Las Visiones Sobre El Problema de Tierras y Los Procesos Reformistas

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Capítulo 5

Las visiones sobre el problema de tierras y los


procesos reformistas

Sobre estos temas las visiones se centran en consideraciones so-


bre los modelos deseados de desarrollo para el sector rural y en
las disputas entre ellos. Un ejemplo es la discusión surgida en los
años sesenta del siglo pasado entre Lleras Restrepo y Lauchlin
Currie sobre la propuesta de la Operación Colombia, cuando se
discutía sobre la reforma agraria. Apreciaciones críticas como las
de Antonio García han sido muy útiles para la discusión sobre el
modelo de desarrollo y el crecimiento en el sector. Y los conceptos
de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO), coordinados por Lleras, sobre una refor-
ma agraria democrática como requisito esencial del desarrollo y
principalísimo instrumento de justicia social han sido referentes
básicos para los aportes de muchos de los autores reseñados en
esta sección.

En la década de los sesenta, Ernest Feder criticó la propuesta de


Currie y su visión sobre el problema agrario. En “El cumplimiento
de la reforma agraria” [1965] fue claro al señalar: “Un plan de
migración rural para resolver el problema agrícola hace surgir
falsas esperanzas”, pues desconoce que la reforma agraria, al crear
granjas familiares, es un paso directo para incrementar el empleo
rural. “En conclusión, debe recordarse que la reforma agraria
se ocupa de la redistribución de oportunidades económicas. La
migración rural-urbana no es, en consecuencia, una alternativa
para la reforma agraria, ya que ella deja intactas las “injusticias en
la agricultura” [Feder, 1965, 626].

Hernán Toro Agudelo, Ministro de Agricultura en los inicios del


Frente Nacional [1965], hizo una férrea defensa de la reforma

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

agraria y criticó la propuesta de Currie por no afectar los


intereses de los terratenientes y copiar el modelo de agricultura
norteamericano, considerado inconveniente y no aplicable por el
gran atraso de este sector en Colombia. Decía que los opositores
a la reforma, en lugar de hacer una oposición frontal a la ley,
habían cambiado de estrategia al atacar la posibilidad de que se
cumplieran las normas aprobadas.

Alberto Aguilera Camacho [1965] era claro en su visión sobre


lo que representaba la ley: “La ley no es una creación de la
mente del legislador, sino una incorporación a la vida jurídica
de las necesidades de un pueblo en un momento determinado
de su historia. Ella obedece a una razón de carácter social y sus
soluciones tienden a modificar situaciones de hecho” [Aguilera,
1965, 663]. Aguilera se adelantó a las conclusiones del Comité
que evaluó el proceso reformista durante 1970, al señalar que los
objetivos de la ley de reforma agraria se habían desviado hacia
el fomento agrícola, lo cual significaba más beneficios para los
actuales detentadores de la propiedad rural, en lugar de cambiar
la estructura social agraria.

En la polémica con los opositores de la reforma a comienzos de


los años sesenta y con el mismo Incora intervino también Dale.
W, Adams, quien se propuso mostrar que el problema sí era el
latifundio y no el minifundio, y que sí había concentración
de la propiedad de la tierra. Por ello hizo una dura crítica al
controvertido informe del Incora de 1963 [Adams, 1965], donde
el Instituto llegó a afirmar con base en datos con un valor limitado
(referidos al café, el tabaco y el algodón) que en Colombia
predominaban las unidades menores de 100 hectáreas. En el
informe de actividades de 1963 dice Adams que el gerente del
Incora afirmó “El minifundio y la mediana propiedad –de hasta
100 has.- constituyen el patrón predominante en la propiedad
rural [y que] en Colombia no existe un monopolio de la tierra
[…].

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Capítulo v

En la vasta obra de Antonio García se encuentran innumerables


referencias al problema agrario latinoamericano y a la necesidad
de emprender una reforma agraria como un proceso de
transformación social y política en el contexto de los años
sesenta. Quizás resume su visión este enunciado: “la definición
de la estructura agraria como aquella que más impide la plena
liberalización de las fuerzas sociales internas, la integración
nacional, la industrialización acelerada y la ampliación de las
bases sociales de sustentación del Estado Democrático” [García,
1970, 10].

A comienzos de los ochenta García se preguntaba si estaba vigente


la reforma agraria. Para él los problemas que la justificaban
no habían cambiado y la dinámica del subdesarrollo agrario, o
de la expresión de la miseria rural, no podía resolverse con el
modelo casual, convencional y burocrático de la Alianza para
el Progreso. Indicaba García que el fracaso de ese programa le
hizo perder a Latinoamérica casi dos décadas de esfuerzos y de
expectativas, y abrió las puertas de las falsas pistas de la propuesta
de desarrollo rural integrado como sustituto de la reforma agraria.
Por ello sostenía que la reforma debía adelantarse con base en la
experiencia y las realidades de los países, asumiendo el concepto
de modelos operacionales de la reforma agraria para replantear
el problema en nuevos contextos y con nuevos parámetros. Esta
fue quizás la propuesta y visión de la reforma más sugerente
elaborada en ese contexto de inicios de los ochenta.

Antonio García sugirió una estrategia de acción directa y frontal,


así como una aproximación indirecta, acercándose por diversas
vías y métodos, de abajo hacia arriba y de la periferia hacia el
centro. Ello implica adoptar elementos sencillos como:

“adopción del área como unidad operacional; planificación del


esfuerzo de desarrollo a partir de la acción centrada en diversos ti-
pos de área; concentración de recursos tecnológico-financieros en
el sistema de áreas, bien se trate de recursos originados en el Estado

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

o en las propias comunidades campesinas o en otros sectores de la


sociedad; acción simultánea sobre el aparato productivo y sobre la
economía de mercado, en las diferencias instancias y niveles; asig-
nación de un papel central o protagónico al sistema de empresas
campesinas asociativas de cualquier tipo […]; desarrollo progresivo
de la capacidad organizativa y gerencial del campesinado, transfor-
mándole –del recurso más devaluado y deteriorado del campo- en
una de las fuerzas motoras del desarrollo rural y de la planificación
en la base” [García, 1982, 121-122]

Por su parte, Carlos Lleras Restrepo, como presidente del Comité


Especial de la FAO sobre Reforma Agraria nombrado en 1969,
presentó en su informe al Director General de la FAO unas
consideraciones que permiten visualizar su concepción sobre la
reforma agraria [Lleras, 1982, 290-361]. Enuncia que una reforma
agraria democrática es un requisito esencial del desarrollo y
principalísimo instrumento de justicia social y, por ello, no se la
puede concebir independiente del proceso general de desarrollo.
Es claro al reiterar que el simple cambio de la tenencia de la
tierra no es por sí mismo un objetivo ni es suficiente para lograr
el desarrollo; esos cambios deben estar acompañados por otros
de carácter institucional y de medidas complementarias de muy
variado orden.

La reforma, a la luz de las experiencias tiene entonces el objetivo


de “servir como un instrumento de equitativa redistribución
y como un vehículo para aumentar la productividad y obtener
aquel mejoramiento”. En ese sentido, la reforma abarca cambios
en tres estructuras: la tenencia de la tierra, la producción y
la de servicios auxiliares. Y agregaba que la reforma como un
instrumento del desarrollo para beneficio de la gran masa de
la población no consiste solamente en el aumento del ingreso
global, “sino esencialmente en la transformación del pueblo y en
la redistribución del poder económico, social y político” [Lleras,
1982, 299-300].

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Capítulo v

Las visiones sobre el tema también se expresaron en el debate


realizado por Fedesarrollo a fines de los años ochenta. Por
ejemplo, la visión de las políticas la presentaba Machado así: “El
sector agropecuario fue en esas condiciones víctima del reformismo, en
cuanto se le exigió todo el esfuerzo, mientras el sector industrial, comercial
y financiero seguía explotando al campo con la venia de los gobiernos.
No se plantearon reformas para estos sectores que hicieran compatible la
reforma agraria con el desarrollo de toda la economía ” [Machado, 1987,
14]. Agregaba que además, los proyectos caían nuevamente en
una visión parcial y ahistórica del problema; se centraban en el
prurito de la distribución por la distribución, con improvisaciones
y procedimientos que asustaban y amenazaban a los terratenientes
e inversionistas; y además creaban ilusiones como estrategia
política para calmar convulsiones sociales.

Y Lleras, basado en las experiencias de procesos reformistas en


todo el mundo, señalaba que la reforma requería de una decisión
de carácter político que conllevaba a una redistribución del
poder; y que:

“el cambio en la estructura de la tenencia debe realizarse tan rá-


pidamente como sea posible, sin esperar a que pueda contarse con
todos los recursos y medios que se requieren para complementar ese
primer paso. Este tiene una dinámica propia que lleva a que la re-
forma se complemente progresivamente, a un ritmo cada vez más
acelerado” […] “La reforma agraria no es sinónimo de desarrollo
rural ni del ordenamiento racional del territorio, pero una de sus na-
turales consecuencias es la de promoverlos o darles un impulso más
vigoroso, como lo prueba la experiencia de muchos países” [Lleras,
1982, 301-302].

El Comité de la FAO consideraba la reforma como una cuestión


urgente por las escasas metas obtenidas en los años sesenta en la
mayoría de las países, el aumento de las brechas entre pobres y
ricos (entre países y al interior de ellos), el desempleo crónico
y el subempleo en aumento, las diferencias en el ingreso rural-

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

urbano, la sub-alimentación de los pobres, el bajo desempeño


industrial y otros factores.

La visión de un representante de la SAC sobre este tema -expuesta


por Darío Bustamante [1987]- cuando se discutía el proyecto
de ley de la administración Barco era que “en las condiciones
actuales del desarrollo del país es claro que el problema de acceso
a las tierras, no es ni masivo, ni el más importante del agro”
[Bustamante, 1987, 109]. Y agregaba que la función requerida
del sector agropecuario en el desarrollo era incompatible con
un esquema de producción campesina tradicional. También
señalaba el hecho, ya notorio, de que cada vez más el capital y
la tecnología adquirían mayor importancia que la tierra como
factores de producción. Por ello su apreciación era que los
principales problemas del sector no se resolverían con la reforma
agraria, tales como costos de producción, comercialización,
agroindustria, inversión, agricultura campesina y tenencia y uso
de la tierra. Este punto de vista contrasta, por ejemplo, con el
expresado por Gabriel Rosas [2005].

Bustamante no niega la presencia de problemas relativos a la


tenencia y uso del suelo, pero los relativiza como hace CEGA en
el editorial de su revista Coyuntura Agropecuaria de septiembre
de 1986. Señala, por tanto, que esos procesos se han convertido
en un problema político grave, que contribuye a la inseguridad
rural y a la desestabilización del país, por lo cual concluye sobre la
necesidad de una reforma agraria parcial, concebida así:

1) Como una reforma selectiva y regionalizada para campesinos


de zonas donde haya una presión crítica sobre la tierra y
aplicada donde se pueda mejorar su uso, con un enfoque de
pequeños empresarios;
2) Un programa ambicioso de crédito para compra de tierras a
minifundistas que formen unidades de explotación viables;
3) Inversión pública y rehabilitación para dignificar la vida
campesina.

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Capítulo v

Una visión que coincide en buena parte con la de Bustamante


es la de Ricardo Villaveces en “De nuevo la reforma agraria”
[Fedesarrollo, 1986]. Para él es poco probable que el reparto de
la tierra entre campesinos pobres tenga un impacto significativo
en las condiciones de pobreza de los menos favorecidos en las
zonas urbanas donde se concentra cuantitativamente el mayor
número de pobres. El efecto puede ser más importante en la
pobreza rural. Dice que un problema básico es el del tamaño de las
explotaciones, lo que sugiere buscar programas de agregaciones
antes que de reparto, y de cubrir las carencias de otros recursos
(crédito, tecnología, insumos). Comenta que el proyecto del
gobierno Barco carece de una visión integral del problema,
pues la sola tierra no resuelve el problema, se requeriría además
incrementar el ingreso de los consumidores urbanos.

Villaveces también cuestiona la idea de pretender convertir a


toda la población rural en empresarios agrícolas, pues ello sería
como pretender convertir a todos los empleados urbanos en
microempresarios. Le parece, pues, muy discutible lograr mejoras
sustanciales con la distribución de tierra, si no se hacen otros
ajustes en el resto de la economía. Y concluye que “el enfoque
agrarista de centrar la política en la repartición de tierras y buscar
fundamentalmente una consecución rápida de este objetivo
parece una visión un tanto anacrónica del tema” [Villaveces, 1986,
28]. Además, dice el autor que la reforma agraria encontraba más
justificación cuando la mayor parte de la población se ubicaba en
zonas rurales y no a mediados de los ochenta cuando se había ya
reducido la presión sobre la tierra.

Dentro de esa óptica, Villaveces indicaba que “el gran aporte de


la reforma agraria a la erradicación de la pobreza absoluta es
pues discutible y sólo evidente en casos muy particulares, siempre
y cuando la distribución de la tierra vaya acompañada de otra
serie de elementos y acciones complementarias”. Por eso anota
que el proyecto presentado por el gobierno de Barco tenía una
justificación más política, al estar enmarcado en los acuerdos

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

de paz y formar parte del catálogo reivindicativo de todos lo


movimientos de izquierda de origen agrario. Para Villaveces la
reforma agraria bien puede valer la pena por la reconciliación a
obtener, pero no es razonable el argumento del impacto sobre la
pobreza.

Dentro de las visiones sobre el problema de tierras a fines de la década


del ochenta merecen mencionarse las del grupo de investigadores
de CEGA. La entidad era partidaria de una reforma no limitada
a crear nuevas unidades de subsistencia, sino a buscar unidades
con capacidad de acumulación y progreso con servicios de apoyo
colectivos para formar empresas. Advertía que el país disponía de
pocas tierras mecanizables y no se podía dar el lujo de destruir la
pequeña producción, “única que puede aplicar masivamente las
tecnologías intensivas en mano de obra” [CEGA, 1988].

De otra parte, esa entidad indicaba que “fuera de las áreas


campesinas, los problemas clásicos del latifundio y de las formas
arcaicas de explotación del trabajo han perdido importancia,
salvo casos aislados. En su lugar aparecen otros problemas como
la falta de concordancia entre la disponibilidad de tierra y de
capital a nivel individual, el drenaje de recursos del campo a la
ciudad debido a una persistente actitud rentista y extractiva que
obstaculiza la reinversión y el desarrollo de zonas rurales” [CEGA,
1988, 118].

Al criticar el arrendamiento como mecanismo de extracción


de excedentes reinvertibles, que sólo servían para financiar
actividades y consumos urbanos, CEGA señalaba:

“El ausentismo en sí ya no es problema, sino la actividad rentística.


Por ello es conveniente buscar la unidad de propietario y productor,
sea en la misma persona natural o bien en sociedades donde la tierra
sea parte del capital social. No sirven formas de arrendamiento dis-
frazadas de aparcería para beneficiarse de la exclusión de acciones
de reforma agraria como estipula la ley 6 de 1975” [1988, 118-119].

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Capítulo v

Y la entidad hacía una advertencia que no puede perderse de


vista: “nunca una solución adecuada al problema agrario, desde
el punto de vista del desarrollo, provino de políticas y estrategias
únicas. El reconocimiento de la complejidad económica y social
de la estructura agraria y su funcionamiento, demanda una gran
dosis de ingenio” [CEGA, 1988, 124]. Para ello se requiere tener
una “imagen objetivo” de la estructura agraria, la cual, como se
indicó, consiste en una estructura cuyas relaciones de tenencia
y distribución de la tierra favorezcan la reinversión productiva
de su excedente (unidad productor propietario); la creación de
condiciones para que los pequeños accedan a recursos productivos
y de mercado con generación y acumulación de excedentes; y
donde se combine la acción directa del Estado con mecanismos de
mercado para acondicionar la estructura agraria para el desarrollo.

Las diferencias de visiones del problema han sido recogidas


también por Oscar Delgado en “Estructuralistas y neoclásicos en
el campo” [1987], texto que tiene similitudes con el de Gonzalo
Suárez [2004]. Allí precisa que el modelo neoclásico se caracteriza
por las ignorancias deliberadas, tales como los tipos de fincas,
desempleo y sub-empleo, la distribución del control sobre los
medios de producción como independientes de la asignación
de recursos, así como la consideración de que la distribución
de la producción y el ingreso es también independiente del tipo
de finca. Por su parte, los estructuralistas han verificado que la
asignación de recursos no puede separarse de la distribución de la
tierra y demás actividades, ni de la organización de la producción.
“La formas de apropiación del excedente no necesariamente
siguen los dictados de la eficiencia y el papel del Estado en la
acumulación es más económico que explícitamente coercitivo.
Las relaciones sociales de producción determinan las formas del
cambio tecnológico y pueden inhibir la acumulación” [Delgado,
1987, 129-130].

El pensamiento estructuralista mantiene la versión revisada de la


renta ricardiana y hace el hallazgo de que si bien los mercados de

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

tierra y crédito pueden ayudar a debilitar la dependencia entre el


uso de los recursos y la organización de la producción y distribución
de la riqueza, de otra parte el influjo de la desigualdad de activos y
los tipos de fincas persistirá fuertemente en el proceso de desarrollo.

Juan Manuel Ospina [1988] en “¿El problema agrario: problema rural


o problema urbano?” opina, como lo han hechos otros, que es una
bandera política demagógica plantear que el problema de los
campesinos sin tierra se resuelve acabando con el latifundio. Le
da importancia al conocimiento sobre la dinámica de la estructura
agraria para formular propuestas de políticas, por ello valora el
análisis realizado por CEGA [Lorente et al., 1985], haciéndose
partícipe de su visión sobre el problema y las propuestas. La
conclusión de CEGA es que la violencia rural no es consecuencia
directa de la propiedad ni de una fuerte presión demográfica sobre
la tierra. Parece ser, en cambio, típica de una fase de transición
donde hay expansión del área de fincas grandes, pero más aún
de medianas y pequeñas, donde hay inmigración o asentamiento
reciente que genera movilidad y desajustes de orden social, y
donde aún no hay un adecuado registro de propiedad.

Darío Fajardo [1996] se pregunta: ¿qué espera el país de la


reforma? Su respuesta es, en primer término, un sector campesino
reformado con mayor participación en la oferta de productos
agropecuarios, inscritos en cadenas agroindustriales que a su vez
pueden convertirse en ejes de articulación interregional. Otra
expectativa es la generación de empleo e ingresos rurales; la
sostenibilidad ambiental; el freno a los procesos de colonización en
áreas frágiles y la ubicación de población en zonas desarticuladas
de los mercados; la racionalización del uso de la tierra al interior
de la frontera agrícola; además de la búsqueda de la paz vía las
negociaciones políticas, incorporando el campo en un proyecto
de desarrollo con democracia.

En otro texto, “La situación del campo colombiano”, Fajardo había


propuesto una visión sobre el problema al referirse al proceso de

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Capítulo v

descentralización y los cambios en la distribución espacial de la


población. Allí concibe la reforma agraria como “Un conjunto
de estrategias e instrumentos aplicados para la adecuación de las
estructuras productivas del campo al desarrollo nacional, bajo
el criterio de la descentralización y la búsqueda del equilibrio
regional” [1987, 155].

Y en uno se sus más recientes artículos “La reforma agraria como


alma en pena” [Fajardo, 2008] sintetizó su visión del problema de
tierras en el país, al afirmar que:

“Al haberse constituido en la base del poder político, ella determi-


na la estabilidad de las comunidades, así como el acceso y el manejo
de recursos productivos y ambientales fundamentales. Superar la ex-
clusión económica y política implica eliminar los monopolios sobre
la propiedad territorial y democratizar el acceso a la tierra mediante
arreglos fiscales que graven su uso inadecuado y sancionen de veras
su apropiación violenta e indebida”.

Este carácter político de la propiedad rural lo había enunciado ya


en el 2005 cuando la Contraloría General de la República propuso
un debate sobre la cuestión de la tierra [Fajardo, 2005], con esta
polémica afirmación: “[…] la concentración de la propiedad
forma parte del proyecto político vigente”.

Adicionalmente, indica que la llegada de la crisis económica al


país hace que éste necesite de políticas, estrategias e instrumentos
dirigidos a equilibrar el acceso de la población a los activos
productivos y a los servicios básicos para mejorar la calidad de
vida, superar la pobreza y asegurar el aprovechamiento sostenible
de los ecosistemas.

Manuel Ramos, en “Reforma Agraria un repaso a la historia” [2001],


al analizar los diferentes criterios de los expositores, califica
la modalidad colombiana como una “reforma agraria aparente”
orientada hacia objetivos formales y limitados de cambio, donde

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

las fórmulas diseñadas para resolver la cuestión agraria desde años


atrás no eran las más adecuadas. Se trataba de un “conservadurismo
agrario” en la forma “colonización-parcelación insignificante”,
que mantenía el statu quo en las relaciones sociales, o una reforma
agraria marginal, como la denominó Antonio García [2001, 113].
La visión de Ramos sobre la reforma es contundente:

“al igual que en 1936 la clase dirigente buscaba la manera de


producir una calculada y limitada variación y adecuación en la es-
tructura agraria, que no afectara ni llevara a bordes peligrosos la
conservación del sistema. Como queda visto, más que un proyecto
de solución del problema agrario, lo que estaba implícito era un
plan de economía urbana, que de alguna manera buscaba frenar
a un campesinado curtido y desconfiado, recurriendo a la hábil
maniobra de otro pacto político. La ley 135 de 1961, al igual que las
demás leyes de reforma agraria que se han expedido, fue el produc-
to de la transacción de una alianza de clases, no dispuesta a hacer
mayores concesiones, y es por ello que los mecanismos legales que
se previeron desde un principio, en especial para la adquisición de
tierras, la expropiación y la extinción de dominio, además de de-
morados, tendenciosamente concebidos y meticulosamente redac-
tados, de manera que todo el procedimiento quedara escrito en la
ley y nada se dejara a la imaginación del funcionario que redactara
el reglamento, apenas afectaron la gran propiedad y mucho menos
las tierras de las regiones donde se hallaba la agricultura comer-
cial” [Ramos, 2001, 116].

Y sobre la ley 4ª y 5ª de 1973, Ramos anota cómo esa legislación


agraria se acomodaba al modelo de desarrollo que se trataba de
establecer (incentivar exportaciones, acelerar la migración rural-
urbana, intensificar la inversión capitalista en el campo, aumentar
la productividad y garantizar los derechos de propiedad). Termina
diciendo que mientras no se adelante una verdadera reforma
agraria “no podrá avanzarse en el proceso de reconstrucción de la
sociedad rural, de superación de la violencia y de promoción del
desarrollo integral” [Ramos, 2001, 150]

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Capítulo v

Por su parte, Machado ha indicado que el país se durmió en


el discurso de la vocación agrícola y no se preocupó por las
consecuencias del crecimiento excluyente, con un Estado confiado
en que el mercado resolvería las fallas de acceso a los recursos y
de un mercado confiado en que el Estado crearía las condiciones
para que el sector privado avanzara en un proceso de desarrollo
sostenido [Machado 2001]. Por ello afirma que el proceso de
conformación de la propiedad rural, por lo general por métodos
violentos, es una buena muestra de la falta de visión del Estado y
la sociedad sobre un ordenamiento adecuado en el acceso y uso
de los recursos para el desarrollo. Y atribuye a múltiples factores
el fracaso de la reforma en Colombia, indicando en particular:

“la falta de una visión estructural y de largo plazo de la agricul-


tura, por la incapacidad de tomar decisiones para modificar las re-
laciones de poder, por la defensa de los intereses de los grupos más
privilegiados, por la insuficiencia de recursos, por la carencia de una
visión compartida sobre el desarrollo, por el desconocimiento que
tiene la sociedad sobre la importancia de lo rural y de la pequeña
producción para el desarrollo y la estabilidad democrática y por mu-
chos otros factores” [ Machado, 2001, 41].

Gonzalo Suárez [2004], en su presentación de las tendencias


en la discusión académica sobre la política de reforma agraria,
“Reforma Agraria en Colombia. Una aproximación desde la academia
1986-2002”, recuerda que Antonio García consideró siempre la
reforma colombiana como marginal, pues conservaba el statu
quo a partir de medidas como la colonización, la adecuación de
tierras, la parcelación marginal de latifundios, la expansión de la
frontera agrícola y la operación dentro de normas tradicionales
del mercado de tierras. Y recoge el concepto de García de que la
reforma agraria debe entenderse como “un proceso estratégico,
en cuanto supone y comprende tanto la actividad del Estado,
como la movilización simultánea y conflictiva de las fuerzas
sociales protagonistas del cambio rural”. García, en opinión de

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

Suárez, había construido una teoría social en la que la reforma


agraria se traduciría en un cambio estructural.

Suárez clasificó 16 autores con un enfoque redistribucionistas


frente a sólo 8 partidarios de la operación del mercado o
neoclásicos. Anota las gamas entre los autores partidarios de la
redistribución con intervención del Estado (desde el marxismo
hasta los neoinstitucionalistas) y las visiones del mercado donde
identifica los que defienden a rajatabla la concepción neoliberal
(óptica de la eficiencia, la productividad y la competitividad), así
como de quienes creen que bastan algunos ajustes institucionales
para mejorar la eficiencia del mercado, usando la planeación
estratégica y la intervención estatal vía el ordenamiento territorial.
A ello se agregan nuevos conceptos sobre el uso de la tierra,
relacionados con el conocimiento y los mercados de uso de los
derechos de propiedad [Suárez, 2004, 193].

Gabriel Rosas [2005] se pregunta: ¿cuál es la estructura agraria


que requiere el país para un desarrollo equilibrado y sin
conflictos? En la respuesta es claro en señalar que no puede ser la
estructura bimodal y un uso inapropiado de la tierra. Considera
que “el problema agrario en Colombia es el problema de todos,
así no se quiera reconocer esa realidad”. Y añade, como lo han
anotado otros, que el problema no es técnico o de falta de
recursos financieros, sino político y de concepción de las políticas
macroeconómicas y sectoriales.

También considera Rosas que la reforma es necesaria porque


no han cambiado las condiciones estructurales en el campo
que obstaculizan el desarrollo y que, por lo tanto, es necesario
desmontar los factores que alimentan la concentración de
la propiedad rural, pues no basta la redistribución, como lo
plantea también Machado [2005]. Para Rosas la solución es una
reconversión amplia del sector rural con la promoción de formas
asociativas de producción y la superación de las restricciones
actuales de acceso a tierra y capital. Fortalece su punto de vista

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Capítulo v

al añadir que el desarrollo de las regiones es el núcleo esencial


de la solución al buscar en su propio entorno la diversificación
y la complementación entre actividades viables. Además, se
requiere una integración vertical de la agricultura con la
industria y el comercio, al tiempo de conseguir un proceso de
crecimiento endógeno. De ello no puede estar ausente el objetivo
de la redistribución de oportunidades para los productores más
pequeños. Para darle sentido a la propuesta, Rosas retoma el
concepto de ruralidad y territorio para privilegiar lo territorial
sobre lo sectorial. Lo más importante para Rosas es que ello “debe
inscribirse en el contexto de los espacios de la economía política
y no tanto de la política económica”. Se necesita que surja de un
consenso nacional que marque una pauta para el desarrollo.

Carlos Ossa, en “La solución del conflicto colombiano está en el campo”


[2000], refuerza los propósitos de la reforma agraria basándose
en la experiencia internacional. Afirma sobre esas bases que la
distribución equitativa de la tierra se constituye en un importante
factor de crecimiento. Y su visión es que el actual conflicto
colombiano tiene profundas raíces en la evolución de la estructura
rural. “Es claro que los procesos de paz no podrán avanzar sin
el debate sobre la reforma agraria y un acuerdo razonable y
responsable sobre el futuro de nuestro agro y la sociedad rural”.

Por último, Manuel Rojas [2001] alcanza a introducir el enfoque


de “nueva economía de la desigualdad”, que dirige su mirada
al análisis de los problemas del desarrollo generados en la
creciente pobreza y desigualdad, particularmente en el sector
rural. Según Rojas, el nuevo paradigma de la Reforma Agraria
se fundamenta en tres razones teóricas: la relación inversa entre
el tamaño de la explotación y el valor agregado por superficie;
la ausencia de economías de escala en la producción agrícola; y
los incentivos de la agricultura familiar para el trabajo. Este es un
modelo sustentado en la eficiencia del mercado y el fracaso de la
intervención del Estado en la redistribución de la propiedad y la
búsqueda de relaciones de equidad y bienestar en el sector rural.

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Las visiones sobre el problema de tierras y los procesos reformistas

Se trata de una reformulación del papel del Estado, “en el sentido


de construir instituciones capaces de endogenizar los procesos de
transferencia de la propiedad y de abrirle opciones a la pequeña y
mediana agricultura para alcanzar su competitividad”.

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