TEMA 1 - Creados A Imagen y Semejanza de Dios
TEMA 1 - Creados A Imagen y Semejanza de Dios
TEMA 1 - Creados A Imagen y Semejanza de Dios
Quizás alguna vez te has preguntado: “Y yo, ¿quién soy? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿De dónde
vengo? ¿Por qué me creó Dios? ¿Cómo puedo ser feliz? ¿Cómo encontrar un amor que realmente me llene?
¿Qué significa que Dios me ha creado a su imagen y semejanza?”
Todas estas preguntas rondan el corazón de cada hombre. Todos anhelamos un amor sincero, puro,
verdadero. Todos tenemos necesidad de conocer nuestra identidad y misión en la vida. Todos albergamos
en el corazón un deseo inmenso de Verdad, Belleza y Bondad. ¡Todos! Y, en cambio, también es común la
experiencia del fracaso en el amor, la decepción, el vacío, la sed no saciada, la frustración… Entonces,
¿estamos “bien hechos”?
1. Nuestro origen
La primera frase de la Biblia es: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1,1). Fíjate
bien: “En el principio” Dios crea. Dios crea todo: el cielo, la tierra, los animales, el agua… Entonces, ¿qué
había antes de que existiera el Universo? Antes de que Dios creara el Universo, existía Dios. DIOS NOS
PRECEDE, ES ANTERIOR A TODO.
Por tanto, nuestro origen es Dios. Todas las criaturas del mundo (plantas, estrellas, animales,
montañas) venimos de Dios. Somos creados por Dios. Primera afirmación importante: SOMOS CREADOS POR
DIOS. No nos hemos creado a nosotros mismos, sino que Alguien, en su sabiduría infinita, nos ha creado.
Ningún animal se ha inventado a sí mismo, ni ninguna flor, por preciosa que sea se ha diseñado a sí misma.
De la misma manera, el hombre, cada ser humano, ha sido modelado con infinito cariño por Dios. Él es el que
nos da Vida.
En consecuencia, podemos decir, sin lugar a dudas, que hemos nacido de Dios, del corazón de Dios.
Veamos entonces cómo es Dios. ¿Cómo es este Dios que nos ha creado? A lo largo de los años, hemos ido
aprendiendo dos cosas claras sobre Dios:
Si estas dos afirmaciones son características verdaderas sobre Dios, ¿cómo se unen?
Dios es un ser Trinitario, es decir, es un solo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No son “un poquito de Dios” cada una, no es que Dios se haya dividido y repartido en tres… No es así, sino
que las tres divinas personas son un solo Dios porque cada una de ellas es Dios, plenamente, real y
verdaderamente. Entonces, ¿qué es lo que le hace ser tres personas distintas? Si son un mismo Dios, ¿por
qué no son una única persona?, ¿qué tienen de diferente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
Lo que les diferencia y, al mismo tiempo, lo que les hace ser a cada uno quien es, es la relación entre
ellos. Es decir:
- El Padre es Padre porque existe el Hijo. Se relaciona como Padre y ama como Padre. Si no existiera el Hijo,
Él no podría ser Padre. Porque si es Padre, necesita serlo de alguien que sea su hijo. No se puede ser Padre
de “la nada” (piensa en una persona humana: se dice de alguien que es padre únicamente cuando tiene un
hijo, no antes).
- El Hijo es Hijo porque existe el Padre. Se relaciona como hijo y ama como hijo. Igual que antes, el Hijo sin el
Padre no podría ser Hijo porque para ser hijo, necesita que exista alguien que sea su Padre (piensa en una
persona humana: alguien es hijo porque otra persona es su padre. Necesita un padre para que exista el hijo).
- El Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo. Es la comunicación de amor entre ellos. Solo puede
existir el Espíritu Santo si existen el Padre y el Hijo que se aman entre sí (piensa en el amor humano: para que
exista hace falta dos personas, el amante y el amado).
Ahora que entendemos cómo son las tres personas divinas, ¿qué hay “entre ellos”? Hemos dicho que
al principio solo existía Dios. Antes de crear el mundo, estaba Dios solo. Y si Dios es Amor… ¿qué estaría
“haciendo” Dios cuando no existía nadie más que él? ¡Amar!
- El Padre vivía amando al Hijo en el Espíritu Santo, donándose al Hijo en el amor, entregándose al Hijo y
acogiendo el amor del Hijo
- El Hijo vivía acogiendo el amor del Padre por el Espíritu Santo y amando al Padre en el Espíritu Santo,
entregándose al Padre, donándose al Padre
- El Espíritu Santo vivía recibiendo continuamente el amor del Padre y del Hijo y donándose en amor a los dos
(volver al relato del Génesis 1,2: Dios Padre crea por medio el Espíritu Santo)
Es decir, era una relación perfecta de amor infinito. ¿Te suena la afirmación: “Dios es comunión de
amor”? Quizás la has escuchado muchas veces y nunca la has llegado a entender del todo. Significa
precisamente esto: una común-unión de amor. Cada una de las tres personas solamente sabe amar y acoger
el amor de las otras dos. Por eso Dios es una unidad de Amor. Son uno en el Amor. Siendo tres personas, al
darse en amor y acogerse en amor se hacen uno en el amor. Es un amor perfecto, pleno, en el que no hay ni
un poquito de egoísmo, ni de envidia, ni de pereza... Es un amor gozoso, alegre, generoso, sin nada de
esfuerzo, sin dolor, plenamente libre, feliz, que da paz.
¿Te lo imaginas? ¡Este amor es el Paraíso! Es la felicidad plena sin que se acabe ni se marchite nunca.
De ese Amor venimos, ese Amor es el que nos ha creado, el que ha modelado con su cariño inmenso cada
una de nuestras células.
Dejemos que el Señor nos cuente cómo fue la creación del hombre, ya que solamente estaba Él
presente: “Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las
aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó, varón y mujer los creó. Dios los bendijo; y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».
Y dijo Dios: «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos
los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a
todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».
Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.” (Gén 1, 26-31)
¿Qué significa la frase que hemos oído mil veces: “Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza”?
Desde el principio, Dios estableció una diferencia entre el hombre y el resto de criaturas. Dios decidió
libremente que el hombre fuera una criatura con una dignidad superior al resto de la creación porque quiso
conceder al hombre la capacidad de amar y ser amado como Él: “Amaos como yo os he amado”. Es un regalo
que Dios hizo al hombre: Dios modeló el corazón humano a imagen de Dios Amor. Es decir, puso en nuestro
corazón algo distinto al resto de animales y plantas, la capacidad de amar.
Vamos a fijarnos en un detalle: el Génesis, al hablar de la creación del hombre, utiliza el verbo
“Hagamos”. ¿Por qué dice “hagamos” y no “hago”? Porque se refiere a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo que en un acto de amor inmenso, creó al ser humano para que pudiera gozar de su Amor.
Es decir, podemos concluir que el hombre es “un desbordamiento de amor de la Trinidad”. Como si Dios, al
pensar en que pudiera existir alguien con quien compartir ese amor del que hemos hablado antes, se pusiera
tan contento y se llenara tanto de amor que rebosara de amor. Y de ese deseo inmenso de amor, de ese
“desparrame” de Amor de Dios, nace el ser humano.
Por eso, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza = capaz de amar y ser amado.
¿Para qué crea Dios al hombre? ¿Cuál es su fin? Que el hombre participe del amor de Dios.
Compendio del Catecismo, pregunta 1: ¿Para qué creó Dios al hombre? Dios creó al hombre para manifestar
y comunicar su bondad y amor, de forma que pueda conocerle y amarle cada día más y así le sirva libremente
en esta vida, gozando después con Él para siempre en el cielo.
4. La vocación de la persona: el amor
Tercera afirmación cierta: SOMOS CREADOS POR DIOS POR AMOR Y PARA EL AMOR
Vocación viene de una palabra en latín, “vocare”, que significa llamar. Por tanto, el hombre está
llamado al amor. Todos los hombres del mundo entero están llamados al amor. En el momento en el que
Dios decide crear una vida humana, en ese instante en el que ni siquiera los padres del niño son conscientes
de que están esperando un bebé, en ese momento Dios llama a ese ser humano al amor. Es decir: la razón
por la que Dios decide libremente que ese óvulo unido a ese espermatozoide sea fecundo es para que esa
personita AME. Por eso, esa LLAMADA AL AMOR es anterior a todo. Luego, a lo largo de la vida, hay que
aprender a amar.
Dios, al crearnos a su imagen y semejanza, ha dejado en nuestro corazón un deseo inmenso de amar
y ser amados. Todos los seres humanos tienen en el fondo de su corazón este anhelo. Piensa en ti misma:
¿Reconoces este deseo en tu interior? ¿Verdad que es un deseo enorme? Si te preguntaran qué es lo que
más deseas en el mundo, probablemente dirías: ser plenamente y totalmente amada y poder amar plena y
totalmente. ¡¡Claro!! Porque Dios nos ha dejado su huella en nuestro corazón. Nos ha creado a su imagen,
nos ha creado como Él, que es amor.
Por eso, nuestro corazón pide amor a gritos y nos hace sufrir mucho cuando vivimos una falta de amor.
Por ejemplo, resulta muy doloroso ver a tus padres discutir, que una amiga te deje de lado, que no te acojan
como eres, enterarte de que alguien te critica, que unos hermanos no se hablen, que haya guerras… Esas
situaciones de desamor llegan a tu corazón como heridas, como si arañaran tu corazón. Es precisamente
porque tu corazón suplica ese amor perfecto, pleno, gozoso, alegre, interminable…que veíamos en la Trinidad
y ¡no se conforma con menos! Este deseo está grabado en nuestro corazón como un sello que nada ni nadie
puede borrar. Es como la firma de Dios en nuestro corazón al crearnos.
Recapitulamos:
Entonces, el hombre para vivir su vocación al amor, necesita alguien a quien amar.
Cuando Dios creó a Adán, dice el Génesis que lo puso en el Jardín de Edén para que lo trabajara y lo
guardara. Adán tenía todo el Paraíso para él. Imagínate: era amigo de todos los animales, todas las plantas
preciosas eran para él, no tenía miedo de ningún animal, gozaba de la belleza de los atardeceres en el
paraíso… Se podría decir que estaba en un lugar idílico, como en una playa de ensueño. ¡Mejor que en Hawái!
Y, sin embargo, cuando Dios le ve, dice: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como
él, que le ayude” (Gen 2, 18). Cuando Dios creó a Adán, sabe que ese deseo de amar que tiene Adán inscrito
en su corazón, esa huella que Dios ha dejado en él, no la va a poder vivir con ninguna planta ni ningún animal.
Adán no puede compartir su corazón con ninguna otra criatura porque ninguna de las que existían entonces
tenía esa capacidad de amar y acoger el amor. Por eso, Adán, a pesar de estar en el Paraíso, no podría ser
nunca feliz si no existiera otro ser humano complementario a él con el que vivir esa donación de amor que
tanto desea. Por este motivo, Dios que es infinitamente sabio crea a la mujer, a Eva: Gn 2, 22-23: “Y el Señor
Dios, de la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y se la presentó al hombre. Entonces dijo
el hombre: “Esta SÍ es hueso de mis huesos y carne de mi carne”
Que la mujer salga de la costilla del hombre no quiere decir que el hombre sea superior a la mujer,
como tantas veces se ha dicho. Quiere decir que son de la misma dignidad, que ambos son “igual de persona
humana”, a diferencia del resto de criaturas del paraíso. Significa que ambos son iguales en dignidad, iguales
en cuanto imagen y semejanza de Dios, igual de amados por Dios. De hecho, en Génesis 1, 27 se dice: “Creó
Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó”. Por tanto, el hombre es
igual de imagen de Dios que la mujer. Ni más, ni menos. No existe una afirmación más rotunda de la dignidad
de la mujer que esta.
¡Ahora Adán sí que podía ser feliz amando a Eva! Ahora sí que había encontrado a alguien con quien
vivir ese amor que tanto anhelaba su corazón. Adán reconoce en Eva una persona a la que puede amar y de
la que puede recibir su amor, es decir, una persona con quien vivir una comunión de Amor.
Cuando tú amas necesitas alguien a quien amar, alguien que te ame y el amor entre los dos. Es decir:
tiene que haber una COMUNIÓN de personas distintas y complementarias. Dios nos creó hombre y mujer
precisamente para que podamos ser imagen de su amor al amarnos el uno al otro. Por eso, el hombre y la
mujer son:
- Distintos: física, psicológica y espiritualmente. Somos seres sexuados. Y esto es un dato científico, pues
cada célula de nuestro cuerpo está marcada por los cromosomas XX o XY. Toda la psicología, igual que el
cuerpo, es masculina o femenina (poner ejemplos sencillos: de cómo perciben un paisaje un hombre y una
mujer, etc.)
- Perfectamente complementarios: Continúa el relato del génesis diciendo: “Por eso, dejará el hombre
a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne” (gn 2, 24) Entregarse como un don
sincero al otro crea una sola carne, una unión profundísima. Para que haya una común unión, tiene que haber
dos personas que sean distintas sexualmente. El hombre y la mujer no son distintos para ser opuestos, sino
para ser complementarios. Se necesitan mutuamente para ser felices, para vivir el amor en plenitud.
¿Cómo se vive en concreto este AMOR VERDADERO? ¿Cuál es el plan que Dios ha diseñado para que
el ser humano sea feliz?
La pregunta del “cómo” tiene dos respuestas (la mejor vocación para ti es aquella a la que Dios te
llama):
- La vocación a vivir la comunión de amor con otra persona de distinto sexo en el matrimonio
Después de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio su primer
mandamiento: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra”. Es decir, vivir la vocación a la esponsalidad, a la vida
esponsal en el matrimonio. Dios quiso que Adán y Eva gozaran del abrazo esponsalicio (relación sexual en el
matrimonio) que él les había dado como un don maravilloso para compartir el uno con el otro. A través de
su unión, ellos experimentaron el verdadero significado de sus vidas y entendieron que, de su amor, nacía
una nueva vida.
Fíjate: del amor entre el Padre y el Hijo se engendra el Espíritu Santo. La Trinidad ya hemos visto que
es una comunión de personas, podemos decir que es una “familia de amor”. Así, también, la familia terrena
está llamada a ser una comunión de amor. Este es el plan maravilloso y perfecto que Dios pensó para cada
uno de nosotros.
La felicidad de Adán y Eva venía de vivir y amar en el matrimonio como Dios ama, con esa profundidad
y esa belleza del amor de Dios. Los cuatro calificativos del amor de Dios son:
- Amor libre: Dios nos da su amor libremente. En el matrimonio, el hombre y la mujer están llamados a
darse libremente en amor el uno al otro. Es un amor que no es controlado o manipulado por otra persona o
por un deseo desordenado
- Amor total: El amor de Dios es completo; se nos da todo entero, sin reservas. El amor en el matrimonio
también pide darse enteramente a la otra persona: con todo el cuerpo, con todo el alma, con todo el corazón,
sin reservarse nada para sí mismo
- Amor fiel: el amor de Dios nunca nos abandona y nunca deja de amarnos. Por eso, el amor en el
matrimonio está llamado a vivir esta misma fidelidad a una única persona, con el sacrificio y el esfuerzo que
exige. Es un amor que es compromiso, que guía en adelante todos los actos. Cumples las promesas hechas
sin importar que los sentimientos cambies
- Amor fecundo: El amor de Dios nos da la vida. Recuerda que el ser humano es fruto de un
“desbordamiento del amor de Dios”. El matrimonio ha de estar, desde el comienzo hasta el final, abierto a
la vida, disponible para que Dios pueda bendecir al mundo entero con nuevas vidas fruto del amor entre los
esposos. Es amor que da vida porque es libre, total y fiel. Físicamente está abierto a la procreación y también
espiritual y emocionalmente es generador de vida
Y cuando una persona está llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, entonces, ¿no puede vivir
este amor? ¿Está “condenada” a no ser feliz? ¿Cómo vive el amor esponsal?
La virginidad consagrada o el celibato por el Reino de los cielos es mucho más que no tener relaciones
sexuales. Se trata de una vocación a la que Dios llama a algunas personas como su camino de santidad. Estas
personas, al comprender el amor libre, total, fiel y fecundo con el que Dios les ama, responden entregándose
a él libremente, totalmente, fielmente y en amor fecundo.
La vida consagrada y sacerdotal es un recordatorio de que el Cielo será una boda eterna entre Dios y
su Esposa, la Iglesia. Quienes se consagran a Dios representan una prefiguración de cómo viviremos todos en
el cielo: estar en la presencia de Dios superará con mucho cualquier alegría que hayamos experimentado en
este mundo.
El celibato testimonia que existe un gozo más grande que los gozos de este mundo. “El Cielo es amar
y ser amados eternamente sin posibilidad de que quepa más” (Pablo Domínguez). Las personas célibes no
rechazan su sexualidad, sino que nos enseñan el significado de la sexualidad: la entrega personal a Dios. Esta
vocación nace de la mirada amorosa de Cristo al corazón de quien él llama a vivir esta intimidad con él.
Entonces, el corazón de la persona descubre la posibilidad de vivir el amor esponsal con Cristo.
Todo hombre está llamado a ser esposo y padre, y toda mujer está llamada a ser esposa y madre, lo
que pasa es que hay distintas formas de serlo. Tanto las religiosas como los sacerdotes, estamos llamados a
engendrar y dar a luz a muchos hijos espirituales por medio de nuestra unión con Cristo y la Iglesia. Por eso,
a los sacerdotes se les llama “Padre” y a las religiosas “Madre”.
Por eso, esta dignidad es la que nos hace ser PRECIOSOS A LOS OJOS DE DIOS. Esto requiere de cada
persona:
1º: Reconocer: Reconocer tu dignidad es reconocer lo sagrado que eres tú y quienes te rodean.
Reconocer tu belleza como persona, tu valor infinito, no porque tengas muchas cualidades físicas, sino
porque llevas a Dios en ti.
2º Vivir de acuerdo con tu dignidad. Decidir vivir a la altura de lo que eres y no conformarte con menos.
Cuidar tu cuerpo, cuidar tu alma, cuidar lo que ves en las series, cuidar lo que escuchas, sabiendo que guardas
en tu interior un tesoro infinito. Eres templo de Dios.
3º Custodiar la dignidad de los demás y hacer que los demás custodien la tuya. Ser entre tus amigos
guardianes mutuos de la dignidad del otro.
CATECISMO
1. ¿Puede el hombre conocer a Dios?
El hombre puede conocer a Dios por medio de las criaturas con la sola luz de la razón.