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Cartas a destiempo
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Libro electrónico116 páginas1 hora

Cartas a destiempo

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Información de este libro electrónico

Andrés emigró desde su pueblo en los Pirineos a la gran ciudad en la década de los sesenta para trabajar en la construcción. Lo hizo con su amada Leonor, con quien compartía primero una habitación realquilada en Barcelona, ??después unas de las conocidas barracas en la zona de Las Planes y La Floresta en la sierra de Collserola y finalmente, al pasar de paleta a maestro de obra y constructor en pleno crecimiento urbanístico, un chalet con todos los atributos. Pero Leonor muere de una parada cardíaca fulminante poco antes de que Andrés se jubilase, y no se toma demasiado bien. Él mismo se ha ido aislando del entorno a causa de su mal genio, pero no es hasta que se encuentra completamente solo, sin su mujer , sin las relaciones laborales, sin amigos y sin las hijas que no lo pueden aguantar, que se refugia en una correspondencia sui generis, a través de la cual va repasando su vida presente, su pasado, y también su futuro, y puede finalmente hacer el duelo pendiente por la ausencia de Leonor y por tantas cosas perdidas .?
IdiomaEspañol
EditorialHakabooks
Fecha de lanzamiento7 feb 2012
ISBN9788494253706
Cartas a destiempo

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    Vista previa del libro

    Cartas a destiempo - Mariona Masferrer

    Cartas a destiempo

    ©Mariona Masferrer

    © HakaBooks.com, 2014

    Aragó 368, 4º 2ª 08009 BCN

    [email protected]

    ISBN-13: 978-84-942537-0-6

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley y bajo las prevenciones legalmente previstas, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier forma de cesión de la obra sin autorización escrita de los titulares del copyright.

    Gracias por recomendar la compra de un e-book original.

    www.hakabooks.com

    CARTAS

    A DESTIEMPO

    Mariona Masferrer

    Vallsoliu, 5 de Mayo del 2008

    Querida Leonor,

    Te debes de preguntar por qué he tardado tanto en escribirte. O quizá no. Tal vez estás muerta del todo y yo estoy haciendo el primo al intentar que me escuches desde algún lugar, sea cual sea. En ese caso no te preguntarías nada, pero si por casualidad tenías razón tú y hay otra vida, haz el favor de leer estas rayas y responder como Dios te dé a entender (nunca mejor dicho).

    Voy a serte franco porque ahora ya no hay quien te engañe: no te escribía porque cuando te moriste me agarró un cabreo tan fuerte que no sabía donde meterlo. Todo este tiempo, once meses y veintiún días exactamente, lo he ido arrastrando sin darme cuenta y estoy destrozado, hecho migas... Migas no, ¡polvo! Las piernas no me aguantan. De hecho no me aguanta nadie; tu hija Leo me ha mandado a freír espárragos, dice que hasta que no me quite de encima esta cara de perro rabioso, no me quiere volver a ver. No sé qué pretende, ¡no tengo otra! ¡Y no me puede echar de casa porque la he hecho yo con mis manos de albañil, y la he pagado, un duro sobre otro, desde el primer tocho hasta la última teja! Quizá cree que me puede meter en una residencia; está fresca, ¡yo de aquí no me muevo!

    Ahora que... pensándolo bien... parece que sea ella quien se ha marchado; son las doce de la noche y no ha aparecido ni ha dicho ni mu en toda la mañana. No sé donde debe de estar ni qué piensa hacer, lo único que sé es que esta mañana, cuando se ha ido al trabajo, he oído un portazo que ha retumbado por toda la casa y luego el coche arrancando como si fuera un fórmula uno. Si se cree que correré detrás de ella, está lista, ¡cuidado que es rabiosa y tozuda como una mula! Y tú..., tú más o menos hiciste lo mismo, sin mal genio pero igual: ¡pam!, portazo y ¡ala!, ahí te quedas, ya te arreglarás. Al menos podías haber avisado y no: ara estoy, ara no estoy; te fuiste tan de repente que aun me parece que tienes que aparecer con el trapo en la mano, quitando un polvo invisible de los rincones más insólitos, como solías hacer. Me cabreé, qué quieres que te diga, soy así; ya me gustaría ser de otra manera, pero no lo puedo remediar. ¿Cómo te las arreglabas tú para ser tan alegre, Leonor? No entiendo cómo lo hacías para canturrear por la casa y charlar con todo el mundo, como si todo funcionase como debería funcionar. ¿Acaso no vivías en el mismo mundo que yo?

    He tenido que parar un rato porque me ha parecido oír que reías y, justo cuando estaba a punto de increparte, me he acordado de que no estás y aun me ha dado más rabia. Entonces he ido a la cocina a beber un vaso de agua (más que nada por hacer algo) y después corriendo a mear. Una meada miserable que me fastidia cada dos por tres. Cuando me desabrochaba la bragueta para no salpicar ni mear fuera de tiesto, te he oído reír de nuevo, esta vez tan claramente que me ha dado la impresión de que estabas allá burlándote de mí, y me he vuelto para mirar. Pero en lugar de tu cara lisonjera, he visto a un perro rabioso al otro lado del espejo. Me he llevado un susto más grande que si hubiese visto un espíritu de verdad, y sobretodo he tenido un disgusto. ¿Sabes lo que es mirarse al espejo y ver un perro rabioso?... No, tú no lo puedes saber porque cuando te mirabas deberías de ver una guirnalda de flores, con angelitos y todo.

    Me gustaría cambiar. Quisiera parecerme un poco a ti. Preferiría que rondases por la casa, antes que verme a mí mismo con cara de perro a punto de morder. Además, estar cabreado es cansadísimo, acabo el día hecho polvo (esto ya te lo he dicho antes). Al fin y al cabo, si alucinara que te veo, ¡qué!, ¿eh? No se lo diría a nadie ¡y punto! Así tú y yo podríamos charlar un rato cada noche, ¿qué te parece? Ahora dirías: a buenas horas mangas verdes. No sé a que trae cuenta eso de las mangas verdes, pero tú siempre lo decías y ahora también lo dirías, si no fuera que no estás y no puedes decir nada. Cuando pienso en ello siento un vacío en el estómago que me sube por aquí... y ahora me doy cuenta de que hoy no he comido. Como tu hija se ha ido de golpe y porrazo, no me ha dejado nada; ¡no hay ni un mendrugo de pan! Vaya mierda, Leonor, ya hablaremos más tarde,

    Andreu

    Vallsoliu, 7 de Mayo del 2008

    Querida Leonor,

    Lo siento, me había propuesto escribirte a diario pero no contaba con los imprevistos y lo que me ha hecho tu hija no me lo esperaba. Ya te dije que me mandó a hacer puñetas, pero no me podía imaginar hasta qué punto es capaz de llevarlo a cabo, una cosa es pegar un portazo y arrancar el coche cagando leches y otra, muy distinta, es marchar definitivamente. Se ha llevado el cepillo de dientes y los potingues del maquillaje, ha vaciado medio armario y me ha dejado más plantado que un pino; ¿te lo puedes creer? Pues eso es exactamente lo que ha hecho: ¡se ha ido! Tal como te lo digo: se ha marchado. ¡Adiós, muy buenas! ¡Ya te apañarás! Como tú, igual, igual, solo que tú te dejaste aquí todas tus cosas y no puedes volver porque estás muerta. En cambio ella no. Creía que tenía un arrebato de los suyos, pero ni por un momento me pasó por la cabeza que se lo tomaría tan mal. Debe de ser el embarazo que la hace tan irritable, no sé, pero es muy exagerada, ¿tu crees que valía la pena ponerse así por nada? Total, por lo que le dije...

    He decidido que cuando pase un rato sin escribir me saltaré una línea para no tener que decírtelo cada vez, ¿te parece bien? De acuerdo pues, es que..., claro, tú no sabes lo que le dije a Leo y te lo iba a explicar, pero entonces he visto que no me acordaba y me he puesto a pensar. De momento me venía a la cabeza que no podía ser muy importante, pero luego, pensando, pensando, he llegado a una conclusión. A una no, a dos.

    Primera: Soy un viejo cascado y chocheo que da gusto.

    Segunda: Me parece que Leo tiene un poco de razón.

    Le dije solterona de mierda, maniática insoportable y loca rematada.

    De todas formas no tenía porqué tomárselo tan malamente, ya sabe como soy. Sabe lo que pienso de ella, solo se lo dije porque me preocupa que se haya quedado embarazada con la edad que tiene, ya es mayorcita. ¿Cuantos años tiene? Cuarenta y tantos ¿No tantos? Pero cuarenta sí que los debe de tener, ¿no?

    ¡Que desastre, Leonor! Ya te he dicho que chocheo, intentaba recordar la edad de nuestra hija y no podía. Me he empecinado tanto en ello que he ido al armario, a buscar el álbum, aquel que guardabas debajo de la ropa de invierno (¡que vaya ocurrencias, también!) y he estado mirando las fotos de cuando éramos jóvenes. En fin, que por las fechas he calculado que Leo tiene treinta y ocho años, o sea que estaba confundido, para variar. De todos modos es un poco mayor para tener criaturas y más aun con ese pordiosero con el que se ha juntado,

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