Vargas, Arístides - La Edad de La Ciruela

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La Edad de la Ciruela

ARÍSTIDES VARGAS

PERSONAJES

Eleonora.
Celina. (Hermanas.)
Francisca. Madre de Eleonora y de Celina.
Jacinta. Hermana de Francisca.
Victoria. Hermana de Francisca.
María. Madre de Francisca, Jacinta y Victoria.
Adriática
Gumersinda. (Hermanas de María y tías abuelas de
Eleonora y Celina)
Blanquita. Criada.

La obra se compone de escenas sueltas que pueden ser ordenadas de modo diferente, de acuerdo a la
lectura que se haga en cada caso. Pueden emplearse todas las escenas o algunas de ellas; los personajes
pueden ser representados por dos actrices o dos actores, o tantas actrices-actores como personajes
hay en la obra. Esta flexibilidad concuerda con la estructura de la obra, ya que se trata de un juego
sobre el tiempo y la edad.
El orden de las escenas que aparece en la presente publicación, corresponde a la organización que hizo
el autor en la dirección de dicha obra para la Corporación Tragaluz.

I
La luz desciende sobre una habitación amplia, llena de trastos viejos. Entre éstos podemos distinguir
algunas valijas, un ropero, un baúl y un par de bicicletas de mujer. En el fondo hay un árbol de ciruelo
en flor; debajo de éste, una niña juega con una espada mientras entona suavemente una canción
infantil: es Celina niña. En el proscenio, Eleonora adulta, su hermana, escribe una carta. Este juego de
escribir cartas simboliza el presente dramático y operará como una señal para los cambios de escena y
personajes; se alternará entre Celina y Eleonora durante toda la obra.

ELEONORA: Querida hermana: te escribo esta carta porque mamá está muy cerca de morir,
pero no es necesario que vengas porque, como decía Blanquita:" Para un velorio sólo se
necesita un muerto". También quiero decirte que he comenzado a recordar a todas las
mujeres de la vieja casa; no sé por qué, tal vez con el único y sano propósito de entrenar los
músculos de la memoria, aunque no creo que la memoria sea un músculo; más bien es una
arteria por la que pasan, atropellándose, lugares, objetos, rostros que fueron, abrazos que no
dimos o que no nos dieron... ¿Por qué será que una cree que no entregó a tiempo los afectos,
y no se da cuenta de que a los otros también se les hizo tarde para abrazarnos? Los deseos
que nunca revelamos también fueron deseos que los otros no revelaron; y se callaron ellos y
nos callamos nosotras porque así nos educaron, con una mano en la boca y la otra también en
la boca.
A veces los recuerdos no son tan crueles; lo vivido, entonces, puede ser recordado de manera
diferente cada día. Por eso los recuerdos no curan la vida: un recuerdo podría matarnos, pero
nunca nos podría curar; nos podría matar un recuerdo pero como son tan ilusorios, también la
muerte lo sería.
¡En fin, que es todo un lío este asunto de los recuerdos! ¿Te acuerdas de nuestra infancia,
hermana mía? Había ratas en nuestra infancia. ¿Te acuerdas de que las cazábamos con
palos?... A veces, cuando todos duermen y sólo yo estoy despierta, oigo que rasguñan mi
memoria aquellos animalitos grises de nuestra infancia...
Eleonora deja de escribir y, volviendo al pasado, se incorpora al juego infantil de Celina.

II

ELEONORA: Dicen que tía Jacinta se estaba cortando una ceja que le había crecido
demasiado y con la tijera se arrancó un ojo; fue a ver a mamá con el ojo en la punta de la
tijera y mamá le dijo: "Jacinta, ahora vas a tener que usar gafas". Así le dijo.
CELINA: ¿Quieres que te diga una cosa?
ELEONORA: ¿Sí?
CELINA: Lo que dices es pura mentira. La tía Jacinta tiene los dos ojos en su sitio, yo la he
visto.
ELEONORA: Uno es de vidrio.
CELINA: ¿Y tú cómo lo sabes?
ELEONORA: Porque el otro día tía Jacinta estaba ayudando a tía Victoria a servir la sopa y,
sin darse cuenta, se le cayó en el plato de la abuela María; entonces la abuela le dijo:
"Jacinta, esta sopa me mira mal". Así le dijo.
CELINA: Creo que dices todo eso porque tienes miedo.
ELEONORA: ¿Miedo de qué?
CELINA: Miedo a las ratas.
ELEONORA: Si tuviera miedo no estaría aquí, esperando contigo a que esas bestias peludas
salgan de su madriguera para destriparlas a palazos.
CELINA: Hay algunas que parecen conejos. Dicen que se comen a los gatos y atacan a las
personas cuando tienen hambre.
ELEONORA: (Tratando de ocultar su miedo.) El otro día escuché a la señora Blanquita decir a
mamá que en esta casa hace falta un hombre.
CELINA: Escojeremos la rata más grande.
ELEONORA: Entonces mamá... mamá, que estaba revolviendo la menestra...
CELINA: La meteremos en una caja...
ELEONORA: Se puso a llorar desconsoladamente...
CELINA: Le ataremos una cuerda en el rabo...
ELEONORA: Y lloraba y lloraba... Entonces la señora Blanquita le dijo: "señora, la menestra
va a quedar muy salada". Así le dijo.
CELINA: ...y la colgaremos con caja y todo en el ropero que está en el cuarto de los
cachivaches.
ELEONORA: (Explotando.) ¿Para qué vas a hacer eso? Eso es asqueroso, eso es repugnante.
CELINA: Así es la muerte.
ELEONORA: Entonces yo no quiero matar ratas. (Intenta irse.)
CELINA: ¡No te muevas!
ELEONORA: Pero...
CELINA: ¡No te muevas! Si lo haces te golpearé como a las ratas y te colgaré del rabo en el
ropero viejo que está en el cuarto de los cachivaches.
ELEONORA: Si sólo iba a mirar si la tía Adriática estaba fisgoneando por ahí...
CELINA: La tía Adriática está preparando su maleta para irse otra vez.
ELEONORA: (Intentando cambiar de tema.) ¿Por qué la tía Adriática se llama Adriática?
CELINA: Porque es tan aburrida como el mar.
ELEONORA: ¿Tú conoces el mar?
CELINA: Sí.
ELEONORA: ¿Cómo es?
CELINA: Pura agua, llena de peces y mariscos.
ELEONORA: (Intentando ser graciosa.) Como una sopa marinera.
CELINA: Sí, pero salada y fría.
ELEONORA: ¿Sí?
CELINA: Sí.
ELEONORA: Yo me acuerdo cuando mamá te llevó al mar porque esa enfermedad te hacía
escupir sangre. Aunque la tía Victoria decía que era tinta china, yo sabía que era sangre. Tinta
es tinta, y sangre es sangre.
CELINA: (Visiblemente enojada.) ¡Cállate, tú no sabes nada! Primero, que no estaba enferma; y
segundo, que fuimos a ver a la tía Pacífica, que vive en la costa.
ELEONORA: Sí que estabas enferma.
CELINA: ¡No lo estaba!
ELEONORA: ¡Sí lo estabas, porque cuando tosías te salía sangre por la boca!
CELINA: ¡Cállate, yo no estoy enferma!
ELEONORA: ¡Sí que lo estás! Porque de noche cuando duermes roncas como si en tu cama
hubiera un tigre, y cuando estás pálida y triste mamá cuchichea con tía Jacinta y dicen:
"¡Pobrecita!" Así dicen.
CELINA: ¡Envidia! Porque a ti no te dan galletas cuando estás pálida y triste; te mandan a
lavar platos y a barrer, y yo me voy a la cama haciéndome la enferma porque yo no quiero
lavar platos ni barrer ni ser infeliz. Yo no quiero ser mujer. Tú cuando seas grande vas a ser
mujer.
ELEONORA: Y tú una enferma.
CELINA: Yo cuando sea grande voy a ser hombre.
ELEONORA: Mentirosa, tú no puedes ser hombre.
CELINA: ¿Por qué?
ELEONORA: Porque no.
CELINA: Si una quiere, a los dieciocho años puede decidir lo que desea ser en la vida.
ELEONORA: ¿Yo también?
CELINA: No, tú no; porque naciste tonta y las tontas van de tontas toda la vida hasta que se
mueren.
ELEONORA: (Angustiada.) Yo no quiero morirme.
CELINA: (Cantando.) En la casa de don Vito se comieron un chivito...
ELEONORA: Debe ser feo estar sola en la Tierra...
CELINA: Si el chivito dice mu, lo cocinan con vermut...
ELEONORA: Bajo tierra, sin mamá ni tía Jacinta...
CELINA: Si el chivito dice ma, lo cocinan con coñac...
ELEONORA: ¡Cállate, me das miedo cuando cantas! Mi mamá dice que papá siempre cantaba
pero que una mañana dejó de cantar; la gente que canta, algún día deja de cantar y eso me
da miedo. Por eso yo no canto.
CELINA: Si te dieran a elegir entre vivir del cuento y morir de risa, ¿tú qué elegirías?
ELEONORA: Vivir del cuento.
CELINA: Entonces la abuela María tiene razón.
ELEONORA: ¿En qué?
CELINA: En que eres una tonta sin remedio.
ELEONORA: (Explotando.) ¡Mala, más que mala, nunca más quiero ser hermana tuya!
¿Escuchaste? ¡Nunca más! La abuela Gumersinda dice que eres así porque pasas mucho
tiempo acostada y dice que en la cama se empollan los pecados y las maldades; por eso tía
Victoria duerme en la silla o parada o caminando. Por eso eres mala, porque te acuestas.
CELINA: ¡Calla, chismosa!
ELEONORA: ¡No me voy a callar!
CELINA: ¡Silencio, lengua larga, escucha...!
ELEONORA: ¿Qué?
CELINA: Es ella...
ELEONORA: ¿La rata?
CELINA: Sí.
ELEONORA: ¿Y ahora, qué haremos?
CELINA: Darle un garrotazo y meterla en una caja.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque se está comiendo la puerta de la cocina, luego se comerá a la señora
Blanquita, luego a mamá, luego a la abuela María y a la abuela Gumersinda...
ELEONORA: ¿Y a la tía Adriática?
CELINA: No, a ella no.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque las ratas no se comen a sus hermanas.
ELEONORA: ¡Mala!
CELINA: ¡Silencio, ahí está...! Ven aquí, ratita.
ELEONORA: ¿Y yo qué hago?
CELINA: Quédate quieta, y si te salta al cuello despídete de este mundo.
ELEONORA: ¡Ayayay, las cosas que dices!
CELINA: (Descargando un golpe violento contra una rata imaginaria a espaldas de Eleonora.)
¡Toma tu garrotiza!
ELEONORA: (Congelada de miedo.) ¿La mataste?
CELINA: No lo sé. Ahora agárrala del rabo, métela en una caja y ponla en el viejo ropero.
ELEONORA: No, no quiero verla.
CELINA: Entonces, la voy a revivir.
ELEONORA: No, no quiero que viva.
CELINA: Entonces, la mato más.
ELEONORA: No, no quiero que muera pero tampoco quiero que viva.
CELINA: Entonces, ¿qué quieres?
ELEONORA: Que la arrestemos.
CELINA: Por eso te digo: agárrala del rabo y métela en una caja.
ELEONORA: Está bien... ¿Le haremos un juicio justo?
CELINA: Digno de una rata.
ELEONORA: ¿Cómo la llamaremos?
CELINA: ¡Ciruela, la llamaremos Ciruela!
(La luz de la escena baja y sólo queda iluminado el ciruelo que está en el fondo del escenario; sobre
éste se ven las siluetas de las dos hermanas, que por un instante susurran una canción infantil)

III
(Celina adulta escribe una carta mientras Eleonora, como si se tratara de un ritual, mueve los objetos
de la escena y prepara dos vestidos viejos que usarán en la siguiente escena. Celina adulta escribe a su
hermana:)
CELINA: Querida hermana Eleonora: creo recordar aquellas ratas de nuestra infancia; había
ratas porque no había gatos, y no había gatos porque abuela María no soportaba desnudarse
ante la mirada inquisidora de un gato...
Siempre me pregunté por qué en aquella casa éramos todas mujeres y, de alguna manera,
todas tristes; tal vez... todas ridículas, no lo sé; o tristes, ridículas y solas. El problema de la
tristeza entre nosotras era que no podíamos distinguir cuándo terminaba la soledad y cuándo
comenzaba la ridiculez, y eso nos ponía melancólicas. Hay dos tipos de mujeres en la familia:
las celestiales y las terrestres. Mamá era mitad y mitad; es decir que tenía alas pero no
volaba, lo que le daba un aspecto de gallina y no de ángel.
¡Pobre mamá, intentando morirse! Porque hay otras que lo intentan y no lo consiguen: la
abuela María y la abuela Gumersinda, por ejemplo, seguro que murieron, pero yo no las vi
morir. Las recuerdo siempre en sus interminables monólogos sobre el amor, el engaño y la
venganza mientras bebían vino de ciruela.
Para mí la memoria no es un músculo ni una arteria, sino una nariz porque ese olor a vino de
ciruelas rancias de nuestras abuelas me persiguió desde siempre, y no sé qué hacer con ese
olor avinagrado que dejan los días tristes de la vida...
IV
(Celina abandona la acción de escribir y se incorpora al desplazamiento de Eleonora, que ha asumido el
papel de la abuela María. Eleonora y Celina comienzan a deambular por el espacio como lo hacían sus
abuelas: bebiendo vino y hablando. La luz adquiere una tonalidad marfil, como de fotografía vieja)

ABUELA MARÍA: Dime una cosa, Gumersinda: ¿cuál es el truco para que el vino de ciruela te
salga tan rico?
AB.GUMERSINDA: La edad de la ciruela. Todo depende de la edad de la ciruela.
MARÍA: ¿Tiene edades la ciruela?
GUMERSINDA: Con sólo mirar la flor, una se da cuenta de si el fruto va para vino o para
vinagre.
MARÍA: Yo estoy avinagrada.
GUMERSINDA: Estás vieja; no sé si avinagrada.
MARÍA: Tú también estás vieja pero tienes un brillo en los ojos...
GUMERSINDA: Es la dignidad.
MARÍA: ¿Quieres decir que tú no envejeces, sino que envejece tu dignidad?
GUMERSINDA: Para la dignidad los años no pasan.
MARÍA: Yo, sin embargo, envejezco; es decir, yo, yo envejezco.
GUMERSINDA: Sí, te entiendo.
MARÍA: Antes, cuando vivía Alfonsito, me ponía cremas pero ahora no. Ésas son las ventajas
de estar vieja y sola.
GUMERSINDA: Ahora te tienes a ti misma.
MARÍA: Pero a mí no tengo que engañarme.
GUMERSINDA: ¿Engañabas a Alfonsito?
MARÍA: ¡No, qué va! Él me engañaba a mí.
GUMERSINDA: Alfonsito nunca te engañó.
MARÍA: ¿Cómo lo sabes?
GUMERSINDA: Me lo imagino.
MARÍA: Mi vida con Alfonsito fue un inmenso y prolongado bostezo, especialmente los
domingos en que íbamos a almorzar a la casa de su madre.
GUMERSINDA: ¡Que Dios la tenga en su santa gloria!
MARÍA: Debe estar dándoles la lata a San Pedro, a San Pablo y a todos los discípulos.
GUMERSINDA: ¡María, por favor!
MARÍA: (Imitando a su suegra.) ¡A ver, muchachones, tomaránse la sopita que ya viene el
segundo plato! Y usted, Jesusito, cortaráse el pelo, mi bonito. ¿Qué es pues, Mateíto,
escribiendo el evangelio en la mesa? Y usted, don Pedrito, dé abriendo la puerta, que debe ser
Alfonsito que ya murió. ¡Alfonsito, hijo! ¡Cuánto has tardado! Si me parece verlos, a Alfonsito
y a su madre dando la lata en el cielo.
GUMERSINDA: Eran buenas personas.
MARÍA: ¡Tontos es lo que eran!
GUMERSINDA: ¿Por qué no te separaste?
MARÍA: ¿A ti te hubiese gustado?
GUMERSINDA: No estoy diciendo eso; lo que digo...
MARÍA: Sí sé lo que estás diciendo, pero te olvidas de que en aquellos años una se casaba,
entregaba la virginidad y nunca más se la devolvían. Y no había cosa más terrible para una
mujer que regresar al mundo sin su virginidad a cuestas.
GUMERSINDA: Pero debió de haber un momento de felicidad.
MARÍA: Ni uno.
GUMERSINDA: Pero si Alfonsito era un ángel...
MARÍA: Un ángel exterminador.
GUMERSINDA: Si su timidez rayaba en la inocencia...
MARÍA: Y se la curó con una sobredosis de audacia.
GUMERSINDA: Nunca se propasó.
MARÍA: Sabes demasiado de Alfonsito el tímido.
GUMERSINDA: Sólo imagino.
MARÍA: ¿Y qué más te imaginas?
GUMERSINDA: Mira, lo único que quiero decir es que siempre fue un caballero.
MARÍA: Contigo habrá sido un caballero, porque no tuviste que aguantarle sus peroratas en
el almuerzo, sus ínfulas de grandeza en la merienda, sus tufillos en la cama...
GUMERSINDA: Pero, ¿por qué te casaste?
MARÍA: Nos casaron, como es natural en este pueblo. Luego nos hacen hijos, luego nos
engañan, y por fin nos dejan en soledad, que es nuestro estado natural. Las que se salvan de
este periplo se vuelven a casar con el Alfonsito de turno y vuelven a tener suegra, cosa que
aquí es más terrible para una mujer que para un hombre.
GUMERSINDA: Yo no creo eso.
MARÍA: No lo crees porque nunca fuiste madre ni suegra; apenas si fuiste amante.
GUMERSINDA: No sé por qué dices semejante estupidez.
MARÍA: ¿Qué crees, que nunca me di cuenta de tus amoríos con Alfonsito el tímido?
GUMERSINDA: Apenas si fue un amor gentil.
MARÍA: ¿Qué crees, que nunca me di cuenta de que mi hermana del alma se iba a la cama
con mi marido?
GUMERSINDA: Nunca fuimos a la cama.
MARÍA: No fue necesario. Lo hacían en cualquier lado.
GUMERSINDA: El vino de ciruela te está embriagando.
MARÍA: Al contrario, los Alfonsitos me embriagan; el vino me desembriaga.
GUMERSINDA: La lengua es lo único que tienes sobrio.
MARÍA: (Con amargura.)¿Dónde lo hacían?
GUMERSINDA: No sé, lo he olvidado. Fue hace tantos años...
MARÍA: (Casi gritando.)¿En qué lugar de esta miserable casa lo hacían?
GUMERSINDA: (Violenta.) ¡Cállate, María, cállate! Dices todo esto porque fuiste incapaz de
ser feliz y de hacer feliz a tu marido, porque siempre viviste a la sombra de las decisiones de
nuestra madre, porque tú no elegiste sino que eligieron por ti. Pero tú aceptaste porque
siempre es más cómodo aceptar que rebelarse. Entonces te volviste una cínica, hermana mía,
so pretexto de que no te dejaban opciones. Nunca nos dejaron opciones y nos acostumbramos
a vivir en ese estado de estupidez de los que nunca harán nada diferente. Por eso somos
conservadores en esta casa, porque somos cómodos y tenemos un miedo profundo a ser
diferentes.
MARÍA: (Triste.) Nunca me disgustó que te amara. Lo que me disgustó es que te hiciera cosas
que a mí nunca me hizo, aunque suene ridículo y cursi. La cursilería es el último recurso de las
mujeres solas.
GUMERSINDA: María...
MARÍA: ¿Alguna vez has oído el aletear de una mariposa dentro de una botella?
GUMERSINDA: No.
MARÍA: Yo sí. Una noche, hace muchos años, en una botella vacía de vino de ciruela. Me
acerqué: la mariposa era blanca, y sus alas llenas de letras. Aleteaba tan fuerte que producía
un ruido ensordecedor. Al leer lo que decían las letras comprendí que no me amaba, que esa
mariposa no era para mí. Entonces destrocé la botella contra la pared y la mariposa voló.
Seguramente hacia otro corazón... ¿Qué edad debe tener la ciruela para ser vino y no
vinagre?
(La abuela Gumersinda intenta abrazar a la abuela María, que se desvanece. En esta acción, Celina y
Eleonora dejan de representar a sus abuelas. La luz baja.)

V
(Celina, dentro del ropero, se está vistiendo de tía Adriática, mientras Eleonora escribe y se pone el
delantal de su madre Francisca. Eleonora adulta escribe a Celina)
ELEONORA: Tenían una forma peculiar de lastimarse aquellas abuelas nuestras; creo que las
heridas entre nosotras viajan en valijas y cada mujer de aquella casa tenía una; la única que
no tuvo manía por las valijas adoloridas fue nuestra madre Francisca. Siempre la recuerdo
arreglando la casa; batallando con las cortinas desteñidas por los soles de agosto, comidas
por la humedad que dejaban las lluvias de septiembre; batallando siempre nuestra madre, sin
darse cuenta de que es imposible pelear contra las cortinas, contra las goteras, contra el polvo
que se acumula en las ventanas. Es imposible pelear cada día y siempre contra lo que tarde o
temprano nos sobrevivirá. Mamá pronto partirá para siempre y las cortinas siguen allí, mamá
ha perdido la batalla final contra las cortinas. Por supuesto que no han sido batallas épicas,
porque mamá nunca pudo volar -no por su condición de "gallina", sino porque eligió ser árbol
y no pájaro-. La que sí eligió ser pájaro fue la tía Adriática: voló una mañana de octubre,
ayudada por nuestra madre Francisca...

VI
(Eleonora asume el papel de mamá Francisca; Celina entra estrepitosamente desde el ropero como tía
Adriática. Ésta es un tanto estrafalaria en su vestuario y lleva peluca)
ADRIÁTICA: Estoy harta, Jacinta, harta.
FRANCISCA: No soy Jacinta, soy Francisca.
ADRIÁTICA: Es lo mismo, lo mismo; en esta casa todo es lo mismo. Hay tantas mujeres que
una pierde la cuenta; pero un día de éstos, un día de éstos...
FRANCISCA: ¿Qué?
ADRIÁTICA: Tomo mis cosas y no me ven más el pelo.
FRANCISCA: La peluca, querrá decir.
ADRIÁTICA: Es lo mismo, en esta casa todo es lo mismo: peluca, pelos postizos, peluquín.
Estoy harta de esta casa: entras al baño y encuentras uñas postizas, pestañas falsas, prótesis
para levantar la nariz, prótesis para levantar el trasero, prótesis dentales... Somos mujeres
rompecabezas, mujeres para armar. No aguanto este lugar... ¿Y tú quién eres?

FRANCISCA: Francisca, ya se lo dije.


ADRIÁTICA: ¡Contigo quería hablar! Mira, tus hijas han dejado un animal pudriéndose en el
ropero de arriba. Yo, que quería huir del olor de ciruela rancia de tu madre, porque se le ha
metido en la cabeza que hay que hacer vino de ciruela, lo cual es una estupidez - porque el
vino es de vides; si no, no se llamaría vino-... ¡En fin, que subo arriba para respirar aire puro
y resulta que el olor de arriba era peor! Ese animal lleva muerto por lo menos tres meses. El
olor es putrefacto, por decir lo menos...¿Qué tal me ves, Jacinta?
FRANCISCA: Francisca.
ADRIÁTICA: Francisca, ¿qué tal me ves?
FRANCISCA: Bien.
ADRIÁTICA: Estoy mal, para qué te voy a mentir a ti, a ti...¿Qué tipo de relación familiar
tenemos tú y yo ?
FRANCISCA: Usted es mi tía.
ADRIÁTICA: Es que hay tantas mujeres en esta familia que una pierde la cuenta. Te decía
que estoy mal, que no soporto este lugar. Muchas veces he pensado en fugarme en bicicleta,
incluso me compré una pero nunca pude aprender a manejarla: son tan raras...
FRANCISCA: ¿Quiénes?
ADRIÁTICA: Las bicicletas. Son para una época diferente a la mía. Tal vez si hubiese sido
más joven... A veces pienso que a mí se me hizo tarde para fugarme de este lugar. Nací entre
el caballo y la bicicleta: tarde para montar a caballo y tarde para andar en bicicleta. Nací
tarde: ése es mi problema. ¿Qué tipo de relación familiar tenemos tú y yo?
FRANCISCA: (Cansada de que le pregunte lo mismo.)¡Sobrina, usted es mi sobrina!
ADRIÁTICA: Pero tú eres mucho más joven que yo.
FRANCISCA: En apariencia; en la familia las jóvenes somos más viejas.
ADRIÁTICA: ¿Y eso?
FRANCISCA: Es una enfermedad.
ADRIÁTICA: No me había enterado de que existiera tal enfermedad en la familia.
FRANCISCA: De muchas cosas no se ha enterado usted, por eso no se puede ir. ¿No sabe
que ahora hay aeropuertos?
ADRIÁTICA: (Riéndose.) ¿Y eso qué es, un puerto que vuela?
FRANCISCA: No, tía. Es un lugar donde la gente se va, se fuga, se despide. Hay una
sensación mundana en ese lugar y mucho olor a cera. Y una se puede ir tan rápido, que ni
bien llega todavía no ha partido.
ADRIÁTICA: ¡Huyy! Eso debe ser una sensación bellísima, bellísima. Imagínate: viajas sin
moverte, estás en otro lugar estando en un mismo lugar, incluso conoces personas que no son
esas personas que conoces, sino otras que vas a conocer.
FRANCISCA: Sí, tía. Se puede cerrar los ojos y abrirlos a otro paisaje donde los árboles son
de color violeta y las personas azules, y no hay familia ni olores rancios...
ADRIÁTICA: ¡Eso es extraordinario! ¡ Es extraordinario, Jacinta... o como te llames! Es como
viajar en el aliento de un ángel.
FRANCISCA: Y más todavía: es como si una misma fuera un ángel.
ADRIÁTICA: ¿Yo, un ángel?
FRANCISCA: Sí, usted, un ángel.
ADRIÁTICA: Sí, un ángel. Por fin alguien de la familia reconoce mi naturaleza celestial. No es
que me las quiera dar de mucho, pero quisiera que esta familia se enterase de una buena vez
de que soy un ángel y de que no hay cosa más terrible para un ángel que el no poder volar.
Por eso se mofan de mí y dicen que estoy loca, porque los muy cretinos no pueden ver las
alas que nacen de mi espalda. Ni yo las puedo ver, porque ¡vaya lugar para tener alas! Pero
cuando alguien como tú nos dice que ahí, en ese lugar tan lejano para nuestra conciencia, tan
remoto para nuestra racionalidad, tenemos alas, yo me lo creo. ¿Por qué no he de creer en
algo que no puedo ver? ¿Acaso no creemos en Dios? ¡Claro que creemos! Y recurrimos a él a
cada rato como si se tratase de un boticario invisible que mitiga los dolores del alma y los
dolores del espíritu; y con la misma facilidad con que lo vemos, lo dejamos de ver para
volvernos viles, avariciosos, terrenales, mediocres y sin alas. En esta familia nadie tiene alas y
a mí me han nacido en la espalda, donde no me las puedo ver.
FRANCISCA: (Pausa.)Tía, ¿ha visto qué hermoso está el ciruelo del jardín?
ADRIÁTICA: (Triste.) No.
FRANCISCA: Vaya a verlo, y si tiene ganas, corte las flores más altas.
ADRIÁTICA: En las ramas más altas hay más flores porque nadie las alcanza.
FRANCISCA: Sólo los pájaros y los ángeles... (La tía Adriática sale.)Los ángeles son personas
amables y gentiles que piden perdón a cada rato aunque no venga al caso; sólo tienen lo que
llevan puesto y se suicidan de dos maneras: lanzándose en picada contra los cables de alta
tensión o pegándose en sucios papelitos que cuelgan de los techos para matar moscas,
basuritas del aire y ángeles decaídos.
(Se escucha el sonido del cuerpo de tía Adriática cayendo del ciruelo. La luz baja suavemente sobre
Francisca. Celina y Eleonora abandonan sus respectivos papeles.)

VII
(Eleonora ha desaparecido dentro del ropero mientras Celina escribe una carta y saca algunos objetos
de Blanquita, la criada. Celina adulta escribe a su hermana.)
CELINA: Mi querida hermana Eleonora: no creo que tía Adriática haya volado; creo que cayó
aparatosamente del ciruelo del jardín: todas la vieron caer. Sólo Blanquita la vio volar:
"Blanquita es una más de la familia", decía la abuela María. ¡ Vieja mentirosa! Blanquita era
una criada y siempre la trataron como a tal, porque no éramos mujeres sino oficios; y así
como a mamá le tocó el de limpiar, a Blanquita le tocó el peor de todos, el de servir. Por eso
gritaba, gritaba mucho. A muchos años de distancia puedo escuchar los alaridos de Blanquita
protestando porque los funerales de tía Adriática duraron quince días...

VIII
(Celina adopta el papel de Blanquita y Eleonora será la voz en off de abuela María desde dentro del
ropero.)
BLANQUITA: ¡Ay, qué cansancio que tengo, Dios mío! Me sacan el aire en esta casa, pero
como una es pobre hay que aguantar lo que le echen. Si yo no estuviera aquí, esto,
prácticamente, sería un relajo. ¿Quién les va a aguantar un velorio de quince días? Han de
querer que resucite. ¡Vuelta, han de decir: "de gana no la enterramos a tiempo"! Ahora hay
que aguantar a la finadita hasta que se muera de nuevo. ¡Pobre doña Adriática! ¡Yo sí le
quería, para qué también! Y la cantidad de gente que ha venido... ¡Huy, Dios mío, lo que es
andar de ociosos visitando difuntas. ¡ De viva no la visitaba nadie, y de muerta todo el
mundo, o sea, que será de morirse para que a una la quieran...
Voz en off: ¡Blanquita, Blanquita!
BLANQUITA: Ya voy, señora María, estoy lavando los vasos. Yo creo que a doña Adriática la
tienen en este mundo con el único propósito de que venga la gente para servirle el vino de
ciruela de doña María, que se las pasa haciendo ese mejunje de ciruelas que sólo sirve para
las chupizas entre doña María y doña Gumersinda. ¡Pobre doña Adri, tenerla ahí, esperando.
¡ Ella, que siempre llegaba tarde a todo! Si cuando se cayó del ciruelo, tremendo suelazo que
se dio y salió caminando como si nada. Hubo que decirle que se había muerto porque ni se
había enterado. Es que llegaba tarde a todo, la pobrecita.
Voz en off: ¡Blanquita, te estamos esperando!
BLANQUITA: ¡Ya voy! Estitas han de creer que soy la mujer orquesta; dos manos no más
tengo, no como el doctor Argudo, ése que se ha pasado al lado de la finadita: algo deben
haber tenido. Cinco días lleva al lado de la finadita, y ha bebido más vino de ciruela que todos
los visitantes juntos. Cuatro manos parece que tiene para coger vasos, el Argudo ese; y no
sólo para los vasos, también para las piernas del sector femenino. Si hasta a doña Victorita le
estaba metiendo mano, pero como es medio ida, ni cuenta que se había dado, hasta que me
acerqué yo y le dije : doña Victorita, ¿qué hace esa mano entre sus piernas? Y la bruta va y
me dice: no sé, alguien se la tiene que haber olvidado. Y el Argudo ahí, como si la cosa no
fuera con él. Así son en esta familia, todas mujeres y todas medias cucú; pero al Argudo ese
le tengo una rabia... Dizque es medio dado a la política, y, ya se sabe, las manos de un
político están en el aire esgrimiendo un dedo, o en los bolsillos rascándose las que sabemos, o
borrachas sobre las piernas de una mujer.
Voz en off: ¡Blanquita, el vino por favor!
BLANQUITA: ¡Voy, voy! Me tienen harta, como decía doña Adriática - que Dios recoja su
alma en el cielo, porque su cuerpo lo tenemos retenido en la tierra hasta que se infle, se infle
y salga volando y no tengamos que sepultarla en la tierra sino en el aire-; y conste que no es
mía la teoría sino de doña María, que dice que a las difuntas sepultadas en el aire no hay que
ponerles flores ni echarles agua, sino podarlas como a los ciruelos para que los recuerdos
crezcan con más fuerza y regresen cada verano.
(Celina abandona el papel de Blanquita y comienza a cantar una canción infantil. La luz baja.)

IX
(El ciruelo del fondo se ilumina mientras aparece la silueta de Celina niña jugando debajo de él.
Eleonora adulta escribe a su hermana.)
ELEONORA: Hermana mía: la descomposición del cuerpo de tía Adriática era la misma que la
del cuerpo de aquella rata guardada en el altillo, era la misma que la de las ciruelas
descompuestas de abuela María y era la misma que la de los afectos familiares. Todas
teníamos la carne de ciruela y todas madurábamos sin prisa y sin fatiga, y eso nos daba
terror: el mismo terror que experimento ahora al ver a mamá respirar con dificultad. Mamá es
una ciruela madura que espera las brisas de marzo...¡Cómo me gustaría detener el tiempo!
Como cuando teníamos diez años y queríamos salvar de los rigores del abandono y de la edad
a las mujeres de aquella casa...

X
(Eleonora se incorpora al juego de Celina, que ha sacado una caja donde supuestamente está la rata
muerta.)
CELINA: El cuerpo de Ciruela está podrido.
ELEONORA: ¿Las ratas tienen alma?
CELINA: Sí.
ELEONORA: Entonces debe estar con la tía Adriática en el mismo paraíso.
CELINA: No, porque tía Adriática no se fue al paraíso.
ELEONORA: ¿Se fue al infierno?
CELINA: No. Tía Adriática se voló a la estratosfera.
ELEONORA: Yo también quiero volar algún día.
CELINA: Nosotras no podemos volar: ésa es la maldición familiar.
ELEONORA: Yo sí, porque cuando miro una lámina donde hay un paisaje, me quedo fija y al
rato...¡zas, estoy dentro de la lámina!

CELINA: Pero siempre vuelves porque es la maldición familiar...


ELEONORA: ¡Qué maldición ni maldición! Hace rato estaba metida en un calendario, y si
regresé es porque teníamos que hacer el juicio a Ciruela.
CELINA: No hay cómo.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque el tiempo ha podrido el cuerpo de Ciruela. No hay cómo condenarlo.
ELEONORA: ¿Cierto, no? Sólo el pellejo le está quedando...Y ahora, ¿ a quién condenamos?
CELINA: (Con determinación.) El tiempo tiene la culpa. Hay que juzgar al tiempo.
ELEONORA: Al buen tiempo, al mal tiempo, ¿ a qué tiempo vamos a juzgar?
CELINA: ¡Estúpida, no entiendes nada!
ELEONORA: No me insultes.
CELINA: Si te insulto es porque eres bruta. Vete a traer un almanaque.
ELEONORA: No me muevo, y no me insultes.
CELINA: Te lo ordeno, soy tu hermana mayor. Soy mayoría.
ELEONORA: Y yo soy tu hermana minoría, ¿y qué?
CELINA: Mira, si no me traes el almanaque, ¡la maldición familiar...!
ELEONORA: ¡Qué maldición ni maldición! Eso te lo has inventado porque me quieres
manejar a tu antojo.
CELINA: ¡Basta! ¿No te quieres mover?
ELEONORA: Si quieres un almanaque te lo buscas tú misma.
CELINA: Está bien, no te muevas. Pero el tiempo va a hacer de las suyas contigo; mira lo
que le ha hecho a Ciruela, mira lo que le hizo a tía Adriática y a la abuela María, que le ha
llenado la cara de arrugas y le ha puesto un humor de perros. (Melodramática.) Si no lo
detenemos, va a terminar matando a todas las mujeres de esta casa.
ELEONORA: ¿A mí también?
CELINA: A ti la primera.
ELEONORA: (Con determinación.) Hay que juzgar al tiempo.
CELINA: (Sacando un almanaque viejo.) Comencemos. Yo soy la que culpa.
ELEONORA: Yo también.
CELINA: No, tú defiendes.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque tú eres más buena que yo, y las que defienden siempre son más buenas que
las que culpan.
ELEONORA: Entonces yo defiendo.
CELINA: ...pero menos inteligentes.
ELEONORA: Entonces yo culpo.
CELINA: Pero las buenas se van al cielo cuando mueren.
ELEONORA: Entonces yo defiendo.
CELINA: Bien, comienzo : señores del jurado...
ELEONORA: ¡Protesto! En el jurado somos todas señoritas.
CELINA: Señoritas del jurado...
ELEONORA: Vamos bien.
CELINA: Ustedes se preguntarán...
ELEONORA: Vamos bien.
CELINA: ¡Cállate! Prosigo. Quisiera preguntar: ¿qué hacía el tiempo el 21 de marzo del año
en curso sobre la cara de mi anciana abuela?
ELEONORA: ¡Protesto! Esa pregunta no nos conduce a ningún lado; porque si el tiempo
estaba sobre la cara de mi abuela, quiere decir que estaba encaramado y nada más.
CELINA: Eso también pensé yo, hasta que vi al tiempo con dos crayones en la mano, uno
negro y otro blanco. Con el negro dibujaba líneas profundas sobre el rostro de mi abuela y con
el otro pintaba mechones blancos sobre su negra cabellera; y no contento con eso, le aplastó
los pechos hasta desinflárselos.
ELEONORA: ¡Protesto! Eso no puede ser.
CELINA: ¿Qué estás diciendo?
ELEONORA: La abuela nunca le mostró los pechos a nadie, ni siquiera al tiempo; por lo tanto
dudo que el delito exista porque al cuerpo del delito nunca lo hemos visto.
CELINA: Pero sí hemos visto su rostro con líneas profundas.
ELEONORA: No es suficiente.
CELINA: ¿Y lo que le hizo a nuestra madre?
ELEONORA: A nuestra madre no la ha tocado.
CELINA: Eso es lo que tú crees.
ELEONORA: ¿Qué le hizo?
CELINA: Dos hijas.
ELEONORA: ¡Protesto!
CELINA: Protesta denegada. Porque la defensora se niega a reconocer que es hija del tiempo,
que es el peor enemigo de las mujeres. Nuestro padre es el tiempo que pasa. Nosotras no lo
vemos, pero nuestra madre se encuentra con él cuando se sienta a tejer por las tardes, y
cuando se va a la cama se va con nuestro padre el tiempo. Por eso se la ve sola y vacía,
porque nuestro padre tiene la puta costumbre de estar y no estar a la vez. Por eso se lo puede
matar con partidas de barajas, con chismes y solitarios. He visto a mi padre, el tiempo, reírse
de nuestra madre cuando ella nos plancha la ropa o cuando nos canta una canción para que
durmamos. Entonces yo puedo ver cómo la hace madre, la hace anciana y se la lleva para
nunca más devolverla... Ahora tienes que defenderlo.
ELEONORA: Bueno, yo... ¿No sería mejor que lo condenemos de una vez?
CELINA: No, tienes que defenderlo.
ELEONORA: Pero yo no tengo muchas cosas que decir.
CELINA: Tienes que hablar.
ELEONORA: No quiero hablar.
CELINA: ¡Cobarde!
ELEONORA: No soy cobarde.
CELINA: Sí lo eres.
ELEONORA: No lo soy.
CELINA: Entonces habla.
ELEONORA: (Angustiada.) No quiero, no quiero, no quiero...
CELINA: Habla; si no, te voy a juzgar a ti.
ELEONORA: Está bien... Yo quería decir...
CELINA: Más alto, que no te escucho.
ELEONORA: Quería decir... que el tiempo no hace mal a nadie, porque el tiempo es
ignorante; cierto que pasa pero pasa para todos, incluso para las estatuas y los relojes que
quieren contarlo. Pero el tiempo no sabe que lo están contando. Tía Jacinta dice: al mal
tiempo, buena cara; pero yo creo que al tiempo le importa un comino la buena cara de tía
Jacinta. La tía Victoria suele decir: "es tiempo de vacas flacas o de vacas gordas, tiempo de
decir basta". Así suele decir. Y el pobre tiempo no tiene tiempo de darse cuenta del tiempo
que le tocó vivir, pero nosotros lo responsabilizamos de todas nuestras porquerías. Y por
último, creo que el tiempo es nada porque la abuela Gumersinda siempre dice: "no tengo
tiempo para nada". Así dice.
CELINA: (Después de una breve pausa.) Bien. Ha sido una buena defensa.
ELEONORA: Gracias.
CELINA: No vamos a matar al tiempo. Puesto que la defensa ha dado un argumento
convincente, vamos a detenerlo. Hoy, 19 de abril, ante el cadáver de Ciruela, proclamamos
que para el resto de nuestra vida será 19 de abril. Y ordenamos al tiempo que se detenga
Ya! ... ¿Notas algo raro?
ELEONORA: Sí, noto...noto que... ¡nos hemos detenido!
CELINA: Pero, ¿en qué lo notas?
ELEONORA: En que Ciruela ha dejado de pudrirse.
CELINA: Ciruela para siempre va a tener la misma edad.
ELEONORA: (Rimbombante.)¡Bravo, ha sido el triunfo de las mujeres sobre el tiempo! Lo
felicito, señor fiscal.
CELINA: Yo también me felicito.
ELEONORA: Tú me tienes que felicitar a mí.
CELINA: No.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque el tiempo se detuvo justo cuando terminé de felicitarme.
ELEONORA: ¿Y ahora?
CELINA: Ahora te aguantas hasta que el tiempo sea tiempo de nuevo.
(Eleonora comienza a deambular por el espacio mientras se viste de abuela María. La luz baja)

XI
(Celina ha sacado un violín de una de las valijas y comienza a tocar mientras habla. Celina adulta
escribe a su hermana)
CELINA: Hermana del alma: ¿te acuerdas de cuando abuela María daba clases de violín a tía
Victoria, sonámbula? Habíamos detenido el tiempo en cada mujer de aquella casa, y la casa se
volvió rara y sin tiempo. Y cada mujer con el tiempo suficiente para fugarse del tiempo...

XII
(Celina comienza a deambular como sonámbula con el violín; Eleonora ha asumido el papel de abuela
María)
ABUELA MARÍA: Bien, coloca el codo como si fueras a darle un trompón a alguien, pero no
con violencia, Victorita, no con violencia. Con suavidad. Haz que el arco se deslice sobre las
cuerdas. Así, así; a ver, yo te voy a ayudar. Recojamos el ritmo y ¡ahí vamos! Así, así,
Victorita. Ahora que el tiempo se ha detenido me sobra tiempo para estos menesteres.. No
creas que es un acto para lavar mis culpas por no haberte querido bien, hija mía. Yo no he
querido bien a nadie: ni a ti ni a tus hermanas ni a mí misma. No por maldad sino porque
siempre he vivido en las nubes, donde viven esos albañiles que se pasan haciendo castillos en
el aire. Ustedes han heredado esa desazón, ese pasar por la vida sin darse cuenta. ¡Pobre hija
mía! El tiempo se detuvo cuando tú dormías. Ahora debes caminar sin prisa y acostumbrarte a
no estar; pero no te angusties, tu madre te va a enseñar a tocar el violín de tal manera que
todos los hombres van a decir:"¡ qué mujer más despierta, cómo quisiera casarme con ella!" Y
te llevarán al tálamo nupcial y te harán el amor y nunca se darán cuenta de que estás
dormida. Bien, Victorita, vamos al siguiente movimiento... no así, Victorita, no así; con
suavidad. ¡Ya, Victorita, ya! Si vas a seguir equivocándote, lo dejamos aquí y se acabó.
(Pausa.) Inténtalo de nuevo... ¿Ves, ves qué fácil es? Con mesura, con mesura y elegancia.
Las cuerdas del violín son las cuerdas del alma y su música son los sentimientos melodiosos
del corazón... No, Victoria, no. Te lo he repetido más de mil veces cuando estabas despierta,
y ahora que estás dormida, te lo vuelvo a repetir, a reiterar, a gritar: ¡El violín es un
instrumento cuya grandeza y goce reside en la manera de apoyar la mejilla en el mismo!...
¡No, así no, Victorita, no hay que acostarse sobre el instrumento; hay que meditar, meditar!
¡Basta, se acabó! Mejor dedícate a otra cosa. La música no es lo tuyo, ni despierta ni dormida;
tienes el oído de lata, Victorita, de lata. La música no es lo tuyo. Por otro lado, no es
indispensable que todo el mundo ande con un violín bajo el brazo, no es necesario que todos
nos apellidemos Paganini; también son necesarios los Caiza, los Matambas... ¡En fin! ¿Por qué
no te buscas un novio que sea lo suficientemente tonto y abstracto, que cuando le pregunten
si tiene un pensamiento propio, responda que no, que todos son prestados? ¡En fin! ¿O por
qué no aprendes a escupir? Para eso no se necesita afinar; y escupiendo y escupiendo, se
puede llegar muy lejos. (Pausa.) Vamos a intentarlo de nuevo, Victoria, hagamos el ridículo
por última vez, como decía tu padre. Apoya el instrumento en tu mejilla... No, así no,
Victoria, se trata de un violín, no de un cuello ortopédico. ¿A quién se le ocurriría ponerte
Victoria? ¡Derrota tendrías que llamarte!...¡Para, para! Me vas a volver loca. ¿Eso es lo que
quieres, volverme loca? ¿Quieres que me pase lo que a tu tía Adriática, que todo el mundo
grite: "ahí va la vieja loca"? Pues no, yo soy muy racional; y que te quede bien claro, aunque
estés dormida. ¡Soy muy racional! (Cambiando de tono.) Victoria, hija, en la familia tenemos
afición a las musas. Si no, mira a tus hermanas: Jacintita, sin ir más lejos, cada bordado que
hace, es una obra de arte; o tu tía Gumersinda, que hace un vino de ciruela digno de una
mesa de reyes; o tu tía Adriática -¡Que Dios la tenga en su gloria!-, que pintaba unos paisajes
con tal realismo y hermosura que cuando abríamos las ventanas de esta casa para airearla,
los árboles de los cuadros se mecían; y ni hablar de tu hermana Francisca... Bueno, ella no es
muy dada al arte... porque ha tenido hijas. ¿Entiendes por qué quiero que aprendas a tocar
música? Ya que no tienes hombre, que por lo menos tengas un violín. Vamos de nuevo. Si
estropeas el violín te cruzo la cara de un chirlazo. Respiremos profundamente y procuremos
hallar en nuestro espíritu un poco de calma para seguir intentándolo. Tú no te preocupes, tu
madre te va a ayudar a domar tu desbordada sensibilidad. Bien, Victorita... ¿Victorita? ¿Vito,
dónde estás? ¿Qué estás haciendo tras el sillón? ¡Estás orinando! ¡Dios mío, esto es el colmo!
¡Estos sillones tienen más de cien años y nunca nadie los orinó, y tú has vaciado tu vejiga
sobre cien años de arte! ¡Levántate, descarada, levántate, te digo! ¡Cuánta desfachatez hay
en tu alma! No tienes ningún respeto por el pasado, ningún respeto por el legado familiar.
Nunca voy a intentar nada contigo. Te vas a quedar sola, bruta; sin hombre y sin violín.
(La luz baja sobre la escena; Celina y Eleonora comienzan a vestirse de mamá Francisca y tía Jacinta)

XIII
(Los cambios de escena comienzan a sucederse con cierta rapidez. Eleonora, vestida de mamá
Francisca, escribe. Eleonora adulta escribe a su hermana)
ELEONORA: Querida hermana: tía Victoria caminó sonámbula muchos años, creo que nunca
despertó; de esta forma logró partir de aquella casa. Porque aunque no lo dijeran, todas
querían irse: tía Adriática salió volando, tía Victoria se exilió en el sueño, tía Jacinta...¿ Te
acuerdas de tía Jacinta?
XIV
(Celina ha asumido el papel de Jacinta, y Eleonora el de mamá Francisca; debido a la rapidez con que
se han comenzado a ejecutar los cambios, tenemos la sensación de que no existen fronteras entre los
personajes. )
JACINTA: Francisca, hermana, algo extraño me acaba de suceder.
FRANCISCA: ¿Qué, Jacinta?
JACINTA: Como sabes, hace años que estoy bordando un mantel para el día en que Eleonora
y Celina se casen y...
FRANCISCA: ¿Qué pasa, hermana?
JACINTA: Es un paisaje con venados y una montaña; y hay una Luna porque es de noche,
porque si fuera de día, debería haber un Sol, ¿no es cierto?

FRANCISCA: Así es.


JACINTA: Y no puedo terminar la bendita Luna, y me quedo hasta tarde en la noche... Es
como si alguien me sujetara la mano y no hay cómo terminar la bendita Luna.
FRANCISCA: Es que nos hemos detenido.
JACINTA: ¿Y eso?
FRANCISCA: No sé si lo entiendas, nos hemos paralizado; por dentro estamos quietas, no
avanzamos.
JACINTA: Francamente no te entiendo, hermanita.
FRANCISCA: Mejor que no me entiendas.
JACINTA: Pero quisiera entenderte, es decir, quisiera que alguien me explique lo que me
pasa. A veces no sé dónde estoy: a veces creo que estoy en la cocina; entonces voy a la sala
y me encuentro a mí misma en la sala leyendo Vista Panorámica del Terremoto de Ibarra - es
un libro conmovedor, es tan verídico que para leerlo tienes que agarrarte a la silla; a mí me
da pánico, entonces lo leo bajo el marco de la puerta-. Pero lo que quería decir es que me
encuentro allí pero como si fuera una persona diferente a mí, porque yo, en realidad, estoy en
la cocina o estoy en la sala, y la que está en la cocina es otra; pero a veces también estoy
cortando flores del ciruelo, y , a la vez, bordando el bendito mantel para mis sobrinas del
alma; y no sé cuál de todas esas Jacintas soy yo. Es un lío, lo sé, pero...
FRANCISCA: No te preocupes. ¡A veces somos tantas!
JACINTA: Yo no me preocupo.
FRANCISCA: Haces bien. ¿Y entre todas tus Jacintas no tienes una que me regales?
JACINTA: Todas mis Jacintas son tuyas.
FRANCISCA: Gracias. Las pondré en un florero.
JACINTA: Pero hay otra cosa que quisiera entender.
FRANCISCA: Cuéntamela.
JACINTA: ¿Puedo fumar?
FRANCISCA: ¡Claro! Pero tú no fumas...
JACINTA: Extrañamente ha comenzado a sobrarme el tiempo para hacer cosas que nunca
hice; por ejemplo, tomarme una copita de vino de ciruela de mamá y tía Gumersinda, comer
galletitas saladas, retocar la foto de mi primera comunión, encuadernar mi diario... esas
cosas, ¿no?
FRANCISCA: Hermanita, tu vida está llena de emociones fuertes pero, ¿por qué no te buscas
un hombre?
JACINTA: Sobre eso te quería hablar.
FRANCISCA: Ah! ¿Sí?
JACINTA: Sí.
FRANCISCA: No me digas que has conseguido uno?
JACINTA: Sí.
FRANCISCA: Esto es un prodigio.
JACINTA: Y más todavía.
FRANCISCA: ¿Más prodigio?
JACINTA: Sí.
FRANCISCA: Cuéntame, me muero de curiosidad por saber cómo es.
JACINTA: Verás, resulta que escribí a esa sección del periódico que se llama "Corazones
Gemelos"...
FRANCISCA: ¿Tú escribiste a esa sección?
JACINTA: Sí, ¿está mal?
FRANCISCA: No... Me sorprendes.

JACINTA: ¿Por qué?


FRANCISCA: Porque a mí nunca se me habría ocurrido.
JACINTA: Porque no estás tan sola como yo, o tal vez porque no eres tan ridícula como yo.
FRANCISCA: No, Jacinta. Es porque no tengo buena letra y mi ortografía es pésima; en vez
de poner: "necesito amor" puedo poner: "necesito amo"; entonces me mandan a cualquiera.
JACINTA: ¡Ah, bueno! Si es por eso... Yo tengo letra gótica.
FRANCISCA: Sí, hermanita; tú tienes una letra para corazones solitarios, para almas
gemelas, para correos sentimentales; una letra tan bonita que parece escrita por el alma.
JACINTA: No tanto.
FRANCISCA: Sí, y mucho más. Tus cartas no pueden estar guardadas en un cajón porque las
letras comenzarían a chorrearse por las rendijas, a fugarse por los poros de la madera, a
treparse por el cuerpo de los amados ausentes, a rasguñarles el pecho, a cogerles de la solapa
y a gritarles en letra gótica:" ¡aquí estoy, no me dejen sola, soy Jacinta, la gótica letra pasada
de moda que ya nadie usa!" Ya nadie escribe con tu letra, hermanita.
JACINTA: No, si recibí varias cartas...
FRANCISCA: ¿No me digas?
JACINTA: De un mismo hombre. ¡Bueno, no sé si es un hombre! ¿Te acuerdas de Apolo?
FRANCISCA: No.
JACINTA: De Apolo, pues, al que le decían Tomillo, Apolo Tomillo. Se sentaba detrás de
nosotras en sexto grado y se me declaró bajo el ciruelo del jardín... La única declaración de
amor que he tenido en mi vida la tuve a los doce años y fue Apolo Tomillo que me dijo:
" ¿quieres ser mi prometida?" Y yo le dije:" ¿qué es lo que hay que hacer?" Y él me dijo:
"nada." Y yo le dije: "bueno." Nos tomamos de la mano y nos quedamos mirando el ciruelo y
comenzó a llover y nosotros no nos movimos; estábamos petrificados y la lluvia sobre
nosotros... Entonces me di cuenta de que el amor es impermeable. Ese Apolo es el que
contesta mis cartas; pero lo raro, lo que no entiendo, es por qué tiene la misma letra que
entonces, como si el tiempo para él se hubiese detenido en ese instante; no entiendo por qué
después de tanto tiempo sigue dibujando barquitos y flores en los márgenes de sus cartas; no
entiendo por qué no creció y me amó; no entiendo por qué después de tantos años vuelve a
atormentarme aquel niño, que por otro lado es el único que me ha amado de verdad. Porque
su amor tenía la inocencia suficiente para no dañarme. ¿Por qué la vida es como es?
FRANCISCA: Tienes que ir a buscarlo.
JACINTA: ¿Cómo?
FRANCISCA: Sales al camino y comienzas a caminar. Te prendes un tabaco, echas una
última mirada a esta casa y dices:" ¡Que se vayan todos a la mismísima mierda! Yo me voy a
buscar a mi Apolo Tomillo, al que perdí hace treinta años." Y caminas y caminas, y te pierdes
para siempre de nosotras. (Jacinta comienza a irse.) Y caminas y te vas lejos, te pierdes en
nuestra memoria. Ya no hay tristeza ni desesperación, porque al fin todas las Jacintas son una
caminando en el tiempo.
(Celina-Jacinta camina por el espacio con una maleta, mientras Eleonora-Francisca la mira. La luz baja.
Se ilumina el ciruelo.)

XV
(Celina adopta el personaje de Blanquita mientras Eleonora escribe. Eleonora adulta escribe a su
hermana.)
ELEONORA: ...Todas querían irse porque el tiempo se había detenido. Entonces podían vivir
lo vivido y vivirlo bien. Si hasta Blanquita se fue, a los gritos y protestando, como era natural
en Blanquita y en todas las Blanquitas del mundo. Creo que se encontró con tía Adriática
difunta, porque en la casa de nuestra infancia todo podía suceder.
XVI
(Eleonora se mete dentro del ropero y se pone la ropa de tía Adriática. Celina-Blanquita trata de
quitarse un vaso que tiene incrustado en la mano)
BLANQUITA: Con este asunto de que el tiempo se ha detenido, la casa se ha puesto patas
arriba y yo estoy a punto de volverme loca. Hace cinco días que estoy lavando este vaso y no
puedo avanzar a hacer otra cosa. El día no avanza, siempre son las once de la mañana,
Victorita no despierta, Jacintita se fue con su novio, el niño Apolo - Apolo XII le digo yo-, ¿no
ve que a esa edad se conocieron? Pero la que sale perdiendo siempre es una servidora: ¡claro,
las señoronas se detienen en el tiempo para siempre señoronas, pero las criadas se fijan en el
tiempo para siempre criadas, y ahí nos jodimos!; por eso no puedo zafarme de este vaso
pendejo. ¡Vea, si parece que está pegado con cola pez! Harto dolor me ha cogido en los
omoplatos, que son esos platos que tenemos en las espaldas; parecemos vajillas y no
personas. ¡Fregados estamos, fregados! Todo me duele, todo: ¡Ayayay si me agacho,
Huyuyuy si me levanto! ¡Vea estas piernas, pura curva llena de baches! ¡Jodida estoy! Y eso
que me froto la pomada china, pero peor, porque ha sabido oler a petróleo y ¡claro! huelo a
camión diésel y nadie se me acerca. Como una es pobre, huele a cocina de pobre y tiene que
aguantarse la pomadita; porque si una fuera rica ya se hubiera hecho enllantar las
pantorrillas, se hubiera puesto el marcapasos, el ojo de vidrio, el levantatetas; todito me
hubiera hecho... ¡ Y Ahí sí, que el tiempo se detenga! El tiempo de las señoronas no es el
mismo tiempo de nosotras, las criadas. ¡Jodidas estamos!... (Blanquita queda petrificada ante la
aparición de doña Adriática muerta. Tiene el mismo aspecto que de viva, con alas y todo.)
ADRIÁTICA: Blanquita, haz el favor de darme un vaso con agua.
BLANQUITA: ¡Doña Adri...!
ADRIÁTICA: ¿Qué pasa?
BLANQUITA: No, nada... ¿ Y cómo así por acá?
ADRIÁTICA: Vine de pasadita, como andaba por aquí cerca...
BLANQUITA: ¡Ahh...! ¿Y cómo van las cosas?
ADRIÁTICA: Bien, pero tengo tanta sed...
BLANQUITA: (Sirviéndole agua.)Es que debe ser bien grande el cielo.
ADRIÁTICA: Grande y vacío; parece que antes hubo bastante gente pero ahora ya nadie lo
ocupa.
BLANQUITA: ¿Y ha visto a algún pariente?
ADRIÁTICA: Ni uno. Bueno, ya me voy.
BLANQUITA: Doña Adri...
ADRIÁTICA: ¿Sí?
BLANQUITA: ¿Y cómo se siente?
ADRIÁTICA: Sola. Es tan grande aquel lugar y tan desolado...
BLANQUITA: Es que todos deben estar en el infierno.
ADRIÁTICA: No, también está vacío. Ya no hay nadie ni en el cielo ni en el infierno.
BLANQUITA: ¡Jodidas estamos!
ADRIÁTICA: Parece que ahora la gente se muere para siempre. ¡Bueno, me voy!
BLANQUITA: Doña Adri...
ADRIÁTICA: ¿Sí?
BLANQUITA: ¿Extraña?
ADRIÁTICA: Sí, especialmente las cosas que no hice. Es raro, pero una cruza el umbral y no
siente pena por lo que deja sino por lo que no ha tenido y no tendrá jamás... Jamás es una
palabra que no me gusta, habría que luchar contra esta palabra; yo no, porque yo estoy en el
jamás, y vieras lo grande y vacío que es... Blanquita, no hay cielo y no hay infierno pero ha
dejado de preocuparme porque, en resumidas cuentas, yo tampoco existo. Bueno, me voy.

BLANQUITA: Cuando tenga sed, venga no más. Aquí le voy a dejar un vaso y una jarra con
agua.
ADRIÁTICA: Gracias, Blanquita. Adiós. (Sale.)
BLANQUITA: Adiós, doña Adri... Ahora sí que nos terminamos de joder. No sólo que los
muertos han comenzado a poblar la casa; resulta que ahora no hay cielo, no hay infierno; de
nada sirve llevar una vida de penitencia y de bondad. Hay que hacerse mala y cruel, y
aprender a traicionar, porque aquél te traiciona a ti, tú me traicionas a mí, yo traiciono a
aquél... y en este juego de traiciones nos olvidamos de ser personas de buena voluntad; nos
olvidamos de las buenas intenciones que teníamos para con la vida. ¡Aquí me termino de
cabrear! Porque reconozco que está bien que sea así porque ahora que no hay cielo ni
infierno, todo lo tenemos que hacer por nosotros mismos; no para ganar el paraíso, sino para
ganarnos el pan honradamente, sin timar a nadie.
(Gritando.) ¡Escuchen todas las señoronas de esta casa!: Blanquita, la que ha lavado los trapos
sucios de la familia, se terminó de hartar y se regresa al lugar del que nunca debió salir, a
Píllaro; porque ya no hay profetas en su tierra ni en otra tierra, ya no hay profetas en ningún
lado y Blanquita se ha vuelto roja de las iras y está cansada; no por los años de vida que le ha
quitado la servidumbre en esta casa, sino por ser una tonta que ha tardado como treinta años
en darse cuenta de que las personas no son gatos: sólo tenemos una vida, y si no la vivimos,
nos jodimos. ¡He dicho! Me salió bueno el discurso... (Intentando sacar la mano del vaso.)
¡Vaso pendejo, voy a tener que llevarlo pegado a mi mano por el resto de la vida!
(La luz baja. Eleonora comienza a vestirse de abuela María. Celina coloca dos bicicletas en proscenio )

XVII
(Celina dice su carta y se pone la ropa de abuela Gumersinda. Eleonora-abuela María está sobre la
bicicleta. Celina adulta escribe a su hermana)
CELINA: Querida hermana mía: creo que las últimas en irse fueron abuela María y abuela
Gumersinda; llevaban muchas maletas y mucha desfachatez. Al verlas pasar en bicicleta
aquella tarde, nadie hubiese pensado que esas dos ancianas apacibles se habían odiado con
tanto rencor y amado con tanta furia, que sólo les restaba pedalear juntas hasta desaparecer.
(Celina-abuela Gumersinda trepa sobre la otra bicicleta. La luz se concentra sobre estos dos personajes
y sobre el ciruelo del fondo)
MARÍA: No dejes de pedalear, Gumersinda, no dejes de pedalear.
GUMERSINDA: o sé de dónde sacas energías.
MARÍA: Es el tiempo que se ha detenido. ¡Qué bien me siento sin tiempo!
GUMERSINDA: Estoy cansada.
MARÍA:Yo no. Esto de andar en bicicleta es como hacerlo por primera vez.
GUMERSINDA: ¿Hacer, qué?
MARÍA: El amor, hijita, el amor.
GUMERSINDA: ¿Qué estás diciendo, María? ¡Tenemos más de sesenta años!
MARÍA:¡La vejez, divino tesoro!
GUMERSINDA: ¡Por favor, María, modérate!
MARÍA: No entiendo cómo pudiste ser amante de Alfonsito el tímido, siendo tan pudorosa.
GUMERSINDA: Eran otros tiempos.
MARÍA: ¿No había bicicletas?
GUMERSINDA: ¿Y eso a qué viene?
MARÍA: A que no creo que Alfonsito el tímido haya sido más excitante que una bicicleta.
GUMERSINDA: Eres cruel, María. ¡Sabe Dios por qué te aguanto!

MARÍA: Porque somos compañeras de amores.


GUMERSINDA: Y de terrores.
MARÍA: Donde hay amores, hay terrores.
GUMERSINDA: ¿Has tenido muchos amores?
MARÍA: Sólo uno: Alfonsito el tímido.
GUMERSINDA: ¡Mentirosa!
MARÍA: ¡Te lo juro!
GUMERSINDA: ¿Y los otros?
MARÍA: Los otros fueron come y bebe, más o menos, pon y saca; puro ejercicio.
GUMERSINDA: Pero en una época eras obsesiva con los hombres.
MARÍA: Pura curiosidad.
GUMERSINDA: Curiosidad de verlos desnudos en una cama.
MARÍA: La curiosidad provoca gozo, no necesariamente placer.
GUMERSINDA: Yo nunca he podido distinguir.
MARÍA: Es que eres muy educada.
GUMERSINDA: Y tú muy descarada.
MARÍA: No, lo que pasa es que entendí que el tiempo no perdona; ni el gozo, ni el placer, ni
el odio, ni nada.
GUMERSINDA: Entonces, somos hipócritas porque nos aferramos a las costumbres.
MARÍA: El problema de ser hipócrita es cuando lo dejas de ser, que es generalmente en la
vejez, cuando de nada sirve dejar de serlo.
GUMERSINDA: O sea, que encima de viejas somos hipócritas, y encima inconscientes.
MARÍA: Sí, ¿y qué hay con eso?
GUMERSINDA: No, sólo pensaba en voz alta.
MARÍA: Meten mucha bulla tus pensamientos. ¡Pedalea, vamos, pedalea!
GUMERSINDA: ¿Te acuerdas de nuestra infancia?
MARÍA: ¡Una monstruosidad!
GUMERSINDA: Para mí es lo único que ha tenido sentido.
MARÍA: La nostalgia nunca tiene sentido.
GUMERSINDA: A la vuelta de los años, lo único que nos queda es volver al principio.
MARÍA: Dos niñas asustadas por un padre ausente y una madre que pegaba su cara a las
fotonovelas, más asustada que nosotras; la maestra y la historia del país, también asustadas;
todos con pánico a un futuro que pudiera ser distinto al pasado. Ése es el terremoto de
nuestra infancia; y nosotras, sus réplicas en menor intensidad. Pero réplicas, al fin.
GUMERSINDA: Hablas de la infancia con un desprecio que no entiendo.
MARÍA: No sólo de la infancia: de la juventud, de la vejez, de la vida.
GUMERSINDA: ¡Cállate!
MARÍA: No, ¡cállate tú! ¿Crees que hemos vivido bien todos estos años? ¿Por qué crees que
todas se van de la vieja casa? Porque hay que dar el salto mortal, querida hermana, aquél que
nos separa de la borrachera de nuestros antepasados, de las palizas que nos dieron nuestros
padres. Porque un día tuve la gran idea de decir en la mesa que ésta no era una familia;
entonces mi papá comenzó a toser y los arroces saltaban de su boca como si estuviese en una
boda, y las arvejas rebotaban en la mesa como pelotas de pimpón; a mi madre se le hundía la
cabeza en el plato, como queriendo decir:" ¡trágame menestra!" Entonces mi padre sacó su
cinturón, y... ¡Toma tu garrotiza, pequeña traidora, toma, toma, para que aprendas a andar
con la cabeza agachada como tu madre y tus hermanas!
GUMERSINDA: ¿Y lo otro?
MARíA: No hay otro. Sigue pedaleando.
GUMERSINDA: Porque hasta aquí parece que sólo a ti te hubiesen golpeado.
MARíA: A ti no lo recuerdo.
GUMERSINDA: Porque sólo recordamos lo que nos duele.
MARíA: Bastante dolor es el de una, para encima sentir dolores ajenos.
GUMERSINDA: Yo también estaba en aquel almuerzo.
MARíA: Pero tú siempre tuviste la facultad de estar y no estar.
GUMERSINDA: Porque no soportaba aquello; entonces me imaginaba otro lugar, otras
gentes, donde todo era diferente: las personas, las casas, las cosas; y yo caminando por
calles donde me sentía distinta. Era un sentimiento agradable. Luego volvía a la mesa familiar
y todo era distinto.
MARíA: Te fugabas.
GUMERSINDA: Llámalo como tú quieras. Yo digo que imaginaba.
MARíA: Mientras a mí me pegaban, tú te dedicabas a imaginar.
GUMERSINDA: No, María, nunca te dejé a merced de las palizas porque te llevaba conmigo
a mis paseos; nunca dije que estaba sola por aquellas calles. Tú estabas ahí: a mi costado,
delante, detrás, encima de mí. Yo era María en un lugar sin prepotencias, sin golpes, sin
intolerancia; un lugar aquí en mi corazón, que es el único órgano que puede imaginar: no la
cabeza, María, el corazón.
MARíA: Sigue pedaleando.
GUMERSINDA: Sí, hay que pedalear hasta desaparecer...
(La luz baja sobre las siluetas de las dos ancianas que, pedaleando, se convierten en Celina y Eleonora)

XVIII
(Celina, sobre la bicicleta, comienza a manifestar las actitudes de Celina niña; Eleonora la mira.
Eleonora escribe la última carta a su hermana.)
ELEONORA: Hermanita mía: te escribo esta carta para decirte que la última en irse ha
sido mamá. Así como otros dejan flores sobre las tumbas, he dejado, con cierta tristeza, una
ciruela real sobre ese pedazo de tierra donde está nuestra madre. Algunas tardes acompaño a
la fruta en su deterioro, y he visto cómo poco a poco ha comenzado a descomponerse, a
perder el color firme y a adquirir los colores de la vejez. La ciruela pierde la forma de ciruela
perfecta: el círculo que la contiene desaparece, su piel se arruga porque su carne se ha
fugado a otra edad y a otra ciruela.

XIX
(Eleonora se mete en un baúl. Celina abandona la bicicleta y la acompaña. La luz se concentra sobre
las dos hermanas y sobre el ciruelo del fondo; esta última escena puede ser dicha por las hermanas
adultas o por las hermanas niñas.)
CELINA: El tiempo ha vuelto a las andadas.
ELEONORA: Dice mamá que ya nos tenemos que ir, porque la casa está muy vieja y las vigas
están podridas.
CELINA: Las vigas están podridas porque las ratas se las están comiendo.
ELEONORA: Dice mamá que donde vamos no hay ratas porque es un departamento en la
ciudad...
CELINA: Ahí las ratas andan en carro y desayunan en los hoteles café con leche y huevos
fritos, y hay unas que son blancas y saben idiomas.
ELEONORA: Las ratas no hablan.
CELINA: Sí hablan y también insultan.
ELEONORA: ¿Las ratas?
CELINA: Sí.
ELEONORA: Entonces, no me quiero ir.
CELINA: Yo tampoco...
ELEONORA: Mamá dice que tenemos que crecer.
CELINA: ¡Que crezca ella, si tiene ganas!
ELEONORA: ¿Habrá un lugar en el mundo donde no haya ratas?
CELINA: Sí.
ELEONORA: ¿Dónde?
CELINA: En los pensamientos.
ELEONORA: ¿Cómo, en los pensamientos?
CELINA: Tú te imaginas un lugar donde sólo hay gente feliz e inmediatamente te imaginas
que allí hay un cartel que dice: " Se prohíbe el ingreso de ratas."... ¡ Y ya: En ese lugar no hay
ratas!
ELEONORA: ¿Pero dónde?
CELINA: En tu pensamiento.
ELEONORA: Pero ahí no se puede vivir.
CELINA: Mejor.
ELEONORA: ¿Mejor qué?
CELINA: Mejor que allí no se pueda vivir.
ELEONORA: ¿Por qué?
CELINA: Porque si un ser humano viviera allí, de seguro habría ratas.

ELEONORA: Entonces ese lugar no sirve para nada.


CELINA: Sirve para saber que un pensamiento puede guardar un montón de gente feliz.
ELEONORA: Como una valija.
CELINA: Como una valija sin sentido que no existe y que no sirve para nada, pero con un
montón de gente feliz.
ELEONORA: ¿La gente feliz no sirve para nada?
CELINA: No.
ELEONORA: ¡Qué bueno, porque debe ser feo servir para algo y ser infeliz!
CELINA: Por eso yo no sirvo para nada.
ELEONORA: Ni yo.
CELINA: Somos un par de inservibles, un par de mujeres que no sirven para nada, que no
sirven para nadie, que no sirven... Mujeres que no quieren servir. En esta casa todas las
mujeres sirvieron para algo pero nosotras somos inservibles, no servimos para nada, para
nada...
ELEONORA: ¡Bravo! Ha sido el triunfo de un pensamiento que no existe, que no sirve para
nada, pero que está lleno de gente feliz.
CELINA: ¡Bravo!
ELEONORA: Nos tenemos que ir. Mamá dice que tenemos que madurar.
CELINA: Como las ciruelas de la abuela María.
ELEONORA: ¡Adiós, Ciruela!
CELINA: ¡Ciruela, adiós!
(Cierran la tapa del baúl y cantan la misma canción infantil del principio. Se escucha muy lejana, hasta
perderse definitivamente. La luz desaparece sobre el baúl y luego sobre el ciruelo del fondo.)

A P A G O N

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