Mallarme (Derrida)
Mallarme (Derrida)
Mallarme (Derrida)
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MALLARMÉ *
Jacques Derrida
Traducción de Francisco Torres Monreal. en «Antología», Anthropos, Revista de documentación
Científica de la Cultura (Barcelona), Suplementos, 13 (1989), pp. 59-69. Edición digital de
Derrida en castellano.
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Poésies (1913). - Un cop de dés (1914). Igitur (1925). - Quant au livre (1926). - Contes
indiens (1927). - Notes inédites en vue du «Livre» (1957). - Pour un tombeau d’Anatol
(1962).
MALLARMÉ
Casi un siglo ya y sólo estamos empezando a entrever que algo ha sido tramado
(¿por Mallarmé?, en todo caso según lo que por el pasa, como a su través) para burlar las
categorías de la historia y de las clasificaciones literaria, de la crítica literaria, de las
filosofías y de las hermenéuticas de toda especie. Comenzamos a entrever que el trastorno
de estas categorías habrá sido también efecto de lo escrito por Mallarmé.
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Por el simul enigmático de la ruptura y de la repetición definiremos la crisis como
el momento en el que la decisión no es ya posible, en el que queda en suspenso la elección
entre vías opuestas. Crisis de la crítica en consecuencia, que siempre habrá deseado decidir,
por medio de un juicio (krinein), sobre valor de discernir entre lo que es y lo que no es lo
que vale y lo que no vale lo hermoso y lo feo entre cualquier significación y su contraria.
Crisis también de la retórica, que arma a la crítica de toda una filosofía oculta. Filosofía del
sentido, de la palabra, del nombre.
¿Se ha interesado alguna vez la retórica por algo que no fuese el sentido de un texto,
es decir, por su contenido? Las substituciones que la retórica define son siempre de sentido
pleno a sentido pleno; incluso si uno de ellos ocupa el lugar del otro es en virtud de su
sentido como se convierte en un tema para la retórica, aun en el caso de que ese sentido se
encuentre en posición de significante o, como se dice también, de vehículo. Pero
advirtamos que la retórica, en sí, no trata de las formas significantes (fónicas, gráficas) ni
de los efectos de sintaxis, al menos en la medida en que el control semántico no los domina.
Para que la retórica o la crítica tenga algo que ver o qué hacer con un texto, es preciso que
un sentido sea determinable en él.
Ahora bien, cualquier texto de Mallarmé está organizado de modo que en sus puntos
más fuertes el sentido permanezca indecidible; a partir de ahí el significante no se
deja penetrar, perdura, resiste, existe y se hace notar. El trabajo de la escritura
ha dejado de ser un éter transparente. Apela a nuestra memoria, nos obliga, al no poder
rebasarlo con un simple gesto en dirección de lo que «quiere decir», a quedarnos
bruscamente paralizados ante él o a trabajar con él. Podríamos tomar prestada la fórmula
de este permanente aviso de aquel pasaje de les Mots anglais: Lector esto tienes ante tu
mirada, un escrito...
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[Mas sin oro suspirar que esta viva nube / la ignición
del fuego siempre interior / originariamente la única
contin(u/ú)a / en la joya del ojo verídico y reidor.]
En otro lugar, offre funciona como verbo y/o nombre (ofrece/ofrecimiento); parjure
como verbo y/o nombre y/o adjetivo (perjura/perjuro-a). La marea y/o, que no recarga
fortuitamente tantos textos teóricos actuales, pone su sello a los efectos más singulares de la
escritura mallarmeana.
Por ello mismo, esta crisis no pertenece al simbolismo, ni este texto a su época. La
indecibilidad no se debe aquí a una multiplicidad de sentidos, a una riqueza metafórica, a
un sistema de correspondencias. Algo se produce, demás o de menos, como se quiera, el
punto saliente de determinada advertencia en cualquier caso, que impide que la polisemia
posea su horizonte: la unidad, la totalidad, la confluencia del sentido. Por ejemplo: el signo
blanc (blanco), con cuanto se le viene progresivamente asociando, constituye un inmenso
arsenal de sentido (nieve, frío, muerte, mármol, etc.; cisne, ala, abanico, etc.; virginidad,
pureza, himen, etc.; página, tela, vela, gasa, leche, semen, vía láctea, estrella, etc.). Como
por imantación semántica atraviesa todo el texto de Mallarmé. Y, no obstante, lo blanco
marca también, por mediación de la página blanca, el lugar de la escritura de esos blancos;
y, ante todo, el espaciamiento entre las diferentes significaciones (la de blanco, entre otras),
espaciamiento de la lectura. Los «blancos», en efecto, asumen su importancia. El blanco
del espaciamiento no tiene un sentido determinado, no pertenece simplemente a la
plurivalencia de los demás blancos. Por encima o por debajo de la serie polisémica, pérdida
o incremento de sentido, repliegan el texto sobre sí mismo, indican a cada momento su
lugar (en el que nada habrá tenido más lugar... que el lugar), la condición, el trabajo, el
ritmo. No se podrá decidir nunca si blanco significa algo o sólo, y por añadidura, el espacio
de la escritura, la página que se repliega sobre sí misma. El uso tan frecuente del término
pli (pliegue), su serie pliagle, ploiment, repli, reploiment, etc. (plisado, plegado,
repliegue...) produce los mismos efectos.
¿Se trata aquí, como a menudo se ha dicho, del poder de la palabra, de la alquimia
del verbo? El nombre, el acto de la nominación, ¿no alcanza aquí su más grande eficacia, la
que le han reconocido, de Aristóteles a Hegel, la poética, la retórica y la filosofía? ¿No ha
convertido Mallarmé en tema propio este poder idealizador de la palabra que hace
desaparecer la existencia de la Cosa por la simple declaración de su nombre? Releamos una
vez más:
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Digo: ¡una flor! y, salvado el olvido al que mi voz relega
algún contorno, en cuanto que algo distinto de los cálices
conocidos***, se alza musical, idea misma y suave, la ausente de todos los floreros.***, se alza
musical, idea misma y suave, la ausente de todos los floreros.
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Car comme la mouette, aux flots qu’elle a rasés
Jette un écho joyeux, une plume de l'aile,
Elle donna partout un doux souvenir d'elle!
o que una de las dos palabras, por sí sola, convoque in absentia la otra:
o incluso
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Esta letra parecería a veces impotente para expresar por sí misma algo distinto de
una apetencia no seguida de su resultado...
Y, muy cerca del himen y del la, he aquí aún la flor como una orden erigida.
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En el lecho se tiende tanto la escritura como la muerte. El libro es a un tiempo el
lugar del himen y la figura del sepulcro. La puerta sepulcral se halla siempre próxima de un
broche heráldico. En Hérodiade, que cuenta un lecho vacío:
La Prose pour des Esseintes alza aún, no lejos de un grimorio y de un libro vestido
de hierro, entre cien iris, eternos pergaminos, / antes que un sepulcro ría, y un
desmesurado gladiolo, la litige y le tige de lis (el litigio y el tallo de lis):
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indecisión, que les permite moverse solas, indefinidamente, las corta, salvo simulacro, de
todo sentido (tema significado) y de todo referente (la cosa misma o la intención,
consciente o inconsciente, del autor). He aquí nuevas trampas para la crítica, nuevos
procedimientos y categorías nuevas por inventar.
La eterna ausencia de lecho, como el lis ausente de todo búcaro, nos recuerda
también, sean cuales sean sus efectos de sentidos múltiples, que el lecho, la cosa misma o el
tema no están más presentes en el texto, focalizados por él, que la palabra lit o la I (la letra)
o los fragmentos de «enseveli» (sepultado), «abolí» (abolido), etc. El «sujeto» del texto
sería, si es posible seguir hablando aquí de sujeto, esa palabra, esa letra, esa sílaba, el texto
que forman ya en el tejido de sus relaciones.
Mallarmé escribe, por lo demás, casi siempre sobre un texto -tal es su referente-, a
veces sobre su propio texto en su versión anterior. El ejemplo del or constituye una
demostración luminosa de recurso a la homonimia, de lo que Aristóteles denunciaba como
mala poesía, instrumento de retórica para sofistas. La primera versión nombraba su
referente, el acontecimiento que constituyó su pretexto, el escándalo de Panamá, la historia
de F. de Lesseps, etc. Y advirtamos que lo hacía para mantenerlos en su rol de ocasión
poética: «Aparte las verdades que el poeta puede extraer y guardar para su secreto, fuera de
la conversación, meditando en producirlas, en el momento oportuno en transfiguración,
nada, en este derrumbe de Panamá me interesa, por el brillo».
Este trabajo sobre or no se limita al librillo que lleva este título. El signo or está
marcado por doquier. Por ejemplo, en aquella letrilla: Fasse le ciel qu’il nous signe, or /
Bravos et louange sonore (Quiera el Cielo que nos signe, oro / bravos y alabanza
sonora). En este caso, or (oro) se encuentra muy próximo de sonore (sonoro/a). Sucede con
mucha frecuencia que Mallarmé coloca el nombre or tras el adjetivo posesivo son (son or).
Pero son or (su oro) suena igual que sonore (sonoro), con lo que nos hace dudar entre la
forma del adjetivo calificativo y las del nombre precedido del adjetivo posesivo; y, aún
más, nos hace dudar del valor de son (su) y son (sonido) adjetivo posesivo y substantivo:
son or (su oro, el suyo), le son or (el sonido oro, sonido color oro, que tal es el color
fundamental de la música y de las puestas de sol para Mallarmé), el son or (la vacuidad del
significante fónico o gráfico «or»). Algunos ejemplos.************ El primero nos mostrará
también el juego de or con heure (hora). Sabemos que or u ores, la conjunción lógica y el
adverbio de tiempo, tienen como etimología hora, la hora. Encore (aún) es hanc horam, lo
que nos muestra una determinada lectura de todos los encores y aloras de Mallarmé; que
parece a veces enunciar literalmente la identidad de or y de heure: «... un eclipse, oro, esa
es la hora...». Igitur desmonta y demuestra esta complicidad de la orfebrería y de la
relojería: la Medianoche.
El soneto en yx:
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Mais proche la croisée au nord vacante, un or
Agonise selon peut-étre le décor
Des licornes.
El oro, el color de las puestas de sol, de las apariciones de la luna (Ese despertar
oro de la luna...), de atardeceres, momento de la indecisión crítica, connota también el
libro-tumba, el broche de cierre (¡Oh broches de oro de los viejos misales...! en el destello
de oro del broche heráldico).
¿Es, en estos casos, or una o varías palabras? El lingüista dirá quizá -y el filósofo-
que al ser distintos, a cada momento, el sentido y la función, debemos leer cada vez una
palabra diferente. Y, no obstante, esta diversidad se cruza y reaparece por un simulacro de
identidad del que es imprescindible que demos cuenta. Lo que así circula ¿no es acaso para
no constituir una familia de sinónimos, simple máscara de una homonimia? Pero no hay
nombre: la cosa misma es (la) ausente, nada es sencillamente nombrado, el nombre es
también conjunción o adverbio. Ni aun siquiera ya palabra: lo eficaz está con frecuencia en
una sílaba en la que la palabra se disemina. Ni homonimia, pues, ni sinonimia.
En fin, ¿por qué el tratamiento crítico de este or no habría de jugar a distancia con
su homónimo o, más bien, con su homógrafo inglés, el versus disyuntivo que en él se
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enuncia? Es bien sabido, y no sólo por su biografía, que la lengua de Mallarmé se deja
elaborar siempre por el inglés, que se intercambia regularmente con él, y que el problema
de este intercambio queda explícitamente recogido en Les Mots anglais. Razón que nos
advierte que «Mallarmé» no pertenece enteramente a la «literatura francesa».
(Quizá hubiera sido preciso también hablar aquí de Stéphane Mallarmé. De su obra,
de su pensamiento, de su inconsciente y de sus temas: de lo que, en suma, parece que ha
querido decir, obstinadamente, del juego de la necesidad y del azar, del ser y del no-ser, de
la naturaleza y de la literatura, y de otras cosas por el estilo. De las influencias, sufridas o
ejercidas. De su vida, en primer lugar, de sus lutos y depresiones, de su docencia, de sus
desplazamientos, de Anatole y de Méry, de sus amigos, de los salones literarios, etc. Hasta
el espasmo, final, de la glotis.)
Jacques Derrida
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** Capítulo extraído de Tableau de la littétature française, vol, III, París, Gallimard. 1974, pp. 368-379.
**** El lector comprenderá que hayamos dejado en francés, además de los términos sobre los que se apoya el
discurrir de J. Derrida. los textos poéticos de Mallarmé que las contextualizan. Nuestra traducción. que hemos
querido absolutamente literal y fiel a la sintaxis y a las equivalencias semánticas, demuestra a las claras. aquí
por la vía de la tópica «traición», la indecibilidad y la impenetrabilidad del significante que, si ya es evidente en
su forma de origen, se convierte en escandalosamente inadecuado cuando una nueva sintaxis o, aún más, una
nueva fonética lo deforma o incluso destruye Sirva nuestra traducción para al menos, mostrar esta evidencia.
(N. del T.).
***, se alza musical, idea misma y suave, la ausente de todos los floreros.*** Sus, participio de savoir -sabidos,
conocidos-, puede igualmente hacernos pensar en el adverbio: arriba, los cálices arriba (N. del T.)
******** Por homonimia de tipo homofónico, no homográfico, / El / es la forma fonética de las grafías elle y
aile. (N. del T.)
********** En sus ensayos de psicofonética, Fonagy concluye, tras larga revisión de opiniones que remontan
a los presocráticos, sobre la dulzura y el erotismo de L y de I. En su emisión. el ápice de la lengua, como en los
actos de succión .-leche. beso...- se eleva hacia la zona alveolar prepalatal de la cavidad bucal. Cfr. Iván Fonagy.
La voix humaine, Paris, Payot. 1983, pp. 75 y ss. (N. del T.)
************ Sólo el substantivo son (sonido). con su mayor carga acentual. alteraría levemente, en el plano
fonético. la homofonía resaltada por Derrida / sono:R /, válida para las agrupaciones gráficas son or / sonore.
(N. del T.).
************ También aquí podemos seleccionar entre el presente de tuer (il tue, mata) y el participio de se
taire (tue, callada) (N. del T.).