las acciones y los
pensamientos. Lo que hagamos, entonces, puede plantear cambios para lo que pensamos y
viceversa. Lo que vemos puede modificar nuestros conceptos. Aprender nuevos conceptos
puede cambiar la manera de ver las cosas y, por ende, las cosas que hacemos según nuestra
visión.
Cuando aludimos al sujeto como "red de experiencias" nos referimos a esta compleja unión
entre modos de ver el mundo y modos de actuar sobre él. Oscar Wilde planteaba en su
elegante pesimismo que experiencia es el nombre que le damos a todos nuestros errores y
fracasos para autojustificarnos; Wilde, a su manera, podía entrever que, esa manera de ver los
"errores" propios hace que no cambiemos nuestras conductas y los sigamos cometiendo.
Todos jóvenes. Siempre jóvenes. Querría pasar desde los diez hasta los treinta para no sufrir
esta tortura el primer amor, la primera casa tener que llevar esta armadura el primer amigo
que te traiciona o que tal vez traicionas tú el primer tren en que no subes y que tal vez no
vuelve nunca.
Jovanotti, 1994
Los malestares frente a esta situación datan de lejos. La madre de M'hijo, el doctor encubría la
vida irregular de su hijo porque para ella la cuestión de su identidad escolar, el ser
"estudiante", predominaba por sobre las otras cualidades o vicios que el personaje
presentaba. El vecindario tenía, al respecto, otra posición.
El desprecio del hijo educado hacia sus padres ignorantes apareció innumerables veces en el
arte popular, en el folletín, la novela, el cine. Sin embargo, tales manifestaciones no
cuestionaban la identidad escolar. La identidad que producía la escuela existía y luchaba contra
otras para imponerse.
La pedagogía habla aún del "niño" y del "adolescente". Como hemos dicho antes, estas
identidades no han sido eternas. No sólo se han transformado, sino que han cobrado otro
lugar en la sociedad. Retomamos la pregunta: ¿se mantendrá un adolescente cinco horas
sentado en un banco mientras es endiosado por los medios de comunicación como la
identidad deseable, como la etapa de la vida sin problemas, la del cuerpo firme, sin la carga de
un hogar? Parece poco probable. Cuando la escuela intentaba borrar las identidades que la
precedían, cuando creaba sujetos pedagógicos -una de cuyas manifestaciones era la imagen
del alumno- lo hacía porque la legitimidad de la escuela y de su cultura era fuerte. Pero hoy
esa legitimidad está en crisis.
P- Si se junta con un grupo en el que sus compañeros fuman, van a las maquinitas, etc., por la
ley de contagio se va a escapar de clase él también. De lo contrario, no... Por lo tanto, ¿qué
tiene que hacer?
P- ¡Si te reís, te vas de la clase! Creo que es importante lo que estamos hablando. Otra
característica de la adolescencia es tomar a risa cosas serias y es un síntoma de inseguridad.
Hoy nos enseñaron "cómo ordenar carpetas en un comercio". Te lo muestro para que veas lo ridículo:
nos dijeron que las carpetas pueden estar en posición horizontal o vertical. Una hora copiando esto. Se
creen que somos idiotas. Lo peor de todo es que perdemos el tiempo...
7 Esto es común a la mayor parte de las escuelas medias argentinas, y también de otros lugares del mundo. Nos
basamos en el artículo de R. Takanishi (1993), "Changing views of adolescence in contemporary society", en el
que se discute esta noción de la adolescencia como grupo de riesgo y se propone en cambio la de etapa de
oportunidades.