Bevir-Lo Inconsciente en La Explicación Social
Bevir-Lo Inconsciente en La Explicación Social
Bevir-Lo Inconsciente en La Explicación Social
Mark Bevir
University of California, Berkeley
Abstract: “The Unconscious in Social Explanation”. The proper range and content
of the unconscious in the human sciences should be established by reference
to its conceptual relationship to the folk psychology that informs the standard
form of explanation therein. A study of this relationship shows that human
scientists should appeal to the unconscious only when the language of the
conscious fails them, that is typically when they find a conflict between people’s
self-understanding and their actions. This study also shows that human scien-
tists should adopt a broader concept of the unconscious than the one developed
by Freud, that is, one free from his ahistorical concept of the instincts and his
ahistorical emphasis on the sexual experiences of childhood. The unconscious,
understood in this way, has an ambiguous relationship to more recent linguistic
and narrativist strands of psycho-analysis.
Key words: explanation, Freud, mind, Narrative, Psychology, Sociology,
unconscious
* Una versión anterior de este artículo fue publicada como “The Unconscious in Social
Explanation”, en: Philosophical Psychology, XVII, 2 (2004), pp. 181-207.
Mark Bevir
La genialidad de Freud yace en los conceptos que nos legó para dis-
1
cutir cosas que la gente difícilmente podía discutir previamente . Allí donde
las personas encontraban puro sin sentido, encuentran ahora patrones de
comportamiento dotados de sentido. Los “sueños [sostuvo Freud] no son
comparables al sonido desordenado de un instrumento musical golpeado por
una fuerza externa en lugar de por la mano del músico; no carecen de sen-
2
tido, no son absurdos” . El freudismo dota de sentido a lo que de otro modo
parecería absurdo.
El Psicoanálisis nos provee de un lenguaje centrado en la idea de lo
inconsciente, un lenguaje con el cual hablar de las acciones y creencias hu-
manas cuando nuestro lenguaje estándar nos falla. Se ocupa de casos en los
que las personas no reconocen, o incluso no aceptarían, características de sus
creencias y comportamientos que creemos que son significativas. Cuando el
lenguaje de la intencionalidad nos falla, podemos decir que alguien creía en
algo inconscientemente o que actuó sobre la base de un deseo inconsciente.
Sin embargo, atribuir este rol al concepto de lo inconsciente no supone ne-
cesariamente suscribir la visión que tenía Freud del alcance y contenido del
mismo. No es necesario aceptar que el lenguaje del Psicoanálisis ofrece una
manera útil de discutir casi toda nuestra vida social, incluyendo creencias y
comportamientos que pueden ser descritos adecuadamente por lo conscien-
te. Tampoco tenemos que aceptar que el lenguaje con el cual discutimos lo
inconsciente debe estar atado a las teorías de Freud acerca de asuntos como
los instintos humanos y la sexualidad infantil.
Quisiera considerar qué aspectos del pensamiento de Freud son rele-
vantes para el científico de las Ciencias Humanas y cuáles deben reservarse
para el psicoanalista comprometido. Al concentrarme en Freud, no deseo
sugerir que todos los científicos de las Ciencias Humanas interesados en lo
inconsciente se apoyan en la teoría freudiana. Aunque Freud sigue siendo
224
una de las mayores influencias en estos científicos, algunos de ellos utilizan
1
Cf. Wollheim, R., The Mind and its Depths, Cambridge, Mass.: Harvard University
Press, 1993, pp. 106-124.
2
Freud, S., The Interpretation of Dreams, en: The Standard Edition of the Complete Psy-
chological Works of Sigmund Freud, vol. IV y V, edición y traducción de J. Strachey,
Londres: Hogarth Press, 24 v., 1953-1974. En adelante, las obras completas se citarán
con las siglas CPW seguidas del número de volumen.
3
Cf. Pomper, P., The Structure of Mind in History: Five Major Figures in Psycho-History,
Nueva York: Columbia University Press, 1985; Loewenberg, P., “Psychoanalytic Models
of History: Freud and After”, en: Runyan, W. (ed.), Psychology and Historical Interpreta-
tion, Nueva York: Oxford University Press, 1980, pp. 126-156; Runyan, W., “Alternatives
to Psychoanalytic Psychobiography”, en: Runyan, W. (ed.), o.c., pp. 219-244.
4
Nuestro interés es un interés filosófico en torno a la relación entre diferentes maneras
de hablar acerca de la vida humana. En contraste, la mayor parte de las discusiones
acerca de la validez de aplicar el Psicoanálisis en las Ciencias Humanas se centra, o bien
en la cuestión empírica de la evidencia a favor del Psicoanálisis, o bien en la cuestión
metodológica acerca de cómo los científicos de las Ciencias Humanas pueden recrear
condiciones clínicas (cf. Anderson, J., “The Methodology of Psychological Biography”,
en: Journal of Interdisciplinary History, XI (1981), pp. 455-475; Stannard, D., Shrinking
History: On Freud and the Failure of Psychohistory, Oxford: Oxford University Press,
1980, pp. 3-30). De manera similar, la mayor parte de las discusiones acerca de la va-
lidez general de las teorías de Freud se centran, o bien en la evidencia empírica, o en
problemas clínicos tales como el de la contaminación (cf. Fisher, S. y R. Greenberg, The
Scientific Credibility of Freud’s Theories and Therapy, Hassocks: Harverster Press, 1977;
Grünbaum, A., Validation in the Clinical Theory of Psychoanalysis, Madison, Conn.: ��� In-
ternational Universities Press, 1993). La pregunta en torno a la validez del Psicoanálisis
como un programa de investigación no depende tan solo de la evidencia empírica sino
también de su estructura interna. La crítica más conocida de su estructura interna es la
tesis de Sir Karl Popper de acuerdo a la cual el Psicoanálisis no puede ser considerado 225
científico debido a que no es falsable (cf. Popper, K., “��������������������������������
Science: Conjectures and Refuta-
tions”, en: Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge, Londres:
Routledge & Kegan Paul, 1972, pp. 33-65; y, para una defensa de la teoría psicoanalí-
tica frente a esta crítica, cf. Cosin, B., C. Freeman y N. Freeman, “Critical Empiricism
Criticised: The Case of Freud”, en: Wollheim, R. y J. Hopkins (eds.), Philosophical Essays
on Freud, Cambridge: Cambridge University Press, 1982, pp. 32-59). Por supuesto, uno
podría argumentar que las teorías de Freud fueron bastante razonables en el contexto
de la ciencia de su tiempo, incluso si uno concluye que los estándares de evidencia o
la Biología actuales las han vuelto obsoletas (cf. Kitcher, P., Freud’s Dream: A Complete
Interdisciplinary Science of Mind, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1992).
5
La mayor parte de filósofos acepta no solo que compartimos una psicología popular
medianamente coherente, sino también que la aplicamos en nuestra vida cotidiana. Los 227
debates actuales se centran en si es probable que esta psicología popular sea suplan-
tada por una psicología fisicalista o si es que necesita ser validada por una psicología
fisicalista. Para una defensa de la naturaleza no eliminable y suficiente de la psicolo-
gía popular, véase Rudder, L., Saving Belief: A Critique of Physicalism, Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 1987. Como veremos, la mayoría de fisicalistas considera a
la psicología fisicalista como algo a qué aspirar, por lo que los científicos de las Ciencias
Humanas contemporáneos no tienen más opción que trabajar con la psicología popular
incluso si es que creen que una alternativa fisicalista eventualmente la suplementará.
el futuro–. Por ejemplo, cuando la gente hace cola una tarde fría y húmeda
con miras a comprar entradas para un partido de fútbol que tendrá lugar en
dos semanas, no hacen esto, usualmente, debido a que tengan el deseo de
estar en la cola, sino porque han ordenado sus deseos en un conjunto racio-
nal que les permite actuar en un ahora de acuerdo a un plan para el futuro.
La psicología popular caracteriza como intencionales las acciones humanas.
Desde esta perspectiva, las intenciones no pueden ser reducidas a deseos del
momento sino que son grupos más o menos consistentes de deseos agrupados
para sustentar planes futuros. La naturaleza intencional del comportamiento
consciente presupone, por tanto, que las personas organizan sus deseos en
grupos consistentes. Más aun, una vez que aceptamos que las intenciones
son conjuntos de deseos más o menos racionales, concedemos con ello que
las acciones inspiradas por las intenciones también deben ser más o menos
racionales. Si las acciones encarnan intenciones, y si estas intenciones son
más o menos consistentes, también las acciones deben ser más o menos con-
sistentes. Por lo tanto, nuestra caracterización del comportamiento consciente
como comportamiento intencional muestra que asumimos que es racional en
el sentido amplio en que es consistente.
Las Ciencias Humanas se apoyan en la presunción de la psicología
popular a favor de la racionalidad de las creencias y el comportamiento. La
forma estándar de explicación del comportamiento social, por tanto, tiene
una forma racional y contextualizante. Hay una serie de falacias usuales en
torno a lo que esto significa. En particular, algunos teóricos de la psicología
se acercan peligrosamente a plantear una falsa dicotomía entre “el animal que
desea” de Freud y “el animal egoísta” de la mayoría de los científicos de las
Ciencias Humanas, como si el no recurrir al Psicoanálisis fuese equivalente
a adoptar una psicología simplista y egoísta6. La psicología popular no nos
ofrece ninguna de estas alternativas radicales. Ella supone, más bien, explicar
el comportamiento y la conciencia humanos en términos de las razones que
las personas tienen para creer, querer o hacer lo que creen, quieren o hacen
desde su propia perspectiva. Dichas razones para una creencia, deseo o acción
230
dados pueden ser religiosas, morales, económicas o de cualquier otro tipo. La
psicología popular no supone que expliquemos las cosas usando un concepto
más rígido de la racionalidad que este, ni uno expresado en términos de lo
6
Cf. Gay, P., Freud for Historians, Oxford: Oxford University Press, 1985, p. 100.
7
Cf. Stone, L., The Family, Sex and Marriage in England 1500-1800, selección,
Harmondsworth: Penguin, 1979.
8
Ibid., p. 88.
9
Ibid., p. 93.
10
Ibid., p. 100.
11
Ibid., p. 178.
12
Ibid., pp. 421-422.
13
Cf. Stich, S., From Folk Psychology to Cognitive Science, Cambridge, Mass.: MIT Press,
1983.
14
Cf. Davidson, D., Essays on Actions and Events, Oxford: Clarendon Press, 1980.
15
Cf. Todd, J. y E. Morris (eds.), Modern Perspectives on John B. Watson and Classical
Behaviorism, Westport, Conn.: Greenwood Press, 1994. Lo que sigue concierne solo al
conductismo metodológico, y en ocasiones metafísico, que rechaza el uso de con-
ceptos que se refieren a estados mentales. No concierne a un conductismo ana-
lítico que acepta dichos conceptos pero los interpreta luego en términos de com-
portamiento (cf. Ryle, G., The Concept of Mind, Londres: Hutchinson Press, 1949).
aquel que aquí defenderemos. Se ha sugerido incluso que la fuerza del conduc-
tismo dentro de las Ciencias Humanas ayuda a explicar por qué el freudismo
16
ha suscitado un interés tan limitado . Sin embargo, ha habido una retirada
notablemente extensa del conductismo. La escuela de Chicago y, más recien-
temente, los teóricos del postestructuralismo y de la elección racional, cada
uno a su manera, han fijado la atención en la subjetividad y la agencia como
elementos moldeados por las prácticas, instituciones y estructuras sociales,
pero que también contribuyen a la transformación de estas últimas17. Todo
tipo de teóricos sociales contemporáneos intentan entender la vida social y el
cambio social explorando la conciencia y la agencia, algunos de ellos consideran
que ambas son socialmente construidas. Estas preocupaciones entrecruzadas
en torno a la subjetividad, la agencia, las prácticas y el lenguaje plantean las
preguntas acerca de cómo debemos entender la intencionalidad que usualmente
detectamos en el comportamiento humano y acerca de qué lugar darle a la
racionalidad y al inconsciente dentro de ella. Si el lugar del conductismo dentro
de las Ciencias Humanas contribuyó a una hostilidad hacia el freudismo, y si
el conductismo ha sido ampliamente desacreditado, entonces pareceríamos
estar ahora en un momento oportuno para preguntarnos, una vez más, acerca
del rol y el contenido que deberíamos atribuirle al inconsciente.
Al rechazar el conductismo y otras formas de positivismo, deberíamos
pensar las Ciencias Humanas como disciplinas que intentan normalmente
dotar de sentido a la conciencia y al comportamiento humanos usando la
psicología popular. Debido a que los científicos de las Ciencias Humanas usan
la psicología social, más aun, deberían darle prioridad conceptual a lo cons-
ciente y a la forma racional de explicación que subraya la consistencia interna
de las creencias o intenciones del agente en cuestión. Los científicos de las
Ciencias Humanas no pueden renunciar a esta forma racional de explicación
en favor de un concepto científico de la causalidad sociológica o psicológica
debido a que ello constituiría un error categorial –sería importar a la psicología
popular un determinismo que es incompatible con su propia naturaleza18–. De
236 16
Cf. Kitcher, P., o.c., pp. 186-190.
17
Ejemplos tempranos de intentos de vinculación entre Freud y, respectivamente, la
escuela de Chicago y el posestructuralismo, incluyen a Swanson, G., “Mead and Freud:
Their Relevance for Social Psychology”, en: Sociometry, XXIV, pp. 319-339; y Lacan,
J., “The Function and Field of Speech and Language in Psychoanalysis”, en: Ecrits: A
Selection, traducción de A. Sheridan, Londres: Tavistock, 1977, pp. 30-113. No conozco
ningún intento similar por parte de la teoría de la elección racional.
18
Cf. Ryle, G., “Categories” y “Philosophical Argument”, en: Collected Papers, 2: Collected
Essays 1929-1968, Londres: Hutchinson & Co., 1971, pp. 170-184 y 194-211.
19
Cf. Hartmann, H., Essays on Ego Psychology, Nueva York: International Universities
Press, 1964, p. 335.
20
Freud, S., A Note on the Unconscious in Psycho-analysis, en: CPW XII, p. 262. Cuando
Freud planteó por primera vez su concepto de represión, y por tanto de lo inconsciente,
en el trabajo que llevó a cabo con Josef Breuer sobre la histeria, definió lo que estaba
reprimido, y por ello lo que era inconsciente, como una “idea incompatible”, esto es, una
idea en conflicto con la autocomprensión, los valores, etc., del paciente (cf. Breuer, J. y
S. Freud, Studies on Hysteria, en: CPW II; y Freud, S., The Neuro-psychoses of Defence,
en: CPW III, pp. 41-61). Más adelante definió lo que se mantenía fuera como un impulso,
especialmente un impulso sexual, no como una idea, pero el impulso continuó siendo
excluido porque era incompatible con una parte de lo consciente. La detallada descrip-
ción de Freud de este conflicto cambió de algún modo una vez que se dedicó al estudio
de la sexualidad infantil. En general, sin embargo, la incompatibilidad se daba entre un
impulso sexual (típicamente enraizado, ya sea en un recuerdo posterior a la pubertad de
una experiencia de la infancia o en la propia experiencia de la infancia) y una evaluación
consciente en torno a la posibilidad de aceptar este impulso (cf. Freud, S., Introductory 239
Lectures on Psycho-analysis, en: CPW XV-XVI). La teoría de la mente tardía sostenida
por Freud trajo consigo un giro que supuso el paso del énfasis puesto en el conflicto en-
tre lo consciente y lo inconsciente al énfasis puesto en el conflicto entre el Yo y el Ello. El
Yo tomó el rol activo de lo consciente al reprimir las ideas o los impulsos que resultaban
incompatibles con él. Y el Ello fue presentado como la sede de estas ideas e impulsos, así
como de otras ideas y otros impulsos que el Yo no reprimía (cf. Freud, S., The Ego and
the Id, en: CPW XIX, pp. 1-66). Así, la idea de incompatibilidad siempre fue parte de la
definición freudiana de lo reprimido.
21
Gay, P., o.c., p. 187.
22
Gay ofrece el siguiente ejemplo de sobredeterminación . Los reformado-
res decimonónicos que combatían la prostitución se encontraban motivados
por un deseo consciente de rescatar a las mujeres “caídas”. Esta motivación
evoca el mandato consciente de “mejorar la mentalidad de las clases medias
decimonónicas”. Sin embargo, los reformadores estaban motivados, adicional-
mente, por “una idea inconsciente, la fantasía del rescate, el deseo de rehabi-
litar a los extraños, un disfraz para el aun más potente deseo de restaurar la
pureza de la madre que, pese a ser oficialmente un ángel, hace cosas terribles
y misteriosas con el padre detrás de las puertas cerradas del dormitorio”23.
En realidad, no podemos, por lo general, reconciliar explicaciones sobre
un mismo tema en términos de lo inconsciente y lo consciente apelando, como
lo hace Gay, a la sobredeterminación. No podemos reconciliarlas debido a que
lo consciente por sí solo es capaz de proporcionar una explicación suficiente
de las creencias y el comportamiento, de tal modo que la única evidencia que
podemos tener acerca de la relevancia de lo inconsciente es la evidencia que
muestra que la autocomprensión consciente es errada. Si las acciones de las
personas están en perfecto acuerdo con su autocomprensión consciente, no
tenemos evidencia a la cual podamos recurrir para decir que su autocompren-
sión es incorrecta y que, de hecho, actuaron por tal o cual razón inconsciente
–no podemos hacerlo precisamente porque la evidencia está de acuerdo con su
autocomprensión–. Por lo general, carecemos de razón alguna para postular
una creencia o un deseo inconsciente salvo que encontremos algún tipo de
conflicto entre la autocomprensión de las personas y lo que de hecho dicen o
hacen. Así, cuando explicamos las creencias o el comportamiento haciendo
referencia a lo inconsciente, necesariamente sugerimos que la autocompren-
sión de alguien es errónea, por lo que cualquier explicación de sus creencias
o acciones que haga referencia a su autocomprensión consciente también
sería errónea. Las explicaciones en términos de lo consciente y lo inconscien-
te difícilmente se complementan entre sí. Al contrario, por lo general entran
en conflicto, y es debido a esto que el principio de sobredeterminación tiene
poco que hacer aquí.
241
22
Cf. ibid., p. 189. A lo largo de este artículo, me refiero a los estudios psicoanalíticos en
las Ciencias Humanas únicamente como ejemplos para ilustrar argumentos filosóficos.
No quiero sugerir que todos ellos incurren en cada error que señalo.
23
Freud discute las fantasías del rescate en su obra Contribution to the Psychology of
Love I: A Special Type of Choice of Object Made by Men, en: CPW XI, pp. 163-75.
24
Cf. Loewenberg, P., Fantasy and Reality in History, Oxford: Oxford University Press,
1995, p. 102.
25
Cf. Breuer, J. y S. Freud, o.c., pp. 173-174.
26
Cf. Stone, L., o.c., p. 180.
27
Gay, P., o.c., p. x.
28
Cf. ibid., pp. 26, 96-97.
29
Freud, S., The Claims of Psycho-analysis to Scientific Interest, en: CPW XIII, p. 185.
30
Decir esto lleva a plantear la pregunta por qué constituye una explicación adecuada.
Me muestro reticente a presentar criterios específicos para determinar qué es adecuado,
debido a que parece probable que el que aceptemos o no una explicación como adecuada
depende de su relación con un cuerpo más amplio de conocimiento (cf. Bevir, M., “Ob-
246 jectivity in History”, en: History and Theory, XXXIII (1994), pp. 328-344). Esto sugiere
que los criterios apropiados para determinar qué es adecuado deben variar en función
del contexto de la explicación en cuestión.
31
Las dificultades de aplicar el Psicoanálisis más allá de lo psicopatológico podrían ayu-
dar a explicar por qué Freud se mueve con más o menos facilidad entre métodos cientí-
ficos razonables y especulaciones más cuestionables (cf. Glymour, C., “How Freud Left
Science”, en: Earman, J., A. Jarvis, G. Massey y N. Rescher (eds.), Philosophical Problems of
the Internal and External Worlds: Essays on the Philosophy of Adolf Grünbaum, Pittsburgh:
University of Pittsburgh Press, 1993).
32
Cf. Freud, S., The Psychopathology of Everyday Life, en: CPW VI; Introductory Lectures
on Psycho-analysis.
33
Cf. Freud, S., Notes upon a Case of Obsessional Neurosis, en: CPW X, pp. 153-318.
quien estaba celoso debido a una mujer. Freud, por tanto, concluyó que la
preocupación del paciente por deshacerse de su gordura era un síntoma psi-
copatológico de su deseo excesivo de destruir a su primo. Considérese también
una característica de la psicobiografía de Beethoven escrita por el profesor
Solomon34 (Freud describe el romance familiar35). Beethoven trató constante-
mente de mostrar que había nacido en diciembre de 1772 pese a que toda la
evidencia, incluyendo su certificado de bautizo, el cual pidió repetidamente
ver, mostraba que había nacido en diciembre de 1770. Solomon explica este
comportamiento psicopatológico en términos del “romance familiar”, el cual
tiene lugar cuando uno rechaza la autenticidad de sus padres al tiempo que
imagina que sus padres verdaderos fueron personas eminentes. Por supuesto,
uno podría no estar de acuerdo con la visión que tiene Freud acerca del Hom-
bre de las Ratas, o con la visión que tiene Solomon acerca de Beethoven, pero
aun así deberíamos conceder que ambos recurrieron al Psicoanálisis en un
momento legítimo, esto es, cuando se encontraron con una incompatibilidad
que inviabilizaba una explicación únicamente en términos de lo consciente.
El Psicoanálisis no tiene lugar más allá de lo anormal entendido en
términos de conflicto. Considérese el estudio de Leonardo Da Vinci, por con-
fesión propia especulativo, que Freud presenta36. Leonardo escribió acerca de
un recuerdo de su infancia en el que un ave volaba hasta su cuna, abría su
boca con su cola, y lo golpeaba alrededor de los labios. Freud asumió que el
ave era un buitre, el cual está asociado a la madre en la mitología egipcia y
luego se embarcó en una pieza típica de Psicoanálisis extremadamente aven-
turada sin base en un conflicto entre la autocomprensión de Leonardo y sus
acciones. La torpeza de las especulaciones de Freud se hizo evidente cuando
se descubrió que el ave era de hecho una cometa. Considérese también otra
característica de la psicobiografía de Beethoven escrita por Solomon. Beethoven
pasó mucho tiempo, hacia el final de su vida, tratando de que se lo nombre
guardián de su sobrino debido a que su cuñada era una madre inapropiada.
No importa si es que Beethoven estaba en lo correcto o no en cuanto a su
cuñada: en ambos casos no hay conflicto entre su autocomprensión y sus
248
acciones, por lo cual los científicos de las Ciencias Humanas no tienen moti-
vo alguno para recurrir a Freud. Pese a ello, Solomon insiste en explicar las
34
Cf. Solomon, M., Beethoven, Nueva York: Schirmer Books, 1977.
35
Cf. Freud, S., Family Romances, en: CPW IX, pp. 235-244.
36
Cf. Freud, S., Leonardo Da Vinci and a Memory of his Childhood, en: CPW XI, pp. 57-
146.
37
Cf. Freud, S., Totem and Taboo, en: CPW XIII, pp. 1-162; Civilisation and its Discon-
tents, en: CPW XXI, pp. 57-146.
250
38
Los cambios en el pensamiento de Freud en las diferentes etapas de su vida hacen di-
fícil presentar un resumen satisfactorio de su visión acerca de la neurosis, la represión,
lo inconsciente, etc. He intentado lidiar con este problema deduciendo esta presentación
inicial en gran parte de su obra más accesible, escrita en la plenitud de sus capacidades
(cf. Freud, S., Introductory Lectures on Psycho-analysis) y haciendo alusión a algunos de
los cambios en sus puntos de vista a medida que desarrollo mi crítica de los mismos.
39
Cf. Freud, S., Project for a Scientific Psychology, en: CPW I, pp. 281-397.
40
aparato mental, donde quiera que estas estén situadas en el cuerpo” . Por
otra parte, sin embargo, el fisicalismo del Proyecto claramente continuó in-
41
fluyendo en su pensamiento . De manera crucial, más aun, incluso si Freud
renegó del fisicalismo en ese entonces, su concepto de los instintos supone
una forma de positivismo social. Aquí podríamos contrastar el concepto de
un instinto entendido como algo biológicamente innato y que demanda algún
tipo de satisfacción, con el concepto de deseo, entendido como lo que sucede
que deseamos debido a nuestra constitución y circunstancias particulares.
Por supuesto que tenemos deseos fisiológicos, y estos influyen en nuestro
comportamiento, pero no podemos rescatar a los instintos de Freud asimi-
lándolos a necesidades. No podemos hacerlo, en primer lugar, porque los
instintos no están atados a la supervivencia del cuerpo a la manera en que lo
está la necesidad de alimentación, y, en segundo lugar, porque en principio
podemos sobreponernos a nuestras necesidades de una manera tal que les
niega cualquier poder de dominarnos, por ejemplo, cuando la gente entra
en huelga de hambre. La visión que tiene Freud de los instintos, pues, sigue
incorporando un positivismo inaceptable en tanto estos se presentan como
impulsos innatos que de manera inevitable influyen en el comportamiento de
una u otra manera. Ellos causan nuestro comportamiento en tanto ellos, y
no nuestras intenciones, lo explican mejor.
En sus años finales, desde aproximadamente 1920 en adelante, Freud
desarrolló una teoría estructural de la mente en la cual diferentes partes de
nuestra psique son impulsadas por formas de energía adecuadas a sus res-
pectivas funciones. El Ello consiste de los instintos que había identificado en
su período medio, el Yo se apoya en una suerte de libido desexualizado, y el
Superyó es impulsado por una parte del instinto de muerte que es proyec-
tado en los padres y otros semejantes durante la juventud42. También aquí,
por tanto, la teoría freudiana de la mente se apoya en una concepción de los
instintos que, como acabamos de ver, lo compromete con una forma de po-
sitivismo social. A lo largo de su vida, Freud buscó reemplazar el lenguaje de
una intencionalidad consciente con un lenguaje de causas ocultas. Siempre
251
permaneció atado a un intento positivista de explicar el comportamiento de
una manera contraria al lenguaje de la psicología popular.
40
Freud, S., The Unconscious, en: CPW XIV, p. 175.
41
Cf. Amacher, P., Freud’s Neurological Education and its Influence on Psychoanalytic
Theory, Nueva York: International Universities Press, 1965.
42
Cf. Freud, S., The Ego and the Id.
252
43
Una resistencia al positivismo de Freud en nombre de la psicología popular subyace a
la posición de Wittgenstein según la cual deberíamos describir la labor del psicoanalista
en términos de interpretación de significados antes que de diagnósticos de causas (cf.
“Conversations on Freud”, en: Wollheim, R. y J. Hopkins (eds.), Philosophical Essays on
Freud, Cambridge: Cambridge University Press, 1982, pp. 1-11).
44
Cf. Freud, S., Contributions to the Psychology of Love II: On the Universal Tendency to
Debasement in the Sphere of Love, en: CPW XI, pp. 177-190.
45
Cf. Freud, S., Beyond the Pleasure Principle, en: CPW XVIII, especialmente pp. 38-45.
46
El intento que emprende Freud de reducir lo inconsciente a instintos e impulsos in- 253
natos ha sido puesto en cuestión por diversos psicoanalistas prominentes, incluyendo a
Erich Fromm y a los teóricos de la lingüística y la narrativa que consideraré más adelan-
te. Intento utilizar esta consideración en torno a Freud no para refutar el Psicoanálisis
como tal, sino más bien para observar qué límites supone la aceptación de la psicología
popular para el concepto de lo inconsciente que podríamos adoptar.
47
Cf. Freud, S., Repression, en: CPW XIV, especialmente pp. 141-158.
48
Cf. Freud, S., Further Remarks on the Neuro-psychoses of Defence, en: CPW III, espe-
cialmente pp. 157-186.
49
La insistencia de Freud en la importancia fundamental de la infancia ha sido puesta
en cuestión por varios psicoanalistas prominentes, incluidos Adler y Jung. Una serie de
estudios psicoanalíticos prominentes en las Ciencias Humanas consideran de manera
semejante el modo en el que eventos posteriores a la infancia influyeron en el carácter de
aquellos a quienes estudiaron (cf. Erikson, E., Ghandi’s Truth: On the Origins of Militant
Nonviolence, Londres: Faber, 1970).
50
Cf. George, A. y J. George, Woodrow Wilson and Colonel House: A Personality Study,
Nueva York: Dover Publications, 1964.
Lenguaje y narrativa
51
Obviamente, no pienso que las alusiones de Freud a la Filología o al folklore nos de-
ban cegar frente a su positivismo. Para empezar, dichas alusiones no eran infrecuentes
entre los científicos positivistas de su época (cf. Kitcher, P., o.c.). Además, pese a que
Freud sin duda se enfrascó en la interpretación, parece, como he sugerido previamente,
haber concebido dicha interpretación en términos positivistas con respecto tanto a sus
teorías subyacentes como a los estándares de evidencia. Freud, como los teóricos de la
narrativa considerados más adelante, parece haber pensado que la interpretación, o la
narrativa, no constituía una forma adecuada de explicación. Sin embargo, mientras que
los narrativistas tienden por ello a divorciar el Psicoanálisis de la explicación, Freud
buscó cimentar sus interpretaciones con formas de explicación basadas en el positivis-
mo o incluso en el fisicalismo (cf. Freeman, M., “Between the ‘Science’ and the ‘Art’ of
Interpretation: Freud’s Method of Interpreting Dreams”, en: Psychoanalytic Psychology,
VI (1989), pp. 293-308; y, para un estudio más general de la naturaleza limitada de las
tomas de distancia freudianas frente al positivismo, cf. Breger, L., Freud’s Unfinished
Journey: Conventional and Critical Perspectives in Psychoanalytic Theory, Londres: Rout- 257
ledge & Kegan Paul, 1981).
52
Entre las muchas razones del creciente interés por tales asuntos, podemos mencio-
nar no solo el impacto de otras disciplinas –tales como la Filosofía y la Literatura– sino,
también, el rol en declive que juega el Psicoanálisis en la sociedad y especialmente las
dificultades a las que se enfrenta el psicoanalista debido al surgimiento de medicación
relativamente barata y de bajo riesgo. Una respuesta de los psicoanalistas a este tipo de
terapias psicofarmacológicas ha sido enfatizar la naturaleza interactiva, conversacional
y dialógica de su práctica.
258
53
Cf. Roudinesco, E., Jacques Lacan, Cambridge: Polity Press, 1997.
54
Lacan, J., “Seminal on ‘The Purloined Letter’”, en: Yale French Studies, XLVIII (1956),
pp. 40-64, p. 40.
55
Pese a que el uso que hace Lacan de la Lingüística Estructural domina el campo, otros
psicoanalistas han bebido de otras teorías tales como la Gramática Transformacional de
Chomsky (cf. Edelson, M., Language and Interpretation in Psychoanalysis, New Haven:
Yale University Press, 1975).
56
su concepto del lenguaje . Por un lado, Lacan parece por momentos evocar al
lenguaje solo para llamar nuestra atención sobre las experiencias psicológicas
que tenemos del yo, los otros y los objetos. El lenguaje aparece aquí como un
vehículo a través del cual las personas expresan sus creencias y deseos cons-
cientes e inconscientes. Si entendemos a Lacan de esta manera, su alusión al
lenguaje representa un rechazo del positivismo, pero no la oferta de una forma
particular de explicación de las creencias y los deseos que el sujeto expresa
a través del lenguaje. Así, nos permite hacer uso de la psicología popular en
nuestra explicación estándar del comportamiento social. Por otra parte, sin
embargo, la deuda de Lacan con el estructuralismo parece por momentos
llevarlo a concebir el lenguaje como un sistema abstracto que gobierna sus
propias performances y que, al hacerlo, establece o incluso dispersa al sujeto.
El lenguaje aparece aquí como un tipo de estructura que explica el carácter
y el significado de afirmaciones particulares. Si entendemos a Lacan de este
modo, su alusión al lenguaje apunta a un intento de explicar las afirmaciones
y el comportamiento por medio de la referencia a una estructura inherente a
lo inconsciente e incluso al lenguaje mismo. El problema con dicha estruc-
tura es que parece estar en conflicto con la explicación social estándar, dado
que produce una forma estructural de explicación y no una forma racional y
contextualizante de explicación basada en la psicología popular.
Así, mi posición obliga a los lacanianos a que examinen el concepto
de un lenguaje de un modo tal que sea compatible con la psicología popular.
Deberían ocuparse de las creencias y de los deseos, y no solo del lenguaje
en que estos se expresan. Y deben explicar dichas creencias y dichos deseos
haciendo referencia a la agencia influida por las tradiciones sociales, y no a
una estructura determinante.
Los teóricos narrativistas del Psicoanálisis usualmente toman distancia
tanto del estructuralismo como del positivismo. Influenciados por la posmo-
dernidad, los teóricos narrativistas comúnmente tratan de separar el Psicoa-
nálisis de la creencia en una realidad objetiva a la que puede accederse por
medio de la memoria y la interpretación en el marco de un encuentro clínico,
259
pese a que algunos comentaristas sostienen que todavía permanece en ellos
un vínculo remanente con la misma realidad que buscan negar57. Donald
56
Cf. Fink, B., The Lacanian Subject: Between Language and Jouissance, Princeton:
Princeton University Press, 1995.
57
Cf. Spence, D., Narrative Truth and Historical Truth: Meaning and Interpretation in
Psychoanalysis, Nueva York: Norton & Co., 1982; Schafer, R., Retelling a Life: Narration
and Dialogue in Psychoanalysis, Nueva York: Basic Books, 1992; y para comentarios al
respecto, cf. Moore, R., The Creation of Reality in Psychoanalysis, Hillsdale, N.J.: Ana-
lytic Press, 1999.
58
Spence, D., o.c., p. 180.
59
Cf. Bevir, M., “Historical Explanation, Folk Psychology, and Narrative”, en: Philosophi-
cal Explorations, III (2000), pp. 152-168.
60
Cf. Gay, P., o.c.
262