Jesús, La Resurrección y La Vida

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Jesús, la resurrección y la vida (Juan 11:17-27)

“Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que


Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de
Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos
habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su
hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió
a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a
Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios,
Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le
dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día
postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que
vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?  Le
dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios, que has venido al mundo”.
Juan 11:17-27

INTRODUCCIÓN

                   Continuamos nuestro recorrido a lo largo del


capitulo 11 de este evangelio y hemos llegado al momento
donde Jesús finalmente llega a Betania, el lugar donde
Lázaro vivía. Si recordamos un poco, Jesús se encontraba
lejos de Betania cuando llegaron unos mensajeros de Marta y
Maria diciéndole que Lázaro su hermano estaba muy enfermo
y necesitaban que viviera de inmediato, pero el Señor no
partió al momento de recibir la noticia, sino se quedó allí dos
días más. Luego, en vez de ir a Betania decide ir a Judea, y
allí declara que Lázaro ya estaba muerto. Por la afirmación de
Marta en el versículo 39, para este momento que Jesús llega
su hermano llevaba ya 4 días de muerto, por lo que podemos
suponer nuestro Señor se tardo al menos 4 días en llegar a
ellas. Ahora que Jesus llega a Betania Marta le sale al
encuentro con el fin de reclamar su tardanza, pero realmente
nuestro Señor jamás estuvo tarde en todo lo que hizo, sino
había un propósito supremo en todo lo que estaba pasando.
En estos versículos encontraremos el quinto gran “Yo Soy” de
este evangelio, y esta poderosa declaración también encierra
la gloriosa esperanza de todo el evangelio, la resurrección.

Jesús, la resurrección y la vida

LAS CEREMONIAS FÚNEBRES DE LOS JUDÍOS

“Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que


Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de
Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos
habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su
hermano”.
Juan 11:17-19

              Las ceremonias fúnebres en Judea llegaron a ser


una verdadera tradición que por un tiempo representa una
carga para las familias de Palestina. Debido al clima de la
región los muertos tenían que sepultarse lo más pronto
posible, los cuerpos de los difuntos sus cuerpos eran
aromatizado con ungüentos, perfumes y especies, y durante
mucho tiempo el muerto era sepultado con toda clase de
objetos de valor, a tal punto que estas ceremonias eran un
verdadero gasto para los judíos ya que cada familia se
preocupaba por gastar lo más que pudieran, y fue así como a
mediados del siglo I d.C. esto llego a convertirse en una
carga insoportable. Fue así que el ilustre rabino Gamaliel II
hizo algunas reformas a esta tradición y  dejó dispuesto que
bastaba con que al difunto se le enterrara envuelto en un
sudario de la tela más sencilla, de hecho, cuando murió pidió
que se le sepultara con las vestiduras más humildes y sin
grandes pampas, poniendo así fin al despilfarro de los
funerales. Hasta hoy en día se bebe una copa en los entierros
judíos a la memoria de rabí Gamaliel II, que rescató a los
judíos. Mientras se estaba en el duelo, se hacían grandes
lamentaciones, de hecho existían los famosos endechadores
los cuales se dedicaban a llorar y poner un aspecto fúnebre y
triste, también no se podía comer nada en presencia del
cadáver ni discutir ninguna clase de tema referente al estudio
de la Torá, tampoco se tenía que importunar a la familia del
fallecido con temas triviales o imprudentes. Las primeras
horas del duelo, la familia del difunto expresaban verdadero
dolor y no conversaban mucho, luego realizaban una
procesión llevando al muerto al lugar de su sepultura y
generalmente las mujeres solían ir adelante ya que los judíos
consideraban que fue por causa de Eva que el pecado y la
muerte había entrado al mundo. Después que el muerto era
sepultado, los amigos y personas que acompañaban a la
familia doliente formaban dos filas por donde ellos pasaban.
Al llegar a la casa, los amigos de la familia doliente repartían
la comida que habían preparado que consistía en pan,
lentejas y huevos duros, que por su forma, simbolizaban la
vida que va rodando hacia la muerte. A esto le seguía la
semana de duelo donde los primeros tres días pasaban
llorando y durante esta estaba prohibido ungirse, lavarse la
cara y dedicarse a cualquier labor de estudio o negocio.
Luego de esa semana se completaba con otros que sumaban
un total de 30 días (incluyendo los 7 anteriores) donde pasara
recordando al difunto y reincorporándose poco a poca a su
vida normal. Fue en la etapa de los primeros siete días que
Jesús llego: Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro
días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca
de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos
habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su
hermano.

MARTA Y MARÍA

“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a


encontrarle; pero María se quedó en casa”.
Juan 11:20

                Aquí volvemos a encontrar a las hermanas de


Lázaro, Marta y María. Por un lado tenemos a Marta, que
pareciera que es la hermana mayor y por su forma de
comportarse muchos consideran que era la más extrovertida
e impulsiva ya que al enterarse que Jesús venía salió de
inmediato a buscarle con el fin de reclamarle. También
tenemos a María, que parecía que tenía un carácter más
introvertido, era más tranquila, menos impulsiva que su
hermana, ya que al oír que Jesús venia decidió quedarse
quieta. Uno puede ver estos caracteres reflejados en un
pasaje de Lucas: “Aconteció que yendo de camino, entró en
una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual,
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta
se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo:
Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir
sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo:
Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la
buena parte, la cual no le será quitada”, (Lucas 10:38-42). Si
nos damos cuenta, mientras Marta se afanaba con su espíritu
dinámico, María yacía sentada a los pies de Jesús
escuchando de forma tranquila la palabra de Dios, por ello
muchos consideran a Marte como la del carácter extrovertido,
impulsiva y dinámica; mientras que María era introvertida y de
carácter más pacífica.
MARTA LE RECLAMA A JESÚS SU RETRASO, PERO SE
CONSUELA EN LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN

“Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi


hermano no habría muerto. Más también sé ahora que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano
resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la
resurrección, en el día postrero”.
Juan 11:21-24

            Cuando Marta vio al Señor no perdió tiempo para


reclamar su supuesto atraso ya que según ella, si Él hubiese
estado allí su hermano no hubiera muerto: Y Marta dijo a
Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría
muerto. A pesar de su reclamo Marta seguía aún creyendo
que Jesús: Más también sé ahora que todo lo que pidas a
Dios, Dios te lo dará. Muchas veces podemos pasar por
situaciones en las cuales pensemos que Jesús se atrasa en
venir en nuestra ayuda, como Marta podemos expresar con
todo respeto y reverencia nuestra frustración, pero nuca
debemos olvidar que Él es omnipotente, y que no hay nada
imposible que no pueda hacer. Ante la declaración de fe de
Marta, Jesús le afirma: Tu hermano resucitará. Marta
ignoraba que Jesús estaba allí para resucitar a su hermano,
ella creía que nuestro Señor quería consolarla con una
creencia popular de sus tiempos: Marta le dijo: Yo sé que
resucitará en la resurrección, en el día postrero. La
resurrección de los muertos fue parte de las creencias que los
judíos mantenían ya que por generaciones la muerte era una
experiencia que había traído gran incertidumbre a sus vidas.
Bastaba ver las declaraciones que se encontraban en
algunas partes de la Escritura del Antiguo Testamento para
darnos cuenta de esto: “Porque en la muerte no hay memoria
de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?”, (Salmo 6:5). El salmista
creía que en la muerte ya no había más memoria del muerto.
Y no solo allí vemos expresada esta creencia: “¿Qué
provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura?
¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?”, (Salmo 30:9).
El mismo Salomón, el hombre más sabio que ha existido en
este mundo, expresaba su incertidumbre en cuanto a lo que
hay después de la muerte: “Todo lo que te viniere a la mano
para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol,
adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”,
(Eclesiastés 9:10). El mismo profeta Isaías expresa su duda
en cuanto al destino de aquellos que descienden a la
muerte: “Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la
muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu
verdad”, (Isaías 38:18). No obstante, también encontramos
unos versículos que expresaban su esperanza en que la
muerte de los justos no sería desestimada por
Dios: “Estimada es a los ojos de Jehová La muerte de sus
santos”, (Salmo 116:15), y por ello Balaam anhelaba morir la
muerte de los justos: “…Muera yo la muerte de los rectos, y
mi postrimería sea como la suya”, (Números 23:10). Un
Salmo mesiánico expresaba la esperanza de que Dios no
dejaría a sus santos en el olvido de la muerte: “Se alegró por
tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también
reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el
Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás
la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo;
delicias a tu diestra para siempre”, (Salmo 16:9-11). Y no fue
hasta que el profeta Daniel revelo que después de la muerte
vendría la resurrección de los muertos, los impíos resucitarían
para condenación eterna, y los justo para vida eterna: “Y
muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y
confusión perpetua”, (Daniel 12:2). Por ello, los judíos tenían
la esperanza de que los justos resucitaran en el día postrero,
y esa fue la confianza que Marta expreso; pero ella no sabía
que Jesús estaba allí para resucitar a su hermano en ese
mismo día.

JESÚS ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en


mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
en mí, no morirá eternamente”.
Juan 11:25

             Este versículo nos enseña mucho en cuanto a


nuestra gloriosa esperanza. Aquí encontramos el quinto gran
“Yo Soy” y en él nuestro Señor se presenta a sí mismo como
la esperanza del cristianismo: La resurrección y la vida, y eso
es lo que realmente representa Jesús, Él es la resurrección y
la vida para todos aquellos que creemos en su persona.
Muchos repiten este refrán: “para todo hay solución menos
para la muerte”, pero eso en el cristianismo no es así aun
para la muerte hay esperanza. El pecado destruye la vida del
ser humano y lo conduce a la condenación eterna, este vive
esclavizado sin posibilidades de liberarse de las garras del
diablo, pero para eso mismo vino Jesús, para destruir las
obras del diablo y dar vida eterna a todos los que creen el
Él: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo
peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios,
para deshacer las obras del diablo”, (1 Juan 3:8). Jesús ha
prometido darnos vida eterna y resucitarnos en el día
postrero: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora
cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y
los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más
los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”,
(Juan 5:28-29). Esta es la promesa que Jesús nos hace, lo
único que tenemos que hacer es creer en ella: Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. Jesús promete que el que Cree en Él no morirá
jamás, y esta muerte se refiere a la muerte espiritual, es
decir, a la condenación eterna, por tanto, el que cree en su
persona tiene vida eterna y jamás vera condenación.

LA CONFESIÓN DE FE DE MARTA

“¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el


Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.
Juan 11:26-27

             Ante tal declaración, el Señor le pregunta a


Marta: “¿Crees esto? Y ella respondió de tal forma que
expresa la forma de cómo debemos creer en Jesús: Le dijo:
Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
que has venido al mundo. Hay tres cosas que debemos creer
en cuanto a la persona de Jesús. La primera es que Él es el
Cristo. La palabra Cristo se traduce del griego Jristós
(Χριστός), y significa el Ungido. En hebreo la palabra Ungido
es Mesías, y esta es Mashiakj ( ַ‫)מָ ׁשִ יח‬ y con ella se designaba
a aquel que sería enviado por el mismo Dios para traer el
descanso y libertad al pueblo de Israel, y sobre Él reposaría
el Espíritu Santo: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre
mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar
buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados
de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos
apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad
de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar
a todos los enlutados”, (Isaías 61:1-2). La segunda cosa que
debemos creer en cuanto a la persona de Jesús es que Él es
Dios. El Señor no solo es un gran profeta, ni un ser más
creado por Dios, sino es el mismo Dios, y esta verdad ha
formado parte de la teología fundamental que el creyente
debe creer: “de quienes son los patriarcas, y de los cuales,
según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las
cosas, bendito por los siglos. Amén”, (Romanos 9:5). La
tercera cosa que debemos creer en cuanto a la persona de
Jesús es que Él ha sido enviado a este mundo para
redimir nuestros pecados. Marta decía creer que Él había
venido al mundo, y vino con un propósito definido, y este era
redimirnos de nuestros pecados y darnos la vida eterna. El
apóstol Pablo sabia resumir muy bien el mensaje del
evangelio: “Porque primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó
al tercer día, conforme a las Escrituras”, (1 Corintios 15:3-4).
Jesús murió por nuestros pecados, pero resucitó para que a
través de la fe nuestros pecados nos sean perdonado y en el
día postrero podamos resucitar, así lo expresa con gran jubilo
el apóstol Pablo: “He aquí, os digo un misterio: No todos
dormiremos; pero todos seremos transformados, en un
momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;
porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados.  Porque es
necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto
mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se
haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido
de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está
escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que
el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la
ley.  Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo”, (1 Corintios 15:51-
57). De esta forma todos debemos creer en Jesús, ya que Él
es el Cristo, el Hijo de Dios y aquel a quien Dios Padre envió
para remisión de nuestros pecados, Él es la resurrección y la
vida y el que crea en Él no morirá jamás.

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