Reseña A Veces Despierto Temblando
Reseña A Veces Despierto Temblando
Reseña A Veces Despierto Temblando
En Elizabeth Costello, ese libro impostor en el que el sudafricano J.M. Coetzee parece
hilvanar relatos que más bien son ensayos para finalmente construir una novela, una
escritora australiana ya entrada en años —la misma que da el título al libro— va de ciudad
en ciudad dictando conferencias sobre temas como las fronteras entre ficción y realidad, la
sexualidad y el erotismo, la singularidad de las letras africanas o las vidas y los derechos de
los animales. Entre los temas que explora Costello, el que me interesa es el de su charla «El
problema del mal» acerca de la cuestión del mal en la literatura.
Resumo: han invitado a Costello a dar una conferencia en Ámsterdam sobre “el eterno
problema del mal”. Al momento en que le llega la invitación se encuentra “bajo el influjo
maligno” de Las horas espléndidas del conde Von Stauffenberg, novela del autor inglés
Paul West. El libro trata sobre el intento de asesinato de Hitler y la posterior ejecución de
los fallidos conspiradores. La minuciosa descripción de dicha ejecución a la escritora
australiana le parece obscena, al grado de que la impresión que le dejan esas páginas
oscuras se convierte en el tema central de su discurso, pues está convencida que hay ciertas
cosas —esas páginas, por ejemplo— que “deben permanecer fuera de escena”. La tesis
central de sus palabras es que la literatura, así como puede hacernos mejores, también es
capaz de hacernos peores y resultar peligrosa.
Todo esto viene a cuento de A veces despierto temblando, la primera novela de Ximena
Santaolalla y de la que podría afirmar, al igual que Elizabeth Costello dijo a un impasible
Paul West, que se trata de un libro que “dejó una marca en mí como si fuera un hierro de
marcar ganado. En algunas páginas ardían los fuegos del infierno”. La novela tiene
múltiples niveles temporales y espaciales, pero todos confluyen en el genocidio de
poblaciones indígenas y demás atrocidades perpetradas durante la dictadura de Efraín Ríos
Montt (1982-1983) en Guatemala. Sería difícil resumir en pocas líneas la historia de A
veces despierto temblando, porque más bien se trata de un montón de historias tejidas por el
hilo del dolor, la desazón y el asco de lo que cuentan.
Los personajes de A veces despierto temblando son trágicos porque son contradictorios,
pues Ximena Santaolalla tiene la virtud de presentarnos personajes complejos, de carne y
hueso, que incluso en su violencia y su maldad son capaces de encontrar un resquicio de
compasión, heroísmo y redención. En un primer plano aparecen Ocelote, el Dedos y el
Gavilán, quienes se encuentran en Fort Hood, Texas (Estados Unidos) recibiendo
entrenamiento para “ser armas de matar” por parte del comandante kaibil Francisco
Chinchilla. A pesar de su brutalidad, uno llega a empatizar con Ocelote y el Dedos, pues el
primero se incorporó al ejército por hambre y quizá su destino habría sido otro de no haber
sido entrenado para “beber del dolor ajeno”, mientras que el Dedos vive atormentado con
su pasado de carcelero y asegura que lo único que busca es “olvidar lo que aprendí allá,
olvidar la G2.” No ocurre lo mismo con Gavilán y el comandante Chinchilla, quienes
parecen disfrutar de las atrocidades que cometen. En este punto la novela se cuestiona: ¿la
crueldad es inherente al ser humano o es como una enfermedad que se contagia? ¿O acaso
es como dice don Yunuen, el Ocelote, que “rodeado de mierda, uno ya no ve la mierda”?
A través de las voces de los personajes, tanto víctimas como perpetradores, uno desciende a
los infiernos y corre el riesgo de quemarse. Página tras página ocurren violaciones (“hago
como que se me sube el muerto”), torturas (“azote a quien no use español”, “la mojan, la
ponen de rodillas, la amarran”) y degradaciones (“te dejé todo meado a tu Ocelote”) ante
las que uno no hace más que cerrar los ojos, fruncir el ceño y sentirse contaminado, sucio,
como si en lugar de palabras el libro mostrara fotografías, imágenes que deben permanecer
fuera de escena. Y sin embargo todo esto no resulta obsceno, al menos no en el sentido de
Elizabeth Costello, porque duele, lo cual es muy distinto pues quiere decir que las escenas
no provocan morbo o truculencia, sino que se padecen. Ximena Santaolalla no habría
superado ese riesgo —el cual habría reducido su libro a una novelita de entretenimiento,
incluso capaz de corromper al lector con la violencia de algunas de sus escenas— sin la
lección de dos de sus personajes, Lucía y Victoria. Lucía Flaquer es una joven periodista
del diario La Aurora que, pese a los peligros que le supone, está empeñada en publicar su
investigación sobre los crímenes de un coronel, pues a diferencia de Camilo, el director del
periódico, sabe que el pasado siempre nos incumbe y que a veces la palabra es la última
arma que tienen las víctimas. Sobre todo esa es la lección que deja Victoria Justina Tecu —
originaria de Itz’Pichil y sobreviviente de las masacres de 1982 y 1983—, que al recordar la
pregunta de su sobrina Aruma sobre quién va a reponer a todas las personas muertas de su
pueblo resuelve que la palabra y el testimonio se encargarán de ello: “Yo no sabía qué o
cómo contestarte, Aruma; pero hoy quiero reponerte, hermosa y brillante. Reponerte
hablando de vos.” Ahí radica la belleza de esta desgarradora novela.
Huelga decir que A veces despierto temblando también es bella en su construcción. Cada
capítulo lleva el nombre de un personaje y es narrado por él, y debido al realismo que
alcanzan las voces bastaría con leer la primera frase para saber quién está hablando.
También se trata de una novela-rompecabezas que produce una satisfacción similar a la de
La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, cuando al final se descubre que la voz
enigmática corresponde a El Jaguar, sólo que en este caso conforme pasan las páginas uno
va armando a los personajes y a sus historias hasta pintarse un cuadro completo. A veces
despierto temblando es literatura en estado puro, esa que nos pone en el lugar de otros y
que es capaz de transformar vidas porque cambia la concepción del mundo de quien la lee.
No exagero al decir que es la mejor novela mexicana que he leído en los últimos años, y si
no afirmo que es la mejor de las que se han escrito es porque antes tendría que haber leído
todas. Todos deberíamos dolernos leyéndola.