Odiseo y El Conocimiento

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Universidad de los Andes, Colombia

Chapter Title: Odiseo y el conocimiento

Book Title: La reflexión sobre la vida en la odisea de Homero


Book Author(s): Álvaro Robayo Alonso
Published by: Universidad de los Andes, Colombia. (2010)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/10.7440/j.ctvr7f6j8.7

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Odiseo y el conocimiento

Si nuestra interpretación fuera correcta, lo más


importante en la vida del hombre, simbolizada por ese
accidentado viaje por el mar que ofrece la posibilidad de
conocer nuevas tierras y pueblos diferentes, con costum-
bres desconocidas para Odiseo, sería la capacidad para
captar y aprovechar estos nuevos conocimientos, así
como la aptitud para superar, mediante la inteligencia o
la astucia, las múltiples pruebas y peligros amenazadores.
Odiseo, el héroe de la obra, sobresale por estas dos cuali-
dades: su capacidad de conocer y su astucia. Y el poema
insiste tanto en estas características que no sería exage-
rado afirmar que Odiseo es el héroe del conocimiento y
de la inteligencia. Por otra parte, la primera condición
que debe tener quien sobresale por su capacidad para
adquirir nuevos conocimientos es la de experimentar un
gran deseo por alcanzarlos, quiero decir, la de sentir gran
curiosidad por conocer, y Odiseo es un hombre extraor-
dinariamente curioso.

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Lo anterior se aprecia fácilmente en su comporta-


miento durante las aventuras. En su largo y accidentado
peregrinaje por el mar llega, en múltiples ocasiones, con
sus compañeros a tierras desconocidas. Como el obje-
tivo que buscaban era el regreso a la patria, sus hombres
entienden que estas escalas son la ocasión para reapro-
visionarse de alimentos y bebidas y reposar un poco
antes de continuar la travesía. Para ellos es innecesario
adentrarse a conocer el país, sobre todo si dicho intento
implica graves riesgos, como generalmente resulta ser el
caso. Odiseo, por el contrario, siempre quiere detenerse
para poder conocer y manda a sus hombres a investigar
o lo hace él mismo. Así, por ejemplo, cuando llegaron al
país de los lotófagos, el héroe narra que envió a algunos
compañeros para que averiguaran cuáles hombres
comían el pan en aquella tierra. Como sabemos, el resul-
tado de esta expedición es que a los enviados les dan
de comer loto lo que hace que olviden su propósito de
regresar a la patria y sólo quieran permanecer allí para
continuar comiendo loto indefinidamente. Entonces
Odiseo los tiene que llevar a la fuerza de nuevo a las
naves y atarlos a los bancos. Como vemos en este caso,
sus hombres sufrieron pero él pudo percatarse de los
efectos especiales de un fármaco, del que probablemente
hasta ese momento no tenía noticia.
Su curiosidad es tan grande que, con tal de conocer
algo nuevo, arriesga con frecuencia hasta su propia

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vida y la de sus compañeros de navegación. Un poco


más adelante, llegan a una isla paradisíaca, ubicada tan
cerca del país de los cíclopes que desde ella alcanzan a
oír sus voces y el balido de sus cabras y ovejas. La isla,
totalmente deshabitada, cría muchos caprinos silvestres,
cuenta con prados húmedos y tiernos, donde se podrían
sembrar pingües cosechas y tiene, además, un puerto
bastante cómodo. En lo alto de éste mana una fuente de
agua fresca. Dicha isla parece un paraje ideal para colo-
nizar. Sin embargo, los habitantes del país vecino no han
llegado hasta ella. Odiseo dice entonces a sus hombres:
“Quedaos aquí, mis fieles amigos, y yo con mi nave y mis
compañeros iré allá y procuraré averiguar qué hombres
son aquellos: si son violentos, salvajes e injustos u hospi-
talarios y temerosos de las deidades” (ix. 172-176).
Cuando llega a esta tierra tan cercana a la isla opulenta
donde quedaron la mayoría de sus tripulantes, el rey con
el puñado de compañeros que lo acompañan encuentran
una inmensa gruta donde se hallaban muchos corderos
y cabritos y una instalación para la elaboración de quesos
en pleno funcionamiento. Odiseo narra que:
Los compañeros empezaron a suplicarme que nos apode-
rásemos de algunos quesos y nos fuéramos; y que luego,
sacando prestamente de los establos los cabritos y los
corderos, y conduciéndolos a la velera nave, surcáramos de
nuevo el salobre mar. Más yo no me dejé persuadir (mucho
mejor hubiera sido seguir su consejo), con el propósito de ver

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a aquel y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad


[cursivas del autor] (ix. 224-229).

“Aquel” se refería al habitante de la cueva que ya


el héroe —sin haberlo visto— había deducido que se
trataría de un salvaje gigantesco y de extraordinaria
fuerza. Salvaje, porque no conocía ni los más elemen-
tales rudimentos de navegación (si no habría ido hasta
la isla vecina a disfrutar de sus riquezas), e inmenso por
el tamaño de los implementos presentes en la cueva.
Su curiosidad de conocer lo hace enfrentar este mortal
peligro, porque, cuando el Cíclope llega, cierra con una
piedra tan enorme —que no hubieran podido mover
veintidós sólidos carros— la boca de la cueva y procede
a comerse a los hombres de Odiseo. Seis compañeros
perecen de manera tan atroz. Pero el héroe había logrado
comprender una realidad nueva: una cultura primitiva
de gentes ignorantes de la justicia y de las leyes.
Más adelante, su barco se acerca a la isla de las
sirenas. Odiseo sabe que ellas hechizan con su canto a
los navegantes que, al oírlas, pierden la voluntad y se
dirigen hacia el lugar donde se origina la música y donde
perecen irremediablemente. La reacción de cualquier
marinero que apreciara su vida sería alejarse del lugar
para escapar de ese peligro mortal. Odiseo, en cambio,
cierra con tapones de cera los oídos de todos sus mari-
neros y ordena que a él lo aten al mástil de su embar-
cación, sin haberse tapado los oídos, para poder escu-

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char el canto embrujador sin tener los medios para caer


en el peligro. Valdría la pena formular aquí la siguiente
pregunta: ¿qué cantan las sirenas para hechizar a quienes
las oyen? Al héroe del poema le dicen:
Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la
suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos
después de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues
sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos
y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también
todo cuanto ocurre en la fértil tierra [cursivas del autor] (xii.
186-191).

Es decir que las sirenas tientan a Odiseo ofreciéndole


un mayor conocimiento. Analizando, entonces, lo que
le dicen al héroe podríamos concluir que a cada mari-
nero le prometen lo que más lo seduce. Muchos otros
hombres, no tan curiosos como el rey de Ítaca, no se
dejarían seducir por el ofrecimiento de conocer cada vez
más. Pero para él éste es el impulso fundamental.
Por otro lado, en muchas ocasiones Odiseo se halla
ante tremendos peligros que amenazan, incluso, su
propia vida. Sin embargo, su reacción nunca es impul-
siva. Siempre resulta producto de un análisis de las
circunstancias que le permite llegar a las soluciones más
adecuadas. Volvamos sobre el caso del cíclope Polifemo
donde lo habíamos dejado. El gigante encierra en su
cueva al héroe y a algunos de sus hombres y procede
a matarlos —dos en cada ocasión— para comérselos.

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Odiseo es un hábil guerrero que se encontraba armado


lo mismo que sus hombres. Sin embargo, no se enfrenta
al gigante ni trata de acabar con su vida, porque, ¿quién
habría después corrido la roca que cerraba la entrada de
la cueva? En lugar de atacar a Polifemo, Odiseo procede
a presentarse y le dice que se llama Nadie. Luego de tan
extraña presentación y, acorralado por las circunstancias,
el héroe encuentra una solución: cegar al gigante con el
fin de que no pueda ver donde están él y sus hombres para
matarlos. Pero ¿cómo dominarlo para poder quitarle su
capacidad de ver? Era necesario dormirlo primero. Para
ello lo embriaga hasta que cae en un sueño profundo por
los efectos del alcohol. En ese momento procede, con la
ayuda de varios de sus hombres, a clavar en su único ojo
un afilado tronco incandescente. El terrible dolor que
tal golpe le produjo, despierta a Polifemo que procede
a pedir a gritos auxilio a los demás cíclopes, quienes
acuden a la entrada de la cueva dispuestos a ayudarlo
y le preguntan si alguien le roba sus ovejas o trata de
matarlo. Polifemo responde: “Amigos, Nadie me mata
con engaños; no con sus propias fuerzas” (ix. 408-412).
Los demás Cíclopes le dicen entonces: “Pues si nadie te
ataca y estás solo, es imposible escapar a la enfermedad
del gran Zeus, pero al menos suplica a tu padre, el sobe-
rano Poseidón”. Como el Cíclope era un pastor que vivía
de sus ovejas necesitaba, de todos modos, dejarlas salir
al día siguiente a pastar; pero se sitúa en la boca de la

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cueva para impedir que se fugaran los extranjeros y sólo


saliera su ganado. A lo anterior también encuentra solu-
ción el héroe. Ordena a sus hombres que deben colgarse
—cada uno— debajo de alguna de las ovejas para que,
si Polifemo las tocara por encima, no descubriera que
se le están escapando los enemigos. Vemos, pues, que
sus ardides son la solución más simple y eficaz a los
problemas planteados. Odiseo goza, pues, de una inteli-
gencia práctica que utiliza el conocimiento para dominar
la realidad y cambiarla según la propia conveniencia. En
tal sentido, este héroe se constituye en un símbolo de
todo el proceso civilizador de la humanidad, tal como
se ha entendido en Occidente: conocer lo desconocido
para dominarlo.

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