Historia de Las Literaturas en El Peru V
Historia de Las Literaturas en El Peru V
Historia de Las Literaturas en El Peru V
VOLUMEN 1
LITERATURAS ORALES Y
PRIMEROS TEXTOS COLONIALES
Juan C. Godenzzi y Carlos Garatea
Coordinadores
Historia de las literaturas en el Perú
Volumen 1
Literaturas orales y primeros textos coloniales
H P
Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro,
Directores generales
Volumen 1
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Juan C. Godenzzi y Carlos Garatea
Coordinadores
BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
Centro Bibliográfico Nacional
869.5009 Literaturas orales y primeros textos coloniales / Juan C. Godenzzi y Carlos Garatea,
H coordinadores.-- 1a ed.-- Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial: Casa de
1 la Literatura: Ministerio de Educación del Perú, 2017 (Lima: Aleph Impresiones).
459 p.: il., facsíms., retrs.; 24 cm.-- (Historia de las literaturas en el Perú / Raquel Chang-
Rodríguez y Marcel Velázquez Castro, directores generales; 1)
Incluye bibliografías.
D.L. 2017-03677
ISBN 978-612-317-246-6 (v.1)
1. Literatura peruana - Historia y crítica 2. Literatura peruana - Historia y crítica - Época Colonial
3. Tradición oral - Perú - Época Colonial 4. Cronistas - Perú 5. Indígenas del Perú - Época Colonial
- Religión y mitología 6. Perú - Historia - Época Colonial I. Godenzzi, Juan Carlos, 1950-,
coordinador II. Garatea G., Carlos, 1966-, coordinador III. Chang-Rodríguez, Raquel, 1943-,
directora IV. Velázquez Castro, Marcel, 1969-, directora V. Pontificia Universidad Católica del
Perú VI. Casa de la Literatura Peruana VII. Perú. Ministerio de Educación VIII. Serie
BNP: 2017-1178
Presentación
Milagros Saldarriaga Feijóo 9
Prefacio a la colección. Las historias literarias en el Perú: balance crítico
y nueva propuesta
Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro 11
Introducción. Literaturas orales y primeros textos coloniales
Carlos Garatea y Juan C. Godenzzi 59
A
Cronología
Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca 431
9
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En tal sentido, Historia de las literaturas en el Perú es un proyecto dedicado a los
investigadores —nacionales y extranjeros—, a los docentes, a los estudiantes y a
los lectores autodidactas, a quienes proponemos una visión actualizada y asequible
de los temas y autores más representativos de nuestra literatura.
La Casa de la Literatura, en consonancia con su objetivo de difusión de las letras
peruanas, ha sido parte activa del surgimiento de esta colección, iniciativa a la cual se
sumó la Pontificia Universidad Católica del Perú. Esperamos a través de estos libros
contribuir al mejor conocimiento de la literatura peruana y promover el acceso a la
reflexión académica contemporánea, la cual consideramos como una aliada impres-
cindible para la formación de los lectores y lectoras de literatura.
10
P .
Raquel Chang-Rodríguez
The City College -Graduate Center, City University of New York
11
Literaturas orales y primeros textos coloniales
el mosca o chibcha—, León Pinelo ofrece un listado de estas indicando las zonas
donde se hablan (1919, Prólogo, s. p.). Obviamente, en este compendio predomina
el deseo de llenar un vacío, de inducir al lector a buscar las obras e instruirse sobre
regiones claves dentro del imperio español. Detrás del aparente interés informativo
está, sin embargo, el deseo de crear súbditos cultos, servidores aptos de la corona.
De capital importancia para el campo de la bibliografía es la Bibliotheca hispana
nova escrita en latín, acompañada de útiles índices y publicada en dos partes:
Bibliotheca hispana sive hispanorum scriptorum [1672], y la Bibliotheca hispana vetus
[1696], ambas del erudito sevillano Nicolás Antonio. La segunda abarca escritores
desde Augusto hasta 1500, y la primera de 1500 a 1672. Ambas obras ofrecen infor-
mación biobibliográfica de los autores que escribieron en España en esas épocas.
La publicación de la Bibliotheca inicia la revaloración de los antiguos cronicones y las
más recientes relaciones de Indias justipreciados ahora con una mirada preilustrada,
anunciadora de una historiografía apegada a los hechos y dotada de un carácter cien-
tífico, como más tarde se propondrá en el Siglo de las Luces.
En el siglo XIX se afirmó una incipiente conciencia histórica de los procesos
socioculturales que adopta sucesivamente los discursos del romanticismo historicista
y del positivismo. Bajo esos modelos historiográficos se escriben en el Perú algu-
nos textos (esbozos, artículos, recopilaciones, bibliografías, libros) que contribuyen
a sentar las bases de la historia literaria en la incipiente nación. Por otro lado, ya
durante el siglo XX se escriben varias historias de la literatura de diferente signo y
formato (tesis académicas, ensayos, tratados históricos y manuales). En esta sección
de la introducción seleccionamos y comentamos los estudios más influyentes, tanto
por su propuesta metodológica como por su impacto nacional e internacional.
Como eje del balance crítico presentaremos las perspectivas teórico-metodológicas
empleadas por los autores para definir el concepto de literatura peruana, configurar
la naturaleza y los límites del corpus, y establecer las coordenadas de su proyecto
histórico-literario. Siguiendo a Beatriz González-Stephan (2002) distinguiremos tres
niveles: 1) el corpus empírico de la producción literaria, práctica social instalada en la
historia diacrónicamente; 2) el «esfuerzo de abstracción y construcción de un modelo
de interpretación crítica de la producción ficcional», evidente en las historias litera-
rias; y 3) el metadiscurso crítico orientado al estudio de la materia y su comprensión
en ese ámbito (pp. 37 y ss.). En este recorrido crítico nos centraremos en el segundo y
en el tercer nivel pues nos proponemos identificar y comentar los fundamentos teóri-
cos y metodológicos que informan el proceso de historiar la literatura del Perú desde
el siglo XIX hasta el XX y que culminaron, en la pasada centuria y en los primeros
años de esta, en libros y manuales. Concluimos ofreciendo en el apartado final los
parámetros de esta nueva historia colectiva de las literaturas en el Perú.
12
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
1
Es el primero de tres fascículos publicados en portugués en Río de Janeiro (Núñez, 1971, pp. xi-xii).
http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12709415325699384654435/p0000001.htm.
Fecha de consulta: 23/01/15.
2
Se publicó por la Imprenta del Estado, en Lima en once tomos, Colección de documentos literarios
del Perú (1863-1877).
3
«Discurso histórico crítico del gongorismo en la literatura del coloniaje» (1890). Como estableció
Jorge Puccinelli, este trabajo significó una ruptura con las tesis de mirada hacia Europa o a problemas
abstractos y lejanos. Boloña postuló la vastedad de la literatura colonial y reclamó su estudio y ense-
ñanza por la Facultad de Letras de San Marcos en pro del conocimiento de la historia y la cultura de
ese periodo en la sociedad peruana. Boloña, además de plantear que hay ingenios coloniales peruanos
por ser descubiertos, insistió también en la necesidad de estudiar la literatura del periodo incásico
(1996, pp. 24-26).
4
El título exacto es: Viagem/da cidade/ do Cuzco a de Belem do Grão Pará/ (Brasil) pelos rios/ Vilcamayu,
Ucayali e Amazonas/ Precedido de hum/ Bosquejo sobre o estado político e litterario do Peru em/ suas tres
grandes epochas. Apareció en tres fascículos publicados respectivamente en 1844, 1845, 1846; el Bosquejo
propiamente se publicó en 1844, y en 1971 Estuardo Núñez lo estudió y tradujo al español.
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Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
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Fue alumno del Guadalupe, entonces bajo la dirección del liberal Sebastián Lorente. Fue diplomá-
tico, político e historiador (Porras, 1923, pp. 2-3). Pese a su vasta y significativa actividad literaria, su
obra ha permanecido casi completamente olvidada por la crítica. Salvo la edición completa de sus tradi-
ciones [1951], debida al trabajo de Alberto Tauro, no hay ediciones recientes de sus novelas, El tesoro del
feligrés, La hija del contador, Nuestra Señora del Aviso o de las Lágrimas y Salto atrás, a pesar del relativo
éxito de que gozaron a fines del XIX y en las dos primeras décadas del XX.
6
Desde la sociología, Daniel del Castillo (2000) acuñó esta categoría para designar al conjunto de
esfuerzos de la élite letrada, asociada al Estado Guanero (1845-1879), por fundar imaginariamente las
características, los límites y la identidad de lo nacional. Del Castillo declara que el proceso histórico
más importante del siglo XIX fue la reconstrucción de Lima como centro de la República. La capital
recupera su antiguo sitial por vía de las armas y la consolidación del Estado Guanero; este triunfo
significó la derrota política y militar del sur andino. Existe una política de las imágenes que hace coin-
cidir el elemento criollo-limeño de la sociedad con el componente nación-civilización (Castillo, 2000,
pp. 185-186).
15
Literaturas orales y primeros textos coloniales
7
Literato, historiador, lexicógrafo y político. Ricardo Palma fue el más importante representante del
Romanticismo en el Perú por la creación de un subgénero narrativo original denominado «tradición».
Se afanó en simbolizar la cultura criollo-limeña como centro de la identidad nacional. Fue una figura
rectora del campo literario entre 1870 y 1900, y su obra tuvo gran proyección internacional en tierras
americanas y en España. De joven fue masón y de ideas liberales, pero conforme alcanzó el éxito litera-
rio y un prestigioso sitial cultural terminó defendiendo posiciones más conservadoras y, sobre todo, el
vínculo histórico con la cultura y la lengua españolas.
8
Sobre el tema véase Espino Reluce (1999).
9
Las ideas de González Prada ocupan una posición central en el escenario de las dos últimas décadas
del siglo XIX y las dos primeras del siglo XX. Es el primer intelectual peruano moderno, no solo por su
lúcido diagnóstico y su intransigente crítica a nuestras instituciones sociales y políticas, sino también
por las contradicciones que desgarran su trayectoria vital y sus ideas (Velázquez, 2013, pp. 273 y ss.).
16
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
representativa del gusto de las élites. El tradicionista contribuye con el canon nacio-
nal pues destaca las figuras de Caviedes y el «Ciego de la Merced», los textos de la
«Epístola a Belardo» (Amarilis) y el «Discurso en loor de la poesía» (Clarinda). Como
otros contemporáneos suyos, Palma ofrece juicios desde una perspectiva de género
que asocia solamente la imagen pública del escritor con la figura del varón.
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Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
Cabello critica las idealizaciones del romanticismo y sus excesos por crear «figuras
hermosas y simpáticas, o viceversa, horripilantes y extrañas» (1991, p. 99), pero
deshumanizadas. Para ella, el novelista no es el tradicional «hilvanador de cuentos
propios para entretener doncellas o amenizar los ocios de los aburridos y soñadores»
(p. 109), sino un escritor profundamente comprometido con la realidad social. En el
estudio la escritora condena la novela melodramática por sus formas, registros y su
finalidad de mero entretenimiento. No debemos olvidar que dicha modalidad era
todavía hegemónica en el soporte del folletín incorporado a la prensa de la época.
Igualmente, Cabello considera que la sociedad hispanoamericana aún no ha alcan-
zado el grado de desarrollo capaz de posibilitar una literatura original; por lo tanto,
«pueden seguir los noveladores hispanoamericanos, que mal de su grado están pre-
cisados a no ser más que simples imitadores de las literaturas de Francia y España»
(p. 94). A pesar de este juicio categórico, el texto evidencia varias contradicciones.
Por un lado, la autora apuesta decididamente por el realismo y le exige al nove-
lista hispanoamericano adscribirse a este marco discursivo; por otro, desconfía de
las escuelas y sus preceptivas (p. 100). Otra discordancia flagrante es la afirmación
del carácter imitativo de la literatura hispanoamericana y la constatación de las dife-
rencias entre las decadentes sociedades europeas y las jóvenes sociedades americanas
(p. 102). Estamos entonces ante la propuesta conceptual de la poética realista, rectora
del devenir narrativo de nuestra literatura hasta hoy. Es evidente la sintonía de estas
ideas con las expuestas por Manuel González Prada en su «Discurso en el Teatro
Olimpo» en 1888; no obstante, hay una distinción importante: para Cabello la lite-
ratura española ofrece modelos dignos de imitación.
En síntesis, durante el periodo decimonónico tenemos la recopilación de
Odriozola, que equipara literatura con toda producción discursiva significativa para
una comunidad, con preferencia por la tradición cultural de Lima; por otro lado, el
ensayo sobre la novela de Mercedes Cabello traza un recorrido histórico-conceptual
por este género emblemático. Desde los límites de una lectura positivista, su examen
inscribe la novela en la serie histórica peruana, la asocia con desarrollos internacio-
nales y anticipa juicios modernos sobre el fenómeno literario y sus efectos sociales.
19
Literaturas orales y primeros textos coloniales
propuesto por el uruguayo José Enrique Rodó en su clásico libro Ariel [1900],
reaccionaron contra este y el radicalismo anticlerical. Por ello, sus inquisiciones sobre
la identidad nacional y su pasión por la geografía y el paisaje estuvieron teñidas,
simultáneamente, de racialismo y espiritualismo. Su portaestandarte fue José de la
Riva Agüero. Esta generación vilipendiada por José Carlos Mariátegui y sus más
ortodoxos seguidores10 ha producido textos críticos imprescindibles para el estudio
de la literatura peruana, entre ellos: Carácter de la literatura del Perú Independiente
[1905] y «Elogio del Inca Garcilaso» [1916] de Riva Agüero; Del romanticismo al
modernismo. Prosistas y poetas peruanos [1910] y «La literatura peruana (1535-1914)»
[1914] de Ventura García Calderón; y Posibilidad de una genuina literatura nacional
[1915] de José Gálvez. Seguidamente pasamos revista a las contribuciones más sig-
nificativas de este grupo.
Si bien José de la Riva Agüero es uno de los principales intelectuales del siglo XX
peruano, todavía no se ha aquilatado plenamente su obra ni determinado el valor de
su pensamiento crítico. Por un lado fue menospreciado, como lo muestra el siguiente
comentario de Alberto Hidalgo: «Es éste un espíritu senil, jamás sintió una inquie-
tud; vivió siempre aborreciendo cuanto significa novedad, altivez, rebeldía, audacia»
[…] «Tiene un criterio apolillado, un gusto detestable y una petulancia dogmática»
(1918, pp. 28-29). Por otro lado, fue encumbrado y así lo confirma la valoración de
Raúl Porras Barrenechea, para quien el crítico ejerció un «principado espiritual» sobre
la cultura peruana durante más de un cuarto de siglo; fue el «árbitro y mentor de
nuestra historia y de todas las ramas de la cultura que se nutran de ella» (1955, p. X).
Riva Agüero estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Para
obtener el grado de Bachiller en Letras en 1905, presentó la tesis Carácter de la
literatura del Perú independiente, producto de investigaciones realizadas cuando
frisaba entre los 19 y 20 años de edad. La extensión y la calidad del trabajo cons-
tituyeron un hito en la tradición de las tesis presentadas en la Facultad de Letras.
Es imprescindible entonces analizarla y calibrar su influencia en la configuración de
la literatura nacional tanto como en los mecanismos de conformación del canon.
10
José Carlos Mariátegui en el capítulo «El proceso de la literatura» juzga duramente a Riva Agüero y
la Generación del 900. Sostiene que son «un momento de restauración del pensamiento colonialista
y civilista en el pensamiento y la literatura del Perú» (1991, p. 216). Considera a Riva Agüero el líder
de la generación. Su grupo consiguió retomar el control del campo literario porque los seguidores más
radicales de González Prada habían perdido cohesión y fuerza. El Amauta resalta su positivismo conser-
vador, filiación académica universitaria y anhelo de centrar su proyecto político-cultural en el limeñismo
y el pasadismo.
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Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
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No obstante, ello exige un ideal singular, una «manera especial de considerar la vida»
(p. 270). Como lograrlo está lejano, cabe el cultivo inteligente de la imitación: «debe-
mos aprender, pero no repetir servilmente; asimilar, pero no copiar; aclimatar, pero
no reflejar sin crítica ni propósito» (p. 271). Finalmente, busca «la inundación ferti-
lizadora de lo moderno» y simultáneamente desea «conservar y ahondar el cauce de
la tradición» (p. 282).
En suma, la tesis de este joven de 21 años, desde la perspectiva de los marcos
teóricos más avanzados entonces, constituyó una lectura rigurosa y creativa de la
literatura nacional. Su voto en contra del americanismo histórico, propugnador de
la búsqueda de la originalidad mediante la recuperación de las imágenes del territo-
rio y la literatura oral indígena, lo filia con la tradición historiográfica conservadora;
contradictoriamente, sus duras críticas a la cultura y literatura coloniales lo acercan
a la historiografía liberal. El Carácter de la literatura del Perú independiente esboza el
talante criollo de las letras nacionales, propuesta matizada por el autor en publica-
ciones posteriores.
4.2 Las aproximaciones de Ventura García Calderón y José Gálvez: del limeñismo
a la literatura nacional
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Esta omisión desencadenará furiosas críticas y, posteriormente, el homenaje de la revista Colónida al
autor barranquino.
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en este caso el español. En síntesis, la propuesta de Gálvez constituye el último
esfuerzo por renovar el criollismo y dotarlo de una dimensión nacional donde lo
popular y lo andino se conjuntan, pero subordinados a una expresión castiza. Desde
estas conceptualizaciones, raza, historia y medio siguen siendo las fuentes nutricias
de una literatura nacional original.
12
«Nosotros: ensayo sobre una literatura nacional», publicada en tres entregas en La Prensa (1920)
con el título La literatura peruana. Capítulo de un ensayo preliminar (Mozombite Campoverde, 2002,
p. 282).
13
En 1928, por la Imprenta y Encuadernaciones Perú; y en 1929 por «La Opinión Nacional».
14
Este lapso obedeció a la azarosa vida política de Sánchez, exiliado por entonces en Chile.
15
Tanto Raúl Porras Barrenechea como Jorge Basadre, coetáneos de Sánchez, empezaron a publicar sus
primeras obras significativas en la década siguiente.
16
La publicó en Lima, en la editorial Ediventas, en dos tomos (1965, 1966).
17
Reproduce esta información como «Anotación final» en la edición de 1989 (V, p. 2205).
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Esta actitud debe correlacionarse con la importancia dedicada a la descripción del territorio en
El Perú contemporáneo (García Calderón, 1981, pp. 3-15), el impulso que motivó a Riva Agüero a escri-
bir Paisajes peruanos y la constante preocupación de Víctor Andrés Belaunde por la historia y la geografía
peruanas. Tanto en España como en Perú, los viajes se convierten en expediciones de conocimiento;
para algunos, el paisaje reflejaba el carácter del país y permitía entenderlo. Esta circunstancia deriva del
modelo teórico de Taine, cuya impronta en la Generación del 900 es muy nítida.
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que oscilan entre Oriente y Occidente. Por ello su literatura tiene dos rasgos propios
de culturas orientales, «anonimato y colectivismo» (I, p. 15)19. Además de la dualidad
señalada, el negro ha influido mediante su «sentido pánico o apolíneo», opuesto a
la «austeridad y la parca alegría del indio» (I, p. 15). El reconocimiento del aporte
cultural afroperuano trae una nota inclusiva y de modernidad a la propuesta. Como
anteriores estudiosos, Sánchez concluye que «nuestro hombre se encuentra en forma-
ción»; no se ha logrado la síntesis final pues el peruano sigue siendo una incógnita,
una constante fuente de debate. Igualmente revelador es el empleo por parte del
autor de metáforas orgánicas como «maduración» para leer los procesos culturales.
Desde una perspectiva teleológica subraya la llegada de una «apetecida homogenei-
dad» como estadío final (I, p. 16).
Sánchez trata el problema del tiempo con mayor actualidad cuando plantea la
multiplicidad de periodos coexistentes en el Perú; asimismo, halla las raíces de la per-
sonalidad cultural del país en su prehistoria. Según explica, no deben descartarse estos
legados ni tampoco pueden defenderse incondicionalmente las formas sociocultura-
les arcaicas; debemos respetar y valorar lo que ha sobrevivido en el tiempo aunque
posea raigambres prehistóricas, es decir, anteriores al contacto hispano-indígena.
A pesar de la identificación de la historia con la cultura occidental, en estos plan-
teamientos se observa una mayor ponderación en sus apreciaciones y la conciencia
de la multitemporalidad como distintivo del proceso sociocultural del Perú. El para-
digma del mestizaje ordena este proyecto por medio de la imagen del río común.
Así, el encuentro de lo autóctono con lo extranjero forma el nuevo caudal de un país
mestizo (I, p. 18). En otro apartado sostiene la primacía de la forma sobre el fondo,
de lo insustancial sobre lo sustantivo, de lo suntuario sobre lo esencial (I, pp. 18-19).
Sánchez reitera la importancia de las manifestaciones culturales preincaicas y nota la
«resistencia vencedora» de la civilización india (I, p. 23); no obstante, reconoce que
no podemos acceder a la naturaleza y sentido de sus formas literarias sino a través
de la tradición oral o los discutibles testimonios escritos de la primera hora europea.
Desde esta óptica multiculturalista, considera las tensiones en el mundo inca entre
la lengua del imperio y las lenguas locales, entre la expresión oficial y la de otras
colectividades. Con moderna visión, pone el acento en el carácter heterogéneo de
nuestras tradiciones culturales: «Pensar en una Colonia compacta, unilateral, puede
ser cómodo recurso pedagógico, pero palmario error crítico, y monstruosa aberra-
ción histórica» (I, p. 26).
19
Tal caracterización de la cultura andina puede atribuirse a las lecturas europeas del XIX que, como
explicó Edward Said en Orientalism, interpretaron las civilizaciones asiáticas desde una perspectiva
superficial, fijando una visión exótica, muy ajena a la realidad.
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Esta concepción era ya anacrónica si tomamos en cuenta que veintitrés años antes Adolfo Vienrich
había recopilado textos orales andinos en Azucenas quechuas (1905) y demostrado la vitalidad de esa
tradición.
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En ella Tamayo amplía sus Apuntes para un estudio de la literatura peruana (1948). A esta vena peda-
gógica corresponde también Elementos de literatura peruana (1969) de Alberto Tauro del Pino.
23
Según el listado del WorldCat, en 1965 (UNMSM), c. 1967 (J. Godard), y en 1976-1977 (Studium).
24
Riva Agüero ya había planteado que el Inca Garcilaso de la Vega constituía el emblema de esta sim-
biosis cultural; pero asignó mayor valor al «espíritu» occidental en relación con la materia andina, como
lo expresó en su discurso en San Marcos en 1916 (1962b, pp. 5-62).
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y sus Tradiciones como muestra importante del «mestizaje», pues, según explica,
en estos textos se entremezclan las formas literarias europeas con la temática, cos-
tumbres y vocablos del ambiente nacional. Lo mismo sucede con Manuel González
Prada cuando incorpora las formas exóticas de otras tradiciones poéticas logrando
un lenguaje sintético y propio. En el caso del realismo, el crítico no ve una simbiosis
cultural. Para él la escritura, debido a los estragos de la Guerra del Pacífico, fue uti-
lizada como «instrumento de análisis, muestra y protesta» (p. XII). No se buscaron
nuevas formas de expresión, sino un llamado a la reconstrucción del país. Pero este
planteamiento es discutible porque las novelistas del periodo sí se valieron de poéti-
cas narrativas europeas, adaptándolas y reformulándolas desde las propias demandas
y agendas locales.
Con la asunción del modernismo y de la vanguardia nuevamente se volverá a
visualizar este cruce cultural. Vallejo es la figura idónea, por llevar el lenguaje a un
límite experimental y lograr la fusión de lo occidental y lo andino. Esta interacción
discursiva entre lo cosmopolita europeo y la dinámica local, según explica Tamayo
Vargas, se arraigó, posteriormente, en el ámbito indigenista, en la obra de Martín
Adán y en la Generación del 50. Es decir, si seguimos al crítico, durante estas déca-
das del siglo XX hubo en el Perú un marcado proceso de indianización de la cultura
occidental y de occidentalización de las culturas autóctonas (p. XIV).
Como se ha visto, Tamayo Vargas reconoce y asume el carácter mestizo de la socie-
dad peruana (p. XIV). Cabe destacar que su estudio del mestizaje sigue un camino
abierto por Aurelio Miró Quesada; asimismo, menciona a Fernando Romero, quien
valora la contribución africana a la cultura nacional (p. XV). No registra, sin embargo,
el aporte de los asiáticos. Desde su perspectiva, el pasado —relectura de los textos de
la tradición— y el presente —manifestado en el idioma— buscan fusionarse como
si existiera la posibilidad de integrarse en un «ser especial y único» (p. XVI). Así, la
literatura peruana surge de la reflexión integradora de las raíces culturales, las cuales
generan un lenguaje en constante renovación. El crítico realiza en este libro un estu-
dio pormenorizado de cada periodo literario, brinda información sobre cada autor y
elabora un juicio estético sobre sus textos. Asimismo, inserta a cada escritor dentro
de un proceso interactivo, como engranaje productor dentro de su respectiva comu-
nidad. Conceptúa el proceso literario como una simbiosis entre la cultura andina y la
española; a esta se le añaden diferentes elementos europeos y africanos. De este modo
descarta la mirada hegemónica criolla que solo tomaba en cuenta la literatura costeña
escrita en castellano, propia de la alta cultura, soslayando manifestaciones literarias
de otras áreas y grupos. Tamayo reivindica así el papel de esas otras voces como
articulaciones del canon literario peruano; sin embargo, no se detiene a explicar las
relaciones de poder expresadas por ellas y los consecuentes conflictos.
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Catedrático universitario por varias décadas, decano de la Facultad de Letras y Profesor Emérito de
San Marcos. Fue director de la Academia Peruana de la Lengua, de la Biblioteca Nacional y Amauta
de la Orden Magisterial del Perú.
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En este sentido baste recordar al Inca Garcilaso de la Vega, o a la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz.
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incluye casos para validar el enfoque teórico referencial centrado en el binomio lite-
ratura y sociedad y por ello da lugar a un cuestionamiento del mismo.
La tercera sección, «Literatura peruana. 1980-2000», de Jorge Cornejo Polar,
fue escrita especialmente para el libro y contiene mucha información sin procesar,
aunque también juicios certeros29. Dividida en tres secciones, una destinada a la
poesía de los ochenta y noventa, otra a seguir la pista de los autores consagrados,
y la última referida a la narrativa, la introducción indica como una de las caracte-
rísticas más saltantes del periodo «la concurrencia en una misma franja temporal
de escritores de diversas generaciones» (2000, p. 265), lo cual aumenta la variedad
del conjunto. Jorge Cornejo mantiene la orientación de vincular el proceso literario
al contexto general del periodo, relevante en este caso porque está atravesado por
«la más grave crisis [la violencia de Sendero Luminoso y el consiguiente caos eco-
nómico, moral e institucional] que registra la historia del siglo veinte en el Perú».
Apunta igualmente los factores centrales de este duro trance: informalidad, violencia
terrorista, aumento de la migración interna, crecimiento de la pobreza, sentimiento
generalizado de inseguridad. Su propuesta parte de ordenar el corpus de acuerdo a
tres de los géneros literarios tradicionales (poesía, narrativa y teatro). Por otro lado,
explica que «la lacerante angustia o el escepticismo o el afán de romper con la norma,
evidente en el discurso de algunos poetas, podrían ser testimonio de una sesgada
presencia de la dureza del acontecer social» (p. 266). Si bien por medio de tal aserto
el crítico vincula nuevamente literatura y sociedad, el aspecto más novedoso de su
propuesta reside en la constatación de la inoperatividad del concepto de generación,
muy empleado para estudiar la literatura, en particular la poesía, de la segunda mitad
del siglo veinte. Para este crítico, «[t]odos los tiempos poéticos se han sucedido a
partir de 1950, se superponen, se hacen, podría decirse, un solo tiempo», lo cual
también podría aplicarse a la narrativa. Con respecto al género dramático, constata
su precariedad en el Perú.
La propuesta historiográfica de los hermanos Cornejo Polar es compleja.
No obstante, los textos que la componen se escribieron antes del pleno desarrollo
de categorías teóricas más sofisticadas por parte de Antonio Cornejo Polar (totalidad
contradictoria, sujeto migrante). Ambos críticos intentan incorporar voces y textos
tradicionalmente marginados, pero solo pueden atender a las tradiciones populares
formalizadas por la escritura; así, los textos en lenguas indígenas y el grueso de las
formas populares quedan fuera de este recuento histórico.
29
La edición presenta un error en el índice porque señala una cuarta sección, «La crítica literaria», no
incluida en el libro.
43
Literaturas orales y primeros textos coloniales
30
Debido al considerable aumento de la producción crítica en las últimas décadas, el autor ha optado
por incluir en ella libros sobre los escritores tratados, a diferencia de la edición de 1987 que tomaba en
cuenta solo artículos.
31
Si bien el libro se ofrece como una historia de la literatura peruana escrita en lengua española, el autor
agrega esta sección panorámica como un reconocimiento de la importancia de las tradiciones orales
populares y la producción discursiva en quechua, aimara y lenguas amazónicas. Sin embargo, esta parte
se circunscribe a la literatura quechua, consultada a partir de traducciones, limitación de la cual está
consciente el propio autor (Higgins, 2006, pp. 9-10).
44
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
32
García-Bedoya aplicó el esquema en su estudio La literatura peruana en el periodo de la estabilización
colonial (2000). Ver Chang-Rodríguez, 2001.
33
Menciona, por ejemplo, el ensayo «Historia de la literatura del periodo republicano» de Antonio
Cornejo Polar e Historia de la literatura republicana de Washington Delgado; sobre el indigenismo,
La narrativa indigenista peruana de Tomás Escajadillo, y Literatura y sociedad en el Perú: la novela indi-
genista de Antonio Cornejo Polar.
45
Literaturas orales y primeros textos coloniales
34
Analiza categorías como la «ley de continuidad (o permanencia)» y la «ley de cambio» (Wellek), la
relación entre «lo literario» y «lo extraliterario» (Jan Mukarovsky), la «sucesión de sistemas» (H. R.
Jauss), la «evolución literaria» de dichos sistemas (Yuri Tinianov), el concepto hegeliano y marxista de
«totalidad», siendo las versiones simplificadas las que presentan una relación mecánica entre infraestruc-
tura y superestructura (Althusser, Goldmann).
46
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
35
Las formas culturales dominantes están íntimamente integradas a los mecanismos sociales de control
y son el espacio donde se despliega la reproducción cultural; lo residual se refiere a la «obra realizada en
sociedades y épocas anteriores y a menudo diferentes, pero todavía accesibles y significativas», mientras
lo emergente está constituido por «la obra de diversos tipos nuevos [. . .] accesibles como prácticas»
(Williams, 1994, pp. 189-190).
47
Literaturas orales y primeros textos coloniales
36
El autor no se ocupa de décadas posteriores por la falta de distancia crítica para justipreciarlas.
48
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
49
Literaturas orales y primeros textos coloniales
50
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
52
Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
de 1808 y desemboca en los primeros textos literarios nacionales, aunque con evi-
dente filiación moral y didáctica. Para el periodo cubierto en el tercer tomo, el texto
literario vale por los efectos sentimentales y morales que provoca en el lector; o sea,
la función estética aparece subordinada a estos ideales. Durante la segunda mitad del
siglo XIX se asiste a la gradual consolidación de un campo literario nacional, cuyo
soporte material será la prensa, antes que el libro.
En el año 1920 se ingresa plenamente al mundo contemporáneo; y así lo con-
firman la poesía vanguardista, la narrativa indigenista, la afirmación del ensayo y
la institucionalización de la crítica literaria. Sin embargo, el anterior modernismo,
vivido tardíamente y en códigos híbridos, fue el marco para la creación de artistas
nuevos, asentados en su defensa del valor estético en el texto literario, ya indepen-
dientemente de lo moral y lo social. Este es el caso de Manuel González Prada,
Clemente Palma, Abraham Valdelomar y José María Eguren. En cuanto a la poesía,
quizá haya una conciencia más aguzada de modernidad, como lo expresan los pri-
meros poemarios de Eguren, instalados antes de 1920 en la experiencia de la plena
libertad formal y la defensa de la autonomía estética. Hemos elegido como final el
año 2000 para tener una adecuada distancia temporal y desde esta poder justipreciar
la eclosión literaria contemporánea. Desde 1920 se vive, como es notorio, una inten-
sificación de la producción en todos los géneros, una multiplicación acelerada que
incluye, además de las formas narrativas y líricas, la dramaturgia y el ensayo. Por todo
ello, este periodo (1920-2000) aparece en tres volúmenes, ratificando así nuestra
vocación por una historia que considere los géneros como una variable central para
clasificar y ordenar el proceso.
En cuanto a la estructura, cada tomo cuenta con una introducción general al
periodo tratado, ensayos temáticos y dedicados a figuras centrales, bibliografías, una
cronología, varias ilustraciones y un índice onomástico. En contraste con anteriores
historias, como ya se explicó, este es un proyecto colectivo donde hemos invitado a
especialistas reconocidos a coordinar los diferentes tomos y preparar, exclusivamente
para esta colección, los estudios recogidos en cada uno. De este modo se han podido
integrar al proyecto las investigaciones más recientes tanto como enfoques diversos que
le otorgan a cada volumen una sugerente polifonía. Las bibliografías invitan al lector
a ir más allá, a consultar obras y crítica sobre aquellos temas o autores que han conci-
tado su interés, o sobre otros mencionados pero no tratados en detalle por la premura
del espacio. Los ensayos reflejan la elección lingüística de cada autor. Hemos respetado
las normas empleadas por los articulistas para la escritura de algunos nombres en los
cuales hay discrepancias. Así, por ejemplo, algunos escriben Cuzco, con ‘z’; otros,
Cusco, con ‘s’. La primera opción obedece a un criterio etimológico; la segunda, a una
toma de posición relativa a la identidad. Estimamos que ambas opciones son válidas.
53
Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Prefacio a la colección / Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez Castro
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I .
Carlos Garatea
Juan C. Godenzzi
59
Literaturas orales y primeros textos coloniales
con el español europeo por el hecho de estar situado en otro continente. La realidad
demuestra que el español de América y el español europeo poseen rasgos que los dis-
tinguen y rasgos que los acercan. Las fronteras temporales son siempre borrosas, pero
permiten destacar tendencias y énfasis. Esos límites son simulaciones académicas que
ayudan a ordenar el material y dan un orden racional que facilita la comprensión y
el estudio. Los hechos culturales, su difusión y su cultivo no conocen límites admi-
nistrativos ni están circunscritos a la geografía, tampoco se rigen por las fronteras
temporales que el ser humano se impone para capturar el dinamismo de la cultura y
de la historia. Su existencia depende del contacto humano, de los lazos que unen a
los hombres en una comunidad y en una cultura, nunca como algo estático y único
sino como algo múltiple y plural que se recrea, renueva y expande.
Precisamente, el título «Literaturas orales y primeros textos coloniales» enfa-
tiza la pluralidad como sello de nuestra cultura y de nuestro país, en su historia y
en su presente. Al mismo tiempo, subraya dos dimensiones que, desde la llegada
de Francisco Pizarro en 1532, corren en paralelo y reciben valoraciones distintas, e
incluso, en ocasiones, son pasadas de largo como si no existieran ni fueran relevantes
para comprender la compleja y azarosa historia del Perú. Nos referimos a la oralidad
y a la escritura. Ambas dimensiones, dos hechos de cultura fundamentales, marcan la
trayectoria del Perú y ofrecen resultados historiográficos distintos por las exigencias
que cada uno de ellos impone en el sujeto hablante y en el escritor y también, claro
está, por las relaciones de filiación o parentesco que tienen con modos tradicionales
de hablar y escribir. Esos modos tradicionales suelen evidenciarse en tipos de dis-
curso y de textos esperables en determinados contextos y funciones. Un memorial
no es una carta ni un sermón, por ejemplo, ni deben confundirse los contextos en
que son usados. Tengamos presente que con Pizarro no solo llegó a los Andes una
lengua nueva, el español, sino también una manera de representar esa lengua, la escri-
tura alfabética, plasmada en infinidad de textos distintos y con funciones igualmente
distintas. Ese universo simbólico entró en contacto con otras lenguas y culturas,
cada una con su respectiva historia, con particulares modalidades de comunicación y
con poblaciones heterogéneas y asimétricas. No fue, pues, un contacto restringido al
mundo oral sino que implicó mucho más: escritura, textos, referencias, tradiciones,
creencias, etcétera.
Si bien la escritura encontró lenguas restringidas a la oralidad —lo cual allanó
el terreno para su rápida y violenta imposición—, no silenció las tradiciones orales
ni su transmisión en el seno de la vida familiar ni en el interior de la comunidad.
La tradición oral de los pueblos prehispánicos sobrevivió con singular vitalidad.
Por ello es posible registrar hoy antiguas narraciones, muchas veces transmitidas de
padres a hijos o de abuelos a nietos, tanto en espacios andinos como amazónicos;
60
Introducción. Literaturas orales y primeros textos coloniales / Carlos Garatea y Juan C. Godenzzi
en algunos casos, parecen haberse trasladado hacia la costa de la mano de las migracio-
nes a las ciudades del litoral. Desde muy temprano en la Colonia, algunas tradiciones
orales quedaron registradas en textos escritos en quechua, como sucede en el caso del
Manuscrito de Huarochirí, o en español, como puede apreciarse en determinados
pasajes de las numerosas crónicas de la época. Al lado de esa literatura de fuente oral
(relatos míticos, oraciones rituales, cuentos, canciones), existe, pues, una valiosa pro-
ducción de textos historiográficos, documentos de visitas, de evangelización, títulos
de comunidades, libros de notarios, cartas, etcétera. Son dos tipos de producción
y de registro que nos permiten valorar la importancia de la lengua como medio
infranqueable para recuperar el pasado y la memoria social del Perú. Toda lengua es
un hecho de cultura. Y no hay discurso escrito sin una tradición de textos.
La primera parte del presente volumen, «Las lenguas y su codificación escrita»,
reúne cuatro trabajos dedicados al complejo y variado panorama que caracterizó el
primer siglo del contacto cultural y lingüístico. No es, por cierto, un contacto res-
tringido al mundo quechua o aimara, las dos lenguas mayores de los Andes peruanos;
esta vecindad también implica otras lenguas precolombinas. La primera lengua con
la que entraron en contacto los españoles en la costa norte fue el tallán o sec, tal vez
emparentada con el sechura, el colán, el catacaos, de las cuales quedan apenas los
nombres. Al sur del territorio tallán se hablaba el mochica, conocido también como
yunga, una de las grandes lenguas del Perú prehispánico. Para algunos, estaba divi-
dida en dos: el mochica propiamente dicho, en la costa del actual departamento de
Lambayeque, y la variedad quingnam, que correspondería a la cultura chimú. Precisa-
mente, el sugerente e iluminador artículo de Adelaar, «Diversidad lingüística del Perú
prehispánico», ofrece un valioso panorama sobre la distribución de las lenguas en los
siglos anteriores a la llegada de los primeros colonizadores. Brinda ejemplos y datos
que le permiten al lector descubrir un contexto multilingüe, extremadamente diverso
y cuya supervivencia estaba en franco proceso de definición y reestructuración terri-
torial. En esa base se asienta el desarrollo cultural de las centurias siguientes. Como se
sabe, los conquistadores privilegiaron el quechua como vehículo de dominación y fue
esa la lengua que atrajo la atención de cronistas y evangelizadores. La identificaron
como lengua general. El ensayo de Rodolfo Cerrón-Palomino, «El quechua ‘del ynga’
según testimonio de los primeros cronistas», se ocupa de desmontar ideas preesta-
blecidas, creencias y lugares comunes en torno de la extensión y arraigo de la lengua
hablada por los incas, tema sobre el cual existe una profusa bibliografía y parece
haberse resuelto en el imaginario nacional contraviniendo los datos de los documen-
tos coetáneos. El otro lado de la moneda lo ofrece Carlos Garatea, «Los primeros
años del español en el Perú». Sus páginas están dedicadas a ver los efectos del con-
tacto en la documentación colonial escrita en español y mostrar lo poco que sabemos
61
Literaturas orales y primeros textos coloniales
sobre la historia de la lengua española en nuestro país y cómo ella se impone sobre
las lenguas indígenas. Un efecto evidente del contacto fue que despertó interés por las
lenguas indígenas. Se impuso una barrera que convertía la voz en ruido. Las lenguas
eran medios infranqueables para lograr la conquista espiritual y material de las pobla-
ciones locales. Muchos frailes y soldados se dedicaron entonces a su descripción con
el ánimo de superar los obstáculos comunicativos. Ese es el marco de «Gramáticas y
vocabularios del quechua y el aimara (1560-1616)», el título del cuarto ensayo y cuya
autoría corresponde a Álvaro Ezcurra y Raúl Bendezú. Ellos se concentran, por ejem-
plo, en los elementos, las orientaciones y los criterios involucrados en la descripción
gramatical y léxica de las dos lenguas andinas mencionadas en el título de su trabajo.
Ofrecen un interesante recorrido —poco conocido y de la mayor utilidad— por
las principales obras de la época. De esta manera el lector tiene, al completar esta
primera parte, una introducción a la realidad lingüística andina y una idea del com-
plejo horizonte que interviene en la conformación de nuestra realidad plurilingüe
y multicultural.
La segunda parte, «Poesía, crónicas y otros textos», ofrece criterios y descripcio-
nes que ayudan al lector a ingresar al mundo textual, artístico y cronístico elaborado
en el Perú, primordialmente en español. Sin embargo, en ocasiones, esa producción
textual se apoya en el bilingüismo español-quechua. El trabajo de Óscar Coello,
«La poesía de los conquistadores», ofrece un evocador panorama sobre el tema.
Coello muestra, por ejemplo, cómo se afirman y elaboran los referentes peruanos
en los primeros textos poéticos escritos en el Perú. Un lugar destacado ocupan, entre
otros, la figura y las obras de Diego de Silva y Guzmán y Francisco de Xerez. El ensayo
ofrece noticias sobre el romancero castellano tradicional de la época, una vertiente
distinta a la llamada «culta», y se detiene a precisar cómo se refleja ese romancero en
textos historiográficos.
Otra es la perspectiva de Fermín del Pino en las páginas que dedica a «Las prime-
ras crónicas del siglo XVI». Como se sabe, fueron textos pensados y elaborados para
dar cuenta de la realidad que los autores veían emerger conforme pasaban los años de
dominación y conquista y se afirmaba un nuevo orden político y religioso en el con-
tinente. El lector encontrará las principales crónicas expuestas de manera que pueda
formarse una idea seria y fundada de su peculiar contexto literario y cómo ellas respon-
den a iniciativas oficiales, religiosas o a la voluntad de los escritores de testimoniar sus
experiencias. Del Pino cubre la generación que precede al Virrey Francisco de Toledo
(1532-1569). El siguiente trabajo, «Crónicas toledanas y postoledanas (1568-1650)»
de Carmen de Mora, se ocupa de las obras elaboradas entre 1568 y 1650. Como en
el caso anterior, la autora también ofrece un atrayente marco para conocer los textos,
los propósitos y las curiosidades de las principales obras producidas en ese periodo.
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Introducción. Literaturas orales y primeros textos coloniales / Carlos Garatea y Juan C. Godenzzi
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
64
L
D P 1
Willem F. H. Adelaar
Universidad de Leiden, Holanda
1. I
Las lenguas indígenas del Perú existentes al momento de la invasión europea fue-
ron el producto de procesos históricos milenarios sumamente diversos, cuyas
particularidades solo se dejan entrever en términos muy generales. Si es cierto que el
investigador moderno dispone de informaciones parciales e incidentales, extraídas de
las observaciones e impresiones de administradores coloniales, cronistas historiadores
y miembros de congregaciones religiosas, es importante recordar que estos primeros
observadores eran recién llegados a un mundo nuevo y desconocido, cuya diversi-
dad y complejidad todavía no eran capaces de comprender plenamente. Además,
sus afirmaciones pertenecían a un contexto de intereses muy distinto de aquel del
estudioso moderno. Estas consideraciones, así como la ausencia de toda forma de
escritura de base fonética o ideográfica, nos obligan a reconocer que el pasado lin-
güístico del Perú anterior a la invasión europea solo se deja reconstruir con una
buena dosis de imaginación. Por lo tanto, toda afirmación categórica con respecto
al desarrollo precolonial de las lenguas nativas del Perú que se encuentre en la lite-
ratura pertinente sigue teniendo valor de hipótesis, sobre todo cuando se trata de la
expansión y diversificación de las lenguas mayores. Este hecho se ve confirmado en
forma tajante por la multitud de reconstrucciones contradictorias y conflictivas de
la realidad lingüística originaria y colonial temprana que han surgido durante los
últimos años. Sin embargo, podemos confiar en que las regularidades establecidas
por la investigación lingüística moderna se aplican tanto a las lenguas autóctonas del
Perú como a las demás lenguas del mundo, lo que limita en cierta medida la multitud
1
Este capítulo fue redactado con el apoyo del Consejo Europeo de Investigación (Programa FP7:
acuerdo de subvención no. 295918). Agradecemos a Matthias Urban y a los editores del presente volu-
men por sus valiosos comentarios.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
69
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Es evidente que el quechua durante su expansión histórica fue adoptado por una
gran cantidad de naciones que anteriormente usaban otras lenguas; y muchas varie-
dades del quechua preservan alguna herencia léxica o fonológica de aquel pasado.
Una explicación para el éxito inicial del quechua, anterior a la fundación del Imperio
incaico, fue propuesta por Beresford-Jones y Heggarty (2012), que lo relacionan con
la expansión del estado huari (ca. 500-900 A.D.).
Debido a su diferenciación dialectal interna, tanto el quechua como el aimara
tienen derecho a la denominación de ‘familias lingüísticas’. Tradicionalmente esta
calificación solo fue atribuida al aimara y con terminologías distintas, reflejadas por
el uso de denominaciones diferentes: aru introducido por Torero (1970), jaqi pro-
puesto por Hardman (1975), y finalmente el nombre original aimara reintroducido
por Cerrón-Palomino (2000). El grupo aimara consta de dos lenguas reconocidas
aún viables, el aimara propio, internamente poco diferenciado, que se habla en los
departamentos de Puno, Tacna y Moquegua, así como en sectores de Bolivia y Chile,
y el jaqaru (con su variante cauqui) que sobrevive en Tupe, en las serranías de Yauyos
(Lima). El conjunto de datos relevantes heredados de la época colonial, la toponi-
mia moderna y el substrato aimara reconocible en distintas variedades del quechua,
sugieren una extensión histórica del aimara mucho mayor que la actual, que proba-
blemente fue pareada con una diversificación interna también más compleja. Cabe
decir que muchas lenguas de afinidad aimara se extinguieron antes de la invasión
hispana, pero también después de ella. Como ejemplo se puede asumir la existen-
cia pasada de una variedad aimara local a proximidad del alto valle de Chancay.
Su influencia léxica se detecta en el quechua de Pacaraos, una variedad que todavía
estaba en uso al finalizar el siglo transcurrido. La presencia del aimara en el valle
de Chancay solo se puede derivar a través de las palabras que dejó prestadas en el
dialecto local. Desafortunadamente no queda ninguna documentación histórica que
confirme la existencia de aquella variedad desaparecida, ni tampoco de cantidad de
otras lenguas aimaras sustituidas por el quechua.
70
Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
lingüístico quechua, su evaluación del estado de cosas fue generalmente coloreada por
una visión jerárquica que tendía a oponer el modelo de la lengua llamada ‘general’, y
por lo tanto ‘oficial’ y ‘legítima’, a las variedades locales, que se consideraban ‘dege-
neradas’ o ‘mixtas’. Aparentemente el valor de las variedades del quechua se medía
por su grado de similitud con la lengua general. Aunque la existencia de una lengua
particular quechua llamada chinchaisuyo en la región central-norteña del Perú ya fue
reconocida al final del siglo XVII (Figueredo, 1700), la mayoría de las variedades
locales permaneció invisible en la documentación de la época. Hacía falta el estudio
sistemático de los dialectos quechuas iniciado en la década de 1960 por Parker (1963)
y Torero (1964) para que salieran a luz la realidad fundamental de la diferenciación
interna del quechua y su importancia histórica y la existencia de una bifurcación
del quechua en dos ramas, denominadas quechua I y quechua II en la terminolo-
gía de Torero. Como es conocido, este autor también propuso la subdivisión de la
segunda rama en varios subgrupos bien definidos, quechua IIA, IIB y IIC. Con la
excepción del quechua IIA, que posiblemente representa un conjunto de sub ramas
independientes (Cajamarca-Ferreñafe, Pacaraos, Yauyos norte y Yauyos sur), las sub-
divisiones del quechua introducidas por Torero en 1964 han mantenido su vigencia.
El quechua I en su distribución original ocupa un territorio que coincide con la
sierra central del Perú, es decir, parte de los departamentos de Áncash, Huánuco,
Pasco, Junín y Lima, con una extensión local en La Libertad (Pataz) y tal vez en
forma de componente híbrido del quechua de la sierra de Lambayeque (Ferreñafe),
generalmente clasificado como quechua IIA. La transición gradual de los dialectos
que forman parte del conjunto quechua I, marcada por cambios fonológicos y mor-
fológicos bastante complejos, sugiere una presencia prolongada en su territorio actual
y una diferenciación interna que podría remontar a la época huari (500-900 d.C.)
o incluso a un tiempo aún anterior. De los grupos quechua IIB y IIC, el último con-
junto cubre la sierra sur del Perú, incluye variedades tan prestigiosas como el quechua
ayacuchano y el quechua cuzqueño, asimismo el quechua de Bolivia y Argentina, y
parece ser el más conservador. Su distribución inicial se debe claramente a un movi-
miento expansivo de quechuización de la sierra sur, cuyos antecedentes históricos
siguen siendo un tópico de debate. El grupo quechua IIB, no siempre reconocido
como tal, se caracteriza por una serie de innovaciones comunes que definen su uni-
dad como rama dialectal y que tal vez se deban, en parte, al contacto con lenguas no
quechuas. Su distribución dispersa en Amazonas, San Martín y Loreto, y fuera del
Perú en el Ecuador y en Colombia indica una historia complicada, además de incluir
el quechua descrito por Domingo de Santo Tomás [1560] y la variedad extinta en la
que fue redactado el Manuscrito de Huarochirí (cf. Taylor & Acosta, 1987; Taylor,
este volumen). La complejidad de la diferenciación geográfica del quechua lleva
71
Literaturas orales y primeros textos coloniales
72
Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
73
Literaturas orales y primeros textos coloniales
de lenguas que se resistían a ser reemplazadas por la lengua general quechua. Algunas
de estas lenguas sobrevivieron hasta los siglos XIX y XX. Lamentablemente, con la
excepción del mochica y del cholón, las dos últimas lenguas norteñas en extinguirse,
la documentación pertinente es prácticamente inexistente. Esta carencia de datos
de siglos anteriores constituye un caso de negligencia sorprendente y deprimente
a la vez. De hecho, las fuentes archiveras, la toponimia, los apellidos patronímicos,
el vocabulario y el folclor local ofrecen oportunidades para rescatar al menos una
parte del caudal perdido, pero los resultados no siempre son inequívocos. También
en el norte hay una presencia —aunque limitada— del quechua y se pueden distin-
guir zonas —como en la mayor parte del departamento de Cajamarca— donde la
identificación de lenguas ancestrales resulta particularmente difícil. El quechua se
ha mantenido hasta ahora en los alrededores de la ciudad de Cajamarca, en la sierra
de Ferreñafe (Lambayeque) con zonas aledañas de Cajamarca y Piura, en una parte
de los departamentos de Amazonas (Chachapoyas y Luya) —donde se encuentra en
proceso de extinción— y en San Martín (Lamas). La fuente principal para las lenguas
norteñas extintas es el segundo tomo de la obra del obispo Martínez Compañón, que
ofrece un plan sinóptico de la situación lingüística del norte peruano en la década de
1780. Las listas de palabras de Martínez Compañón muestran que algunas lenguas
ancestrales se encontraban aún vigentes en aquella época. Ahí figuran las lenguas
de la llanura costera de Piura pertenecientes al grupo tallán (Colán, Catacaos) y
la vecina lengua de Sechura, esta última probablemente relacionada con la lengua
de Olmos. Más al sur, en la región costera de Chiclayo y Lambayeque, se hablaba
la lengua yunga o mochica, que llegó a ser relativamente bien documentada y que
sobrevivió hasta mediados del siglo XX. Es probable que la lengua mochica también
se utilizara en asentamientos de migrantes en el departamento de Cajamarca (Balsas)
y en las alturas del departamento de Piura (Urban, ms.).
La lengua mochica se encontraba en contacto con otra lengua, el quingnam,
mencionado por Calancha (1638), que predominaba en los alrededores de Trujillo
y Moche. La lengua quingnam, fonológicamente distinta de la mochica y asociada
con el pueblo chimú y la metrópoli prehispánica de Chanchán, se conoce sobre
todo por los nombres de los señores indígenas de la región de Trujillo y su dinastía
ancestral (Zevallos Quiñones, 1992). La existencia de este elusivo idioma también
fue confirmada por el descubrimiento de una lista de nombres de números previa-
mente desconocidos en Magdalena de Cao Viejo en el valle de Chicama durante una
excavación arqueológica (Quilter y otros, 2010). Parece evidente que el quingnam
coincidió con la ‘lengua yunga’ o ‘lengua de los llanos’ mencionada por Mogrovejo.
El santo viajero también encontró una lengua para la que utilizó las mismas denomi-
naciones en las provincias ancashinas que colindan con el río Marañón, donde ahora
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Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Las dos lenguas del grupo hibito-cholón, también documentadas por Martínez
Compañón, se mantuvieron hasta el siglo XX en el valle del Huallaga y sus tribu-
tarios de la selva alta, pero no es atrevido asumir que el territorio cholón se haya
extendido hasta el valle del Marañón y tal vez más allá, ya que se han registrado
topónimos característicos del cholón en el departamento de Cajamarca. A modo de
conclusión es posible afirmar que, a pesar de la multitud de lenguas registradas, en
muchas regiones del norte del Perú las lenguas originarias permanecen sin identificar.
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Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Diversidad lingüística en el Perú precolonial / Willem F. H. Adelaar
por la introducción del contraste entre las primeras personas de plural inclusiva y
exclusiva ajeno al grupo arawak en su generalidad. Un caso muy especial es aquel de
la lengua yanesha’, que muestra una influencia léxica enorme y antigua procedente
del quechua local de Junín, Pasco y Huánuco. Esta influencia se extiende a todos los
campos intelectuales y espirituales y no puede ser atribuida al comercio o al proceso
de colonización y evangelización. La influencia histórica del arawak también se ha
registrado en el quechua, donde aparecen términos arawak para conceptos como
‘maní’, ‘mono’ y ‘tabaco’. El piro, por su parte, parece tener conexiones en el Brasil
con el apuriná. En el caso de la familia pano, relacionada con toda probabilidad con
la familia tacana de Bolivia, la influencia andina es menos definida, pero su estruc-
tura, sobre todo el sistema gramatical de ‘cambio de referencia’ (switch reference),
apunta en tal dirección. La posición divergente del mayoruna y del cashibo-cacataibo
con respecto al grupo pano central, que incluye lenguas conocidas como el shipibo,
el yaminahua y el capanahua, también parece indicar una presencia duradera de las
lenguas pano en el Perú.
9. P
El multilingüismo que debe de haber prevalecido en la sociedad andina por lo menos
hasta el Intermedio Temprano se encontraba en pleno retroceso durante la época
de la invasión europea. En el sur y centro del Perú andino y costeño una gran parte
de las lenguas locales ya se habían perdido o estaban desapareciendo. Aparentemente,
los cronistas españoles del siglo XVI pudieron presenciar el episodio final de un
proceso de extinción que ya estaba en curso. La conquista y la política colonial logra-
ron acelerar este proceso, pero sin haberlo causado. Sin embargo, tal nivelación no
se extendía a las lenguas amazónicas, que lograron mantener una gran parte de su
extraordinaria diversidad hasta el día de hoy.
Un elemento sorprendente es la ausencia en las lenguas contemporáneas de ras-
gos lingüísticos atribuibles a las lenguas de los colonos mitimaes, cuya presencia y
distribución quedan evidentes en la documentación colonial. Incluso en casos espe-
cíficos bien documentados, como aquel de los cañari de Ecuador y los chacha de
Chachapoyas, establecidos en la vecindad del Cuzco en el siglo XVI, toda heren-
cia lingüística de los mitimaes permanece escondida. Posiblemente, investigaciones
más detenidas a nivel local tengan la potencialidad de cambiar este estado de cosas.
Mucho de lo que aún está por descubrir se halla envuelto en el vocabulario, la pro-
nunciación y los paradigmas gramaticales de las variedades locales modernas del
quechua, del aimara y del castellano.
79
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Las lenguas vernáculas del Perú actual preservan un caudal rico y variado de
narrativas, canciones y temas literarios transmitidos por la vía oral. Con toda proba-
bilidad las lenguas extintas beneficiaron de tradiciones literarias similares. Aunque
mucho se habrá perdido en el proceso, las lenguas habladas en la actualidad podrían
funcionar como depositarios y vehículos de transmisión de prácticas literarias adop-
tadas de comunidades etnolingüísticas desplazadas. Tal hipótesis puede ser el objeto
de investigaciones futuras.
B
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E « »
Rodolfo Cerrón-Palomino
Pontificia Universidad Católica del Perú
Cai ñocap randiy canga, cai ñocap randiy cachun, que dize este será en
lugar de mi persona, ese sea en lugar de mi persona.
Pachacutiy ([1551]: I, XXVII, 64r)
Según la versión tradicional en curso dentro de las ciencias histórico-sociales del área
andina, todavía de cuño garcilacista, los incas habrían hablado una variedad de que-
chua afín o cercanamente idéntica al dialecto cuzqueño actual. Esta postura resulta
insostenible desde todo punto de vista, comenzando porque la evidencia documental
la desmiente de manera apabullante, siempre y cuando se la examine con criterio
filológico-lingüístico, y no a través del lente impresionista del aficionado, como sigue
siendo la práctica. En efecto, los más tempranos documentos sobre historia incaica
nos ilustran que la variedad quechua puesta algunas veces en labios de los incas, y
transmitida por la tradición oral, dista lejos de haber sido la variante cuzqueña o una
modalidad cercana a ella, y muestra, en cambio, todos los rasgos propios del que-
chua llamado chinchaisuyo. En la presente contribución aportaremos las evidencias
que nos facultan para sostener nuestra versión, que es la asumida, en sus postulados
fundamentales, por la comunidad de lingüistas del área andina. Los datos manejados
en función de ello provendrán básicamente de cronistas tempranos como Betanzos,
Cieza de León, Molina, Sarmiento y Polo Ondegardo.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
1
En efecto, el cronista soldado nos dice, por ejemplo, que «fue harto benefiçio para los españoles aver
esta lengua, pues podían con ella andar por todas partes, en algunas de las quales ya se va perdiendo»
(cf. Cieza de León [1551] 1985: XXIV, 73). En otro lugar enfatiza, señalando que «todos los de este
reyno en más de mil y dozientas leguas hablauan la lengua general de los Ingas, que es la que se vsaua en
el Cuzco» (cf. Cieza [1553] 1984: xli, 132). El cronista contador observa, a su turno, que «el españolo
que supiere la lengua del Cuzco puede pasar por todo el Perú, en los llanos y en la sierra, entendiendo
y siendo entendido de los principales» (cf. Zárate [1555] 1995: I, VI, 39).
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
2.1. Fuentes
En esta sección intentaremos caracterizar la «lengua del ynga» tal como ella se vislum-
bra en los escritos de Betanzos, de Cieza y de Quiroga. Los materiales a partir de los
cuales extraeremos las propiedades de la variedad concernida son los que se ofrecen
en el apéndice proporcionado. Como podrá apreciarse, los rasgos o propiedades que
asoman en dicho corpus, dada la escasez y naturaleza del mismo, se limitan solo al
aspecto fonológico, los que pueden resumirse en cinco propiedades: (a) sonorización
de las consonantes oclusivas precedidas de una nasal; (b) registro de dos sibilantes,
una dorsal /s/ opuesta a la palatal /š/, representada por la grafía <x>; (c) cambio
variable de la vibrante /r/ por /l/; (d) supresión de la aspiración en posición ini-
cial de lexema; y (e) tendencia a la pérdida de la postvelar /q/ en final de palabra.
Seguidamente pasaremos a ilustrar cada uno de los fenómenos mencionados.
2
Sobre la habilidad del cronista como quechuista, y por consiguiente la autoridad que debemos atri-
buirle como fuente en materia idiomática, ver Cerrón-Palomino (2015); y, para testimonios directos
acerca de su pericia lingüística de parte del mismo historiador, ver Betanzos (2015, I, XVI, 36-36v; I,
XXVII, p. 65).
3
Testimonio personal de los rudimentos de quechua que había aprendido bajo la tutela del primer
gramático de la lengua lo encontramos en Cieza de León (1985, XXIV, p. 72).
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Tales son los rasgos que caracterizaban al quechua hablado por los incas, según
las fuentes más tempranas mencionadas. Cabe señalar que, lejos de constituir fenó-
menos consumados, comportaban procesos en curso, y ello porque ejemplos como
los ofrecidos alternaban con otros, idénticos o parecidos, que no registraban la inno-
vación respectiva involucrada.
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
6
Declara el ilustre sevillano, en la dedicatoria de su obra al Rey, que el idioma que describe «es le[n]
gua que se comunicaua, y de que se vsaua y vsa, por todo el señorio de aquel gran señor llamado
Guaynacapa, q[ue] se estiẽde por espacio de mas de mil leguas en largo, y mas de ciẽto en ancho.
En toda la qual se vsaua generalmente della de todos los señores, y principales de la tierra, y de muy gran
parte de la gente comu[n] della» (énfasis agregado; cf. Santo Tomás 1994a [1560], op. cit.: «Prólogo»).
Nótese, particularmente, la continuidad del uso de la lengua al momento de dar remate a su obra,
la misma que saldrá a luz diez años después de haber sido elaborada.
7
Reconoce, en efecto, el soldado cronista, conocedor directo de la realidad que describe: «todos los
deste reyno en más de mill y dozientas leguas hablauan la lengua general de los Ingas, que es la que
se vsaua en el Cuzco. Y habláuase esta lengua generalmente, porque los señores Ingas lo mandauan»
(cf. Cieza de León 1984, xli, p. 132). El empleo por parte del historiador del verbo ‘hablar’ en pasado
puede estar reflejando la situación del regreso a la situación babélica, tras la quiebra del aparato estatal
incaico, de que nos hablará Blas Valera, citado por el Inca (cf. Garcilaso [1609] 1941, VII, III, p. 92).
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
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El príncipe de los cronistas nos informa que los chinchas hacían alarde del poder que habían alcanzado y
blasonaban de su empuje y audacia, al contarnos que «viéndose tan poderosos, en tiempo que los primeros
Ingas entendían en la fundación de la ciudad del Cuzco, acordaron salir con sus armas a robar las prouin-
cias de las sierras. Y assí dizen que lo pusieron por obra, y que hizieron gran daño en los Soras y Lucanes:
y que llegaron hasta la gran provincia de Collao. De donde después de auer conseguido muchas victorias
y auido grandes despojos, dieron la vuelta a su valle» (Cieza[1553] 1984, lxxiiii, p. 219).
9
Al tratar sobre la anexión de la «nación» quechua al imperio en expansión, Cieza refiere que «algunos
de los orejones del Cuzco afirman que la lengua general que se usó por todas las provinçias, [...] fue la
que usavan y hablavan estos quichoas» (cf. Cieza [1551] 1985, XXXV, p. 104). Lo confirman, de manera
91
Literaturas orales y primeros textos coloniales
independiente, Albornoz y Capoche. El famoso extirpador de idolatrías acota, al enumerar los santua-
rios de la provincia de los quichuas, que esta fue la comarca «de donde tomó el Inga la lengua general»
(cf. Albornoz [1581] 1989, p. 181). Capoche, finalmente, en su descripción de la Villa Imperial de Potosí,
al referirse a la lengua general sostiene que «es la que llaman quichua (por decirse así el pueblo principal
donde se habla y usaban de ella los incas del Cuzco, que era la cabeza del reino como hoy es, aunque
no era la materna que la tierra tenía)» (énfasis proporcionado; cf. Capoche [1585], 1959, II, p. 170).
10
Nos referimos al culto a Pachacamac, difundido paralelamente por chinchas y chancas en sus con-
quistas serranas. Según una tradición recogida por el cronista Santillán, el dios costeño le había revelado
a la madre de Thupa Inca Yupanqui, cuando este estaba aún en su vientre, que «el Hacedor de la
tierra estaba en los yungas, en el valle de Irma». Y así, tiempo después, «siendo ya hombre y señor el
dicho Topa Inga, la madre le dijo lo que pasaba, y sabido por él, determinó de ir á buscar el Hacedor
de la tierra al dicho valle de Irma, que es el que agora se dice Pachacama, y allí estuvo muchos dias
en oracion y hizo muchos ayunos» (cf. Santillán,1968 [1563], p. 392). Sobre el topónimo <Irma>,
ver Cerrón-Palomino (2008b, II-1, § 4).
92
El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
Pues bien, allí acaban las coincidencias entre ambas posiciones, pues mientras que
Itier deja en el aire la pregunta de cómo es que la primera «lengua general», y la de los
incas, registran los rasgos «costeños», Adelaar llega a sugerir que «el uso del quechua
chinchano se habría limitado a la administración y a las capas superiores de la socie-
dad incaica, [por] lo que sería comprensible su visibilidad en las fuentes históricas y
literarias del siglo XVI y su desaparición final en tiempos posteriores» (cf. Adelaar,
2010, p. 249). Aun así, de aceptarse esta hipótesis interesante, no llega a despejar la
misma pregunta formulada líneas arriba: ¿cómo se puede entender que la gente de la
administración, pero sobre todo la de las capas superiores, vale decir los incas, pudie-
ran haber asimilado una pronunciación reñida con sus hábitos articulatorios, entre
ellos con el de la producción de las consonantes sonoras tras nasal? Que sepamos, no
parece haber habido ninguna lengua de sustrato, en el sur andino o en el altiplano,
que promoviera una pronunciación semejante.
Si aceptamos que los incas de la etapa llamada mítica hablaban el aimara hasta
por lo menos los tiempos de Pachacutiy, y postulamos, como lo hemos hecho en
las secciones precedentes, que el quechua que aprenden los sucesores del inca orde-
nador del mundo era muy parecido a la variedad costeña, con la que compartía
prácticamente todos los rasgos fonológicos enumerados, caemos nuevamente en el
mismo círculo vicioso de no saber cómo explicar tales rasgos (dejando de lado el de
la lateralización de /r/ achacable a influencia de sustrato) en boca de ex hablantes
de aimara. En tanto no se explique de manera convincente el problema señalado,
apelando a casos semejantes en situaciones de contacto idiomático, el problema del
origen del quechua de los incas, de aceptarse la variedad que postulamos tanto Itier
como nosotros, seguirá en pie hasta que podamos contar con datos que contradigan
o confirmen la tesis propuesta.
93
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En primer lugar, cabría suponer que la variedad imperial propia de la élite
gobernante, con sus hablantes seriamente diezmados tras las matanzas de los gene-
rales de Atahualpa luego de su victoria sobre Huáscar, se habría visto avasallada por
el dialecto de los sectores populares, seriamente interferido por la lengua de sustrato,
que en este caso había sido una variedad local del aimara sureño. De entonces dataría
la profunda aimarización del quechua cuzqueño tanto en el nivel fónico como en el
gramatical, manifiesta no solo en su registro de consonantes aspiradas y glotalizadas
(cf., por citar solo algunos ejemplos atribuibles a la lengua ancestral, thuqa- ‘escupir’,
khuya- ‘querer’, khipu ‘nudo’, por un lado; y p’aki- ‘quebrar’, t’anta ‘pan’, ch’ulla
‘impar’, etc., por el otro) y el debilitamiento de sus consonantes en posición final
de sílaba (por ejemplo, <sispa>, <rabra>, <guabci>, en lugar de sichpa ‘próximo’,
rapra ‘hoja’ y wapsi ‘vaho’, respectivamente) sino también en su incorporación de
elementos gramaticales y léxicos ajenos al repertorio común de los dialectos quechuas
(cf. Cerrón-Palomino, 2013a, Parte II, ensayo6, § 5.12).
En segundo término, como consecuencia de la política colonizadora de los
incas (el sistema de mitmas), con remociones y recomposiciones multiétnicas de dis-
tinta procedencia lingüística y dialectal, fuera y dentro del Cuzco (cf. Cieza [1551]
1985[xxii],pp. 66-67; [1553] 1984: xciii,p. 260), y posteriormente, tras la conquista
española y su secuela de reducción de pueblos, con la consiguiente conmoción social
generada por ella (cf. Ramos, 2011, p. 27), se habría ido gestando un proceso de
reconfiguración idiomática a favor de una suerte de κοινή, sobre la base del quechua
mayoritariamente popular y local, de fuerte sustrato aimara.
En tercer lugar, siguiendo la tesis sugerida por Torero (1995, p. 14) y elabo-
rada por Itier (2000), deben tomarse en cuenta los profundos cambios políticos y
administrativos de la colonia que modificaron sustancialmente la estructura socioe-
conómica del sureste peruano, teniendo la explotación minera como su eje central, la
misma que estableció redes que tejieron y engarzaron toda la región sureña compren-
dida entre Huancavelica por el norte y Potosí por el sur, concentrando productos
y mercancías, y movilizando ingente mano de obra en las ciudades que jalonaban
dicho espacio: Huancavelica, Guamanga, Cuzco, La Plata y Potosí. Dentro de dicho
panorama propiciado por la pax toledana habría ido desarrollándose la nueva κοινή,
basada esta vez en el quechua normalizado y apuntalado por el Tercer Concilio.
De esta manera, el circuito comunicativo de trajinantes establecido por el mercado
interno colonial (cf. Glave, 1989), y para hablar solo de las ciudades serranas conec-
tadas por él, habría tenido como lingua franca la nueva «lengua general» de base
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
6. A
Tras la discusión efectuada en las secciones anteriores, conviene destacar algunos de
los puntos más relevantes que den cuenta de la propuesta inicial anunciada. De este
modo, en primer lugar, creemos haber aportado alguna evidencia a favor de la exis-
tencia de una variedad particular de quechua que corría en boca de los incas históricos
y de los miembros de la nobleza cuzqueña gobernante. Si bien dicha tesis no era
novedad para algunos de los lingüistas que han venido reflexionando sobre el tema
(Adelaar, Itier), hacía falta aportar datos concretos que la apoyaran, cosa que hemos
intentado hacer en las páginas precedentes. En segundo lugar, queda igualmente com-
probado que dicha variedad «inga» era prácticamente idéntica a la llamada primera
«lengua general», apenas diferente de ella en uno de sus rasgos fonéticos. En tercer
lugar, ambas modalidades dialectales, vigentes antes de la llegada de los españoles y
quizás todavía durante el «periodo de la conquista» (1532-1560), desaparecen gra-
dualmente ante una nueva variedad, esta vez de base popular cuzqueña, que se gesta
dentro del contexto socioeconómico, cultural y religioso creado por la administra-
ción colonial bajo la égida del virrey Toledo y de las disposiciones del Tercer Concilio
Limense. Esta variedad, que hemos llamado «segunda lengua general», será la antece-
sora del dialecto cuzqueño actual, defendida y celebrada ardorosamente, entre otros,
por nuestros lingüistas mestizos Blas Valera y el Inca Garcilaso (quien, por lo mismo,
dejará de llamarse «Inga»). De manera que, en verdad, la lengua bebida «en la leche
materna» de que tanto presume el Inca historiador no sería aquella que defiende
en sus escritos sino más bien, paradójicamente, la que proscribe en las obras de sus
colegas historiadores. Finalmente, en cuanto a la procedencia del quechua en labios
de los últimos soberanos cuzqueños, ya se vio como la tesis del origen chinchano se
encuentra en pleno debate, y las propuestas que se han venido sugiriendo al respecto
tropiezan aún con problemas que no son fáciles de explicar.
11
A esta nueva lengua franca se refiere con seguridad fray Diego de Ocaña, confundiendo términos
—hoy lo sabemos—, cuando nos dice que la «lengua del Cuzco es la que se habla generalmente por
todo el Pirú, porque el Inga mandó que se hablase en todas partes para que se entendiesen todos. Porque
hay tanta variedad de lenguas, que en cada pueblo es diferente la una de la otra, y con la general que uno
sepa, pasará por todas partes entendiéndole» (cf. Ocaña[1605] 2010, p. 470).
95
Literaturas orales y primeros textos coloniales
A
1. <ancha hatun apo, yndechori, canpa çapalla apo tuco pacha camba oya xulla>
|ancha hatun apu, indi churi, qam-mi sapa-lla apu; tukuy pacha qam-da uya-
šu-nki, šullull|
«muy grande y poderoso señor, hijo del Sol, tú solo eres señor; todo el mundo
te oya en verdad» (XX, 58-59).
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El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
1. <A ingaya a apoya maipi Cangui Capac ya indi yayaiqui guan chu cangui ya
guacchai quicta hinapacchu çaqui guarcangui capacya pusaguay are caillai-
qui man casac ingaya, suguita [sic] ruroita mi cupullaguai inguaya [sic] caçau
[sic] manchu sina ña caricui pachapi cauçaita monanichu pusaguai indiya
pusaguai guanacaureya>
97
Literaturas orales y primeros textos coloniales
2. <Ay, Ay, ymanam señor ya, y ma manta maca huangui a Dios ya>
|¡Ay, ay, ima-na-m, señor-ya? ¿Ima-manta maqa-wa-ngi-ya, Dios-ya?|
98
El quechua «del ynga» según testimonio de los primeros cronistas / Rodolfo Cerrón-Palomino
B
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L P
Carlos Garatea G.
Pontificia Universidad Católica del Perú
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
1
Los textos de Adelaar y Cerrón-Palomino incluidos en este volumen permiten tener una idea de la
magnitud que supuso la llegada del español al continente americano y su imposición en comunidades
con otras lenguas y culturas.
2
Aunque podría discutirse si en efecto se trata ya de un Estado, uso el término para entender el pro-
ceso general en el que una lengua cambia de estatus en el imaginario y su relación con el ejercicio del
poder político.
106
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
107
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ase de advertir que una lengua tiene algunas diferenzias, fuera de dialectos parti-
culares de provinzias, conforme a las edades, calidades, i estados de sus naturales,
de rrusticos, de vulgo, de ziudad, de la xente mas granada, i de la corte, del istoria-
dor, del anziano, i predicador, i aun de la menor edad, de muxeres i varones: i que
todas estas abraza la lengua universal debaxo de su propiedad, siervo i frase; i cada
uno le está bien su lenguaxe, i al cortesano no le está mal escoxer lo que parece
mexor a su proposito como en el traxe: mas no por eso á de entender que su estilo
particular es toda la lengua entera, i xeneral sino una parte, porque muchas cosas
que él desecha, son mui buenas i elegantes para el istoriador, anziano i predicador
i los otros (Correas, 1954, p. 144).
3
Al respecto véase el artículo de Bendezú y de Ezcurra en este volumen.
4
Dicho sea de paso, la Real Academia Española nació con orientación similar en el siglo XVIII.
5
La bibliografía sobre los hechos mencionados es extensa. Para tener un panorama del conjunto remito
a Cano Aguilar (1999; 2004), Eberenz (2000), Lapesa (1980; 1992), Lara (2004; 2014) y Rivarola (2007).
Me he ocupado de algunos de estos temas en Garatea (2004; 2010).
108
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
109
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Si este fragmento expresa claramente la compleja realidad del español hacia
fines del XVI, cuando en paralelo era impuesto en el Virreinato peruano, un siglo
antes, cuando las tropas de Pizarro tenían solo dos años de haber irrumpido en
Cajamarca, en 1535 Juan de Valdés6 cuestiona la propuesta de Nebrija precisamente
por considerarla expresión de una de las modalidades de habla, la andaluza, no la
castellana. El pasaje es este:
Valdés.- […] ¿Vos no veis que, aunque Librixa era muy doto en la lengua latina
(que esto nadie se lo puede quitar), al fin no se puede negar que era andaluz y no
castellano, y que scrivió aquel su Vocabulario con tan poco cuidado que parece
averlo escrito por burla? Si ya no queréis decir que hombres imbidiosos por afren-
tar al autor an gastado el libro.
Pacheco.- . En esso yo poco m’entiendo, pero ¿en qué lo veis?
Valdés.- . En que, dexando aparte la ortografía, en la qual muchas vezes peca, en
la declaración que haze de los vocablos castellanos en los latinos se engaña tantas
vezes que sois forçado a creer una de dos cosas: o que no entendía la verdadera
sinificación del latín (y ésta es la que yo menos creo) o que no alcançava la del
castellano, y ésta podría ser, porque él era de Andaluzía, donde la lengua no sta
muy pura (Valdés, 1989, p. 7).
6
Noticias en la línea de lo señalado arriba y, en particular, para el Diálogo de la lengua (1535), por ejemplo
Gauger (1996) y Rivarola (1998).
110
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
111
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En ese marco, el español entró en contacto con las lenguas amerindias9.
La situación cambia obviamente mucho de país en país y de época en época. Pasa
lo mismo con los efectos del contacto, incluso en el interior de un virreinato, hecho
que contraviene el ideal regulador y la homogeneidad que transmiten la escritura
y la gramática10. Claro que los resultados del contacto no produjeron una fractura
entre el español peninsular y el de América. Las pruebas están a la vista. España y
América (y en ella el Perú, por cierto) comparten una lengua histórica, el español,
que ha desarrollado características reconocibles e identificables con unos lugares
y no con otros; y ellas, al mismo tiempo que los distingue, coexisten con unida-
des comunes, con estructuras y voces que usan espontánea y libremente todos los
hablantes de español. Dicho de otro modo: lo común no impide reconocer las
diferencias, ni viceversa. Y, claro, no todas las diferencias se explican por influencia
de las lenguas indígenas.
Para explicar el efecto del traslado e implante en América y, por cierto, en el
Perú, Rivarola (1997b; 2005, p. 35) aludió al proceso como «reestructuración patri-
monial». De acuerdo con él, los contextos que rodean la imposición del español
ocasionaron cambios en la valoración y en el arraigo de las unidades. Hay casos de
generalización a nivel fonético, morfosintáctico y léxico. Un caso de generalización
es el seseo, fenómeno marcado diatópicamente como propio de variedades meridio-
nales; otro podría ser el uso panamericano de ustedes que neutraliza la oposición
deferencial-no deferencial, pero con una extensión menor que el primero, ya que en
ciertos contextos —sobre todo formales— vosotros parece haber logrado sobrevivir.
Otro caso sería el sistema etimológico lo/le para objeto directo e indirecto, a pesar de
que conviven usos loístas y leístas. Rivarola (2005, pp. 37 y ss) también señala algunos
casos de particularización, es decir, fenómenos originariamente generales en el uso
peninsular que limitan su uso en América, mientras que, en paralelo, la variedad gene-
ral favorece otra variante o difunde un uso antes limitado. Así, por ejemplo, frente
al general reprender, existen unidades como resondrar (<deshonrar < deshonorare) en
el español del Perú y retar en el de Río de la Plata, unidades léxicas que, desde otra
perspectiva, podrían ser valoradas como arcaísmos no obstante su actualidad y su
vigencia en el español de ambos países (cf. Garatea, 2010).
9
Nuevamente remito a los trabajos de Adelaar y de Cerrón-Palomino incluidos en este volumen para
comprender la magnitud del contacto de lenguas y la imposibilidad de extrapolar noticias y conclusio-
nes de un lugar a otro, inclusive si nos situamos en un país como el Perú.
10
Este tema dio origen a hipótesis sobre la formación del español americano y su base común: Granda
(1994, pp. 13-94) y Fontanella de Weimberg (1992) abogan por una Koiné. Rivarola (1997a; 2001b,
pp. 59-100) defiende la variación inicial.
112
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
Si, por un lado, ocurre el proceso descrito, por otro, como señalé, el español
entra en contacto con lenguas hasta entonces ignoradas, con historias particulares y
con culturas asentadas en ellas que el europeo de entonces era incapaz de anticipar
y muchas veces de comprender en su real dimensión. Por si fuera poco, la conquista
instaura una distribución asimétrica de la población. El grupo dominante retuvo el
español como lengua exclusiva e hizo de las indígenas lenguas de segundo orden,
sometidas y minusvaloradas. Adicionalmente, la cultura escrita y sus distintas moda-
lidades de empleo acentuaron la distancia que separa el mundo español del indígena.
En el caso del Perú, por ejemplo, la escritura y, con ella, tipos de discurso escrito
invadieron el espacio comunicativo de la población andina y sobrepusieron a la
segunda lengua, otra, la lengua escrita, con sus particulares exigencias mediales y
cognitivas. La escritura trasladó así rutinas y prácticas empleadas durante siglos a una
comunidad que carecía de ellas. A la lengua oral siguió, pues, la escrita. El Derecho,
por ejemplo, impuso textos y tradiciones discursivas; algo similar sucedió con el
discurso religioso. En el Perú, durante el siglo XVI, en contadas ocasiones, la pobla-
ción indígena alcanzó un dominio coordinado del español en sus dos dimensiones,
la del uso coloquial y sonoro y la del uso lineal y gráfico. La norma era la coexis-
tencia asimétrica de dos lenguas. El español en las alturas del poder y del sector
español; las lenguas indígenas en el bajo, limitadas y confinadas a la comunicación
oral en el interior de grupos étnicos locales. Sin embargo, con el pasar de los años,
las mezclas, las novedades surgidas del contacto, fueron abriéndose paso hasta dejar
huellas en los textos escritos en español. Parece claro que los textos elaborados por
indígenas bilingües durante los siglos XVI y XVII están situados en el clima general
de arraigo del español y ofrecen las primeras manifestaciones del contacto con las
lenguas andinas en el Perú.
113
Literaturas orales y primeros textos coloniales
y está sujeta a otro tipo de normas, aunque mantiene vínculos evidentes con la lengua
usada en el habla espontánea, aunque la relación no siempre es clara. Hay rasgos que
saltan a la vista; otros, en cambio, son más difíciles de reconocer. La propia caracteri-
zación de los textos y de la escritura es un problema. Por ejemplo, no es complicado
ponerse de acuerdo en torno a dónde está el alfabeto, a una letra y su tipo, a cómo
es la caligrafía, a los signos de puntuación. En cambio, otra es la situación si nos
preguntamos por el texto como totalidad y por sus tipos y funciones. Prevalecen los
problemas si, por ejemplo, se pretende trazar límites entre textos jurídicos y admi-
nistrativos o entre estos y los religiosos durante la Colonia. En ocasiones los tipos
resultan inmediatamente reconocibles pero en otras los límites se evaporan y dan
paso a fusiones y muestras de creatividad que impiden elaborar una tipología defi-
nitiva. Unidades de unos reaparecen en otros o, luego de haber persistido durante
siglos, de pronto, desaparecen o limitan su uso a ciertos casos y circunstancias. Tal es
la experiencia habitual del investigador cuando desempolva archivos y viejos docu-
mentos. Lo más evidente —y obvio— es que el discurso escrito y los textos integran
el universo cultural irradiado en América. Y algo más: escribir es, en sí mismo, una
práctica cultural, una actividad profundamente asociada a la formación, la expe-
riencia y la percepción. Por su intermedio se conduce el impulso de satisfacer una
necesidad personal (decirle algo a alguien) o de acatar una obligación impuesta y
regulada por una actividad (la escribanía, por ejemplo) que establece parámetros fijos
y predecibles de composición textual. El caso más claro es el de la práctica forense y
los formulismos que predominan en su discurso y que, además, cambian de un tipo
de texto a otro (p.e. de una denuncia a una memoria de bienes).
Ahora bien, para penetrar en textos coloniales, y no solo del XVI, conviene tener
presente que los siglos XIV y XV «no constituyen un período unitario y aislado ni
en temas ni en tipos de textos ni en modos de discurso» (Santiago, 2004, p. 533).
Desde fines del XIV hasta los inicios del XVI, el rasgo que prevalece es el desarrollo
y la diversificación de la cultura escrita en lengua castellana, tiempo en que Europa
atravesaba años de crisis y restricciones, en lo público y en lo privado. Eberenz piensa
que es en reacción a ese entorno que se buscan explicaciones y respuestas en los
libros. Surge «una demanda creciente de textos capaces de responder a las distintas
cuestiones planteadas por la vida social» (Eberenz, 2000, p. 13). Aumenta la lec-
tura de tratados médicos, de libros de caballería y de ideales que inyectan aliento y
mística en los lectores. La vida común regresa a la literatura con animadas dosis de
realismo popular, envuelta en frases, palabras y voces del habla común y popular,
antes proscritas por su divorcio de los modelos de prestigio. De manera que lo que se
tiene es una heterogeneidad de tipos y estilos textuales. En ellos convergen ingredien-
tes que proceden —recuerda Eberenz (2000, p. 16)— del latín, de etapas antiguas
114
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
11
Dejo de lado un abanico de cambios estructurales en el español de la época. Al respecto: Cano Aguilar
(2001b; 2002; 2003a; 2003b), Company (2001, 2006), Eberenz (2000; 2004), Girón Alconchel 2004a;
2004b), Herrero Ruiz de Loizaga (2003), entre otros.
12
Simplifico al extremo las ideas e hipótesis que sobre medio y concepción exponen Koch &
Oesterreicher (1985; 1990; 2001; 2007) y que han generado un desarrollo notable en la historia de
la lengua. En relación con esta línea de trabajo remito a López Serena (2002; 2011).
115
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Me parece que estas ideas, aplicadas a los textos coloniales, dan luces sobre los
resortes que sostienen los textos indígenas escritos en el Perú durante los siglos XVI
y XVII. Por su intermedio se complementa, además, el juicio que expuso Cuervo,
en 1901, en torno a los registros de las diversas modalidades de hablar español:
Así pues la lengua se ha acomodado de una manera general en América y especial
en cada país a las necesidades que le incumbe satisfacer; pero, además, las cir-
cunstancias con que se introdujo y la vida de esas sociedades nuevas hubieron de
producir modificaciones más íntimas. Por haberse formado los primeros núcleos
de población de individuos de diferentes clases y comarcas su vocabulario y fraseo-
logía debió de nivelarse sobre la base de términos generales de todos entendidos
y con el rasero de la lengua oficial y administrativa, aunque predominando oca-
sionalmente algunos términos locales si era notable el contingente de alguna
provincia española (Cuervo, 1901, p. 57).
13
En este marco, resultan de la mayor importancia los trabajos de Durston (2003; 2007; 2008).
14
Retomo algunas ideas y ejemplos expuestos en Garatea (2006a, pp. 319-321; y 2006b). También
remito a mi trabajo del 2004.
116
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
15
A ellas podrían añadirse otras estructuras como porque, e aunque, e pues, e assi commo, e como, e tan
bien, e assi, e en esta razón, e demás, e quando, e luego, etcétera (Bustos Tovar, 2002, p. 67). Todas son
formas usadas en documentos coloniales.
16
Para otros casos, analizados desde esa perspectiva, véanse Garatea (2010; 2011) y Rivarola (1990; 2001).
117
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Luego, en 1545, puede vérsele en una causa seguida por el Santo Oficio de la
Inquisición contra el Gobernador del pueblo de Anguitlan, en México:
E despues de lo susodicho, en diez e nuebe dias del mes de junio del dicho año,
estando en el Abdiençia de la Santa Ynquisiçion, el señor Ynquisidor mando
pareçer ante si al dicho don Françisco, governador del pueblo de Anguytlan.
E siendo presente le pregunto por lengua […] Y el dicho don Françisco dixo […]
E luego, el señor Ynquisidor […] (cit. Fontanella de Weinberg, 1993, p. 91).
17
He modificado ligeramente las representaciones fonéticas en este y en el tercer ejemplo para facilitar
la lectura.
118
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
Paytanca, rregedor hordenareos por el rre nuestro señor por su magestad, y a mí,
escriuano nombrado, paricio este edito […] y luego yo el dicho scriuano ley [y]
notifiqué este edito por los dichos caciques […] y se an dado a las calles con un
pregonero […]. Al pregonero dada e bozes y pregonado y a los dichos caciques
deste dicho pueblo oydo y los notificaciones y pregonandos, y los firmaron de su
nombres (cit. Rivarola, 2000, p. 41).
Pues bien, los tres ejemplos —incluido el peruano por cierto— muestran cómo
la historia de una lengua es, por una parte, la historia de continuidades, de for-
mas verbales que persisten y trascienden los episodios que encuentran a lo largo
del tiempo, y, por otra, es también la historia de quiebres, de cambios y de contactos
con otras lenguas, hechos todos inherentes a su historicidad y que, a la vez, muestran
claramente que la historia de una lengua es siempre la historia de una comunidad de
hablantes. No es algo abstracto, ni regular. Todo lo contrario. Es una historia que,
aunque sea posible identificar puntos comunes y similitudes entre espacios empa-
rentados lingüísticamente, es, en todos los casos, una historia vivida de maneras
muy distintas si nos atenemos a los hablantes, a su exposición y al tipo y grado de
contacto y familiaridad que tienen con la lengua española. Dicho de otra manera:
no todos los indígenas intervienen del mismo modo en el contacto con el español
ni estuvieron en igualdad de condiciones ni tuvieron las mismas oportunidades
para desarrollar una competencia bilingüe coordinada y aprender a hablar, leer y
escribir en español.
Esa es la imagen resultante de las afirmaciones que ofrecen los documentos
del XVI: un heterogéneo e incipiente aprendizaje del español. Pero las noticias no
son coincidentes. Hay quienes celebran el dominio de la lengua del conquistador
y quienes lo lamentan o lo interpretan como un potencial peligro. ¿Por qué la
Corona ordena, el 21 de septiembre de 1543, a la novísima Audiencia de Lima que
impida la venta de novelas profanas a los indios? ¿Simple precaución o ya había
indios capaces de leer?18 El virrey Toledo, por ejemplo, en un primer momento,
expresa su decepción ante el fracaso de la educación indígena, pero luego cambia de
opinión y le escribe al Rey el 30 de noviembre de 1570: «También tengo escripto a
vuestra magestad como no conviene que a estos reinos se traigan libros profanos y
de mal exemplo porque lo recibirán los indios que muchos van ya sabiendo leer»
(Tibesar, 1991, p. 127, n. 41). Años después, en alusión al altiplano, Bartolomé
Álvarez, defensor de la erradicación de las idolatrías, cuenta, en De las costum-
bres y conversión de los indios del Perú: memorial a Felipe II [1588], haber visto a
indios que adquirían el manual de Monterroso y las Siete Partidas de Alfonso X,
18
Las dos preguntas fueron sugeridas por Tibesar (1991, p. 69).
119
Literaturas orales y primeros textos coloniales
19
Dicho sea de paso, Guamán Poma [1615] también cita a Monterroso: «el buen monterroso que escriuía
cin mentira y cin cohecho nenguna» (1980, p. 361). Es Gabriel de Monterroso y Alvarado. Su Pratica
civil y criminal e instruction de scriuanos, publicada en 1563, tuvo derecho exclusivo de venta en las Indias
gracias a la real cédula del 5 de febrero de 1569; Irving Leonard dice, en Los libros del conquistador [1949],
encontrarlo entre los pedidos de libros que se hacen de Lima a España alrededor de 1583, con las también
mencionadas Siete Partidas de Alfonso el Sabio (Leonard, 1996, p. 187; p. 376, n.2). Este asunto es mate-
ria de un trabajo en curso pero me parece importante señalarlo aquí porque refuerza la idea de círculos o
redes que colaboran con la difusión de la lengua y la cultura españolas en el mundo colonial.
120
Los primeros años del español en el Perú / Carlos Garatea G.
los christianos, nombran estas cosas generales por los vocablos que han oydo dellos,
como al cacique, que ellos llaman curaca, nunca le nombran sino cacique, y aquel su
pan de que está dicho le llaman maíz, con nombrarle en su lengua çara, y al breuaje
llaman chicha, y en su lengua, açua; y assí de otras muchas cosas (Zárate, 1995, p. 55).
El motivo del fragmento es claro: El trueque de voces quechuas por voces foráneas.
Y señalo «foráneas» para resaltar que no debe pensarse que el proceso de adopción y
contacto se limitó a términos y estructuras —digamos— patrimoniales, españolas.
Con la lengua española llegó un número importante de voces procedentes de lenguas
centroamericanas, entre otras. Cacique es voz taína; también maíz; en cambio chicha
parece proceder de una lengua panameña. Las tres desplazaron a las equivalentes
quechuas. Las tres fueron, por cierto, irradiadas en el Perú como unidades ya asimi-
ladas al español. Dicho de otra manera: los indígenas aprendieron esas palabras como
si fueran voces españolas20. Y fue así cómo enraizaron en nuestra memoria histórica
y en nuestros usos habituales de lengua.
Sobran, pues, razones para insistir en que la historia del español peruano durante
el siglo XVI es una historia que se descompone en varias historias, muchas de ellas
apenas reconocibles, otras presupuestas y, seguramente un gran número, la mayoría,
silenciadas por el tiempo o condenadas a permanecer bajo el polvo de algún archivo.
En cualquier caso, el panorama descrito en este capítulo permite que, tras su senci-
llez y brevedad, el lector aprecie una compleja historia de idas y vueltas en las que el
español y las lenguas andinas son los protagonistas.
B
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20
Repárese que cacique ya figura en el texto del escribano Napampona de 1590. Aparece en medio de
estructuras claramente formulísticas, lo que es señal de su arraigo en el discurso. Durante el siglo XVII,
las tres voces taínas arriba mencionadas poblaron los documentos coloniales; incluso aquellos escritos
por indios bilingües. Ahí están los casos de Guaman Poma de Ayala y de Santa Cruz Pachacuti en los
que, por ejemplo, pueden verse ambas. En Guaman Poma: por los uertudes y oraciones que hazía este
dicho cacique prencipal y su señora [15]. En Santa Cruz Pachacuti: los curacas y principales della por
aber visto cayer y derribarse ydolo dellos (192), una hija de un caçique de aquella probinçia (191).
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G
(1560-1619)
Raúl Bendezú-Araujo
Pontificia Universidad Católica del Perú
P
Un aspecto de importancia central para el conocimiento de la historia de los pueblos
amerindios y sus lenguas es el estudio de las primeras descripciones léxicas y grama-
ticales que se hicieron de estas. La elaboración de artes y vocabularios de las lenguas
vernáculas durante el periodo colonial americano es, como se sabe, una empresa
desarrollada en el marco de la evangelización de los indígenas. Sus responsables
fueron religiosos, principalmente frailes de distintas órdenes, predominantemente
jesuitas para el caso de las descripciones del quechua y del aimara. Estos trabajos son
el resultado del reconocimiento de la insoslayable necesidad de aprender las lenguas
aborígenes para usarlas como medio de instrucción y transmisión de las verdades
cristianas. Para el caso peruano, desde 1560 —año en que aparecen los primeros
trabajos descriptivos del quechua, por cierto, antes inclusive de que varias lenguas
europeas hayan sido objeto de descripción (Oesterreicher, 2009a)— se inaugura un
fructífero periodo de producción léxica y gramatical, que incluirá también al aimara,
y que se extenderá hasta aproximadamente mediados del siglo XVII.
Estas tareas descriptivas —sus supuestos, implicancias, procedimientos, proble-
mas, contradicciones y resultados— constituyen un fascinante capítulo, que todavía
nos ofrece muchísimo por explorar, de la historia intelectual americana (Zimmermann,
1997, p. 9). Son muchos los ámbitos de interés concernidos en los trabajos de los
frailes. Como hace unos años ha destacado Klaus Zimmermann (1997, pp. 9-15),
123
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1
Basten, al respecto, dos breves menciones de nuestros frailes descriptores del quechua y el aimara.
González Holguín menciona, en el Prohemio del Avtor de su Vocabulario, haber consultado con muchos
quechuahablantes del Cuzco, «a quienes yo he repreguntado y aueriguado con ellos cada vocablo, y de
ellos lo he sacado, assi ellos son los principales autores desta obra». Bertonio, por su parte, destacará que,
en un momento inicial, la elaboración de su vocabulario se valió de traducciones de textos religiosos
españoles al aimara llevadas a cabo por indios ladinos. La labor consistía en: «sacar cada vocablo […] y
todas las frases y modos de hablar elegantes con que cada cosa se explicaba y después de averiguada la
significación, así de los vocablos como de las frases, con mucho trabajo me puse a ordenar por sus letras
el presente vocabulario» [...] (A los sacerdotes...). Hecho ello, la labor se complementaba con la consulta
a otros compañeros de la orden jesuita también conocedores de la lengua.
2
Para el caso de las gramáticas y vocabularios coloniales sobre el quechua y el aimara en particular, cf.,
por ejemplo, Adelaar (1997); Calvo (2000; 2004); Cerrón-Palomino (1995; 1997; 2014); Hardman
(1991); Mannheim (1991); Torero (1997), (1999); Schmidt-Riese (2005; 2010).
3
Cf., ahora, Zwartjes (2012) para una visión de conjunto. Ver, también, los volúmenes de los congre-
sos de lingüística misionera: Zwartjes & Hovdhaugen (2004); Zwartjes & Altman (2005); Zwartjes,
124
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
James & Ridruejo (2007); Zwartjes, Arzápalo & Smith-Stark (2009); Zwartjes, Zimmermann &
Schrader-Kniffki (2013). Para una postura crítica ante el término lingüística misionera, cf. Oesterreicher
& Schmidt-Riese (1999).
4
Nótese cómo nuestra cita destaca el modo en que estos materiales buscan incidir tanto en las necesi-
dades comunicativas propias del trato diario con los indios como en requerimientos comunicativos más
específicos como los catequéticos. Esto último pondrá de relieve, también, por ejemplo, Diego Gonzá-
lez Holguín [1608] al referirse a sus trabajos léxicos y gramaticales: «Notense las muchas phrasis que se
enseñan a componer por todo el Vocabulario, que con ellas y las que el Arte enseña tendra uno copia y
elegancia para cumplir con la obligacion de predicar» (González Holguín, 1952, Avisos necessarios para
entender las letras nuevas).
125
Literaturas orales y primeros textos coloniales
5
Los documentos que se encuentran en Solano (1991) permiten identificar algunos aspectos del
debate en torno de la castellanización, que no cabe reseñar aquí. Por su parte, el jesuita José de Acosta,
destacado participante del Tercer Concilio de Lima y responsable directo de algunas de sus traduc-
ciones, nos ofrece una muy dura y no menos lúcida increpación a aquellos que, ya casi por la última
década del siglo XVI, abogaban por la castellanización compulsiva: «Hay quienes sostienen que debe
obligarse a los indios con leyes severas a que aprendan nuestro idioma. Son demasiado espléndidos
de lo ajeno y ruines de lo suyo. [...] Porque si unos pocos españoles, estando en patria extraña, no
pueden con todo olvidar su propia lengua y aprender la extranjera, siendo de excelente ingenio y
viéndose constreñidos por la necesidad de entenderse, ¿en qué cabeza cabe que innumerables gentes
tengan que olvidar la lengua de sus padres en su propia patria y usar solo de un idioma extranjero
que oyen raras veces y muy a disgusto? Y cuando dentro de sus casas además tratan de sus asuntos
en su lengua materna, ¿quién los sorprenderá? ¿Quién los denunciará? ¿Cómo les obligará a hablar
español?» (Acosta, 1987, p. 63).
6
Citamos las constituciones de los concilios limenses segundo y tercero de la compilación de Vargas
Ugarte (1951-1954), tomo II.
7
El sínodo ordena sanciones económicas para aquellos que, dentro de plazos determinados, no llega-
ran a alcanzar las competencias lingüísticas necesarias (cf. Const. 3 y 53, segunda parte).
126
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
8
La Instrucción de Jerónimo de Loayza [1545] nos pone al tanto de las primeras decisiones oficiales
del clero peruano en materia de lenguas y evangelización de los indígenas. Señala el primer arzobispo
de Lima a los sacerdotes que «no se usen las dichas cartillas hechas en su lengua [de los indios] hasta
tanto que por nos juntamente con los autores dellas […] sean vistas y examinadas, y de las que asi están
hechas se reduzcan y hagan una» (Loayza, 1545, p. 142). A pesar de que la prohibición es clara: no llevar
acabo la instrucción en lengua vernácula, quedan claros dos puntos. Primero, que la instrucción ya se
venía haciendo tempranamente, al menos en alguna medida, en lengua aborigen; y, segundo, que estaba
reconocida la necesidad de contar con materiales unificados en la lengua.
9
Sobre la labor normalizadora de los frailes del Tercer Concilio, ver, para el aimara, Cerrón-Palomino,
1997; para el quechua, Cerrón-Palomino, 1988 (pp. 137-140); 1992 (pp. 218-225). A propósito de la
ortografía conciliar, cf. Cerrón-Palomino 2013 (pp. 126-130).
127
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ilustración 1. Doctrina christiana y catecismo para instrucción de los indios (Lima, 1584),
el primer libro impreso en Sudamérica, en edición trilingüe con textos en aimara, quechua y
español. En la Biblioteca Nacional del Perú, Biblioteca Digital Mundial, Library of Congress,
Washington DC, EE.UU.
128
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
10
Para el quechua, Domingo de Santo Tomás [1560]; Valera [1586]; Diego González Holguín [1607],
la gramática y [1608], el vocabulario; Diego de Torres Rubio [1616], para el aimara y [1619], para el
quechua. Torres Rubio había publicado en 1603 en Roma un trabajo para el quechua y el aimara, hoy
perdido. Posteriormente, las gramáticas quechuas de Alonso de Huerta (1616) e Iván Roxo Mejía y
Ocón [1648], que no serán aquí materia de tratamiento. Para el aimara, los trabajos de Torres Rubio,
Bertonio [1603; 1612]. Reflexiones gramaticales y léxicas se encuentran también, ya fuera de las artes y
los vocabularios mismos, en los comentarios a las traducciones del Tercer Concilio (1985), que incluyen
listas léxicas del quechua y el aimara, y en los pasajes de reflexión metalingüística del Inca Garcilaso.
Sobre esto último, cf. Cerrón-Palomino (1993; 2013).
11
La primera publicación de ambas obras se realizó en Sevilla, bajo la supervisión del propio Domingo
de Santo Tomás. En 1891 la gramática fue reimpresa en Leipzig (Alemania), bajo el título Arte de la
lengua quichua. Posteriormente, en 1951, se publicó una edición facsimilar de la gramática y otra del
vocabulario. Finalmente, en 1994 y en 1995, se publicaron ediciones transliteradas de la gramática,
ambas acompañadas de sendos estudios introductorios a cargo de R. Cerrón-Palomino (cf. Pease, 2008,
pp. 194-195). Mantenemos la ortografía original de los títulos.
129
Literaturas orales y primeros textos coloniales
12
A propósito del quechua costeño como variedad tratada por Santo Tomás, destaca Cerrón-Palomino:
«Por lo que toca a la variedad quechua hablada en la zona, tanto los etnohistoriadores como los lingüis-
tas están de acuerdo en que se trataba de la misma descrita por Domingo de Santo Tomás […] Y si bien
es verdad que el sevillano, antes de ser designado Obispo de Charcas, anduvo igualmente en los valles
costeños de Chancay y Chicama, así como en las serranías de Huailas y Conchucos, donde pudo fami-
liarizarse con el quechua general, buena parte de su tiempo la pasó predicando y fundando conventos
entre los chinchas» (Cerrón Palomino, 1990, p. 340).
13
Usaremos los corchetes angulados (< >) para señalar que los ejemplos son representados tal como apa-
recen en el original; los paréntesis, para representar la versión normalizada según el alfabeto oficial del
quechua; las comillas simples, para presentar las glosas de los términos quechuas y aimaras; las barras,
para señalar las formas fonológicas de los ejemplos citados; y el asterisco (*), para indicar que se está
presentado la forma reconstruida de los ejemplos.
130
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
Ilustración 2. Óleo de fray Domingo de Santo Tomás (c. 1560), autor del Lexicón y la
Grammática (Sevilla, 1560), la primera descripción léxico-gramatical del quechua. Museo
de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.
131
Literaturas orales y primeros textos coloniales
14
Publicado en 1586 en Lima por el impresor Antonio Ricardo (a quien, en ocasiones, se le atribuye
erróneamente su autoría), el Arte y vocabulario forma, junto con la Doctrina Christiana, el conjunto de
textos inaugurales de la imprenta en el Perú. Se reimprimió en tres ocasiones en el siglo XVII: en 1603
en Sevilla (bajo el título Gramatica y vocabolario de la lengva general del Perv llamada Quichua, y en la
lengua Española), en 1604, nuevamente en Lima (en esta ocasión, solo el tratado léxico bajo el título
Vocabvlario en la lengua general del Perv llamada Quichua, y en la Española) y en 1614, también en Lima
y con el título original. Posteriormente, se imprimirían ediciones nuevas en Lima en 1951 (nuevamente
solo el vocabulario con el título Vocabulario y phrasis en la lengua general de los indios del Perú, llamada
quichua, y en 1970 (bajo el rótulo Gramatica quechua y vocabularios. Adaptación de la primera edición de
Antonio Ricardo). En 2009 se publicó en Madrid una edición facsimilar del texto, a cargo de J. Calvo.
Finalmente, en 2014 apareció en Lima una nueva edición del texto, bajo el título original, a cargo de
R. Cerrón-Palomino.
15
En realidad, estas regulaciones ya habían sido establecidas por el Segundo Concilio Limense (1567),
pero no entraron en vigor sino hasta que fueran nuevamente promovidas por los participantes del Tercer
Concilio. Cf. lo adelantado en el punto 1.
16
Cerrón-Palomino, en el Prólogo a su edición de estos materiales, ofrece un contraargumento al res-
pecto y señala que «[el] Arte y vocabulario, que se sepa, no contaba, al menos no expresamente, con el
respaldo de las autoridades virreinales y eclesiásticas. Con todo, desde el momento en que su edición
aparece precedida de la misma «provisión real» [que antecede al Catecismo], no cabe duda de la autori-
zación tácita de su publicación» (2014, p. 11).
132
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
133
Literaturas orales y primeros textos coloniales
17
En ocasiones, se puede encontrar en el Vocabulario algunas entradas que van acompañadas de
la marca «(chin.)». Las voces señaladas con dicha marca corresponden, a criterio de los redactores
del Vocabulario, al conjunto de variedades denominado «chinchaysuyo», es decir, a las variedades
quechuas emplazadas en el territorio de los actuales departamentos de Junín, Pasco, Áncash y,
muy probablemente, también a la variedad costeña de la lengua (la descrita por Santo Tomás en su
Grammatica), ahora extinta.
18
Lo último se refleja, sobre todo, en la propuesta ortográfica de los materiales conciliares, en la que
se aprecia una hipodiferenciación de las consonantes aspiradas y glotalizadas, características del que-
chua cuzqueño, pero ausentes en todas las variedades restantes. Así, palabras como qarwa ‘amarillo’,
q’apiy ‘exprimir’ y qhari ‘varón’ son escritas con un mismo grafema <c>, de modo que las diferencias
fonético-fonológicas entre los segmentos iniciales de estas voces son pasadas por alto.
19
La naturaleza de la variedad quechua descrita en los materiales de Valera ha sido objeto de mucha
discusión. Hace varios años Cerrón-Palomino opinó que «la variedad quechua subyacente a los textos
no podía identificarse con ninguna de las variantes orales en uso, aunque obviamente tomaba como
base […] el dialecto cuzqueño» (Cerrón-Palomino, 1987, p. 87). Para opiniones distintas y un estado
del debate, cf. Itier (2011), Heggarty y Pierce (2011).
134
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
2.3 La Gramatica y arte nueva de la lengua general del todo el Perú, llamada lengua
Qquichua, o lengua del Inca [1607] y el Vocabulario de la lengua general de todo
el Peru llamada lengua Qquichua o del Inca [1608] de Diego González Holguín20
20
La Gramatica fue publicada en 1607 en Lima; y el Vocabulario, en 1608. El tratado gramatical de
González Holguín fue publicado nuevamente en 1842 (Génova, Italia) y en 1975 (Vaduz-Georgetown).
El diccionario se volvió a publicar en 1953, en Lima, con un prólogo de R. Porras Barrenechea y fue
reimpreso en 1989. En 1993, apareció en Quito una nueva edición del Vocabulario, con un prólogo de
Ruth Moya. Ambos textos, Gramatica y Vocabulario, fueron publicados de forma conjunta en 1901 en
Lima (cf. Mannheim, 2008a).
21
Para Mannheim, por ejemplo, «La descripción de la derivación verbal por parte de Gonçalez Holguín
es más sensible a las complejidades de significado de estas categorías que la mayoría de descripciones
modernas» (2002, p. 212).
22
Para una perspectiva que atenúa un poco la distancia formal y terminológica entre los textos de
González Holguín [1607] y los de Valera [1586], se puede consultar Durston (2008, p. 161).
23
Tal es el caso de las adiciones del padre Juan de Figueredo en su edición de 1700 del Arte y Vocabulario
de Diego de Torres Rubio [1619].
135
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ilustración 3. Gramatica y arte nueva de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua
Qquichua, o lengua del Inca (Lima, 1607) del jesuita Diego González Holguín. Cortesía de
la John Carter Brown Library, Providence, Rhode Island, EE.UU.
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Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
El Vocabulario de González Holguín es, por mucho, el tratado léxico más extenso
del conjunto de vocabularios coloniales. Ahora bien, el valor de las entradas léxicas
que nos ofrece el fraile jesuita no es meramente cuantitativo, sino que radica, tam-
bién, en que nos ofrece una profundización en la semántica de la lengua. Ello se
aprecia, por ejemplo, en las descripciones detalladas de algunos vocablos nativos,
tales como, por ofrecer solo un par de ejemplos, <mirccuni> ‘Comer a su padre
o madre, que por ser peccado estupendo le dieron vocablo proprio, y en el cielo
fingieron vna estrella contraria a ese peccado y que influye contra los que lo hazen,
que llaman, Manam mirccuc cuyllur, que dize, Estrella de los que comen a su padre
o madre’, o <ylla> ‘la piedra vezar grande, o notable como vn hueuo, o mayor, que
la trayan consigo por abusion para ser ricos y venturosos’, entre muchos otros, casos
para los cuales, más allá de la mera equivalencia o descripción parca, usual en los
vocabularios coloniales previos, contamos con abundante información semántica,
si bien no siempre exenta, como es de esperarse, de prejuicios ideológicos y reli-
giosos. Llama la atención también el tratamiento informativamente abundante de
ciertas «familias» léxicas, como es el caso de la raíz <yma> ‘qué’, a cuyas derivacio-
nes les dedica el jesuita 50 entradas, que ilustran muy diversos modos de interrogar
propios de la interacción lingüística cotidiana, o el de la raíz <aci-> ‘reír’, entre
cuyas derivaciones encontramos las voces <acina>, <aciy>, <aciyçapa>, <acipayani>,
<acipaya chacuni>, <acipayachicuni>, entre otras. La disposición sucesiva de las
entradas permite al lector vislumbrar, como consecuencia de la agregación y el
contraste de distintos sufijos a una misma raíz léxica, el funcionamiento y matices
semánticos de las aludidas partículas y, con ello, la interacción entre la gramática
y la semántica de la lengua. En el caso de los derivados de <aci->, los tres prime-
ros ejemplos dan cuenta de las posibilidades combinatorias con sufijos nominales,
como el concretador -na en <acina> ‘cosa que causa risa’, el infinitivo –y en <aciy>
‘la risa’, y la combinación del infinitivo –y el frecuentativo –sapa en <asiyçapa>
‘el que por momentos se ríe’, mientras que los tres últimos ejemplos son evidencia
de las ampliaciones semánticas que genera el uso de sufijos aspectuales, tales como
–paya en <acipayani> ‘mofar de otro, o hazer burla, trisca, o reyrse del’ o la com-
binación de –paya y –cha en <acipayachacuni> ‘triscar, mofar de todo quanto trae
en si, o haze, o dize’ o la combinación de –paya y –chi en <acipayachicuni> ‘dexar
o permitir mofar de si’24. Puede notarse, asimismo, que lo que motiva el agrupa-
miento de estos conjuntos de entradas léxicas es un interés pedagógico por acercar
al lector/usuario de estos materiales a la realidad del uso comunicativo de la lengua.
24
Esta suerte de encuentro entre dominios semánticos y gramaticales de la lengua en los trabajos de
González Holguín ya ha sido señalada por Mannheim (2002, p. 212) en relación a la Gramatica, pero
consideramos que es extensible también al Vocabulario.
137
Literaturas orales y primeros textos coloniales
25
Entre esta «copia de vocablos» que da a conocer González Holguín se encuentra también un capítulo
particular dedicado al léxico de parentesco quechua que el autor prefiere incluir en la Gramatica (y no
en el Vocabulario como sería esperable), aduciendo que «No se pudo remitir al vocabulario esta materia
por ser tan confusa, que aun a grandes penas se puede tratar della disctintamente aqui por junto, quanto
menos en el vocabulario» (1607, fol. N4v).
26
La propuesta ortográfica de González Holguín se aleja notablemente de la línea normalizadora del
Tercer Concilio, particularmente, en su intento de representar las particularidades fonológicas de la
variedad cuzqueña, tales como las consonantes aspiradas y glotalizadas. González Holguín no logra ser
totalmente sistemático en el registro de estos segmentos fónicos. Por ejemplo, el lexema chakra se grafica
tanto con <ch>, que representa a /č/, como con <chh>, grafía que es usada también, y principalmente,
en otras entradas del vocabulario para representar el sonido /čh/).
138
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
2.4 El Arte de la lengua Quichua general de los indios del Perú [1619] de Diego de
Torres Rubio28
27
De acuerdo con Mannheim, la Gramatica de González Holguín es también un tratado de retórica
(lo que actualmente consideraríamos «pragmática»), pues coloca un énfasis muy particular en la función
del «lenguaje como herramienta social» (2002, p. 212).
28
El Arte de Torres Rubio aparece en Lima en 1619. En el año 1700, el padre Juan de Figueredo elabora
una nueva edición de este material, al que incorpora algunas añadiduras. Esta edición se vuelve a imprimir
en 1754. En el siglo XX, la sección relativa al vocabulario (incluyendo las incorporaciones de Figueredo)
se publica en dos tomos en 1944 y 1945, y como un solo tomo en 1947 (cf. Mannheim, 2008b).
29
En esa dirección apuntan las Advertencias previas, para la orthografia, y pronunciacion de esta lengua,
que figuran en la edición aumentada que elabora en el 1700 el padre Juan de Figueredo de la obra
de Torres Rubio. En ellas, Figueredo enfatiza la necesidad de diferenciar entre las pronunciaciones
«guturales» de esta lengua, «porque hay muchisimos [vocablos] que significan cosas muy diversas por
sola la diferente guturacion, con que se pronuncian». Claramente, Figueredo está haciendo referencia
a las consonantes aspiradas y glotalizadas características del quechua cuzqueño (como ya se ha mencio-
nado anteriormente).
139
Literaturas orales y primeros textos coloniales
2.5 Los Artes (1603, 1612) y el Vocabvlario de la lengva aymara (1612) de Ludovico
Bertonio31
Los tratados del fraile jesuita Ludovico Bertonio constituyen la primera descrip-
ción gramatical y léxica del aimara. Tal como ocurre con los materiales de González
Holguín para el quechua, el detalle del análisis gramatical de Bertonio no tiene paran-
gón en los estudios aimarísticos. Lo mismo ocurre para su Vocabulario, que hasta
30
En la reimpresión de estos materiales en el año 1700 por parte del padre Juan de Figuerdo, además del
añadido de algunas voces a la sección del vocabulario, se ofrece un Vocabulario de la lengua Chinchaisuyo,
y algunos modos mas usados en ella. En esta sección, Figueredo incluye algunos apuntes gramaticales y dos
vocabularios (quechua-castellano y castellano-quechua) relativos a las hablas emplazadas al norte de la
región colonial de Huamanga, que en la época recibían, de modo general, el rótulo de «chinchaisuyo».
Es muy probable que estos apuntes gramaticales configuren el primer y muy tímido esbozo de lo que
ahora consideraríamos una gramática contrastiva de los dialectos del quechua.
31
Además de las ediciones mencionadas en este apartado, la obra de Bertonio vuelve a publicarse en
1879, bajo el título «Arte de la lengua aymara» en Leipzig, y en 2002, con el título «Arte de la lengua
aymara: Con una silva de prhases de la misma lengua y su declaración en romance», en Cochabamba.
El Vocabulario se publicó nuevamente en 1879 (Leipzig); en 1956 (La Paz) y 1984 (Cochabamba),
como ediciones facsimilares; y en 1993 (La Paz) en forma de transcripción (cf. Albó, 2008). En el año
2006, se publicó en Arequipa una nueva edición del texto, titulada «Vocabvlario de la lengva aymara».
140
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
32
Cf. Albó (2008).
33
Existen indicios de que, antes de las publicaciones de Bertonio (1603) y Torres Rubio (1619) (cf. 2.6),
ya habrían circulado algunos materiales léxico-gramaticales del aimara. Ello se deriva tanto del conte-
nido de las Annotaciones de la Doctrina Christiana como del grado de conocimiento sobre la lengua y
su variación dialectal que se exhibe en los materiales de ambos frailes (Cerrón-Palomino, 2009, p. 43;
cf. también Albó, 2008).
34
Dentro del conjunto de materiales léxico-gramaticales de los siglos XVI y XVII, tanto para el quechua
como para el aimara, los de Bertonio ofrecen la propuesta de normalización ortográfica más lograda y
sistemática del conjunto, lo que facilita mucho la consulta de sus materiales en la actualidad.
141
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ilustración 4. Vocabulario de la lengua aymara. Primera parte: donde por abecedario se ponen
en primer lugar los vocablos de la lengua española para buscar los que les corresponden en la
lengua aymara, del jesuita Ludovico Bertonio (1612, Juli, Provincia de Chucuito, Perú).
Cortesía de la John Carter Brown Library, Providence, Rhode Island, EE.UU.
142
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
143
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En 1616 el fraile español Diego de Torres Rubio publica en Lima su Arte de la lengva
aymara, tratado que incluye, además, un vocabulario castellano-aimara y aimara-
castellano36. El texto en su conjunto es mucho más breve y, por ende, mucho menos
detallado que el trabajo monumental de Bertonio. Nos ofrece una descripción de la
variedad aimara de Potosí (Bolivia), región en la que Torres Rubio predicó durante
tres décadas (Cerrón-Palomino, 2000, p. 46). En ese sentido, se trata de un mate-
rial significativo para el estudio del aimara en la Colonia en tanto que, por medio
de él, es posible acceder a la diversidad dialectal del aimara sureño, sobre todo si lo
contrastamos con los materiales de Bertonio y las informaciones contenidas en las
Annotaciones de la Doctrina Christiana, que describen la variedad lupaca (Juli, Puno)
y la variedad pacaje (La Paz, Bolivia), respectivamente.
35
Además de la edición comentada en este acápite, existe una versión modernizada del texto, bajo el
mismo título, publicada en Lima en 1967 (cf. Mannheim, 2008b).
36
En el mismo año en que Bertonio publicaba sus Arte breve y Arte y grammatica muy copiosa en Roma,
Diego de Torres Rubio hacía lo propio con su Grammatica y Vocabulario en la lengua Quichua, Aymara
y Española, la que, lamentablemente, solo se conoce por referencias (Cerrón-Palomino, 2000, p. 46).
144
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
145
Literaturas orales y primeros textos coloniales
con el Vocabulario de Nebrija, queda claro que fray Alonso de Molina calca al sevi-
llano y otras veces se inspira en él37.
Por lo que toca a las gramáticas o artes, su estructura organizativa así como la ter-
minología descriptiva utilizada tuvieron un fondo común hispano, mediado, al igual
que para los vocabularios, por Nebrija como portador también de la tradición clásica.
Así, por ejemplo, la disposición de los contenidos gramaticales de la Gramatica y
Arte Nueva de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua o del Inca del
jesuita Diego González Holguín [1607] se debe a las Introductiones, que organizan la
información gramatical según el llamado orden doctrinal, propicio precisamente para
aprendices de una lengua extranjera38.
En cuanto a las distinciones necesarias para la descripción, aspectos de base como
las ocho partes de la oración —que Nebrija emplea en la Introductiones, pues en la
Gramática son, más bien, diez— o los casos latinos, son comunes a las gramáticas
de los frailes que se ocuparon de lenguas muy diferentes. Lo mismo se puede decir de
la distinción entre activa y pasiva, así como de las categorías neutro o posposición,
por ejemplo. De este modo, si bien las categorías descriptivas se emplean de modos
diversos en las diferentes artes y resultan muchas veces relativamente modificadas
en relación con sus valores tradicionales (Schmidt-Riese, 2005), la formación pare-
cida de los frailes en gramática latina, el hecho de tener al castellano como referente
común, así como también que las gramáticas sean todas trabajos proyectados para
el aprendizaje de las lenguas indígenas constituyen rasgos que les otorgan patentes
similitudes en cuanto a sus herramientas descriptivas a estos trabajos sobre lenguas
distintas, pertenecientes a diversos territorios y preparados por hombres de órdenes
religiosas diferentes (Calvo, 2000, pp. 128-129).
El modo en que la primera gramática del quechua se entronca con los trabajos
de Nebrija, en particular con las Introductiones antes que con la Gramática, es un
asunto tratado hace varios años por Cisneros (1951). Las ocho partes de la oración,
37
Cf. El comentario de Quilis (2004, p. 185) al respecto, quien declara que el Vocabulario español-
latino subyace también al vocabulario de la lengua aimara preparado por Ludovico Bertonio (1612).
Hernández (2008) utiliza razonablemente la expresión lexicografía hispano-amerindia para referir a los
vocabularios coloniales de los frailes con el propósito de destacar no solo el carácter bilingüe de estos
sino también su entronque con la tradición lexicográfica hispánica.
38
Cf. Segovia (2010, pp. 94-97). Tradicionalmente se tenían por partes de la gramática a la ortogra-
fía, la prosodia, la etimología (morfología), y la sintaxis. Tal ordenamiento responde al llamado orden
natural, el cual, según el propio Nebrija lo comenta, expone los contenidos gramaticales de modo
ascendente: desde las unidades menores hacia las mayores que implican a las primeras. Es la organiza-
ción apropiada para los hablantes maternos de la lengua estudiada. Contrariamente, el orden doctrinal,
el cual, en términos generales, ofrece primero rudimentos sobre letras, sílabas y palabras seguidos de
paradigmas de declinación y conjugación, será el pertinente para aquellos que no tienen por materna la
lengua de estudio. El doctrinal es, por razones obvias, el orden de las Introductiones.
146
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
los casos gramaticales del latín, la imposición de las categorías temporales latinas
(presente, pretérito imperfecto, pretérito perfecto, pretérito pluscuamperfecto, etc.)
sobre las quechuas, así como el empleo de categorías gramaticales latinas ausentes
en el quechua (la preposición, la conjunción, los relativos, etc.) se deben al modelo
tradicional que sigue el sacerdote dominico. Sin embargo, también encontramos
en la Grammatica soluciones particulares para la presentación de los fenómenos
lingüísticos que no tienen correlato en la tradición gramatical latina. Al tratar sobre
el «gerundio de ablativo» en el quechua, para el que no encuentra un correspon-
diente en latín, Santo Tomás argumenta, apoyándose en la primacía del uso real de
la lengua, que no porque en el latín no exista esta forma se deduce que no puede
haberla en otra lengua (Grammatica, cap. X, fol. 48; cf. Cerrón-Palomino, 1995,
p. XIX). Igualmente, el capítulo 23, titulado «De algunos términos particulares
de que los indios desta tierra usavan», trata sobre la forma de los juramentos y de
los saludos, la manera de referirse a los parientes, entre otros modos comunica-
tivos que responden a especificidades pragmáticas quechuas, todas las cuales no
encuentran antecedente latino ni hispano, pero, debido a su importancia comu-
nicativa y lingüístico-cultural, son incluidas en la Grammatica. Otro asunto del
cual Santo Tomás [1560] indica que «no se halla en la lengua latina ni española o
muy raramente» (1995, p. 81) son las posteriormente llamadas transiciones. Se trata
del concepto desarrollado para explicar las formas flexivas en que se expresan, de
manera conjunta, dos actantes que funcionan como sujeto y objeto (Schmidt Riese,
2010; Adelaar, 2000). En palabras del gramático dominico, «el acto del verbo passa
de la primera persona a la segunda; o de la segunda a la primera; o de la tercera
a la primera; o de la tercera a la segunda» (Santo Tomás, 1995, p. 81). Ofrece,
además, Santo Tomás reglas para cada una de las transiciones aludidas. El término
transición, que llegó a constituir una tradición descriptiva desarrollada en el seno de
los trabajos de los gramáticos coloniales39, es usado por primera vez, en el marco
de las gramáticas andinas, por Blas Valera [1586].
Dados su carácter desconocido a los ojos de los frailes, y consecuentemente los
matices y las divergencias ofrecidos como soluciones, se trata de un asunto que reviste
especial interés para la consideración historiográfica40.
39
En el área andina, el concepto llegó a formar parte de las tradiciones descriptivas de las lenguas andi-
nas, como el quechua, el aimara y el araucano. Entre las lenguas mexicanas, su uso parece solamente
incidental (cf. Adelaar, 2000, p. 260).
40
Ver al respecto, precisamente desde la perspectiva historiográfica aludida, el trabajo de Schmidt-Riese
(2010).
147
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En esta línea, podemos entender también que, por su parte, los vocabularios
bilingües de español y lengua vernácula nos muestren, además de los préstamos, y
reacomodos semánticos y designativos en una y otra lengua, esperables como conse-
cuencia del contacto y el intercambio cultural, los intentos de los frailes por proveer
a los sacerdotes de las expresiones requeridas para las diversas dimensiones de la
conversión de los indígenas: desde la transmisión de la fe cristiana, la celebración de
sus ritos y la administración de sus sacramentos hasta la persecución de las prácticas
culturales y religiosas locales, juzgadas pecaminosas o idolátricas. En este apartado,
nos detenemos en mostrar algunos ejemplos de los asuntos recién aludidos.
El léxico de parentesco del quechua es posiblemente el área del léxico cultural andino
que fue descrita de manera más estructurada en los trabajos de los lingüistas misio-
neros. Tal como se ha comentado en la sección correspondiente, tanto Blas Valera
como Diego González Holguín y Diego de Torres Rubio le dedican un acápite espe-
cial y claramente diferenciado a este campo léxico (v.g. las Annotaciones en Valera o
el capítulo dedicado enteramente al léxico en la Gramatica de González Holguín).
41
Se trata, como es sabido, de un sermón en lengua quechua que ofrece Santo Tomás como colofón de
los textos de su Grammatica.
148
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
42
Véase, por ejemplo, el Ritual formulario, e Institución de curas, para administrar a los naturales de este
Reyno, los Santos Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Viático, Penitencia, Extremaunción
y Matrimonio de Juan Pérez Bocanegra (1631) y los comentarios que al respecto hacen Mannheim
(2002), Durston (2007) y Bendezú-Araujo (2014).
149
Literaturas orales y primeros textos coloniales
la «familia nuclear» de una pareja de esposos, como sucedía con los pares «suegro/
suegra» y «yerno/nuera», el resto de los parientes por afinidad quedaban englobados
bajo etiquetas léxicas genéricas, las que solo diferenciaban el género del pariente afín
y si este correspondía a la familia del esposo o de la esposa.
Estos aspectos «problemáticos» del léxico de parentesco del quechua requirieron
de un tratamiento particular por parte de los lingüistas misioneros. Así, para el caso
de los «primos» se optó por forzar las diferenciaciones de primer, segundo y tercer
grados en el quechua, echando mano de los modificadores sichpa ‘cercano’, qaylla
‘próximo’ y karu ‘lejano’ antepuestos a las voces wawqi, turi, pani y ñana. De tal
modo, sichpa wawqi referiría a al primo en primer grado; qaylla wawqi, al primo
en segundo grado; y karu wawqi, al primo en tercer grado43. Por su parte, en tanto
las uniones matrimoniales entre algunos de los parientes englobados en la categoría
de afines también podrían generar relaciones incestuosas, los lexicógrafos coloniales
hicieron su mejor esfuerzo por comprenderlas y equipararlas a las nociones castella-
nas. Ahora bien, tal como lo hemos señalado, estos campos eran conceptualmente
muy distintos en ambas lenguas. Por ello, en muchos casos, a los lexicógrafos colo-
niales no les fue posible entender la naturaleza de estas relaciones, pues, enredados en
sus propias categorías, no fueron capaces de sistematizar todo el entramado de este
tipo de relaciones de parentesco. Si a ello le añadimos el hecho de que en los siglos
XVI y XVII las categorías «cuñado/cuñada» y «concuñado/concuñada» aún no se
encontraban del todo fijadas en el español, podemos hacernos una idea más completa
de la confusión que imperó entre los lingüistas misioneros frente a esta porción de
léxico de parentesco del quechua, la que se reflejó en sus descripciones44.
43
La evidencia más clara de que estas categorías estarían adoptando un molde castellano nos la ofrece
González Holguín cuando afirma que «todos los primos hermanos, y segundos y terceros se llaman
desta misma manera como hermanos y hermanas Huaoque, ñaña, pana, tora, con los nombres de
hermanos, que no ay nombre de primos» (González Holguín, 1975, p. 97r).
44
Para mayores detalles sobre la descripción del léxico del parentesco del quechua en los tratados lin-
güísticos de los siglos XVI y XVII, ver Bendezú-Araujo (2012).
150
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
151
Literaturas orales y primeros textos coloniales
jqui muchasca cachun> (Tercer Concilio Limense, 1584, p. 1, nuestro énfasis), «Dios
te salue Maria, llena eres de gracia. El señor es contigo» es traducido por <Mvchaycus-
cayqui Maria Diospa gracianhuan huntascan canqui> (p. 2, nuestro énfasis). En la
traducción del Pater Noster, se elige la forma participial de muchay, <muchasca>, que
estaría por «santificado». No se trata de ninguno de los valores propuestos ya desde
los vocabularios coloniales («orar, adorar, venerar, rogar»), si bien algunos de estos
no son ajenos al sentido que cobra la voz en cuestión en la oración. En cuanto al
Ave María, <Mvchaycuscayqui>, que literalmente quiere decir «te besaré», dicho con
particular reverencia45, se correspondería con «Dios te salve María». Más claramente
inclusive que en el primer caso, la traducción renuncia a la equivalencia designativa y
apuesta por una forma paralela que funcione en el plano del sentido del texto.
Ahora bien, cabe preguntarse todavía, ¿en qué consistió el trabajo de adaptación
léxica llevado a cabo por los frailes? Los ejemplos vistos han permitido constatar que
tales adaptaciones tienen un lugar en los trabajos descriptivos y pastorales. No hemos
aclarado la adaptación léxica misma. Para ello, necesitaríamos conocer el estado
‘inicial’ de cosas, que no podemos asumir expresado en los vocabularios colonia-
les. Es decir, para el ejemplo que venimos discutiendo, necesitaríamos conocer el
significado que muchay tuvo para un hablante materno del quechua en el inicio del
periodo colonial. Evidentemente eso resulta muy dificultoso, más aún en los campos
semánticos asociados a las creencias religiosas, ya sea porque la gran mayoría de tes-
timonios de la lengua indígena que nos han llegado están mediados por propósitos
cristianizantes o, de manera más general, salvo casos contados y conocidos, porque
provienen de un emisor cuya lengua materna no es la vernácula. ¿Qué pudo haber
significado muchay en la lengua de origen en la Colonia temprana? Esa pregunta no
la podemos abordar con la sola consideración de los vocabularios. Si bien lejos de
poder ser consideradas concluyentes, las informaciones del sabio suizo Juan Jacobo
Tschudi (1918) nos ofrecen una sugerente síntesis del ritual de la mocha (para usar
el préstamo recurrente en la textualidad colonial, según se recoge en diversos textos
historiográficos):
Los peruanos incaicos usaban la expresión Mutsha, principalmente como signo
de veneración hacia Wirakotsa, Patsakamax. El Sol, las Huacas y demás; y ello
estaba presente y ello estaba prescrito de la manera más estricta y formal. El que
quería hacer acto de veneración o de adoración, se descalzaba las sandalias,
se acercaba humildemente al ídolo, encogiendo los hombros y con la cabeza
45
Considérese al respecto una de las acepciones que ofrece González Holguín para el verbo en discusión,
cuando, como en nuestro caso, aparece acompañado por el sufijo –yku: <Muchaicuni> ‘bessar a alguno
honestamente con reuerencia, o, hazer cortesia, o, bessar la mano’ (González Holguin, 1952, p. 246).
152
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
algo caída, con las manos abiertas, los brazos un poco levantados y las mejillas
sopladas, luego expulsaba el aire de la boca por medio de un resoplido ronco,
semejando al sonido de un beso dirigido al ídolo y por fin se arrancaba un pe//
lo de las cejas o una pestaña, y la soplaba al aire en dirección también al ídolo.
Tal era la manifestación de veneración más grande y más completa. Cuando se
trataba de venerar dioses menores o wakas bastaba un ceremonial más sencillo,
limitado, por ejemplo, a arrancarse una pestaña y soplarla en dirección a la waka
(Tschudi, 1918, p. 285).
Más allá del evidente y esperable sesgo ideológico del fragmento —nótese que
se adoran «ídolos»— sirva esta cita para poner de relieve, al menos, las incompatibi-
lidades entre la mocha andina y la veneración cristiana y, con ello, para vislumbrar,
también, las distancias semánticas que los frailes tuvieron que encarar para llevar a
cabo sus adaptaciones.
46
Ello si bien entre los valores semánticos de nuestro vocablo se incluyen también otras actividades,
como ‘bordar’ o ‘labrar’.
47
También, ciertamente, ‘papel’, ‘letra’ o ‘carta’, entre otras acepciones que nos informan de la configu-
ración de una voz polisémica.
153
Literaturas orales y primeros textos coloniales
es ‘el que sabe leer’, mientras que <quellca yachac> será ‘el que sabe leer y escribir’.
La distinción es mantenida por González Holguín [1608], si bien con ortografía
distinta (<quellcaricuk > y <quellcayachak>).
Ilustrativas de dinámicas habituales vinculadas a la actividad de escribir en la
sociedad colonial, resultan algunas formas derivadas de qillcay. Así, por ejemplo,
la escritura por encargo, mediada por escribanos, queda lexicalizada en la expresión
<quellcachini> ‘hacer escribir’, que nos traen tanto Valera [1586] como González
Holguín48. Llaman la atención también la entrada de frase <Alli qquellcaytayachak>
‘El buen escriuano’ y la forma derivada <quellcapayani> ‘Escriuir con exceso algo o
en daño’, ambas registradas por González Holguín. Las expresiones recuerdan los
modos en que la escritura podía constituirse, en el mundo colonial, en una herra-
mienta para ejercer tanto la propia defensa como el poder abusivo o la reivindicación
de derechos49.
Los cantos y bailes de los indios recibieron mucha atención por parte de las auto-
ridades civiles y eclesiásticas, ya sea porque no se perdió de vista que cantar podía
colaborar al avivamiento de la expresión devota y el fervor religioso o porque, contra-
riamente, canto y baile se juzgaban peligrosos para un necesario clima de conversión,
incitadores de borracheras y pecados carnales50. No por nada incluye el padre Valera
[1586] en su definición de la cachua (s.v. cachuani), uno de los bailes cantados más
requeridos en los documentos coloniales, la advertencia «es pernicioso».
Señalará el Tercer Concilio en sus constituciones (1584-1585) que «es cosa cierta
y notoria que esta nacion de yndios se atraen y provocan sobremanera al conosci-
miento y veneracion del summo Dios con las ceremonias exteriores». Por ello —sigue
el Concilio— la música y el canto debían ser atendidos por obispos y curas de doctrina,
a quienes se exhorta a que «pongan studio y cuydado en que aya escuela y capilla de
cantores y juntamente musica de flautas y chirimias y otros ynstrumentos acomoda-
dos en las yglesias». Con un objetivo más ambicioso, a saber, la apuesta decidida por
música y canto como herramientas de catequesis, lo cual implicaba la reorganización
48
Varios de los textos de la colección reunida por José Luis Rivarola (2000) son ilustrativos sobre este
respecto. Cf. también Oesterreicher (2009b) para algunas reflexiones sobre la autoría mediada en la
Colonia americana.
49
Cf. el trabajo de Rivarola (2010), en que se examinan los capítulos que los doctrinados de un pueblo
de indios le ponen a su cura.
50
Ares Queija (1984), Estenssoro (1992), Ezcurra (2013).
154
Gramáticas y vocabularios coloniales del quechua y del aimara / Álvaro Ezcurra Rivero y Raúl Bendezú-Araujo
Diez años después de la impresión del Symbolo, fray Diego González Holguín
[1608] trae en su vocabulario algunas denominaciones de técnicas de canto, formu-
ladas desde el español, para las cuales busca el jesuita una contraparte quechua. Nos
referimos a las entradas de frase «Gargantear contrapuntear», «Canto de punto»,
«Canto llano», «Canto de órgano» para las que se proponen como equivalencia for-
mas compuestas cuyo núcleo es taqui, precisamente ‘canto (y baile)’ en la época
colonial. Se trata, sin duda, de formas acuñadas teniendo en mente los cantos con
que se buscaba instruir a los indios en las doctrinas. Las dos últimas de las entra-
das citadas de Gonzáles Holguín constituyen, por lo demás, una respuesta directa
—digamos, respuesta léxica— a las necesidades designativas que se siguen de lo plan-
teado por Oré (véase el énfasis en la cita correspondiente).
5. P
Dada la naturaleza del asunto aquí tratado, no solo extenso en términos del periodo
temporal que ocupa sino también complejo por los múltiples y muy distintos intere-
ses que una gramática o un vocabulario colonial de lengua amerindia pueden motivar
desde la perspectiva de distintas disciplinas, lo pendiente supera largamente lo que
pueda haber sido dicho aquí. Esperamos, eso sí, haber podido proveer al lector de las
herramientas suficientes para acercarse a estos trabajos de un modo apropiadamente
situado tanto en el espacio histórico del que emergen como en las principales discu-
siones especializadas que han motivado en la comunidad científica.
51
«el principal exercicio en los pueblos de los indios y la mayor y mas importante ocupacion con ellos
sea cantar y rezar la doctrina Christiana»(Oré [1598] 1992, fol. 52).
155
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162
P,
L
Óscar Coello
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
I
El presente ensayo se propone historiar los inicios de la poesía castellana en el Perú.
Surgida en la época del Prerrenacimiento, es una poesía escrita por españoles para
españoles; pero cuyos asuntos tienen como referente el acontecer en estas nuevas
tierras. Luego de una breve contextualización, se presenta el primer libro de poesía
del Perú y de América, escrito en el Cuzco, en 1538, por Diego de Silva y Guzmán
y que trata del descubrimiento del nuevo reino hispano del Perú; a continuación, se
muestra a nuestro primer bardo castellano de nombre conocido, Francisco de Xerez,
cuyo canto fue publicado en la fecha temprana de 1534. Se da cuenta también de la
poesía culta, en coplas de arte mayor y en coplas reales, surgida en torno de las luchas
por la posesión definitiva del Perú; y se finaliza con una presentación del romancero
tradicional castellano de esta época fundacional.
165
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ilustración 1. Mapa del Perú (c. 1545) en Islario general de todas las islas del mundo del
cosmógrafo Alonso de Santa Cruz (1505-1567), manuscrito RES/38, fol. 343r.° Biblioteca
Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España.
166
La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
En la búsqueda del alucinante Reino del Perú se armaron varias expediciones.
La primera fue comandada por el mismo descubridor de la mar del Sur, Blasco
Núñez de Balboa, en 1513. Fracasada la de Balboa, hubo otras: la de Becerra, al año
siguiente; la de Gaspar de Morales, en 1516, y la de Pascual de Andagoya, en 1523.
Esta última es ilustrativa porque existe un Libro de Cuentas donde declara que había
estado en el Perú (Maticorena, 1979, pp. 38-42), al cual ubicaba todavía por las
costas de la actual Colombia.
Quien implantó la leyenda del movedizo Reino del Perú en los mapas de Occidente
fue uno de los grandes capitanes que estuvieron en el descubrimiento de la mar del
Sur, Francisco Pizarro. Cuando él y sus compañeros de aventura se encontraron con
la tierra de los Incas, ya estaban bien convencidos de que habían llegado al Perú del
sueño (o Pirú o Birú o Belú o Pelú o Pirva, etcétera, porque así lo llamaban, también,
cuando lo buscaban sin saber mucho de él).
La hazaña del descubrimiento del Perú por Pizarro demoró unos ocho años.
En verdad fue un viaje delirante y fue inmortalizado en verso. Un poeta español,
167
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Diego de Silva y Guzmán, que escuchó el relato pormenorizado de boca de los mis-
mos adalides de la expedición, escribió en el Cuzco, en 1538, un bello canto de estilo
prerrenacentista de 283 estrofas. Allí describe y elogia la aventura, desde el día en que
partieron de Panamá hasta la captura, en Cajamarca, del inca Atahualpa, el «cacique»
—así lo llamaban— de aquella tierra «de oro y esmeraldas»:
1
La versión completa de todos los textos poéticos aquí citados se encuentra en un estudio anterior
(Coello 2001): https://books.google.com.pe/books?id=Ij4Z_J27vM4C&printsec=frontcover&hl=es#v
=onepage&q&f=false), de vista previa en internet. En el presente trabajo, hemos modernizado, hasta
cierto punto, la escritura de los ejemplos propuestos. En el estudio citado también hay más datos de
fuentes y un breve discurso crítico. Otras consideraciones sostenidas en el actual trabajo obran amplia-
das en artículos del autor que están en la bibliografía.
168
La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
El Poema del descubrimiento del Perú está escrito en coplas de arte mayor. Se lee
mejor la estrofa si se hace una pausa o cesura fuerte en cada verso (como si se le par-
tiera en dos partes o hemistiquios):
La copla de arte mayor fue consagrada en el siglo XV por el poeta español Juan
de Mena, en su famoso Laberinto de Fortuna (1444). Era una secuencia que fundaba
la musicalidad del verso —aparte de la fuerte cesura— en el dáctilo (ó-oo) siem-
pre presente en cada hemistiquio. Por ello, no le interesaba tanto al poeta contar el
número de sílabas del verso o del hemistiquio, sino construir, al interior del hemisti-
quio, al menos un dáctilo. También le interesaba el timbre del verso, por ello la rima
es consonante y rigurosa. La copla de arte mayor era excelente para el recitado sereno
o para la solemne lectura en voz alta.
Acerca del estilo del poema épico prerrenacentista debemos indicar, rápidamente,
que su configuración artística se hacía oponiendo la figura del héroe a la de una figura
que era un tópico de la poesía de esos siglos: Fortuna. El drama del hombre se sim-
bolizaba en la concepción del hacer humano enfrentado a la Fortuna, aquella rueda
vital que a veces elevaba y otras abajaba el triunfo terrenal. Por eso, desde las primeras
líneas, leemos que Pizarro se mete en la mar y comienza trabajos «con gloria de fama»
enfrentado a la Fortuna que oponía sus fuerzas al héroe del canto. Y durante todo el
poema se ve el combate del protagonista ficcional, Francisco Pizarro, contra ese otro
actante ficcional, Fortuna. A veces, el combate es despiadado y obliga a la voz poética
a exclamar: «¡Oh, Fortuna, perversa, malvada, / sin ley ni razón, / bien ni verdad!»
(en Coello, 2001, copla 178, p. 183). Sin duda, es un tipo de poesía anterior al tar-
dío Renacimiento español. Cuando Diego de Silva escribió este poema en el Cuzco
(1538) no habían nacido aún ni Lope ni Cervantes ni Calderón, en España. Este
arduo y elaboradísimo poema épico es el más antiguo no solo del Perú, sino de toda
Hispanoamérica; y es anterior, queda claro, al Renacimiento español. María Rosa
Lida llamó a esta época literaria el Prerrenacimiento (1950, p. 9).
169
Literaturas orales y primeros textos coloniales
La retórica del poema empleaba recursos artísticos que eran muy caros en la
época del Prerrenacimiento, como la lenta desarticulación del numeral: «En vein-
ticuatro años / el año corría / siendo pasados mil e quinientos» (en Coello 2001,
copla 1, p. 139), en lugar de decir 1524. O como la figura etimológica, es decir, la
flexión de un mismo radical a fin de ampliar la palabra con una nueva connotación:
«las aguas forzando / adonde Fortuna sus fuerzas ponía» (en Coello 2001, copla 2,
p. 139); o como la políptoton o repetición de la misma palabra, pero en una distinta
forma y accidente gramatical: «vamos muriendo / la muerte buscando» (en Coello
2001, copla 20, p. 144); o la paranomasia, que es la repetición de la palabra con
un nuevo matiz semántico: «poniendo en peligro de hambre la vida / con hambre
de hacer servicio mayor» (en Coello 2001, copla 17, p. 143). Por haber empleado
estos recursos de la época («la razón de la sinrazón») en sus novelas de caballería,
Cervantes citaba en el Quijote risueñamente al padre de Diego de Silva, ya bien
avanzado el Siglo de Oro.
La anécdota de la hechura del poema nos dice que Pizarro —muy tierno aún, de
17 años— estuvo guerreando por las costas de Italia bajo las banderas de Gonzalo
Fernández de Córdoba, el famoso Gran Capitán, quien fue su héroe de juventud y
admiró de por vida. El cronista Francisco López de Gómara —quien, en La historia
general de las Indias [1552], escribió maldades acerca del amamantamiento de Piza-
rro— se burla de él, cuando narra su muerte, diciendo que en Lima, cuando ya había
ganado el Perú, hasta usaba zapatos blancos y sombrero blanco para parecerse al Gran
Capitán (1555, 65v.°).
Allá en Italia se imprimió, en 1516, un poema compuesto en las mismas coplas
de arte mayor que las aquí empleadas por Diego de Silva; es decir, de las que enal-
teció Juan de Mena en su inmortal Laberinto o Labyrintho. El poema era del «muy
eloquente varón» Alonso Hernández, y en él se cantan las hazañas del héroe admi-
rado por Pizarro, en el sitio de Nápoles. Estoy hablando de la Historia parthenopea
[1516], porque Parthénopas era el nombre que los griegos le dieron a Nápoles.
De alguna manera, Pizarro escuchó un día el poema y lo retuvo en el oído y
también en el corazón. Después de las ciénagas y de los manglares, de las tempestades
que estrellaron sus barquichuelos por las islas de la mar del Sur; luego de salir del
laberinto del desierto y encontrarse con el «Perú de metal y de melancolía» —como
lo llamaba Lorca— que hasta entonces solo había sido un sueño, un nombre inde-
ciso, una posibilidad o una fe; cuando ya lo tuvo todo, a los 60 años de edad, solo
demandó de la vida que alguien pusiera en versos similares —al del poema del Gran
Capitán— su rol incontestable en la tenaz aventura de la búsqueda y del encuentro
del país del oro. Tras el duro final de la batalla de las Salinas (6 de abril de 1538) solo
a él le pertenecía esa tierra.
170
La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
El artista apropiado para ello fue el joven y noble poeta Diego de Silva y Guzmán.
Feliciano de Silva, su padre —el célebre novelista de caballerías, al que alude
Cervantes en la segunda página del Quijote— era de la Casa Condal de Sifuentes;
su abuelo Tristán había sido cronista de Carlos V. Cuando empieza el poema, la voz
ficcional que canta propone ese entender a los destinatarios también ficcionales; o,
mejor dicho, plantea explícitamente en el discurso poético la relación convencional
entre ambos héroes hispanos, Gonzalo Fernández de Córdoba y Francisco Pizarro:
A partir de ahí empieza el relato minucioso por todo el laberinto que antecede al
encuentro del Perú. Este es un poema donde el héroe lucha contra los vientos marinos o
las corrientes adversas de mares y ríos, contra las ciénagas y lo desconocido: «El río tiene
muy grande corriente […] ciénagas grandes, la tierra montosa» (en Coello 2001, copla
109, p. 166); o, en otro lugar: «Con vientos contrarios la navegación / se les mostraba a
tiempos adversa» (en Coello, 2001, copla 136, p. 173); y, en otro sitio, dice el poema:
El laberinto de los vientos, de los ríos y de los caminos por el mar y las tierras
ignotas, en ocasiones alcanza niveles insospechados, como en la siguiente estrofa
donde hasta el tiempo entra en el juego de las confusiones:
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Pero también hay escenas de enfrentamiento, por supuesto, donde los indios
defienden sus tierras con estrategias puntuales, como aquella vez en la isla de la Puná
—transpuesta ya la línea equinoccial— donde proyectan fondear a los españoles.
Quien dirige la acción es el mismo cacique isleño; les ofrece trasladarlos de la costa a
la isla, en balsas de troncos. Una vez en medio del mar, las iba a desatar para que se
ahogasen con caballos y todo:
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
También se observa en el poema la fuerte alianza que hay entre varias naciones de
indios, enemigas de otras naciones de indios, y los españoles recién llegados. En este
caso la acción de los indios de la Puná se anula por la delación de los indios amigos
de Tumbes:
Pero, sin duda, el poema alcanza su mayor esplendor cuando Pizarro y su hueste
se encuentran con los incas dorados y su reino legendario, rebautizado con el nombre
del Perú. Acerca del nombre español del Perú el propio poema lo explica así. Cuando
Pizarro se queda en Panamá, en Chuchama, convaleciente y esperando el regreso
de Almagro con refuerzos, la voz poética comenta que de esa región tomaron los
españoles el nombre con el que designarían más tarde las nuevas tierras:
… a Chuchama llegaron,
A do al Capitán muy bueno hallaron;
Almagro con verle quedó satisfecho.
En el tiempo que en este tiempo pasó,
el Buen Capitán, por no descansar,
después que mejor se pudo hallar,
gran parte de tierra de aquella ganó.
Aquesta provincia, según se informó,
Perú se nombraba de su propio nombre,
de cuyo nombre ha tomado renombre
toda la tierra que él mismo pobló.
(en Coello, 2001, copla 71-2, pp. 156-157).
175
Literaturas orales y primeros textos coloniales
El reino de los incas no tenía nombre. Así lo cuenta el Inca Garcilaso, en
Comentarios reales:
[...] en su lenguage no tuuieron nombre genérico para nombrar en junto los
Reynos, y prouincias que sus Reyes naturales señorearon, como dezir España, Italia
o Francia, que contiene en sí muchas prouincias. Supieron nombrar [solamente]
cada prouincia por su proprio nombre (…) [y] Tauantinsuyu (…) [solo] quiere
dezir las quatro partes del mundo. (1609, 4v°)
El Perú fue un nombre de origen popular hispano; el nombre español culto
fue la Nueva Castilla. Así lo explica el cronista real Gonzalo Fernández de Oviedo,
que —en la Historia general y natural de las Indias— no duda en titular sus capítulos
así: «En continuación de la historia y desasosiego e alteraciones de la tierra austral
que el vulgo llama Perú» (1855, IV: 369) [Énfasis nuestro]. Sobre el nombre español
del Perú, Garcilaso, en Comentarios reales, deja las cosas de este modo:
Este nombre fue [...] impuesto por los españoles a aquel imperio de los incas,
nombre puesto a caso y no proprio, y por tanto de los indios no conoscido antes,
por ser bárbaro tan aborrescido, que ninguno dellos lo quiere vsar, solamente lo
vsan los españoles. (1609, 5v°)
Es imposible olvidar en el poema la escena del ingreso del inca a la plaza de
Cajamarca, donde los 168 españoles, en los extramuros del mundo, contemplan
atónitos la magnificencia y esplendor del soberano del soñado Reino del Perú:
En los Andes, en la costa, en el mar, entre las ciénagas y por entre los tenebrosos
manglares se abrieron paso hasta que llegaron. Así lo eternizó este viejo cantar escrito
en el Cuzco cuyo manuscrito original se encuentra en la Biblioteca Nacional de Viena.
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Francisco de Xerez fue un soldado que ofició de secretario de Pizarro durante todo
el viaje definitivo del descubrimiento del Perú hasta los días cruciales de la toma de
Cajamarca. En su crónica, él narra con más autoridad que ningún otro, aquellos días
iniciales de la llegada al Perú. El cronista real Gonzalo Fernández de Oviedo no tuvo
reparo en copiar íntegramente la relación de Xerez e insertarla por completo en su
gran Historia general y natural de las Indias, con solo algunos melindres acerca de la
prosa original, para en algo disimular el acopio. En esa crónica, que Xerez publicó en
1534, vienen, al final, unas coplas reales que son un canto personal e intenso, de uno
de los europeos que hollaron por primera vez estas «tierras non sabidas».
La obra artística de Francisco de Xerez es brevísima, y se imprimió en Sevilla,
a poco más de un año de la captura del inca Atahualpa. Son veintiuna estrofas
en coplas reales, de las mismas que empleó y enalteció Juan de Mena en su bello
poemario Coronación. Las coplas rigurosas y puntuales de Xerez nos dejan ver con
toda claridad el alma de estos hombres —ni ángeles ni demonios, solo hombres
de su tiempo— que fundaron junto con las numerosas naciones indígenas aliadas
(Xerez, 1985, pp. 100-101): tumbesinos, tallanes, huancas, etc., e, inclusive, incas y
collas amigos que se les plegaron después (Coello, 2008, pp. 395, 403) —sin olvi-
dar a los negros africanos que con ellos llegaron— nuestro actual país: multilingüe,
multirracial, pluricultural, mestizo.
Muchos de los compañeros de Pizarro salían niños de su tierra original en busca
de lo desconocido, y este es el caso de Xerez: «se partió desta ciudad / un Francisco
de Xerez / en quince años de su edad» (en Coello, 2001, copla 14, p. 49). El poeta
no permanece en el Perú luego del reparto del botín de Cajamarca; sin embargo, hay
documentos que confirman su solicitud de permiso, varios años después, para retor-
nar con su familia española, y afincarse en el virreinato del Perú. Aunque el permiso
le fue otorgado, no hay datos precisos sobre su presencia final en el Perú (Jiménez
Placer, 1911, pp. 38-39). Lo cierto es que después de la toma de Cajamarca, regresó
a Sevilla, enfermo y rico. Allí publicó su Relación y, al final, el poema, aún sin salir
del asombro de todo lo acontecido: «No sé cómo se conciertan / cosas en que tanto
aciertan, / que, solamente con ver / pocos a muchos vencer…» (en Coello 2001,
copla 8, p. 48). En otro momento, dice así acerca de lo ganado:
De lo que hacen y traen
sin saber contar el cuánto
nos ponen tan gran espanto,
que los pensamientos caen
que no pueden subir tanto.
(en Coello, 2001, copla 8, p. 48).
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
Y, sin duda, no hay versos más claros que expliquen los motivos de la llegada.
Cuando le habla a su destinatario ficcional (un tópico de la época), Carlos V, le dice:
Vinieron en pos de fortuna, sin duda; pero vinieron también con una misión de fe.
Al cabo de más de doscientos años de iniciados los procesos de la Independencia del
dominio español, América evidencia que la obra evangelizadora, uno de los pro-
pósitos de la empresa, está muy viva. También Xerez explica en el poema el origen
humilde de los conquistadores y así acrecienta más su hacer. Cuando se refiere a su
natal Sevilla, dice:
179
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En el mundo del poema, eran hombres sencillos, deseosos de asegurar su vejez,
certificar su honradez y ganar el cielo:
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
Satisfechos sus deseos de nuevo rico, en España, Xerez ofrece a los necesitados
parte de sus ganancias de Cajamarca; es decir, de lo ganado en aquella ciudad inca
donde —como lo cuenta en su crónica— el oro circulaba como si se tratara del pan
de cada día (Xerez, 1985, p. 152).
El poema termina con una cita de la Vulgata Latina que si bien dirigida al rey
de la Tierra, más parece una súplica al Rey Celestial: Domine memento mei, es decir,
«Señor, acuérdate de mí», —la frase del Buen Ladrón a Jesús, el día de la Pasión—.
Leamos el relato final en tercera persona sobre el empleo de su fortuna:
181
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Bien pronto el País del Oro se revelaría como un surtidor de apetencias irreconcilia-
bles. Los socios de la Armada del Levante —así se le conocía a la compañía fundada
por Pizarro y Almagro para buscar el Reino del Perú, cuando aún no sabían su locali-
zación en el Mediodía o Sur— empezaron a disputarse encarnizadamente la posesión
del inmenso y rico territorio.
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
2
He consultado la edición moderna hecha por la Pontificia Universidad Católica del Perú (1991),
la cual está tomada del manuscrito conservado en la Hispanic Society of America, de Nueva York.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
López de Gómara dice haber sabido de la tal estrofa solo de oídas; y murmura
también que la hicieron los compañeros de Pizarro en la isla del Gallo: Almagro era
el «recogedor» de gente para la aventura y Pizarro era el carnicero que los hacía morir
en la búsqueda. Pero no hay, antes de López de Gómara, ningún registro documental
de la redondilla infundiosa (Coello, 2001, p. 330). No hay ningún rastro, antes de las
guerras entre los conquistadores, en crónicas o documentos, aparte de lo dicho por
Francisco López de Gómara que sustente la creación de los versos en la isla del Gallo.
López de Gómara nunca estuvo en el Perú y por ello su lectura sesgada de los hechos
fue puesta en cuestión. El Inca Garcilaso, que lo tenía muy presente como fuente
bibliográfica, dijo de él que, algunas veces, acogió información de envidiosos sin
que el mismo López de Gómara, como historiador responsable, pusiese reparos para
sopesarla. También cuenta el Inca —en la Historia general del Perú (1617)— cómo
cuando lo encontró en Valladolid, España, uno de los viejos y principales conquis-
tadores del Perú le increpó personalmente sus ligerezas con palabras irreproducibles
(Garcilaso, 1944, II: Libro V, cap. XL, p. 266).
La crónica de López de Gómara, publicada por primera vez en Zaragoza, en
1552, fue muy difundida en los años siguientes; al menos, se reeditó ocho veces
más antes de 1556 (Porras, 1962, pp. 154-155), sin contar las traducciones. El libro
debió difundirse en la ilegalidad, pues en el Archivo General de Indias, Indiferente,
425, L.23, F. 8R-8V hay una Real Cédula del 17 de noviembre de 1553, firmada por
Felipe II en Valladolid, que ordena la requisa de ejemplares de la Historia de las Indias
de Gómara: «prohibiendo imprimirlo, venderlo, tenerlo y leerlo bajo diversas penas».
Con todo, los versos insidiosos se regaron rápidamente por el viejo y el nuevo conti-
nente, entre los españoles. Esto ocurrió porque se les supuso creación auténtica de los
hombres de la isla del Gallo, como lo había deslizado en su libro López de Gómara.
Como vemos, la poesía tuvo un rol muy comprometido en las guerras entre los
conquistadores. Luego de la batalla de las Salinas, en las afueras del Cuzco, donde los
Pizarro incorporaron definitivamente la Ciudad Sagrada de los incas para el Perú his-
pano y decapitaron al primer socio de la conquista, el adelantado Diego de Almagro,
para quien el rey Carlos V había creado la Nueva Toledo en los desiertos salitrosos de
Chile, continuó la tragedia del Perú naciente. Un par de años después los almagristas
asesinarían al propio Francisco Pizarro. Fueron días trágicos. Uno de los principa-
les implicados en las desavenencias entre los conquistadores fue el ingenioso poeta
y narrador Alonso Enríquez de Guzmán quien no estuvo en el largo camino de
los manglares o de las islas desiertas, que desde Panamá hasta Piura recorrieron los
primeros españoles (Keniston, 1960). Tampoco estuvo en Cajamarca. A Lima llegó
recién en septiembre de 1535, cuando la ciudad ya se había fundado. Vino porque
supo del oro del Perú por Hernando Pizarro, cuando este estuvo en España para
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La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
No actuó solo, pero sí fue de los principales revoltosos. Cuando regresó a España,
bien cargado con las prendas de su oficio de pescador de río revuelto, retornó con un
solo propósito: tomar venganza contra quien le hizo el favor de traerlo al Perú en su
comitiva, es decir, Hernando Pizarro.
De regreso a España hizo escala en México y se dio el lujo de hacerle una exhibi-
ción al mismísimo Hernán Cortés del menaje en oro y plata que se llevaba: tinajas,
cubiletes, estriberas, collares y cuentas; y, sin duda, muestras de la finísima textilería
de vicuña inca. Hernán Cortés por la tinaja más grande le pagó mucho dinero y,
además, lo invitó a La Habana con todos los gastos pagados. Cuando arribó a Sevilla
el rey Carlos V ordenó que le quitaran todo y lo encarcelaran; el soberano estaba
convencido de que esas riquezas provenían de cobrar por las intrigas entre los burdos
Francisco Pizarro y Diego de Almagro, por sus amistades en España, por su zalamería
y por saber hablar. Después se dedicó a litigar judicialmente para rescatar su dinero y
vengarse de Hernando Pizarro, llevado a juicio por la muerte de Almagro4.
No se sabe dónde, si en la calle o en la corte, Enríquez de Guzmán aprendió el
arte de la conversación, era dicharachero y sabía hacer amigos que tuvieran una de
estas dos cualidades: riqueza o nobleza. Era buen lector, por tanto, instruido; escribía
bien, sabía decir refranes, hacía versos. Este nefasto personaje de los días aurorales
3
Francisco Pizarro fue apresado en Sevilla —cuando fue a firmar las Capitulaciones de Toledo, en
1529— por una demanda en su contra formulada por el bachiller Martín Fernández de Enciso para que
le pagara «cierta cantidad de maravedís», como decía la ejecutoria judicial.
4
Todo lo logra por sus amistades y por el oro que se llevó del Perú; él mismo dice que se gastó 22 mil
castellanos (unos 88 kilos de oro, tasando a 4 gr por castellano) en sus sinuosos procesos judiciales.
185
Literaturas orales y primeros textos coloniales
5
El poema se escribe como parte de la propaganda que se corre en la corte española durante el proceso
penal entablado contra Hernando Pizarro, para hacerlo ajusticiar por la muerte de Almagro.
186
La poesía de los conquistadores / Óscar Coello
En el poema, antes de ser ejecutado, Almagro testa y nombra como su albacea
principal al poeta Alonso Enríquez «que es de Guzmán, muy buen caballero», como
se proclama él mismo. También narra cómo le dan garrote en la celda al viejo con-
quistador, y cómo sacaron su cadáver para decapitarlo en la plaza de armas del Cuzco:
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Todo estaba claro. Es decir, Almagro le dejó al rey la Nueva Toledo (ahora Chile),
territorio antes otorgado por el mismo monarca por gobernación, y también puso
al joven hijo bajo la protección real. Pero el hijo de Almagro quería quedarse con el
Perú y empezó por tomar el Cuzco.
Desde un año antes de la muerte de Pizarro, Carlos V había nombrado un emisario,
Cristóbal Vaca de Castro, para pacificar las disputas entre los conquistadores. No obs-
tante, cuando este llegó al Perú ya estaban muertos Almagro y Pizarro. Solo encontró
alzado en armas al hijo de Almagro y empezó a perseguirlo. Todo terminó en la batalla
de Chupas, el 6 de agosto de 1542, cuando derrotó y capturó al hijo de Almagro y lo
condujo al Cuzco donde fue agarrotado en la plaza de Armas, en el mismo lugar donde,
unos cuatro años antes, había sido decapitado ominosamente el cadáver de su padre.
La batalla de Chupas fue una carnicería. Murieron en aquella tarde unos tres-
cientos almagristas; otros fueron reducidos a prisión y decapitados. A varios de los
que habían participado en la muerte del marqués don Francisco Pizarro, se les hizo
cuartos. Hay unas coplas reales, anónimas, de las mismas estrofas usadas por Juan de
Mena en la Coronación y de las mismas usadas por Xerez, en El canto del conquistador,
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que hemos visto antes, donde se poetizan los hechos de la batalla de Chupas. El poema
trata del encuentro final, desde las deserciones que esperaban ambos líderes —Vaca
de Castro, el Presidente, y Diego de Almagro, el Mozo— antes de la batalla, hasta el
atardecer sangriento de la lucha:
O, en otro momento, dice: «dispara su artillería; / nos pasa por los oídos…».
Una de las tácticas más empleadas en estas sublevaciones fue la persuasión de los
soldados enemigos para invitarlos a cambiar de bandera. Vaca de Castro envió un
agente secreto y por medio de este ofreció el perdón a todos los soldados de Almagro
dispuestos a pasar a su ejército:
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Aun así, Vaca de Castro envía un embajador para ofrecerle el perdón a Almagro
el Mozo y a todos los alzados; sin embargo, dejó en claro que no habría perdón para
los asesinos de Francisco Pizarro:
Y, para reforzar la idea de apropiarse del Perú, ofreció repartirlo entre los de su
gente; eliminó, sin embargo, a quienes ya poseían esta tierra como vecinos, es decir, a
los dueños de tierras e indios, o encomenderos designados por los Pizarro:
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El poema propone varios discursos directos, del todo ficcionales (Genette, 1989,
p. 226). Escuchemos la arenga de Vaca de Castro:
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Los versos exaltan, sin duda, la victoria de los castellanos leales al rey Carlos V
tanto como de los primeros españoles compañeros de Francisco Pizarro. De entre
todos ellos, el poeta destaca a un capitán y caballero, su nombre acaso ahora olvi-
dado, Perálvarez Holguín que murió peleando por la posesión del Reino del Perú:
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del descubrimiento del Perú. Tal vez nunca vayamos a saber quiénes trazaron estos
espléndidos medallones:
Pero también ha grabado la poesía el ingrato recuerdo del hijo de Almagro, que
quiso el Perú para él solo; y del hombre que lo derrotó, Vaca de Castro, quien tam-
bién cobró bien cara la muerte del marqués don Francisco Pizarro:
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Luego de narrar los hechos conocidos acerca del írrito proceso judicial sufrido
por Almagro, y su oprobiosa muerte, a lo largo de sus 362 versos, el romance clama
pidiendo sentencia contra Hernando:
Con la batalla de las Salinas (derrota del adelantado don Diego de Almagro) o
con la guerra de Chupas (derrota de Almagro, el hijo), solo acaba la historia de los
Almagro; pero faltaban los Pizarro: «Ellos todos morirán / y otro mandará la tierra»,
dice la redondilla de Cieza de León, el cronista auspiciado por La Gasca.
Sin contar el alzamiento de Manco Inca que no dejó rastros —hasta ahora encon-
trados— en la poesía castellana, pero sí en la narración literaria en español (Coello,
2008), siguió después el alzamiento del hermano menor del asesinado Francisco
Pizarro, o sea, de Gonzalo Pizarro.
La empresa del descubrimiento fue una empresa privada y los conquistadores,
cuando encontraron el legendario Reino del Perú, en el mundo de la realidad se
quedaron con el país de los incas y se lo repartieron, incluyendo a sus habitantes.
Al rey se le pagaban los impuestos, como el quinto real o veinte por ciento de las
ganancias. La facultad de repartir indios que tuvo Francisco Pizarro quedó autorizada
por la Corona unos meses después de la captura de Atahualpa, por cédula de Zaragoza
del ocho de marzo de 1533 (Porras, 1944, p. xxvi). Los primeros conquistadores, y los
que llegaron después, recibieron de manos del marqués gobernador, Francisco Pizarro,
grandes extensiones de tierras y minas, con indios para trabajar a su favor. En la prác-
tica, los indios pasaron de pronto a un régimen inicuo de esclavitud y sus amos estaban
obligados a catequizarlos, lo cual tampoco fue una tarea viable al comienzo. Excep-
cionalmente, a la hora de morir los primeros conquistadores —cuando no caían en el
impredecible lance, sino que morían serenamente, es decir, con tiempo para examinar
sus conciencias— dejaban en su testamento la disposición de devolver a los indios lo
mal ganado. Puedo citar los casos ejemplares de Mancio Sierra de Leguízamo y el de
Nicolás de Rivera el Viejo (Vargas Ugarte, 1971, p. 179). Pero estas fueron excepciones.
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Unos tres meses después de ser eliminados los almagristas, al cabo de aquella
disputa con los pizarristas, originada por una confusa demarcación de los linderos
entre lo que le correspondía a Francisco Pizarro y lo que le correspondía a Diego de
Almagro, Carlos V dispuso que los indios, como eran sus vasallos, no debían prestar
servicio alguno. Promulgó las Nuevas Leyes u Ordenanzas del año de 1542, apenas
a un año de la muerte de Pizarro. Entonces, sin indios para labrar las tierras y sin
indios para excavar las minas, las tierras y las minas del Perú ya no servían para hacer
la riqueza fácil del comienzo.
Para ejecutar el nuevo régimen el soberano español nombró a Blasco Núñez de
Vela. Los conquistadores, ahora ricos encomenderos del nuevo reino hispano del
Perú, simplemente, cuando llegó el primer virrey, lo mataron. No entendían cómo
después de todo lo sufrido en el camino y de haberse acuchillado entre ellos por la
posesión del reino descubierto, venía el rey a decirles que las tierras y minas, prácti-
camente, quedaban inútiles por falta de mano de obra indígena. Fue entonces que
comenzó una rebelión de españoles en contra primero de las Nuevas Leyes y después
en contra de la Corona española que duró varios años (1544-1548).
Los conquistadores dueños del Perú inicial formaron el Felicísimo Ejército de la
Libertad y pusieron al frente de él al buscador del Reino de El Dorado y del Reino
de la Canela, Gonzalo Pizarro (Cieza, 1994, II, p. 65). Se pusieron a averiguar cómo
podían hacer para autenticarlo nuevo rey del Perú y concluyeron que bien convenía
enviar una fuerte donación de oro al Papa para lograr la coronación (Vargas Ugarte,
1971, p. 226). Hay una carta citada por Vargas Ugarte (1971, p. 240) donde Gonzalo
Pizarro, interpretando el sentir de los españoles del Perú, increpa a Carlos V el olvido
«de su palabra real que dio a los conquistadores en las capitulaciones que hizo con el
Marqués, mi hermano» y lo increpa por dejar de lado a los conquistadores y poner a
extraños en el gobierno del Perú (como Vaca de Castro y La Gasca): «… lo que más
se siente es que de cuantos lo ganaron y lo han sustentado, V. M., no haya hallado
hombres a quien encomendar su gobierno».
Un estadista de la talla de Carlos V, acostumbrado a hacer y deshacer mapas
de Europa con tantos reinos o estados como acumulaba, dejó a su hijo, el príncipe
Felipe, la tarea de poner en su sitio a estos «labradores, / de pobres hechos señores»,
como dice Xerez en El canto del conquistador. El príncipe Felipe simplemente eli-
minó a los conquistadores supérstites, o sea, a los pizarristas, con unos hábiles
movimientos de remota política palaciega. Puso al frente de la trama a un inte-
lectual finísimo, el licenciado Pedro de la Gasca, dotado de plenos poderes, el cual
vino y comenzó por deshacer todas las Nuevas Leyes a favor de los indios; restituyó
indios y encomiendas a quienes las tenían y otorgó el perdón a todos los alzados,
incluyendo Gonzalo Pizarro, si aceptaban reducirse a la obediencia de Su Majestad.
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Si bien el príncipe Felipe cuidó directamente por la pacificación del Perú (Vargas
Ugarte 1971, 235), comenzó a reinar recién en 1556; por lo cual el evidente anacro-
nismo deja a salvo —aparte de la voz poética ficcional— la naturaleza artística y solo
artística de este romance tradicional recogido en Chuquisaca, por aquellas tierras
donde quedaba la encomienda de Gonzalo Pizarro, antes de su desdicha:
En este viejo canto de los Andes se entremezclan remotos sones del romancero
español («Estos mis cabellos, madre, / dos a dos me los lleva el aire») con las alu-
siones a las «señoras peruleras» y a la «huaca de plata». Así es la literatura del Perú:
nace finamente enhebrada entre la vastedad espiritual de los dos mundos. En un pri-
mer momento, allá en el siglo XVI, fue una literatura de autores españoles escrita para
199
Literaturas orales y primeros textos coloniales
lectores españoles; pero, después, ya en tiempos del rey Felipe II, comenzaron a escu-
charse las nuevas voces castellanas nacidas en el Perú: Juan de Ávalos y Ribera, Sancho
de Ribera, Alonso Picado, poetas; también empieza a publicar el Inca Garcilaso.
Luego de la desaparición forzosa de los Almagro y los Pizarro, se eliminaron
de nuevo las encomiendas de indios en 1552. Quedaban aún muchos conquista-
dores vivos, encomenderos de ínfulas desmedidas, y sin el sentido del mundo que
ahora pisaban y poseían. Nuevamente, Carlos V les desestabilizó todos sus supuestos:
quedó prohibido el trabajo forzoso de los indios y las tierras vacaban a la muerte del
encomendero y revertían a la propiedad real.
Se volvieron a levantar, esta vez bajo el liderazgo de Francisco Hernández Girón,
hombre rico del Cuzco. La revuelta duró un año. El 7 de diciembre de 1554 lucía
la cabeza de Girón en una picota de la Plaza Mayor de Lima. La técnica usada para
acabar con la rebelión fue la misma: proclamar el perdón para todo aquel que aban-
donara al caudillo. En un par de bellos romances, acaso los más bellos de esta época,
la voz ficcional del rebelde Hernández Girón dialoga con su mujer, compañera en la
campaña, sobre la fragilidad de los sentimientos humanos:
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6. C
A lo largo del presente trabajo se ha trazado el panorama de la poesía castellana de
la fundación del Perú desde los primeros días del descubrimiento. Se ha señalado
que el primer texto poético de autor conocido es el de Francisco de Xerez, publi-
cado en 1534; y que la empresa descubridora del Perú fue poetizada por Diego de
Silva y Guzmán en un extenso poema escrito en el Cuzco, en 1538. Se ha expuesto,
igualmente, que la inicial poesía castellana en el Perú es obra de autores españoles
cultos que actuaban bajo los postulados de la Gaya Ciencia, y al amparo de formas
consagradas por Juan de Mena, autor del Prerrenacimiento español. Se ha planteado
que la primera poesía castellana del Perú, siendo por entero obra de ficción, tiene
fuertes lazos con la realidad; es decir, con los hombres, los acontecimientos históricos
y la geografía. Finalmente, se ha podido constatar que en la poesía castellana del Perú
se dan dos vertientes: la poesía culta, compuesta en versos de arte mayor y coplas
reales (v.g.: la poesía de Xerez, Diego de Silva y Guzmán o Alonso Enríquez); y la
poesía tradicional, compuesta hacia mediados del siglo XVI, en coplas y romances
(v.g.: las coplas que traen Cieza de León, o López de Gómara; o los romances sobre
el alzamiento de Girón, o sobre Lope de Aguirre o Atabálipa).
203
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205
L XVI
Me propongo analizar los primeros informes europeos sobre el territorio del Perú
atendiendo al contexto en que nacen, pero debo aclarar que en la mayoría de los casos
no se trata de textos literarios que pretendan ser leídos por sí mismos. A los autores de
la época solía interesarles contar una cosa realmente sucedida, remarcando la novedad
del hecho relatado y sus méritos propios. Si hemos de atribuirle un género literario a
estos tempranos escritos, asumo su cercanía a los relatos de viaje y, por ello, tendré en
cuenta tanto el porcentaje relativo que tienen de narración como el de descripción,
sabiendo que el porcentaje de esta segunda parte es generalmente mayor en la litera-
tura de viaje. Como se ha observado: «[estos últimos] son relatos factuales, en los que
la modalidad descriptiva se impone a la narrativa, y en cuyo balance entre lo objetivo
y lo subjetivo tienden a decantarse del lado del primero, más en consonancia [. . .]
con su carácter testimonial» (Alburquerque, 2011, p. 16).
Se examinarán las primeras crónicas de descubrimiento y conquista, como suele
llamarse al conjunto de tan variados textos, teniendo en cuenta la procedencia más
bien no culta de sus autores y también que hay letrados que preguntan y extractan la
información ajena. Efectivamente, tales escritos proceden tanto del propio conquista-
dor Francisco Pizarro, a través de sus secretarios o colaboradores —Francisco de Jerez,
Pedro Sancho de la Hoz, Miguel de Estete— como de testigos afectos como Hernando
Pizarro, o desafectos, como Cristóbal de Mena y Fernández de Oviedo. Como ya
notó Guillermo Lohmann (1967), en el virreinato del Perú predominó inicialmente
la información indiana de soldados y abogados —gente más bien poco ligada al pro-
ceso de catequización— frente a la preponderancia en México de una historiografía
misional. En el Perú, las órdenes religiosas empiezan a escribir sus propios relatos y
monografías más tarde que en México o Santo Domingo. Sin embargo, una segunda
generación algo más culta de letrados y escritores de oficio —propiamente cronistas
207
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1
El primero a cargo de Oswaldo Holguín Callo, como parte de la Biblioteca Abraham Valdelomar,
colaborando el Instituto Raúl Porras Barrenechea con la Academia Peruana de la Lengua, 2014.
Y la colección de Franklin Pease, en edición revisada y actualizada por Javier Flores Espinoza, publicada
por la misma editorial, el Fondo de Cultura Económica, 2010. No he podido disponer de ninguna
de estas dos ediciones, que gracias a Nicanor Domínguez sé que tienen alguna reforma respecto de la
versión anterior.
208
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
2
Es posible que la autora no conociera aún la versión personal de Pease del año anterior, de Las cró-
nicas y los Andes, estando a su favor esta vez un interés más claro por la producción y el punto de vista
amerindio. La obra de Porras, no obstante, tiene una gran coherencia en la defensa de sus puntos de
vista (alguno discutible y apasionado, particularmente en defensa de Pizarro), madurados en una larga
carrera de busca de documentación peruana. Ambas obras, sin embargo, padecían de cierta desarticula-
ción interna, propia de una ‘recolección’ de estudios previamente publicados.
3
Por supuesto, algunos de los protagonistas de Perú participarán luego en los hechos del Amazonas,
Chile o Río de la Plata, como Diego de Almagro, Pedro de Valdivia, o más tarde Antonio Ruiz de
Montoya y Diego Torres Bollo, y figurarán en relatos de estas entradas.
4
En versiones españolas o traducidas, a las cuales tenemos que recurrir todavía: caso de Nouvelles cer-
taines des Isles du Peru (1534), descubierto por R. Porras en 1937, o la Relatione per sua maesta de Pedro
Sancho (1534), retraducido al español por Icazbalceta (1849) desde la colección de relaciones de viajes
dirigida por Giovanni Battista Ramusio (1550).
5
Si bien los escritos de la época deletrean este nombre de varias maneras, en el curso del ensayo
emplearé Atahualpa o Atau Huallpa. Hoy escribimos preferentemente Atau Huallpa, siendo el primer
término su nombre personal y el segundo compartido con varios hijos de Huayna Cápac (Tupac Huallpa,
Cusi Huallpa, tío de Garcilaso).
209
Literaturas orales y primeros textos coloniales
magistrales del P. Vitoria (De Indis y De Jure belli Hispanorum in barbaros, 1532)6, así
como del lascasismo pocos años después. Curiosamente esa misma riqueza súbita y
extrema del territorio peruano va a provocar una incitación a la rebelión contra las Leyes
Nuevas de 1542 promovidas por Las Casas7, y luego un largo periodo de guerra civil
entre pizarristas y almagristas. Estos hechos introducen en la cronística peruana una
dimensión excepcional de prolongadas guerras entre españoles —como evidencian la
parte mayor de los relatos de Cieza, Zárate, Gómara, El Palentino, el padre Gutiérrez de
Santa Clara, Herrera—, que no existe en los otros territorios americanos. Esta parte nos
interesa menos porque no nos lleva a un mejor conocimiento del tema que nos ocupa8.
210
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
10
Antiguo oidor de la audiencia de Santo Domingo, de donde dependía Panamá, asesor del gobernador
Pedrarias y juez ejecutor de Núñez de Balboa, y hasta financiador secreto del proyecto de conquista de
Pizarro y Almagro (a través del clérigo Hernando de Luque, como sospechó Porras).
11
Hay numerosas e interesantísimas cartas del mismo Espinosa como esta (y otra del 10 de octubre),
publicadas posteriormente por R. Porras en su siguiente recopilación documental (1959), que titulará
Cartas del Perú (1524-1543). En su prólogo el autor ubica esta obra como continuación de sus Relacio-
nes primitivas, publicadas en París y de su Cedulario del Perú, 1529-1538, en 2 tomos (Lima, Ministerio
de Asuntos Exteriores, 1944).
12
De hecho forzará a algunos de los hombres de Cajamarca a prestarle sus rentas a la llegada a Sevilla
(como es el caso del caballero Juan Ruiz de Arce, que incluso fue invitado a Toledo para ser felicitado
por ello por la emperatriz Isabel de Portugal, en ausencia de su esposo, a cambio, naturalmente, de
honores y de una renta demorada a cobrar sobre impuestos reales).
13
Espinosa lo llama Atabálique. Al acentuar Atabálique, seguimos al filólogo Agustín Seguí, 2006, que
analiza detenidamente la escritura de los cronistas y las leyes de la fonética quechua. La filología actual
puede aceptar la transformación en los primeros oyentes y escribientes de su nombre como Ata bálica
(Ata báliba o Ata bálipa), donde la ‘ll’ es oida como ‘li’, pero no como ‘lí’ acentuada, dado el acento
común llano en el quehua y nahualt. No existe tampoco el sonido de ‘l’ aislada en ciertas variedades
del quechua, sino ‘ll’. A oídos castellanos no existe mucha diferencia fonética entre Atau Huallpa y
Atabálipa, pero sí en Atabalipa. Varía inevitablemente la terminación fonética (pa, ba, ca, que), tal vez
por falta de acento. Carlos Araníbar lo emplea en su edición de Comentarios reales (1991, II, p. 668b).
211
Literaturas orales y primeros textos coloniales
de indios, los unos barriendo el camino, y los otros haciendo juegos y cantando,
tañendo sus instrumentos, a manera de arayto. Venían con él otros caciques y
principales mucho bien aderezados: traían pasadas de diez mil ovejas, cargadas de
sus vituallas y mantenimientos (Porras, 1937, p. 39)14.
El apasionado pizarrista Raúl Porras desconfía de los informes del licenciado
Espinosa porque esconden una velada crítica a los conquistadores Pizarro y Alma-
gro, quienes se peleaban entre sí y también carecían de experiencia a la hora del
buen gobierno, como apunta el propio licenciado: «en las cosas de gobernación e
administración de justicia… les falta experiencia e autoridad e habilidad necesaria»
(Porras, 1937, p. 41). Evidentemente, Espinosa se estaba proponiendo a sí mismo
como autoridad de gobierno, y es verdad que terminaría yendo al Perú a poner paz
entre Almagro y Pizarro; murió en Cuzco, en 1537, mientras lo intentaba. Pero hay
otro detalle de sus informes al rey que ha entusiasmado a lectores de nuestros días,
como el antropólogo andinista John V. Murra (2002). Espinosa mostró admiración
por la civilización inca desde el punto de vista técnico, y así lo evidencia su carta de
octubre de 1533:
Los indios de las provincias del Perú es gente muy diestra en hacer e abrir cami-
nos e calzadas e fortalezas, y otros edificios de piedra e tapiería, e de sacar agua e
acequia. Tanto que he visto que [en] los edificios dicen que nos hacen mucha ventaja
a nosotros. Mucho convernía [convendría] al servicio de Nuestra Majestad, y al
bien de esta tierra e gobernación, sea servido de mandar pasar a esta gobernación
algunos de ellos, por todas las vías e manera justas que para ello pudiere haber
(a lo menos hasta en cantidad de dos mil). Y pasando, demás del bien común
de todos los vecinos e tierra, los edificios y obras que Vuestra Majestad manda
hacer —así de fortaleza e casa de fundición e contratación como el río Chagres—
se haría a muy poca costa o casi ninguna, con brevedad. Y esta ciudad e los vecinos
de ella edificarían todos de cal e ladrillo e tapiería… porque es gente de capacidad,
e que tienen e viven en su república juntos (Porras, 1959, pp. 72-73).
14
Se nota la influencia antillana para llamar «cacique» al inca, y «areíto» a los cantos con baile, cosa notada
ya por Zárate y Fernández de Oviedo. Hemos modernizado nosotros la grafía, respetando la fonética de
acuerdo al criterio editor de Ignacio Arellano y su Grupo de Investigación Siglo de Oro. Ver José Antonio
Pascual (1990) y Arellano & Del Pino (2004). Nuestro énfasis interpretativo reside en la puntuación.
212
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
15
Jiménez de la Espada no atribuyó la relación al funcionario ni mucho menos a Jerez. En esto le siguie-
ron posteriormente algunos editores del documento, como Concepción Bravo o Miguel A. Guérin.
213
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Pero no creo que debamos negar a los soldados del entorno de Pizarro la capaci-
dad de percibir el territorio y las diferentes sociedades andinas, pues en más de media
docena de casos nos han dejado un testimonio escrito que merece ser considerado.
La primera información que aparece en España es titulada La conquista del Perú,
llamada la Nueva Castilla (Sevilla, abril de 1534), y viene sin firma. No hubo nuevas
ediciones castellanas hasta el siglo XX; sí aparecieron otras fuera de España, y la obra
se tradujo al francés, y varias veces al italiano16. A pesar de su anonimato17, la crónica
se halla escrita con enorme sinceridad. Esto atrajo la simpatía del maestro Porras, que
la cita sin ningún prejuicio, aunque en muchos casos es un testimonio contrario al
de Pizarro. Cabe recordar que su autor acusa a Pizarro de no haberle ofrecido al rey
todo el quinto real —tributo del 20%— que le correspondía, y de no distribuir el
botín equitativamente entre algunos participantes entre los cuales él mismo se ubica
sin rebozo alguno: «Y a muchos de los que lo ganaron dio menos de lo que merecían:
y esto dígolo porque assí se hizo co[n]migo».
Gran parte del informe ofrecido bascula alrededor del botín de oro y plata, obte-
nido y buscado sin disimulo alguno por el anónimo autor y por el propio Pizarro.
El texto muestra cómo el perspicaz Atau Huallpa parece reconocer este interés y lo
aprovecha para negociar con el vencedor sobre su vida y libertad. Pero el mérito
especial del relato es ubicar como eje del mismo al monarca inca y su poder militar y
político, siendo muy breve el espacio concedido a los encuentros anteriores o poste-
riores, minuciosamente descritos en otras crónicas. Al comienzo del segundo párrafo,
ya aparecen los actores principales de esta relación:
De allí fuimos a un pueblo llamado Tangarara, adonde hicimos una población que
llamamos Sant Miguel. Allí tuvimos noticia de un gran señor llamado Atabálipa:
16
La traducción al italiano fue hecha ese mismo año (1534), al año siguiente y en la colección de
Ramusio, tomo III, 1556, luego reeditado varias veces.
17
Aunque el documento fue utilizado por historiadores como William Prescott desde 1847, la autoría
de la obra no fue atribuida al capitán Cristóbal de Mena o Medina hasta 1937, por Raúl Porras. La idea
fue presentada en Sevilla como ponencia en 1935 al XXVI Congreso Internacional de Americanistas,
pero sus actas no se publicaron hasta 1948. Sus numerosos argumentos para esta autoría han conven-
cido a la mayoría de los tratadistas posteriores: el descontento con el reparto del botín de Cajamarca
del relato coincide con la cantidad menor recibida por este capitán y con sus tratos con Almagro para
asegurar recibir un suplemento del botín. Es evidente que se trata de un capitán por el protagonismo
del relato, dado que asistió a entrevistas de Hernando Pizarro y de Soto con Atahualpa, y cuidó de la
casa donde se depositaba el botín. Tal vez lo más relevante es que se sabe que era el personaje importante
de la primera nao llegada a Sevilla desde el Perú, el 5 de diciembre 1533, de acuerdo al propio relato
de Jerez, y que a su paso por Panamá en julio-agosto, manifiestó al letrado G. de Espinosa llevar una
relación al Rey y al presidente del Consejo de Indias, Francisco de los Cobos (cartas de 1 de agosto y 10
de octubre de 1533 a Los Cobos y al emperador, publicadas por Porras parcialmente en 1937 y luego
completas en sus Cartas del Perú, 1959). Para nuestras citas he usado la edición de A. Pogo (1930) ofre-
cida en línea, en colación con las ediciones de Porras 1937 y Guérin 1986.
214
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
el cual tenía guerra con un su hermano mayor llamado el Cozco [Huáscar], al cual
habían desbaratado ciertos capitanes del Atabálipa. Y él iba con gran ejército des-
pués de sus capitanes, a la sazón que llegó el señor gobernador Francisco Pizarro
con sesenta de caballo y noventa de pie; porque los demás quedaban en el pueblo
de Sant Miguel (La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla, en Salas, Guérin
& Moure, eds., 1986).
Lleva razón Porras al señalar que el atractivo de esta crónica es su cercanía a los
hechos y a los actores de cada lado, mencionados todos por su nombre: Pizarro,
su hermano Hernando, los capitanes Soto y Benalzázar, Atahualpa, su hermano
Cuzco —Huáscar— y su padre Cuzco Viejo —Huayna Cápac—, sus generales
Chalchuchima y Quizquiz, e incluso algunos caciques locales que intervienen como
ayudantes de la acción. El lector asiste en primera fila al desarrollo de las diferentes
estrategias militares desplegadas por ambos bandos. Desnudo de ornamentos reli-
giosos o actores secundarios, en el relato «la verdad aún no ha tenido tiempo para
ser deformada», comenta Porras (1937, p. 86), subrayando su perdurable frescura
narrativa. Esta disponibilidad espontánea del lector a creer al narrador se contagia
fácilmente a medida que avanzamos en la lectura. Véase la escena del primer encuen-
tro con Atau Huallpa de los dos actores más vivos del relato:
Y llegó Hernando de Soto con el caballo sobre él, y él se estuvo quedo sin hacer
mudanza: y llegó tan cerca que una borla que el cacique tenía tocada, puesta
en la frente, le aventaba el caballo con las narices y el cacique nunca se mudó.
El capitán Hernando de Soto sacó un anillo del dedo, y se lo dio en señal de
paz y amor de parte de los cristianos: él lo tomó con muy poca estima. Luego
vino Hernando Pizarro, que […] traía a las ancas del caballo un indio que era
la lengua. Y allegóse al cacique, con muy poco temor dél y de toda su gente, y
díjole que alzasse la cabeza, que la tenía muy baja, y que le hablasse pues él era
su amigo, y le venía a ver: y rogóle que por la mañana fuesse a ver al gobernador,
que le desseaba mucho ver. El cacique le dijo, con la cabeza baja, que él iría por la
mañana a verle (La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla, en Salas, Guérin
& Moure, 1986).
Finalmente, atendamos al autor cuando nos comunica cómo era una casa real en
Cuzco, donde se guardaba la momia de los antepasados:
En aquella casa estaban muchas mujeres, y estaban dos indios en manera de embal-
samados: y junto con ellos estaba una mujer viva, con una máscara de oro en la cara,
ventando con un aventador el polvo y las moscas: y ellos tenían en las manos un bas-
tón muy rico de oro. La mujer no los consintió entrar dentro, si no se descalzassen:
y descalzándose fueron a ver aquellos bultos secos y les sacaron muchas piezas ricas.
215
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Y no se las acabaron de sacar todas, porque el cacique Atabálipa les había rogado
que no se las sacasen, diciendo que aquél era su padre el Cuzco [Huayna Cápac,
Cuzco viejo]: y por esso no osaron sacarle más. Assí cargaron su oro, que el capitán
que allí estaba les dio el aparejo que pudo (La conquista del Perú, llamada la Nueva
Castilla, en Salas, Guérin & Moure, 1986).
18
El carácter de secretarios para redactar lo ocurrido por parte de Jerez y Sancho fue reconocido en el
mismo reparto del botín, cuyas actas conservamos por Sancho: «A Francisco de Jerez, 8882 peso de oro
y 362 marcos de plata. A Pedro Sancho, 4440 pesos de oro y 181 marcos de plata. Más al dicho Jerez y
a Pedro Sancho por escritura de compañía, 2250 pesos de oro y 94 Marcos de Plata» (cursivas nuestras).
19
La reprodujo Fernández de Oviedo en 1547, en el segundo tomo de su Historia (y la volvería a recoger
en los primeros 15 caps. del libro 46), se traduciría al italiano en 1535 y 1556, al inglés en 1625 y 1872
(Markham), al francés en 1837 por Ternaux-Compans y en 1982 por P. Duviols, y al alemán (1842).
Finalmente al japonés en 1980, sin contar las innumerables ediciones peruanas, mexicanas, argentinas
y españolas (Vedia, Rodríguez Moñino, Concha Bravo …). Se ha hecho incluso un estudio de crítica
literaria del mismo (Caballero Wangüemert, 1982), y una biografía del autor (Jiménez Placer, 1911).
216
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
Ilustración 1. Retrato de Atahualpa como el último Inca de una serie dinástica de catorce
soberanos (c. 1750-1800), basado en una serie de grabados de Antonio de Herrera a su vez
tomados de un grupo pictórico. Brooklyn Museum, Nueva York, EE.UU. Foto 1995.29.14.
Dominio libre.
217
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Corre la idea desde el cronista real Fernández de Oviedo (libro 46, cap. 14) de
que Jerez «no procede con buen estilo»; efectivamente, su relato es moroso, incluso
a veces escribanil —se echa a faltar la sinceridad y espontaneidad del anónimo atri-
buido al capitán Mena—. Porras lo aprecia mucho porque da una imagen siempre
positiva de Francisco Pizarro, su héroe, aunque no sea tal vez su narración preferida:
«Ninguna apreciación subjetiva se le escapa sobre hombres ni sucesos. Prefiere narrar
o transcribir secamente el diálogo, con frialdad de micrófono» (Porras, 1986, p. 97).
Yo subrayaría, sin embargo, cierto respeto a los diferentes actores —aunque no siem-
pre se den sus nombres—, manifestado en los numerosos diálogos. Importa, sin
embargo, que su crónica contenga mucha información sobre paisajes, caminos, ciu-
dades, viviendas, etcétera. Además, me gustaría destacar en Jerez una cierta apertura
intercultural que María Caballero ya observó: «Deberemos señalar que, en ocasiones,
Francisco de Jerez supera la tradicional dicotomía buenos / malos que subyace a estas
obras, para resaltar algún valor positivo en la masa indígena de determinada región»
(Caballero, 1983, p. 318).
Para mí, eso se traduce en una conciencia creciente de las virtudes de cada pue-
blo visitado, que progresivamente los acerca a España. Al llegar a los poblados de
Caxas y Guacamba (Huancabamba), advierte la influencia incaica por «un camino
ancho, hecho a mano, que atraviesa toda aquella sierra, y viene desde el Cuzco a
Quito, que hay más de trescientas leguas», y unos puentes sobre los ríos que no
carecen de control de paso, y casas bien provistas: «Y dijo [el capitán enviado a
inspeccionar, al gobernador Pizarro] que aquellos pueblos tenían buena orden, y
vivían políticamente» (Bravo, pp. 87-88)20. Finalmente, llegan al campamento del
inca en Cajamarca el 15 de noviembre, «viernes, a la hora de vísperas», y se asientan
en la ciudad cercana:
Entretanto mandó ver el pueblo… y, visto el pueblo, no se hallaron mejores apo-
sentos que la plaza… La plaza es mayor que ninguna de España, toda cercada, con
dos puertas que salen a las calles del pueblo. Las casas son de más de doscientos
pasos en largo… de altura de tres estados… [con] aposentos repartidos en ocho
cuartos muy mejor hechos que ninguno de los otros… de piedra de cantería muy
bien labradas… La gente de todos estos pueblos, después que se subió a la sierra,
hace ventaja a toda la otra que queda atrás, porque es gente limpia y de mejor
razón (Bravo, 1985, pp. 103-104).
20
Empleamos siempre nuestro criterio editorial, como dijimos, especialmente en la puntuación. En este
caso la editora asumió la decimonónica de Enrique de Vedia (1853), reiterada en la de la B.A.E., tomo
XXVI, 1946, pp. 319-343.
218
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
A nivel personal, tras incluir los detalles biográficos que conoció después sobre
Atahualpa, ya en prisión, nos ofrece un retrato favorable del inca:
Atabáliba era hombre de treinta años, bien apersonado y dispuesto, algo grueso,
el rostro grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre; hablaba con
mucha gravedad como gran señor. Hacía muy vivos razonamientos que, enten-
didos por los españoles, conocían ser hombre sabio; era hombre alegre, aunque
crudo21. Hablando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría (Bravo,
1985, p. 123).
21
«Cruel, áspero, despiadado» (DRAE, 8, figurado).
22
La editora acertadamente advierte que este paralelismo de lo andino con lo morisco, frecuente en las
crónicas, no indica desprecio, sino distancia cultural percibida por el hablante.
23
Lo editó Jacinto Jijón y Caamaño en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia bajo el título
de Noticia del Perú (Quito, 1916). Ha sido publicado otras veces en Perú (Urteaga, 1938; Biblioteca
Peruana, 1968, tomo I), y puede consultarse en línea, en «Cervantes virtual». Tomamos de ahí (2009)
219
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Igualmente se pregunta por qué Atahualpa les permitió a los cristianos acercarse
tanto a su campamento de Cajamarca, sin atacarles. Merece la pena apreciar la suti-
leza de este párrafo:
si el Atabálica se previniera de tener allí gente, fuera escusado pasar adelante;
pero como Nuestro Señor era servido que la tierra se conquistase y se allanase,
permitió que éste no se apercibiese de esto; antes, teniéndonos en muy poco y
no haciendo cuenta que ciento y cincuenta hombres le habían de ofender, dio
lugar y consintió que pasásemos por aquel paso, y por otros muchos tan malos
como él. Porque realmente, a lo que después se supo y averiguó, su intención
era vernos y preguntarnos de dónde veníamos y quién nos había echado allí y
qué queríamos, porque era muy sabio y discreto y, aunque sin luz y escritura,
amigo de saber y de sutil entendimiento; y, después de holgádose con nosotros,
tomarnos los caballos y las cosas que a él más le placía y sacrificar a los demás…
(Larrea, 1918, p. 360).
la referencia de páginas a partir de Poesía popular, alcances y apéndice. México, J. M. Cajica, 1960,
pp. 343-411 (Biblioteca Ecuatoriana Mínima). Se trata de un cuaderno de doce pliegos conservado en
el Archivo General de Indias (AGI), Sección Patronato, que J. B. Muñoz ya notó que estaba incompleto.
Su paternidad se atribuye a Estete, porque así es mencionado al principio, tal vez por indicación de mano
del cosmógrafo mayor López de Velasco: «De los papeles del Arca de Santa Cruz, de Miguel de Estete».
No hay coincidencias con su relato del viaje de Hernando Pizarro, pero tampoco es contradictorio. Hizo
una cuidada edición Miguel A. Guérin, 1986, sin conceder la autoría a Estete, como tampoco aceptaba
entonces la autoría del capitán Mena al anónimo de Sevilla.
220
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
No hay espacio suficiente para recoger la finura de las descripciones de este autor
en los dos contactos directos con Atau Huallpa, tanto en el campamento vecino como
al día siguiente a la llegada a Cajamarca. Su relato, en todo caso, difiere mucho del
de otros testigos directos, incluso cuando describen lo mismo. Sutilmente nota que,
si bien los incas no tenían escritura, no les faltaban modos de retener el pasado que
el autor asemeja a un sistema tradicional castellano: la historia trasmitida por medio
de los «romances de viejos» versificados, retenidos en la memoria de los analfabetos:
Es de saber que esta tierra, a la cuenta de los más ancianos, no había noventa
años que era sujeta a príncipe, y daban por memoria y nombraban todos los
príncipes que había habido; y, aunque no tienen escrituras, por ciertas cuerdas
y nudos recuerdan a la memoria las cosas pasadas. Aunque lo más principal
de acordarse es por los cantares que tienen, como acá tenemos de cosas y bata-
llas pasadas antiguamente: que, si [nos] faltase la escritura, por aquellos cantares
tendríamos memorias de los pasados que hicieron hazañas señaladas (Larrea,
1918, p. 380).
Creo que estas expresiones y formas de ver el mundo del otro revelan un espíritu
abierto, superior a lo normal. Este espíritu también lo tenía de otra manera Her-
nando Pizarro, quien elaboró un relato de la conquista a su paso por Santo Domingo,
en octubre de 1533. En este ofrece una visión muy sintética de los hechos que nos
transmitirá luego, de manera literal, Gonzalo Fernández de Oviedo, por entonces
alcaide de Santo Domingo y cronista general de Indias. Oviedo le dedica al relato de
Hernando el capítulo 15 del libro 46 (Fernández de Oviedo, 1959, V, pp. 84a-90b):
«una carta que el capitán... escribió a la Audiencia Real… de Sancto Domingo…,
donde tocó, yendo a España con una nao cargada de oro e plata para dar relación al
Emperador…».
Hernando nos ofrece tal vez la versión más genuina sobre el proceso de conquista
seguido por su hermano, de quien fue mano derecha (Porras, 1986, p. 80). Es evidente
que para la hueste española todo se endereza a su gusto cuando tiene noticia cercana
del imperio inca, a cuya conquista se lanzó con la misma determinación que empleó
Atahualpa para capturar a los europeos en una encerrona, según el propio Inca le
comentó a Hernando, con quien al parecer congenió mucho. El proyecto fracasó
porque le informaron mal sobre el uso cristiano de los caballos en la noche, cuando
los desensillaban y dejaban de ser operativos en el enfrentamiento. Por eso Atahualpa
pretendió detener el paso durante un día entero y así llegar de noche. Al parecer, cada
uno perseguía denodadamente lo que tenía el otro —caballos, oro— y empleaba para
ello todas sus armas. ¿Por qué no admirar a ambos –Atahualpa y Pizarro-- atendiendo
a sus estrategias respectivas y prescindiendo del éxito final?
221
Literaturas orales y primeros textos coloniales
222
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
223
Literaturas orales y primeros textos coloniales
24
No conservamos la versión castellana original, sino la italiana, obra de Giovanni Battista Ramusio,
recogida en el tercer volumen de sus Viajes y navegaciones (1550, aunque tuvo luego varias reediciones),
fue copiada al inglés por Samuel Purchas (1625). No sería hasta 1849 que el joven erudito mexicano
Joaquín García Icazbalceta la ofrecería como anexo a su traducción de la Historia de la conquista del
Perú, de W. H. Prescott (II, pp. 679-765). Según nos informa Icazbalceta, Ramusio incluyó en su
tomo III (dedicado al Nuevo Mundo) no solamente a Sancho sino a Jerez y el anónimo del capitán
Mena. Cito por la segunda edición de Icazbalceta en el vol. 8 de sus Obras completas, 1989, pp. 299-423,
disponible en línea.
25
Se sabe que fueron 25 quienes obtuvieron ese permiso de Pizarro, pero no todos sus nombres.
224
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
225
Literaturas orales y primeros textos coloniales
26
La obra completa del cronista oficial Fernández de Oviedo sobre la historia de las Indias se com-
pone de 50 libros pero no todos de la misma extensión. Solo fue publicada completa póstumamente
(1851-55) por la Real Academia de la Historia en 4 tomos, a cargo de José Amador de los Ríos. Luego
ha sido dividida en cinco tomos por el académico Juan Pérez de Tudela en la B.A.E. (1959), mejorando
la edición anterior (de la que respeta la anotación del editor e ilustraciones del autor) ahora acompa-
ñada de un largo estudio preliminar en el tomo I (175 pp.) y unos índices analíticos extensos en el V
(pp. 421-479). En este los capítulos peruanos ocupan de la p. 30 a la 305a, a doble columna (a y b).
Nos interesan particularmente los primeros 17 capítulos del libro 46 (pp. 30-108), pues el resto de ese
libro y los libros 47-49 tratan de las guerras civiles.
226
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
27
El autor ya sabe la etimología de Cápac inca, ‘solo señor o único señor’, y de Vira cocha o ‘gordura de
la mar’.
227
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En todo caso, estos informes de Oviedo quedaron sepultados en los archivos
hasta su edición en el siglo XIX. Lo mismo ocurrió con la obra hoy muy conocida de
Bartolomé de las Casas. Me refiero a la parte de su Historia de las Indias que él mismo
titula Apologética historia sumaria28, en la cual recogió toda la información disponible
sobre las sociedades americanas. Desde la época de Jiménez de la Espada se ha inten-
tado conocer las fuentes que Las Casas empleó en esta obra. El dominico solamente
menciona a Miguel de Estete para el relato de Pachacámac; sin embargo, los estudio-
sos han concluido que se valió especialmente de tres autores: Jerez, Cieza y Cristóbal
28
La Apologética se escribió en la década de 1550 y tuvo muchos retoques en la década siguiente, pero
no fue publicada sino parcialmente en el volumen 66 de la Colección de documentos inéditos para la
historia de España (Madrid, 1876), como apéndice a su Historia de las Indias (vols. 62-66). La parte
relativa al Perú, tomada directamente del Ms. conservado en la R. Academia de la Historia (Colección
J. B. Muñoz A-73), fue publicada en 1892 por Jiménez de la Espada, con el título «De las antiguas gentes
del Perú». Finalmente fue publicada entera en 1909 por M. Serrano y Sanz en la Nueva Biblioteca de
Autores Españoles (vol. 13), y otra vez completa con la Historia en la misma colección (tercera serie),
en 5 vols. (BAE, vols. 95-96, 105-106 y 110, entre 1957 y 1961), ocupando 963 pp. y 2 vols. en 1958
(III y IV), a cargo de Juan Pérez de Tudela (el mismo autor que editó la obra histórica completa de F. de
Oviedo, por esos mismos años). Deben destacarse sus estudios introductorios respectivos, que preceden
tanto a la Historia como a la Apologética. Asimismo, son destacables el estudio y la edición del historia-
dor mexicano Edmundo O’Gorman en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM (Mexico,
1967, 2 vols), y la que puede considerarse la edición de referencia en los vols. 6-8 de sus Obras completas
de la Ed. Alianza, Madrid, 1992), coordinada por Vidal Abril.
228
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
29
En la edición de la Apologética de 1992 se incorpora un ensayo de Leoncio López-Ocón, gran estu-
dioso de Jiménez de la Espada, que confirma las sugerencias anteriores en una tabla final (pp. 275-282),
y agrega la posible influencia del cofrade dominico, Domingo de Santo Tomás, conocido indigenista
peruano y autor de la primera gramática y vocabulario quechua (Valladolid, 1560). Ambos compar-
tieron la lucha por los derechos indianos, y la admiración cultural por las civilizaciones encontradas.
Sin embargo, la Apologética no tiene alusiones a la excelencia de la lengua incaica. Las Casas hereda
mucho del espíritu de la obra del cura secular Cristóbal de Molina, el chileno, Relación de cosas acaecidas
en el Perú, conocida también como La destrucción del Perú (c.1550).
30
Jiménez de la Espada selecciona todos estos capítulos de Las Casas, pero los divide internamente
en 27 capítulos, ocupando 241 páginas, que titula por su cuenta como el mismo título general que
añade, y un apéndice en que estudia minuciosamente su relación con la fuente principal, el cura alma-
grista Cristóbal de Molina, que ofrece a partir del manuscrito de la Academia de la Historia, copia del
cronista ilustrado Muñoz. Si seguimos a Porras (1986, p. 317), Molina no podía ser el autor de este
manuscrito anónimo, dado que no estuvo en Riobamba mediando entre Almagro y Alvarado, ni en
Cuzco mediando entre Almagro y Pizarro, de los cuales encuentros el cronista parece ser testigo directo.
El autor sería otro clérigo que acompañó a Almagro a Chile, Bartolomé de Segovia. Tampoco se le
puede llamar ‘almagrista’ a su autor, porque le censura a menudo.
229
Literaturas orales y primeros textos coloniales
agricultura viva y, después del pueblo que consta de labradores, el segundo lugar
en bondad es el pueblo de los pastores (pastoribus qui constat optimus est post popu-
lum qui constat ex agricolis); por esto será bien traer en este lugar un poco de los
pastores, que en las tierras destas Indias donde Dios quiso proveer de ganados, los
había. Y estos solamente hasta hoy sabemos que en los reinos del Perú los hobiese,
porque en ninguna otra tierra o región sino allí se han visto ganados domésticos
(Jiménez de la Espada, 1892b, pp. 22-23).
Con todo, el dominico sabía sacar partido de la ventaja cultural de los pueblos
americanos con relación a la antigüedad y el presente del Viejo Mundo, aunque a
veces se expresaba con demasiada batería retórica, llenando sus frases de incómodos
‘hipérbaton’, o posponiendo el verbo al final, como lo ilustra este ejemplo:
[…] todas las [provincias] del mundo con toda la industria humana deben callar
y aprender de la sotileza tan ingeniosa que las gentes naturales del Perú [tuvieron:
sin hipérbaton], cerca de sacar los ríos y las fuentes para hacer las tierras secas y
estériles y que nunca dieran fructos y las hicieron fertilísimas, tuvieron. No se
podrá encarecer la manera tan ingeniosa que [tuvieron: sin hipérbaton] para sacar
de sus madres y naturales cursos y caminos grandísimos ríos y proveer de regadíos
muchas leguas de tierra y sustentarlas en frescura y fertilidad, tuvieron (Jiménez
de la Espada, 1892b, p. 20).
En ese lenguaje elegante, pero con más claridad y brevedad, le imitaba su ene-
migo argumental, el clérigo Francisco López de Gómara, que buscaba, por encima
de todo, la síntesis en su historia del Nuevo Mundo. Como se sabe, el clérigo soriano
era un buen estudiante universitario, que se codeó en Italia con hombres cultos y
refinados como Diego Hurtado de Mendoza, embajador español ante la Santa Sede
y Venecia, dueño de una excelente colección de manuscritos griegos que terminaron
en El Escorial, y Juan Páez de Castro, secretario del anterior y asesor real que preparó
la biblioteca de El Escorial, reunió una colección de refranes castellanos con Hernán
Núñez y admiraba los jardines botánicos italianos. Además de unos Anales del empe-
rador Carlos V y una comparación del Imperio otomano con el cristiano en dos obras
Guerras de mar y Crónica de los Barbarrojas, se propuso elevar a Hernán Cortés al
puesto de héroe civilizador, recibiendo por ello un premio de su hijo Martín que
nunca cobró en vida, porque todavía lo reclamaba en su testamento31.
31
Según la estudiosa Nora E. Jiménez (2001), Gómara no fue nunca capellán de Cortés, como le
acusara Las Casas, por tanto, sus alabanzas reiteradas al capitán extremeño no fueron ‘de oficio’,
sino libremente elegidas. De hecho, su crónica está llena de juicios libres y cáusticos sobre conquis-
tadores, y se lo echarían en cara luego (por ejemplo, el Inca Garcilaso, sobre su padre). Ni siquiera
parece haber tratado en forma continuada a Hernán Cortés, sino solamente al hijo, a quien dedica
230
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
Falta por hacer el debido aprecio literario de Historia de las Indias de Gómara,
acorde con la calidad y difusión internacional de la misma. La parte dedicada al Perú
se hace dentro de una historia general del Nuevo Mundo y su conquista (primera
parte), que precede a la conquista mexicana por Cortés (segunda parte). Desde luego,
bien leído, no se le puede achacar falta de sensibilidad hacia las novedades america-
nas, precisamente por su capacidad para compararlas con el mundo viejo y clásico.
Véase cómo sabe justificar su propia obra, dirigiéndose «a los leyentes»:
Toda historia, aunque no sea bien escrita, deleita… la nuestra… es tan apacible
cuanto nueva por la variedad de cosas, y… por sus muchas extrañezas. El romance
que lleva es llano… las sentencias, claras, aunque breves. He trabajado por decir
las cosas como pasan. Por tanto, se debe contentar quien lee historias de saber
lo que desea, en suma y verdadero; teniendo por cierto que particularizar las
cosas es engañoso y aún muy odioso… La brevedad a todos place; solamente
descontenta a los curiosos, que son pocos, y a los ociosos, que son pesados…
En lo demás, ningún historiador humano contenta jamás a todos… (López de
Gómara, 1978, p. 3).
la obra de los Barbarrojas. Al padre le dedica la segunda parte de su historia indiana; la primera está
dedicada al emperador mismo. Sin lograr ser cronista real, Gómara estuvo largo tiempo aspirando
a serlo en Bruselas. La prohibición de su obra histórica cortesiana, nunca bien explicada (Bataillon,
1956), parece reducirse al hecho de su defensa excesiva de un conquistador, que disputaba a veces
la autoridad imperial. No suele ponderarse que la Corona prohibió las alabanzas excesivas a ese
mundo privado por parte de Sepúlveda, su cronista imperial; pero no recogió ni prohibió las críticas
al mismo Bartolomé de las Casas; obviamente, quería debilitar al partido de los orgullosos nobles,
siguiendo la política centralista de los Reyes Católicos. En todo caso, la obra de Gómara, prohibida
en Medina del Campo (Castilla), se siguió reproduciendo en Zaragoza, en el ámbito más libre de la
Corona de Aragón.
231
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Así como Oviedo no visitó el Perú, y Gómara ninguna tierra americana, Agustín de
Zárate, el tercer caso de historiador humanista que trataremos, sí visitó el país andino
brevemente. Zárate viajó al Perú en 1543 en compañía de su sobrino, el licenciado
Polo de Ondegardo, y el virrey Núñez Vela —que moriría a manos de un Pizarro—,
y nos dejó Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú (Amberes,
1555). Si bien Zárate debía contabilizar los pagos a la hacienda real, aparentemente
defendió más los intereses privados de los Pizarro, por lo cual entraría en la cárcel
por seis años a su regreso a España (1546-1553)32. Se dice que la crónica peruana
de Zárate «es uno de los relatos más conocidos y divulgados sobre la conquista del
Perú… En ningún otro cronista, si no es en Gómara, hallaremos una visión panorá-
mica semejante…. Sin la elegancia latinizante de Gómara… tiene el equilibrio y la
proporción, la ecuanimidad y la buena salud de los clásicos» (Porras, 1986, p. 215).
Ambos, Gómara y Zárate, tienen influencia humanista y los dos pretenden usar
con arte su prosa castellana. Se le suele dar ventaja a Zárate por haber sido testigo
directo de los hechos narrados, pero la verdad es que gran parte de la información
ofrecida se debe a fuentes ajenas; el cronista solo reconoce en su introducción al con-
quistador Rodrigo Lozano, fuente compartida con Gómara. Es evidente la claridad
de expresión en Zárate y la concordancia de sus frases, a pesar de las continuadas
referencias a autores antiguos. Por nuestra parte solo deseamos señalar el valor de
sus reflexiones, especialmente en el campo de lo indiano. Zárate llega a lo indiano
tras contar las guerras civiles, que no se entenderían sin remontarse a sus causas:
«Llegados allá, vi tantas revueltas y novedades en aquella tierra, que me pareció cosa
digna de ponerse por memoria; aunque, después de escrito lo de mi tiempo, conoscí
que no se podía bien entender si no se declaraban algunos presupuestos, de donde
32
Como tenía amigos poderosos en la corte, la mayor parte fue una prisión domiciliaria.
232
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
aquello toma origen» (Zárate, 1995, p. 17 Dedicatoria). Para testimoniar el mérito
de sus averiguaciones de la antigüedad incaica, nos señala el medio empleado:
Y las cosas de cuenta se perpetúan por medio de unas cuerdas de algodón, que
llaman los indios quippos, denotando los números por nudos de diversas hechuras,
subiendo por el espacio de la cuerda desde las unidades a decenas, y así dende arriba,
y poniendo la cuerda del color que es la cosa que quieren mostrar; y en cada provin-
cia hay personas que tienen cargo de poner en memoria por estas cuerdas las cosas
generales, que llaman quippocamayos; y las cuales con gran facilidad da á entender el
que las tiene á cargo, aunque sean de muchas edades antes dél (Zárate, 1995, p. 36).
33
Este prurito de denominar las cosas andinas con nombres andinos lo aborda precisamente en este
capítulo, a propósito de la errónea denominación española, que prefiere el nombre antillano o mexicano
ya conocido (cacique por curaca, maíz por zara, chicha por azua).
34
Dijo haber hecho en ese idioma, una doctrina cristiana junto con dos vocabularios, no conservados hoy.
Nicanor Domínguez (1994) sugirió una relación temprana de Betanzos con los dominicos y fray
Domingo de Santo Tomás, en términos paralelos a Cieza; es cierto que en sus misiones al reducto de
Vilcabamba le acompañan dominicos.
233
Literaturas orales y primeros textos coloniales
incaica cuzqueña contada por ellos mismos, a petición del virrey don Antonio de
Mendoza. Estuvo casado con una mujer de la familia real incaica, Cusi Rimay Ocllo,
bautizada como doña Angelina a la muerte de Pizarro en 1541, de quien tuvo dos
hijos. Después casó con Betanzos y le dio dos hijos. De esta boda deriva aparente-
mente toda su autoridad para conocer la historia incaica desde dentro, así como su
propio estilo de escritura, que Porras (1986, p. 310) calificó de ‘rústico’; curiosa-
mente algunos estudiosos, entre ellos Pease y Porras, achacan esta rusticidad de estilo
a la influencia del quechua. Otros (Mazzotti, Fossa) han querido ver en la obra de
Betanzos la presencia de una ‘voz colectiva’ andina, propia de una epopeya nativa,
que llaman de modo diverso: oralidad, coralidad, etcétera. Ya el propio Jiménez de
la Espada lo avanzaba:
Nadie como Betanzos, al referir las obras, hechos, acciones y pasiones de los indios
peruanos, retrata con más verdad el carácter de esta gente, su flema, su calma, y los
súbitos arranques de crueldad, alegría, tristeza ó miedo que con ella contrastan;
las cosas, en su historia, suceden a lo indio, no como en Cieza y Garcilaso y otros
las leemos, a la española, ó quizá a la romana y a la griega. Cuando habla un
personaje, habla y se produce como en su tierra, discurriendo prolijamente, rema-
chando los conceptos, repitiendo, sin necesidad, unas mismas frases, escaseando
los sinónimos (Jiménez de la Espada, 1880, pp. III-IV, cursivas mías).
234
Las primeras crónicas peruanas del siglo XVI / Fermín del Pino-Díaz
tan fatigado y mi cuerpo tan cansado, en seis años de mi mocedad que en él gasté,
que propuse, y había determinado entre mí, de no componer ni traducir otro
libro de semejante materia en lengua india (Jiménez de la Espada, 1880, s.p.
La cursiva es mía).
3. C
Los escritos de pilotos, administradores y conquistadores de la primera época
(1530-1550) y los cronistas e intérpretes de la segunda (1550 y 1560) que hemos
comentado, ofrecen una historia de encuentros y desencuentros, conflictiva a varios
niveles y más complicada con el paso del tiempo. No obstante falta la contraparte
nativa, creo que los primeros europeos fueron sensibles a sus reacciones, y me ha
parecido oportuno llamar la atención sobre ello, más que insistir en lo contrario.
Si bien hemos tenido que abreviar mucho, esperamos haber podido mostrar la pau-
latina evolución de la mirada europea y las diferencias en ambos grupos de autores a
causa de distintos talantes y coyunturas personales. No nos ha importado solamente
la información aportada y frecuentemente ofrecida con titubeos; hemos querido des-
tacar los modos cambiantes de ver y narrar la propia experiencia.
35
Cieza tiene una frase parecida: «mientras los otros soldados descansaban, me cansaba yo escribiendo».
235
Literaturas orales y primeros textos coloniales
B
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C
(1569-1650)
Carmen de Mora
Universidad de Sevilla
241
Literaturas orales y primeros textos coloniales
242
Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
243
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Si bien fue uno de los más serios conocedores de la religión incaica, el desafortunado
destino editorial de sus escritos ha hecho que Polo de Ondegardo haya quedado rele-
gado a una posición secundaria entre los cronistas del Perú. La mayor parte de sus
obras históricas circuló de forma manuscrita, y de ellas se hicieron varias copias más o
menos imperfectas, con variantes, supresiones, adiciones y correcciones. La única que
se publicó, y no completa, fue El tratado y averiguación de los errores y supersticiones de
los indios, más conocida como Tratado y Averiguación, redactada en 1559 y difundida
de forma manuscrita desde 1567. Por orden del III Concilio Provincial de Lima de
1583, se imprimió resumida en el Confesionario para los curas de indios (Lima, 1585),
pero el manuscrito original está perdido. No obstante, tuvo una extraordinaria reper-
cusión en los cronistas que se ocuparon del mundo indígena, como Acosta, Murúa,
Bernabé Cobo y Calancha, quienes reprodujeron fragmentos de sus escritos, llegando
a convertirse en una fuente fiable e imprescindible para los temas relativos al pasado
del pre-contacto. La actitud comprensiva y abierta que demuestra Polo de Ondegardo
244
Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
con la cultura del otro, así como su sentido de la justicia, son cualidades muy recono-
cidas entre los etnólogos e historiadores contemporáneos; para Franklin Pease es uno
de los que «mejor se aproximaron a la comprensión de la reciprocidad andina como
base de la organización social» (Pease, 1988, p. 133).
El jurista vallisoletano, después de haber realizado sus estudios en la Universidad de
Salamanca, probablemente por influencia de su tío materno Agustín de Zárate, viajó a
Perú en 1543, en la flota del virrey Blasco Núñez Vela, para encargarse de la adminis-
tración de los bienes de Hernando Pizarro. Sin embargo, a su llegada, nuevas guerras se
habían desatado a causa de la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542, y Ondegardo
se vio involucrado en el conflicto; apoyó en un principio a los sublevados, aunque
finalmente se unió a las tropas realistas. En reconocimiento de los servicios prestados
a la Corona obtuvo el título de Gobernador y Capitán general de Charcas, además
de una encomienda en el valle de Cochabamba y un yacimiento de plata en Potosí.
Durante la época del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete
(1556-1560), obtuvo el nombramiento de Corregidor del Cuzco (1558-1561), cargo
que le proporcionó un conocimiento privilegiado acerca de la sociedad indígena,
esforzándose por conciliar el derecho español con las costumbres y leyes de los natu-
rales. De ese modo, tras haber asistido al desmoronamiento del Imperio incaico,
por los cargos públicos que ejerció pudo conocer de primera mano algunos de los
más importantes vestigios conservados de aquel imperio, convirtiéndose en un infor-
mante muy solicitado: fue asesor de los virreyes Hurtado de Mendoza, Diego López
de Zúñiga y Velasco (conde de Nieva), Lope García de Castro y Francisco Álvarez de
Toledo, e incluso de algunas autoridades religiosas como el arzobispo Loayza.
Ocupó el mismo cargo en 1571, nombrado por el virrey Toledo; fue uno de sus
colaboradores más destacados y también de los que más se esforzó en comprender la
cultura incaica sin supeditar su visión a los parámetros europeos. Se le encomendó
la tarea de obtener información sobre las costumbres, instituciones, creencias y ritos
de los indígenas con el objeto de encontrar argumentos para legitimar el dominio
español, combatir la idolatría y facilitar el adoctrinamiento. Para ello se basó en las
noticias que le proporcionaron los ancianos y quipucamayos del antiguo Imperio
incaico, mostrando un interés extraordinario por el sistema de los quipus. Como
resultado de sus pesquisas, descubrió algunos lugares de adoración así como varias
momias de gobernantes incaicos, conservadas por los indios, a las que secretamente les
rendían culto, y las trasladó a Lima. Por ello, los distintos informes y ordenanzas ela-
borados por el vallisoletano tratan aspectos sustanciales para el buen funcionamiento
del virreinato, como el conocimiento de las formas de gobierno del antiguo Imperio
incaico, el gobierno municipal en el Cuzco, los tributos indígenas y el trabajo de los
indios en las ciudades y en la explotación de los yacimientos mineros, entre otros.
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La actitud de Polo de Ondegardo en relación con el Imperio incaico fue muy dis-
tinta de la sostenida por Toledo y algunos toledanos, aunque muchos de sus escritos
«sirvieron de base para la elaboración de las ordenanzas (1571) que dictó el virrey»
(Fossa, 2006b, p. 202). En evidente contraste con el espíritu lascasiano, Toledo
propició una reescritura de la historia incaica destinada a favorecer los intereses espa-
ñoles, y para ello no dudó en calificar de tiranía el gobierno de los incas y de los jefes
locales. Muy próximo a las ideas del humanismo dominico, Polo de Ondegardo,
por el contrario, los consideraba señores legítimos, recomendaba el mantenimiento
del espacio fiscal y de la organización interna de los indios, así como la permanen-
cia del impuesto comunitario (Kermele, 2012, p. 12). Murió en la ciudad de La Plata
el 4 de noviembre de 1575.
Como sucede, a veces, con algunos cronistas de los primeros tiempos de la época
colonial, la biografía de Sarmiento de Gamboa, por las innumerables aventuras y
vicisitudes que padeció —de las que ha dejado constancia en sus escritos— resulta
más propia de un personaje ficticio que real. Fue marino, explorador, cosmógrafo y
buen conocedor del latín; estuvo preso por orden de la Inquisición y cayó prisionero
de corsarios ingleses y franceses; participó en el descubrimiento de las islas Salomón y
exploró el estrecho de Magallanes en dos ocasiones, por lo que fue nombrado gober-
nador y capitán general del mismo; y llegó a fundar en aquella zona las ciudades de
Nombre de Jesús y Don Felipe, de acuerdo con los planes de Felipe II de establecer
allí un fuerte y poblarlo para proteger ese paso estratégico del virreinato del Perú.
Llegó al Perú durante el gobierno del virrey Conde de Nieva, después de haber
pasado un par de años (1555-1557) en México y Guatemala. En Lima se vio invo-
lucrado en una acusación de prácticas mágicas y el arzobispo lo condenó al destierro
(1565), pero gracias a los conocimientos que tenía sobre navegación, como experto
piloto, pudo librarse de la condena cuando el gobernador Lope de Castro requirió
sus servicios para llevar a cabo una expedición a las islas del oeste del Pacífico. Iba al
mando de la misma Alvarado de Mendaña, sobrino del gobernador, a pesar de que
había sido Sarmiento de Gamboa el verdadero impulsor de aquel viaje que permitió
el descubrimiento de las islas Salomón.
Una vez finalizada la empresa, a su regreso colaboró con el virrey Toledo, como
alférez e historiador, en la visita general y escribió La Segunda Parte de la Historia
General llamada Índica, enviada a España junto con las Informaciones de Toledo y
cuatro paños pintados por los indios sobre hechos de los incas. Según se explica
en la dedicatoria al rey Felipe II, el título del libro se debía a que en el plan general
estaba prevista una primera parte que debía incluir la historia natural, por entonces
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
no acabada, e incluso una tercera que abarcaría desde la llegada de los españoles
hasta 1572. Sarmiento de Gamboa declara, además, cómo el virrey Toledo le pidió
que escribiese la historia general de los hechos de los doce incas y del origen de los
naturales de ella —contenido en la segunda parte— e insiste en que con la visita del
virrey quedaban demostradas las tiránicas leyes y costumbres de los incas, lo que era
uno de los objetivos principales perseguidos.
Sarmiento se sentía muy atraído por la historia y las antigüedades de los incas y
pudo reunir una copiosa información que incluía datos no conocidos hasta enton-
ces, como la expedición que el inca Túpac Yupanqui había llevado a cabo por mar
hacia el oeste, en la que descubrió dos islas llamadas Nina-Chumpi y Hahuachumpi.
La obra se elaboró a partir de las informaciones y averiguaciones hechas en el valle
de Jauja y en las ciudades de Huamanga y Cuzco, entre otras. A pesar de la recomen-
dación de Toledo, no llegó a imprimirse y, en consonancia con la vida aventurera
del autor, durante mucho tiempo se dio por perdida, según constató Jiménez de la
Espada. El inventario de los manuscritos existentes en todas las bibliotecas oficiales
ordenado por el gobierno alemán a finales del siglo XIX, sacaría definitivamente
a la luz la obra de Gamboa. Fue en 1893, cuando el profesor Wilhem Meyer, a
quien se le había encargado elaborar un catálogo de los manuscritos existentes en
las bibliotecas universitarias del reino de Prusia, encontró en la biblioteca de la Real
Universidad de Göttingen el original de la obra, que se remitió a Felipe II desde el
Cuzco el 4 de marzo de 1572. El texto original íntegro de la Historia índica con la
«Fe de probanza» anexa se publicó, en 1906, en las Memorias de la Sociedad Real de
Ciencias de Göttingen. Su editor fue el erudito alemán Richard Pietschmann. En la
comprobación oficial que acompañaba el manuscrito se confirmaba que, a petición
de Sarmiento, el virrey convocó en el Cuzco una junta de 42 indios principales
«de los doce ayllus y descendencias de los doce incas», junto con otras personas,
para que comprobaran la veracidad de la obra, lo que así hicieron, y solo hubo que
rectificar algunos nombres de personas y lugares así como algunos detalles poco
significativos. No obstante, Sarmiento debió estar vigilado de cerca por el virrey
Toledo, quien impuso su criterio en varios lugares de la obra, sobre todo en los
asuntos relacionados con la dominación incaica y la legitimidad del rey como sobe-
rano de las Indias, en contra de la tradición lascasiana. El texto aparece dividido en
71 capítulos, de los cuales los cinco primeros contienen una introducción de carácter
geográfico y etnográfico, y a partir del capítulo sexto empieza el cuerpo principal.
Existen coincidencias entre la Historia de los incas y la «Historia del Perú», incluida
en la Miscelánea antártica de Cabello Valboa —quien dice haber tomado las informa-
ciones de Cristóbal de Molina—. Esto se explicaría por haber tenido ambos acceso a
un conjunto de tradiciones conservadas en el Cuzco.
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El jesuita José de Acosta (1540-1600), natural de Medina del Campo, que había rea-
lizado estudios de filosofía y teología en el colegio de la orden en Alcalá de Henares
—donde tuvo varios maestros de la Universidad de Salamanca—, llegó a Lima en
abril de 1572, en calidad de lector del Colegio de la Compañía y predicador, para
hacer frente a la compleja coyuntura reformista por la que atravesaba esta provincia
jesuita (del Pino, 2008, p. XX), mostrando desde el principio una extraordinaria
curiosidad por la naturaleza americana. Allí vivió hasta que en 1587, después de
pasar un año en México, regresó a España.
Durante esos años aprendió el quechua y, gracias a los viajes que llevó a cabo
por el virreinato del Perú recorriendo las principales ciudades con fines misionales,
pudo conocer de primera mano la situación real y el modo de vida de indios y espa-
ñoles, así como las condiciones de trabajo de los primeros en las minas de mercurio
del cerro de Huancavelica y de plata de Potosí. Además de la predicación, tenía el
encargo de conocer los problemas misionales en el interior del Perú y de exami-
nar las posibilidades que se ofrecían para establecer nuevas fundaciones. Su primer
encuentro con el virrey Toledo tuvo lugar en Chuquisaca, adonde acudió solicitado
por el gobernante. Allí conoció a Polo de Ondegardo, cuyos escritos sobre la religión
y gobierno de los incas le serían sumamente útiles para la Historia natural, donde
citaba y resumía la obra del vallisoletano. A pesar de la admiración que sentía el virrey
por la capacidad intelectual de Acosta, las relaciones entre ambos sufrieron altibajos
porque al primero le chocaba la autonomía que mostraba el jesuita al tomar sus
decisiones, y a este el control eclesial ejercido por el virrey. Una de esas situaciones
conflictivas se planteó cuando, en 1578, fundó en Arequipa un colegio sin licencia
del gobernante. Las tensiones del virrey Toledo con los jesuitas se debían principal-
mente a la política evangelizadora que practicaban, pues, para garantizar mejores
resultados, organizaban a los indios en comunidades o pueblos al cuidado de jesuitas
(Coello de la Rosa, 2005, p. 61).
Acosta desempeñó varios cargos de responsabilidad: fue profesor de teología en
el colegio de San Pablo de Lima, rector del mismo, asesor de la Inquisición y pro-
vincial de la Orden en el Perú. Recién nombrado, en enero de 1576, convocó la
Primera Congregación Provincial. En esta se trataron los problemas que debía afron-
tar el establecimiento de la Compañía en el Perú; se examinaron, en particular, los
medios más idóneos que debían adoptarse para el adoctrinamiento y salvación de
los indios. Estas ideas, recogidas en las actas, fueron el germen de su De procuranda
indorum salute. Más tarde, asistió como teólogo consultor al III Concilio Limense
(1582-1583) y desempeñó un relevante papel al encargarse de redactar las actas y
dirigir las publicaciones de carácter misional; es autor del texto castellano de los cate-
cismos y dirigió la redacción del confesionario, los sermones, vocabulario y gramática.
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de ellos, cuatro se ocupan, en primer lugar, del mundo físico y biológico, y los tres
restantes del mundo humano o moral, especialmente en lo relativo a la religión y la
cultura. Los dos primeros son una traducción del latín, hecha por el propio Acosta,
de su libro De natura novi orbis, escrito en Perú y publicado en Salamanca en 1589;
los restantes se escribieron en España. El objetivo de Acosta era ofrecer un conjunto
de conocimientos lo más sistemático posible sobre el Nuevo Mundo. Era fundamen-
tal que esos conocimientos estuvieran basados, no en la simple aplicación de las leyes
generales de la naturaleza, sino en la observación y la experiencia. Ahí precisamente
radica la principal aportación de su método.
En la historia natural el jesuita considera a América una parte más de la realidad
universal en cuya unidad se integra; sale al paso de aquellos prejuicios que declaraban
la zona tórrida inhabitable, y, con un criterio selectivo, examina los fenómenos físicos
de la naturaleza americana que resultaban más novedosos para Europa. Su obra es
una compilación de datos y observaciones relativos a la geografía, filosofía natural y
especies botánicas y zoológicas americanas. Se convirtió en una provechosa fuente de
información para ilustres científicos, entre ellos, Alexander von Humboldt, quien la
utilizó como autoridad en varios de sus escritos por considerarla un precedente de
lo que él denominaba «física del globo».
En lo relativo a la historia moral, se centra particularmente en el mundo indígena
y contiene la información más completa publicada hasta entonces sobre las costum-
bres, ritos y creencias de los indios. Trata sobre el Perú incaico en los libros quinto
y sexto, sin considerar la actuación de los españoles en aquellas tierras. Con los
contenidos del libro quinto se proponía contribuir a la salvación de los infieles argu-
mentando que, aunque practicaban la idolatría, ya existía en ellos, antes de la llegada
de los españoles, una predisposición para aceptar el cristianismo, puesto que creían
en la existencia de un señor supremo, creador del cielo y de la tierra. El libro sexto
trata sobre las costumbres, policía y gobierno con un doble propósito: de un lado,
combatir los prejuicios de quienes consideraban a los indios faltos de entendimiento;
de otro, mostrar que debían gobernarse conforme a sus leyes y fueros siempre que no
contradijeran la ley de Cristo. De este modo, al contemplar a los indios como sujetos
históricos, la filosofía de Acosta proporcionaba una visión optimista redentora: a
pesar de la idolatría y el canibalismo, con la enseñanza adecuada podrían convertirse
en perfectos cristianos (Coello de la Rosa, 2005, p. 56).
Entre las fuentes que utilizó para las informaciones sobre el Perú cita a Polo de
Ondegardo, autor que también defendía la necesidad de reformar las conductas de
los gobernantes y no solo la de los indios (Coello de la Rosa 2005, p. 56). En cam-
bio, en el libro séptimo, en que aborda la historia de los antiguos mexicanos, sí que
refiere la conquista de México por las huestes de Hernán Cortés, probablemente
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Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
porque aprovechó el extenso relato que le pasó el jesuita Juan de Tovar, fuente que
él mismo cita en el libro sexto. Edmundo O’Gorman ha desarrollado extensamente
todo el proceso relativo a la injusta acusación de plagiario que mereció Acosta en el
siglo XIX (unos lo acusaban de haber copiado a fray Diego Durán y otros a Juan de
Tovar), finalmente resuelta a favor de Acosta.
Aun siendo un jesuita de la Contrarreforma, y a pesar de que ignoraba la cosmo-
grafía copernicana, Acosta no se mantuvo al margen de los cambios que se producían
en la época que le tocó vivir, donde nuevas tendencias empezaban a desplazar el pen-
samiento científico tradicional. De personalidad compleja y mentalidad ecléctica,
combinó los dogmas católicos con cierta independencia de criterio a la hora de abor-
dar los problemas que le planteaba la naturaleza americana. No resulta extraño, por
tanto, que conciliara el escolasticismo aristotélico de su pensamiento científico con
las ideas basadas en la observación; eso le permitió buscar explicaciones a muchos
fenómenos naturales basadas en el razonamiento, sin supeditarse a los criterios here-
dados de las autoridades clásicas.
El valor de la obra de Acosta radica principalmente en haber dado respuesta
de forma sistemática y general a la necesidad que existía en su época de integrar el
Nuevo Mundo en la cultura de Occidente, de vincular la historia de América a la
historia universal. De ahí la repercusión que tuvo en otros cronistas —entre ellos
se cuenta el Inca Garcilaso— y el extraordinario éxito internacional que alcanzó
la obra en aquellos momentos, aunque con el paso del tiempo, a medida que la
novedad se fue disipando, su interés decayera. No obstante, Acosta culminó de
ese modo una tarea en la cual le habían precedido Gonzalo Fernández de Oviedo
y Francisco López de Gómara, aunque él los aventajó. Con el planteamiento filo-
sófico tomista de la Historia natural y moral, Acosta logró definir y ordenar el
Nuevo Mundo en coherencia con un nuevo orden imperial (Coello de la Rosa,
2005, p. 55).
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
t. 2 de esta colección), Cabello Valboa, Montesinos, Murúa, Anello Oliva y el Jesuita
Anónimo (a quien algunos identifican con Blas Valera).
Para rectificar las informaciones de sus predecesores, con el propósito de reivindi-
car la legitimidad del gobierno de los incas, solían apoyarse en cuestiones filológicas
referentes al significado de las voces quechuas. Esa preocupación por el lenguaje es
particularmente notoria en los Comentarios reales, llegando a formar parte de la estra-
tegia argumentativa del Inca Garcilaso. Otro factor fue el religioso. Garcilaso, Anello
Oliva, el Jesuita Anónimo y Santa Cruz Pachacuti, entre otros cronistas, se esforzaron
por establecer vínculos entre las creencias y ritos incaicos y el culto católico, entre las
fábulas indias y las leyendas cristianas. Asimismo, para garantizar la veracidad de las
informaciones era frecuente en estas crónicas que el autor declarara haber contado
con algún informante indio o quipucamayo capaz de decodificar las noticias cifradas
contenidas en los quipus. En este sentido, debido a la naturaleza oral de las fuentes
incaicas utilizadas por algunos cronistas, la escritura de los textos era susceptible
de sufrir transformaciones con respecto a los modelos historiográficos tradicionales,
y por ello requieren una lectura diferente, capaz de dar cuenta de la complejidad
cultural que los determina (véase Mazzotti, 1996).
Porras Barrenechea señala también, entre las características comunes del ciclo
post toledano, la afición a cierto tipo de erudición peregrina y exotista, como la moda
hebraísta que, por influencia de Arias Montano, se manifiesta en las disertaciones de
los clérigos Cabello Valboa y Montesinos sobre el origen armenio de los primeros
habitantes del Perú y la identificación del Ofir con el Perú (Porras, 1986, p. 40).
No obstante, la vertiente más literaria que muestran estas crónicas se encuentra
en la propensión, ya iniciada por anteriores cronistas, a interpolar narraciones breves
de carácter legendario o novelesco que, a menudo, presentan marcas de oralidad.
Son frecuentes en la Miscelánea antártica de Cabello Valboa, en la Historia de los
Incas de fray Martín de Murúa, en las Memorias historiales del Perú de Fernando de
Montesinos y, naturalmente, en los Comentarios reales.
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Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
Pasó al Nuevo Mundo en 1566 y durante diez años vivió en Nueva Granada.
Primero en Santa Fe de Bogotá, donde conoció a Gonzalo Jiménez de Quesada;
este a su vez lo puso en contacto con el fraile Juan de Orozco, autor de El Peregrino,
texto que no se ha conservado, y que lo instruyó en algunas obras sobre el origen
de los americanos. Se considera que allí pudo nacer su interés histórico por el
mundo indígena. Se ordenó sacerdote en Quito hacia 1571, y a fines de ese mismo
año participó como capellán en la expedición a la selva del Chocó capitaneada por
Diego de Bazán. En 1576 pasó a Quito, ciudad en la cual residió durante algo más
de tres años y donde empezó a escribir la Miscelánea. Fue persona de confianza del
obispo fray Pedro de la Peña, con quien compartió su proyecto de escritura, y de
los miembros de la Real Audiencia; por ello, en 1577, le encomendaron la misión
de pacificar a los negros y mulatos de la provincia de Esmeralda, evangelizarlos
y abrir una nueva ruta desde Quito hacia el Pacífico por el noroeste. Aunque,
en un principio, Alonso de Illescas, líder de los rebeldes, prometió obediencia al
rey, los indios, desconfiando de los extranjeros, se rebelaron contra los negros, y
la empresa, prolongada por casi dos años, resultó un fracaso. Un nuevo viaje lo
condujo a la provincia de los Yumbos, esta vez con el cargo de vicario general.
Hallándose de nuevo en Quito, en 1579 se recibió la noticia de la destrucción
de Ávila en la gobernación de los quijos, y la Audiencia de Quito le encargó que
acudiera a Baeza y Archidona, ciudades también amenazadas por los indios quijos.
Cuando preparaba una nueva expedición a los Yumbos en compañía del capitán
Marín tuvo noticia de la presencia del corsario Francis Drake en Paita, y desistió
de la empresa.
Después de tantas vicisitudes, Cabello Valboa viajó a Lima y obtuvo del virrey
Martín Enríquez el curato de San Juan en el valle de Ica, que ocupó hasta 1580.
Luis E, Valcárcel cree que estuvo en Lima algunos meses y allí conoció a Cristóbal
de Molina, quien pudo darle a conocer el manuscrito, hoy perdido, de su historia
incaica, ya que Cabello declara seguirlo en lo relativo al origen de los incas (en Cabe-
llo Valvoa, 1951, p. XX).
Aún llevaría a cabo una expedición a la región de los Chunchos, hacia 1594.
De esta resultó su Orden y traza para descubrir y poblar la tierra de los Chunchos y
otras provincias, texto escrito hacia 1596, del que solo se ha conservado el fragmento
publicado por vez primera por Jiménez de la Espada en sus Relaciones geográficas de
Indias (1885) y, posteriormente, por Jijón y Caamaño. Tras la última salida, Cabello
Valboa regresó a su curato en Camata y se supone que murió hacia 1608, pero el
rastro de su vida se pierde en esos últimos años.
La producción del autor de Archidona es escasa. A raíz de su viaje a la región
de Tacámez y Puerto Viejo, y a las provincias de los Yumbos y Niguas, así como
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
del descubrimiento del río San Gregorio, escribió la Verdadera descripción y rela-
ción larga de la provincia o tierra de las Esmeraldas. La escribió entre 1579 y 1581 y
dejó el original en casa de su amigo Juan Roldán Dávila cuando fue a Lambayeque
a visitarlo.
Editada por vez primera por Jacinto Jijón y Caamaño, fue Roberto Levillier
quien la descubrió en el Archivo General de Indias de Sevilla y le ofreció una copia
del documento a Jijón y Caamaño en Lima, en 1925. Veinte años más tarde (1945)
este lo publicó en el volumen primero de las Obras de Cabello Valboa. Con el título
de Verdadera descripción de la provincia de las Esmeraldas; el texto fue reeditado
por Alcina Franch en 2001. Su obra más conocida, sin embargo, es la Miscelánea
antártica, que, entre otros contenidos, ofrece una relación sobre los reinados de los
Incas. El título manifiesta la pertenencia de su autor a la élite letrada colonial, ya que
el término «Antártica» (perteneciente al hemisferio sur) muy probablemente está
relacionado con la Academia Antártica limeña, fundada por Gaspar de Villarroel y
Coruña, con la que debió de tener vinculación, según se desprende de la relación de
nombres que figuran en el «Discurso en loor de la poesía», de la Poetisa Anónima
(Clarinda), y en el Parnaso antártico de Diego Mexía. En el primero, Cabello Valboa
aparece citado en tres tercetos como autor de la Miscelánea y de varias obras poéti-
cas y dramáticas hoy perdidas (La Volcánea, El militar elogio, Entrada de los Moxos,
La comedia del Cuzco y Vasquirana) junto con Diego Hojeda, Diego Mexía, Pedro
de Oña y Dávalos Figueroa, entre otros. El título de la obra, formado por dos cultis-
mos, revela el público al que iba destinada, como señala Isaías Lerner en su prólogo
a la edición:
[…] un lector culto, capaz de relacionar las fuentes y los hechos citados con sus
propias lecturas y conocimientos históricos y geográficos; un lector solidario y
cómplice con el nuevo modo de erudición que el humanismo proponía y que el
conocimiento personal de las tierras americanas adaptaba de modo extraordinaria-
mente original (Cabello Valvoa, 2011, p. X).
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Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
el final del Imperio incaico, de ahí que en la Miscelánea se refiera con más detalle
los reinados de Túpac Yupanqui, Huayna Cápac y sobre todo a las guerras entre
Huáscar y Atahualpa. Durante su estancia en Túcume, en 1581, el curaca Martín
Farro Chumbi, hijo de Pedro Cusco Chumbi y descendiente de los señores Capac
Chimor, pudo darle a conocer la leyenda de Naylamp. Excepto en la tercera parte
de la obra, maneja numerosas autoridades clásicas y cristianas; la inclusión de estas
fuentes revela la notable cultura humanística que poseía al tiempo que le proporciona
una mayor complejidad al texto.
Los dos manuscritos que existen de la Miscelánea se encuentran en bibliotecas de
Estados Unidos. El más cercano al original se halla en la biblioteca de la Universidad
de Texas en Austin y una copia posterior en la Biblioteca Pública de Nueva York.
El peruano Luis E. Valcárcel, uno de sus editores, ha explicado la rocambolesca his-
toria del manuscrito de Texas. Perteneció, en primer lugar, a la biblioteca del conde
duque de Olivares; más tarde estuvo en poder del abogado Andrés de Brizuela; y a
principios del siglo XIX pasó al monasterio de Monserrat, en Madrid. Con motivo de
la celebración del cuarto centenario del Descubrimiento le fue regalado al bibliófilo
e historiador mexicano García Icazbalceta, que se encontraba en la capital española.
De ese modo, pasó a formar parte del archivo-biblioteca del escritor, cuyos manuscri-
tos compró la Universidad de Texas en Austin. Permaneció inédito hasta el siglo XIX,
cuando el bibliófilo e historiador francés Henri Ternaux-Compans publicó una ver-
sión parcial y traducida al francés de la tercera parte, luego retraducida al español
para la colección Urteaga-Romero. El texto completo fue publicado por primera
vez por Jacinto Jijón y Caamaño en 1945; posteriormente, por Luis E. Valcárcel y
el Instituto de Etnología de la Universidad de San Marcos en 1951; y en 2011, por
Isaías Lerner. Esta última edición es la primera que se hace del manuscrito guardado
hoy en la Universidad de Texas, Austin, «el más cercano al original» de acuerdo a
Lerner (Cabello Valboa, 2011, p. XIX). Las ediciones anteriores se hicieron de la
copia que se conserva en la Biblioteca Pública de Nueva York.
Los datos sobre la biografía de Pizarro que se conocían hasta el momento eran sobre
todo los ofrecidos por él mismo en la Relación, pero gracias al hallazgo de diver-
sos documentos se han podido completar. Pedro Pizarro, autor de la Relación del
descubrimiento y conquista de los reinos del Perú (1571), salió de España, en 1530,
con tan solo quince años, acompañando a Francisco Pizarro, su primo. Primero lo
sirvió como paje y cuando cumplió la edad se hizo soldado, participó en la toma del
Cuzco y siguió en la vida militar. En 1540, después de haber sido vecino de Jauja y
el Cuzco, de haber intervenido en las guerras civiles entre pizarristas y almagristas,
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1
Véase el prólogo de Guillermo Lohmann Villena en Pizarro, 1978, p. XII; y Porras Barrenechea,
1986, p. 134.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
las recompensas que merecían. En contraste con estos factores positivos que singula-
rizan su testimonio frente al de los cronistas oficiales, como Jerez o Mena, al dejarse
guiar su autor por los recuerdos, la crónica adolece de algunas imprecisiones, elude
fijar las fechas exactas y confunde nombres. Sobre las razones que lo llevaron a escribir
la crónica habiendo transcurrido tanto tiempo desde que tuvieron lugar los hechos,
Lohmann Villena señala la posible influencia de una atmósfera ideológica propicia,
en los años 70, destinada a justificar la legitimidad de la Conquista —en que la
encuesta promovida por el virrey Toledo en 1570 sobre el pasado prehispánico sería
uno de sus jalones—, con la que Pedro Pizarro sintonizaba2.
Merecen destacarse el abundante contenido etnológico de la relación y el inte-
rés en resaltar las peculiaridades de los diferentes pueblos. Pizarro demuestra haber
tenido una extraordinaria capacidad de observación y suficiente curiosidad al comen-
tar las costumbres, ritos funerarios, idolatrías y fiestas de los indios muchos años
después de haber vivido la experiencia; se detiene con particular atención en la des-
cripción del modo de vida de las mamaconas o mujeres recluidas en el acllahuasi y
no elude los juicios de carácter moral; al contrario, reprueba con frecuencia los vicios
y prácticas idolátricas que él relaciona con el diablo. No deja de llamar la atención
que el cronista se sintiera atraído por estas descripciones; es probable que —como
propone Pierre Duviols— influyera en ello el tiempo transcurrido entre los asuntos
relatados y el momento de la escritura, pues Pizarro pudo haber tomado conciencia
del interés de estos temas a través de la lectura de Cieza, Gómara o Zárate, que le
habrían servido de modelo (ver la «Nota» de Duviols en Pizarro, 1978, p. LXXXIX).
La insistencia del cronista en comentar los «vicios» condenables para un cató-
lico y mostrar a Atahualpa como usurpador del reino de su hermano, así como su
preferencia por Francisco Pizarro frente a Diego de Almagro, lo acercan a las tesis
de Toledo en su empeño de justificar la Conquista. En relación con la muerte de
Atahualpa, se propone mitigar la responsabilidad de su primo Pizarro y señalar a
Almagro como el verdadero instigador, al convencerlo de que si liberaba a Atahualpa
el rey perdería estas tierras; por el contrario, al darle muerte le prestaba un servicio
a la Corona; e incluso, para mostrar el pesar que sintió el futuro marqués por esta
decisión, afirma que lo vio llorar. No obstante, el comentario que añade el relator
evidencia la dificultad de justificar semejante actuación: «Cierto: pocas leyes auían
leydo estos señores, pues al infiel, sin auer sido predicado, le dauan esta sentencia»
(Pizarro, 1917, p. 63).
2
Véase el prólogo de Lohmann Villena en Pizarro, 1978, pp. III-VI. Este mismo autor ofrece nume-
rosas referencias documentales y datos sobre la vida y actividades de Pedro Pizarro (pp. XVIII-XXX)
y lleva a cabo un fundamental ordenamiento de los textos y derivaciones de la crónica con los que se
plantean no pocas dudas (pp. XXXI-LXXXVII).
264
Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
265
Literaturas orales y primeros textos coloniales
3. C
Dado que para el estudio de las crónicas se pueden aplicar diferentes criterios, los
intentos de clasificación no suelen ser casi nunca satisfactorios del todo. Estos varían
según las motivaciones de la escritura, los contenidos, las características textuales y
la condición de los autores. En este caso se ha atendido principalmente al contexto
de producción de los textos siguiendo de cerca la organización cronológica esta-
blecida por Porras Barrenechea en Los cronistas del Perú, sin duda, una de las más
completas, y el libro fundamental de Franklin Pease, Las crónicas y los Andes, entre
otras obras consultadas. La conexión entre ambos periodos radica en que los autores
de estos textos dejaron de ser simples testigos de la experiencia vivida —como suce-
día en las primeras crónicas de las expediciones y conquistas— para transformarse
en historiadores interesados en profundizar en el conocimiento del pasado andino.
En este sentido, aunque las aportaciones de disciplinas como la antropología y la
etnohistoria hayan permitido alcanzar un conocimiento más exacto de la historia
de los incas y de los pueblos andinos, ello no invalida el valor testimonial de las
crónicas. Por el contrario, más bien permite analizarlas a la luz de los nuevos datos.
Además, estos textos resultan imprescindibles para entender la mentalidad de aque-
llos hombres y su interpretación de los hechos, y, sobre todo, el proceso en que se fue
construyendo una imagen del mundo andino a través de parámetros historiográficos
europeos que no excluía la incorporación de elementos procedentes de las culturas
indígenas. Precisamente, este mismo discurso heterogéneo, articulado a través de
múltiples variantes repartidas por la geografía cultural americana, modula la mayor
parte de las grandes producciones literarias de Latinoamérica.
266
Crónicas toledanas y post toledanas (1569-1650) / Carmen de Mora
B
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274
L :
,
Regina Harrison
Universidad de Maryland, College Park
El diálogo anterior, entre un cura y un indígena andino, nos revela que la conversión
de la población nativa aún no se había terminado a mediados del siglo XVII. En la
mayor parte de la literatura religiosa de la época colonial rara vez se oye la voz de los
indígenas conversos (Griffiths, 1996, p. 26). Estos textos, en su mayor parte, consis-
ten en publicaciones de los decretos de los concilios provinciales, cartas e historias
escritas por las diócesis y las órdenes religiosas, así como materiales abundantes para
ser usados en catecismos, sermones y manuales de la Iglesia (véase Harrison, 2008).
Muchos de estos materiales concitan el interés de historiadores, abogados, lingüistas
o antropólogos, pero también el del lector no especializado, pues este podría encon-
trar en esos textos, por ejemplo, los orígenes de la construcción de la nación y de la
identidad regional, o los contextos de la etnicidad y las definiciones del catolicismo
en contraste con las creencias manifestadas por la población indígena. La literatura
de los concilios es pragmática y de expresión directa, mientras que las páginas de
los manuales de confesión y de los sermones se prestan a un lirismo que invita a
una interpretación simbólica basada en las dos culturas: la europea y la indígena.
Los fragmentos seleccionados que se utilizan en este ensayo provienen de una varie-
dad de fuentes escritas y revelan el entusiasmo del ‘proyecto’ de evangelización, la
estandarización de los artículos de fe para ayudar en conversiones masivas, y el uso
del bilingüismo en las canciones, sermones y oraciones.
275
Literaturas orales y primeros textos coloniales
276
Literatura de la evangelización: catecismos, confesionarios y sermones / Regina Harrison
El Tercer Concilio, de acuerdo a sus actas, no excluía a las mujeres con ascenden-
cia española, a las monjas no se les daba licencia para hablar con los seculares, y los
clérigos no podían frecuentar los locutorios de las monjas sin permiso del prelado.
Exhortaban a las madres de familia a que llevaran a sus hijas a misa y no las dejaran
en casa al cuidado de las esclavas. Aparecen también consejos dirigidos a moldear el
comportamiento de las solteras: que se comporten con «modestia, silencio, sobriedad
cristiana de vestimenta y de la forma de sentarse» (Lisi, 1990, p. 193).
Los estudios contemporáneos se han concentrado en las Actas del Tercer Concilio
Limense (1582) por su énfasis categórico en la conversión indígena. Al ser convo-
cados por el arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo, los miembros del Concilio
implementaron las reformas necesarias del Concilio de Trento rescribiendo las
normas del catecismo y la administración de los sacramentos. Decidieron definiti-
vamente que los indígenas de las doctrinas debían recibir instrucción en su idioma
nativo. Por esta razón los mestizos colaboraron en el programa de evangelización,
principalmente en la traducción del corpus oficial. Sin embargo, a pesar de su valor
como traductores, la ordenación o incorporación de los mestizos a la vida ecle-
siástica era un asunto de mucha discusión, con innumerables opiniones en pro y
en contra a lo largo de los años. Al final, la política de la Corona y de las órdenes
religiosas —con la excepción de los mercedarios— determinó no permitir la orde-
nación de los mestizos.
Un equipo de traductores colaboró para elaborar los dos textos principales de 1584,
la Doctrina cristiana y Catecismo para instrucción de Indios [1584], con traducciones
en quechua y aimara1. Esta versión trilingüe, obligatoria para las doctrinas de indí-
genas, contenía: (1) las oraciones básicas, los artículos de fe, los mandamientos, las
categorías de las virtudes y los pecados y una confesión general; (2) un catecismo
menor (para los rudos —con dificultad para aprender—); (3) una Suma de la Fe, con
un silabario; (4) un catecismo mayor con una explicación del Credo, los sacramen-
tos, los mandamientos y la oración del Padre Nuestro. Se esperaba que los conversos
indígenas se supieran de memoria las preguntas y las contestaciones religiosas. El pro-
grama didáctico de 1584 está claramente orientado a ayudar en la alfabetización
1
Aunque existen muchas ediciones facsímiles de estas publicaciones, cito de la edición normalizada,
editada por Juan Guillermo Durán (1990[1584]). En otras circunstancias, las citas pertenecen a mis
propias versiones modernizadas. Los títulos, en cambio, siempre se describen con la ortografía colonial.
277
Literaturas orales y primeros textos coloniales
de los nuevos cristianos; por eso existe una estructura de interrogación lógica y un
instrumento para los nuevos lectores, el silabario:
Vocales: a.e.i.o.u.
Ba be bi bo bu. Ca ce ci co cu. Da de di do du. Fa fe fi fo fu.
Ga ge gi go gu. Ha he hi ho hu. Ja je ji jo ju. La le li lo lu. Ma me...
(Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990c, p. 470).
Una comparación de los dos catecismos nos revela diferentes tratamientos de los
artículos de fe; se nota que en el Catecismo breve hay un comentario muy reducido
sobre el catolicismo. Por ejemplo, para aquellos «rudos y ocupados», la explicación
de la Trinidad es sucinta y al punto:
Porque de estas tres personas, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo. Y el Hijo
no es el Padre ni el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo no es el padre ni el Hijo.
Pero todas estas tres personas tienen un mismo ser, y así son no más de un solo
Dios (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990a, p. 466).
La breve plática que sigue contiene una amonestación contra la adoración de
otros dioses:
Este es el Dios verdadero y no hay otro Dios; y todos los demás [dioses] que ado-
ran las otras gentes fuera de los cristianos, son falsos y vanos (p. 469).
Así que, desde la pregunta hasta la contestación, la sintaxis gramatical enfatiza los
cambios sutiles en la dicción expuestos en las dos versiones. La primera cita expresa
una Trinidad concebida como tres personas unificadas en un cuerpo («tres personas,
y... de un solo Dios»), imaginada en forma muy concreta. El Mayor, en cambio,
presenta una respuesta menos ingenua, más conceptual y, sobre todo, realza la inter-
pretación de la igualdad (todos los tres son iguales), dejando claro que la relación de
poder no depende de una subordinación inherente entre padre e hijo.
278
Literatura de la evangelización: catecismos, confesionarios y sermones / Regina Harrison
En la formulación de los dos catecismos, se hace evidente el conocimiento que los
miembros de la iglesia tenían de las creencias paganas andinas. Por ejemplo, esta inte-
rrogación extraída de las páginas del Catecismo breve, pregunta inocentemente, pero a
la vez, revela el sistema de fe entre los nativos: «¿Pues, el sol, la luna, estrellas, lucero,
rayos, guacas y cerros no son Dios?» (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990a,
p. 466). Es notable en esta indagación filosófica que la mención de la designación
andina del espacio sagrado (guaca) se incluye con la lista de otros elementos sagrados
como las entidades celestes y terrestres. El sol y la luna son deidades obvias para los
españoles invasores desde el momento de la conquista; las otras deidades no tanto.
Poco a poco se dieron cuenta los españoles del complejo sistema de constelaciones y
de fenómenos naturales que merecían la adoración de las multitudes andinas. Como
bien lo ha estudiado Gary Urton, estas entidades andinas requerían nuevas categorías
de observación que difieren de los conceptos europeos como, por ejemplo, se nota al
observar la constelación de la nube oscura (de la llama) que aparece en la Vía Láctea.
Para discernir este complejo astronómico, no se mira a las estrellas (una visión euro-
pea), sino a las manchas negras entre las estrellas que nos dan la forma del animal
(Urton, 1981, pp. 169-191). También «rayos» se escribe en este texto en plural, no
en singular, para representar la creencia andina en una divinidad tripartita que los
clérigos habrían llegado a entender.
La contestación a la pregunta, en ambos textos, es consistente pero cambia
el tono de la explicación. Por ejemplo, el Breve provee una narración de las cosas
hechas por Dios y asegura que la humanidad puede aprovecharse de este don de
Dios (véase Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990a, p. 468), mientras el Mayor,
después de mencionar las creaciones de la divinidad, exhibe un tono amenazante
que construye la imagen de un Dios que castiga el pecado de adorar a los dioses
andinos (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990c, p. 475): «Nada de eso es Dios,
y quien lo adora, enoja a Dios y le quita su honra, cometiendo contra Él grandísimo
pecado y ofensa».
Al leer estos fragmentos de los catecismos es obvio que la tarea de la evange-
lización fue problemática para los teólogos y para los traductores. Como ya se vio
en la explicación de la Trinidad, el concepto del padre y el hijo es bien entendido
como dos entidades distintas. Pero por supuesto la combinación de estas tres esen-
cias en un solo cuerpo requería de una terminología muy especializada basada en
la doctrina cristiana. Así se lee en la introducción de 1584: «Y aunque hay algunos
expertos en la lengua, hay empero pocos que lo sean juntamente en letras sagradas»
(Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990c, p. 458). Por esta razón, un conjunto
de expertos fue seleccionado y ellos firmaron sus nombres en la conclusión de la
Doctrina cristiana de 1584: Juan de Balboa, Alonso Martínez, Bartolomé de Santiago,
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Un testigo nativo en otro caso declaró que un ychuri utilizó una soga con muchos
nudos para pegar al penitente cinco veces porque la paja resultó sin par, indicando
así su decepción ante esta confesión (Duviols 2003, p. 240). Este mismo testigo,
llamado Andrés Chaupi Yauri, también relata los detalles de una ceremonia en la que
se utilizaba la paja para determinar la calidad de la confesión (buena o mala), y el uso
de montones de maíz para indicar el pecado particular del penitente (Duviols, 2003,
p. 242). Pero la forma específica de confesión pagana siempre difiere de acuerdo a la
región, antes y después de asentarse las misiones católicas.
Para Estenssoro Fuchs, estos informes acerca de la existencia de la ceremonia
de confesión (casi cristiana) en la época prehispánica fueron el resultado del deseo de
los clérigos por prefigurar la llegada del cristianismo en el nuevo mundo americano
o fueron el resultado de una colaboración simbiótica de los intérpretes indígenas al
traducir los sacramentos. Está convencido, por otro lado, de que hubo una ceremo-
nia ritual indígena para resolver asuntos de mala suerte o suavizar el rencor de las
deidades: «Si la confesión prehispánica existía, se trataba en realidad de un complejo
de rituales para contrarrestar males y enfermedades, y la ‘confesión’ propiamente
dicha era el rito adivinatorio (vinculado frecuentemente con animales) que permitía
identificar la transgresión de las normas o la ruptura de los pactos con los huaca cau-
sante de la desgracia» (Estenssoro Fuchs, 2003, pp. 208-209). Es cierto que los textos
que describían las confesiones aluden a un tiempo de sequía, a la caída de granizo y la
destrucción de la cosecha, o a una falta de armonía política y social. En estas circuns-
tancias los miembros de la comunidad eran obligados a comparecer ante un confesor
ychuri porque se sospechaba que habían cometido un pecado grave; los actos de
penitencia prescritos o los medios de obtención del perdón de los pecados variaban
en cada región (un baño en el río, la quema de la ropa), antes y después del arribo de
los misioneros españoles.
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Ilustración 1. Portada del Confessionario para los curas de indios. Con la instrucción contra
sus ritos (Lima, 1585) cuya introducción enfatiza la preparación para recibir este sacramento.
Cortesía de la Biblioteca Nacional del Perú.
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de enseñanza, servían para eliminar las «cosas de burlería y disparate» que perjudi-
caban la conversión. La cita anterior nos demuestra los elementos engañosos de la
conversión: la memorización —sin comprensión— de la doctrina no elimina las
creencias andinas y por eso los clérigos tienen que empeñarse en explicarla mejor.
Tres documentos suplementarios encuadernados con el texto del Confessionario
son también de importancia ya que revelan la metodología utilizada por los clérigos
para combatir las prácticas heréticas y paganas. Estos tres textos publicados —o repu-
blicados— para informar mejor a los curas son: «Instruccion contra las ceremonias
y ritos que usan los indios» (1585, probablemente escrito por el licenciado Polo de
Ondegardo), «Supersticiones de los indios» (tomadas de las Actas del II Concilio en
Lima), y «Los errores y supersticiones de los indios» (1585, escrito por Ondegardo).
Instruidos por estas materias, y otros manuscritos, los padres de la Iglesia sabían
cómo exigir mejor la confesión, y sabían además cuales temas llevarían a exponer las
prácticas prohibidas por los religiosos. Pero había advertencias acerca de sus métodos
de interrogación porque debían evitar a toda costa enseñarles algún atisbo de las cos-
tumbres prohibidas por el simple acto de averiguar sus pecados:
... buscar ocasión para declararles cuán sin fundamento son sus ceremonias y lo
que sus antepasados les enseñaron. Guardando en esto tal moderación, que no se
les enseñen más errores de los que ellos ya tienen y usan. Para lo cual es necesa-
rio que el que tiene a cargo la doctrina, haga diligencia y se informe bien de las
supersticiones que entre sus indios se usan (Tercer Concilio Provincial de Lima,
1990d, p. 529).
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Así que este comentario revela el cuidado que el III Concilio limense desplegaba
para asegurarse de la conversión profunda de los naturales y para reformar los méto-
dos didácticos de los sacerdotes.
Al entrar en las páginas del Confessionario de 1585, hay una lectura del primer
mandamiento («Amarás a Dios sobre todas las cosas») que ilustra el exigente estudio
de las creencias particulares y de los dioses adorados en la región andina. La primera
pregunta del penitente incluye vocabulario en quechua (especificación de lo sagrado
expresado en guaca, en villca) en la versión española, para que los religiosos se acos-
tumbren al contexto cultural andino:
1. ¿Ha[s] adorado guacas, villcas, cerros, ríos, al Sol u otras cosas?
2. ¿Hasles ofrecido ropas, cuy u otras cosas? ¿Y qué son esas cosas y cómo las ofre-
ciste? (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990d, p. 532)
Si bien es cierto que para el año 1585 los clérigos ya entendían bien la existen-
cia de la multitud de entidades andinas que eran las principales deidades adoradas
y sabían cómo nombrarlas, a veces se confundían, ya que guaca denotaba una gran
variedad de seres y objetos sagrados. Esta variedad está bien definida por el Inca
Garcilaso [1609] en su intento de explicar el campo semántico de esta entidad indí-
gena en quechua:
Quiere decir cosa sagrada, como eran todas aquellas en que el demonio les hablaba:
esto es, los ídolos, las peñas, piedras grandes o árboles en que el enemigo entraba
para hacerles creer que era Dios. […] También cosas que en hermosura o excelen-
cia se aventajan de las otras de su especia... Por el contrario, llaman huaca [guaca]
a las cosas muy feas y monstruosas, que causan horror y asombro… (Garcilaso,
1985, I, pp. 67-69).
Como nos indica la definición, el uso de una sola palabra (guaca) hubiera sido
suficiente para interrogar; pero para asegurarse de la veracidad de la confesión se
añade otros tópicos: villca, cerros, ríos, el sol. Las «páginas complementarias» que
suplementan al confesionario indican la sofisticación de los españoles religiosos en
torno a las prácticas idolátricas de los indígenas al cerrar el siglo XVI. Las descripcio-
nes de las guacas varían dentro de las materias; en cada instancia llegan a una mayor
comprensión del difícil concepto. En «Supersticiones de los indios» la descripción es
muy escueta, apenas definiendo el concepto: «Que en cada provincia hay un templo
o guaca principal, adonde todos los de la tal provincia van a adorar y ocurren con
sus sacrificios» (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990e, p. 560). La «Instruc-
ción» producida por el III Concilio, sin embargo, es rica en detalles, con una lista
de «guacas, ídolos, quebradas, peñas o piedras grandes, cerros, cumbres de montes,
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Es evidente que los habitantes indígenas entendieron muy bien los eufemismos
de las preguntas penitenciales ya que hay expresiones semejantes en el quechua para
«jugar (sexualmente)» —como el verbo puclla- (tener relaciones sexuales)— que apa-
recen en las canciones y las conversaciones (véase Harrison, 1989; 1994; 2014).
Felipe Guaman Poma, escritor indígena, llamó la atención sobre las nuevas nor-
mas sexuales implementadas por los religiosos en su Primer nueva corónica y buen
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gobierno [1615-1616]. En sus páginas explicaba bien las diferencias entre el pecado
mortal y venial. También incluía las definiciones católicas de ciertos pecados sexua-
les: fornicación simple, el adulterio, el incesto, estupro (virgen hombre con virgen
mujer) y el sacrilegio (Guaman Poma, 1980, p. 630). Sacrilegio es el pecado más
grave y Guaman Poma lo enfatiza: es contra el voto de castidad de los clérigos y las
monjas, y así ambos participantes (el individuo religioso más la otra persona) eran
culpables. La complejidad de la infracción fue bien entendida por el letrado Guaman
Poma, pero para los otros nativos la comprensión dependía de una mayor instruc-
ción doctrinal. No es singular el caso en los Andes; los europeos también resistían la
regulación de su sexualidad carnal y aún más el control de los pensamientos sexuales
que igualmente forma parte del dogma. Pablo de Hungría había escrito en su manual
medieval que eran pecados mortales los actos de simple fornicación, el adulterio,
el incesto, la sodomía, la violación de la virgen y la violación-rapto. Más tarde se
incluyeron los pecados de sacrilegio, prostitución y masturbación en los manuales
penitenciales (Payer, 1996, p. 12).
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3. L
3.1 Sermones [1585]
Muchos de los tópicos de los catecismos de 1584 se repiten en los sermones escri-
tos en las primeras décadas de la evangelización. La composición de estos sermones
prestaba atención a la capacidad de los indígenas, como nos detalla el «Proemio»
293
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[de tomar la mujer ajena] con enfermedades. El mal de bubas [sífilis], qué pen-
sáis que es, sino castigo de ese pecado» (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990f,
p. 709). La mayoría de los sermones se concentra en las acciones pecaminosas de los
indígenas; sin embargo, incluyen también una crítica no tan velada que condena el
tratamiento indígena a manos de los ‘cristianos’:
Cuando viereis algunos viracochas [españoles] que dan de coces a los indios, o les
tiran de los cabellos, o los maldicen y dan al diablo, y les toman sus comidas, y
les hacen trabajar y no les pagan, y los llaman perros, y están enojados y soberbios,
estos tales viracochas son enemigos de Jesucristo, son malos; y aunque dicen que
son cristianos, no hacen obras de cristianos, sino de demonios (Tercero, Sermón
XXVII, Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990f, p. 718).
Francisco de Ávila es conocido por su esfuerzo en recopilar los textos de los mitos de
Huarochirí [1598-1608], reconocidos por haber sido traducidos por José María Argue-
das en 1966. No obstante, Gerald Taylor, otro traductor de los mitos de Huarochirí
(ver Taylor, en este volumen), nos anima a estudiar el Tratado de los evangelios que
nuestra madre la Iglesia propone en todo el año [1646] de Ávila y afirma: «Esta obra es,
sin duda, la más importante de la literatura colonial de la evangelización en quechua»
(Taylor, 2002, p. 42). Cada sermón de los ciento siete sermones explicatorios en el
Tratado interpreta un texto litúrgico para los domingos y los días festivos obligatorios
(véase «Vigilia de la Natividad», «La Epifanía», «La Circuncisión», «San Esteban»)2.
2
Afortunadamente varios sermones han sido transcritos por investigadores de la Universidad de Duke,
bajo el cuidado de Joshua Monten (1999); también existe un texto del sermón «La Epifanía», transcrito
por Gerald Taylor (2002, pp. 41-78).
295
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Este evento futuro, con las escenas de destrucción, se complementa con otro
sermón, repleto de acción, que culpa a los extranjeros por una destrucción semejante.
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Ávila en este sermón nombra a los piratas que intentaban saquear la costa de la
región andina:
¿No veis en esta ciudad de Lima por vuestros ojos, como salen los Domingos los
soldados cargados de sus arcabuces, y picas? ¿Y a vosotros los Indios no os obligan
a salir? ¿Por qué os parece que se hace esto? Porque hay noticia de que podrán venir
enemigos, temiéndose de que nos hallen desapercibidos, y nos roben, y echen de
esta tierra. ... ¿Y en la mar cuántos, y cuántos Piratas, y enemigos navegan de aquí
para allí, procurando a los que van con el dinero a Castilla para el Rey, para robár-
selo, y quitárselo? (Ávila, 1646, p. 42).
297
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Al ser muy diestro en componer sus sermones, Avendaño prolonga el discurso para
incluir lo grotesco como ha notado Duviols (1977, p. 357); mientras que Antonio
Acosta ve algo más fundamental, «la seria escasez de rigor en su elaboración lógica»
(1987, p. 191). Las dos observaciones se constatan en el fragmento siguiente:
Pues, dime, hijo, si el Sol fuera viviente y comiera, ¿cuántos carneros comiera en
un día, siendo tan grande como os he dicho? ¿Quién los pudiera contar? ¿Cuántas
fanegas de maíz, cuántas fanegas de papas comiera en un día? Y si el Sol bebiera,
de dos, o tres tragos agotara la mar, y si le apurara la orina, con una sola vez que
orinara, se anegara todo el mundo (Avendaño, 1649, 39v).
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Literatura de la evangelización: catecismos, confesionarios y sermones / Regina Harrison
Ávila se centra en la creatividad del artista nativo con dos materiales, la madera
y la tela. En otro texto alaba la destreza del tallador, mientras aquí su enfoque es la
suntuosidad del arte textil indígena. Avendaño, sin embargo, provee otra perspec-
tiva donde se pintan las riquezas materiales de la clase noble, concentrándose en el
compi (valioso tejido indígena que tiene un precio elevado en el mercado, a veces
deletreado cumbi) y la riqueza que genera se queda en manos de una minoría. En su
sermón VIII, reconoce que esta jerarquía de ricos y pobres emana de un diseño
divino y debe ser causa de celebración porque al final todos, a pesar de las barreras
de clase, reciben la gracia de hacerse cristianos: «Hijo, no puedes quejarte de Dios,
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porque te hizo Indio, para pagar tributo, y no te hizo Rey» (Avendaño, 1649, 90r;
Dedenbach-Salazar, 1999, p. 244). Termina este sermón poniendo en un mismo
plano la riqueza mineral y la riqueza espiritual que Dios provee para sus fieles: «Pero
Dios, porque es todo poderoso, os puede dar en esta vida muchos bienes porque
el cria el oro, y la plata, y os puede dar su Gracia, para que alcancéis la Gloria para
siempre. Amén» (1649, 99r).
4. C
La temática de las riquezas de la salvación predomina en los catecismos y los sermones
mientras que en los confesionarios se ilustra el medio para obtener este fin glorioso.
La concepción de un mundo civilizado —de perspectiva europea— depende de una
aceptación de la jerarquía social y de una demanda constante de los recursos andinos,
como metales, cosechas y artesanías. Como ya se vio en los textos coloniales, la voz
del púlpito con sus lecciones cristianas es más potente que la voz indígena. Pero de
vez en cuando se detecta una voz autóctona entre los renglones plagados de teología.
Prestemos atención al susurro indígena que se hace oír en la interrogación que sigue:
¿Cómo nos decís que no adoremos ídolos y guacas, pues los cristianos adoran las
imágenes que están pintadas y hechas de palo o metal, y las besan y se hincan de
rodillas, delante de ellas, y se dan en los pechos y hablan con ellos? ¿Estas no son
guacas también como las nuestras? (Tercer Concilio Provincial de Lima, 1990f,
p. 690; Marzal, 2002, p. 363).
Una lectura paciente de los textos religiosos coloniales nos permite vislumbrar la
presencia de los antiguos moradores indígenas de los Andes. En estas indagaciones pro-
fundas que se relatan en los textos de los apasionados autores de ascendencia española,
yace la perspectiva indígena que cuestiona el proyecto colonial de conquista y evange-
lización. Entrelazada en los tomos de las enseñanzas religiosas también se percibe una
voz indígena que revela una concepción de sí, como menospreciada en el momento
de rendirse ante la cristiandad: «Dicen algunas veces de Dios que no es buen Dios y
que no tiene cuidado de los pobres y que de balde le sirven los indios. […] Que Dios
los creó para vivir en pecado, y especialmente para cosas deshonestas de lujuria y de
embriaguez, y que ellos no pueden ser buenos» (Ondegardo, 1990b, pp. 558-559).
Este fenómeno colonial encuentra ecos igualmente audibles en el presente.
En textos contemporáneos, transcritos por los antropólogos Valderrama Fernández
y Escalante Gutiérrez (1977), se registran las mismas dificultades de ser indígena y
de ser católico en la experiencia del cargador Gregorio Condori Mamani. Al contar
sus datos autobiográficos a los dos investigadores, relata su temor y su incertidumbre
300
Literatura de la evangelización: catecismos, confesionarios y sermones / Regina Harrison
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3
Más investigación sería posible por medio de los textos de Quiroga, 1922 [1555]; Álvarez, 1998
[1588]; y Peña Montenegro, 1985 [1771]. No nos ocupamos de ellos por razones de espacio.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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305
C
P C L:
,
Lydia Fossa
309
Literaturas orales y primeros textos coloniales
2
Esta información está basada en los fondos de las principales bibliotecas del mundo: Bibliothèque
Nationale de France, British Library, Biblioteca Nacional de España y New York Public Library.
3
«… encomendando la jornada a Jorge Robledo, capitán aguerrido en Italia, de condición tan noble
como su sangre, valiente, dotado de una gracia especial para ganarse la voluntad de los indios…»
( Jiménez, 1877, p. lxxxvi).
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Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
Ilustración 1. Portada de la Parte primera de la Crónica del Perú (Sevilla, 1553) de Pedro de
Cieza de León. Cortesía de la John Carter Brown Library, Providence, Rhode Island, EE.UU.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
4
Sardella es el autor de por lo menos dos relaciones: Relaçion del descubrimiento de las provincias de
Antiochia por Jorge Robledo y Relaçion del viaje del capitan Jorge Robledo a las provincias de Ancerma y
Quinbaya. Jiménez de la Espada, en su «Prólogo» a la Guerra de Quito, nos indica también que Sardella
menciona varias veces a Cieza. Además, que Antonio de Herrera utilizó el material de Sardella, y el de
Cieza, para elaborar sus Décadas (Jiménez de la Espada, 1877, p. xc).
5
«... Cartagena (que antiguamente se nombrava Calamar)...» (Cieza, 1984, p. 41).
6
Acompañó a Colón en sus dos últimos viajes. Descubrió el Cabo de la Vela, en Tierra Firme, en
1499. El 20 de enero de 1510 fundó el emplazamiento de San Sebastián de Urabá, que no era más que
un pequeño fuerte de madera. Como los indígenas los atacaban con flechas y dardos envenenados y no
se sujetaron a servirlos y a traerles comida, Hojeda tuvo que regresar a Santo Domingo por pertrechos.
A cargo del fortín quedó Francisco Pizarro, quien lo defendió durante cincuenta días.
7
Francisco Pizarro embarca a los setenta sobrevivientes en dos barcas e inicia su regreso a Santo Domingo
desde el golfo de Urabá. A los pocos días se encuentra con la flota de Francisco de Enciso, quien tenía el
encargo de pertrecharlos o rescatarlos. Una vez en Santo Domingo, Pizarro se une a la flota de Enciso y en
1513, acompaña a Vasco Núñez de Balboa en sus viajes de exploración y de descubrimiento del océano
Pacífico. Para 1514, Pedrarias Dávila, asociado con Enciso, se enfrentó a Balboa y envió un contingente,
al mando de Francisco Pizarro a detenerlo. Este hecho terminó con la muerte de Balboa y varios de sus
seguidores. Pizarro fue recompensado por Pedrarias con la vecindad y repartimiento de indios, lo que
le permitió después ser capitán de la guardia personal de Pedrarias y acceder a los cargos de Regidor y
Alcalde de la ciudad de Panamá, cargos que ocupó entre 1519 y 1523 (Del Busto, 2001, pp. 69-105).
312
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
313
Literaturas orales y primeros textos coloniales
La Primera parte alcanzó gran difusión en el siglo XVI por la calidad de su escri-
tura, fresca y directa, y por la novedad de sus contenidos. No se había descrito antes
para un público tan amplio la fuerza de la naturaleza cerca de la línea ecuatorial en
las Indias: los aguaceros, las selvas impenetrables, los ríos de agua dulce que venían
cargados de oro, los indígenas con sus flechas envenenadas y los antropófagos. Todo
era novedad y exotismo. Y Cieza se regodea en ese exotismo, describiendo incluso
casos de antropofagia entre indígenas, nunca con o entre españoles; detalla sus casas,
314
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
sus tumbas llenas de tesoros de los que supo de oídas pero con los que nunca se
«topó»; las comidas tan extrañas que crecían bajo tierra como las yucas; y el maíz que
salvara a los españoles de la inanición varias veces. También habla de la hoja mara-
villosa de la coca, las riquezas fabulosas de Potosí, la montaña de plata, y otras cosas
nunca vistas ni oídas por los europeos.
Esta es la única parte autobiográfica de Cieza, en la que cuenta lo que vivió. Esto
le da un valor especial, ya que los demás libros que conocemos los escribió a partir de
informaciones orales y escritas. No así la Primera parte, donde cuenta sus aconteceres
de primera mano. Es también la que más describe paisajes y aspectos naturales: flora,
fauna y colectividades indígenas. También cuenta las penurias por las que pasan los
españoles, y él mismo, en su afán de conquista de tierras, indígenas y oro. Quizás
sea la menos «literaria», en el sentido de que no genera las tensiones y los clímax que
aparecen en otras de sus narraciones, ni la ironía con que trata a muchos de los per-
sonajes y sus hechos. Aunque no tiene la viveza de otros relatos, sí muestra su interés
por compartir el rasgo de humanidad, de drama, que acompaña los hechos de los
españoles en Indias. Su empeño es, siempre, alejar estos hechos del olvido futuro o
de la ignorancia de su presente.
8
Aún no se llega a una comprensión cabal de la forma de gobierno que ejercieron los incas, pero pro-
bablemente no equivale al sentido de ‘soberano’ entendido como alguien que ejerce o posee la autoridad
suprema e independiente.
9
Carmen de Mora, en este volumen, explica este punto ampliamente, sobre todo en relación al virrey
Toledo.
315
Literaturas orales y primeros textos coloniales
El historiador Carlos Araníbar anota: «[Cieza va] construyendo una historia
coherente y amena, no exenta de matices críticos, pero sin dudas sustantivas, con
los personajes y las instituciones delineados por rasgos claros y distintos» (1967,
p. XXXI). Esta afirmación nos remite a una presentación canónica de los gober-
nantes y sus obras más importantes, generalmente reducida a una repetición de las
guerras de anexión y la construcción o ampliación de grandes obras de ingeniería.
Como Cieza nos ha dicho anteriormente que las actitudes beligerantes eran raras,
llama la atención esta contradicción. Asimismo, les atribuye todas las obras civiles a
los incas, como si sus antecesores no hubieran ejecutado obra alguna. Ambos hechos
nos llevan a inquirir sobre los métodos de encuesta que utiliza el autor.
Parecería que pregunta lo mismo con respecto a cada uno de los gobernantes y
por ello no es de sorprender que las respuestas sean todas parecidas. Como a partir
de las respuestas es posible llegar a las preguntas, qué duda cabe que las preguntas
fueron concebidas proyectando su propia ideología monárquica absolutista. Las pre-
guntas de Cieza posiblemente estuvieron ya indicadas en las numerosas Instrucciones
elaboradas por la corona con el fin de obtener información de los ‘nuevos’ territorios.
En esas instrucciones, en circulación desde las primeras décadas del siglo XVI, ya
hay un listado de averiguaciones con respecto al origen, organización, recursos y
lugar geográfico ocupado por los nativos de Indias. Ese es, con algunas variantes,
el esquema de preguntas de Cieza. Más que pensar en una historia «oficial» de los
hechos de los incas, Cieza estaba recopilando los datos que le permitirían construir
una historia según el modelo español, con sucesiones dinásticas preferentemente
masculinas, luchas constantes entre señores, ejércitos en pie de guerra en perenne
avance y ocupación bélica de nuevos territorios; es decir, un pueblo ocupado en la
construcción de un imperio por la fuerza. Esta imagen europea contrasta con el relato
de la enorme cantidad de tierras sembradas por poblaciones sedentarias (incluyendo
a los trasladados o mitmaq) y los graneros repletos de toda clase de productos, entre
otros comentarios que nos informan de una sociedad más bien pacífica: «... porque
el Cuzco ni otros lugares destas partes no son çercados de muralla» (Cieza, 1985,
p. 134). Cieza menciona que los edificios que encuentra estarían intactos, de no
haber sido por los españoles10. No nos refiere escenas de ciudades arrasadas o de
templos destruidos por los mismos nativos, excepto cuando nos informa sobre su
antigüedad y desuso, pero no como efecto de esa actividad guerrera de anexión y
conquista que les atribuye.
10
«Ovo en este Mohina grandes edificios: ya estan todos perdidos y deshechos. Y quando al gover-
nador don Françisco Piçarro entro en el Cuzco con los españoles dizen que hallaron cerca destos
edificios, y en ellos mismos, mucha cantidad de plata y de oro y mayor de ropa de la preciada y rica…»
(Cieza, 1984, p. 267).
316
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
11
«Llerenense, Escribano; en 1546, secretario de la Gasca, esposo de Francisca de Zúñiga, encomendero
de Huainacota» (Araníbar, 1995, p. 781).
12
«...Polo Ondegardo... recibió el mismo nombre de su abuelo paterno. Ha sido frecuente error en sus
biógrafos el darle la apelación de Juan, que figura en varias publicaciones modernas, pero no se encuen-
tra en ninguno de los documentos originales del siglo XVI […]. El propio personaje solía firmarse
‘el licenciado Polo’, valiéndose del título académico y del nombre de pila como principales distin-
tivos, y nunca utilizó la partícula ‘de’ antes del apellido Ondegardo (que es un añadido póstumo)»
(Hampe, 1998, p. 204).
13
«Tras la derrota de Xaquixaguana y el castigo de Gonzalo Pizarro, el Licenciado Polo se dirigió a Charcas
con título de corregidor y capitán general…» (González & Alonso, 1990, pp. 12-13). Ondegardo, nom-
brado por Gasca como Corregidor de Las Charcas (Hampe, 1989, p. 188), fue una figura clave en la
recolección y embarque del quinto real que viajó con Gasca a España en enero de 1550.
14
Este fraile dominico fue un académico distinguido, lingüista y autor de la primera gramática y
vocabulario quechuas publicados en 1560. Ezcurra y Bendezú se detienen en este volumen a examinar
esas obras.
317
Literaturas orales y primeros textos coloniales
donde permanece desde julio de 1549 hasta agosto de 1550 y probablemente allí fre-
cuenta a Juan de Betanzos. En setiembre de 1550 está otra vez en Los Reyes (p. 317)
hasta que abandona el Perú entre setiembre y diciembre de 1550 y arriba a España
en 1551 (p. 224).
Entrevista también a otros españoles en Indias, como Tomás Vásquez, Hernando
de Guzmán, Peralonso Carrasco, Juan de Pancorbo, no tan destacados como los
anteriores pero sí «que fueron de los primeros cristianos ‘que entraron en el Cuzco’»
(Araníbar, 1967, p. XXVI). El hecho de ser «antiguos en la tierra» los convirtió en
informantes de calidad, aunque no le brindaran declaraciones por escrito. Su afán
testimonial hace que obtenga datos de quienes vivieron los hechos, y no resignarse a
contar de oídas lo que otros le manifestaron.
Al cronista le interesa destacar el hecho de contar con fuentes escritas como
cartas y relaciones, documentos que contribuyen a configurar el valor testimonial
de su propia obra, como por ejemplo los papeles de fray Domingo de Santo Tomás.
Al documento escrito se le asigna un valor simbólico: además de transmitir infor-
mación, se le atribuyen valores de verdad y de provança. Esta actitud prevalece en el
siglo XVI europeo. Como relativamente pocas personas eran hábiles en el manejo del
código de la escritura fonética, la mayoría de las personas le asigna el valor simbólico
de contener datos ciertos, porque quienes escribían, mayormente religiosos, tenían
fama de ser personas honestas y ciudadanos probos. Los altos cargos de la admi-
nistración pública, que exigían una copiosa documentación escrita, muchas veces
estaban en manos de religiosos que accedían a estos puestos tanto por sus conoci-
mientos como por la general confianza que inspiraban, así como por el poder que
algunas órdenes religiosas tenían al interior de la corte. El documento escrito tenía
un peso muy superior al actual, y se le asignaban valores de veracidad, unicidad,
estabilidad, exactitud y validez, por encima del testimonio oral, que podía variar y
cambiar con el tiempo.
Para la redacción del Señorío, Cieza tuvo relativa facilidad para congregar a los
informantes nativos más representativos que pudieran relatarle directamente de sus
experiencias pasadas: «... vine al Cuzco... donde hize juntar a Cayo Topa ques el
que hay bivo de los deçendientes de Guaynacapa...» (Cieza, 1985, p. 13), y «Yo lo
pregunte en el Cuzco a Cayo Topa Yupangue y a los otros mas prençipales que en el
Cuzco me dieron la relaçion de los Yngas que yo voy escriviendo...» (pp. 112-113).
Esta relaçion cuzqueña aparentemente fue oral, pues especifica que la está escribiendo
y no la está copiando o glosando; constituye una de las fuentes más confiables en
lo que a asuntos nativos se refiere. Cuando hay discrepancias entre los informan-
tes, un hecho del cual Cieza se queja constantemente, privilegia la fuente cuzqueña
318
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
como fidedigna. Sus otras fuentes orales son más informales, ya que las va encon-
trando a lo largo de su viaje, pero son dignas de confianza porque las ha seleccionado
cuidadosamente: el prençipal de Xauxa, Guacorapora (pp. 32, 71), los yndios de
Chincha (p. 173), y «… algunos prençipales del Collao…» (p. 189).
Cuando hablamos de fuentes orales nativas nos referimos a la forma en que
Cieza podía recoger la información, a partir de respuestas a preguntas y a recopi-
lación de cantares (pp. 13, 27-28). Como consecuencia, reduce a la oralidad las
diferentes formas en que los indígenas registraban y conservaban el conocimiento y
podían habérselo ofrecido. Cieza recurre tanto a intérpretes como a sus escasos recur-
sos lingüísticos para superar la incomunicación: «La qual [lengua del Cuzco] es muy
buena, breve [...] y tan clara que en pocos dias que yo la trate supe lo que me bastava
para preguntar muchas cosas por donde quiera que andava» (p. 72). Esta reduc-
ción comunicativa le resulta mucho más fácil que intentar decodificar los variados
registros que logra identificar, principalmente los khipu (pp. 27, 30): «Como estos
yndios no tienen letras no quentan sus cosas sino por la memoria que dellas queda
de hedad en hedad y por sus cantares e quipos…» (p. 150). La oralidad nativa es el
medio más asequible al cronista para obtener la información, y no necesariamente la
única forma en que los nativos conservaban la memoria de los hechos que conside-
raban pertinentes.
Sin embargo, la opinión de Cieza sobre la oralidad indígena es negativa. Esto
hace que tenga que confirmar y reconfirmar toda la información que le dan, obli-
gándolo a entrevistar a más informantes. A su modo de ver, no hay consistencia
en sus datos: «Algunos yndios quentan estos nonbres [Ayar] de otra manera y en
mas numero mas yo a lo que quentan los orejones y ellos tienen por tan çierto me
allegare porque lo saben mejor que otros ningunos» (p. 14). Para el cronista, la falta
de unicidad en sus memorias se debe a la falta de un registro escrito: «Y quentan
otra cosa, la qual si es çierta o no sabelo el altisimo Dios, que entiende todas las
cosas, porque yo de lo que voy contando no tengo otros testimonios ni libros que
los dichos destos indios» (p. 6). La necesidad de confirmación que siente Cieza en
su afán por transmitir solo hechos ciertos, hace que recurra al testimonio arqueoló-
gico: «… mas de que lo escrivo por relaçion destos yndios y para mi creo esto y mas
por los rastros y señales que dexaron sus pisadas estos reyes…» (p. 140). La historia
escrita en piedra es más certera que la historia transmitida a viva voz. Su urgencia
por registrar datos considerados ciertos no le da pábulo a internarse en el conoci-
miento de los registros más perdurables, de donde los nativos extraen y reproducen
oralmente y a través de intérpretes la información que solicita. Siente que no
llega a un conocimiento completo de la realidad física y social que lo circunda:
319
Literaturas orales y primeros textos coloniales
«... con la mas brevedad que pude escrivi lo que entendi [de] la governaçion y cos-
tumbres de los Yngas...» (p. 94); y dice más: «... como yo tengo por costunbre de
contar solamente lo que tengo por çierto... dexo lo que ynoro y muy claramente no
entendi y tratare lo que alcance...» (p. 121). Su crónica no recoge todo lo que le refi-
rieron, sino solo lo que tiene sentido para él, es decir, lo que recodifica de acuerdo a
los parámetros culturales que maneja.
Su notoria limitación en el manejo hábil del quechua general hizo que tuviera
que contar, necesariamente, con la ayuda de intérpretes. Cieza lo describe así en su
texto: «... y con los mejores intrepetes [sic] y lenguas que se hallaron les pregunte estos
señores Yngas que jente hera y de que naçion» (p. 13). Es indudable que, sin la ayuda
de los intérpretes, Cieza se hubiera quedado sin respuestas; tampoco le habría sido
posible formular las preguntas. No obstante, la presencia de un intérprete implica
una intermediación más en el diálogo, una fase adicional, de pérdida o ganancia, en
el intercambio de información, que actúa tanto de ida, hacia el quechua, como de
vuelta, hacia el castellano del cronista.
Cieza pregunta y también observa. Lo que ve le sorprende mucho, por ejemplo el
sistema de chaski: «En ninguna parte del mundo sé que se aya hallado tal ynvençion,
aunque se lee que desbaratado Xerxes en Grecia, fue la nueva a Asia por honbres de
pie en tienpo breve» (1985, p. 62). La técnica de construcción en piedra llama pode-
rosamente su atención: «... en toda España no e visto cosa que pueda compararse a
estas paredes y postura de piedra [del Quricancha]... digo quanto a las paredes y a las
piedras estar tan primísimamente labradas y asentadas con tanta sutilidad...» (p. 80).
La riqueza del Cuzco lo sobrecogió: «... ni en Jerusalen, Roma ni en Perçia ni en
ninguna parte del mundo por ningua república ni rey dél se juntava [en] un lugar
tanta riqueza... como en esta plaza del Cuzco...» (p. 92). No le alcanzan las palabras
para describir lo que ve y experimenta: «... y con aver tan gran camino desde Quito al
Cuzco ques más que yr de Sevilla a Roma con mucho, era tan usado el camino como
lo es el de Sevilla a Triana que no lo puedo más encareçer» (p. 167). El Qapaq Ñan
lo deslumbra: «... y se hizo un camino, el más sobervio y de ver que ay en el mundo
y más largo porque salía del Cuzco y allegava a Quito y se juntava con el que yba a
Chile ygual a él. Creo yo que desde que ay memoria de jentes no se a leydo de tanta
grandeza como tuvo este camino» (p. 185).
Cieza termina su Segunda parte con el enfrentamiento entre Huáscar y Atahualpa,
al que le dedica cinco capítulos. Para Cieza, no podían existir dos líderes: uno de ellos
tenía que ser un tirano, y así trata a Huáscar; Atahualpa pasa a su historia como un
cruel vencedor.
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Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
Ilustración 3. Sobre la fundación y los edificios del Cuzco y la calidad de sus caminos,
imagen de un Inca (¿Manco Cápac?) y Francisco Pizarro en Parte primera de la Cró-
nica del Perú (Sevilla, 1553) de Pedro de Cieza de León. Cortesía de la John Carter
Brown Library, Providence, Rhode Island, EE.UU.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
15
«El capitán Pizarro, después de la llegada a la región del istmo del gobernador Pedrarias Dávila (1514)
y al manifestarse la rivalidad entre este y el adelantado de la Mar del Sur, tuvo que arrestar al ‘rebelde’
Balboa en nombre de Pedrarias. ... [no solo] la autoridad militar y social de Pizarro se afirmó y le fueron
conferidos nuevos cargos y una importante encomienda, sino también... la empresa del descubrimiento
y conquista del Perú, a la que inevitablemente conducía el descubrimiento del Pacífico, pasó así de las
manos de Balboa a las de Pizarro» (Cantù, 1996, pp. XLVII-XLVIII).
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Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
16
A estas islas ya habían llegado los españoles unos cinco años antes: «En este tiempo partió del Darién
un capitán que se decía Gaspar de Morales a descobrir la Mar del Sur y salió a ella en frente de la Ysla de
las Perlas, y pasó a ella y el señor della le vino de paz y le dio perlas ricas; este fue el primero que entró
en ella» (Andagoya, 1892, p. 5).
17
Véase el caso de un ataque a Diego de Almagro: «aviendo primero un yndio de aquellos arrojado
una vara contra Almagro y apuntó tan bien que le açertó en el ojo y se lo quebró. Y aun afirman
que otros de los mismos yndios venian contra él y que si no fuera por un esclavo negro, le mataran»
(Cieza, 1989, p. 26). Obsérvese que Cieza tiene que especificar que se trata de un esclavo «negro» para
que se entienda de qué está hablando.
323
Literaturas orales y primeros textos coloniales
El documento de 1522 (Lohmann 1986, 3-5) refiere una «cavalgada» que hiciera
Espinosa en la «provinçia de Paris [sic]», de la que Pizarro fue testigo. De acuerdo a
Covarrubias, «cavalgada» es «La tropa de gente de a caballo que sale a correr el campo»
([1611] 1995, 218). Bajo «correrías», aparece: «Las salidas que la gente guerrera hace
en la tierra del enemigo cuando se la corre, robando y talando.» (Covarrubias [1611]
1995, 359). Esa es una de las experiencias que tenían los indígenas del compor-
tamiento español, y generalmente provocaba su huida. El Rey de España ya tenía
18
En Pascual de Andagoya (1514-1541) encontramos la siguiente afirmación: «En esta tierra está una
Provincia que se llama la Peruqueta, de una mar a otra» (Andagoya, 1892, p. 5). De aquí el nombre del
Perú. Seguramente se trata de una castellanización de un topónimo de la lengua kuná de Panamá.
19
«Yten el Rey católico hizo merced a los vecinos y pobladores de Castilla del Oro que los caciques e
yndios que pacificaren se repartan y encomyenden entre los que se hallaren presentes. E por los grandes
trabajos y necesidades de la gente de la dicha cibdad de Panama y porque ellos han pacificado y reduzido
al servicio de Vuestra Alteza muchos caciques e yndios guerreros en el Repartimiento que dellos fiso
el dicho governador les señalo y dio en repartimiento los dichos caciques... Yten que porque ay otros
caciques e yndios que se an pacificado e atraydo al servicio de Vuestra Majestad, los cuales están en parte
para poder servir en la cibdad de Darien y Villa de Acra e otros... los puedan tomar en encomiendas e
repartimiento los vecinos de dicha cibdad de Panama con tanto que desque se despoblare los tales pue-
blos se les den los dichos caciques e yndios en repartimiento e los dexen los dichos vecinos de Panama
o vayan a residir en ellos» (Torres, 1982, pp. 252-253).
20
Es sintomático que vayan poniéndole nombres de los productos que encuentran o caracterizan a esos
lugares, que son especialmente valiosos, como perlas o alimentos. Veremos después que también llegan
al Puerto del Hambre.
324
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
21
«Del taíno de Santo Domingo» (Corominas, 1983, p. 616).
22
En esta circunstancia los sobrevivientes escriben la famosa copla que envían camuflada: «A señor
governador [De los Ríos]. Miradlo bien por entero; allá va el recojedor [Almagro] y acá queda el
carniçero [Pizarro]» (Cieza, 1996, p. 45). La fuente declarada por Cieza para estos hechos es Nicolás
de Ribera, el Viejo, uno de los Trece de la Isla del Gallo.
325
Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
«todos [los indígenas] estavan avisados de como andavan en la tierra y tenian puesto
sus mugeres y alhajas en cobro» (Cieza, 1989, p. 19). Se entiende, entonces, que
además de «lenguas», buscaban oro y mujeres. Esto llega a los oídos del Rey: «...soy
ynformado que una de las cosas que mas les ha alterado en la ysla Española y que
mas les ha enemistado con los christianos ha seydo tomarles las mugeres e fijas contra
su voluntad y husar dellas como de sus mugeres...» (Morales Padrón, 1979, p. 94).
Los españoles que quedan de las dos expediciones de Pizarro siguen bordeando la
costa, hacia el sur y, tras el encuentro y abordaje de la balsa de tumbesinos, observan
que llevan ropa confeccionada con tejidos finos y que traen objetos de oro. Pizarro le
ordena, primero a Alonso de Molina y luego a Pedro de Candia, que desembarquen
en Tumbes para conocer la tierra y ver qué defensas tienen. Molina no dice mucho,
pero Candia vuelve a bordo deslumbrado:
Y como se vio en la nao [de regreso de Túnbez], Candia contó al capitán [Pizarro]
tantas cosas... dixo que vio cántaros de plata y estar labrando a muchos plate-
ros y que por algunas paredes del tenplo avía planchas de oro y plata, y que las
mujeres que llamavan del Sol, que heran muy hermosas. Locos estavan de pla-
zer los españoles en oyr tantas cosas; esperavan en Dios de gozar su parte dello
(Cieza, 1996, p. 64).
La descripción de Cieza de las visitas que hacen a Tumbes tanto Alonso de
Molina como Pedro de Candia son claves para comprender el retorno de Pizarro a
Panamá con el deseo de continuar con la exploración del Perú. En su posterior viaje a
España, en 1529, lleva muestras de las piezas de oro y plata de Tumbes para negociar
en la corte sus privilegios de conquistador con la garantía de las futuras ganancias.
Se encuentra en la Corte con su primo, Hernán Cortés, con quien seguramente
intercambia experiencias. Una vez obtenidos los títulos deseados, regresa a Panamá
en 1530 con sus hermanos y otros españoles interesados en seguirlo al Perú, donde
replicará, salvando distancias, con Atahualpa lo hecho por Cortés con Moctezuma.
Después de muchas vicisitudes, llegan los españoles a Cajamarca a mediados del
mes de noviembre de 1532, donde saben que está el Inka Atawalpa (Cieza, 1996,
pp. 126-131). Cieza describe detalladamente, basándose en la información propor-
cionada por Nicolás de Rivera, el Viejo, uno de los sobrevivientes de la Isla del Gallo,
la invasión española a Cajamarca. Se inicia con el reconocimiento de la avanzada de
Pizarro a la plaza de Cajamarca y el emplazamiento de sus hombres como primeros
preparativos para la celada y el ataque (pp. 135-138).
La opinión de Cieza sobre estos acontecimientos es de mucha reserva. Primero
cuenta varios hechos que denotan incomprensión intercultural, situaciones y com-
portamientos del inca que no se ajustan a lo esperado por los soldados españoles.
327
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Se desconciertan ante ellos y llegan a las peores conclusiones: «... contó... como
Atawalpa traya gran cantidad de oro e plata en muchos vasos e vasijas y que le pareçia
que venía de mala arte e con gran sobervia» (p. 138). Después, solo porque les era
más conveniente, los españoles habían colocado la artillería en el lugar más sagrado
del enclave: «en lugar alto que estaba diputado para... hazer los sacrefiçios...» (p. 139).
Luego Cieza describe los «esquadrones» que acompañan al inca, pero postulamos que
se trata de su séquito de cortesanos o de participantes en un ceremonial, ordenados
según su etnia y su preeminencia. Lo describe así en un contexto de enfrentamiento
posterior: «... hechos los esquadrones, hordenados a la horden de sus patrias, fuéronse
açercando a los españoles» (Cieza, 1991, p. 381).
Hasta momentos antes de atacar, los españoles no saben cómo va a responder
el inca al Requerimiento: «... prender los que pudiesen si quisiesen guerra, porque
tanbien se praticó [sic por platicó] si Atabalipa viniese de paz, sustentársela» (Cieza,
1996, p. 139). Afirma Cieza que, al desmontar el campamento de Atawalpa, los
naturales lo hacían tranquilamente, «... trayendo la jente su horden y conçierto
en sus esquadrones, armados muchos disimuladamente...» (p. 139). Los españoles
no saben distinguir, ni aun hoy se puede, entre armas de guerra, herramientas y
parafernalia de desfiles, peregrinaciones y otros actos rituales. La incomprensión
cultural es vasta y evidente: mientras Cieza (y con él su informante) cree que la
exhibición de escuadrones es para mostrar su poderío ante las huestes, los indíge-
nas están realizando actividades rituales propias del acompañamiento al inca en
esas circunstancias y fechas: «Trayan grandes atanbores, muchas vozinas, con sus
vanderas tendidas, que çierto hera hermosa cosa de ver tal junta de jente movida
para tan poquitos [españoles]» (p. 139). Continúa Cieza: «Començaron de entrar
por la plaça; de los esquadrones, como llegaron en medio della hizieron de sí una
muy gran muela...»23. Después entró Atawalpa: «Pasó por todos hasta ponerse en
sus andas; como yva en medio de la jente, púsose en pie ensima del estrado. Habló
con boz alta...» (p. 140). Lo que dijo no lo sabremos nunca, pues entre los intere-
ses españoles que anuncian provocaciones a cada paso y los lenguas norteños que
prácticamente no conocían ni al inca, ni bien su lengua ni sus costumbres, poco se
podía transmitir.
Cieza relata el ataque de manera muy sucinta. Indica que cuando Atawalpa y su
gente están ubicados al interior de la plaza cercada, el fraile dominico Vicente Valverde
y el lengua Felipillo se le acercan y le hablan, en sus términos, del Requerimiento
(p. 140). Atawalpa rechaza el mensaje y arroja el breviario al suelo, lo que despierta
23
Se refiere a una rueda o ronda, en alusión a la piedra de moler, muela, la piedra del molino.
Cfr. Covarrubias, 1995, p. 759.
328
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
la ira y el miedo de Valverde, quien se retira rápidamente hacia donde está Pizarro.
Ante el aviso de Valverde, Pizarro da la señal de ataque. Entonces,
Soltó Candia los tiros, cosa nueva para ellos e de espanto, mas fuelo más los cava-
llos que diziendo los cavalleros a grandes bozes: ‘¡Santiago, Santiago!’ salieron de
los aposentos contra los enemigos, los quales, sin usar de los ardides que trayan
pensados, se quedaron hechos presonajes [sic]. No pelearon, mas buscavan por do
huyr. Los de a cavallo se mesclaron entre ellos, desbaratándolos en breve. Fueron
muertos e heridos muchos (Cieza, 1996, p. 141).
Cieza afirma que los indígenas, una vez tomado el inca y muertos los que rodeaban
las andas de oro en que iba, «ni tuvieron ánimo ni industria para pelear; faltóles aquel
día o Dios los quiso çegar. Espantávanse de lo que vían [sic por veían]. Preguntavan
unos a otros si era çierto o si soñavan y que el Ynga donde estava» (p. 142). En pocas
palabras, los naturales «No pelearon...» (p. 141) porque formaban parte del cortejo
ritual, junto con «... muchas señoras prençipales de linaje real e de caçiues del reyno,
algunas muy hermosas e vistosas, con cavellos largos, vestidas a su modo, que es
galano... muchas mamaconas, que son las virgenes questavan en los tenplos» (p. 142).
Además, «tenían cántaros de oro e plata e vasos de mil hechuras, ropa de mucho
preçio y otras joyas de oro e piefras preçiosas» (p. 142). Es razonable decir que esta
descripción no corresponde a un ejército en guerra, sino a un cortejo que celebra una
actividad ritual de la cual los españoles tienen nula participación y poca comprensión.
De aquí la facilidad de tergiversación, intencional o no, de los hechos observados y la
interpretación teñida de experiencias guerreras anteriores de los observadores.
Cieza presenta, siguiendo la información recabada de Ribera, a Atawalpa como
el que propone cambiar su cautiverio por riquezas: «Y estando Atabalipa preso, no
halló mejor medio para verse libre que prometer de los grandes tesoros quél tenía ...»
(p. 151). Esta figura era desconocida en los Andes; más bien se utilizaba mucho
en Europa24, tal como nos informa el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en su
Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en 1611. Por ello será preciso
considerar algo sesgada esta opinión. Cieza apunta francamente: «Como para pasar
24
Como ejemplo de la antigüedad lingüística y cultural tenemos el término «rehenes» en Covarrubias
[1611]: «Las personas que quedan en poder del enemigo, cuando se trata de paces, que son siempre de
los principales del ejército...Este nombre es tenido por antiguo castellano; yo así lo creo...Tamarid le
cuenta entre los arábigos y dice que vale prenda» (Covarrubias, 1995, p. 855).
El Diccionario de autoridades nos da ejemplos de uso: «BETISS. Guichard. lib. 1. pl. 47. Que el Car-
denal de Valencia por tres meses acompañasse al Rey, con título de Legado Apostólico; pero a la verdad
por prenda y rehén de las promessas del Papa. MARIAN. Hist. Esp. lib. 2. cap. 8. Procuró por sus cartas
que Anníbal volviesse en España desde Carthago, donde hasta entonces le habían entretenido, como
por rehenes y seguridad de que Asdrubal haria lo que era razon.» Confirma lo dicho por Covarrubias y
lo cita. (http://web.frl.es/DA.html. Consulta: 29/9/15.
329
Literaturas orales y primeros textos coloniales
a estas partes los españoles aya sido tanta parte del oro y la plata, poco es menester
para conoçer nuestra codiçia y ansia tan grande que por el dinero tenemos» (p. 151).
Atawalpa entiende la codicia de los españoles y acepta las condiciones de su rescate,25
pagándolo con creces: «... diez mil tejuelos de oro e tanta plata en vasijas que se vastase
a henchir una casa larga que allí estava y que en ella metería, sin los tejuelos, cantidad
de oro en pieça e joyas» (p. 151). Entregaba estas riquezas, «con tanto que lo dexasen
en livertad sin le hazer más molestia ni enojo» (p. 151). Nunca recobró su libertad; más
bien sufrió la pena de muerte a manos de sus captores26. Cieza, preocupado por el oro
legendario que escondieron los naturales cuando murió Atawalpa, piensa «que si lo
supieran conoçer, con no matar [a] Atabalipa e pedille más oro y plata... no oviera
avido en el mundo ninguno [despojo]27 que con el se ygualara» (pp. 142-143).
El viaje de Hernando Pizarro a España (1533-1535) con el quinto real del rescate
de Atawalpa y sus intentos por minimizar la importancia de Almagro en la conquista,
y las todavía buenas relaciones en el Perú entre Francisco Pizarro y Almagro, pro-
ducen una relativa estabilidad que permite la fundación de ciudades como Quito,
San Miguel de Piura, Trujillo y Los Reyes (1535).
Belalcázar reaparece en el relato de Cieza tras la fundación de Quito bajo una
luz bastante oscura. Los destrozos que causaba la incesante búsqueda de oro y la
depredación de los bienes que consumía campos, ganados y personas con delirante
rapacidad generó la desaparición de la riqueza verdadera: el bienestar general (Cieza,
1996, p. 265).
Desde el punto de vista del «acopio» de «despojos» en Quito, la incursión y la
instalación de españoles allí fue una desilusión. Poco después llegaron al Cuzco:
Pues como entraron los españoles y abrían las puertas de las casas, en unas hallavan
rimeros de pieças de oro de gran peso y muy ricas, en otras grandes vasijas de plata.
Amohinávalos el ver tanto oro. Muchos se lo dexavan haziendo escarnio dello sin
querer tomar más que algunas joy[i]tas delicadas y galanas para sus yndias; otros
hallavan chaquira, plumaje, oro en tejos, plata en pastas, de manera que la çibdad
estava llena de tesoros» (Cieza, 1989, p. 234).
25
Algo similar al término «rehenes» sucede con «rescatar». Está ausente del universo conceptual indí-
gena, siendo muy conocido para las huestes españolas de antaño y hogaño, como lo demuestran los
vocabularios y diccionarios consultados. El Tesoro de la lengua española nos da: «Rescatar. Recobrar por
precio lo que el enemigo ha robado...» (Covarrubias, 1995, p. 861). El Diccionario de autoridades da
como ejemplo «PULG. Chron. del Gran Capit. cap. 58. Pues dice agora la Corónica, que habiendo
yá Mosiur de Formento tomado en prissión, en aquel rebate, al Conde de Matera, y dándole liber-
tad, quedándole un sobrino suyo en rehenes para que fuesse a Barleta por los dineros de su rescate».
(http://web.frl.es/DA.html. Consulta: 29/9/15).
26
Los españoles ejecutaron a Atawalpa el sábado 26 de julio de 1533 (Del Busto, 2001, II, p. 180).
27
«Despojo, lo que se trae tomado del enemigo, por otro nombre presa» (Covarrubias, 1995, p. 419).
330
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
La experiencia ya les había enseñado a los españoles que había que organizar
bien el saqueo: «Como el governador [Pizarro] lo mandava y procurava, se reco-
jió un gran montón de plata y oro, aviéndose robado lo que buenamente se puede
creer, se hizieron quatroçientas y ochenta partes que se repartió entre los españoles»
(p. 234). No había que olvidarse de lo que le correspondía a la Iglesia: «... luego
que entró en la çibdad del Cuzco la linpió de la suzedad de los ydolos señalando
yglesia, lugar deçente para dezir misa e quel Evanjelio fuese pedricado...» (p. 234).
Luego Pizarro pasa a tomar posesión oficial de la ciudad: «... dixo a un escrivano
que le diese por testimonio cómo tomava poseçion en aquella çibdad como cabeça
de todo el reyno del Perú en nonbre del Enperador don Carlos Quinto... y dello
hizo testigos, e nonbrando alcaldes y regidores quedó redificada por él la çibdad del
Cuzco...» (pp. 234-235). Es irónico que un iletrado requiera de testimonios escritos
para exhibir un documento que los alfabetos de su nación reconozcan como válido.
Sin embargo, el iletrado sabe que la Corte funciona con documentos y él quiere dar
a conocer en ella su hazaña de haber refundado el Cuzco y haber obtenido tantas
riquezas para la corona. Destaquemos que Pizarro no solo quiere Quito y Cajamarca;
también quiere incluir al Cuzco en su gobernación, que se extendía hasta Las Charcas
y abarcaba las minas de Porco y Potosí, recientemente anexadas. Termina Cieza su
Tercera parte con la llegada de Hernando Pizarro de España en 1535.
Prácticamente no hay página de la Tercera parte sobre Atawalpa y el mundo
indígena en que Cieza no tenga quejas de su destrucción. Sus lamentos se contrapo-
nen a su impresionada visión de las riquezas halladas allí y expoliadas por la codicia
española. Uno de los documentos más importantes que registra esto es el reparto
del rescate de Atahualpa. Este listado, elaborado en 1534, no se conocía de fuente
documental directa pues el original y sus copias tardías están perdidos. Cieza repara
este vacío ofreciéndonos la extensa lista de quienes recibieron su parte proporcional
en Cajamarca (1996, pp. 163-170). Por estos motivos, podemos decir, con Francesca
Cantù, que esto hace que la contribución histórica de Cieza sea todavía más relevante
(Cantù, 1996, pp. LIII-LIV).
Desde el punto de vista indígena, Cieza no deja de registrar el incalculable odio
que se va gestando entre los habitantes de América a medida que avanzan las huestes
españolas dejando su rastro de desolación y muerte: «... la prençipal causa porque de
los yndios fueron aborreçidos [los cristianos] fue por ver quán en poco los tenían e
cómo usavan con sus mugeres e hijas sin ninguna verguença» (Cieza, 1996, p. 170);
añade que «... mientras más tienpo se pasava, más creçía el odio y aborreçimiento de
los cristianos» (Cieza, 1991, p. 395).
331
Literaturas orales y primeros textos coloniales
332
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
Vaca de Castro y don Diego de Almagro, el Mozo. El primero fue enviado por la
corona para actuar como juez dirimente entre los dos bandos en pugna —los piza-
rristas o pachacamas y los almagristas o chilenos— por la delimitación territorial de
sus respectivas gobernaciones, específicamente por la inclusión del Cuzco en una u
otra. Al parecer, y contando con la opinión de Cieza, ya desde España y desde que el
cardenal García de Loaysa, tío de fray Jerónimo de Loaysa, recomendara al candidato
a ejercer el cargo de juez de residencia, se percibe que Vaca de Castro se inclinaba a
la facción pachacama (Cieza, 1994b, p. 276).
Vaca de Castro, después de mil peripecias y arduos esfuerzos, llega a un Perú en
pie de guerra española con un contingente numeroso de soldados y capitanes que
apoyan la causa pizarrista. Para ese momento, en vista de que Francisco Pizarro ha
sido asesinado por los almagristas en venganza por la muerte de Diego de Almagro el
Viejo, Vaca de Castro se erige como el gobernador del Perú, desafiando las prerroga-
tivas de que gozaban tanto los almagristas —a la Nueva Toledo, aún sin delimitar con
precisión— como los pizarristas, pues Gonzalo Pizarro, heredero natural de su her-
mano Francisco —Hernando estaba preso en España y los demás hermanos habían
muerto—, había sido nombrado gobernador de Quito.
Los pizarristas no ceden el territorio cuzqueño y acuden a diversas artimañas para
defenderlo. Se va configurando así un vertiginoso y violento desenlace en el cual se
presentan las vívidas imágenes de los hechos que llevarán, a pesar del esfuerzo de los
protagonistas, a la debacle: «... teniendo la guerra por çierta, no dudando que avían
de morir no pocos dellos, pues unos de otros estavan tan desabridos. Las vanderas
fueron desplegadas, e los atanbores con sus palotes davan a entender la guerra que los
pífanos denunciavan...» (Cieza, 1994b, p. 179). Es de notar que después de la muerte
de Francisco Pizarro, marqués de los Atavillos y gobernador del Perú, a manos de los
del bando de Diego de Almagro el Mozo, Cieza cataloga la situación como «tiránica».
Se hace necesario «... castigar la tiranía de los de Chile e la usurpaçión que hazían del
reyno» (p. 143).
El autor no deja de mencionar cómo, al interior de los bandos, se generan renci-
llas que terminan muchas veces en ejecuciones sumarias y que arrastraron a la muerte
a multitudes de indígenas que acompañaban a sendos ejércitos en sus periplos por
los caminos y puentes andinos, construidos para otros fines. Las descripciones de las
crueldades que se infligen a los indígenas llega a niveles de provocar la náusea, así
como los relatos de antropofagia (solo entre indígenas de ciertas etnias) y de desespe-
ración de los españoles por saciar el hambre. Cieza reporta cómo van destrozando los
caminos, puentes, pueblos, sembríos y ganado por donde pasan, dejando una estela
de desolación. Este tipo de destrucción insana es la que intenta morigerar la corona
con la dación de las «Nuevas Leyes».
333
Literaturas orales y primeros textos coloniales
28
«... Su Magestad mandó hazer llamamiento de grandes e prelados para que, juntamente con los varo-
nes doctos de su esclareçido e poderoso consejo, se determinase lo que se proveería para el buen govierno
del nuevo reyno e ynperio de Yndias. E así en presençia del Rey se platicó muchas vezes, altercando lo
uno e pensando lo otro, se resumió en que fuesen hechas las nuevas leyes...» (Cieza, 1994b, p. 350).
334
Pedro de Cieza de León: aventurero, soldado y escritor / Lydia Fossa
335
Literaturas orales y primeros textos coloniales
5. C
Los siete libros que conforman la obra de Cieza, escritos a lo largo de doce años y
medio (1541-1554), abarcan un periodo más amplio: desde la década de 1520 en
que el capitán Francisco Pizarro está en Panamá, hasta la década de 1550, cuando
tanto Gasca como el mismo Cieza ya están en España. No tienen parangón entre los
escritos de otros españoles del siglo XVI por la amplitud de su cobertura y la variedad
de sus temas. Cieza supo describir lo que veía y analizar las razones y motivos de los
protagonistas, siempre al interior de un humanismo medieval teñido de catolicismo.
Su narrativa está cargada de drama y dolor; sabe llevar al lector por los caminos
de la trama simultánea, a veces rauda y muchas veces poética. Acompaña al lector
por una historia que, confiesa, le causa dolor, pero que sabe que es su deber contar.
Demuestra su coraje al llamar traidores, sin medias tintas, a quienes se levantaron
contra la Corona española. Hasta donde se puede deducir, el anuncio de la publi-
cación de la identidad de los traidores bien pudo poner su vida en riesgo, como lo
menciona Cieza en algunos pasajes, o hasta provocarle la muerte a la temprana edad
de 34 años. Él mismo había advertido que solo la muerte lo acallaría.
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338
U :
R [1570] T C Y
339
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Un mecanismo clave para la exposición del punto de vista de los abatidos
consiste en erigir a Manco Inca Yupanqui, padre de Titu Cusi Yupanqui, como
personaje central del relato. El protagonismo indígena supone en sí un princi-
pio discrepante con las crónicas castellanas porque en estas los sujetos españoles
dominan los acontecimientos representados. Asimismo, al hacerse cargo de la
historia, el narrador inca condiciona el ángulo de enfoque de la misma y pro-
cura que el lector se identifique con su representación de sucesos y personajes.
Raúl Porras Barrenechea valoró el texto además porque Titu Cusi Yupanqui es
el primer cronista indígena «en el tiempo», dicta la primera versión nativa de la
invasión hispana del Tawantinsuyu y la compone «simbólicamente en la fortaleza
de Vilcabamba en el único recinto libre de los Incas y antagónico de los españoles»
(1986, p. 544).
Dirigido al gobernador Lope García de Castro (1516-1576), pero en última y
auténtica instancia al rey Felipe II, el documento intenta establecer la legitimidad
de Titu Cusi Yupanqui, su autor, como inca heredero. Otro objetivo, basado en
la admisión de esta soberanía, es que la Corona española le adjudique los bienes
necesarios para poder vivir fuera de su refugio en Vilcabamba. En pos del reclamo
del autor y del establecimiento de su jerarquía, una de las estrategias de la Relascion
consiste en tramontarse a la época de la conquista castellana del Tawantinsuyu.
El texto narra la bienvenida afectuosa y magnánima de Manco Inca a los españoles.
Titu Cusi Yupanqui contrasta la nobleza de su padre con la insospechada sujeción
violenta del inca y del territorio por parte de los hermanos Pizarro. Los antece-
dentes de crueldad y humillación ascendiente contra Manco Inca son claves en el
relato porque explican las razones de su padre para rebelarse contra los castellanos
en 1536.
En este ensayo sobre la Relascion, se responde primero a quién estaba dirigida
la obra y cuál era la finalidad aparente de su creación y de su traslado a la corte
española. Sigue un apartado sobre la estructura del texto y otro sobre la com-
plejidad de su autoría. Se intentará dilucidar en qué consistió el trabajo de los
individuos que participaron en su elaboración. Otra sección explora qué significó
para el personaje de Manco Inca, su familia, sus capitanes y otros seguidores la
aparición de los conquistadores en la costa y, sobre todo, en Cusco, la capital del
imperio. Finalmente, a partir de la observación de los académicos sobre el carácter
dramático del texto, se examinarán los rasgos de la Relascion que producen esa tea-
tralidad. En este sentido, se pondrá atención especial al uso copioso del discurso
directo en la narración.
340
Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
1. E R
Titu Cusi Yupanqui había realizado negociaciones para su cristianización y salida
de la provincia rebelde de Vilcabamba con Lope García de Castro, gobernador
interino del Perú de 1564-15691. El regreso a España del licenciado supuso la
coyuntura propicia para entregarle, sin duda con apoyo del mismo funcionario
saliente, una narrativa que este llevaría hasta la corte. Para García de Castro, el
documento era una prueba tangible de los esfuerzos realizados «con paciencia y pru-
dencia» a favor de la Corona y de su buen desempeño político en el Perú (Regalado
de Hurtado, 1992, p. XVIII). Por petición explícita del inca, el ex gobernador
debía transmitirle el contenido del relato al rey Felipe II. Esta solicitud se justifica
porque solo el monarca podía confirmar las concesiones solicitadas para su salida
de Vilcabamba. Así, para fundamentar el rol del emisario, aparecen las marcas
lingüísticas siguientes: «que su señoría me haga merced, llegado que sea con bien
a los reinos de España, de dar a entender a su majestad»; «podrá su señoría dar la
dicha relación, siendo dello servido, por esta vía»; «solo me hará merced su señoría
de avisar a su majestad de cómo soy yo el hijo legítimo, digo el primero y mayo-
razgo»; «que sepa su majestad que», expresión esta última reiterada en el texto2.
1
Titu Cusi Yupanqui fue uno de los hijos de Manco Inca Yupanqui (c.1516-1544), el segundo
inca designado por Francisco Pizarro después de la ejecución de Atahualpa. Pizarro y Manco Inca se
encontraron y se aliaron en el valle de Jaquijaguana hacia mediados de noviembre de 1533. La meta
común era luchar contra las fuerzas atahualpistas, aún activas en el área (Guillén Guillén, 1994, p. 64).
Una vez en el Cusco y con los objetivos bélicos cumplidos, los conquistadores iniciaron los acosos y
encierros de Manco Inca, junto con exigencias de oro y plata a cambio de su libertad. Como reac-
ción, el joven inca encabezó una rebelión contra los españoles; pero sus cercos de Cusco y Lima de
1536-1537 fracasaron. Manco se marchó a Vitcos, hasta donde los castellanos lo siguieron. En conse-
cuencia, se retiró a la provincia de Vilcabamba, donde debió sentirse «protegido por los glaciares de la
cordillera… y por los caudales del río Apurimac y del río Willkamayo, defensas naturales que los ene-
migos tendrían que vencer» (Guillén Guillén, 1994, p. 111). Manco fundó en la región un neo-estado
inca, como lo denominó el historiador George Kubler en 1947 (Neo-Inka State). Desde entonces se le
aplicó el calificativo de «alzado» que le atribuyen varios cronistas y que circulaba oralmente (Molina,
1968, p. 174). Después de su muerte, el territorio de Vilcabamba estuvo aparentemente gobernado,
entre otros regidores, por sus hijos Sayre Túpac (ca.1534-1561), Titu Cusi Yupanqui y Túpac Amaru
(ca. 1540-1572), en este orden.
2
Modernizo el texto y lo transcribo de una copia del manuscrito guardado en la Real Biblioteca del
Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Para auxiliarme, confronto mi transcripción con las edicio-
nes de Liliana Regalado de Hurtado y Catherine Julien. El códice forma parte de un volumen titulado
Historia de los ingas y Nueva España. Encuadernado en 1873 e identificado con la signatura L-I-5, dicho
volumen contiene una parte de la Suma y narración de los incas, de Juan de Betanzos (fol. 1-66); la Rela-
ción de la sucesión y gobierno de los incas, señores naturales que fueron de las provincias del Perú y otras cosas
tocantes a aquel reino para el ilustrísimo señor don Juan Sarmiento, Presidente del Consejo Real de Indias
(fol. 67-130); la Relación, dividida en jornadas, de «fray Francisco Aguilar, fraile profeso de la orden de
los predicadores, conquistador de los reinos, que pasaron con Hernando Cortés a esta tierra (fol. 200-289);
341
Literaturas orales y primeros textos coloniales
la Relación del suceso del tirano chino sobre este campo y de las demás cosas sucedidas acerca dello (291-298)
y la Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los Incas, de Hernando de Santillán (307-346).
En cuanto al texto de Titu Cusi Yupanqui, la foliación actual va de los números 131r a 196v. En ade-
lante, me limitaré a colocar entre paréntesis el número del folio de donde procede la cita. Aprovecho
para agradecer a José Luis del Valle Merino por atender con eficiencia y cortesía mis solicitudes y por su
deferencia durante mi visita a la Real Biblioteca de El Escorial el 2 de octubre de 2015.
342
Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
Para intentar cancelar las jerarquías y alentar la afinidad, Titu Cusi Yupanqui
pugna por alcanzar una mirada igualitaria al reivindicar sus vínculos con la sangre
real incaica desde la frase inicial del documento: «Por cuanto yo, don Diego de Castro
Titu Cusi Yupanqui, nieto de Guaina Cápac e hijo de Mango Inga Yupanqui, seño-
res naturales que fueron de los reinos y provincias del Piru» (131r). Sin encorvar el
tono, pese a los 37 años de sujeción territorial que los castellanos alcanzan en el año
de la composición textual, la Relascion reclama el dominio inca del Tawantinsuyu,
fundamentado en el orden imperial consolidado, casi un siglo antes, por su bisabuelo
Túpac Inca Yupanqui:
También que su majestad sepa que mi padre, Mango Ynga Yupangui, hijo que
fue de Guaina Cápac e nieto de Tupa Ynga Yupangui, y ansí por sus abolengos
desciendo, por línea recta, fue el señor principal de todos los reinos del Pirú, seña-
lado para ello por su padre Guaina Cápac y tenido y obedecido por tal en toda la
tierra después de sus días, como yo lo fui, soy y he sido en esta, después quel dicho
mi padre falleció (132r).
En el fragmento anterior, los tres tiempos distintos del verbo ser —fui, soy y
he sido— plantean el reconocimiento y la obediencia de la potestad política de Titu
Cusi Yupanqui como un legado respetado por los suyos en el pasado y aún en ese
momento histórico. De manera ambigua, la posición del deíctico esta, indicador de
lugar en este contexto, puede referirse al antecedente gramatical «toda la tierra» o
solo a la provincia de Vilcabamba, desde donde escribe la Relascion. Una lectura que
echara a un lado los dobleces del texto rechazaría de plano esta ambigüedad y acep-
taría el segundo significado como el definitivo; no obstante, la simulación, aprendida
de los conquistadores según el relato, es una de las estrategias esenciales de la obra
y de Titu Cusi Yupanqui (Regalado de Hurtado, 1992, p. XIV). De hecho, el autor
también se ubica en una posición incierta: reclama su legado inca y reivindica a un
padre subversivo mientras declara su lealtad al rey y a la fe católica.
Titu Cusi Yupanqui sabe que alcanzar una mirada igualitaria, que soslaye en el
texto el dominio político español, es una meta casi inútil del discurso, porque a fin de
cuentas le pide mercedes a Felipe II. Para contrabalancear esta falla inherente, arma su
pluma de legalidad castellana y arguye los conceptos del mayorazgo y del señorío natural
de tierras con los que porfía en reclamar sus derechos sobre el antiguo Tawantinsuyu.
También aguijona la conciencia del rey al aludir al tratamiento canalla y homicida que
sus súbditos le dirigieron al monarca legítimo de otros territorios: «mi padre… reinaba
y gobernaba el Pirú y toda su tierra… en el tiempo que los españoles le desbarataron
y mataron» (132r). De hecho, en el transcurso de la Relascion el asunto del ultraje
del soberano inca se robustece y sobresale como uno de los temas nodales del texto.
343
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Ilustración 1. Titu Cusi Yupanqui, Relascion de como los españoles entraron al Piru y el
subceso que tubo Mango Ynga en el tienpo que entre ellos bivio [1570], fol. 143v. Manuscrito
L-I-5. Real Biblioteca del Monasterio San Lorenzo de El Escorial, Madrid, España.
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Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
2. E R
La obra se puede dividir en cuatro partes. La primera se titula «Instrucción del inga
don Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui para el muy ilustre señor el licenciado
Lope García de Castro, gobernador que fue de estos reinos del Pirú, tocante a los
negocios que con su majestad en su nombre por su poder ha de tratar, la cual es
esta que se sigue» (131r). En este segmento el autor —quien toma el nombre del
gobernador en su bautismo— le pide al licenciado Lope García de Castro, en viaje
de retorno a Castilla, como se señaló antes, que represente sus intereses ante el rey
Felipe II de España.
La segunda parte se titula «Relación de cómo los españoles entraron al Pirú y el
suceso que tuvo Mango Inga en el tiempo que entre ellos vivió, ques esta que se sigue»
(132v). Por ser la sección más extensa y fundamental del relato, algunos editores han
preferido su rúbrica o una paráfrasis de esta como título del texto en su totalidad.
Aquí se relata la entrada de los conquistadores al Tawantinsuyu y el encuentro de
incas y castellanos en Cajamarca. La sección substancial de esta segunda parte es
la historia de las relaciones de amistad y aversión de Manco Inca con los Pizarro y la
guerra del inca contra los europeos para expulsarlos del Perú. El tema del maltrato
al emperador incaico es una de las cuestiones nucleares de esta parte y, como ya se
indicó, del documento.
La tercera parte, «Aquí comienza la manera y modo por la vía que yo, don Diego
de Castro Titu Cusi Yupangui, vine a tener paz con los españoles, de la cual paz, por
la bondad de Dios a quien nosotros antiguamente llamábamos Viracochan, vine a
ser cristiano, la cual es esta que se sigue» (185v) narra las negociaciones de Titu Cusi
Yupanqui con las autoridades españolas. Da cuenta breve de las conversaciones con el
virrey Andrés Hurtado de Mendoza, en la época del monarca Carlos I de España o V
del Imperio romano-germánico, a través de dos enviados: el dominico fray Melchor
de los Reyes y Juan Sierra. Al respecto y, de nuevo contradiciendo la mayoría de las
fuentes que atribuyen la decisión de partir de Vilcabamba a Sayre Túpac —como inca
legítimo entonces— y a sus capitanes, Titu Cusi Yupanqui asegura que, en su rol de
señor, él autorizó la salida de su hermano. Sayre Túpac, como en una misión política,
ensayaría la convivencia con los españoles y, sobre la base de esta experiencia, Titu
Cusi Yupanqui consideraría luego la integración propia al reino castellano del Perú3.
3
Andrés Hurtado de Mendoza, tercer virrey de Perú (1555-1561), negoció durante su gobierno la
salida de Sayre Túpac, entonces presunto inca de Vilcabamba. Las autoridades españolas le concedieron
la encomienda de Yucay. El Inca finalmente accedió y en enero de 1558 viajó con su séquito hasta Lima
para entrevistarse con el virrey. Una vez bautizado, a Sayre Túpac se le consintió, con dispensación
papal, la boda eclesiástica con su hermana Cusi Huarcay.
345
Literaturas orales y primeros textos coloniales
En líneas generales, la tercera parte apunta los acercamientos de Titu Cusi
Yupanqui con funcionarios del virrey Diego López de Zúñiga y Velasco, conde
de Nieva (1561-1564), como sus comunicaciones con García de Melo, el tesorero de
Cusco. Se refiere a una disputa acre con Gregorio González de Cuenca, corregidor
de Cusco de 1561-1562. Alude a las paces de Acobamba con García de Castro;
al acuerdo de casar a su hijo Felipe Quispe Tito con Beatriz Coya, hija de Sayre Túpac
y heredera de la encomienda de su padre en Yucay, y a la aceptación de religiosos
evangelizadores y de Diego Rodríguez de Figueroa como corregidor de Vilcabamba.
Altivo y apuntando a su dignidad noble, informa que no aceptó el bautismo sino del
sacerdote «más principal de todos los que en el Cusco había», proveniente además
de la Orden de San Agustín. Comenta que, según averiguó y se le informó, dicho
instituto religioso era el «de más tomo y de más autoridad y que más florecía en toda
la tierra». También, siempre con la coletilla que pica y escuece, confirma «la renun-
ciación que yo a vuestra señoría hice en nombre de su majestad, de todos mis reinos y
señoríos, ni más ni menos, que mi padre los poseía» (186r-191r; el énfasis es mío).
Finalmente, el cuarto segmento consiste de un «Poder para el señor gobernador,
el licenciado Lope García de Castro» (194r) a fin de que represente en la corte cas-
tellana los intereses de don Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui. Este documento
comprende una jurisdicción tan amplia, que lleva a Alessandra Luiselli a considerarlo
como «un verdadero escándalo legal ya que incluso contiene una cláusula donde se
indica que Castro tenía el poder de hacer todo aquello que quisiera ‘aunque aquí no
vaya declarado ni expresado’» (2001, pp. 20-21).
3. E
Uno de los aspectos desconcertantes de la Relascion es el tema de su autoría. El acto de
creación del documento es muy complejo. En su articulación intervienen, explícita-
mente, Titu Cusi Yupanqui, el agustino Marcos García y el escribano Martín de Pando
(193r). El texto no ofrece suficientes datos para concretar en qué consistió la tarea de
cada participante. Pero hay varias pistas extratextuales que ayudan a aclarar este asunto.
En primer lugar, las evidencias indican que Titu Cusi Yupanqui sabía poco cas-
tellano; por lo tanto, al texto lo precedió una traducción. En esta tarea, algunos
estudiosos de la Relascion le han otorgado un gran crédito al agustino Marcos García.
Martín de Pando ha quedado reducido casi al nivel de alguien que solo toma el
dictado. En mi opinión, esta presunción debe revisarse.
De Martín de Pando se sabe poco (Regalado de Hurtado, 1992, p. XXXIII).
El oidor Juan de Matienzo escribe que Titu Cusi Yupanqui, «hombre de treinta
e tres años, muy bien tratado y entendido, un poco mayor que los otros indios»,
346
Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
4
La causa de la muerte de Titu Cusi Yupanqui fue indeterminada. Angelina Llacsa Chuqui, una de sus
esposas, declaró en testimonio jurado que el líder enfermó y falleció de repente: «hinchándosele la len-
gua y la boca y echando sangre cuajada por ella; y se tuvo entendido entre los dichos indios por sospecha
que le habían dado solimán» (Bauer, Halac-Higashimori & Cantarutti 2014, p. 34). Angelina Polan
Quilaco, otra de las esposas del difunto, culpó a Martín de Pando y a fray Diego de Ortiz, «acerrimo
destruidor de idolatrias» (Calancha, 1638, p. 789), de haber envenenado a Titu Cusi Yupanqui. Como
reacción, los capitanes del inca mataron a Pando y torturaron y ejecutaron a Ortiz (Calancha, 1638,
pp. 783-851; Bauer, Halac-Higashimori & Cantarutti, 2014, pp. 32-35).
347
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Así, en 1570, dada su participación como traductor en las reuniones entre Titu Cusi
Yupanqui y las autoridades hispanas y con fundamento en las cartas y otros docu-
mentos que había redactado por años en nombre del inca, el mestizo, intérprete y
amanuense Martín de Pando poseía la experiencia además de la empatía y el conoci-
miento cultural para traducir la Relascion e intervenir activamente en su composición.
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352
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5
La otra mujer era una hermana y esposa de Atahualpa, llamada Asarpay, protagonista trágica de una
historia de lujuria, codicia, envidia y crueldad. Después de agarrotado Atahualpa, el contador Antonio
Navarro le pidió a Pizarro esta mujer, pensando en las riquezas que podría obtener a través de ella.
Cuando Asarpay supo que Pizarro la entregaría a Navarro, se escapó de ambos. Más tarde, Navarro logró
apresarla y se la llevó a Francisco Pizarro a Lima. En esta circunstancia, la ciudad estaba cercada por las
fuerzas indígenas de Manco Inca. Ynés, concubina de Pizarro, «teniendo envidia desta señora que era
más principal que ella», culpó a Asarpay del asedio de Lima. Pizarro «sin más consideración mandóle
dar garrote y matalla, pudiendo embarcalla en un navío y echalla de la tierra» (Pizarro, 1986, p. 201).
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
y mujeres de naidie? No se usa tal entre nosotros» (145r; el énfasis es mío). El proceso
de degradación se pone en marcha y en otro pasaje declara que gente tan cruel, ambi-
ciosa y perniciosa no puede provenir del Viracocha. Su calidad humana es muy baja,
asegura; estas personas no podrían ser, ni siquiera, sirvientes del Creador. De esta
manera, Manco Inca desenmascara a los castellanos y pasa a identificarlos, reiterativa-
mente, con el supay, la entidad demoníaca andina en la Relascion: «y bien digo yo que
vosotros no sois hijos del Viracochan sino del supay, que es nombre del demonio en
nuestra lengua» (145r).
Esta satanización, que revierte la realizada por los europeos de designar los ritos
religiosos de los aborígenes como adoración demoníaca, remeda las estrategias las-
casianas de defensa indígena. También el inca protesta contra los agravios. Exige
que se contemple su identidad de autoridad máxima, su ascendencia real y su poder
pasado y presente: «si como arriba dicho tengo vosotros fuérades, no digo yo hijos
verdaderos, sino criados del Viracochan, lo uno no me tratáredes de la manera que
me tratáis, mas antes mirades a quien yo soy y cuyo hijo y el poderío que he tenido y
tengo, el cual por vuestro respeto he dejado» (153v-154r). No obstante, el oxímoron
relativo al poder político («he tenido y tengo» / «he dejado») revela la conciencia de
su situación como figura anulada y controlada por los Pizarro.
Por sus peticiones y su situación marginal, Titu Cusi Yupanqui se halla en
Vilcabamba con un poder muy limitado y periférico; pero en su relato no se muestra
subyugado. Reclama, transmite el dolor andino y ensalza a Manco Inca al contar
que, cuando su padre, luego de quedar vencido en sus asedios de Lima y Cusco, se
despidió de su pueblo para retirarse a otras tierras, «fueron tales y tan grandes los ala-
ridos que todos comenzaron a dar, que parecía que se horadaban los cerros» (176r).
La categoría divina de los apus o de los espíritus sagrados de las elevaciones andinas
deposita connotaciones religiosas en este símil. La pérdida del inca significa para su
gente el inicio de la desintegración misma de sus dioses, pues unos viracochas falsos
invadieron su espacio, asumieron su identidad y ofuscaron y abatieron al señor que
promovía su culto.
5. L R
La crítica ha reconocido la teatralidad implícita en la narración de Titu Cusi Yupan-
qui. Para Luis Millones, la «estructura dramática» es «la característica formal más
importante de la crónica» (1985, p. 9). Esta consiste en que, al desarrollarse, el texto
incorpora una serie de discursos de Manco Inca, de algunos de sus generales, de los
hermanos Pizarro y, en menor medida, de otros personajes. Tales discursos, citados
en la obra como alocuciones fieles de las figuras históricas representadas, toman visos
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Hablante 2 (personajes)
Hablante 1 (narrador)
Discurso directo
Segunda prisión de Mango Inga por Gonzalo «Señor Mango Inga: El otro día quedastes con
Pizarro mi hermano Hernando Pizarro de no urdir ni
tratar más negocios; y paréceme que no habéis
guardado lo que prometistes, que informados
estamos como tenéis concertado de dar sobre
nosotros esta noche; e para eso tenéis junta tanta
gente. Por tanto, ¡sea preso por el rey! Y no pen-
séis que ha de ser agora como el otro día, que
dejistes que no teníades en nada todas nuestras
prisiones. Agora lo experimentaréis si se quie-
bran o no».
Y luego, de manos a boca, mandó traer Gonzalo «¿Así qué andáis aquí conmigo cada triquete
Pizarro unos grillos y una cadena con que ahe- haciéndome befas? ¿Vosotros no sabéis que yo
rrojasen a su sabor a mi padre; los cuales grillos y soy hijo del Sol e hijo del Viracochan, como
cadena mandó que luego se le echasen. Y mi padre, vosotros os jactáis? ¿Soy quien quiera ó algún
viendo que con tanto vitoperio, le querían parar de indio de baja suerte? ¿Queréis escandalizar toda
aquella suerte, quísose defender diciendo: la tierra y que os hagan pedazos a todos? No me
Respuesta de Mango Inga maltratéis, que no os he hecho por qué. ¿Pensáis
que se me da nada por vuestras prisiones? No las
tengo en lo que huello».
Gonzalo Pizarro y sus alféreces, como vieron a mi «No os defendáis Mango Inga. Mira que os ata-
padre con tanta furia, remetieron todos contra él remos pies y manos de arte que no sea bastante
para le echar la cadena al pescuezo, diciendo: cuantos hay en el mundo a desataros. Porque si
os prendimos, es en nombre y voz del empera-
dor y no de nuestra autoridad. ¡Y que lo fuera!
Nos habéis de dar agora mucho más oro y plata
que el otro día. Y más, me habéis de dar a la
señora coya Cura Ocllo, vuestra hermana, para
mi mujer».
Y luego, incontinente todos de mancomún como «¿Por ventura soy yo perro o carnero o algún
allí estaban, le echaron la cadena al pescuezo e los oyva vuestro que porque no me huya me atáis
grillos a los pies. desta manera? ¿Soy ladrón o he hecho alguna
Parlamento de Mango Inga, traición al Viracochan o a vuestro rey? Si que
segunda vez estando en la prisión no, pues si no soy perro ni ninguna cosa que las
que dicho tengo, ¿qué es la causa porque de tal
Mi padre, como se vio así atado y preso de aque- manera me tratáis?» …
lla manera, con tanta ignominia y deshonrra, dijo
con mucha lástima estas palabras:
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Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
Indica que esta propiedad «facilita que en dicha lengua semejantes apariciones de
personajes en su propia voz resulte un recurso obligado de la sintaxis narrativa»
(1996, pp. 88-89).
El discurso directo forma la columna vertebral de la segunda parte de la obra de
Titu Cusi Yupanqui no solo porque en este apartado hay más ejemplos del mismo
que de otras formas de presentación del discurso, sino porque las citas directas son
más extensas, detalladas y emotivas en comparación al resto de los modos no directos
de enunciación (Beck, 2012, p. 26). Los estudiosos de la presentación del discurso,
orientados hacia la lingüística, han logrado el consenso de que la característica básica
del discurso directo es la vivacidad (p. 23). En efecto, al incorporar las voces de los
personajes, la historia se anima y dinamiza. En ese universo mimético, el discurso
directo dota los pasajes «de mayor efectividad y mayor carga emotiva» (Calsamiglia
Blancafort & Tusón Valls, 2008, p. 141).
La consecuencia más importante de la estrategia discursiva de reproducir las pala-
bras de los personajes en estilo directo es que condiciona «la distancia y la perspectiva
gravitantes en la narración» (Tacca, 1986, p. 20). Este procedimiento textual corres-
ponde entonces al interés del narrador tanto de modificar o eliminar la distancia
entre el personaje y el lector como de presentar la perspectiva de sus personajes desde
la ilusión de sus propias voces. En la Relascion, a medida que la narración progresa, el
punto de vista de Titu Cusi Yupanqui, el narrador explícito, se va debilitando, mien-
tras los parlamentos de su padre y de los otros personajes, con sus respectivos ángulos
de enfoque, se van apoderando con fuerza del discurso. En las voces de los indígenas
se exponen las ofensas, arbitrariedades, crueldades contra Manco Inca; en las de los
Pizarro reluce su codicia insaciable y, en menor medida, otros vicios, como la envidia
y la lujuria, evidentes al exigir la entrega de la coya o consorte del inca. Las voces
articulan además el alto nivel de frialdad, apatía, distanciamiento y ausencia de escrú-
pulos de los hermanos extremeños ante el trato infame hacia el emperador incaico.
Los parlamentos de los españoles son en total diecinueve. De ellos, hay cuatro
discursos de Francisco Pizarro, uno de Hernando Pizarro, seis de Gonzalo Pizarro,
uno de Gonzalo y sus alféreces, uno de Gonzalo y Juan Pizarro, uno de un español
criado de Manco Inca, dos de Juan, dos de Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro en
conjunto y uno de los siete españoles que asesinan a Manco. En cuanto a los perso-
najes indígenas, las intervenciones de Atahualpa son siete, pero, en general, son muy
breves. Hay tres enunciaciones de los yungas, una de los capitanes de Atahualpa,
cuatro de incas en conjunto, una de Vila Oma, el sumo sacerdote incaico, una de
Vila Oma y el capitán Ticoc, dos de indígenas anónimos, cuatro de capitanes incas
en grupo y una de la coya Cura Ocllo, la única voz femenina del texto.
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6. C
El recelo de Titu Cusi Yupanqui hacia las negociaciones con los españoles en el
momento de la escritura se elucida, de forma implícita, a través del «Parlamento que
Mango Inga hizo a su hijo al punto de la muerte». Domina en este la orden de man-
tener una actitud desconfiada ante los invasores, en razón de sus mentiras, su traición,
violencia y avaricia ilimitada: «te mando que perpetuamente nunca tengas ley perfecta
con semejante gente que esta, porque no te acontezca a ti otro tanto como a mí.
No consienta[s] que entren en tu tierra, aunque más te conviden con palabras, porque
sus palabras melosas me engañaron a mí y ansí harán a ti si los crees» (185r; mi énfasis).
El escepticismo y la aprensión se aclaran además con la experiencia traumática de
Titu Cusi Yupanqui de haber presenciado el ataque final contra su padre. Narra que
siete españoles, refugiados en Vilcabamba por algunos años, atacaron al inca con armas
cortantes durante un juego. Titu Cusi, aún niño, corrió hacia su padre para auxiliarlo.
Víctima también de agresión, recibió una herida de lanza en una pierna y se vio forzado
a huir. Su padre resultó herido de muerte. El ambiente descrito de camaradería, con-
tento, juego, inocencia e ingenuidad refleja, magistralmente, el estado mental de un niño
confiado que, involucrado en una atmósfera lúdica y sin sospechar perjuicio alguno,
presencia el horror de la muerte sorpresiva de su padre y él mismo sufre un ataque a trai-
ción. Este episodio de violencia e impotencia determina sus acciones futuras. Contrario
a Manco Inca, Titu Cusi Yupanqui no bajará la guardia ni renovará la confianza perdida.
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Ilustración 3. Martín de Murúa, «Diego Méndez / Mango Ynga, Tupa Cozco ayllu»,
Historia del origen, y genealogía real de los reyes ingas del Piru. De sus hechos,
costumbres, trajes, y manera de gobierno [1590], fol. 47v. Edición facsímil del
manuscrito Galvin (Madrid: Testimonio, 2004). (Foto cortesía de Juan Ossio).
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B
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Un alarido que horada los cerros: la Relascion [1570] de Titu Cusi Yupanqui / Beatriz Carolina Peña
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366
L
L
Bruce Mannheim
Universidad de Michigan
1
Hasta esta identificación es insegura para la época colonial, ya que Domingo de Santo Tomás (1560,
18v.) también traduce taki por baile, bailar (v. Curatola, 1990, p. 124).
367
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Urqumpi pukuypukuycha
Q’asampi pukuypukuycha
Urallata yupay, kuskalla ripusun
Urallata yupay, kuskalla pasasun
Avecita de los cerros
Avecita de las abras
Cuenta (ten presente) la hora, cuando regresemos juntos
Cuenta (ten presente) la hora, cuando salgamos juntos2
que tiene dos dísticos semánticos, el primero formado por la alternancia de las raíces
léxicas urqu «cerro» y q’asa «abra», y la segunda por ripuy «regresar a su sitio» y pasay
(préstamo del castellano, más o menos con el sentido de «irse»). Dísticos semánticos
semejantes se encuentran a lo largo de la poesía quechua desde los primeros versos
escritos en la colonia temprana hasta los huaynos quechuas de los últimos años, gra-
bados electrónicamente. La diferencia principal en la semántica de la lírica europea
y la lírica quechua popular es la siguiente: la primera es normalmente específica, diri-
gida a una persona o un objeto determinado, y trata acontecimientos particulares; la
segunda es genérica, sin destinatario particular y referida a temas genéricos en vez de
a acontecimientos concretos3. La distinción entre «genérico» y «específico» es sutil,
pero importante para entender la semántica de la lirica quechua. Una frase como
«los pájaros están volando» significa que unos pájaros particulares están volando.
En cambio, «el pájaro vuela» quiere decir que volar es una característica general de los
pájaros, o sea que es genérico. Por lo general, la lirica quechua tiende a ser genérica,
y la europea, específica (v. Mannheim & Gelman, 2013).
El tercer problema, esta vez de orden empírico, está relacionado con las muestras
conservadas de esta poesía. La lírica colonial permaneció contenida en pocos ámbi-
tos, casi siempre sin conservar un contexto específico. Sin embargo, las muestras
tempranas más ricas se encuentran en la crónica de Felipe Guaman Poma de Ayala
2
Esta traducción y las que aparecen más adelante son del autor.
3
Para una explicación de la semántica de las oraciones genéricas, v. Parada (2000) y Leslie (2008).
368
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
(v. Husson, 1985) y en unos cuantos trabajos con fines evangélicos (Lara, 1947,
pp. 11-118; Durston, 2007). La lírica secular quechua al estilo europeo aparece
poco antes de la época de la independencia y es atribuida a una élite de autores
quechuahablantes, como por ejemplo Wallparrimachi (v. Lara, 1947, pp. 136-151).
A continuación, ofrecemos algunos ejemplos de la lírica quechua colonial.
ayaw haylli
yaw haylli
uchuyuqchu chakrayki?
uchuytumpalla samusaq
tikayuqchu chakrayki?
tikaytumpalla samusaq.
(¿Es de ajíes vuestra chacra?
En la manera de ajíes, vendré.
¿Es de flores vuestra chacra?
En la manera de flores vendré).
369
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Murqutullay, murqutu,
Llulluchallay, llullucha.
(Mi murqutu [diminutivo], murqutu,
Mi llullucha [diminutivo], llullucha).
Murqutu es un alga que crece en los ríos y en los riachuelos; llullucha —nostoc
vesiculosus— (Herrera, 1935, p. 52; Franquemont y otros, 1992, p. 24) es un alga
que crece en las lagunas. Tanto el murqutu como la llullucha conllevan las connota-
ciones de ternura. Prosigamos con algunos fragmentos y con nuestras observaciones
analíticas:
Este dístico está formado por tres pares léxicos, unu «agua» —como sustancia—
~ yaku «agua» —de riego— (v. Mannheim, 2015ª, p. 222), wiqi «lágrima» ~ para
«lluvia»; apay «llevar» ~ pusay «guiar». Se nota también el uso del sufijo de la primera
persona –y y del sufijo delimitativo –lla, que quizás suavizan las oraciones o quizás
reflejan una convención del género.
370
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
Manañachi yuyariwankichu
kay sankaypi
puma–atuq mikuwaptin
kay piñaspi
(Quizás ya no me recuerdas
En mi encarcelación,
Mientras que el puma y el zorro me comen
En mi cautiverio)
wichi kasqa
kikasqa
tiyapti
palla.
(Separado,
Fuera del alcance,
Quedándome
palla)
El enfoque del poema cambia del destinatario inscrito (la puka llama) al princi-
pal, hasta regresar de forma abrupta al destinatario inscrito, por medio de la raíz sin
sufijos, palla (escogida), precisamente la raíz léxica que faltaba al comienzo del texto.
La raíz palla a la vez cierra el poema, respondiendo así a la expectativa frustrada del
oyente al principio del texto y señalando la separación definitiva entre el rol principal
y el destinatario inscrito.
371
Literaturas orales y primeros textos coloniales
3. L
En la evangelización del Perú de los siglos XVI y XVII, la lírica se convirtió en un
instrumento de enseñanza religiosa junto con el arte visual. Al lado de sermonarios y
catecismos —que tuvieron su propia retórica—, se compusieron himnos religiosos,
varios de los cuales actualmente siguen en uso, sobre todo durante las procesiones.
Hoy en día es típico cantar los himnos quechuas a Jesucristo en el primer día de una
fiesta religiosa, y a la Virgen María en el segundo día (Pilco, 2010). Entre los poe-
tas religiosos más destacados se encuentra Luis Jerónimo de Oré, franciscano, que
compuso poemas narrativos extensos en el quechua pastoral, una variedad sureña
de ese idioma que fue adoptada para el uso litúrgico a fines del siglo XVI y durante
la primera mitad del siglo XVII (v. Durston, 2007). Fray Luis Jerónimo fue recono-
cido en su época como un gran estilista de la lengua quechua, con un conocimiento
que se basa en haber pasado su niñez en Huamanga, su tierra natal, y una estadía
larga en Coporaque, Collaguas, en el valle del Colca, donde compuso su aclamado
Símbolo católico indiano [1598] (Durston, 2007, pp. 147-154). El Símbolo consta
mayormente de siete poemas narrativos quechuas extensos que cuentan «la historia
sagrada, desde la creación del mundo hasta la fundación de la Iglesia» (Durston,
2007, p. 147), pero también tiene pláticas e himnos de carácter diferente, como la
«Lira a Nuestra Señora del Rosario» (Oré, 1598, p. 179):
Angelkunap muchasqan,
Zapay quyanmi, ñukñu virge kanki,
Runakunap waqyasqan,
Wayllusqantaqmi kanki,
Wakchaman suqu, wakcha kuyaq kanki
Por los Ángeles adorada,
Mi única Reina, eres la Virgen néctar,
Por la gente aclamada,
Eres también la adorada,
Por el pobre la querida
372
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
«sáficas», una forma de versificación usada también por Luis Jerónimo de Oré4. Pérez
de Bocanegra sigue una política lingüística semejante a la de Oré. Ambos recono-
cen las prácticas religiosas indígenas al oponerlas con prácticas cristianas y también
incorporan figuras e imágenes indígenas a la forma poética de sus composiciones,
y aun a sus textos no poéticos. Como resultado ocurre una integración sincrética
de imágenes andinas y europeas, pero no en el sentido en que las formas europeas
«disfrazan» las prácticas autóctonas; ahora las prácticas religiosas recomendadas por
Pérez Bocanegra se prestan a ser interpretadas simultáneamente, y desde distintas
perspectivas culturales y religiosas.
Atribuido a Pérez de Bocanegra, el himno Hanaq pachap kusikuynin, cuya melo-
día se basa en una canción folclórica española, ¿Con que la lavaré?, mantiene una
ambigüedad de patrón entre la estrofa sáfica y el paralelismo binario tradicional del
quechua. Asimismo, las imágenes del himno se prestan a interpretaciones múltiples.
Por un lado, se usan las imágenes clásicas europeas para la Virgen: «Ciudad de Dios,
la que lleva a la humanidad en los brazos, apoyo de los débiles». Hasta las imágenes
celestiales —de las cuales el himno está saturado— tienen sus raíces en imágenes
e iconografía poética europeas. La asociación de María con la luna aparece en un
cuadro de Diego Velázquez; la distancia entre Maria maris stella «María estrella del
mar» y Chipchykachaq qatachillay «Que brilla Pléyades», es corta. Pero la configura-
ción específica de imágenes y epítetos en el himno tiene una clara extrañeza dentro
de la tradición europea, evocando la fecundidad de la Virgen María, celebrándola
como fuente de la fertilidad agrícola y como tejedora de brocados, e identificándola
sistemáticamente con los objetos celestiales de devoción femenina en los Andes del
precontacto hispano-indígena: la luna, las Pléyades y la constelación de nube oscura
de la llama y su cría (ver la estructura de los epítetos y de las imágenes en la Figura
1). La ambigüedad que se encuentra a nivel de la estructura poética está replicada
en las imágenes del himno. Hanaq pachap kusikuynin es a la vez un himno a María
y un himno a las Pléyades y otros objetos celestiales de adoración por parte de los
indígenas de los Andes. Aquí tampoco hay una sola interpretación del himno, pues
mientras que un cura católico podría verlo como un vehículo aceptable de devoción
mariana, un campesino quechua podría encontrar una continuación cómoda de sus
antiguas prácticas religiosas, sin que una u otra interpretación domine.
4
La identificación de la forma de versificación como «sáfica» viene del mismo Pérez de Bocanegra.
No corresponde a la estrofa sáfica clásica que era endecasílaba. Parece ser que en ambos casos, el de Pérez
de Bocanegra y el de Luis Jerónimo de Oré, la palabra «sáfica» se usaba para referirse a la última línea de
cada estrofa, que era más breve por tener la mitad de las sílabas que los otros versos en la estrofa.
373
Literaturas orales y primeros textos coloniales
5
También v. Durston (2007, pp. 262-270) para una discusión excelente de los motivos y la estructura
de los epítetos.
374
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
Las primeras seis estrofas del himno (tomadas de Mannheim, 1999), son como sigue6:
6
Los números se refieren a las estrofas 1., 2., etc. y las líneas .25, .30 etc.
375
Literaturas orales y primeros textos coloniales
376
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
En el himno se destaca el rol de los epítetos para conmover al oyente —que
se desplaza de un atributo de la Virgen a otro—, haciendo que se enfoque en sus
propiedades como figura religiosa a la vez que establece una relación de distancia y
anhelo como objeto lírico. Los atributos de la Virgen María no se basan en una narra-
tiva referencial sino que se relacionan con el rol del destinatario inscrito.
Además de los himnos como los publicados por Oré y Pérez de Bocanegra, existe
una tradición escrita de rezos u oraciones pseudo incaicos incluidos en la crónica
temprana del cura Cristóbal de Molina «el Cuzqueño» [1574] (v. Rowe, 1953), Fray
Luis Jerónimo de Oré (1598, pp. 40-41, en traducción al castellano) y la apologé-
tica cristiana de Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui (principios del siglo XVII).
El consenso actual es que circulaban en forma escrita dentro de contextos religiosos
y que, lejos de representar una tradición de la época del precontacto, probablemente
sean de origen católico (Itier, 1993; Durston, 2007, pp. 149-151).
377
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Por la selección del léxico, no puedo evitar la sospecha de que si bien el poema se
escribió en quechua, fue pensado en español.
5. C
Hablar de una tradición lírica en la literatura quechua es algo complicado, ya que el
idioma en sí tiene registros múltiples con historias distintas, y por ello la literatura
quechua está compuesta de hilos múltiples, hilos que a veces conversan entre sí y
a veces no. La tradición lírica del precontacto, tal como está reflejada en los textos
reportados y quizás compuestos por Guaman Poma, tiene mucho más en común
con el cancionero popular moderno y con los cantos rituales modernos que con la
antigua lírica religiosa de Oré y de Pérez Bocanegra. En términos literarios, tanto los
poemas de Wallparrimachi de fines de la colonia como las colecciones publicadas por
poetas criollos y mestizos quechuahablantes hoy día, tienen mucho más en común
con corrientes poéticas presentes en la poesía escrita en español que con las primeras
dos tradiciones. Nos toca hablar entonces no tanto de «la lírica quechua colonial»
sino más bien de «las tradiciones líricas coloniales».
378
Lírica quechua colonial / Bruce Mannheim
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380
E H,
Gerald Taylor
Centro Nacional de Investigaciones Científicas, París
Instituto Francés de Estudios Andinos, Lima
1
Todas las citas del MQH que aparecen en este artículo son sacadas de nuestra edición del 2011
(ver abajo) con las modificaciones que imponen las normas establecidas.
2
En el conjunto de este artículo, utilizaremos la grafía más frecuente del documento original. Así no
hablaremos de /llaqtakuna/ sino de llactacuna.
381
Literaturas orales y primeros textos coloniales
382
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
383
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384
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
Ilustración 2. Portada del Tratado y relación de los errores, falsos dioses, y otras
supersticiones (1608), atribuido a Francisco de Ávila. Biblioteca Digital Hispánica,
Biblioteca Nacional de España.
385
Literaturas orales y primeros textos coloniales
386
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
387
Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Annotations and introductory essay by Frank Salomon. Transcription by
George L. Urioste. A testament of ancient and colonial Andean religion.
Austin: University of Texas Press.
388
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
Los motivos del autor del manuscrito para elaborar su texto están muy claramente
expuestos en la breve introducción que precede al capítulo primero3:
Si, en los tiempos antiguos, los antepasados de los hombres llamados indios hubie-
ran conocido la escritura, no se habrían ido perdiendo todas sus tradiciones como
ha ocurrido hasta ahora. Más bien se habrían conservado, como se conservan
las [tradiciones] y [el recuerdo de] la antigua valentía de los huiracochas que,
[gracias a sus crónicas,] aún hoy son visibles. Pero como es así, y hasta ahora no se
las ha puesto por escrito, voy a relatar aquí las tradiciones de los antiguos hombres
de Huarochirí, todos protegidos por el mismo padre, [Pariacaca,] la fe que obser-
van y las costumbres que siguen hasta nuestros días. Además, en cada comunidad
se transcribirán las tradiciones conservadas desde sus orígenes.
Ilustración 4. Una calle del actual poblado de Huarochirí (Foto cortesía de Celia Rubina)
3
Todas las citas del manuscrito corresponden a nuestra traducción, a veces modificada para confor-
mar a las normas del artículo, publicada en la serie BAB del IFEA bajo el título de Ritos y tradiciones
de Huarochirí (2011).
389
Literaturas orales y primeros textos coloniales
390
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
391
Literaturas orales y primeros textos coloniales
He aquí lo que pensamos: los ingas creían que los límites [de la tierra] se encon-
traban en Titicaca y en las tierras de los pachacámac, que se sitúan en las cercanías del
mar de abajo. Más allá no había otras tierras, ya no había más nada (MQH, cap. 22).
Otros topónimos mencionados en el texto corresponden a conceptos espacia-
les poco precisos. Se menciona Cuzco asociado a un personaje histórico, el «inga»
Huayna Cápac, ya entrado en el dominio de la leyenda y asociado al héroe cultural
local, Cuniraya. Titicaca se encontraría en el Cuzco. La asociación de Cuniraya con
el héroe cultural sureño, Huiracocha, crea cierta confusión ya que, según una tradi-
ción posiblemente difundida por los españoles, este último se habría dirigido hacia
Castilla, lo que explicaría, tal vez, en la opinión popular la atribución del nombre
huiracocha a los españoles. Otro topónimo asociado con un evento histórico especí-
fico y el fin de una época es Caxamarca (= Cajamarca).
392
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
393
Literaturas orales y primeros textos coloniales
de una obra literaria que sigue el modelo de los escritos castellanos de la época implica
su pertenencia a la élite indígena, estrechos colaboradores de la administración ecle-
siástica. El empleo del sufijo modal -mi en la descripción de los ritos antiguos indica
un conocimiento directo de la religión antigua y una participación activa en el culto
de los diversos huacas. No hay motivo para dudar de su conversión sincera al cristia-
nismo; sin embargo, al describir los mitos asociados con los huacas —protectores de
las comunidades— o las leyendas que se refieren a los héroes-antepasados, no pone en
duda la veracidad de las proezas de dichos seres antiguamente venerados. La suya es
una versión «mito-histórica» de la misma manera en que un Tito Livio relata la funda-
ción de Roma. Lo que sugiere es que los huacas de los cristianos han triunfado sobre
los protectores antiguos y que el culto que seguían practicando los fieles a los dioses
vencidos era idolátrico. Los huacas se habían convertido en demonios, ya que no eran
más eficaces, pero no hay ninguna evidencia que sugiera que sus atributos de protec-
tores en tiempos precristianos no eran auténticos. Se puede deducir por sus referencias
de primera mano a los cultos que organizaban la vida de las comunidades en tiempos
paganos que el autor tenía cierta edad al momento de la redacción del manuscrito.
El investigador Alan Durston atribuye la autoría del manuscrito a don Cristóbal
Choquecaxa, protagonista de los capítulos 20 y 21 del manuscrito. Sin embargo,
como expusimos en la conferencia de 2013 ya citada, tenemos varios argumentos
para rechazar la tesis de Durston. En efecto, a pesar de ser el autor del manuscrito
anónimo, el documento mismo proporciona un sinnúmero de detalles que permi-
ten tener una idea general de su personalidad. Y esta personalidad no nos parece
corresponder a la de Cristóbal Choquecaxa. Pensamos que es inverosímil que en un
texto «autobiográfico» el escribiente pueda utililizar un sufijo ‘citativo’ («se dice que»,
«se cuenta que») para referirse a hechos realizados por él mismo, sobre todo cuando
sabe que este texto será leído por el padre de Ávila que conoce bien al protagonista.
Es más, la finalidad del manuscrito, enunciada en la breve Introducción, es recuperar
la tradición ‘histórica’ de los ‘indios’ y relatar los triunfos de sus dioses-protectores
y héroes-antepasados, Pariacaca y Tutayquire, mientras que Cristóbal Choquecaxa
dedica su vida a la lucha contra los huacas y los cultos prehispánicos.
394
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
trabajo como informante. Pero es poco verosímil que el manuscrito que nosotros
conocemos haya sido la primera versión escrita de su texto. Sugerimos que, a partir
de un conjunto de apuntes realizados durante las campañas de exterminación de las
idolatrías, el autor del manuscrito habría participado, junto con otros colaboradores
del cura, en la elaboración del texto de Ávila. Cuando este fue llamado a desempeñar
un papel predominante en la lucha contra la práctica de los ritos indígenas, abandonó
su tarea literaria y le habría pedido a uno de sus más estrechos colaboradores que
terminase el trabajo. El autor, conforme a lo que propone en su breve introducción,
aprovecha la ocasión para rescatar —según el modelo de los cronistas españoles—
gracias a la escritura el pasado glorioso de sus propios antepasados. Al mismo tiempo
resuelve algunos de los problemas evocados por Ávila, corrigiendo el orden de los
capítulos 3 y 4, es decir, la relación de los dos eventos míticos del diluvio y del eclipse.
Casi todos los capítulos tienen un título en quechua que resume el contenido del tema
que tratarán. Solo los textos que corresponden a los capítulos 1 y 6 y los dos suple-
mentos no llevan títulos y los capítulos 17, 18, 19 y 22 llevan únicamente la mención
de Capítulo con la cifra correspondiente. Lo que provoca admiración es la lógica del
desarrollo del texto: primero el pasado mítico del conjunto de las comunidades de las
tres cuencas, seguido por las tradiciones de cada uno de los diversos grupos y, final-
mente, la perpetuación de sus ritos hasta el momento de la llegada del cristianismo.
Es probable que hubiera mostrado a Ávila las diversas etapas de su trabajo mientras
lo redactaba y que este hecho provocara las intervenciones frecuentes del cura, que
pedía aclaraciones de términos e impuso la sustitución de varios de ellos por eufe-
mismos y modificó algunos aspectos lingüísticos, introduciendo terminaciones de
pluralidad comunes a la lengua general de los predicadores pero innecesarias en la
práctica corriente del idioma. La diferencia entre el sistema lógico del cura —criado
desde su infancia como cristiano— y el del autor del manuscrito —orgulloso de
las proezas de sus antepasados aunque, al mismo tiempo, cristiano convencido—
también explica la interrupción del desarrollo del relato al introducir aclaraciones
sobre la naturaleza del conjunto de los Pariacaca —¿eran hermanos?, ¿eran hijos?— y
las relaciones cronológicas y de parentesco entre Cuniraya y Huallallo Carhuincho
y Pariacaca. Por eso, el capítulo 15, que refleja el lenguaje de los catecismos y los
sermones cristianos, hace del héroe cultural Cuniraya el dios creador —esencial a
la teología de Ávila—, puesto que se llama Cuniraya Huiracocha. La intervención
de Ávila también explica la incorporación de los dos capítulos (20 y 21) sobre
don Cristóbal Choquecaxa, que interrumpen el desarrollo lógico del relato dedicado
al triunfo del culto de Pariacaca y a las conquistas de sus «hijos».
Para apreciar el empleo de la lengua general colonial manejada por el autor del
manuscrito sería necesario profundizar la investigación de la literatura en ese medio
395
Literaturas orales y primeros textos coloniales
396
El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
La conclusión del mismo capítulo explica la situación de guerra civil que encon-
traron los españoles al llegar a Cajamarca.
Así, cuando ese Huayna Cápac, de quien acabamos de hablar, murió, unos y otros, al
proclamar la prioridad de sus derechos, lucharon para apoderarse de su señorío. Así
estaban las cosas cuando los huiracochas aparecieron en Cajamarca (MQH, cap. 14).
Un contacto más explícito con los invasores peninsulares se relata en el capítulo 18.
El evento narrado aquí fue precedido por el sacrificio de una llama. Un llacuas, obser-
vando las entrañas de la llama desde cierta distancia, interpretó los presagios como
funestos. Predijo el abandono del culto de Pariacaca. Los demás sacerdotes presentes
no lo creyeron y se enojaron con él.
Pocos días después, oyeron decir que los huiracochas ya habían aparecido
en Cajamarca. Había un checa del ayllu de los cacasica llamado Tamalliuya
Cashalliuya, que era yana de Pariacaca. Se dice que, en esa época, Cashalliuya
Tamalliuya [el nombre del sacerdote se invierte en el original] era el más anciano
de los treinta sacerdotes presentes en el santuario de Pariacaca. Cuando llega-
ron los huiracochas, preguntaron dónde estaban la plata y la ropa de este huaca
[Pariacaca]. Pero ellos no quisieron responder. Por eso, los huiracochas enojados
amontonaron paja y quemaron a Cashalliuya. Cuando la mitad de la paja se había
quemado, el viento empezó a soplar. Así, aún sufriendo mucho, ese hombre sobre-
vivió. Esta vez pues, dieron las ropas y todas las demás pertenencias del huaca a los
huiracochas (MQH, cap. 18).
397
Literaturas orales y primeros textos coloniales
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El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
términos que ya habían sido transformados por la nueva religión para traducir valo-
res ajenos a las tradiciones antiguas. Por ejemplo, el valor de la raíz cama-, empleada
por los evangelizadores cristianos para expresar la idea de «crear ex nihilo», se refiere a
fuentes ‘animadoras’ capaces de infundir el espíritu vital a seres y objetos ‘animados’
con diversos grados de eficacia. Así, se dice de la diosa Chaupiñamca: cay chaupi-
ñamucas ancha runa camac carcan huarmipac | caripacri pariacaca «[se dice que]
Chaupiñamca poseía grandes poderes para transmitir la fuerza vital a las mujeres y
lo mismo hacía Pariacaca a los hombres» (MQH, cap. 13). La rival de Chaupiñamca,
Manañamca, la compañera de Huallallo Carhuincho, proclama: ñocam runaCunacta
camac cani «yo soy la que suele transmitir la fuerza vital a los seres humanos» (MQH,
cap. 10). Varios personajes en el texto se declaran ancha camasca, es decir que han
recibido de una fuente ‘animadora’ la fuerza vital en abundancia. En los léxicos colo-
niales, camasca se define principalmente como «hechicero». De la misma manera,
un término como llacta, poco comprensible en el contexto para el padre de Ávila,
criado desde su infancia como cristiano, se glosa en el margen por «significa ydolo» y
a amauta, empleado por los misioneros con el valor de «sabio, filósofo», se le atribuye
el sentido de «doctor», que se refiere sobre todo a la función de adivino, ya que la
tarea principal de estos era descubrir la causa de una enfermedad al interpretar los
presagios. Otro sentido de amauta que aparece en el manuscrito es el de «astuto»,
frecuentemente asociado con los curanderos cuyas capacidades no siempre inspi-
ran confianza. Este sentido está señalado en el vocabulario anónimo de 1585 y en
González Holguín.
Por último, en lo que se refiere a la traducción hay que decir que la traducción de
cualquier manuscrito redactado hace más de cuatrocientos años representa una serie
de problemas: la lectura de una grafía arcaica, de una ortografía aún no normalizada,
el pésimo estado de conservación del documento, la definición de la variante idiomá-
tica en que fue compuesto, etcétera. Cuando se trata de un documento que refleja un
momento de cambios radicales de una civilización poco documentada —al menos
desde el punto de vista de los que la representaban—, el reto es aún más duro.
Por eso, es necesario examinar las etapas por las cuales tenemos que pasar los que
abordamos la tarea de su interpretación.
Primero, el establecimiento de una paleografía confiable es esencial. Si se trabaja
con versiones facsimilares o fotocopias, es necesario —si se da la oportunidad—
estudiar el documento original, no siempre accesible. Una vez resuelto el problema
de la paleografía, tenemos que averiguar la estructura sintáctica de un texto que
utiliza poco la puntuación, las mayúsculas, redactado en un idioma que desconoce
el discurso indirecto pero que posee otros medios para estructurar sus enunciados: el
empleo de locuciones conectivas: chaysi, chaymantas (que corresponden más o menos
399
Literaturas orales y primeros textos coloniales
El conjunto de esta cita, a partir de la palabra sapam, contiene cinco sufijos
modales: tres ‘asertivos’ («declaramos» o «sabemos de primera mano») y dos ‘citativos’
(«hemos escuchado» o «la tradición cuenta que»). Entonces podemos deducir que
hay cinco enunciados independientes. El empleo de las fórmulas ñin y ñispa rimanco
—respectivamente «dice» y «diciendo hablan»— implica que al menos dos son citas.
La traducción que hemos propuesto en la edición BAB (2011) de Ritos y tradiciones
de Huarochirí, ligeramente modificada, es
A todos los que vencieron a estos [yuncas] se los proclama hijos de Pariacaca.
Por ello, cada uno declara hijo de Pariacaca a un [héroe] diferente [que identifica
con el fundador de su propio linaje]. Otros no están de acuerdo y dicen que, según
la tradición, [los vencedores de los yuncas] nacieron todos de la fruta de un árbol.
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El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
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El manuscrito quechua de Huarochirí, documento literario y fuente etnohistórica / Gerald Taylor
Mucho se puede aprender sobre los cultos y la historia de los territorios dominados
por los incas gracias a las primeras crónicas coloniales; sin embargo, la visión que
evocan siempre padece de la deformación de la reinterpretación lingüística de las
creencias y de la orientación cristiana de sus autores. Lo excepcional del manuscrito
de Huarochirí —único en su género en el mundo suramericano— es el hecho de
haber sido formulado en un idioma —‘la lengua general o del ynga’— que a pesar
de reflejar la sociedad mestiza o de contacto de los primeros doscientos años de la
época colonial, todavía conservaba el valor antiguo de varios términos de la religión
precristiana. Expresaba el conocimiento desde el interior de un universo que los cro-
nistas conocían exclusivamente por medio de la traducción. Nos parece que por esos
motivos es esencial que el manuscrito de Huarochirí sea leído y estudiado por las
nuevas generaciones escolares y encuentre la posición central que merece en el campo
literario andino.
B
Anónimo (1951 [1586]). Vocabulario y phrasis en la lengua general de los Indios del Perú
llamada Quichua. Lima: Instituto de Historia de la Facultad de Letras, UNMSM.
Arguedas, José María (traductor) (1966). Dioses y hombres de Huarochirí: narración quechua
recogida por Francisco de Ávila (¿1598?). Lima: Museo Nacional de Historia e Instituto
de Estudios Peruanos.
Castillo, Pedro de, & Gaspar de Montalvo (1609). Carta annua 1609. Fondo Gesuitíco
Nº1488, 11, 9. Mission a Indios Idolatras en la Comarca de Lima; Archivo Romano
de la Sociedad de Jesús.
Durston, Alan (2007). Notes on Authorship of the Huarochiri Manuscript. Colonial Latin
American Review, 16(2), 227-241.
González Holguín, Diego (1952 [1608]). Vocabulario de la lengua general de todo el Perú
llamada Qquichua o del Inca. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Taylor, Gerald (2013). «El manuscrito quechua de Huarochirí, obra literaria de autor
anónimo». Conferencia dada en el marco del simposio internacional El manuscrito
quechua de Huarochirí, circa 1608. Lima: PUCP.
403
L A A
Juan C. Godenzzi
Université de Montréal
Nicolas Beauclair
Université de Sherbrooke
405
Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
cantar fúnebre que se atribuye al inca Túpac Yupanqui. Si bien no son muchos, estos
ejemplos de la tradición oral inca son de un valor inestimable. Otro cronista español
fue Pedro de Cieza de León, conocido por su Crónica del Perú [1553] (ver Fossa en
este volumen). Usando ampliamente fuentes históricas orales, sobre todo testimonios
de orejones —personajes de la nobleza inca—, relata la historia inca de manera bas-
tante detallada junto con descripciones geográficas, ecológicas y botánicas. Al igual
que Juan de Betanzos, relató mitos y leyendas incaicos, incluido el mito de los her-
manos Ayar.
Cristóbal de Molina «el Cuzqueño»2 fue un sacerdote que trabajaba en Cusco, en
contacto próximo y continuo con la población quechua. Escribió un libro llamado
Relación de las fábulas y ritos de los Incas [¿1575?] en el cual da a conocer mitos incai-
cos, en su parte de fábulas; y unas oraciones a Viracocha, en la parte de ritos. En este
último caso, estas oraciones, que incluso tienen partes en quechua, son probable-
mente solo una traza de la tradición oral incaica, ya que habrían pasado por el filtro
interpretativo de los evangelizadores, que las recuperaron y utilizaron seguramente
con fines catequísticos. Un hecho interesante es que durante mucho tiempo el texto
de Molina fue conocido de manera más bien indirecta, y se usó como fuente en obras
de otros autores como Bernabé Cobo. Recién en el siglo XIX el libro fue publicado
por primera vez en una traducción inglesa hecha por Clements R. Markham.
Pedro Sarmiento de Gamboa fue el ‘cosmógrafo’ oficial del virrey Toledo y
escribió su Historia de los Incas [1572] por mandato de este. Con la particularidad
de haber pasado por un proceso de ‘aprobación oficial’ de parte de las autoridades
virreinales, tomando como ‘verificadores’ a representantes de los ayllus descendientes
de los Incas, Gamboa, como los cronistas anteriores, relata algunos mitos incaicos,
aunque de manera fragmentaria.
2
Durante mucho tiempo se designaba a Molina como mestizo, pero investigaciones más profundas
sobre el personaje confirmaron su origen español (Urbano, 2008). Sin embargo, por haber estado ‘pene-
trado’ por la cultura andina, se le podría considerar como ‘mestizo cultural’.
407
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Al lado de una cantidad importante de información histórica, Garcilaso presenta
algunos relatos, como el de la salida de Mama Ocllo y Manco Cápac del lago Titicaca,
que es uno de los mitos fundacionales de la sociedad incaica.
Tenemos, luego, a tres cronistas pertenecientes a la cultura andina y cuyos testi-
monios brindan un acceso privilegiado —aunque limitado y a veces cuestionado— a
la tradición oral. Se trata de Felipe Guaman Poma de Ayala, Joan de Santa Cruz
Pachacuti Yamqui Salcamaygua y el autor anónimo del Manuscrito de Huarochirí.
Si los dos primeros se dedican sobre todo a narrar la historia inca, el autor del
Manuscrito nos introduce en las tradiciones de otros pueblos que se incorporaron al
Imperio inca durante su expansión. Las obras de estos tres cronistas «contienen infor-
maciones y testimonios excepcionalmente profusos y valiosos sobre el pasado colonial
y prehispánico de los Andes centrales y sobre los idiomas vernaculares antiguos, el
quechua sobre todo» (Duviols, 1993, p. 9). Una de las particularidades de estas obras
es que fueron escritas en plena campaña de extirpación de idolatrías, expresando
adhesión a la nueva religión, pero no despojándose del todo de la antigua. Se podría
decir que estas obras terminaron ayudando a preservar la memoria indígena en lugar
de destruirla.
Felipe Guaman Poma de Ayala escribió una crónica de una extensión impresio-
nante —cuenta con 1189 folios y 398 dibujos— titulada El primer nueva corónica
y buen gobierno [1615]. Está dividida en 35 capítulos e incluye una introducción,
índice y conclusión. Guamán Poma conceptualizó su obra como una carta dirigida al
rey Felipe III de España. La crónica está escrita en español, pero cuenta con algunos
pasajes en quechua y en aimara. El autor recorre la historia de los Andes entrelazán-
dola hábilmente con la historia cristiana del mundo; y, al hacerlo, cuenta mitos y
reproduce rezos incaicos.
Joan de Santa Cruz Pachacuti Salcamaygua es un autor del cual no se sabe
mucho, ya que la única información disponible se encuentra dentro de su Relación
deste antiguo Reino del Pirú [¿1613?]. Sin embargo, según lo que afirma él mismo,
formó parte, desde niño, de las redes de transmisión de la tradición oral. La obra de
Pachacuti Yamqui describe en su mayor parte la historia del pueblo inca desde sus
orígenes hasta los principios de la conquista española; igualmente, presenta unos
dibujos, entre ellos el famoso dibujo cosmológico que supuestamente se encontraba
en la pared del templo Coricancha en Cusco, y unas oraciones a Viracocha, escritas
en quechua. Algunos términos léxicos de las oraciones de Santa Cruz Pachacuti están
fuertemente influidos por cambios semánticos dados por el contexto colonial misio-
nero (Itier, 1993); de ahí su valor en tanto textos de la tradición oral andina en el
entorno de la colonización y de la evangelización.
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
Por su parte, el autor del Manuscrito de Huarochirí logra reunir los antiguos mitos,
ritos y tradiciones de la región de Huarochirí, en el actual departamento de Lima.
Esto no significa que se trate de una transcripción literal de la tradición oral, sino
más bien de una mediación literaria que permite cierto acceso a ella (ver Taylor en
este volumen). La necesidad de poner por escrito las tradiciones, evitando así que
se pierdan, queda registrada ya en la introducción de la obra, cuando el escribiente
«compara la vitalidad de las tradiciones que mantienen los españoles sobre su poderío
antiguo —gracias a lo escrito— con el olvido en que siguen cayendo las tradiciones
indígenas» (Taylor, 1993, pp. 5-6).
Adicionalmente, cabe mencionar que existen documentos jurídicos, principal-
mente pleitos, que reproducen fragmentos de la tradición oral, en su mayoría rezos,
que sirvieron de pruebas durante los procesos. Se puede mencionar, por ejemplo,
las oraciones en quechua contenidas en los procesos de idolatría de la región de
Cajatambo, que fueron publicados por Duviols en 1986. Itier (1992) retoma esas
oraciones, revisa su transcripción y hace un estudio crítico. Quedan todavía por des-
cubrir más testimonios de la tradición en este tipo de documentos.
Del lado de la Amazonía, nos encontramos con diversas obras que relatan la
penetración en la región y el contacto con sus pueblos, y que describen la geogra-
fía, la flora y la fauna. Muchos de los cronistas que escriben sobre la Amazonía, en
particular los misioneros jesuitas y franciscanos, incluyen, aunque de manera dis-
persa, algunos mitos y leyendas. Tal es el caso de Gonzalo Fernández de Oviedo,
Toribio de Ortiguera e incluso Pedro de Cieza de León, quien evoca narraciones de
los pueblos amazónicos en su Crónica del Perú (Pérez, 1989, p. 41). Sin embargo,
lo que nos dan a conocer estos cronistas es fragmentario y, particularmente en el
caso de los misioneros, aparece reinterpretado, pues se aplica muchas veces el filtro
cristiano occidental que altera lo que se cuenta, comentando y ofreciendo juicios
negativos sobre lo contado. Entre las fuentes coloniales más conocidas se encuentra la
Relación del descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas (1542) del dominico
Fray Gaspar de Carvajal, quien participó en la primera expedición de Francisco de
Orellana al Amazonas y la relató poco tiempo después (Carvajal, Almesto & Rojas,
1986). Este documento, en el que aparecen mitos de las amazonas y de El Dorado,
ha servido de inspiración a varios novelistas contemporáneos, como es el caso de
Leopoldo Benites con Argonautas de la selva (1945) y de Demetrio Aguilera Malta
con El Quijote de El Dorado (1964).
409
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Si bien algunos escritores dieron a conocer tradiciones orales populares, como fue el
caso de Ricardo Palma con sus Tradiciones peruanas, son más bien los antropólogos
y etnólogos de los siglos XX y XXI los que han hecho un valioso trabajo de reco-
pilación de la tradición oral de los pueblos andinos y amazónicos. En este sentido,
podemos diferenciar entre, por un lado, los autores que se interesan más bien por el
folclor peruano de raíz popular y que compilan, a veces adaptándolos con un len-
guaje más poético3, relatos que no provienen necesariamente del horizonte cultural
andino-amazónico; y, por otro lado, los que transcriben y traducen testimonios de
informantes de comunidades andinas o amazónicas de manera casi literal. En el pri-
mer grupo se encuentran obras como Leyendas y supersticiones amazónicas, de Juan
Barboza (1881); Tarmapap Pachahuarainin / Fábulas quechuas, de Adolfo Vienrich
(1906); Ayahuasca, Mitos y leyendas de Amazonas, de Arturo Burga Freitas (1938); el
famoso libro Mitos, leyendas y cuentos peruanos, de José María Arguedas y Francisco
Izquierdo Ríos (1947), que se esfuerza por difundir una serie de relatos provenientes
de la costa, de la sierra y de la Amazonía; y las compilaciones póstumas de la obra de
Ciro Alegría como El sol de los jaguares (1980) y Fábulas y leyendas latinoamericanas
(1983). Igualmente, a partir de 1940, los estudios folclóricos de Efraín Morote
Best son decisivos y su estudio Aldeas sumergidas (1953) se convierte en una refe-
rencia clave. Además de estas obras, que nos dan a conocer principalmente textos
narrativos, tenemos otras que difunden más bien la tradición poética cantada; entre
ellas cabe destacar Canto kechwa (1938) y Poesía quechua (1966), de José María
Arguedas; así como La sangre de los cerros / Urqukunapa yawarnin, de los hermanos
Montoya (1987).
En el segundo grupo podemos encontrar una gran cantidad de antropólogos que
graban y transcriben relatos o cantos particulares para difundirlos, analizarlos o ilus-
trar los estudios etnográficos que realizan. Nos limitamos aquí a nombrar los que nos
parecen ser los más importantes. En la región andina son notables las publicaciones
hechas sobre la tradición oral por parte del Centro de Estudios Regionales Andi-
nos Bartolomé de las Casas (CBC) y las del Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA). Entre tales publicaciones cabe destacar las siguientes: Kay Pacha (Gow &
Condori, 1976), que reúne narraciones de la comunidad de Pinchimuro, en el Cusco;
Gregorio Condori Mamani (Valderrama & Escalante, 1977), que representa «un dis-
curso quechua sin fronteras, a la vez individual y colectivo» (Lienhard, 1997, p. xi);
3
Hay que mencionar, igualmente, que la tradición oral ha tenido un impacto en el trabajo narrativo
(novelas y cuentos) de notables autores peruanos como es el caso de José María Arguedas, Ciro Alegría
y Mario Vargas Llosa.
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
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Las obras que se dedican únicamente a la recopilación de cantos amazónicos son casi inexistentes;
estos son más bien reproducidos para apoyar trabajos, en su mayoría etnográficos, sobre las culturas
amazónicas. Tal es el caso de Guallart (1989), Surallès (2009) y Favarón (2012).
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
El extenso territorio andino está habitado por una gran diversidad de pueblos y fami-
lias lingüísticas; y ahí la vida se encuentra fuertemente marcada por la necesidad de
intercambios entre los diversos pisos ecológicos. Por eso, a pesar de los conflictos y
tensiones que puedan existir entre esos pueblos, unos no pueden prescindir de los
otros y se encuentran así compelidos a instaurar una política y ética de sus mutuas
relaciones. En este sentido, muchos relatos ilustran estas dinámicas poniendo en
escena a protagonistas típicos del mundo andino, no solo grupos humanos, sino
también animales y divinidades.
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
pidiendo a gritos a los hombres que tiendan un paño precioso para amortiguar su
caída. En vez de eso, colocan en el suelo piedras cortantes y espinas. El zorro se
estrella sobre ellas y sus excrementos se dispersan por toda la tierra. Los zorros de
hoy en día provienen de estos excrementos (Itier 2007, pp. 107-108).
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
de los habitantes de la puna con respecto a sus vecinos del valle es semejante a la del
Zorro […] no deberán portarse como el Zorro sino entrar en una relación de reci-
procidad con sus vecinos» (Itier 1997, 327).
De manera más o menos explícita, el relato del Zorro celestial ejemplifica las
diferentes relaciones contextuales de las cuales habla Itier. El mito del Zorro tiene
seguramente relaciones intertextuales, ya que sus protagonistas animales son frecuen-
tes en los relatos andinos y, como lo menciona Itier, el primer momento de la versión
que transcribe es a veces un relato independiente, lo que muestra la flexibilidad y
las relaciones que puede haber entre relatos. Las relaciones referenciales son más
evidentes al trasponer situaciones sociales al mundo mítico, utilizando este último
como estanque de sentido para las reglas de comportamiento social. Las relaciones
interpersonales no son explícitas, pero podemos imaginar muy bien que este relato
se transmitía, o transmite en la actualidad, en situaciones particulares a un público
específico. A través de este relato, se puede entender la gran importancia de las rela-
ciones de reciprocidad para los habitantes de los Andes y cómo la literatura oral sirve
de soporte a la transmisión de tradiciones tanto simbólicas como prácticas.
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Este harawi expresa el sufrimiento de la separación del ser querido con el cual,
en el inicio, se compartía la vida y se constituía una díada primordial. Una rela-
ción dialógica atraviesa todo el texto: un ‘yo’ se dirige a un ‘tú’, aunque este está
ausente. La apertura al otro aparece como una condición primordial de toda per-
sona. La elaboración textual utiliza varios recursos estilísticos típicos de la lírica
quechua, tales como la repetición, los dobletes semánticos y los paralelismos grama-
ticales (ver Mannheim en este volumen). Así, por ejemplo, la primera estrofa usa un
doblete semántico en los dos primeros versos sobre la base del par léxico sara ‘maíz’
y trigu ‘trigo’. Los dobletes semánticos constituyen un recurso estilístico que cambia
un tema léxico por otro semánticamente relacionado en una secuencia idéntica a la
otra (Husson, 1985, p. 359; Mannheim, 1986, p. 52). En el presente canto, este
doblete expresa la unidad en la que vivía antes la pareja. Luego, se formula una pre-
gunta por el destino del ser amado desaparecido que usa la repetición para subrayar
la intensidad de la interrogación. Los paralelismos gramaticales, por su parte, repiten
el mismo modelo de construcción gramatical en las que algunas raíces o temas léxicos
se sustituyen, pero sin relación semántica entre ellos. Tenemos varios ejemplos en
la canción: en los dos primeros versos de la segunda estrofa en español y en los dos
primeros versos de la tercera y cuarta estrofa.
Es interesante observar la manera en que la situación de contacto lingüístico
entre el quechua y el español se ha convertido aquí en nuevo proyecto estético: una
estrofa entera de la canción está en español, no con el fin de ofrecer una traducción,
sino de continuar el hilo discursivo a través de la alternancia de códigos; una palabra
quechua (sara ‘maíz’) y una palabra castellana equivalente por compartir el mismo
dominio de experiencia (trigo) sirven para construir el paralelismo semántico tra-
dicional de la poesía quechua. Así, a través de estos diversos recursos, una inmensa
población que vive en los Andes puede distanciarse de su rutina cotidiana y aden-
trarse en ese espacio íntimo donde se siente el embrujo del lenguaje que expresa sus
ilusiones y desconsuelos, sus amores y sufrimientos (Godenzzi & Vengoa Zúñiga
1995, p. 162).
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
Caza y parentesco
Si bien el intercambio existe en la práctica de los pueblos y comunidades amazónicas,
este suele darse en un marco fuertemente marcado por la caza, actividad central de
la vida en la selva. Muchos relatos míticos amazónicos hacen alusión a esta actividad.
417
Literaturas orales y primeros textos coloniales
5
Una interesante variación de esta leyenda amazónica se encuentra al final del cuento «Sacha y sus
padres», de Ciro Alegría, incluido en su libro póstumo El sol de los jaguares (1983).
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Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
El Mayor dijo: —Yo seré el lucero de la Tarde. El Menor dijo: —Yo seré el lucero
de la Mañana.
En esos tiempos había bejucos para subirse al cielo —esas sogas como escaleras
que vemos en el monte. Subieron los dos hermanos y se quedaron arriba para
siempre. Eso sucedió al principio del mundo, hace mucho mucho tiempo…
El Menor se convirtió en la estrella de la mañana —Kuillur o ‘Pakarina Muyu’;
aparece al oriente al amanecer. El Mayor se transformó en estrella de la tarde;
se llama Lucero o ‘Chisanga Yaya’; aparece al occidente al anochecer. Es lo que
me han contado los ancianos. Escuchándolos hemos crecido» (Mercier, 1979,
pp. 38-39).
2. Pandu, la mamá haragana
Era niños buenos, sin maldad, una mujercita con su hermano. Su mamá era
bien perezosa. Siempre les reñía a sus hijos. Tanto reñía que se molestó el chico e
hizo una candela; el humo llegaba hasta el cielo. Con el humo se fueron arriba,
poniendo un lorito en una canasta. Sentados sobre el lorito volaron con el humo.
Cuando ya estaban para llegar, vino la mamá y apagó la candela. Los niños tuvie-
ron que volver a la tierra. Después, para subir otra vez, esperaron a que su mamá
se olvide. Cuando ya estaba olvidando, prendieron otra vez la candela y subieron
al cielo. Estos niños Runas que subieron dicen que habían vivido antes aquí en
la tierra. Detrás de ellos subió la mamá, cuentan los ancianos. Como les seguía
hasta la puerta del cielo, los hijos la riñeron:
¿Para qué vienes acá? —le dijeron.
En una caja había estrellas. Al abrirla ella, todo se ha regado. Por eso, se molesta-
ron los chicos: - Si vienes aquí para reñir, ¡vete ahorita al otro mundo! —diciendo
así la botaron y le tiraron un pedazo de nube en el pecho. El seno de la mamá se
partió y desde entonces las mujeres ya tienen dos senos.
Por haber venido, sus hijos la riñeron: —Tú comes sin trabajar… Tú vas a ser
Pandu el manco. Vivirás robando en las chakras! —así diciendo, molestos la
espantaron. Ahora se ha convertido en Pandu el manco, que vive en el monte,
parecido a un perro; roba papaya, plátanos… Eso me lo han contado los abuelos
(Mercier 1979, pp. 43-44).
3. Las estrellas, ¿sombras del mundo de arriba?
Al comienzo de los tiempos los runas siguieron la Wagra. Al cabo de un año la
encontraron, cuando chimbaba una kucha, y la trozaron. No sé en qué kucha
420
Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
la partieron. De todos modos ahí la trozaron para que haya dos clases de vaca6
en lugar de una. Desde entonces hay la del agua o vaca-marina y la del monte o
sacha-vaca. La parte que se transformó en animal terrestre se quedó con cabeza;
en cambio la vaca acuática está como sin cabeza.
Esa vaca-marina se puso a correr por el río y su sombra fue reflejada en el cielo.
¿Verdad que su sombra blanca se ve allí arriba? Nosotros en la tierra tenemos una
sombra; así es también en el mundo de arriba. Lo que aparece allí en la noche
no es la Wagra, sino su sombra… También se ve allí el camino de espuma, que
dejó la Wagra al correr por el río. Al nadar la vaca, el río se llenó de burbujas. Ese
río con su espuma se apegó en el cielo; aparece como botado en el firmamento.
¿Cómo se transformó en estrellas? No lo puedo decir. Pero ese río de la Wagra,
hoy convertido en estrellas, se mueve en el cielo, junto con otras constelaciones.
Y la Wagra se quedó arriba con Lusiru, Wata y las demás estrellas. Los Watas,
desde esta tierra, se subieron, la hermanita agarrando su canasta de piwichu.
Arriba se ve su señal (su figura) y la soga que les sirvió de escalera para trepar al
cielo se ve hasta ahora en el monte. ¡Otros cuentan diferente! Que, para hacerse
estrellas, los Watas subieron llevados por el humo de una candela. Este cuento
me lo contó mi Yaya, que era del pueblo de Concepción. Todos los runas sabían
contar los meses o lunas. ¿Quién les habrá hecho pensar en esto? ¿Les contó el
Yaya Apustulu? ¿Tal vez ese ‘primer hombre’ les dio a conocer esto? También les
habrá enseñado de los Watas o años… (Mercier, 1979, pp. 48-49).
6
Los dos tipos de vaca, acuática y terrestre, se refieren al manatí del río Amazonas y al tapir amazónico.
Estos dos mamíferos tienen tamaños impresionantes pudiendo medir hasta dos metros.
421
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Canto de encantamiento
Consideremos a continuación un canto proveniente del pueblo candoshi y que es
utilizado por los chamanes para apropiarse del poder de la anaconda. La anaconda
es vista como un animal poderoso por sus capacidades hipnóticas que pueden apo-
derarse del alma de sus víctimas. Así, en los ritos de sanación, a través de este tipo
de canto, el chamán incorpora en sí mismo el poder de la anaconda con el propósito
de combatirla con las mismas fuerzas.
Tsaga tsaga tiavai, Estoy al acecho,
tsaga tsaga tiavai estoy al acecho,
zuriri tiavai, zuriri tiavai, zuriri tiavai,
tsaga tsaga tiavai, tsaga tsaga tiavai,] por los remolinos del aire
(ter), estoy (ter),
yana yana tiavai, yana yana tiavai,
yana yana tiavai estoy pintada con genipa (ter),
tputo tputo tiavai, tputo tputo tiavai,
tputo tputo tiavai] tengo la cabeza triangular (ter),
vachurta tiavai, estoy en las marismas
kchurnata tiavai, estoy en las marismas
kamanchayta tiavai, estoy en las marismas
kanida tiavai, kanida tiavai,
tsaga tsaga tiavai estoy en el azul del cielo,
estoy en el acecho
chishirta tiavai estoy en la profundidad del
pantano
maraparta tiavai, tsaga tsaga tiavai, tengo la cara moteada, estoy
al acecho
karavída tiavai, karavída tiavai,
karavía tiavai ella está pintada con achiote
Cantado por Visa, hombre del medio chapuri, octubre de 1994 (Surrallés, 2009,
pp. 299-300).
La mayoría de los versos del canto se refieren de manera directa a la anaconda,
ya sea a su cuerpo (cabeza triangular y pintura de genipa en su cuerpo), a su hábitat
preferido (las marismas pobladas de palmeras), al embrujamiento que hace a sus víc-
timas (la víctima ve todo azul como el cielo y su alma es llevada a las profundidades
de los pantanos) o a la manera como se pintan los chamanes para asemejarse a ella
(cara moteada pintada con achiote) (Surrallés, 2009, p. 300). Sin embargo, lo más
interesante es que todas estas referencias más bien directas a la anaconda están seguidas
422
Literatura oral en los Andes y la Amazonía / Juan C. Godenzzi y Nicolas Beauclair
y puntuadas por las palabras tsaga tsaga tiavai que se refieren al acecho, pero en una
lengua ajena, distinta a la lengua candoshi. Así, Surallés propone la explicación de
que, al empezar el canto y puntuarlo en algunas ocasiones con esas palabras, se subra-
yaría la idea de transformarse en otro, en este caso en una anaconda: «Las palabras
provenientes de las lenguas vecinas —especialmente el quechua, hablado además
por muchos candoshi que habitan en el norte del territorio— tienen una función de
destacar la ‘alterización’ del chamán» (Surrallés, 2009, p. 300). En este sentido, las
palabras del canto no solo tienen una relación referencial con el mundo, sino que
también tienen una relación performativa que ayuda al chamán en su labor curadora.
Y constatamos, al mismo tiempo, la manera en que el uso de elementos de una len-
gua distinta se convierte en este canto en un recurso expresivo y poético
3. C
El presente ensayo ha querido elaborarse como una entrada al mundo de las tradiciones
orales andina y amazónica a través de la literatura oral. Así, en un primer momento,
hemos señalado una serie de textos y repertorios que han puesto por escrito tales tradi-
ciones, desde la temprana época colonial hasta nuestros días. Hemos podido advertir,
igualmente, que los registros coloniales, aun cuando nos dan a conocer fragmentos
del complejo tejido de la tradición, son mediatizados por un contexto que no deja de
alterar y evaluar lo que se cuenta. En un segundo momento, nos hemos detenido en
la comprensión de esta tradición a través del análisis de algunos relatos y canciones.
En esa tarea hemos podido descubrir la manera en que cada uno de esos textos esta-
blece determinada red de relaciones entre elementos de diverso orden, generando al
mismo tiempo una esfera de significación capaz de condensar la cultura y de movilizar
a quienes participan en ella. De ese modo, hemos podido contemplar los vínculos que
unen actividades económico-productivas (pastoreo, agricultura, caza, pesca) con pisos
ecológicos, organización social y políticas de intercambio y cohabitación; o los lazos
que se dan entre el monte, el río y los cuerpos celestes, de modo que el río se prolonga
en constelación, o la gente en estrellas, o el chamán en anaconda; o aun el hecho de
que el sufrimiento causado por el abandono tenga testigos como «el pajarito de la roca»
o «el pececito del río». Hemos podido mostrar, finalmente, algunos de los recursos
expresivos que las lenguas ofrecen a sus usuarios para la construcción de textos poé-
ticos (repeticiones, dobletes semánticos, paralelismos gramaticales, préstamos léxicos
o cambios de código). Lejos de ser testimonios banales o superficiales, los textos de
la literatura oral andina y amazónica nos confrontan, a través de relatos y canciones,
con los grandes problemas de la supervivencia, convivencia y condición humana,
así como de la cohabitación entre humanos y la multiplicidad de seres no humanos:
jaguares, anacondas, zorros; astros, estrellas, constelaciones; bosques, ríos, chacras;
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
433
Literaturas orales y primeros textos coloniales
y que sería un dios supremo, Aia Paec. Se elabora una cerámica típica por su estilo
escultórico, con gollete tubular en arco o «gollete estribo», como es el caso de muchos
huacos retratos. Las Huacas del Sol y de la Luna son construidas con ladrillos de adobe.
100 .C. - 1200 .C.
El altiplano alberga a la cultura Tiahuanaco, la cual inicia un gran desarrollo arqui-
tectónico y agrario. Se construye el complejo llamado Tiahuanaco, que comprende
una serie de construcciones megalíticas en las cuales se combina la piedra labrada
con el adobe. Se edifica la Portada del Sol, cuyo lugar central lo ocupa el llamado
Dios de los Báculos. Se construyen acueductos, sistemas de canales, diques y cam-
pos elevados.
100 - 600
Se extienden los Nazca, quienes se caracterizan por las concentraciones densas de
casas con plazas abiertas. Debido a que se encontraban en pleno desierto, dicha cul-
tura construye reservorios alimentados por canales y galerías avanzadas. Trazan en el
desierto líneas y figuras, conocidas como «las líneas de Nazca».
Por este mismo periodo se desarrolla la cultura Lima que se extendió a través
de los valles de Chancay y Lurín. Se conoce a esta cultura por su estilo cerámico y
sus construcciones monumentales. Los sitios principales de esta cultura son Ancón,
donde la población se dedicó a la pesca y al cultivo, al margen del sur del río Chillón,
Ventanilla y el bajo Chillón.
200 - 600
Se desarrolla la cultura Recuay, sociedad militarizada, cuya arquitectura se compone
de sótanos o subterráneos, tanto para los templos como para las casas. Los templos
cuentan con patio abierto, y los subterráneos funcionan como cámaras funerarias.
Las casas son construidas con piedras parcialmente labradas.
550 - 1000
Alrededor de este periodo surge Huari, con una administración considerada como
la más avanzada de su tiempo en cuanto al uso de tecnologías de comunicación con
caminos y al desarrollo de las ciudades.
700 - 1350
Se desarrollan los Lambayeque en la costa norte. Su carácter político fue el de un Estado
teocrático con una estructura social estratificada, compuesta por una élite basada en
lazos familiares con un origen divino, un cuerpo de administradores, un grupo de arte-
sanos y agricultores. Introducen un mito de origen, en el cual el personaje principal,
434
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
Naylamp, proviene de tierras lejanas a través del mar para fundar una dinastía que
luego sería la élite de los Lambayeque. Este mito sigue vigente durante la llegada de
los españoles, y es recogido por Miguel Cabello de Balboa.
700 - 1500
Los Chachapoyas se desarrollan desde la confluencia de los ríos Marañón y Urubamba
hasta la cuenca del Abiseo, con su centro en la cuenca del Utcubamba. Uno de los
hábitos más notorios de esta cultura es que, dentro de sus costumbres funerarias,
utilizan el sarcófago o el mausoleo.
1000 - 1460
La cultura Chimú se desarrolló en la costa norte. Su centro fue la ciudad de Chanchán,
conocida por su impresionante extensión y organización. Otros complejos importan-
tes son Túcume, Pacatnamú y Farfán. La luna, el sol y el mar son sus divinidades
relacionadas a la agricultura, la pesca y la producción en general.
1100 - 1450
Desarrollo de la cultura Chincha. Se edifican centros administrativos ceremoniales,
unidos con otros centros menores mediante una red de caminos que luego formó
parte del Qapaqñan. Se desarrolla una economía múltiple que comprende la agricul-
tura, la pesca, el intercambio y la producción de artesanías.
1100- 1470
Surge la cultura Chancay, cuya cerámica utiliza el color blanco para el fondo y el
negro para los diseños realizados sobre peculiares representaciones modeladas de
peces, monos, gatos, aves, escaques y grecas. Su representación más famosa la consti-
tuyen cántaros en cuyo cuello se representa una cabeza humana modelada y pintada
con tocado, orejeras y pintura facial.
1200 - 1440
Propagación de la tradición Chanca, ubicada en la cuenca del río Pampas. Esta civi-
lización obliga a los incas a desarrollarse como organización política en expansión,
debido a la amenaza que representan cuando los incas planean trascender sus fronte-
ras mediante alianzas y nuevas redes de poder.
1200 - 1460
Los Huanca se extienden por la sierra central, entre Jauja y Huancayo, luego de la
retirada de Huari hasta el momento de la conquista Inca. Su organización política es
bastante incipiente. Dominaron las punas y desarrollaron relaciones con la ceja de selva.
435
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1200 - 1500
Los Lupaca controlan porciones discontinuas de territorio, lo cual les permite con-
tar con los productos de diversos pisos ecológicos. Las zonas ocupadas comprenden
desde la Cordillera Occidental bajando hacia la costa entre Arequipa y Arica; hacia el
norte, hasta Sicuani; y al sur, hasta las planicies saladas chileno-bolivianas. La necesi-
dad de complementar su dieta los llevó al trueque, y a organizar caravanas de llamas.
Para asegurar este sistema, establecen colonias que se encargan de la producción y el
intercambio.
1450 - 1532
Expansión de los Incas, grupo que ocupa la cuenca del Cuzco, que evoluciona y
forma un Estado. Heredan y perfeccionan los avances de anteriores culturas. Así, de
los Huari heredan una organización muy compleja, los caminos, las construcciones
de piedra y, sobre todo, la idea imperial. De los Chimú, heredan la divinización del
mandatario y de su entorno, y la existencia de una jerarquía administrativa.
1471
Se inicia el gobierno de Túpac Yupanqui, quien al asumir el trono amplía las fronte-
ras del imperio hacia el sur, hasta llegar al río Maule en Chile. También sometió al
reino Chimú y a algunos pueblos del altiplano y del norte argentino. Sofocó la resis-
tencia de los chachapoyas y avanzó por el norte hasta Quito. Quiso incursionar en la
selva, pero la rebelión de los collas lo obligó a desviarse hacia el Collao.
1492
Se inicia el reinado de Huayna Cápac, considerado el último soberano del incario.
Durante su gobierno, continuó la política de su padre, Túpac Yupanqui, en cuanto
a la organización y fortalecimiento del estado. Para conservar los territorios con-
quistados tuvo que sofocar en forma sangrienta continuas sublevaciones. Derrotó a
los chachapoyas y anexionó la región del golfo de Guayaquil, llegando hasta el río
Ancasmayo (Colombia). Durante una estancia en Quito, se enfermó muy probable-
mente de viruela y falleció en 1525.
El 12 de octubre llega al Caribe un grupo expedicionario español comandado
por Cristóbal Colón.
Elio Antonio de Nebrija (1441-1522) publica su Gramática de la lengua cas-
tellana, obra fundamental para entender el tratamiento y el registro de las lenguas
amerindias, pues sirve de plantilla para la estructuración de vocabularios coloniales
de estas lenguas.
436
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
1513
En setiembre, Vasco Núñez de Balboa parte en una expedición conformada por espa-
ñoles e indígenas. Divisa por primera vez el océano Pacífico, al que llamó Mar del Sur.
1516
Alonso Hernández (fines del s. XV-?) imprime en Italia Historia parthenopea, poema
que canta las hazañas de Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), personaje
admirado por el joven Francisco Pizarro, cuando guerreaba por las costas de Italia.
1519
Se realiza la primera circunnavegación de la Tierra. La expedición de Magallanes
y Elcano salió de España en 1519 y regresó en 1522 después de cruzar los océanos
Atlántico, Pacífico e Índico.
1521
Después de dos años de tentativas militares y políticas, Hernán Cortés y su expedi-
ción, junto a los totonacos y tlaxcaltecas, pueblos anteriormente sometidos por los
españoles, logran la conquista de México-Tenochtitlán.
1524
El 13 de setiembre, a partir de Panamá, se realiza el primer viaje de conquista dirigido
por Francisco Pizarro. La ruta trazada por los expedicionarios siguió, hacia el sur, la
costa del Pacífico de los actuales países de Panamá y Colombia. En 1526 se realiza el
segundo viaje; y el tercero, en 1531.
1525
Tras la muerte de Huayna Cápac el imperio se divide en dos partes, las cuales se
reparten, según algunos estudiosos, a sus dos hijos: Huáscar y Atahualpa.
1528
De esta fecha data la Relación de Juan de Sámano y Francisco López de Xerez
(1495-1565), manuscrito considerado uno de los primeros testimonios de la con-
quista del Perú. Relata los sucesos del primer y segundo viaje de Pizarro llevados a
cabo entre 1525 y 1527.
1529
Tras viajar a España, Francisco Pizarro firma en julio la Capitulación de Toledo, decreto
real emitido por la Corona de Castilla que le concede poder sobre las tierras exploradas
hasta ese momento. Se otorga a Pizarro los títulos de gobernador de «Nueva Castilla»,
el antiguo nombre de esa gobernación después conocida como virreinato del Perú.
437
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Se inicia la guerra civil entre los seguidores de Huáscar y Atahualpa por el trono
inca, hecho que marcaría la decadencia del imperio incaico. Dos años después Huáscar
es derrotado por el ejército de Atahualpa, capturado y ejecutado por orden de este.
1532
En noviembre de este año Atahualpa es citado por Francisco Pizarro en Cajamarca.
Según algunos cronistas, al llegar Atahualpa al centro de la plaza, el Padre Vicente
Valverde se presenta y le entrega una Biblia, que Atahualpa arroja al suelo. Luego de
esto Francisco Pizarro lo captura y lo ejecuta en 1533.
1533
Luego de los hechos acaecidos con Atahualpa, Francisco Pizarro viaja a la ciudad del
Cuzco. En marzo de 1534 declara la fundación de Cuzco como ciudad española.
Túpac Hualpa llamado Toparpa por los españoles, es designado Inca por Fran-
cisco Pizarro para suceder a Atahualpa. A los tres meses de iniciado su mandato
falleció a causa de un envenenamiento. A su muerte el nuevo Inca designado para
gobernar es Manco Inca. Abusado por los conquistadores, posteriormente escapa, se
rebela y establece el estado neo-Inca de Vilcabamba.
Hernando Pizarro (1504 - ca.1580) publica Carta a los oidores de la Audiencia
de Santo Domingo, sobre los sucesos acaecidos en el descubrimiento y la conquista
del Perú.
1534
Francisco de Xerez publica en Sevilla la Verdadera Relación de la Conquista del Perú y
provincia de Cuzco, llamada la Nueva Castilla. Esta obra es el primer texto que refiere
el encuentro de Cajamarca. El autor es considerado el cronista oficial de la conquista.
Cristóbal de Mena (1492 - ?) publica en Sevilla La conquista del Perú llamada la
Nueva Castilla, la primera crónica conocida sobre la conquista del Perú.
Pedro Sancho de la Hoz escribe Relación de lo sucedido en la conquista y pacifica-
ción de estas provincias de la Nueva Castilla, y de la calidad de la tierra, después que el
capitán Hernando Pizarro se partió y llevó a Su Majestad la relación de la victoria de
Caxamalca y de la prisión del cacique Atabálipa.
1535
El 18 de enero de este año Francisco Pizarro declara la fundación española de Lima
con el nombre de «Ciudad de los Reyes».
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557) publica Historia general
y natural de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano. Relata hechos desde el
descubrimiento de América a la rebelión de los Pizarro en el Perú.
438
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
1536
Se inicia la rebelión de Manco Inca en el Valle Sagrado de los Incas, donde derrota
a la expedición de Hernando Pizarro. Luego inicia el ataque a la ciudad del Cuzco.
1537
Manco Inca abandona Cuzco y se repliega en Vilcabamba donde se establece. Diego
de Almagro toma la ciudad, iniciando el conflicto por la disputa de los territorios
conquistados y el control del poder político, entre pizarristas y almagristas. Estas
luchas se extienden de 1537 a 1554, con intervalos de paz relativa. En 1538 sucede
la derrota y posterior ejecución de Diego Almagro en la Batalla de las Salinas; y en
1541 Francisco Pizarro es asesinado por los almagristas.
1538
Diego de Silva y Guzmán (¿?-1576) posiblemente por esta fecha redacta la Relación
de la conquista de la Nueva Castilla, el poema épico sobre el descubrimiento del Perú.
1540
Ignacio de Loyola funda la Compañía de Jesús, aprobada por el papa Paulo III.
1542
Por real cédula firmada en Barcelona el 20 de noviembre, se crea el virreinato del
Perú, que incluye los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, y parte
de Panamá, así como los de Chile y Argentina.
Tras críticas y presiones de Bartolomé de las Casas y otros religiosos, se elabora-
ron las Nuevas Leyes de Indias, promulgadas el 20 de noviembre de 1542. Estas leyes
intentaron abolir las encomiendas y prescribían el mejor trato a la población indígena.
Llega Cristóbal Vaca de Castro (1402-1566) para resolver el conflicto entre piza-
rristas y almagristas. Al arribar al Perú, tuvo que encargarse de reprimir la rebelión
de Diego de Almagro el Mozo y ejercer el gobierno, entre los años 1542 y 1544.
El gobernador Cristóbal Vaca de Castro impulsa la Relación de la descendencia,
gobierno y conquista de los Incas, conocida como la Relación de Quipucamayos, discurso
incaico sobre el pasado mítico-histórico andino.
1543
Gerónimo de Loayza, primer Obispo de Lima, efectúa su entrada oficial a la Ciudad
de los Reyes durante la festividad de Santiago Apóstol, tras ser nombrado obispo en
mayo de 1541. El 16 de noviembre de 1547, la diócesis de Lima se eleva a arquidió-
cesis y fray Gerónimo se convertía en el primer arzobispo de Lima; recibió bula y
palio el 9 de septiembre de 1548.
439
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1544
Luego de ser nombrado virrey del Perú en 1533, Blasco Núñez Vela recorre Tumbes,
Piura, Trujillo y Barranca, y llega a Lima en mayo de este año.
Rebelión de los encomenderos contra las Nuevas Leyes de Indias de 1542 liderada
por Gonzalo Pizarro, nombrado por los rebeldes gobernador del Perú. En setiembre
el virrey Núñez Vela es destituido de su cargo por la facción gonzalista. En 1546,
con el conflicto armado en auge, el primer virrey del Perú es derrotado, apresado y
decapitado por los rebeldes comandados por Gonzalo Pizarro.
1545
Asesinato de Manco Inca; antes de su muerte designa como su sucesor a su hijo Sayri
Túpac, quedando este como Inca de Vilcabamba.
Descubrimiento de las minas de Potosí. Diego Huallpa protagoniza el hallazgo
de importantes vetas argentíferas en el monte Sumaj Orcko bautizado al poco tiempo
como Cerro Rico, mina de plata del Potosí en el Alto Perú.
Posible fecha de redacción de la Relación del descubrimiento del Amazonas, de Fray
Gaspar de Carvajal (ca.1500-1584). Fue escrita a partir de la expedición dirigida por
Gonzalo Pizarro quien envía a Francisco de Orellana y cincuenta hombres, entre los
que se encuentra Gaspar de Carvajal. Habrían descubierto el Amazonas en 1542.
Jerónimo de Loayza escribe Instrucción de la Orden que se a de tener en la Doctrina
de los naturales, donde da a conocer las decisiones oficiales del clero peruano en mate-
ria de lenguas y evangelización de los indígenas.
1546
Pedro de la Gasca es nombrado por la corona Presidente de la Audiencia de Lima con
poderes ilimitados para pacificar el virreinato del Perú. Gonzalo Pizarro es derrotado,
apresado, enjuiciado y condenado a muerte por decapitación.
1549
Posiblemente en ese año termina Alonso Enríquez de Guzmán la redacción del Libro
de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán, relación reforzada con
materiales diversos que permaneció inédita hasta 1873.
1550
El almagrista Cristóbal de Molina (1494-1580) escribe Relación de muchas cosas
acaescidas en el Perú, en suma, para entender a la letra la manera que se tuvo en la con-
quista y poblazón destos reinos, y para entender con cuanto daño y perjuicio se hizo de
todos los naturales universalmente desta tierra.
440
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
1551
Juan de Betanzos (1510-1576) escribe en Cuzco la Suma y narración de los Incas, que
los indios llamaron Capaccuna, que fueron Señores de la Ciudad del Cuzco y de todo lo a
ella subjeto, crónica originada en el seno de la nobleza cuzqueña, cuyo autor conoce
muy bien el quechua.
Tras ser nombrado en 1549, llega Antonio de Mendoza, el segundo virrey del
Perú, para tomar posesión de su cargo hasta 1552.
El 12 de mayo se emite la Real Cédula que funda la Universidad de San Marcos.
El 2 de enero de 1553 esta Universidad inicia sus actividades académicas en el con-
vento de los dominicos.
Se inicia el Primer Concilio Limense, el cual se clausura en 1553.
1552
Bartolomé de las Casas (ca.1484-1566) publica en Sevilla la Brevísima relación de
la destrucción de las Indias, donde denuncia la violencia de la conquista española.
El texto influye en la Comisión de Valladolid y en el otorgamiento de otras leyes a
favor de los indígenas.
Probablemente Bartolomé de Segovia escribe Conquista y población del Perú,
texto incompleto, donde se relata el viaje de Pizarro y Almagro, en navíos pequeños,
desde Panamá por la costa del sur y los manglares y río de San Juan.
Francisco López de Gómara (1511-1566) publica Primera y segunda parte de la his-
toria general de las Indias con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido desde
que se ganaron hasta el año de 1551. Con la conquista de México, y de la Nueva España,
apología de la magnificencia del Nuevo Mundo y de las peripecias de la conquista de
América. Si bien Francisco López de Gómara nunca viajó al Nuevo Mundo, la historia
de la conquista de México le fue contada por el propio Cortés y otros expedicionarios.
1553
Pedro de Cieza de León (ca.1520-1554) publica en Sevilla la Crónica del Perú. Es el
primer relato de la exploración y conquista de los territorios que actualmente com-
prenden Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, así como la primera historia global
del mundo andino, que se remonta hasta la época prehispánica. La obra fue escrita
siguiendo un encargo del Presidente de la Audiencia de Lima Pedro de la Gasca.
En vida del autor solo se publicó la Parte primera de la Crónica del Perú. El resto de
su obra permaneció inédito e incluso extraviado. La Segunda parte, conocida como
«El señorío de los Yngas», fue publicada por primera vez por Marcos Jiménez de la
Espada en Madrid, en 1880. La Tercera parte, dedicada al descubrimiento y con-
quista del Perú, apareció en forma completa en el siglo XX.
441
Literaturas orales y primeros textos coloniales
442
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
1560
Fray Domingo de Santo Tomás (1499-1570) publica en Valladolid la Gramática y
Lexicón del quechua, primera sistematización de esa lengua. El mismo año publica
Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú.
Gonzalo de Zúñiga escribe su Relación del descubrimiento del río Marañón, donde
presenta la selva como si fuera un infierno.
1561
Juan Polo de Ondegardo redacta Relación sobre la perpetuidad de las encomiendas
dirigida al Licenciado Briviesca de Muñatones. Por esta fecha también redactó La rela-
ción de los adoratorios de los indios en los cuatro ceques. En marzo de 1562 escribe el
manuscrito Ordenanzas de las minas de Guamanga donde se plantea las mejoras de
las condiciones de trabajo para atraer la mano de obra indígena. En 1567 y 1571
escribió respectivamente Instrucción contra las ceremonias y ritos que usan los indios
conforme al tiempo de su infidelidad y Relación de los fundamentos del notable daño que
resulta de no guardar a los indios sus fueros, su título original es Relación sobre Ingas del
Cuzco. Probablemente en 1572 escribe Traslado de un cartapacio a manera de borrador
que quedó en los papeles del Licenciado Polo de Ondegardo cerca del linaje de los Incas y
cómo conquistaron.
Rebelión de Lope de Aguirre, quien tras el fracaso de la expedición de 1560 al
río Marañón en busca de El Dorado, aprovecha el descontento de los tripulantes
para organizar un motín y tomar el mando de la expedición para regresar a Perú y
rebelarse contra el rey de España.
Titu Cusi Yupanqui, bautizado con el nombre de Diego de Castro, le sucede a
Sayri Túpac, convirtiéndose en el tercer Inca de Vilcabamba. Durante su mandato
hizo gala de gran belicosidad por medio de una guerra de guerrilla contra el poder
español. La corona inició negociaciones con él bajo el gobierno de Lope García de
Castro y firmó la capitulación de Acobamba en 1566. En dicho tratado se ponía fin a
las hostilidades y se perdonaban los actos cometidos por los rebeldes de Vilcabamba.
En 1571, Titu Cusi Yupanqui fallece repentinamente; sus seguidores acusan al fraile
Diego de Ortiz de haberlo envenenado.
Diego López de Zúñiga y Velasco, Conde de Nieva, es nombrado el cuarto virrey
del Perú. Tras tomar el cargo, ordena la exploración del río Tono y, en diciembre
de ese año, envía en comisión a Juan Nieto a conquistar el territorio de Camaná.
En 1562 introdujo varias reformas en la capital y en el mismo año se fundó la ciudad
de Santiago del Estero (actualmente en la República Argentina) bajo su mandato.
443
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1563
Hernando de Santillán (¿-1575) escribe Relación del origen, descendencia, política y
gobierno de los Incas, respondiendo a una Real Cédula de 1553, en la que se solicitaba
a los oidores de las Audiencias en Indias información detallada sobre las costumbres
tributarias indígenas. Tiene como base algunos apuntes de legislaciones de Indias,
relatos y experiencias obtenidas con los indígenas. En 1563 apareció Historia de los
incas y relación de su gobierno, y en 1563 publica Historia de los Incas y relación de
su gobierno.
Felipe II acepta el pedido del Cabildo de Quito en 1560 y crea la Real Audiencia
de Quito para conseguir cierta forma de autonomía con relación a la Real Audiencia
de Lima y al virreinato del Perú, al cual este territorio había pertenecido desde su
creación en 1541.
1564
Lope García Castro es nombrado Gobernador provisional del Perú y Presidente de la
Real Audiencia de Lima, por el Rey Felipe II para suceder al Conde de Nieva. Pese a
que no tuvo el título de virrey se le dieron amplias facultades para gobernar.
1565
Inicio del movimiento mesiánico de resistencia del Taki Onqoy, liderado por Juan
Chocne. El Taki Onkoy, «enfermedad de la danza o del canto», empezó en Ayacucho
y luego se extendió al Cuzco y a Lima, hasta que fue reprimido por administradores
coloniales y eclesiásticos en 1572. Su objetivo principal era restaurar el culto a las
huacas, las antiguas ceremonias de bailes, los sacrificios de llamas y el culto secreto a
las conopas o amuletos de piedra.
Girolamo Benzoni (1519-ca.1572) escribe la Historia del Nuevo Mundo, obra
que generó controversia por sus afirmaciones sobre la conquista de América, pues la
juzgó como una campaña de saqueo y exterminio.
Diego Rodríguez de Figueroa escribe la Relacion del camino e viaje que Diego
Rodrigues hizo desde la ciudad del Cuzco á la tierra de guerra de Mango Ynga, que está
en los Andes alçado contra el servicio de su magestad, y de las cosas que con él trató por
modo y manera de paz, y también para que recebiese la dotrina evangélica de nuestro
señor Jesuxpo.
1567
Se celebra el II Concilio Limense donde se amplían las disposiciones precedentes del
Concilio Limense I acerca de la catequización de los indios. Asentó la cristianización
del Perú por medio de la prédica de los preceptos de la fe en lenguas nativas y la
impresión de catecismos y confesionarios dirigidos a los indígenas.
444
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
445
Literaturas orales y primeros textos coloniales
1571
Túpac Amaru I sucede en el poder a Titu Cusi Yupanqui. De inmediato cerró las
fronteras de Vilcabamba y rechazó negociar con los españoles. El virrey Francisco de
Toledo envió tropas al mando del capitán Martín Hurtado, y tras una serie de enfren-
tamientos, Túpac Amaru I es capturado. Después de un juicio sumario, en setiembre
de 1572 es decapitado en la Plaza de Armas del Cuzco.
Pedro Pizarro (ca.1515-ca.1602) termina de redactar la Relación del descubri-
miento y conquista de los reinos del Perú, y del gobierno y orden que los naturales tenían,
y tesoros que en ella se hallaron: y de las demás cosas que en él han sucedido hasta el día de
la fecha, escrito basado en su experiencia personal desde 1531 hasta 1555.
Diego de Trujillo (1505-1575) escribe la Relación del descubrimiento del reyno
del Perú, relato ameno de la conquista del Perú, de la cual fue testigo presencial, que
abarca desde el inicio del tercer viaje de Francisco Pizarro en 1530 hasta la entrada al
Cuzco a fines de 1533.
Diego Fernández (ca.1520- c.1581) publica en Sevilla la primera y segunda parte
de la Historia del Perú, narración de la insurrección de Francisco Hernández Girón,
de la rebelión de Gonzalo Pizarro y de la administración de Pedro de la Gasca.
1572
Pedro Sarmiento de Gamboa (ca.1532-1592) escribe Historia ĺndica, manuscrito
hallado en el siglo XX, donde se relata la historia de los incas en base a entrevistas
con los miembros más prominentes de los diferentes clanes, y el descubrimiento y
conquista por los españoles.
1574
Juan López de Velasco (ca.1530-1598) escribe Geografía y descripción universal de las
Indias, publicada por primera vez en Madrid por don Justo Zaragoza en 1894.
1575
El cuzqueño Cristóbal de Molina (1529-1585) redacta Fábulas y ritos de los Incas, en
el que presenta la religión andina durante la época prehispánica en el Cuzco. Reúne
datos de las fiestas incaicas y leyendas relativas al origen de los incas, sus creencias,
celebraciones, ritos, idolatrías y sacrificios.
1579
Incursión de las naves del pirata Francis Drake en el Callao.
446
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
1580
Pedro Sarmiento de Gamboa probablemente termina su diario de viaje Relación i
derrotero del viage i descubrimiento del estrecho de la Madre de Dios, antes llamado
de Magallanes, publicado en 1768 por Bernardo de Iriarte bajo el título de Viage al
Estrecho de Magallanes por el Capitán Pedro Sarmiento de Gamboa.
1581
Martín Enríquez de Almansa es nombrado nuevo virrey, cargo que mantiene hasta
su muerte en 1583. Durante su ejercicio hizo posible el establecimiento del servicio
postal en el virreinato del Perú.
Toribio Alfonso de Mogrovejo es nombrado Arzobispo de Lima en 1579. Reunió
el III Concilio Provincial de Lima (1582-1583).
Se instala en Lima la primera imprenta, la de Antonio Ricardo, pero no funcionó
por las prohibiciones de la corona española. Después, a partir de 1584, la imprenta
tuvo una notoria influencia en el apoyo para la enseñanza de los indígenas, así como
en el aprendizaje de los religiosos. Imprimió mayormente obras didácticas de carác-
ter religioso como vocabularios, diccionarios, gramáticas e incluso obras bilingües y
trilingües de adoctrinamiento.
1582
Se inicia el Tercer Concilio Limense. El obispo Mogrovejo puede entrar en contacto
con las reducciones, doctrinas, corregimientos, pueblos bajo su jurisdicción. Ese con-
cilio fue la más grande reunión de prelados que conoció el continente americano
hasta el siglo XIX.
Se funda en Lima el Colegio Real de San Martín, principal colegio de laicos, a
cargo de los jesuitas en el virreinato del Perú. Se estudiaba gramática, latín y artes.
1584
Probablemente por esta fecha Cristóbal de Albornoz (ca.1530-¿?) redacta la Instruc-
ción para descubrir todas las guacas.
Se publica el primer libro editado en Lima por Antonio Ricardo, Doctrina
christiana, y catecismo para instruccion de los indios en castellano, quechua y aimara,
documento producido por el Tercer Concilio Limense.
1585
Fernando de Torres y Portugal, Conde de Villar Don Pardo, nuevo virrey, su gobierno
dura hasta 1589. Fortificó el puerto de El Callao y renovó la flota; también hizo
frente a las incursiones del pirata Cavendish, quien saqueó Paita y Piura.
447
Literaturas orales y primeros textos coloniales
Fecha probable del manuscrito de Toribio de Ortiguera Jornada del río Marañón
con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas acaecidas en las
Indias Occidentales.
Se publicó en la imprenta de Antonio Ricardo el Confessionario para los curas de
indios, que contiene una lista de preguntas. Estas interrogaciones revelan las costum-
bres de las diversas regiones andinas.
1586
Miguel Cabello Valboa (ca.1530-1566) termina la redacción de Miscelánea Antártica,
escrita entre 1576 y 1586.
Aparece como anónimo (¿Alonso de Barzana?) el Arte, y vocabvlario en la lengva
general del Perv llamada quichua, y en la lengua española, editado por Antonio Ricardo.
1588
José de Acosta (1540-1600) escribe De natura Novi Orbis libri duo, et De promulga-
tione Evangelii apud barbaros, sive De procuranda indorum salute libri sex.
Bartolomé Álvarez escribe De las costumbres y conversión de los indios del Perú,
Memorial a Felipe II, donde contrasta el cristianismo con las creencias y las prácticas
religiosas de los indígenas.
1589
García Hurtado de Mendoza ejerce su cargo de nuevo virrey hasta 1596. Intentó
instaurar el impuesto de alcabala, lo que provocó en 1593 una rebelión en Quito.
1590
El Inca Garcilaso de la Vega publica en Madrid la Traduzion del Indio de los tres «Diá-
logos de Amor» de León Hebreo, hecha de italiano en español.
José de Acosta publica en Sevilla Historia natural y moral de las Indias, en que se
tratan las cosas notables del cielo, y elementos, metales, plantas y animales dellas: y los
ritos, y ceremonias, leyes, y govierno de los indios.
El fraile mercedario Martín de Murúa (1525/1535-1618) escribe Historia del
origen, y genealogía real de los reyes ingas del Piru, primera versión de su manuscrito
ilustrado donde relata el origen y dinastía de los incas, la forma de gobierno, religión
y costumbres en la sociedad incaica y se ocupa de la geografía, descripción de ciuda-
des e historia de la orden mercedaria en el Perú.
1596
Luis de Velasco, Marqués de Salinas, es nombrado virrey. Durante su gobierno de
ocho años fundó varias escuelas en Lima para la educación de los niños pobres criollos
448
Cronología / Javier de Taboada y Yaneth Sucasaca
449
L
5. El español. Garatea
Ilustración 1. Prólogo de la Gramática (1492) de Antonio de Nebrija. Biblioteca
Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España.
Ilustración 2. Portada de la primera edición del Quijote, Madrid, Juan de la
Cuesta, 1605. Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional
de España.
6. Gramáticas y vocabularios. Ezcurra Rivero/Bendezú-Araujo
Ilustración 1. Doctrina christiana y catecismo para instrucción de los indios (Lima,
1584). En la Biblioteca Nacional del Perú, Biblioteca Digital
Mundial, Library of Congress, Washington DC, EE.UU.
Ilustración 2. Óleo de fray Domingo de Santo Tomás (c. 1560). Museo de Arte
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.
Ilustración 3. Gramatica y arte nueva de la lengua general de todo el Perú, llamada
lengua Qquichua, o lengua del Inca (Lima, 1607) del jesuita Diego
González Holguín. Cortesía de la John Carter Brown Library,
Providence, Rhode Island, EE.UU.
Ilustración 4. Vocabulario de la lengua aymara. Primera parte: donde por abecedario
se ponen en primer lugar los vocablos de la lengua española para bus-
car los que les corresponden en la lengua aymara, del jesuita Ludovico
Bertonio (1612, Juli, Provincia de Chucuito, Perú). Cortesía de la
John Carter Brown Library, Providence, Rhode Island, EE.UU.
7. Poesía temprana. Coello
Ilustración 1. Mapa del Perú (c. 1545) en Islario general de todas las islas del
mundo del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz (1505-1567). Biblio-
teca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España.
451
Literaturas orales y primeros textos coloniales
452
Lista de ilustraciones
453
Literaturas orales y primeros textos coloniales
454
S
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
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Sobre los colaboradores
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Literaturas orales y primeros textos coloniales
Beatriz Carolina Peña es doctora por The City University of New York (CUNY),
donde trabaja actualmente como profesora. Investiga sobre los textos coloniales y
la memoria cultural peruana. Ha preparado la edición, notas e introducción de la
Relación de fray Diego de Ocaña. Entre sus otras publicaciones cabe señalar los libros
Imágenes contra el olvido: El Perú colonial en las ilustraciones de fray Diego de Ocaña
(2011), Fonolitos. Las piedras campanas de Eten: rituales, milagros y codicia (2014)
y Fray Diego de Ocaña: olvido, mentira y memoria (2016), así como los artículos:
«Mystic Ringing of Stone Bells: A Case of Annihilation of Cultural Memory in Peru»
(2015) y «[G]Ente es esta de que no se puede tomar entendimiento: Las cabriolas de
Hernando de Soto ante Atahualpa en crónicas peruanas del XVI» (2014).
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Sobre los colaboradores
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Los seis volúmenes de la Historia de las literaturas en el Perú constituyen una
propuesta de lectura crítica de la compleja historia y las múltiples tradiciones
orales y letradas, entretejidas a lo largo de siglos para formar la densa trama de la
literatura del Perú. Escritos por reconocidos especialistas, los ensayos incluidos
en estos volúmenes ofrecen un actualizado recorrido diacrónico de los procesos
y géneros que han conformado tan singular literatura. La travesía conduce a
espacios culturales inusitados, desafía la imaginación y fortalece la conciencia
ciudadana de formar parte de una cultura admirable, heterogénea y maravillosa.