García, U. - México y El Exilio Español (1939-1950)

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 78

Trabajo Fin de Grado

México y el exilio español (1939-1950)


Mexico and the Spanish Exile (1939-1950)

Autor
Unai García Navarro

Directora
Palmira Vélez Jiménez

Facultad de Filosofía y Letras


Departamento de Historia Moderna y Contemporánea
2016/2017
¿El motivo por el que ayuda México a España?
Solidaridad [...]. México no pide nada por este acto;
únicamente establece un precedente de lo que debe
hacerse con los pueblos hermanos cuando atraviesan por
situaciones difíciles como acontece hoy a España.

Lázaro Cárdenas (citado por Lida, 1997, p. 115)

Página | 1
INDICE

SIGLAS UTILIZADAS .................................................................................................. 4

1.- INTRODUCCIÓN ..................................................................................................... 5

1.1 Estado de la cuestión ................................................................................... 8

2.- LOS AÑOS PREVIOS A AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO ........................... 16

2.1 México: el nuevo Estado posrevolucionario y la presidencia de Lázaro


Cárdenas ........................................................................................................... 16

2.2 España: de la Segunda República a la Guerra Civil .................................. 19

3.- POLÍTICAS DE ACOGIDA Y PRINCIPALES ACTORES PARTICIPANTES ... 23

3.1 México y el apoyo a la causa republicana ................................................. 23

3.2 Los primeros en llegar: los niños de Morelia ............................................ 26

3.3 La Casa de España en México y los primeros exiliados intelectuales ...... 28

3.4 Diplomacia y exilio. La figura de Gilberto Bosques ................................. 31

4.- PRINCIPALES ORGANISMOS DE AYUDA A LOS EXILIADOS .................... 35

5.- 1939: COMIENZA LA LLEGADA MASIVA ........................................................ 41

5.1 Una huida en perspectiva .......................................................................... 41

5.2 Los primeros años y el exilio masivo ........................................................ 43

6.- LOS PERFILES DEL EXILIO Y EL ÉXODO INTELECTUAL ........................... 48

6.1 Características de los exiliados .................................................................. 48

Página | 2
6.2 La diáspora de la élite: sus principales aportes en México ....................... 52

7.- LA INTEGRACIÓN DE LOS EXILIADOS ........................................................... 57

8.- LA CREACIÓN EN MÉXICO DEL GOBIERNO EN EL EXILIO ....................... 60

9.- CONCLUSIONES ................................................................................................... 63

ANEXO: IMÁGENES DEL EXILIO ........................................................................... 66

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .......................................................................... 73

Página | 3
SIGLAS UTILIZADAS

CAFARE: Comisión Administradora del Fondo de Auxilios a los Refugiados Españoles


CEDA: Confederación Española de Derechas Autónomas
CIHDE: Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española
COLMEX: El Colegio de México
CTARE: Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles
CTFAR: Comité Técnico del Fideicomiso para Auxiliar a los Refugiados
CTM: Confederación de Trabajadores de México
D.F.: Distrito Federal (Ciudad de México)
FCE: Fondo de Cultura Económica
GEXEL: Grupo de Estudios del Exilio Literario
INAH: Instituto Nacional de Antropología e Historia
IPN: Instituto Politécnico Nacional
IR: Izquierda Republicana
JARE: Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
PARES: Portal de Archivos Españoles
PHO: Proyecto de Historia Oral (Archivo de la Palabra)
PRI: Partido Revolucionario Institucional
REDER: Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano
SERE: Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles
UNAM: Universidad Nacional Autónoma de México

Página | 4
1.- INTRODUCCIÓN

En cierta medida, el exilio de 1939 ha eclipsado al resto de los ocurridos en España


desde la expulsión de los judíos. Así lo señala Canal (2007), quien junto con otros
autores aborda, además de los anteriores, los siete éxodos políticos considerados más
relevantes en la historia de nuestro país. El autor justifica dicha afirmación por la
importancia que tuvo la Guerra Civil que lo provocó, por el aporte cultural de sus
protagonistas en los lugares de destino —con especial énfasis en el caso mexicano— y
por el hecho de que haya sido el último en producirse.
A los motivos anteriores podemos añadir el hecho de que en torno a medio millón
de españoles abandonaran el país en 1939. Esto implica que, como recuerda Llorens
(1976), «nunca en la historia de España se había producido un éxodo de tales
proporciones» (p. 99). De ellos, la inmensa mayor parte recalaron en Francia, si bien es
cierto que tanto las reemigraciones hacia otros lugares —principalmente a
Hispanoamérica— como el regreso de una gran parte a España tras el fin oficial de la
guerra —antes de terminar 1939 habían vuelto en torno a 350.000— provocaron que a
mediados de 1940 permanecieran allí alrededor de 130.000 exiliados, como apunta
Dávila (2012). Por otro lado, el llamado «exilio permanente» lo formarían finalmente
unos 160.000 españoles (Pla, 1994, p. 219).
Por todo esto, se trata de un tema que ha hecho correr ríos de tinta desde su inicio.
A nivel personal, mi atracción por las migraciones y en especial por la migración
forzada que nos ocupa se vio acrecentada notablemente por los estudios que realicé el
pasado curso 2015-2016 en la Universidad Autónoma de Yucatán, México, a través del
programa Americampus. La estancia en el país azteca me permitió tener al alcance
algunos textos no publicados o de difícil acceso en España, así como recibir clases de
docentes mexicanos que me acercaron a la realidad nacional, influyendo todo ello en la
elección del tema que propuse para el Trabajo Fin de Grado (TFG) y que
afortunadamente se ha podido llevar a cabo. No en vano, mi prioridad pasó a ser
entonces la realización de un estudio que me permitiera ahondar en las relaciones
hispano-mexicanas en época reciente y, tras mi experiencia allí, siento que no ha habido
una relación más cercana y profunda entre españoles y mexicanos que la producida
durante el exilio republicano.

Página | 5
Precisamente, trasladar al papel ese fuerte vínculo entre ambos países en torno al
exilio es el objeto principal del presente trabajo. Trataremos así de demostrar que la
actitud de apoyo del gobierno mexicano hacia el bando republicano durante la Guerra
Civil y posteriormente hacia los exiliados no tuvo parangón. Aunque no por ello fue un
proceso exento de dificultades, tanto dentro como fuera de México, unos problemas que
tendremos que reflejar igualmente.
Resulta conveniente aclarar que desde el primer momento hablamos de exilio en
singular, pero lo cierto es que el exilio de 1939 estuvo formado por un conjunto de
oleadas, de emigraciones y reemigraciones, de destinos temporales y otros definitivos.
En este sentido, tanto su diversidad como su extensión espacial y temporal nos obligan a
estudiarlo en perspectiva, siendo conscientes de su complejidad y de nuestras propias
limitaciones, de ahí que procuremos establecer una estructura concreta y en la medida
de lo posible cronológica, al margen de que esto no se pueda llevar a la práctica de la
misma forma en todos los capítulos. Por tanto, en nuestro caso nos centraremos en un
destino, México, en el periodo comprendido mayormente entre el año 1939 en el que
comienza la llegada de españoles de forma masiva, si bien será preciso analizar los años
inmediatamente anteriores, pues ya en 1937 llegaría el primer grupo al país azteca; y
1950, considerado el fin de ese exilio masivo y, además, un año en el que el gobierno de
Franco inicia su integración en la comunidad internacional al tiempo que los exiliados
comienzan a perder la esperanza de un pronto regreso.
Además, hay que tener en cuenta que uno de los problemas de los investigadores a
la hora de establecer las cifras de exiliados en los diferentes lugares de acogida reside en
lo común de las mencionadas reemigraciones, como recuerda Pla (2007a), pues muchos
de ellos se afincarían en más de un país y ello hace que en ocasiones los números se
solapen, de ahí que algunas fuentes aporten cifras diferentes y generalmente se manejen
con cierta cautela.
Asimismo, durante años varios han sido los términos utilizados por la historiografía
para designar a los protagonistas del que ha sido el mayor éxodo político de la historia
española, como se dijo. Tal vez el más extendido sea el de exiliados, pero no por ello
debemos obviar otros como desterrados; emigrantes políticos; refugiados; asilados
diplomáticos, denominación oficial del gobierno mexicano durante los primeros años,
como apunta Lida (2009); transterrados, creado por el filósofo exiliado en México José
Gaos; o emigrados, tomado de la Revolución Francesa y que hace referencia

Página | 6
nuevamente a la emigración política, alejándola, pues, de la económica, como nos
recuerda Canal (2007). En todo caso, cualquiera de estos conceptos enfrenta a sus
protagonistas al problema de su propia identidad al implicar «un abandono forzado de la
tierra natal, del lugar donde están ancladas las raíces profundas de uno mismo» (Alted,
2009, p. 125). Por este motivo los utilizaremos indistintamente.
Por otro lado, el proceso por el que estos exiliados —emigrantes políticos, como
hemos dicho— llegaron a México implicó que, por primera vez en casi 120 años de
emigración española a este país, el gobierno receptor hiciera las veces de organizador y
protector del movimiento migratorio. No en vano, hasta la Guerra Civil este se había
caracterizado en su mayor parte por una inmigración individual que, además, se
apoyaba en los lazos de parentesco existentes con los españoles que ya residían en
tierras mexicanas. Sin embargo, el exilio de 1939 terminaría acercándose al de aquellos
emigrantes económicos, ya que «este destierro republicano fue tan duradero que, poco a
poco, convirtió a los refugiados españoles en una población permanente en México,
semejante a otros inmigrantes» (Lida, 1994, p. 21). En cualquier caso, en nuestro
trabajo no llegaremos a tratar asuntos como el retorno, pues para desgracia de estas
personas fue demasiado tardío —a muchos la muerte les llegó antes, de hecho— y
precisamente por este motivo queda fuera de nuestro objeto de estudio.
También es conveniente señalar que hablaremos de exilio republicano —o de
exiliados republicanos— para referirnos a todos aquellos que dejaron España por
haberse situado en el bando que defendía el sistema político legítimo desde 1931; no
aceptando, pues, el régimen impuesto por los sublevados y a pesar, por otro lado, de que
no todos ellos eran republicanos, como recuerdan autores como Llorens (1976) o Rubio
(1977). Del mismo modo, utilizaremos la expresión exilio de 1939 aunque algunos
españoles comenzaron a salir del país unos años antes, como dijimos, pues se trata de
seguir la dinámica general de la bibliografía y agrupar así a todos los que lo hicieron en
el contexto de la Guerra Civil.
En términos generales, este éxodo tuvo como destino numerosos países, tanto
dentro como fuera de Europa. Entre los primeros, además de la propia Francia, podemos
destacar Inglaterra, Bélgica, Suiza o la Unión Soviética. Entre los segundos tenemos a
África del Norte, especialmente Argelia, Túnez y Marruecos; los principales países
americanos de habla no hispana, es decir, Brasil, Canadá y Estados Unidos; y, por
supuesto, el resto de América, con países como el que nos ocupa pero también

Página | 7
República Dominicana, Chile, Argentina, Venezuela o Colombia —aunque, como
apunta Pla (2007a), no hubo un solo país hispanoamericano que no recibiera al menos a
algunos republicanos—. De estos últimos destacan dos: México, el primer receptor a
nivel global tras Francia y que acogió al 50 % de los que llegaron al continente
americano; y la República Dominicana, que en relación a su población fue el que mayor
número de refugiados acogería entre 1939 y 1940, aunque la mala experiencia
generalizada provocó que en el siguiente lustro casi todos abandonasen el país, sobre
todo en dirección a Venezuela y al propio México, como afirma Lida (1997). Por otro
lado, esta autora recalca que algunos países como Estados Unidos o Inglaterra
admitieron refugiados españoles pero únicamente a título personal, resultando
seleccionados solo aquellos con mayor capacidad y reconocimiento profesionales y
académicos, de ahí que en ambos ejemplos encontremos exiliados españoles de
renombre pero no grandes desplazamientos colectivos, como sí ocurrió en otros países.
En el caso americano, además, los españoles llegarían a las mismas costas en las
que cuatro siglos antes habían desembarcado sus antepasados, pero esta vez con un
objetivo muy distinto, el de encontrar el porvenir que la guerra les había arrebatado. Y
lo hicieron mayormente desde Francia, quedando como parte minoritaria aquellos que
partieron desde el resto de lugares antes mencionados. No obstante, por regla general la
bibliografía no profundiza en estos últimos por su considerable menor impacto en
términos globales y, por ello, aquí hablaremos especialmente del país galo pero sin la
intención de limitar el proceso geográficamente.
Para terminar, en la medida de lo posible hemos pretendido sustentar este trabajo en
aquellos estudios considerados más relevantes y actuales. Por este motivo, se han
tomado como referencia solo a algunos de los muchos autores que, con su trabajo, han
permitido a la sociedad ser consciente de «la trascendencia humana e intelectual de esa
gigantesca diáspora», haciendo nuestras las palabras de José Luis Abellán (1976, p. 18).
Sirvan estas líneas de reconocimiento a todos ellos por la creación del marco teórico del
que disponemos hoy en día, el cual analizamos a continuación.

1.1 Estado de la cuestión

Los primeros textos sobre el exilio fueron los testimonios de los propios refugiados
españoles, escritos personales en donde expresaron sus experiencias a lo largo de la
huida y de su llegada a los países de acogida. Tal y como señala Nicolás Sánchez-

Página | 8
Albornoz (2007) —hijo del político y exiliado republicano Claudio Sánchez-Albornoz y
exiliado él mismo, aunque más tardío— aquellos que se dirigieron a América tuvieron
más facilidades para hacerse oír, pues en Europa la guerra no tardó en llegar y con ella
el silencio. Así, algunos de los refugiados trasladaron al papel sus vivencias y
pensamientos ya desde el océano, a través de diarios en parte publicados, como los de
aquellos que viajaron en el célebre Sinaia entre mayo y junio de 1939 rumbo a México.
En este sentido, la historiadora española Dolores Pla Brugat (2002) —una de las más
reconocidas investigadoras del exilio español en México y ya citada en líneas
anteriores— describe el caso mexicano como el más productivo dentro del exilio
republicano, aportando además un dato interesante: a los treinta años de su inicio
existían en este país un centenar de títulos sobre la cuestión. De ellos, la autora afirma
que la mitad fueron escritos desde las propias organizaciones de refugiados, ante lo cual
estos «bien podían ser considerados fuentes primarias» (p. 109).

De esta forma, el tema fue estudiado en México y en el resto de América tanto por
los nacionales como por los españoles acogidos, quienes dieron un especial enfoque a la
historia cultural de la élite intelectual y profesional del exilio, cuyo legado, de hecho, es
el mayor protagonista de la bibliografía existente, seguido lejanamente por la historia
política y aún a mayor distancia por la historia social. Entre los trabajos mexicanos
podemos nombrar La emigración republicana española: una victoria de México, escrito
en 1950 por Mauricio Fresco, funcionario de la Legación mexicana en Francia y que
tuvo gran contacto con los refugiados españoles, como veremos en algunas citas;
mientras que entre los españoles refugiados, ese mismo año la Universidad de Standford
publicaría la compilación de Julián Amo con la colaboración de Charmion Chelby
titulada La obra impresa de los intelectuales españoles en América. 1936-1945, que
contaría además con un prólogo del escritor mexicano Alfonso Reyes, muy cercano a
los intelectuales españoles, como veremos más adelante. También se publicaron
estudios centrados en determinadas materias, destacando la literatura pero también otras
como la ciencia médica, como vemos en 25 años de medicina española en México,
escrito por el médico refugiado Germán Somolinos d’Ardois en 1966.

Sería solo a partir de la Transición cuando el exilio comenzó a investigarse en


España, con algunas excepciones como el texto de José R. Marra-López Narrativa
española fuera de España (1939-1961), publicada en 1963. Así, la obra bibliográfica
llevada a cabo en España a partir de 1975 sobre el tema formaría parte del esfuerzo por

Página | 9
recuperar lo que Franco le había arrebatado al país tras forzar el importante éxodo. Una
de las referencias al respecto es la que dirigió José Luis Abellán entre 1976 y 1978, El
exilio español de 1939, que en sus propias palabras nació con el objetivo de cubrir una
«laguna vergonzosa en nuestra bibliografía» (Abellán, 1976, p. 13). En algunos de sus
seis volúmenes trabajaron incluso autores que vivieron el exilio en primera persona,
como por ejemplo Juan Marichal o el ya citado Vicente Llorens, logrando así una
riqueza en el relato histórico difícilmente superable y siendo todavía hoy, cuarenta años
después, un texto fundamental por ser «la primera historia de conjunto sobre el exilio
español de 1939» (Abellán, 1976, p. 19). Otro de los textos fundamentales y también
citado fue el publicado en 1977 por Javier Rubio, La emigración de la guerra civil de
1936-1939, que según Pla (2002) es otra de las obras de referencia por sus aportes en lo
que respecta a la historia social.
En cuanto a la historia política no será hasta 1976 cuando se publique la primera
obra orientada exclusivamente a ese tema, llevándose a cabo en París de la mano de
José María del Valle y con título Las instituciones de la República en el exilio. Después
de esta podemos recordar La oposición política al franquismo. De 1939 a 1952, obra
del historiador alemán especialista en el maquis gallego Hartmut Heine y que fue
traducida al español en 1983; o el texto más reciente y con el que hemos trabajado aquí,
Historia política de la Segunda República en el exilio, escrito en 1997 por Sonsoles
Cabeza, nieta de Claudio Sánchez-Albornoz.

Retornando a México, en la década de los setenta el hecho de que aquellos


exiliados que llegaron ya adultos al país fueran desapareciendo dio paso a una «historia
oral de urgencia», como así la describe Nicolás Sánchez-Albornoz (2007, p. 14), un
trabajo muy relevante en torno a la historia social del exilio englobado dentro del
Archivo de la Palabra, el cual también recoge testimonios sobre la Revolución
Mexicana. Se trataba del Proyecto de Historia Oral (PHO) sobre los refugiados
españoles, llevado a cabo por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
bajo la dirección de la investigadora pionera en esta disciplina Eugenia Meyer y en el
que colaboraron investigadores como la propia Pla. En el PHO destacó la realización
desde 1979 de 120 entrevistas personales a exiliados, lo que se traduce en unas 800
horas de grabación y 27.000 páginas de transcripción que han proporcionado unas
fuentes primarias de incalculable valor. Gracias a la colaboración entre los gobiernos
mexicano y español existe desde 1994 una copia de este material en España —

Página | 10
concretamente en el Centro Documental de la Memoria Histórica, Salamanca—, además
del original custodiado en la Biblioteca Manuel Orozco y Berra del INAH, en la capital
mexicana.
En 1975 el Fondo de Cultura Económica (FCE) —grupo editorial clave en el
desarrollo y transmisión de la obra de los exiliados y al que haremos referencia más
adelante— publicó el texto Transterrados y ciudadanos. Los republicanos españoles en
México, donde Patricia W. Fagen lleva a cabo un estudio completo del exilio en México
y que, de hecho, es otra de las referencias de nuestro trabajo. Posteriormente, en 1982,
el FCE publicó la obra colectiva El exilio español en México, 1939-1982, que
reafirmaba la tendencia bibliográfica de mostrar el aporte del exilio intelectual a
diversas áreas de conocimiento. Este título contó con la participación como prologuista
del entonces presidente de México, José López Portillo (1976-1982), quien
oportunamente recordaba la importante labor de los refugiados en su país pero también
las facilidades otorgadas por el gobierno mexicano garantizándoles una «segunda
patria» (López, 1982, p. 12). López Portillo fue, por otro lado, quien retomó las
relaciones con el gobierno español tras 38 años de ruptura, algo que se produciría de
acuerdo a la autodisolución del Gobierno en el exilio en 1977 tras el regreso de la
democracia.

En tiempos más recientes, desde territorio mexicano han destacado la argentina


Clara E. Lida, cuyo trabajo en El Colegio de México (COLMEX) es ampliamente
reconocido; la propia Dolores Pla, afincada igualmente en México pero en torno a la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y al INAH; o el mexicano José
Antonio Matesanz, también vinculado a la UNAM. Desde la otra orilla del Atlántico
han sobresalido autores como Francisco Caudet, Alicia Alted o el ya citado Nicolás
Sánchez-Albornoz, entre otros.
De la profesora Lida podemos destacar La Casa de España en México, escrito en
1988 con la colaboración del propio Matesanz; aunque también ha llevado a cabo
estudios relevantes sobre el exilio español desde una perspectiva más general, como por
ejemplo Inmigración y Exilio. Reflexiones sobre el caso español, publicado en 1997.
Por su parte, Pla publicó en 1985 un monográfico titulado Los niños de Morelia. Un
estudio sobre los primeros refugiados españoles en México, para el que utilizó
principalmente entrevistas a los protagonistas, por lo que es un excelente reflejo de la
historia social en la línea del citado Archivo de la Palabra. Sobre este tema se han

Página | 11
escrito otros muchos textos —véase por ejemplo el de Alted con el que hemos
trabajado— e incluso se rodó un documental en 2004 dirigido por Juan Pablo
Villaseñor, natural de la misma Morelia, bajo el título Los Niños de Morelia. Volviendo
a Pla, ha escrito igualmente importantes obras enfocadas de modo más genérico al exilio
español en México, algunos de los cuales han sido fundamentales para nuestro trabajo.
En cuanto a Matesanz, publicó en 1999 una obra llamada Las raíces del exilio.
México ante la guerra civil española (1936-1939), que si bien no estudia el exilio
masivo desarrollado a partir de 1939 sí lleva a cabo un análisis exhaustivo sobre las
relaciones del gobierno de Cárdenas con el gobierno republicano durante la Guerra Civil
así como las reacciones producidas en México ante el desarrollo de los acontecimientos,
unos momentos clave en la génesis de lo que sería la gran acogida de españoles. Por
este motivo es otra de las referencias que hemos empleado.
Desde España haremos referencia al trabajo de Caudet, que comenzaría su estudio
con El exilio republicano en México: las revistas literarias, 1939-1971, publicada en
1992; para más tarde eliminar los límites geográficos y disciplinares con Hipótesis
sobre el exilio republicano de 1939, escrita en 1997. Mientras, Nicolás Sánchez-
Albornoz ha escrito numerosos artículos y colaborado en diversas obras sobre este
proceso, siendo también compilador de otras como El destierro español en América: un
trasvase cultural, publicada poco después del congreso homónimo celebrado en Estados
Unidos en 1989 como parte de la conmemoración del cincuenta aniversario.
Además de lo anterior, existe otro enfoque de estudio que se produjo igualmente a
partir de la muerte de Franco, el regional. A este respecto, Pla (2002) afirma que «no ha
significado en lo fundamental la apertura de nuevas vías de conocimiento [y] desde la
óptica de las sociedades receptoras este enfoque no resulta demasiado enriquecedor»
(pp. 120-121). Además, es cierto que salvo contadas excepciones este tipo de obras no
se centran en el caso mexicano sino que se ocupan del entorno latinoamericano o
incluso de uno todavía más amplio, siendo en general las relativas a los exiliados
catalanes las más numerosas. De todos modos destacaremos varias de ellas, como la
firmada por Vicenç Riera Llorca en 1994, Els exiliats catalans a Mèxic; el texto de 1995
El exilio valenciano en América. Obra y memoria, de Albert Girona y María Fernanda
Mancebo; Nere Aita. El exilio vasco en América, escrita por Mirentxu Amezaga en
1991; el trabajo en dos tomos de Eloy Fernández Clemente y Vicente Pinilla titulado
Los aragoneses en América (siglos XIX y XX), el segundo de los cuales está firmado

Página | 12
únicamente por Fernández Clemente y se centra en el exilio de 1939; o el estudio
dirigido por Abellán mencionado anteriormente, cuyo último volumen, el sexto, se
centra en el exilio de gallegos, catalanes y vascos.

El formato hemerográfico ha recogido innumerables artículos sobre el exilio de


1939. Por ejemplo, desde el año 2000 se viene publicando anualmente la revista
Migraciones & Exilios. Cuadernos de la AEMIC por parte de la Asociación para el
Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos (AEMIC), fundada en
1996 y dirigida el historiador de la Complutense Carlos Sanz Díaz. Si bien esta
asociación no está enfocada exclusivamente al estudio del exilio de 1939 es evidente
que, por su importancia, es una pieza fundamental en sus publicaciones. Por otro lado,
es habitual la presencia de artículos sobre el exilio republicano en revistas generales de
historia cultural, social o económica. Véanse como ejemplos los citados en el presente
trabajo.
Asimismo, otra fuente importante y ya mencionada son los congresos, sobre todo
las actas y demás publicaciones derivadas, pues permiten la transmisión del trabajo de
especialistas y estudiosos allí expuesto. Como botón de muestra, sin ánimo exhaustivo,
destacaremos La cultura del exilio republicano español de 1939, celebrado en Toledo
en 1999 en el marco del sesenta aniversario; el Congreso Internacional sobre el exilio
literario español de 1939, organizado en 1995 en Bellaterra, Barcelona; Sesenta años
después. Los escritores del exilio republicano, Congreso Internacional celebrado en la
Universidad de Santiago de Compostela en 1999; El destierro español en América: un
trasvase cultural, al que ya hemos hecho referencia; y otros más recientes como las
Jornadas Internacionales sobre el Exilio Iberoamericano: primera mitad del siglo XX,
celebradas en La Habana en enero de 2016 de la mano de la Embajada de México en
Cuba, el Instituto de Historia de Cuba, la UNAM o la Cátedra del Exilio, entre otros.
En lo que se refiere a organismos e instituciones creados en torno al exilio español
han sobresalido y siguen haciéndolo algunos como el COLMEX, creado en 1940 a
partir de La Casa de España. También debemos mencionar el Ateneo Español de
México, fundado en 1949 en la capital azteca y que cuenta con uno de los acervos
documentales más importantes sobre el exilio español en aquel país, habiendo recibido
en las últimas décadas importantes ayudas desde España por parte de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia (UNED), propietaria de la sede actual, y de la
Agencia Española de Cooperación internacional para el desarrollo (AECID), apoyo sin

Página | 13
el que difícilmente podría haber sobrevivido hasta la actualidad, a pesar de lo cual sigue
enfrentándose a diversas complicaciones que amenazan su continuidad. Igualmente
destaca la Cátedra del Exilio, una iniciativa mucho más reciente que ha venido
organizando diversas actividades como seminarios y congresos desde su constitución en
2006 con la implicación de importantes instituciones como la UNAM, la Universidad de
Alcalá, la UNED, la Universidad Carlos III o la Fundación Pablo Iglesias.
No podemos olvidar algunos de los portales electrónicos disponibles actualmente,
pues hoy en día el alcance de su contenido y la rapidez con la que este llega al usuario
son inigualables, si bien es fundamental que los organismos que los gestionen cuenten
con un reconocido prestigio para que la información allí expuesta disfrute de un mínimo
rigor científico-académico. En este sentido, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
en colaboración con la Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano (REDER) y
el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) creó y mantiene un portal
denominado Biblioteca del Exilio, el cual está dirigido por Teresa Férriz Roure y
contiene gran cantidad de información relativa al exilio republicano, así como un
fantástico álbum de imágenes, alguna de las cuales presente en este trabajo. Igualmente,
la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes alberga el portal Colección Exilio de la
Fundación Pablo Iglesias, que pone a disposición del usuario un amplio catálogo con
documentos publicados sobre el exilio, destacando la revista Adelante: Órgano del
Partido Socialista Obrero [Español], que comenzó a publicarse en 1942 en México D.F.
En la misma línea tenemos los propios portales de la REDER y del GEXEL, siendo el
primero una red abierta creada en 1999 y formada por investigadores, docentes, becarios
y estudiantes que quieran compartir información o solicitarla en uno de los múltiples
foros existentes; mientras que GEXEL es un grupo de investigación creado en 1993 por
el Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona
(UAB) con el objeto de recuperar la cultura literaria del exilio.
Algunos otros ejemplos los encontramos en el Centro de Investigaciones Históricas
de la Democracia Española (CIHDE), que entre otros proyectos gestiona el portal de la
Cátedra del Exilio; el Portal de víctimas de la Guerra Civil y represaliados del
Franquismo, dependiente del Portal de Archivos Españoles (PARES), es decir, del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España; o el Mapa
colaborativo del exilio español en México, que es una iniciativa del Centro Cultural de
España en México, la Fundación Telefónica México y el Ateneo Español con objeto de

Página | 14
proporcionar la localización en el mapa de más de un centenar de puntos relacionados
con el exilio en México pero que alcanza otros lugares como Marruecos, Francia o
España, completando la información con entrevistas sonoras, textos y un magnífico
banco de imágenes del que hemos hecho uso en el anexo.

**************

No puedo terminar este capítulo introductorio sin mostrar mi agradecimiento a


aquellos que de una forma u otra me han ayudado —y siguen haciéndolo— en el
progreso tanto personal como académico. En primer lugar, a los miembros del tribunal
por su atenta lectura, muy apreciadas sugerencias y más que probables correcciones,
pues todo ello ayudará a mejorar mi trabajo en el futuro. Siguiendo en la Universidad de
Zaragoza, no puedo olvidar a la doctora Palmira Vélez por sus revisiones y valiosas
recomendaciones como directora del presente trabajo pero, por encima de todo, por
haberme acercado a la historia de ese gran continente llamado América.

Por otro lado, al programa Americampus, que me permitió conocer de primera


mano el sistema universitario mexicano; a los profesores, personal y compañeros de la
UADY, pues me acercaron a un conocimiento más profundo de la historia, la cultura y
los valores de aquel país. Especial mención para Claudia Dávila, autora de una de las
referencias bibliográficas que hemos empleado y que me aconsejó en aquellos primeros
momentos en los que todo son dudas; y para Jorge Castillo, cuyas clases de Historia
Contemporánea de México me enriquecieron notablemente. Ambos, por cierto, doctores
en Historia por el ya mencionado COLMEX, institución que ha estado fuertemente
vinculada al exilio español desde sus inicios, como veremos.
Por último, y en grado máximo, a mis seres queridos. Desde lo cercano a lo lejano.
A vosotros.

Página | 15
2.- LOS AÑOS PREVIOS A AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO

2.1 México: el nuevo Estado posrevolucionario y la presidencia de Lázaro

Cárdenas

Durante la década revolucionaria que comenzó con la caída del presidente Porfirio
Díaz en 1910, tras 24 años en el poder, y que culminaría con la de Venustiano Carranza
en 1920, México vivió una serie de acontecimientos cuyas repercusiones han llegado
hasta nuestros días. Uno de ellos fue la promulgación en 1917 de la Constitución que
sigue vigente; otro, muy importante, la consolidación de las clases populares como parte
activa del proceso, ya fuera en el propio desarrollo revolucionario o a través de acciones
corporativas de agrupaciones y ligas en pro de mejoras sociales, laborales o relativas a
la propiedad agraria, marcando, así, un antes y un después en la influencia de estos
sectores en la política nacional mexicana.

Desde 1920, el papel que desarrolló el nuevo Estado posrevolucionario fue el de


contener a la masa social y a otros grupos de poder —especialmente Iglesia y Ejército—
con objeto de fortalecer su propia posición y evitar nuevos conflictos internos. Lo llevó
a cabo mediante un arduo proceso de institucionalización culminado en el sexenio del
presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) y teniendo que hacer frente a serios obstáculos
como la rebelión liderada por el expresidente Adolfo de la Huerta en 1924, la llamada
Guerra Cristera entre 1926 y 1929 o el asesinato de Álvaro Obregón tras su segunda
victoria electoral en 1928 a manos de un militante católico.
Poco después de ganar las elecciones en 1934, Cárdenas aprovechó el contexto
pacífico existente en el país para sustituir a los mandos militares identificados con el
expresidente Plutarco Elías Calles —conocido como el Jefe Máximo y que había venido
dominando directa o indirectamente el panorama político mexicano desde hacía una
década— a la vez que se hacía con el importante apoyo del recién creado Comité de
Defensa Proletaria (CDP). En dicho comité participaban antiguos miembros de la
Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), comunistas y nuevos e influyentes
líderes radicales como Vicente Lombardo Toledano, quien en 1936 fundaría la
Confederación de Trabajadores de México (CTM), esto es, la más grande agrupación
obrera del país tras el declive de la CROM. No en vano, poco después de su creación ya

Página | 16
contaba con 750.000 afiliados, suponiendo así un apoyo popular fundamental para el
Cardenismo (Aboites y Loyo, 2010).
En el plano agrario, Cárdenas llevó a cabo el mayor reparto de tierras realizado en
el país hasta la fecha, si bien es cierto que en este sentido siguió el modelo marcado por
sus antecesores y fundamentado en liquidar progresivamente el latifundio. Respecto a la
política educativa, se siguió el ejemplo de José Vasconcelos ampliando el número de
escuelas y reduciendo el analfabetismo, lo que permitió al gobierno llegar a las
poblaciones rurales favoreciendo, además, la creación de la Confederación Nacional
Campesina (CNC) en 1938. Para Cárdenas, contar con el apoyo de las dos centrales que
agrupaban a gran parte de los obreros y de los campesinos, las citadas CTM y CNC,
suponía poder seguir llevando a cabo sus reformas con mayor seguridad, llegando a
incluir a dichas agrupaciones junto con otras afines en el partido oficial nacido de la
Revolución, el mismo que en 1938 pasará de llamarse Partido Nacional Revolucionario
(PNR) a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y que más adelante adoptará el
nombre del conocido Partido Revolucionario Institucional (PRI), actualmente en el
poder.
Los opositores nacionales a la política cardenista estaban formados principalmente
por la Iglesia, que había venido sufriendo políticas de exclusión de los estratos de poder
desde la época revolucionaria al tiempo que la reforma agraria limitaba ostensiblemente
su capacidad de influencia sobre el campesinado; los latifundistas, principales víctimas
de una reforma fundamentada en el reparto de la tierra; así como parte de la clase
media, pues la creciente inflación mermaba considerablemente la capacidad adquisitiva
de la población. Todo este descontento interno favoreció la formación de organizaciones
de derechas que en algunos casos fueron relacionadas con el falangismo español por
entonar un llamamiento en favor del catolicismo y el hispanismo más reaccionarios,
especialmente la Unión Nacional Sinarquista (UNS), que llegaría a ocupar el segundo
escalón político tras el partido oficial, sobre todo gracias al apoyo recibido por la
todavía poderosa Iglesia y los hacendados. Los sinarquistas estaban vinculados con los
cristeros y contaban con una base campesina formada por aquellos que «por problemas
burocráticos no se habían beneficiado de las reformas» (Pla, 2007b, p. 39), si bien hubo
un sector obrero que se vio afectado del mismo modo y que por ello se situó en la
misma línea.

Página | 17
Si nos centramos en el rechazo procedente del exterior debemos hacer referencia a
las dos reformas que más afectaron a las relaciones de México en el plano internacional,
la nacionalización de los ferrocarriles en 1937 y, sobre todo, la del petróleo en 1938
producida tras la negativa de las empresas extranjeras a aceptar un fallo de la Suprema
Corte de Justicia a favor de introducir mejoras laborales. Este hecho, que provocó
reacciones de condena de EE.UU. y Gran Bretaña así como una importante fuga de
capitales que afectaron a la economía nacional, es descrito por Aboites y Loyo (2010)
como «el momento cumbre del radicalismo cardenista e incluso del radicalismo
mexicano del siglo XX» (p. 640). En este sentido, Cárdenas supo aprovechar el
contexto internacional, pues a pesar de las diferencias diplomáticas generadas lo cierto
es que «los estadounidenses [...] consideraron más importante salvar la política
interamericana de Buena Vecindad que a unas empresas particulares» (Meyer, 2010, p.
563). No conseguiría, sin embargo, evitar la ruptura de relaciones con una Gran Bretaña
más tajante en su reacción inicial, aunque poco después el estallido de la Segunda
Guerra Mundial y la mediación de EE.UU. favorecieron el reencuentro de ambas
naciones en torno a la lucha contra el fascismo, como apunta Meyer (2010).
En cuanto a su relación con España, tal y como veremos, el gobierno de Cárdenas
apoyó al bando republicano durante la Guerra Civil (1936-1939) y posteriormente a los
exiliados políticos, en un contexto cordial que se forjó especialmente desde la
proclamación de la Segunda República en 1931. De hecho, México demostró una gran
independencia en el plano internacional siendo el único país, además de la Unión
Soviética, en romper oficialmente las relaciones con España tras la victoria de los
sublevados. En la misma línea, el gobierno de Cárdenas condenaría en distintos foros
internacionales otros atentados a la integridad nacional como el de la Alemania nazi a
Checoslovaquia o la invasión italiana de Abisinia (Lida, 1997). Esta actitud estuvo
reforzada por otras acciones colaterales como la acogida del comunista León Trotski
desde 1937 gracias a la intermediación del pintor Diego Rivera, si bien no pudo evitar
su asesinato tres años después en la capital azteca.
Así las cosas, lo cierto es que a la altura de 1939 la decidida actitud mantenida por
Cárdenas frente al ascenso del fascismo en Europa había provocado el desacuerdo de
muchos grupos dentro de México y, por otro lado, sus políticas radicales hicieron lo
propio con los países que habían realizado fuertes inversiones en México, cuya salida
repercutió negativamente en la economía nacional. Llegaba pues el momento de girar

Página | 18
hacia una política más moderada con la que «el gobierno de Cárdenas y con él el
radicalismo mexicano iniciaron su repliegue» (Aboites y Loyo, 2010, p. 641).

2.2 España: de la Segunda República a la Guerra Civil

Durante las primeras tres décadas del siglo XX, como señala Casanova (2014),
España alternó fases de atraso y modernización en las que se aumentó notablemente la
población y la esperanza de vida, crecieron las ciudades, se redujo la tasa de
analfabetismo y aumentaron la productividad del sector primario y la relevancia del
secundario y del terciario, entre otros avances que se verían favorecidos por la
neutralidad mantenida durante la Primera Guerra Mundial y que, en conjunto, la
acercaron al resto de Europa. Por otro lado, el sector dominante durante el reinado de
Alfonso XIII estaba mayormente formado por un reducido grupo de industriales y
financieros así como por una oligarquía rural que se había venido beneficiando por las
desamortizaciones desde el siglo anterior.
En este tiempo el republicanismo se radicalizó al tiempo que las masas sociales
resultantes de la modernización e industrialización del país trasladaban a la calle sus
reclamos a través de manifestaciones, huelgas y mítines, una inestabilidad social que se
intentó controlar a través de la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera entre 1923 y
1930 pero que finalmente acabó con esta y poco después con la propia monarquía. De
esta forma, el 12 de abril de 1931 se produjo la victoria electoral de socialistas y
republicanos en unas elecciones municipales que actuaron como un inexorable
catalizador del cambio de sistema provocando tan solo dos días después el exilio del
Rey y la proclamación de la Segunda República.

Pronto llegaron las elecciones generales, las primeras con sufragio universal para
ambos sexos, así como una nueva Constitución. Como señala Cabeza (1997), España
vivió cinco años de sistema republicano en los que, a pesar de la inestabilidad, se
produjeron reformas fundamentales que mejoraron la situación del país en varios
ámbitos. La reforma agraria elevó todavía más la productividad, redistribuyó la
propiedad en el campo y mejoró las condiciones de vida de muchos campesinos;
mientras que la educativa creó miles de escuelas y a través de proyectos como las
Misiones Pedagógicas la cultura alcanzaría los rincones más aislados del país. Por otro
lado, los reclamos políticos de algunas regiones españolas comenzaban a obtener sus

Página | 19
frutos, se mejoraron los salarios de los trabajadores y se produjo la ruptura del binomio
Iglesia-Estado al tiempo que la Constitución de 1931 declaraba a este último como
aconfesional. No menos relevante fue la reorganización de un Ejército que sufría graves
carencias materiales pero que al mismo tiempo contaba «con un cuerpo inflado de jefes
y oficiales, muchos más de los necesarios» (Casanova, 2014, p. 8), unos cambios que
provocaron gran malestar en sus filas, prueba de ello fue el fracasado golpe del general
Sanjurjo en el verano de 1932.
Pero la inestabilidad también provenía de los sectores más revolucionarios, pues el
anarcosindicalismo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) confiaba en el
ejercicio de la fuerza como única vía para acabar con las clases privilegiadas, llevando a
cabo diversas insurrecciones que serían reprimidas por unas fuerzas del orden que en
estos casos siempre permanecieron fieles al gobierno de la República.
Con todo, el alejamiento de la Iglesia y del Ejército de las esferas de poder político
y económico, la redistribución de la tierra que afectó a los grandes propietarios y otros
cambios que perjudicaron a poderosos industriales provocaron una movilización
conservadora que pronto lograría resultados positivos al vencer en las elecciones de
1933 con un partido creado ese mismo año, la Confederación Española de Derechas
Autónomas (CEDA), que gobernaría junto con los republicanos moderados entre 1934 y
1935. Precisamente esas elecciones, que apartaron del poder a los socialistas,
provocaron que una parte de estos se adentrara en el terreno insurreccional en 1934, en
las áreas mineras asturianas, abandonando, pues, los valores democráticos como antes
habían hecho otros y resultando igualmente fracasados.
Durante los primeros años de la Segunda República las diferencias dentro de las
fuerzas de izquierda habían demostrado ser notables. Sin embargo, los socialistas
retomaron pronto la vía electoral para participar en una gran coalición que apartase a la
CEDA del gobierno. Así, en los comicios de febrero de 1936 resultó vencedor el Frente
Popular, pero ese año la inestabilidad social provocada por determinados sectores tanto
de la derecha como de la izquierda alcanzaría en algunos casos cotas dramáticas.
Finalmente, el 18 de julio estalló una conspiración militar en la que entre otros
destacados altos mandos participaría nuevamente Sanjurjo, esta vez desde Portugal.
Tras encontrarse con una resistencia importante que les impidió hacerse con el poder en
un primer momento, la situación derivaría finalmente en la terrible Guerra Civil, un
conflicto que, como sabemos, terminó con la caída definitiva de la Segunda República

Página | 20
el 1 de abril de 1939 y con el exilio que nos ocupa, iniciado de forma masiva ya unos
meses antes.
Respecto a las relaciones entre España y México durante aquel lustro previo a la
guerra, cabe destacar la cercanía en muchas de sus políticas como el impulso en la
educación, la defensa de la causa obrera o la reforma agraria, entre otras. Ello creó un
clima de simpatía mutua como ya hemos comentado en el punto anterior y que se
tradujo, por parte española, en acciones como el aval para favorecer la entrada de
México en la Sociedad de Naciones en 1931, apoyo en el que Alejandro Lerroux tuvo
un papel destacado, como recuerda Matesanz (1999). Justamente en esta liga
internacional el país azteca se ocuparía unos años después de «denunciar la farsa de la
no intervención» al considerar que dicho organismo estaba obligado a apoyar al
gobierno legítimo de España por ser precisamente uno de sus miembros (Pla, 2007b, p.
38).
Tras terminar el conflicto, las reformas realizadas por la República que tanto
desagrado habían provocado en las derechas, la Iglesia y el Ejército fueron rápidamente
suprimidas. Por otro lado, el bando vencedor ejerció una gran represión traducida en
ejecuciones, cárcel o trabajos forzados —en el mejor de los casos— para decenas de
miles de sospechosos de haber colaborado de una u otra forma con los republicanos.
Muchos de ellos fueron capturados en territorio español pero no pocos serían entregados
desde su situación de exiliados políticos en Francia a partir de 1940, ya fuera por la
Gestapo o por los colaboracionistas de Vichy, una vez se produjo la invasión nazi de ese
país. Además, varios miles terminaron en campos de concentración alemanes, donde
solo una pequeña parte sobrevivió.

Analizando el contexto internacional de esos años, la caída de la República en


España se situaba en la línea de lo que había venido ocurriendo en la mayor parte de
Europa, pues como recuerda Casanova (2014) salvo el caso irlandés lo cierto es que a la
altura de la Segunda Guerra Mundial diversos movimientos habían acabado con este
sistema de gobierno. Además, la Guerra Civil puso de manifiesto que en España se
estaba luchando en torno a dos modelos de Estado contrapuestos, el democrático y el
fascista, como prolegómeno de lo que poco después acontecería a nivel global. Además,
el halo de Cruzada con el que se envolvían los sublevados para defender la sociedad
cristiana y luchar contra el comunismo y el anticlericalismo ayudó a generar posiciones
encontradas en la opinión pública de muchos países, como el ejemplo mexicano que

Página | 21
veremos más adelante. Todo ello llevó a España al primer plano internacional, aunque
en agosto de 1936 el conjunto de los países europeos firmaron el Acuerdo de No
Intervención antes mencionado. A pesar de formar parte del mismo, Alemania e Italia
siguieron enviando armamento militar, hombres y víveres en favor de las tropas
sublevadas como ya habían empezado a hacer a finales de julio con la entrega de las
primeras aeronaves. Para estos gobiernos, además de apoyar al bando que ideológica y
estratégicamente les convenía, el apoyo prestado les permitiría testar sus últimos
avances sobre el terreno, como así reconoció posteriormente el ministro de aviación
alemán Herman Goering durante los juicios de Nuremberg: «Tuve la posibilidad de
comprobar si el material había sido desarrollado de acuerdo a sus fines» (citado por
Casanova, 2014, p. 88).

La Unión Soviética, que igualmente había firmado el acuerdo internacional, decidió


intervenir tras conocer que Hitler y Mussolini no habían llegado a cumplirlo,
convirtiéndose así junto con México en los dos únicos apoyos militares con los que
contaron los republicanos a lo largo de la contienda, quedando no obstante el caso
mexicano en un plano muy secundario por su escasa capacidad económica y militar en
aquel momento. En el mismo sentido, a iniciativa de la Internacional Comunista se
formaron las llamadas Brigadas Internacionales en las que se estima que unos 35.000
voluntarios procedentes de varios países acudieron a luchar en defensa de la República,
sobre todo entre 1936 y 1937.
No obstante, en su conjunto la calidad y capacidad de la ayuda recibida por la
República fue menor al equivalente destinado a los sublevados, como por ejemplo los
más de 90.000 alemanes y sobre todo italianos que lucharon en el bando franquista a
través de la Legión Cóndor y del Cuerpo de Tropas Voluntarias, respectivamente. En
cualquier caso, el apoyo soviético sufragado con el oro del Banco de España y que
comenzó a llegar por vía marítima a Cartagena en octubre de 1936 resultó fundamental
para mantener con vida la causa republicana durante dos años y medio, cuando pocos
días después de caer Madrid el 28 de marzo de 1939 se produciría el final de la guerra.
En ese tiempo, los esfuerzos de Negrín por cambiar la política de no intervención y
atraer un mayor apoyo a la República resultaron inútiles, a pesar de lo cual siguió
llevando a cabo una activa campaña política internacional hasta poco antes de presentar
su dimisión en 1945, tras lo cual se formaría el Gobierno en el exilio de José Giral,
como veremos en el capítulo correspondiente.

Página | 22
3.- POLÍTICAS DE ACOGIDA Y PRINCIPALES ACTORES
PARTICIPANTES

3.1 México y el apoyo a la causa republicana

El escritor español Juan Rejano, exiliado como tantos otros en el país azteca,
afirmaba en uno de sus versos: «Lo más profundo siempre está en el nombre: / México,
Cárdenas» (citado por Lida, 2009, p. 131). No era para menos, pues tras el estallido de
la Guerra Civil el apoyo mexicano a la República tuvo al presidente Lázaro Cárdenas
como principal baluarte, pudiendo establecerse tres vías fundamentales en este proceso.
Una de ellas sería la férrea defensa de México a la Segunda República en el contexto
internacional, principalmente ante la Sociedad de Naciones pero también en distintos
foros. Allí, los representantes mexicanos apelarían una y otra vez a la soberanía de los
gobiernos legítimamente constituidos así como a la necesidad de reaccionar ante el
flagrante desprecio ítalo-alemán por el Acuerdo de No Intervención.
Otro de los apoyos se produjo a través del envío directo de material durante el
transcurso de la Guerra Civil, mientras que otras naciones se negaron a hacerlo tras la
firma del mencionado pacto. El primer envío se produjo en 1936 a bordo del
Magallanes, que transportó alimentos, fusiles y munición. Más tarde, en 1937, se
embarcaría más armamento en el Mar Cantábrico, si bien Pla (2007b) apunta a que esta
mercancía fue a parar finalmente a manos de los sublevados.
En cualquier caso sería la tercera de las vías de ayuda, la acogida de republicanos,
el ejemplo más plausible y objeto de nuestro trabajo en las siguientes páginas. La
llegada de estos españoles a México comenzó a producirse durante la guerra y se
extendió sobre todo a partir de la victoria franquista. Sin embargo, para que esto pudiera
producirse fue necesario que el gobierno de Cárdenas modificase su política de
inmigración, pues desde la época revolucionaria el país había venido aplicando medidas
sustancialmente restrictivas «condicionando la entrada de extranjeros [...] a que no
hubiese escasez de ocupaciones para la mano de obra autóctona» en 1931 o «reservando
el 90 % de las plantillas laborales [...] a los mexicanos» en 1936 (Palazón, 1995, p.
162). Pese a que se produjeron avances en ese sentido, los españoles seguirían contando
con limitaciones como la prohibición de participar activamente en la vida política
mexicana, pues, según el artículo 33 de la propia Constitución, no se permitía a los

Página | 23
extranjeros «inmiscuirse en los asuntos políticos del país» bajo riesgo de expulsión
inmediata (citado por Lida, 2009, p. 15).
Como es lógico, las políticas de Cárdenas a favor de la República no fueron
aplaudidas por todos los sectores mexicanos, siendo los grupos conservadores los más
críticos a este respecto. No en vano, tal y como señalan Aboites y Loyo (2010) muchos
de ellos «lamentaban la animadversión hacia Hitler y Mussolini [y] proponían que
México reconociera al gobierno franquista» (p. 641). Además, entre aquellos opositores
se encontraba la casi totalidad de españoles residentes en México, una colonia que
según los datos aportados por Pla (2007b) estaba formada por algo menos de 29.000
personas en 1936, perteneciendo mayormente al ámbito católico-conservador y
participando ante todo en los sectores industrial, comercial y financiero —de hecho, tan
solo un 6 % trabajaba en el sector primario (Lida, 1994)—. Nos encontramos, pues, ante
un grupo situado en un estrato socioeconómico medio-alto y alejado del radicalismo
cardenista, lo que en cierto modo lo distanciaba también del ideal republicano español.
De ahí que Pla (2007b) señale con rotundidad que en aquellos años «la mayoría de las
organizaciones españolas en México eran simpatizantes del franquismo» (p. 43), sobre
las que sin duda destacaba la Falange, aunque esta se disolvería en el país azteca poco
después de la victoria de Franco. A pesar de ello, en el lado contrario encontramos
grupos como el Frente Popular Español en México, creado en 1936 con objeto de
recabar fondos para la defensa de la República durante la guerra, para lo cual fundó el
periódico Frente Popular y colaboró en diferentes iniciativas como los comités de
ayuda.
Por su parte, la prensa conservadora mexicana se mostró contraria a la recepción de
refugiados presentando argumentos relacionados principalmente con los problemas
económicos que vivía el país, con los últimos coletazos del crac del 29 todavía
presentes y que se traducían, entre otras cosas, en el alto número de repatriados
procedentes de Estados Unidos tras perder su trabajo. Además, Llorens (1976) recuerda
la tradicional desconfianza mostrada hacia el extranjero por parte de un pueblo
mexicano acostumbrado en su historia reciente a intervenciones imperialistas de países
como EE.UU. o Francia. Al apunte de Llorens podemos añadir que, en lo que respecta a
los españoles, su pasado conquistador todavía provocaba reacciones adversas de
determinados sectores, sobre todo los más nacionalistas e indigenistas. Lo hispano,
decía Claude Dumas, «a pesar de la sangre, a pesar de la lengua, a pesar de la historia

Página | 24
—o quizá causa de ella—, no conseguía asentarse sólidamente en la conciencia de los
mexicanos» (citado por Ledezma, 2013, p. 293).
Con todo, Cárdenas era buen conocedor de este tipo de rechazos pero al mismo
tiempo valoraba la fuerza humana que esos españoles suponían para México y actuó en
consecuencia orientando la acogida en torno a un acto humanitario, aludiendo a que
estas personas no podían vivir en su lugar de origen, así como a la importancia que el
conjunto de intelectuales españoles esperados iban a tener en el país. Además, el
presidente mexicano impuso —al menos sobre el papel— una serie de restricciones en
torno a las condiciones de acogida para apaciguar los ánimos de los detractores, como
por ejemplo el asentamiento en provincias, es decir, fuera de las grandes ciudades. Pese
a ello, en la práctica y por regla general los refugiados gozarían de grandes facilidades
una vez se establecieron en tierras mexicanas. En este sentido, si bien es cierto que los
recursos económicos para su llegada debían proceder del propio exilio a través de los
diferentes organismos de ayuda —como veremos más adelante—, tras su arribo
disfrutarían de una amplia libertad para ejercer actividades económicas, la posibilidad
de asentarse en cualquier punto del país o el rápido acceso a la nacionalidad mexicana
con el mantenimiento de la española y que en 1940 habían solicitado ya en torno al 80
% de los exiliados (Lida, 1997). Sobre este punto, debemos mencionar que México era
un país que no aceptaba la doble nacionalidad, por lo que dicha concesión al conjunto
de los refugiados españoles cobraba, si cabe, mayor relevancia.
Tras la sucesión de Cárdenas en diciembre de 1940, tanto Manuel Ávila Camacho
(1940-1946) como Miguel Alemán (1946-1952) continuaron el giro a la moderación y
reforzaron el discurso de unidad nacional iniciados por aquel en su última etapa de
gobierno. Para culminar el proceso, se refundó el partido oficial con la creación en 1946
del PRI, que ha venido dominando de forma casi hegemónica la política federal
mexicana hasta nuestros días. Como apuntan Aboites y Loyo (2010), «el radicalismo
cardenista [...] era cosa del pasado. La propiedad privada recibía mayores garantías,
sobre todo en el campo, lo mismo que la floreciente clase empresarial» (p. 649).
Además, el país consolidó su posición del lado de los Aliados —especialmente de
EE.UU.— en el contexto de la Segunda Guerra Mundial a la que, de hecho, se integraría
en mayo de 1942. En términos generales, el estallido bélico y sobre todo la entrada de
EE.UU. supusieron un espaldarazo a la economía mexicana, que vería aumentar la
producción nacional y las exportaciones así como la entrada de capital extranjero,

Página | 25
favoreciendo todo ello a la industria y comenzando un periodo de bonanza conocido
como el milagro mexicano que duraría hasta la crisis del petróleo de los años setenta,
como apunta Loaeza (2010).
Asimismo, se siguió promoviendo la llegada de refugiados españoles durante toda
esa década, aunque las condiciones que se vivieron en Europa entre 1942 y 1945 no
fueron las ideales y ello repercutió en el número de traslados, fuertemente reducido
durante esos años. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la formación del
Gobierno en el exilio, las cifras volverían a incrementarse hasta que en 1948 se
acabaron los fondos.
Así pues, siguiendo las palabras de Lida (1994) podemos afirmar que tales
circunstancias «convirtieron a estos españoles en un grupo privilegiado» a pesar de las
graves dificultades que les llevaron a huir de su país (p. 21). México, por su parte, supo
aprovechar el potencial de muchos de esos españoles en lo que sería un proceso de
beneficio mutuo, como vemos en el caso del ingeniero Enrique Faraudo: «Hacer venir a
un técnico extranjero para que ajustara la máquina les costaba mucho dinero. Y esto fue
mi oportunidad, porque […] lo hacía yo» (citado en El exilio español [...], 2011, p. 116).

3.2 Los primeros en llegar: los niños de Morelia

Al comienzo de la Guerra Civil, Lázaro Cárdenas se comprometió ante el


presidente de la República Manuel Azaña a que el gobierno mexicano se haría cargo de
un grupo de niños republicanos «rodeándolos de cariño y de instrucción» para que al
finalizar la guerra fueran «dignos defensores del ideal de su patria» (citado por Pla,
2007b, p. 45), en un momento en el que la victoria republicana todavía no se había
convertido en una quimera.
Así, en plena guerra y ante el ofrecimiento mexicano, en mayo de 1937 un total de
454 niños y niñas de entre 4 y 15 años de edad fueron alejados del conflicto con destino
México bajo la creencia de que una vez llegada la paz podrían retornar con los suyos.
Tras 14 días de travesía a bordo del Mexique desde el puerto francés de Burdeos, el 7 de
junio arribaron a Veracruz en lo que sería el primer traslado colectivo de españoles a
tierras mexicanas dentro del exilio republicano. Desde allí y tras otro largo viaje
llegarían a la ciudad michoacana de Morelia, en el centro del país. En ese momento, sus
padres, familiares o tutores —pues muchos eran huérfanos— no eran conscientes de que

Página | 26
el desenlace bélico favorable a los sublevados les convertiría en el precedente del exilio
masivo que llegaría al país a partir de 1939.
Como recuerda Alted (2009), este grupo formaba parte de los llamados Niños de la
Guerra, cerca de 33.000 jóvenes que fueron enviados a otros países como Inglaterra,
Suiza, Francia, Dinamarca o Rusia para alejarles del horror mientras durara la Guerra
Civil y gracias a la creación de comités específicos que gestionaban las diferentes
colonias. A este respecto, solo en los casos mexicano y ruso estos niños permanecerían
en las mismas condiciones de acogida después de la guerra, pues en el resto de países se
llevó a cabo una repatriación generalizada.
En cualquier caso, Sánchez (2010) señala que tras la política de estos Niños de la
Guerra hubo también un fin propagandístico, de forma que, ante la ausencia de ayuda
internacional, además de protegerles se pretendía recabar mayores apoyos para la causa
republicana. Este autor apunta a que en México gran parte de aquella propaganda la
llevó a cabo la prensa afín al gobierno, sobre todo el diario El Nacional, considerado
como el periódico oficialista por antonomasia y que ya desde el inicio de la guerra
publicó noticias sobre la necesidad de enviar ayuda al bando republicano. En esta línea,
se organizaron colectas que recogían los diversos comités de apoyo creados con el
apoyo gubernamental, como por ejemplo el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo
Español, clave en el proyecto de Morelia. En cambio, como ya hemos anotado en el
anterior apartado no faltaron los medios que criticaron la acogida de los niños
republicanos pero también las malas condiciones que el gobierno les había
proporcionado, en una posición claramente enfrentada al ejecutivo. En este bloque se
situaba el diario conservador Excélsior, el mismo que dos años después lideraría las
críticas ante la llegada en masa del resto de españoles y que ya desde el inicio de la
guerra se situó en contra de la política de Cárdenas.
Al llegar a Morelia, el grupo fue internado en la Escuela Industrial España-México,
creada por el gobierno mexicano en un antiguo seminario a propósito para
proporcionarles una educación socialista. Pero, como afirma Velázquez (2012), «los
problemas y disfunciones en su funcionamiento fueron constantes» y ello repercutió
negativamente en el bienestar de unos niños que se encontraban a miles de kilómetros
de todo lo que conocían (p. 370). Pese a las críticas que el gobierno recibió por esta
situación, Pla (2007b) señala que tras la victoria franquista el presidente mexicano se

Página | 27
negó a llevar a cabo una devolución colectiva de los pequeños, algo que sí estaba
ocurriendo en los otros países de acogida.
En cualquier caso, Velázquez (2012) apunta a que cinco meses después del fin de la
guerra, en septiembre de 1939, un total de 167 niños habían abandonado por diversas
causas la escuela de Morelia. Algunos de ellos fueron entregados a sus familiares a
medida que estos iban arribando a México, otros acabaron siendo acogidos por familias
mexicanas y también por exiliados, mientras que los menos jóvenes fueron trasladados a
centros de educación media conforme iban cumpliendo la edad necesaria.
Así pues, vemos que a esas alturas aproximadamente dos tercios de los niños
continuaban viviendo en el mismo lugar y en unas condiciones que seguirían siendo
muy criticadas durante años. Por este motivo se llevaron a cabo acciones de apoyo
desde diversas entidades, destacando la creación en 1942 del Patronato Pro Niños
Españoles, que tenía como objeto mejorar el tutelaje de los pequeños así como dar
cobijo y orientación a los que lo requiriesen. Al año siguiente se establecieron las
denominadas Casas-Hogar México-España, que venían a ser centros de alojamiento
dirigidos a aquellos que habían abandonado Morelia para buscar trabajo o seguir los
estudios en otros puntos del país, principalmente en Ciudad de México.
En definitiva, aquellos «hijos adoptivos del gobierno de México», como los definió
a su llegada el propio Cárdenas (citado por Lida, 1997, p. 110), acabaron asilados en
una ciudad que les dio un destino menos feliz de lo que se prometía y el nombre con el
que han pasado a la historia.

3.3 La Casa de España en México y los primeros exiliados intelectuales

En 1938 se produjo una nueva llegada de refugiados españoles a México. Sin


embargo, esta vez se trataba de un grupo de intelectuales y científicos que recalaron en
La Casa de España en México para continuar su trabajo, una institución creada ex
profeso en la capital del país gracias a la iniciativa del entonces embajador de México
en Portugal, Daniel Cosío Villegas. Muy cercano al presidente Cárdenas, Cosío era
consciente del sufrimiento que estaban padeciendo al otro lado de la frontera pero
también en el propio país luso, donde algunos españoles de renombre eran hostigados
por el régimen de Oliveira Salazar, como el propio embajador Claudio Sánchez-
Albornoz (Soler, 1999).

Página | 28
En realidad, como señala Matesanz (1999), este hecho podría haberse llevado a
cabo antes que la acogida de los niños de Morelia, pues Cosío planteó el asunto a los
pocos meses del inicio bélico, en octubre de 1936, recibiendo respuesta positiva del
presidente mexicano a finales del mismo año. Pero en esta ocasión no se trataba de una
iniciativa del gobierno de la República y la situación en España requería de otras
atenciones, por lo que el diplomático mexicano no lograría reunirse con el entonces
ministro José Giral hasta el verano de 1937 en Valencia. No obstante, todavía habría de
pasar un año más hasta que el proyecto viese la luz, un tiempo en el que se realizó una
ardua búsqueda por parte de las autoridades mexicanas. Se trataba de invitar a algunos
de los españoles más ilustres a formar parte de las instituciones de educación superior
del país azteca en torno a La Casa, tal vez por ello el nombre que se barajó en un
principio era el de Centro Español de Estudios, como señala Lida (2000). Muchos de
ellos ya habían abandonado la Península, principalmente camino de Francia, de ahí la
importancia del entonces embajador mexicano en este país, Narciso Bassols, que ejerció
como intermediario entre la institución y los intelectuales españoles allí refugiados.
Como apunta Lida (2000), lo cierto es que los primeros en incorporarse a esta
institución tras la invitación mexicana ya se encontraban en México. Hablamos del
polifacético José Moreno Villa, llegado en 1937 con 50 años de edad y que hasta su
entrada en La Casa de España ejerció de catalogador de obras de arte y libros antiguos,
continuando su labor más tarde como artista, escritor y crítico; del reconocido poeta
León Felipe Camino, que contaba entonces con 55 años de edad, estaba casado con una
mexicana y de hecho ya había vivido en este país; y de Luis Recaséns Siches, el más
joven de los tres, pues tenía 34 años cuando llegó en 1937, y que había sido docente en
la Universidad de Madrid y vicepresidente del Instituto Internacional de Filosofía del
Derecho.
A aquellos tres les acompañó pronto el filósofo José Gaos, nacido en 1900 y que
sería el primer miembro llegado de fuera de México para incorporarse al proyecto en
agosto de 1938. Gaos había sido rector y profesor de la Universidad de Madrid hasta el
inicio de la guerra y posteriormente participó en el Pabellón Español de la Feria de París
de 1937. En su trabajo con La Casa y en colaboración con la UNAM —como era
habitual en estos casos— pronunciaría numerosas conferencias sobre filosofía,
desarrolló su idea del transtierro, publicó varias obras y comenzó a formar a una serie de
filósofos locales que serían considerados sus discípulos mexicanos.

Página | 29
Sin ánimo de llevar a cabo una enumeración exhaustiva, pues no es el objeto de este
trabajo, sí mencionaremos algunos de los exiliados españoles más relevantes que fueron
llegando en los siguientes meses a La Casa de España. Entre ellos está el poeta,
periodista, crítico literario y diplomático Enrique Díez-Canedo, quien años atrás ya
había impartido una serie de conferencias en México y gozaba por ello de un gran
prestigio en el país, siendo aclamada su llegada incluso por los medios que se habían
mostrado contrarios a la República, como el Excélsior. Díez-Canedo dejó escritas no
pocas palabras de agradecimiento hacia México, entre las que destacan algunas como
estas: «Lo que una vez me arrebató la vida, pan, trabajo y hogar, tú me lo has dado»
(citado por Lida, 1997, p. 122). Similar recibimiento tuvo el crítico de arte Juan de la
Encina, llegado a finales de octubre y que había trabajado para diversos medios
españoles e incluso argentinos, como La Nación, además de haber publicado diversos
libros sobre artistas como Goya o Zurbarán, entre otros. No menos relevante fue la
llegada del médico psiquiatra Gonzalo R. Lafora, cuya especialidad era novedosa en
México y que contaba con una trayectoria extraordinaria, habiendo trabajado en la
Universidad de Madrid y en prestigiosas instituciones de Washington, Berlín o Munich;
además de ser cofundador junto con José Ortega y Gasset de la revista Archivos de
Neurología, entre otros logros. Por último, destacaremos al joven historiador de 33 años
Jesús Bal y Gay, miembro del Centro de Estudios Históricos de Madrid y cuyos trabajos
sobre el folklore llamaron la atención de Cosío (Lida, 2000).
Como hemos visto, las llamadas de La Casa de España tuvieron por lo general una
buena acogida entre los intelectuales españoles, pero hubo también casos en los que
fueron rechazadas por razones diversas. Entre ellos tenemos al filólogo Tomás Navarro
Tomás, quien para entonces ya formaba parte del cuerpo docente e investigador de la
Universidad de Columbia, en EE.UU., por lo que tuvo que declinar la invitación
mexicana, si bien mostró su interés en colaborar con La Casa «para explicar algún curso
y para realizar algún estudio sobre el habla mejicana» (citado por Soler, 1999, p. 21).
Otro ejemplo lo encontramos en el contenido de una carta de Bassols en la que el
embajador reproduce las palabras del médico y antropólogo Antonio Oriol Anguera
reconociendo que sus circunstancias personales le impedían en ese tiempo aceptar la
llamada:

En estos momentos mi esposa y mi vástago atraviesan los Pirineos camino


de Francia a pie y en una de esas fugas clandestinas en que todos
Página | 30
participamos a la zozobra [...], yo le ruego que transmita a La Casa de
España mi dolorosa declinación ante tan amable ofrecimiento. (citado por
Soler, 1999, p. 40)

En marzo de 1939 sería nombrado presidente del patronato de La Casa de España el


intelectual y diplomático mexicano Alfonso Reyes. Era hijo del general Bernardo
Reyes, cuya muerte en los inicios de la Revolución mexicana provocó el exilio de su
familia a España entre 1914 y 1924. En ese tiempo, Reyes colaboró con algunas de las
principales instituciones académicas y culturales de la capital española, destacando la
Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos de Madrid, la Sección Literaria
del Ateneo de Madrid, la Residencia de Estudiantes así como diversas revistas y
periódicos. Tal actividad le permitió relacionarse con algunos de los más importantes
intelectuales de la España de la época, entre los que Lida (2000) destaca a Miguel de
Unamuno, José Ortega y Gasset, Ramón del Valle-Inclán, Azorín, Manuel Azaña, Juan
Ramón Jiménez y otros antes mencionados como Navarro Tomás, Moreno Villa o Díez-
Canedo. Todo ello lo convertía en el candidato ideal para liderar La Casa de España así
como su sucesor desde 1940, el ya mencionado COLMEX, hasta su muerte en 1959.
La repercusión de estas dos instituciones fue enorme, pues favorecieron la
renovación de un panorama cultural mexicano que recibió «una inyección de energía
revitalizadora que [le] puso en contacto con lo más nuevo, lo más al día del
conocimiento europeo» (Matesanz, 1999, p. 265). Contaron con cátedras en la UNAM y
el Instituto Politécnico Nacional (IPN), organizaron innumerables cursos y conferencias
en el territorio nacional destinados a especialistas pero también al público general y
publicaron multitud de obras de sus miembros, en ocasiones en colaboración con otros
entes como el FCE, sin duda una de las editoriales más relevantes en la transmisión de
la obra del exilio durante años y a la que nos referiremos más adelante.

3.4 Diplomacia y exilio. La figura de Gilberto Bosques

Nacido en el estado de Puebla en 1892, Gilberto Bosques Saldívar participó en la


Revolución mexicana desde sus inicios en 1910 siendo profesor normalista,
posteriormente ostentó importantes puestos políticos en distintos gobiernos y ejerció de
periodista hasta que en 1939 comenzó su reconocida misión diplomática. Ese año fue

Página | 31
destinado a Francia por Cárdenas, donde sería cónsul general hasta que en junio de 1942
fue nombrado embajador. Desde su llegada a Francia y siguiendo el camino emprendido
por los embajadores Narciso Bassols y su sucesor Luis I. Rodríguez, Bosques otorgó
asilo a innumerables personas que habían sido perseguidas por motivos políticos,
raciales, religiosos o de otra índole en una Europa sumida en el caos y el desconcierto
(Gilberto Bosques [...], 2013).

De esta forma, el entonces cónsul se hizo cargo de la mayor parte de los refugiados
españoles que deseaban partir hacia México en lo que sería una labor conjunta con los
dos principales organismos de ayuda a los republicanos, el Servicio de Evacuación de
Republicanos Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
(JARE), los cuales fueron inhabilitados en Francia por el gobierno galo en mayo de
1940, tras lo que, como señala Dávila (2012), «la Legación de México quedó como
encargada del reparto de subsidios» (p. 109).
Este proceso, tremendamente complejo por la situación de guerra total que pronto
viviría gran parte de Europa, se basó en la financiación de los traslados por parte de los
fondos del SERE y de la JARE al tiempo que la diplomacia mexicana se comprometía a
hacer de mediador, así como a proteger en origen y acoger en destino a todos los
refugiados españoles como parte del compromiso contraído con la República por el
presidente Cárdenas, si bien es cierto que según Pla (1994) y como analizaremos más
adelante, al menos en los primeros traslados masivos de 1939 hubo claros criterios de
selección en favor de aquellos considerados de más valía para el país. No obstante, no
fueron pocos los exiliados sin recursos que llegaron a Veracruz con una pensión y un
pasaporte mexicanos en el bolsillo, lo que da una idea de la generosidad del gobierno
mexicano y, en particular, de la eficiencia de Bosques y su equipo para ponerla en
práctica en tales condiciones. «Es grandioso, simplemente, y nadie lo puede valorar más
que el que lo ha vivido» comentaba sobre la ayuda recibida uno de aquellos españoles,
José María Muriá (citado por Pla, 2007b, p. 57), cuando fue entrevistado en 1979 por la
propia Dolores Pla en torno al PHO.

En 1941 el Consulado mexicano arrendó dos castillos cerca de la ciudad de


Marsella, en Montgrand y Reynarde, con objeto de albergar a cientos de españoles
procedentes de los más que inconfortables campos de refugiados franceses mientras se
organizaba su salida del país. Bosques y los suyos se preocuparon por conseguir que,
bajo la tutela mexicana, los españoles disfrutaran de una estancia lo más cotidiana

Página | 32
posible, llevándose a cabo frecuentes actividades culturales y deportivas, juegos para los
más pequeños o trabajos para los adultos (Gilberto Bosques [...], 2013). Todo esto se
realizó sorteando las trabas alemanas que intentaban impedir la salida de más
republicanos españoles desde febrero de 1941, acabando muchos de ellos, como ya
dijimos, en campos de concentración del régimen nazi como el de Mauthausen; un final
que Bosques deseaba evitar al igual que las frecuentes extradiciones solicitadas por
Franco desde el final de la Guerra Civil. Uno de los funcionarios mexicanos que lo
acompañaban, Mauricio Fresco, resumía así los objetivos primordiales para con los
refugiados: «salvar de la muerte a los amenazados; ayudar moral y económicamente;
trasladarlos a México» (citado por Matesanz, 1999, p. 318).

Poco después del nombramiento de Bosques como embajador, en noviembre de


1942 el presidente Ávila Camacho rompía relaciones diplomáticas con Vichy por su
hostilidad hacia los Aliados. Como señala Dávila (2012), solo dos días después se
produjo la ocupación total de Francia por parte alemana. Bosques sería entonces
trasladado por la Gestapo a Alemania donde permaneció junto con su cuerpo
diplomático y el de otros países como prisioneros de guerra —recordemos que México
había entrado oficialmente en la Segunda Guerra Mundial apenas seis meses antes—.
Finalmente, tras casi dos años atrapados en el Rheinhotel Dreesen de Bad Godesberg,
en 1944 Bosques y los suyos fueron intercambiados por alemanes que estaban
prisioneros en Perote, Veracruz, pudiendo entonces regresar a su país. El diplomático
mexicano dejaba atrás unos años en los que, además de los españoles, ayudó a otras
víctimas del momento como los judíos que huían del terror nazi, opositores alemanes,
italianos antifascistas, masones o comunistas, si bien los primeros tuvieron un especial
protagonismo en su labor dada la vinculación de su gobierno con la República.

De esta forma, a su llegada a México «miles de refugiados españoles, alemanes y


judíos lo recibieron como héroe» (Gilberto Bosques [...], 2013, p. 117). Sin embargo, a
los pocos meses sería nuevamente destinado a Europa, a donde se dirigiría no sin antes
hacer las siguientes declaraciones públicas acerca de su labor en Francia:

Hice la política de mi país, de ayuda, de apoyo material y moral a los


heroicos defensores de la república española, a los esforzados paladines de la
lucha contra Hitler y Mussolini y contra Franco y contra Pètain [sic] y Laval.
Si en la interpretación de la actitud gallarda y trascendente de México me
excedí en mis atribuciones reglamentarias, estoy dispuesto a arrastrar las

Página | 33
consecuencias y la sanción que proceda. (citado en Gilberto Bosques [...],
2013, p. 99)

Su nueva etapa comenzó en Portugal, en donde con la permisividad del régimen de


Salazar continuó ayudando a los españoles, en esta ocasión a los que huían de la
posguerra y de la represión franquista, muchos de los cuales siguieron cruzando el
Atlántico, como recuerda Pla (2007b). En 1949 se dirigió a Suecia y posteriormente
alcanzó otros destinos como Cuba, en un periodo clave para la historia de la isla con el
fin del gobierno de Fulgencio Batista y el triunfo de la Revolución en 1959.

Página | 34
4.- PRINCIPALES ORGANISMOS DE AYUDA A LOS EXILIADOS

Los organismos de ayuda permitieron que gran parte de la emigración se produjera


de forma organizada, garantizando a su vez la subsistencia de los exiliados a su llegada
a los diferentes destinos, ya fuera directamente o a través de filiales allí establecidas.
Por otro lado y como ya se comentó para el caso mexicano, la mayoría de los recursos
necesarios para llevar a cabo el traslado de los refugiados hasta este país debían
proceder de los propios republicanos. Por este motivo, la labor de estas entidades
resultaría fundamental. Además, como señala Pla (2007b), esta situación fue atípica,
pues no era —ni sigue siéndolo— habitual que los exiliados contaran con una capacidad
de autofinanciación semejante, pero la realidad española provocó que junto al conjunto
de ciudadanos que salieron del país se situara la estructura del gobierno republicano,
con todo el engranaje y los recursos que ello conllevaba.
Entre sus principales actividades destacan la organización de la salida de España, la
estancia en los campos de refugiados, la reemigración hacia terceros países en los casos
en los que esto finalmente se produjo o la creación de empresas a través de las que estas
personas pudieran llevar a cabo una actividad laboral y favorecer así la integración en
sus lugares de destino. Si bien es cierto que para el caso mexicano la gran mayoría de
aquellas empresas no sobrevivieron más de tres años y los refugiados tuvieron que
buscar trabajo aprovechando el propio crecimiento económico nacional, como afirma
Fagen (1975), los organismos de ayuda sí resultarían esenciales en aspectos como la
manutención, la educación o la asistencia médica, máxime en el caso de aquellos que
contaban con escasos recursos.
Por todo ello, es evidente que estos organismos manejaron cantidades económicas
muy importantes, siendo de hecho la falta de transparencia una de las principales
críticas que recibieron. Sirvan de ejemplos los dos más relevantes durante los primeros
años del exilio, ambos gubernamentales y ya mencionados anteriormente: el SERE,
cuyos dirigentes «no rindieron cuentas ante los gobiernos republicanos ni ante ningún
otro organismo» (Cabeza, 1997, p. 25); y la JARE, que también intentó ocultar
constantemente las cifras manejadas, pues según Velázquez (2012) sus responsables
querían «evitar futuras reclamaciones por parte de la diplomacia franquista» (p. 568).
Por otro lado, ambas desarrollaron un aparato administrativo complejo en el que
existían multitud de departamentos, pues era una forma rápida de facilitar puestos de

Página | 35
trabajo a refugiados allegados. Además, la existencia de dos entidades gubernamentales
que llevaban a cabo actividades similares pero favoreciendo a sus sectores más cercanos
«es la mejor evidencia de la fractura del exilio: comunistas y filocomunistas [...] al
frente del SERE y sus opositores al frente de la JARE» (Pla, 2007b, p. 67).
El SERE fue creado en 1937 con los fondos que el gobierno republicano había
depositado en el extranjero durante la guerra y que procedían ante todo de las reservas
de oro y dólares del Banco de España, que en ese momento, tal y como apunta
Casanova (2014), era «uno de los bancos más ricos del mundo» gracias a los depósitos
recibidos desde la Primera Guerra Mundial en un contexto de neutralidad española (p.
92). El SERE se ocuparía entonces de organizar la salida de miles de españoles hacia
Francia, principalmente procedentes de la cordillera cantábrica y por vía marítima.
Más tarde, en los primeros meses de 1939, el Servicio fue reconstituido por Juan
Negrín tras el éxodo masivo hacia el mismo país —producido esta vez
mayoritariamente por la frontera catalana— y comenzando el trabajo desde su sede en
París bajo la dirección de un Consejo Ejecutivo formado por representantes de los
diferentes partidos políticos y organizaciones sindicales, aunque como apunta Cabeza
(1997) las decisiones debían ser ratificadas por las legaciones diplomáticas de los países
que iban a acoger finalmente a los refugiados. Según las investigaciones de Velázquez
(2012), en 1939 la mayor parte de sus recursos en Francia fueron destinados a los
embarques para la evacuación a terceros países, en concreto se estima que estos se
llevaron casi el 40 % del global, lo que nos indica cuál era la principal prioridad de este
organismo. Sin embargo, el mismo autor señala que el SERE fue acusado por
determinados sectores del exilio de seleccionar a los beneficiarios de sus ayudas en
torno a los políticos y personas relacionadas con el gobierno republicano, si bien sus
miembros declaraban que la prioridad era evacuar a aquellos que corrieran un mayor
peligro de ser objetivo de los franquistas, pudiendo el resto regresar a España o
permanecer en Francia durante más tiempo al final de la guerra sin temer por sus vidas,
lo que en la práctica situaba a los dirigentes políticos en un primer término. No obstante,
cuando México paralizó temporalmente los traslados a este país los gastos de subsidios
pasarían a ser los principales del SERE, aunque el progresivo agotamiento de sus
recursos y la presión de las autoridades francesas perjudicaron mucho sus actividades,
siendo de hecho disuelto en el país galo junto a la JARE en mayo de 1940, como señala
Dávila (2012).

Página | 36
Además, para el caso mexicano el SERE contaba con una filial dirigida por el
doctor José Puche y denominada Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos
Españoles (CTARE). Su actividad comenzó en junio de 1939 y se extendió de manera
notable hasta mediados de 1940, cuando por cuestiones presupuestarias, como sucedió
en la matriz, sus servicios se vieron reducidos hasta la disolución del Comité por orden
de Negrín en agosto de ese año; aunque se mantuvieron algunas actividades, sobre todo
las relacionadas con las empresas que había puesto en marcha (Dávila, 2012).
Durante ese tiempo, los recursos fueron destinados, además de al propio
mantenimiento de la propia estructura del Comité —que según Velázquez (2012) era tan
grande que «socavaba los presupuestos de la entidad» (p. 167)—, a las ayudas
económicas directas a los refugiados, a su alojamiento y manutención, al mantenimiento
de dos embarcaciones, a la concesión de préstamos, a la Delegación de Veracruz
encargada de la recepción de la mayor parte de los exiliados, a proyectos educativos
como el Instituto Luis Vives y a numerosas inversiones empresariales como la Hacienda
Santa Clara, los Talleres Vulcano, la Editorial Séneca o las Industrias Químico-
Farmacéuticas Americanas, entre otras.
El caso de la Hacienda Santa Clara, ubicada en Chihuahua, es representativo por
suponer la mayor inversión empresarial del Comité y porque «pasó de representar toda
una utopía colonizadora a ser un simple rancho paradigma del fracaso de las inversiones
del CTARE» (Velázquez, 2012, p. 224). Allí se estableció en 1939 una colonia española
dirigida por el ingeniero agrónomo Carlos Gaos, hermano del filósofo José Gaos, donde
muchos refugiados trabajarían en una explotación agrícola que formaba parte del
programa cardenista de colonización de tierras despobladas del norte del país y del
acuerdo del Comité con el gobierno mexicano, aunque su rentabilidad fue muy escasa y
finalmente fue liquidada en 1945.
La JARE, en cambio, se financió con un cargamento enviado por mar en marzo de
1939 a bordo del Vita y que en un principio debía destinarse precisamente al CTARE
pero, ante la ausencia de Puche y tras ser rechazada por Negrín la propuesta de Prieto
para convertirse en delegado del SERE en México, este solicitó a la Diputación
Permanente de las Cortes en París la formación de una junta para gestionar los bienes
republicanos, lo cual se materializaría en julio de 1939 con el establecimiento de la sede
principal, también en la capital francesa. El objetivo fundamental de la JARE era, según
sus propios estatutos, la administración «de cuanto afecte al patrimonio nacional» y

Página | 37
estaría presidida por Luis Nicolau D’Olwer, mientras que Prieto sería vicepresidente y
además la «auténtica cabeza decisoria» de su delegación mexicana (Índices de los
documentos […], s.f., pp. 5-6). No obstante, esta nueva entidad de apoyo a los
refugiados comenzaría realmente su labor a principios de 1940, una vez que se
consolidaron los problemas económicos del SERE, como señala Pla (2007b).
Según Velázquez (2012), la Junta destinó casi el 60 % de su presupuesto a Francia
—incluyendo sus territorios norteafricanos—, destacando la atención a los refugiados
en los diferentes campos y los pasajes que permitirían a miles de ellos dirigirse a otros
destinos como México; si bien es cierto que desde la disolución de la Junta en Francia la
Legación mexicana quedó como gestor de esos fondos y ejecutor de las ayudas en dicho
país, como ya se dijo. Mientras, su delegación en México recibiría prácticamente el
resto de los recursos, pues tan solo un 5 % del total se destinó a otros países, destacando
Cuba y República Dominicana. Asimismo, sus actividades siguieron la línea marcada
por el SERE, destacando en el caso mexicano el Servicio Médico Farmacéutico, esto es,
la asistencia sanitaria a los refugiados; el Colegio Madrid, que con los años se
convertiría en un auténtico referente educativo y cultural en Ciudad de México; el
Comité Femenino, encargado de socorrer a aquellos niños exiliados con menos
recursos, entre los que se encontrarían muchos de los niños de Morelia; y algunas
importantes inversiones empresariales como el Gabinete Hispano-Mexicano de Estudios
Industriales, Construcción Naval, Industrias Pesqueras o diversos proyectos agrarios,
entre otros.
Poco después de que Cárdenas terminara su mandato a finales de 1940, el nuevo
gobierno decidió que la JARE debía recibir el control estatal, pues era México el que
actuaba como mediador político con Francia y si la Junta se quedaba sin fondos sería
este el que se tendría que hacer cargo de la financiación del exilio. Además, como
señala Rubio (1977), las irregularidades en algunas actividades de la Junta y la falta de
rentabilidad de muchas de sus iniciativas empresariales fueron objeto de duras críticas
por parte mexicana pero también de los refugiados españoles, sobre todo de aquellos no
afines políticamente a Prieto, quien con poco éxito presentó argumentos en contra de las
acusaciones. De esta forma, en enero de 1941 la JARE firmó un acuerdo con el estado
mexicano por el que se debía transformar en una entidad económica que basara su
actividad en la legislación mexicana, pero finalmente Ávila Camacho la disolvió por no
haberse llevado a cabo debidamente y a finales de 1942 creó en su lugar la Comisión

Página | 38
Administradora del Fondo de Auxilios a los Refugiados Españoles (CAFARE), que
estaría controlada mayoritariamente por el gobierno mexicano (Índices de los
documentos […], s.f.; Pla, 2007b).
Durante los tres años en los que existió la CAFARE, su administración se
fundamentó en la transparencia de las cuentas y la minimización de su aparato
burocrático; al contrario, pues, de lo que sucedió con la JARE y ayudando así a reducir
la presión mediática que se había venido produciendo desde la derecha mexicana a este
respecto. Entre sus acciones destacan la creación en 1943 de las ya comentadas Casas-
Hogar, que estaban destinadas a dar cobijo a los niños de Morelia que habían dejado
dicha localidad y que se cerraron en 1948 al terminarse los fondos correspondientes; así
como la mexicanización del Colegio Madrid, que en estos años comenzó la andadura
nacional aunque sin perder sus raíces y su filosofía en favor de los exiliados. Por contra,
en términos globales los gastos realizados dentro del país se redujeron de forma notable,
como recuerda Velázquez (2012), aplicándose de forma estricta unas ayudas
económicas a los refugiados que se habían visto seriamente mermadas al tiempo que se
buscaba la rentabilización de las inversiones que había realizado la JARE en su
momento. Lo mismo ocurrió con las partidas destinadas fuera de México, cuya
disminución afectó profundamente al número de refugiados españoles trasladados a este
país, si bien es cierto que en ese momento la situación en Europa era muy compleja y el
cuerpo diplomático mexicano en Francia había sido capturado por los nazis,
dificultando de por sí las operaciones de reemigración, como ya comentamos.
En noviembre de 1945 la CAFARE fue sustituida por el Comité Técnico del
Fideicomiso para Auxiliar a los Refugiados (CTFAR), creado por decreto del recién
formado Gobierno en el exilio y que vería agotados sus recursos en 1948, como resalta
Pla (2007b). Durante esos años, el CTFAR disfrutó de una menor autonomía que sus
predecesores republicanos y también contó con inferiores recursos, aunque por otro lado
la gestión de estos regresaba al control de los propios exiliados. Además, sus
actividades se reducían a las ayudas prestadas dentro de México, donde se siguieron los
pasos marcados por la CAFARE en los años anteriores. De esta forma, la nueva entidad
dejaba de controlar las ayudas en Francia y otros países y lo mismo ocurriría con los
asuntos empresariales en el propio México. Respecto a los nuevos traslados, ahora sería
el Ministerio de Emigración del nuevo gobierno republicano el que se encargaría de
ellos, recuperándose su actividad a niveles previos a la creación de la CAFARE.

Página | 39
Por último, es preciso recordar que no solo aportaron recursos los organismos
anteriores sino que existieron diversas asociaciones extranjeras que colaboraron con la
causa republicana, aunque los investigadores apenas hacen referencia a algunas de sus
actuaciones, una situación que Velázquez (2012) explica por la dificultad de acceder a
información relativa a estas entidades por su carácter temporal y por la menor
relevancia de sus ayudas. El caso más destacable es sin duda el del Sinaia, el primer
barco en trasladar a un contingente importante de refugiados a México, cuya expedición
fue organizada según Llorens (1976) «por un comité inglés de ayuda con aportaciones
de cuáqueros ingleses y americanos» (p. 126).
Dentro de México podemos destacar el Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo
Español y el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, estando presidido el
segundo por la esposa del presidente Cárdenas, Amalia Solórzano, que centraría su
actividad en actuaciones como la llegada de los niños de Morelia, sobre la que ya hemos
hablado. Por otro lado, no debemos olvidar la creación en 1938 de la Federación de
Organismos de Ayuda a la República Española en México (FOARE), que hasta el fin de
la Guerra Civil se dedicó a recaudar ayudas económicas que hacía llegar al bando
republicano a través de sus servicios consulares en Europa. A partir de la derrota
republicana, la FOARE siguió la línea cardenista empleando sus recursos en apoyar
económicamente a los traslados de españoles a México, mejorar las condiciones de los
refugiados establecidos en campos franceses a través de las actividades diplomáticas
mexicanas en aquel país, así como ayudar a los niños de Morelia a través de iniciativas
como el Patronato Pro Niños Españoles señalado en el capítulo anterior.

Página | 40
5.- 1939: COMIENZA LA LLEGADA MASIVA

5.1 Una huida en perspectiva

En septiembre de 1937, unos meses después de la llegada de los primeros


refugiados a México, los niños de Morelia, el gobierno republicano envió al socialista
Juan Simeón Vidarte en calidad de ministro plenipotenciario para solicitarle al
presidente Cárdenas la recepción de exiliados españoles en caso de una posible victoria
franquista. Este, ante la petición de la República, mostraría de nuevo su plena
predisposición de apoyo al tiempo que confiaba en la derrota de los sublevados, como
señala Pla (2007b).
El gran éxodo se inició a principios de 1939, cuando los franquistas avanzaban por
tierras catalanas, pero ya desde el inicio de la guerra habían salido muchos españoles
huyendo del bando sublevado. Unos pocos, mujeres y niños mayormente, lograron
cruzar la frontera gibraltareña antes de que fuera cerrada, un grupo mayor se dirigió a
Francia por vía marítima a través del Cantábrico y por tierra a través de los Pirineos
occidentales, otros desde Levante se embarcaron en dirección a las posesiones francesas
del norte de África —como por ejemplo aquellos que salieron de Alicante a bordo del
Stanbrook rumbo a Orán en marzo de 1939— e incluso hubo algunos republicanos que
cruzaron la frontera portuguesa, si bien este país resultó poco frecuentado debido a la
afinidad entre su gobierno y los sublevados.
Por otro lado, como señala Casanova (2014), durante la guerra el gobierno francés
de Édouard Dadalier se había venido mostrando poco favorable al bando republicano
presionado por la derecha francesa, lo que le llevaría a reconocer al gobierno franquista
aún antes del fin oficial del conflicto. Así, tras la huida masiva producida durante la
primavera de 1939 —la mayor recepción de refugiados en un periodo tan corto de
tiempo de la historia gala— Francia mantendría hacinados y en unas condiciones muy
precarias a varios cientos de miles de españoles en diversos campos de refugiados del
sur del país.
En esos lugares, muchos de los guardianes eran argelinos, quienes, según los
refugiados, actuaban de forma especialmente cruel. Tras visitarlos en 1940, el
funcionario mexicano Mauricio Fresco —ya citado anteriormente— describía así la vida
de los españoles: «Sufrían maltratos de los soldados y policías que los guardaban tras

Página | 41
las alambradas. Vivían a la intemperie, dentro de una promiscuidad horrible, mal
alimentados, sin servicios sanitarios, peor que bestias» (citado por Matesanz, 1999, p.
318). Entre aquellos campos destacaban Arles, con 44.000 refugiados en mayo de 1939;
Le Barcarès, con 23.000; Argelès-Sur-Mer, con 77.000; o Saint Cyprien, con 90.000
(Fernández, 2011). Además, su situación empeoraría con la ocupación alemana de parte
de Francia, pues el resultante gobierno de Vichy los tacharía de «indeseables» y por ello
«quería verlos fuera del país», como recalca Dávila (2012, p. 166).
Asimismo, el sur francés fue el principal punto de partida de las naves que
trasladarían a los miles de republicanos que tomaron el camino de la reemigración hacia
América, tanto los puertos atlánticos como los mediterráneos. Aunque no debemos
olvidar que otros lugares como el norte de África, especialmente Casablanca, vieron
salir igualmente a españoles rumbo a México y a otros destinos americanos, si bien la
relevancia cuantitativa de los puertos africanos fue mucho menor.
Centrándonos en el país azteca, Veracruz fue sin duda el mayor centro de recepción
de españoles. La capital del Estado homónimo poseía desde hacía siglos uno de los
puertos más importantes del Caribe y desde allí la mayor parte de los refugiados
tomaban transporte terrestre con destino a México D.F., sobre todo, o bien a capitales
estatales. Los menos acababan en el México rural, como vimos con el ejemplo de la
Hacienda Santa Clara en Chihuahua. No obstante, Lida (1997) nos recuerda que hubo
otras vías de llegada al país, si bien minoritarias, como la tomada por el barco De
Grasse, que arribó a Nueva York para desde allí cruzar Estados Unidos por tierra hasta
alcanzar su destino.
Una vez llegados, el gobierno mexicano se propuso dispersarlos a lo largo y ancho
del país, especialmente en provincias y ante todo fuera de grandes ciudades. Pero lo
cierto es que esto no se logró, pues, tal y como apunta Palazón (1995), en 1940 la
población española se concentraba en un 60 % solo en Ciudad de México, existiendo
además otras ciudades importantes en las que se habían venido instalando muchos
españoles, como Guadalajara, Puebla o la propia Veracruz. Lógicamente no todos ellos
eran exiliados —de hecho los porcentajes al respecto no distaban mucho de los de
1936—, pero si tenemos en cuenta que en ese momento el país contaba con 20 millones
de habitantes; de los cuales uno y medio, es decir, menos del 8 %, vivían en la capital,
podremos entender mejor la importancia de la concentración urbana de los españoles.
Dicha realidad queda extendida al caso concreto de los exiliados, pues así lo constatan

Página | 42
otros autores como Pla (2007b), quien afirma: «Hay indicios de que una mayoría [de los
exiliados], quizás las tres cuartas partes, residió en la capital mexicana» (p. 102).
De esta forma, algunos se han referido a la capital mexicana como la Ciudad de los
refugiados (El exilio español [...], 2011, p. 114), no solo por la importancia demográfica
de los recién llegados sino porque allí se reunieron, como ya se ha dicho, instituciones
tan relevantes para el exilio como La Casa de España y empresas creadas por los
diferentes organismos de ayuda, que también fundarían los dos centros educativos más
importantes para los hijos de los exiliados: el Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives.
Estos lugares habían sido fundados ex profeso para la enseñanza de aquellos jóvenes y
con el paso del tiempo sus profesores, también exiliados, serían conscientes de que
aquellos alumnos formaban parte de la última generación de españoles a los que podrían
transmitir el ideal republicano que en España había sido eliminado por las armas.

5.2 Los primeros años y el exilio masivo

Las tres grandes expediciones del verano de 1939 partieron de Francia y supusieron
la llegada a Veracruz de un total de 4.658 españoles. La primera de ellas salió de Sète
con 1.599 refugiados a bordo del Sinaia, los cuales arribarían el 13 de junio en un viaje
financiado con la ayuda angloamericana, como ya se comentó. Las otras dos partieron
de Burdeos y corrieron a cargo del SERE: el Ipanema llegó el 17 de julio con 994
personas y las restantes 2.065 lo hicieron diez días después en el Mexique, el mismo
barco que dos años antes había trasladado a los niños de Morelia. Para valorar en
perspectiva la relevancia de estas llegadas, es preciso señalar que, además de producirse
en tan solo seis semanas, supondrían en conjunto casi la cuarta parte —un 23 %— del
exilio republicano en México, un proceso que recordemos se extendió hasta 1950 (Pla,
2007b).
No obstante, aquellos no fueron los primeros viajes de 1939 ni serían las últimos,
pues se produjeron otros menos relevantes cuantitativamente, como nos recuerda
Llorens (1976) con el caso del Flandre y sus 312 españoles que alcanzaron Veracruz el
1 de junio, el primer grupo en llegar al país una vez terminada la Guerra Civil.
En septiembre de ese año se produjo la suspensión temporal de los traslados tras
estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando Bassols, entonces embajador mexicano,
anunció desde París la decisión de no enviar más españoles alegando el peligro que
suponía el viaje en aquellas condiciones y las dificultades de encontrar las naves

Página | 43
adecuadas, aunque lo cierto es que en ese tiempo sí se trasladaron refugiados desde el
país galo a otros destinos americanos como República Dominicana. Por ello, y teniendo
en cuenta la situación interna en México, es comprensible pensar que los problemas en
el mercado laboral tras las primeras oleadas, las fricciones políticas internas de los
exiliados y la propia oposición mexicana a la política de Cárdenas fueran más bien los
que provocaran dicha suspensión, como defienden Pla (2007b) y Palazón (1995).
No obstante, en junio de 1940 el todavía presidente Cárdenas consideró que una
situación nacional más estable gracias al alejamiento de sus políticas radicales así como
la reciente caída de Francia ante Alemania propiciaban la reanudación de los traslados.
De esta forma, el 1 de julio ordenó a Luis I. Rodríguez, sucesor de Bassols, que
contactara con el gobierno del mariscal Pétain en Vichy para informarle de la intención
mexicana de «recoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en
Francia [...] en el menor tiempo posible» al tiempo que «en atención a las
circunstancias» trasladara su deseo igualmente a los gobiernos italiano y alemán (citado
por Pla, 2007b, p. 55).
En ese momento quedaban en Francia alrededor de 130.000 exiliados, lo que da una
idea de hasta qué punto Cárdenas estaba dispuesto a cumplir la promesa de apoyo a la
República realizada desde el inicio de la Guerra Civil, a pesar de que su incapacidad de
acoger a tal volumen de personas y la oposición existente en el país ante esta política lo
convertían en un proceso poco realista, según Dávila (2012).
El mariscal Pétain, tras conocer que la intención mexicana era hacerse cargo de los
gastos del proceso, reaccionó afirmando lo siguiente: «Mucho sentimiento y poca
experiencia internacional» (Rubio, 1977, p. 456). Lo que desconocía el mandatario
francés era que, en realidad, sería la JARE la que lo financiaría, aunque pronto sería
evidente que sus fondos no permitían el traslado del número de personas inicialmente
previsto. En cualquier caso, el ofrecimiento mexicano en el aspecto económico sería el
eje del acuerdo y, por otro lado, el gobierno galo veía con muy buenos ojos la salida de
los refugiados españoles, pues para este suponían algo más que una carga, como así lo
aclaró el vicepresidente Pierre Laval: «A ellos debemos nuestras mayores desgracias,
inclusive la de mantenerlos a pesar de la tragedia que vivimos» (citado por Dávila,
2012, p. 168). Así pues, el 22 de agosto se confirmó el Acuerdo Franco-Mexicano por el
que Vichy se comprometía a respetar la libertad y el derecho de asilo de aquellas
personas, retomándose unos viajes en los que por exigencia gala no participarían

Página | 44
aquellos que hubieran cometido delitos y tampoco lo harían, tras la presión ejercida por
el gobierno de Franco, cerca de 800 antiguos dirigentes republicanos que serían
reclamados desde España (Dávila, 2012).
Sin embargo, como apunta Rubio (1977), seis meses después de la firma del pacto,
en febrero de 1941, los alemanes toman la siguiente decisión: «no deben ser autorizados
a marchar a México los refugiados españoles en edad militar» (p. 452). El control
alemán de buena parte del territorio francés complicaba mucho estas reemigraciones, a
pesar de lo cual la diplomacia mexicana, con Gilberto Bosques a la cabeza, fue capaz de
sortear algunas de las restricciones y siguió otorgando protección y trasladando a
muchos españoles de forma clandestina. De hecho, fue precisamente a finales de ese
año cuando el gobierno mexicano rentó los dos castillos en el entorno marsellés para
acoger a refugiados. De todas formas, no habría sido posible continuar con las salidas
sin el interés del propio gobierno francés, que trató de ignorar la actividad de los
diplomáticos mexicanos al no estar conforme con la decisión alemana, aunque su
sumisión político-militar no le permitía rechazarla oficialmente.

Finalmente, tras dos años de acuerdo en los que se habían trasladado cerca de 4.000
españoles desde Francia (Palazón, 1995) —destacan viajes como los del Cuba y el
Nyassa—, México decide romper relaciones diplomáticas con el gobierno de Vichy. En
Página | 45
el comunicado oficial firmado el 9 de noviembre de 1942, el presidente mexicano Ávila
Camacho alegó que se trataba de una situación que «no corresponde ya a la verdad
internacional» y que el ejecutivo galo «no representa el espíritu libre de Francia» tras la
actitud hostil mostrada hacia los Aliados (citado por Dávila, 2012, p. 188). Pocos días
después, Francia al completo pasaba a ser controlada por el régimen nazi.
Desde 1939 y hasta la ruptura de las relaciones franco-mexicanas habían llegado al
país azteca un total de 12.127 españoles. Así, como vemos en el siguiente gráfico, en los
tres años y medio transcurridos desde el inicio del exilio se concentró nada menos que
el 61 % de los desplazamientos totales, mientras que el 39 % restante se produciría en
los 8 años siguientes, hasta 1950 inclusive. Esta cifra cobra todavía mayor relevancia si
recordamos que los viajes se suspendieron por orden mexicana durante casi un año,
entre septiembre de 1939 y agosto de 1940.

Es más, durante los aproximadamente tres años siguientes a dicha ruptura, los
españoles que reemigraron a México fueron solo una mínima parte de los que lo habían
hecho hasta entonces. Así, vemos que tan solo 1.381 llegaron en el periodo 1943-1945.
Esta significativa reducción —no olvidemos que el Mexique había trasladado a más de
dos mil en un solo viaje— se debió a que casi toda Europa estaba en guerra y, al mismo

Página | 46
tiempo, los miembros de la Legación mexicana en Francia habían sido capturados. Por
contra, la ocupación del norte de África por parte de los Aliados aceleró la salida de una
parte de los españoles que permanecían en campos norteafricanos rumbo a México y
otros países. De igual modo, en este tiempo llegarían a México diferentes grupos que se
encontraban en República Dominicana. No en vano, los españoles llevaban varios años
abandonando esta isla debido a los problemas de adaptación (Rubio, 1977).
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se formará el Gobierno en el exilio en
México, recuperándose de forma sustancial el número de traslados desde entonces. Así,
como podemos observar en la primera gráfica existió un pico en 1947 para después
reducirse conforme lo hacían los fondos del ejecutivo republicano. Por otro lado, las
gestiones de Bosques durante esos años en Portugal, a donde recordemos fue enviado
como embajador tras ser liberado por los alemanes, permitieron que desde el país luso
también salieran republicanos con destino México. Además, la Organización
Internacional para los Refugiados (OIR), creada tras la derrota de las potencias del Eje,
se ocupó durante al menos un lustro de los refugiados españoles que todavía precisaban
ayuda en Europa, colaborando así en los nuevos procesos de reemigración (Pla, 2007a).

Página | 47
6.- LOS PERFILES DEL EXILIO Y EL ÉXODO INTELECTUAL

6.1 Características de los exiliados en México

La emigración española a México desde mediados del siglo XIX hasta 1936 fue
protagonizada principalmente por emigrantes económicos que habían venido ampliando
sus actividades desde el comercio y los negocios familiares hasta otros campos como la
industria, la minería, las exportaciones agrícolas, los transportes o las finanzas. De esta
forma, a pesar de que su relevancia demográfica fue escasa la influencia que habían
venido ejerciendo en los sectores económicos y de poder sí fue importante, sobre todo
en las ciudades, si bien es cierto que perderían gran parte de su preeminencia social y
política durante la Revolución mexicana.
A partir de la Guerra Civil, los españoles llegados al país azteca supusieron en
torno al 12 % del total de exiliados, solo por detrás de los que finalmente permanecerían
en Francia aunque a gran distancia, como vimos. En cambio, su repercusión con
respecto a la población mexicana —unos 25 millones en 1950— no llegaba al 0,1%, lo
que nos indica que la influencia demográfica siguió siendo mínima al tiempo que
mantenían una fuerte inserción urbana. Por otro lado, con la llegada de los republicanos
sí que se produce un cambio de dinámica en otros ámbitos, pues ahora se trataba de un
grupo de emigrantes políticos que, según Lida (1997), «por sus intereses antes de la
Guerra Civil [...] no estaba destinado a emigrar y que no lo habría hecho “motu
proprio”» (p. 75). Esto se explica porque una parte muy significativa eran «trabajadores
y técnicos altamente cualificados, académicos, artistas y científicos de nivel destacado»
a los que la bibliografía ha otorgado un especial protagonismo por la gran aportación
realizada a sus respectivas materias en el panorama mexicano (Lida, 1994, p. 15).
Por su parte, la investigadora Dolores Pla llevó a cabo en 1994 un estudio sobre las
características de los exiliados de 1939 en México partiendo de los datos encontrados en
la obra inédita Memoria de las actividades desarrolladas por la delegación de
Veracruz. Este texto había sido elaborado en el verano de 1939 por el entonces
colaborador del CTARE, Patricio G. Quintanilla, quien entre otros apuntes recogió
importantes parámetros de los españoles que llegaron a bordo del Sinaia, el Ipanema y
el Mexique. Con el análisis de los mismos, Pla trazaría los perfiles de aquellos cerca de
4.600 españoles —recordemos, un 23 % del total llegado al país— con objeto de

Página | 48
extrapolarlos al conjunto del exilio en México, pues como vemos se trataba de una
muestra más que significativa.
Con todo ello, observamos que el 18 % eran menores de 15 años —edad mínima
para la realización de la ficha de entrada en el país en ese momento—, un 67 % de los
mayores de esa edad eran varones mientras que prácticamente la misma proporción
estaban casados/as. Estos datos vienen a confirmar que «a diferencia de las
emigraciones económicas, en las políticas el traslado de la familia completa es mucho
más común» (Pla, 1994, p. 220).
En cuanto a los lugares de origen, los datos recogidos por Quintanilla permitieron
conocer que la región catalana fue la que más exiliados aportó con un 22,4 %, seguida
de Castilla la Nueva —en la que entonces se incluía Madrid— con un 20,6 % y más de
lejos por Andalucía (11,4 %), País Vasco (6,7 %), Castilla la Vieja (6,2 %), Aragón (6
%), Valencia (5,7 %), Asturias (5,6 %) y Galicia (4,2 %), quedando el resto en un plano
menos relevante, si bien todas las regiones aportaron exiliados a México. Por otro lado,
la importancia de los exiliados urbanos en este país es evidente con casi el 30 %
procedente únicamente de dos ciudades: Madrid y Barcelona.
Por otro lado, la autora compara la importancia de las regiones de origen de los que
llegaron a México con las de los que permanecieron en la Francia metropolitana, en
donde tomando como referencia el trabajo de Javier Rubio La emigración de la guerra
civil de 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República
Española —sobre parte del cual ya hemos trabajado— apunta a que Cataluña seguía
siendo la mayor (36,5 %) pero seguida esta vez por Aragón (18 %), al tiempo que
Andalucía mantenía el tercer lugar con casi la misma importancia (10,5 %), después
Valencia (9,2 %) y por último otras como Castilla la Nueva, en este caso con mucha
menor presencia que en México (5,9 % respecto al 20,6 % anterior).
El hecho de que Cataluña —entonces tercera a nivel poblacional tras Andalucía y
Castilla la Nueva, como recuerda la autora— fuera en ambos destinos la principal
región emisora se explica en gran parte porque el propio desarrollo de la guerra afectaba
directamente a las posibilidades de salida de los republicanos, quedando los residentes
de Castilla la Nueva más cercanos a las costas levantinas —con destino inicial el norte
de África, aunque posteriormente algunos de ellos llegarían desde allí a México—,
mientras que catalanes y aragoneses contaban con una salida natural a Francia por los
Pirineos, donde muchos permanecerían finalmente.

Página | 49
Respecto a la profesión de los cabezas de familia y de aquellas personas que
viajaban solas —únicos casos en los que Quintanilla hizo referencia en este sentido y
que representaban algo más de la mitad de los llegados en aquellas tres naves—, el
22,16 % pertenecían al sector primario —prácticamente reducido al mundo agrícola— y
el 29,07 % al secundario; de forma que el resto de los refugiados, el 48,77 %, se había
dedicado en España a actividades del sector servicios o terciario. Además, los datos
muestran con claridad que entre estos últimos sería mayoría, con casi el 60 %, el grupo
compuesto por profesionales, intelectuales, artistas, maestros y catedráticos,
demostrando que el exilio español en México estuvo formado en nada menos que un
28,45 % por personas altamente cualificadas, una cifra que podemos ampliar al 80 % si
incluimos a aquellos que contaban con «un cierto grado de especialización», en palabras
de Pla (2007a, p. 22).
También es relevante el conocimiento de otras lenguas, pues más de una cuarta
parte del total hablaban francés, a lo que Pla (1994) añade el hecho de que muchos
hablaran además la lengua de su región en España —en los casos en los que existiera
otra aparte del castellano— aunque sobre esto habría que valorar la importancia que ello
tendría en su perfil de exiliado, motivo por el que muy probablemente este dato no
conste en los apuntes de Quintanilla. De todos modos, no cabe duda sobre el alto nivel

Página | 50
de formación con el que contaban los exiliados españoles en México, una realidad
reforzada por otro dato contundente, tan solo existía un 1,4 % de analfabetismo frente al
23 % que había en España en 1940 o al 45 % mexicano (El exilio español [...], 2011).

En su trabajo, Pla lleva a cabo además un análisis comparativo entre los datos de
Quintanilla y los relativos a la Francia metropolitana poco después de la salida del
Sinaia, los cuales son obtenidos esta vez de un listado realizado por el SERE y llamado
Censo de españoles refugiados en Francia en el mes de junio de 1939, también inédito.
Si bien es cierto que la composición de los refugiados para ambos destinos coincide en
algunos parámetros como puede ser la proporción de niños y mujeres —un 45 % para el
caso mexicano y un 43 % para el francés, apreciándose por ello el fuerte carácter
familiar antes comentado—, Pla (1994) afirma que en otros se pone «claramente de
manifiesto que hubo un criterio de selección de los refugiados que habrían de venir a la
República Mexicana» (p. 227). Por un lado, en la siguiente gráfica vemos que los
pertenecientes a los sectores primario y secundario se redujeron en el caso mexicano en
beneficio de un significativo aumento en el terciario, que se vio incrementado del 18,31
% en Francia al ya apuntado 48,77 % en México. Este aumento, además, se trasladó

Página | 51
mayormente a los intelectuales, artistas, científicos y profesionales, pues pasaban del
2,66 % en Francia al 28,45 % antes mencionado. Por otro lado, la afirmación de la
autora se refuerza al observar la evolución de este último grupo de personas en los tres
barcos analizados, pues su importancia se reduce progresivamente hasta suponer la
mitad en el último barco, el Mexique, con un 19 %; respecto al primero, el Sinaia, con
un 39 %.
Con estos datos Pla (1994) indica que, además de las preferencias del SERE y la
JARE que beneficiaban a los políticamente más cercanos en cada caso, por la parte
mexicana existió «un marcado interés por sacar primero de Francia [...] a la élite del
exilio»; y, por otro lado, explica que si la tendencia decreciente de la que hablábamos
con respecto a los tres barcos se hubiera extendido en los siguientes años el perfil del
exilio aquí expuesto podría sufrir «alguna modificación, aunque seguramente no sería
sustancial» (p. 229). Además, como señala Lida (1997) los refugiados españoles que
contaban con carreras profesionales no podían ejercerlas en Francia por el hecho de ser
extranjeros, lo que también favorecía su reemigración hacia otros destinos en los que sí
pudieran hacerlo, como el que nos ocupa.
De fondo, vemos que una parte importante de aquellos que habían permitido a
España vivir una nueva época dorada en términos científico-culturales en el primer
tercio del siglo XX se vieron abocados al exilio donde, además, terminarían recalando
mayormente en el continente americano y muy especialmente en tierras mexicanas,
gracias a la política de acogida allí aplicada desde la época del presidente Cárdenas.

6.2 La diáspora de la élite: sus principales aportes en México

Como hemos visto, antes de iniciarse el exilio masivo La Casa de España ya había
comenzado a acoger a una serie de destacados hombres de letras, científicos, expertos
en arte y, en definitiva, intelectuales españoles que desarrollarían su trabajo en torno a
esa institución a salvo de la guerra y la represión. Como apunta Matesanz (1999), el
alcance que tuvieron la presencia y el trabajo de ese grupo de españoles condicionó la
imagen que se tendría del exilio español en torno al carácter intelectual.
En octubre de 1940, tras «dos años de actividad enormemente fructífera» (Lida,
2000, p. 116) y a iniciativa de entre otros Alfonso Reyes, La Casa de España
desaparecía como tal para ser sustituida, como ya comentamos, por El Colegio de

Página | 52
México (COLMEX), cuya denominación inicialmente propuesta había sido Centro de
Estudios Superiores. Se trataba de una nueva institución que pretendía mexicanizar la
anterior pero sin perder la herencia española que la había fundamentado. De hecho,
aunque hubo varias bajas españolas y alguna de ellas fue relevante, como el caso del
poeta León Felipe, los miembros españoles del COLMEX serían prácticamente los
mismos de los inicios de La Casa. Pero, como apunta Fagen (1975), entonces «El
Colegio ya no era el único centro intelectual español, ni aun el más importante» (p. 62).
No en vano, desde las primeras llegadas los intelectuales habían venido colaborando
con diferentes instituciones culturales, científicas, económicas y académicas a lo largo
del país, estableciéndose una sólida red de contactos entre ellos que les permitía ahora
no depender del COLMEX para seguir desarrollando su trabajo en las diferentes
disciplinas. De hecho, los centros que recibieron en mayor número a esos intelectuales
españoles fueron la UNAM y el IPN.
En el campo de la Medicina, según el escritor y médico refugiado en México
Germán Somolinos (citado por Pla, 2007b), llegaron nada menos que medio millar de
doctores españoles, una cifra muy relevante teniendo en cuenta que suponía una décima
parte de médicos que entonces ejercían en el país azteca. La mayor parte se habían
formado en la Institución Libre de Enseñanza y ayudaron al país a desarrollar
especialidades que apenas contaban con médicos de prestigio como la ginecología, la
psicología o la cardiología; a controlar enfermedades como el sarampión o la malaria, lo
cual se logró con campañas específicas; así como a desarrollar la industria médico-
farmacéutica, un campo en el que destacó especialmente el químico Blas Cabrera,
fundador de sus propios laboratorios. Además de los anteriores, podemos mencionar a
los fisiólogos José Puche —quien recordemos dirigió la CTARE— y Jaime Pi-Suñer, al
psiquiatra Wenceslao López o al oncólogo Germán García, entre muchos otros.
Otro científico destacado fue el químico y político republicano José Giral, doctor
honoris causa en varias universidades internacionales y de cuya labor en el Gobierno en
el exilio hablaremos más adelante. Tampoco podemos olvidar al entomólogo Ignacio
Bolívar Urrutia, pionero en España en dicho campo y uno de los científicos españoles
más relevantes del siglo XX. Bolívar murió a los diez años de su llegada a México, ya
anciano, pero allí tuvo tiempo de seguir su trabajo y de fundar junto con otros exiliados
la revista Ciencia, una auténtica referencia desde entonces. Su legado quedó en multitud
de trabajos y en sus discípulos, entre ellos su hijo Cándido, también exiliado en tierras

Página | 53
mexicanas. El botánico Faustino Miranda, por su parte, desarrolló una exitosa
trayectoria en México que le fue reconocida con gestos como el hecho de que hoy en día
el Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria lleve su nombre (Pla, 2007b).
Dentro de las Humanidades, la Filosofía fue sin duda una de las disciplinas más
reforzadas gracias a los intelectuales españoles, destacando su contribución en el ámbito
del pensamiento alemán así como la transmisión del trabajo de José Ortega y Gasset.
Además de José Gaos —el más reconocido— y Luis Recaséns, de los cuales hemos
hablado en el capítulo tercero, sobresalieron otros nombres como el de María
Zambrano, Adolfo Sánchez Vázquez o Eduardo Nicol, quien demostraba así su sentido
agradecimiento a México: «Era un deseo firme de servir a ese país que no pedía nada de
nosotros, y al que por eso mismo teníamos que darle todo. Y fuimos fieles» (citado en
El exilio español [...], 2011, p. 174).
Otro campo destacado fue el de la Antropología, que con exiliados como el ex
rector de la Universidad de Barcelona Pere Bosch Gimpera y, sobre todo, con Juan
Comas y su discípulo Santiago Genovés —ambos miembros del Instituto Indigenista
Interamericano—, se avanzó en el estudio del indigenismo, una de las fuentes de
inspiración del nacionalismo revolucionario mexicano. La Historia también se vio
beneficiada, sobre todo la colonial, tan poco trabajada por los historiadores mexicanos
posrevolucionarios. Así, la historia mexicana se presentó ante investigadores como José
Miranda, Ramón Iglesia o Agustín Millares Carlo como un inmenso campo de estudio,
asimismo trabajado por otros hombres de letras como Américo Castro desde su exilio en
EE.UU., como apunta Fagen (1975). Otros historiadores ilustres llegarían en la década
de los cuarenta, destacando a Rafael Altamira, que no era la primera vez que visitaba
México y en cuya capital fallecería en 1951.
Por otro lado, la majestuosidad y diversidad de la geografía mexicana, lo exótico de
su flora y fauna, también de su cultura, de sus gentes; todo ello debió de favorecer la
creación artística y estimular la inspiración de los recién llegados en campos como la
escritura o la fotografía. En este último caso podemos recordar a los hermanos Mayo,
quienes dejaron un importante testimonio visual del exilio. Por otro lado, algunos de los
creadores españoles tomarían también, como parte fundamental de su trabajo, las
propias experiencias del exilio, trasladando a su obra una amalgama de sensaciones
sobre la España perdida y, al mismo tiempo, sobre la tierra que les acogió. Fagen (1975)
recuerda la relevancia de los pintores Enrique Climent, José Renau o Remedios Varo; a

Página | 54
los que podríamos añadir el cineasta aragonés Luis Buñuel, quien en 1950 dirigiría una
de las películas mexicanas más aclamadas de la historia, Los olvidados.
Entre los escritores podemos destacar a Max Aub, de origen francés pero que
escribió toda su obra en español abarcando distintos géneros como la narrativa, la poesía
o el teatro; Manuel Andújar, cofundador en 1946 de la revista Las Españas junto con el
también escritor exiliado José Ramón Arana; Ramón J. Sender, uno de los escritores
aragoneses más reconocidos del pasado siglo y que fundó Editorial Quetzal antes de
trasladarse a EE. UU. en 1942, en donde continuó su trabajo; el ya citado Juan Rejano,
poeta andaluz que dirigió la Sección de Cultura del periódico El Nacional; Luis
Cernuda, que no se instalará en México hasta 1952 pero que en los años cuarenta lo
visitó en varias ocasiones; o Pedro Garfias, cuyo exilio en México es recordado en
versos como los que siguen, extraídos de sus Poesías de la guerra española, publicadas
en el país azteca en 1941 y que contaban con prólogo del propio Rejano:

Como otro tiempo por la mar salada


te va un río español de sangre roja
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú, esta vez, quien nos conquista
y para siempre, ¡oh, vieja y nueva España!
(citado en Exilio, 2009, contraportada)

Asimismo, no dejaremos de mencionar a León Felipe, recordemos uno de los


primeros en llegar a La Casa de España en 1938 y que desde 1942 participó en un
proyecto apasionante en el ámbito de las publicaciones en lengua hispana, Cuadernos
Americanos, en el que también colaborarían otros españoles como Juan Larrea,
procedente del Archivo Histórico Nacional de Madrid y que había donado a las
autoridades republicanas su famosa colección de arte inca, germen del futuro Museo de
América de Madrid; y también mexicanos de la talla de Alfonso Reyes o Daniel Cosío
Villegas. Igualmente, hubo otras muchas publicaciones en las que participó el exilio
español o que directamente fueron creadas por este, pudiendo señalar algunas como
Romance, Litoral, Sala de Espera o España Peregrina. Esta última fue creada por la
Junta de Cultura Española que, sin embargo, desapareció muy pronto junto a la revista
debido a las discrepancias internas.

Página | 55
En lo que se refiere a las editoriales que publicaron la obra del exilio sobresalen dos
a las que ya hemos hecho referencia: La Casa de España/COLMEX y el FCE. Ambas
colaboraron estrechamente y aprovecharon el ineludible declive de la industria editorial
española durante la Guerra Civil, la mayor de los países hispanohablantes,
convirtiéndose con la ayuda de los profesionales españoles en unas de las editoriales
más importantes de Latinoamérica, especialmente el FCE, que había sido creado en
1934 para desarrollar el campo de la economía en todos sus ámbitos —hasta entonces
poco trabajado en la región—, aunque pronto se abrió con éxito a otras disciplinas. Por
otro lado, muchos exiliados ejercieron de traductores, facilitando la publicación en
América de obras extranjeras antes inéditas. Asimismo, aquellos españoles
especializados en el mundo editorial también crearon sus propias empresas
aprovechando su experiencia y el auge de esta actividad en México, pudiendo nombrar a
Grijalbo, Séneca, Proa o la ya mencionada Quetzal, entre muchas otras.
Tanto estos inmigrantes ilustres y como tantos otros que no hemos mencionado en
estas líneas destacaron por su indudable contribución a la sociedad mexicana. El escritor
mexicano y ganador del Premio Cervantes en 2005, Sergio Pitol, declaraba tras recoger
el galardón: «El exilio español enriqueció de una manera notable a la cultura mexicana»
(citado por Sánchez-Albornoz, 2007, p. 15). No era para menos, pues a modo de
ejemplo podemos destacar que el número de publicaciones científico-culturales en el
país se duplicó desde la llegada de los exiliados, como señala Fagen (1975), quien
añade: «difícilmente se encontrará una sola publicación periódica sobre cualquier
disciplina en que no hayan tenido que ver los republicanos» (p. 72).

Página | 56
7.- LA INTEGRACIÓN DE LOS EXILIADOS

Sería especialmente complejo establecer unos límites temporales para este capítulo,
pues la cuestión abarca un periodo tan amplio como la vida en México de cada uno de
los protagonistas. Por este motivo proponemos aquí una visión más general que la
llevada a cabo en el resto del trabajo, tomando como principales fuentes los estudios de
la historiadora Clara E. Lida, posiblemente la mayor referencia en este campo.

Como hemos visto, antes de que los refugiados embarcaran rumbo a México la
cercanía mostrada por el gobierno de este país con la causa republicana a través de sus
servicios diplomáticos fue indiscutible. Lo mismo podemos decir de gran parte de su
población una vez arribaron a tierras mexicanas. No obstante, resulta difícil imaginar
que, en aquellos años, el hecho de cruzar un océano en un viaje que se alargaba varias
semanas en unas condiciones que no debieron ser las más confortables y llegar a un país
desconocido después de una experiencia tan traumática no creara en aquellas personas
una amalgama de sensaciones indescriptible, con la incertidumbre marcando el paso en
todo momento o, como lo llama Lida (1997), un «caleidoscopio de emociones
encontradas» (p. 121). Una muestra de ello la encontramos en el testimonio de
Sacramento Álvarez Ugena, quien deja patente la melancolía que dominaba la vida a
bordo del Sinaia:

El sentimiento de la gente en el barco era de tristeza. El barco pasó toda la


costa del Mediterráneo y atravesamos el estrecho de Gibraltar, ese día
organizaron un adiós a España. Y allí lloramos todos, hasta aumentó el
caudal del mar. (citada en El exilio español [...], 2011, p. 249)

Aquellas personas desembarcaron en México con la convicción de que su estancia


allí iba a ser temporal, que tarde o temprano Franco caería y todos podrían volver a
casa. A este respecto, un exiliado recordaba así el caso de un dentista español cercano a
él: «Dormía en un cuartucho adjunto a su consultorio y explicaba una y otra vez que él,
desde luego, tenía siempre la maleta hecha porque nos íbamos a volver a España un día
de estos» (citado por Lida, 1997, p. 106).
Por su parte, el filósofo José Gaos reinterpretó el exilio republicano como una
forma de trasplantar las raíces españolas en tierra mexicana, estableciendo para ello un
nuevo término al que ya hemos hecho referencia para: transterrados. Gaos señalaba que
Página | 57
gracias a ese proceso aquellos exiliados serían españoles y mexicanos. En cambio, para
Lida (2009) la añoranza por la patria perdida les impediría asimilar una nueva identidad
e integrarse en el mundo mexicano en los primeros tiempos del exilio, sufriendo por ello
un doble desarraigo: el de la España perdida y el del México ajeno.
Los comienzos, en cualquier caso, no debieron de ser sencillos. Existieron grandes
dificultades en el proceso de aculturación a pesar de las medidas tomadas por el
gobierno de acogida así como los recursos desplegados por los diversos organismos de
ayuda antes analizados. Entre las primeras podemos recordar la gran libertad de la que
disfrutaron para ejercer actividades económicas y para establecerse en cualquier punto
del país. Otra de ellas fue la temprana concesión de la nacionalidad mexicana para los
refugiados españoles. Lida (2009), tras el estudio de entrevistas y otras fuentes
primarias, se pregunta por qué a pesar de ello con el paso de los años aquellos nuevos
mexicanos se siguieron identificando a sí mismos como refugiados españoles, es decir,
como extranjeros. En este sentido, podemos retomar el trabajo de Llorens (1976) en el
que apuntaba que la población mexicana había demostrado históricamente un trasfondo
de desconfianza hacia el extranjero y así lo siguió haciendo con estos exiliados a pesar
del esfuerzo de su gobierno por integrarlos, lo que quizá favoreció un sentimiento de no
ser ni de un lugar ni del otro. Tampoco debió de ayudar el carácter generalmente
endogámico de los españoles —incluyendo aquellos que ya residían en el país antes de
la Guerra Civil— en aspectos como los matrimonios pero también en otros más amplios
como los económicos y culturales (Lida, 2009).
Asimismo, se dieron otras circunstancias que en un mayor o menor grado retrasaron
la integración. Pla (2007b) explica algunos ejemplos menores como la comida, con
matices tan distintos por la fuerte influencia indígena y tropical, o la pobreza y suciedad
de las calles, si bien la autora recuerda las palabras de un exiliado durante una de las
entrevistas del PHO, quien afirmaba: «Cuando se sale del infierno cualquier cosa es
buena» (p. 72). Otro aspecto fue el idioma, pues todos sabemos que tanto en España
como en México se habla el español, pero no es el mismo español en todos los países, ni
siquiera en todas las regiones dentro de cada país, lo que sin duda afectaría al
entendimiento en los primeros tiempos por el desconocimiento de expresiones locales,
dificultades con el acento o el uso mexicano de vocablos en desuso en la Península
Ibérica y viceversa, entre otros aspectos.

Página | 58
También es destacable la creación por parte —o al menos con el apoyo— del
gobierno mexicano de instituciones culturales, educativas o de otra índole para que los
refugiados continuaran defendiendo su modo de vida y desarrollando su labor
intelectual y científica. Son los «lugares de memoria» de los que habla Lida (2009, p.
14), quien afirma que ayudaron a mantener intacta la identidad española durante años,
retardando, por ende, su mexicanización. En este sentido podemos mencionar los
programas educativos en los que fueron inmersos los niños refugiados, pues aquellos
fueron plenamente españoles debido a que el gobierno de la República deseaba que los
pequeños mantuvieran su identidad nacional. De esta forma, los centros creados en
torno a ellos —al menos durante los primeros años— solo contaban con niños y
maestros españoles, lo que según Lida (1997) favorecía «el desarraigo cultural y
psicológico en edad tan temprana» (p. 119). Esto debió de provocar no pocas
dificultades para aquellos jóvenes que habían sido educados para volver a España y que
con el tiempo se verían abocados a un encuentro con la realidad mexicana en todos los
niveles, una vez desvanecida la esperanza de un pronto regreso, lo que según esta autora
les convierte en el grupo de refugiados a los que más compleja les resultó la integración.
Finalmente, a pesar de las no pocas dificultades y de que un pequeño porcentaje de
españoles reemigraron a otros lugares por su inadaptación al país o en busca de nuevas
oportunidades, lo cierto es que con el paso de los años «la abrumadora mayoría, casi sin
darse cuenta, arraigó en México en un encuentro [...] que ha sido de indudable
enriquecimiento mutuo» (Lida, 1997, p. 122). Parte de ese proceso se vio favorecido por
el tipo de actividades económicas que llevaban a cabo los refugiados españoles, pues si
bien al principio incluso hubo intelectuales que se vieron obligados a realizar todo tipo
de trabajos para sacar adelante a sus familias, con el paso del tiempo la situación en
general mejoró hacia empleos más profesionales, de alta cualificación y modernos, lo
que permitió a muchos de ellos situarse en una posición económico-laboral privilegiada
(Fagen, 1975).
En la misma línea, Pla (2007a) concluye que el inevitable acercamiento de aquellos
exiliados a la sociedad mexicana no provocó el rechazo de su identidad originaria sino
que ambas eran compatibles y gracias a ello terminaron conviviendo. Moreno Villa así
lo dejaría escrito: «No seré mexicano, pero cada día seré más mexicano, a medida que
mi ser español vaya enriqueciéndose [...]. Así tendrá que ser, quiera o no quiera» (citado
por Lida, 1997, p. 122).

Página | 59
8.- LA CREACIÓN EN MÉXICO DEL GOBIERNO EN EL EXILIO

El 1 de febrero de 1939 y bajo la presidencia de Diego Martínez Barrio se reunieron


por última vez las Cortes republicanas en territorio español, en el castillo de Figueras.
Tras el discurso del entonces jefe de gobierno, Juan Negrín, se ratificó el derecho del
gobierno legítimo a conservar la soberanía e integridad del territorio. Pero pocos días
después el cuadro político con el presidente Manuel Azaña a la cabeza abandonaría
España camino del exilio.
Azaña dimitió muy pronto, el 27 de febrero, tras conocer que Francia e Inglaterra
habían reconocido al gobierno de Burgos. Además, ante una inevitable e inminente
derrota militar se hicieron más evidentes que nunca las divisiones dentro de las fuerzas
republicanas. En este contexto el Gobierno de Negrín desarrollaría desde el exilio su
labor en torno a varias direcciones principales, según Cabeza (1997). Una de ellas era la
ayuda a los refugiados republicanos a través del SERE. Por otro lado, se trataba de
mantener la legitimidad de la República y de llevar a cabo una campaña política
internacional para lograr la liberación de España.
En 1940 Negrín tuvo que abandonar el país galo para dirigirse a Londres, logrando
así huir de la petición de extradición del régimen franquista; una suerte de la que no
disfrutaron otros dirigentes republicanos que sí fueron atrapados por los nazis en la
Francia recién ocupada y posteriormente extraditados, en algunos casos como el del
presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys, con el peor de los desenlaces
posibles.
En agosto de 1945, poco después de su llegada a México, Negrín presentó su
dimisión ante los 96 diputados presentes en las Cortes así como representantes de varios
países. Se trataba de dar paso a un ejecutivo que gozara del respaldo mayoritario de los
partidos políticos, las organizaciones obreras y las potencias europeas, es decir, se
intentaba acabar con las profundas diferencias existentes hasta la fecha. De esta forma,
se creó un Gobierno en el exilio al frente del cual se situaría José Giral Pereira, de
Izquierda Republicana (IR), contando además con Martínez Barrio como presidente de
la República hasta su muerte en 1962 y con Luis Jiménez de Asúa como presidente de
las Cortes. Pronto recibiría el reconocimiento de México, Venezuela, Panamá,
Colombia, Yugoslavia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumanía, Albania y
Checoslovaquia. Como recuerda Fernández (2011), el hecho de reconocer a un gobierno

Página | 60
supone establecer relaciones diplomáticas y le otorga legitimación internacional, de ahí
que Giral y los suyos se esforzasen en establecer relaciones oficiales con el mayor
número de países posible y en el menor tiempo posible.
En el ámbito interno, a pesar del intento de Giral por incluir en su gabinete a
miembros de todas las formaciones políticas, lo cierto es que tanto comunistas como
negrinistas y prietistas rechazaron formar parte de él, manteniéndose diferencias
sustanciales que en ocasiones provenían de los tiempos de la Guerra Civil, como cuando
en 1938 Prieto comenzó a proponer la idea de un plebiscito para que el pueblo español
decidiese su futuro, una idea que trasladaría en varias ocasiones una vez perdida la
guerra y que siguió apoyando tras la formación del gobierno de Giral. Algunos
miembros del ejecutivo como el propio Martínez Barrio o Félix Gordón Ordás —de
Izquierda Republicana— solo estaban de acuerdo en la celebración del plebiscito en
caso de imposibilidad de restaurar la República por la vía pacífica, mientras que otros
como Álvaro de Albornoz —futuro presidente del Gobierno en el exilio— se mostraban
frontalmente en contra porque «no se podía poner en duda la legitimidad de la
República» (Cabeza, 1997, p. 52). Prieto llegaría a proponer otras alternativas, entre las
que destaca «una ampliación del frente antifranquista, para lo cual había que realizar un
pacto monárquico-socialista» (Cabeza, 1997, p. 52). Estas y otras disensiones vendrían
a minar la confianza hacia dicho gobierno y los posteriores.
Giral tenía como principales objetivos lograr el derrocamiento del régimen de
Franco y la posterior restitución de la República, para lo que resultaba imprescindible
llevar a cabo una política muy activa de relaciones con los Aliados que habían resultado
victoriosos en la Segunda Guerra Mundial, pues la vinculación de Franco desde 1936
con las potencias europeas derrotadas lo situaba frente a ellos. Con ese propósito, en
noviembre de 1945 las Cortes aprobaron instar a los países miembros de Naciones
Unidas a reconocer a la República española «como auténtica expresión de la voluntad
política del pueblo español» (citado por Cabeza, 1997, p. 51), con la intención de aislar
a Franco. Asimismo, en caso de lograrse se debería organizar el regreso de los exiliados,
restablecer el orden público en España y por supuesto contar con un programa
gubernamental que cimentase todo aquello, que según Cabeza (1997) «consistía en
líneas generales en continuar la política iniciada en 1931» así como «crear un clima de
convivencia, de tolerancia y de “justicia sin venganza”» (pp. 48-49).

Página | 61
El gobierno mexicano cedió la sede de la antigua embajada española, cerrada desde
la Guerra Civil, para que se instalara allí el nuevo ejecutivo. Pero solo cinco meses
después de su creación, en febrero de 1946, se produciría el traslado definitivo a París,
manteniéndose no obstante la sede anterior como embajada acreditada. El objeto de tan
importante y temprano cambio era acercarse a la realidad peninsular pero también,
según el propio Giral (citado por Cabeza, 1997), establecer relaciones con el gobierno
francés y entrar en contacto directo con la Resistencia. A pesar de que Francia no
reconoció oficialmente al Gobierno en el exilio, sí le otorgó un Estatuto por el cual sus
miembros gozarían de una serie de derechos diplomáticos que le ayudaron a permanecer
activo durante más de cuatro décadas. Giral fue sucedido en febrero de 1947 por
Rodolfo Llopis (PSOE), quien tras medio año daría paso a Álvaro de Albornoz (IR), en
el cargo hasta 1951. Después vendrían cuatro nuevos mandatarios hasta que en junio de
1977, al llegar las primeras elecciones democráticas a España tras cuatro décadas, el
Gobierno en el exilio se autodisolvió.
Del mismo modo, ese año México retomaba las relaciones diplomáticas con España
tras 38 de ruptura oficial. Según Mario Ojeda (citado por Fernández, 2011), el
alejamiento tan prolongado habría respondido al objetivo de legitimarse ante la
izquierda mexicana y a pesar de que en 1950 la ONU había anulado las sanciones
impuestas a España un lustro antes, tras lo que se produciría un acercamiento progresivo
de Franco a EE. UU. y al resto de potencias occidentales en torno a la Guerra Fría.
Paralelamente, el Gobierno en el exilio fue perdiendo relevancia internacional en una
etapa caracterizada por el desvanecimiento de la esperanza republicana que, sin
embargo, no lograría terminar con él hasta más allá de la muerte de Franco.
Con todo, hemos visto que el Gobierno en el exilio se inició en México en 1945 con
la confianza de que el aislamiento internacional acabaría con el régimen franquista,
logrando subsistir hasta la llegada de la democracia a pesar de que los acontecimientos
se tornaron pronto desfavorables. Sin embargo, según Sánchez-Albornoz (2007):

El exilio no brinda un ejemplo de eficacia política. […] Prolongó los


enfrentamientos entre partidos y entre fracciones que debilitaron a la República
y que la derrota amplió. No supo superarlos y contribuir con ello a ganar los
apoyos internacionales imprescindibles para recuperar España. (p. 14)

Página | 62
9.- CONCLUSIONES

A pesar de las calamidades inherentes a todo exilio, los republicanos españoles


disfrutaron de una posición relativamente privilegiada en México. Con Lázaro Cárdenas
a la cabeza, el gobierno mexicano les apoyó desde el inicio del conflicto hasta su
llegada al país, donde fueron recibidos con las puertas abiertas y el soporte de gran parte
de la población local. Del mismo modo, recibieron la protección y ayuda de la Legación
mexicana en Francia, que llevó al extremo de sus posibilidades la política cardenista
para con la causa republicana, ejerciendo un papel fundamental en los traslados.
Por otro lado, México se benefició significativamente del capital humano recibido
que, sin ser significativo en el terreno cuantitativo —en torno a 20.000 personas en un
país de 20 millones—, sí lo fue en el cualitativo. Así, con un fuerte carácter familiar y
formado por refugiados procedentes de todas las regiones españolas —si bien es cierto
que solo Cataluña, Castilla la Nueva y Andalucía representarían más de la mitad del
total—, el exilio español reforzó el vínculo entre las culturas española y mexicana,
empapando su trabajo de ingredientes procedentes de ambos países, motivo por el que
es difícil efectuar un deslinde entre ellos.
Históricamente, el exilio republicano supuso un claro contraste con respecto a la
emigración española que había venido produciéndose desde la misma independencia de
México. Aquella emigración, en términos generales, destacó por su perfil económico e
individual así como por sustentarse en una red de contactos familiares más o menos
sólida. En 1939, en cambio, se produjo una emigración política que consistió
esencialmente en el destierro voluntario por temor a las consecuencias de la guerra, en
los casos más tempranos; y a la represión del gobierno franquista, más tarde. De esta
manera, a partir de entonces coexistirían en el país azteca dos colectividades de igual
origen —y similar peso demográfico conforme avance el exilio— pero con
características políticas muy diferenciadas: el carácter mayormente conservador de la
colonia española establecida antes de la guerra y el izquierdista de los recién llegados.
Como no podía ser de otra forma, el exilio de 1939 representó la pluralidad
existente en la izquierda española de la época, con sus desavenencias reflejadas en
situaciones como la convivencia de dos organismos de ayuda —considerados a sí
mismos gubernamentales— o los enfrentamientos políticos entre facciones, que
seguirían activos incluso después de la formación del Gobierno en el exilio en 1945.

Página | 63
Todo ello provocó no poco malestar en los países de acogida, desembocando en el caso
mexicano en la disolución de la JARE —gestionada por los propios republicanos— y la
creación en su lugar de una comisión controlada por el gobierno mexicano, la
CAFARE.
En términos comparativos, lo cierto es que entre los dos principales receptores de
refugiados españoles, Francia y México, hubo diferencias sustanciales. En el primero de
ellos se produjo una concentración de carácter masivo en torno a una serie de campos de
refugiados y, al menos durante los primeros años, la experiencia general fue ciertamente
negativa. Mientras, en el caso mexicano se llevaría a cabo un traslado más selectivo y, a
pesar de que aquel asilo temporal se alargó demasiado, en términos generales el proceso
fue más positivo, máxime cuando la mayor parte procedían del país galo o de sus
colonias norteafricanas.
Sin embargo, más allá de que la actitud de los gobernantes franceses fuera más o
menos favorable al bienestar de los refugiados, no se debe olvidar que durante esos
primeros años la situación en Francia era tremendamente compleja, con el estallido de la
Segunda Guerra Mundial y la temprana ocupación alemana, una situación en la que
recibir a medio millón de personas no debió resultar, en absoluto, nada sencillo. En
cambio, el contexto histórico de México era muy distinto, pues a pesar de venir
sufriendo importantes dificultades en materia económica, el nuevo Estado
posrevolucionario disfrutaría pronto de un crecimiento constante y duradero. Además, el
exilio republicano a este país destacó por su carácter organizado y por su capacidad de
autofinanciación a través de los organismos de ayuda creados al efecto. Precisamente
por esto, merece especial relevancia en la historia de los exilios masivos, desordenados
y carentes de recursos propios por norma general.
Como hemos visto, el gobierno mexicano se esforzó desde el primer momento en
establecer una serie de mecanismos de inserción para los exiliados. Pero esto no
garantizó un rápido arraigo, pues aquellos mantendrían firme su identidad durante años
con la esperanza de un temprano regreso a España. «¿Cuándo se convirtió lo extraño en
íntimo?» se preguntaba Lida (1997, p. 116). Lo cierto es que establecer una fecha o
incluso una etapa determinadas para ese proceso resultaría demasiado pretencioso,
existiendo posiblemente tantas respuestas como exiliados. Sí podemos concluir que,
ciertamente, lo que en un principio iba a ser un asilo temporal terminaría
convirtiéndose, tras la pervivencia del régimen franquista, en un exilio prolongado,

Página | 64
definitivo en muchas ocasiones. Así, finalmente y en la mayor parte de los casos, el
paso del tiempo favoreció que la integración se consolidara, aunque las raíces nunca se
olvidarían.
En lo que concierne al aporte del exilio republicano, es bien conocido hasta qué
punto México supo aprovechar el trabajo del 28 % de españoles formado por
profesionales, intelectuales, artistas y científicos que comenzaron a llegar incluso antes
de finalizar la Guerra Civil, desde la creación de La Casa de España en 1938. Pla (2002)
es tajante al respecto: «No hay ámbito de la vida cultural y científica en el que los
exiliados no tuvieran un impacto positivo» (p. 120). Mucho menos conocemos, no
obstante, del otro 72 %. Por su parte, en la España de Franco la ausencia de todo ese
talento unida al aislamiento internacional y a la devastación de la propia guerra
provocaron la dispersión cultural y la pobreza económica del país durante años.
En definitiva, el exhaustivo estudio de la historia cultural en torno a la élite
profesional y, sobre todo, a la intelectual ha eclipsado al resto de las dimensiones del
exilio. Observamos, por tanto, un conocimiento muy profundo sobre una minoría de
exiliados, al tiempo que disponemos de muy poca información sobre el resto. Por ello,
es preciso seguir avanzando en el estudio de esa mayoría de españoles en México que,
salvando casos concretos como el Proyecto de Historia Oral u obras que abarcan la
historia social como la de Javier Rubio, han pasado prácticamente inadvertidos para los
investigadores pero que, a buen seguro, también llevaron a cabo grandes aportaciones a
la sociedad mexicana. En este sentido, concluiremos recordando las palabras de
Francisco Ferrándiz Alborz, citado por Pla (2002):

Una cultura no es sólo el libro que se escribe, el cuadro que se pinta, la


escultura que se modela, la música que se compone, el fenómeno que se
investiga, la clase que se desarrolla. Es también el campo que se ara, la casa
que se levanta, el hierro que se forja, el motor que se mueve, etc. (p. 120)

Página | 65
ANEXO: IMÁGENES DEL EXILIO

Página | 66
El presidente Lázaro
Cárdenas (tercero
por la izquierda) con
Gilberto Bosques
(primero) y otros
miembros del
gobierno mexicano.
S.l., 1934.

Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 83.

El líder obrero
Vicente Lombardo
Toledano (CTM) en
un mitin de apoyo a
la República
española. México
D.F., 1936.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 30.

España antifascista.
Exposición
organizada por la
Sociedad de Amigos
de España en el
Palacio de Bellas
Artes. México D.F.,
1938.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 44.

Página | 67
Niños de Morelia en
el comedor de la
escuela. Morelia,
noviembre de 1937.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 57.

Miembros de La
Casa de España.
Destacan Daniel
Cosío Villegas
(segundo por la
izquierda), José
Moreno Villa
(cuarto) y León
Felipe (con
sombrero). S.f.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 49.

Milicianos
republicanos
cruzando los
Pirineos hacia
Francia. S.f.

Fuente: Biblioteca
del Exilio (portal
electrónico).

Página | 68
Reparto de
alimentos para los
refugiados en el
lado francés de la
frontera y bajo la
supervisión de los
gendarmes. S.f.

Fuente: Exilio,
2009, p. 32.

Refugiados
españoles se lavan
en las frías aguas
del Mediterráneo.
Campo de Argelès-
sur-Mer, Francia, 12
de febrero de 1939.

Fuente: Exilio,
2009, p. 9.

Tiendas de campaña
para los refugiados
españoles. Campo
de Le Barcarès.
Francia, s.f.

Fuente: Exilio,
2009, p. 42.

Página | 69
Republicanos antes
de embarcar en el
Sinaia. Puerto de
Sète, Francia, mayo
de 1939.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 72.

Billete para el viaje


en el Ipanema.
1939.

Fuente: Mapa
colaborativo del
exilio español en
México (portal
electrónico).

Castillo de Reynard.
Marsella, s.f.

Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 102.

Página | 70
Una de las
habitaciones del
castillo de
Reynarde. Marsella,
1942.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 67.

Actividades
organizadas por la
Legación mexicana
para los niños
españoles. Castillo
de Montgrand,
Marsella, 1941.

Fuente: Gilberto
Bosques [...], 2013,
p. 104.

Españoles
trabajando en la
Hacienda Santa
Clara, dirigida por
el SERE.
Chihuahua, México,
s.f.

Fuente: Exilio,
2009, p. 53.

Página | 71
Refugiadas
trabajando en una
fábrica de juguetes.
México D.F.,
noviembre de 1939.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 120.

Una de las Casas-


Hogar que
funcionaron en
México entre 1943 y
1948. S.f.

Fuente: El exilio
español [...], 2011,
p. 131.

Diputados de las
Cortes en el exilio
junto al Monumento
a la Independencia.
Destacan José Giral
y Diego Martínez
Barrio, en el centro.
México D.F.,
noviembre de 1945.

Fuente: Exilio,
2009, p. 69.

Página | 72
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Obras

Abellán, J. L. (1976). Presentación general. En Abellán, J. L. (Dir.), El exilio español de


1939 (Vol. 1, pp. 13-24). Madrid: Taurus Ediciones.

Aboites, L. y Loyo, E. (2010). La construcción del nuevo Estado, 1920-1945. En


Velásquez et al., Nueva Historia General de México (pp. 595-652). México D.F.: El
Colegio de México.

Alted, A. (2009). El exilio de los niños. En Exilio (pp. 125-133). Madrid: Fundación
Pablo Iglesias/Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Cabeza, S. (1997). Historia política de la Segunda República en el exilio. Madrid:


Fundación Universitaria Española.

Canal, J. (2007). Los exilios en la historia de España. En J. Canal (Ed.), Exilios. Los
éxodos políticos en la historia de España (siglos XV-XX) (pp. 11-36). Madrid: Sílex
Ediciones.

Casanova, J. (2014). España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española.
Barcelona: Crítica.

Dávila, C. (2012). Refugiados españoles en Francia y México: un estudio comparativo


(1939-1952). México D.F.: El Colegio de México.

El exilio español en la Ciudad de México: legado cultural (2011). México D.F.:


Gobierno de la Ciudad de México/Turner.

Exilio (2009). Madrid: Fundación Pablo Iglesias/Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía.

Página | 73
Fagen, P. W. (1975). Transterrados y ciudadanos. Los republicanos españoles en
México. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Gilberto Bosques Saldívar. Mexicano universal (2013). México D.F.: Cámara de


Diputados/Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF).

Índices de los documentos de la ayuda a los republicanos españoles en el exilio y del


Gobierno de la República en México (S.f.). S.l.: Ministerio de Asuntos Exteriores-
Secretaría General Técnica-Dirección de Documentación y Publicaciones.

Lida, C. E. (1994). Prólogo. En Clara E. Lida (Comp.), Una inmigración privilegiada.


Comerciantes, empresarios y profesionales españoles en México en los siglos XIX y
XX (pp. 13-24). Madrid: Alianza Editorial.

—— (1997). Inmigración y exilio. Reflexiones sobre el caso español. México D.F.:


Siglo XXI Editores/El Colegio de México.

—— (2000). La Casa de España en México. En Clara E. Lida, José Antonio Matesanz


y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México: memoria
(1938-2000) (pp. 21-122). México D.F.: El Colegio de México.

—— (2009). Caleidoscopio del exilio: actores, memoria, identidades. México D.F.: El


Colegio de México.

Ledezma, J. M. (2013). Capítulo III: Rafael Altamira en México 1909-1910. En Los


programas hispanoamericanistas de Rafael Altamira y su primera estancia en
México, 1908-1910. Hacia la conformación de una red intelectual (pp. 281-436)
(Tesis doctoral no publicada). Departamento de Historia Moderna, Universidad
Autónoma de Madrid. URI: http://hdl.handle.net/10486/660378

Llorens, V. (1976). La emigración republicana de 1939. En Abellán, J. L. (Dir.), El


exilio español de 1939 (Vol. 1, pp. 95-200). Madrid: Taurus Ediciones.

Página | 74
Loaeza, S. (2010). Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-
1968. En Velásquez et al., Nueva Historia General de México (pp. 653-698).
México D.F.: El Colegio de México.

López, J. (1982). Prólogo. En El exilio español en México, 1939-1982 (pp. 9-14).


México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Matesanz, J. A. (1999). Las raíces del exilio. México ante la guerra civil española
(1936-1939). México D.F.: El Colegio de México/Universidad Nacional Autónoma
de México.

Meyer, L. (2010). La revolución mexicana y las potencias anglosajonas. El final de la


confrontación y el principio de la negociación, 1925-1927. En México para los
mexicanos: La revolución y sus adversarios (pp. 527-572). México D.F.: El
Colegio de México.

Palazón, S. (1995). III (México). En Los españoles en América latina (1850-1990) (Pp.
161-167). Madrid: Fundación Centro Español de Estudios de América Latina
(CEDEAL).

Pla, D. (1994). Características del exilio en México en 1939. En Clara E. Lida (Comp.),
Una inmigración privilegiada. Comerciantes, empresarios y profesionales
españoles en México en los siglos XIX y XX (pp. 218-231). Madrid: Alianza
Editorial.

—— (2007a). Introducción. En Dolores Pla (Coord.), Pan, Trabajo y Hogar. El exilio


republicano español en América Latina (pp. 19-34). México D.F.: SEGOB-
Instituto Nacional de Migración-Centro de Estudios Migratorios/Instituto Nacional
de Antropología e Historia/DGE Ediciones.

—— (2007b). Un río español de sangre roja. Los exiliados republicanos en México. En


Dolores Pla (Coord.), Pan, Trabajo y Hogar. El exilio republicano español en
América Latina (pp. 35-128). México D.F.: SEGOB-Instituto Nacional de

Página | 75
Migración-Centro de Estudios Migratorios/Instituto Nacional de Antropología e
Historia/DGE Ediciones.

Rubio, J. (1977). La segunda fase de las emigraciones transatlánticas y de las


repatriaciones. En La emigración de la guerra civil de 1936-1939. Historia del
éxodo que se produce con el fin de la II República española (pp. 447-479). Madrid:
Editorial San Martín.

Sánchez-Albornoz, N. (2007). El giro inesperado. En Dolores Pla (Coord.), Pan,


Trabajo y Hogar. El exilio republicano español en América Latina (pp. 13-18).
México D.F.: SEGOB-Instituto Nacional de Migración-Centro de Estudios
Migratorios/Instituto Nacional de Antropología e Historia/DGE Ediciones.

Soler, M. (1999). La casa del éxodo: los exiliados y su obra en La Casa de España y El
Colegio de México, 1938-1947. México D.F.: El Colegio de México.

Velázquez, A. (2012). La otra cara del exilio. Los organismos de ayuda a los
republicanos españoles en México (1939-1949) (Tesis doctoral no publicada).
Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Salamanca. URI:
http://hdl.handle.net/10366/115618

Artículos de revistas

Fernández, C. R. (2011). Reflexiones sobre el exilio en una perspectiva internacional.


Revista electrónica iberoamericana, 5 (2), pp. 81-96. Recuperado de:
https://www.urjc.es/images/ceib/revista_electronica/REIB_vol_5_2011_2_completo.pdf

Pla, D. (2002). El exilio republicano en Hispanoamérica. Su historia e historiografía.


Historia Social, 42, pp. 99-122.

Sánchez, A. (2010). Los “niños de Morelia” y su tratamiento por la prensa mexicana


durante el año 1937. Anales de Documentación, 13, pp. 243-256. Recuperado de:
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3313784

Página | 76
Portales electrónicos

Biblioteca del Exilio. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Consultado el 30 de


enero de 2017 en: http://www.cervantesvirtual.com/bib/portal/exilio/index.html

Cátedra del Exilio. CIHDE. Consultado el 29 de noviembre de 2016 en:


http://www.cihde.es/catedra-del-exilio

Colección Exilio. Fundación Pablo Iglesias-Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Consultado el 2 de enero de 2017 en:
http://www.cervantesvirtual.com/portales/fundacion_pablo_iglesias/

Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL). Consultado el 29 de noviembre de


2016 en: http://www.gexel.es/presentacion.html

Mapa colaborativo del exilio español en México. Consultado el 2 de enero de 2017 en:
http://www.exiliomexico.escoitar.org/

Portal de víctimas de la Guerra Civil y represaliados del Franquismo. PARES.


Consultado el 2 de enero de 2017 en:
http://pares.mcu.es/victimasGCFPortal/staticContent.form?viewName=presentacion

Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano (REDER). Consultado el 29 de


noviembre de 2016 en: https://www.rediris.es/list/info/reder.html

Página | 77

También podría gustarte