MODULO 1 Propósito

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 17

Propósito

Las y los participantes reflexionarán sobre el significado de “ser


humano”, comprendiendo la importancia de saberse y sentirse parte de
la humanidad, con genuino interés por “el otro”. Se entenderá la
dignidad humana y la necesidad de dignificar la profesión docente,
promoviendo la reflexión crítica de la práctica cotidiana para fortalecer
la identidad docente y personal.

Introducción

El conocimiento y la comprensión de la dignidad humana es


fundamental para dimensionar la propuesta de convivencia escolar
desde la perspectiva de los derechos humanos, toda vez que ésta es su
fundamento y base para el entendimiento de sus principios, tales como
el de igualdad y no discriminación, o el de universalidad de los derechos
humanos.
En este módulo trabajamos una aproximación a la naturaleza humana y
cómo ha sido explicada por los filósofos más representativos de la época
moderna y contemporánea, intentando descubrir lo específicamente
humano que nos identifica como género y nos dota de dignidad.

Desde esta perspectiva, se aborda la dignidad de la profesión docente, y


del maestro como tal, haciendo también un planteamiento sobre los
principios éticos que la profesión demanda.
Finalmente, y en estrecha relación con lo anterior, se desarrolla el tema
de la identidad en sus dos dimensiones, la personal y la social,
aplicándola específicamente a la identidad del maestro, lo cual conduce
a reconocer la presencia y la participación del otro en su construcción
permanente.

Los esquemas que se presentan a continuación permiten comprender la


interrelación entre los conceptos y temas abordados en este módulo:
 

 
LA NATURALEZA HUMANA[1] Y LO ESPECÍFICAMENTE
HUMANO QUE PERMITE AFIRMAR LA VALIDEZ
UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
Es común escuchar que el fundamento de los derechos humanos es la
dignidad humana, y que ésta “no sólo debe ser límite a la actividad de
los poderes públicos, sino punto de partida del trabajo institucional y de
autoridades, así como del quehacer diario de quienes habitamos este
país.”[2]
Se apuesta a que el reconocimiento de la naturaleza humana y de
nuestra condición como seres con dignidad común, vaya dando lugar a
comportamientos basados en el respeto y aplicación decidida de los
derechos humanos, de tal suerte que entren en sintonía los avances que
ha habido en materia de protección de los derechos humanos y su
vigencia real en el acontecer cotidiano de la vida de los mexicanos.

Por tal motivo, es oportuno preguntarse, ¿qué se entiende por


naturaleza humana y por qué se dice que el hombre tiene una dignidad
común con su especie?
A lo largo de la historia, distinguidos filósofos han abordado el estudio
de la naturaleza humana aportando diferentes elementos para
entenderla. De esta manera, tanto en la modernidad (del S. XV al S.
XVIII) como en la época contemporánea, podemos encontrar una
diversidad de enfoques, a veces antagónicos, en la concepción de la
naturaleza del hombre y su relación con los demás.
Así, se distinguen posturas encontradas como la del inglés Thomas
Hobbes que en su famoso libro Leviatán, “describe a los hombres como
seres egoístas, apasionados, fácilmente descarriados, hambrientos de
poder, depredadores, despiadados y altamente peligrosos: el hombre es
un lobo para el hombre y cuando se reúne con sus semejantes no busca
más que aprovecharse de ellos”[3].
Para Hobbes, en la naturaleza humana predomina el egoísmo. “El
hombre sólo disfruta a fondo lo que lo hace resaltar frente a los
demás”.[4]
Y en el extremo contrario se distingue el suizo Jean-Jacques Rousseau,
quien se pronunció por la perspectiva de la naturaleza humana desde
una visión totalmente positiva y consideraba que “la ignorancia de la
naturaleza del hombre es la que arroja tanta incertidumbre y
oscuridad…”.[5]
Por eso, en su libro Emilio contrasta la bondad natural del niño en la
que prevalece la benevolencia, con la influencia de la sociedad que crea
necesidades artificiales y de la razón que genera el amor propio y
concentra al hombre en sí mismo.
Y posturas que refuerzan uno y otro planteamiento, como las siguientes:

o El italiano Nicolás Maquiavelo, por ejemplo, quien sostenía


que los hombres esencialmente son ingratos y deseosos de
ganancias.
o El filósofo francés René Descartes que para entender al
hombre pone énfasis en el pensamiento inteligente que puede
decidir a partir de la libre voluntad.
o El francés Blas Pascal, que consideraba que la dignidad del
hombre radicaba en su capacidad de ser consciente de lo que
es.
o Otros como Spinoza o Montesquieu pusieron el acento en la
sociabilidad como parte de la naturaleza humana, dando peso,
desde entonces a la convivencia humana.
o El filósofo David Hume, para entender la naturaleza humana,
introduce la idea de la inclinación al bienestar humano sin la
intervención directa de la razón.

o Immanuel Kant, por su parte, reconoce la dignidad de la


persona pero también la debilidad moral del hombre, por lo
que introduce lo que llamó “imperativos categóricos” que
debían mover al hombre a actuar por “deber”.
o En el pensamiento filosófico del S. XIX, F. Hegel incorpora el
tema de la trascendencia del hombre a distintos niveles,
planteando por ejemplo, que se trasciende al país al servir a
la humanidad, mientras que A. Schopenhauer destaca las
acciones egoístas de los hombres a tal grado que recomienda
la sana distancia entre ellos.
o Para Friedrich Nietzsche, precursor del existencialismo, los
seres humanos no comparten una naturaleza común, sino un
“instinto de vida” que mueve la “voluntad de dominio”.
o En el camino del reconocimiento del Otro como una parte
importante de la condición humana, encontramos a Martin
Heidegger y a Emmanuel Lévinas para quien la trascendencia
tiene lugar en ser-para-el-otro en una relación de compromiso
y responsabilidad. Esto es la alteridad que alejada de la
indiferencia, permite construir la comunidad entre prójimos y
la unidad del género humano. Es desde esta óptica, que se
pueden entender la inclusión, la consideración y la
aceptación.
o Jean Lacroix y Emmanuel Mounier, filósofos personalistas,
agregan además que el hombre no “tiende” como los
animales, sino que responde libremente; determina sus fines;
rebasa el ámbito exterior para buscarse a sí mismo; hechos
que en su conjunto lo dotan de esos rasgos de humanidad que
lo distinguen.
Disponer de la misma naturaleza humana, de la misma humanidad, es
razón para fundamentar la universalidad de los derechos humanos.
“El concepto de naturaleza humana resulta irrenunciable porque, en su
estructura más esencial, además de significar la dinamicidad humana,
da razón de un hecho humano fundamental: la igualdad esencial de todos
los hombres. Todos los hombres somos radicalmente iguales –y, por lo
tanto, tenemos las mismas reglas morales, los mismos derechos y
deberes, la misma dignidad –porque tenemos la misma naturaleza-
porque somos igualmente hombres. No está en juego aquí un mero
principio filosófico, sino un postulado básico de la sociedad: la asunción
de la igualdad de hombres y mujeres con todas las consecuencias que
conlleva para el ordenamiento jurídico, moral, político y para la vida
cotidiana.”[6]
LA DIGNIDAD HUMANA
“Se ha olvidado el significado de la vida, el cual se relaciona con la dignidad, lo que a su
vez se vincula con la calidad de la vida. (…) -de lo que se trata- es de redescubrir el arte
de la vida. Pienso que la práctica de los valores universales puede llevar a todo mundo,
quien sea, no importa de dónde provenga o qué haga, a una vida con dignidad”

Rob Riemen
 
Roger Verneaux, en su libro Filosofía del hombre profundiza sobre las
particularidades de la naturaleza humana y lo que distingue al hombre
del resto de los seres vivientes.
De esta forma, señala como distintivos su particular modo de conocer,
de comunicarse y de ser libre sin determinación contundente, hechos
que lo dotan de una enorme dignidad. La naturaleza espiritual humana,
diferente de su naturaleza material, es afirmada por la inteligencia y
por la voluntad que trascienden lo meramente sensible.
“La posibilidad que tiene el hombre de decidir racionalmente y de
elegir en consecuencia le permite rebasar el mundo de los instintos,
actuar con plena noción espacial y temporal (histórica) y con pleno
reconocimiento de los efectos, lo que refuerza la responsabilidad que
tiene sobre sus actos.”[7] El dinamismo racional-volitivo es propiamente
humano.
Además, es propio del hombre, la interdependencia generadora de la
solidaridad consciente y libre, de tal forma que la sociabilidad del ser
humano es evidencia de su naturaleza y una exigencia de su plena
realización.

Pero además de su comunidad de naturaleza con el resto de los


hombres, cada persona tiene un dinamismo individual que también es
propio de la humanidad, condición que también tiene lugar en un
momento de la historia y en una cultura determinada. Es decir, la
dignidad nos identifica como humanidad, pero también reconoce la
particularidad de cada uno.
“Por ser persona, el hombre es absolutamente digno[8] (…) y tiene la
responsabilidad de alcanzar su pleno desarrollo y conquistar su
cabal identidad”.
Como persona, el hombre “tiene una dignidad propia desde la cual se
derivan con toda claridad un catálogo de derechos fundamentales” [9].
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América
(1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en
Francia (1789), reconocieron oficialmente la dignidad humana, y poco a
poco se fueron incorporando los derechos humanos en las legislaciones
particulares de cada país, así como en diversos tratados internacionales
ratificados por ellos.
El llamado es a que todos seamos tratados con absoluto respeto a la
condición humana, que tengamos acceso a una vida digna en la que sea
posible el pleno ejercicio de todos los derechos. “El trato acorde con la
dignidad humana no es un premio que se concede a alguien por méritos
o hazañas extraordinarios (…) es lo mínimo, lo elemental que amerita su
dignidad”[10].
 

Luis de la Barreda, citando a Fernando Savater, define a


la dignidad como una “condición que puede exigir cada humano de ser
tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, color,
piel, ideas o gustos, etcétera.” [11] La dignidad humana trasciende
cualquier condición o característica particular.
El reconocimiento de la dignidad humana nos introduce en el tema de la
igualdad, específicamente, del derecho a la igualdad, ese que busca que
todas las personas gocen y ejerzan sus derechos humanos en condiciones
de igualdad.
La igualdad y no discriminación son conceptos complementarios porque
este último pretende que ninguna persona sea sujeta a distinciones o
exclusiones arbitrarias que vulneren justamente su igualdad ante los
otros y su dignidad humana, por criterios como raza, sexo, religión,
nacionalidad, edad, estado civil o cualquiera otra causa.
Hoy, el derecho de igualdad y no discriminación implica obligaciones
exigibles a todos los Estados y a todas las personas, y se considera
subyacente a todos los demás derechos pues todos deben ser ejercidos
en condiciones de igualdad.

Es importante mencionar que el principio de igualdad y no


discriminación, parte de la consideración de todos los seres humanos
como inherentemente iguales, pero no implica de forma alguna, la
eliminación de la diversidad, esa diversidad a la que se hizo referencia
en el tema de la naturaleza humana, y que alude al individuo particular,
a la persona con su historia específica que la hace única y diferente de
todas las demás.
El principio de igualdad y no discriminación reconoce plenamente las
diferencias existentes entre personas y grupos sociales, y busca asegurar
que dichas diferencias no determinen el menor goce de los derechos
humanos por parte de dichas personas o grupos.

Por su parte, el reconocimiento de la dignidad humana, así como


implica al principio de igualdad y no discriminación, también apunta al
reconocimiento de la universalidad de los derechos humanos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de
1948) señala en el primer párrafo del Preámbulo:
“(…) ‘la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de
la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la
familia humana’, y en su primer artículo: ‘Todos los seres humanos nacen libres e iguales
en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros’.
La dignidad humana, en cuanto valor predicable o atributo intrínseco y al mismo tiempo
específico de todos los seres humanos, constituye el fundamento último de los derechos
humanos y de su universalidad. ”[12]
Universalidad que está más allá de las diferencias particulares entre los
individuos, del lugar en el que se encuentren o del momento histórico
que viven; de tal suerte que por el sólo hecho de ser persona, el ser
humano goza de dignidad y es titular de los derechos humanos, esto aun
antes de cualquier legislación.
De esta manera, la universalidad, más allá del sexo, cultura, religión,
raza, etc. aplica a la totalidad de los seres humanos, y a la totalidad de
sus intereses y necesidades dignas de protección, sin distinción
temporal, cultural o espacial.

No obstante el progreso que esto representa para la humanidad, hay


que reconocer que su aplicación y plena vigencia aún es una tarea
pendiente pues lo derechos no están garantizados en todas las
circunstancias de vida de los seres humanos, es decir, la pretendida
universalidad todavía constituyen una aspiración por la que hay que
trabajar conjuntamente, para reducir la actual relatividad de los
derechos.
Volver la mirada a la dignidad común del género humano como
fundamento último de la universalidad de los derechos humanos es un
requisito indispensable en el camino de su construcción y consolidación.
“Dignidad que se deriva de la común condición de todos los seres
humanos, en la medida en que pertenecen a una especie única y
diferente del resto del reino animal, dotada de naturaleza libre y
racional, así como de un conjunto irreductible de potencialidades entre
las que destacarían la libertad y la sociabilidad. Desde esta concepción,
de orientación marcadamente iusnaturalista, cabría afirmar que el
postulado de la dignidad humana descansaría, por tanto, en la unicidad
y singularidad del género humano, que conferiría a los pertenecientes a
éste una titularidad –intransferible e inalienable- sobre los derechos
humanos, o al menos, sobre los más básicos y fundamentales,
independientemente del contexto social o político.” [13]
Hay que destacar que a pesar de todo, el impacto de esta noción es tal,
que se ha convertido en un principio generalmente aceptado tanto en
las legislaciones de los Estados, como en el Derecho Internacional
contemporáneo, constituyéndose en razón para la obligatoriedad del
respeto a los derechos humanos, más allá de una inclinación de carácter
moral. Es esta universalidad la que ha fundamentado la imperatividad
de los derechos humanos y su garantía.
A pesar de esto, cabe mencionar que la universalidad de los derechos
humanos enfrenta aún un estado de tensión con posturas relativistas
que superponen las diferencias culturales o particulares, lo que plantea
la necesidad de conciliar la perspectiva de la universalidad con la de la
diversidad histórica, no obstante, la tendencia cada vez mayor de
mundialización e interdependencia, aporta a su reconocimiento
progresivo sin menoscabo de la diversidad de culturas y sistemas
políticos.
Esto ha dado origen a lo que se conoce como el “núcleo irreductible de
derechos humanos”, que no es más que la expresión de los atributos
inalienables de la persona humana constituidos en un grupos de
derechos cuya violación alteraría la propia naturaleza humana y su
dignidad. Por eso, “el nivel infranqueable que determinará ese standar
minumun, será el respeto a la dignidad humana, con independencia de
las tradiciones culturales, políticas o religiosas u otras circunstancias
particulares.”[14]
Es imprescindible resaltar que es la misma dignidad humana, en su
unicidad, la que justifica la indivisibilidad de los derechos humanos,
entendiendo que todos se relacionan entre sí; son interdependientes, lo
que imposibilita establecer entre ellos algún tipo de jerarquía pues
todos son indispensables para el respeto de la dignidad humana.

LA DIGNIDAD DEL MAESTRO Y DE LA PROFESIÓN


DOCENTE
“Ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente,
autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras
personas singulares o de sus agrupaciones sociales.”

Jorge Mario Bergoglio


Nueva York, 25 de septiembre de 2015, Sede de la ONU

 
En el marco del 8avo. Foro Internacional de Políticas Docentes,
convocado por la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en marzo de 2016, el
Presidente del SNTE, Mtro. Juan Díaz de la Torre, destacó el problema
de la escasez de docentes como producto de la falta de reconocimiento
social y su desvaloración como profesionales [15].
Esta afirmación, que refleja parte del panorama actual de la docencia
en México, pone la mirada en un asunto fundamental para abordar la
dignidad docente: su legitimidad y reconocimiento como profesión.
Hay autores que señalan que una profesión, para ser considerada como
tal, debe cubrir los siguientes requisitos:

o Campo de conocimiento con fundamentos teóricos y técnicos


especializados.
o Sistematización de la formación de sus especialistas, con
requisitos de acreditación claros y código ético compartido.
o Centros de formación e institucionalización de las normas para
el ejercicio profesional.
o Confiabilidad en los servicios que ofrece que son percibidos
como necesarios.
o Identidad entre colegas.
Ante la dispersión de cada uno de esos aspectos, en lo que a la docencia
se refiere, es común que todavía existan visiones según las cuales la
docencia no es una profesión, sino una actividad, dándole mayor peso a
la vocación que a la formación especializada.
Esto tiene que ver también con la propia historia de la profesión que ha
pasado de enfoques en donde se le concibe casi como un “apostolado”
que implica sacrificios y entrega, a otros que distinguen su mérito en la
medida en que alcanza objetivos de instrucción con el uso de recursos;
o los que reconocen su poder transformador en la escuela y la sociedad,
hasta los más recientes en los que predomina la exigencia técnica y de
profesionalización constante, con criterios de evaluación y medición
estandarizados.

Esta recuperación de la docencia como profesión lleva implícita la


noción del desarrollo profesional, que invita a los docentes a la
aplicación de su autonomía y responsabilidad en el ejercicio de su
función; dos características que se vinculan con la dignidad personal
que se revisó anteriormente.
Autonomía y responsabilidad como elementos fundamentales de la
dignidad de la profesión docente, indispensables para la técnica y la
práctica educativa, pero también para la reflexión sobre los fines, los
procesos y los resultados del trabajo.
Aparecen así varias dimensiones que son muestra de la dignidad de la
profesión docente: la competencia técnica y didáctica, la capacidad
reflexiva sobre sí mismo y sobre los otros, y la vocación que encuentra
satisfacción en el proceso mismo de servicio y en el logro de los
aprendizajes de los alumnos; elementos todos que perfilan la dignidad
docente identificada con la posibilidad y la esperanza (aún en un
contexto de poca valoración y reconocimiento social).
“Una cosa es la acción educativa de un educador desesperanzado y otra
la práctica educativa de un educador que se fundamenta en la
interdisciplinariedad. El primero niega la esencia de su propia
práctica…”[16] como si todo estuviera preestablecido y no existiera
distinción entre condicionado y determinado o entre imposibilidad y
dificultad. Como si la búsqueda siempre fuera en vano y no hubiera
nada que encontrar, como si el futuro nunca fuera una posibilidad más
allá de su carácter problemático o como si no hubiera espacio para
soñar, imaginar y construir algo diferente. El educador con vocación es
movido por la esperanza que le es natural.
La práctica esperanzadora de un educador, que entiende la vida como
posibilidad, es fundamental para dar paso al poder creativo,
transformador y cuestionador de la realidad.
Lo importante es que el educador tenga lo que puede llamarse
“vocación”, pero vocación para el cambio, para actuar en el mundo,
para contagiar a los otros de esa actitud ante el mundo que se atreve a
moverlo, a buscar, a intervenir, a repensarlo.
“Nosotros, mujeres y hombres como tales, obreros o arquitectos,
médicos o ingenieros, físicos o maestros, también tenemos en la cabeza,
más o menos, el boceto del mundo en el que nos gustaría vivir. Eso es la
utopía o el sueño que nos alienta para luchar.” [17]
Desde esta perspectiva que hace alusión a la posibilidad de incidir en
una sociedad compleja, entra en juego el reconocimiento de
la interdependencia entre los hombres, y entre ellos y la naturaleza, a
tal grado, que es innegable la necesidad de aprender a sobrevivir
juntos, de buscar las mejores condiciones de vida en los espacios
compartidos, y sobre todo, “de dignificar la vida en todas sus formas,
especialmente la humana. Cuando la interdependencia se reconoce así,
su correspondiente respuesta moral es la solidaridad y la ética del
cuidado, (…) -que- entiende al ser humano como un ser en relación –y-
rechaza la idea de un individuo ensimismado y solitario.” [18]
Educar en la interdependencia de la colectividad y en lo que nos hace
iguales, en lugar de educar en la jerarquía y lo que nos distingue, forma
parte de las prácticas docentes encaminadas a construir sociedades
respetuosas de la dignidad humana.
La docencia como profesión se ajusta muy bien a estas consideraciones,
por tratarse de una actividad relacional con enfoque expansivo en el
“nosotros”, y con énfasis en el “destino de comunidad” en donde la
solidaridad, el cuidado, el respeto y la participación son fundamentales,
tanto para el trabajo entre colegas del gremio, como para el trabajo
con el alumnado.
En dicha actividad subyacen los valores como la igualdad, la tolerancia,
la justicia, la libertad y la paz, que deben permear todas las relaciones
humanas que son acordes a los derechos humanos. El buen educador
fomenta este tipo de relaciones, abriendo espacios en el grupo para:

o El reconocimiento permanente del otro (que conlleva a


responsabilizarse de los compañeros, de la familia y de la
sociedad),
o Dotar de significado a nuevas formas de comportamiento
interdependiente (concebirse como sujetos de colaboración) y
o Dar lugar a los aprendizajes del cuidado comprometido en
situaciones concretas (crear disposiciones para ocuparse del
otro y desarrollar compromiso ético).
La práctica docente, como práctica de la ética aplicada, se apega al
reconocimiento y respeto de la dignidad de todos los miembros de la
comunidad educativa, asume su responsabilidad para con ellos, y
facilita que se responsabilicen de sus vidas y actos, en procesos
dialógicos permanentes que acogen, escuchan, conversan, comprenden,
acompañan, ayudan y respaldan. Se trata de la docencia que favorece el
aprendizaje de vivir juntos, de convivir en paz realizando proyectos
comunes y aprendiendo a solucionar conflictos.
Así, la ética y la dignidad de la profesión docente se ha ido construyendo
con aportaciones diversas, que van desde la tradición que la dotaba de
prestigio y reconocimiento al considerar valiosos los servicios que
ofrece; la incorporación de logros producto de la práctica docente,
hasta el sentido de pertenencia ganado en los colectivos de maestros
que dan cuenta de cómo se perciben a sí mismos y de lo que deben
hacer para ser buenos profesionales.
La ética y dignidad docente, como profesión, tiene sus propias
particularidades y se va definiendo a partir de sus mismos actores, que
organizan las condiciones del servicio, sus retos, sus demandas, sus
responsabilidades, sus conocimientos y sus experiencias.
No obstante, el sustrato fundamental del ejercicio docente, requiere de
las siguientes disposiciones éticas:

o Empatía e intuición para hacer del encuentro educativo algo


que tenga sentido para todos.
o Disposición para entablar relaciones interpersonales afectivas
y comprensivas.
o Esperanza que anima y desafía a pesar de las dificultades.
o Aceptación y adaptación a la incertidumbre sin ánimo de
control.
o Deliberación creativa e imaginativa.
o Integridad, honestidad y autoconocimiento.
o Solidaridad y responsabilidad profesional.
o Congruencia para brindar confianza, seguridad y autonomía.
o Objetividad en sus actuaciones, imparcialidad y juicio crítico.
o Discreción y secreto profesional.
o Beneficencia (buscar hacer el bien).
Con cada una de ellas, y su actualización didáctica y científica, los
docentes contribuyen al perfeccionamiento y la dignificación social de su
profesión, pero también es indispensable recordar que “la profesión
docente requiere la dignidad, el reconocimiento, la autoridad y el
respaldo necesario para su desempeño.”[19]

LA IDENTIDAD Y LA ALTERIDAD
“La enseñanza apasionada tiene una función emancipadora que consiste en influir en la
capacidad de los alumnos ayudándoles a elevar su mirada más allá de los inmediato y a
aprender más sobre sí mismos”

Denise Vaillant

Guillermo O’Donnell[20] habla de la dialéctica de la identidad, el


reconocimiento y la socialización, y señala que los procesos de
democratización son muy importantes para facilitarla y dar lugar a la
auto definición de los intereses de los seres humanos. Es necesario que
todos gocen de las condiciones necesarias para elegir libremente sus
proyectos de vida y del respaldo legal de derechos y libertades, es
decir, el despliegue de la identidad apuesta a la democracia que toma en
cuenta las condiciones de la ciudadanía para dignificar la vida humana.
Desde este enfoque que respalda la idea de una ciudadanía que poco a
poco ha ido expandiendo sus derechos, también se pronuncia por una
dimensión del Estado como una “identidad colectiva” que facilita
mirarse en un “nosotros” y en donde la democracia política permite que
otros (alter) decidan quién gobierna.
Esta visión de la democracia, que se nutre de la diversidad de
identidades es congruente con los derechos humanos, porque, como
éstos, parte de una concepción universalista de los derechos y de su
conquista permanente.

El reconocimiento de la vida singular y colectiva, conlleva a la


aceptación de dichas identidades, la “nuestra” y la “propia”, que deben
ser construidas, sin imposiciones, por cada persona, en su relación con
los demás; en la familia, la escuela, la empresa, el sindicato, la
comunidad, la ciudad, etc.
Conciencia del otro y de sí, de la presencia que reconociendo a las otras
presencias en el mundo, se piensa y se descube como “sí misma”.
Edgar Morin concibe a la identidad como un proceso dual, por un lado,
la persona se reconoce a sí misma y, por otro, debe reconocer la
diversidad humana. “Conciencia de sí y diversidad del otro, son esenciales
para que el sujeto asuma su condición de ciudadano planetario”. [21]
Revilla[22] plantea cuatro elementos constitutivos de la identidad:

o El primero, que alude a la imagen que proyectamos a los


demás y a nosotros mismos, por lo que está relacionado con el
cuerpo, la apariencia física, la actuación de cada persona y el
auto concepto.
o El segundo, el nombre propio que al formalizarse, supone el
reconocimiento inmediato por parte del Estado.
o El tercero, la autoconciencia que en coordinación con la
memoria, permite pensarse a sí mismo y asumirse como sujeto
de la propia historia.
o El cuarto, producto del intercambio con los otros que
posibilita la construcción identitaria a partir de la identidad
social y personal.
Es importante mencionar que este proceso de descubrir la propia
identidad con plena aceptación de la diferencia existente con los otros,
no debe consistir en atribuir arbitrariamente y desde afuera ciertas
identidades a otros grupos, o restarles valor a sus propias formas de
construir su identidad y pertenencia.

Por ejemplo, es común la presencia de “una concepción estereotípica


que otorga validez a la ausencia de reconocimiento en el discurso social
a formas de vida que no corresponden con el ideal dominante”. [23] Nada
más lejos de una concepción con enfoque de derechos humanos, que va
en contra de la discriminación no sólo producto de distinciones
formales, sino también de aquélla resultado del otorgamiento
diferenciado de reconocimiento.
Y en este sentido, con la mirada puesta en el reconocimiento social y en
la consideración del magisterio como un grupo con personalidad propia,
más allá de un simple conjunto de personas, es que debe reflexionarse
la identidad de los maestros, reconociendo que muchas veces se
presentan condiciones simbólicas o fácticas de desigualdad ante el
rechazo de sus necesidades o aspiraciones, en el discurso dominante.
“Un grupo social es un colectivo de personas que se deferencia de por lo
menos otro grupo por sus formas culturales, prácticas o modos de vida;
es decir, se caracteriza por lazos de identificación identitaria y
colectiva (historia, situación social, lenguaje, tradición, entre
otros).”[24] Dicha identificación supera incluso la voluntad de la persona,
ya que la pertenencia a cierto grupo no siempre se da por decisión
personal, sino por una razón identitaria; hecho que lo distingue de un
simple conjunto.
Los maestros son un grupo social cuya identidad se ha ido construyendo
históricamente como producto de procesos individuales de
interiorización y procesos colectivos dinámicos y complejos, que dan
cuenta del sistema de relaciones entre maestros, del proceso de
transmisión generacional y de la forma en que se les ha otorgado
reconocimiento institucional.

La construcción de la identidad docente ha llevado a la configuración de


una serie de representaciones de lo que significa la profesión, que van
tomando forma desde la formación inicial del docente y se van
modelando a lo largo del ejercicio profesional.
Esta identidad alude a la manera en que los docentes viven
subjetivamente su trabajo y obtienen de él satisfacción personal, es
decir, la identidad se relaciona con la percepción que el docente mismo
tiene de su función y con la percepción que la sociedad tiene de sus
servicios. “La identidad docente es tanto la experiencia personal como el
papel que le es reconocido en una sociedad”.[25] Esta doble característica
hace que la identidad sea un conjunto heterogéneo que puede variar a
partir de contextos de trabajo y experiencias profesionales diferentes,
sin que esto niegue la identidad común y colectiva docente que identifica a
los pares y distingue de los “no docentes”.
En nuestros días, la inestabilidad del modelo educativo ha tenido un
impacto en la identidad del magisterio, que encuentra carente de
sentido y poco consistente la propuesta de formación y de
profesionalización docente, pero que además vive las consecuencias de
la pérdida de prestigio social, con su repercusión directa en
la autoestima, autorrealización y pertenencia.
Ante este panorama, es necesaria la redefinición del trabajo docente y
de su desarrollo profesional, con la intención de superar la crisis de
identidad del magisterio, al tiempo de cambiar el imaginario colectivo
alrededor de esta profesión que tanto influye en su proceso de
construcción y de satisfacción.
Por otro lado, la identidad se relaciona también con los derechos, si
bien es cierto que hasta ahora nos hemos enfocado a la identidad como
noción colectiva, la del magisterio, es menester resaltar que la
identidad también es un derecho individual que permite que la persona
se reconozca a sí misma y se distinga de las otras, por elementos
culturales, religiosos, sociales, físicos, etc. La identidad de la persona
incluye el nombre, la fecha de nacimiento, el sexo y la nacionalidad.

El derecho a la identidad, como al nombre, permite visibilizar a cada


persona, reconocerla y demostrar su existencia en una sociedad,
además facilita el ejercicio de otros derechos fundamentales y por
tanto, la integración de las personas en la sociedad. De lo contrario, son
víctimas de exclusión y discriminación.
Los docentes tienen derecho a esa identidad individual que los
particulariza y reconoce, pero también a la colectiva, que los integra
alrededor de una profesión de múltiples dimensiones en la que,
paradójicamente, es indispensable que ellos fortalezcan la identidad de
sus alumnos, que los nombren y acepten sus particularidades; la
docencia es una de esas profesiones en las que la identidad de sus
miembros se redefine y fortalece como producto del encuentro
interpersonal.
Entonces y a manera de conclusión, “las identidades se construyen
dentro de un proceso de socialización, en espacios de interacción donde
la imagen de sí mismo se configura bajo el reconocimiento del otro. (…)
ningún sujeto puede construir su identidad al margen de
las identificaciones que los otros formulan sobre él.”[25] La identidad
docente es resultado de la fusión entre la identidad personal y la
sociocultural que recoge tanto el entorno social en el que se
desenvuelve, como el institucional en el que trabaja.
Así, la identidad docente se expresará a través de intereses,
necesidades, sueños, aspiraciones y compromisos que muchas veces
tienen que ver con el deseo de estabilidad, de crecimiento profesional,
de proyección y mejora del nivel de vida, proceso de construcción de
significados en donde se cruzan las dimensiones cognitivas y afectivas
dotando de sentido e intencionalidad a la profesión.

También podría gustarte