Antoine Campagnon, El Demonio de La Teoría (Introducción)

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ANTOINE COMPAGNON

EL DEMONIO
DE LA TEORÍA
LITERATURA Y
SENTIDO COMÚN

TRA D U C C I Ó N D E L FRAN C ÉS
DE MANUEL AR RANZ

BARCELONA 'º" t A e A N T' L A n o


I N T R O D U C C IÓ N
¿QU É QU E D A D E N U E S T ROS AMOR E S?

Aquel pobre Sócrates no tenía más que


un demonio negador; el mío es un gran
afirmador, el mío es un demonio <le ac­
ción, un demonio de combate.

BAUDELAIRE,

«¡Acabemos con los pobres!»

Empecemos parodiando una célebre frase: «Los franceses


no tienen la cabeza teórica». Al menos hasta la eclosión de
los años sesenta y setenta. La teoría literaria vivió entonces su
hora de gloria, como si de repente la fe del prosélito le hubie­
se permitido recuperar en un instante casi un siglo de retraso.
Los estudios literarios franceses no habían tenido nada pa­
recido al formalismo ruso, al Círculo de Praga, al New Criti­
cism angloestadounidense, por no hablar de la estilística de
Leo Spitzer ni de la topología de Ernst Robert Curtius, del
antipositivismo de Benedetto Croce ni de la crítica de las va­
riantes de Gianfranco Contini, o de la escuela de Ginebra y
de la crítica de la conciencia, o incluso del antiteoricismo de­
liberado de F. R. Le avis y sus discípulos de Cambridge. F ren -
te a todos estos originales e influyentes movimientos de la
primera mitad del siglo x x en Europa y en América del N or­
te, en Francia sólo podríamos citar la «Poética» de Valéry,
que era como se llamaba la cátedra que ocupó en el College
de France (! 9 3 6 )-efímera disciplina cuyos progresos fue­
ron muy pronto interrumpidos por la guerra y luego por la
muerte-, y tal vez las siempre enigmáticas Las /lores de Tar­
bes o El terror de las letras de Jean Paulhan (19 41), buscan­
do a tientas la definición de una retórica general, no instru­
mental, de la lengua: aquel «Todo es retórica» que la decons-

9
I NTRODUCCIÓN

trucción descubriría en Nietzsche hacia 1 9 68. E l manual de


René Wellek y Austin Warren, Teoría literaria, publicado en
Estados Unidos en 1 9 49 , estaba disponible en español, japo­
nés, italiano, alemán, coreano, portugués, danés, serbocroa­
ta, griego moderno, sueco, hebreo, rumano, finlandés y guya­
ratí a finales de los años sesenta, pero no en francés, idioma
en el que sólo vio la luz en 1 9 7 1 , con el título de La Théorie
littéraire, uno de los primeros de la colección «Poétique» de
É ditions du Seuil, y que no ha sido jamás editado en bolsillo.
En 1 9 6 0 , poco antes de morir, Spitzer explicaba este retra­
so y este aislamiento francés por tres factores: un viejo senti­
miento de superioridad, unido a una tradición literaria e in­
telectual continua y eminente; la tónica general de los estu­
dios literarios, siempre marcada por el positivismo científico
del siglo XIX obsesionado con las causas; y el predominio de
la práctica escolar del comentario de texto, es decir, de una
descripción doméstica de las formas literarias que impedía
el desarrollo de métodos formales más sofisticados. Añadi­
ré por mi parte, aunque es algo inseparable, la ausencia de
una lingüística y de una filosofía del lenguaje comparables
a aquellas que habían invadido las universidades de lengua
alemana o inglesa, a partir de Gottlob Frege, Bertrand Rus­
sell, Ludwig Wittgenstein y Rudolf Carnap; así como la dé­
bil incidencia de la tradición hermenéutica, repetidamente
zarandeada no obstante en Alemania por Edmund Husserl
y Martín Heidegger.
A continuación las cosas cambiaron rápidamente-por lo
demás comenzaban ya a moverse en el momento en que Spit­
zer hacía aquel severo diagnóstico-, hasta el punto que, por
una curiosa inversión de papeles que puede dar qué pensar,
la teoría francesa se encontró momentáneamente a la van­
guardia de los estudios literarios en el mundo, un poco como
si hasta aquel momento se hubiera dado un paso atrás para
tomar impulso, a menos que semejante abismo, súbitamen­
te salvado, haya permitido reinventar la pólvora con una in-

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INTRODUCCIÓN

genuidad y un entusiasmo que provocaron l a ilusión d e un


progreso, durante los miríficos años sesenta que se extendie­
ron de hecho desde 1 9 6 3 -el final de la guerra de Argelia­
hasta l 9 7 3 -la primera crisis del petróleo-. Hacia l 9 7 o , la
teoría literaria se encontraba en pleno auge y ejercía un in­
menso atractivo en los jóvenes de mi generación. Con diver­
sas denominaciones-nueva crítica, poética, estructuralismo,
semiología , n arratología brillaba con luz propia. Cualquie­
-

ra que haya vivido aquellos mágicos años lo recordará con


nostalgia. Una poderosa corriente nos arrastraba a todos . En
aquella época, la imagen de los estudios literarios , apoyada
por la teoría, era seductora, persuasiva, gloriosa.
Las cosas ya no son exactamente iguales. La teoría se ha
institucionalizado, se ha transformado en método, se ha con­
vertido en una pequeña técnica pedagógica a menudo tan ra­
quítica como el inspirado comentario de texto que proponía.
El estancamiento parece ser el destino escolar de toda teo­
ría. La historia literaria, joven disciplina ambiciosa y atracti­
va a finales del siglo XIX, conoció la misma triste evolución,
y la nueva crítica no ha escapado a ello. Después del frenesí
de los años sesenta y setenta, durante los cuales los estudios
literarios franceses alcanzaron e incluso sobrepasaron a los
demás en la vía del formalismo y de la textualidad, las inves­
tigaciones teóricas no han vuelto a conocer ningún avance
digno de mención en Francia. ¿Hay que atribuir al monopo­
lio de la historia literaria sobre los estudios franceses que la
nueva crítica no haya conseguido socavarlos en profundidad,
sino únicamente enmascararlos provisionalmente? La expli­
cación-pertenece a Gérard Genette-parece pobre, ya que
la nueva crítica, incluso si no ha derrumbado los muros de la
vieja Sorbona, se ha implantado firmemente en la educación
nacional, especialmente en la enseñanza secundaria. Incluso
es probable que esto haya sido lo que la ha vuelto tan rígida.
Hoy día es imposible tener éxito en unas oposiciones sin do­
minar las sutiles distinciones y la jerga de la narratología. Un

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INTROD U C C I Ó N

candidato que n o supiese decir si el fragmento d e texto que


tiene ante sus ojos es «horno» o «heterodiegético», «singula­
tivo» o «iterativo», con «focalización interna» o «externa»,
no aprobaría, lo mismo que antiguamente había que ser ca­
paz de distinguir un anacoluto de una hipálage y saber la fe­
cha de nacimiento de Montesquieu. Para comprender la sin­
gularidad de la enseñanza superior y de la investigación en
Francia, no hay más remedio que hablar de la dependencia
histórica de la universidad en relación con las oposiciones
de los profesores de enseñanza secundaria. Es como si an -
tes de 1 980 se hubiese producido en la teoría todo lo nece­
sario para renovar la pedagogía: un poco de poética y de na -
rratología para explicar la poesía y la prosa. La nueva crítica,
como la historia literaria de Gustave Lanson algunas genera­
ciones atrás, pronto quedó reducida a unas cuantas recetas,
trucos y artimañas para tener éxito en las oposiciones. El en­
tusiasmo teórico se estabilizó a partir del momento en que
proporcionó algo de ciencia complementaria a la sacrosanta
explicación de los textos.
La teoría en Francia fue un fuego fatuo, y el deseo que for­
mulaba Roland Barthes en 1 9 6 9 : «La "nueva crítica" tendrá
que convertirse rápidamente en un nuevo abono para hacer
alguna otra cosa después» (Barthes, 1 9 7 1 , p. 186 ) , no pare­
ce que se haya cumplido. Los teóricos de los años sesenta y
setenta no han tenido sucesores. El propio Barthes ha sido
canonizado, lo que no es el mejor medio de conservar una
obra viva y activa. Otros se han reconvertido y se dedican a
trabajos bastante alejados de sus primeros amores; algunos,
como Tzvetan Todorov o Genette, se han pasado al campo
de la ética o de la estética. Muchos han vuelto a la vieja his­
toria literaria, concretamente mediante el rodeo del redes­
cubrimiento de manuscritos, como confirma la moda de la
llamada crítica genética. La revista Poétique, que persevera,
publica fundamentalmente artículos de epígonos, lo mismo
que Littérature, el otro órgano posterior a mayo del 6 8, siem-

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INTRODUCCIÓN

pre más ecléctica, acoge e n sus páginas el marxismo, l a socio­


logía y el psicoanálisis. La teoría ha sentado cabeza y ya no
es lo que era: todos los siglos literarios tienen cabida en ella,
como todas las especialidades se codean en la universidad,
cada una en su sitio. Se ha establecido, es inofensiva, espe­
ra a los estudiantes a la hora fijada, sin más intercambio con
las otras especialidades ni con el mundo que por mediación
de aquellos estudiantes que van de una disciplina a otra. No
está más viva que las demás, en el sentido de que ya no es ella
la que dice por qué y cómo habría que estudiar la literatu­
ra, cuál es su pertinencia, el escenario actual de los estudios
literarios. Sin embargo nada la ha sustituido en ese papel, y
por otra parte tampoco se estudia ya demasiado la literatura.
«La teoría volverá, como todas las cosas, y se redescubri­
rán sus problemas el día en que la ignorancia habrá llegado
tan lejos que no producirá m ás que aburrimiento». Philippe
Sollers anunciaba este retorno desde 1 98 o, en el prefacio a
la reedición de Teoría de conjunto, ambicioso volumen pu­
blicado durante el otoño que siguió a mayo del 68, con títu­
lo tomado de las matemáticas, y que reunía las firmas de Mi­
chel Foucault, Roland Barthes, Jacques Derrida, Julia Kris­
teva y todo el grupo de Tel Quel, la vanguardia de la teoría en
aquel momento en su cenit, quizá con una pizca de «terroris­
mo intelectual» como Sollers reconocería más tarde (Sollers,
p. 7 ) . La teoría iba entonces viento en popa, daba ganas de
vivir. «Desarrollar la teoría para no quedarse al margen de la
vida», había decretado Lenin, y Louis Althusser lo suscribía
llamando «Théorie» a la colección que dirigía en Maspero.
Pierre Macherey publica en ella en 19 6 6, año decisivo del
movimiento estructuralista, Pour une théorie de la production
littéraire, obra en la que el sentido marxista de la teoría-crí­
tica de la ideología y advenimiento de la ciencia-y el sentido
formalista-análisis de los procedimientos lingüísticos-co­
incidían en las alforjas de la literatura. La teoría era crítica, e
incluso polémica, o militante-como en el inquietante título

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lNTR O D U C ClÓ N

del libro de Boris Eikhenbaum publicado en l 9 2 7 , Literatu­


ra, Teoría, Crítica, Polémica, traducido en parte por Tzvetan
Todorov en su antología de los formalistas rusos, Teoría de
la literatura, en 1 9 6 6-, pero ambicionaba también fundar
una ciencia de la literatura. «El objeto de la teoría no sería
lo único real, sino la totalidad de lo virtual literario», escri­
bía Genette en 1 9 7 2 (Genette, p. ll ). El formalismo y el mar­
xismo eran sus dos pilares para justificar la investigación de
las invariables o de los universales de la literatura, para con­
siderar las obras individuales como obras posibles más que
como obras reales, como simples ejemplificaciones del siste­
ma literario subyacente, más cómodas que las obras anticua­
das, y únicamente potenciales, para acceder a la estructura.
Si la teoría como mezcla de marxismo y de formalismo es­
taba ya pasada de moda en 1 980 , ¿ qué decir hoy día? ¿He­
mos alcanzado el suficiente grado de ignorancia y aburri­
miento como para desear de nuevo la teoría?

T E O R ÍA Y S E NTIDO C O M Ú N
¿ Un balance, u n mapa d e l a teoría literaria son sin embargo
concebibles? ¿ Y en qué forma? ¿ No parece en principio una
apuesta aventurada si, como sostenía Paul de Man, «el prin­
cipal interés teórico de la teoría literaria consiste en la impo­
sibilidad de su definición» (De Man, p. l l ) ? La teoría no po­
dría por tanto ser aprehendida más que mediante una teoría
negativa, a imagen de ese Dios oculto del que sólo una teo­
logía negativa consigue hablar: esto significa colocar el listón
bastante alto, o llevar bastante lejos las afinidades, reales por
lo demás, entre la teoría literaria y el nihilismo. La teoría no
puede reducirse a una técnica ni a una pedagogía-la teoría
vende su alma en los vademécums de cubiertas multicolores
expuestos en los escaparates de las librerías del Barrio Lati­
no-, pero ésta no es una razón para hacer de ella una me­
tafísica o una mística. No la tratemos como a una religión.

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INTRODUCCIÓN

¿Acaso el interés d e l a teoría literaria e s únicamente «teóri­


co»? No, si estoy en lo cierto cuando sugiero que es también,
y quizá en lo esencial, crítica, contradictoria o polémica.
Porque no es ni por su aspecto teórico o teológico, ni por
su aspecto práctico o pedagógico, por lo que la teoría me pa­
rece particularmente interesante y auténtica, sino por la lu­
cha feroz y estimulante que ha entablado contra los prejui­
cios en los estudios literarios, y por la resistencia también
furiosa que los prejuicios le han opuesto. Uno esperaría tal
vez de un balance de la teoría literaria que después de ha­
ber ofrecido su propia definición, por definición discutible,
de la literatura-éste es precisamente el primer lugar común
teórico: «¿Qué es la literatura?»-, después de haber rendi­
do un rápido homenaje a las teorías literarias antiguas, me­
dievales y clásicas, desde Aristóteles hasta Batteux, sin omi­
tir un rodeo por las poéticas no occidentales, haga el inven -
tario de las diferentes escuelas que se han repartido la aten­
ción teórica en el siglo x x : formalismo ruso, estructuralismo
praguense, New Criticism estadounidense, fenomenología
alemana, psicología ginebrina, marxismo internacional, es­
tructuralismo y postestructuralismo francés, hermenéutica,
psicoanálisis, neomarxismo, feminismo, etc. Existen innu­
merables manuales en este formato; ocupan a los profeso­
res y tranquilizan a los estudiantes. Pero iluminan un aspec­
to muy secundario de la teoría. La desnaturalizan incluso, o
la pervierten, porque lo que realmente la caracteriza es todo
lo contrario del eclecticismo, es su compromiso, su vis pole­
mica, así como los callejones sin salida donde ésta la arroja
de cabeza. Los teóricos dan a menudo la impresión de plan­
tear críticas muy sensatas contra las posiciones de sus adver­
sarios, pero lo mismo que éstos, confortados por su buena
conciencia de siempre, no desisten y continúan perorando,
también los teóricos toman la palabra y llevan sus propias
tesis, o antítesis, hasta el absurdo, y por eso las anulan ellos
mismos ante sus rivales, encantados de verse justificados por

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I N T RO D U C C I Ó N

l a extravagancia d e l a posición contraria. Basta con dejar a


un teórico hablar y contentarse con interrumpirle de cuan­
do en cuando con un «¡No me diga ! » un poco burlón: ¡que­
mará sus naves ante vuestras narices !
Cuando entré en sexto en el pequeño liceo Condorcet,
nuestro viejo profesor de latín-francés, que era también al­
calde de su pueblo en Bretaña, nos preguntaba cada vez que
leíamos un texto de nuestra antología: «¿Cómo entiende us­
ted ese pasaje? ¿Qué ha querido decirnos el autor? ¿Qué ex­
celencias tiene el verso o la prosa? ¿Dónde reside la origina­
lidad de la visión del autor? ¿ Qué lección podemos sacar de
todo eso?». Durante un tiempo se pensó que la teoría literaria
había barrido de una vez por todas estas obsesivas preguntas.
Pero las respuestas pasan mientras que las preguntas perma­
necen. Y las preguntas siguen siendo aproximadamente las
mismas. Hay algunas que se siguen planteando generación
tras generación. Se planteaban antes de la teoría, se plantea­
ban ya antes de la historia literaria, y se plantean todavía des­
pués de la teoría, de manera casi idéntica. Hasta el punto de
que nos preguntamos si existe una historia de la crítica lite­
raria, como existe una historia de la filosofía o de la lingüís­
tica, jalonada de conceptos inventados, como el cogito o el
complemento. En crítica, los paradigmas no mueren nunca,
se añaden los unos a los otros, coexisten más o menos pací­
ficamente, y se representan indefinidamente con las mismas
nociones (que pertenecen al lenguaje popular) . É ste es uno
de los motivos, tal vez el motivo principal, de la sensación de
machaconería que experimentamos indefectiblemente ante
una descripción histórica de la crítica literaria: nada nuevo
bajo el sol. En teoría, uno se pasa la vida tratando de sacar
brillo a términos de uso corriente: literatura, autor, inten­
ción, sentido, interpretación, representación, contenido, fon­
do, valor, originalidad, historia, influencia, periodo, estilo, etc.
Es lo mismo que se hizo durante mucho tiempo en lógica: se
sustraía del lenguaje ordinario una parte lingüística suscepti-

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I N T R O D UCCIÓN

ble d e verdad. Pero l a lógica s e formalizó muy pronto. L a teo­


ría literaria no ha conseguido en cambio desembarazarse del
lenguaje ordinario sobre la literatura, el lenguaje de los lec­
tores y de los aficionados. Además, cuando la teoría se aleja,
las viejas nociones resurgen indemnes. ¿Es porque son «na­
turales» o «sensatas» por lo que no podemos escapar jamás
de ellas de una vez por todas ? ¿O, como cree De Man , porque
nos empeñamos en resistir a la teoría, porque la teoría hace
daño, contraría nuestras ilusiones sobre la lengua y la subje­
tividad? Se diría que hoy en día casi nadie ha sentido el roce
de las alas de la teoría, lo que sin duda es más tranquilizador.
¿No quedará nada de ella, o únicamente la pequeña peda­
gogía que describía hace un momento? No necesariamente.
En la época de esplendor, en torno a 1 9 7 0 , la teoría era un
contra-discurso que cuestionaba las premisas de la crítica tra­
dicional. Objetividad, gusto y claridad, así resumía Barthes,
en Crítica y verdad, en 19 6 6 , el año m ágico, los artículos de fe
de la «crítica verosímil» universitaria que quería sustituir por
una «ciencia de la literatura». Hay teoría cuando las premi­
sas del discurso habitual sobre la literatura ya no se dan por
sobreentendidas, cuando son cuestionadas, expuestas como
artefactos históricos, como convencionalismos. En sus co­
mienzos, también la historia literaria se cimentaba sobre una
teoría, en cuyo nombre eliminó de la enseñanza literaria a la
vieja retórica, pero esta teoría se ha perdido de vista o ha sido
edulcorada a medida que la historia literaria se identificaba
con la institución escolar y universitaria. El recurso a la teoría
es por definición crítico, es decir, subversivo e insurreccio­
nal, pero la fatalidad de la teoría consiste en ser transforma­
da en método por la institución académica, en ser recupera­
ble, como se decía antiguamente. Veinte años después, lo que
sorprende, tanto si no más que el conflicto violento entre la
historia y la teoría literarias, es la similitud de las cuestiones
planteadas por una y otra en sus entusiastas principios, y p ar­
ticularmente ésta, siempre la misma: «¿ Qué es la literatura?».

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I N T R O D UC C I Ó N

Persistencia de las preguntas, contradicción y fragilidad


de las respuestas: de donde se deduce que sigue siendo per­
tinente partir de las nociones populares que la teoría ha que­
rido anular, las mismas que han resurgido después de que la
teoría se haya quedado sin aliento, con el fin de repasar las
respuestas contradictorias que había propuesto, pero tam­
bién de intentar comprender por qué éstas no habían resuel­
to de una vez por todas las viejas cuestiones. ¿Quizá la teo­
ría, a fuerza de luchar contra la hidra de Lema, ha llevado
sus argumentos demasiado lejos y éstos se han vuelto contra
ella? Cada año, ante los nuevos estudiantes, hay que volver
a partir de las mismas figuras de sentido común y los mis ­
mos clichés irrenunciables, del mismo pequeño número de
enigmas o de lugares comunes que jalonan el discurso habi­
tual sobre la literatura. Examinaré aquí algunos, los más te­
naces, pues en torno a ellos puede construirse una presenta­
ción interesante de la teoría literaria en todo el vigor de sus
justas iras, a través de la manera en que las ha combatido . . .
en vano.

T E O R ÍA Y P R Á C T I C A DE LA L I T E R AT U R A
Algunas distinciones preliminares son indispensables. En
principio, hablar de teoría-sin que sea necesario ser marxis­
ta-presupone una práctica, o una praxis, a la que esta teoría
satisface, o de la que constituye la teoría. En las calles de Gi­
nebra, algunas tiendas ostentan este letrero: A U LA DE T E O­
R í A . En ellas no enseñan la teoría de la literatura, sino el có­
digo de circulación: la teoría es por tanto el código opuesto
a la conducta, el código de la conducta. ¿Cuál es por tanto la
conducta, o la práctica, que codifica la teoría de la literatu­
ra, es decir, que organiza más que reglamenta? Al parecer no
es la literatura misma (o la actividad literaria)-la teoría de
la literatura no enseña a escribir novelas como antiguamente
enseñaba la retórica a hablar en público e instruía en la elo-

18
I N TR O D UC C I Ó N

cuenda-, sino los estudios literarios, e s decir, l a historia li­


teraria y la crítica literaria, o incluso la investigación literaria.
En este sentido-el de código, de dialéctica o, mejor aún,
de deontología de la propia investigación literaria-, la teo­
ría de la literatura puede parecer una disciplina nueva, en
cualquier caso posterior al nacimiento de la investigación li­
teraria en el siglo XIX, durante la refundación de las univer­
sidades europeas, y más tarde las estadounidenses, siguien­
do el modelo germánico. Pero aunque la palabra sea relati­
vamente nueva, la cosa es relativamente vieja.
Podríamos decir que Platón y Aristóteles hacían teoría de
la literatura cuando clasificaban los géneros literarios en la
República y la Poética, y que el modelo de la teoría de la lite­
ratura sigue siendo para nosotros la Poética de Aristóteles.
Platón y Aristóteles hacían teoría porque se interesaban en
las categorías generales, o incluso universales, en las constan­
tes literarias, que había tras las obras particulares: por ejem­
plo, en los géneros, en las formas, en los modos, en las figu­
ras. Si se interesaban en las obras individuales (la Ilíada, Edi­
po rey), era como ilustraciones de categorías generales. Ha­
cer teoría de la literatura significa interesarse en la literatura
en general, desde un punto de vista que apunta a lo universal.
Pero Platón y Aristóteles no hacían teoría de la literatura,
en el sentido en que la práctica que querían codificar no era
el estudio literario, o la investigación literaria, sino la litera­
tura misma. Pretendían formular gramáticas prescriptivas de
la literatura, tan normativas que Platón quería excluir a los
poetas de la polis. En el sentido actual, la teoría de la litera­
tura, aunque reivindique la retórica y la poética y revalorice
su tradición antigua y clásica, no es en principio normativa.
Al ser descriptiva, la teoría de la literatura es asimismo mo­
derna: da por sentada la existencia de los estudios literarios ,
instaurados en el siglo XIX, a partir del Romanticismo. Tie­
ne alguna similitud con la filosofía de la literatura, como rama
de la estética, que estudia la naturaleza y la función del arte,

19
I N T R O D U C CIÓ N

la definición de lo bello y del valor. Pero la teoría de la lite­


ratura no es la filosofía de la literatura; no es especulativa ni
abstracta, sino analítica o tópica: su objeto son los discursos
sobre la literatura, la crítica y la historia literarias, de los que
cuestiona, problematiza y organiza sus prácticas. La teoría
de la literatura no es la policía de las letras ni de los estu­
dios de letras, sino en cierto modo su epistemología.
Y en este sentido, tampoco es realmente nueva. Lanson, el
fundador de la historia literaria francesa en el tránsito del si­
glo XIX al x x , decía de Ernest Renan y de Émile Faguet, los
críticos literarios que le habían precedido-Faguet coinci­
dió con él en la Sorbona, pero Lanson le consideraba desfa­
sado-, que no tenían «teoría literaria» (Lanson, pp. r 1 0 7 y
r r 8 9 ) . Aquello era una manera educada de decirles que des­
de su punto de vista eran unos impresionistas y unos impos­
tores, que no sabían lo que hacían, carecían de rigor, de es­
píritu científico, de método. Lanson, por su parte, pretendía
tener una teoría, lo que demuestra que historia literaria y teo­
ría no son incompatibles.
El recurso a la teoría responde necesariamente a una in­
tención polémica, o crítica (en el sentido etimológico de la
palabra) : contradice y pone bajo sospecha la práctica de los
demás. Conviene añadir aquí un tercer término a los de teo­
ría y práctica, de acuerdo con el uso marxista, aunque no ex­
clusivamente, de estas nociones: se trata del término ideo­
logía. Entre la práctica y la teoría estaría la ideología. Una
teoría diría la verdad de una práctica, enunciaría sus condi­
ciones de posibilidad, mientras que una ideología no haría
más que legitimar esa práctica mediante una mentira, disi­
mularía sus condiciones de posibilidad. Según Lanson, por
lo demás bien considerado por los marxistas, sus rivales no
tenían teoría porque no tenían poseían más que ideologías,
es decir, prejuicios.
De manera que la teoría reacciona contra las prácticas que
considera a-teóricas o antiteóricas. Y al hacerlo así las con-

20
I N TRODUCCIÓN

vierte a menudo en chivos expiatorios. Lanson, que creía es­


tar en posesión, con la filosofía y el positivismo histórico, de
una teoría sólida, criticaba el humanismo tradicional de sus
adversarios (hombres cultos o con buen gusto, burgueses) .
La teoría se opone al sentido común. Más recientemente,
después de un giro de noventa grados, la teoría de la litera­
tura se ha enfrentado a la vez al positivismo en historia lite­
raria (lo que representaba Lanson) y a la benevolencia en crí­
tica literaria (lo que había representado Faguet ) , así como a
la combinación frecuente de los dos (en primer lugar, al po­
sitivismo por lo que respecta a la historia del texto, y luego
al humanismo por lo que respecta a su interpretación), como
esos filólogos austeros que, después de un estudio minucio­
so de las fuentes de la novela de Prévost, pasan sin solución
de continuidad a juicios personales sobre la realidad psico­
lógica y sobre la verdad humana de Manan, como si estuvie­
sen hablando de una muchacha de carne y hueso que se en -
contrase a nuestro lado.
Resumamos: la teoría contrasta con la práctica de los estu­
dios literarios, es decir, la crítica y la historia literarias, y ana­
liza esa práctica, o más bien esas prácticas, las describe, hace
explícitos sus presupuestos, en definitiva los critica ( criticar
significa 'separar', 'discriminar') . La teoría sería por tanto en
un principio la crítica de la crítica, o la metacrítica (del mismo
modo que oponemos a un lenguaje el metalenguaje que ha­
bla de ese lenguaje, o a la lengua la gramática que describe
su funcionamiento) . Se trata de una conciencia crítica (una
crítica de la ideología literaria) , una reflexividad literaria (un
pliegue crítico, una selfconsciousness o una autorreferencia­
lidad) : características que se relacionan con la modernidad
desde Baudelaire y sobre todo desde Mallarmé.
Prediquemos a continuación con el ejemplo: he emplea­
do una serie de términos que conviene definir, o elaborar
mejor, para obtener conceptos más firmes, para llegar a esa
conciencia crítica que acompaña a la teoría: primero, litera-

21
I N T R O D U C CIÓ N

tura, y a continuación crítica literaria e historia literaria, cu­


yas diferencias enuncia la teoría. Dejemos la literatura para el
próximo capítulo y con templemos más de cerca las otras dos.

T E O R ÍA, C R ÍTI C A, H I STO R I A


Por crítica literaria entiendo un discurso sobre las obras li­
terarias que pone el acento en la experiencia de la lectura,
que describe, interpreta, evalúa el sentido y el efecto que las
obras tienen sobre los (buenos) lectores, que no son nece­
sariamente cultos ni profesionales. La crítica aprecia, juzga;
procede por simpatía (o antipatía) , por identificación y pro­
yección: su lugar ideal es el salón, del que la prensa no es más
que un avatar, no la universidad; su forma por antonomasia
es la conversación.
Por historia literaria entiendo por el contrario un discur­
so que insiste en factores ajenos a la experiencia de la lec­
tura, por ejemplo, en la concepción o la transmisión de las
obras, o en otros elementos que en general no interesan al
no-especialista. La historia literaria es la disciplina académi­
ca que surgió durante el siglo X I X , más conocida por lo de­
más por el nombre de filología, scholarship, Wissenschaft o
investigación.
En ocasiones se opone crítica e historia literaria como un
proceso intrínseco y un proceso extrínseco: la crítica se vin­
cula al texto, la historia al contexto. Lanson decía que se ha­
cía historia literaria a partir del momento en que se leía el
nombre del autor en la cubierta del libro, desde el momen­
to en que se daba al texto un mínimo de contexto. La críti­
ca literaria enuncia proposiciones del tipo: «A es más bello
que B», mientras que la historia literaria afirma: «C deriva de
D». Aquélla está dirigida a evaluar el texto, ésta a explicarlo.
La teoría de la literatura exige que los presupuestos de es­
tas afirmaciones se hagan explícitos. ¿A qué llama usted lite­
ratura? ¿Cuáles son sus criterios de valor ? , preguntará a los

22
I NTR O D U C C I Ó N

críticos, porque todo va bien entre lectores que comparten


las mismas normas y que se entienden con medias palabras,
pero, cuando éste no es el caso, la crítica Oa conversación)
se transforma pronto en un diálogo de sordos. No se trata
de reconciliar diferentes enfoques, sino de comprender por
qué son diferentes.
¿A qué llama usted literatura? ¿Cómo considera sus pro­
piedades específicas o su valor específico?, preguntará la teo­
ría a los historiadores. Una vez reconocido que los textos li­
terarios tienen rasgos distintivos, se los trata como documen­
tos históricos buscándoles causas factuales: vida del autor,
marco social y cultural, intenciones confesadas, fuentes. La
paradoja salta a la vista: uno se explica por el contexto un
objeto que le interesa precisamente porque escapa a ese con­
texto y le sobrevive.
La teoría protesta siempre contra lo implícito: es el mos­
cardón, el protervus (el que protesta) de la vieja escolástica.
Exige cuentas, y no hace suya la advertencia de Proust en El
tiempo recobrado, al menos en lo que se refiere a los estudios
literarios: «Una obra que contiene teorías es como un obje­
to al que se le ha dejado el precio» (Proust, p . 4 6 1). La teo­
ría quiere saber el precio. No tiene nada de abstracto; plan­
tea preguntas, esas preguntas que historiadores y críticos se
plantean continuamente a propósito de textos concretos,
pero de las que saben las respuestas por adelantado. La teo­
ría recuerda que esas preguntas son problemáticas, que pue­
den responderse de diversas maneras: la teoría es relativista.

T E O RÍA O T E O RÍAS
Hasta ahora he empleado la palabra teoría en singular, como
si no hubiese más que una. Ahora bien, todo el mundo ha
oído decir que hay distintas teorías literarias, la teoría de fu­
lano, la teoría de zutano. De manera que la teoría, o las teo­
rías, serían un poco como las doctrinas o los dogmas críticos,

23
INTRODUCCIÓN

o como las ideologías. Hay tantas teorías como teoncos,


como ocurre en las disciplinas en que la experimentación es
poco practicable. La teoría no es como el álgebra o la geome­
tría: el profesor de teoría enseña su teoría, que le permite,
como a Lanson, pretender que los demás no tienen una. Si
me preguntaran: «¿Cuál es su teoría?», yo respondería: «Nin­
guna». Y eso es lo que da miedo: les gustaría saber cuál es mi
doctrina, qué fe hay que abrazar al leer este libro. Quédense
tranquilos, o todavía más inquietos. Yo no tengo fe-el pro­
tervus es un hombre sin fe ni ley, es el eterno abogado del
diablo, o el diablo en persona: «Forse tu non pensavi ch 'io
laico /ossi!», como le hace decir Dante, «¡ Que un buen lógi­
co soy no has barruntado ! » (Infierno, Canto XXVII, v. 1 2 2 -
1 2 3 )-, no poseo ninguna doctrina, nada más que la duda hi­
perbólica ante cualquier discurso sobre la literatura. Yo veo
la teoría de la literatura como una actitud analítica y aporé­
tica, un aprendizaje escéptico ( crítico) , un punto de vista me­
tacrítico dirigido a interrogar y cuestionar los presupuestos
de cualquier práctica crítica (en un sentido amplio) , un «¿Qué
es lo que sé?» perpetuo.
Naturalmente hay teorías particulares, opuestas, discre­
pantes, en conflicto-el campo, ya lo he dicho, es polémi­
co-, pero nosotros no vamos a suscribir tal o cual teoría, va­
mos a reflexionar de manera analítica y escéptica sobre la lite­
ratura, sobre los estudios literarios, es decir, sobre cualquier
discurso-crítico, histórico, teórico-que gire en torno a la
literatura. Vamos a tratar de estar alerta. La teoría de la lite­
ratura es un aprendizaje en ese sentido. Como escribía Ju­
lien Gracq: «En materia de crítica literaria cualquier palabra
que imponga una categoría es una trampa» (Gracq, p. 17 4 ) .

T E O R ÍA DE LA L ITE R AT U R A O T EO RÍA LITERARIA

Una última y pequeña distinción preliminar: he hablado en


los últimos párrafos de teoría de la literatura, no de teoría li-
I NTRODUCCIÓN

teraria. ¿ Esta distinción e s pertinente? Por ejemplo, sobre el


modelo de la historia de la literatura y de la historia literaria
(la síntesis versus el análisis, la descripción de la literatura por
oposición a la disciplina filológica, como el manual de Lan­
son Histoire de la littérature /ranr;aise, de l 8 9 5 , frente a la Re­
vue d'Histoire Littéraire de la France, fundada en 1 89 4 ) . La
teoría de la literatura, como en el manual de Wellek y Warren
que lleva ese título en inglés, Theory o/Literature ( 1 9 4 9 ; Teo­
ría literaria, en español) , es habitualmente entendida como
una rama de la literatura general y comparada: designa la re­
flexión sobre las condiciones de la literatura, de la crítica li­
teraria y de la historia literaria; es la crítica de la crítica o la
metacrítica.
La teoría literaria es más crítica y se presenta ante todo
como una crítica de la ideología, incluida la crítica de la teo­
ría de la literatura: es ella la que dice que siempre tenemos
una teoría y que, cuando pensamos que no la tenemos, es
porque dependemos de la teoría dominante de un lugar y
de un momento dados. La teoría literaria se identifica tam -
bién con el formalismo, desde la época de los formalistas ru -
sos de principios del siglo x x , influenciados sin duda por el
marxismo. Como recordaba De Man, la teoría literaria apa­
rece cuando el comentario de los textos literarios ya no está
basado en consideraciones no lingüísticas, por ejemplo, his­
tóricas o estéticas, cuando el objeto de la discusión ya no es
el sentido o el valor, sino las modalidades de producción del
sentido o del valor (De Man, p . 7 ) . Estas dos descripciones
de la teoría literaria (crítica de la ideología, análisis lingüísti­
co) se fortalecen la una a la otra, ya que la crítica de la ideo­
logía es una denuncia de la ilusión lingüística ( de la idea de
que la lengua y la literatura se dan por sobreentendidas ) : la
teoría literaria expone el código y el acuerdo tácito allí don -
de la a-teoría postulaba la naturaleza.
Desgraciadamente esta distinción (teoría de la literatura
versus teoría literaria), clara en inglés, por ejemplo, ha desapa-
INT RODUCCIÓN

recido en francés: el libro d e Wellek y Warren, Theory ofLit­


erature, se tradujo-tardíamente, como hemos dicho-con
el título La Théorie littéraire en r 9 7 r , mientras que la anto­
logía de los formalistas rusos de Tzvetan Todorov había sido
publicada algunos años antes, en la misma editorial, con el
título Théorie de la littérature (r 9 6 6 ; Teoría de la literatura
de los formalistas rusos, en español). Hay que deshacer este
quiasmo para orientarse.
Como ya se habrá observado, tomo prestado de estas dos
tradiciones. De la teoría de la literatura: la reflexión sobre las
nociones generales, los principios, los criterios; de la teoría li­
teraria: la crítica del sentido común literario y la referencia al
formalismo. No se trata por tanto de dar recetas. La teoría no
es el método, la técnica, la receta. Al contrario, la finalidad es
desconfiar de todas las recetas, deshacerse de ellas mediante
la reflexión. Mi intención no es por tanto facilitar las cosas,
sino que nos volvamos vigilantes, suspicaces, escépticos, en
una palabra y sin más rodeos: críticos, o irónicos. La teoría
es una escuela de ironía.

LA L I T E RATURA R ED U C IDA A S U S E L E M E N T O S

¿Qué nociones pueden animar y afilar nuestro espíritu críti­


co? La relación de la teoría con el sentido común es por na­
turaleza conflictiva. Es por tanto el discurso ordinario sobre
la literatura, designando las dianas de la teoría, el que mejor
permite ponerla a prueba. Ahora bien, todo discurso sobre
la literatura, todo estudio literario es susceptible de algunos
serios planteamientos de fondo, es decir, de una reducción
de sus presupuestos a un pequeño número de nociones fun­
damentales. Todo discurso sobre la literatura se posiciona, a
menudo implícitamente, pero en ocasiones explícitamente,
sobre estas cuestiones, que en conjunto nos proporcionan
una determinada idea de la literatura:
- ¿Qué es la literatura?

26
I N T RO D UC C I Ó N

- ¿Qué relación hay entre l a literatura y el autor?


- ¿Qué relación hay entre la literatura y la realidad?
- ¿ Qué relación hay entre la literatura y el lector?
- ¿ Qué relación hay entre la literatura y el lenguaje?
Cuando hablo de un libro, estoy planteando inevitable­
mente hipótesis sobre estas cuestiones. Para que haya litera­
tura son indispensables cinco elementos: un autor, un libro,
un lector, una lengua y un referente.
A lo que añadiremos dos cuestiones que no se sitúan exac­
tamente al mismo nivel y que se refieren precisamente a la
historia y a la crítica: ¿ qué hipótesis nos planteamos sobre
el cambio, el movimiento, la evolución literarios, y sobre el
valor, la originalidad, la pertinencia literarios? O también:
¿ cómo comprendemos la tradición literaria, tanto en su as­
pecto dinámico (la historia) como en su aspecto estático (el
valor) ?
Estas siete preguntas son las cabeceras de los capítulos de
mi libro-la literatura, el autor, el mundo, el lector, el estilo,
la historia y el valor-, a los que he puesto títulos extraídos
del sentido común, ya que es la eterna lucha entre la teoría y
el sentido común la que otorga sentido a la teoría. Cualquie­
ra que abra un libro tiene estas nociones en mente. Refor­
mulados algo más teóricamente, los cuatro primeros títulos
podrían ser los siguientes: literalidad, intención, representa­
ción, recepción . Respecto a los tres últimos-estilo, historia,
valor-no parece que sea necesario distinguir entre la mane­
ra de hablar de los aficionados y la de los profesionales: tan­
to unos como otros se valen de las mismas palabras.
Para cada pregunta me gustaría mostrar una variedad de
respuestas posibles, no tanto el conjunto de las que se han
dado en la historia como las que son posibles hoy en día: el
proyecto no es hacer una historia de la crítica ni una des­
cripción de las doctrinas literarias . La teoría de la literatu­
ra es una lección de relativismo, no de pluralismo: dicho de
otro modo, son posibles varias respuestas, no composibles,

27
EL D E M O NlO D E LA T E O R ÍA

aceptables, no compatibles; en lugar de sumarse en una vi­


sión total y más completa, se excluyen mutuamente, pues no
llaman literatura, no califican de literario a la misma cosa;
no consideran diferentes aspectos del mismo objeto, sino
diferentes objetos. Antiguo o moderno, sincronía o diacro­
nía, intrínseco o extrínseco: todo no es posible a la vez. En la
investigación literaria, «más es menos»; de manera que hay
que escoger. Por lo demás, si me gusta la literatura, ya he es­
cogido. Mis decisiones literarias descubren normas extrali­
terarias-éticas, existenciales-que gobiernan otros aspec­
tos de mi vida.
Por otra parte, estas siete preguntas sobre la literatura
no son independientes. Forman un sistema. Dicho de otro
modo, la respuesta que yo doy a una de ellas limita las op­
ciones que tengo para responder a las demás: por ejemplo,
si pongo el acento en el papel del autor, es probable que no
dé tanta importancia a la lengua; si insisto en la literalidad,
minimizaré el papel del lector; si subrayo la determinación
de la historia, disminuiré la contribución del genio, etc. Este
conjunto de elecciones no es indiferente. Por eso no impor­
ta qué pregunta será una entrada satisfactoria en su sistema,
e interpelará a todas las demás. Una sola, por ejemplo la in­
tención, bastará tal vez para tratarlas todas.
Por eso también el orden de su análisis es en el fondo in -
diferente: podríamos sacar una carta al azar y seguir su pis­
ta. He elegido recorrerlas basándome en una jerarquía que se
corresponde también con el sentido común, el cual, cuando
se trata de literatura, piensa en el autor antes que en el lec­
tor, y en la materia antes que en la manera.
De este modo visitaremos todos los rincones de la teoría,
excepto tal vez el género ( del que trataremos brevemente a
propósito de la recepción) , porque éste no ha sido un mo­
tivo importante en la teoría literaria de los años sesenta. El
género es una generalidad, el mediador más evidente entre
la obra individual y la literatura. Ahora bien, por una parte

28
INTRODUCCIÓN

la teoría desconfía d e las evidencias, por otra parte apunta a


los universales.
Esta lista puede parecer en parte una provocación, puesto
que es sencillamente una lista de las bestias negras de la teo­
ría literaria, de los molinos de viento contra los que se ha ex­
tenuado tratando de forjar conceptos sanos. Pero no se vea
en ello ninguna malicia. Enumerar los enemigos de la teo­
ría me parece el mejor medio, el único o en cualquier caso el
más rentable, de hablar de ella con garantías, de seguir sus
p asos, de dar testimonio de su energía, de devolverle la vita­
lidad, lo mismo que es indispensable, después de más de un
siglo transcurrido, describir el arte moderno mediante las
convenciones que él negó.
Finalmente puede que nos veamos impelidos a concluir
que el «campo literario», a pesar de las diferencias de posi­
ciones y de opiniones a menudo exacerbadas, más allá de los
interminables enfrentamientos que lo animan, descansa en
un conjunto de presupuestos y de creencias compartidos por
todos. Pierre Bourdieu pensaba que:

. . . los posicionamientos sobre el arte y la literatura [ . ] se organi­


. .

zan por parejas de oposiciones, a menudo heredadas de un pasado


polémico, y concebidas como antinomias insuperables, alternati­
vas radicales, en términos ele todo o nada, que estructuran el pen­
samiento, pero también lo constriñen en una serie de falsos dile­
mas (Bourdieu, p . 272).

Se tratará de desactivar estas falsas ventanas, estas contra -


dicciones fraudulentas, estas paradojas fatales que difaman
los estudios literarios, de resistir a la dura alternativa entre la
teoría y el sentido común, el todo o nada, porque la verdad
siempre se encuentra entre los dos extremos.

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