La Guerra Sucia
La Guerra Sucia
La Guerra Sucia
y sus verdades
Angélica Prieto Inzunza
L os libros de historia patria que leen los niños en las escuelas han
sido considerados alguna vez “vehículos principales para el fort-
alecimiento de la identidad nacional”. Unos pretenden que la
enseñanza de la historia ya no sea una pasarela de héroes mientras
otros exigen que nuestros héroes no sean eliminados de los libros de
texto. ¿Cuándo han conocido los jóvenes realmente a su país? ¿No
sucedió acaso que en México de 1968 los participantes en el movimiento
estudiantil se encontraron frente a un país que desconocían, en parte
porque las ciencias sociales habían permanecido ajenas a la realidad?
Esto, a pesar de que se supone que el historiador se ocupa de guardar
del pasado lo que no merece ser olvidado, lo que, en el sentido estricto de
la palabra –diría Ricoeur– es memorable. Entonces, si el historiador no
se hace cargo de retomar el pasado olvidado, el novelista puede hacerlo.
Finalmente, la historia y la literatura comparten un referente último, al
grado de que podemos leer una novela como si fuera historia y saborear
un discurso histórico como si fuera una novela, sin ni siquiera poder dis-
tinguir a simple vista lo que pertenece a la realidad objetiva y lo que cor-
responde a la ficción.
En lo que presento a continuación trato de tejer en torno a estas ideas
–de Florescano, de Gortari, Ricoeur y Francoeur, entre otros– al acer-
carme a una novela –Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor– e
intentar reconstruir el entorno histórico en que surge. Novela, por otra
parte, acerca de la guerra secreta sobre la que se ha ocultado la verdad.
Pero, ¿existe la verdad o más bien se trata de llegar a una verdad dicha o
enunciada? Finalmente, ya de Certeau nos hizo ver que la proliferación
de verdades favorece la omnipresencia de la Verdad oficial que, a pesar
de ser desenmascarada, sigue produciéndose. Por esto desde la semiótica
analizaremos efectos de sentido del decir la verdad.
145
II. Historia de sociólogos y novelistas
1
H. De Gortari, “La historiografía mexicana y lo contemporáneo”, Historias, 24, abril-
septiembre de 1990, pp. 45-53.
2
J. F.Sirinelli, “El retorno de lo político”, Historia Contemporánea, núm. 9, 1993, p. 32.
3
F. García Ramírez, “Compromisos”, Vuelta, núm. 183, febrero de 1992, pp. 39-40.
4
H. del Río, “Lucio Cabañas: la guerra de 7 años”, Época, 21 de octubre de 1991, p. 18.
5 P. Esparza, “Elogios de Chumacero, Solares, Chacón y Meyer” (la cita es de Ignacio
146
El 2 de octubre, días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, un mitin estu-
diantil fue disuelto por el ejército en Tlatelolco. Corrió la sangre y la gente se estreme-
ció, no se sabe cuántos murieron.
Sin embargo, como era de esperarse –según los modos de actuar del
gobierno mexicano–, casi veinte años después apareció un reportaje que
mostraba que dichas obras dejaron de funcionar hacía mucho tiempo:
tanto el mantenimiento de las carreteras como los centros de salud y la
8 Galarza, G., “Aunque irritado por su manejo extramilitar, el ejército mexicano fue fortale-
cido por Salinas, sustenta una tesis académica”, Proceso, 12 de diciembre de 1994, pp.18-19.
9 M. Méndez Acosta, “La historia recortada”, Excelsior, 13 de septiembre de 1994, p. 4.
11 C. Acosta, “Echeverría y López Portillo son los villanos; De la Madrid y Salinas, los
héroes. Poca autocrítica en los nuevos libros de texto”, Proceso, 10 de agosto de 1992, 27.
12 M. Huacuja, y J. Woldenberg, Estado y Lucha Política en el México Actual, Ediciones
147
telefonía rural. Las condiciones en que subsisten los campesinos son peo-
res que las de los años setenta y se agravan cada día por la caída de los
precios de productos agrícolas, además de que han renacido los cacicaz-
gos ligados al narcotráfico.13 Lo que, obviamente, los libros de texto gra-
tuitos no decían es que, para acabar con la guerrilla, se tendió un cerco
estratégico de contención que poco a poco fue cerrándose. Después de casi
aniquilarla se desataría una gran campaña para desprestigiarla. 14
Tampoco se habló de las acciones policiacas cuya degeneración se llamó
la guerra sucia,15 ni de la incapacidad del gobierno para encontrar solu-
ciones políticas a problemas políticos. Por su puesto, lo anterior sería
mucho pedir siendo que, como lo ha hecho ver Peter Imbert,16 ya de por sí
en los medios de comunicación masiva existe una gran confusión para
distinguir lo que es político de lo que es económico y de lo que es social. Si
para muchos adultos resulta difícil interpretar acontecimientos históricos
dentro del contexto político, económico, religioso, etc., en que se produ-
jeron, dada la excesiva compartimentación de las disciplinas científicas
en los currícula escolares, dicha interpretación es casi imposible para los
niños, de acuerdo con Piaget. 17 Entonces, sabiendo que los niños de
cuarto a quinto año repiten y memorizan frases pero no necesariamente
entienden la idea que se pretende transmitir –o, en última instancia,
quizá deformen esa idea de acuerdo con su propia visión del mundo–, 18
¿qué podemos esperar que de las mencionadas citas de los libros de texto
gratuitos hayan retenido los educandos?
Para seguir viendo cómo el Estado mexicano recorta la historia tanto
en la educación como en la televisión (telenovelas históricas), hemos de
tomar en cuenta no sólo la observación de Peter Imbert sobre la desinfor-
13 P. Beltrán del Río y G. L. Díaz, “Los pobladores de la sierra de Guerrero, tan desam-
parados como en la época de Lucio Cabañas”, Proceso, 17 de enero de 1994.
14 M. Huacuja, y J. Woldenberg, Ob. Cit.
15 Aunque, al hablar de la guerra sucia., se podría aludir a ambos bandos. Léase: “des-
148
mación como arma de guerra,19 sino también la de Gérard Imbert acerca
de la fuerte conexión entre la narrativa periodística y el imaginario de
una sociedad.20
[…] estos libros tocan un campo muy delicado: la historia de nuestro pasado reciente, el
examen de nuestra historia contemporánea. Aún cuando es compresible que la consi-
deración de nuestra historia inmediata provoque discrepancias y hiera susceptibili-
dades, no podíamos dejarla de lado.22
19
El epígrafe de su artículo es: “L’art de la guerre, c’est de soumettre l’ennemi sans com-
bat” (Sun Tzu).
20
G. Imbert, Los discursos del cambio. Imágenes e imaginarios sociales en la España de
la Transición (1976-1982), Madrid, Akal, 1990 p. 114.
21
E. Florescano, El nuevo pasado mexicano, México, Cal y Arena, 1991.
22
P. Vega, “El estudio de la historia patria, primer aporte del nuevo libro de texto:
Florescano”, La Jornada, 24 de agosto de 1992, p. 23.
23
I. Colmenares, M. A. Gallo, F. González y L. Hernández (recopiladores), Cien años de
lucha de clases en México 1876-1976 (lecturas de historia de México), México, Ed. Quinto
Sol, 1994.
24
Sobre el movimiento estudiantil del 68 ver: S. Zermeño, “El deseo de una democracia”,
Nexos, núm. 9, México, 1978, pp. 13-19 y (del mismo autor) México: una democracia utópica.
El movimiento estudiantil del 68, México, Siglo XXI.
149
tro años de la historia cardenista.25 Si al historiador que se encargó de la
primera parte de esta telenovela, Zerón Medina, lo que le interesaba era
el cómo obtuvieron el poder los presidentes –mediante intrigas, sangre,
asesinatos–, a Julio Taboada le preocupaba la evolución del sistema labo-
ral, del sindicalismo y de la vida cultural. Una de las cosas que este histo-
riador y guionista quería mostrar era de qué sirvió la revolución a través
de imágenes de la represión del movimiento obrero de 1958, que da lugar
al nacimiento de la Liga Comunista 23 de Septiembre según su investi-
gación. Pero, con la mutilación de su libreto, Taboada comentó indignado:
150
Tanto Arturo Gámiz, en el norte, como Genaro Vázquez y Lucio
Cabañas, en el sur, fueron maestros rurales y después se hicieron guerri-
lleros. Vázquez participó en el movimiento magisterial de 1958, que fue
uno de los actores sociales más combativos durante esa crisis laboral.29
Aún en vida de Lucio Cabañas, se cantaban varios corridos, tanto sobre
su persona y acciones desde 1967, hasta su muerte, en 1974. Igualmente
hubo corridos acerca de Arturo Gámiz y Genaro Vázquez, también muer-
tos: el primero en el asalto al cuartel de Madera, Chihuahua, el 23 de
septiembre de 1965, y el segundo en el sur, al inicio de los años setenta.
Esa es la forma en que se mantiene la memoria popular de los guerri-
lleros, lo que no quiere decir que la guerrilla haya sido aniquilada por las
acciones del ejército en los años setenta: siempre siguió habiendo guerri-
lleros, tanto como desde entonces han estado presentes los militares en la
sierra de Guerrero.
Volvamos al año de 1958: durante el gobierno de Adolfo López Mateos
surge el proyecto de los libros de texto gratuitos. El Estado empieza a
tomar la dirección y el control del sistema educativo, proyecto que se
volverá a reforzar en 1976, con Luis Echeverría en la presidencia. Es así
como el sistema político muestra su crisis interna, por el hecho de recur-
rir a la educación como catalizador político de la ideología nacionalista:
intenta reactivar la condición de pertenencia al Estado del gremio magis-
terial, que tan brutalmente acababa de ser reprimido.30
Finalmente, volvemos a encontrarnos con la misma situación
planteada al principio: fuera de algunos textos especializados y de refer-
encias hemerográficas dispersas, estos acontecimientos son más conoci-
dos gracias no a la pluma de los historiadores sino de los novelistas. Aquí
nos referimos en particular a Guerra en el paraíso de Carlos
Montemayor,31 novela que narra el movimiento armado en defensa de los
campesinos, en la sierra del sur de México, encabezado por el profesor
guerrerense Lucio Cabañas. Se publicó en 1991 y en ocho meses ya había
alcanzado la tercera edición, con tirajes de cinco mil ejemplares cada una,
lo cual constituye un éxito editorial. En palabras del propio Montemayor,
no es la única novela sobre el tema. Citaré sólo dos más: La guerra de Galio, de Héctor
Aguilar Camín, historiador metido a novelista, y ¿Por qué no lo dijiste todo?, de Salvador
Castañeda, exguerrillero y director del Centro de Investigaciones Históricas de los
Movimientos Armados (CIHMA).
151
la novela nace de una vocación por la verdad en la sociedad mexicana y
por la recapitulación de nuestra historia inmediata, porque el silencio, el
velo de secreto que se corrió sobre los años setenta de la historia de
México debía ser eliminado: para acabar con la ceguera de lo que somos y
de lo que hemos sido hace apenas algunos años.32
No obstante, por la propia naturaleza de los desplazamientos militares
de la organización clandestina de los núcleos guerrilleros, era imposible
que México tuviera un conocimiento cabal y al día de todos los acontec-
imientos armados que conmovieron durante años a muchas zonas del
país. Esto explica no necesariamente el control informativo gubernamen-
tal sobre esos hechos, sino el necesario silencio de los procesos concretos
de organización guerrillera y de represión militar y policiaca.33 Carlos
Montemayor aclara:
Sin embargo, no hay que confundir el sigilo de esos movimientos organizados con el
silencio –éste sí voluntario, éste sí premeditado, éste sí oficial– sobre la repercusión que
estos combates alcanzaron en México. Sólo desde este punto de vista Guerra en el
paraíso se propone mostrar la dimensión real, popular, política, regional y nacional que
significó este levantamiento armado entre los jóvenes.34
La presión social hizo que el gobierno buscara abrir canales más amplios de partici-
pación política de los ciudadanos organizados en partidos políticos. Ello se inicia durante
el mandato presidencial de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976). Si bien ese periodo
menudearon los secuestros de funcionarios públicos y hombres de empresa, llegando a
morir algunos de ellos, se dio la llamada “apertura democrática” que culminó con el gob-
ierno de José López Portillo (1976-1982).35
Sin embargo, no hay que olvidar que estos libros de historia patria,
“vehículos principales en el fortalecimiento de la identidad nacional”,
como reconoció Florescano,36 aparecieron en 1992 y fueron retirados de
152
circulación en 1994, quedando los niños entonces simplemente sin
ningún texto qué estudiar.
Puesto que en su trabajo de investigación, que duró cuatro años,
Montemayor entrevistó exguerrilleros, expolicías, exsoldados, funciona-
rios, campesinos, pescadores, estudiantes y profesores, se le ha pregun-
tado si su novela puede ser considerada testimonial. Recordemos la
definición de Prada Oropeza37 sobre el discurso-testimonio:
Preferiría, como apodo para Guerra en el paraíso, el de novela política, pero la uti-
lización de adjetivos como testimonial, histórica o incluso política proviene quizá de un
grave error de perspectiva en nuestro tiempo. Hemos llegado a pensar que la literatura
es algo ajeno a la realidad que incluso se emplea el nombre de ficción para referirse a la
novela contemporánea, de tal manera que cuando una obra nos enfrenta con la realidad
nos ponemos a dudar de si eso es literatura o no. Yo creo, siempre he creído, que la mejor
literatura es un conocimiento total de la realidad y no una visión ni una quimera.39
1993, p. 7.
153
entender los hechos de uno y otro bando combatiente de tal manera que
hubiera el encuentro de una dimensión muy profunda del México real de
nuestros tiempos”.40 El otro elemento griego que tomó fue la estructura
esquiliana en la que el coro asume una función proteica de ancianos,
mujeres, niños, ciudadanos, donde se da la conciencia de la tragedia,
154
en la historia al uso del país. En realidad eran básicamente dos guerras:
la guerra rural, esa vieja guerra del sur de Morelos, del Plan de Ayutla,
por tierras, por la injusticia, por la violencia de la vida; y la guerra de los
norteños, de Baja California Norte, Sinaloa, Chihuahua, de hombres con
ideas marxistas, ideólogos de la Liga 23 de Septiembre. De esta manera,
Guerra en el paraíso nace –según su autor– de una vocación por la ver-
dad en la sociedad mexicana y por la recapitulación de nuestra historia
inmediata.46
Tomar en cuenta las entrevistas en las que el autor habla de las prin-
cipales ideas motoras para la escritura de su novela se justifica por los
estudios que ha hecho Gérard Genette47 acerca del paratexto: todo el
aparato que completa y protege a los libros, y que incluye la presentación
editorial, el nombre del autor, el texto de la contraportada, etc. Por otra
parte, en teoría literaria se ha reconocido que la estructura de la obra
literaria no excluye a priori los otros acercamientos a la obra –histórico,
sociológico, político_ sino que, por el contrario, exige su colaboración.
Jürgen Trabant,48 por ejemplo, recuerda que una de las razones para
hacer lectura e interpretación de textos literarios es que éstos perviven
únicamente en dichas realizaciones del lenguaje artístico, es decir, que la
artisticidad sólo se mantiene mediante la lectura que se haga del texto.
Propone entonces reconstruir los entornos de la obra. Pasemos pues a ver
qué es lo que en el ámbito internacional se sabía sobre la existencia de la
guerrilla en México en los años setenta y, nuevamente, en el momento en
que se escribe la novela, veinte años después.
En 1969 Alain Birou49 señalaba que casi en toda Latinoamérica las
clases campesinas habían dejado de ser pasivas, resignadas y sumisas; si
bien no habla de la guerrilla para evaluar su alcance en lo político sino
para medir su impacto sobre el campo. En el caso de México, apunta que
recordar que si ambos bandos –ejército y guerrilleros- pueden hacer guerra sucia, no por
ello hay que generalizar. Abordar este tema pretende, al menos, “sustraer de la ignorancia
muertes y vidas, rescatar de la banalidad los sacrificios, restablecer en su continuidad la
coherencia de las luchas o contribuir a la organización del recuerdo para salvar del absurdo
y del olvido”, como querría Régis Debray en su Crítica de las armas o Las pruebas del
fuego.
46
P. Esparza, “Guerra en el paraíso o descorrer el velo de silencios y complicidades”,
Época, 21 de octubre de 1991.
47
G. Genette, Seuils, Paris, 1987.
48 J. Trabant, Semiología de la obra literaria. Glosemática y Teoría de la literatura,
1971, p. 154.
155
este país no escapa a intentos de revueltas campesinas “por lo general
despiadadamente apagadas por el gobierno”.50 Incluye a los estados de
Chihuahua (en la frontera norte) y de Guerrero (en la costa sur) como
sitios donde en ese momento los guerrilleros están en contacto con los
campesinos. Y es necesario reflexionar sobre lo que agrega a continuación:
156
que a algunos parecía lógico que los guerrilleros rurales optaran por el
enfrentamiento directo, una vez que habían advertido claramente que las
formas de participación del populismo era fricción y que el poder lo seguía
ejerciendo el complejo político-financiero-industrial.54
Cuando Manuel Alcántara55 analiza el sistema político mexicano, ase-
gura que la movilización armada guerrillera fue uno de los elementos
diferenciadores con respecto a la vida política latinoamericana, y que la
ausencia de un movimiento guerrillero importante desde los años cin-
cuenta podría modificarse seriamente de no avanzar la oposición en el
sistema político y de no eliminarse la subcultura del fraude. Según el
mismo autor, sólo la Liga 23 de Septiembre constituyó una organización
guerrillera que mantuvo una guerra de características bastante descono-
cidas entre 1971 y 1978, con un saldo de muertos impreciso (que Héctor
Aguilar Camín sitúa entre mil y dos mil muertos).56 Lo cierto es que en
aquella época los mitos de libertad, justicia, independencia nacional y
revolución se utilizaban para manipular y controlar a la población desin-
formada e inculta. Por ello en el 68 se exigía una apertura política que
acabara con la mitología oficializada: verdades oficiales aún cuando
fueran eufemísticas.
V. Historia y literatura
[…] nada ha sido más fatal para nuestra ciencia que el haberse acostumbrado a ver en
ella una parte de las bellas letras y a considerar que la postura de su valor es el aplauso
que recibe del público culto. Y las siempre reiteradas frases de la objetividad de la pre-
sentación y de que se deje hablar a los hechos mismos, de que hay que procurar alcanzar
la mayor claridad y vivacidad posibles en la exposición, nos ha llevado tan lejos que el
público ya no queda satisfecho si no lee un libro de historia como si fuera una novela.57
Barcelona, 1983, p. 337 (Citado por J. Carreras, “Teoría y narración en la historia”, Ayer,
núm. 12, 1993, p.24).
157
Teóricos tan importantes como Paul Ricoeur han reconocido que la histo-
ria y la literatura comparten un “referente último”. Esa insistencia, ase-
gura Hayden White,58 representa un considerable avance sobre las discu-
siones anteriores de la relación entre historia y literatura basadas en la
supuesta oposición del discurso “fáctico” y el discurso “ficcional”, de lo
cual habla el filósofo francés en Tiempo y narración. La historia y la no-
vela se parecen en que, señala Ricoeur,59 ambas hablan indirectamente,
figurativamente o, lo que es lo mismo, “simbólicamente” sobre el mismo
“referente último”, eso de lo que no puede hablar sin contradicción ni el
discurso lógico ni el técnico. Paul Ricoeur,60 en un artículo sobre la fun-
ción narrativa, explica que las ficciones no se refieren a la realidad
de manera reproductiva como ya dada sino que se refiere a la realidad de
manera productiva como prescrita por ella. Al aplicar su teoría general
de la ficción a la ficción narrativa, afirma:
[…] la historia y la ficción se refieren, ambas, a la acción humana aunque lo hagan sobre
la base de dos pretensiones referenciales diferentes.61
158
historiador debe olvidar sus pasiones aunque sea mientras escribe la his-
toria. La historia es el campo de las variaciones imaginativas que rodean
lo real tal como sucede en la vida cotidiana. Por otra parte, en un artículo
en que Louis Francoeur63 se remite a Pierce, explica que lo que la semi-
ótica pretende decir de los textos históricos –novela o discurso histórico–
es que los hechos pasados que se nos comunican son signos construidos
por la introducción de un sentido actual en el objeto antiguo, de tal man-
era que ciertas novelas pueden ser leídas como historia y ciertos discur-
sos históricos, como novela.64
Pero, la verdad, es que la lectura no se da en un estilo puro, como lo
aclaran los representantes de la teoría del lector. Por ejemplo, al hablar
del estilo mimético que toma como referencia “la realidad”, Michel
Glówinski65 plantea que una cosa es la realidad para los antiguos teóri-
cos de la mimesis y sus continuadores clasicistas, y otra cosa para los
teóricos del realismo: realidad según se considera en una cultura dada,
teniendo siempre presente que hay un filtro de las convicciones y de las
creencias. Finalmente, como aclara Jackobson,66 no se puede mezclar
los criterios de lo que el autor pretende ser realismo y de lo que el lector
percibe o no como tal. De hecho, Daniéle Chatelain67 recuerda que todo
discurso exige ser considerado por relación a una percepción y no por
relación a la realidad. Greimas y Courtés 68 proponen que debemos
tomar en cuenta el anclaje histórico –en el caso del discurso novelesco–,
cuya finalidad es construir un simulacro de un referente externo y pro-
ducir el efecto de sentido “realidad”; mediante el subcomponente
onomástico de la figurativización: antropónimos –denominaciones de
actores por medio de nombres propios–, cronónimos –las duraciones con
denominación propia (“día”, “primavera)– y topónimos –designación de
los espacios con nombres propios. Esto es lo que haremos a conti -
nuación.
159
VI. ¿Cómo leer la novela?
Rubén Figueroa dirigió el haz de luz hacia Lucio. Vio el brillo de los ojos pequeños, ras-
gados. Un bigote ralo y algunos pelos sobre la barbilla. (…) Rubén Figueroa pensó fugaz-
mente que había subido a la sierra para hablar con ese campesino común, con ese rostro
sin rasgos singulares, idéntico a todos los de la sierra.71
69
L. Dolezel, “Mimesis and posible worlds”, Poetics Today, num 9:3, 1988, p. 482.
70 Strawson, citado por Dolezel, Ob. Cit, p. 476.
71 C. Montemayor, Ob. Cit, p. 239
160
Entre los corridos populares hay uno, “Relato de cómo es Lucio
Cabañas”,72 que lo describe así:
Es un hombre pequeñito,
más grande de corazón,
es moreno, morenito,
pero tiene la razón,
defiende a los pobrecitos,
contra el rico abusador.
Una persona de sexo masculino de 36 a 37 años de edad, de 1.67 metro de estatura, com-
plexión regular, moreno, cabello lacio con dos entradas al frente, cejas escasas sin arcos
en la parte exterior, (…), ojos cafés, nariz recta, labios gruesos en boca regular y bigote
poco poblado.
Creo que he demostrado que la gente que no tiene cultura no puede comprender ni dis-
frutar de las obras de arte. (…) Cuanto mayor es el conocimiento, mayor es la compren-
sión y el disfrute del arte.74
72 J. N. Rosales, La muerte (¿) de Lucio Cabañas, México, Ed. Posada, 1975, p. 181.
73
“Lucio Cabañas fue ‘Muerto en un encuentro’: Sría. de la Defensa”, encabezado a ocho
columnas, Excelsior, 3 de diciembre de 1974, primera plana.
74 O. Martí, “Bourdieu: El culto a la literatura mata la literatura”, Babelia, 25 de
noviembre de 1995, p. 8.
161
real –del tipo que sea: topónimos, antropónimos o cronónimos– tiene que
pasar por una transformación sustancial en la frontera de los mundos
posibles. El Lucio Cabañas del mundo real –histórico– puede entrar en
un mundo de ficción sólo si asume el estatuto de alternativo posible.
Estas acotaciones invalidan críticas como la siguiente:
Como novela realista (aunque) tiene ciertos errorcillos muy veniales (en 1971 Televisa
aún no se llamaba así, ni la avenida Popocatépetl colinda con el Parque de los
Venados).75
162
recibido los homenajes de Rolando, de Olivier, de otros entre los doce
pares de Francia, a quienes les debe protección; y el rol de tío en una cul-
tura donde ese personaje juega un papel que, entre nuestros códigos
sociales, se atribuiría más bien al padre. El rol designa pues “un modelo
organizado de comportamientos, ligado a una posición determinada en la
sociedad, y cuyas manifestaciones son ampliamente previsibles”.78
Explica Peter Haidu, al reflexionar sobre la semiótica socio-histórica,
que el hecho de que la semiótica ya haya cubierto un funcionamiento
socio-político esencial a la existencia y a la reproducción política –y esto a
un nivel a la vez abstracto y profundo de su teoría– habla ya del valor de
su empresa. En primer lugar, el método analítico que comprende la
estructura de los actantes como componente esencial deberá, por la
fuerza de su propia estructura, identificar relaciones determinantes
entre estructura social e individuo concreto, relación que ya está dada al
propio nivel teórico.79 El texto –en este caso el de la novela– es un dis-
curso que puede verse como un depósito de signos y en el cual se puede
estudiar el funcionamiento de los elementos productores de sentido; eso
no quita que siga siendo una obra cultural, es decir, producto de ciertas
condiciones históricas, sociales, políticas, etc.
La crítica que hace Greimas y Courtés80 a la tradición que considera al
discurso literario como ficción por oposición a la “realidad” del discurso
histórico, es que se lo define enfrentándolo a lo que no, es decir, el refer-
ente extralingüístico. Detal manera que el referente del discurso literario
sería “imaginario” y el del discurso histórico, “real”. Pero en semiótica ya
se ha demostrado que todo discurso constituye su propio referente interno
y que la problemática de la realidad debe sustituirse por la de la veridic-
ción, del decir-verdad propio de cada discurso. Como se ve, al excluir al
referente externo, la semiótica logró excluirlo como criterio de verdad. De
tal manera que, en lugar de preocuparnos por el problema de la verdad, la
veridicción, con lo que la verdad constituye un efecto de sentido.81
A partir de dos esquemas articulados se da un cuadrado semiótico: ser/no
ser (inmanencia) y parecer/no parecer (manifestación). Entonces se ejerce
un juicio veridictorio sobre un enunciado de estado que es un objeto-saber:
78 A. J. Greimas y J. Courtés, Ob. Cit. P. 344. Citado por P. Haidu, “Considérations sur
la sémiotique socio-historique », en H. Parret, y H. G. Ruprecht, Exigences et perspectives de
la sémiotique. Amsterdam, John Benjamins Publ. Co., 1985, pp.215-228.
79 P. Haidu, Ob Cit., p. 220.
semióticos, Madrid, Gredos, 1983, capítulos: “El contrato de veridicción”, pp. 119-131 y “El
saber y el creer: un solo universo cognitivo” p.132-154.
163
verdad
ser parecer
secreto ilusión
no-ser no-parecer
falsedad
El secreto puede ser de dos tipos: el que tiene algo oculto, que es cuando
un sujeto de la persuasión manipula un saber para luego ofrecerlo como
secreto; y el que posee algo misterioso: en este caso el intérprete, sin ser
manipulado, reconoce el secreto.
Tomo uno de los episodios narrados en la novela, concentrándose en
los juegos de simulación y engaño que se dan al enfrentarse periodistas
con militares (periodistas “aliados de la guerrilla”, llamémoslos así, pues
también hay de los otros, lo que son “enemigos del pueblo”). Se trata más
de una confrontación cognoscitiva que pragmática. La secuencia se puede
dividir en los siguientes subsegmentos: un grupo de soldados, en un
camión, son víctimas de una emboscada por parte de los guerrilleros. Al
enterarse, el general Solano Chagoya pregunta:
—De la Brigada Campesina del Partido de los Pobres. Ayer domingo, en Río Santiago,
emboscamos por la mañana un convoy militar y murieron todos los soldados.83
82
C. Montemayor, Ob Cit., p. 43.
83
Ibid. , p. 44.
164
Aquí, el anclaje histórico está dado por el topónimo Río Santiago y por el
cronónimo ayer domingo, por la mañana. Seguimos con el relato: el peri-
odista toma una decisión: pedirle una factura a un conocido suyo que le
confirma haber vendido doce ataúdes al ejército. El subsegmento a con-
tinuación muestra a los generales Solano Chagoya y Cuenca Díaz
sobrevolando zonas de la sierra en torno al lugar de la emboscada. El
segundo ordena al primero:
—Necesitamos cuidar al ejército. Que no vuelva a morir un solo soldado más a causa de
estos bandoleros, general Solano Chagoya. Pero mantengan esto con absoluta discreción.
Yo mismo lo comunicaré al señor presidente.84
—“A la calumnia de la primera plana. No tiene pruebas. Lo demandaré por delitos fed-
erales”, tronó con ira el general (Solano Chagoya), alzando la voz en el otro extremo del
teléfono.85
Vemos que la calumnia está en relación con las pruebas: a falta de éstas
–con lo que se haría patente la verdad de lo que se dice–, el acusador
puede hablar de calumnia. Pero como lo nota ya el lector, el general no
sabe de la existencia de la factura que le servirá al periodista como
prueba. Al negar los hechos –la emboscada y muerte de los soldados–, el
militar miente. La reacción del general Cuenca Díaz –en el mismo sub-
segmento–, es la siguiente:
—[…] “le decía que yo no quiero que los periodistas hagan famoso a Lucio Cabañas. Pero
hasta ahora ha sido un problema sólo nuestro, del ejército, y el gobierno se rehúsa a apo-
yar la única estrategia que permitiría acabar con todos estos dizque guerrilleros. Con la
prensa, el problema será también del gobernador del estado, de la Secretaría de
Gobernación y del gobierno de la República, ¿entiende? Y no está mal que dejen ya de
esconder el bulto al problema. Así nuestros movimientos podrían ser también más abier-
tos y, sobre todo, más efectivos. ¿Me entiende, general Solano?”.86
La decisión del militar indica que pretende sacar partido del ocul-
tamiento que hace el gobierno.
84
Ibid., p. 50. Los subrayados en ésta y en las siguientes citas son míos.
85
Ibid., p. 53.
86
Ibid., p. 55.
165
“Tenemos que responder como usted lo ha pensado. No podemos hacernos los desenten-
didos. Proceda contra ellos. Pero no tema que se hagan públicas las cosas si empezaran a
tomar un mal rumbo”.87
—No quiero problemas jurídicos, capitán. Pero quiero que salgan esos periodistas de
Acapulco ya, hoy mismo, presos, culpables y mudos.88
—¡Pues nos tendrán que meter a la cárcel a todos los periodistas de Guerrero!89
[…] No es una actitud irracional y represiva contra los periódicos […] sino en contra de
tres individuos que se dicen periodistas pero que dañan a la sociedad publicando una
información de la que no tienen seguridad de que sea cierta.90
—¡Nadie puede demandar a un periodista sólo porque los hechos que se informan per-
judiquen a una parte! Toda la sociedad debe saber lo que está ocurriendo, general, y
usted y nosotros sabemos muy bien que la sierra de Atoyac no está en estos momentos
como campo vacacional. Estos muchachos […] son valientes y responsables.
87 Ibid., p. 56.
88 Ibid., p. 56
89 Ibid., p. 57.
90 Ibid., p. 58.
166
—¿Llama usted responsabilidad a confiar en llamadas telefónicas? –replicó el general
Solano Chagoya.91
—[…] a menos de que usted nos explique por qué mueren pacíficamente tantos soldados
en el cuartel de Atoyac desde hace varios meses, nosotros seguiremos pensando que se
debe a los enfrentamientos con los grupos de Lucio Cabañas.92
Ante tal desafío por parte del periodista, está claro que las cosas
empiezan a “tomar un mal rumbo”, como lo había previsto el general
Cuenca Díaz; y, para evitar problemas jurídicos, el general Solano desiste
de las demandas ante el ministerio público. Obsérvese la ventaja que
toma de la situación: al romper su lealtad con el gobierno, finge que
apoya la libertad de expresión:
—[…] no quiero continuar con una petición que no se entiende como respuesta natural y
jurídicamente limpia de nuestra parte, sino como represión. Quiero demostrar que
nosotros no somos represivos, muy por el contrario, que nosotros estamos para asegurar
el ejercicio de libertad de nuestra sociedad. Así que, a pesar de que sigo creyendo que así
no ayudamos al estado de Guerrero a vivir mejor, sino a aumentar los riesgos de peligro
social, para dar un ejemplo, repito, de nuestro apoyo a la libertad de expresión y de nue-
stro respeto a los amigos, le ruego a usted, señor licenciado, que tome nota que desde
este mismo momento desisto de la acción iniciada contra estos jóvenes periodistas.93
91
Ibid., p. 58.
92
Ibid., p. 58.
93
Ibid., p. 59.
167
está ocurriendo y, cuando tratan de confirmar esos datos con los mili-
tares, ellos siempre niegan que haya conflicto; priva asimismo a la
sociedad del derecho a estar informada. Inicialmente hay una carencia,
pues, aunque no se explicite.
Digamos ahora que el pivote narrativo que desencadena esta secuencia
es la adquisición del saber referido a la acción anterior: la emboscada. El
conocimiento de este hecho provoca reacciones diferentes: entre los mili-
tares, mayor control por parte del ejército a la población campesina que
apoya a los guerrilleros, y absoluta discreción, como ellos llaman a la
consigna de mantener dicha información en secreto; por otra parte, entre
los periodistas, la decisión de publicar el mensaje recibido por teléfono.
De esta manera, hay una oposición entre militares y periodistas, de cer-
razón y apertura.94 Como se notará, para hacer esta descripción hemos
tenido que distinguir entre la manifestación y la inmanencia de las
acciones, y es entonces como se puede seguir el desarrollo del relato en
términos de secretos, mentiras y medias verdades.95
Al principio de esta secuencia son los soldados los que son perjudicados
–muertos– por la acción de los guerrilleros; y digamos que, aunque no
viven esa muerte en carne propia, los militares la resienten como un per-
juicio en el momento en que la noticia aparece en la prensa y eso afecta
su estatuto institucional, su poder, su autoestima: entonces ya no son
sólo los guerrilleros los que se presentan como oponente, sino también los
periodistas y, en última instancia, el propio gobierno. En la novela, hasta
ese momento, las fuerzas armadas guardan lealtad al gobierno y depen-
den de su autorización para llevar a cabo una estrategia con la que
acabarían con los guerrilleros.
Al final de la secuencia los militares aparentan otorgar un don, en
primer lugar porque, en el parecer, con desistir de las demandas pre-
tenden decir que perdonan a los periodistas. Parecen asegurar, además,
que dichas demandas son justas, que podrían proseguir y ganarlas, nue-
vamente en el parecer, ya que se oculta la corrupción: los periodistas sal-
drían de Acapulco “presos, culpables y mudos”, según los deseos del gen-
eral. El ejército también se llevaría el triunfo ante el ministerio público
ocultando la prueba –la factura de los doce ataúdes– de que la informa-
ción publicada es verídica: que su parecer corresponde a su ser. En
94Ver más arriba, inmediatamente antes de la nota 40: la idea de mostrar “los hechos de
ambos bandos combatientes” queda patente en lo que acabamos de ver; aunque
Montemayor no hable desde la perspectiva semiótica.
95
R. Flores, “La alteración –los juegos de la veridicción en la interacción”, Semiosis,
núm. 26-29, 1991-1992, pp. 319-335. A partir de aquí lo seguiremos de cerca.
168
segundo lugar, el general quiere igualmente hacer creer que otorga un
don a la sociedad al permitir que se publique la información. Finalmente,
y una vez más en el parecer, el gobierno también resultaría beneficiado al
hacerse patente la libertad de expresión.
Sin embargo, el militar previene sobre los perjuicios que puede traer
esa acción, puesto que el objeto de la publicación es negativo: hay dolo,
produciría desconcierto social… Aquí se refleja la cautela del general que
aunque niega el ser de la acción que pretendía –la represión a los periodis-
tas–, no vuelve a hablar de calumnia ni alude en ningún momento a men-
tira o falsedad. Si antes su réplica estaba dirigida a la ausencia de prue-
bas, a lo irresponsable de confiar en llamadas anónimas, al final centrara
su discurso en la incapacidad cognitiva de los periodistas para entender
sus buenas intenciones. En el parecer, pues, los militares terminan siendo
los benefactores, inclusive de los guerrilleros: no pueden evitar que Lucio
Cabañas se haga famoso en la prensa, pero advierten sobre el riesgo de
peligro social. En el ser la intención es obtener del gobierno la auto-
rización para llevar a cabo la estrategia que acabará con los guerrilleros.
En el ser, finalmente, lo militares serán los beneficiarios reales de
su “don”. Retirar la demanda implica dar pie a que los periodistas
sigan publicando información sobre la guerrilla, con lo cual espera el
general obtener apoyo –que hasta ahora no ha tenido– del gobierno.
Resulta entonces que el acusador –el general Solano– comete la falta
de la que acusa a los periodistas: actuar con dolo. En relación con el
principio de la secuencia, en que el gobierno era el que ocultaba la
información y ocultaba asimismo su juego veridictorio, al final se
invierte la situación: el ejército aparenta no ser represivo y simula ase-
gurar el ejercicio de la libertad. Además, la maldad por deslealtad
parece añadirse al comportamiento del militar, pero ya no por acción
sino por omisión.
Sin embargo, los periodistas saben que tienen la prueba –la factura–
gracias a la cual la demanda no valdría como calumnia, puesto que, por
lo menos, es un hecho que el ejército ha comprado doce ataúdes; esto
implica que no pueden ser engañados por el general: la información publi-
cada no es falsa. Los periodistas tampoco creerán que las demandas no
tenían una intención represiva. Con todo, el general actúa aparentando
rectitud, simulando lo que no es. Por encima de todo, pretende estar
llenando la falta con la que se inició esta secuencia: la ausencia de la
información a la que tiene derecho la sociedad, a saber lo que está
pasando en la sierra de Guerrero. La aparente cortesía con la que el mili-
tar se refiere a los periodistas (“nuestro apoyo a la libertad de expresión y
de nuestro respeto a los amigos”) termina siendo una continuación de la
169
estrategia iniciada por el general para alterar el contenido de las
acciones: fingir que la respuesta es limpia cuando es represiva; pretender
que lo se que quiere es evitar el peligro social, cuando oculta totalmente
lo que está pasando con los campesinos.
VII. Conclusión
“Memoria e historia americana”, 1989 (Citado por D. Middleton, y D. Edwards, Ob. Cit. p. 19.).
170
sentes.99 Por eso creo que la pretensión de estudiar Guerra en el paraíso
tiene que ver con la lucha por la posesión e interpretación de la memoria
que está enraizada en el conflicto y la interacción de los intereses y val-
ores sociales, políticos y culturales en el presente.100
Volviendo al análisis, diré que podría argüirse que es un anacronismo
hablar de derecho a la información en una escena de la novela que ocurre
en 1972, puesto que no es hasta 1977 cuando surge la iniciativa presiden-
cial de insertar dicho derecho en el artículo sexto constitucional, relativo
a la libertad de expresión.101 Pero, por un lado, ya vimos lo que propone la
semántica de los mundos posibles; por otro, puede interpretarse como
una de las búsquedas de la sociedad mexicana –la de la novela– en ese
momento. Porque ese derecho a la información es, al final de la secuencia
analizada, precisamente el elemento que surge –a pesar de todo el juego
de apariencias y simulaciones– como una verdad compartida aunque no
sea explícita: la verdad de la carencia inicial (el gobierno impide el flujo
de la información sobre el conflicto en la sierra de Guerrero o desvirtúa lo
que se difunde sobre los guerrilleros); la verdad en la manera de ejercer
ese derecho por parte de Valente y los demás periodistas: la verdad de la
publicación que “permiten” los militares, aunque advierten sobre los efec-
tos peligrosos en la sociedad. Es pues el secreto de la verdad y ya nadie se
engaña sobre ello.
En México, el derecho a la información se dio gracias a la reforma
política y la apertura democrática. No obstante, como señala Manuel
Aguilar Mora,102
comprobar que las reformas que concede la burguesía son subproductos de las luchas
revolucionarias sería una verdad de Perogrullo si no fuera porque muchos de la
izquierda revolucionaria lo han olvidado, si no fuera porque se ha descuidado entender
el origen específico de la “apertura” y que es, nada menos, el 68.
171
Pero no se olvide que el eslabón entre literatura y sociedad se establece
principalmente a través de la función estética. Y que la labor semiótica
no está preparada para investigar la verdad o falsedad de las proposi-
ciones que analiza: esa es la función de los lógicos. Conformémonos con
traer a la memoria partes de la historia de México que muchos han olvi-
dado, e investigar qué efectos de sentido tiene la veridicción.
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