Revelación Es La Autocomuni-Cación y Automanifestación Personal de Dios Al Hombre

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TEMA 2: LA REVELACIÓN

2.1 Concepto teológico de revelación

2.2 Hechos y palabras en el constituirse de la revelación

2.3 Cristo, culmen y centro de la Revelación

2.4 Signos de credibilidad de la revelación

2.5 Transmisión de la revelación a través de la Iglesia

A) DESARROLLO

2.1 Concepto teológico de revelación

De modo general, podemos afirmar que, en la concepción cristiana, la


revelación es la autocomuni-cación y automanifestación personal de
Dios al hombre.

El concepto de revelación designa y unifica una realidad múltiple si se


tienen en cuenta las formas en que Dios se ha comunicado a los hombres.
Partiendo de cómo ha tenido lugar y es nombrada esa revelación en la
Sagrada Escritura, y la manera en que ha sido comprendida y descrita en la
Tradición, en el Magisterio y en la reflexión teológica a lo largo del tiempo,
a la luz del Concilio Vaticano II en el que ha confluido el trabajo teológico
y la enseñanza magisterial anterior, podemos explicitar completamente el
concepto de revelación.

Es la Constitución Dogmática De Divina Revelatione, más conocida como


Constitución Dei Verbum, la que trata de manera más amplia la
naturaleza de la revelación.

DV presenta la revelación como la manifestación que Dios hace de Sí


mismo y de sus planes de salvar al hombre, para que el hombre se haga
partícipe de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia
humana (cfr.DV 6). En definitiva, se presenta como la autocomunicación
de Dios al hombre.

Sin embargo la revelación no es una mera comunicación de un mensaje,


sino un encuentro en el que Dios, movido por el amor, habla a un amigo e
invita a entrar en su intimidad (cfr.DV 2); es el misterio de Dios que se
presenta y fundamenta desde sí mismo a los hombres libérrimamente;
misterio de Dios que no es sino su vida íntima, trinitaria, manifestada por
Cristo, a la cual los hombres tenemos acceso por el mismo Cristo en el
Espíritu.

No implica solamente, por tanto, la manifestación de algunos atributos de


Dios como su voluntad y sabiduría, sino también el designio salvador de
Dios. La revelación se presenta desde el principio en relación esencial con
la salvación: El hombre es llamado a la intimidad misma de Dios donde se
verá transformado en su ser total -no sólo en su inteligencia-, haciéndose
hijo de Dios.

La revelación responde a un plan -una economía- que consta de palabras y


hechos, intrínsecamente conexos entre sí que manifiestan la bondad y
sabiduría de Dios: “las obras que Dios realiza en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras
significan; a su vez las palabras proclaman las obras y explican su
misterio” (DV 2). Esta autocomunicación tiene su plenitud en Cristo,
“mediador y plenitud de toda la revelación” (DV 2)

2.2 Hechos y palabras en el constituirse de la revelación

Como ya se ha dicho, la revelación incluye palabras y hechos como


elementos esenciales de la autocomunicación divina. No son dos realidades
yuxtapuestas, sino que se dan intrínsecamente unidos entre sí en reciproca
donación de significado: la complementariedad entre palabras y hechos da
lugar a una única realidad -la revelación- que se presenta en su totalidad e
interpela al hombre entero y no sólo a su inteligencia o a su experiencia.
Los puros hechos son opacos al observador si no van acompañados de la
palabra. Veamos cómo se realiza esa mútua donación de significado.

a) Si la palabra va antes del hecho, entonces es anuncio o profecía, en el


caso de la revelación, de hechos salvadores: Dios mismo manifiesta por su
profeta su plan respecto al hombre y el modo de realizarse. Si es una
profecía, la eficacia infalible de la palabra de Dios tiene lugar en el futuro.
Es el tiempo de la fe que se verá confirmada cuando el hecho se cumpla. Si
es un mandato o una exhortación, la palabra influye en el hecho y lo
explica. No son mandatos tiránicos o exhortaciones arbitrarias, sino
siempre hechos que, si el hombre los cumple, llevan a la salvación.

b) Si va después del hecho, la palabra lo proclama, narra y explica. La


proclamación del hecho es actividad propia de la fe y tiene lugar en
contexto litúrgico; la narración interpreta y al mismo tiempo representa y
hace presentes los hechos; finalmente la palabra es explicación los hechos,
desentraña su sentido y se dirige a la enseñanza al ponerse en relación con
los oyentes.
La complementariedad entre palabras y hechos hace que:

- La palabra, al explicar el sentido de los hechos, les da el carácter


universal

- Los hechos muestran en acto la realidad de las palabras y las doctrinas, a


las que aportan la significación concreta y viva de lo históricamente real.

La teología ha descubierto que en la revelación, al tener lugar por medio de


palabras y hechos intrínsecamente unidos, se da una analogía con los
sacramentos, en los que también hay palabras y hechos que, unidos,
realizan la salvación por la gracia. Por eso se habla del carácter sacramental
de la revelación. Hay entre las palabras y los hechos una coherencia que,
cuando se convierte en unidad, sirve para expresar el misterio de Dios.

2.3 Cristo, culmen y centro de la Revelación

Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras a través de los
profetas “últimamente, en estos días nos habló por su Hijo” (Heb 1, 1-2).
Este Hijo es el Verbo eterno enviado a los hombres para vivir entre ellos y
manifestarles los secretos de Dios: Jesucristo, el Verbo hecho carne, habla
palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la salvación. A través de su vida,
palabras y obras, y sobre todo su muerte y resurrección, y del envío del
Espíritu Santo, Cristo completa la revelación y confirma la salvación del
pecado y de la muerte.

El CV II en DV 2 afirma que es “al mismo tiempo mediador y plenitud de


toda la revelación”, es decir, revelador y revelación de Dios.

- Revelador (mediador de la revelación): Cristo es revelador de Dios,


mediador perfecto de la revelación por ser Dios eterno y hombre perfecto.
Él realiza las obras de Dios, habla de lo que ha visto; conoce a Dios y sabe
lo que hay en el hombre. La mediación de Cristo es ya revelación del
misterio íntimo de Dios, del Dios Trino.

- Revelación plena de Dios: El misterio de Dios es, principalmente, el


misterio del Padre, Deus absconditus, a quien nadie vio jamás (Jn 1, 18).
Cristo revela al Padre en cuanto que es el Hijo -”Si me conocierais a mí,
conoceríais también a mi Padre” (Jn 8, 25)- y el Verbo eterno (cfr. Jn 1, 1-
18). El es la Imagen, la Palabra de Dios, Palabra de amor que, desde dentro
de la Trinidad, revela el misterio de Dios.

Puntos fundamentales de la plenitud de la revelación en Cristo son la


encarnación y la Cruz y resurrección:
a) La Encarnación: En la encarnación del Verbo culmina la
autocomunicación de Dios a los hombres. Al enviar a su Hijo para que
asuma forma humana, Dios se revela como Padre a los hombres. La
encarnación es la base de la revelación y la razón para creer en ella por ser
la suprema comunicación de Dios a los hombres.

Además, en Jesucristo se revela no sólo el misterio de Dios sino también el


misterio del hombre (cfr. GS 22), ilumina lo que, sin su revelación, en el
hombre quedaría ignorado: muestra al hombre su altísima vocación.

b) La Cruz y resurrección: la revelación salvífica de Dios tiene su momento


culminante en la muerte y resurrección de Jesucristo, pero ¿cómo puede ser
revelación de Dios lo más humillante? En el anonadamiento de Dios (Filp
2, 5-11) se manifiesta el poder de Dios, que es tan grande que puede
hacerse pequeño y vencer a la muerte: Dios puede más que la muerte. Pero
sobre todo muestra el poder del amor a los hombres, y hasta dónde llega su
solidaridad con la humanidad, hasta qué punto Dios ama a los hombres.

La Cruz revela la actuación plena de la filiación divina de Jesús que se


entrega totalmente a la voluntad del Padre, a lo que el Padre responde con
la resurrección en la que recibe la glorificación como Señor. Como Señor,
Cristo envía el Espíritu Santo a los hombres, a quienes por el mismo
Espíritu da una participación en la vida misma de Dios. El envío del
Espíritu Santo es inseparable del misterio pascual; El es el perpetuo dador
de sentido de la verdad del misterio de Cristo para la Iglesia.

2.4 Signos de credibilidad de la revelación

Aunque el misterio no se puede expresar adecuadamente en la historia -no


hay expresión creada de lo increado- su entregarse en el tiempo tiene lugar
a través de acontecimientos y de palabras que, al ser recibidos por el
hombre, constituyen signos de credibilidad.

La mera captación del acontecimiento no constituye prueba alguna de su


credibilidad como misterio; es necesario que en el acontecimiento se capte
su carácter de signo de credibilidad.

Para la credibilidad de la revelación (propiedad de la revelación por la que


a través de signos ciertos aparece como realidad digna de ser creída)
interesan sobre todo los signos personales  porque la credibilidad no se
dirige a un objeto (un documento, una tradición) sino a la persona que se ha
expresado a través de esos medios. En general, se hace necesaria la
credibilidad tanto del testigo como del testimonio.
Siguiendo a Latourelle, se podrían sistematizar los signos de credibilidad
en dos grandes grupos: Cristo y la Iglesia. Los signos de Cristo y la Iglesia
se presentan al hombre como milagro (“hechos divinos que, mostrando
luminosamente la omnipotencia y ciencia infinita de Dios, son signos
certísimos y acomodados a la inteligencia de todos de la revelación divina”
CVI); profecía (signo del cumplimiento de las Escrituras Sagradas, puede
definirse, con el CVI, como el milagro); y santidad. Sin embargo, estos
tres no se encuentran aisladamente sino que se descubren concretamente
realizados en Cristo y en la Iglesia. Cristo y la Iglesia son los dos grandes
signos que iluminan y dan sentido a todos los signos particulares, los cuales
proceden de ellos y a ellos conducen.

Cristo es el signo definitivo de credibilidad de la revelación, ya que sólo


gracias a su referencia a Cristo los demás signos, motivos o razones se
constituyen como tales. Con esto no se quiere negar que los demás signos
particulares no tenga fuerza significativa propia, la tienen, pero han de
conducir siempre al signo último: Jesucristo. En la persona de Cristo
destacan su santidad, autoridad, sublimidad de su doctrina, cumplimiento
de las profecías y milagros. El hecho más importante es la resurrección.

La Iglesia, junto con Cristo y por su unión con él es calificada como el


signo total: Cristo en la Iglesia. En ella encontramos los signos particulares
de milagro, profecía, santidad, fecundidad, propagación, estabilidad, más
las notas de la Iglesia.

2.5 Transmisión de la revelación a través de la Iglesia

La revelación y la salvación de Dios están destinadas a todos los


hombres de todos los tiempos y lugares. Para que ese designio divino
pudiera realizarse, los Apóstoles entregaron a la Iglesia lo que ellos habían
recibido de Cristo y del Espíritu Santo. La Iglesia es, entonces, la que
continúa la acción salvadora de Cristo. Su misión respecto a lo recibido
consiste en conservarlo y transmitirlo fielmente hasta el final de los
tiempos. La Iglesia tiene su origen en Dios que la ha querido para llevar a
cabo esta misión.

Pero la Iglesia no transmite un objeto con el que tiene relación accidental,


sino que transmite su propio ser, su esencial relación con Cristo y el
Espíritu Santo que son los que la hacen existir. Por tanto a la Iglesia
corresponde:

1.-Conservar y transmitir el depósito de la fe: El Espíritu Santo asiste


permanentemente a la Iglesia, no para revelarse -la revelación está
completa después de la muerte del último apóstol- sino para que conserve
intacta la fe apostólica hasta el fin de los tiempos y así la transmita.

2.- Definir con autoridad y sin error su sentido correcto: Para ello la
Iglesia ha sido dotada por Dios de un poder de discernimiento que le
permite formular la fe revelada sin equivocarse (infalibilidad).

Para llevar a cabo esta misión Dios ha dispuesto medios capaces de


conservar fielmente el depósito de la revelación: la Sagrada Escritura, la
Tradición y el Magisterio

La Sagrada Escritura es la revelación de Dios escrita bajo la asistencia


del Espíritu Santo.

La Tradición es la transmisión oral y viva de la verdad revelada que tiene


su inicio de los Apóstoles. Sagrada Escritura y Tradición están unidos y se
comunican entre sí, de modo que la Iglesia no alcanza de la sola Sagrada
Escritura su certeza sobre todas las cosas reveladas.

“Esta tradición que viene de los apóstoles progresa en la Iglesia bajo la


asistencia del Espíritu Santo” (DV 8), progreso que consiste en la
comprensión de las realidades y palabras transmitidas. La inteligencia de la
revelación se realiza en la Iglesia a través del Magisterio (enseñanza de los
sucesores de los Apóstoles que tienen la misión de enseñar y dirigir al
pueblo), y el sentido de la fe (cualidad del alma del sujeto al que la gracia
confiere una capacidad de percibir la verdad y de discernir lo que se opone
a ella).

El oficio de interpretar y enseñar la revelación, escrita o transmitida, está


confiado al Magisterio de la Iglesia, el cual no es superior a la Palabra de
Dios sino que sirve a esta conservándola, transmitiéndola e interpretándola
auténticamente.

Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio, están así unidos de tal


forma que no pueden subsistir independientemente, y todos ellos juntos
contribuyen a la salvación de las almas.

B) RESUMEN

1.- Concepto teológico de revelación

Es la manifestación que Dios hace de Sí mismo y de sus planes de salvar al


hombre, para que el hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que
superan totalmente su inteligencia. También se puede definir como
autocomunicación de Dios a los hombres. Consta de palabras y hechos
intrínsecamente conexos.

Dios, movido por el amor, muestra a un amigo -el hombre- el misterio de


Dios

La revelación está en relación esencial con la salvación.

2.- Hechos y palabras en el constituirse de la revelación

Hechos y palabras no son dos realidades yuxtapuestas, sino que se donan


recíprocamente significado.

La palabra, al explicar el sentido de los hechos, les da carácter universal;


Los hechos muestran la realidad de las palabras y las doctrinas; aportan la
significación concreta y viva de lo real.

3.- Cristo, culmen y centro de la revelación

En Cristo las  palabras y los hechos llegan a su identificación: El es el


Verbo hecho carne, habla palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la
salvación.

En el revelador y revelación de Dios; revelador porque su propia mediación


es ya revelación del misterio íntimo de Dios; revelación de Dios porque
revela el misterio trinitario, especialmente al Padre, en cuanto que es Hijo y
Verbo eterno

La Encarnación culmina la autocomunicación de Dios: es la base de la


revelación y la razón para creer en ella. Además en Cristo se revela el
misterio del hombre.

La Cruz y resurrección es momento culminante de la revelación salvífica:


manifiesta el poder de Dios sobre la muerte y hasta qué punto Dios ama a
los hombres.

4.- Signos de credibilidad de la revelación

Credibilidad es la propiedad de la revelación por la que a través de signos


ciertos aparece como realidad digna de ser creída

 Se pueden sistematizar los signos de credibilidad en dos grandes grupos:


Cristo y la Iglesia. Ambos se presentan al hombre realizados como
milagros, profecías y santidad.
En la persona de Cristo destacan su santidad, autoridad, sublimidad de su
doctrina, cumplimiento de las profecías y milagros. El hecho más
importante es la resurrección.

La Iglesia, junto con Cristo y por su unión con él es calificada como el


signo total: Cristo en la Iglesia. En ella encontramos los signos particulares
de milagro, profecía, santidad, fecundidad, propagación, estabilidad, más
las notas de la Iglesia.

5.- Transmisión de la revelación a  través de la Iglesia

Los Apóstoles entregaron a la Iglesia lo que ellos habían recibido de Cristo


y del Espíritu Santo. Su misión respecto a lo recibido consiste en
conservarlo y transmitirlo fielmente hasta el final de los tiempos. Por tanto
a la Iglesia corresponde:

1.-Conservar y transmitir el depósito de la fe; 2.-Definir con autoridad y sin


error su sentido correcto.

Para llevar a cabo esta misión Dios ha dispuesto medios capaces de


conservar fielmente el depósito de la revelación: la Sagrada Escritura
(revelación de Dios escrita bajo la asistencia del Espíritu Santo); la
Tradición (transmisión oral y viva de la verdad revelada que, teniendo el
inicio de los Apóstoles); y el Magisterio (oficio de interpretar y enseñar la
revelación, escrita o transmitida). Los tres están unidos de tal forma que no
pueden subsistir independientemente.

C) BIBLIOGRAFÍA

“Teología Fundamental”. César Izquierdo Urbina.

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