Este documento describe una conversación entre Guillermo y Julián mientras están atrapados en un ascensor. Julián cuestiona el estilo de liderazgo de Guillermo y sugiere que fomenta la "gula" al trabajar demasiadas horas él y esperar lo mismo de sus empleados. Guillermo se defiende diciendo que es normal trabajar hasta tarde, pero Julián lo contradice y dice que sus empleados en realidad se van a los pocos minutos de que él se vaya. Julián explica que trabajar demasiadas horas no necesariamente significa mayor productividad
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
27 vistas6 páginas
Este documento describe una conversación entre Guillermo y Julián mientras están atrapados en un ascensor. Julián cuestiona el estilo de liderazgo de Guillermo y sugiere que fomenta la "gula" al trabajar demasiadas horas él y esperar lo mismo de sus empleados. Guillermo se defiende diciendo que es normal trabajar hasta tarde, pero Julián lo contradice y dice que sus empleados en realidad se van a los pocos minutos de que él se vaya. Julián explica que trabajar demasiadas horas no necesariamente significa mayor productividad
Este documento describe una conversación entre Guillermo y Julián mientras están atrapados en un ascensor. Julián cuestiona el estilo de liderazgo de Guillermo y sugiere que fomenta la "gula" al trabajar demasiadas horas él y esperar lo mismo de sus empleados. Guillermo se defiende diciendo que es normal trabajar hasta tarde, pero Julián lo contradice y dice que sus empleados en realidad se van a los pocos minutos de que él se vaya. Julián explica que trabajar demasiadas horas no necesariamente significa mayor productividad
Este documento describe una conversación entre Guillermo y Julián mientras están atrapados en un ascensor. Julián cuestiona el estilo de liderazgo de Guillermo y sugiere que fomenta la "gula" al trabajar demasiadas horas él y esperar lo mismo de sus empleados. Guillermo se defiende diciendo que es normal trabajar hasta tarde, pero Julián lo contradice y dice que sus empleados en realidad se van a los pocos minutos de que él se vaya. Julián explica que trabajar demasiadas horas no necesariamente significa mayor productividad
Descargue como DOCX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1/ 6
GULA
—¿Cuánto pesas, Guillermo? La pregunta me pilló por sorpresa y me ofendió un
poco. —¿A qué viene eso? —No sé, simple curiosidad. Creo que te has descuidado un poco. Te recordaba más bien delgado y cuando te volví a ver me sorprendió que hubieras engordado tanto. —¿No tienes suficiente con contarme toda esa mierda sobre que mi empresa ha perdido su alma que, encima, vas y me llamas gordo? — No quería hacerte sentir mal. Sólo saber si lo de haberte descuidado tanto tenía que ver con cómo te sientes en el trabajo. Yo estaba realmente desorientado. No entendía para nada qué tenía que ver una cosa con la otra. Y aún menos adónde quería ir a parar con ese cambio brusco de tema. Habíamos hablado de la ira, la envidia, la soberbia y la pereza. Así que, según mis cuentas, aún me tenía que hablar sobre la gula, la avaricia y la lujuria para completar su teoría, su jodida teoría, sobre los siete pecados capitales y la pérdida del alma en mi empresa. Sorprendido, lo miré ante la evidencia de que estaba introduciendo la gula como siguiente tema en su absurda teoría. Me resistía, a pesar de todas las fibras que había tocado en mí, a reconocer las verdades que escondía todo ese montaje. Si no hubiese estado en la situación en que nos encontrábamos, no hubiese aguantado todo ese montón de basura dialéctica, que sólo soportaba por su buena retórica. Me retorcí intentando buscar una nueva postura que me ayudase a calmar el dolor que recorría toda mi espalda. Menudo idiota… ¿Cómo pretendía darme una lección alguien que se había pasado la vida saltando de un trabajo a otro? ¿Qué podía saber él de lo que significaba dirigir un departamento si nunca lo había hecho? Sí, muy bonitos sus planteamientos y muy claras sus explicaciones, pero la realidad era otra. Mucho más fría, mucho más dura... Ante este nuevo brote de inesperado escepticismo lo miré directamente a los ojos. —¿Sabes una cosa, Julián? Me parece que no sabes una mierda y que eres un farsante que ha venido aquí cargado de teorías de un mundo ideal que no sirven para nada. Creo que no tienes ni puta idea de qué va todo esto y de lo complejo que resulta llevar un negocio. —¿Por qué te has enfadado ahora tanto conmigo? —me preguntó. —¿Con quién quieres que lo haga, con la vecina del quinto? Estamos tú y yo. Llevamos demasiadas horas aquí encerrados sin que nadie nos rescate. Tengo sed y me duele mucho la espalda. No es para estar feliz, ¿no te parece? 55 —Entiendo que estés incómodo, yo también lo estoy. Pero eso no me da motivos para ofenderte. Al contrario, agradezco muchísimo que no me encuentre sólo en esta situación y pueda charlar contigo. Ahora, si no quieres que continúe, puedo cerrar la boca y no hablar más. —Creo que será lo mejor —dije, y nos quedamos en silencio. Julián aprovechó para encender su emisora y llamar a Pepe. —Pepe, soy Julián. ¿Estás ahí? —Por supuesto, compañero. ¿Cómo va? —Bueno, qué quieres que te diga. Aguantando el chaparrón. ¿Tienes novedades? —Nada de nada. Lo siento. Barcelona está colapsada. Dicen por la radio que no se recordaba una nevada así desde hacía más de cuarenta años. En el rato que lleváis ahí encerrados ha caído casi medio metro de nieve. Empiezo a pensar que la cosa va para largo ¿Puedo hacer algo por vosotros? —Seguir ahí y avisarnos si tienes novedades, ¿vale? —Trato hecho. Corto. Yo había seguido su conversación como un sencillo espectador. Como si la historia no fuese conmigo y la estuviese viendo en una pantalla. Seguía intentando digerir el mal sabor de boca que me había dejado la última parte de nuestra conversación. Trataba de discernir si estaba siendo justo o injusto con Julián defendiendo con tanta contundencia mis convicciones. O, al menos, no dejándome convencer por un conjunto de argumentos que me estaban poniendo contra las cuerdas constantemente. Si le hacía caso, si le daba toda la razón, me estaba condenando a sentirme tremendamente culpable por incumplir prácticamente todos y cada uno de los planteamientos que él defendía como acertados para tener un comportamiento correcto. ¡Cuanta contradicción! Creo que era lícito defenderse de todas esas acusaciones, aun sabiendo que uno podría ser declarado culpable. Lo miraba de reojo y lo veía resignado y pensativo, como si hubiese acatado mi imposición de silencio pero aún le quedasen muchas más cosas por contarme. ¿Y qué más tendría que decirme? ¿Cuánto más daño podría hacerme aún? ¿Y cuánto estaría yo dispuesto a escuchar? Ojalá nos rescatasen ahora mismo. Ojalá viniese la electricidad de golpe y el ascensor se pusiera en marcha. Así podría dar por finalizada esa conversación, pero sobre todo esa recuperada amistad que no me apetecía continuar. ¿Qué pasaría mañana, cuando todo volviese a la normalidad? ¿Cómo debería actuar cuando le viese pasar haciendo sus rondas, sabiendo ahora todo lo que sabía sobre mí? Podría resultar tremendamente incómodo convivir con esa sensación de ultraje, de sentirme observado y analizado en cualquiera de mis movimientos. Por muy injusto que pudiese parecer debía evitar esa situación y proponer a su empresa un traslado. Me sabía mal, aunque imagino que lo entendería. En realidad, era yo quien tenía la sartén por el mango. Con una llamada de teléfono podía hacer que mañana mismo no estuviese. Pero no me apetecía hacerle daño. Debía inventar una excusa creíble para 56 proponer su traslado, pero que no le perjudicase ni pusiera en peligro su puesto de trabajo. Eso sería fácil para mí; pensaría en ello llegado el momento, no me preocupaba lo más mínimo inventarme una historia para convencer a alguien con una mentira. De esa capacidad mía no tenía ninguna duda, llevaba haciéndolo toda la vida. Lo miré y sentí pena por él. —Peso ciento ocho kilos —dije, intentando recuperar el diálogo. —¿Y cómo te sientes? —respondió, tratando de discernir si era un comentario puntual o una señal de que podíamos seguir hablando. —Me siento fatal, qué quieres que te diga… Estoy gordo, me encanta comer y no tengo tiempo ni para ir al gimnasio. Pero no puedo hacer nada. Es lo que hay. Pero aún no consigo entender qué tiene que ver la gula…, porque querías que hablásemos de la gula ¿verdad? Qué tiene que ver con la dichosa alma. —La gula en la empresa es otro mal muy generalizado. Pero no se refiere al consumo excesivo de alimentos, sino al consumo excesivo de trabajo. Me quedé algo más tranquilo al entender que mi sobrepeso no iba a ser el centro de la conversación. —Entonces, permíteme que te diga que no entiendo a qué venía tanta curiosidad sobre mis kilos de más —puntualicé. —Te pido disculpas, sé que no he sido muy delicado al preguntártelo. No quería herirte. Lo que pasa es que ya me esperaba parte de la respuesta que me has dado. — ¿Cuál? —La de que no tienes tiempo para ir al gimnasio. —Es la pura verdad, tengo mucho trabajo y acabo tardísimo. —¿Cuántas horas trabajas, Guillermo? —Diez, once, doce... No te lo sé decir exactamente. —Vaya, son muchas y ¿por qué tantas? —Es lo normal, todos lo hacemos, siempre hay asuntos por resolver. Y además a última hora es cuando más se rinde. Todo está más tranquilo, suena menos el teléfono... Es la mejor hora. —Y la gente de tu equipo, ¿cuánto trabaja? — Unos pocos se van a las seis, que creo que es la hora oficial de acabar. Pero la mayoría se quedan un rato más. —Y esos que se quedan, ¿sabes por qué lo hacen? —Yo diría que porque tienen algo pendiente y se toman muy en serio su trabajo. —¿Quieres decir que están realmente implicados? —Por supuesto. Ellos eligen libremente irse a casa o quedarse un rato más. A mí me gusta salir y ver que algunos aún siguen ahí. Son gente que quieren llegar lejos y no les importa qué hora es. Trabajan sin estar pendientes del reloj, y eso es muy bueno. Son gente con quien se puede contar. 57 —¿Te has preguntado alguna vez cuánto rato más se quedan una vez que te has ido tú? —No, pero imagino que el suficiente para dejar cerrado aquello en que trabajaban. Julián sonreía, y yo no entendía el porqué. —Ni diez minutos —dijo. —¿Cómo? —pregunté. —Que no tardan ni diez minutos en irse después de que te hayas marchado tú. —No me lo creo —dije. —No tengo motivos para engañarte, Guillermo. Yo estoy allí y te digo lo que veo. Quítatelo de la cabeza, amigo. Ellos no se quedan más tiempo porque estén más implicados. Se quedan porque tú estás allí. Y en cuanto te vas, ellos se van. Es así de fácil. Me quedé un tanto desconcertado. Estaba tan convencido que me costaba entender que mi realidad hubiese sido puesta en solfa de una manera tan fácil. Y si era verdad lo que decía Julián, y no tenía motivos para engañarme con algo que yo podía verificar mañana mismo, se había desmontado toda mi teoría. —La mayoría de las empresas en las que he trabajado —continuó— padecen de gula, otro síntoma más para explicar la pérdida del alma. Se trata de un consumo excesivo de trabajo, pero que en realidad es pura ficción. La gente no rinde más porque permanezca más horas en su puesto de trabajo. Pero se crea la sensación de que es así. Tú has tenido esa sensación y has llegado a pensar que los que se marchan más tarde a casa son los que están más implicados. —¿Es un error entonces? —Es un gran error pensar que alguien que se marcha escrupulosamente a su hora está menos implicado que alguien que se queda hasta más tarde que el propio jefe. La implicación no tiene que ver necesariamente con las horas de trabajo. Pero la gente aprende a vivir en esa situación ficticia y a jugar a eso de «si quieres que tu jefe crea que estás muy implicado, permanece más horas que él en la oficina». —Has dicho «permanece» y no «trabaja» —puntualicé. —Y lo he hecho muy conscientemente. Nadie puede rendir al cien por cien doce horas al día, día tras día. Por tanto, para poder permanecer tantas horas, y que parezca que trabajas, tienes que tomarte algunos tiempos muertos. En definitiva, el que está diez horas en el trabajo no produce necesariamente más que el que está ocho. Sencillamente, permanece más tiempo allí y da la sensación de que trabaja más. —Me cuesta mucho creer lo que me dices, Julián. Sinceramente, no le veo demasiado sentido. Quiero comprobarlo y voy a estar mucho más pendiente de ello a partir de ahora. Te lo aseguro. Pero independientemente de esto, creo que no me vas a convencer de que trabajar mucho sea tan malo. Me sorprende que lo hayas llamado «gula», me parece demasiado rebuscado. 58 —Es tu opinión y la respeto. Sólo es una asociación de ideas. Comer es necesario, pero comer con desmesura es malo y acaba pasando factura. Del mismo modo, trabajar es necesario, pero hacerlo con exceso es malo, y también acaba pasando factura al individuo y a toda la organización, porque la gente acaba aprendiendo que lo que está bien visto es trabajar mucho. ¿Lo entiendes ahora mejor? —Creo que sí. Me parece un poco frívolo por tu parte, pero entiendo el planteamiento. —¿Y qué pasa cuando se crea esa cultura de «aquí todo el mundo trabaja muchas horas»? Pues que se crea una altísima dependencia y la gente ha de estar a disposición de la empresa las veinticuatro horas. Si llegas a este punto se crea un estado de ansiedad y una necesidad permanente de estar conectado por si ocurre alguna cosa. ¿Miras tu BlackBerry cuando estás en casa? —Menuda pregunta, Julián. Claro, como todo el mundo. —Lo de «todo el mundo» prefiero no discutirlo. ¿Por qué lo haces? —Porque tengo mucha responsabilidad. Porque puede ocurrir algo que deba saber. Porque tal vez recibo un correo y haya que contestarlo... —Precisamente, eso es a lo que yo llamo «gula». Es un consumo excesivo de trabajo, una continua conexión con las obligaciones profesionales que refuerza la idea de cuán importantes somos, y, por tanto, retroalimenta el que lo sigamos haciendo. Y lo peor de todo es que siempre acaba pasando factura a las relaciones familiares, porque toda esa dedicación extra al trabajo va en detrimento del tiempo que debemos dedicar a los nuestros, que también lo necesitan. Le escuchaba. Me seguía poniendo entre las cuerdas. Ese jodido Julián me estaba retratando sin saberlo. Nunca me había planteado que trabajar mucho fuera malo. Yo estaba convencido de que era una señal de mi alto grado de implicación con la empresa. Ahora podía ver perfectamente mi vida solitaria, en el sofá de casa, con el ordenador encendido hasta muy tarde para adelantar trabajo para el día siguiente, la tele encendida para sentir algo de compañía y los restos de mi cena… Pero no hacía mal a nadie. También podía recordar a Alicia y a mí, antes de separarnos, incluso cuando todavía nuestra relación funcionaba, juntos en el mismo sofá, cada uno con su ordenador abierto, trabajando un rato, sin dirigirnos la palabra. Me pareció patético. Y lo peor, reconocía que me sentaba mal cuando alguien de mi equipo decidía dejar algo para el día siguiente, cuando podía llevárselo a casa para acabarlo. Tal vez Julián se refería a eso. —Tomo nota, Julián —dije—. Me has hecho pensar mucho y me identifico bastante con muchas de las cosas que me cuentas. Has hecho tambalear una idea que tenía muy arraigada. Entiendo tu explicación y creo que tiene sentido. Te pido disculpas por haber sido tan desagradable contigo antes. Lo siento de verdad. RESUMEN: El capítulo empieza con una pregunta que dejó al personaje principal con la boca abierta, pensando en que de alguna forma su compañero estaba ofendíendolo. Lo cual lo molestó mucho. Sin saberlo, aquella pregunta hacía referencia a uno de los mayores errores cometidos dentro de la empresa, la gula. Al segundo después de la duda, Guillermo se preguntó si realmente debería seguir escuchando las lecciones de la teoría de su amigo, seguía muy molesto porque sentía que sí lo seguía haciendo al final terminaría por aceptar que cometía prácticamente todos los errores de los que Julián estaba hablando, y sentía que eso era muy humillante. La impresión lo dejó pasmado, pero quería saber que tenía que decir su amigo sobre el siguiente pecado, así que lo dejó continuar. Su amigo le explicó que la Gula no hace referencia a otra cosa más que al consumo excesivo de trabajo, lo que dejó en alguna medida tranquilo a Guillermo porque se liberó de la presión de tener que hablar de su sobrepeso, un problema que él justificaba con las tantas horas de trabajo que realizaba al día. Al hablar de esto, Guillermo intentaba darle cierto crédito a las tantas horas que la gente se pasaba en las oficinas como una forma de justificar su buen desempeño en la empresa. En una parte Julian menciona: “En definitiva, el que está diez horas en el trabajo no produce necesariamente más que el que está ocho. Sencillamente, permanece más tiempo allí y da la sensación de que trabaja más.”. Y da a entender que la gente que menos trabaja es aquella que solo busca llevarse el mérito de tener una buena impresión de su jefe. Aparte Julían recalca que el consumo excesivo de trabajo genera una impresión propia de sentirse importante que a largo plazo se va acrecentando y llega a comerte la vida por completo, sin pensar en nada más que en trabajar y estar a disposición de la empresa 24/7. Guillermo se da cuenta de esto y reflexiona, recordando su vida solitaria y llena de malos ratos por culpa de la presión laboral.