El Teatro Anterior A 1940

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El teatro español anterior a 1939.

Una dicotomía- que, en lo esencial, ha seguido imperando hasta hoy- resume el desarrollo del
teatro español durante el primer tercio del siglo XX. De una parte, un teatro que triunfa porque goza del
favor del público y de los empresarios ( el teatro de Benavente, el llamado “ teatro poético”, el teatro
cómico...) De otra parte, desesperados intentos de renovación que, con contadas excepciones, se
estrellan contra los límites y los gustos establecidos; será un teatro que no sólo propone un nuevo arte
dramático, sino que quiere hacerse eco de problemas existenciales y sociales, sacudir las conciencias de
un público o llegar a un público desatendido.
Valle-Inclán y García Lorca, síntesis y ejemplos máximos de tales inquietudes, se alzan como las
dos figuras más eminentes del teatro español de los últimos tres siglos, a la vez que constituyen dos altas
cimas del teatro mundial del siglo XX.
Conviene, antes de revisar la trayectoria del teatro español hasta 1939, reflexionar sobre las
particulares circunstancias que rodean a este género. Por su naturaleza de espectáculo, pesan sobre él
con especial fuerza los condicionamientos comerciales, con un dominio absoluto de los locales privados y
el gusto del público, casi exclusivamente aristocrático y burgués. Ello provoca limitaciones en el terreno
ideológico y estético, ya que hay fuertes reticencias a crear tendencias innovadoras para un público que
no se caracteriza especialmente por su capacidad autocrítica.
Todo ello explica el panorama del teatro español en el primer tercio del siglo XX, cuyas distintas
tendencias se pueden repartir en dos frentes:
a) El teatro que triunfa, continuador del que imperaba en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, la
comedia burguesa, con Benavente y sus seguidores; un teatro en verso, neorromántico y un
teatro cómico, en el que predomina un costumbrismo igualmente tradicional.
b) El teatro que pretende innovar, ya sea por nuevos enfoques ideológicos o estéticos, o ambos a
la vez. En esta línea se hallan las experiencias teatrales de los noventayochistas (Azorín y
Unamuno), en la que destaca el teatro de Valle-Inclán. También se incluyen los impulsos
renovadores vanguardistas de la” generación del 27”. La obra de García Lorca será la síntesis y
cima de las inquietudes teatrales del momento.
Dentro de la primera tendencia, el Premio Nobel de 1922, Jacinto Benavente es la figura más
representativa de las posibilidades y limitaciones de la escena española de principios de siglo. El estreno
de su primera obra El nido ajeno, (1894) en la que presentaba la situación opresiva de la mujer casada en
la sociedad burguesa de la época, tuvo que retirarse inmediatamente del cartel ante la indignación del
público. No tardó Benavente es escoger un camino en el pudiese mantener su carga crítica y no sentirse
rechazado por el público, manteniendo la estética de las llamadas “comedias de salón”. Sin embargo sus
obras más conocidas se alejan de esta estética: Los intereses creados, su obra maestra, de 1907, utiliza
el ambiente y los personajes de la commedia dell´arte, y La malquerida (1913) se acoge a la estética del
drama rural, aunque no es convincente ni el lo rural ni en lo poético. En la línea del teatro benaventino
destacan autores como Manuel Linares y Gregorio Martínez Sierra.
El teatro en verso es una continuación de los hábitos del siglo XX, ya que pervivía una escuela de
actores expertos en el arte de la declamación que gozaba del favor del público. Aporta a este teatro el
arte verbal modernista, un verso sonoro de efectos coloristas cultivado fundamentalmente por Villaespesa
y Eduardo Marquina, aunque destacan las obras escritas en colaboración por los hermanos Machado,
cuya obra más significativa es La Lola se va a los puertos (1929) . En el teatro cómico, destacan los
hermanos Álvarez Quintero de los que destacan los sainetes dentro de su extensa producción y Carlos
Arniches cuya obra ha merecido mayor atención de la crítica, sobre todo en lo que él llamó “tragedia
grotesca”. En esta línea destaca su obra La señorita de Trevélez. Merece especial atención las
astracanadas, obras de humor del gusto del público pero de poco valor literario como La venganza de don
Mendo de Muñoz Seca.
Frente a las tendencias renovadoras es interesante destacar que prácticamente todas se vieron
destinadas al fracaso a pesar de su indiscutible interés, por no buscar el gusto de un público mayoritario.
Así sucede con el teatro unamuniano, más pendiente de convertirlo en vehículo de los conflictos humanos
que le obsesionaban, que de respetar las normas del arte dramático; o los experimentos teatrales de
Azorín al margen de las fórmulas dramáticas usuales. También la producción dramática de Gómez de la
Serna plantea una renovación que le acerca al antiteatro de Ionesco.
Destaca, entre los considerados autores del 98, Valle-Inclán, caracterizado, entre otras muchas cosas
por ser un escritor en permanente persecución de nuevas formas. Su producción literaria es considerable
y variada y en todas sus manifestaciones se observa una singular evolución desde un Modernismo
elegante y nostálgico a una literatura crítica basada en una feroz distorsión de la realidad. Esta evolución
es paralela a su cambio ideológico, de un carlismo estético a posiciones republicanas y revolucionarias.
Se declaró partidario de un teatro de numerosos escenarios y seguidor, incluso, de las tendencias
cinematográficas. No se doblegó a los gustos estéticos o sociales del público y empresarios. Durante
algunos años, su teatro se vio condenado a ser “teatro para leer”. Ello explica que sus acotaciones sean
tan literarias como el diálogo mismo, y que no retrocediera ante aspectos difícilmente representables (aún
en el día de hoy). Optó, en definitiva, por desafiar las limitaciones del teatro de su época y creó un “teatro
en libertad”. Este período se abre con el ciclo de las Comedias bárbaras: Águila de blasón (1907),
Romance de lobos(1908) y Cara de Plata(1922), para algunos teatro irrepresentable, para otros, novelas
dialogadas, pero con una fuerza dramática incontestable llena de ecos shakesperianos.
Cobra especial significación la fecha de 1920, cuando publica cuatro obras dramáticas
decisivas: Farsa italiana de la enamorada del rey, Farsa y licencia de la Reina Castiza, Divinas Palabras y
Luces de bohemia, A pesar de las diferencias entre unas y otras, todas tratan de deformidades morales y
sociales con un lenguaje descarnado y brutal. La deformación esperpéntica está en cada una de ellas,
pero es Luces de bohemia la primera a la que Valle-Inclán da el nombre de esperpento, mezclando lo
trágico y lo burlesco en una estética que quiere ser “superación del dolor y la risa”, entroncando y
adelantándose a la estética del expresionismo europeo. Le seguirán otros esperpentos (Los cuernos de
don Friolera- 1921-, Las galas del difunto- 1926-. Y La hija del capitán – 1927- ) y piezas teatrales breves
que se incluyen en el “Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte”. En todas estas obras el estilo es
desgarrado, agrio en su humor, de incalculable fuerza crítica, con una prosa de cuidadísima elaboración.
Los autores del 27, entre los que habría que incluir, por su edad, a Casona, Max Aub, Jardiel Poncela
o Miguel Mihura, aparte de la renovación en el teatro cómico de los dos últimos, destacan en tres facetas
en las que se centra su producción: una depuración del teatro poético, incorporación de las formas de
vanguardia y el propósito de acercar el teatro al pueblo. Destacan como autores teatrales del grupo
poético, Pedro Salinas, aunque su producción se realiza toda en el exilio, Rafael Alberti y el epígono
Miguel Hernández, destacado en el teatro de guerra.
El teatro de Federico García Lorca raya a una altura pareja a la de su producción poética y constituye
una de las cumbres de la dramática moderna. Iniciada su producción con Mariana Pineda (1925), el teatro
será su actividad preferente en sus seis últimos años de vida. La temática de todas sus obras asombra
por su unidad y no es distinta a la que subyace en su poesía. Lleva a escena amores condenados a la
soledad o a la muerte, casi siempre encarnados por mujeres, aunque su alcance va mucho más allá de lo
que es un teatro feminista: se trata de la tragedia de la persona condenada a una vida estéril, a la
frustración vital. Y lo que frustra a los personajes se sitúan a veces en el plano metafísico: El Tiempo, la
Muerte; y otras en el plano social: los prejuicios de casta o los yugos sociales. Es lo que A. Belamich
formula como “el mito del deseo imposible”.
Utiliza varios cauces formales para dar salida a este universo temático: la farsa violenta (La zapatera
prodigiosa o Amor de dos Perlimplín con Belisa en su jardín), el drama surrealista (Así que pasen cinco
años, El público), y la tragedia de ambiente rural, cima de su teatro: Bodas de sangre, Yerma y La casa
De Bernarda Alba, en las que se condensan con fuerza insuperable las grandes obsesiones del autor.
Su trayectoria dramática es ejemplar. Si comenzó manifestando afinidades con el teatro poético
modernista, pronto encontrará el camino de la pura expresión dramática. El verso y la prosa se combinan
en sus obras pero poco a poco el verso se reducirá a momentos de especial intensidad o se reserva a
canciones de corte popular que crean un intenso clima dramático. Al mismo tiempo, al igual que sucede
en su obra poética, su teatro se irá abriendo poco a poco a los problemas colectivos. En esta línea cobra
especial importancia una obra del autor, inédita hasta los años 80, Comedia sin título, del año 35, en el
que se nos descubre a un Lorca inmerso en una dialéctica revolucionaria. De igual modo, sus últimos
años se vinculan a un teatro de acción social ya que, como él mismo declaraba: el teatro (…) puede poner
en evidencia morales viejas y equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del
sentimiento del hombre”.

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