Caso josé transcrito

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-¿Sabes quién soy?

-Sí.

-Entonces estoy seguro que entenderá que todo lo que se hable aquí dentro debe
quedar estrictamente entre nosotros. Confidencial.

-Entendí ya. Las conversaciones quedarán solo entre los dos. Sí.

-Y también me refiero al hecho de que yo haya venido a su consultorio.

-No hay problema.

-¿Puedo tener por escrito?

-No hace falta.

-Confío en usted.

-Tendría que sentirse orgulloso.

-Tengo empleados de muchos años que han intentado ganar mi confianza.

-Me imagino que debe haber muchas personas que necesitan cosas de usted, ¿sí?

-En forma permanente. 15 horas por día. Soy el único que tiene todas las
respuestas. Si algún día dejara de tomar decisiones, de dar órdenes, de hacer
llamados, vaya a saber qué sucedería. Todo se detendría. Probablemente sería una
catástrofe. Pesa sobre mis espaldas una gran responsabilidad.

-Seguro que no fue fácil para usted encontrar un tiempo para venir a verme. Así
que, ¿sobre qué quiere que hablemos?

-Le voy a ser totalmente franco. No fue idea mía venir a verlo.

-¿No?

-No.

-Fue idea de Constanza. Mi mujer.

-¿Y su mujer sobre qué querría que hablemos?

-Sobre las palpitaciones. Inicialmente fui a ver a un médico clínico que pensó en
algo cardíaco, así que me prescribió una serie de estudios de todo tipo, desde los
más sencillos hasta los más sofisticados. Y nada.

-¿Nada?

-Nada de nada. Bueno, es obvio que no estoy como a los 40, pero no hay nada que
justifique estas palpitaciones. Y la ansiedad. Siento mucha ansiedad.

-¿Y está tomando alguna medicación?


-No, ansiolíticos. Pero no me resultan adecuados. Me dan sueño durante todo el día.
Y, además, no me solucionaron el problema de las palpitaciones. Y yo necesito
despertarme a cualquier hora y tengo que estar alerta. La compañía en la que yo
trabajo es de origen europeo. Tiene tres plantas en el país. Una en Viedma, la otra
en Comodoro y la otra en Quilmes. Distribuidoras por todo el país e incluso por
Latinoamérica. Las oficinas, la comercialización, directa o indirectamente 4.000
personas dependen en forma exclusiva de mí. Por eso tengo que estar alerta.
Nunca se sabe cuándo va a venir un piedrazo para romper la ventana. Duerme
inquieta la cabeza que lleva la corona, dice Shakespeare en Bocas de Enrique IV.
Por todo esto fue que el médico me sugirió que hablara con alguien sobre cómo fue
que lo llamó la ansiedad subyacente.

-Pensé que había dicho que era su mujer la que había tenido la idea de que usted
venga aquí.

-Estoy acostumbrado al estrés y a las crisis. Ocupo el lugar que ocupo la compañía
desde hace 20 años. Antes de eso, bueno, comencé trabajando en una planta. Me
hice de abajo. A lo largo de toda mi vida, no importa qué pasado, donde estuviera,
en qué situación, bueno, podía dormir sin problemas todo el tiempo que hiciera
falta. Sí podía dormir una hora, dormía una hora. Y con eso alcanzaba para sentirme
perfectamente bien durante las 24 horas restantes. Una hora. Así llegué donde
estoy. No porque fuera más inteligente que otro, sino porque he trabajado duro. El
doble de tiempo.

- José, ¿cuándo empezaron las palpitaciones? Es importante eso. Y podría


orientarnos sobre lo que se esconde detrás de ese síntoma.

-¿Cuánto tiempo necesitaría usted para descubrir y arreglar el problema que, como
dice usted, se esconde detrás del síntoma?

-En análisis hay procesos que demandan su tiempo. Uno tiene que dejar que ciertos
mecanismos se hagan visibles. Por eso no se puede hablar en términos de
inmediatez. Pero, un buen día, los cambios comienzan a aparecer. Pero lleva su
tiempo.

-Bueno, ese es mi problema. No tengo tiempo. Incluso, sentado aquí, frente a usted,
hablando de mis sentimientos, esto cuesta dinero. No solamente mi dinero, sino
también el dinero de la compañía. Usted no tiene que ser diplomático conmigo.
Usted debe tener mucha experiencia, ¿no es así? Usted será sin pudor. Dígame,
¿cuál es el problema y qué es lo que tengo que hacer? Si tengo que pagarle más
por sesiones, bueno, muy bien, no sé. O más largas, o más cantidad.

-José, el proceso terapéutico de cada paciente es distinto.

-Sí, sí, sí. Somos como hojas del árbol tiradas al viento. Y no hay dos que sean
exactamente iguales. Pero supongo que entiende a qué me refiero.

-Sí, lo entiendo. Y lo que creo que me está diciendo es que este problema que tiene
lo afecta mucho, está mucho en juego en esto que le está ocurriendo y quiere,
antes de invertir su tiempo en el tratamiento, saber si yo lo voy a poder ayudar, ¿es
cierto?

-Correcto. Entonces, vamos al punto. Dígame, ¿qué pasa?

-Bueno, me gustaría poder darle una respuesta con la misma inmediatez con la que
usted me lo demanda. Decirle en dos o tres semanas, su problema habrá
desaparecido. Pero la verdad es que si vamos a ir a fondo y vamos a tratar de ver
qué lugar ocupan esas palpitaciones en su vida, vamos a tener que trabajar más.
Seguir pensando, seguir conversando.

-El problema es que necesito estar al 100% ahora. Tengo que poder descansar. Y
estas palpitaciones, esta ansiedad, no me dejan dormir en paz, ni trabajar. No sé
cómo explicárselo más claramente.

-Vi en la televisión que el asunto de Viedma es bastante delicado.

-Ya sabe, lo de los problemas ecológicos de mi compañía... Son cosas que afectan a
la sensibilidad colectiva. Tengo a los políticos encima, a los organismos
internacionales, a gente del directorio de la compañía y a la prensa. Y vi a alguien
de la compañía que estuvo... El gerente de marketing. Un infeliz. Pero si usted
piensa que es por eso que tengo las palpitaciones, está muy equivocado.

-Bueno, creo que algo debe haber funcionado como detonante de esas
palpitaciones. ¿Recuerda cuándo empezaron?

-No me va a creer, pero yo realmente no lo recuerdo. Seguramente fue algo


progresivo, algo gradual. Bueno, como cuando a uno le salen las primeras canas. Un
día uno se mira en el espejo y se encuentra que tiene la cabeza completamente
blanca. Y no sabe cuándo empezó. O cuando uno recibe un mail de una hija que
vive lejos y piensa... ¿Cuándo creció mi nena?

-¿Su hija?

- Victoria. Victoria hace mucho que está fuera del país. Va y viene. Trabaja para la
ONU, con el equipo de voluntariado de los derechos humanos. En realidad estudió
Relaciones Internacionales y después fue a trabajar a la ONU, pero no le alcanzó. Se
ve que estar en una oficina no es para ella.

-¿Es su única hija?

-No. Tengo dos hijos varones. Pero ellos no hicieron gran cosa de sus vidas. Uno
vive en Brasil y el otro es instructor de esquí. Pero ella, Vicky... Vicky es diferente. A
veces mi mujer y yo nos miramos y decimos... ¿De dónde salió Vicky? Llegó como
una paracaidista. Mis hijos varones ya eran adolescentes. Mi mujer estaba a punto
de cumplir los 40 años. Un día viene y me dice que está embarazada. Realmente
fue una sorpresa para mí. Pensé que era una broma. Entonces así que le dije... ¿Y
de quién? Fue ahí donde pensé... Ya no tengo tiempo. Un bebé llantos durante la
noche, darle la mamadera, pañales... Así fue como vino el mundo. Dos pujos y
nació. El parto más rápido. A los 10 meses ya caminaba por toda la casa. Hablaba
sin parar. Vivísima. Contestadora. Brillante. Hermosa.

-Un padre orgulloso.

-Muy orgulloso. En un comedor popular en Haití. Mi mujer no quería que viajara. No


le gustaba nada la idea, imagínese. Me presionó para que yo la convenza. Hablé
con Vicky. Pero a los dos minutos me di cuenta que ella había tomado su decisión.
Que por más que yo le dijera o tratara de convencerla, no había manera de
disuadirla. Ella iba a hacer lo que pensaba. Y la dejé ir.

-¿Cuándo se fue?

-Después de Navidad.

-¿Y cuándo empezaron las palpitaciones?


-Ya dije que no sé. ¿Usted cree que una cosa es consecuencia de la otra?

-No sé, pero creo que si mi hija se fuera a Haití en esas condiciones, yo también me
angustiaría, me preocuparía, tendría palpitaciones.

-Entonces esa es su respuesta. Victoria.

-No, no estoy seguro de que sea así.

-¿Por qué?

-Bueno, porque las cosas a veces son más complicadas que ellos. ¿Está seguro que
no está buscando que yo venga a verlo a usted para tener más sesiones? Si las
personas pudieran diagnosticarse solas, no necesitarían analista.

-Lo que sí creo es que usted está padeciendo algún tipo de ansiedad. Y la única
manera que yo conozco de aliviar esos síntomas y conocer los motivos de esa
ansiedad es conversando sobre eso.

-Hablo con gente todo el día. A veces tengo la fantasía de escaparme, de perderme
en medio del campo, en la inmensidad, en la nada. Una idea que se me ocurrió y
bueno, es algo graciosa.

-¿Le gustaría compartirla?

-¿Con usted?

-Es lo que se suele hacer aquí, en este espacio.

-¿Tengo que decirle todo lo que pasa por mi cabeza? ¿Así son las reglas en este
lugar?

-Sí, sería útil, sí.

-Pensé que cuando esté muerto se terminaran las palpitaciones.

-¿Y eso le pareció gracioso?

- (suena el teléfono) No hay manera de que puedan resolver las cosas sin mí.
Disculpe, lo he apagado así no tenemos más problemas. Estábamos hablando sobre
conversar, ¿no es así? Sí, conversar. Algunos creen que es un camino larguísimo
que lleva toda la vida. Es un poco egoísta, sin ofender. Lo digo por los pacientes. Me
supera un poco la gente que se cree que todo el mundo le debe algo. Creo que uno
juega con las cartas que le tocaron en suerte y lo hace lo mejor que puede. Uno
trabaja, protege a su familia. Eso sí, que lleva la vida entera. Qué silencioso que es
esto, ¿no? Por lo general nunca estoy en lugares tan silenciosos. Salvo en los
aviones. Viajo todas las semanas de Viedma y a Comodoro en un pequeño liar. Es
mi momento preferido de una rara calma.

-¿Sí?

-Sí. Me tiro en el asiento y depende de la hora pido un buen café exprés o tomo una
buena copa.

-¿Y ahí tiene palpitaciones?


- No. Nunca tuve palpitaciones en medio de un vuelo. Usted me habló de la
importancia de la discreción y hablamos también del trabajo.

-¿Usted puede hablar con alguien de los problemas del trabajo?

-No, del trabajo no. Estoy rodeado de gente que tiene un serrucho en cada mano. Y
en casa no me gusta preocupar a Constanza.

-¿Y sus hijos?

-Marcos está en Brasil. Nos vemos poco y nada. Algunas veces cuando viene para
las fiestas o algún cumpleaños. Y Alejandro vive de vacaciones. No le interesa
escuchar los problemas de su viejo. Además no entendería.

-¿Y Victoria?

-Le voy a mostrar algo para que usted se haga una idea de cómo es. Me mandó un
mail esta semana. Para serle franco, me tiene un poco preocupado. ¿Se lo puedo
leer?

-Claro.

-Hola papá. Dios mío. La verdad es que en Haití es difícil. El 90% de los chicos están
enfermos. Nunca trabajé tanto. Nada de lo que hacemos es suficiente. Montamos el
comedor en uno de los barrios más pobres. Están desesperados. No pueden esperar
a que la comida termine de hacerse. Ayer vino una mujer muy agustiada. Como
somos de la ONU, creen que podemos conseguirle visas para ir a Estados Unidos. Le
contesté que sólo podíamos ofrecerle un plato de comida. Y ella se quedó
mirándome con rencor. Muda. Decepcionada.Después vino una nena con marcas
por todos lados. Parecía golpeada. Me acerqué. La habían violado. La llevé al
hospital móvil que instalamos. El tema del HIV acá es muy grave. Hay mucha gente
con sida. Te juro que me despierto cada mañana más cansada que la noche
anterior. Y al final del día lo único que quiero es tomar una cerveza. No hay nada
que le podemos ofrecer a esta gente más que lo que hacemos. Es angustiante para
nosotros. Hacemos todo lo posible pero no hay trabajo. Vivimos rodeados de
basura. Hay hambre y desesperación. Algunos están muy enojados. Sin embargo yo
me siento viva. Este es el sentido de la vida para mí. Ayudar a la gente. Estoy feliz
de estar acá. Te quiero, papi. A vos y a mamá.
Pronto te vuelvo a escribir. Victoria. ¿Qué le parece?

- Parece una mujer extraordinaria. Admirable.

-Tendría que ir a buscarla. Traerla de Haití. ¿Cómo ir a buscarla? Es obvio que ella
está en problemas. Lo que acabo de leer es que ella quiere que yo vaya. Victoria
me está pidiendo ayuda.

-No me parece que le esté pidiendo ayuda o que necesite que la rescaten. ¿Por qué
piensa eso?

-Me está diciendo que si recibiera un mail de su hija que está viviendo en medio del
hambre, no tomaría el primer avión a Haití para traerla de regreso. Hay una línea
muy delgada entre ser valiente, solidario y ser un idiota. No puedo quedarme
esperando para que le pase algo malo. No sé, que haya un terremoto, un huracán.
O vaya a saber qué peste se pueda contagiar.

-¿En qué ciudad dijo que estaba?


-No se lo dije. En Puerto Príncipe.

-¿En la capital? Lo dice como si fuera muy seguro.

-¿Usted estuvo alguna vez en Haití? Yo sí. Déjeme decirle que lo que nosotros
entendemos por estabilidad y lo que en Haití se considera seguro, hay una brecha
enorme. Son cosas muy diferentes. Estabilidad y seguridad son dos conceptos
diferentes,

-José. Su hija, desde una perspectiva psicológica, es una persona estable. Y dentro
de la situación que le toca vivir, parece una mujer saludable. Obviamente
atravesada y sensibilizada por la situación de la gente que lo rodea. Pero por lo
visto tiene una manera lúcida de expresarse. Y esto me lleva a pensar que quizás
usted debería confiar un poco más en su hija. Porque parece una mujer estable,
saludable, con una opinión bastante personal de lo que es la solidaridad.

-Con respecto a la seguridad... ¿Usted tiene una hija?

-Si lo que me está preguntando es si yo me preocuparía si tuviera una hija en


Puerto Príncipe, en esas condiciones, sí me preocuparía, sí.

-¿Y no iría a buscarla?

- No puedo decirle lo que yo haría o no haría. Pero se lo puede imaginar.

-Hable con franqueza, estoy pagándole su opinión. ¿Sí o no?

- Sí, en cierta medida tiene razón. Pero nosotros dos somos dos personas diferentes.
Con experiencias diferentes. Ahora, me parece interesante el saber por qué usted
necesita con tanta avidez mi opinión o que yo esté de acuerdo.

-No le estoy pidiendo su permiso para hacer lo que me parezca. Vine por algo
simple, tengo palpitaciones. Es un problema real y concreto que me impide
descansar, que me impide trabajar. Vine para que usted me hiciera y me dijera
algo. Porque me diera ejercicio de concentración, relajación, técnicas respiratorias y
aquí me tiene leyéndole los versos privados de mi hija a usted. A usted, que ni
siquiera conozco.

-(José parece muy agustiado y con un ataque de ansiedad) José, ¿qué pasa? José,
José, ¿qué siente? ¿Qué te pasa, José? Escúcheme, escúcheme. ¿Hay alguna
medicación que está tomando? ¿Tiene algún médico a quien pueda llamar? No.
Tome, tome un vaso de agua. Tome, eso. Le vas a sentir mejor. Exacto, así. Respire,
respire hondo. Respire hondo. Ya está bien. ¿Se siente mejor?

-Sí, sí. Estoy bien, estoy bien.

-¿Quiere levantarse? ¿Seguro que se quiere levantar?

-Sí, sí, estoy bien.

-Déjeme que lo ayude.

-Quédese tranquilo, estoy bien.

-Puede quedarse todo el tiempo que quiera aquí.


-No es necesario. Disculpe si lo asusté.

-No, por favor. Son cosas que pasan.

-Ya se me va a pasar, ya pasó. Quédese tranquilo. Siempre pasa, siempre pasa.


(José anda hacia la puerta y se está marchando).

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