Amor Ciego - Jana Westwood
Amor Ciego - Jana Westwood
Amor Ciego - Jana Westwood
Las Wharton 1
Jana Westwood
© Jana Westwood. Junio 2022
—¿Ciego?
Ciego.
Ciego.
—Sí, padre.
—Has escuchado al doctor. ¿Entiendes la situación?
—Sí, padre.
—¿Por ahí?
—No me lo ha dicho.
—Pero ¿qué piensas? —Alexander también se había
levantado, perdido el interés por el juego contra el que no tenía
rival—. ¿Un año? ¿Dos?
—Lo pensé.
—Algo así.
—Voy a hacerlo.
—¿Qué qui…?
—Descuide, señor.
La baronesa sonrió.
Todas se rieron.
—¿Viniendo de mí?
—Tú te casaste por amor. Papá contravino todas las
convenciones sociales y se enfrentó al abuelo al elegirte.
Su hermana se ruborizó.
—Ninguno de ellos se fijará en mí hasta que tú estés
casada, así que elige a quien te plazca.
***
—¿Dónde está?
—William Bertram y él han salido a la terraza y allí siguen.
Supongo que se sentirá incomodo aquí dentro.
—Así es.
—¿Le parece?
Katherine sonrió.
—¿Por qué? ¿Es que acaso ella tiene algo que yo no tenga?
Sí, es hija de un barón, pero mi padre tiene mucho más dinero
y no voy por ahí pregonándolo.
***
—No entiendo qué hago aquí —dijo Wilmot situado junto a su
amigo y mirando hacia la pista en la que un abundante número
de personas más o menos inteligentes se movía de un lado otro
dando saltitos y cogiéndose de las manos.
—Nada.
—Yo no…
—¿Es un conde?
—¿Y qué sabe él de esas novelas? ¿Es que acaso las lee?
—preguntó.
—¿Crees que fue culpa mía? ¿Que hice algo para darle pie
a pensar…?
—¿Y ahora?
—¿Ahora qué? Solo quería que se disculpara.
—¿Cómo ha…?
—¡Oh!
—Cien Ojos.
—Curiosa elección.
—A la oscuridad.
—Señoritas Wharton.
¿A qué instinto debía hacer caso? ¿Al que le decía que tras
esa fachada superficial y egocéntrica se escondía un corazón
tierno y sensible? ¿O al que la mostraba, como dijo Edward,
como una araña tejiendo su tela para atrapar a su presa?
—¿Qué ha pasado?
—Me alegra mucho que les haya gustado, tenía que hacer
algo especial para celebrar el regreso de mi querido hijo.
—¿Me disculpan?
—Yo…
—Perfecto.
—Así lo espero.
Capítulo 6
—No, ¿en serio? —No era muy dado a la ironía, pero con
esa niña resultaba inevitable si no quería agarrarla de una oreja
y sacarla de su casa—. Sabes que hay cosas que solo le confío
a Colin. Algún día tendrá que ayudarme con los negocios. Le
estoy enseñando.
—Elinor…
Ella se irguió en el asiento poniendo toda su atención y
Henry no pudo evitar una sonrisa condescendiente.
—Puedo y lo seré.
—Perfecto.
—Sois horribles.
—Es usted…
***
Emma puso esa cara que su tía conocía bien y eso la hizo
sonreír, por fin estaba sopesando la idea seriamente. Durante
unos segundos permanecieron en silencio hasta que Emma
negó firmemente con la cabeza para deshacerse de aquella
idea.
—¿Tanto le detestas?
Emma sonrió.
Con Emma era con la única persona con la que podía ser
ella misma sin subterfugios.
—Pero…
—La besé.
—¿Un impulso?
—Eres un simple.
—No me equivoco.
—Muchas cosas tendrían que haber salido mal para que eso
pasara.
—Aun así, era un riesgo y tu vida era más plena que nunca.
Con Cien Ojos como compañero y las habilidades de Bayan…
—Katherine.
Asintió lentamente.
—Imbécil.
—Allí estaré.
***
Alexander sonrió.
—Por supuesto.
—¿Usted va a enseñarla?
Alexander sonrió.
—Qué considerado es usted, señor Lovelace, pero no se
preocupe, tendré mucho cuidado de que la señorita Harriet no
me dispare en un ojo.
—Cinco.
—Mucho.
—¿De mí? ¿Por qué? ¿Qué le has dicho? ¡Ay, por favor!
Dime que no le has contado que pasé un día intentando saber
lo que se sentía siendo ciega.
—¿Un día? ¡Ja! Solo aguantaste tres horas —puntualizó
Elinor.
—Señorita Katherine.
—Señor Lovelace.
Katherine sonrió.
Katherine asintió.
—No creo que le haya dicho todas las cosas de las que es
capaz. Alexander es demasiado humilde para eso. En eso no
ha cambiado.
Katherine asintió.
—Dieciséis años.
—¿Cómo lo ha sabido?
—Así es.
—Pobre Colin.
—¡Elinor!
—¿Cómo puedes decirme eso? Creí que tú, más que nadie,
me apoyarías.
—¿Por la música?
—¿Qué ha pasado?
—¡Oh, Elizabeth!
—¿Así cómo?
—¡Elizabeth!
—Y tú tampoco.
—¿Usted cree?
—Evidentemente.
Katherine empalideció.
—¿Eso he hecho?
—Me alivia un poco ver que no ha sido a conciencia, ya
que tiene que preguntarlo.
—Nadie se lo ha pedido.
—Cierto.
—Insisto…
—Adelante, entonces.
—Un jō.
—No creo que ese sea un tema para sacar en una cena —
intervino el conde Lovelace rápidamente al ver las caras de
algunos de sus invitados de origen escocés—. Si tenemos que
despellejar a alguien que sea a Napoleón, por favor.
—Disculpe a mi hijo…
—¿A quién?
—A Greenwood.
Caroline entornó los ojos para estudiar a su hermana con
atención. Después de unos segundos mirando al plato levantó
la vista y la posó sobre Alexander. Caroline aspiró aire
demasiado fuerte y emitió un sonido muy gracioso que
provocó que Lavinia Wainwright le prestara una atención no
deseada.
—Estás loca.
—¿Un grano?
—¿Y él lo sabe?
—Que era el más guapo y el más rico, así que cumplía con
todos los requisitos. Sigue en su lugar.
Harriet asintió.
—Emma…
—¿Quién?
—Nathan Helps.
—Interesante.
—Shsssss.
—¿Tú te quedas?
—Su voz.
Caroline se lo mostró.
—También.
—¡Y yo!
Harriet y Elinor observaban el salón desde las escaleras
gracias a que las puertas estaban abiertas.
—Aún faltan dos años para que pueda asistir a uno de esos
—se lamentó Harriet.
Harriet asintió.
—Y quiero que tenga mucho vuelo. Y tul. Y brillos.
—Qué superficial.
—¡Qué crueldad!
—¿Te pensabas que era como esos otros estúpidos que has
apuntado en tu lista? Sí, sé lo de esa lista, lo sabe todo el
mundo gracias a tus hermanas pequeñas. Deberías haberlas
vigilado mejor.
***
—Siéntate, hija.
—¿Estás segura?
Katherine asintió.
—Muchísimo.
—Fue un accidente.
—Eso no es cierto.
—¿Qué?
—¿De verdad nadie lo ha pensado? Yo lo rechacé, lo
desprecié de un modo muy cruel. ¿Por qué no habría de
vengarse? Si me caso con él me tendrá a su merced, podrá
hacer conmigo lo que quiera.
—Así es.
—Y no estoy ciego.
—Bien también.
—Me alegro.
—Acepto.
—Mis cosas.
—No es muy difícil, solo tienes que decir que sí —se burló
Elinor.
—¿Ahora?
—Pero…
—Mamá…
***
—Katherine, yo…
—Un poco.
Alexander asintió.
—Ah, sí.
—Hola, Regina.
—¿No te gusta?
Katherine se rio.
—Con el vizconde.
—También.
—Pero…
—Tú también.
—No, señora.
Katherine asintió.
—Te lo dije.
—¿Qué va a sucederte?
—Lo sé.
—¿Quién es EW?
—Demasiado viejo.
—Evelyn Wood.
—¿Por qué?
—Edward Wilmot.
—Ya te dije…
Ella empalideció.
—Sé lo de tu lista.
—Un día dijiste que se podía ver con las manos —dijo
cogiéndoselas con determinación.
Alexander tuvo un ligero sobresalto al sentir el contacto.
—¿Podrías…?
—¿Querrías… besarme?
No iba a detenerse, no después de oír eso. Subió hacia su
boca y la devoró hambriento y entregado como no la había
besado nunca. Katherine enredó los dedos en su pelo
atrayéndolo más hacia sí, como si no fuera suficiente la
cercanía de sus labios, sus lenguas acariciándose desesperadas.
Quería algo más y no sabía lo que era, por eso se aferraba a él
presionando contra su dura erección.
***
—¿Cien ejemplares?
—¿Nunca?
—Emma…
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—¡Madre mía!
—¿Qué?
—Bésame —exigió.
—¿Esto… te gusta?
—¿Y tú? —Lanzó la pregunta con tal fiereza que ella dio
un paso atrás instintivamente—. ¿Tú quieres tener un hijo
mío?
—Eres mi esposo.
—¿Cómo tú?
—¿Por qué estás tan seguro? ¿Es que acaso sabes algo que
no me has dicho? ¿Es eso? ¿Por qué? ¡Debiste decírmelo antes
de la boda!
—¿Tú… me ves?
—¡Oh!
—¿Adónde ha ido?
—¿Qué ha ocurrido?
—Sigue, papá.
—¡Porque no se lo dije!
—Hija…
Ella empalideció.
—¿Katherine?
—¿En mi habitación?
—Lo amo.
Emma sonrió.
—Lo sé.
—¿Tú crees?
—Totalmente.
—¿Quéeee?
—¡Emma!
—Sí, lo sé, me hace mucha ilusión.
—¿De verdad?
Katherine asintió.
—Katherine…
—Anda, calla.
—Katherine…
—Completamente no.
—¿Qué momento?
—¡Katherine!
—¿Qué pasa aquí? ¿Es que soy la única que no ve más allá
de sus narices?
—Ese tema.
***
***
—Tus rosas son las mejores que he visto, pero las mías
tampoco están mal, ¿verdad? —Edwina y Caroline paseaban
por el jardín admirando las flores que iba a presentar al
concurso.
—Las circunstancias…
—Ya.
—Para ti, sí. Por eso me sentía tan bien a tu lado. Anhelaba
verte esperándome junto al camino. Me hacías reír y eras la
única persona en el mundo frente a la que podía ser un poco yo
misma. Cuando te marchaste… —Negó con la cabeza y las
lágrimas humedecieron sus ojos—. Te eché tanto de menos,
Alexander.
—Eres mío.
—Por suerte, aún soy más fuerte que tú —dijo con mirada
peligrosa y se levantó sin retirarse llevándola hasta su
escritorio.
—Creo que vas a tener que dejar que descanse unos días o
acabarás matándome —dijo traviesa.
—Disculp… ¡Alexander!
—¿Sabes algo?
—Muy gracioso.
—Perdona.
—Buff. Eso deja paso a una larga lista. No es que seas muy
bueno haciendo amigos. ¿Has hablado con el editor?
Un beso enorme,
Jana.