Historia Del Alfabeto Dactilológico Español - Cultura Sorda

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15/8/22, 11:15 Historia del alfabeto dactilológico español – Cultura Sorda

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Historia del alfabeto dactilológico español


 

Por Antonio Gascón Ricao[1]

Madrid, 2006.

Sección: Artículos, historia.

1. Los sordos y mudos frente a la ley antigua

Es bien sabido que un niño deficiente auditivo congénito, que no ha recibido los
principios de la educación crea, por propia iniciativa, un lenguaje peculiar de
gestos para comunicarse con la gente de su entorno. Ordinariamente dichos
gestos son imitación o reproducción de otros gestos o movimientos observados
por él en los oyentes, que suelen ir acompañados en el niño de gritos guturales
o de voces inarticuladas.

Quizá por ello, en tiempos pasados se pensó erróneamente que aquellos gestos
o movimientos eran únicamente expresión de sentimientos muy elementales, o
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como mucho, de un estado intelectual sumamente primario. De ahí pudo surgir


el convencimiento, compartido tanto por filósofos como por los primeros
médicos, sobre el escaso valor lingüístico de aquel modo de expresión, al
equipararse dicho lenguaje al de los animales, a los cuales se les concedía
capacidad de voz, pero no la de un habla articulada y conceptualizada.
Argumento filosófico o médico por causa del cual la fría y lógica ley, en general,
se negó durante siglos a reconocer entre los sordos la capacidad necesaria para
ejercer los más elementales derechos civiles.

En contra de la historia oficial, en este caso la que corre por España sobre la
educación de las personas sordas, no fue precisamente el Licenciado Lasso, con
su Tratado legal de los sordos, redactado en Oña (Burgos) en 1550, el primero
en rebatir los desfasados argumentos de aquellas leyes discriminatorias.[2]

El motivo es simple. Muy anteriores a él, están los juristas Baldo de Ubaldi
(1327‐1400) o el gran Bartolo de Sassoferrato (1313‐1349), por cierto citado por
Lasso en su alegato, en cuyas obras vinieron a recogerse doctrinas jurídicas
sobre temas de Derecho público o privado, reconociéndose en algunas de ellas
en concreto la perspicacia intelectual de determinados sordos de su época, al ser
capaces de ejercitar la lectura labial, de responder y comunicarse por escrito o
por medio del lenguaje gestual, tal como recogió Joannes Brunelli en De
sponsabilibus et matrimonio, o en su Tractatuum ex variis iuris interpretatibus
collectorum, obra editada en 1549.

Por otra parte, a estas alturas de la Historia, nadie debería seguir poniendo en
duda que el lenguaje gestual de las personas sordas es en sí mismo una lengua
o idioma inherente a dicho colectivo humano. Una lengua viva, personal y
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circunstanciada, que complementa los gestos de las manos con movimientos y


gesticulaciones de la cara, de los ojos o de todo el complejo corporal.

2. Lenguajes de señas monacales en el siglo X

No obstante, en la actualidad y dentro de determinados círculos, se sigue


insistiendo sobre el supuesto vasallaje del lenguaje gestual de las personas
sordas con respecto a la lengua oral, al vincularlo con el antiguo lenguaje de
señas de los monjes, dadas sus aparentes y estrechas afinidades. Un lenguaje, el
monacal, de origen cluniacense, que creó San Odón en el siglo X y que cada
congregación religiosa se encargó de individualizarlo a su gusto y manera,
siendo utilizado en los cenobios durante las horas de silencio riguroso.

Ante dicho argumento puede afirmarse, sin temor a error alguno, que el
lenguaje de señas conventuales era, fuera cual fuese la orden religiosa, un
lenguaje simple, muy poco evolucionado y nada sistematizado, al estar pensado,
en exclusiva, para los casos de absoluta necesidad.

Reducido por ello a un vocabulario referido a personas, cosas o enseres del


ámbito monacal, o a la designación de una serie de acciones habituales y
cotidianas en la vida de los monjes. Más reducido aún cuando sus estructuras
gramaticales eran las mínimas e imprescindibles, o pensadas para designar a la
persona, cosa o acción, identificándola en su especificidad numérica, de género,
o de ubicación espacial y temporal.

Bien conscientes de aquella ambigüedad de significación o de interpretación, sus


anónimos creadores incluyeron diligentemente un párrafo final en todos
aquellos diccionarios gestuales, en el cual se venía a subrayar la importancia
del contexto local, temporal, personal o las demás circunstancias de la
comunicación, intentando así precisar su correcta interpretación.[3]

Nada tiene, pues, de extraño que muchos de aquellos gestos de aquel lenguaje
monacal coincidan con algunos de los sordos. Motivo que no justifica por sí
mismo una dependencia histórica, sino el simple hecho de que uno y otro
funcionan con idénticos o parecidos mecanismos, como si de la existencia de
unos “universales lingüísticos gestuales” se tratase.

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3. Beda el Venerable

Aparte de aquel lenguaje gestual o mímico, en la literatura monacal de los


Siglos X y XI se alude a otro sistema de comunicación denominado “loquela
digitorum”, “indigitatio”, “quironomía” o “dactilología”. En contraposición al
sistema visto anteriormente, la característica principal de ésta nueva modalidad
de expresión radicaba en ser una escritura aérea, circunscrita sobre la base de
diferentes figuras gestuales trazadas por mediación de posiciones de las
distintas articulaciones de los dedos de las manos del ejecutante.

Es clásica en este particular la obra del inglés Beda el Venerable (673‐ 735), De
Temporum ratione, cuyo capítulo primero lleva por título De Computo nel loquela
digitorum.[4] Este capítulo en concreto viene a ser una descripción
pormenorizada de las distintas posiciones que deben adoptar los dedos de
ambas manos y que permiten contar desde la unidad hasta el millón, pero de un
modo esquemático y abreviado. Al final de su discurso, Beda sugería la
posibilidad de transformar dicho sistema numérico en un alfabeto manual o
dactilológico.

Habría que advertir que en este sistema dactilológico, a diferencia del alfabeto
manual español, no se reproducía la figura física de las letras o de los números,
sino que se trataba de constituir con los dedos unas figuras más o menos
convencionales, pero con una significación predeterminada y sistemática. La
traducción o transposición de los números a la letras tenía lugar, según Beda,
por la correspondencia numeral de cada letra dentro del orden del alfabeto
respectivo que se utilizara, tomando como marco de referencia los más comunes
en su tiempo, en este caso el latino o el griego.

Al final de esta historia, en la práctica real, el valor intrínseco del tratado de


Beda radicaba en su propia intencionalidad cultural, al recoger conservando
para la posteridad algo que en su época se hallaba ya en trance de
desaparición, tras la desastrosa caída del Imperio Romano de Occidente en el
Siglo V. Recordando a la par que aquel sistema de cómputo digital o
dactilológico había constituido un fenómeno cultural común a Oriente y
Occidente, al conllevar, en sí mismo, una carga compleja desde contenidos
simbólicos o religiosos hasta los culturales.

Con una cierta razón se ha escrito que no es posible comprender correctamente


gran cantidad de textos clásicos al desconocerse el arte de la Quironomía o

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Dactilología, ya que, tanto en los monumentos literarios griegos, los romanos e


incluso los eclesiásticos, como en los monumentos escultóricos o pictóricos, las
referencias a dicho código son muy numerosas.

Entre los romanos, la indigitatio venía a ser una de las materias escolares más
comunes, al ser misión de los “magistri litterarii” el enseñar a sus alumnos el
significado de cada flexión digital. Este sistema ofrecía, además, la gran ventaja
de permitir visualizar y reconocer rápidamente grandes cifras con una simple
fórmula gestual, sin necesidad de recurrir a tablillas o estilos. Quintiliano, en sus
Instituciones oratorias, recuerda que el conocimiento de la Quironomía era
necesario no sólo a los oradores, sino a todo aquel que se considerara instruido
en las primeras letras, de tal forma que quien la ignoraba podía llegar a ser
tenido por inculto.

Del uso en el foro como fórmula de cómputo numérico, pasó al teatro con la
pantomima, pero traducido a código alfabético. Momento histórico en que la
Quironomía adquirió riqueza y complejidad expresiva, al mezclarse con el gesto
y el ritmo. Casiodoro, explicando los orígenes de la comedia y describiendo los
mimos grecorromanos, habla de “manos elocuentísimas, dedos habladores y
silencio clamoroso”.

De él hablaran también, entre otros, Juvenal en su Sátira, Plutarco en sus


Apotegmas o sentencias breves, Plinio en su Historia natural, Apuleyo en su
Apología o Macrobio en sus Saturnalias e incluso San Jerónimo recordaba en sus
Cartas que:

“El número treinta hace referencia a las bodas, como lo da a entender la


figura misma de los dedos que se unen y abrazan como un suave ósculo,
representando al marido y la mujer. El setenta, en cambio, simboliza a las
viudas, afectadas por la angustia y la tribulación, como lo indica la
depresión del dedo inferior por el superior”.

Era, pues, muy justificado el interés de Beda por conservar y transmitir la clave
de este fenómeno cultural. Y parece que su objetivo no cayó en saco roto, ya que
el capítulo de Computo vel loquela digitorum es una de las piezas que cuenta
con mayor número de códices, al formar parte con más frecuencia de las
misceláneas o de corpus de materias afines que se copiaron en los scriptori de
los monasterios durante los siglos X al XIII.

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4. El Renacimiento

La afición del Renacimiento por lo clásico no descuidó tampoco este capítulo. De


esta forma, algunos de los documentos que suelen citarse en la historia de la
sordomudística, como precedente de la Dactilología, no son sino simples
ediciones impresas de algún códice de la Loquela digitorum de Beda. Este es el
caso concreto del Abacus de Juan Aventino (1465‐1534), editado en Ratisbona en
1532.

Pero el interés por este código lingüístico no obedeció únicamente a los impulsos
de la afición por lo clásico, ya que a partir de finales del siglo XVI surge un
nuevo tipo de literatura, cuya característica principal estriba en la búsqueda de
sistemas de escritura cifrada, de cripto‐escrituras o de escrituras cabalísticas y
secretas.

En el origen de esta afición está el monje italiano Juan Tritemio (1462‐ 1518),
cuyos seis libros de su Polygraphia, concluidos en 1508, no son otra cosa que la
historia de los lenguajes cifrados, o una serie de ejemplos y de sugerencias para
poder crear con ellos otros nuevos. Lógicamente, una de sus fuentes principales
de inspiración es Beda, al que elogia y celebra.

Dentro de este círculo de intereses aparece otra serie de obras que también
suelen citarse con frecuencia en la historia de la sordomudística. Tal es el caso,
por ejemplo, del tratado, un poco posterior, de Juan Bautista Porta, De furtivis
litterarum notis, vulgo de Ziferis, editado en 1602, que como el mismo título
declara es un simple manual de distintos procedimientos de lenguajes cifrados.

El mismo Juan de Pablo Bonet no pudo detraerse a la misma corriente imperante


al incluir en su Reducción de las Letras, obra editada en Madrid el año 1620, una
Tratado de las Cifras o Cómo se leerá un papel escrito en cifra sin la contracifra y
que advertencias son necesarias para que no pueda leerse, donde reconoce sin
empacho que su fuente de inspiración han sido las obras de Juan Tritemio o de
Juan Bautista Porta.

A medio camino entre estas dos grandes corrientes aparece la obra del dominico
Cosme Rossellio, Thesurus artificiosae memoriae, editada en 1579, aunque su
finalidad principal era de índole didáctica, propuesta donde se expone diversos
procedimientos mnemotécnicos para reforzar la memoria. Sistemas todos ellos
que revisten una nota común: la de reproducir de alguna manera la figura de la

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letra que representan, y más particularmente aún con los dedos. De esta forma
acompañan al texto unos dibujos correspondientes a las distintas posiciones de
los dedos, según se trate de cada letra. Así, Rossellio propone para cada una de
ellas tres tipos de diseños diferentes, excepto para la “s”, “t” o la “v”, que reduce
a dos, o en el caso de la “x” a uno sólo.

Será por este mismo motivo, por lo que en la actualidad se acostumbra a citar a
Rossellio dentro de la historia de la sordomudística, argumentándose, sin razón
alguna, que muchas de aquellas figuras vienen a ser equivalentes a las que
después aparecerán en las tablas dactilológicas; las utilizadas para la
enseñanza de las personas sordas a partir del Siglo XVII. Pero olvidándose
siempre de aclarar que cuando su obra vio la luz en Venecia el año 1579, en
España, y aún más concretamente en Castilla, ya había nacido y era de uso
general el denominado “alfabeto manual español”.

5. Lorenzo Hervás y Panduro y el alfabeto


manual español

Una invención, la del alfabeto manual, que en 1795 Lorenzo Hervás y Panduro
no dudará en adjudicar, sin prueba documental alguna, al benedictino Fray
Pedro Ponce de León, al decir en su Escuela Española de Sordomudos,
concretamente en su Volumen II, que: (aquel alfabeto manual) “se había usado
en España desde que lo inventó el monje Pedro Ponce”. Opinión que dócilmente
será seguida por el resto de los autores españoles posteriores, fiados, sin duda,
en el indudable e indiscutido prestigio del autor.

Sin embargo, la afirmación de Hervás y Panduro, en la que atribuía a Ponce el


invento del alfabeto manual, quedará desmentida con toda rotundidad en 1986.
En este caso gracias a la documentación rescatada por Eguiluz Angoitia,
expuesta en su obra Fray Pedro Ponce de León, La nueva personalidad del
sordomudo, al haber aparecido entre aquella un texto corto, de puño y letra de
Pedro Ponce, donde explica con todo lujo de detalles cómo era en realidad su
particular alfabeto manual. Documento que se puede consultar en el legajo
1319 de la sección Clero del Archivo Histórico Nacional de Madrid.

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De esta forma, ahora se puede afirmar, con todas las certezas necesarias, que
Pedro Ponce ideó un alfabeto manual. Pero en su caso, tomándolo en préstamo
de la vetusta “mano aretina” o “mano musical”, obra del monje italiano Guido de
Arezzo. Un sistema manual que se venía utilizado en los monasterios desde el
Siglo X, pero encaminado al estudio e interpretación del canto llano o
gregoriano, sistema que se conservará casi sin alteraciones hasta el Siglo XVIII y
en el que los cinco dedos de la mano pasiva (izquierda para los diestros, derecha
para los zurdos) señalaban las cinco líneas del pentagrama musical, de manera
que el dedo índice de la contraria mano (activa) iba señalando las distintas
falanges y articulaciones, a las que, convencionalmente, se habían atribuido las
correspondientes notas musicales, luego substituidas por letras en el caso de
Pedro Ponce.

Del mismo modo que ahora se está en condiciones de afirmar que aquel
alfabeto ideado por Pedro Ponce, nada tiene en común con el llamado “alfabeto
manual español”, actualmente en uso por las personas sordas de medio mundo.

6. Otros sistemas

Regresando momentáneamente a la obra del dominico Cosme Rossellio,


Thesaurus artificiosae memoriae, editada en 1579, que volverá a aparecer de
nuevo en esta historia como del río Guadiana se tratara, no vendrá mal dar un
pequeño repaso a otras obras similares, en este caso a las pedagógicas. El
jesuita Cristóbal Clavio (1537‐1612) publica un Cómputo eclesiástico mediante
las articulaciones de los dedos, para la determinación de los ciclos solares, el
número áureo, la letra dominical etc.

En España se hacen célebres las obras del ilustre matemático Juan Pérez de
Moya, que consagra todo un capítulo al Orden que los antiguos tuvieron en
contar con los dedos de las manos y otras partes del cuerpo, o tres más “a las
junturas de los dedos que sirven a las letras dominicales”. Otra curiosidad es la
“mano gramatical” de Petrus de Torribus encaminada al “Arte de ordenar la
construcción latina”. Propuestas, todas ellas, pensadas y diseñadas para la
educación en general de cualesquiera personas, aunque no necesariamente de
las sordas.

7. Los diferentes tipos de alfabetos manuales

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Puestos a catalogar aquellas corrientes, hasta el Siglo XVI se utilizaron de


común tres tipos de dactilología. La primera, la “simbólica” de primer grado o
directa, que generalmente pretendía simbolizar las letras situadas en distintos
puntos de la palma de la mano izquierda, y que se podían señalar mediante el
uso del índice derecho. Un sistema, por tanto, “bimanual”.

Dos ejemplos de ello son la mano “musical” o el utilizado por el fraile


benedictino Pedro Ponce de León, o tal como se representa también en un
grabado inglés del siglo XV, ilustrando las Fábulas de Ésopo. Habría que
encuadrar dentro de la misma clasificación, aunque en una subdivisión, los
sistemas propuestos en los finales del siglo XVII por los ingleses Wallis o Bulwer,
al requerir ambos las dos manos para poder significar con ellas la mayoría de
las letras del alfabeto común.

Existía, por otra parte, la dactilología de “segundo grado” o indirecta, que, con
el mismo objetivo, requería la mediación de otros símbolos que no pasaban
precisamente por la mano. Un ejemplo de ello es uno de los sistemas recogidos
por el italiano Juan Bautista Porta, en el cual se requería el señalar mediante la
mano o los dedos las diferentes partes del cuerpo humano, cuyas letras iniciales
permitían el evocar, simbólicamente, las diferentes letras que componían el
alfabeto latino.

Y por último está la dactilología figurativa o alfabeto “unimanual”. En la cual,


las configuraciones de la mano derecha, tratará de imitan, con mayor o menor
acierto, la forma gráfica de las letras de la imprenta en su época. Este será el
caso del “alfabeto manual español” en sus orígenes durante el Siglo XVI.

8. Melchor Sánchez de Yebra, un autor olvidado

Conocido todo lo anterior y con el fin de clarificar un poco este aparente


embrollo, en este caso el generado de forma indirecta por el grave comentario
de Hervás y Panduro, sobre la autoría del alfabeto manual español, habría que
empezar por ir, lógicamente, al principio de la historia, utilizando para ello la
simple cronología.

En el año 1593 se imprime en Madrid, concretamente en la imprenta de Luis


Sánchez, la obra Libro llamado Refugium infirmorum, muy útil y provechoso
para todo género de gentes […] con un Alfabeto de San Buenaventura para hablar
por la mano.[5] Cuando dicha obra aparece en el mercado, su autor, el

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franciscano Melchor Sánchez de Yebra, hacía ya algo más de siete años que
había pasado a mejor vida, al haber fallecido en 1586. Motivo por el cual se
puede afirmar sin reparos, que aquella edición era de carácter póstumo o que
aquella única edición pasó sin pena ni gloria en España hasta 1891.

En aquel año, el bibliógrafo Cristóbal Pérez Pastor recoge la obra de Sánchez


Yebra a partir de un ejemplar existente en aquellas fechas en la Biblioteca
Provincial de Toledo, describiéndola y catalogándola en su Bibliografía
Madrileña, tomo I, Madrid, 1891. El siguiente en ocuparse de la obra de Sánchez
Yebra e incluso de su vida será otro bibliógrafo, Juan Catalina García, que lo
incluirá en su Biblioteca de Escritores de la provincia de Guadalajara, Madrid,
1899, pero partiendo en esta ocasión de un ejemplar conservado en aquellos
años en la Biblioteca Real de Madrid.

A diferencia de Pérez Pastor, será Catalina García el primero a quien llame la


atención el libro, haciendo notar su importancia capital desde el punto de vista
de la historia referida a la enseñanza de los sordomudos. Así dice:

“Obra póstuma curiosísima, sobre todo por el alfabeto de San Buenaventura.


En él aparecen grabadas en madera las diferentes posiciones y juegos de
dedos de la mano con los cuales se puede representar cada una de las letras
del alfabeto […] La mayor parte de las posiciones de la mano son las que
todavía sirven en el lenguaje manual de los sordomudos”.

Catalina García continuaba diciendo: “Las posiciones de la mano son casi iguales
a las que puso Pablo Bonet en su Reducción de las letras..., 1620, y a las que he
visto en la obra de Juan Pierio Valeriano, Hieroghyphica Aegiptorum, Lyon, 1602”.

Habría que empezar por aclarar que la obra de Giovanni Pierio Valeriani (1477‐
1560), a la que hace referencia Catalina García, había visto su primera edición en
1524, a la que seguirán otras muchas reediciones hasta bien entrado el Siglo
XVII, o que las manos que aparecen en la obra de Pierio Valeriani corresponden,
en realidad, a otra nueva reimpresión de la Loquela digitorum de Beda, pero con
una más que probable errata de imprenta, al nombrar como centenas las señas
que, según explicaba Beda, representaban los millares y viceversa.

Trascurridos diez años desde aquel comentario de Catalina García, respecto a la


obra de Sánchez Yebra, aparece en El Debate, diario de Madrid, correspondiente
al cuatro de julio de 1919, un artículo titulado “¿Tiene el Padre Melchor Yebra,
franciscano, algún título para poder figurar entre los precursores del arte de

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enseñar a hablar a los sordomudos?, firmado por el también fraile franciscano


Andrés Ivars. [6]

Ivars, con su artículo, pretendía recordar a sus lectores dos cuestiones muy
diferenciadas. La primera, que en el próximo año de 1920 estaba previsto
celebrar en Barcelona, a cargo de la Escuela Municipal de Sordomudos de la
ciudad, junto con el Laboratorio de Investigaciones y Estudios, anejo a la misma
y dirigido por el fonetista y logopeda Pere Barnils, un doble Homenaje dedicado
a Pedro Ponce de León y Juan de Pablo Bonet. Conmemorando en el mismo, al
alimón, el cuarto centenario del nacimiento de Ponce (1520‐ 1584), un hecho
harto discutible, y el tercer aniversario de la impresión de la obra de Juan de
Pablo Bonet Reducción de las letras, un hecho real. Homenaje al que se invitó a
participar a las plumas más eminentes de la época en el campo de la
sordomudística, tanto españolas como extranjeras.

La segunda intención de Ivars, la más clara, era su interés por divulgar la obra
de su hermano en religión Sánchez Yebra, hasta aquel entonces casi
desconocida, y en la que aparecía, por primera vez en la historia documental, el
controvertido alfabeto manual español. Intención que se vería finalmente
defraudada, al no tomar nadie en cuenta su artículo, donde, además, se recogía
en extenso algunas partes de la obra de Sánchez Yebra, particularmente todo lo
referido por el autor respecto a sordos del siglo XVI.

Así decía Sánchez Yebra:

“A esta causa se pone aquí de San Buenaventura un Alfabeto o forma breve


de loable vivir. Y servirá también en este Manual para ayudar (como lo
demás del) a bien morir, y para este efecto, en cada letra del dicho Alfabeto,
A, B, C, se pone una mano figurando la letra que es. Y no se pierde nada,
que los que tienen ejercicio de ayudar a bien morir, aprendan y sepan hablar
por las letras de la mano, que es común saberlo muchos […] Demás de esto
aprovechará también el saber estas letras a los confesores, para responder y
hablar a algunos penitentes muy sordos, que saben entenderse con las
letras de la mano […] o será para consolar a otros sordos, que compelidos
de la necesidad, aprenden la mano para poder tratar y comunicar con las
gentes…”.

Objetivos sacramentales, pues.

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Cuando se celebre el Homenaje barcelonés, concurrirán a él, aportando


importantes trabajos, tanto sobre la figura de Pedro Ponce como de la de Pablo
Bonet, entre otros, los españoles Adolfo Bonilla y San Martín, Enrique Herrera,
Carlos Nebreda y Pere Barnils, los italianos Mannelli y Ferreri o el francés
Gallard. Dichas colaboraciones aparecerán reunidas en un número extraordinario
de la revista La Paraula, que aparecerá en 1920 y que constituirá en los
próximos años un corpus fundamental a la hora de tener que redactar una
historia sobre la educación de los sordos en España.

Pero de todo aquel conjunto de trabajos, que en su mayor parte habían sido
extraídos utilizando como fuente principal de inspiración la obra Escuela
Española de Sordomudos de Hervás y Panduro editada en 1795, aunque casi
nadie citara la obra, destacaba en particular uno, debido a sus novedosas e
importantes aportaciones; el de Tomás Navarro Tomás, titulado: “Juan Pablo
Bonet, datos biográficos”.[7] Artículo que con el paso de los años devendrá en un
clásico, al tomarlo como punto de referencia primeramente, Miguel Granell y
Forcadell, en su obra Homenaje a Juan Pablo Bonet, editada en 1929, y
posteriormente por Jacobo Orellana y Lorenzo Gascón, que volverán a tomarlo
prestado en su Prólogo y Crítica a una nueva reedición de la Reducción de las
Letras, que aparecerá en 1930.

Habría también que resaltar que, con todo y ser muy importante la aportación
de Navarro Tomás, referida a los datos biográficos sobre Juan de Pablo Bonet, de
hecho su trabajo estaba, a la vez, extraído, fundamentalmente, de unas fuentes
documentales ya citadas por nosotros con anterioridad. Más concretamente en
la obra de Pérez Pastor, Bibliografía Madrileña, editada 29 años antes, o sea, en
1891, y donde ya aparecían catorce documentos inéditos, en este caso los
notariales referidos a Pablo Bonet, que utilizados y expurgados por Navarro
Tomás, habían dado lugar a la aparición de ocho documentos más, igualmente
inéditos. Otra cuestión sería la interpretación que dio Navarro Tomás de ellos, en
algunos casos concretos harto discutible, como se encargará de demostrar el
tiempo con la aparición, en 1995, de otros nuevos documentos inéditos referidos
Pablo Bonet.

Esta aparente disquisición sobre Navarro Tomás viene a cuento si recordamos


que el franciscano Andrés Ivars, un año antes había publicado sobre el asunto de
Sánchez Yebra y su alfabeto manual una carta en el diario El Debate, citando al
paso como fuentes de su artículo la obra de Pérez Pastor Bibliografía Madrileña
de 1891 o la de Juan Catalina García Biblioteca de Escritores de la provincia de
Guadalajara, de 1899.

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Detalle, al parecer de todo el mundo nimio, ya que el puntilloso Tomás Navarro


Tomás, o el resto de los eruditos participantes de aquel Homenaje de 1920,
fueran o no españoles, no se molestaron en tenerlo en cuenta, máxime cuando
aquel detalle tan incómodo, en cierta manera, venía a menguar la gloria
universal de Pedro Ponce de León y, por ende, la de España como cuna de la
sordomudística. Histéricamente ensalzada en su momento por el benedictino
Benito Jerónimo Feijoo, en 1753, al que siguió el jesuita Andrés Morell, en 1793,
o el también jesuita Lorenzo Hervás y Panduro, en 1795.

De esta forma, gracias a aquel clamoroso silencio consensuado, continuó


indemne el dogma de fe por los siglos de los siglos, de que el benedictino Pedro
Ponce de León había sido el genial y oportuno inventor del alfabeto manual
español.

9. La puerta del alfabeto manual

Otra cuestión es que aquel, llamémosle olvido, dio como consecuencia colateral
en que nadie viniera a caer en la cuenta de que Ivars, al citar en extenso a Juan
Catalina García, había dado, sin buscarla, con la clave del misterioso origen del
alfabeto manual español, al afirmar que las posiciones de las manos que
aparecían en la obra Refugium infirmorum de Sánchez Yebra “son casi iguales a
las que puso (Pablo) Bonet en su Reducción de las letras…, 1620, y a las que he
visto en la obra de Giovanni Pierio Valeriani, Hieroghyphica Aegiptorum, Lyon,
1602”. Clave oculta que aparece, justamente, en el grabado de Valeriani,
dedicado, una vez más, a la Loquela digitorum de Beda.

De tomar dicho grabado, comparándolo con las 21 nuevas señas propuestas por
Sánchez Yebra en su obra, bien a resultar que un tercio de aquel alfabeto
manual son, en su caso, señas “recicladas” del código numérico de Beda,
concretamente de los números 4000, 100, 200, 400, 500, 1000 y 8000, impresos
en la obra de Pierio Valeriani. Que, sin la menor modificación pasan a constituir
exactamente, con sus mismas configuraciones, siete de las consonantes, en este
caso la “f”, la “m”, la “n”, la “q”, la “r”, la “s” y, finalmente, la “t”.

El resto de consonantes o de vocales, debió quedar a cargo de la febril


imaginación de su autor, en este caso un anónimo desconocido que, tal como
explicaba Sánchez Yebra, había conseguido, además, que fuera “común saberlo
muchos” o que sirviera “para responder y hablar a algunos penitentes muy
sordos, que saben entenderse con las letras de la mano […] o para consolar a

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otros sordos, que compelidos de la necesidad, aprenden la mano para poder


tratar y comunicar con las gentes…”.

Constataciones circunstanciales que indican con claridad el anormal grado, por


elevado, de alfabetización de los sordos en una época en la que se suponía no
había maestros conocidos, o momento en que las gentes ya habían dejado en el
olvido la supuesta memoria de Pedro Ponce, si es que alguna vez la habían
tenido, que lograba con su “celestial” habilidad “hacer hablar a los mudos”.

Un gran momento histórico éste, pues, según se interpreta en Sánchez Yebra,


muchos de los sordos castellanos habrían dejado literalmente aparcadas las
señas naturales, pasándose sin dilación o sin remilgo alguno a aquel alfabeto
dactilológico, una idea, lógicamente, de oyente, y además poco o nada
interesado en la lengua de señas que usaban los sordos.

Herramienta que en España se usará entre los sordos, casi en exclusiva y como
único vehículo de comunicación con los oyentes, hasta bien entrado el Siglo XX.

Prueba indirecta de que el comentario de Sánchez Yebra sobre el uso del


alfabeto era cierto, es que aquel se siguió utilizando cada vez más, llegando a
ser su uso casi vulgar. Debió ser por ello, que el pintor valenciano José García
Hidalgo, al dar a la imprenta sus Principios para estudiar el nobilísimo y real
arte de la pintura, con todo y partes del cuerpo humano, en 1693, presentaba
un grabado proponiendo otro nuevo “alfabeto manual español” diferente, a la
par que explicaba:

“Nuevo Abecedario Manual demostrativo para enseñar a Hablar los Mudos, y


hablar los Sordos, Estilo Palaciego Silencioso u de ingenio, es distinto del
antiguo y tiene la comodidad de formarse delante del pecho con que no leerán
detrás ni de lado lo que se habla”.

O sea, en conclusión, transcurridos cien años desde la publicación de la obra de


Sánchez Yebra o setenta y tres de la de Pablo Bonet, que tanto da, el alfabeto
manual continuaba vivo y gozando de buena salud a pesar de su vejez.

10. Eguiluz Angoitia y su particular visión sobre


los orígenes del alfabeto

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Hay que dejar también constancia de que Eguiluz Angoitia, tratando de quitar
hierro a este asunto concreto del alfabeto manual, pero siempre en beneficio de
Pedro Ponce, decía en 1986 que:

“Suele hablarse en la historia de la sordomudez del sistema dactilológico del


P. Melchor de Yebra y de Juan Pablo Bonet, concediéndoles cierto derecho de
paternidad sobre el mismo. Bonet nada dice de su origen, pero el P. Yebra
declara expresamente “que es común saberlo muchos” y habla de sordos
“que saben entenderse con letras en la mano”.[8]

Más arriba, afirma Eguiluz Angoitia, “hemos visto que dicho sistema fue ideado
por el dominico Cosme Rossellio, en 1575, aunque no precisamente para los
sordos”.

Sin embargo, Eguiluz Angoitia, olvida decirle al lector que la obra de Sánchez
Yebra, impresa póstumamente en 1593, debería estar acabada, cuando mucho,
en 1586, fecha de su fallecimiento, esto si ya no estaba concluida muchos años
antes de aquella fecha.

Motivo primero y fundamental para hacerse inverosímil el hecho de que en


escasos once años, los que van desde la fecha de impresión de la obra de
Rossellio hasta la muerte de Sánchez Yebra, fuera tiempo más que suficiente
para la expansión de aquel alfabeto en toda Castilla, tal como afirma Sánchez
Yebra, y menos aún cuando no hay noticias escritas de que en Italia, lugar de
impresión de la obra de Rossellio, hubiera sucedido algo similar.

Otra cuestión es que, curiosamente, Eguiluz Angoitia no reparara en que el


grabado de Rossellio, que adjunta en plan didáctico a su obra, o que en su
Bibliografía, la obra de Rossellio figura siempre como editada en Venecia en
1579, y no en 1575 como recoge ¿erróneamente? en el comentario en cuestión.
[9]

Detalle aparentemente banal, pero que en el fondo hace retroceder su tesis, de


manera sospechosa y harto favorable para Pedro Ponce, en cuatro años, que en
esta historia que él plantea resultan francamente vitales. Ya que, de volver a
hacer números reales, de 1579 a 1586, fecha tope impuesta arbitrariamente, ya
sólo restan siete. ¿Siete años para extender en toda Castilla, el uso de
generalizado de un alfabeto dactilológico pretendidamente nacido en Italia,
dados el estado de las comunicaciones y de la educación de la época?:
Imposible.

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Cuestión aparte de que, por motivos muy similares a los anteriores, renunciemos
voluntariamente a seguir rebatiendo a Eguiluz Angoitia, sobre si el multi‐
alfabeto propuesto por Rossellio, y que se podía ejecutar tanto con la mano
derecha o con la izquierda, indistintamente, es el mismo que publicó Sánchez
Yebra, cuando en la realidad no ha lugar al debate, al ser uno y otro totalmente
diferentes, por mucha buena voluntad que se ponga en este asunto. De hecho,
cuando en 1784 se abrió en Roma la primera escuela para sordos, bajo la
protección del abogado Pascual de Pietro y dirigida por el escolapio Tomás
Silvestri, un antiguo alumno del abate L’Epée, al que seguiría su discípulo Camilo
Mariani, escuela a la que asistirá durante todo un año el jesuita Lorenzo Hervás
y Panduro, el alfabeto que allí se usaba era, cómo no, el alfabeto manual
español.

Respecto a la paternidad o autoría del alfabeto manual español, que tanto


parece inquietar a Eguiluz Angoitia, convendría dejar bien claro que no tiene
ningún sentido el dar más vueltas sobre asunto, cuando, en principio, Sánchez
Yebra o Pablo Bonet, no reivindicaron para sí dicha autoría.

De esta forma, lo más sensato, es aceptar que si no lo hicieron fue,


sencillamente, porque no eran sus inventores. En cuyo caso su semejanza básica
no puede deberse más que al simple hecho de que ambos eran tributarios de
uno anterior desconocido al que llamaremos aquí alfabeto “Q” (del alemán
Quelle, fuente).

Sin embargo, algo podemos decir sobre alfabeto “Q”, aunque sea muy poco,
pues, si tenemos en cuenta que la configuración que forma el dorso o el borde
del pulgar con el borde de algunos dedos es donde parece radicar en la mayoría
de las señas alfabéticas la semejanza con las letras, minúsculas y del tipo
cursiva impresa –que grabó por vez primera Francesco Griffo, por encargo del
impresor Aldo Manuzio, en 1501‐‐, y también que, mediando una treinta de años
entre los alfabetos de Sánchez Yebra (1593) y Juan Pablo (1620), ambos son muy
semejantes, podemos aceptar la doble hipótesis de que el alfabeto “Q” ha de
haber visto la luz avanzado el siglo XVI y que ha debido ser, en origen, muy
parecido al de Sánchez Yebra.[10]

11. Jacobo Rodríguez Pereira y su particular


“dactilogía” (sic)

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Condenados de nuevo, casi a perpetuidad, a tener que seguir retrocediendo en el


tiempo, merece la pena explicar que el término “dactilología”, en apariencia tan
moderno, fue utilizado por primera vez en el siglo XV y en este caso por Juan
Tritemio, tal como puede verse en su obra Polygraphiae. Así Tritemio, llegado al
momento de tener que referirse concretamente a la loquela digitorum de Beda,
optó por traducir dicho término al griego, momento a partir del cual dicho
término quedará consagrado.

Otra versión que corre sobre la misma historia, adjudica la oportunidad del
término a Saboureux de Fontenay, alumno del judío hispano‐portugués Jacobo
Rodríguez Pereira, cuando dicha historia obedeció, en realidad, a una disputa
entre maestros. En este caso entre Ernaud de Burdeos y Rodríguez Pereira, y no
por el término “dactilología”, sino, precisamente, por el origen del alfabeto
manual español. Historia que recogió con detalle Hervás y Panduro, en el
segundo volumen de su Escuela Española de Sordomudos.[11]

La reyerta entre Ernaud de Burdeos y Rodríguez Pereira, se inició a la vuelta a


Paris de este último en 1756, tras haber estado instruyendo a un niño sordo en
Burdeos. Según Rodríguez Pereira, Ernaud, aprovechando su ausencia, trató de
sonsacar al niño el método seguido por su maestro, cuando aquél siempre tuvo
muy buen cuidado en ocultarlo, al ser su principal fuente de ingresos.

Quejoso Rodríguez Pereira, explicaba a todo el mundo que Ernaud estaba


intentando copiar su método, afirmando éste, además, que ‐había “aprendido de
algunos Judíos españoles un alfabeto manual”, del que afirmaba que Rodríguez
Pereira se servía. Otra de las muchas quejas de Rodríguez Pereira era que Ernaud
había publicado una Memoria censurando su método o su alfabeto, en la que
decía que aquel alfabeto manual era muy conocido en España y en Italia.

Ante aquellas acusaciones, Rodríguez Pereira le respondió por escrito:

“Yo diré, que el alfabeto manual que se usa en España, y que es el mismo
que Ernaud ha aprendido y practica, es más dañoso que útil para instruir a
los Sordomudos, y Ernaud no dice de tal alfabeto todo lo malo que de él se
podría decir: más se engaña al creer que el alfabeto español es mi alfabeto
manual…”

“…Es cierto, ‐‐continuaba diciendo Rodríguez Pereira‐‐ que del alfabeto


manual español he tomado muchas señas que se usan en el mío, como
confesé el año 1749, delante de la Academia, más al mismo tiempo dije, que

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yo lo había aumentado, y perfeccionado notablemente para acomodarle a


la instrucción del idioma francés. En la perfección que he procurado dar a tal
alfabeto, he infundido el alma a un cuerpo muerto: y sin esta perfección yo
me hubiera guardado de usarlo, principalmente para enseñar una lengua, en
que frecuentemente los mismos sonidos vocales expresan diferentes letras
[…] Mi alfabeto manual, que llamare “dactilogía” (sic), está exento de estos
inconvenientes, y junta gran número de ventajas…”.

De todo este largo párrafo habría que destacar varias cuestiones fundamentales.
La primera, que el alfabeto dactilológico actual, en el Siglo XVIII y más
concretamente en 1749, ya se denominaba en el ámbito europeo como “alfabeto
manual español”, y además estaba muy extendido, particularmente, por España
e Italia.

La segunda, es que Rodríguez Pereira, de ascendencia judía, curiosamente, no


niega que Ernaud lo hubiera podido aprender a través de unos “judíos
españoles”. Y la tercera, que Rodríguez Pereira, reconociendo que lo usa, afirma
que lo había modificado creando nuevas figuras, “infundiendo alma a un cuerpo
muerto”. Cuestiones de las que se desprenden varias conclusiones.

12. Conclusiones

Transcurridos casi 130 años desde la publicación de la obra de Juan de Pablo


Bonet en 1620 (a Sánchez Yebra nadie lo conoce ni lo conocerá hasta 1891), su
método y más concretamente aún su alfabeto “demostrativo” ha corrido
profusamente por España e Italia, lugares donde él residió. Pero, nadie afirma en
ningún momento que dicho alfabeto fuera una invención de él y menos aún, de
Pedro Ponce de León. Una cuestión banal que en España hará y hace correr
todavía ríos de tinta.

El comentario de Ernaud referido a que lo había aprendido por mediación de


unos “judíos españoles”, que Rodríguez Pereira no niega, da mucho en que
pensar. Más aún al saberse que Rodríguez Pereira, de origen judío él, lo exportó
a Francia sin apoyo gráfico, tal como el mismo reconoce al afirmar: “En el
alfabeto manual español, del que la Academia ha visto un ejemplar impreso,
que he hecho traer de España, cada postura de la mano no representa sino una
letra sin hacer relación alguna a sus diversos valores”.

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Comentario que parece apuntar a que las tablas del alfabeto, grabadas en
madera en la obra de Pablo Bonet, muy posiblemente, corrieron a posteriori
impresas y huérfanas de la obra original que las contenía. Por otra parte, el
comentario de Ernaud sobre el uso de aquel alfabeto manual por parte de los
judíos españoles indicaría, de ser cierto, que entre la diáspora judía era habitual
el utilizarlo, consiguiendo así que sus conversaciones particulares no llegaran a
oídos indiscretos.

Por último, el hecho de que Rodríguez Pereira reconociera que había modificado
dicho alfabeto, creando nuevas y significativas figuras manuales adaptadas al
francés, tal como confesó en la Academia en 1749, da en pesar en el Abate
L’Epée y su posterior invención de los “signos metódicos”. Más aún al reparar que
L’Epée abrió su escuela de París, según Hervás y Panduro, en 1755. ¿Sería
entonces Rodríguez Pereira la fuente de inspiración de los signos metódicos del
Abate L’Epée? Desgraciadamente, aun hoy no tenemos respuesta a la pregunta
anterior. Como tampoco tenemos respuestas a muchas de las incógnitas que
siguen planeando sobre el origen primero del llamado alfabeto manual español.

Bibliografía:

‐ Libros:

Aventino, Juan (Johann Turmair) (1532), Abacus atque vetustisima veterum


latinorum per digitos manusque numerando quin et loquendi consuetudo ex
Beda cum picturis et imaginibus. Ratisbona: J. Knol. Beda, Venerabilis, De
temporum Ratione I, I De computo nel Loquela Digitorum, Corpus Christianorum,
Series Latinas, vol CXXIII B, pp.268‐ 271.

Bulwer, John, Chirología, or the natural language of the hand, componed of


speakins motions and discursing gestures thereof. Londres: T. Harper.

Clavius, Cristóbal (1558) Computus ecclesiasticus per digitorum articulos mira


facilitate traditus. Roma: A. Zaunettum.

Eguiluz Angoitia, Antonio (1986) Fray Pedro Ponce de León. La nueva


personalidad del sordomudo. Madrid: Obra Social Caja de Madrid. Gascón Ricao,
Antonio y Stroch de Gracia y Asensio, José Gabriel (2004) Historia de la
educación de los sordos en España y su influencia en Europa y América. Madrid:

https://cultura-sorda.org/historia-del-alfabeto-dactilologico-espanol/ 19/35
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Coed., Facultad de Derecho de la UCM, Centro Hervás y Panduro y Editorial


Centro de Estudios Ramón Areces SA.

Hervás y Panduro, Lorenzo (1795) Escuela española de sordomudos o Arte para


enseñarles a escribir y hablar el idioma español. Madrid: 2 vols., Fermín
Villalpando e Imprenta Real.

Pablo Bonet, Juan de (1620) Reducción de las letras y arte para enseñar a
hablar a los mudos. Madrid: Francisco Abarca Angulo. Pentarcus Syderatus,
Petro (Petrus de Torribus) (1499) Ars constructionis ordinandae. Salamanca, s/e.

Pérez de Moya, Juan (1562) Matemática práctica y especulativa. Salamanca,


Mattias Gast.

Porta, Giovanni Battista (1602) De furtivis literarum notis, vulgo de Ziferis.


Nápoles: J. M.Scotum.

Rossellio, Cosme (1579) Thesaurus artificiosae memoriae. Venecia: A.


Paduanium.

Sánchez de Yebra, Fray Melchor (1593) Libro llamado Refugium infirmorum, muy
útil y provechoso para todo género de gente, en el cual se contienen muchos
avisos espirituales para socorro de los afligidos enfermos, y para ayudar a bien
morir a los que están en lo último de sus vida, con una Alfabeto de S.
Buenaventura para hablar por la mano. Madrid: Luys Sánchez.

Tritemius, Johann von (1518) Polygraphiae. Oppenhemie: Joannis Haselberg.

Valeriani, Giovanni Pierio (1567) Hieroglyphica sive de sacris Aegiptorum


aliarumque gentium lietres comentarii. Basilea: Thomam Garinum.

‐ Artículos en libros:

Gascón Ricao, Antonio (2002) La influencia de los sistemas digitales clásicos en


la creación del llamado alfabeto manual español. En: Humanismo y pervivencia
del mundo clásico. Homenaje al profesor Antonio Fontán. Alcañiz‐Madrid:
Instituto de Estudios Humanísticos, volumen V, pp. 2481‐2503.

Notas
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15/8/22, 11:15 Historia del alfabeto dactilológico español – Cultura Sorda

[1] Antonio Gascón Ricao, Historia del Alfabeto manual o dactilológico.


Seminario de Lingüística Aplicada, Facultad de Filología Inglesa de la UCM,
marzo 2004.

[2] Licenciado Lasso, Tratado Legal sobre los mudos. Con un estudio preliminar y
notas de Álvaro López Núñez. Madrid, 1919.

[3] 3 Un ejemplo de ello se puede ver en el Libro de señales, Monasterio de


Montserrat, Ms. 46, f. 74‐94v.

[4] Venerabilis Beda, De temporum Ratione I, I De computo nel Loquela


Digitorum, Corpus Christianorum, Series Latinas, volumen CXXIII B, pp. 268‐271.

[5] Fray Melchor Sánchez de Yebra (1593) Libro llamado Refugium infirmorum,
muy útil y provechoso para todo género de gente, en el cual se contienen
muchos avisos espirituales para socorro de los afligidos enfermos, y para ayudar
a bien morir a los que están en lo último de sus vida, con una Alfabeto de S.
Buenaventura para hablar por la mano. Madrid: Luys Sánchez.

[6] Fray A. Ivars (1920) ¿Tiene el Padre Melchor Yebra, franciscano, algún título
para poder figurar entre los precursores del arte de enseñar a hablar a los
sordomudos? “Archivo Ibero Americano”, núm. 7.

[7] Tomás Navarro Tomás (1920‐1921), Juan Pablo Bonet, datos biográficos. “La
Paraula. Butlletí de l’Escola Municipal de Sords‐Muts de Barcelona”, núm. 3.

[8] Antonio Eguiluz Angoitia, Fray Pedro Ponce de León. La nueva personalidad
del sordomudo. Madrid, 1986.

[9] A. Eguiluz Angoitia Fray Pedro Ponce de León, grabado en p. 134 y en


Bibliografía p. 345.

[10] Antonio Gascón Ricao y Ramón Ferrerons Ruiz (1998) Goya, referencia
obligada para la historia del origen y evolución del llamado “Alfabeto manual
español”. San Lorenzo del Escorial: (Ponencia), Curso de Verano, “Barreras de
Comunicación y derechos fundamentales”, 20‐24 julio.

[11] Lorenzo Hervás y Panduro (1795) Escuela española de sordomudos o Arte


para enseñarles a escribir y hablar el idioma español. Madrid: Fermín
Villalpando, volumen II, pp. 22‐28

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Ustarroz, y su correspondiente Informe grafológico, con comentarios pertinentes
al hilo del mismo

Un comentario

Wendy cano chavira


said:

Estoy comenzando a leer gramática para poder comunicarme con


los sordos y así mostrar mi respeto hacia su cultura

22 enero, 2021
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