Alfred Adler
Alfred Adler
Alfred Adler
Alfred Adler forjó una imagen de la naturaleza humana que no describía a las personas como
víctimas de los instintos y los conflictos, ni condenadas por las fuerzas biológicas y las experiencias
de la niñez. Llamó psicología individual a su enfoque porque se centra en la singularidad de cada
individuo y niega la universalidad de las metas y los motivos biológicos que postuló Sigmund
Freud. En opinión de Adler, cada persona es fundamentalmente un ser social. La personalidad está
moldeada por nuestras interacciones y ambientes sociales únicos y no por nuestros esfuerzos para
satisfacer las necesidades biológicas. A diferencia de Freud, que consideraba que el sexo era un
factor determinante de la personalidad, Adler redujo el papel del sexo al mínimo en su sistema.
Según él, la conciencia, y no el inconsciente, era el núcleo de la personalidad. No somos
impulsados por fuerzas que no podemos ver ni controlar, sino que participamos activamente en la
creación del yo y en la elección de nuestro futuro. En Adler y Freud vemos dos teorías muy
distintas formuladas por dos hombres criados en la misma ciudad durante la misma época, que
recibieron idéntica formación médica en la misma universidad. Sólo había una diferencia de 14
años de edad. Igual que en el caso de Freud, algunas vivencias de la niñez de Adler influyeron
acaso en su concepción de la naturaleza humana.
NIÑEZ Y ADOLESCENCIA
La niñez de Adler estuvo marcada por la enfermedad, la conciencia de la muerte y los celos por su
hermano mayor. Padeció raquitismo (deficiencia de vitamina D que se manifiesta en el
ablandamiento de los huesos) y eso le impedía jugar con otros niños. Cuando tenía tres años, su
hermano menor murió en una cama contigua a la suya. A los cuatro años Adler estuvo a punto de
morir de neumonía. Cuando escuchó al médico decirle a sus padres: “Su hijo no tiene remedio”,
decidió estudiar medicina (Orgler, 1963, p. 16). El pequeño Alfred era consentido por la madre a
causa de su enfermedad, pero cuando tenía dos años fue destronado por la llegada de otro bebé.
Los biógrafos han sugerido que la madre quizá lo haya rechazado entonces, pero sin lugar a dudas
era el consentido de su padre. Por lo tanto, las relaciones con sus padres fueron distintas a las de
Freud (éste se identificaba más con su madre). En la edad adulta Adler rechazó el concepto del
complejo de Edipo porque era totalmente ajeno a sus experiencias en la niñez. Tenía celos de su
hermano mayor, que era fuerte y sano y podía realizar actividades físicas y practicar deportes en
los que Alfred no podía participar. “Recuerdo estar sentado en una banca, con vendas en el cuerpo
debido al raquitismo, y mi hermano mayor sentado enfrente. Él podía correr, brincar, desplazarse
sin el menor esfuerzo, pero para mí cualquier movimiento requería esfuerzo y me causaba
tensión” (Adler, citado en Bottome, 1939, pp. 30-31). Adler se sentía inferior a su hermano y a
otros niños del vecindario porque eran más sanos y atléticos. Por eso decidió esforzarse para
superar esos sentimientos y compensar sus limitaciones físicas. A pesar de su corta estatura, su
torpeza y falta de atractivo físico, consecuencia de su enfermedad, se obligó a participar en juegos
y deportes. Poco a poco fue ganando la batalla, logrando la autoestima y la aceptación social. Le
gustaba estar acompañado por la gente y fue muy sociable durante toda la vida. En su teoría de la
personalidad, Adler subrayó la importancia del grupo de compañeros, señalando que las
relaciones con los hermanos durante la niñez y con niños fuera del círculo familiar son mucho más
importantes de lo que supuso Freud. En la escuela (la misma a la que asistió Freud), Adler primero
fue un estudiante triste y mediocre. Un maestro, que pensaba que el niño no era apto para el
estudio, aconsejó al padre que le mandara de aprendiz con un zapatero, y la perspectiva horrorizó
a Adler. Era muy malo para las matemáticas, pero con mucha perseverancia dejó de ser un alumno
reprobado para ocupar el primer lugar de la clase. En muchos aspectos, su niñez parece una
tragedia, pero también es un ejemplo real de su teoría de la personalidad, de cómo superó las
debilidades de la infancia y la inferioridad para forjar su destino. El teórico que legaría al mundo el
concepto de los sentimientos de inferioridad hablaba desde lo más profundo de lo vivido en la
niñez. “Quienes conocen el trabajo de mi vida advertirán claramente una relación entre los hechos
de mi niñez y las ideas que propuse” (citado en Bottome, 1939, p. 9). Edad adulta Adler hizo
realidad su ambición de niño y estudió medicina en la Universidad de Viena, pero se graduó con un
historial académico mediocre. Inició la práctica privada como oftalmólogo, pero pronto decidió
dedicarse a la medicina general. Le interesaban las enfermedades incurables. Sin embargo, se
sintió tan deprimido por la imposibilidad de evitar la muerte, sobre todo en el caso de pacientes
jóvenes, que optó por especializarse en neurología y psiquiatría. La relación con Freud, que duró
nueve años, comenzó en 1902, cuando éste lo invitó, así como a otros tres jóvenes, a reunirse en
su casa una vez a la semana para hablar de psicoanálisis. Si bien nunca hubo una relación estrecha
entre ambos, al principio Freud tuvo una excelente opinión de Adler y elogiaba su habilidad de
médico capaz de ganarse la confianza de los pacientes. Es importante recordar que Adler nunca
fue alumno ni discípulo de Freud y que tampoco fue psicoanalizado por él. Uno de los colegas de
Freud decía que Adler no tenía la capacidad para penetrar en el inconsciente y psicoanalizar a las
personas. ¿Esto explica por qué basó su teoría de la personalidad en la conciencia de acceso más
fácil y redujo al mínimo el papel del inconsciente? En 1910, no obstante que Adler era presidente
de la Sociedad Psicoanalítica de Viena y coeditor de la revista de esa sociedad, empezó a criticar
más abiertamente la teoría freudiana. No tardó en romper definitivamente con los psicoanalistas y
se dio a la tarea de formular su propia perspectiva de la personalidad. Freud reaccionó con enojo
ante la deserción de Adler. Se burlaba de su estatura pequeña (medía cinco centímetros menos
que Freud) y decía que era odioso, anormal, ambicioso rayando en la locura, venenoso y malvado,
paranoide, celoso y sádico. Afirmó que la teoría de Adler no tenía valor alguno (Fiebert, 1997; Gay,
1988; Wittels, 1924). Adler mostraba una hostilidad semejante contra Freud, a quien calificaba de
embaucador, y denunció al psicoanálisis como un método sucio (Roazen, 1975). Le enfurecía que
lo presentaran como alumno de Freud. En los últimos años de su vida sintió tanta amargura a
causa de los desertores de su teoría como Freud la sintió por aquellos que, como Adler, habían
abandonado el psicoanálisis. Era sabido que Adler “estallaba furibundo cuando pensaba que
alguien estaba desafiando su autoridad” (Hoffman, 1994, p. 148). En 1912, fundó la Sociedad de
Psicología Individual. Sirvió en el ejército austriaco durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
y más adelante organizó en Viena clínicas de consultoría para niños patrocinadas por el gobierno.
Introdujo la capacitación en grupos y los procedimientos de orientación, precursores de las
técnicas modernas de terapia grupal. En 1926 efectuó la primera de varias visitas a Estados
Unidos, donde impartió clases y recorrió el país dictando conferencias para el público. Se mudó a
Estados Unidos en 1929 y fijó su residencia en la ciudad de Nueva York, donde prosiguió con su
trabajo para desarrollar y promover la psicología individual. Un biógrafo señaló que “los rasgos
personales de la genialidad, el optimismo y la calidez de Adler, aunados a un fuerte impulso de
ambición... pronto lo catapultaron a un lugar prominente como psicólogo experto” (Hoffman,
1994, p. 160). Los libros y las conferencias de Adler le valieron un reconocimiento nacional y
pronto se convirtió en el psicólogo más conocido en Estados Unidos: el personaje del momento.
En 1937, mientras efectuaba un agotador recorrido por Europa para dictar 56 conferencias, sufrió
un infarto y falleció en Escocia.
Según Adler, los sentimientos de inferioridad están siempre presentes como una fuerza
motivadora del comportamiento. Así, escribió: “Ser humano significa sentirse inferior”
(1933/1939, p. 96). Dado que esta condición es común a todos los seres humanos, no representa
una señal de debilidad ni de anormalidad. Adler propuso que los sentimientos de inferioridad son
la fuente del esfuerzo humano. El crecimiento individual se obtiene por medio de la
compensación, es decir, de los intentos por superar las inferioridades reales o imaginadas. A lo
largo de la vida nos mueve la necesidad de sobreponernos a esos sentimientos y de tratar de
alcanzar niveles más altos de desarrollo.
El proceso comienza en la infancia. En esa etapa los niños son pequeños e indefensos, y dependen
totalmente de los adultos. Adler pensaba que los menores saben que sus padres tienen más poder
y fuerza y que es inútil tratar de resistirse o de enfrentarse a ellos. Por lo mismo, desarrollan
sentimientos de inferioridad frente a las personas más grandes y más fuertes que les rodean. Esta
experiencia inicial de inferioridad se aplica a todos en la infancia, pero no proviene de factores
genéticos. Por el contrario, depende del ambiente, que es idéntico para todos los niños, o sea, uno
de indefensión y subordinación a los adultos. Los sentimientos de inferioridad son inevitables,
pero lo más importante es que son necesarios porque proporcionan la motivación para esforzarse
y crecer. El complejo de inferioridad Supongamos que un niño no crece ni se desarrolla. ¿Qué
sucede cuando no logra compensar sus sentimientos de inferioridad? La imposibilidad de
superarlos los intensifica y produce un complejo de inferioridad. Las personas con complejo de
inferioridad tienen una mala opinión de sí mismas y se sienten desvalidas e incapaces de afrontar
las exigencias de la vida. Adler descubrió este complejo en la niñez de muchos adultos que acudían
para recibir tratamiento. El complejo de inferioridad puede surgir de tres fuentes durante la niñez:
la inferioridad orgánica, los mimos excesivos y el descuido. La investigación de la inferioridad
orgánica fue la primera importante de Adler y la efectuó cuando todavía estaba ligado a Freud,
quien aprobó el concepto. Llegó a la conclusión de que las partes o los órganos defectuosos del
cuerpo moldean la personalidad por medio de los intentos por compensar el defecto o la
debilidad, tal como había hecho Adler con el raquitismo o la inferioridad física de su niñez. Por
ejemplo, un infante físicamente débil quizá se centre en su debilidad y se esfuerce por adquirir
una excelente habilidad atlética. En la historia encontramos muchos ejemplos de este tipo de
compensación: en la antigüedad, el griego Demóstenes superó el tartamudeo y se convirtió en un
gran orador. En la edad adulta el enfermizo Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presiden - te de
Estados Unidos, llegó a ser modelo de buena condición física. Los esfuerzos por sobreponerse a un
defecto físico pueden culminar con impresionantes logros en el arte, los deportes y el ámbito
social, pero si no se tiene éxito, pueden llevar a un complejo de inferioridad. La obra de Adler
constituye un ejemplo más de una concepción de la personalidad basada en la intuición, inspirada
en su experiencia personal y confirmada después por datos de los pacientes. El consultorio de
Adler en Viena se encontraba cerca de un parque de diversiones y sus clientes incluían a cirqueros
y gimnastas. Poseían excelentes habilidades físicas que, en muchos casos, habían sido adquiridas
trabajando duro por superar discapacidades de la niñez. El complejo de inferioridad también
puede ser resultado de consentir o mimar en exceso a un niño. Estos pequeños son el centro de
atención en el hogar. Todas sus necesidades o caprichos son satisfechos, y casi nunca se les niega
algo. Dadas las circunstancias, es natural que tengan la idea de que son la persona más importante
en cualquier situación y que los demás deben someterse a ellos. La primera experiencia en la
escuela, donde ya no son el centro de atención, les produce un choque para el cual no están
preparados. Los niños consentidos tienen poca sensibilidad social y son impacientes con la gente.
Nunca aprendieron a esperar para cumplir sus deseos ni tampoco a sobreponerse a los problemas
o a adaptarse a las necesidades ajenas. Cuando encuentran un obstáculo que impide la
gratificación, creen que la causa es alguna deficiencia personal que lo está impidiendo y de ahí
surge el complejo de inferioridad. No es difícil comprender por qué los niños descuidados, no
deseados y rechazados desarrollan este complejo. Su infancia se caracteriza por la falta de amor y
de seguridad, porque sus padres son indiferentes u hostiles. En consecuencia, sienten que no
valen nada, a veces también experimentan ira, y ven a la gente con desconfianza. El complejo de
superioridad Sea cual fuere el origen del complejo, algunas personas tienden a compensarlo y a
desarrollar lo que Adler llamara complejo de superioridad, el cual implica una opinión
exageradamente buena de las capacidades y los logros personales. El individuo se siente satisfecho
consigo mismo, pero no siente que sea preciso demostrar su superioridad con logros. La persona
tal vez sienta una enorme necesidad de esforzarse para obtener un éxito rotundo. En ambos
casos, los sujetos que tienen este complejo propenden a ser jactanciosos, vanidosos, egocéntricos
y a denigrar a otros.
La meta última de todos nosotros es la superioridad o perfección, pero tratamos de alcanzarla por
medio de diferentes patrones de conducta. Cada quien expresa esta lucha de distinta manera.
Desarrollamos un patrón único de características, conductas y hábitos que Adler llamó carácter
distintivo o estilo de vida. A efecto de entender cómo se desarrolla el estilo de vida, volvamos al
concepto de los sentimientos de inferioridad y de compensación. Los bebés padecen sentimientos
de inferioridad que les motivan a compensar la indefensión y la dependencia. En sus intentos de
compensación, adquieren una serie de conductas. Por ejemplo, el niño enfermizo luchará por
aumentar su capacidad física corriendo o levantando pesas. Estas conductas pasan a formar parte
de su estilo de vida; es decir, un patrón de actividades cuyo fi n es compensar la inferioridad.
Nuestro estilo de vida es singular y define y moldea todo lo que hacemos. Determina cuáles
aspectos del ambiente observamos o ignoramos y qué actitudes adoptamos. El estilo de vida se
aprende en razón de las interacciones sociales que ocurren en los primeros años de vida. Adler
sugirió que el estilo de vida está tan cristalizado hacia los cuatro o cinco años que después de esa
edad resulta muy difícil cambiarlo. El estilo de vida será el marco de referencia de todas las
conductas posteriores. Como dijimos antes, su índole depende de las interacciones sociales,
especialmente del orden de nacimiento dentro de la familia y del tipo de relaciones entre
progenitor e hijo. Recuerde que el descuido es una circunstancia capaz de producir el sentimiento
de inferioridad. El niño que es descuidado se siente incapaz de lidiar con las exigencias de la vida,
por lo cual será desconfiado y hostil con la gente. Por consiguiente, su estilo de vida tal vez
implique buscar venganza, envidiar el éxito ajeno y tomar lo que considera que merece.