Abusos de Poder Y Desacato A La Justicia en El Ámbito URBANO MEDIEVAL: TOLEDO (1085-1422)

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HID 32 (2005)

ABUSOS DE PODER Y DESACATO A LA JUSTICIA EN EL ÁMBITO


URBANO MEDIEVAL: TOLEDO (1085-1422)

(5SCAR LÓPEZ GÓMEZ


Universidad de Castilla-La Mancha

Violencia, abusos de poder, desacato a la justicia, control político, margina-


ción social, etc., son temas que están interrelacionados entre sí, y que se muestran
como aspectos determinantes a la hora de comprender el funcionamiento del sis-
tema urbano y de las relaciones desarrolladas, tanto a nivel colectivo como indivi-
dual, dentro de él. Su análisis ha suscitado en las últimas décadas el desarrollo de
una línea de investigación histórica que viene dando frutos muy importantes, pero
que, sin embargo, aún no ha desarrollado todas sus posibilidades: nos referimos a
la llamada "historia de las relaciones de poder" 1 . A partir de ésta, cada vez cobra
mayor importancia el conocimiento de todo lo relativo a la articulación de los
elementos sociales que configuraban la comunidad urbana (sobre todo las oligar-
quías), al igual que los estudios concretos sobre sus estructuras organizativas o su
capacidad política y de dominio económico, ideológico o cultural.
En cualquier caso, aún quedan muchos aspectos por analizar, sobre todo en
lo que respecta al estudio de las manifestaciones prácticas cotidianas del poder' en
su faceta más cruda y controvertida, tanto en el ámbito urbano como en el rural.

1.La bibliografía sobre las relaciones de poder en Castilla es muy abundante y desde luego sigue
abierta a nuevas aportaciones. En este sentido véase: J. M. MONSALVO ANTÓN, "Historia de los poderes
medievales, del derecho a la antropología (el ejemplo castellano; monarquía, concejos y señoríos en los
siglos XII-XV)", en Historia a Debate. Medieval, Santiago de Compostela, 1995, 81-149; J.M. NIETO
SORIA, "La renovación de la historia política en la investigación medieval: las relaciones de poder", en J.
S. GARCÍA MARCHANTE y A.L. LÓPEZ VILLAVERDE (Edits.) Relaciones de poder en Castilla: el ejemplo de
Cuenca, Cuenca, 1997, 37-64; A. IGLESIA FERREIROS, "La articulación del poder. Un ensayo de tipología
hispánica", en Poderes públicos en la Europa medieval; Principados, reinos Coronas. Actas de la XXIII
Semana de Estudios medievales de Estella, Pamplona, 1997, pp. 261-297; J. A. BONACIHA HERNANDO y J.
C. MARTÍN CE,A, "Oligarquías y poderes concejiles en la Castilla bajomedieval. Balance y perspectivas",
Revista d'História Medieval, 9(1998), 17-40; M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ, "Historia política y estructura del
poder. Castilla y León", en La historia medieval en España. Un balance historiográfico (1968-1998),
XXV Semana de Estudios Medievales de Estella, Pamplona, 1999, 175-283; M. HERNÁNDEZ BENÍTEZ,
"Oligarquías, ¿con qué poder?" en F. J. ARANDA PÉREZ (Dir.), Poderes intermedios, poderes interpuestos.
Sociedad y oligarquía en la España moderna, Cuenca, 1999, 15-48; J. A. JARA FUENTE, "Élites urbanas y
sistemas concejiles: una propuesta teórico-metodológica para el análisis de los subsistemas de poder en
los concejos castellanos de la baja Edad Media", Hispania, LXI/1, 207 (2001), 221-266.
2. "La historia de las luchas por el poder, y en consecuencia las condiciones reales de su ejercicio y
de su sostenimiento, sigue estando casi totalmente oculta"; M. FOUCAULT "Más allá del bien y del mal",
en su obra Microfísica del poder, Madrid, 1978, 33.

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Esta carencia viene determinada, en parte, por la problemática que se presenta a


la hora de producir trabajos destinados a sacar a la luz pautas de comportamiento
que en no pocos casos podríamos calificar como "asociales", y que, sin embargo,
son una forma de manifestación básica de la conciencia que tenían los individuos
que las desarrollan de su propio poder frente a los demás. En este sentido, son dos
los principales obstáculos que al historiador se le presentan: el primero de ellos,
insalvable, es el de las carencias documentales que aparecen a la hora de com-
prender la vida política y social de muchas ciudades, villas y lugares, debido a la
mala conservación o inexistencia de documentos válidos para investigar sobre el
ejercicio cotidiano del "poder": el otro, más fácil de solventar a priori, es el de la
definición metodológica, clara y coherente, de los conceptos utilizados.
El uso de nociones establecidas es mucho menos importante, a menudo, que
el manejo de forma sistemática de otras nuevamente creadas, que puedan adaptar-
se mejor a realidades concretas, y abrir nuevas vías interpretativas sobre temas de
estudio ya manidos en exceso debido a su análisis a partir de conceptos "oficiali-
zados'''. Que la conceptualización instaurada a la hora de examinar las relaciones
de poder, sobre todo a fines de la Edad Media, sea producto de razonamientos
concienzudos y que se han ido afianzando con el paso del tiempo, no quiere de-
cir que aún hoy muchos de los conceptos utilizados de forma habitual no hayan
conseguido alcanzar una definición todo lo precisa que sería deseable. Y si lo han
hecho, en muchas ocasiones ha sido a través de una disquisición muy compleja,
producto del vínculo de múltiples variables interdependientes que se han desarro-
llado de forma desigual desde un punto de vista historiográfico. Precisamente esto
último es lo que ha sucedido con el concepto "poder". ¿Qué es el poder?4.
Ante la proliferación de estudios, sobre los más variados temas, en cuyos
títulos prima el término "poder", algunos historiadores han advertido sobre la falta
de una definición clara del concepto, y sobre su uso con el único fin de dar cierta
"pomposidad" a investigaciones en las cuales, en realidad, lo que se hace es recu-
perar planteamientos propios de la historia tradicional política y de las institucio-
nes'. Este problema comienza en el propio significado del término, tan complejo
que hace prácticamente imposible su uso libre de limitaciones significativas6.
Michel Foucault es uno de los intelectuales que más influencia ha tenido en
el pensamiento historiográfico actual, a pesar de las críticas que en ocasiones ha

3. Véase como ejemplo del uso de nociones novedosas el empleo que J. J. RUIZ IBAÑEZ hace del
concepto "constitución implícita factual", a la hora de analizar la actuación mediante la "soberanía
práctica" de la monarquía sobre los individuos a través de los "mediadores", es decir, de aquellos que
manejaban el poder político: Las dos caras de Jano. Monarquía, ciudad e individuo. Murcia, 1588-
1648, Murcia, 1995.
4. La "justicia era el nombre ordinario del poder" asegura C. BARROS; "Xustiza alternativa", en su
obra ¡Viva el-rei!. Ensayos medievais, Vigo, 1996, 171-186, en concreto p. 172.
5. M. ASENJO GONZÁLEZ, Espacio y sociedad en la Soria medieval. Siglos XIII-XV, Soria, 1999,
383.
6. Hace ya casi 40 años que HANNA ARENDT se refería a este problema que aún permanece sin resol-
ver, al llamar la atención sobre la falta de una terminología que distinguiese entre palabras clave como
poder, potencia, fortaleza, fuerza, autoridad, etc; On violence, New York, 1969, 43.

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despertado su teoría', y sin duda a él se debe la introducción del concepto "poder"


como noción de análisis. Sin embargo, sus planteamientos no han sido plenamente
asumidos. La causa parece clara: para Foucault el poder es "ambiguo", cada uno
es "en el fondo titular de un cierto poder y, en cierta medida, vehicula el poder'''.
A partir de esta definición, la eficacia del Estado en la sociedad queda puesta en
duda, ya que sin negarse, se sitúa en un segundo plano con respecto al individuo
considerado como sujeto de poder, activo o pasivo. Si tenemos en cuenta que la
historiografía bajomedieval europea desde hace al menos tres décadas ha optado
por un análisis teleológico de las relaciones sociopolfticas a la luz del concepto
base de "Estado Moderno"°, parece razonable que hayan cobrado mayor impor-
tancia los estudios relativos al "poder estatal" (léase monárquico) y de los sujetos
"públicos" que participaban de él, y no tanto sobre el "poder individual", ejercido
por todas las personas en su ámbito cotidiano aunque en una escala distinta y
variable.
El Estado se desarrolló de forma unidireccional, persiguiendo objetivos cen-
tralizadores que permitieran aumentar su poder, y "lateralmente", es decir, a través
de compromisos, acuerdos y disputas encarnizadas con las fuerzas sociopolíticas
dominantes'°. El rey, como símbolo del poder estatal, y los individuos más pode-
rosos del reino perseguían el mismo objetivo, un aumento de facto de su poderío,
aún a costa de las leyes establecidas, de la organización política e institucional del
territorio y de la acción de la justicia. Para conseguir sus propósitos los monarcas
crearon toda una doctrina ideológica dispuesta en un doble sentido. Por un lado,
pretendieron hacer de su poder el único con capacidad legislativa, con la función
de crear leyes que, además de perseguir una armonía más perfecta de los elemen-
tos sociales, políticos y económicos existentes en sus dominios, permitieran, sobre
todo, perpetuarles en su status y aumentarlo. Por otro, intentaron garantizar su
impunidad judicial en caso de que ellos mismos no cumplieran las leyes que ha-
bían creado, reivindicando siempre el poder superior del soberano ("poderío real
absoluto"") para actuar libre de trabas. Esta concepción del poder regio llevaría al

7. Su teoría se ha tachado de conservadora debido a la incidencia que hace en el estudio del espacio
como elemento definidor del poder. Otros consideran que el control del tiempo es mucho más impor-
tante que el control del espacio.
8. M. FOUCAULT, "Preguntas a Michel Foucault sobre la geografía", en su obra Microfi'sica del poder,
Madrid, 1978, 119 y ss.
9. Una de las definiciones más completas sobre el mismo la da ANTHONY BLACK, El pensamiento
político en Europa, 1250-1450, Cambridge, 1996, 289. Recoge algunos de los principios definidores
del Estado moderno que se consideran como aceptados por los historiadores, superando la tradicional
visión del monopolio fiscal y militar como elementos definidores del mismo. Sin negar la importancia
de éstos, afirma que el Estado es mucho más. Sobre algunos de estos aspectos véase también; R. CHAR-
TIER, "Construction de 1"Etat modeme et formes culturelles: perspectives et questions", en Culture et
idéologie dans la genése de l'État Moderne. Actes de la talbe ronde organisée par le Centre National
de la Recherche Scientifique et L'Ecole franÇaise de Rome, París, 1985,491-503.
10. R. DESCIMON, "Las élites del poder y el príncipe: el estado como empresa", en W. REINHARD
(Coord.), Las élites del poder y la construcción de estado, Madrid, 1996, 133-157.
11.J. M. NIETO SORIA, "El "poderío real absoluto" de Olmedo (1445) a Ocafla (1469): la monarquía
como conflicto", En la España Medieval, 21 (1998), 159-228.

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desarrollo de la doctrina del absolutismo' 2, que vería al rey como creador de leyes
y a su vez como el único con capacidad para desacatarlas en virtud del poder que
le había sido concedido por la divinidad, y que le situaba en una posición superior
por encima del resto de los hombres a la hora de determinar qué era el "bien" y
qué era el "mal"3.
En ocasiones la aplicación estricta de la ley perjudicaba los objetivos del
monarca, por lo que, movido por intereses propios ocultos bajo el barniz de un
supuesto "bien común", la infringía. Este rechazo de la legalidad no era gratuito.
El monarca era impune, sobre su persona no era efectivo el régimen penal estable-
cido para castigar a los delincuentes, pero los costes sociopolíticos de su desacato
a la larga podían ser tremendos. La forma de actuar del soberano, de aquél que
según los intelectuales de la época debía comportarse como modelo para todos
los individuos del reino, era observada por los grandes nobles, que tomaban buena
nota de su comportamiento con más interés que asombro: si el monarca desacataba
las leyes ellos también querrían hacerlo. Y al igual que ellos la baja nobleza, los
hidalgos y prácticamente todos los individuos hasta llegar a lo más bajo del esca-
lafón social. El intento de conseguir una capacidad de desacato total a la justicia
por parte del rey, salvando las repercusiones que de ello pudieran derivarse, fue
lo que determinó tanto los esfuerzos "absolutizadores" realizados por las fuerzas
estatales como su éxito nunca alcanzado del todo'4.
Sería interesante observar el nivel de desacato a la ley producido de for-
ma paralela al aumento del poder absoluto del soberano, rompiendo con la idea
preconcebida que equipara la ampliación del poderío regio al desarrollo de unas
mayores cuotas de justicia social (no tanto política o económica) mostrándolos
como dos aspectos dependientes e interconectados. Desde nuestro punto de vista
esta interpretación es bastante controvertida, un tópico peligroso, no siempre com-
probado con rigurosidad, y que en cualquier caso muestra una imagen seguidista
de la propaganda creada por los ideólogos de los monarcas, sobre todo de aquellos
que han gozado de una imagen positiva en la investigación histórica. Es cierto
que la realización de análisis destinados a resolver cuestiones como ésta es muy
compleja, y que desde luego los resultados siempre serían polémicos. Sin embar-
go, su investigación para finales de la Edad Media, dentro de su complejidad, es
más sencilla, en especial en lo que se refiere al reinado de los Reyes Católicos,
reconocido por la amplia mayoría de historiadores como el culrnen de la génesis
del Estado moderno en Castilla.

12. Algunos autores hablan de absolutismo monárquico a fines de la Edad Media en Castilla con
total convicción, tal y como hace SALUSTIANO DE DIOS; Gracia, merced y patronazgo real. La Cámara
de Castilla entre 1474 y 1530, Madrid, 1993.
13.J. M. CALDERÓN ORTEGA, "La justicia en Castilla y León durante la Edad Media", en La adminis-
tración de justicia en la Historia de España. Actas de las N Jornadas de Castilla-La Mancha sobre
investigación en Archivos, Guadalajara, 11-14 de noviembre de 1997, Guadalajara, 1999, 21-38, en
concreto p. 23.
14. L. M. DÍEZ PICAZO, La criminalidad de los gobernantes, Barcelona, 1996, 17-18.

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Lo correcto, por tanto, sería partir del hecho de que el poder social (algunos
prefieren hablar de control social desde un punto de vista distinto al que aquí utiliza-
mos), a menudo derivado del político o del económico pero no siempre, o al menos
no tan sólo, lo es en la medida en que así se reconoce, es decir, en la medida en que
unas personas definen como "poderosas" a otras, al sentir frente a ellas una sensa-
ción de respeto, admiración, miedo, etc. Las características que la historiografía me-
dieval contemporánea otorga a los individuos encuadrados por ella dentro de la oli-
garquía, eran consideradas por los elementos más bajos de la sociedad como propias
de las personas que ellos concebían como dotadas de poder, aunque su definición era
aún más compleja, ambigua y subjetiva. En el fuero concedido por Alfonso VI a los
castellanos que vinieron a repoblar Toledo una vez conquistada la ciudad (conocido
como la Carta Castellanorum), por ejemplo, ratificado posteriormente por otros
monarcas al menos hasta Juan I, aparecía esta cláusula": "Et mulier, ex mulieri bus
eorum (toledanos), fuerit viuda aut virgo, non sit data ad maritum invita, non per
se nec per aliquam potentem personam". Se pretendía con ella impedir el rapto y el
tráfico de mujeres que pudieran realizar las "personas poderosas" una vez resituada
la urbe bajo el domino cristiano. Resulta interesante la advertencia expresa que se
hace para que no lleve a cabo esta actividad un grupo social concreto, minoritario y
destacado; pero sobre todo el uso de la expresión "personas poderosas" para definir
a los individuos que por su capacidad, por su Poder con mayúscula, estaban en una
situación privilegiada para cometer sus delitos y sus crímenes con cierta impunidad.
Al hablar de poder, tal y como la historiografía viene reconociendo, es obli-
gatorio hablar a su vez de "relaciones", pero siempre se ha de tener en cuenta que
éstas pueden ser al menos de cuatro tipos". La forma más simple sería aquella
en la que se ejerciera un "poder puro", manifestándose una relación "disimétrica
perfecta" en la cual el que ordenara no debiese nada a los sometidos, y pudiera
utilizarlos para conseguir sus fines sin dar nada a cambio (situaciones de explota-
ción basadas en formas de dominio como ésta son las creadoras de las múltiples
leyendas que han oscurecido la Edad Media''). Este tipo de relaciones de poder,
por lógica, tan sólo podría darse en casos más o menos concretos, enmarcados en
un nivel muy alto de violencia y coacción, pero no con respecto a grupos sociales
amplios o en un período de tiempo extenso, ya que el poder establecido sobre una
"violencia no domesticada" estaría constantemente amenazado. Al igual, por otra
parte, que un poder que se basara tan sólo en la razón, en el que no existiesen ele-
mentos coaccionadores".
Un perfeccionamiento de esta forma de relaciones lo constituirían aquéllas
en las que el ejercicio del poder necesitara de la concesión de pequeños beneficios
a los sometidos para conseguir su obediencia, aunque, sin embargo, éstos la acep-

15. R. IZQUIERDO BENITO, Privilegios reales otorgados a Toledo durante la Edad Media (1085-1494),
Toledo, 1990, [en adelante P.R.T.], doc. 3, 92-94
16. P. CLAVAL, Espacio y poder, México, 1982, 15.
17.Sobre la crítica a estas ideas véase; G. HEERS, La invención de/a Edad Media, Barcelona, 1988.
18. G. BALANDIER, El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representa-
ción, Barcelona, 1992, 18.

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tasen como si fuera inevitable, reconociendo la naturaleza legítima de la autoridad


que los dominara. Dentro de este tipo es donde mejor se podría encuadrar tanto el
estudio de la cosmovisión conservadora desarrollada por los escritores del siglo
que XV que trabajaban al servicio del Estado'9, como de la violencia en sus múl-
tiples facetas (si bien, el ejercicio de ésta por la oligarquía como un elemento más
de su estatus está aún por estudiar en muchos aspectos").
En otros casos, las relaciones de poder no son totalmente disimétricas, es de-
cir, en ellas ambas partes dan y reciben, aunque de modo desigual y siendo cons-
cientes de sus ganancias y sus pérdidas (la diferenciación entre este tipo y el an-
terior es la más difícil de realizar). Por fin, su forma más perfecta y acabada sería
aquella en la que se produjese un desequilibrio sin que los que perdieran con él lo
reconociesen. Se produciría entonces lo que se ha denominado como un "efecto de
dominación inconsciente". En este caso podríamos hablar de "poder difuso", mien-
tras que en los anteriores el concepto de "poder autoritario" sería más correcto".
En el siguiente artículo desarrollaremos una visión de las relaciones de poder
cercana a la expuesta en el segundo modelo; una forma de actuar en la que determi-
nados individuos intentan imponer su autoridad con el fin de hacerse valer frente al
resto del grupo social urbano, desacatando la justicia e instrumentalizándola en su
propio beneficio". A partir de este planteamiento Salustiano Moreta acuñó el con-
cepto de "malhechores-feudales". Junto a éste empleó otras expresiones como la
de "noble-malhechor" o "nobleza-malhechora"" para definir a aquellos individuos
vinculados "a una clase específica", que desarrollaron una "práctica sistemática de
la violencia" contra las personas, clases e instituciones sociales, 'y que consideraron
su actitud agresiva como una "condición de su existencia y de su realización" 24. Si
por "malhechores" consideramos, siguiendo estas interpretaciones, a los individuos
que una vez conscientes de haber adquirido un cierto poder intentaron defenderlo
y aumentarlo por todos los medios, sin sentir ninguna aversión hacia la violencia

19. Véase en este sentido, por ejemplo, el discurso que según el cronista Fernando del Pulgar el
corregidor Gómez Manrique dirigió en 1478 a los toledanos tras someter un intento de revuelta en la
ciudad, en el que se afirmaba que no debían intentar que cambiasen sus condiciones de vida porque
era inútil; era como luchar contra los designios del cielo: era mejor aguantar el "yugo" blando de los
monarcas que la tiranía de otras personas: Crónica de los Señores Reyes Católicos don Fernando y
doña Isabel de Castilla y Aragón, de FERNANDO DEL PULGAR, Biblioteca de Autores Españoles, 1953,
vol. LXX. cap. 98, 340-351.
20. Sobre esto llama la atención JOSE ANTONIO JARA FUENTE en "Elites urbanas y sistemas conce-
jiles...", 226.
21. M. MANN, Las fuentes del poder social. Vol. II. El desarrollo de las clases y los estados nacion-
ales, 1760-1914, Madrid, 1997, 22.
22. Sobre la función de la justicia en la Edad Media y sus vínculos al ejercicio del poder véase; J.A.
BONACFIIA HERNANDO, "La justicia..."; y D. TORRES SANZ, "Teoría y práctica de la acción de gobierno en el
mundo medieval castellano-leonés", Historia. Instituciones. Documentos, 12 (1985), 9-87.
23. S. MORETA, Malhechores-feudales. Violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla,
siglos XIII-XIV, Madrid, 1978, 21.
24. ídem, p. 31. Esta misma interpretación del uso de la violencia es la que sigue RAFAEL NARBONA
VIZCAINO en Malhechores, violencia y justicia ciudadana en la Valencia bajomedieval (1360-1399),
Valencia, 1990, tal y como señala en 84 y 85.

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como mecanismo para alcanzar sus fines, antes al contrario, considerándola como
un instrumento para la defensa de su honra, desde luego, parece innegable el hablar
de "oligarquía-malhechora" o de "malhechores-oligarcas". E incluso de "podero-
sos-malhechores", en tanto que el poder se convierte en "maldad" y violencia en
manos de aquellos que lo poseen en el momento que es cuestionado por los que no lo
tienen.
Conviene, sin embargo, ser equilibrados en los análisis. Es un error considerar
que la nobleza, la oligarquía o los poderosos en general actuaban constantemente
de forma violenta, oprimiendo a los individuos que estaban por debajo en la escala
social y "haciéndoles la vida imposible" como ciertas leyendas medievales seña-
lan. Pero también es un error obviar que la coacción de los poderosos sobre los que
no lo eran existía, era continua y regulaba las relaciones sociales. El ejercicio de
ésta no necesitaba de un desarrollo sistemático de las acciones violentas; bastaba
el temor a que se realizaran, es decir, a la capacidad potencial de los sujetos pode-
rosos para llevarlas a cabo en caso de sentirse agredidos. Todos los miembros del
común sabían que a la hora de emprender cualquier acción, legal incluso, contra
determinadas personas había que actuar con cautela, sobre todo porque contaban
con un grupo de parientes, criados, vasallos, etc., que estaban dispuestos a cumplir
cualquier orden con el objetivo de salvaguardar la honra de su linaje, del amo que
les mantuviera o de la facción política a la que su señor estuviese vinculado.
La capacidad para desarrollar actuaciones violentas de la que estaban dota-
dos los sujetos más poderosos fue básica, y entre otras cosas explicaría el clien-
telismo que los oligarcas instauraron dentro de sus ciudades, donde establecieron
auténticos mini-ejércitos de hombres dispuestos a luchar a su lado a cambio de de-
terminadas compensaciones económicas y de protección frente a otros individuos
y frente a la propia justicia". Sin embargo, desde el fin de la guerra de conquista
de territorios al Islam sobre todo, en los principales núcleos urbanos de Castilla
se fueron desarrollando otros mecanismos de acción social por parte de aquellas
personas mejor situadas, las cuales, sin renunciar en ningún caso a la violencia,
potenciaron otras formas de dominio sobre los individuos menos poderosos, como
el control ideológico, la coacción económica, la marginación política, etc. En la
medida en que éstas fallaran, algo bastante habitual, la violencia haría su apari-
ción. Aunque es cierto, por otra parte, que el análisis de la mentalidad de los in-
dividuos concretos en estos temas puede ser determinante: algunos no recurrirían
con frecuencia a las acciones violentas; otros las utilizaron de forma sistemática a
la hora de hacer cumplir su voluntad.
Dicho esto, es necesario aclarar algunos de nuestros planteamientos. Desde
nuestro punto de vista, en las relaciones de poder fue básico el control de la "acción
social" de los individuos. Se intentó conseguir que éstos dejaran de actuar movidos

25. Sobre el funcionamiento de las relaciones clientelares véase; J. A. GONZÁLEZ ALCANTUD, El clien-
telismo político. Perspectiva socioantropológica, Barcelona, 1997. Un ejemplo concreto de clientelis-
mo en una ciudad bajomedieval ha sido estudiado por la profesora M. ASENJO GONZÁLEZ; "Cliéntelisme
et ascensión sociale á la Ségovie á la fin du Moyen Age", Journal of Medieval History, 2 (1986),
167-182.

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por intereses subjetivos y que procedieran de forma objetiva y pautada, siguiendo


los dictados que la sociedad imponía (definidos por los que la controlaban 26). El
desarrollo de medidas coactivas ejercidas desde la fuerza sobre la autonomía de
decisión del sujeto fue uno de los mecanismos utilizados para pautar su acción so-
cial". Conviene por tanto distinguir entre "autoridad" e "influencia" 28. La primera
sería la capacidad reconocida para mandar a los demás, y vendría determinada por
los medios que una persona concreta tuviese para hacer cumplir su voluntad. La
influencia (manipulación), por su lado, sería la capacidad para manejar la vida de
los otros, incluso su percepción de ella".
Algunos autores, no obstante, prefieren diferenciar entre "poder" y "control
social", considerando al primero como limitado a las ideas de la ley, y de la censu-
ra y la represión física a la hora de asegurar el cumplimiento de ésta; y al segundo
como producto de una serie de mecanismos, incluidos la violencia física y la "sim-
bólica", destinados a garantizar la sumisión de los individuos. Por nuestra parte,
y para no perdernos en definiciones conceptuales sutiles, preferimos adoptar el
criterio desarrollado en su día por Max Weber al hablar de "poder", "dominación"
y "disciplina". Para este gran sociólogo, el poder significaba "la probabilidad de
imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resis-
tencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad". La dominación
sería la perspectiva de que un mandato fuera obedecido, y la disciplina una forma
de obediencia "arraigada" en las actitudes sociales".
Partiendo de estas ideas, en las siguientes líneas intentaremos dibujar a gran-
des trazos un panorama general de la violencia, las formas de desacato a la justicia
y los abusos de poder que se produjeron en la ciudad de Toledo y su tierra a lo largo
de la Edad Media, desde su conquista cristiana hasta 1422, fecha en la que se llevó a
cabo la creación del Regimiento cerrado por Juan II, iniciándose así un período de su
historia mejor conocido. No nos proponemos llevar a cabo un examen riguroso y cro-
nológicamente preciso de las pautas de comportamiento de una sociedad particular
a lo largo de un período de tiempo de más de tres siglos, aparte de por las carencias
documentales existentes, por el peligro que encierran las investigaciones diacrónicas
de este tipo, destinadas a comprender en la larga duración formas de comportamiento
modificables según las coyunturas establecidas m . No pretendemos llegar a conclu-

26. El concepto de superestructura del materialismo histórico sigue teniendo validez desde un punto
de vista metodológico para comprender la función de la ideología en el mantenimiento de las estructu-
ras sociales vigentes, si bien desde sus primeros planteamientos se ha ido depurando.
27. G. ROCHER, Introducción a la sociología general, Barcelona, 1996 (2 edic.), 22.
28. G. LENSKI, Poder y privilegio. Teoría de la estratificación social, Barcelona, 1993, 70.
29. Sobre algunas reflexiones relativas a estas ideas véase; M. HERNÁNDEZ BENÍTEZ, "Oligarquías,
¿con qué poder?", en F. J. ARANDA PÉREZ (Din), Poderes intermedios, poderes interpuestos. Sociedad y
oligarquías en la España moderna, Cuenca, 1999, 15-48, en concreto 27.
30. M. WEBER, Economía y sociedad, Madrid, 1993, 43.
31. El profesor M. A. LADERO QUESADA llama la atención sobre la necesidad de vincular los análisis
conceptuales y estructurales a las circunstancias de cada momento; "Poder y administración en Espa-
ña", El Tratado de Tordesillas y su época. Congreso Internacional de Historia, vol. I, 1995, 63-89.

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siones definitivas, por tanto, sino reivindicare! desarrollo de estudios centrados en el


análisis de las formas de desacato a la justicia" y su vinculación a los mecanismos de
ejercicio del Poder. Para ello se han utilizado los textos más antiguos que se conservan
referentes a la vida política y social de la Toledo cristiana, conocidos y en gran parte
publicados, pero analizándolos desde otra perspectiva, buscando en ellos indicios del
desarrollo de pautas de comportamiento al margen de la legalidad establecida.

1. ENTRE EL ABUSO DEL PODER MILITAR Y EL DESPOTISMO


POLÍTICO: ALFONSO VI Y AL-QADIR; LA CONQUISTA DE
LA CIUDAD Y LA JUSTICIA CRISTIANA (1085-1252)

En Al-Andalus Toledo seguía conservando un cierto prestigio al haber sido


la sedes regis de los visigodos", y por ello se le atribuyó el título honorífico de
madinat al-muluk o ciudad de los reyes. La visión positiva del núcleo urbano era
empañada, sin embargo, por el comportamiento de sus habitantes, tachados por
parte de los intelectuales andalusíes de rebeldes, insumisos y no dispuestos a obe-
decer a ningún poder exterior. De hecho, hasta la llegada del califato la población
no fue definitivamente sometida. En el siglo IX Ya'qubi en El Libro de los Países
consideraba a Toledo como la ciudad más activa de Al-Andalus, siempre sacudida
por continuas revueltas y dispuesta a la secesión. Al-Balcri en el siglo XI afirmaría
que "Toledo se construyó sobre la rebelión y la guerra" 34, mientras que Ibn al-
Qutiyya sostenía que "los toledanos eran gente revoltosa e insubordinada que no
hacían caso de los gobernadores, hasta un extremo al que jamás llegaron vasallos
de ningún país respecto a sus autoridades"". Kevin Abd Rabbihi de Córdoba ca-
lificó a Toledo de "villa maldita, la más maldita de Dios, villa de chismes e hipo-
cresías, llena de criminales y rebeldes"36 . Por su parte, Ibn Hayyan explicaba esta
visión negativa en su Muqtabis al afirmar que: "... al sucederse los gobernadores
de Al-Andalus, ya en el reino islámico, la ciudad no cesó de revolverse contra ellos
y desobedecerlos, sin que nunca les faltaran allí turbulencias ni revueltas, situación
que continuó bajo los gobernadores de los califas omeyas, a los que pasó el poder
en Al-Andalus, pues se sublevaban constantemente y había allí sucesos de tiempo,
lo que les venía de naturaleza por su misma alimentación, pues su tierra e com-

32. "...hay que entender por "justicia" en la época dos dimensiones características: el mantenimiento
del orden público y la administración judicial propiamente dicha"; J. M. MONSALVO ANTÓN, "Gobierno
municipal, poderes urbanos y toma de decisiones en los concejos castellanos bajomedievales (conside-
raciones a partir de concejos salmantinos y abulenses)", XXIX Semana de Estudios Medievales. Estella,
15-19 de julio de 2002. Las sociedades urbanas en la España Medieval, Pamplona, 2003, 409-488, en
concreto 424.
33. M. R. VALVERDE CASTRO, Ideología, simbolismo y ejercicio del poder real en la monarquía visi-
goda: un proceso de cambio, Salamanca, 2000.
34. C. DELGADO VALERO, Toledo islámico..., 60.
35. J. PORRES MARTN-CLETO, Historia de Tulaytula..., 26.
36. Ibidem, p. 47.

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220 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

plexión son de las peores. Por eso no cesan de levantarse contra los reyes y frustrar
a los más poderosos y astutos que la procuran"".
Fernando I llevó a cabo las primeras campañas cristianas destinadas a ocupar
Toledo en 1062, hacia donde se dirigió como "un león hambriento" (ut famelicus
leo"). Su ataque sobre Talamanca, Guadalajara y Alcalá de Henares forzó a su
gobernante, Al-Mamún, a pactar con el rey cristiano, obligándose a pagarle parias
a cambio del cese de sus acciones bélicas. En estos enfrentamientos se perfila la
política a seguir posteriormente por Alfonso VI hasta la llegada de los almorávides
a Al-Andalus: basado en la superioridad militar de los cristianos frente a los mu-
sulmanes, el objetivo de Fernando I consistía en presionar a éstos para que pagasen
parias y con ellas aumentar su potencial militar, y por tanto sus posibilidades de
opresión, hasta llegar a un extremo inviable para los sometidos. Se pretendía con
ello desestabilizar el orden interno de las ciudades y las villas a ocupar, provocan-
do a ser posible una sublevación de los que las habitaban frente al poder instaura-
do, de tal forma que se garantizara su toma.
Esta línea de acción político-militar es la que obligó a Al-Qadir, nieto de Al-
Mamún, a capitular frente a Alfonso VI. Se llegó a un acuerdo por el cual tras un
falso asedio a la ciudad y a cambio de una serie de contraprestaciones políticas, el
primero se comprometía a entregar al rey castellano-leonés Toledo. En las capitu-
laciones se estableció la situación en la que quedarían los habitantes musulmanes
de la urbe una vez ocupada: se reconoció su derecho a mantener sus vidas, sus
haciendas y su plena libertad; se respetarían sus propiedades y su derecho a trans-
mitirlas en herencia; de no estar conformes con la nueva situación podrían mar-
charse sin ninguna traba. Además conservarían su mezquita mayor, aunque no se
dijo nada del resto de mezquitas de la ciudad". En cualquier caso, los pactos no se
cumplieron excepto en aquello que interesó a Alfonso VI; éste jugaba con ventaja
en la negociación con Al-Qadir, y es posible que muchas de las concesiones que
en ella le hizo fueran para garantizar una rendición rápida de la ciudad, sin invertir
grandes recursos económicos y militares, aunque no pensara cumplirlas.
El mejor ejemplo para señalar la ruptura de los pactos por parte de los cris-
tianos nos aparece en la conversión de la mezquita mayor en iglesia. Según la
leyenda creada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada en el siglo XIII40, ésta se
realizó de forma secreta a espaldas de Alfonso VI, y si el rey perdonó a su mujer y
al arzobispo de Toledo, los principales perpetradores del acto, fue por caridad, mo-
vido a compasión por las súplicas de los musulmanes que le pedían que no llevase
a cabo un castigo que pudiera empeorar las relaciones de los nuevos pobladores
cristianos con la población autóctona. Sin embargo, la realidad parece ser distinta.
Algunas fechas señalan que la conversión de la mezquita en iglesia se produjo en

37. Ibidem, p. 20.


38. M. A. LADERO QUESADA, "El reinado y la herencia de Femando I. 1035-1072", Historia de Espa-
ña. La reconquista y el proceso de diferenciación política (1035-1217), Tomo IX. R. MENÉNDEZ PIDAL,
(Dir.), Madrid, 1998, 51-80, en concreto 65.
39. J. P. MOLENAT, Campagnes et Monts de Toléde du Xlle au Xve siécle, Toledo, 1997, 26
40. R. JIMÉNEZ DE RADA, Historia de los hechos de España, Madrid, 1989, 541.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 221

julio de 1085: otras, por su parte, afirman que no sería hasta después de la batalla
de Zalaca o Sagrajas (23 de octubre de 1086) cuando el templo musulmán sería
ofrecido al culto cristiano. De ambas fechas, la segunda parece ser más coherente
por dos razones: porque el primer arzobispo de Toledo, Bernardo de Sédirac, fue
nombrado como tal el 6 de noviembre de 1086, y no hay razón para suponer la
existencia de un lapso de tiempo de más de un ario entre el momento de su con-
sagración como iglesia y el nombramiento de su principal responsable: y porque
la conversión de la mezquita en templo cristiano tras la derrota de Sagrajas podría
considerarse como una especie de "ofrenda religiosa"", dispuesta para conseguir
el auxilio divino tras la caída de Alfonso VI frente a los almorávides.
Algunos autores defienden, desde otro punto de vista, que la consagración de
la mezquita mayor se debió al rápido descenso del número de habitantes musul-
manes tras la conquista de la ciudad, mucho más acelerado de lo que en principio
se pensó, como consecuencia, en parte, de la doctrina coránica, y más en concreto
de la jurisprudencia malaquita, que obligaba a emigrar a los fieles que cayeran en
poder de los cristianos42. No obstante, la emigración producida tras la toma de la
urbe debería ponerse en relación, por un lado, con el incumplimiento de los pactos
alcanzados con el rey castellano-leonés, y por otro, con la masiva llegada de repo-
bladores procedentes del norte con una religión y una cultura distintas. Y es que
una vez conquistada la ciudad, el principal problema consistiría en garantizar el
orden público dentro de sus muros, haciendo frente a la situación de crisis política,
social y económica que había propiciado la actividad conquistadora de Alfonso
VI, agravada por la afluencia de una población cristiana que venía a Toledo cons-
ciente de los privilegios que iba a recibir y de la superioridad legal que alcanzaría
con ellos, al igual que de su estatus como sector social urbano minoritario, en
principio, pero dominante frente a la gran mayoría musulmana sumisa.
Con la ciudad bajo su dominio, Alfonso VI va a poner a la población de todas
las comunidades sociales bajo el gobierno de unos mismos dirigentes, aunque cada
una de ellas mantuviese sus jueces y unas leyes propias. La medida más destacada
consistió en la implantación de la figura de los alcaldes como principales represen-
tantes de la justicia municipal. Habría dos que actuarían de forma colegiada, uno
para la población castellana y otro para la mozárabe. Éste último en lo criminal
juzgaría basándose en el Liber ludicorum (Fuero Juzgo), mientras que el caste-
llano lo haría según el Fuero Viejo de Castilla. Ambos tendrían jurisdicción sobre
todo el territorio que rodeaba la ciudad. Sin embargo, el de los castellanos tendría
mayor poder, al custodiar bajo su tutela judicial además de a éstos, a los francos y
en última instancia a los judíos y a los mudéjares, que tendrían que renunciar a su
jurisdicción especial en caso de pleitear con algún cristiano.

41. B. F. REILLY, El reino de León y Castilla bajo el reinado de Alfonso VI. 1065-1109, Toledo, 1989,
pp. 205-206; J. M. MINGUEZ, Alfonso 141.
42. J. P. MOLENAT, Op.Cit., pp. 27-31; S. DE MOX6, Repoblación y sociedad en la España Medieval,
Madrid, 1983, 219.

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222 (5SCAR LÓPEZ GÓMEZ

Este momento de la historia de Toledo es fundamental; en él se definieron las


jurisdicciones bajo cuyo amparo permanecerían cada una de las diferentes comu-
nidades sociales de la ciudad, tanto las establecidas —ya fueran marginadas como
la mudéjar (situación regulada por capitulaciones de la ciudad) y sobre todo la
judía (no tenían ley escrita y se guiaban por el derecho hebreo), o no tanto como la
mozárabe (Fuero de los mozárabes)—, como las recién llegadas —la franca (Fuero
de los Francos) o la castellana (Fuero de los Castellanos, o Carta Castellano-
rum)—. A estas jurisdicciones pronto se sumarían las que gozaban determinados
grupos sociales minoritarios con privilegios exclusivos, como los clérigos, fun-
cionarios de la casa de la moneda, viudas, ciegos 43, etc. Como consecuencia de la
compartimentación judicial establecida desde el mismo momento de la conquista
de la ciudad estaba planteado en potencia, por tanto, un conflicto jurisdiccional
que podría enfrentar a los demandantes, a los reos y a los jueces.
Desde otro punto de vista, también es fácil reconocer las ventajas que este
sistema judicial conllevaba para cualquier individuo que cometiera un delito. Las
dudas a la hora de establecer la jurisdicción para resolverlo podían crear un retraso
en el esclarecimiento de la causa que, si no impidiera la ejecución del castigo, al
menos concediese un tiempo prudencial al reo para abandonar la ciudad huyendo
de la justicia, o emprender cualquier acción legal contra la demanda puesta en su
contra. Esta situación generaría auténticos problemas muchos arios después. Enri-
que IV, por ejemplo, en 1461 se dirigiría indignado al deán y al cabildo de la ca-
tedral de Toledo, para advertirles que evitaran entrometerse en las causas tratadas
por la justicia seglar ordinaria de la ciudad. El objetivo del monarca era conseguir:
"que my justi9ia non sea estancada en los malfecho res, e matadores e perpetrado-
res de muchos crímenes, e delitos e muertes". Para ello ordenó a los religiosos que
dejasen a la justicia laica "sentenciar a los malfechores e delincuentes", y que no
despreciaran la jurisdicción real.
Tras su toma, Toledo no sólo alcanzó un papel estratégico básico desde el
punto de vista militar, sino también simbólico e ideológico. Sus alrededores pa-
sarían a ser una zona de guerra mucho más activa que en el pasado, y la urbe se
convertiría, además de en una capital política de la corte de los reyes, en un autén-
tico núcleo fortificado, sede de un importante contingente bélico dispuesto para
garantizar el éxito de las nuevas operaciones de conquista y la defensa exterior de
la ciudad, pero también la represión interna de cualquier intento de revuelta que en
ella surgiese. Es por esta razón por la que las normas que se iban a establecer en los
fueros otorgados a las distintas comunidades sociales irían encaminadas a mante-
ner el orden público, a través de una serie de medidas preventivas y de represión
de la delincuencia cuya eficacia resulta difícil de valorar".

43. Los privilegios de los ciegos eran la exención en el pago de todos los pechos, derramas, contribu-
ciones y alcabalas; estaban libres de huéspedes; y de todas las costas y servicios que cualquier persona
no privilegiada debía pagar; A(rchivo).G(eneral).S(imancas)., R(egistro).G(eneral).S(ello)., IX-1502,
Toledo, 18 de septiembre de 1502.
44. A(rchivo).M(unicipal).T(oledo)., "Este libro es de traslados de cartas para las cartas de reyes y
para otras personas y para las simples de poca ynportancia...", Sección B, n°. 120, fols. 85 v.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 223

En la Carta Castellanorum se señalaba que aquellos que llevaran a cabo


peleas o contiendas fueran penados. Además se indicaba que si algún hombre
fuera acusado de homicidio o de provocar alguna herida de la que saliese sangre
("livor") de forma involuntaria, y fuese probado como tal, si diera fiador no fuera
encerrado en la cárcel: de lo contrario debería ser encarcelado, pero obligatoria-
mente en la prisión pública de Toledo. Si el asesinato se realizara de forma volun-
taria, dentro de la ciudad o en sus alrededores, el agresor debería ser apedreado
hasta morir ("Quod si aliquis aliquem hominem occiderit intus Toleti, aut foras in-
fra quin que milliarios in circuitu eius, morte turpissima cum lapidius moriatur").
Aquel que fuese sospechoso de asesinar a un cristiano, a un judío o a un mudéjar,
siempre que no existieran pruebas, debería ser juzgado por el Fuero Juzgo, la base
legislativa por la cual se regían los mozárabes. En caso de que el delito cometido
fuese un hurto, la pena a pagar por el malhechor también sería la determinada por
este código.
Hubo dos aspectos que se trataron con especial cuidado: la traición y los
abusos cometidos contra las mujeres. En lo que al primero de ellos respecta, se
estableció una ley explícita que advertía sobre la necesidad de penar a aquellos
que traicionaran a la ciudad o a algún castillo cristiano. Probado el delito, el trai-
dor sería desterrado o sufriría el castigo oportuno. En caso de que huyese y no le
pudieran encontrar, el rey debería recibir una parte de todos los bienes que él y su
esposa tuvieran. Por su parte, los problemas surgidos con las mujeres habría que
ponerlos en relación con la moralidad de la época que pretendía evitar la mezcla
de los cristianos con los musulmanes, y con algunas de las acciones cometidas por
las "personas poderosas" ("potentem personam"), según dijimos arriba, que se
aprovechaban de ellas, en especial de las más indefensas; las viudas o las solteras.
En este sentido, también se prohibió el secuestro de las mujeres de los toledanos,
fueran "malas" o "buenas", en la ciudad, en los caminos o en los alrededores de la
urbe. El que lo hiciese debería pagarlo con su vida.
La Carta Castellanorum acaba con una frase que desde luego puede resultar
ambigua; "Et super hoc totum (exalter Dominus imperium suum), dimissit illis om-
nia peccata que acciderunt de occisione iudeorum et de rebus illorum, et de totis
pesquisitionibus, tam maioribus quam minoribus". ¿Por qué al final del Fuero de
los Castellanos se rogaba que Dios perdonase los asesinatos de judíos cometidos
por ellos, y les librara de las pesquisas que sobre todos los temas, sin especificar
cuales, se llevasen a cabo por las justicias de la ciudad?. ¿Por qué esta referencia
concreta a los asesinatos de judíos, precisamente el grupo social que, por su carác-

45. Sobre la violencia en los territorios de frontera véase, por ejemplo; T. M. VANN, "Criminal sett-
lement in medieval Castilian town", en D. J. KAGAY, y L. J. ANDREW VILLALÓN, (Edits.), The final ar-
gument. The imprint of violence on society in medieval and early modem Europe, Woodbridge, 1998,
83-94.
46. "Sic quoque et qui, intus civitatis aut foras, in villis et solaribus suis commoraverint, et con-
tentiones et iurgia inter illos acciderint, omnes calumnie ipsorum sin: suorum"; P.R.T., doc. 3, 92-94.
Aunque el profesor Ricardo Izquierdo transcribe tanto la versión castellana como la latina de éste y de
otros documentos hemos preferido utilizar esta última al considerarla más fiable.

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224 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

ter numéricamente minoritario y por su estatus marginado, menos tenía que ganar
con la conquista, a pesar del supuesto beneficio que ésta podría aportarles según
algunos autores para mejorar sus condiciones de vida al salir del yugo del poder
musulmán?. ¿Hasta donde podemos hablar de "tolerancia" o "convivencia" duran-
te los arios posteriores a la toma de la ciudad?. ¿Por qué rogar para que la acción
de la justicia no se desarrollara contra los castellanos?. Son preguntas difíciles de
responder debido a las enormes carencias documentales existentes, pero no debe-
mos dejar de hacérnoslas por ello. La puesta en duda de algunas de las ideas que
se han venido sosteniendo por la historiografía medieval en lo relativo a la historia
de Toledo parece incuestionable a la luz de las informaciones, tal vez un tanto
sesgadas e indirectas, que nos muestran documentos como éste.

2. DE LOS LÍMITES DE LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL A LOS ABUSOS


DE UNA OLIGARGUÍA EN VÍAS DE DESARROLLO (1252-1369)

Las lagunas documentales existentes en lo relativo al tema que nos ocupa son
enormes para los arios posteriores a la toma de la ciudad, aunque parece claro que
desde finales del siglo XI a mediados del XIII la vida pública en ella, determinada
por su función de centro neurálgico de las acciones bélicas cristianas, se basó en la
puesta en práctica de los principios políticos y judiciales acordados en los fueros.
La conquista de Sevilla supuso para Toledo una resituación definitiva dentro de un
nuevo contexto bélico pero también político. La ciudad dejó de ser el centro de un
territorio de frontera para convertirse en un núcleo cristiano más, perdiendo gran
parte del interés militar e ideológico que hasta entonces había mantenido. Tanto fue
así, que los dirigentes de la urbe tuvieron que reclamar ante Alfonso XI con el fin de
impedir la intención de éste de poner en las cartas reales el nombre de León delante
del de Toledo. El monarca pretendía que la ciudad del Tajo, excepto en las misivas
dirigidas a su reino, apareciera detrás de León'''. El esfuerzo de los gobernantes to-
ledanos consiguió cambiar la actitud del monarca, que se mostró dispuesto a situar
a su ciudad delante en las cartas enviadas a los reinos de Castilla, Extremadura,
Andalucía y Toledo aunque no en las otras. La evidencia documental señala, sin
embargo, que los reyes siguieron actuando de acuerdo a su voluntad, a pesar de
las protestas de los dirigentes toledanos y de las confirmaciones que Enrique II y
Enrique III hicieron de esta merced concedida por Alfonso XI en 134548.
Para entender la situación que se vivió en Toledo durante esta etapa hemos
de hacer una referencia especial a las medidas políticas y judiciales desarrolladas
durante el reinado de Alfonso X, cada vez más apreciadas en la historiografía
medieval castellana al considerarse como el inicio del denominado "Estado Mo-

47. Sobre las disputas entre las ciudades por mantener una imagen más preeminente que las demás
veáse, E. BENITO RUANO, La prelación ciudadana. Las disputas por la precedencia entre las ciudades
de la Corona de Castilla, Madrid, 1972.
48. A.M.T., A(rchivo).S(ecreto)., caj. 1 0 , leg.2°, n°.20.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 225

derno". En la actualidad este monarca es visto como el prototipo de un hombre


adelantado a su tiempo en sus ideas políticas, pero incapaz de ponerlas en práctica
ante la oposición de la alta nobleza. Esto hizo de su gobierno una etapa gris en la
historia política de Castilla, en la que se generaron una serie de problemas y de
nuevos conflictos en las ciudades que se intentarían paliar con la creación de los
Regimientos cerrados en tiempos de Alfonso XI, pero que tendrían su máximo
apogeo a mediados del siglo XV.
Centrándonos en Toledo, el reinado de Alfonso X también fue clave, no sólo
por la importante labor cultural que este monarca desarrolló en la ciudad del Tajo,
en donde había nacido, sino por la inestabilidad política que desde entonces se
dejaría notar en ella. Esta inestabilidad, unida a la menor presencia de fuerzas mili-
tares en la urbe una vez que a los monarcas no les interesó tanto como en el pasado
mantener el orden público en su interior (ante la ausencia de un enemigo dispuesto
a ocuparla), produjo una relajación en las medidas de control social desarrolladas
hasta entonces que generó, por un lado, una actitud menos sumisa de la población
a los dictados de las autoridades judiciales, y por otro, como consecuencia de lo
anterior, un aumento de las cuotas de violencia en el seno de la sociedad.
Los primeros rastros de una cierta falta de operatividad de la justicia tole-
dana nos aparecen ya en los primeros arios de gobierno del rey sabio". Tres eran
los principales problemas que en estos momentos presentaba la justicia local, por
cuya causa "menguava el derecho del pueblo": la celebración de las "vistas", el
reglamento de los asentamientos judiciales y la propia actitud de los letrados a la
hora de afrontar su trabajo. El primero de ellos, los inconvenientes surgidos con las
vistas de los juicios", era producto de la desconfianza presentada por la población
ante las resoluciones que los alcaldes hacían de sus causas, y de la resistencia que
ante ellas estaban dispuestos a mantener, sobre todo, los individuos más podero-
sos.
Cuando puesta una demanda se citaba a las partes, no era infrecuente que
una de ellas se sintiese agraviada y se opusiera a seguir el caso. Esto se solía
hacer como medida de presión para alargar el proceso o para coaccionar al juez,
al que se tachaba de sospechoso para resolver el problema o de representante de
una jurisdicción que no correspondía al demandado. El alcalde se encontraba así
en una disquisición: si seguía con la causa y pronunciaba sentencia la parte que
se había agraviado de él no la aceptaría, alegando que había actuado con "mala
fe" y de forma parcial; en caso contrario, la otra parte sería la que protestara. La
única solución viable consistiría no tanto en desvincular al juez del caso, lo que
podría considerarse como una puesta en duda de su profesionalidad judicial, como
en otorgarle unos compañeros que junto a él lo examinasen. Esto es lo que hizo

49. A.M.T., A.S., caj. 8°, leg. 1°,n°. I ; P.R.T., doc. 27, 121-122.
50. En Toledo existía una costumbre según la cual la parte condenada por una sentencia, antes de so-
licitar una apelación, podía pedir al juez que la dio que viera de nuevo el pleito públicamente en vistas
ante los restantes alcaldes de la ciudad; 154°. L. ALONSO, "La revisión de la sentencia «según costumbre
de Toledo»", Anuario de Historia del Derecho Español, XLVIII (1978), 543-547.

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226 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

Alfonso X. Ordenó que en la vista de los procesos el alcalde los juzgara junto a dos
hombres buenos: y que en el supuesto de que el pleito fuera "grand et agraviado",
de tal forma que el juez no se atreviese a determinarlo con la única ayuda de éstos,
pudiera resolverlo con un conjunto de hombres buenos que fuesen "sabidores del
fuero" e imparciales (que "non sean vanderos").
Por su parte, el problema con los asentamientos era aún más complejo, y
habría que ponerlo en relación con la conquista de la ciudad y con las compra-
ventas de tierras'', las expropiaciones de bienes inmuebles, los robos de todo tipo
de objetos no denunciados por miedo, etc., que se llevaron a cabo tras ella. Los
"asentamientos", en poder de los alcaldes, eran los registros de bienes a partir de
los cuales se establecía la posesión de todas las propiedades inmuebles, muebles y
semovientes, con el objetivo de evitar conflictos y mantener un control más o me-
nos exhaustivo de los bienes "mostrencos", es decir, de aquellos sin dueño conoci-
do, abundantes en los arios posteriores a la toma de la ciudad como consecuencia
de la emigración musulmana. El control de éstos, sobre todo de los de carácter
inmueble, era especialmente importante debido a las necesidades de repoblación
de la urbe". -
La regulación de los asentamientos se dirigiría a determinar el período de
validación de los registros y los derechos de las partes a la propiedad asentada.
La costumbre en Toledo señalaba que una vez inscrita una posesión se tenía un
plazo de seis meses para que cualquiera pudiese reclamarla si pretendiera tener
algún derecho sobre ella. Con el fin de evitar pleitos, y sobre todo para acortarlos
en el tiempo, el monarca estableció que el término para demandar ante cualquier
asentamiento se redujera a tres meses, y reguló legalmente los beneficios y los
derechos que pertenecerían a cada una de las personas que reclamaran sobre ellos
según la actuación judicial que hubiesen llevado a cabo. No tenemos documentos
para esta época, sin embargo datos posteriores señalan que el cumplimiento de las
normas establecidas por el monarca fue bastante deficiente, sobre todo por parte de
las "personas poderosas", que no estaban dispuestas a ceder a la hora de acaparar
posesiones ante la presión legal que cualquier individuo pudiera ejercer.
En cuanto al último de los problemas a los que arriba nos referíamos, el de la
propia actitud de los abogados, conviene analizar la fuente sobre la que basamos
estas ideas con cuidado, leyendo en sus silencios para entender lo que nos quiere
indicar. De acuerdo con la información que nos aporta, los letrados ("bozeros")
no actuaban de forma correcta por culpa de los demandantes, ya que cuando un
individuo ponía una demanda a otro les "rogava", dice literalmente el documen-
to, para que no ofrecieran sus servicios al demandado, de tal forma que éste no

51. Esta actuación obligó a Alfonso VI a tomar cartas en el asunto, sobre todo ante las quejas de los
mozárabes,; "Cum preteritis temporibus fuerint factas in Toledo multas pesquisitiones super cortes et
hereditates, sic de pressuria quomodo et de comparato, et cum tollerent ad illos qui magis habebant et
darent ad eos qui nichil aut qui pauco habebant...", P.R.T. doc. 1, 89-90.
52. En realidad siempre existieron problemas con este tipo de bienes. En 1508 la reina Juana solici-
taba a los dirigentes de Toledo que evitasen los abusos que con ellos se cometían; A.M.T., A(rchivo).
C(abildo).J(urados)., D(ocumetos).0(riginales), n°. 90.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 227

pudiese encontrar profesionales que le defendieran. ¿Qué hemos de entender por


"rogava"?. Desde nuestro punto de vista todo menos precisamente eso, rogar. Los
letrados no estarían dispuestos a perder las ganancias que pudiera aportarles la
defensa de una causa, salvo casos excepcionales. Este término habría que consi-
derarlo como un concepto utilizado para ocultar unas pautas de actuación ilegales
por parte de los demandantes, en las cuales el soborno, el chantaje, las amenazas,
etc., estarían a la orden del día, tal y como informaciones posteriores ratifican.
El rey fue bastante realista a la hora de afrontar este problema. Cualquier me-
dida puesta en marcha para impedir a los demandantes actuar de esta manera sería
inútil, y por ello prefirió plantear una vía alternativa; la creación de la figura de lo
que en términos actuales podríamos considerar como el "abogado de oficio". Los
alcaldes serían los encargados de otorgar al demandado un "bozero" para que litigara
en su nombre. Éste no se podría excusar diciendo que servía a la parte demandante, o
que al ser pariente de la misma no podría servir al demandado, pretextos habituales a
los que los letrados apelaban para no atender determinadas causas; en caso de que se
resistiesen a servir a la parte demandada no podrían ejercer su oficio durante un año.
Pero había otro problema. Para evitar esta situación los "bozeros" podían pasar de
sobornados a sobornadores, es decir, mostrarse dispuestos a seguir las causas que se
les asignaran pero cobrando a las partes demandadas unos precios que les permitie-
sen obtener unas ganancias mayores a las prometidas por los que no querían que las
siguieran. Por esta razón Alfonso X prohibió a los letrados cobrar más de la cantidad
que sumase la décima parte de la demanda, salario que deberían llevar independien-
temente de que actuaran como abogados de la parte acusadora o de la defendiente.
Al tiempo que Alfonso X llevaba a cabo medidas como éstas y otras cargadas
de simbolismo con unos fines ideológicos claros, como puede comprobarse en su
mandato para que se trajeran a Toledo los restos del rey visigodo "Banba" (Wam-
ba), aduciendo que éste había tenido "muchas contiendas" pero las había sabido
"toller et adozir a assossegamiento et a paz" para bien de sus reinos", dentro de
la ciudad y sobre todo en su tierra determinados problemas se volvían endémicos.
Sirva como ejemplo este texto de 1290, ya bajo el reinado de Sancho IV54:

"...algunos de aquí de Toledo nos dixieron que reeibien danno de los ganados
que les entran en ssus vinnas et en ssus panes. E otrossí omnes baldíos et omnes de
cavalleros, et otros allamados de los cavalleros, assí moros como cristianos, que van
a ssus vinnas et que les coien las ffrutas por madurar et maduras, et que ge las lievan.
Et que dende allá, tanbién de noche como de día, et desto nalen muchos dannos et
muchos males. Et otrossí que ay otros que furtan la lenna agena, assí verde como
sseca, et otros que la toman por ffuerva..."

El problema que en este texto se presenta no tendría mayor importancia si


los hurtos y los robos que en él se señalan pudieran considerarse como formas de
delincuencia común, fácilmente combatibles mediante los mecanismos ordinarios

53. A.M.T, AS., caj. 1°, leg. 1°, n°. 3, pieza 1; P.R.T., doc. 33, 130-131.
54. A.M.T., A.S., caj. 1°, leg. 4°, n°. 1; P.R.T., doc. 40, 137-138.

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228 óSCAR LÓPEZ GÓMEZ

de la justicia. Sin embargo, no se pueden considerar así por dos razones: porque
las autoridades judiciales de Toledo se mostraron impotentes ante el carácter sis-
temático de estos actos y se vieron obligadas a solicitar a Sancho IV que hiciera
algo para pararlos: y porque aquellos delincuentes que los cometían estaban persi-
guiendo una finalidad que en el documento tan sólo se puede leer entre líneas.
El hurto de frutas o de cualquier alimento podría considerarse una conse-
cuencia de las condiciones de vida de gran parte de la población medieval, siem-
pre al borde de la miseria y por tanto dispuesta a cometer pequeños delitos como
éstos, necesarios para garantizar su propia supervivencia". Este tipo de actividad
normalmente no suponía un problema para las fuerzas del orden de las ciudades.
Sin embargo, el documento nos indica que los que cometían tales acciones eran
"omnes de cavalleros et otros allamados de los cavalleros...", y que robaban las
frutas incluso sin madurar. No parece lógico que estos caballeros, que tenían per-
sonas sirviéndoles, usaran a éstas para cometer hurtos con la única finalidad de
alimentarse, de sobrevivir. Habría que leer en estos delitos, por tanto, al igual que
en la entrada de ganado en las zonas de cultivo", una medida de presión sobre los
dueños de las tierras para obligarles a venderlas o a abandonarlas ante la imposi-
bilidad de beneficiarse de lo que producían, o lo que es lo mismo, una forma de
coacción, mediante la "jfuerva", que a la larga iba a permitir a la oligarquía de To-
ledo acaparar grandes posesiones territoriales, aún a costa del realengo, haciendo
de éstas la base económica de su poder.
Sancho IV intentó evitar este tipo de hurtos y de robos pero las medidas que
puso en práctica, siguiendo las propuestas de los gobernantes toledanos, no darían
resultado porque no se dirigieron a resolver la verdadera causa del problema. Los
caballeros en particular, y las "personas poderosas" en general, identificaron este
tipo de actos con el vandalismo, la delincuencia común y la acción de determina-
dos malhechores, establecidos o coyunturales, sin hacer una separación entre los
delitos cometidos por motivos de supervivencia, como resultado de una venganza,
o con un fin lucrativo más o menos reconocido. Procuraron que todos los actos se
vieran como el resultado de una misma actividad delictiva; no les interesaba que
se realizase una clasificación de los delitos según su finalidad y sus actores porque
constituían uno de sus medios para presionar a los dueños de la tierra. Querían
evitar el desarrollo de un tipo de delincuencia que no sirviera a sus intereses, que
pudiese obstaculizar sus intenciones, pero pretendían mantener su propia forma de

55. Las malas condiciones de vida en la Edad Media se consideran como un factor clave para expli-
car la delincuencia. Véase la defensa que de esta idea se hace en; J. M. MENDOZA GARRIDO, Delincuen-
cia y represión en la Castilla bajomedieval (los territorios castellano manchegos), Granada, 1999; y
I. BAZÁN Díaz, Delincuencia y criminalidad en el País Vasco en la transición de la Edad Media a la
Edad Moderna, Vitoria, 1995.
56. Un vecino de un pueblo cercano a Toledo, Sonseca, decía que la excusa que los dueños de ga-
nado utilizaban para ocupar las tierras comunales era ésta: "que aquella tierra es mejor para pasto de
ovejas, esto a fin que nosotros non plantemos viñas ni las labremos, y ellos gosan dellas, asY ronpién-
dolas para pan como comiéndolas con sus ganados e poniendo en ella majuelos, fasiéndose señores
dellas, non teniendo en ellas mas parte que el menor de los vesinos del dicho logar"; A.M.T., "Siglo
XV", caja 2.530.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 229

actuación al margen de la ley para garantizar su propia prosperidad. Esto hizo que
la disposición tomada por Sancho IV, el establecimiento de un cuerpo de "ffieles"
que serían elegidos por los oligarcas para "guardar" el campo, no fuese efectiva.
El propio monarca era consciente de lo difícil que sería para los guardas llevar a
cabo su misión, y por ello se encargó de recordarles que en su labor fiscal y puni-
tiva no excusasen las acciones cometidas por "omne nin muger de duennas, nin de
cavalleros, nin de orden nin de otro ninguno", y mandó a los alcaldes y al alguacil
de Toledo que les ayudasen si algún "poderoso que ssea les quisiere ffaser e dezir
mal por ffazer ellos derecho...".
El ambiente dentro de los muros de la ciudad no era más halagüeño, a causa
de la tensión generada por culpa del enfrentamiento entre Sancho IV y Alfonso X.
Los abusos de poder realizados por uno de sus alcaldes, García Álvarez, instaura-
ron una atmósfera de inestabilidad en la que los robos, las muertes y la persecu-
ción política pasaron a convertirse en algo habitual. El problema venía de tiempo
atrás; ya en 1286 Sancho IV se había visto obligado a intervenir para frenar las
actuaciones de este alcalde, considerado un hombre autoritario, orgulloso y fiel a
Alfonso X al igual que su padre Esteban Yánez (asesinado por orden de Sancho
IV en 1285). La situación no podía continuar, y por ello el monarca le condenó
a muerte, y junto a él a su hermano Juan, a Gutiérrez Esteban y a algunos otros
vecinos "revoltosos". El apodo de "el bravo" que Sancho IV tenía le vino por
la realización de actos como éstos: en Talavera hizo descuartizar públicamente,
según las crónicas, a hasta cuatrocientos nobles que habían obedecido a los de la
Cerda", sus enemigos políticos".

57. A. MARTÍN GAMERO, Historia de Toledo, Tomo II, Toledo, 1979, (Edición facsímil de una de
1862) 737-738.
58. Sin embargo la imagen de crueldad de este rey no ha trascendido, tal y como lo ha hecho la de
Pedro I, considerado por sus contemporáneo como cruel, por unos, y como justiciero, por otros. Fran-
cisco de PISA, en su obra Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo, y historia de sus antigüedades,
y grandeza, y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado, y
goverrzado en sucession de tiempos: y de los ArÇobispos de Toledo, principalmente de los mas celebra-
dos, Toledo, 1974 (Edic. facsímil), en el libro IV, cap. XXIIII, fol. 195 r, señala la siguiente copla:
"El gran Rey don Pedro, que el vulgo reprueva,
por serle enemigo quien hizo su historia,
fue digno de clara, y muy digna memoria,
por bien que en justicia su mano fue seva.
No siento yo como ninguno se atreva
decir contra el tan vulgares mentiras,
de aquellas locuras, crudezas, e iras,
que su muy viciosa coronica aprueva.
No curo de aquellas, mas yo me remito
al buen Juan de Castro, prelado de Iaen,
que escrive escondido por zelo de bien
su cronica cierta, como hombre perito.
Por ella nos muestra la culpa y delito
de aquéllos rebeldes que el Rey justicio:
con cuyos pariente Enrique emprendió
quitarle la vida con tanto confito".

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230 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

Arios más tarde, a este contexto crítico se sumarían otros problemas producto
de la acción de bandas organizadas de delincuentes que trabajaban al servicio de
"malhechores-feudales" opuestos a Alfonso XI, como el conde don Juan, hijo del
infante don Juan Manuel. El rey se vio obligado a recorrer la tierra de Toledo en
auxilio de sus pobladores, incapaces de hacer frente a los delitos cometidos por
los esbirros de los nobles. Sus actos delictivos, aunque perseguían unos marcados
objetivos políticos de desestabilización territorial, a los ojos de los campesinos
aparecían como fechorías cometidas por grupos de bandoleros al margen de la ley.
Dos eran las principales villas donde tenían su base de operaciones en la tierra de
la ciudad estos malhechores: Escalona y Villamiel, aparte, claro está, de aquellos
que operaban en los montes (golfines), cuya actividad obligó a crear la Santa Her-
mandad de Toledo, Talavera y Ciudad Real para combatirles".
En 1332 Alfonso XI realizó una "batida" en los alrededores de Toledo para
acabar con los estragos que los secuaces del hijo del infante don Juan Manuel
estaban realizando. Tras recibir una información que aseguraba que los "bandidos-
políticos" que se oponían a él estaban en Santa Olalla, el soberano se dirigió hacia
allí y, según la crónica, tomó por sorpresa a todos ellos. Se les acusaba de que
"salían a los caminos, et robaban et tomaban todo lo que podían a yer, et mataban
los ornes por los caminos, et forzaban las mujeres et facían otros muchos males".
El líder del grupo era un delincuente famoso, Egas Paes, natural de Talavera. Al
enterarse de la llegada del rey los miembros de la banda huyeron o buscaron un
escondite: Alfonso XI estaba dispuesto a llevar a cabo una autentica carnicería con
tal de acabar con el problema. La represión fue rotunda. Todos los miembros de la
banda que fueron atrapados por el monarca perdieron la vida: 26 personas fueron
degolladas60.
Actos delictivos como los desarrollados por esta banda, destinados a cues-
tionar políticamente al rey desacatando su justicia y sembrando el terror entre
sus vasallos, pusieron sobre aviso a la administración regia, en especial en todo
lo relativo a las limitaciones de los fueros a partir de los que se ejercía la justicia.
En Toledo la insuficiencia legislativa para hacer frente a los múltiples problemas
surgidos en el seno de su heterogénea comunidad social, en la que la conviven-
cia estaba constantemente amenazada, motivó una implicación más intensa de la
realeza en el control de su orden público. Para ello Alfonso XI actuó mediante las
prerrogativas que su poder legislativo le confería con el fin de llenar el vacío legal
existente en algunos temas en los que el derecho de los fueros no había incidido,
y redefinir algunas normas que con el paso del tiempo habían quedado obsoletas.
Según las crónicas, tras el episodio acaecido en Santa Olalla, Alfonso XI partió
hacia la ciudad del Tajo y:

59. J. M. SÁNCHEZ BENITO, Santa Hermandad Vieja de Toledo, Talavera y Ciudad Real: (siglos XIII-
XV), Cuenca, 1986.
60. Crónica del muy alto et católico rey don Alfonso el onceno deste nombre, que venció la batalla
de/río Salado, et ganó a las Algeciras, Crónicas de los Reyes de Castilla, 1, Madrid, 1953, cap. XCIV,
pp. 229 a-b y 230 a.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 231

"...falló que en esta libdat de Toledo era muy menguada la justicia por muchas
dubdas et menguas que avía en el fuero. Et las dubdas declaradas, et las menguas
cumplidas, [...] ordenóles que feciese la justicia con derecho. Et porque falló que avía
Y algunos caballeros malfechores, mandólos prender et matar: et entre los otros que y
fueron muertos, mandó matar el rey un caballero que decían Fernán Gudiel, por sus
merescimientos. Et desque el rey ovo sosegado la ciubdat con justicia, et ordenado
en qual manera ves quiesen dende adelante, partió dende, et fue a Illiescas por tener
y la fiesta de Santo Joan...", 61.

Las principales disposiciones legales fueron destinadas a establecer una re-


gulación penal de dos problemáticas: la surgida por culpa de los adulterios (consi-
derados una deshonra), y aquélla que era producto de los delitos cometidos contra
la propiedad privada". En cuanto a la segunda de ellas, el monarca llevó a cabo
una jerarquización de las penas atendiendo a la gravedad del robo o del hurto
cometido, la cual variaría en función del momento en el que se cometiera y de la
relación del malhechor con su víctima. Alfonso XI consideró válida la legislación
establecida a la hora de penar a los ladrones, y no llevó a cabo ninguna modifica-
ción excepto en aquellos casos en los que los delincuentes fueran criados de sus
víctimas o vivieran con ellas. Como señalamos arriba, la oligarquía toledana había
conseguido que Sancho IV creara un cuerpo de fieles encargado de evitar la delin-
cuencia en el entorno de la ciudad, en un momento en el que el control de la tierra
se estaba convirtiendo en la base de su dominio económico en Toledo. De igual
forma, sus integrantes procuraron que Alfonso XI estableciera una legislación diri-
gida a garantizar el castigo de los robos y los hurtos de bienes muebles cometidos
por sus propios criados en sus posesiones.
Si uno de éstos "furtare de noche alguna cosa de lo que estuviere en casa,
et abriere la puerta de casa o sobiere sobre pared o la foradere, et se fuere con
el furto", independientemente de la calidad de éste debería morir. Si el delito se
cometiera por el día el delincuente tan sólo estaría obligado a pagar lo que hurtase
doblado más las penas en las que cayera, aparte de recibir cien azotes pública-
mente por las calles de la localidad en donde hubiese realizado su delito. Con
estas medidas se estaba haciendo especial hincapié en los hurtos cometidos en
la casa del señor por los que vivían con él, aunque a la hora de establecerlas en
ningún momento se hablara de criados y de amos, de siervos y de señores, sino de
individuos anónimos que robasen o hurtaran a otros individuos anónimos con los
cuales vivieran.
Es cierto que en una ciudad limitada espacialmente como Toledo muchas
personas vivían juntas en pequeños habitáculos que albergaban a una familia o
a varias; incluso había casas alquiladas a varios individuos que por sus carencias
económicas se veían obligados a compartirlas. En ambas situaciones podrían darse
hurtos o robos, aunque desde luego la repercusión social que podrían tener, entre
otras cosas por la mínima ganancia que con ellos obtendría el delincuente y por

61. Crónica del muy alto et católico rey don Alfonso el onceno..., cap. XLIV, 229 a-b y 230 a.
62. P.R.T., doc. 60, 156-157.

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232 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

lo cotidiano de este tipo de actos, a no ser que fueran numerosos, sistemáticos e


incontrolables sería mínima. Los que los sufrieran preferirían resolverlos entre
ellos, sin recurrir a la justicia, debido a las pérdidas económicas que ella les podría
ocasionar. Además las casas eran el refugio de los miembros del común. Era más
fácil robarles en el exterior, donde se mostraban indefensos ante la ausencia de
otras personas que por solidaridad pudieran ayudarles a defenderse ante cualquier
delito; podían ser una víctima fácil para un malhechor en cualquier esquina o en
una calle poco frecuentada63. Pero Alfonso XI pretendía que todos los individuos
estuviesen más seguros en sus residencias: en especial, por lógica, en las que al-
bergaban una mayor riqueza.
Los poderosos solían salir a la calle acompañados por pajes, criados, algún es-
cudero, y en la mayoría de los casos, a pesar de las prohibiciones establecidas por las
ordenanzas, armados. Y si lo hacían así era, entre otras cosas, porque de ser asalta-
dos por un malhechor y mostrarse indefensos frente a él su honra quedaría mancha-
da, y con ella la del linaje al que pertenecieran. Era en su casa, en su ámbito privado,
donde podían estar más indefensos, al mostrarse expuestos a la traición de algunos
de sus criados que a sus espaldas les quitaran parte de sus bienes o cometieran cual-
quier otro delito. En el ideario de la época esto también podía considerarse una des-
honra para el señor, al evidenciar su incapacidad para elegir a sus sirvientes y para
lograr de ellos la fidelidad necesaria para que se vincularan a él con convicción.
La mayor deshonra para un hombre, no obstante, era el adulterio. A través del
matrimonio la mujer se entregaba a él y mediante un contrato definido, sobre todo
entre determinados sectores sociales, a partir de intereses económicos se "cosifi-
caba", era reducida a un estatus en el que la sociedad la veía como una posesión de
su marido. Perdía su nombre propio y pasaba a ser "la mujer de". La dependencia
del hombre al que se había unido era absoluta; éste tenía potestad sobre su vida y
por lo tanto podía quitársela en caso de que le fuera infiel. Las disposiciones de
Alfonso XI para hacer frente a la infidelidad conyugal fueron complejas:

Si una mujer sierva cometiera adulterio fuera de la casa de su señor, éste


tendría poder para "se vengar en su sierva solamente".
Si un hombre libre o siervo cometiese adulterio con una mujer libre o sierva
en casa de su señor o de aquel con quien viviera, y se pudiera probar que lo
había cometido, habría tres opciones penales: si el hombre o la mujer fuesen
hidalgos, pasarían un año en la "cadena" de la cárcel; si no lo fueran les
darían cien azotes públicamente y estarían en la cadena de la prisión seis
meses; si fueran siervos les darían ciento cincuenta azotes de forma pública.
Si un hombre siervo o libre cometiera adulterio con una mujer libre o sierva
no en casa de su señor o de donde él viviera, sino en casa del señor de la

63. 0 en tabernas y lugares públicos; "...había robos en el interior de las casas. Sin embargo, el
robo, vinculado a la economía monetaria urbana, se relacionaba fundamentalmente con el dinero que
la gente portaba consigo y que llevaban a las tabernas, burdeles y garitos. El "corta-bolsas" era un
personaje habilidoso, un auténtico especialista urbano..."; M. MULLET, La cultura popular en la Baja
Edad Media, Barcelona, 1990,78.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 233

sierva o de aquél con quien la mujer libre viviese, y se pudiera probar, las
opciones penales también serían tres; si fueran hidalgos estarían un año en
la cárcel (pero no en su cadena); si no lo fueran le darían cien azotes públi-
camente y estarían en la cadena de la cárcel seis meses; si fueran siervos les
darían ciento cincuenta azotes (no se especifica si de forma pública).

Como puede comprobarse, todas las disposiciones fueron otorgadas a partir


de una concepción social que dividía a hombres y mujeres en tres grandes grupos, a
partir de su estatus como personas hidalgas, libres o siervas, y en todo momento se
tendió a garantizar en primer lugar la honra de los señores, a evitar que su casa fue-
se "manchada" por la "impureza" del delito. En temas relacionados con las mujeres
el vacío legal afectaba a muchos otros asuntos. El monarca intentó dar soluciones a
algunos de ellos, sobre todo a finales de la década de 1340, desarrollando una labor
legislativa especialmente intensa en temas referentes a aspectos tan dispares como
los derechos de viudedad" de aquellas mujeres que quisieran desposarse por se-
gunda vez, o la regulación de los actos sociales que se celebraran en la urbe65.
Independientemente de todas estas medidas, los documentos nos indican una
y otra vez que los problemas más acuciantes para Alfonso XI estaban en la acti-
tud de los caballeros de la ciudad. El monarca envió a Alfonso García de Gorjes
como juez pesquisidor para que recogiese información, tanto dentro de los muros
de la urbe como en su término, sobre aquellos que hubieran realizado cualquier
delito por el que debiesen perder sus bienes, evidenciándose el estado crítico de
la justicia local. Sin embargo, los dirigentes municipales solicitaron al monarca
"que se non fisiere la pesquisa". ¿Por qué?. La única explicación lógica surge
si consideramos que ellos creían que ésta iba a actuar en contra de sus intereses,
acusándoles de cometer acciones delictivas tanto en la propia ciudad como en su
jurisdicción. La excusa para realizar esa súplica sería ésta: que hasta entonces "el
alguacil de Toledo demandó siempre los tales pleytos". La fecha del documento
en el que nos aparecen estos datos es del 8 de febrero de 1346 66 . Unos meses más
tarde, en octubre, el estado de la ciudad era alarmante a causa de la situación de
enfrentamiento político que se vivía entre sus caballeros, y por las asonadas que
estaban cometiendo en la comarca toledana67:

"...nos fezieron entender que yen Toledo, et en su término, que recreseen muchas
contiendas et bollieios, sennaladamente porque guando algúnd cavallero, o escudero
o otros por su mandado prendan a otros cavalleros, o escuderos o a sus vasallos, por
algún danno que dize que de ellos reseiben, que aquél o aquellos que ass35 son pren-
dados en los sus bienes o de sus vassallos non quieren querellar a nuestro alcallde
de la iustieia, mas prendan ellos o mandan prendar a aquellos que les prendaron o

64. A.M.T., A.S., caj. 8°. leg. 1 0 ., n°. 14., pieza I; P.R.T., doc. 65, 161-162.
65. Cortes de los antiguos reinos de Castilla y León, Tomo I, Madrid, 1861, pp. 622-623; A. MARTÍN
GAMERO, Historia de la ciudad de Toledo, sus claros varones..., Tomo II, 1.057-1.058; P.R.T., doc. 66,
162-163.
66. A.M.T., A.S., Caj. 5 0 , leg. 7 0 , n°. 7; P.R.T., doc. 63, 159-160.
67. P.R.T., doc. 64, 160-161.

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234 (5SCAR LÓPEZ GÓMEZ

mandaron prendan o a sus vassallos, por su abtoridat. Et otrosY que fazen assonadas
de parientes et amigos para pelear en la villa o en el término...".

El texto no puede ser más expresivo. Los caballeros de Toledo no sólo habían
dejado de confiar en la justicia, sino que, cansados de aguantar sus mandamientos,
habían decidido sustituirla imponiendo su poder a través de la violencia, y de-
mostrando quienes eran los que tenían la capacidad para actuar libres de trabas y
de coacciones legales. La ciudad y su comarca se convirtieron en un escenario de
luchas entre los más poderosos, en el cual ni siquiera se respetó la jurisdicción que
sobre el término tenían los alcaldes urbanos
Para evitar el daño que "podría por ello venir a los que moran en Toledo et en
su término", y que se produjese un "grande despoblamiento", Alfonso XI ordenó
no se hicieran asonadas, y que en caso de hacerlas el alcalde se encargara de que
los caballeros y los escuderos "que a ellas vinieren, salvo los que venieren con
aquellos con quien biven", fuesen desterrados "de Toledo et de su término por dos
meses". Con el fin de dar una legitimidad a la justicia local que había perdido, el
rey dispuso, además, que si algún caballero o escudero prendara bienes de otros
caballeros o escuderos o de sus vasallos, el agredido por tal acción no se tomase la
justicia por su mano ("por s)5"), sino que se querellara ante el alcalde. En caso de
que alguien prendara sin un mandamiento de éste sería obligado a que devolviese
lo que hubiera tomado con el cuatro por ciento de recargo; le prenderían el cuerpo
y le tendrían en la cárcel sin darle suelto ni fiado hasta que el monarca se enterase
de todo lo sucedido, y mandara lo que sobre ese asunto particular habría de hacer-
se. En caso de que el que hiciera la prenda huyese de la justicia para que el alcalde
no le prendiera el cuerpo, se pregonaría públicamente ordenando que en tres días
se presentase en la cárcel pública de Toledo. De no hacerlo sería desterrado de la
ciudad y de su término durante un ario. Si durante este período de tiempo en algún
momento no cumpliera el destierro, y se pudiese demostrar, la duración del mismo
se doblaría, y si todavía el desterrado lo incumpliera y fuese visto en la ciudad o
en su término sería encarcelado ("que yaga en la cadena") y pasaría preso todo el
tiempo que debiera durar su condena.
En esta situación se llegó al reinado de Pedro I. En él la tensión que se alcan-
zó en las relaciones comunidad urbana-oligarquía-soberano marcaría las pautas de
vinculación de la administración central con la ciudad, generándose desde enton-
ces unas bases de violencia, conflicto político y crisis social a las que tendrían que
enfrentarse, mucho después, los Reyes Católicos al llegar al trono. Cuando Pedro
I se hizo con el poder soberano la minoría dirigente de la ciudad no estaba cohe-
sionada y presentaba serios enfrentamientos en su interior. Los oficiales de justicia
no eran obedecidos y el corpus legal estipulado en los fueros era insuficiente para
solucionar todos los problemas, a lo que se sumaban los conflictos jurisdiccionales
surgidos por los roces entre los alcaldes del Fuero Juzgo y los del Fuero Mozára-
be", y entre éstos con las autoridades eclesiásticas. Huelga decir, por tanto, que a

68. Se creó una ordenanza muy rigurosa y compleja para limitar jurisdiccionalmente a cada uno de
los jueces de la ciudad: A.M.T, A.S., ala. 2°, leg. 6°. n° 4. fols. 111 r-113 r.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 235

mediados del siglo XIV, cuando Pedro I accedió al trono de Castilla, ya se estaba
dibujando una situación que iba a continuar a lo largo de toda la Baja Edad Media
en Toledo. El análisis de la historia de esta ciudad en el siglo XV69 debería reali-
zarse atendiendo a su carácter de continuación lógica de un contexto anterior, que
generó en la comunidad social un sentimiento de desamparo jurídico e indefensión
política que explicarían, entre otras cosas, los movimientos antisemitas desarro-
llados durante el reinado de Pedro I que más tarde se convertirán en movimientos
anticonversos70
Al poco de acceder al trono, las autoridades de la ciudad del Tajo se dirigían
a Pedro I para expresarle su desasosiego ante la situación que vivía la justicia
urbana. Los problemas acaecidos en la etapa de gobierno de Alfonso XI no se
habían resuelto, sino que habían adquirido nuevas formas de expresión. Lo que se
comunicó al rey fue lo siguienten:

"...algunos de y, de Toledo, que denuestan et amenasan a los alcalldes que


están y por mí [el rey] et por los alcalldes mayores, et a los alguasiles que 35 son por
el alguasil mayor, porque los enplasan ante los alcalldes por demandas el querellas
que les son dadas dellos, et por la iustiÇia que mandan conplir en algunos. Et otrosy,
que fieren et amenasan a algunos que están ante los dichos mis alcalldes en pleito.
Et por esta rasón, que los dichos mis °filiales non pueden conplir de derecho a los
querellosos nin faser conplimiento de justivia en aquello que lo merece. Et en esto
que se minguó mucho el mio serviÇio el los querellosos non alcanyan derecho, et
es grant danno de la dicha vibdat Et que es contra el ordenamiento que el Rey don
Alfonso, mio padre que Dios perdone, fiso en las cortes de Alcalá de Henares, el qual
yo confirmé en las cortes que fise en Valladolid..."

Arriba señalábamos que los "bozeros" eran sobornados o sufrían amenazas,


para que no prestasen sus servicios en algunos casos, por las partes que temían per-
der en ellos. La situación se había radicalizado. Ahora las amenazas y las peleas,
en las que incluso llegaban a producirse heridos ("..que fieren..."), se daban en el
mismo juzgado, delante de los jueces encargados de ver las causas, sin mostrar
ningún tipo de respeto hacia ellos ni hacia su labor. Las intimidaciones eran cons-
tantes; las partes en litigio o personas vinculadas a ellas coaccionaban a la parte
contraria y a los jueces, haciendo prácticamente imposible el cumplimiento de las
normas legales con un mínimo de rigor. Pero lo más llamativo de este asunto es la
impotencia de los administradores de justicia, incapaces de frenar estas prácticas.
La solución que dio Pedro I fue la misma que anteriormente había dado Alfonso
XI para evitar algunos problemas de este tipo:

69. Aún es válida en muchos aspectos la obra de ELOY BENITO RUANO, Toledo en el siglo XV Una
historia política, Toledo, 1961.
70. Véase en este sentido, J. VALDEÓN BARUQUE, Los judíos de Castilla y la revolución trastámara,
Valladolid, 1968; "La judería toledana en la guerra civil de Pedro I y Enrique II" en Simposio Toledo
Judaico, Madrid, 1973, I, 107-131.
71. A.M.T., A.S., caj. 1°., leg. 8°, n°. 2; P.R.T., doc. 80, 174.

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236 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

"...sy alguno o algunos 35 ovieren que denostaren o amenasaren a los alcalles


et alguasiles de Toledo, o a qual quier dellos, o a los que usan por los dichos mis
ofiviales mayores, o firieren, o maltrayeren o amenasaren a algunos de los que es-
tudieren ante ellos a pleito, que vos los alcalles et alguasiles dende, que prendades
los cuerpos a los que esto fisieren, et los ten gades presos et bien rrecabdados, et los
non dedes duelas nin fiados fasta que lo yo sepa et vos enbie mandar sobrello lo que
la mi mei-ved fuera..."

Las medidas de regulación del funcionamiento de la justicia que puso en


marcha Pedro I eran de carácter general, es decir, estaban dirigidas a todos los in-
dividuos que en algún momento dado pleitearan ante un juez. Sin embargo, el rey
hizo especial hincapié en el sector social más poderoso de la ciudad, ordenando
a los alcaldes lo siguiente: "...non consintades a cavallero nin escudero de Y, de
Toledo, que esté ante vos en juicio por pleito que aya, por sY nin por otro ninguno.
Et sy algunos ovieren pleitos ante vos que los demanden et rasonen por sus pro-
curadores et non en otra manera". Con esta orden se estaba reconociendo tanto la
impotencia de la justicia local como la del propio rey, ante la actitud violenta de
los caballeros y su capacidad de desacato a la justicia". El rey estaba mandando a
los alcaldes que no celebraran un juicio si estuviera presente un caballero porque
sería imposible evitar la coacción sobre el juez, los testigos o alguna de las partes.
No era necesario que se produjesen insultos, amenazas o que se llegara a las ma-
nos, simplemente con que el caballero acudiera al acto portando armas a la vista de
todos o rodeado de sus criados era suficiente. Incluso un gesto serio podía servir
como medio de intimidación. Pedro I estaba dispuesto a evitar todo esto, y para
que los jueces pudiesen desarrollar su labor libres de coacciones llegó a mandar
"a todos los de Toledo" que ayudasen a sus alcaldes cuando el cumplimiento de la
justicia estuviera en juego.
En este contexto se produjo una de las más importantes revueltas contra la
monarquía de la historia de la Toledo cristiano-medieval". Fue durante el enfrenta-
miento entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara, y estuvo claramente
dirigida por una oligarquía gobernante enfrentada a sí misma y dubitativa con res-
pecto a qué postura adoptar en la búsqueda de su propio beneficio. La comunidad
urbana, alentada por la propaganda antisemita desarrollada por los partidarios de
Enrique de Trastámara contra los secuaces del monarca legítimo (emperogilados),
llevó a cabo un movimiento de oposición violenta contra los judíos al considerar-
los partidarios de Pedro I. Durante el período de la contienda e inmediatamente
después la justicia no existió en la práctica: no había una autoridad legal lo sufi-
cientemente poderosa como para imponerse frente a los abusos cometidos con-
tra los oficiales o por ellos mismos. Los encargados de dirigir la justicia estaban

72. El desacato a la justicia y el desacato al gobierno siempre han estado muy próximos, y más en
la Edad Media, en la que la política y la justicia se identificaban; existía una politización de la justicia
evidente. J. M. PÉREZ-PRENDES y M. DE ARRAGO, "Fazer justicia. Notas sobre la actuación gubernativa
medieval", Moneda y Crédito, 129 (junio de 1474), 17-90.
73. R. IZQUIERDO BENrro, "Enrique II y Toledo", A.E.M., 17, (1987), 181-192.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 237

enfrascados en rivalidades políticas que hacían que no ya la objetividad, sino un


mínimo de rigor en la aplicación del derecho urbano fuera imposible. Por esta
causa, antes de la muerte de Pedro I, Enrique de Trastámara aseguró a todos los
habitantes de Toledo y su término, tanto cristianos (legos o clérigos) como judíos
y mudéjares, que no se les haría ningún daño ni recibirían ningún agravio mientras
la urbe estuviera bajo su control, prometiéndoles que no mandaría "matan nin
lisiar nin tomar los bienes a ninguno nin a alguno de Toledo [...]fasta que fuesen
o9dos et librados con fuero e con derecho" 74. No sería, sin embargo, hasta el
verano de 1369 cuando el monarca restituiría de forma oficial a los encargados de
la justicia toda la jurisdicción civil y criminal que habían tenido anteriormente, ya
en un clima de mayor normalidad política75.

3. HACIA LA CREACIÓN DEL REGIMIENTO CERRADO: EL


CONTINUISMO DE LA PRIMERA ETAPA TRASTÁMARA (1369-1422)

Tras este período de inestabilidad, la documentación no permite realizar un


diagnóstico efectivo sobre el funcionamiento de la justicia o las condiciones en
las que se desarrolló la vida en Toledo durante buena parte de la segunda mitad
del siglo XIV 76 , aunque existen indicios posteriores que inducen a pensar que los
problemas que se habían suscitado permanecían enquistados y que la nueva mo-
narquía trastámara no consiguió resolverlos. Esto se manifiesta, por ejemplo, en
una acción desarrollada por Juan I en 1380 para acabar con la corrupción política
existente en la urbe 77 . Los alcaldes, alguaciles, caballeros y escuderos hacían los
cabildos del Ayuntamiento en las casas particulares de algunos de ellos, y no en
la iglesia mayor o junto a las puertas del hospital de Santa María de la Paz 78 como
era costumbre, impidiéndose cualquier tipo de representatividad popular; además,
no se celebraban mediando un convite como estaba estipulado en las ordenanzas,

74. A.M.T, A.S., caj. 8°, leg. 1°, n o . 10, P.R.T., doc. 85, pp. 178-183. Estas medidas son parte de un
conjunto de disposiciones destinadas a restaurar la paz social en la ciudad, que fueron propuestas por
los dirigentes urbanos y aceptadas por el rey. Posteriormente en las cortes de Burgos de 1367 se estipu-
larían las medidas definitivas para la pacificación; P.R.T., doc. 87, 184-188.
75. A.M.T., A.S., caj. 7°, leg. 2°, n°. 2; P.R.T., doc. 89, 189-190.
76. Aunque bien es cierto que es en la segunda mitad del siglo XIV y primera del siglo XV cuando
se produce la mayor efervescencia en la creación de las ordenanzas municipales, cuyas fechas limita-
doras, según la profesora MARÍA ASENJO GONZÁLEZ, irían desde 1326 a 1460; "Las ordenanzas antiguas
de Toledo. Siglos XIV y XV" en Sources, objets et acteurs de l'activité législative communale en
Occident, ca. 1200-1550. Actas du colloque international tenu á Bruxelles les 17-20 novembre 1999,
Bruselas, 2001,85-115, en concreto 91.
77. Es en estos momentos en los que hay que buscar el origen de los grandes linajes que dirigirán la
vida de la ciudad en el siglo XV, especialmente el de los Ayala; J. R. PALENCIA HERREJÓN, Los Ayala de
Toledo: desarrollo e instrumentos de poder de un linaje nobiliario en el siglo XV, Toledo, 1995, sobre
todo el punto 2.2. "El asentamiento del liderazgo (1406-1420)", 35-37, en que indica que ya en 1406
Pedro López de Ayala era alcalde mayor de la ciudad, alcaide de las fortalezas urbanas y aposentador
mayor del rey.
78. Situado donde se encuentra el actual edificio del Ayuntamiento en Toledo.

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238 OSCAR LÓPEZ GÓMEZ

sino que a ellos acudía tan sólo un grupo reducido de individuos que eran llamados
de forma particular con el objetivo de llevar adelante unos propósitos precisos. De
esta forma, la acción pública de gobierno se convertía en una acción política priva-
da. El rey mandó que se volviera a la legalidad del pasado y que las reuniones del
Concejo se celebraran en la plaza del palacio arzobispal, en la iglesia mayor o en
las casas comunes que se tenían preparadas para ello, siempre tras ser convidados
por los fieles, pero no sirvió para nada".
Durante el reinado de Juan I se empezó a desarrollar una nueva fórmula para
eludir la justicia local y alargar los pleitos, impidiendo a las personas con menor
capacidad económica litigar sus causas. Los toledanos tenían instituido que todos
sus pleitos que se desarrollasen en la ciudad fueran demandados ante sus alcaldes,
y que ellos los sentenciasen: estaba prohibido que tales litigios salieran fuera de la
justicia municipal salvo en caso de apelación". A pesar de ello, desde la reorgani-
zación de la Real Chancillería de Valladolid a finales del siglo XIV se empezaron
a conceder cartas de emplazamiento ante sus oidores, para que determinadas cau-
sas se vieran directamente por ellos sin pasar por el tribunal de primera instancia
representado por los jueces locales. Sería Enrique III el encargado de ordenar que
la costumbre siguiera vigente, aunque testimonios del siglo XV señalan que el
problema persistió".
Los campesinos de las tierras situadas en el entorno de Toledo tenían que
sufrir día a día un problema de signo parecido a éste, a causa de la actitud de los
arrendadores de las alcabalas y monedas, y de otros individuos dispuestos a uti-
lizar la justicia, aprovechando sus resquicios legales, para imponer su voluntad".
Éstos emplazaban a los labradores "maliciosamente" ante los alcaldes de Toledo,
o ante el fiel del juzgado, para tratar sus pleitos durante toda la semana, impidién-
doles trabajar, de tal forma que las tierras de los señores que les pagaban quedaban
sin labrar y ellos no recibían ningún sueldo. Los dirigentes de la ciudad del Tajo,
muchos de los cuales eran dueños de esas tierras, prohibieron que se llevasen a
cabo tales acciones y ordenaron que si les quisieran demandar la citación fuese
para un día concreto de la semana, el jueves. En caso de que los labradores fueran
convocados para otro día los demandantes serían los encargados de pagar todos
los gastos que hicieran por seguir los pleitos, los sueldos que hubieran de cobrar
durante el tiempo que estuvieran tratando en ellos, y el doble de lo que deberían
ganar los oficiales de la justicia por cumplir su labor.

79. A.M.T, A.S., ala. 2', leg. °. 6, n° 5. "Copia sin autorizar de las ordenanzas antiguas de esta ciu-
dad", fols. 108 r-109 r; P.R.T., doc. 123, 227-228.
80. A.M.T., A.S., caj. 1°, leg. 8°, n° 3; P.R.T., doc. 133, 239-140.
81. Sobre los denominados "casos de corte", véase M. A. PÉREZ DE LA CANAL, "La justicia de la corte
en Castilla durante los siglos XIII al XV", H. 1. D., 2 (1975), 383-481, en concreto 398.
82. A.M.T, A.S. ala. 2', leg. 8, n° 4, fols. 87 v-89 r. Ordenanzas de Toledo, Título. 40°. Concretamen-
te se dice que el daño de estos emplazamientos los recibían algunos quinteros, apaniaguados, labrado-
res, asoldados, vaquerizos y pastores de los vecinos de Toledo que tenían y proveían sus haciendas y
labranzas, al igual que aquellos que tenían heredades en la tierra para quienes éstos trabajaban.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 239

Problemas como éstos determinarían la actuación de Fernando de Antequera


durante su regencia, a principios del siglo XV, una vez muerto Enrique III. Desde
nuestro punto de vista, la reforma planteada por él en 1411, a pesar de perder parte
de su efectividad debido a la que Juan II llevaría a cabo once años después, fue
fundamental en muchos aspectos, al enfrentarse de forma directa a algunos de los
problemas que Toledo venía padeciendo de forma endémica y que las ordenanzas
no eran capaces de solucionar83.
En sus planteamientos de política institucional la reforma se centró en el
gran problema que tenía la urbe: mientras que en otras ciudades castellanas el
Regimiento cerrado venía funcionando desde hacía décadas, en Toledo los mo-
narcas habían sido incapaces de organizar un gobierno oligárquico oficialmente
limitado de ese tipo, a pesar de que de hecho su existencia se venía dando desde
mucho tiempo atrás. Esta falta de limitación era perjudicial tanto para los intereses
centralistas de la monarquía, que veía en el Concejo abierto un potencial genera-
dor de conflictos y un obstáculo en la definición de un interlocutor válido con las
fuerzas políticas urbanas, como para los de los oligarcas, que no veían reconocido
de forma oficial el poder que de hecho ostentaban. En cualquier caso, la reforma
se legitimó mediante este argumento:

"...le fue dicho et denunciado [a Fernando de Antequera] que [Toledo] se non


regía a tan bien commo se devía regir, e cunplía a mi servicio e bien público desa
dicha cibdad, et que este danno venía entre otras razones por fazerse el regimiento en
ella por grande muchedumbre de gente ayuntada para ello, conviene a saber: por los
tres estados de consuno seyendo todos ayuntados, los quales estados son el estado de
la justicia, que son los alcalldes e el alguazil e sus logares tenientes, e el estado de los
cavalleros que contiene a los cavalleros e fijjosdalgo, e el estado de los omes buenos
que son los omes buenos e cibdadanos desta cibdad, que sin ser estos tres estados
llamados e ayuntados sobre los negocios que tocavan al regimiento de la cibdad, et
ser requeridos los votos, que se non podían despachar los negocios del regimiento en
los ayuntamientos que para ello se fazían, por lo qual el regimiento de la cibdad, por
la grand muchedumbre de los que lo debían de fazer, non aviendo personas señala-
das que oviesen más poder unas que otras para fazer el regimiento o apenas algunas
vezes se podía bien fazer..."".

La reforma institucional proyectada por el tutor de Juan II es bastante conoci-


da y no incidiremos aquí en las medidas que en este sentido se tomaron, muchas de
las cuales tuvieron un carácter más coyuntural que efectivo. No obstante, llaman
la atención entre ellas, por su intencionalidad, el mandato que el regente dio para
que los fieles registraran "bien e fielmente, sin bandería alguna, todas las cosas
que pasaren e fizieren en los ayuntamientos" (con el fin de poder utilizar sus es-
critos en caso de que fuese necesaria la intervención regia ante algún conflicto),

83. E. SÁEZ SÁNCHEZ, "Ordenamiento dado a Toledo por el infante don Fernando de Antequera, tutor
de Juan II, en 1411", A.H.D.E., 15 (1944), 5-62.
84.lbidem, 12.

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240 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

o la licencia que otorgó al alcalde mayor de la justicia para que pudiera vetar la
circulación de las armas por la ciudad, en caso de que considerase que con ella se
podía poner en peligro su estabilidad política y social".
Pero independientemente de las medidas destinadas a regular de forma más
efectiva el órgano de gobierno de la sociedad toledana, resultan interesantes otros
aspectos que Fernando de Antequera insistió en regular y que evidenciaban la si-
tuación crítica que vivía la ciudad. Había dos graves problemas por resolver, a
alguno de los cuales nos hemos referido arriba. El primero de ellos era el de las
apelaciones de los campesinos que venían a Toledo a buscar justicia. Su situación
con el paso del tiempo había empeorado. A las dificultades existentes se habían
sumado otras; ahora los labradores eran emplazados para las audiencias que se ce-
lebraban en la urbe por la mañana, y si no les daba tiempo a venir desde sus aldeas
(algo lógico en muchos casos debido a la distancia a la que estaban con respecto
a la ciudad) perdían todo el derecho que pudiesen alegar, aunque comparecieran
en las audiencias de la tarde ante los alcaldes ante quienes hubiesen sido citados.
Para solucionarlo el regente ordenó que se otorgara al demandado un plazo de tres
días, desde el momento en el que se le comunicara la citación, para venir Toledo.
Además podría presentarse en cualquier audiencia antes de la puesta de sol de la
tercera jornada".
El otro problema era producto del desamparo legal que sufrían los más des-
favorecidos de la sociedad (viudas, huérfanos, etc.), para los que el Concejo tenía
un abogado. Este cargo se había venido ocupando hasta el momento de la reforma
por los alcaldes de la ciudad, los cuales, debido a otras ocupaciones más onerosas,
no habían trabajado lo suficiente en beneficio de los que estaban bajo su amparo.
Por ello se estableció que en adelante este oficio fuera incompatible con el de la
alcaldía, y que para ocuparlo se eligiese una buena persona que recibiera un salario
de 2.000 maravedíes anuales (el mismo que más tarde recibirían los regidores) de
las rentas del Ayuntamiento".
El desempeño por un mismo individuo de varios cargos públicos era visto
por los vecinos de Toledo como una auténtica amenaza, sobre todo en el caso de
que la compatibilidad se diera entre los oficios de carcelero y de alguacil. Cuando
se llevó a cabo la reforma de Fernando de Antequera una misma persona desem-
peñaba ambas funciones, lo que generó tal cúmulo de quejas que el regente se vio
obligado a declarar a ambos cargos como incompatibles. Se le denunció que los
individuos que los poseían, buscando su propio beneficio económico gracias a las

85. Ibídem, ley XX, 26-27.


86. Ibidem, ley XXI, 27-28.
87. Ibidem, ley XLII, 40. Existía una cierta picaresca en la labor judicial, sobre todo por parte de
aquellas personas que aprovechando las rentas de la ciudad querían beneficiarse judicialmente de ellas,
haciendo que Toledo pagase a los letrados que defendían sus propios casos particulares en la corte. La
excusa que utilizaban era que la urbe necesitaba mantener un procurador en la corte para que procurase
sus negocios y pleitos. Los oficiales del ayuntamiento respondían a esta petición, oponiéndose, que "la
Çibdad non tenía pleitos ningunos, e el salario que ellos le avían a pagar [a su procurador personal]
que lo pagaba la eibdad [según la medida que solicitaban]", Ibidem, ley XLIII, 40-41.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 241

tasas que pagaban los que iban presos a la cárcel (carcelajes), realizaban muchas
prisiones y prendas de forma injusta". La situación en el interior de la cárcel era
ésta:

"...que los carceleros que andan buscando e buscan diversas artes e maneras
para cohechar e levar a los presos todo lo que tienen. Et por fazerlo mas colorada-
mente, que ponen dentro en la cárcel taverna de vino e tienen otras viandas para
revender a los presos a muy grandes prescios a regatonería, e si alguno de los presos
non beve de su vino nin come de sus viandas que le echan mayores prisiones. E que
eso mismo, que les alquilan ropa para en que duerman por muy grandes prescios, e
ponen tablero para jugar dados para que saquen ellos el tablaje, et que si algunos
[presos] ponen de yuso del calaboco, que los lievan dineros por ello, et aún que les
alquilan [...ocas] en la cárcel, dentro, de manera que los cohechan e lievan quanto
tienen..."89.

Fernando de Antequera intentó solucionarlo obligando a los carceleros a lle-


var tan sólo los carcelajes que de derecho les correspondían, bajo la pena de perder
su oficio para siempre. Pero los abusos no sólo eran cometidos por los carceleros.
Los jueces también intentaban lucrarse económicamente de sus puestos al frente
de la justicia municipal, mediante el cobro por sus veredictos de mayores cuantías
que las estipuladas en el Ordenamiento de Alcalá de Alfonso XI, el vigente en este
aspecto, según el cual, los alcaldes por la sentencia definitiva debían cobrar como
máximo cuatro maravedíes y por la interlocutoria dos 90. Además, manipulaban el
tráfico comercial para beneficiarse de él91 , y, como los anteriores, prendían "suelta
e muy ligeramente a los ornes por muy ligeras cosas", generando una cierta sen-
sación de deshonra e impotencia en aquellos que habían sido hechos presos contra
toda justicia".
Otros abusos surgían por los problemas jurisdiccionales acaecidos entre el
fiel del juzgado, juez de las demandas puestas en la zona de los Montes de Toledo,
y los alcaldes mayores. Tradicionalmente éstos habían actuado como tribunal de
apelación del primero. Sin embargo, en cuanto vieron la rentabilidad económica
que podía generar el tratamiento en primera instancia por ellos de sus causas, no

88. "...me es dicho e denunciado quel carcelero que tiene la carcel desa dicha cibdad de Toledo que
es alguaail e usa del oficio de alguazilazgo, por lo qual dizen que venía muy grand danno a los vezinos
e moradores de la dicha cibdad ca el carcelero seyendo alguazil por levar muchos carcelajes faría
muchas presiones desaguisadas". Ibidem, ley XXIII!, 28-29.
89. Ibidem, ley LVI, 49.
90. Ibidem, ley XV, 23-24.
91. "Estevan Ferrández, alcallde por Pero López, que ponía redes en el rastro et que los ganados
que venían a venderse al rastro que les fazía entrar en sus redes, et que les fazía pagar cierto derecho
porque entravan en sus redes, et desto que venía grand danno a los de la cibdad, lo uno porque por
estos cohechos que les fazían dexavan de traher los ganados allí e la cibdad era menguada de carnes,
e lo otro porque muchas vezes los sennores de los ganados lo que davan por las rentas cargávanlo en
el ganado que vendían, e fazíangelo pagar a los de la cibdad", Ibidem, ley, XVIII, 25.
92. Ibidem, ley XVII, 24-25 "que de las tales prisiones los ornes se tenian por muy deshonrados por
ser fechas contra razón e contra derecho".

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242 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

dudaron en subvertir lo estipulado y dejar de respetarlo a pesar de la costumbre.


En unos casos empezaron a tratar las demandas en primera instancia sin que pri-
mero hubiesen sido vistas por el fiel del juzgado: en otros, cuando ya habían sido
juzgadas por éste y venían a ellos por vía de apelación, lejos acatar los derechos
de las partes, daban sus sentencias sin respetar el mecanismo procesal vigente e
incumpliendo todas las normas establecidas".
Al igual que los alcaldes, los alguaciles, de forma independiente a su faceta
de carceleros, también cometían ilegalidades que lesionaban los derechos de los
vecinos y moradores de la ciudad, al buscar el beneficio que podía aportarles su
condición de ejecutores de las penas dadas por los jueces, con los que en muchas
ocasiones estaban asociados en sus fines lucrativos. A la hora de realizar las tomas
de bienes que se estipulaban en las penas, siempre intentaban prender las mejores
propiedades y llevar más derechos por su labor de los que realmente les correspon-
dían. Una vez con los bienes en su poder, sin notificárselo a las personas a las que
se los habían tomado, daban un pregón anunciando que en caso de que éstas no
vinieran a por ellos para comprárselos en un plazo de tiempo determinado los ven-
derían. Mediante este mecanismo los legítimos poseedores, sin tener noticia ni tan
siquiera de estos pregones, perdían las pertenencias que los alguaciles les habían
prendido. Lejos de vender los bienes incautados a altos precios, los alguaciles los
adjudicaban a precios irrisorios y se los entregaban a individuos que en realidad
eran intermediadores suyos encargados de comprarlos para ellos".
Relacionado con esto estaría el tema de las deudas adquiridas por los vecinos
de la urbe, un asunto no suficientemente estudiado en Toledo ni en el resto de las
ciudades castellanas, y que desde nuestro punto de vista es básico a la hora de
analizar los circuitos de poder establecidos en el seno de la sociedad. En ellas se
manifestaba un tipo de relación caracterizada por la existencia de un antagonismo
económico; unos individuos caudalosos desempeñaban el poder (acreedores) y
otros se sometían a ellos (deudores)". Las deudas, sobre todo en el interior de
comunidades sociales en las que los sectores secundario y terciario estuvieran más
o menos desarrollados, a pesar de su carácter preindustrial, eran un elemento de
desestabilización que podía resultar peligroso, más si tenemos en cuenta que las
carencias de los poderes establecidos a la hora de regularlas las convertían en un
potencial generador de conflictos.

93.Ibidem, ley. XL, 39.


94.Ibidem, ley. XXVI, 29-30.
95. Nos referimos aquí a las deudas contraídas en su día a día por los vecinos de la ciudad, en las
cuales el capital que se manejaba era bastante reducido, no a las que contraían las compañías comer-
ciales o de arrendadores que manejaban cientos de miles de maravedíes. Sobre este último tipo de
deudas tenemos datos bastante interesantes. A principios del siglo XVI (en 1506 ya lo había hecho),
por ejemplo, quebró un banco que en Toledo tenían los hermanos Juan y Alonso de la Torre. Muchos
de sus fiadores se ausentaron huyendo de la justicia, y los que no lo hicieron solicitaron a los monarcas
que se mantuviese el pago que ellos habían estipulado en las cantidades de sus fianzas para que no se
repartiese el capital de la deuda generada entre todos ellos; A.G.S., Cámara de Castilla. Pueblos, legajo
20, fols. 255 y 256.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 243

Cuando había que cobrarlas los oficiales del Concejo también cometieron
infracciones. Los alguaciles hacían tomas de bienes, alegando el impago de deu-
das económicas, a supuestos deudores y a sus fiadores, aunque su acusación fuera
falsa y el débito ni siquiera existiese. Cuando se descubría que en realidad todo
había sido un fraude, que no existía la tal deuda, y que la acción de los alguaciles
tan sólo pretendía el cobro de las tasas que ellos recibían por la entrega de los bie-
nes del deudor, era demasiado tarde, y se negaban a devolver el dinero que habían
recibido en pago por sus derechos. En la tierra de la ciudad los alguaciles también
cometieron este tipo de fraudes, llevando más dinero del estipulado cuando iban a
tomar cualquier tipo de bienes96.
A todos estos problemas plantaría cara la reforma desarrollada por el regente
Fernando de Antequera en 1411. Sin embargo, su marcha a la Corona de Aragón
como ocupante del trono tras el compromiso de Caspe de 1412 contribuyó a que
muchas de estas cuestiones no se solucionaran, y a que los cambios no alcanzasen
un desarrollo pleno. Además, la no-ratificación de estas medidas por Juan II al
principio de su reinado, y su posterior reforma de la estructura del gobierno mu-
nicipal en 1422 97 , hicieron que estas disposiciones cayeran en el olvido. Durante
la última centuria de la Edad Media la vida en Toledo siguió viéndose afectada
por los mismos problemas que venía padeciendo desde tiempo atrás: negligencia
en el funcionamiento de la justicia e inestabilidad político-institucional. La situa-
ción, lejos de solucionarse, se agravó aún más a causa del recrudecimiento de los
conflictos entre los bandos-linaje y contra los conversos que se darían en la urbe
durante todo el siglo XV. En la ocupación de los principales puestos del gobierno
municipal los dirigentes de los grupos políticos vieron, aparte de un interés lucrati-
vo, la posibilidad de conseguir una cierta inmunidad jurídica frente a sus acciones:
además su control pronto empezó a considerarse por los oligarcas como básico
para garantizar el desarrollo y la extensión de las clientelas políticas (horizontales
y verticales) en las que sustentarían su poder.

4. CONCLUSIÓN. ¿UNA HISTORIA EN NEGATIVO?

La lectura de la historia que hemos reflejado en estas páginas puede dejar un


sabor amargo, una sensación de pesimismo ante el funcionamiento de la justicia
y las condiciones de vida de las personas que en teoría estaban bajo su amparo.

96. Véase Ibidem, leyes XXVII, XXVIII, XXIX y XXX, 30-32.


97. Toda la reforma institucional se basó en las disposiciones guardadas por las instituciones diri-
gentes de la ciudad de Sevilla; E. SÁEZ SÁNCHEZ, "El libro del juramento del Ayuntamiento de Toledo",
A.H.D.E., 16 (1945), 530-624. En la actualidad el conocimiento de esta reforma es total gracias a los
trabajos de F. JosÉ ARANDA PÉREZ; "Privilegio de Juan II por el que se crea, junto al Regimiento...";
Poder y poderes en la ciudad de Toledo. Gobierno, sociedad y oligarquía en la Edad Moderna, Cuenca,
1999; Poder municipal y Cabildo de jurados en Toledo en la Edad Moderna (siglos XV-XVIII), Toledo,
1992; y R. M. MONTERO TEJADA, "La organización del Cabildo de jurados de Toledo (1422-1510)",
E.T.F., Serie III, H. Medieval, t. 3, 1990, 213-256.

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244 ÓSCAR LÓPEZ GÓMEZ

Esta sensación es producto de la mirada al pasado desde nuestra mentalidad actual,


en la que concebimos la justicia como un medio de resolución de los conflictos
tendente a garantizar el derecho de las partes y el triunfo de aquélla que de for-
ma objetiva se lo merezca. En la Edad Media, a pesar de los escritos de cronis-
tas y pensadores de todo tipo que defendían las virtudes de la justicia, ésta era
concebida como un instrumento de poder por aquellos que tenían capacidad para
manejarla. No existía lo que hoy denominamos un "estado de derecho". Ante los
medios coactivos y de presión que determinados individuos "poderosos" tenían
la capacidad de desarrollar sobre los jueces, los testigos, etc., los recursos legales
del estado o no existían o se mostraban obsoletos. Amenazas, sobornos, cohechos,
violencia, honra... aparecían a los ojos de los más poderosos en lo relativo a la
justicia como conceptos sinónimos, para los que no podían defenderse de ellos, de
los de impotencia, pobreza, debilidad, angustia, humillación...
No conviene, no obstante, llevar las conclusiones demasiado lejos, entre otras
cosas porque la investigación sobre estos temas aún se encuentra en sus inicios. Lo
ideal sería medir el nivel de desacato a la justicia existente en una sociedad con-
creta no tanto desde criterios cuantitativos, necesariamente engañosos, como de
forma cualitativa, intentando aclarar la actitud frente a ésta de los distintos grupos
urbanos e incluso, a ser posible, de determinados individuos. Los "poderosos" no
eran los únicos que desacataban la justicia.
Jacques Rossiaud al dibujar el perfil tipo del ciudadano en la Edad Media"
trae a colación dos textos que muestran una imagen muy distinta de Londres en
la Edad Media: en uno de ellos aparece una ciudad maravillosa; en el otro, escrito
por un monje en el siglo XII, se recomienda de forma crítica y pesimista que nin-
guno fuera a vivir allí si no quería "marcharse con cualquier delito", y tras afirmar
que cuanto "más criminal era un hombre" de más consideración gozaba, se hace
una advertencia: "si no queréis frecuentar malhechores, no vayáis a Londres". El
propio Rossiaud afirma que a la justicia no se le concedía mucho crédito, que era
"más temida que apreciada" a causa de su ineficacia y de lo costoso que resultaba.
Compartimos esta idea. Todos los individuos estaban a la defensiva frente a la
justicia" y la consideraban un mecanismo más para resolver sus asuntos, tal vez el
más viable para los débiles frente a los poderosos, pero no el único.
La justicia no podía ser manejada, debía funcionar de forma autónoma inde-
pendientemente de los intereses de las partes (en teoría), lo que unido a los costes
que implicaba, hacía que los miembros del común se mostrasen suspicaces ante
ella. Este sentimiento era compartido por los individuos más poderosos de la so-
ciedad, y por eso intentaron controlarla e invalidar su acción frente a ellos en caso
de que no sirviera a sus intereses, lo cual no quiere decir que la violencia estuviese
asociada a la justicia de forma natural ni que ésta nunca funcionara: de ser así no

98. J. ROSSIAUD, "El ciudadano y la vida en la ciudad", J. LE GOFF, y otros, El hombre medieval,
Madrid, 1990, 149-189, en concreto 165.
99. E DE ARVIZU Y GALÁRRAGA, El valor intimidatorio de la pena en el derecho medieval español: su
proyección al momento actual, León, 1986, 9-10.

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Abusos de poder y desacato a la justicia... 245

habría existido jamás, sería totalmente inútil. La violencia era un medio más para
evitar el cumplimiento de la justicia. Otros podían ser la apelación sistemática de
las sentencias otorgadas hasta provocar la ruina económica de la otra parte; la con-
frontación de jurisdicciones para alargar el proceso de los pleitos (entre los jueces
legos y eclesiásticos, entre los alcaldes castellanos y mozárabes, entre la justicia
ordinaria y la de la casa de la moneda, etc.); la solicitud estratégica de cartas inci-
tativas, compulsatorias, de receptoría, etc.
De lo no cabe duda, sin embargo, es de la tremenda desigualdad de los indi-
viduos ante la ley, no sólo por la capacidad económica y de presión (física incluso)
de la que disponían, sino por la propia actitud de la realéza, que, con el fin de
garantizar una cierta vinculación de las oligarquías locales a ella que le permitiera
mantener un dominio estable sobre el realengo, accedió a realizar unas concesio-
nes a éstas que contribuyeron a aumentar su poder. Así se generó un problema que
la historiografía medieval todavía no ha resuelto; el de la centralización política
que trajo consigo el desarrollo del "Estado Moderno". Una simple mirada a la
actuación particular de la realeza en determinados casos concretos, en los que
muestra posturas muy dispares y complejas, no puede sino hacer sembrar dudas
en el historiador, tal vez no tanto sobre la concentración de poder que los reyes
perseguían, pero desde luego sí sobre los mecanismos utilizados por ellos para
conseguirla.

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