García, U. - México y El Exilio Español (1939-1950)
García, U. - México y El Exilio Español (1939-1950)
García, U. - México y El Exilio Español (1939-1950)
Autor
Unai García Navarro
Directora
Palmira Vélez Jiménez
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INDICE
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6.2 La diáspora de la élite: sus principales aportes en México ....................... 52
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SIGLAS UTILIZADAS
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1.- INTRODUCCIÓN
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Precisamente, trasladar al papel ese fuerte vínculo entre ambos países en torno al
exilio es el objeto principal del presente trabajo. Trataremos así de demostrar que la
actitud de apoyo del gobierno mexicano hacia el bando republicano durante la Guerra
Civil y posteriormente hacia los exiliados no tuvo parangón. Aunque no por ello fue un
proceso exento de dificultades, tanto dentro como fuera de México, unos problemas que
tendremos que reflejar igualmente.
Resulta conveniente aclarar que desde el primer momento hablamos de exilio en
singular, pero lo cierto es que el exilio de 1939 estuvo formado por un conjunto de
oleadas, de emigraciones y reemigraciones, de destinos temporales y otros definitivos.
En este sentido, tanto su diversidad como su extensión espacial y temporal nos obligan a
estudiarlo en perspectiva, siendo conscientes de su complejidad y de nuestras propias
limitaciones, de ahí que procuremos establecer una estructura concreta y en la medida
de lo posible cronológica, al margen de que esto no se pueda llevar a la práctica de la
misma forma en todos los capítulos. Por tanto, en nuestro caso nos centraremos en un
destino, México, en el periodo comprendido mayormente entre el año 1939 en el que
comienza la llegada de españoles de forma masiva, si bien será preciso analizar los años
inmediatamente anteriores, pues ya en 1937 llegaría el primer grupo al país azteca; y
1950, considerado el fin de ese exilio masivo y, además, un año en el que el gobierno de
Franco inicia su integración en la comunidad internacional al tiempo que los exiliados
comienzan a perder la esperanza de un pronto regreso.
Además, hay que tener en cuenta que uno de los problemas de los investigadores a
la hora de establecer las cifras de exiliados en los diferentes lugares de acogida reside en
lo común de las mencionadas reemigraciones, como recuerda Pla (2007a), pues muchos
de ellos se afincarían en más de un país y ello hace que en ocasiones los números se
solapen, de ahí que algunas fuentes aporten cifras diferentes y generalmente se manejen
con cierta cautela.
Asimismo, durante años varios han sido los términos utilizados por la historiografía
para designar a los protagonistas del que ha sido el mayor éxodo político de la historia
española, como se dijo. Tal vez el más extendido sea el de exiliados, pero no por ello
debemos obviar otros como desterrados; emigrantes políticos; refugiados; asilados
diplomáticos, denominación oficial del gobierno mexicano durante los primeros años,
como apunta Lida (2009); transterrados, creado por el filósofo exiliado en México José
Gaos; o emigrados, tomado de la Revolución Francesa y que hace referencia
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nuevamente a la emigración política, alejándola, pues, de la económica, como nos
recuerda Canal (2007). En todo caso, cualquiera de estos conceptos enfrenta a sus
protagonistas al problema de su propia identidad al implicar «un abandono forzado de la
tierra natal, del lugar donde están ancladas las raíces profundas de uno mismo» (Alted,
2009, p. 125). Por este motivo los utilizaremos indistintamente.
Por otro lado, el proceso por el que estos exiliados —emigrantes políticos, como
hemos dicho— llegaron a México implicó que, por primera vez en casi 120 años de
emigración española a este país, el gobierno receptor hiciera las veces de organizador y
protector del movimiento migratorio. No en vano, hasta la Guerra Civil este se había
caracterizado en su mayor parte por una inmigración individual que, además, se
apoyaba en los lazos de parentesco existentes con los españoles que ya residían en
tierras mexicanas. Sin embargo, el exilio de 1939 terminaría acercándose al de aquellos
emigrantes económicos, ya que «este destierro republicano fue tan duradero que, poco a
poco, convirtió a los refugiados españoles en una población permanente en México,
semejante a otros inmigrantes» (Lida, 1994, p. 21). En cualquier caso, en nuestro
trabajo no llegaremos a tratar asuntos como el retorno, pues para desgracia de estas
personas fue demasiado tardío —a muchos la muerte les llegó antes, de hecho— y
precisamente por este motivo queda fuera de nuestro objeto de estudio.
También es conveniente señalar que hablaremos de exilio republicano —o de
exiliados republicanos— para referirnos a todos aquellos que dejaron España por
haberse situado en el bando que defendía el sistema político legítimo desde 1931; no
aceptando, pues, el régimen impuesto por los sublevados y a pesar, por otro lado, de que
no todos ellos eran republicanos, como recuerdan autores como Llorens (1976) o Rubio
(1977). Del mismo modo, utilizaremos la expresión exilio de 1939 aunque algunos
españoles comenzaron a salir del país unos años antes, como dijimos, pues se trata de
seguir la dinámica general de la bibliografía y agrupar así a todos los que lo hicieron en
el contexto de la Guerra Civil.
En términos generales, este éxodo tuvo como destino numerosos países, tanto
dentro como fuera de Europa. Entre los primeros, además de la propia Francia, podemos
destacar Inglaterra, Bélgica, Suiza o la Unión Soviética. Entre los segundos tenemos a
África del Norte, especialmente Argelia, Túnez y Marruecos; los principales países
americanos de habla no hispana, es decir, Brasil, Canadá y Estados Unidos; y, por
supuesto, el resto de América, con países como el que nos ocupa pero también
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República Dominicana, Chile, Argentina, Venezuela o Colombia —aunque, como
apunta Pla (2007a), no hubo un solo país hispanoamericano que no recibiera al menos a
algunos republicanos—. De estos últimos destacan dos: México, el primer receptor a
nivel global tras Francia y que acogió al 50 % de los que llegaron al continente
americano; y la República Dominicana, que en relación a su población fue el que mayor
número de refugiados acogería entre 1939 y 1940, aunque la mala experiencia
generalizada provocó que en el siguiente lustro casi todos abandonasen el país, sobre
todo en dirección a Venezuela y al propio México, como afirma Lida (1997). Por otro
lado, esta autora recalca que algunos países como Estados Unidos o Inglaterra
admitieron refugiados españoles pero únicamente a título personal, resultando
seleccionados solo aquellos con mayor capacidad y reconocimiento profesionales y
académicos, de ahí que en ambos ejemplos encontremos exiliados españoles de
renombre pero no grandes desplazamientos colectivos, como sí ocurrió en otros países.
En el caso americano, además, los españoles llegarían a las mismas costas en las
que cuatro siglos antes habían desembarcado sus antepasados, pero esta vez con un
objetivo muy distinto, el de encontrar el porvenir que la guerra les había arrebatado. Y
lo hicieron mayormente desde Francia, quedando como parte minoritaria aquellos que
partieron desde el resto de lugares antes mencionados. No obstante, por regla general la
bibliografía no profundiza en estos últimos por su considerable menor impacto en
términos globales y, por ello, aquí hablaremos especialmente del país galo pero sin la
intención de limitar el proceso geográficamente.
Para terminar, en la medida de lo posible hemos pretendido sustentar este trabajo en
aquellos estudios considerados más relevantes y actuales. Por este motivo, se han
tomado como referencia solo a algunos de los muchos autores que, con su trabajo, han
permitido a la sociedad ser consciente de «la trascendencia humana e intelectual de esa
gigantesca diáspora», haciendo nuestras las palabras de José Luis Abellán (1976, p. 18).
Sirvan estas líneas de reconocimiento a todos ellos por la creación del marco teórico del
que disponemos hoy en día, el cual analizamos a continuación.
Los primeros textos sobre el exilio fueron los testimonios de los propios refugiados
españoles, escritos personales en donde expresaron sus experiencias a lo largo de la
huida y de su llegada a los países de acogida. Tal y como señala Nicolás Sánchez-
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Albornoz (2007) —hijo del político y exiliado republicano Claudio Sánchez-Albornoz y
exiliado él mismo, aunque más tardío— aquellos que se dirigieron a América tuvieron
más facilidades para hacerse oír, pues en Europa la guerra no tardó en llegar y con ella
el silencio. Así, algunos de los refugiados trasladaron al papel sus vivencias y
pensamientos ya desde el océano, a través de diarios en parte publicados, como los de
aquellos que viajaron en el célebre Sinaia entre mayo y junio de 1939 rumbo a México.
En este sentido, la historiadora española Dolores Pla Brugat (2002) —una de las más
reconocidas investigadoras del exilio español en México y ya citada en líneas
anteriores— describe el caso mexicano como el más productivo dentro del exilio
republicano, aportando además un dato interesante: a los treinta años de su inicio
existían en este país un centenar de títulos sobre la cuestión. De ellos, la autora afirma
que la mitad fueron escritos desde las propias organizaciones de refugiados, ante lo cual
estos «bien podían ser considerados fuentes primarias» (p. 109).
De esta forma, el tema fue estudiado en México y en el resto de América tanto por
los nacionales como por los españoles acogidos, quienes dieron un especial enfoque a la
historia cultural de la élite intelectual y profesional del exilio, cuyo legado, de hecho, es
el mayor protagonista de la bibliografía existente, seguido lejanamente por la historia
política y aún a mayor distancia por la historia social. Entre los trabajos mexicanos
podemos nombrar La emigración republicana española: una victoria de México, escrito
en 1950 por Mauricio Fresco, funcionario de la Legación mexicana en Francia y que
tuvo gran contacto con los refugiados españoles, como veremos en algunas citas;
mientras que entre los españoles refugiados, ese mismo año la Universidad de Standford
publicaría la compilación de Julián Amo con la colaboración de Charmion Chelby
titulada La obra impresa de los intelectuales españoles en América. 1936-1945, que
contaría además con un prólogo del escritor mexicano Alfonso Reyes, muy cercano a
los intelectuales españoles, como veremos más adelante. También se publicaron
estudios centrados en determinadas materias, destacando la literatura pero también otras
como la ciencia médica, como vemos en 25 años de medicina española en México,
escrito por el médico refugiado Germán Somolinos d’Ardois en 1966.
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recuperar lo que Franco le había arrebatado al país tras forzar el importante éxodo. Una
de las referencias al respecto es la que dirigió José Luis Abellán entre 1976 y 1978, El
exilio español de 1939, que en sus propias palabras nació con el objetivo de cubrir una
«laguna vergonzosa en nuestra bibliografía» (Abellán, 1976, p. 13). En algunos de sus
seis volúmenes trabajaron incluso autores que vivieron el exilio en primera persona,
como por ejemplo Juan Marichal o el ya citado Vicente Llorens, logrando así una
riqueza en el relato histórico difícilmente superable y siendo todavía hoy, cuarenta años
después, un texto fundamental por ser «la primera historia de conjunto sobre el exilio
español de 1939» (Abellán, 1976, p. 19). Otro de los textos fundamentales y también
citado fue el publicado en 1977 por Javier Rubio, La emigración de la guerra civil de
1936-1939, que según Pla (2002) es otra de las obras de referencia por sus aportes en lo
que respecta a la historia social.
En cuanto a la historia política no será hasta 1976 cuando se publique la primera
obra orientada exclusivamente a ese tema, llevándose a cabo en París de la mano de
José María del Valle y con título Las instituciones de la República en el exilio. Después
de esta podemos recordar La oposición política al franquismo. De 1939 a 1952, obra
del historiador alemán especialista en el maquis gallego Hartmut Heine y que fue
traducida al español en 1983; o el texto más reciente y con el que hemos trabajado aquí,
Historia política de la Segunda República en el exilio, escrito en 1997 por Sonsoles
Cabeza, nieta de Claudio Sánchez-Albornoz.
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concretamente en el Centro Documental de la Memoria Histórica, Salamanca—, además
del original custodiado en la Biblioteca Manuel Orozco y Berra del INAH, en la capital
mexicana.
En 1975 el Fondo de Cultura Económica (FCE) —grupo editorial clave en el
desarrollo y transmisión de la obra de los exiliados y al que haremos referencia más
adelante— publicó el texto Transterrados y ciudadanos. Los republicanos españoles en
México, donde Patricia W. Fagen lleva a cabo un estudio completo del exilio en México
y que, de hecho, es otra de las referencias de nuestro trabajo. Posteriormente, en 1982,
el FCE publicó la obra colectiva El exilio español en México, 1939-1982, que
reafirmaba la tendencia bibliográfica de mostrar el aporte del exilio intelectual a
diversas áreas de conocimiento. Este título contó con la participación como prologuista
del entonces presidente de México, José López Portillo (1976-1982), quien
oportunamente recordaba la importante labor de los refugiados en su país pero también
las facilidades otorgadas por el gobierno mexicano garantizándoles una «segunda
patria» (López, 1982, p. 12). López Portillo fue, por otro lado, quien retomó las
relaciones con el gobierno español tras 38 años de ruptura, algo que se produciría de
acuerdo a la autodisolución del Gobierno en el exilio en 1977 tras el regreso de la
democracia.
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escrito otros muchos textos —véase por ejemplo el de Alted con el que hemos
trabajado— e incluso se rodó un documental en 2004 dirigido por Juan Pablo
Villaseñor, natural de la misma Morelia, bajo el título Los Niños de Morelia. Volviendo
a Pla, ha escrito igualmente importantes obras enfocadas de modo más genérico al exilio
español en México, algunos de los cuales han sido fundamentales para nuestro trabajo.
En cuanto a Matesanz, publicó en 1999 una obra llamada Las raíces del exilio.
México ante la guerra civil española (1936-1939), que si bien no estudia el exilio
masivo desarrollado a partir de 1939 sí lleva a cabo un análisis exhaustivo sobre las
relaciones del gobierno de Cárdenas con el gobierno republicano durante la Guerra Civil
así como las reacciones producidas en México ante el desarrollo de los acontecimientos,
unos momentos clave en la génesis de lo que sería la gran acogida de españoles. Por
este motivo es otra de las referencias que hemos empleado.
Desde España haremos referencia al trabajo de Caudet, que comenzaría su estudio
con El exilio republicano en México: las revistas literarias, 1939-1971, publicada en
1992; para más tarde eliminar los límites geográficos y disciplinares con Hipótesis
sobre el exilio republicano de 1939, escrita en 1997. Mientras, Nicolás Sánchez-
Albornoz ha escrito numerosos artículos y colaborado en diversas obras sobre este
proceso, siendo también compilador de otras como El destierro español en América: un
trasvase cultural, publicada poco después del congreso homónimo celebrado en Estados
Unidos en 1989 como parte de la conmemoración del cincuenta aniversario.
Además de lo anterior, existe otro enfoque de estudio que se produjo igualmente a
partir de la muerte de Franco, el regional. A este respecto, Pla (2002) afirma que «no ha
significado en lo fundamental la apertura de nuevas vías de conocimiento [y] desde la
óptica de las sociedades receptoras este enfoque no resulta demasiado enriquecedor»
(pp. 120-121). Además, es cierto que salvo contadas excepciones este tipo de obras no
se centran en el caso mexicano sino que se ocupan del entorno latinoamericano o
incluso de uno todavía más amplio, siendo en general las relativas a los exiliados
catalanes las más numerosas. De todos modos destacaremos varias de ellas, como la
firmada por Vicenç Riera Llorca en 1994, Els exiliats catalans a Mèxic; el texto de 1995
El exilio valenciano en América. Obra y memoria, de Albert Girona y María Fernanda
Mancebo; Nere Aita. El exilio vasco en América, escrita por Mirentxu Amezaga en
1991; el trabajo en dos tomos de Eloy Fernández Clemente y Vicente Pinilla titulado
Los aragoneses en América (siglos XIX y XX), el segundo de los cuales está firmado
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únicamente por Fernández Clemente y se centra en el exilio de 1939; o el estudio
dirigido por Abellán mencionado anteriormente, cuyo último volumen, el sexto, se
centra en el exilio de gallegos, catalanes y vascos.
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el que difícilmente podría haber sobrevivido hasta la actualidad, a pesar de lo cual sigue
enfrentándose a diversas complicaciones que amenazan su continuidad. Igualmente
destaca la Cátedra del Exilio, una iniciativa mucho más reciente que ha venido
organizando diversas actividades como seminarios y congresos desde su constitución en
2006 con la implicación de importantes instituciones como la UNAM, la Universidad de
Alcalá, la UNED, la Universidad Carlos III o la Fundación Pablo Iglesias.
No podemos olvidar algunos de los portales electrónicos disponibles actualmente,
pues hoy en día el alcance de su contenido y la rapidez con la que este llega al usuario
son inigualables, si bien es fundamental que los organismos que los gestionen cuenten
con un reconocido prestigio para que la información allí expuesta disfrute de un mínimo
rigor científico-académico. En este sentido, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
en colaboración con la Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano (REDER) y
el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) creó y mantiene un portal
denominado Biblioteca del Exilio, el cual está dirigido por Teresa Férriz Roure y
contiene gran cantidad de información relativa al exilio republicano, así como un
fantástico álbum de imágenes, alguna de las cuales presente en este trabajo. Igualmente,
la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes alberga el portal Colección Exilio de la
Fundación Pablo Iglesias, que pone a disposición del usuario un amplio catálogo con
documentos publicados sobre el exilio, destacando la revista Adelante: Órgano del
Partido Socialista Obrero [Español], que comenzó a publicarse en 1942 en México D.F.
En la misma línea tenemos los propios portales de la REDER y del GEXEL, siendo el
primero una red abierta creada en 1999 y formada por investigadores, docentes, becarios
y estudiantes que quieran compartir información o solicitarla en uno de los múltiples
foros existentes; mientras que GEXEL es un grupo de investigación creado en 1993 por
el Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona
(UAB) con el objeto de recuperar la cultura literaria del exilio.
Algunos otros ejemplos los encontramos en el Centro de Investigaciones Históricas
de la Democracia Española (CIHDE), que entre otros proyectos gestiona el portal de la
Cátedra del Exilio; el Portal de víctimas de la Guerra Civil y represaliados del
Franquismo, dependiente del Portal de Archivos Españoles (PARES), es decir, del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España; o el Mapa
colaborativo del exilio español en México, que es una iniciativa del Centro Cultural de
España en México, la Fundación Telefónica México y el Ateneo Español con objeto de
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proporcionar la localización en el mapa de más de un centenar de puntos relacionados
con el exilio en México pero que alcanza otros lugares como Marruecos, Francia o
España, completando la información con entrevistas sonoras, textos y un magnífico
banco de imágenes del que hemos hecho uso en el anexo.
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2.- LOS AÑOS PREVIOS A AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO
Cárdenas
Durante la década revolucionaria que comenzó con la caída del presidente Porfirio
Díaz en 1910, tras 24 años en el poder, y que culminaría con la de Venustiano Carranza
en 1920, México vivió una serie de acontecimientos cuyas repercusiones han llegado
hasta nuestros días. Uno de ellos fue la promulgación en 1917 de la Constitución que
sigue vigente; otro, muy importante, la consolidación de las clases populares como parte
activa del proceso, ya fuera en el propio desarrollo revolucionario o a través de acciones
corporativas de agrupaciones y ligas en pro de mejoras sociales, laborales o relativas a
la propiedad agraria, marcando, así, un antes y un después en la influencia de estos
sectores en la política nacional mexicana.
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contaba con 750.000 afiliados, suponiendo así un apoyo popular fundamental para el
Cardenismo (Aboites y Loyo, 2010).
En el plano agrario, Cárdenas llevó a cabo el mayor reparto de tierras realizado en
el país hasta la fecha, si bien es cierto que en este sentido siguió el modelo marcado por
sus antecesores y fundamentado en liquidar progresivamente el latifundio. Respecto a la
política educativa, se siguió el ejemplo de José Vasconcelos ampliando el número de
escuelas y reduciendo el analfabetismo, lo que permitió al gobierno llegar a las
poblaciones rurales favoreciendo, además, la creación de la Confederación Nacional
Campesina (CNC) en 1938. Para Cárdenas, contar con el apoyo de las dos centrales que
agrupaban a gran parte de los obreros y de los campesinos, las citadas CTM y CNC,
suponía poder seguir llevando a cabo sus reformas con mayor seguridad, llegando a
incluir a dichas agrupaciones junto con otras afines en el partido oficial nacido de la
Revolución, el mismo que en 1938 pasará de llamarse Partido Nacional Revolucionario
(PNR) a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y que más adelante adoptará el
nombre del conocido Partido Revolucionario Institucional (PRI), actualmente en el
poder.
Los opositores nacionales a la política cardenista estaban formados principalmente
por la Iglesia, que había venido sufriendo políticas de exclusión de los estratos de poder
desde la época revolucionaria al tiempo que la reforma agraria limitaba ostensiblemente
su capacidad de influencia sobre el campesinado; los latifundistas, principales víctimas
de una reforma fundamentada en el reparto de la tierra; así como parte de la clase
media, pues la creciente inflación mermaba considerablemente la capacidad adquisitiva
de la población. Todo este descontento interno favoreció la formación de organizaciones
de derechas que en algunos casos fueron relacionadas con el falangismo español por
entonar un llamamiento en favor del catolicismo y el hispanismo más reaccionarios,
especialmente la Unión Nacional Sinarquista (UNS), que llegaría a ocupar el segundo
escalón político tras el partido oficial, sobre todo gracias al apoyo recibido por la
todavía poderosa Iglesia y los hacendados. Los sinarquistas estaban vinculados con los
cristeros y contaban con una base campesina formada por aquellos que «por problemas
burocráticos no se habían beneficiado de las reformas» (Pla, 2007b, p. 39), si bien hubo
un sector obrero que se vio afectado del mismo modo y que por ello se situó en la
misma línea.
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Si nos centramos en el rechazo procedente del exterior debemos hacer referencia a
las dos reformas que más afectaron a las relaciones de México en el plano internacional,
la nacionalización de los ferrocarriles en 1937 y, sobre todo, la del petróleo en 1938
producida tras la negativa de las empresas extranjeras a aceptar un fallo de la Suprema
Corte de Justicia a favor de introducir mejoras laborales. Este hecho, que provocó
reacciones de condena de EE.UU. y Gran Bretaña así como una importante fuga de
capitales que afectaron a la economía nacional, es descrito por Aboites y Loyo (2010)
como «el momento cumbre del radicalismo cardenista e incluso del radicalismo
mexicano del siglo XX» (p. 640). En este sentido, Cárdenas supo aprovechar el
contexto internacional, pues a pesar de las diferencias diplomáticas generadas lo cierto
es que «los estadounidenses [...] consideraron más importante salvar la política
interamericana de Buena Vecindad que a unas empresas particulares» (Meyer, 2010, p.
563). No conseguiría, sin embargo, evitar la ruptura de relaciones con una Gran Bretaña
más tajante en su reacción inicial, aunque poco después el estallido de la Segunda
Guerra Mundial y la mediación de EE.UU. favorecieron el reencuentro de ambas
naciones en torno a la lucha contra el fascismo, como apunta Meyer (2010).
En cuanto a su relación con España, tal y como veremos, el gobierno de Cárdenas
apoyó al bando republicano durante la Guerra Civil (1936-1939) y posteriormente a los
exiliados políticos, en un contexto cordial que se forjó especialmente desde la
proclamación de la Segunda República en 1931. De hecho, México demostró una gran
independencia en el plano internacional siendo el único país, además de la Unión
Soviética, en romper oficialmente las relaciones con España tras la victoria de los
sublevados. En la misma línea, el gobierno de Cárdenas condenaría en distintos foros
internacionales otros atentados a la integridad nacional como el de la Alemania nazi a
Checoslovaquia o la invasión italiana de Abisinia (Lida, 1997). Esta actitud estuvo
reforzada por otras acciones colaterales como la acogida del comunista León Trotski
desde 1937 gracias a la intermediación del pintor Diego Rivera, si bien no pudo evitar
su asesinato tres años después en la capital azteca.
Así las cosas, lo cierto es que a la altura de 1939 la decidida actitud mantenida por
Cárdenas frente al ascenso del fascismo en Europa había provocado el desacuerdo de
muchos grupos dentro de México y, por otro lado, sus políticas radicales hicieron lo
propio con los países que habían realizado fuertes inversiones en México, cuya salida
repercutió negativamente en la economía nacional. Llegaba pues el momento de girar
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hacia una política más moderada con la que «el gobierno de Cárdenas y con él el
radicalismo mexicano iniciaron su repliegue» (Aboites y Loyo, 2010, p. 641).
Durante las primeras tres décadas del siglo XX, como señala Casanova (2014),
España alternó fases de atraso y modernización en las que se aumentó notablemente la
población y la esperanza de vida, crecieron las ciudades, se redujo la tasa de
analfabetismo y aumentaron la productividad del sector primario y la relevancia del
secundario y del terciario, entre otros avances que se verían favorecidos por la
neutralidad mantenida durante la Primera Guerra Mundial y que, en conjunto, la
acercaron al resto de Europa. Por otro lado, el sector dominante durante el reinado de
Alfonso XIII estaba mayormente formado por un reducido grupo de industriales y
financieros así como por una oligarquía rural que se había venido beneficiando por las
desamortizaciones desde el siglo anterior.
En este tiempo el republicanismo se radicalizó al tiempo que las masas sociales
resultantes de la modernización e industrialización del país trasladaban a la calle sus
reclamos a través de manifestaciones, huelgas y mítines, una inestabilidad social que se
intentó controlar a través de la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera entre 1923 y
1930 pero que finalmente acabó con esta y poco después con la propia monarquía. De
esta forma, el 12 de abril de 1931 se produjo la victoria electoral de socialistas y
republicanos en unas elecciones municipales que actuaron como un inexorable
catalizador del cambio de sistema provocando tan solo dos días después el exilio del
Rey y la proclamación de la Segunda República.
Pronto llegaron las elecciones generales, las primeras con sufragio universal para
ambos sexos, así como una nueva Constitución. Como señala Cabeza (1997), España
vivió cinco años de sistema republicano en los que, a pesar de la inestabilidad, se
produjeron reformas fundamentales que mejoraron la situación del país en varios
ámbitos. La reforma agraria elevó todavía más la productividad, redistribuyó la
propiedad en el campo y mejoró las condiciones de vida de muchos campesinos;
mientras que la educativa creó miles de escuelas y a través de proyectos como las
Misiones Pedagógicas la cultura alcanzaría los rincones más aislados del país. Por otro
lado, los reclamos políticos de algunas regiones españolas comenzaban a obtener sus
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frutos, se mejoraron los salarios de los trabajadores y se produjo la ruptura del binomio
Iglesia-Estado al tiempo que la Constitución de 1931 declaraba a este último como
aconfesional. No menos relevante fue la reorganización de un Ejército que sufría graves
carencias materiales pero que al mismo tiempo contaba «con un cuerpo inflado de jefes
y oficiales, muchos más de los necesarios» (Casanova, 2014, p. 8), unos cambios que
provocaron gran malestar en sus filas, prueba de ello fue el fracasado golpe del general
Sanjurjo en el verano de 1932.
Pero la inestabilidad también provenía de los sectores más revolucionarios, pues el
anarcosindicalismo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) confiaba en el
ejercicio de la fuerza como única vía para acabar con las clases privilegiadas, llevando a
cabo diversas insurrecciones que serían reprimidas por unas fuerzas del orden que en
estos casos siempre permanecieron fieles al gobierno de la República.
Con todo, el alejamiento de la Iglesia y del Ejército de las esferas de poder político
y económico, la redistribución de la tierra que afectó a los grandes propietarios y otros
cambios que perjudicaron a poderosos industriales provocaron una movilización
conservadora que pronto lograría resultados positivos al vencer en las elecciones de
1933 con un partido creado ese mismo año, la Confederación Española de Derechas
Autónomas (CEDA), que gobernaría junto con los republicanos moderados entre 1934 y
1935. Precisamente esas elecciones, que apartaron del poder a los socialistas,
provocaron que una parte de estos se adentrara en el terreno insurreccional en 1934, en
las áreas mineras asturianas, abandonando, pues, los valores democráticos como antes
habían hecho otros y resultando igualmente fracasados.
Durante los primeros años de la Segunda República las diferencias dentro de las
fuerzas de izquierda habían demostrado ser notables. Sin embargo, los socialistas
retomaron pronto la vía electoral para participar en una gran coalición que apartase a la
CEDA del gobierno. Así, en los comicios de febrero de 1936 resultó vencedor el Frente
Popular, pero ese año la inestabilidad social provocada por determinados sectores tanto
de la derecha como de la izquierda alcanzaría en algunos casos cotas dramáticas.
Finalmente, el 18 de julio estalló una conspiración militar en la que entre otros
destacados altos mandos participaría nuevamente Sanjurjo, esta vez desde Portugal.
Tras encontrarse con una resistencia importante que les impidió hacerse con el poder en
un primer momento, la situación derivaría finalmente en la terrible Guerra Civil, un
conflicto que, como sabemos, terminó con la caída definitiva de la Segunda República
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el 1 de abril de 1939 y con el exilio que nos ocupa, iniciado de forma masiva ya unos
meses antes.
Respecto a las relaciones entre España y México durante aquel lustro previo a la
guerra, cabe destacar la cercanía en muchas de sus políticas como el impulso en la
educación, la defensa de la causa obrera o la reforma agraria, entre otras. Ello creó un
clima de simpatía mutua como ya hemos comentado en el punto anterior y que se
tradujo, por parte española, en acciones como el aval para favorecer la entrada de
México en la Sociedad de Naciones en 1931, apoyo en el que Alejandro Lerroux tuvo
un papel destacado, como recuerda Matesanz (1999). Justamente en esta liga
internacional el país azteca se ocuparía unos años después de «denunciar la farsa de la
no intervención» al considerar que dicho organismo estaba obligado a apoyar al
gobierno legítimo de España por ser precisamente uno de sus miembros (Pla, 2007b, p.
38).
Tras terminar el conflicto, las reformas realizadas por la República que tanto
desagrado habían provocado en las derechas, la Iglesia y el Ejército fueron rápidamente
suprimidas. Por otro lado, el bando vencedor ejerció una gran represión traducida en
ejecuciones, cárcel o trabajos forzados —en el mejor de los casos— para decenas de
miles de sospechosos de haber colaborado de una u otra forma con los republicanos.
Muchos de ellos fueron capturados en territorio español pero no pocos serían entregados
desde su situación de exiliados políticos en Francia a partir de 1940, ya fuera por la
Gestapo o por los colaboracionistas de Vichy, una vez se produjo la invasión nazi de ese
país. Además, varios miles terminaron en campos de concentración alemanes, donde
solo una pequeña parte sobrevivió.
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veremos más adelante. Todo ello llevó a España al primer plano internacional, aunque
en agosto de 1936 el conjunto de los países europeos firmaron el Acuerdo de No
Intervención antes mencionado. A pesar de formar parte del mismo, Alemania e Italia
siguieron enviando armamento militar, hombres y víveres en favor de las tropas
sublevadas como ya habían empezado a hacer a finales de julio con la entrega de las
primeras aeronaves. Para estos gobiernos, además de apoyar al bando que ideológica y
estratégicamente les convenía, el apoyo prestado les permitiría testar sus últimos
avances sobre el terreno, como así reconoció posteriormente el ministro de aviación
alemán Herman Goering durante los juicios de Nuremberg: «Tuve la posibilidad de
comprobar si el material había sido desarrollado de acuerdo a sus fines» (citado por
Casanova, 2014, p. 88).
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3.- POLÍTICAS DE ACOGIDA Y PRINCIPALES ACTORES
PARTICIPANTES
El escritor español Juan Rejano, exiliado como tantos otros en el país azteca,
afirmaba en uno de sus versos: «Lo más profundo siempre está en el nombre: / México,
Cárdenas» (citado por Lida, 2009, p. 131). No era para menos, pues tras el estallido de
la Guerra Civil el apoyo mexicano a la República tuvo al presidente Lázaro Cárdenas
como principal baluarte, pudiendo establecerse tres vías fundamentales en este proceso.
Una de ellas sería la férrea defensa de México a la Segunda República en el contexto
internacional, principalmente ante la Sociedad de Naciones pero también en distintos
foros. Allí, los representantes mexicanos apelarían una y otra vez a la soberanía de los
gobiernos legítimamente constituidos así como a la necesidad de reaccionar ante el
flagrante desprecio ítalo-alemán por el Acuerdo de No Intervención.
Otro de los apoyos se produjo a través del envío directo de material durante el
transcurso de la Guerra Civil, mientras que otras naciones se negaron a hacerlo tras la
firma del mencionado pacto. El primer envío se produjo en 1936 a bordo del
Magallanes, que transportó alimentos, fusiles y munición. Más tarde, en 1937, se
embarcaría más armamento en el Mar Cantábrico, si bien Pla (2007b) apunta a que esta
mercancía fue a parar finalmente a manos de los sublevados.
En cualquier caso sería la tercera de las vías de ayuda, la acogida de republicanos,
el ejemplo más plausible y objeto de nuestro trabajo en las siguientes páginas. La
llegada de estos españoles a México comenzó a producirse durante la guerra y se
extendió sobre todo a partir de la victoria franquista. Sin embargo, para que esto pudiera
producirse fue necesario que el gobierno de Cárdenas modificase su política de
inmigración, pues desde la época revolucionaria el país había venido aplicando medidas
sustancialmente restrictivas «condicionando la entrada de extranjeros [...] a que no
hubiese escasez de ocupaciones para la mano de obra autóctona» en 1931 o «reservando
el 90 % de las plantillas laborales [...] a los mexicanos» en 1936 (Palazón, 1995, p.
162). Pese a que se produjeron avances en ese sentido, los españoles seguirían contando
con limitaciones como la prohibición de participar activamente en la vida política
mexicana, pues, según el artículo 33 de la propia Constitución, no se permitía a los
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extranjeros «inmiscuirse en los asuntos políticos del país» bajo riesgo de expulsión
inmediata (citado por Lida, 2009, p. 15).
Como es lógico, las políticas de Cárdenas a favor de la República no fueron
aplaudidas por todos los sectores mexicanos, siendo los grupos conservadores los más
críticos a este respecto. No en vano, tal y como señalan Aboites y Loyo (2010) muchos
de ellos «lamentaban la animadversión hacia Hitler y Mussolini [y] proponían que
México reconociera al gobierno franquista» (p. 641). Además, entre aquellos opositores
se encontraba la casi totalidad de españoles residentes en México, una colonia que
según los datos aportados por Pla (2007b) estaba formada por algo menos de 29.000
personas en 1936, perteneciendo mayormente al ámbito católico-conservador y
participando ante todo en los sectores industrial, comercial y financiero —de hecho, tan
solo un 6 % trabajaba en el sector primario (Lida, 1994)—. Nos encontramos, pues, ante
un grupo situado en un estrato socioeconómico medio-alto y alejado del radicalismo
cardenista, lo que en cierto modo lo distanciaba también del ideal republicano español.
De ahí que Pla (2007b) señale con rotundidad que en aquellos años «la mayoría de las
organizaciones españolas en México eran simpatizantes del franquismo» (p. 43), sobre
las que sin duda destacaba la Falange, aunque esta se disolvería en el país azteca poco
después de la victoria de Franco. A pesar de ello, en el lado contrario encontramos
grupos como el Frente Popular Español en México, creado en 1936 con objeto de
recabar fondos para la defensa de la República durante la guerra, para lo cual fundó el
periódico Frente Popular y colaboró en diferentes iniciativas como los comités de
ayuda.
Por su parte, la prensa conservadora mexicana se mostró contraria a la recepción de
refugiados presentando argumentos relacionados principalmente con los problemas
económicos que vivía el país, con los últimos coletazos del crac del 29 todavía
presentes y que se traducían, entre otras cosas, en el alto número de repatriados
procedentes de Estados Unidos tras perder su trabajo. Además, Llorens (1976) recuerda
la tradicional desconfianza mostrada hacia el extranjero por parte de un pueblo
mexicano acostumbrado en su historia reciente a intervenciones imperialistas de países
como EE.UU. o Francia. Al apunte de Llorens podemos añadir que, en lo que respecta a
los españoles, su pasado conquistador todavía provocaba reacciones adversas de
determinados sectores, sobre todo los más nacionalistas e indigenistas. Lo hispano,
decía Claude Dumas, «a pesar de la sangre, a pesar de la lengua, a pesar de la historia
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—o quizá causa de ella—, no conseguía asentarse sólidamente en la conciencia de los
mexicanos» (citado por Ledezma, 2013, p. 293).
Con todo, Cárdenas era buen conocedor de este tipo de rechazos pero al mismo
tiempo valoraba la fuerza humana que esos españoles suponían para México y actuó en
consecuencia orientando la acogida en torno a un acto humanitario, aludiendo a que
estas personas no podían vivir en su lugar de origen, así como a la importancia que el
conjunto de intelectuales españoles esperados iban a tener en el país. Además, el
presidente mexicano impuso —al menos sobre el papel— una serie de restricciones en
torno a las condiciones de acogida para apaciguar los ánimos de los detractores, como
por ejemplo el asentamiento en provincias, es decir, fuera de las grandes ciudades. Pese
a ello, en la práctica y por regla general los refugiados gozarían de grandes facilidades
una vez se establecieron en tierras mexicanas. En este sentido, si bien es cierto que los
recursos económicos para su llegada debían proceder del propio exilio a través de los
diferentes organismos de ayuda —como veremos más adelante—, tras su arribo
disfrutarían de una amplia libertad para ejercer actividades económicas, la posibilidad
de asentarse en cualquier punto del país o el rápido acceso a la nacionalidad mexicana
con el mantenimiento de la española y que en 1940 habían solicitado ya en torno al 80
% de los exiliados (Lida, 1997). Sobre este punto, debemos mencionar que México era
un país que no aceptaba la doble nacionalidad, por lo que dicha concesión al conjunto
de los refugiados españoles cobraba, si cabe, mayor relevancia.
Tras la sucesión de Cárdenas en diciembre de 1940, tanto Manuel Ávila Camacho
(1940-1946) como Miguel Alemán (1946-1952) continuaron el giro a la moderación y
reforzaron el discurso de unidad nacional iniciados por aquel en su última etapa de
gobierno. Para culminar el proceso, se refundó el partido oficial con la creación en 1946
del PRI, que ha venido dominando de forma casi hegemónica la política federal
mexicana hasta nuestros días. Como apuntan Aboites y Loyo (2010), «el radicalismo
cardenista [...] era cosa del pasado. La propiedad privada recibía mayores garantías,
sobre todo en el campo, lo mismo que la floreciente clase empresarial» (p. 649).
Además, el país consolidó su posición del lado de los Aliados —especialmente de
EE.UU.— en el contexto de la Segunda Guerra Mundial a la que, de hecho, se integraría
en mayo de 1942. En términos generales, el estallido bélico y sobre todo la entrada de
EE.UU. supusieron un espaldarazo a la economía mexicana, que vería aumentar la
producción nacional y las exportaciones así como la entrada de capital extranjero,
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favoreciendo todo ello a la industria y comenzando un periodo de bonanza conocido
como el milagro mexicano que duraría hasta la crisis del petróleo de los años setenta,
como apunta Loaeza (2010).
Asimismo, se siguió promoviendo la llegada de refugiados españoles durante toda
esa década, aunque las condiciones que se vivieron en Europa entre 1942 y 1945 no
fueron las ideales y ello repercutió en el número de traslados, fuertemente reducido
durante esos años. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la formación del
Gobierno en el exilio, las cifras volverían a incrementarse hasta que en 1948 se
acabaron los fondos.
Así pues, siguiendo las palabras de Lida (1994) podemos afirmar que tales
circunstancias «convirtieron a estos españoles en un grupo privilegiado» a pesar de las
graves dificultades que les llevaron a huir de su país (p. 21). México, por su parte, supo
aprovechar el potencial de muchos de esos españoles en lo que sería un proceso de
beneficio mutuo, como vemos en el caso del ingeniero Enrique Faraudo: «Hacer venir a
un técnico extranjero para que ajustara la máquina les costaba mucho dinero. Y esto fue
mi oportunidad, porque […] lo hacía yo» (citado en El exilio español [...], 2011, p. 116).
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el desenlace bélico favorable a los sublevados les convertiría en el precedente del exilio
masivo que llegaría al país a partir de 1939.
Como recuerda Alted (2009), este grupo formaba parte de los llamados Niños de la
Guerra, cerca de 33.000 jóvenes que fueron enviados a otros países como Inglaterra,
Suiza, Francia, Dinamarca o Rusia para alejarles del horror mientras durara la Guerra
Civil y gracias a la creación de comités específicos que gestionaban las diferentes
colonias. A este respecto, solo en los casos mexicano y ruso estos niños permanecerían
en las mismas condiciones de acogida después de la guerra, pues en el resto de países se
llevó a cabo una repatriación generalizada.
En cualquier caso, Sánchez (2010) señala que tras la política de estos Niños de la
Guerra hubo también un fin propagandístico, de forma que, ante la ausencia de ayuda
internacional, además de protegerles se pretendía recabar mayores apoyos para la causa
republicana. Este autor apunta a que en México gran parte de aquella propaganda la
llevó a cabo la prensa afín al gobierno, sobre todo el diario El Nacional, considerado
como el periódico oficialista por antonomasia y que ya desde el inicio de la guerra
publicó noticias sobre la necesidad de enviar ayuda al bando republicano. En esta línea,
se organizaron colectas que recogían los diversos comités de apoyo creados con el
apoyo gubernamental, como por ejemplo el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo
Español, clave en el proyecto de Morelia. En cambio, como ya hemos anotado en el
anterior apartado no faltaron los medios que criticaron la acogida de los niños
republicanos pero también las malas condiciones que el gobierno les había
proporcionado, en una posición claramente enfrentada al ejecutivo. En este bloque se
situaba el diario conservador Excélsior, el mismo que dos años después lideraría las
críticas ante la llegada en masa del resto de españoles y que ya desde el inicio de la
guerra se situó en contra de la política de Cárdenas.
Al llegar a Morelia, el grupo fue internado en la Escuela Industrial España-México,
creada por el gobierno mexicano en un antiguo seminario a propósito para
proporcionarles una educación socialista. Pero, como afirma Velázquez (2012), «los
problemas y disfunciones en su funcionamiento fueron constantes» y ello repercutió
negativamente en el bienestar de unos niños que se encontraban a miles de kilómetros
de todo lo que conocían (p. 370). Pese a las críticas que el gobierno recibió por esta
situación, Pla (2007b) señala que tras la victoria franquista el presidente mexicano se
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negó a llevar a cabo una devolución colectiva de los pequeños, algo que sí estaba
ocurriendo en los otros países de acogida.
En cualquier caso, Velázquez (2012) apunta a que cinco meses después del fin de la
guerra, en septiembre de 1939, un total de 167 niños habían abandonado por diversas
causas la escuela de Morelia. Algunos de ellos fueron entregados a sus familiares a
medida que estos iban arribando a México, otros acabaron siendo acogidos por familias
mexicanas y también por exiliados, mientras que los menos jóvenes fueron trasladados a
centros de educación media conforme iban cumpliendo la edad necesaria.
Así pues, vemos que a esas alturas aproximadamente dos tercios de los niños
continuaban viviendo en el mismo lugar y en unas condiciones que seguirían siendo
muy criticadas durante años. Por este motivo se llevaron a cabo acciones de apoyo
desde diversas entidades, destacando la creación en 1942 del Patronato Pro Niños
Españoles, que tenía como objeto mejorar el tutelaje de los pequeños así como dar
cobijo y orientación a los que lo requiriesen. Al año siguiente se establecieron las
denominadas Casas-Hogar México-España, que venían a ser centros de alojamiento
dirigidos a aquellos que habían abandonado Morelia para buscar trabajo o seguir los
estudios en otros puntos del país, principalmente en Ciudad de México.
En definitiva, aquellos «hijos adoptivos del gobierno de México», como los definió
a su llegada el propio Cárdenas (citado por Lida, 1997, p. 110), acabaron asilados en
una ciudad que les dio un destino menos feliz de lo que se prometía y el nombre con el
que han pasado a la historia.
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En realidad, como señala Matesanz (1999), este hecho podría haberse llevado a
cabo antes que la acogida de los niños de Morelia, pues Cosío planteó el asunto a los
pocos meses del inicio bélico, en octubre de 1936, recibiendo respuesta positiva del
presidente mexicano a finales del mismo año. Pero en esta ocasión no se trataba de una
iniciativa del gobierno de la República y la situación en España requería de otras
atenciones, por lo que el diplomático mexicano no lograría reunirse con el entonces
ministro José Giral hasta el verano de 1937 en Valencia. No obstante, todavía habría de
pasar un año más hasta que el proyecto viese la luz, un tiempo en el que se realizó una
ardua búsqueda por parte de las autoridades mexicanas. Se trataba de invitar a algunos
de los españoles más ilustres a formar parte de las instituciones de educación superior
del país azteca en torno a La Casa, tal vez por ello el nombre que se barajó en un
principio era el de Centro Español de Estudios, como señala Lida (2000). Muchos de
ellos ya habían abandonado la Península, principalmente camino de Francia, de ahí la
importancia del entonces embajador mexicano en este país, Narciso Bassols, que ejerció
como intermediario entre la institución y los intelectuales españoles allí refugiados.
Como apunta Lida (2000), lo cierto es que los primeros en incorporarse a esta
institución tras la invitación mexicana ya se encontraban en México. Hablamos del
polifacético José Moreno Villa, llegado en 1937 con 50 años de edad y que hasta su
entrada en La Casa de España ejerció de catalogador de obras de arte y libros antiguos,
continuando su labor más tarde como artista, escritor y crítico; del reconocido poeta
León Felipe Camino, que contaba entonces con 55 años de edad, estaba casado con una
mexicana y de hecho ya había vivido en este país; y de Luis Recaséns Siches, el más
joven de los tres, pues tenía 34 años cuando llegó en 1937, y que había sido docente en
la Universidad de Madrid y vicepresidente del Instituto Internacional de Filosofía del
Derecho.
A aquellos tres les acompañó pronto el filósofo José Gaos, nacido en 1900 y que
sería el primer miembro llegado de fuera de México para incorporarse al proyecto en
agosto de 1938. Gaos había sido rector y profesor de la Universidad de Madrid hasta el
inicio de la guerra y posteriormente participó en el Pabellón Español de la Feria de París
de 1937. En su trabajo con La Casa y en colaboración con la UNAM —como era
habitual en estos casos— pronunciaría numerosas conferencias sobre filosofía,
desarrolló su idea del transtierro, publicó varias obras y comenzó a formar a una serie de
filósofos locales que serían considerados sus discípulos mexicanos.
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Sin ánimo de llevar a cabo una enumeración exhaustiva, pues no es el objeto de este
trabajo, sí mencionaremos algunos de los exiliados españoles más relevantes que fueron
llegando en los siguientes meses a La Casa de España. Entre ellos está el poeta,
periodista, crítico literario y diplomático Enrique Díez-Canedo, quien años atrás ya
había impartido una serie de conferencias en México y gozaba por ello de un gran
prestigio en el país, siendo aclamada su llegada incluso por los medios que se habían
mostrado contrarios a la República, como el Excélsior. Díez-Canedo dejó escritas no
pocas palabras de agradecimiento hacia México, entre las que destacan algunas como
estas: «Lo que una vez me arrebató la vida, pan, trabajo y hogar, tú me lo has dado»
(citado por Lida, 1997, p. 122). Similar recibimiento tuvo el crítico de arte Juan de la
Encina, llegado a finales de octubre y que había trabajado para diversos medios
españoles e incluso argentinos, como La Nación, además de haber publicado diversos
libros sobre artistas como Goya o Zurbarán, entre otros. No menos relevante fue la
llegada del médico psiquiatra Gonzalo R. Lafora, cuya especialidad era novedosa en
México y que contaba con una trayectoria extraordinaria, habiendo trabajado en la
Universidad de Madrid y en prestigiosas instituciones de Washington, Berlín o Munich;
además de ser cofundador junto con José Ortega y Gasset de la revista Archivos de
Neurología, entre otros logros. Por último, destacaremos al joven historiador de 33 años
Jesús Bal y Gay, miembro del Centro de Estudios Históricos de Madrid y cuyos trabajos
sobre el folklore llamaron la atención de Cosío (Lida, 2000).
Como hemos visto, las llamadas de La Casa de España tuvieron por lo general una
buena acogida entre los intelectuales españoles, pero hubo también casos en los que
fueron rechazadas por razones diversas. Entre ellos tenemos al filólogo Tomás Navarro
Tomás, quien para entonces ya formaba parte del cuerpo docente e investigador de la
Universidad de Columbia, en EE.UU., por lo que tuvo que declinar la invitación
mexicana, si bien mostró su interés en colaborar con La Casa «para explicar algún curso
y para realizar algún estudio sobre el habla mejicana» (citado por Soler, 1999, p. 21).
Otro ejemplo lo encontramos en el contenido de una carta de Bassols en la que el
embajador reproduce las palabras del médico y antropólogo Antonio Oriol Anguera
reconociendo que sus circunstancias personales le impedían en ese tiempo aceptar la
llamada:
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destinado a Francia por Cárdenas, donde sería cónsul general hasta que en junio de 1942
fue nombrado embajador. Desde su llegada a Francia y siguiendo el camino emprendido
por los embajadores Narciso Bassols y su sucesor Luis I. Rodríguez, Bosques otorgó
asilo a innumerables personas que habían sido perseguidas por motivos políticos,
raciales, religiosos o de otra índole en una Europa sumida en el caos y el desconcierto
(Gilberto Bosques [...], 2013).
De esta forma, el entonces cónsul se hizo cargo de la mayor parte de los refugiados
españoles que deseaban partir hacia México en lo que sería una labor conjunta con los
dos principales organismos de ayuda a los republicanos, el Servicio de Evacuación de
Republicanos Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
(JARE), los cuales fueron inhabilitados en Francia por el gobierno galo en mayo de
1940, tras lo que, como señala Dávila (2012), «la Legación de México quedó como
encargada del reparto de subsidios» (p. 109).
Este proceso, tremendamente complejo por la situación de guerra total que pronto
viviría gran parte de Europa, se basó en la financiación de los traslados por parte de los
fondos del SERE y de la JARE al tiempo que la diplomacia mexicana se comprometía a
hacer de mediador, así como a proteger en origen y acoger en destino a todos los
refugiados españoles como parte del compromiso contraído con la República por el
presidente Cárdenas, si bien es cierto que según Pla (1994) y como analizaremos más
adelante, al menos en los primeros traslados masivos de 1939 hubo claros criterios de
selección en favor de aquellos considerados de más valía para el país. No obstante, no
fueron pocos los exiliados sin recursos que llegaron a Veracruz con una pensión y un
pasaporte mexicanos en el bolsillo, lo que da una idea de la generosidad del gobierno
mexicano y, en particular, de la eficiencia de Bosques y su equipo para ponerla en
práctica en tales condiciones. «Es grandioso, simplemente, y nadie lo puede valorar más
que el que lo ha vivido» comentaba sobre la ayuda recibida uno de aquellos españoles,
José María Muriá (citado por Pla, 2007b, p. 57), cuando fue entrevistado en 1979 por la
propia Dolores Pla en torno al PHO.
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posible, llevándose a cabo frecuentes actividades culturales y deportivas, juegos para los
más pequeños o trabajos para los adultos (Gilberto Bosques [...], 2013). Todo esto se
realizó sorteando las trabas alemanas que intentaban impedir la salida de más
republicanos españoles desde febrero de 1941, acabando muchos de ellos, como ya
dijimos, en campos de concentración del régimen nazi como el de Mauthausen; un final
que Bosques deseaba evitar al igual que las frecuentes extradiciones solicitadas por
Franco desde el final de la Guerra Civil. Uno de los funcionarios mexicanos que lo
acompañaban, Mauricio Fresco, resumía así los objetivos primordiales para con los
refugiados: «salvar de la muerte a los amenazados; ayudar moral y económicamente;
trasladarlos a México» (citado por Matesanz, 1999, p. 318).
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consecuencias y la sanción que proceda. (citado en Gilberto Bosques [...],
2013, p. 99)
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4.- PRINCIPALES ORGANISMOS DE AYUDA A LOS EXILIADOS
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trabajo a refugiados allegados. Además, la existencia de dos entidades gubernamentales
que llevaban a cabo actividades similares pero favoreciendo a sus sectores más cercanos
«es la mejor evidencia de la fractura del exilio: comunistas y filocomunistas [...] al
frente del SERE y sus opositores al frente de la JARE» (Pla, 2007b, p. 67).
El SERE fue creado en 1937 con los fondos que el gobierno republicano había
depositado en el extranjero durante la guerra y que procedían ante todo de las reservas
de oro y dólares del Banco de España, que en ese momento, tal y como apunta
Casanova (2014), era «uno de los bancos más ricos del mundo» gracias a los depósitos
recibidos desde la Primera Guerra Mundial en un contexto de neutralidad española (p.
92). El SERE se ocuparía entonces de organizar la salida de miles de españoles hacia
Francia, principalmente procedentes de la cordillera cantábrica y por vía marítima.
Más tarde, en los primeros meses de 1939, el Servicio fue reconstituido por Juan
Negrín tras el éxodo masivo hacia el mismo país —producido esta vez
mayoritariamente por la frontera catalana— y comenzando el trabajo desde su sede en
París bajo la dirección de un Consejo Ejecutivo formado por representantes de los
diferentes partidos políticos y organizaciones sindicales, aunque como apunta Cabeza
(1997) las decisiones debían ser ratificadas por las legaciones diplomáticas de los países
que iban a acoger finalmente a los refugiados. Según las investigaciones de Velázquez
(2012), en 1939 la mayor parte de sus recursos en Francia fueron destinados a los
embarques para la evacuación a terceros países, en concreto se estima que estos se
llevaron casi el 40 % del global, lo que nos indica cuál era la principal prioridad de este
organismo. Sin embargo, el mismo autor señala que el SERE fue acusado por
determinados sectores del exilio de seleccionar a los beneficiarios de sus ayudas en
torno a los políticos y personas relacionadas con el gobierno republicano, si bien sus
miembros declaraban que la prioridad era evacuar a aquellos que corrieran un mayor
peligro de ser objetivo de los franquistas, pudiendo el resto regresar a España o
permanecer en Francia durante más tiempo al final de la guerra sin temer por sus vidas,
lo que en la práctica situaba a los dirigentes políticos en un primer término. No obstante,
cuando México paralizó temporalmente los traslados a este país los gastos de subsidios
pasarían a ser los principales del SERE, aunque el progresivo agotamiento de sus
recursos y la presión de las autoridades francesas perjudicaron mucho sus actividades,
siendo de hecho disuelto en el país galo junto a la JARE en mayo de 1940, como señala
Dávila (2012).
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Además, para el caso mexicano el SERE contaba con una filial dirigida por el
doctor José Puche y denominada Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos
Españoles (CTARE). Su actividad comenzó en junio de 1939 y se extendió de manera
notable hasta mediados de 1940, cuando por cuestiones presupuestarias, como sucedió
en la matriz, sus servicios se vieron reducidos hasta la disolución del Comité por orden
de Negrín en agosto de ese año; aunque se mantuvieron algunas actividades, sobre todo
las relacionadas con las empresas que había puesto en marcha (Dávila, 2012).
Durante ese tiempo, los recursos fueron destinados, además de al propio
mantenimiento de la propia estructura del Comité —que según Velázquez (2012) era tan
grande que «socavaba los presupuestos de la entidad» (p. 167)—, a las ayudas
económicas directas a los refugiados, a su alojamiento y manutención, al mantenimiento
de dos embarcaciones, a la concesión de préstamos, a la Delegación de Veracruz
encargada de la recepción de la mayor parte de los exiliados, a proyectos educativos
como el Instituto Luis Vives y a numerosas inversiones empresariales como la Hacienda
Santa Clara, los Talleres Vulcano, la Editorial Séneca o las Industrias Químico-
Farmacéuticas Americanas, entre otras.
El caso de la Hacienda Santa Clara, ubicada en Chihuahua, es representativo por
suponer la mayor inversión empresarial del Comité y porque «pasó de representar toda
una utopía colonizadora a ser un simple rancho paradigma del fracaso de las inversiones
del CTARE» (Velázquez, 2012, p. 224). Allí se estableció en 1939 una colonia española
dirigida por el ingeniero agrónomo Carlos Gaos, hermano del filósofo José Gaos, donde
muchos refugiados trabajarían en una explotación agrícola que formaba parte del
programa cardenista de colonización de tierras despobladas del norte del país y del
acuerdo del Comité con el gobierno mexicano, aunque su rentabilidad fue muy escasa y
finalmente fue liquidada en 1945.
La JARE, en cambio, se financió con un cargamento enviado por mar en marzo de
1939 a bordo del Vita y que en un principio debía destinarse precisamente al CTARE
pero, ante la ausencia de Puche y tras ser rechazada por Negrín la propuesta de Prieto
para convertirse en delegado del SERE en México, este solicitó a la Diputación
Permanente de las Cortes en París la formación de una junta para gestionar los bienes
republicanos, lo cual se materializaría en julio de 1939 con el establecimiento de la sede
principal, también en la capital francesa. El objetivo fundamental de la JARE era, según
sus propios estatutos, la administración «de cuanto afecte al patrimonio nacional» y
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estaría presidida por Luis Nicolau D’Olwer, mientras que Prieto sería vicepresidente y
además la «auténtica cabeza decisoria» de su delegación mexicana (Índices de los
documentos […], s.f., pp. 5-6). No obstante, esta nueva entidad de apoyo a los
refugiados comenzaría realmente su labor a principios de 1940, una vez que se
consolidaron los problemas económicos del SERE, como señala Pla (2007b).
Según Velázquez (2012), la Junta destinó casi el 60 % de su presupuesto a Francia
—incluyendo sus territorios norteafricanos—, destacando la atención a los refugiados
en los diferentes campos y los pasajes que permitirían a miles de ellos dirigirse a otros
destinos como México; si bien es cierto que desde la disolución de la Junta en Francia la
Legación mexicana quedó como gestor de esos fondos y ejecutor de las ayudas en dicho
país, como ya se dijo. Mientras, su delegación en México recibiría prácticamente el
resto de los recursos, pues tan solo un 5 % del total se destinó a otros países, destacando
Cuba y República Dominicana. Asimismo, sus actividades siguieron la línea marcada
por el SERE, destacando en el caso mexicano el Servicio Médico Farmacéutico, esto es,
la asistencia sanitaria a los refugiados; el Colegio Madrid, que con los años se
convertiría en un auténtico referente educativo y cultural en Ciudad de México; el
Comité Femenino, encargado de socorrer a aquellos niños exiliados con menos
recursos, entre los que se encontrarían muchos de los niños de Morelia; y algunas
importantes inversiones empresariales como el Gabinete Hispano-Mexicano de Estudios
Industriales, Construcción Naval, Industrias Pesqueras o diversos proyectos agrarios,
entre otros.
Poco después de que Cárdenas terminara su mandato a finales de 1940, el nuevo
gobierno decidió que la JARE debía recibir el control estatal, pues era México el que
actuaba como mediador político con Francia y si la Junta se quedaba sin fondos sería
este el que se tendría que hacer cargo de la financiación del exilio. Además, como
señala Rubio (1977), las irregularidades en algunas actividades de la Junta y la falta de
rentabilidad de muchas de sus iniciativas empresariales fueron objeto de duras críticas
por parte mexicana pero también de los refugiados españoles, sobre todo de aquellos no
afines políticamente a Prieto, quien con poco éxito presentó argumentos en contra de las
acusaciones. De esta forma, en enero de 1941 la JARE firmó un acuerdo con el estado
mexicano por el que se debía transformar en una entidad económica que basara su
actividad en la legislación mexicana, pero finalmente Ávila Camacho la disolvió por no
haberse llevado a cabo debidamente y a finales de 1942 creó en su lugar la Comisión
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Administradora del Fondo de Auxilios a los Refugiados Españoles (CAFARE), que
estaría controlada mayoritariamente por el gobierno mexicano (Índices de los
documentos […], s.f.; Pla, 2007b).
Durante los tres años en los que existió la CAFARE, su administración se
fundamentó en la transparencia de las cuentas y la minimización de su aparato
burocrático; al contrario, pues, de lo que sucedió con la JARE y ayudando así a reducir
la presión mediática que se había venido produciendo desde la derecha mexicana a este
respecto. Entre sus acciones destacan la creación en 1943 de las ya comentadas Casas-
Hogar, que estaban destinadas a dar cobijo a los niños de Morelia que habían dejado
dicha localidad y que se cerraron en 1948 al terminarse los fondos correspondientes; así
como la mexicanización del Colegio Madrid, que en estos años comenzó la andadura
nacional aunque sin perder sus raíces y su filosofía en favor de los exiliados. Por contra,
en términos globales los gastos realizados dentro del país se redujeron de forma notable,
como recuerda Velázquez (2012), aplicándose de forma estricta unas ayudas
económicas a los refugiados que se habían visto seriamente mermadas al tiempo que se
buscaba la rentabilización de las inversiones que había realizado la JARE en su
momento. Lo mismo ocurrió con las partidas destinadas fuera de México, cuya
disminución afectó profundamente al número de refugiados españoles trasladados a este
país, si bien es cierto que en ese momento la situación en Europa era muy compleja y el
cuerpo diplomático mexicano en Francia había sido capturado por los nazis,
dificultando de por sí las operaciones de reemigración, como ya comentamos.
En noviembre de 1945 la CAFARE fue sustituida por el Comité Técnico del
Fideicomiso para Auxiliar a los Refugiados (CTFAR), creado por decreto del recién
formado Gobierno en el exilio y que vería agotados sus recursos en 1948, como resalta
Pla (2007b). Durante esos años, el CTFAR disfrutó de una menor autonomía que sus
predecesores republicanos y también contó con inferiores recursos, aunque por otro lado
la gestión de estos regresaba al control de los propios exiliados. Además, sus
actividades se reducían a las ayudas prestadas dentro de México, donde se siguieron los
pasos marcados por la CAFARE en los años anteriores. De esta forma, la nueva entidad
dejaba de controlar las ayudas en Francia y otros países y lo mismo ocurriría con los
asuntos empresariales en el propio México. Respecto a los nuevos traslados, ahora sería
el Ministerio de Emigración del nuevo gobierno republicano el que se encargaría de
ellos, recuperándose su actividad a niveles previos a la creación de la CAFARE.
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Por último, es preciso recordar que no solo aportaron recursos los organismos
anteriores sino que existieron diversas asociaciones extranjeras que colaboraron con la
causa republicana, aunque los investigadores apenas hacen referencia a algunas de sus
actuaciones, una situación que Velázquez (2012) explica por la dificultad de acceder a
información relativa a estas entidades por su carácter temporal y por la menor
relevancia de sus ayudas. El caso más destacable es sin duda el del Sinaia, el primer
barco en trasladar a un contingente importante de refugiados a México, cuya expedición
fue organizada según Llorens (1976) «por un comité inglés de ayuda con aportaciones
de cuáqueros ingleses y americanos» (p. 126).
Dentro de México podemos destacar el Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo
Español y el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, estando presidido el
segundo por la esposa del presidente Cárdenas, Amalia Solórzano, que centraría su
actividad en actuaciones como la llegada de los niños de Morelia, sobre la que ya hemos
hablado. Por otro lado, no debemos olvidar la creación en 1938 de la Federación de
Organismos de Ayuda a la República Española en México (FOARE), que hasta el fin de
la Guerra Civil se dedicó a recaudar ayudas económicas que hacía llegar al bando
republicano a través de sus servicios consulares en Europa. A partir de la derrota
republicana, la FOARE siguió la línea cardenista empleando sus recursos en apoyar
económicamente a los traslados de españoles a México, mejorar las condiciones de los
refugiados establecidos en campos franceses a través de las actividades diplomáticas
mexicanas en aquel país, así como ayudar a los niños de Morelia a través de iniciativas
como el Patronato Pro Niños Españoles señalado en el capítulo anterior.
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5.- 1939: COMIENZA LA LLEGADA MASIVA
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las alambradas. Vivían a la intemperie, dentro de una promiscuidad horrible, mal
alimentados, sin servicios sanitarios, peor que bestias» (citado por Matesanz, 1999, p.
318). Entre aquellos campos destacaban Arles, con 44.000 refugiados en mayo de 1939;
Le Barcarès, con 23.000; Argelès-Sur-Mer, con 77.000; o Saint Cyprien, con 90.000
(Fernández, 2011). Además, su situación empeoraría con la ocupación alemana de parte
de Francia, pues el resultante gobierno de Vichy los tacharía de «indeseables» y por ello
«quería verlos fuera del país», como recalca Dávila (2012, p. 166).
Asimismo, el sur francés fue el principal punto de partida de las naves que
trasladarían a los miles de republicanos que tomaron el camino de la reemigración hacia
América, tanto los puertos atlánticos como los mediterráneos. Aunque no debemos
olvidar que otros lugares como el norte de África, especialmente Casablanca, vieron
salir igualmente a españoles rumbo a México y a otros destinos americanos, si bien la
relevancia cuantitativa de los puertos africanos fue mucho menor.
Centrándonos en el país azteca, Veracruz fue sin duda el mayor centro de recepción
de españoles. La capital del Estado homónimo poseía desde hacía siglos uno de los
puertos más importantes del Caribe y desde allí la mayor parte de los refugiados
tomaban transporte terrestre con destino a México D.F., sobre todo, o bien a capitales
estatales. Los menos acababan en el México rural, como vimos con el ejemplo de la
Hacienda Santa Clara en Chihuahua. No obstante, Lida (1997) nos recuerda que hubo
otras vías de llegada al país, si bien minoritarias, como la tomada por el barco De
Grasse, que arribó a Nueva York para desde allí cruzar Estados Unidos por tierra hasta
alcanzar su destino.
Una vez llegados, el gobierno mexicano se propuso dispersarlos a lo largo y ancho
del país, especialmente en provincias y ante todo fuera de grandes ciudades. Pero lo
cierto es que esto no se logró, pues, tal y como apunta Palazón (1995), en 1940 la
población española se concentraba en un 60 % solo en Ciudad de México, existiendo
además otras ciudades importantes en las que se habían venido instalando muchos
españoles, como Guadalajara, Puebla o la propia Veracruz. Lógicamente no todos ellos
eran exiliados —de hecho los porcentajes al respecto no distaban mucho de los de
1936—, pero si tenemos en cuenta que en ese momento el país contaba con 20 millones
de habitantes; de los cuales uno y medio, es decir, menos del 8 %, vivían en la capital,
podremos entender mejor la importancia de la concentración urbana de los españoles.
Dicha realidad queda extendida al caso concreto de los exiliados, pues así lo constatan
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otros autores como Pla (2007b), quien afirma: «Hay indicios de que una mayoría [de los
exiliados], quizás las tres cuartas partes, residió en la capital mexicana» (p. 102).
De esta forma, algunos se han referido a la capital mexicana como la Ciudad de los
refugiados (El exilio español [...], 2011, p. 114), no solo por la importancia demográfica
de los recién llegados sino porque allí se reunieron, como ya se ha dicho, instituciones
tan relevantes para el exilio como La Casa de España y empresas creadas por los
diferentes organismos de ayuda, que también fundarían los dos centros educativos más
importantes para los hijos de los exiliados: el Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives.
Estos lugares habían sido fundados ex profeso para la enseñanza de aquellos jóvenes y
con el paso del tiempo sus profesores, también exiliados, serían conscientes de que
aquellos alumnos formaban parte de la última generación de españoles a los que podrían
transmitir el ideal republicano que en España había sido eliminado por las armas.
Las tres grandes expediciones del verano de 1939 partieron de Francia y supusieron
la llegada a Veracruz de un total de 4.658 españoles. La primera de ellas salió de Sète
con 1.599 refugiados a bordo del Sinaia, los cuales arribarían el 13 de junio en un viaje
financiado con la ayuda angloamericana, como ya se comentó. Las otras dos partieron
de Burdeos y corrieron a cargo del SERE: el Ipanema llegó el 17 de julio con 994
personas y las restantes 2.065 lo hicieron diez días después en el Mexique, el mismo
barco que dos años antes había trasladado a los niños de Morelia. Para valorar en
perspectiva la relevancia de estas llegadas, es preciso señalar que, además de producirse
en tan solo seis semanas, supondrían en conjunto casi la cuarta parte —un 23 %— del
exilio republicano en México, un proceso que recordemos se extendió hasta 1950 (Pla,
2007b).
No obstante, aquellos no fueron los primeros viajes de 1939 ni serían las últimos,
pues se produjeron otros menos relevantes cuantitativamente, como nos recuerda
Llorens (1976) con el caso del Flandre y sus 312 españoles que alcanzaron Veracruz el
1 de junio, el primer grupo en llegar al país una vez terminada la Guerra Civil.
En septiembre de ese año se produjo la suspensión temporal de los traslados tras
estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando Bassols, entonces embajador mexicano,
anunció desde París la decisión de no enviar más españoles alegando el peligro que
suponía el viaje en aquellas condiciones y las dificultades de encontrar las naves
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adecuadas, aunque lo cierto es que en ese tiempo sí se trasladaron refugiados desde el
país galo a otros destinos americanos como República Dominicana. Por ello, y teniendo
en cuenta la situación interna en México, es comprensible pensar que los problemas en
el mercado laboral tras las primeras oleadas, las fricciones políticas internas de los
exiliados y la propia oposición mexicana a la política de Cárdenas fueran más bien los
que provocaran dicha suspensión, como defienden Pla (2007b) y Palazón (1995).
No obstante, en junio de 1940 el todavía presidente Cárdenas consideró que una
situación nacional más estable gracias al alejamiento de sus políticas radicales así como
la reciente caída de Francia ante Alemania propiciaban la reanudación de los traslados.
De esta forma, el 1 de julio ordenó a Luis I. Rodríguez, sucesor de Bassols, que
contactara con el gobierno del mariscal Pétain en Vichy para informarle de la intención
mexicana de «recoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en
Francia [...] en el menor tiempo posible» al tiempo que «en atención a las
circunstancias» trasladara su deseo igualmente a los gobiernos italiano y alemán (citado
por Pla, 2007b, p. 55).
En ese momento quedaban en Francia alrededor de 130.000 exiliados, lo que da una
idea de hasta qué punto Cárdenas estaba dispuesto a cumplir la promesa de apoyo a la
República realizada desde el inicio de la Guerra Civil, a pesar de que su incapacidad de
acoger a tal volumen de personas y la oposición existente en el país ante esta política lo
convertían en un proceso poco realista, según Dávila (2012).
El mariscal Pétain, tras conocer que la intención mexicana era hacerse cargo de los
gastos del proceso, reaccionó afirmando lo siguiente: «Mucho sentimiento y poca
experiencia internacional» (Rubio, 1977, p. 456). Lo que desconocía el mandatario
francés era que, en realidad, sería la JARE la que lo financiaría, aunque pronto sería
evidente que sus fondos no permitían el traslado del número de personas inicialmente
previsto. En cualquier caso, el ofrecimiento mexicano en el aspecto económico sería el
eje del acuerdo y, por otro lado, el gobierno galo veía con muy buenos ojos la salida de
los refugiados españoles, pues para este suponían algo más que una carga, como así lo
aclaró el vicepresidente Pierre Laval: «A ellos debemos nuestras mayores desgracias,
inclusive la de mantenerlos a pesar de la tragedia que vivimos» (citado por Dávila,
2012, p. 168). Así pues, el 22 de agosto se confirmó el Acuerdo Franco-Mexicano por el
que Vichy se comprometía a respetar la libertad y el derecho de asilo de aquellas
personas, retomándose unos viajes en los que por exigencia gala no participarían
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aquellos que hubieran cometido delitos y tampoco lo harían, tras la presión ejercida por
el gobierno de Franco, cerca de 800 antiguos dirigentes republicanos que serían
reclamados desde España (Dávila, 2012).
Sin embargo, como apunta Rubio (1977), seis meses después de la firma del pacto,
en febrero de 1941, los alemanes toman la siguiente decisión: «no deben ser autorizados
a marchar a México los refugiados españoles en edad militar» (p. 452). El control
alemán de buena parte del territorio francés complicaba mucho estas reemigraciones, a
pesar de lo cual la diplomacia mexicana, con Gilberto Bosques a la cabeza, fue capaz de
sortear algunas de las restricciones y siguió otorgando protección y trasladando a
muchos españoles de forma clandestina. De hecho, fue precisamente a finales de ese
año cuando el gobierno mexicano rentó los dos castillos en el entorno marsellés para
acoger a refugiados. De todas formas, no habría sido posible continuar con las salidas
sin el interés del propio gobierno francés, que trató de ignorar la actividad de los
diplomáticos mexicanos al no estar conforme con la decisión alemana, aunque su
sumisión político-militar no le permitía rechazarla oficialmente.
Finalmente, tras dos años de acuerdo en los que se habían trasladado cerca de 4.000
españoles desde Francia (Palazón, 1995) —destacan viajes como los del Cuba y el
Nyassa—, México decide romper relaciones diplomáticas con el gobierno de Vichy. En
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el comunicado oficial firmado el 9 de noviembre de 1942, el presidente mexicano Ávila
Camacho alegó que se trataba de una situación que «no corresponde ya a la verdad
internacional» y que el ejecutivo galo «no representa el espíritu libre de Francia» tras la
actitud hostil mostrada hacia los Aliados (citado por Dávila, 2012, p. 188). Pocos días
después, Francia al completo pasaba a ser controlada por el régimen nazi.
Desde 1939 y hasta la ruptura de las relaciones franco-mexicanas habían llegado al
país azteca un total de 12.127 españoles. Así, como vemos en el siguiente gráfico, en los
tres años y medio transcurridos desde el inicio del exilio se concentró nada menos que
el 61 % de los desplazamientos totales, mientras que el 39 % restante se produciría en
los 8 años siguientes, hasta 1950 inclusive. Esta cifra cobra todavía mayor relevancia si
recordamos que los viajes se suspendieron por orden mexicana durante casi un año,
entre septiembre de 1939 y agosto de 1940.
Es más, durante los aproximadamente tres años siguientes a dicha ruptura, los
españoles que reemigraron a México fueron solo una mínima parte de los que lo habían
hecho hasta entonces. Así, vemos que tan solo 1.381 llegaron en el periodo 1943-1945.
Esta significativa reducción —no olvidemos que el Mexique había trasladado a más de
dos mil en un solo viaje— se debió a que casi toda Europa estaba en guerra y, al mismo
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tiempo, los miembros de la Legación mexicana en Francia habían sido capturados. Por
contra, la ocupación del norte de África por parte de los Aliados aceleró la salida de una
parte de los españoles que permanecían en campos norteafricanos rumbo a México y
otros países. De igual modo, en este tiempo llegarían a México diferentes grupos que se
encontraban en República Dominicana. No en vano, los españoles llevaban varios años
abandonando esta isla debido a los problemas de adaptación (Rubio, 1977).
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se formará el Gobierno en el exilio en
México, recuperándose de forma sustancial el número de traslados desde entonces. Así,
como podemos observar en la primera gráfica existió un pico en 1947 para después
reducirse conforme lo hacían los fondos del ejecutivo republicano. Por otro lado, las
gestiones de Bosques durante esos años en Portugal, a donde recordemos fue enviado
como embajador tras ser liberado por los alemanes, permitieron que desde el país luso
también salieran republicanos con destino México. Además, la Organización
Internacional para los Refugiados (OIR), creada tras la derrota de las potencias del Eje,
se ocupó durante al menos un lustro de los refugiados españoles que todavía precisaban
ayuda en Europa, colaborando así en los nuevos procesos de reemigración (Pla, 2007a).
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6.- LOS PERFILES DEL EXILIO Y EL ÉXODO INTELECTUAL
La emigración española a México desde mediados del siglo XIX hasta 1936 fue
protagonizada principalmente por emigrantes económicos que habían venido ampliando
sus actividades desde el comercio y los negocios familiares hasta otros campos como la
industria, la minería, las exportaciones agrícolas, los transportes o las finanzas. De esta
forma, a pesar de que su relevancia demográfica fue escasa la influencia que habían
venido ejerciendo en los sectores económicos y de poder sí fue importante, sobre todo
en las ciudades, si bien es cierto que perderían gran parte de su preeminencia social y
política durante la Revolución mexicana.
A partir de la Guerra Civil, los españoles llegados al país azteca supusieron en
torno al 12 % del total de exiliados, solo por detrás de los que finalmente permanecerían
en Francia aunque a gran distancia, como vimos. En cambio, su repercusión con
respecto a la población mexicana —unos 25 millones en 1950— no llegaba al 0,1%, lo
que nos indica que la influencia demográfica siguió siendo mínima al tiempo que
mantenían una fuerte inserción urbana. Por otro lado, con la llegada de los republicanos
sí que se produce un cambio de dinámica en otros ámbitos, pues ahora se trataba de un
grupo de emigrantes políticos que, según Lida (1997), «por sus intereses antes de la
Guerra Civil [...] no estaba destinado a emigrar y que no lo habría hecho “motu
proprio”» (p. 75). Esto se explica porque una parte muy significativa eran «trabajadores
y técnicos altamente cualificados, académicos, artistas y científicos de nivel destacado»
a los que la bibliografía ha otorgado un especial protagonismo por la gran aportación
realizada a sus respectivas materias en el panorama mexicano (Lida, 1994, p. 15).
Por su parte, la investigadora Dolores Pla llevó a cabo en 1994 un estudio sobre las
características de los exiliados de 1939 en México partiendo de los datos encontrados en
la obra inédita Memoria de las actividades desarrolladas por la delegación de
Veracruz. Este texto había sido elaborado en el verano de 1939 por el entonces
colaborador del CTARE, Patricio G. Quintanilla, quien entre otros apuntes recogió
importantes parámetros de los españoles que llegaron a bordo del Sinaia, el Ipanema y
el Mexique. Con el análisis de los mismos, Pla trazaría los perfiles de aquellos cerca de
4.600 españoles —recordemos, un 23 % del total llegado al país— con objeto de
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extrapolarlos al conjunto del exilio en México, pues como vemos se trataba de una
muestra más que significativa.
Con todo ello, observamos que el 18 % eran menores de 15 años —edad mínima
para la realización de la ficha de entrada en el país en ese momento—, un 67 % de los
mayores de esa edad eran varones mientras que prácticamente la misma proporción
estaban casados/as. Estos datos vienen a confirmar que «a diferencia de las
emigraciones económicas, en las políticas el traslado de la familia completa es mucho
más común» (Pla, 1994, p. 220).
En cuanto a los lugares de origen, los datos recogidos por Quintanilla permitieron
conocer que la región catalana fue la que más exiliados aportó con un 22,4 %, seguida
de Castilla la Nueva —en la que entonces se incluía Madrid— con un 20,6 % y más de
lejos por Andalucía (11,4 %), País Vasco (6,7 %), Castilla la Vieja (6,2 %), Aragón (6
%), Valencia (5,7 %), Asturias (5,6 %) y Galicia (4,2 %), quedando el resto en un plano
menos relevante, si bien todas las regiones aportaron exiliados a México. Por otro lado,
la importancia de los exiliados urbanos en este país es evidente con casi el 30 %
procedente únicamente de dos ciudades: Madrid y Barcelona.
Por otro lado, la autora compara la importancia de las regiones de origen de los que
llegaron a México con las de los que permanecieron en la Francia metropolitana, en
donde tomando como referencia el trabajo de Javier Rubio La emigración de la guerra
civil de 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República
Española —sobre parte del cual ya hemos trabajado— apunta a que Cataluña seguía
siendo la mayor (36,5 %) pero seguida esta vez por Aragón (18 %), al tiempo que
Andalucía mantenía el tercer lugar con casi la misma importancia (10,5 %), después
Valencia (9,2 %) y por último otras como Castilla la Nueva, en este caso con mucha
menor presencia que en México (5,9 % respecto al 20,6 % anterior).
El hecho de que Cataluña —entonces tercera a nivel poblacional tras Andalucía y
Castilla la Nueva, como recuerda la autora— fuera en ambos destinos la principal
región emisora se explica en gran parte porque el propio desarrollo de la guerra afectaba
directamente a las posibilidades de salida de los republicanos, quedando los residentes
de Castilla la Nueva más cercanos a las costas levantinas —con destino inicial el norte
de África, aunque posteriormente algunos de ellos llegarían desde allí a México—,
mientras que catalanes y aragoneses contaban con una salida natural a Francia por los
Pirineos, donde muchos permanecerían finalmente.
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Respecto a la profesión de los cabezas de familia y de aquellas personas que
viajaban solas —únicos casos en los que Quintanilla hizo referencia en este sentido y
que representaban algo más de la mitad de los llegados en aquellas tres naves—, el
22,16 % pertenecían al sector primario —prácticamente reducido al mundo agrícola— y
el 29,07 % al secundario; de forma que el resto de los refugiados, el 48,77 %, se había
dedicado en España a actividades del sector servicios o terciario. Además, los datos
muestran con claridad que entre estos últimos sería mayoría, con casi el 60 %, el grupo
compuesto por profesionales, intelectuales, artistas, maestros y catedráticos,
demostrando que el exilio español en México estuvo formado en nada menos que un
28,45 % por personas altamente cualificadas, una cifra que podemos ampliar al 80 % si
incluimos a aquellos que contaban con «un cierto grado de especialización», en palabras
de Pla (2007a, p. 22).
También es relevante el conocimiento de otras lenguas, pues más de una cuarta
parte del total hablaban francés, a lo que Pla (1994) añade el hecho de que muchos
hablaran además la lengua de su región en España —en los casos en los que existiera
otra aparte del castellano— aunque sobre esto habría que valorar la importancia que ello
tendría en su perfil de exiliado, motivo por el que muy probablemente este dato no
conste en los apuntes de Quintanilla. De todos modos, no cabe duda sobre el alto nivel
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de formación con el que contaban los exiliados españoles en México, una realidad
reforzada por otro dato contundente, tan solo existía un 1,4 % de analfabetismo frente al
23 % que había en España en 1940 o al 45 % mexicano (El exilio español [...], 2011).
En su trabajo, Pla lleva a cabo además un análisis comparativo entre los datos de
Quintanilla y los relativos a la Francia metropolitana poco después de la salida del
Sinaia, los cuales son obtenidos esta vez de un listado realizado por el SERE y llamado
Censo de españoles refugiados en Francia en el mes de junio de 1939, también inédito.
Si bien es cierto que la composición de los refugiados para ambos destinos coincide en
algunos parámetros como puede ser la proporción de niños y mujeres —un 45 % para el
caso mexicano y un 43 % para el francés, apreciándose por ello el fuerte carácter
familiar antes comentado—, Pla (1994) afirma que en otros se pone «claramente de
manifiesto que hubo un criterio de selección de los refugiados que habrían de venir a la
República Mexicana» (p. 227). Por un lado, en la siguiente gráfica vemos que los
pertenecientes a los sectores primario y secundario se redujeron en el caso mexicano en
beneficio de un significativo aumento en el terciario, que se vio incrementado del 18,31
% en Francia al ya apuntado 48,77 % en México. Este aumento, además, se trasladó
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mayormente a los intelectuales, artistas, científicos y profesionales, pues pasaban del
2,66 % en Francia al 28,45 % antes mencionado. Por otro lado, la afirmación de la
autora se refuerza al observar la evolución de este último grupo de personas en los tres
barcos analizados, pues su importancia se reduce progresivamente hasta suponer la
mitad en el último barco, el Mexique, con un 19 %; respecto al primero, el Sinaia, con
un 39 %.
Con estos datos Pla (1994) indica que, además de las preferencias del SERE y la
JARE que beneficiaban a los políticamente más cercanos en cada caso, por la parte
mexicana existió «un marcado interés por sacar primero de Francia [...] a la élite del
exilio»; y, por otro lado, explica que si la tendencia decreciente de la que hablábamos
con respecto a los tres barcos se hubiera extendido en los siguientes años el perfil del
exilio aquí expuesto podría sufrir «alguna modificación, aunque seguramente no sería
sustancial» (p. 229). Además, como señala Lida (1997) los refugiados españoles que
contaban con carreras profesionales no podían ejercerlas en Francia por el hecho de ser
extranjeros, lo que también favorecía su reemigración hacia otros destinos en los que sí
pudieran hacerlo, como el que nos ocupa.
De fondo, vemos que una parte importante de aquellos que habían permitido a
España vivir una nueva época dorada en términos científico-culturales en el primer
tercio del siglo XX se vieron abocados al exilio donde, además, terminarían recalando
mayormente en el continente americano y muy especialmente en tierras mexicanas,
gracias a la política de acogida allí aplicada desde la época del presidente Cárdenas.
Como hemos visto, antes de iniciarse el exilio masivo La Casa de España ya había
comenzado a acoger a una serie de destacados hombres de letras, científicos, expertos
en arte y, en definitiva, intelectuales españoles que desarrollarían su trabajo en torno a
esa institución a salvo de la guerra y la represión. Como apunta Matesanz (1999), el
alcance que tuvieron la presencia y el trabajo de ese grupo de españoles condicionó la
imagen que se tendría del exilio español en torno al carácter intelectual.
En octubre de 1940, tras «dos años de actividad enormemente fructífera» (Lida,
2000, p. 116) y a iniciativa de entre otros Alfonso Reyes, La Casa de España
desaparecía como tal para ser sustituida, como ya comentamos, por El Colegio de
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México (COLMEX), cuya denominación inicialmente propuesta había sido Centro de
Estudios Superiores. Se trataba de una nueva institución que pretendía mexicanizar la
anterior pero sin perder la herencia española que la había fundamentado. De hecho,
aunque hubo varias bajas españolas y alguna de ellas fue relevante, como el caso del
poeta León Felipe, los miembros españoles del COLMEX serían prácticamente los
mismos de los inicios de La Casa. Pero, como apunta Fagen (1975), entonces «El
Colegio ya no era el único centro intelectual español, ni aun el más importante» (p. 62).
No en vano, desde las primeras llegadas los intelectuales habían venido colaborando
con diferentes instituciones culturales, científicas, económicas y académicas a lo largo
del país, estableciéndose una sólida red de contactos entre ellos que les permitía ahora
no depender del COLMEX para seguir desarrollando su trabajo en las diferentes
disciplinas. De hecho, los centros que recibieron en mayor número a esos intelectuales
españoles fueron la UNAM y el IPN.
En el campo de la Medicina, según el escritor y médico refugiado en México
Germán Somolinos (citado por Pla, 2007b), llegaron nada menos que medio millar de
doctores españoles, una cifra muy relevante teniendo en cuenta que suponía una décima
parte de médicos que entonces ejercían en el país azteca. La mayor parte se habían
formado en la Institución Libre de Enseñanza y ayudaron al país a desarrollar
especialidades que apenas contaban con médicos de prestigio como la ginecología, la
psicología o la cardiología; a controlar enfermedades como el sarampión o la malaria, lo
cual se logró con campañas específicas; así como a desarrollar la industria médico-
farmacéutica, un campo en el que destacó especialmente el químico Blas Cabrera,
fundador de sus propios laboratorios. Además de los anteriores, podemos mencionar a
los fisiólogos José Puche —quien recordemos dirigió la CTARE— y Jaime Pi-Suñer, al
psiquiatra Wenceslao López o al oncólogo Germán García, entre muchos otros.
Otro científico destacado fue el químico y político republicano José Giral, doctor
honoris causa en varias universidades internacionales y de cuya labor en el Gobierno en
el exilio hablaremos más adelante. Tampoco podemos olvidar al entomólogo Ignacio
Bolívar Urrutia, pionero en España en dicho campo y uno de los científicos españoles
más relevantes del siglo XX. Bolívar murió a los diez años de su llegada a México, ya
anciano, pero allí tuvo tiempo de seguir su trabajo y de fundar junto con otros exiliados
la revista Ciencia, una auténtica referencia desde entonces. Su legado quedó en multitud
de trabajos y en sus discípulos, entre ellos su hijo Cándido, también exiliado en tierras
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mexicanas. El botánico Faustino Miranda, por su parte, desarrolló una exitosa
trayectoria en México que le fue reconocida con gestos como el hecho de que hoy en día
el Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria lleve su nombre (Pla, 2007b).
Dentro de las Humanidades, la Filosofía fue sin duda una de las disciplinas más
reforzadas gracias a los intelectuales españoles, destacando su contribución en el ámbito
del pensamiento alemán así como la transmisión del trabajo de José Ortega y Gasset.
Además de José Gaos —el más reconocido— y Luis Recaséns, de los cuales hemos
hablado en el capítulo tercero, sobresalieron otros nombres como el de María
Zambrano, Adolfo Sánchez Vázquez o Eduardo Nicol, quien demostraba así su sentido
agradecimiento a México: «Era un deseo firme de servir a ese país que no pedía nada de
nosotros, y al que por eso mismo teníamos que darle todo. Y fuimos fieles» (citado en
El exilio español [...], 2011, p. 174).
Otro campo destacado fue el de la Antropología, que con exiliados como el ex
rector de la Universidad de Barcelona Pere Bosch Gimpera y, sobre todo, con Juan
Comas y su discípulo Santiago Genovés —ambos miembros del Instituto Indigenista
Interamericano—, se avanzó en el estudio del indigenismo, una de las fuentes de
inspiración del nacionalismo revolucionario mexicano. La Historia también se vio
beneficiada, sobre todo la colonial, tan poco trabajada por los historiadores mexicanos
posrevolucionarios. Así, la historia mexicana se presentó ante investigadores como José
Miranda, Ramón Iglesia o Agustín Millares Carlo como un inmenso campo de estudio,
asimismo trabajado por otros hombres de letras como Américo Castro desde su exilio en
EE.UU., como apunta Fagen (1975). Otros historiadores ilustres llegarían en la década
de los cuarenta, destacando a Rafael Altamira, que no era la primera vez que visitaba
México y en cuya capital fallecería en 1951.
Por otro lado, la majestuosidad y diversidad de la geografía mexicana, lo exótico de
su flora y fauna, también de su cultura, de sus gentes; todo ello debió de favorecer la
creación artística y estimular la inspiración de los recién llegados en campos como la
escritura o la fotografía. En este último caso podemos recordar a los hermanos Mayo,
quienes dejaron un importante testimonio visual del exilio. Por otro lado, algunos de los
creadores españoles tomarían también, como parte fundamental de su trabajo, las
propias experiencias del exilio, trasladando a su obra una amalgama de sensaciones
sobre la España perdida y, al mismo tiempo, sobre la tierra que les acogió. Fagen (1975)
recuerda la relevancia de los pintores Enrique Climent, José Renau o Remedios Varo; a
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los que podríamos añadir el cineasta aragonés Luis Buñuel, quien en 1950 dirigiría una
de las películas mexicanas más aclamadas de la historia, Los olvidados.
Entre los escritores podemos destacar a Max Aub, de origen francés pero que
escribió toda su obra en español abarcando distintos géneros como la narrativa, la poesía
o el teatro; Manuel Andújar, cofundador en 1946 de la revista Las Españas junto con el
también escritor exiliado José Ramón Arana; Ramón J. Sender, uno de los escritores
aragoneses más reconocidos del pasado siglo y que fundó Editorial Quetzal antes de
trasladarse a EE. UU. en 1942, en donde continuó su trabajo; el ya citado Juan Rejano,
poeta andaluz que dirigió la Sección de Cultura del periódico El Nacional; Luis
Cernuda, que no se instalará en México hasta 1952 pero que en los años cuarenta lo
visitó en varias ocasiones; o Pedro Garfias, cuyo exilio en México es recordado en
versos como los que siguen, extraídos de sus Poesías de la guerra española, publicadas
en el país azteca en 1941 y que contaban con prólogo del propio Rejano:
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En lo que se refiere a las editoriales que publicaron la obra del exilio sobresalen dos
a las que ya hemos hecho referencia: La Casa de España/COLMEX y el FCE. Ambas
colaboraron estrechamente y aprovecharon el ineludible declive de la industria editorial
española durante la Guerra Civil, la mayor de los países hispanohablantes,
convirtiéndose con la ayuda de los profesionales españoles en unas de las editoriales
más importantes de Latinoamérica, especialmente el FCE, que había sido creado en
1934 para desarrollar el campo de la economía en todos sus ámbitos —hasta entonces
poco trabajado en la región—, aunque pronto se abrió con éxito a otras disciplinas. Por
otro lado, muchos exiliados ejercieron de traductores, facilitando la publicación en
América de obras extranjeras antes inéditas. Asimismo, aquellos españoles
especializados en el mundo editorial también crearon sus propias empresas
aprovechando su experiencia y el auge de esta actividad en México, pudiendo nombrar a
Grijalbo, Séneca, Proa o la ya mencionada Quetzal, entre muchas otras.
Tanto estos inmigrantes ilustres y como tantos otros que no hemos mencionado en
estas líneas destacaron por su indudable contribución a la sociedad mexicana. El escritor
mexicano y ganador del Premio Cervantes en 2005, Sergio Pitol, declaraba tras recoger
el galardón: «El exilio español enriqueció de una manera notable a la cultura mexicana»
(citado por Sánchez-Albornoz, 2007, p. 15). No era para menos, pues a modo de
ejemplo podemos destacar que el número de publicaciones científico-culturales en el
país se duplicó desde la llegada de los exiliados, como señala Fagen (1975), quien
añade: «difícilmente se encontrará una sola publicación periódica sobre cualquier
disciplina en que no hayan tenido que ver los republicanos» (p. 72).
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7.- LA INTEGRACIÓN DE LOS EXILIADOS
Sería especialmente complejo establecer unos límites temporales para este capítulo,
pues la cuestión abarca un periodo tan amplio como la vida en México de cada uno de
los protagonistas. Por este motivo proponemos aquí una visión más general que la
llevada a cabo en el resto del trabajo, tomando como principales fuentes los estudios de
la historiadora Clara E. Lida, posiblemente la mayor referencia en este campo.
Como hemos visto, antes de que los refugiados embarcaran rumbo a México la
cercanía mostrada por el gobierno de este país con la causa republicana a través de sus
servicios diplomáticos fue indiscutible. Lo mismo podemos decir de gran parte de su
población una vez arribaron a tierras mexicanas. No obstante, resulta difícil imaginar
que, en aquellos años, el hecho de cruzar un océano en un viaje que se alargaba varias
semanas en unas condiciones que no debieron ser las más confortables y llegar a un país
desconocido después de una experiencia tan traumática no creara en aquellas personas
una amalgama de sensaciones indescriptible, con la incertidumbre marcando el paso en
todo momento o, como lo llama Lida (1997), un «caleidoscopio de emociones
encontradas» (p. 121). Una muestra de ello la encontramos en el testimonio de
Sacramento Álvarez Ugena, quien deja patente la melancolía que dominaba la vida a
bordo del Sinaia:
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También es destacable la creación por parte —o al menos con el apoyo— del
gobierno mexicano de instituciones culturales, educativas o de otra índole para que los
refugiados continuaran defendiendo su modo de vida y desarrollando su labor
intelectual y científica. Son los «lugares de memoria» de los que habla Lida (2009, p.
14), quien afirma que ayudaron a mantener intacta la identidad española durante años,
retardando, por ende, su mexicanización. En este sentido podemos mencionar los
programas educativos en los que fueron inmersos los niños refugiados, pues aquellos
fueron plenamente españoles debido a que el gobierno de la República deseaba que los
pequeños mantuvieran su identidad nacional. De esta forma, los centros creados en
torno a ellos —al menos durante los primeros años— solo contaban con niños y
maestros españoles, lo que según Lida (1997) favorecía «el desarraigo cultural y
psicológico en edad tan temprana» (p. 119). Esto debió de provocar no pocas
dificultades para aquellos jóvenes que habían sido educados para volver a España y que
con el tiempo se verían abocados a un encuentro con la realidad mexicana en todos los
niveles, una vez desvanecida la esperanza de un pronto regreso, lo que según esta autora
les convierte en el grupo de refugiados a los que más compleja les resultó la integración.
Finalmente, a pesar de las no pocas dificultades y de que un pequeño porcentaje de
españoles reemigraron a otros lugares por su inadaptación al país o en busca de nuevas
oportunidades, lo cierto es que con el paso de los años «la abrumadora mayoría, casi sin
darse cuenta, arraigó en México en un encuentro [...] que ha sido de indudable
enriquecimiento mutuo» (Lida, 1997, p. 122). Parte de ese proceso se vio favorecido por
el tipo de actividades económicas que llevaban a cabo los refugiados españoles, pues si
bien al principio incluso hubo intelectuales que se vieron obligados a realizar todo tipo
de trabajos para sacar adelante a sus familias, con el paso del tiempo la situación en
general mejoró hacia empleos más profesionales, de alta cualificación y modernos, lo
que permitió a muchos de ellos situarse en una posición económico-laboral privilegiada
(Fagen, 1975).
En la misma línea, Pla (2007a) concluye que el inevitable acercamiento de aquellos
exiliados a la sociedad mexicana no provocó el rechazo de su identidad originaria sino
que ambas eran compatibles y gracias a ello terminaron conviviendo. Moreno Villa así
lo dejaría escrito: «No seré mexicano, pero cada día seré más mexicano, a medida que
mi ser español vaya enriqueciéndose [...]. Así tendrá que ser, quiera o no quiera» (citado
por Lida, 1997, p. 122).
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8.- LA CREACIÓN EN MÉXICO DEL GOBIERNO EN EL EXILIO
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supone establecer relaciones diplomáticas y le otorga legitimación internacional, de ahí
que Giral y los suyos se esforzasen en establecer relaciones oficiales con el mayor
número de países posible y en el menor tiempo posible.
En el ámbito interno, a pesar del intento de Giral por incluir en su gabinete a
miembros de todas las formaciones políticas, lo cierto es que tanto comunistas como
negrinistas y prietistas rechazaron formar parte de él, manteniéndose diferencias
sustanciales que en ocasiones provenían de los tiempos de la Guerra Civil, como cuando
en 1938 Prieto comenzó a proponer la idea de un plebiscito para que el pueblo español
decidiese su futuro, una idea que trasladaría en varias ocasiones una vez perdida la
guerra y que siguió apoyando tras la formación del gobierno de Giral. Algunos
miembros del ejecutivo como el propio Martínez Barrio o Félix Gordón Ordás —de
Izquierda Republicana— solo estaban de acuerdo en la celebración del plebiscito en
caso de imposibilidad de restaurar la República por la vía pacífica, mientras que otros
como Álvaro de Albornoz —futuro presidente del Gobierno en el exilio— se mostraban
frontalmente en contra porque «no se podía poner en duda la legitimidad de la
República» (Cabeza, 1997, p. 52). Prieto llegaría a proponer otras alternativas, entre las
que destaca «una ampliación del frente antifranquista, para lo cual había que realizar un
pacto monárquico-socialista» (Cabeza, 1997, p. 52). Estas y otras disensiones vendrían
a minar la confianza hacia dicho gobierno y los posteriores.
Giral tenía como principales objetivos lograr el derrocamiento del régimen de
Franco y la posterior restitución de la República, para lo que resultaba imprescindible
llevar a cabo una política muy activa de relaciones con los Aliados que habían resultado
victoriosos en la Segunda Guerra Mundial, pues la vinculación de Franco desde 1936
con las potencias europeas derrotadas lo situaba frente a ellos. Con ese propósito, en
noviembre de 1945 las Cortes aprobaron instar a los países miembros de Naciones
Unidas a reconocer a la República española «como auténtica expresión de la voluntad
política del pueblo español» (citado por Cabeza, 1997, p. 51), con la intención de aislar
a Franco. Asimismo, en caso de lograrse se debería organizar el regreso de los exiliados,
restablecer el orden público en España y por supuesto contar con un programa
gubernamental que cimentase todo aquello, que según Cabeza (1997) «consistía en
líneas generales en continuar la política iniciada en 1931» así como «crear un clima de
convivencia, de tolerancia y de “justicia sin venganza”» (pp. 48-49).
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El gobierno mexicano cedió la sede de la antigua embajada española, cerrada desde
la Guerra Civil, para que se instalara allí el nuevo ejecutivo. Pero solo cinco meses
después de su creación, en febrero de 1946, se produciría el traslado definitivo a París,
manteniéndose no obstante la sede anterior como embajada acreditada. El objeto de tan
importante y temprano cambio era acercarse a la realidad peninsular pero también,
según el propio Giral (citado por Cabeza, 1997), establecer relaciones con el gobierno
francés y entrar en contacto directo con la Resistencia. A pesar de que Francia no
reconoció oficialmente al Gobierno en el exilio, sí le otorgó un Estatuto por el cual sus
miembros gozarían de una serie de derechos diplomáticos que le ayudaron a permanecer
activo durante más de cuatro décadas. Giral fue sucedido en febrero de 1947 por
Rodolfo Llopis (PSOE), quien tras medio año daría paso a Álvaro de Albornoz (IR), en
el cargo hasta 1951. Después vendrían cuatro nuevos mandatarios hasta que en junio de
1977, al llegar las primeras elecciones democráticas a España tras cuatro décadas, el
Gobierno en el exilio se autodisolvió.
Del mismo modo, ese año México retomaba las relaciones diplomáticas con España
tras 38 de ruptura oficial. Según Mario Ojeda (citado por Fernández, 2011), el
alejamiento tan prolongado habría respondido al objetivo de legitimarse ante la
izquierda mexicana y a pesar de que en 1950 la ONU había anulado las sanciones
impuestas a España un lustro antes, tras lo que se produciría un acercamiento progresivo
de Franco a EE. UU. y al resto de potencias occidentales en torno a la Guerra Fría.
Paralelamente, el Gobierno en el exilio fue perdiendo relevancia internacional en una
etapa caracterizada por el desvanecimiento de la esperanza republicana que, sin
embargo, no lograría terminar con él hasta más allá de la muerte de Franco.
Con todo, hemos visto que el Gobierno en el exilio se inició en México en 1945 con
la confianza de que el aislamiento internacional acabaría con el régimen franquista,
logrando subsistir hasta la llegada de la democracia a pesar de que los acontecimientos
se tornaron pronto desfavorables. Sin embargo, según Sánchez-Albornoz (2007):
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9.- CONCLUSIONES
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Todo ello provocó no poco malestar en los países de acogida, desembocando en el caso
mexicano en la disolución de la JARE —gestionada por los propios republicanos— y la
creación en su lugar de una comisión controlada por el gobierno mexicano, la
CAFARE.
En términos comparativos, lo cierto es que entre los dos principales receptores de
refugiados españoles, Francia y México, hubo diferencias sustanciales. En el primero de
ellos se produjo una concentración de carácter masivo en torno a una serie de campos de
refugiados y, al menos durante los primeros años, la experiencia general fue ciertamente
negativa. Mientras, en el caso mexicano se llevaría a cabo un traslado más selectivo y, a
pesar de que aquel asilo temporal se alargó demasiado, en términos generales el proceso
fue más positivo, máxime cuando la mayor parte procedían del país galo o de sus
colonias norteafricanas.
Sin embargo, más allá de que la actitud de los gobernantes franceses fuera más o
menos favorable al bienestar de los refugiados, no se debe olvidar que durante esos
primeros años la situación en Francia era tremendamente compleja, con el estallido de la
Segunda Guerra Mundial y la temprana ocupación alemana, una situación en la que
recibir a medio millón de personas no debió resultar, en absoluto, nada sencillo. En
cambio, el contexto histórico de México era muy distinto, pues a pesar de venir
sufriendo importantes dificultades en materia económica, el nuevo Estado
posrevolucionario disfrutaría pronto de un crecimiento constante y duradero. Además, el
exilio republicano a este país destacó por su carácter organizado y por su capacidad de
autofinanciación a través de los organismos de ayuda creados al efecto. Precisamente
por esto, merece especial relevancia en la historia de los exilios masivos, desordenados
y carentes de recursos propios por norma general.
Como hemos visto, el gobierno mexicano se esforzó desde el primer momento en
establecer una serie de mecanismos de inserción para los exiliados. Pero esto no
garantizó un rápido arraigo, pues aquellos mantendrían firme su identidad durante años
con la esperanza de un temprano regreso a España. «¿Cuándo se convirtió lo extraño en
íntimo?» se preguntaba Lida (1997, p. 116). Lo cierto es que establecer una fecha o
incluso una etapa determinadas para ese proceso resultaría demasiado pretencioso,
existiendo posiblemente tantas respuestas como exiliados. Sí podemos concluir que,
ciertamente, lo que en un principio iba a ser un asilo temporal terminaría
convirtiéndose, tras la pervivencia del régimen franquista, en un exilio prolongado,
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definitivo en muchas ocasiones. Así, finalmente y en la mayor parte de los casos, el
paso del tiempo favoreció que la integración se consolidara, aunque las raíces nunca se
olvidarían.
En lo que concierne al aporte del exilio republicano, es bien conocido hasta qué
punto México supo aprovechar el trabajo del 28 % de españoles formado por
profesionales, intelectuales, artistas y científicos que comenzaron a llegar incluso antes
de finalizar la Guerra Civil, desde la creación de La Casa de España en 1938. Pla (2002)
es tajante al respecto: «No hay ámbito de la vida cultural y científica en el que los
exiliados no tuvieran un impacto positivo» (p. 120). Mucho menos conocemos, no
obstante, del otro 72 %. Por su parte, en la España de Franco la ausencia de todo ese
talento unida al aislamiento internacional y a la devastación de la propia guerra
provocaron la dispersión cultural y la pobreza económica del país durante años.
En definitiva, el exhaustivo estudio de la historia cultural en torno a la élite
profesional y, sobre todo, a la intelectual ha eclipsado al resto de las dimensiones del
exilio. Observamos, por tanto, un conocimiento muy profundo sobre una minoría de
exiliados, al tiempo que disponemos de muy poca información sobre el resto. Por ello,
es preciso seguir avanzando en el estudio de esa mayoría de españoles en México que,
salvando casos concretos como el Proyecto de Historia Oral u obras que abarcan la
historia social como la de Javier Rubio, han pasado prácticamente inadvertidos para los
investigadores pero que, a buen seguro, también llevaron a cabo grandes aportaciones a
la sociedad mexicana. En este sentido, concluiremos recordando las palabras de
Francisco Ferrándiz Alborz, citado por Pla (2002):
Página | 65
ANEXO: IMÁGENES DEL EXILIO
Página | 66
El presidente Lázaro
Cárdenas (tercero
por la izquierda) con
Gilberto Bosques
(primero) y otros
miembros del
gobierno mexicano.
S.l., 1934.
Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 83.
El líder obrero
Vicente Lombardo
Toledano (CTM) en
un mitin de apoyo a
la República
española. México
D.F., 1936.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 30.
España antifascista.
Exposición
organizada por la
Sociedad de Amigos
de España en el
Palacio de Bellas
Artes. México D.F.,
1938.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 44.
Página | 67
Niños de Morelia en
el comedor de la
escuela. Morelia,
noviembre de 1937.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 57.
Miembros de La
Casa de España.
Destacan Daniel
Cosío Villegas
(segundo por la
izquierda), José
Moreno Villa
(cuarto) y León
Felipe (con
sombrero). S.f.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 49.
Milicianos
republicanos
cruzando los
Pirineos hacia
Francia. S.f.
Fuente: Biblioteca
del Exilio (portal
electrónico).
Página | 68
Reparto de
alimentos para los
refugiados en el
lado francés de la
frontera y bajo la
supervisión de los
gendarmes. S.f.
Fuente: Exilio,
2009, p. 32.
Refugiados
españoles se lavan
en las frías aguas
del Mediterráneo.
Campo de Argelès-
sur-Mer, Francia, 12
de febrero de 1939.
Fuente: Exilio,
2009, p. 9.
Tiendas de campaña
para los refugiados
españoles. Campo
de Le Barcarès.
Francia, s.f.
Fuente: Exilio,
2009, p. 42.
Página | 69
Republicanos antes
de embarcar en el
Sinaia. Puerto de
Sète, Francia, mayo
de 1939.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 72.
Fuente: Mapa
colaborativo del
exilio español en
México (portal
electrónico).
Castillo de Reynard.
Marsella, s.f.
Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 102.
Página | 70
Una de las
habitaciones del
castillo de
Reynarde. Marsella,
1942.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 67.
Actividades
organizadas por la
Legación mexicana
para los niños
españoles. Castillo
de Montgrand,
Marsella, 1941.
Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 104.
Españoles
trabajando en la
Hacienda Santa
Clara, dirigida por
el SERE.
Chihuahua, México,
s.f.
Fuente: Exilio,
2009, p. 53.
Página | 71
Refugiadas
trabajando en una
fábrica de juguetes.
México D.F.,
noviembre de 1939.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 120.
Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 131.
Diputados de las
Cortes en el exilio
junto al Monumento
a la Independencia.
Destacan José Giral
y Diego Martínez
Barrio, en el centro.
México D.F.,
noviembre de 1945.
Fuente: Exilio,
2009, p. 69.
Página | 72
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Artículos de revistas
Página | 76
Portales electrónicos
Mapa colaborativo del exilio español en México. Consultado el 2 de enero de 2017 en:
http://www.exiliomexico.escoitar.org/
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