Los Existenciarios Trans Lohana Berkins

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Los esistemciaiFios trams

Lohana Berkins

Participar en esta obra que reúne a intelectuales que tienen en sus


manos ese arte de “curar” el sufrí miento humano brinda la oportu­
nidad de que, no siendo yo una académica, se abran las puertas de
las casas de estudio para escuchar la voz de quienes como yo elabo­
ramos reflexiones a partir de nuestras vidas, no de los libros. Ésta
debería ser la academia verdadera, aquella que organiza sus saberes
escuchándonos.
Dicho esto, quiero señalar que nosotras adherimos a la teoría
queer como un conocimiento que surge cuestionando el orden de gé­
nero, la binariedad. Sin embargo, como comunidad travestí tran-
sexual, también tenemos nuestras tensiones con esta teoría, acu­
ñada desde la diferencia pero producida, fundamentalmente, en los
países centrales.
Á nosotras nos seduce la idea de derribar las identidades, de vivir
en un mundo “degenerado”, pero nos parece que decir esto en el con­
texto estadounidense o europeo es muy diferente a decirlo en nuestra
América Latina. La traducción de un contexto a otro es un proceso
muy complejo, hasta ahora no alcanzado. No es lo mismo ser una tra­
vestí en Buenos Aires, en Salta, en Bolivia, que serlo en Manhattan
o en Amsterdam.
Se trata de un proceso complejo que ya vivimos dentro de nuestra
propia comunidad g l t t y b . Con frecuencia quedamos sumidas en un
discurso gay lésbico y aún cuando hace muchos años se agregó la t,
si hacemos un análisis crítico de los discursos g l t t y b , nuestra repre­
sentación es aún frágil, nuestras demandas no son siempre incorpo­
radas, nuestras conquistas son invisibilizadas y la t termina siendo
una respuesta políticamente correcta de personas bienpensantes.
Quiero decir, no necesitamos recurrir a la teoría queer para pensar
en la exclusión; la tenemos a la vuelta de nuestra propia esquina.
Algunas feministas negras dijeron una vez que no es lo mismo ser
mujer en un cuerpo blanco, heterosexual y de clase media, que
ser mujer en un cuerpo negro, lesbiano y de clase baja. Nosotras
podemos decir que no es lo mismo ser diferente en un cuerpo gay, de
clase media y blanco, que ser diferente en un cuerpo travestí, pobre
y boliviano.
La identidad no es meramente una cuestión teórica, es una ma­
nera de vemos y ser vistas de una manera que puede permitir o
impedir el reconocimiento, el goce, el acceso a derechos. En este sen­
tido, la identidad no es un detalle menor, todas las violencias que
sobre nosotras se ejerce son por ser, precisamente, travestís. Defi­
nimos como travestís, no como gay, no como transexual, es un acto
político, propio de nuestro movimiento y, me atrevería a decir, pro­
pio de la Argentina. No es, como suelen decir las europeas, el paso
hacia la transexualidad; es un modo de vida, es dar un nombre á lo
que quiere ser “encajado” en un orden que impugnamos.
Si revisamos las políticas públicas, tenemos una clara evidencia
de la exclusión de la diferencia. ¿Cómo podemos ser sujetas de los
beneficios de las políticas? Ellas se diseñan atendiendo a un concep­
to absolutamente limi tado (mamá, papá, hijitos e hijitas), que no nos
describe.
Esta situación, que es sólo un ejemplo, es la razón por la que
necesitamos decimos travestís, pelear por nuestro reconocimiento,
apoyamos en nuestra identidad, impedir todo tipo de borramiento.
Y dado que estoy frente a un público vinculado a las ciencias de
la mente, debo decir que la psiquiatría ha abonado mucho la exclu­
sión. No necesitamos más que revisar los fallos judiciales emitidos,
sustentados en informes psiquiátricos, cuando solicitamos cambio
de documento de identidad ( d n i ) sin decir que “nacimos en un cuer­
po equivocado”. Yo no nací en ningún cuerpo equivocado, ni estoy
atrapada en un cuerpo de varón. Soy travestí y no tengo por qué
responder a preguntas como: “¿Usted piensa como una mujer?”.
¿Qué es pensar como una mujer, qué mujer, de dónde, de qué edad?
Díganme ustedes, chicas, ¿cómo piensan?, ¿lloran como mujer?, ¿es
porque llevan vestidos y zapatos de mujer que son mujeres?, ¿qué es
lo femenino y quién lo definió así?, ¿con qué autoridad?
Cuando nosotras empezamos a desafiar a la Justicia, la primera
aclaración que hicimos fue que no nos íbamos a someter a ninguna
pericia psiquiátrica. ¿Qué manual psiquiátrico se usa para esas pe­
ricias? El que define ya de entrada que si no lloro como mujer soy
un desviado que pudiendo vivir “normalmente” elijo vivir de manera
contraria a lo que el manual dice. O tenemos que relatar una his­
toria de sufrimiento feroz que justifique esa anormalidad, tenemos
que decir que fuimos violadas de pequeñas, expulsadas de nuestras
casas, atormentadas por la policía, golpeadas por nuestros padres.
Si damos vuelta esta lógica, yo podría preguntarle al psiquia­
tra: “Dígame, cuál es su género, demuéstreme que es varón o que es
mujer. Si usted me escruta a mí, yo tengo derecho a hacer lo mismo
con usted. ¿Fue violado por su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo?, ¿su
papá le pegó cuando era chico?”.
Estas intervenciones son claramente violatoxias del derecho a la
privacidad, a lo que quiero contar de mi vida y lo que no quiero contar.
Es increíble que todavía se apliquen estos protocolos que contravie­
nen la libertad de las personas,, sus derechos más elementales.
Sorteado el primer interrogatorio, vamos a los médicos, y ahí
ellos dictaminan cuán femenino se es. ¿Cómo se mide esto? ¿Hay un
libro que mida el grado de femineidad de un cuerpo?, ¿hay una tabla
falométrica? Tenemos un poco de esto, otro de esto otro, todo ello
mezclado da mujer o da varón.
Lo que queda sin escuchar es, ni más ni menos, nuestros recla­
mos para ejercer el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda,
a un trabajo, a amar, a circular libremente, a salir de paseo. No hay
psiquiatra ni médico qué pregunte sobre esto, que señale en sus in­
formes esto.
Los médicos parecen desesperados por devolverle a la sociedad
un ser heterosexual. Quedan contentos si decimos que somos mu­
jeres, argentinas, madres, que amasamos empanadas, cantamos el
himno nacional y, además, profesamos el catolicismo. Enloquecen
cuando les decimos: “Soy travestí, autorice mi dni para que pueda
tener una vida menos afectada por tantos obstáculos”. No quiero
ser mujer, no sé cómo son las mujeres, quiero ser travestí, eso soy;
tampoco quiero ser un hombre. Conozco el lugar donde no quiero
estar y estoy construyendo mi propio sitio, con lo que puedo, lo que
tengo, pero con la certeza de quién soy. ¿Por qué tengo que recurrir
a la binariedad “varón o mujer”?
Además, incorporan en sus análisis la orientación sexual, la prác­
tica sexual, como parte de la identidad de género. ¿Se imaginan si
decimos que, además de ser travestís, vivimos eróticamente con una
mujer? ¡Nos condenan a prisión perpetua!
Tampoco en nuestra comunidad hay un solo modelo de travestis-
mo. El sistema ha construido, en un extremo, a alguien como Flo­
rencia de la V y en el otro a Zulema Lobato. Estos son los iconos que
se han elaborado sobre el travestismo, pero pocas tenemos que ver
con estas dos maneras de describimos. Yo misma, que presido una
cooperativa de trabajo para travestís, conformada por muchas com­
pañeras jóvenes, no entiendo lo que hablan. Sus Bluetooth, sus You-
Tube, los floggers, los emo... todos términos que responden a una
generación que no es la mía. Hay muchas maneras de corporizar la
experienciay esto no vale sólo para las mujeres y los varones, vale
para todas las personas. A mí me irrita mucho ese tipo de reflexiones
según las cuales la sola palabra “travestí” incluye a todo el colectivo.
Algo así como “conocés a una travestí y has conocido a todas”. No,
también entre nosotras hay diferencias.
Suelo viajar mucho por el mundo y en el único país en el que
encontré mayor despreocupación por los casilleros “varón” y “mujer”
fue en Sudáfrica. A l pasar por la aduana, frente a la pregunta sobre
mi identidad, yo escribí transgénero. Nadie se preocupó por ello. No
sé aún hoy si esto respondió a que el señor de la aduana era muy
sabio o estaba cursando alguna materia con Judith Butler. En algún
momento, la sociedad argentina tendría que tener esta despreocupa­
ción. Para ello, claro, tenemos antes que visibilizamos y luchar por
nuestro reconocimiento. No es adhiriendo a una teoría como vamos
a deshacemos de las identidades.
Retomando la idea del comienzo, a mí me interesa que los futu­
ros psicólogos o psicólogas puedan empezar a pensar en esta cues­
tión, puedan empezar a discernir que no es lo mismo ser gay que
ser travestí. Si yo contara cómo se fue conformando mi identidad,
el relato resultante incorporaría, además, mi clase social, mi et­
nia, la ideología de la que participo, mi corporalidad. Porque en la
construcción de la identidad intervienen muchos tópicos. Ella no
responde sólo a los juegos con muñecas y no a la pelota, como suele
señalarse. Esto es sólo una parte de nuestra historia, ni siquiera la
más importante. Ella no es sólo sufrimiento y pena, es también ale­
gría y poder de agencia. Nos sumamos a otras luchas, como la del
derecho al aborto y el poder de decisión sobre los cuerpos. Si yo les
pidiera a ustedes que dibujen un cuerpo de varón o tino de mujer,
no tendrían dudas sobre cómo hacerlo. Si les pido que dibujen un
cuerpo travestí, un cuerpo intersex, ¿qué dibujarían? Desde hace
muchos años, afortunadamente, nuevas corporalidades van encon­
trando un lugar en esta sociedad, van demandando sus derechos.
No es una tarea sencilla. Cuando yo me asumí como feminista,
lo primero que aprendí fue que la biología no era destino. Ahora,
cuando quise enrolarme como activista en el movimiento, la fór­
mula se invirtió rápidamente. Había nacido varón y no podía ser
feminista. Fue una pelea durísima ser aceptada por el feminismo,
todavía lo es hoy.
Pero no hay un solo cuerpo que “encaje” en el feminismo. Tenemos
que interpelar a la teoría y también a la política feminista. El femi­
nismo fue un movimiento emancipatoiio que no puede perder ese ca­
rácter y nosotras peleamos por eso, por ampliar los márgenes respecto
de qué se construye como mujer. De la misma manera que peleamos
para quitamos de encima el carácter de víctimas, porque necesitamos
intervenciones de la Justicia que no trabajen sobre nuestro cuerpo
como víctimas sino como sujetas de derecho. Fácilmente puede caerse
en una especie de terrorismo corporal, pero no es así como nos eman­
ciparemos de los atajos que nos ponen el derecho, la salud, el empleo,
la política en general. ¿Cómo se mide el dolor? ¿Quién sufre o ha sufri­
do más? No hay modalidades exactas de medición de estas cuestiones.
Hemos avanzado mucho en nuestro país y pronto estaremos
debatiendo la Ley de Identidad de Género, que desde hace tanto
tiempo venimos elaborando.1A llí hay cuatro puntos que me gustaría
compartir:

1) No criminalización de la identidad travesti-transexual.


2) No necesariedad de intervención quirúrgica alguna para acce­
der al cambio de identidad y nuevo d n i .
3) Acceso libre y gratuito a la salud para que, quienes quieran
algún tipo de intervención, puedan hacerlo sin costo alguno.
4) La no definición sustantiva de qué es ser travestí, trans, pre­
gunta que suelen hacemos con frecuencia y a la que siempre
contesto: “Si yo supiera tanto, no estaría suplicándole a usted
esta ley”. Tratamos de formular, una ley amplia, abarcativa.

El debate fue duro con las y los diputados. Ellos y ellas querían
definiciones sobre nosotras. ¿Y cómo certifican ellos y ellas que son,
efectivamente, ellos y ellas? ¿Por qué teníamos que hacerlo nosotras?
Otro punto interesante fue el debate acerca de la edad a la que
alguien puede recurrir a esta ley. En el proyecto original, nosotras
no habíamos puesto edad y, finalmente, se decidió que eran los die­
ciocho años el momento oportuno para peticionar el cambio. Sin
embargo, también está escrito en la letra de la ley que quienes no
han llegado aún a los dieciocho años pueden comenzar sus trámites

1. Finalmente, la Ley de Identidad de Género, que lleva el número 26.743, fue sancio­
nada el 9 de mayo de 2012. [N. de los E.]
haciendo la reserva de lo que sería su “prenombre” ante el Registro
Civil de las Personas e iniciar luego el proceso de adquisición de su
nueva identidad. Para ello está la figura del “abogado del niño o la
niña”. El niño o la niña podrá tener acceso a un certificado, no el d n i ,
como digo, con el que podrá transitar por ejemplo los espacios esco­
lares sin que las y los docentes violen su derecho a ser nombrado o
nombrada como desee. Si bien se indica que los padres deberán con­
sentirlo, si ello no ocurriera, entonces los niños y las niñas acuden a
esta figura del abogado.
Como pueden advertir, hemos previsto todas las alternativas,
hemos armado una ley lo más amplia posible, una ley modelo en el
mundo, donde las más parecidas no han podido sacar, por ejemplo,
la “psiquiatrización” de la identidad. Quiero aclarar también que
ésta no es una ley de cambio de sexo, como han titulado varios me­
dios de comunicación. Ésta es una ley de reconocimiento de la iden­
tidad; quiero decir, quienes deseen cambiar su sexo pueden hacerlo
pero quienes no lo deseen no tienen necesidad de ello, pueden acce­
der al cambio de identidad sin ninguna obligación de “acomodar” su
sexo a ella.
También he escuchado observaciones, en su mayoría provenien­
tes de los sectores de derecha, que crean una especie de pánico di­
ciendo que si todos y todas pueden cambiar la identidad, también lo
harán los ladrones. Quédense tranquilos, el número de d n i será el
mismo. No hay cambio de filiación tampoco, nuestros padres y ma­
dres serán siempre los mismos. No podré yo elegir a una Fortabat
como madre y ser heredera de su fortuna, lamentablemente, ¿no?
Con la Ley de Identidad de Género estamos ante un cambio sim­
bólico de dimensiones increíbles. Es una ley que parece estar un
paso más delante de la sociedad y eso implica que la lucha no ter­
mina con su promulgación, ahí en realidad empieza. Y -yo espero
que todos y todas ustedes se sumen, desde sus propios ámbitos de
intervención, a esta batalla.

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