El Tesoro de David - Charles H. Spurgeon

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EL

TESORO DE DAVID
Charles H. Spurgeon (1834-1892)

CONTENIDO
Salmo 1

Salmo 5

Salmo 19

Salmo 22

Salmo 51
Salmo 100

Salmo 103

Salmo 133

Salmo 138
Salmo 139

Una Breve Biografía de Charles H. Spurgeon


Recursos de Chapel Library
EL TESORO DE DAVID

Salmo 1
TÍTULO. Este salmo puede ser considerado EL SALMO
PREFACIO, porque incluye una indicación del contenido de
todo el libro. El anhelo el salmista es enseñarnos el camino a
la bienaventuranza y advertirnos contra la destrucción
segura de los pecadores. Este, pues, es el tema del primer
salmo que puede ser apreciado, en algunos sentidos, como el
texto sobre el cual la totalidad de los salmos constituyen un
sermón divino.
Versículo 1. BIENAVENTURADO—¡Notemos cómo este Libro de los
Salmos comienza con una bendición, igual que el famoso Sermón de nuestro
Señor en el Monte! La palabra traducida “bienaventurado” es… plural.
Podríamos leerla: “¡Oh, las bendiciones!” Y podemos considerarla
acertadamente como una exclamación de gozo de la felicidad del hombre lleno
de gracia. ¡Ojalá que la misma bendición sea nuestra!
No anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en
silla de escarnecedores se ha sentado. Cuando los hombres viven en pecado van
de mal en peor. Al principio sólo andan bajo la influencia de los indiferentes e
impíos que olvidan a Dios. El mal es más bien práctico que habitual. Pero
después de eso, se habitúan al mal y andan en camino de pecadores reconocidos
que a sabiendas violan los mandamientos de Dios; y, si dejados a su propio
criterio, van un paso más allá y llegan a ser ellos mismos maestros pestilentes y
tentadores de otros. Y así es como se sientan en silla de escarnecedores. Han
recibido su título en vicios, y se han instalado como verdaderos Doctores de
Condenación, y son admirados por otros como Eruditos en Belial. Pero el
hombre bienaventurado a quien pertenecen todas las bendiciones de Dios, no
puede tener comunión fraternal con personajes como éstos. Se conserva puro de
estos leprosos, se quita las cosas malas como ropas manchadas por la carne, se
aparta de los impíos, sale de en medio de ellos cargando el reproche de Cristo.
Ay que tuviéramos la gracia de estar así de separado de los pecadores.
Y ahora observe lo positivo de su carácter. En la ley de Jehová está su
delicia. No está bajo la ley como una maldición o condenación, sino que está en
ella y se deleita de estar en ella teniéndola como la regla de la vida. Además, se
deleita en meditar en ella, leerla de día y meditar en ella de noche. Toma un
texto y lo lleva con él todo el día, y en las vigilias de la noche, cuando no puede
dormir, cavila en la Palabra de Dios. En el día de su prosperidad canta salmos
tomados de la Palabra de Dios, y en la noche de su aflicción se reconforta con
las promesas de ese mismo libro. “La ley de Jehová” es el pan cotidiano del
verdadero creyente. ¡Y esto a pesar de que en la época de David, cuán pequeño
era el monto de inspiración, porque casi no tenían nada sino los primeros cinco
libros de Moisés! ¡Entonces, cuánto más debemos nosotros valorar toda la
Palabra de Dios escrita, la que gozamos del privilegio de tener en todas nuestras
casas! Pero, ¡ay, que mal tratamos a este ángel del cielo! No todos somos
bereanos escudriñadores de las Escrituras (Hech. 17:11). ¡Qué pocos entre
nosotros pueden reclamar la bendición de este texto! Quizá algunos de ustedes
pueden pretender tener derecho a una especie de pureza negativa, porque no
andan en camino de pecadores, pero les pregunto: ¿Su deleite está en la ley de
Dios? ¿Estudian la Palabra de Dios? ¿Lo tienen como el hombre de su mano
derecha: su mejor compañero y guía diaria? Si no, esta bendición no les
pertenece.
Versículo 3. Será como árbol plantado—no un árbol silvestre, sino “un
árbol plantado”, escogido, considerado propiedad, cultivado y asegurado contra
el último terrible desarraigo, porque “toda planta que no plantó mi Padre
celestial, será desarraigada” (Mat. 15:13). Junto a corrientes de aguas —de
manera que aunque un río falle, tiene otro. Los ríos del perdón y los ríos de la
gracia, los ríos de la promesa y los ríos de comunión con Cristo, son fuentes de
agua que nunca fallan. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
que da su fruto en su tiempo —ninguna gracia otorgada fuera de tiempo, como
higos prematuros que nunca tienen el mejor sabor. En cambio, el hombre que se
deleita en la Palabra Dios, siendo enseñado por ella, produce paciencia en el
tiempo de sufrimiento, fe en el día de la prueba y gozo santo en la hora de
prosperidad. Dar fruto es una cualidad esencial del hombre lleno de gracia, y ese
fruto debe ser en su tiempo. Y su hoja no cae—Su palabra más débil será eterna,
sus pequeñas obras de amor serán recordadas. No simplemente será preservado
su fruto, sino también sus hojas. No perderá su hermosura ni su fruto. Y todo lo
que hace, prosperará. Bienaventurado es el hombre que tiene una promesa como
esta. Pero no siempre hemos de estimar el cumplimiento de una promesa por
nuestra propia percepción. Mis hermanos, si juzgamos con frecuencia con
nuestros débiles sentidos, llegaremos a la misma conclusión dolorosa de Jacob:
“Contra mí son todas estas cosas” (Gén. 42:36), porque aunque conocemos
nuestro interés en la promesa, estamos tan atormentados y atribulados que
nuestra vista percibe exactamente lo opuesto a lo que la promesa predice. Pero
para el ojo de la fe esta palabra es segura, y por ella percibimos que nuestras
obras prosperan, aun cuando todo parece estar en contra de nosotros. No es la
prosperidad externa lo que el cristiano más anhela y valora, lo que anhela es la
prosperidad del alma… con frecuencia es por la salud del alma que somos
pobres, estamos afligidos y somos perseguidos. Nuestras peores cosas son con
frecuencia las mejores. Así como hay una maldición envuelta en las caridades
del hombre impío, hay una bendición escondida en las cruces, pérdidas y
aflicciones del hombre justo. Las pruebas del santo son cultivos divinos, por los
cuales da crecimiento y produce fruto abundante.
Versículo 4. No así los malos. Hemos llegado al segundo encabezamiento
del salmo. Este versículo usa el contraste del estado lamentoso del malo para
darle más matiz a esa figura bella y placentera que lo precede. La traducción más
contundente de las versiones bíblicas Vulgata y Septuaginta es: “No así los
malos, no así”. Por lo que hemos de entender que lo bueno que se dijo de los
justos no es cierto en el caso del impío. ¡Oh, qué terrible es tener incluido un
negativo doble en las promesas! Y sin embargo, ésta es justamente la condición
de los malos. Tomemos nota del uso del término “malo”, porque, como hemos
visto al principio del salmo, estos son los que dan sus primeros pasos en la
maldad, y son los menos ofensivos de los pecadores. ¡Oh! Si tal es el triste
estado de los que silenciosamente siguen en su propia moralidad y descuidan a
su Dios, ¿cómo será la condición de los pecadores manifiestos y los infieles
desvergonzados? La primera frase es una descripción negativa de los malos, y la
segunda es una figura positiva. Éste es su carácter —son como el tamo,
intrínsicamente inútiles, muertos, inservibles, sin sustancia y arrastrados
fácilmente. Aquí también notamos su condenación —los arrebata el viento. La
muerte los apresurará con su terrible ráfaga al fuego en que serán totalmente
consumidos.
Versículo 5. Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio.
Comparecerán en el juicio, pero no para ser absueltos. Allí los dominará el
temor, no podrán mantenerse, no podrán huir, no podrán defenderse porque
serán avergonzados y cubiertos de desprecio eterno.
Bien pueden los santos anhelar el cielo, porque no habrá ningún malo allí: Ni
los pecadores en la congregación de los justos. Todas nuestras congregaciones
en la tierra son mixtas. Cada iglesia tiene en ella un diablo. La cizaña crece en
los mismos surcos que el trigo. No hay suelo que haya sido purgado enteramente
del tamo. Los pecadores se mezclan con los santos, así como la escoria se
mezcla con el oro. Los preciosos diamantes de Dios todavía yacen en el mismo
terreno con los guijarros. Los justos como Lot en este lado del cielo son
continuamente irritados por los hombres de Sodoma. Regocijémonos, entonces,
que en “la congregación de los primogénitos” (Heb. 12:23) no será admitida ni
un alma no renovada. Los pecadores no pueden vivir en el cielo. Estarían fuera
de su elemento. Sería más fácil que un pez viviera en un árbol que un malo en el
Paraíso. El cielo sería un infierno intolerable para el hombre impenitente, aun si
se le permitiera entrar, pero el hombre que persevera en sus iniquidades nunca
recibirá semejante privilegio. ¡Quiera Dios que tengamos un nombre y un lugar
en su corte celestial!
Versículo 6. Porque Jehová conoce el camino de los justos. O como el
hebreo lo dice más plenamente: “El Señor es conocedor del camino de los
justos”. Está mirando constantemente su camino, y aunque con frecuencia puede
ser brumoso y oscuro, el Señor lo sabe. Si está cubierto de las nubes y la
tempestad de la aflicción, él lo comprende. Él cuenta nuestros cabellos; no dejará
que ningún mal nos acontezca. “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré
como oro” (Job 23:10). Mas la senda de los malos perecerá. No sólo perecerán
ellos mismos, sino que también perecerán sus caminos. El justo talla su nombre
en la roca, pero el malo lo escribe en la arena. El justo abre surcos en la tierra y
levanta una cosecha aquí, que nunca acabará de ser cosechada del todo hasta que
entre en los deleites de la eternidad. Pero en cuanto al malo, abre surcos en el
mar, y aunque parezca dejar una estela brillante detrás de su quilla, las olas
pasarán sobre ella, y el lugar por donde pasó será borrado para siempre. El
“camino” mismo del mal perecerá. Si acaso queda en el recuerdo, será un
recuerdo de lo malo, porque el Señor causará que se pudra el nombre del malo,
será un hedor al olfato de los buenos y será conocido por los malos mismos por
su putrefacción.
¡Quiera el Señor limpiar nuestros corazones y nuestros caminos, que
podamos escapar de la muerte del mal y disfrutar de las bendiciones del justo!
Salmo 5
TEMA. Habrán notado a lo largo del primer, segundo, tercer
y cuarto salmo que el tema es un contraste entre la posición,
el carácter y las perspectivas para el justo y para el malo. En
este salmo notarán lo mismo. El salmista desarrolla un
contraste entre él mismo que ha sido hecho justo por la
gracia de Dios, y los malos que estaban contra él. Para la
mente devota se presenta aquí una imagen hermosa del Señor
Jesús, de quien se dice que en los días de su carne ofrecía
oraciones y súplicas con fuerte llanto y lágrimas.
Versículo 1. Escucha, oh Jehová, mis palabras. Considera mi gemir. Hay
dos tipos de oraciones: las que se expresan con palabras, y los anhelos callados
de las meditaciones silenciosas. Las palabras no son la esencia sino el ropaje de
la oración. Moisés frente al Mar Rojo clamó a Dios, aunque nada dijo. Sin
embargo, el uso del lenguaje puede impedir que la mente se distraiga, puede
ayudar a los poderes del alma y puede despertar la devoción. Vemos que David
hace uso de ambos tipos de oraciones, y anhela para el primero ser escuchado y
para el segundo ser considerado.
Considera mi gemir. ¡Qué frase tan expresiva! Si he pedido lo que es
correcto, concédemelo; si he omitido pedir lo que más necesito, llena el vacío en
mi oración. Haz que tu alma santa lo considere como presentado por medio del
Mediador de toda gloria: luego, Señor, examínalo en tu sabiduría, pésalo en
balanza, juzga tú mi sinceridad y el verdadero estado de mis necesidades ¡y
respóndeme a tu tiempo según tu misericordia! Puede haber una intercesión
donde no hay palabras y puede haber palabras que no son verdaderamente
súplicas. Cultivemos el espíritu de oración que es aún mejor que el hábito de
orar. A veces parece que hay oración donde hay poca devoción. Debemos
comenzar a orar antes de arrodillarnos, y no debemos dejar de hacerlo cuando
nos ponemos de pie.
Versículo 2. La voz de mi clamor. En otro salmo encontramos la expresión
“La voz de mi llanto”. ¡El llanto tiene voz: un tono suave, melancólico, una
estridencia que llega al corazón mismo de Dios! Y el clamor tiene una voz: una
elocuencia que conmueve el alma; y al brotar de nuestro corazón llega al
corazón de Dios! ¡Ah! mis hermanos y hermanas, a veces no podemos ponerle
palabras a nuestras oraciones. No son más que un clamor, pero el Señor puede
comprender su significado porque oye la voz de nuestro clamor. Para un padre
amante, el clamor de sus hijos es música, y tiene una influencia mágica que su
corazón no puede resistir. Rey mío y Dios mío. Observemos con cuidado estos
pequeños pronombres posesivos: “Rey mío y Dios mío”. Son la médula y el
tuétano de la plegaria. He aquí un gran argumento de por qué Dios debe
contestar la oración: porque es nuestro Rey y nuestro Dios. No somos extraños
para él: él es el Rey de nuestra nación. Se espera que los reyes escuchen las
peticiones de su propio pueblo. No somos desconocidos para él; somos sus
adoradores y él es nuestro Dios: nuestro por medio de un pacto, una promesa, un
juramento y por sangre.
Porque a ti oraré. Aquí expresa David su declaración de que buscará a Dios,
y sólo a Dios. Dios tiene que ser el único objeto de adoración, el único recurso
de nuestra alma en los tiempos de necesidad. Dejen las cisternas rotas a los
impíos, y dejen que los santos beban únicamente de la fuente divina. A ti oraré.
El salmista toma una resolución: que mientras viva orará. Nunca dejará de
suplicar, aunque la respuesta no llegue.
Versículo 3. Fíjense que no es tanto una oración como una declaración:
oirás mi voz, no permaneceré mudo, no guardaré silencio, no reprimiré mis
palabras, clamaré a ti porque el fuego que arde en mí me impulsa a orar.
Preferimos morir a vivir sin orar. Ningún hijo de Dios es poseído por un diablo
mudo.
De mañana. Este es el mejor momento para conversar con Dios. Una hora en
la mañana vale por dos en la noche. Mientras el rocío está sobre el pasto, que
descienda la gracia sobre el alma. Demos a Dios la mañana de nuestros días y la
mañana de nuestra vida. La oración debe ser la llave que abre el día y la llave
que cierra la noche. El compromiso debe ser tanto la estrella de la mañana como
la estrella de la noche.
Si meramente leemos la versión en nuestro idioma no captamos el rico
contenido de las palabras en hebreo, su idioma original. Me presentaré delante
de ti. Es la palabra que se usaba para indicar colocar en orden la leña y los trozos
de la víctima en el altar, y se usaba también para indicar la puesta del pan sin
levadura en la mesa. Significa sencillamente esto: “Colocaré en orden delante de
ti mi oración”, la colocaré sobre el altar en la mañana, tal como el sacerdote
coloca en orden el sacrificio matutino. Colocaré en orden mi oración, o, como
dijera alguien: “Organizaré mis oraciones”, las pondré en orden, y las colocaré
en los lugares apropiados a fin de poder orar con todas mis fuerzas y hacerlo de
un modo aceptable.
Y esperaré. Esperaré la respuesta, después de que he orado, esperaré que
llegue la bendición. Es una palabra usada en otro lugar donde leemos acerca de
los que esperan la mañana. ¡De la misma manera, esperaré tu respuesta, mi
Señor! Extenderé mi oración como la víctima sobre el altar, y miraré hacia lo
alto, y esperaré recibir la respuesta como fuego del cielo para consumir el
sacrificio.
La última parte de este versículo sugiere dos preguntas. ¿No es cierto que
nos perdemos gran parte de la dulzura y la eficacia de la oración por falta de una
meditación cuidadosa previa y de esperanzada expectativa después de ella? Con
demasiada frecuencia nos apuramos por ir a la presencia de Dios sin ninguna
reflexión previa y sin humildad. Somos como los hombres que se presentan ante
un rey sin una petición, entonces, ¿por qué nos sorprende que muchas veces nos
perdemos la respuesta a la oración? Tenemos que tener cuidado de siempre
mantener fluyendo la corriente de la meditación, porque ésta es el agua que hace
andar el molino de la oración. Es inútil abrir las compuertas de un río seco, y
luego esperar ver que gire la rueda del molino. La oración sin fervor es como ir
de caza con un perro muerto, y la oración sin preparación es cazar con un halcón
ciego. La oración es la obra del Espíritu Santo, pero él obra por medios. Dios
hizo al hombre, pero usó el polvo de la tierra como el material. El Espíritu Santo
es el autor de la oración pero usa los pensamientos del alma ferviente como el
oro con el cual diseñar el recipiente. No dejemos que nuestras oraciones y
alabanzas sean las chispas de una mente caliente y precipitada, sino la llama
constante de un fuego bien encendido.
Pero, además, ¿no es cierto que nos olvidamos de esperar el resultado de
nuestras súplicas? Somos como el avestruz, que pone sus huevos y no se ocupa
de su cría. Plantamos la semilla, pero somos demasiado perezosos para buscar
una cosecha. ¿Cómo podemos esperar que el Señor abra las ventanas de su
gracia y derrame sobre nosotros una bendición, si no abrimos las ventanas de la
expectativa y esperamos el favor prometido? Hagamos que la preparación santa
vaya de la mano con la expectativa paciente, y obtendremos respuestas mucho
más grandes a nuestras oraciones.
Versículo 4. Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El
malo no habitará junto a ti. Y ahora, habiendo el salmista expresado su
determinación de orar, lo escuchamos elevando su oración. Ruega contra sus
enemigos crueles y malvados. Usa un argumento muy poderoso. Le ruega a Dios
que los aparte de él, porque no han agradado a Dios. “Cuando oro contra mis
tentadores”, dice David, “oro contra las cosas que precisamente tú aborreces”.
Tú aborreces la maldad: ¡Señor, te ruego que me libres de ella!
Aprendamos aquí la verdad solemne del aborrecimiento que un Dios justo
debe tener al pecado. No se agrada de la maldad, a pesar de lo ingeniosa,
grandiosa u orgullosamente se presente. Su brillo no tiene para él ningún
atractivo. Los hombres pueden inclinarse ante una villanía exitosa, y olvidar la
maldad de la batalla en lo espectacular del triunfo, pero el Dios de Santidad no
es como nosotros. El malo no habitará junto a ti. No le dará ni el más mínimo
refugio. Ni en la tierra ni el cielo compartirá el mal la mansión de Dios. ¡Ay, que
necios somos si intentamos atender a dos visitas tan hostiles entre sí como lo son
Cristo Jesús y el diablo! Demos por seguro que Cristo no vivirá en la sala de
nuestro corazón si atendemos al diablo en el sótano de nuestros pensamientos.
Versículo 5. Los insensatos no estarán delante de tus ojos. Los pecadores
son insensatos en mayúscula. Un pecadito es una gran insensatez, y la más
grande de todas las insensateces es un gran pecado. Los reyes terrenales solían
incluir a bufones entre sus séquitos, pero el Dios único y sabio no tolerará a
ningún bufón en su palacio celestial. Aborreces a todos los que hacen iniquidad.
No es meramente un poco de antipatía, sino un aborrecimiento total el que Dios
siente por los que hacen iniquidad. Ser aborrecido por Dios es cosa terrible.
¡Seamos muy fieles en advertir a los malos a nuestro alrededor, porque será para
ellos una cosa terrible caer en las manos de un Dios airado!
Versículo 6. Observemos que los que hablan vilezas tienen que ser
castigados tanto como los que hacen iniquidad, porque destruirás a los que
hablan mentira. Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con
fuego y azufre. El hombre puede mentir sin temerle a la ley del hombre, pero no
puede escapar de la ley de Dios. Los mentirosos tienen alas cortas, pronto
acabará su vuelo y caerán en el torrente ardiente de la destrucción. Al hombre
sanguinario y engañador abominará Jehová. Los hombres sanguinarios se
emborracharán con su propia sangre, y los que engañan a otros terminarán
siendo engañados. Nuestro viejo proverbio dice: “Los hombres sanguinarios y
engañadores se cavan su propia fosa”. La voz del pueblo es en este caso la voz
de Dios. ¡Qué fuerte es la palabra aborrecer! ¿No es cierto que nos muestra cuán
fuerte y profundo es el aborrecimiento de Dios contra los obreros de iniquidad?
Versículo 7. Con este versículo finaliza la primera parte del salmo. El
salmista se ha arrodillado en oración; ha descrito ante Dios, como un argumento
para ser librado, el carácter y el destino del malo; y ahora contrasta esto con la
condición del justo. Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu
casa. No me quedaré afuera, entraré en tu santuario tal como un niño entra en la
casa de su padre. Pero no lo haré por mis propios méritos; no, tengo una multitud
de pecados y por lo tanto entraré por la multitud de tus misericordias. Me
acercaré a ti con confianza por tu gracia inconmensurable. Todos los juicios de
Dios han sido contados, pero sus misericordias son innumerables; él da su ira por
medida, pero sin medida su misericordia. Adoraré hacia tu santo templo en tu
temor: hacia el templo de tu santidad. El templo terrenal no había sido
construido en esa época, no era más que un tabernáculo, pero David anhelaba
fijar su mirada espiritual en aquel templo de la santidad de Dios donde, entre las
alas del querubín, Jehová mora en una luz inefable. Daniel abrió su ventana
hacia Jerusalén, pero nosotros abrimos nuestro corazón hacia el cielo.
Versículo 8. Ahora llegamos a la segunda parte donde el salmista repite sus
argumentos, cubriendo nuevamente los mismos temas. Guíame, Jehová, tal
como un pequeñito es guiado por su padre, como un ciego es guiado por su
amigo. Es un caminar seguro y placentero cuando Dios nos guía. En tu justicia,
no en mi propia justicia porque ésta es imperfecta, sino la tuya porque tú eres la
justicia misma. Endereza delante de mí tu camino, no el mío. Hermanos, cuando
hemos aprendido a renunciar a nuestro propio camino y anhelamos andar en el
camino de Dios, es una feliz señal de gracia; no es una misericordia nada
pequeña ver el camino de Dios claramente frente a nosotros. Los errores
relacionados con nuestro deber nos pueden llevar a un mar de pecados antes de
que sepamos dónde estamos.
Versículo 9. Esta descripción del hombre depravado fue copiada por el
apóstol Pablo, y junto con algunas otras citas, la colocó en el segundo capítulo
de Romanos como una descripción exacta de toda la raza humana, no de los
enemigos de David únicamente, sino de todos los hombres por naturaleza.
Porque en la boca de ellos no hay sinceridad. O, podríamos decir: “Tienen una
lengua de la cual se deslizan alabanzas, tienen mucha labia”. La mucha labia es
una gran maldad, muchos se dejan engañar por ella. Hay muchos osos
hormigueros humanos quienes con sus largas lenguas cubiertas de elogios
tientan y atrapan al desprevenido para su propio beneficio. Cuando el lobo lame
al cordero se está preparando para mojar sus dientes en su sangre. Tomemos nota
de una comparación extraordinaria: Sepulcro abierto es su garganta, un sepulcro
lleno de repugnancia… pestilencia y muerte. Pero peor que esto, es un sepulcro
abierto, con todos sus gases fétidos que suben para extender muerte y
destrucción a su alrededor. Entonces, en cuanto a la garganta del malo, sería una
gran misericordia si pudiera estar siempre cerrada. Si pudiéramos sellar la boca
del malo de modo que esté siempre en silencio sería como un sepulcro cerrado,
no haría mucho daño. Pero, sepulcro abierto es su garganta, en consecuencia,
exhala y desparrama toda la perversidad de su corazón. Qué peligroso es un
sepulcro abierto, en su andar, el hombre puede dar un traspié y caer en él, para
encontrarse entre los muertos. ¡Ay! Cuídense del hombre malo, porque no hay
cosa que no diga para arruinarlos; anhela destruir su carácter y enterrarlos en el
repugnante sepulcro de su propia garganta malvada. Pero inyectemos aquí un
pensamiento dulce. En la resurrección habrá una resurrección no sólo de los
cuerpos, sino del carácter. Esto es un gran consuelo para el hombre que ha sido
maltratado y calumniado. “Entonces los justos resplandecerán como el sol”
(Mat. 13:43). El mundo puede creernos viles y arruinar nuestro carácter, pero si
hemos sido rectos, en la resurrección, este sepulcro abierto que es la garganta del
pecado será obligado a presentar nuestro carácter celestial, y apareceremos y
seremos honrados por los hombres.
Versículo 10. Contra ti: no contra mí. Si fueran mis enemigos los
perdonaría, pero no puedo perdonar a los tuyos. Debemos perdonar a nuestros
enemigos, pero no tenemos en nosotros el poder de perdonar a los enemigos de
Dios. Estas expresiones han sido consideradas crueles y ofensivas al oído de
personas sensibles. “¡Ay!” dicen, “son rencorosas y vengativas”. Recordemos
que pueden ser traducidas como profecías, no como deseos, pero no queremos
valernos de esta manera de escapar. Nunca hemos oído de ningún lector de la
Biblia que, después de leer estos pasajes, se haya vuelto vengativo por haberlos
leído, y es justo examinar la naturaleza de un escrito a la luz de sus efectos.
Cuando oímos a un juez condenar a un asesino, por más severa que sea su
sentencia, no sentimos que eso nos da derecho ni justificación para condenar a
otro por algún daño particular que nos haya hecho. Aquí el salmista habla como
un juez, habla como el vocero de Dios, y al condenar al impío no por eso es
excusa alguna para decir nada que sea una maldición sobre los que nos han
ofendido. La manera más vergonzosa de maldecir a otro es pretender que lo
bendecimos… los bendecimos de palabra pero en realidad los maldecimos.
Ahora bien, como un contraste directo presentamos esta denuncia sana de David,
que tiene la intención de ser una bendición al advertir al pecador sobre la
inminente maldición. ¡Hombre impenitente, tienes que saber que todos tus
amigos consagrados darán su aprobación solemne a la sentencia terrible que el
Señor pronunciará contra ti en el día del juicio! Nuestro veredicto aplaudirá la
maldición condenatoria que el Juez de toda la tierra emitirá estruendosamente
contra los impíos.
En el versículo siguiente encontramos una vez más el contraste que ha
caracterizado a los salmos anteriores.
Versículo 11. Pero alégrense todos los que en ti confían. La alegría es el
privilegio del creyente. Cuando los pecadores sean destruidos, nuestra alegría
será total. Primero ellos ríen pero después llorarán para siempre. Nosotros
lloramos ahora, pero nos alegraremos eternamente. Cuando ellos griten de dolor,
nosotros gritaremos de gozo, y así como ellos gemirán para siempre, nosotros
gritaremos de alegría para siempre. Esta felicidad santa y absoluta nuestra tiene
un fundamento firme, porque, Oh Señor, nos gozamos en ti. El Dios eterno es la
fuente de nuestra felicidad. Amamos a Dios, y por ello, nos deleitamos en él.
Nuestro corazón está tranquilo en nuestro Dios. Comemos abundantemente
todos los días porque nos alimentamos de él. Tenemos música en la casa, música
en el corazón y música en el cielo porque el Señor Jehová es nuestra fortaleza y
nuestro canto, y también ha llegado a ser nuestra salvación.
Versículo 12. Jehová ha designado a su pueblo para ser herederos de la
bendición, y nada les quitará su herencia. Con toda la plenitud de su poder los
bendecirá, y todos sus atributos se unirán para saciarlos de contentamiento
divino. Y no es esto meramente para el presente, sino que la bendición se
extiende al largo y desconocido futuro. Tú, oh Jehová, bendecirás al justo. Esta
es una promesa de duración infinita, de alcance sin límites, y de un valor
indecible. En cuanto a la defensa que el creyente necesita en este campo de
batalla, ésta le es prometida sin límite. En la antigüedad había escudos tan
grandes como el cuerpo entero del hombre, que lo rodeaba completamente. Del
mismo modo, dice David, como con un escudo lo rodearás de tu favor… Aquí
también está la idea de ser coronado, de modo que usamos un yelmo real, que es
nuestra gloria y a la vez nuestra defensa. ¡Oh Señor, danos por tu gracia esta
coronación!
Salmo 19
(Versículos seleccionados)

TEMA. Mientras cuidaba las ovejas de su padre en sus


primeros años, el salmista David se había dedicado al estudio
de dos grandes libros de Dios: la naturaleza y las Escrituras,
y se había empapado tanto del espíritu de los dos únicos
tomos en su biblioteca que podía, con crítica devota,
compararlos y contrastarlos, magnificando la excelencia del
Autor que veía en ambos. Qué necios e impíos son los que en
lugar de aceptar estos dos tomos sagrados, y deleitarse en ver
la misma mano divina en cada uno, dedican toda su
capacidad a tratar de encontrar discrepancias y
contradicciones. Podemos estar seguros de que los
verdaderos “Vestigios de la creación” nunca contradecirán a
Génesis, ni tampoco un “Cosmos” correcto jamás discrepará
con la narración de Moisés. Sabio es el que lee el libro-del-
universo y el libro-de-la-Palabra como dos tomos de una
misma obra, y considera que: “Mi Padre escribió los dos”.
Versículo 1. Los cielos cuentan la gloria de Dios. El libro de la naturaleza
tiene tres hojas: el cielo, la tierra y el mar, de los cuales el cielo es la primera y
más gloriosa, y con su ayuda podemos ver la belleza de las otras dos. Cualquier
libro sin su primera página sería tristemente imperfecto, y especialmente la gran
“Biblia natural”, ya que sus primeras páginas: el sol, la luna y las estrellas
arrojan luz sobre el resto del tomo y son, por lo tanto, las llaves sin las cuales el
resto de lo escrito sería oscuro y desconocido. El que el hombre caminara erecto
fue evidentemente para escudriñar los cielos; y el que comienza a leer la
creación estudiando las estrellas, comienza el libro en el lugar acertado.
“Los cielos” está en plural por su variedad. Están los cielos acuosos con sus
nubes de formas innumerables, los cielos aéreos con sus calmas y tempestades,
los cielos solares con todas las glorias del día y los cielos estrellados con todas
las maravillas de la noche. Lo que será el Cielo de los cielos no ha penetrado el
corazón del hombre, pero allí lo principal de todo es que éstos cuentan la gloria
de Dios. Cualquier parte de la creación tiene en sí más conocimiento para
impartir que la mente humana jamás abarcará. De la misma manera, el campo
espiritual es peculiarmente rico en sabiduría espiritual.
Los cielos cuentan, o están contando, porque el verbo usado sugiere la
continuidad de su testimonio. En cada momento la existencia, el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios son anunciados por los heraldos celestiales que
brillan sobre nosotros desde el cielo. El que quiere percibir la sublimidad divina
tiene que fijar su vista en la bóveda estrellada. El que quiere imaginar lo infinito
tiene que escudriñar la expansión sin límites. El que quiere aprender de la
fidelidad divina tiene que marcar la regularidad de los movimientos planetarios,
y el que quiere tener algún concepto del poder, la grandeza y la majestad divina,
tiene que considerar las fuerzas magnéticas, la magnitud de las estrellas siempre
en su lugar y la luminosidad de todo el séquito celestial. No es meramente gloria
lo que cuentan los cielos, sino la gloria de Dios, porque nos dan argumentos
contundentes de un Creador consciente, inteligente, planeador, controlador y que
gobierna, que nadie exento de prejuicios puede dejar de convencerse al
considerarlos. El testimonio que dan los cielos no es meramente una insinuación,
sino una declaración clara e inequívoca; y es una declaración del tipo más
constante y permanente. A pesar de todo esto, ¿de qué sirve la declaración más
sonora al sordo, o el cuadro más obvio al que está ciego espiritualmente? Dios el
Espíritu Santo tiene que iluminarnos, de otro modo todos los soles de la vía
láctea nunca lo harán.
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. La expansión está llena de
las obras de las manos hábiles y creadoras del Señor. Se le atribuyen “manos” al
gran Espíritu creador para demostrar su solicitud y capacidad, y para ponerlo al
nivel de la escasa comprensión de los mortales. Es además abrumador encontrar
que cuando las mentes más devotas y nobles desean expresar sus más elevados
pensamientos acerca de Dios, tienen que usar palabras y metáforas tomadas de la
tierra. Somos niños, y cada uno debe confesar que hablamos “como niños”,
pensamos “como niños” (1 Cor. 13:11). En la expansión sobre nosotros, Dios
enarbola, por así decir, su bandera estrellada para mostrar que el Rey está en
casa, y alza su blasón a fin de que los ateos vean cómo desprecia sus críticas
acerca de él. El que levanta su vista al firmamento y después se identifica como
un ateo, se identifica en ese mismo momento como un idiota o un mentiroso.
Resulta extraño que algunos que aman a Dios temen estudiar el libro de la
naturaleza que anuncia a Dios. La apariencia de espiritualidad de algunos
creyentes, que son demasiados celestiales como para considerar los cielos, ha
dado pie a las presunciones de los infieles de que la naturaleza contradice la
revelación. Los hombres más sabios son los que con piadoso entusiasmo trazan
las acciones de Jehová en la creación al igual que en la gracia, sólo los necios
temen que el estudio honesto del uno perjudicará la fe en el otro. Bien lo dijo el
Dr. M’Cosh: “Hemos lamentado con frecuencia los intentos de poner las obras
de Dios en contra de la Palabra de Dios, y de esta manera incitar, propagar y
perpetuar celos que sólo sirven para separar las partes que debieran vivir en
unión cercana. En particular, siempre hemos lamentado los esfuerzos realizados
por desvalorar la naturaleza con el fin de exaltar la revelación. Nos ha parecido
siempre que no es más que la degradación de una parte de la obra de Dios con la
esperanza de así exaltar y recomendar otra. No sean consideradas la ciencia y la
religión como ciudadelas opositoras, que se desafían una a la otra y cuyas tropas
empuñan sus armas con una actitud hostil. Si lo pensaran, verían que tienen
demasiados enemigos en común en la ignorancia y el prejuicio, en las pasiones y
los vicios, bajo todas sus formas, y tendrían que admitir que están malgastando
sus fuerzas en una guerra inútil el uno contra el otro. La ciencia tiene un
fundamento, y también lo tiene la religión; únanse los fundamentos de uno con
los del otro, y la base será más amplia, y serán dos compartimentos de una gran
estructura, levantada para la gloria de Dios. Sea uno el atrio exterior y el otro el
interior. En el uno, todos miren y admiren y adoren; y en el otro que se arrodillen
y oren y alaben al Señor los que tienen fe. Sea el uno el santuario donde la
erudición humana pueda presentar el incienso más rico como una ofrenda a
Dios, y el otro el lugar más santísimo, separado del primero por un velo ahora
rasgado en dos y en el cual, sobre un propiciatorio rociado de sangre,
derramamos el amor de un corazón reconciliado y escuchamos los oráculos de
un Dios viviente”.
Versículo 2. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche
declara sabiduría. Como si un día retomara la historia donde el otro la dejó, y
cada noche pasara la narración a la siguiente. El original incluye el pensamiento
de derramarse o desbordarse con palabras; como si los días y las noches fueran
una fuente de la cual siempre manan alabanzas a Jehová. ¡Oh que bebiéramos
con frecuencia del pozo celestial y aprendiéramos a expresar la gloria de Dios!
Los testigos en las alturas no pueden ser aniquilados ni silenciados; desde sus
asientos elevados constantemente predican la sabiduría de Dios, sin conmoverse
ni ser influenciados por el juicio de los hombres. Aun los cambios de alternar la
noche y el día son silenciosamente elocuentes, y tanto la luz como las sombras
revelan al Invisible. Hagamos que las vicisitudes de nuestras circunstancias
hagan lo mismo, y mientras bendecimos a Dios por nuestros días de gozo,
alabémosle también cuando da “cantos en la noche”.
La lección del día y de la noche es una que todos los hombres harían bien en
aprender. Debe estar entre nuestros pensamientos diurnos y pensamientos
nocturnos el recordar el paso veloz del tiempo, el carácter cambiante de las cosas
terrenales, la brevedad del gozo al igual que del dolor, lo preciosa que es la vida,
la imposibilidad de recobrar las horas una vez que han pasado y el acercamiento
irresistible de la eternidad. El día nos insta a trabajar, la noche nos recuerda que
nos preparemos para nuestra última hora; el día nos insta a trabajar para Dios, y
la noche nos invita a descansar en él; el día nos insta buscar el día sin fin, y la
noche nos advierte que escapemos de la noche eterna.
Versículo 3. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Todos los seres
humanos pueden escuchar las voces de las estrellas. Muchos son los idiomas de
los terráqueos, para los celestiales hay sólo uno, y éste puede ser comprendido
por toda mente dispuesta a oírla. Los pobres paganos no tienen excusa si no
descubren las cosas invisibles de Dios en las obras que él ha hecho. El sol, la
luna y las estrellas son los predicadores viajeros de Dios, son los apóstoles que
en su recorrido ratifican a los que tienen en cuenta al Señor y los jueces
itinerantes, que condenan a los que adoran a los ídolos.
El margen nos da otra interpretación que es más literal, e involucra menos
repetición: “No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz”, es decir, su
enseñanza no va dirigida al oído, y no se expresa en sonidos articulados; es
descriptivo, y va dirigido del ojo al corazón, no incluye el sentido por el cual
viene la fe, pues la fe viene por el oír. Jesucristo es llamado el Verbo, porque es
una expresión mucho más inequívoca de Dios de la que pueden dar los cielos.
Estos son, después de todo, instructores mudos; ni las estrellas ni el sol pueden
acertar una palabra, en cambio Jesús es la imagen expresa de la persona de
Jehová y su nombre es el Verbo de Dios.
Versículo 7. La ley de Jehová es perfecta; el autor se refiere no sólo a la ley
de Moisés sino a la doctrina de Dios, todo el contenido del Libro sagrado.
Declara que la doctrina revelada por Dios es perfecta, y esto a pesar de que
David apenas tenía una pequeña parte de las Escrituras; y si un fragmento, y ese
el más oculto e histórico, es perfecto ¿cómo será el tomo entero? Entonces, más
que perfecto es el libro que contiene la exposición y demostración más precisa
del amor divino, y nos da una visión transparente de la gracia redentora. El
evangelio es un esquema o una ley completa de la salvación por gracia,
presentando al pecador necesitado todo lo que sus terribles necesidades pueden
requerir. No hay redundancias ni omisiones en la Palabra de Dios y en su plan de
la gracia, entonces, ¿por qué tratan los hombres de pintar este lirio y dorar este
oro refinado? El evangelio es perfecto en todas sus partes y perfecto como un
todo: es un crimen añadir al mismo, una traición alterarlo y un delito grave
restarle.
Convierte el alma: Logrando que el hombre regrese o sea restaurado al lugar
de donde el pecado lo había echado. El efecto práctico de la Palabra de Dios es
hacer que el hombre se enfoque en sí mismo, en Dios y en la santidad; y el
volverse o convertirse no es sólo exterior, “el alma” es conmovida y renovada.
El gran medio de la conversión de los pecadores es la Palabra de Dios, y cuanto
más cerca la mantengamos en nuestro ministerio, más probabilidad tendremos de
ser exitosos. Es la Palabra de Dios en lugar del comentario del hombre sobre la
Palabra de Dios lo que obra con poder en las almas. Cuando la ley impulsa y el
evangelio atrae, la acción es distinta pero el fin es el mismo, porque por el
Espíritu de Dios el alma es compelida a ceder y exclama: “Conviérteme y seré
convertido, porque tú eres Jehová mi Dios” (Jer. 31:18). Probemos influir en la
naturaleza depravada del hombre con filosofías y razonamientos, y éste se reirá y
burlará de nuestros esfuerzos; en cambio, la Palabra de Dios pronto obra una
transformación.
El testimonio de Jehová es fiel. Dios testifica contra el pecado y a favor de la
justicia. Testifica de nuestra caída y nuestra restauración. Este testimonio es
claro, decidido e infalible, y debe ser aceptado como cosa segura. El testimonio
de Dios en su Palabra es tan seguro que podemos obtener de él un consuelo
sólido para la ocasión y la eternidad, y es tan seguro que ningún ataque en su
contra, no importa lo fiero o sutil que sea, puede jamás debilitar su fuerza. ¡Qué
bendición es que en un mundo de incertidumbres tenemos algo seguro de lo cual
podemos depender! Nos apresuramos a salir de las arenas movedizas de las
especulaciones humanas a la tierra firme de la Revelación Divina.
Hace sabio al sencillo. Las mentes humildes, cándidas y dispuestas a
aprender reciben la palabra, y son hechas sabias para salvación. Las cosas
escondidas a los sabios y prudentes son reveladas a los infantes (Mat. 11:25).
Los dispuestos a ser persuadidos se hacen sabios, pero los que, sin razón, ponen
“peros” a todo siguen siendo necios. Como ley o plan de Dios, la Palabra de
Dios convierte y luego como testimonio, instruye; no basta con que seamos
convertidos, tenemos que continuar siendo discípulos. Y si hemos sentido el
poder de la verdad tenemos que pasar a dar prueba de su certidumbre por medio
de la experiencia. La perfección del evangelio convierte, pero el hecho de que es
seguro, edifica. Si queremos ser edificados nos conviene no dudar
incrédulamente de la promesa, porque un evangelio del cual uno duda no nos
puede hacer sabios, pero la verdad la cual se nos garantiza, es nuestro
fundamento.
Versículo 8. Los mandamientos de Jehová son rectos. Sus preceptos y
decretos se basan en la justicia, y como tal, son justos o apropiados para que el
hombre razone correctamente. Así como un médico da la medicina correcta, y un
consejero el consejo correcto, también lo hace el Libro de Dios. “Alegra el
corazón”. Notemos la progresión: el que se convirtió fue hecho sabio y ahora es
feliz; la verdad hace recto al corazón, y luego da alegría al corazón recto. La
gracia libre da gozo al corazón. Los placeres terrenales son pasajeros y nos dejan
sin fuerzas. En cambio, los placeres celestiales satisfacen la naturaleza interior y
llenan las facultades mentales hasta rebosar. No hay nada más reconfortante que
las aguas que vierten de las Escrituras.
Salmo 22
(Versículos seleccionados)

TEMA. Más que ningún otro éste es EL SALMO DE LA


CRUZ. Es posible que realmente fuera recitado palabra por
palabra por nuestro Señor cuando colgaba en el madero.
Sería demasiado atrevido afirmar que, efectivamente, así fue,
pero aun un lector casual puede ver que hubiera sido posible.
Comienza con: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” y, según algunos, finaliza en su versión
original con “Consumado es”. En cuanto a expresiones de
aflicción que brotan de las profundidades indescriptibles del
dolor, podemos decir de este salmo: “No hay otro igual”. Es
la fotografía de las horas más tristes de nuestro Señor, el
registro de sus últimas palabras en su momento de agonía, el
memorial de sus gozos al expirar. David y sus aflicciones
pueden haberse expresado aquí en un sentido muy
modificado, pero, así como la estrella está tapada por la luz
del sol, aquel que ve a Jesús aquí, probablemente no vea ni le
interese ver a David. Ante nosotros tenemos una descripción
de las tinieblas al igual que de la gloria de la Cruz, los
sufrimientos de Cristo y la gloria que le sigue. ¡Oh que
tuviéramos la gracia para acercarnos y ver este gran
espectáculo! Debemos leer con reverencia, quitándonos el
calzado de los pies, como lo hizo Moisés ante la zarza
ardiente, porque si en alguna parte de las Escrituras hay
suelo santo, es en este salmo.
Versículo 1. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Este fue el
alarmante clamor del Gólgota: Eloi, Eloi, lama, sabacthani. Los judíos se
burlaban, pero los ángeles adoraban cuando Jesús lanzó esta lamentación tan
amarga. Vemos al gran Redentor clavado en la cruz, cercano al final. ¿Y qué
vemos? ¡Teniendo oídos para oír, oigamos y teniendo ojos para ver, veamos!
Contemplemos con asombro santo, y notemos los resplandores de luz en medio
de la terrible oscuridad de aquel mediodía-medianoche. Primero, la fe de
Nuestro Señor se hizo evidente y merece nuestra reverente imitación. Él se
mantiene aferrado a su Dios con las dos manos y clama dos veces: “¡Mi Dios, mi
Dios!”. El espíritu de adopción era fuerte en el Hijo del Hombre que sufría, y no
sentía ninguna duda con respecto a su afecto por su Dios. ¡Oh que pudiéramos
imitar este aferrarse a un Dios que nos aflige! El que sufre tampoco desconfía
del poder de Dios para sostenerle, porque el título usado (“El”) significa fuerza,
y es el nombre del Dios Todopoderoso. Él sabe que el Señor es el apoyo y
socorro todo suficiente, y por lo tanto apela a él en la agonía de su dolor, no en la
tortura de la duda. Quiere saber por qué ha sido abandonado, eleva esa pregunta
y la repite, pero no porque desconfía ni del poder ni de la fidelidad de Dios. ¡Qué
pregunta es ésta que tenemos ante nosotros! “¿Por qué me has desamparado?”
Tenemos que poner el énfasis en cada palabra de ésta la más triste de todas las
palabras. “¿Por qué?” ¿Cuál es la causa inmensa de una realidad tan extraña
como la de Dios abandonando a su propio Hijo en tal momento y en semejante
dificultad? No había dado ninguna razón para merecerlo, ¿por qué entonces
desertarlo? “Has” muestra que ya sucedió, y cuando hace la pregunta, el
Salvador está sintiendo sus efectos aterradores.¡Es en realidad cierto, pero qué
extraño! No fue la amenaza de ser abandonado que hizo clamar a toda voz al
Salvador, sino el hecho de que sufrió el desamparo en toda su realidad. “Tú”:
puedo entender por qué Judas el traidor y Pedro el tímido se han apartado, pero
tú, mi Dios, mi fiel amigo, ¿cómo puedes dejarme? Esto es lo peor de todo. Sí,
peor que todo lo demás junto. El infierno mismo tiene, como la llama más feroz,
la separación de Dios del alma. “Desamparado”: si me hubieras amonestado lo
hubiera aguantado, porque tu rostro resplandecería. Pero abandonarme
completamente, ¡ay! ¿por qué? “Me”: Soy tu Hijo inocente, obediente, sufriente,
¿por qué me dejas perecer? Un cuadro de uno mismo sometido a penitencia, y de
Jesús en la cruz visto por la fe, explica mejor esta pregunta. Jesús está
desamparado porque nuestros pecados nos había separado de nuestro Dios.
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? El
Hombre de Dolores había orado hasta que le fallaron las palabras, y sólo podía
expresar gemidos y quejidos como los del enfermo grave, como los rugidos de
un animal herido. ¿Hasta qué extremo de dolor fue llevado nuestro Maestro?
¡Cómo habrán sido de fuertes su llanto y sus lágrimas que lo dejaron demasiado
ronco para hablar! ¡Cómo habrá sido su angustia al ver a su propio Padre querido
en quien confiaba parado a lo lejos, sin darle ayuda y aparentemente sin escuchar
su oración! Esta era una buena razón para hacerlo “clamar”. Y, sin embargo,
había una razón para todo esto, que los que confían en Jesús como su Sustituto
bien saben.
Versículo 2. Dios mío, clamo de día, y no respondes. Que nos parezca que
nuestras oraciones no son oídas no es nada nuevo, Jesús lo sintió antes que
nosotros, y es digno de destacar que aun así se aferró fuertemente con fe a Dios,
y aun así clamó “Mi Dios”. Por otro lado su fe no lo hizo menos inoportuno
porque en medio de los apuros y horrores de aquel día sombrío no dejó de
clamar, al igual que como en el Getsemaní, había agonizado durante toda la
lúgubre noche. Nuestro Señor siguió orando aunque no recibió ninguna
respuesta consoladora, y en esto nos dejó ejemplo de obediencia a sus palabras:
tenemos que “orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1). Ningún día es
demasiado deslumbrante, ninguna noche demasiado oscura para dejar de orar, y
ninguna demora o aparente negativa, por más grave que sea, debe tentarnos a
dejar de rogar a tiempo y fuera de tiempo.
Versículo 3. Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel.
¡Por más malas que parezcan las cosas, no hay ningún mal en ti, oh Dios!
Tendemos a pensar muy poco en Dios y hablar muy poco de él cuando nos
encontramos bajo su mano que nos abate, pero no así su Hijo obediente. Él
conoce demasiado bien la bondad de su Padre como para dejar que las
circunstancias externas dañen su carácter. No hay ninguna injusticia en el Dios
de Jacob, no merece él censura alguna; haga él lo que haga, debe ser alabado y
entronado en medio de los cantos de su pueblo escogido. Si la oración no es
contestada no es porque Dios sea infiel, sino por alguna otra buena e importante
razón. Si no podemos percibir ningún motivo para su demora, tenemos que dejar
el enigma sin resolver: pero no debemos adelantarnos a los designios de Dios a
fin de inventar una respuesta. Mientras que la santidad de Dios es reconocida y
adorada al máximo, en este versículo el autor afligido parece admirarse de que el
Dios santo pudiera desampararlo y guardar silencio ante su clamor. El
argumento es: Tú eres santo, ¡ay! ¿por qué es que no tienes en cuenta a tu Hijo
santo cuando ora expresando su peor angustia? No podemos cuestionar la
santidad de Dios, pero por ella podemos presentar nuestros argumentos y usarlos
como un pedido de clemencia en nuestras peticiones.
Versículo 4. En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste.
Esta es la regla de la vida para toda la familia escogida. Tres veces se repite el
mismo sentimiento: esperaron, esperaron, esperaron, y nunca dejaron de esperar
porque era su misma vida; y a todos les fue bien, porque tú los libraste. En
medio de todos sus aprietos, dificultades y sufrimientos la fe los sostuvo al
clamar a Dios que los rescatara; pero en el caso de nuestro Señor parecía que la
fe no iba a traer ayuda del cielo. Sólo él entre todos los que confiaban quedaría
sin ser librado. La experiencia de otros santos puede ser un gran consuelo para
nosotros cuando andamos en aguas profundas, si por nuestra fe podemos estar
seguros que como ellos fueron librados seremos librados nosotros. Pero cuando
sentimos que nos hundimos, es poco consuelo saber que otros están nadando.
Nuestro Señor aquí apela a los tratos de Dios con su pueblo en el pasado como
una razón por la cual no debiera ser abandonado. Nuevamente aquí nos es
ejemplo del uso habilidoso del arma de toda oración. El uso del pronombre
plural “nuestros” muestra qué unido estaba Jesús con su pueblo aun en la cruz.
Versículo 5. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron
avergonzados. Es como si hubiera dicho: “¿Cómo es que ahora he sido dejado
sin socorro en mis sufrimientos abrumadores, mientras que otros han sido
ayudados? Podemos recordarle al Señor sus bondades anteriores hacia su pueblo
y rogarle que seamos objetos de las mismas ahora. Esta es una verdadera lucha
libre, aprendamos sus técnicas. Notemos que los santos de antaño lloraban y
confiaban, y nosotros tenemos que hacer lo mismo en las dificultades. Y el
resultado invariable fue que no se avergonzaban de su esperanza porque la
liberación llegaba a su tiempo. Esta misma feliz porción será nuestra.
Versículo 6. Mas yo soy gusano, y no hombre. Este versículo es un milagro
del lenguaje. ¿Cómo pudo el Señor de gloria ser humillado a tal punto que no
sólo era menor que los ángeles sino menor que los hombres? ¡Qué contraste
entre “YO SOY” y “Yo soy un gusano”! No obstante, la persona de nuestro
Señor Jesús tenía tal naturaleza doble cuando sangraba en el madero. Se sintió
como un gusano indefenso, impotente, oprimido, pasivo cuando era aplastado e
ignorado y despreciado por aquellos que lo oprimían. Selecciona la más débil de
las criaturas, lo cual es toda carne; y se convierte en carne pisoteada,
contorsionada y temblorosa sin ningún poder excepto el poder de sufrir. Así era
realmente cuando su cuerpo y alma se habían convertido en una masa de
sufrimiento –la esencia misma de la agonía– en los dolores agonizantes de la
crucifixión. El hombre por naturaleza no es más que un gusano; pero nuestro
Señor se puso aun más bajo que el hombre, por la burla y el desprecio que le
amontonaron encima y la debilidad que sentía, y por lo tanto agrega “y no
hombre”. Mientras Dios lo había abandonado, no podía contar con los
privilegios y la bendición que fueron otorgados a los patriarcas, y no podía tener
actos comunes de humanidad porque era rechazado por los hombres. Fue
proscrito de la sociedad terrenal y le fue negada la sonrisa del cielo. ¡Cuán
completamente se despojó el Salvador de toda gloria, y lo hizo por nosotros!
Versículo 7. Todos los que me ven me escarnecen. Leamos el relato
evangelístico de las burlas soportadas por el Crucificado, y luego consideremos,
a la luz de esta expresión, cuánto le dolió. El arma penetró su alma. Las burlas
tienen la descripción distintiva de “burlas crueles”, las que soportó nuestro Señor
eran las más crueles. Las burlas despectivas dirigidas a nuestro Señor eran
universales. Toda clase de hombres se había juntado para reír despectivamente, y
competían entre sí para insultarlo. Sacerdotes y pueblo, judíos y gentiles,
soldados y civiles, todos unidos en la burla general, y eso en el momento cuando
estaba postrado por sus debilidades y a punto de morir. ¿De qué hemos de
asombrarnos más: de la crueldad del hombre o del amor del sangrante Salvador?
¿Cómo podemos jamás quejarnos de las burlas después de esto?
Estiran la boca, menean la cabeza. Estos eran gestos de desprecio. Mohines,
sonrisas burlonas, menear la cabeza, sacar la lengua y otras formas de escarnio
fueron soportados por nuestro paciente Señor. Los hombres le hacían estos
gestos a éste ante quien los ángeles esconden su rostro y a quien adoran. Las
señas más viles que puede inventar el desprecio le fueron arrojadas
maliciosamente. Se burlaron de sus oraciones, se rieron de sus sufrimientos y lo
humillaron hasta lo sumo.
Versículo 8. Diciendo, se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto
que en él se complacía. Aquí el hostigamiento va cruelmente dirigido a la fe en
Dios del que sufre, que es el punto más tierno en el alma de un hombre bueno, la
niña de su ojo. Deben haber aprendido el arte diabólico de Satanás mismo,
porque demostraron ser extremadamente competentes en esto. Según Mateo
27:39-44, hubo cinco formas de hostigamiento lanzadas contra el Señor Jesús, y
probablemente se menciona esta forma de burla en este salmo porque es la más
amarga de todas. Tiene una ironía mordaz, sarcástica que le da un veneno
peculiar. Al Hombre de Sufrimientos le ha de haber ardido hasta lo más
profundo del alma. Cuando somos atormentados de este modo, recordemos a
Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra él, y nos sentiremos
reconfortados. Al leer estos versículos preguntamos con Trapp: ¿Es esto una
profecía o un hecho consumado?, porque la descripción es tan exacta. No
debemos olvidar la verdad que los escarnecedores judíos dijeron sin querer.
Ellos mismos fueron testigos de que Jesús de Nazaret confiaba en Dios: ¿porqué,
pues, Dios lo dejó morir? En el pasado Jehová había librado a los que ponían
sobre él su carga: ¿por qué abandonó Jehová a este hombre? ¡Oh que hubieran
comprendido la respuesta! Notemos además, que el irónico desdén: “puesto que
en él se complacía” decía la verdad. El Señor efectivamente se complacía en su
Hijo amado, y cuando tomó la forma de hombre y se hizo obediente hasta la
muerte, seguía muy complacido con él. ¡Extraña mezcla! Jehová se deleita en él,
y aun así lo hiere; está complacido, pero aun así lo asesina.
Versículo 9. Pero tú eres el que me sacó del vientre. La providencia
bondadosa atiende con la cirugía de la ternura cada nacimiento humano, pero el
Hijo del Hombre, quien fue maravillosamente concebido por el Espíritu Santo,
fue vigilado de una manera especial por el Señor cuando María lo trajo al
mundo. El estado indigente de José y María, lejos de sus amigos y hogar, los
llevó a experimentar la mano cariñosa de Dios en el parto feliz de la madre y el
nacimiento del niño; ese Niño que ahora libra la gran batalla de su vida, usa la
misericordia de su nacimiento como un argumento ante Dios. La fe encuentra
armas en todas partes. El que quiere creer nunca carecerá de razones para
hacerlo.
Versículo 10. Sobre ti fui echado desde antes de nacer. En los brazos del
Todopoderoso fue recibido al principio, como en los brazos de un padre o madre
amante. Este es un pensamiento dulce. Dios comienza su cuidado de nosotros en
nuestra primera hora. Somos mecidos sobre las rodillas de misericordia y
atesorados en la falda de la bondad; nuestra cuna está bajo el dosel del amor
divino y nuestros primeros tambaleos son guiados por su cuidado. Desde el
vientre de mi madre, tú eres mi Dios. El salmo comienza con “Mi Dios, mi
Dios” y aquí, no sólo repite la afirmación, sino que destaca que lo ha sido desde
siempre. ¡Cuán noble perseverancia de la fe, el seguir rogando con un ingenioso
argumento santo! Nuestro nacimiento fue el periodo de nuestra existencia más
débil y más peligroso; si fuimos afirmados por la ternura omnipotente, estemos
seguros de que no tenemos razón para sospechar que ahora la bondad divina nos
va a fallar. Aquel que fue nuestro Dios cuando dejamos a nuestra madre, seguirá
con nosotros hasta que regresemos a la madre tierra, y nos salvará de perecer en
las entrañas del infierno.
Salmo 51
(Versículos seleccionados)

TÍTULO. “Cuando después que se llegó a Betsabé, vino a él


Natán el profeta”. Cuando el mensaje divino había
despertado la conciencia dormida de David haciéndole ver lo
grande de su culpa, él escribió este salmo. Se había olvidado
de su salmodia mientras satisfacía los apetitos de la carne,
pero regresó a su arpa cuando su naturaleza espiritual fue
vivificada, y entonó su canto acompañándolo de suspiros y
lágrimas. El pecado grande de David no tiene excusa, pero es
bueno recordar que su caso incluye una colección
excepcional de elementos especiales. Era un hombre de
pasiones muy fuertes, un soldado, un monarca oriental con un
poder despótico. Ningún otro rey de su época se hubiera
sentido compungido por actuar de la forma que lo hizo él, y
por lo tanto, no sufría las restricciones de las costumbres y la
sociedad, las cuales, cuando son quebrantadas, hace que las
ofensas sean más monstruosas. Él no sugiere ninguna forma
de atenuantes, ni nosotros mencionamos estos datos con el fin
de disculpar su pecado, que fue sumamente detestable, sino
para advertir a otros a fin de que puedan reflexionar que el
libertinaje en ellos ahora hubiera sido más culposo que para
el errado Rey de Israel. Al recordar su pecado, enfoquemos
principalmente su arrepentimiento, y la larga serie de
castigos que hizo que la última parte de su vida fuera tan
triste.
Versículo 1. Ten piedad de mí, oh Dios. Apela inmediatamente a la
misericordia de Dios, aun antes de mencionar su pecado. Tener a la vista la
misericordia es bueno para los ojos adoloridos por su llanto de arrepentimiento.
El perdón de los pecados tiene que ser siempre un acto de pura misericordia, y
por lo tanto, es a ese atributo que se dirige el pecador vivificado.
Conforme a tu misericordia. Obra, oh Señor, como es típico de ti. Obra
misericordia conforme a tu misericordia. Demuestra misericordia que coincida
con tu gracia. Qué palabra especial es “misericordia”... una mezcla insólita y
preciada de amor y compasión que armoniosamente se unen en una sola.
Conforme a la multitud de tus piedades. Rodéame con tu amor y compasión, y
que tu perdón sea de acuerdo con tu naturaleza. Revela todos tus compasivos
atributos de mi caso, no sólo en esencia sino en abundancia. Innumerables han
sido tus actos de bondad e inmensa es tu gracia. Hazme el objeto de tu
misericordia infinita y duplícala en mí. Haz de mi caso la personificación de tus
tiernas misericordias. Me siento alentado por cada acto de gracia hacia los
demás, y te ruego que agregues otro y éste aun mayor, en mi propia persona, a la
larga lista de tus compasiones. Borra mis rebeliones. Mis rebeldías, mis excesos
ya están contados en mi contra; pero Señor, borra esos renglones. Táchalos con
tu pluma. Hazlos desaparecer, aunque ahora parecen grabados en la roca para
siempre. Quizá se necesiten muchos pincelazos de tu misericordia para eliminar
la profunda inscripción, pero como tú tienes muchísima misericordia te ruego
que borres mis pecados.
Versículo 2. Lávame más y más. No basta con borrar el pecado. Su persona
ha sido mancillada y anhela ser purificado. Quiere que Dios mismo lo limpie,
porque nadie más que él puede hacerlo por completo. El lavado tiene que ser a
fondo, tiene que ser repetido, por lo que clama “más y más”. El tinte es
indeleble, y yo, pecador, he sido sumergido en él demasiado tiempo, tanto que el
carmesí ya ha quedado fijo. Pero Señor, lava y lava, y vuelve a lavar, hasta
quitar la mancha de modo que no quede ni un vestigio de mi vileza. El hipócrita
se contenta con que su ropa sea lavada, pero el verdadero pecador arrepentido
clama: “Lávame”. El alma indiferente se contenta con una limpieza superficial,
pero la conciencia verdaderamente vivificada anhela un lavado real y práctico y
del tipo más completo y eficiente. Lávame más y más de mi maldad. Distingue la
maldad como una gran contaminación, infectando a toda la naturaleza tanto
como a él; como si nada fuera tan suyo como su pecado. El pecado contra
Betsabé sirvió para mostrarle al salmista lo inmenso de su iniquidad, de la cual
ese acto repugnante no era más que una piedra que se había desprendido y caía.
Anhela librarse de toda la abundancia de su inmundicia, que antes casi no notaba
pero que se había convertido en un terror espantoso y angustioso en su mente. Y
límpiame de mi pecado. Esta es una expresión más general, como si el salmista
dijera: “Señor, si lavarme no da resultado, intenta otro proceso; si el agua no
sirve, prueba el fuego, prueba cualquier otra cosa de modo que pueda ser yo
purificado. Líbrame de mi pecado por algún medio, cualquier medio; el asunto
es que sea purificado completamente, y no dejes en mi alma nada de
culpabilidad”. No es el castigo en contra de lo cual clama, sino del pecado.
Muchos homicidas se alarman más por la horca que por el homicidio que los
trajo a ella. Al ladrón le encanta robar, aunque le teme a la cárcel. No así David:
está harto del pecado como pecado. Sus clamores más intensos son contra la
impiedad de sus transgresiones, y no contra sus dolorosas consecuencias.
Cuando tratamos seriamente con nuestros pecados, Dios nos trata con bondad.
Cuando aborrecemos lo que el Señor aborrece, él pronto pondrá fin al tormento
para nuestro gozo y paz.
Versículo 3. Porque yo reconozco mis rebeliones. Aquí ve la pluralidad y la
inmensa cantidad de sus pecados, y los declara abiertamente. Parece decir: “Los
confieso totalmente. No que este sea mi argumento para buscar perdón, sino que
es una evidencia clara de que necesito misericordia, y soy absolutamente incapaz
de buscar ayuda en ninguna otra parte. Declararme culpable me ha descartado
cualquier posibilidad de apelar contra la sentencia de la justicia: Oh Señor, tengo
que depender de tu misericordia, te ruego que no me rechaces. Tú me llevaste al
punto de querer confesar. ¡Suma a esta obra de gracia la remisión total y
gratuita!” Y mi pecado está siempre delante de mí. Mis pecados como un todo
nunca dejan de estar en mi mente; agobian continuamente mi espíritu. Los pongo
delante de ti porque están siempre delante de mí: Señor, quítalos de delante de ti
y de delante de mí. Para la conciencia vivificada, el dolor debido al pecado no es
transitorio ni ocasional, sino intenso y permanente, y esto no es señal de la ira
divina, sino más bien un prefacio seguro de abundante favor.
Versículo 4. Contra ti, contra ti solo he pecado. El virus del pecado radica
en su oposición a Dios: el sentimiento del salmista de haber pecado contra otros
aumentaba la fuerza de su sentimiento de haber pecado contra Dios. Todas sus
malas acciones se centraban y culminaban a los pies del trono divino. Dañar a
nuestros semejantes es pecado principalmente porque al hacerlo violamos la ley
de Dios. El corazón del salmista arrepentido estaba tan lleno de una sensación de
haber cometido un mal contra el mismo Señor, que todas las otras confesiones
quedaban encubiertas por el reconocimiento inconsolable de la ofensa contra el
Señor. Y he hecho lo malo delante de tus ojos. Cometer una traición en la misma
corte del rey y a su vista es realmente una insolencia. David sentía que su pecado
había sido cometido en toda su inmundicia mientras Jehová lo observaba. A
nadie más que a un hijo de Dios le preocupa el ojo de Dios, pero donde hay
gracia en el alma, ésta refleja una culpa tremenda ante cada acto impío al
recordar que el Dios a quien ofendemos estaba presente cuando cometimos la
transgresión. Cuando hablemos sea con conocimiento de causa, y seamos
sensibles cuando juzguemos. David no podía presentar ningún argumento contra
la justicia divina si Dios procedía inmediatamente a condenarlo y castigarlo por
su crimen. Su propia confesión, y el que el juez haya sido testigo de todo lo
ocurrido, pone la transgresión fuera de cualquier cuestionamiento o debate. La
iniquidad fue indiscutiblemente cometida y fue incuestionablemente un mal
repugnante, y por lo tanto el curso que debía seguir la justicia era claro y no
dejaba lugar para ninguna controversia.
Versículo 5. He aquí, en maldad he sido formado. David queda atónito ante
el descubrimiento de su pecado innato, y procede a expresarlo. Esto no fue para
justificarse, sino más bien tiene la intención de completar su confesión. Es como
si hubiera dicho: “No sólo he pecado una vez, sino que, por naturaleza, soy
pecador. La fuente de mi vida está contaminada desde su comienzo. Mis
tendencias de nacimiento están desequilibradas; por naturaleza me inclino por
las cosas prohibidas. La mía es una enfermedad legítima, que me hace muy
detestable y objeto de tu ira”. Y en pecado me concibió mi madre. Se remonta a
los primeros momentos de su ser, no para difamar a su madre, sino para admitir
las raíces profundas de su pecado. Negar ese pecado original y la depravación
natural que la Biblia enseña es disputar impíamente con ella. Los hombres que
objetan esta doctrina tienen que ser enseñados por el Espíritu Santo cuáles son
los principios principales de la fe. La madre de David era la sierva del Señor, él
nació en un matrimonio intachable, de un buen padre, y él mismo era “hombre
conforme al corazón de Dios” (Hech. 13:22). No obstante, su naturaleza era tan
caída como la del cualquier hijo de Adán, y lo único que necesitaba era la
ocasión para manifestar esa triste realidad. Cuando fuimos formados fuimos
hechos insuficientes, y cuando fuimos concebidos nuestra naturaleza concibió
pecado. ¡Pobre humanidad! Los que quieran, pueden lamentarlo, pero el que ha
aprendido en su propia alma a sentirse afligido por su estado perdido es
sumamente bendecido.
Versículo 6. He aquí. Aquí está el gran asunto para considerar. Dios no
anhela una virtud meramente exterior, sino pureza interior, y el hecho de que el
salmista arrepentido está consciente de su pecado se agrava grandemente
cuando, asombrado, descubre su verdad y cuánto dista de satisfacer los
requerimientos divinos. Este segundo “He aquí” es un contraste perfecto con el
primero; ¡cuán grande es el abismo entre ellos! Tú amas la verdad en lo íntimo.
Realidad, sinceridad, santidad verdadera, fidelidad de corazón, estos son los
requerimientos de Dios. A él no le interesa la pretensión de santidad. Mira la
mente, el corazón y el alma. El Santo de Israel siempre ha estimado a los
hombres por su naturaleza interior, y no por lo que profesan exteriormente. Para
él, el interior es tan visible como el exterior, y juzga acertadamente que el
carácter esencial de una acción radica en la motivación del que la realiza. Y en lo
secreto me has hecho comprender sabiduría. El pecador arrepentido siente que
Dios le está enseñando la verdad con respecto a su naturaleza, que antes no había
percibido. El amor del corazón, el misterio de su caída y el camino de su
purificación: todos tenemos que obtener esta sabiduría secreta; y es una gran
bendición poder creer que el Señor “nos hará comprenderlo”. Nadie más que el
Señor puede dar instrucciones a lo más profundo de nuestra naturaleza, pero él
puede hacerlo para nuestro beneficio. El Espíritu Santo puede escribir la ley en
nuestro corazón, y esa es la suma total de la sabiduría práctica. Puede revelar en
nosotros a Cristo, y él es la sabiduría esencial. Tales almas pobres, necias y
desordenadas como las nuestras, serán puestas en orden, y dentro de nosotros
reinará la verdad y la sabiduría.
Versículo 7. Purifícame con hisopo. Rocíame con la sangre expiatoria
usando los medios designados para eso. Concédeme la realidad que las
ceremonias simbolizan. Nada fuera de la sangre puede quitarme las manchas de
sangre, nada fuera de la purificación más fuerte puede lograr limpiarme. Haz que
la ofrenda de sangre purifique mi pecado. Haz que el que ha sido designado para
expiar, ejecute su oficio sagrado sobre mí, porque nadie lo necesita más que yo.
El pasaje puede ser considerado como la voz de la fe al igual que una oración,
porque así lo expresa: “Purifícame con hisopo, y seré limpio”. A pesar de lo
inmundo que soy, hay tanto poder en la propiciación divina que mi pecado
desaparecerá. Como el leproso sobre quien el sacerdote ha realizado sus ritos
purificadores, seré admitido nuevamente en la asamblea de tu pueblo y podré
compartir los privilegios de la verdadera Israel. Mientras que delante de ti, por
medio de Jesús mi Señor, seré aceptado. Lávame. No sea yo limpio sólo en mi
modo de ser, sino limpio por una verdadera purificación espiritual, que me quite
la contaminación de mi naturaleza. Haz que se perfeccione en mí el proceso de
santificación al igual que el del perdón. Sálvame de las maldades que mi pecado
ha creado y nutrido en mí. Y seré más blanco que la nieve. Nadie sino tú puede
emblanquecerme. Puedes en tu gracia sobrepasar la naturaleza misma y ponerla
en su estado más puro. La nieve pronto absorbe humo y polvo, se derrite y
desaparece, tú puedes darme una pureza duradera. Aunque la nieve es blanca en
su interior al igual que en su exterior, tú puedes realizar una obra parecida en mi
interior, y limpiarme tan bien que sólo una hipérbole puede lograr que mi
condición sea inmaculada. Señor, haz esto; por fe creo que lo harás, y sé bien
que lo puedes hacer.
Sería difícil encontrar en las Sagradas Escrituras un versículo más lleno de fe
que este. Considerando la naturaleza del pecado y el profundo sentir que el
salmista tenía de él, demuestra una fe gloriosa al poder ver en la sangre mérito
suficiente, no, totalmente suficiente para purificarlo enteramente. Considerando
también la corrupción profunda e innata que David vio y sintió adentro, es un
milagro que pudiera regocijarse en la esperanza de una pureza perfecta en su
interior. Y, agreguemos que la fe no es más que lo que la palabra indica, ni más
que lo que la sangre de la expiación incita, y que lo que la promesa de Dios
merece. Ojalá algún lector que en este momento sufre el peso del pecado, le haga
al Señor el honor de confiar con esta misma confianza en el sacrificio
consumado del Calvario y la misericordia infinita allí revelada.
Versículo 8. Hazme oír gozo y alegría. Hacia el final del salmo ora acerca de
su pesar. Comienza inmediatamente con su pecado; pide escuchar perdón y
luego escuchar gozo. Busca consuelo en el momento preciso y de la fuente
precisa. Sus oídos están entumecidos por sus pecados y por eso ora: “Hazme
oír”. Ninguna voz podía revivir sus gozos apagados, sino aquella que da vida a
los muertos. El perdón de Dios le daría un gozo doble: gozo y alegría. La
felicidad que espera al que es perdonado no es mezquina; no sólo tendrá un gozo
doble, sino que lo escuchará; lo cantará con júbilo. Hay gozos que se sienten
pero no se escuchan, porque compiten con los temores. En cambio, el gozo del
perdón tiene una voz más sonora que la voz del pecado. La voz de Dios
brindando paz es la música más dulce que el oído puede escuchar. Y se
recrearán los huesos que has abatido. Era como un pobre desgraciado cuyos
huesos han sido triturados, no por algún medio común sino por la misma
omnipotencia. Gemía no debido a las meras heridas de la carne: sus poderes más
firmes pero más tiernos habían sido “quebrantados”, su hombría se había
convertido en una sensibilidad dislocada, retorcida y temblorosa. No obstante,
aquel cuyos huesos temblaban antes con agonía pasaría a ser igualmente sensible
al gozo intenso. La figura es audaz, y lo mismo es el que suplica. Está pidiendo
algo grande; busca gozo para un corazón pecaminoso, música para los huesos
abatidos. ¡Oración absurda en cualquier otra parte excepto ante el trono de Dios!
Más absurda aún allí, si no fuera por la cruz donde Jehová Jesús cargó nuestros
pecados en su propio cuerpo en el madero. El alma arrepentida no necesita pedir
ser un siervo asalariado, ni permanecer en un estado de resignación desesperada
con un dolor perpetuo; puede pedir alegría y le será dada, porque si los pródigos
regresan el padre se goza, y los vecinos y amigos se gozan y festejan su alegría
con música y danzas (Luc. 15:11ss), ¿qué necesidad puede haber que el que ha
sido restaurado se sienta desgraciado?
Versículo 9. Esconde tu rostro de mis pecados. No los mires, esfuérzate por
no verlos. Se interponen en el camino, pero Señor, niégate a contemplarlos, no
sea que los tengas en cuenta, tu ira arda y yo perezca. Y borra todas mis
maldades. Repite la oración del primer versículo agregándole la palabra “todas”.
Todas las repeticiones no son necesariamente “vanas repeticiones”. Las almas en
agonía no tienen capacidad para pensar en variar su lenguaje: el dolor se tiene
que contentar con tonos monocordes. El rostro de David estaba avergonzado por
mirar su pecado, y ningún otro pensamiento podía quitarlo de su memoria; pero
ora al Señor que haga con su pecado lo que él mismo no puede hacer. Si Dios
esconde su rostro de nuestros pecados, también lo esconde de nosotros para
siempre; y si no borra nuestros pecados, tiene que borrar nuestros nombres del
libro de la vida.
Versículo 10. Crea ¡Qué! ¿Tanto nos ha destruido el pecado que tenemos
que volver a pedir su intervención? ¡Qué ruina ha obrado el pecado en la
humanidad! Crea en mí. Yo, en mi fabricación externa todavía existo; pero estoy
vacío, desolado, vacuo. Ven, pues y haz que tu poder sea visto en una creación
nueva dentro de mi viejo yo que ha caído. En el principio, tú hiciste a un hombre
en el mundo. Señor, ¡haz en mí un hombre nuevo! Un corazón limpio. En el
versículo 7 pidió ser limpiado; ahora pide un corazón apropiado para esa
limpieza. Pero no dice: “Limpia mi viejo corazón”, tiene demasiada experiencia
en la inutilidad de la vieja naturaleza. Quiere que el hombre viejo sea sepultado
como algo muerto, y que una nueva creación venga para llenar su lugar. Nadie
sino Dios puede crear un corazón nuevo o una nueva tierra. La salvación es una
muestra maravillosa del poder supremo; la obra en nosotros tanto como para
nosotros es totalmente a causa de la Omnipotencia. Primero tiene que rectificar
los sentimientos, o toda nuestra naturaleza anda mal. El corazón es el timón del
alma, y hasta que el Señor empiece a manejarlo, vamos por un rumbo falso y
fétido. Señor, tú que una vez me hiciste, ten a bien hacerme de nuevo, y
renuévame en lo más recóndito de mi ser.
Salmo 100
TÍTULO. Salmo de alabanza, o más bien de acción de
gracias. Este es el único salmo que tiene justo este
encabezamiento. Resplandece todo con adoración
agradecida, y por esa razón ha sido un gran favorito del
pueblo de Dios desde que fue escrito… En este poema divino
cantamos con alegría el poder creador y la bondad del Señor,
así como antes adoramos temblorosamente su santidad.
Versículo 1. Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Esta es una
repetición del Salmo 98:4. La palabra original significa un grito de alegría, como
el que los súbditos leales expresan cuando el rey aparece entre ellos. Nuestro
Dios feliz debe ser adorado por un pueblo feliz; un espíritu alegre coincide con
su naturaleza, sus actos y la gratitud que debemos sentir por sus misericordias.
Vemos la bondad de Jehová en todas las naciones de la tierra, por lo tanto,
debiera ser alabado en todas las naciones de la tierra. Toda la tierra logrará su
condición correcta cuando todas las naciones a una eleven sus alabanzas a él. Ay
naciones, ¿hasta cuando lo rechazarán ciegamente? ¡Su edad de oro nunca
llegará hasta que lo adoren con todo su corazón!
Versículo 2. Servid a Jehová con alegría. “Rendid gustoso homenaje con
gran alegría". Él es nuestro Señor, y por lo tanto debemos servirle. Es un Señor
de gracia, por lo tanto debemos servirle con alegría. Esta invitación a adorar que
aquí tenemos no es una de melancolía, como si la adoración fuera con la
solemnidad de un funeral, sino una exclamación dichosa y alegre, como si nos
invitaran a una fiesta de boda. Venid ante su presencia con regocijo. Al adorarlo
debemos percibir la presencia de Dios, y por un esfuerzo de la mente, acercarnos
a él. Este es un acto que para cada corazón instruido correctamente debe ser de
gran solemnidad, pero a la vez no debe realizarse con el servilismo del temor, y
por lo tanto, venimos ante él, no con llantos y lamentos, sino con salmos e
himnos. El canto como un ejercicio alegre y a la vez devoto, debe ser una forma
constante de acercarnos a Dios. Las expresiones sentidas de alabanza, medidas y
armoniosas de una congregación de personas realmente consagradas, no son
meramente apropiadas sino agradables, y son una anticipación oportuna de la
adoración en el cielo, donde la alabanza ha absorbido a la oración y llegado a ser
la única expresión de adoración. Cómo ciertas sociedades de hermanos pueden
prohibir el canto en el culto público es un misterio que no podemos resolver.
Versículo 3. Reconoced que Jehová es Dios. Nuestra adoración tiene que ser
inteligente. Tenemos que saber a quién adoramos y por qué. “Hombre, conócete
a ti mismo” es un aforismo sabio, pero conocer a nuestro Dios es una sabiduría
más acertada. Y es muy cuestionable que el hombre pueda conocerse a sí mismo
antes de conocer a su Dios. Jehová es Dios en el sentido más pleno, más
absoluto y más exclusivo; es únicamente Dios. Conocerlo en ese sentido y dar
prueba de nuestro conocimiento por medio de nuestra obediencia, fe, sumisión,
consagración y amor es un logro que sólo la gracia puede obtener. Sólo los que
reconocen en la práctica su divinidad pueden ofrecer una alabanza aceptable. Él
nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos. ¿No adorará la criatura a su creador?
Algunos viven como si se hubieran creado a sí mismos. Dicen haberse hecho por
sus propios esfuerzos y adoran a su supuesto creador; en cambio los cristianos
reconocen el origen de su ser y bienestar, y no se adjudican ninguna honra ni por
el hecho de ser o por ser lo que son. Ni en nuestra primera o segunda creación
nos atrevemos a hacer nuestra la gloria, porque ésta es el derecho y la propiedad
exclusivos del Todopoderoso. Negar toda honra para nosotros mismos es una
parte tan necesaria de la verdadera reverencia como lo es adjudicar la gloria al
Señor. Últimamente la filosofía ha trabajado intensamente para probar que todas
las cosas se han desarrollado de los átomos, o en otras palabras, se han hecho a sí
mismas: esta teoría siempre encontrará creyentes, por cierto que no quedará
razón alguna para acusar a los supersticiosos de credulidad. Por nuestra parte,
encontramos mucho más fácil creer que el Señor nos hizo, que creer que nos
desarrollamos por una larga cadena de selecciones naturales de átomos flotantes
que se formaron a sí mismos. Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.
Tenemos el honor de haber sido escogidos de todo el mundo para ser su pueblo,
y por lo tanto tenemos el privilegio de ser guiados por su sabiduría, cuidados por
él y alimentados de su abundancia. Las ovejas se juntan alrededor de su pastor y
confían en él. De la misma manera, juntémonos alrededor del gran Pastor de la
humanidad. El reconocimiento de nuestra relación con Dios es en sí alabanza.
Cuando recordamos sus bondades le estamos rindiendo la mejor adoración.
Nuestros cantos no requieren inventos de la fantasía, la realidad lisa y llana
basta; la narración sencilla de las misericordias del Señor es más sorprendente
que los productos de la imaginación. Que somos ovejas de su prado es la pura
verdad, y a la vez la esencia misma de la poesía.
Versículo 4. Entrad por sus puertas con acción de gracias. La aparición de
las palabras acción de gracias probablemente motivó su título. Dar gracias debe
abundar en toda nuestra adoración pública; es como el incienso del templo, que
lo llenaba todo de humo. Los sacrificios expiatorios han acabado, pero los de
gratitud nunca dejarán de ser oportunos. En tanto que recibimos misericordia
tenemos que dar gracias. La misericordia nos deja entrar por sus puertas;
alabemos esa misericordia. ¿Qué mejor tema para nuestros pensamientos cuando
estamos en la casa de Dios que el Señor de la casa? Y entremos en sus atrios con
alabanza. Sea cual fuere el atrio de Dios al que entremos, hagamos que el boleto
de entrada sea la alabanza: gracias sean dadas a Dios que el lugar santísimo es
ahora accesible a los creyentes, y entramos hacia lo que está dentro del velo. Nos
corresponde reconocer el gran privilegio con nuestros cantos. Seamos
agradecidos con él. Hagamos que la alabanza esté en nuestro corazón al igual
que en nuestra boca, y todo sea para él a quien todo pertenece. Y bendigamos su
nombre. Él nos bendijo a nosotros, devolvamos la bendición: bendigamos su
nombre, su carácter y su persona. Sea lo que fuera que hace, estemos seguros de
bendecirlo por ello. Bendigámoslo cuando quita al igual que cuando da;
bendigámoslo toda la vida, bajo toda circunstancia; bendigámoslo por todos sus
atributos, sea cual fuere el punto de vista desde el cual los consideramos.
Versículo 5. Porque Jehová es bueno. Esto resume su carácter y contiene
muchas razones para alabarlo. Es bueno, bondadoso, amable, generoso, cariñoso;
sí, Dios es amor. El que no alaba lo bueno no es bueno él mismo. El tipo de
alabanza inculcado en el salmo, es decir, el gozo y alegría que nos insta a
expresar es sobre la base del argumento de la bondad de Dios. Para siempre es
su misericordia. Dios no es meramente justo, severo y frío. Es compasivo y no
quiere la muerte del pecador. Muestra hacia su propio pueblo aún más
conspicuamente su misericordia. Ha sido de ellos desde toda eternidad, y será de
ellos para siempre. La misericordia eterna es un tema glorioso para un canto
sagrado. Para siempre es su misericordia. No es él un ser inconstante que
promete y se olvida. Ha hecho un pacto con su pueblo y nunca lo revocará, ni
alterará lo que ha salido de su boca. Así como nuestros antepasados lo
encontraron fiel, lo encontrarán también nuestros hijos y los descendientes de
ellos para siempre. Un Dios voluble sería un terror para los justos, no tendrían un
ancla segura, y en medio de un mundo cambiante serían llevados de un lado para
otro con un temor perpetuo de naufragar. Sería bueno que la verdad de la
fidelidad divina fuera recordada más ampliamente por algunos teólogos. Daría
por tierra con su creencia de la caída final del creyente, y les enseñaría un
sistema más consolador. Nuestro corazón rebosa de alegría al inclinarnos delante
de Aquel que nunca ha faltado a su palabra o cambiado su propósito.
Descansando en su palabra segura, sentimos el gozo que aquí manda, y en su
fuerza llegamos ante su presencia aun ahora y hablamos bien de su nombre.
Salmo 103
(Versículos seleccionados)

TÍTULO. Un salmo indudablemente de David. Está escrito en


su mejor estilo y debemos atribuirlo a cuando ya era un
adulto mayor y tenía un sentido más profundo del valor del
perdón y un sentido más agudo del pecado, que cuando era
más joven. El claro sentimiento de la fragilidad de la vida
indica sus años más débiles, al igual que la excelente actitud
de su gratitud expresada en su alabanza… Hay tanto en el
salmo que ni mil lapiceras alcanzarían para escribirlo todo,
es uno de esos pasajes que todo abarca, que es en sí una
Biblia, y él solo casi podría constituir el himnario de la
iglesia.
Versículo 1. Bendice, alma mía, a Jehová. La música del alma es el alma
misma de la música. El salmista toca la nota apropiada cuando comienza con
recurrir a lo más profundo de su ser para magnificar al Señor. Tiene comunión
con sí mismo y se exhorta a sí mismo, como si sintiera que el tedio dominaría
pronto sus facultades como ciertamente nos sucederá a todos nosotros si no nos
mantenemos atentos. Jehová es digno de ser alabado por nosotros en ese estilo
más elevado de la adoración que el término “bendice” indica: “Te alaben, oh
Jehová, todas tus obras, y tus santos te bendigan”. Nuestra vida misma y nuestro
yo esencial deben estar completamente concentrados en este servicio tan
agradable, y cada uno de nosotros debe motivar su propio corazón para ocuparse
de la adoración. Dejemos que otros se abstengan si pueden pero nosotros
digamos: “Bendice, alma MÍA, a Jehová”. Dejemos que otros murmuren, pero
nosotros bendigamos. Dejemos que otros se bendigan a sí mismos y bendigan a
sus ídolos, nosotros bendigamos a JEHOVÁ. Dejemos que otros usen sólo sus
bocas, pero en cuanto a nosotros, exclamemos: “Bendice, alma mía, a Jehová”.
Versículo 2. Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo
nombre. Ni uno de sus tratos divinos debe ser olvidado, son todos realmente
beneficiosos para nosotros, todos dignos de él, y todos temas de alabanza. La
memoria es muy traicionera en cuanto a las mejores cosas. Por una extraña
perversidad engendrada por la Caída, atesora la basura del pasado y deja que los
tesoros inapreciables queden olvidados. Es tenaz con respecto a las ofensas y
trata los beneficios con demasiada liviandad. Necesita espoleadas para cumplir
su deber, aunque ese deber debiera ser su delicia. Observemos que apela a todo
lo que está en él para recordar todos los beneficios del Señor. Para cumplir
nuestra tarea tenemos que recurrir apropiadamente a nuestras energías. La
totalidad de Dios no puede ser alabada con menos que nuestra totalidad. Lector,
¿acaso no tenemos razones suficientes en este momento para bendecir a Aquel
que nos bendice a nosotros? A ver, leamos nuestros diarios y veamos si no
encontramos favores especiales allí registrados por los cuales no hemos dado
gracias. Recordemos cómo el rey persa, cuando no podía dormir, leyó las
crónicas del imperio y que alguien que había salvado su vida nunca había sido
recompensado. ¡Cuán pronto lo honró! El Señor nos ha salvado con una
salvación grande, ¿no lo recompensaremos? El nombre de ingrato es uno de los
más vergonzosos que uno puede tener, no podemos contentarnos con correr el
riesgo de que ese sea nuestro nombre. Despertémonos, pues, y bendigamos a
Jehová con un entusiasmo intenso.
Versículo 3. Él es quien perdona todas tus iniquidades. Aquí comienza
David su lista de bendiciones recibidas, que presenta como las razones de su
alabanza. Selecciona unas pocas de las perlas más preciosas del cofre de amor
divino, las enhebra en el hilo de la memoria, y las coloca en el cuello del
agradecimiento. El pecado perdonado es, según nuestra experiencia, uno de los
estímulos más especiales de la gracia, uno de los primeros regalos de su
misericordia; de hecho, la preparación necesaria para disfrutar de todo lo que
viene después. Hasta que la iniquidad es perdonada, la sanidad, la redención y la
satisfacción son bendiciones desconocidas. El perdón es primero en el orden de
nuestra experiencia espiritual, y en algunos sentidos, primero en valor. El perdón
concedido está en tiempo presente: “perdona”, es continuo porque sigue
perdonando, es divino porque es Dios quien lo da, abarca mucho porque nos
quita los pecados; incluye los pecados de omisión al igual que de comisión, pues
ambos son iniquidades; y es muy eficaz, porque es tan real como la sanidad y el
resto de las misericordias con las que es colocado. El que sana todas tus
dolencias. Cuando la causa desaparece, concretamente la iniquidad, los efectos
cesan. Las enfermedades del cuerpo y del alma aparecieron en el mundo por el
pecado, y cuando el pecado es erradicado, las enfermedades corporales, mentales
y espirituales desaparecerán hasta que: “No dirá el morador: Estoy enfermo”
(Isa. 33:24). El carácter de nuestro Padre celestial tiene muchas facetas, pues,
habiendo perdonado como juez, luego sana como médico. Es todo para nosotros
cuando llevamos a él nuestras necesidades y nuestras enfermedades, éstas lo
revelan en nuevas facetas.
Dios da eficacia a los medicamentos para nuestro cuerpo, y su gracia
santifica el alma. Espiritualmente, estamos diariamente bajo su cuidado, y nos
visita como el cirujano visita al paciente; sanando (porque esa es la palabra
exacta) cada dolencia a medida que aparece. Ninguna enfermedad de nuestra
alma sobrepasa su habilidad, él sigue sanando todo y continuará haciéndolo
hasta que el último vestigio de mancha ha desaparecido de nuestra naturaleza.
Las dos “todas” de este versículo son más razones para que todo lo que tenemos
en nuestro interior alabe al Señor. El salmista estaba disfrutando personalmente
de las dos bendiciones mencionadas en este versículo, no se refería a la
experiencia de otros, sino de él mismo, o mejor dicho de su Señor, quien lo
perdonaba y sanaba cotidianamente. Tiene que haber sabido que así era, de otro
modo no hubiera podido cantar de ello. No tenía ninguna duda al respecto, sentía
en su alma que así era, y, por lo tanto, instó a su alma perdonada y restaurada a
bendecir al Señor con todas sus fuerzas.
Versículo 4. El que rescata del hoyo tu vida. Por su compra y su poder, el
Señor nos redime de la muerte espiritual en que habíamos caído, y de la muerte
eterna que hubiera sido su consecuencia. Si no se hubiera quitado la pena de
muerte, nuestro perdón y saneamiento hubieran sido porciones incompletas de la
salvación, sólo fragmentos, y de poco valor. Pero la eliminación de la culpa y del
poder del pecado sucede perfectamente al anular la sentencia de muerte que
habíamos recibido. Gloria sea a nuestro gran sustituto quien nos libró de caer en
el hoyo, al darse a sí mismo para ser nuestro rescate. La redención será siempre
una de las notas más dulces del canto agradecido del creyente. El que te corona
de favores y misericordias. Nuestro Señor no hace las cosas a medias, no
detendrá su mano hasta haber hecho todo lo posible por su pueblo. Limpieza,
sanidad, redención, no bastan, los hará reyes y los coronará, y la corona es
mucho más valiosa que si hubiera sido hecha de cosas corruptibles, como la
plata y el oro; está adornada de gemas de gracia y forrada con el terciopelo de su
bondad; está decorada con las joyas de misericordia, pero forrada con ternura
que la hace suave al usarla en la cabeza. ¡Quién es como tú, Señor! Dios mismo
corona a los príncipes de su familia, porque las mejores cosas proceden directa y
distintamente de él. La corona no se gana, porque es por gracia, no por mérito.
Sienten que no son dignos de ella, por lo tanto, él los trata con ternura. Está
decidido a bendecirlos, y, por lo tanto, siempre los está coronando poniendo en
sus sienes la diadema de misericordia y compasión. Siempre corona la obra que
inicia, y donde da perdón da también aceptación. Nuestros pecados nos privan de
todos nuestros honores; la confiscación de nuestros bienes ha sido decretada
contra nosotros como traidores; pero Aquel que quita la sentencia de muerte al
redimirnos de la destrucción, nos devuelve más que nuestros honores de antes al
volver a coronarnos. ¿Nos coronará Dios y no vamos nosotros a coronarlo a él?
Levántate, alma mía, pon tu corona a sus pies, y adóralo con la más humilde
reverencia, a él que tanto te ha exaltado al sacarte del estercolero y colocarte
entre los príncipes.
Versículo 5. El que sacia de bien tu boca, o más bien “llena de bien tu
alma”. Nadie jamás está lleno de satisfacción excepto el creyente, y sólo Dios
mismo puede satisfacerlo aun a él. Muchos mortales están saciados, pero
ninguno está satisfecho… De modo que te rejuvenezcas como el águila. La
renovación de las fuerzas, que equivale a sentirse revivido, le fue dada al
salmista; fue rejuvenecido, y se veía tan vigoroso como un águila cuyos ojos
pueden mirar directamente al sol, y cuyas alas pueden remontar más alto que la
tormenta.
Versículo 11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
engrandeció su misericordia sobre los que le temen. La misericordia de Dios no
tiene límites para sus escogidos. No se puede medir así como no se puede medir
la altura del cielo o del cielo de los cielos. “Como la altura de los cielos” implica
otros puntos de comparación además de la extensión, y sugiere lo sublime, la
grandeza y gloria. Así como las alturas de los cielos cubren la tierra, la riegan
con rocíos y lluvias, la iluminan con el sol, la luna y las estrellas, y la vigilan sin
cesar, así también la misericordia de Dios desde las alturas cubre a todos sus
escogidos, los enriquece, los abraza y permanece siempre como su morada.
¿Quién puede alcanzar la primera de las estrellas, y quién puede medir los
límites del universo lleno de estrellas? No obstante, ¡qué grande es su
misericordia! Toda esta misericordia es para “los que le temen”; pero tenemos
que sentir una reverencia humilde y fuerte por su autoridad, de otra manera no
podemos experimentar su gracia. El temor santo es uno de los primeros
productos de la vida divina en nosotros, es el principio de la sabiduría, y le
asegura totalmente al que lo posee, todos los beneficios de la misericordia divina
y es, ciertamente aquí y en otras partes, utilizado para presentar la totalidad de la
verdadera religión. Muchos verdaderos hijos de Dios están llenos de temor filial,
y aún así se sienten ansiosos, porque no están seguros de que Dios los haya
aceptado. Esta ansiedad no tiene razón de ser, pero es mucho más preferible a
esa presunción infame que incita a los hombres a jactarse de su adopción y
consecuente seguridad, cuando en realidad tienen el descaro de estar dominados
por la amargura. Aquellos que se jactan de la amplitud infinita de la misericordia
divina, consideren en este momento que aunque es tan extensa como el horizonte
y alta como las estrellas, es sólo para los que temen al Señor. Y en lo que
respecta al rebelde obstinado, recibirá justicia sin misericordia.
Versículo 12. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones. ¡Un versículo glorioso, no hay otras palabras en la
página inspirada que lo pueda sobrepasar! ¡El pecado nos es quitado por un
milagro de amor! Qué peso para quitar y alejar de nosotros, y sin embargo, es
alejado tanto que la distancia es incalculable. Volemos la distancia que las alas
de la imaginación nos permitan, y si cruzamos el espacio hacia el oriente,
estamos más lejos del occidente con cada batir de nuestras alas. Si el pecado es
llevado tan lejos, podemos estar seguros de que su rastro, sus vestigios, el
recuerdo mismo de él, tuvieron que haber desaparecido completamente. Si esta
es la distancia a la que es alejado, no hay ni sombra de duda de que jamás
volverá a ser traído; ni Satanás mismo podría realizar tal tarea. Nuestros pecados
han desaparecido, Jesús cargó con ellos y se los llevó. Cuanto está lejos el lugar
del amanecer al del atardecer cuando el sol ha acabado su recorrido diurno, así
de lejos fueron alejados nuestros pecados por el chivo expiatorio hace
diecinueve siglos, y ahora si alguien los busca, no los podrán encontrar;
efectivamente, no volverán a existir, dice el Señor. Ven, alma mía, despierta
completamente y glorifica al Señor por ésta, la más rica de las bendiciones.
Aleluya. Sólo el Señor pudo quitar el pecado y lo ha hecho de un modo divino,
dándole una limpieza final a todas nuestras transgresiones.
Versículo 15. El hombre, como la hierba son sus días. Vive de la hierba y
vive como la hierba. El maíz no es más que hierba cultivada, y el hombre que se
alimenta de él, es partícipe de su naturaleza. La hierba vive, crece, florece, cae
bajo la guadaña, se seca y es quitada del campo. Volvamos a leer esta frase y
encontraremos en ella la historia del hombre. Si vive el lapso normal de su vida,
al final es cortado; pero es mucho más probable que se secará antes de llegar a la
madurez, o será súbitamente arrancado mucho antes de que se haya cumplido su
tiempo. Florece como la flor del campo. Es una hermosura y un encanto como lo
son los prados cuando están cubiertos de florcitas amarillas, pero, ¡ay, qué poco
duran! ¡Florecen pero qué pronto se marchitan, un destello de hermosura y
después nada! El hombre ni siquiera es como una flor en el invernadero o a la
orilla resguardada del jardín. Crece mejor como parte de la naturaleza, como lo
hace la flor del campo; y como la flor desprotegida que embellece el prado, corre
miles de riesgos de llegar a un final súbito. Una congregación grande, con sus
atuendos de muchos colores, nos recuerdan siempre al prado con sus muchos
colores y la comparación se vuelve tristemente cierta cuando reflexionamos que,
así como la hierba y su atractivo pronto pasan, lo mismo sucederá con todos los
que están a nuestro alrededor, junto con toda su hermosura. Así, también, tiene
que ser con todo lo que procede de la carne, aun sus excelencias más grandes y
sus virtudes naturales, porque “lo que es nacido de la carne, carne es”, y por lo
tanto, es como hierba que se marchita en cuanto el viento la asola. Felices son
los que, nacidos de lo Alto, tienen en ellos la semilla incorruptible que vive y
permanece para siempre.
Versículo 18. No obstante, los hijos del justo no son objeto de la
misericordia de Dios sin estipulaciones, y este versículo completa la afirmación
del anterior agregando: Sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan
de sus mandamientos para ponerlos por obra. Los padres tienen que ser
obedientes y también deben serlo los hijos. Se nos pide aquí que respetemos el
pacto, y aquellos que se apresuran a confiar en otra cosa distinta a la obra
consumada de Jesús no se cuentan entre los que obedecen este precepto.
Aquellos con quienes se hizo el pacto se mantienen firmes en él, y habiendo sido
iniciados en el Espíritu, no pretenden llegar a ser perfectos en la carne. Los que
son verdaderamente del Señor guardan cuidadosamente sus mandatos: se
“acuerdan”; los en la práctica: “para ponerlos por obra”. Además no eligen
cuáles observar sino que recuerdan “sus mandamientos” como tales, sin exaltar a
uno sobre otro según les place o según les conviene. Sean nuestros hijos serios,
cuidadosos y obedientes, ansiosos por conocer la voluntad del Señor, y prontos
para seguirla totalmente. Entonces su misericordia los enriquecerá y honrará de
generación en generación. Este versículo también sugiere alabanza, porque
¿quién querría que el Señor diera su beneplácito a los que no tienen en cuenta
sus caminos? Eso sería alentar los vicios. Por la manera como algunos predican
desaprensivamente el pacto, podríamos inferir que Dios bendice a cierto tipo de
hombres no importa cómo vivan y cómo descuiden sus leyes. Eso no es lo que
enseña la Palabra. El pacto no es legal, pero es santo. Es todo por gracia de
principio a fin, pero aún así no consiente el pecado; al contrario, una de sus
promesas más grandes es: “Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes
las escribiré” (Heb. 10:16). Su objetivo general es la santificación de un pueblo
para Dios, celoso de buenas obras, y todos sus dones y operaciones obran en esa
dirección. La fe guarda el pacto mirando sólo a Jesús; y a la vez, con sincera
obediencia recuerda los mandamientos de Dios para cumplirlos.
Versículo 19. Jehová estableció en los cielos su trono. Este es un gran
irrumpir en canto ante la vista del poder sin límites, y la soberanía gloriosa de
Jehová. Su trono ha sido fijado; está establecido, decidido, inamovible.
En cuanto a su gobierno, no hay motivo de alarma, ni desorden… nada de
apurarse de acá para allá por conveniencia, ninguna sorpresa para enfrentar, ni
catástrofes inesperadas de las cuales protegerse: todo está establecido y fijo, y él
mismo lo ha establecido y fijado. No es un soberano delegado cuyo trono fue
preparado por otro… su dominio surge de él mismo y es sustentado por su
propio poder innato. Esta soberanía sin paralelos es la promesa de nuestra
seguridad, el pilar sobre el cual nos podemos apoyar con confianza. Y su reino
gobierna sobre todo. Extiende su cetro sobre todo el universo. Reina
universalmente en el presente, siempre lo ha hecho y siempre lo hará. A nosotros
el mundo nos puede parecer plagado de anarquía, pero él pone orden en medio
de la confusión. Los elementos militares marchan bajo su estandarte cuando
avanzan violentamente como un estruendo enardecido. Grandes y pequeños,
inteligentes y materialistas, dispuestos y no dispuestos, fieros o amables: todos,
todos están bajo su dominio. La suya es la única monarquía universal, es el
bendito y único Potentado, Rey de reyes y Señor de señores. Una vista clara de
su providencia suprema, incansable y universal, es uno de los encantos de los
dones espirituales; el que los tiene no puede menos que bendecir al Señor con
toda su alma. Así es como el dulce cantor puso en un himno los diversos
atributos del Señor como los vemos en la naturaleza, en su gracia y providencia,
y por último reúne todas sus energías para una exclamación final de adoración a
la que anhela que todos se sumen, ya que todos son súbditos del Gran Rey.
Salmo 133
TÍTULO. Un cántico gradual de David. No vemos razón
alguna para negarle a David la autoría de este fulgurante
soneto. Él conocía por experiencia la amargura ocasionada
por las divisiones en las familias, y estaba bien preparado
para celebrar en una exquisita salmodia la bendición de la
unidad por la cual suspiraba. Entre los “cánticos graduales”,
este himno ha obtenido sin duda un reconocimiento especial y
aun en la literatura común es citado con frecuencia por su
fragancia y frescura. En este salmo no hay ninguna palabra
irónica, todo es “dulzura y luz”: un notable cambio del
Salmo 110 con el que los peregrinos iniciaron su viaje. Aquel
está lleno de guerra y lamentaciones, pero éste canta de paz y
de delicias. Los visitantes a Sión estaban por regresar, y éste
quizá haya sido su himno de gozo porque habían visto tanta
unidad entre las tribus que se habían reunido alrededor del
altar común. El salmo anterior, que canta acerca del pacto,
también había revelado el centro de la unidad de Israel en el
ungido del Señor y las promesas hechas a él. No es de
extrañar que los hermanos vivan unidos cuando Dios vive
entre ellos, y encuentra su descanso en ellos. Algunas
versiones incluyen un admirable encabezamiento explicativo
que dice: “El beneficio de la comunión de los santos”. Los
que redactan estos encabezamientos con frecuencia aciertan
el significado de un pasaje en pocas palabras.
Versículo 1. Mirad. Es una maravilla pocas veces vista, por lo tanto ¡a
prestar atención! Es visible, porque es la característica de los verdaderos santos;
por lo tanto ¡no dejen de examinarla! Bien vale la pena admirarla; ¡hagan una
pausa y contémplenla! ¡Les encantará tanto que querrán imitarla, por lo tanto,
véanla bien! Dios la observa con su aprobación, por lo tanto, considérenla con
atención. ¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en
armonía! Es imposible describir la excelencia extrema de tal condición; y por
eso el salmista usa dos veces la palabra “cuán”: ¡Mirad cuán bueno! ¡Mirad cuán
delicioso! No intenta medir lo bueno ni lo delicioso, sino que nos invita a
mirarlo con nuestros propios ojos. La combinación de los dos adjetivos “bueno”
y “delicioso” es más admirable que la conjunción de dos estrellas de primera
magnitud: que algo sea “bueno” es bueno, pero que también sea delicioso es
mejor. A todos les gustan las cosas deliciosas, pero sucede con frecuencia que la
delicia es mala; pero aquí la condición es tan buena como deliciosa, tan deliciosa
como buena, porque el mismo “cuán” ha sido colocado antes de cada palabra
calificativa.
Que los hermanos según la carne habiten juntos no es siempre sabio, porque
la experiencia enseña que es mejor que estén un poquito aparte, y es vergonzoso
que habiten juntos pero desunidos. Mejor que se separen en paz como Abraham
y Lot, a que habiten juntos dominados por la envidia como los hermanos de José.
Cuando los hermanos pueden habitar juntos en unidad y de hecho lo hacen,
entonces su comunión merece ser contemplada y cantada en la salmodia sagrada.
Tales espectáculos debieran verse con frecuencia entre los que son parientes,
porque son familia, y por lo tanto debieran ser unidos de corazón y en sus
propósitos. Habitan juntos, y es por su bienestar mutuo que no debiera haber
conflictos; y no obstante ¡cuántas familias son destrozadas por feroces conflictos
y son un espectáculo que no es ni bueno ni delicioso!
En cuanto a los hermanos en el espíritu, deben habitar juntos en comunión en
la iglesia, y una característica esencial de esa comunión es la unidad. Podemos
prescindir de la uniformidad si poseemos unidad; unidad de vida, verdad y
camino; unidad en Cristo Jesús; unidad de objetivo y espíritu: esto es
imprescindible, de otra manera nuestras asambleas serán sinagogas de disputas
en lugar de iglesias de Cristo. Cuanto más cercana la unidad, mejor es, porque
habrá más de los bueno y de lo delicioso. Dado que somos seres imperfectos,
algo de lo malo y de lo desagradable seguramente se introducirá; pero esto será
neutralizado enseguida y fácilmente expulsado por el amor verdadero de los
santos, si realmente existe. La unidad cristiana es buena en sí, buena para
nosotros mismos, buena para los hermanos, buena para nuestros convertidos,
buena para el mundo fuera de la iglesia; y por cierto es deliciosa, porque un
corazón amante se complace y da complacencia cuando se asocia con otros de su
misma naturaleza. Una iglesia unida durante años en su servicio consagrado al
Señor es una fuente de bondad y gozo para todos los que habitan a su alrededor.
Es como el buen óleo sobre la cabeza. A fin de que podamos comprender mejor
la unidad fraternal, David nos da una comparación, para que, como a través de
un cristal, podamos percibir de cuánta bendición es. Tiene un dulce perfume,
comparable con el óleo preciado con el cual el sumo sacerdote era ungido en su
ordenación. Es algo sagrado, también es como el óleo de la consagración
destinado a ser usado únicamente para el servicio del Señor. ¡Qué cosa sagrada
ha de ser el amor fraternal para que pueda ser comparado con un óleo que nunca
debe ser echado sobre nadie excepto sobre el sumo sacerdote del Señor! Es algo
que se difunde: al ser echado sobre su cabeza, el óleo aromático bajaba por la
cabeza de Aarón, y luego goteaba sobre sus vestiduras hasta que aun el borde de
ellas era ungido; y de la misma manera extiende el amor fraternal su poder
benigno fraternal y bendice a todos los que están bajo su influencia. La
concordia desbordante trae una bendición sobre todos los involucrados; su
bondad y delicia son compartidas por los miembros más humildes de la familia;
aun los sirvientes son mejores y más felices por la hermosa unidad entre los
miembros de la familia. Tiene un uso especial, porque así como el óleo para
ungir a Aarón era apartado para un servicio especial a Jehová, los que
permanecen en el amor son lo que están mejor preparados para glorificar a Dios
en su iglesia.
No es nada probable que el Señor use para su gloria a los que carecen de
amor: carecen del ungimiento necesario para llegar a ser sacerdotes del Señor. El
óleo corría y ungía hasta la barba de Aarón. Éste es el punto principal de la
comparación, que como el óleo no se quedaba confinado al lugar donde fue
echado originalmente, sino que chorreaba por el cabello del sumo sacerdote y
humedecía su barba, el amor fraternal que desciende por la cabeza, unge al ir
extendiéndose, perfumando todo lo que toca a su paso. Bajaba por la falda de sus
vestiduras. Una vez que empezaba a correr, no se detenía. Puede parecer que
hubiera sido mejor no manchar las vestiduras con el óleo, pero el ungüento
sagrado no podía ser frenado, fluía sobre sus vestiduras santas. De la misma
manera, el amor fraternal no sólo fluye por los corazones donde fue echado al
principio, y desciende a la parte humilde del cuerpo místico de Cristo, corre por
donde no se tuvo la intención que corriera, sin preguntar ni pedir permiso para ir
avanzando. El amor cristiano no tiene límites de parroquias, naciones, sectas o
edades. ¿Es el hombre un creyente en Cristo? Entonces es parte del cuerpo, y
debo concederle un amor duradero. ¿Es uno de los más pobres, uno de los menos
espirituales, uno de los más antipáticos? Entonces es como la falda de la
vestidura, y nuestro amor debe caer aun sobre él. El amor fraternal procede de la
cabeza, pero cae hasta los pies. Su camino es hacia abajo. “Descendía” y
“bajaba”. El amor por los hermanos desciende a los que poseen poco; no se
envanece sino que es modesto y humilde. Esta no es una parte insignificante de
su excelencia: el óleo no hubiera ungido si no hubiera descendido, tampoco el
amor fraternal difunde su bendición si no desciende.
Versículo 3. Como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de
Sion. Desde las montañas más altas a los cerros más bajos cae el rocío de
Hermón sobre Sion. Las alpinas montañas del Líbano ministran a la altura más
baja en que está la ciudad de David; de la misma manera, el amor fraternal
desciende de lo más alto a lo más bajo, refrescando y vivificando todo a su paso.
La concordia santa es como el rocío, misteriosamente bendita, llena de vida y
crecimiento para todas las plantas de la gracia. Trae consigo tanta bendición que
no es como el rocío común, sino como el de Hermón que es especialmente
copioso y de mucho alcance. La frase coincide con la figura ya usada y presenta
una segunda similitud a la difusión descendiente de la unidad fraternal. Porque
allí envía Jehová bendición, y vida eterna. O sea a Sión, o mejor aún, al lugar
donde abunda el amor fraternal. Donde reina el amor reina Dios. Donde el amor
anhela bendiciones, allí manda Dios su bendición. Dios no tiene más que
mandar, y ya se hace. Se complace tanto de ver a sus hijos queridos felices los
unos con los otros que los hace felices con él. Da especialmente su mejor
bendición de vida eterna, porque amor es vida. Al habitar juntos en amor hemos
comenzado a disfrutar de la eternidad, y esto no nos será quitado. Amemos para
siempre y viviremos para siempre. Esto hace de la hermandad cristiana algo
bueno y delicioso; cuenta con la bendición de Jehová, y no puede ser más que
sagrado como el “buen óleo”, y celestial como “el rocío de Hermón”. ¡Oh que
tuviéramos más de esta escasa virtud! No del amor que va y viene, sino el que
permanece. No ese espíritu que separa y aísla, sino el que habita unido; no la
mente que lo único que quiere es debatir y crear diferencias, sino aquello que
habita junto en unidad. Nunca conoceremos el poder total del ungimiento hasta
no ser de un corazón y un espíritu. Nunca descenderá el rocío del Espíritu con
toda su plenitud hasta que estemos perfectamente unidos en una misma mente.
Nunca se manifestará la bendición pactada y mandada del Señor nuestro Dios en
tanto no tengamos “un Señor, una fe, un bautismo”. Señor, guíanos hacia esta
unidad espiritual inigualada, en el nombre de tu Hijo. Amén.
Salmo 138
TÍTULO. Salmo de David. Este salmo está colocado en el
lugar apropiado. El que haya editado y organizado los
poemas sagrados, tenía un criterio excelente para reconocer
las aposiciones y los contrastes, porque así como en el Salmo
137:1-9 vemos la necesidad del salmista de guardar silencio
ante sus hostigadores, aquí vemos la excelencia de una
confesión valiente. Hay un tiempo para guardar silencio,
para que las perlas no sean arrojadas a los cerdos; y hay un
tiempo para hablar abiertamente, no suceda que seamos
hallados culpables de la cobardía de no confesar. El salmo es
evidentemente de un carácter davídico, exhibiendo toda la
fidelidad, valentía y determinación de ese Rey de Israel y
Príncipe de los Salmistas. Por supuesto que los críticos han
tratado de negarle la autoría a David debido a la mención del
templo, aunque en otro salmo adjudicado a David aparece la
misma palabra. Muchos críticos modernos son a la palabra
de Dios lo que una moscarda es a la comida del hombre: no
es nada bueno, y a menos que se la espante sin pausa, hace
grandes daños.
Versículo 1. Te alabaré con todo mi corazón. Su mente está tan llena de
Dios que no menciona su nombre: para él no hay otro Dios, y Jehová es tan
perfectamente comprendido y tan íntimamente conocido, que al salmista, al
dirigirse a él, ni se le ocurre mencionar su nombre, como no se nos hubiera
ocurrido si hablábamos con nuestro padre o con un amigo. Ve a Dios en su
mente, y sencillamente se dirige a él con el pronombre “Te”. Está decidido a
alabar a Dios, y a hacerlo con toda la fuerza de su vida, hasta con todo su
corazón. No se prestaría a actuar restringido por las opiniones de otros; sino que
en la presencia de los opositores del Dios viviente sería tan entusiasta en su
adoración como si todos fueran amigos y se unieran contentos a él. Si otros no
alaban al Señor, con más razón hemos de hacerlo nosotros, y debemos hacerlo
con ardiente entusiasmo. Necesitamos un corazón quebrantado para llorar
nuestros pecados, pero también un corazón lleno de alabanza por las
perfecciones del Señor. Si alguna vez el corazón ha de estar total y
absolutamente ocupado con una cosa, debe ser cuando estamos alabando al
Señor. Delante de los dioses te cantaré salmos. ¿Por qué habrían estos ídolos de
robarle a Jehová sus alabanzas? El salmista no suspenderá ni por un momento
sus cantos porque tiene imágenes delante de él y sus necios adoradores quizá no
aprueben de su música. Yo creo que David se refería a los dioses falsos de las
naciones vecinas, y las deidades del remanente cananeo. No siente agrado de que
se hayan colocado esos dioses, sino que quiere expresar inmediatamente su
desprecio por ellos y lo absorto que estaba en la adoración a Jehová viviente al
seguir cantando de todo corazón dondequiera que se encontrara. Sería darles
demasiado respeto a estos ídolos muertos si dejara de cantar porque habían sido
puestos en un pedestal. En estos días cuando a diario aparecen nuevas religiones,
y se crean nuevos dioses, es bueno saber cómo actuar. Está prohibido sentir
amargura, y la controversia tiende a publicitar la herejía. El mejor método de
todos es seguir adorando al Señor personalmente con un celo firme, cantando
alabanzas al Rey con el corazón y la voz. ¿Niegan ellos la divinidad de nuestro
Señor? Adorémosle con más fervor. ¿Desprecian la expiación? Proclamémosla
con más constancia. Si se hubiera dedicado la mitad del tiempo a alabar al Señor
en lugar de dedicarlo a concilios y controversias, la iglesia sería mucho más
firme y fuerte de lo que es en este momento. La Legión de los que cantan
Aleluya sería victoriosa. Alabar y cantar son nuestra armadura contra las
idolatrías de la herejía, nuestro consuelo en la depresión causada por ataques
insolentes a la verdad, y nuestras armas para defender el evangelio. La fe,
demostrada con alegre valentía, es sagradamente contagiosa. Otros aprenden a
creer en el Altísimo cuando ven a su siervo “Tranquilo en medio de gritos
desconcertantes, seguros de la victoria”.
Versículo 2. Me postraré hacia tu santo templo, o sea el lugar donde tiene
Dios su morada, donde permanecía el arca. Él adoraría a Dios exactamente como
Dios quería. El Señor había ordenado un centro de unión, un lugar de sacrificio,
una casa donde él mismo moraba; y David aceptó la manera de adorar impuesta
por revelación. De igual modo, el verdadero creyente de esta época no debe caer
en la adoración supersticiosa, ni la adoración salvaje del escepticismo, sino
adorar reverentemente como el mismo Dios manda. Los dioses ídolos tenían sus
templos; pero David evita verlos, y concentra su mirada en el lugar escogido por
el Señor para su propio santuario. No hemos solamente de adorar al Dios
verdadero, sino hacerlo del modo que él mismo ha dispuesto: el judío miraba
hacia el templo, nosotros debemos mirar a Jesús, el templo viviente de la
divinidad.
Y alabaré tu nombre por tu misericordia y tu fidelidad. La alabanza era la
parte principal de la adoración de David; el nombre o el carácter de Dios el gran
objeto de su canto; y el punto especial de su alabanza: la gracia y la verdad que
se veía tan conspicuamente en ese nombre. La persona de Jesús es el templo de
la divinidad, y allí contemplamos la gloria del Padre, “lleno de gracia y de
verdad”. Es en estos dos puntos que el nombre de Jehová domina en este
momento: su gracia y su verdad. Se dice que es demasiado severo, demasiado
terrible, y por ello, el “pensamiento moderno” desplaza al Dios de Abraham,
Isaac y Jacob, y pone en su lugar una deidad afeminada de su propia fabricación.
En cuanto a nosotros, creemos firmemente que Dios es amor, y cuando tomamos
todo en cuenta, veremos que el infierno mismo no contradice al amor de Jehová,
sino que es una parte necesaria de su gobierno moral ahora que el pecado se ha
infiltrado en el universo. El verdadero creyente escucha los truenos de la justicia,
y sin embargo no duda de su bondad. Nos deleitamos especialmente en el gran
amor de Dios por sus escogidos, como el que demostró hacia Israel como una
raza, y más especialmente a David y su semilla cuando hizo un pacto con él. En
relación con esto hay mucho que alabar. Pero en nuestra época, los hombres no
sólo atacan la bondad de Dios, sino que la verdad de Dios es asediada por todas
partes. Algunos dudan la verdad del registro inspirado en relación con sus
historias, otros desafían sus doctrinas, muchos se burlan de las profecías. De
hecho, la palabra infalible del Señor es tratada ahora como si fuera la escritura
de impostores, y sólo digna de ser criticada. Los cerdos están pisoteando las
perlas en la actualidad, y nada los detiene; no obstante, las perlas siguen siendo
perlas, y brillarán alrededor de la cabeza de nuestro Monarca. Cantamos del
amor y la verdad de Dios del Antiguo Testamento: “Dios de toda la tierra será
llamado”. David frente a los falsos dioses primero cantó, luego adoró y después
proclamó la gracia y verdad de Jehová; hagamos nosotros lo mismo ante los
ídolos de la Nueva Teología.
Porque has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas. La
promesa hecha a David era para él más gloriosa que ninguna otra cosa que
hubiera visto del Altísimo. La revelación sobrepasa a la creación en la claridad,
lo definitivo y la plenitud de su enseñanza. El nombre del Señor en la naturaleza
no puede leerse tan fácilmente como en las Escrituras, las cuales son una
revelación en lenguaje humano, adaptadas especialmente para la mente humana,
un ocuparse de la necesidad humana y de un Salvador que apareció con una
naturaleza humana para redimir a la humanidad. El cielo y la tierra pasarán, pero
la palabra divina no pasará, y en este respecto especialmente, tiene una
preeminencia sobre cualquier otra forma de manifestación. Además, el Señor ha
magnificado su nombre como tributo a su Palabra: su sabiduría, poder, amor, y
todos sus demás atributos se combinan para cumplir su palabra. Su palabra es lo
que crea, sostiene, aviva, ilumina y consuela. Como palabra de autoridad es
suprema; y la persona de la Palabra encarnada está por sobre todas las obras de
las manos de Dios. La frase en el texto está maravillosamente llena de
significado. Hemos coleccionado una enorme colección de literatura sobre el
tema, pero el espacio no nos permite incluirla toda en nuestras notas. Adoremos
al Señor quien nos ha hablado por medio de su palabra y por medio de su Hijo; y
en la presencia de los inconversos alabemos su santa nombre y ensalcemos su
santa palabra.
Versículo 3. El día que clamé, me respondiste. La prueba más convincente
es la de la experiencia. Nadie duda del poder de la oración después de haber
recibido una respuesta de paz a sus súplicas. La característica que distingue al
verdadero Dios viviente es que escucha las plegarias de su pueblo y las contesta.
Los dioses no oyen ni contestan, pero la placa conmemorativa de Jehová dice:
“El Dios que escucha las oraciones”. Hubo una ocasión especial en que David
clamó con más vehemencia que de costumbre: estaba débil, herido, preocupado
y descorazonado. Entonces, como un niño “clamó”: clamó a su Padre. Fue una
oración amarga, sincera, ansiosa, tan natural y tan lastimera como el llanto de un
infante. El Señor la contestó, pero ¿qué respuesta puede haber a un clamor, un
lamento silencioso de dolor? Nuestro Padre celestial puede interpretar las
lágrimas, los clamores y da su respuesta a los sentimientos interiores de tal
manera que satisface completamente las necesidades. La respuesta llegó el
mismo día que ascendió el clamor: así de rápido asciende la oración al cielo, así
de rápido vuelve la misericordia a la tierra. La afirmación de esta frase es una
que todos los creyentes pueden hacer, y al poder corroborarlo con muchos
hechos, deben anunciarlo con audacia, porque es absolutamente toda para la
gloria de Dios. Bien puede decir el salmista “adoraré” cuando se sentía
impulsado a decir “Me respondes”. Bien puede gloriarse ante los ídolos y sus
adoradores cuando recuerda las respuestas a las oraciones que había recibido en
el pasado. Esto también es la defensa nuestra contra las herejías modernas: no
podemos abandonar al Señor, porque él ha escuchado nuestras oraciones. Y
fortalece poderosamente nuestra alma. Esta era una verdadera respuesta a su
oración. Si la carga no era quitada, pero recibía las fuerzas para soportarla,
igualmente era un método efectivo para ayudar. Quizá no sea lo mejor para
nosotros que un problema se resolviera; podría ser mucho mejor que por su
presión aprendiéramos a tener paciencia. Dulces son los usos de la adversidad, y
nuestro Padre prudente en los cielos no nos priva de esos beneficios. La fuerza
impartida al alma es un beneficio inestimable. Significa valentía, fortaleza,
seguridad, heroísmo. Por su palabra y Espíritu, el Señor puede dar valentía al
que tiembla, sanidad al enfermo, nuevos bríos al cansado. Esta alma podrá
entonces seguir adelante. El que ha sido fortalecido para una emergencia sigue
vigoroso toda la vida, y está preparado para encarar los problemas y sufrimientos
futuros; a menos que cambie su fuerza por incredulidad u orgullo o algún otro
pecado. Cuando Dios fortalece, nadie puede debilitar. Nuestra alma está
realmente fuerte cuando el Señor nos infunde su poder.
Versículo 4. Te alabarán, oh Jehová, todos los reyes de la tierra, porque
han oído los dichos de tu boca. Por lo general, los reyes tienen poco interés en
escuchar la palabra del Señor, pero el Rey David se siente seguro de que si la
oyen sentirán su poder. Un poco de devoción cuenta para mucho en las cortes,
pero vienen días mejores en que los gobernantes se convertirán en oidores y
adoradores: ojalá que se apresure la llegada de esos tiempos felices. ¡Qué
asamblea! “¡Todos los reyes de la tierra!” ¡Qué propósito! Reunidos para
escuchar las palabras de la boca de Jehová. ¡Qué predicador! David mismo
ensaya las palabras de Jehová. ¡Qué adoración! Cuando todos unidos levanten
sus cantos al Señor. Los reyes son como dioses en la tierra, y hacen bien cuando
adoran al Dios de los cielos. El camino de la conversión es la misma para los
reyes que para nosotros. La fe para ellos también llega por el oír y el oír por la
Palabra de Dios. Felices son los que causan que la palabra del Señor penetre en
los palacios, porque los ocupantes de los tronos por lo general son los últimos en
conocer los sonidos gozosos del evangelio. A David, el rey, le importaba el alma
de los reyes, y es bueno que cada uno mire primero a los que ocupan puestos
similares al de uno mismo. Emprendió su obra de testimonio totalmente seguro
de su éxito: pensaba decir sólo las palabras de la boca de Jehová, y se sentía
seguro que los reyes escucharían y alabarían a Jehová.
Versículo 5. Y cantarán de los caminos de Jehová. Aquí hay una maravilla
doble: los reyes en los caminos de Dios y reyes cantando allí. Cuando
conocemos los caminos de Jehová, encontramos abundantes razones para cantar;
pero lo difícil es traer a los grandes de la tierra a caminos tan poco atractivos
para la mente carnal. Quizá cuando Dios nos envíe un Rey David para predicar,
veremos monarcas convertidos y escucharemos sus voces elevadas en devota
adoración. Porque grande es la gloria del SEÑOR. Esta gloria eclipsa la
grandeza y gloria de todos los reyes: ellos se conmoverán para obedecer y adorar
al verla. ¡Oh que la gloria de Jehová se revelara ahora mismo! ¡Oh que los ojos
ciegos de los hombres pudieran contemplarla, entonces sus corazones se
someterían en una reverencia gozosa! David, con un sentimiento de la gloria de
Jehová exclamó: “Te cantaré” (Sal. 138:1), y presentó aquí a los reyes haciendo
lo mismo.
Versículo 6. Porque Jehová es excelso. Jehová es más excelso que los más
excelsos en grandeza, dignidad y poder. Su naturaleza sobrepasa la comprensión
de sus criaturas, y su gloria excede aun el más impresionante fruto de la
imaginación. Y atiende al humilde. Los mira con beneplácito, piensa en ellos con
interés, escucha sus oraciones y los protege del mal. Porque ellos se estiman
poco, él los estima mucho. Ellos le tienen reverencia, y él los respeta. Se
consideran de humilde posición, y él los considera de alta posición. Mas al altivo
mira de lejos. No tiene que acercarse a ellos para descubrir su total vanidad: una
mirada de lejos le revela su vaciedad y lo desagradable que son. No tiene
comunión con ellos, sino que los mira desde lejos. No es engañado, sino que
sabe la verdad acerca de ellos, a pesar de lo que pretenden ser. No los respeta,
sino que los aborrece. El Señor no sintió respeto por el sacrificio de Caín, la
promesa de faraón, la amenaza de Rabsaces ni la oración del fariseo.
Nabucodonosor, cuando estaba lejos de Dios, exclamó: “¿No es ésta la gran
Babilonia que yo edifiqué?”, pero el Señor lo conocía y lo mandó a pastar con el
ganado. Los hombres orgullosos se jactan de su cultura de su “libertad de
pensamiento” y hasta se atreven a criticar al Maestro: pero él los mira de lejos, y
los mantendrá lejos de él en esta vida y los encerrará en el infierno en la
venidera.
Versículo 7. Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás. Si
ando en medio de ella ahora, o estaré andando en el futuro, no tengo razón para
temer, porque Dios está conmigo, y me dará nueva vida. Estar pasando por
alguna angustia es malo, pero es peor penetrar el centro de ese continente
siniestro y andar en medio de él. Aun en ese caso el creyente progresa, porque
camina; se mantiene a un paso silencioso, porque no hace más que caminar; y no
le falta nada de compañía porque Dios está cerca para darle vida nueva. Es una
circunstancia feliz que, aunque Dios esté ausente en cualquier otro momento, ha
prometido estar con nosotros en nuestras horas de prueba: “Cuando pases por las
aguas, yo estaré contigo”. Está en una condición favorecida aquel que puede usar
confiadamente el lenguaje de David: “tú me vivificarás”. No se jactará de Dios
en vano: él lo mantendrá vivo, y lo vivificará más que nunca. ¡Con cuánta
frecuencia nos ha vivificado el Señor por medio de nuestros sufrimientos! ¿No
son acaso los mejores medios para motivar la plenitud de energía de la vida santa
que mora en nosotros? Si somos vivificados, no nos lamentamos de las
aflicciones. Cuando Dios nos vivifica, las aflicciones no nos dañarán. Contra la
ira de mis enemigos extenderás tu mano, y me salvará tu diestra. Esta es la
realidad que vivificaría al desfalleciente David. Nuestros enemigos caen cuando
el Señor acude a lidiar con ellos, se deshace fácilmente de los enemigos de su
pueblo: con una mano los desbanda. Su ira pronto arrasa con la ira de ellos, su
mano detiene la mano de ellos. Los adversarios pueden ser muchos, y maliciosos
y poderosos; pero nuestro Defensor glorioso no tiene más que extender su brazo
y los ejércitos de ellos desaparecen. El dulce cantor ensaya su garantía de
salvación, y canta de ella al oído del Señor, dirigiéndose a él con este lenguaje
que muestra su confianza en él. Será salvo: con destreza, decidida y
divinamente; no duda de ello. La diestra de Dios no puede olvidar su astucia;
Jerusalén es su mayor gozo, y él defenderá a sus propios escogidos.
Versículo 8. Jehová cumplirá su propósito en mí. Todos mis intereses están
a salvo en las manos de Jehová. “La obra que la bondad comenzó, el brazo de su
fuerza completará”. Dios se interesa por todo lo que interesa a sus siervos. Se
ocupará de que ninguna de sus empresas preciosas deje de completarse; sus
vidas, sus fuerzas, sus esperanzas, sus gracias, sus peregrinajes, cada uno y todos
ellos se cumplirán. Jehová mismo se ocupará de ver que así sea, y por lo tanto,
es totalmente seguro. Tu misericordia, oh Jehová, es para siempre. Tiene
presente el refrán del salmo anterior, y lo repite como su propia convicción y su
propio consuelo personal. La primera cláusula del versículo es la seguridad de la
fe, y esta segunda alcanza la plena garantía de la comprensión. La obra de Dios
en nosotros permanecerá hasta su cumplimiento porque permanece en nosotros
la misericordia de Dios. No desampares la obra de tus manos. Nuestra confianza
no nos causa que vivamos sin oración, sino que nos anima a orar más. Como
tenemos escrito en nuestro corazón que Dios cumplirá su obra en nosotros, y
también vemos escrito en las Escrituras que su misericordia no cambia, con
santa intensidad roguemos que no nos desampare. Si algo bueno hay en nosotros,
es la obra de las propias manos de Dios: ¿La abandonará él? ¿Por qué ha obrado
tanto en nosotros si después nos va a desamparar? Sería imposible. Aquel que ha
hecho tanto por nosotros ciertamente perseverará con nosotros hasta el fin.
Nuestra esperanza para la perseverancia final del creyente radica en la
perseverancia final del Dios del creyente. Si el Señor comienza a construir, y no
termina lo que empezó, eso no será para su honra. Anhelará la obra de sus
manos, porque sabe lo que le ha costado, y no va a desechar un vaso al cual le ha
dedicado tanto trabajo y destreza. Por lo tanto, lo alabamos de todo corazón, aun
en la presencia de los que se apartan de su Santa Palabra, y establecen otro Dios
y otro evangelio, que no tienen ninguna validez, pero aun así, algunos de ellos
nos causan problemas.
Salmo 139
(Versículos seleccionados)

TEMA. Uno de los himnos sagrados de más relieve. Canta la


omnisciencia y omnipresencia de Dios, infiriendo por éstas el
derrocamiento de los poderes del mal, porque el que ve y oye
los actos y las palabras abominables de rebelión ciertamente
los tratará de acuerdo con su justicia… Enciende tales rayos
de esperanza que convierte a la noche en día. Este canto
sagrado ilumina con luz clara hasta lo más profundo del
océano, y advierte contra el ateísmo práctico que ignora la
presencia de Dios, y por lo tanto causa el naufragio del alma.
Versículo 1. Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Invoca a Jehová,
al Dios omnisciente, adorándolo, y luego procede a adorarlo proclamando uno
de sus atributos singulares. Si vamos a alabar a Dios correctamente tenemos que
empezar por basar en él el tema de nuestra alabanza: “Oh Jehová, tú has”. Un
dios falso no sabe nada de nosotros, pero Jehová, el Dios verdadero, nos
comprende, conoce íntimamente nuestra persona, naturaleza y carácter. ¡Qué
bueno para nosotros conocer al Dios que nos conoce a nosotros! El conocimiento
divino es absolutamente total y escudriñador; es como si nos hubiera revisado,
tal como las autoridades revisan a alguien en busca de contrabando, o como un
ladrón desbarata todo en una casa para robar. Pero no dejemos que la figura
salga disparada y nos lleve más allá de lo que tiene el propósito de hacer: el
Señor sabe todas las cosas naturalmente, es en él algo innato, no requiere ningún
esfuerzo de su parte. Escudriñar implica comúnmente cierta ignorancia que
desaparece por la observación; por supuesto, este no es el caso con el Señor.
Pero el significado del salmista es que el Señor nos conoce perfectamente como
si nos hubiera examinado minuciosamente, y hubiera hurgado en los rincones
más secretos de nuestro ser. Este conocimiento infalible siempre ha existido: “Tú
me has examinado”, lo cual sigue hasta hoy porque Dios no puede olvidar lo que
una vez supo. Notemos cómo el salmista personaliza su doctrina: no dice “Oh
Jehová, tú conoces todas las cosas”, sino “tú me has… conocido”. Es siempre
sabio aplicar la verdad a nosotros mismos. ¡Qué maravilloso contraste entre el
observador y el que es observado! ¡Jehová y yo! Esta conexión muy íntima
existe, y en ello radica nuestra esperanza. Esté el lector quieto por un momento y
trate de comprender los dos polos de esta afirmación: el Señor y el hombre,
pobre e insignificante, y encontrará mucho qué admirar y de qué maravillarse.
Versículo 2. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Me conoces a
mí, y todo lo que procede de mí. Me observas cuando, en silencio, me siento, y
notas cuando, resueltamente, me levanto. Observas mis acciones más comunes y
casuales, mis movimientos más esenciales y más necesarios, y conoces los
pensamientos interiores que los regulan. Sea que me incline en humilde auto
renunciación, o enaltezca con orgullo, ves las acciones de mi mente al igual que
las del cuerpo. Esta es una realidad para recordar cada momento: si nos sentamos
para reflexionar, o levantamos para entrar en acción, Jehová nuestro Señor nos
ve, conoce y entiende. Has entendido desde lejos mis pensamientos. Antes de yo
tenerlos, el Señor ya los conoce y comprende. Aunque mis pensamientos sean
invisibles, él los ha considerado, ha percibido su naturaleza, su origen, su rumbo,
sus resultados. Nunca me juzga equivocadamente ni me interpreta mal: su mente
imparcial comprende mis pensamientos más profundos. Aunque no le diera más
que una mirada a mi corazón y lo viera como un meteoro lejano que surca el
firmamento, con esa ojeada llega a conocer todo lo que tengo en mi alma, así de
transparente es todo a su mirada penetrante.
Versículo 3. Has escudriñado mi andar y mi reposo. Mi andar y mi
acostarme, mi correr y mi descansar están dentro del círculo de su observación.
Me rodea como el aire rodea continuamente a todas las criaturas vivientes. Estoy
encerrado dentro de las paredes de su ser; estoy cercado dentro de los límites de
su conocimiento. Despierto o dormido me observa. Puedo dejar su senda, pero él
nunca deja la mía, él no duerme ni pierde interés en lo que concierne a su
criatura. El original significa no sólo rodear, sino también zarandear y tamizar.
El señor juzga nuestra vida activa y nuestra vida quieta. Distingue entre nuestra
acción y nuestro reposo, y marca en ellos lo que es bueno y también lo que es
malo. Hay cizaña en todo nuestro trigo, y el Señor los separa con precisión
infalible. Y todos mis caminos te son conocidos. Está familiarizado con todo lo
que hago, no lo puedo esconder de él, ni sorprenderle ni ser mal interpretado por
él. Nuestro andar puede ser habitual o accidental, público o secreto, pero el
Altísimo a todos los conoce muy bien. Esto tiene que maravillarnos, de modo
que no pequemos; darnos valentía, para que no temamos; brindarnos alegría,
para que no estemos tristes.
Versículo 4. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová,
tú la sabes toda. La palabra todavía no formada, pero que está dentro de nosotros
como semilla en la tierra, ya es conocida totalmente por el Gran Escudriñador de
los corazones. El salmista usa una expresión negativa para dar más fuerza a una
afirmación positiva: “no está la palabra en mi lengua” es una manera de decir
que conoce bien cada palabra. El conocimiento divino es perfecto, ya que no hay
ni una palabra que él no sepa, no, ni siquiera la palabra no dicha, y cada una está
incluida en “toda”, o sea que todas le son conocidas en su totalidad. ¿Qué
esperanza de ocultación puede haber cuando las palabras tras las cuales muchos
ocultan sus pensamientos son en sí transparentes delante del Señor? ¡Oh Jehová,
cuán grande eres! ¡Si tu ojo tiene tal poder, cómo será la fuerza unida de toda tu
naturaleza!
Versículo 5. Detrás y delante me rodeaste. Estamos rodeados por el Señor
como si hubiéramos caído en una emboscada, o hubiéramos sido apresados por
un ejército que ha tomado la ciudad y asedia a sus habitantes. Dios nos ha puesto
donde estamos y nos rodea dondequiera que estemos. Detrás nuestro está Dios
registrando nuestros pecados, o en su gracia borrando todo recuerdo de ellos; y
delante nuestro está Dios sabiendo de antemano nuestras acciones y
satisfaciendo todas nuestras necesidades. No podemos dar media vuelta y
escaparnos de él, porque está detrás; no podemos avanzar y dejarlo atrás, porque
está al frente. No sólo nos ve, sino que nos sitia y por si creemos que hay manera
de escapar, o imaginamos que la presencia que nos rodea está lejos, agrega: Y
sobre mí pusiste tu mano. El prisionero marcha rodeado de una guardia y
sujetado por un oficial. Dios está muy cerca, estamos totalmente en su poder; de
ese poder no hay escapatoria. No dice que Dios pondrá su mano sobre nosotros y
luego nos arrestará, pero eso ya es un hecho: “me rodeaste”. Podríamos alterar la
figura y decir que nuestro Padre celestial nos ha rodeado con sus brazos y
acariciado con su mano. Esto es así con los que, por fe, son hijos del Altísimo.
Versículo 6. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí. No puedo
comprenderlo. Casi no aguanto pensar en eso. El tema me abruma. Estoy
maravillado y consternado. Tal conocimiento no sólo sobrepasa lo que puedo
entender, sino aun lo que puedo imaginarme. Es alto, no lo puedo alcanzar. Por
más que escale, esta verdad es demasiado alta para mi mente. Parece estar
siempre fuera de mi alcance, aun cuando me remonto a las regiones más
elevadas del pensamiento espiritual. ¿No sucede lo mismo con cada atributo de
Dios? ¿Podemos alcanzar a tener una idea de su poder, su sabiduría, su santidad?
Nuestra mente no tiene una medida con la cual medir lo Infinito. ¿Por eso
cuestionamos? Digamos, más bien, que por eso creemos y adoramos. No nos
sorprende que el conocimiento del Dios glorioso supere todo el conocimiento
que podríamos obtener: tiene que ser así, ya que somos pobres seres limitados, y
aun cuando nos paramos de punta de pies no podemos alcanzar ni el primer
escalón del trono del Eterno.
Versículo 7. El tema aquí es la omnipresencia, una verdad a la que
naturalmente le sigue la omnisciencia. ¿Adónde me iré de tu espíritu? No es que
el salmista deseaba alejarse de Dios, o evitar el poder de la vida divina. Más bien
hace esta pregunta para establecer el hecho de que nadie puede escapar del Ser
que está por todas partes y del ojo observador del Gran Espíritu Invisible.
Observe cómo el escritor personaliza el tema “¿Adónde me iré?”. Sería prudente
que todos aplicáramos esta verdad a nuestras propias situaciones. Sería sabio que
cada uno dijera: El espíritu del Señor está siempre a mi alrededor: Jehová para
mí es omnipresente. ¿Adónde me esconderé de tu presencia? Si, lleno de temor,
me apresuro a escapar de la cercanía de Dios que ha llegado a ser mi terror,
¿hacia dónde iré? “¿Adónde?”, “¿Adónde?”. Repite su clamor. No le llega
ninguna respuesta. La respuesta a su primer “¿Adónde?” es su eco, un segundo
“¿Adónde?”. De la vista de Dios no es posible esconderse, pero eso no es todo.
De la presencia inmediata, real y constante presencia de Dios es imposible
retirarnos. Debemos estar, lo deseemos o no, tan cerca de Dios como nuestra
alma lo está de nuestro cuerpo. Esto es un gran impedimento para el pecado,
pues ofendemos al Altísimo delante de él y cometemos actos de traición en la
misma presencia de su trono. Alejarnos o huir de él no podemos. Ya sea que
viajemos premeditada o apresuradamente, no podremos retirarnos de la Deidad
que siempre nos rodea. Su mente está en nuestra mente; él está dentro de
nosotros. Su espíritu está encima de nuestro espíritu; nuestra presencia está
siempre en su presencia.
Versículo 8. Si subiere a los cielos, allí estás tú. Llenando la región más
elevada con su aún más elevada presencia, Jehová está en el lugar celestial, en su
hogar, sentado en su trono. El ascenso, si fuera posible, sería infructuoso si el
propósito es escapar. De hecho sería como volar al centro del fuego a fin de
evitar el calor. Allí sería encarado inmediatamente por la terrible personalidad de
Dios. Fíjense en las palabras abruptas: “ALLÍ TÚ”. Y si en el Seol hiciere mi
estrado, he aquí, allí tú estás. Si descendemos a las profundidades más hondas
que podamos imaginar, allí encontraremos al Señor. ¡TÚ!, dice el salmista, como
si estuviera consciente de que Dios es la gran Existencia en todos los lugares.
Cualquier cosa que el Hades sea, o quien sea que esté allí, una cosa es segura:
Tú, oh Jehová, estás allí. Dos regiones, una de gloria y la otra de tinieblas, han
sido presentadas en contraste, y este hecho en particular es afirmado en ambos:
“Tú estás allí”. Ya sea que nos levantemos o nos acostemos, tomemos vuelo o
hagamos nuestro estrado, encontraremos a Dios cerca de nosotros. Un “he aquí”
se añade a la segunda frase, ya que parece ser más una sorpresa encontrarse con
Dios en el infierno que en el cielo, en Hades que en el Paraíso. Por supuesto que
la presencia de Dios produce efectos muy diferentes en esos lugares, pero
indudablemente está en cada uno. Para dicha en uno, para terror en el otro. Qué
pensamiento más aterrador, que algunos hombres están resueltos a hacer su
morada nocturna en el infierno, una noche que no verá la mañana.
Una Breve Biografía de Charles
Haddon Spurgeon
Charles Haddon Spurgeon (1834-1892) fue sin duda el predicador británico
más conocido del siglo XIX. Nació en Kelvedon, Essex, Inglaterra, el 19 de
junio de 1834. Por lo que el joven Spurgeon se crió conociendo y
comprendiendo el evangelio cristiano. Sin embargo, no fue hasta de 1850 que se
convirtió. En agosto de ese mismo año, Spurgeon predicó su primer sermón en
una pequeña reunión de granjeros. A la edad de 19 años (en 1854) aceptó
pastorear la congregación de la Capilla ubicada en la calle New Park, en
Southwark, Londres, que más adelante llegó a ser el Tabernáculo Metropolitano.
Durante su pastorado en Londres, Spurgeon ministró a una congregación de casi
6.000 personas cada domingo, publicó semanalmente sus sermones, escribió
mensualmente una revista y fundó un colegio para pastores, dos orfanatos, un
hogar de ancianos, una sociedad de distribución de literatura evangélica y varias
misiones. Spurgeon siguió predicando el evangelio hasta su partida a la patria
celestial en enero de 1892.
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Publicado originalmente en inglés bajo el título The Treasury of David. La obra


original de Spurgeon se compone de 1436 páginas en siete tomos. Para cada
uno de los 150 salmos ha escrito las siguientes secciones: - exposición versículo
por versículo - una colección de extractos ilustrativos de toda la gama de
literatura - una serie de sugerencias homiléticas de casi cada versículo - una
lista de autores de cada salmo En esta selección de salmos se ha incluido la
sección expositiva. A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas
fueron tomadas de la Santa Biblia, Reina-Valera 1960. Serie de Clásicos
Cristianos.
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