Javier García Castiñeiras - Cuerpos Escritos
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CUERPOS ESCRITOS
EL CUERPO REFERENTE, FUENTE Y ESCRITURA1
Javier García2
I INTRODUCCIÓN
Como objeto del mundo el cuerpo humano tiene una presencia de imagen
especialmente fuerte, pues ningún otro objeto es un semejante, un objeto
que en algún momento constituyó la imagen propia y que es, a la vez,
objeto de pulsión. De ningún objeto como del cuerpo de otro se dependió (y
se depende) tanto para la existencia, el reconocimiento, la satisfacción y la
reproducción.
1
Texto modificado de “Escrituras y lecturas del cuerpo”, J. García, abril de 2002.
2
Médico Psiquiatra, Psicoanalista, Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del
Uruguay –APU-. Br. J.G. Artigas 2654, 1300 Montevideo, Uruguay. E-Mail:
[email protected]
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Existe una creencia que ubica al cuerpo biológico como cuerpo real y a los
otros cuerpos, incluido los psicoanalíticos –cuerpo erógeno, imagen
corporal-, como cuerpos fantaseados o imaginarios, productos del
pensamiento humano. Sin embargo, todos los cuerpos que disponemos
como resultado de nuestras investigaciones y creaciones integran el campo
de la cultura. Todos ellos guardan de diferentes formas alguna relación
simbólica con lo real, lo que nos permite tantos usos de la palabra cuerpo.
Y, si rastreamos las ideas de cuerpo anatómico, por ejemplo, como lo hizo
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Ésta última (“Cuerpos que importan”; Ed. Paidós, BsAs, 2002) comienza su
libro planteándose el tema de la materialidad de los cuerpos en una
discusión con el concepto de “construcción” de los cuerpos, como efectos
de los discursos, de la cultura. El texto apunta a que las normas culturales
regulatorias del “sexo” (“ideal regulatorio” de M. Foucault) tienen un efecto
“performativo” para construir la materialidad de los cuerpos (pág. 18). La
materialidad misma es construida en esa acción performativa de los
discursos y el poder. No es que sobre ella se ejerza una influencia
discursiva, como imposición sobre la superficie de la materia o cuerpo.”…
una vez que se entiende el “sexo” mismo en su normatividad, la
materialidad del cuerpo ya no puede concebirse independientemente de la
materialidad de esa norma regulatoria” (pág.19). La discusión es entre el
carácter “natural” y el “cultural” del cuerpo. Si lo “natural” tuviera una
existencia separada y separable, aun así se construye como aquello que
carece de valor (pág. 22), “asume su valor al mismo tiempo que asume su
carácter social, es decir, al mismo tiempo que la naturaleza renuncia a su
condición natural” (ibíd.). Si esto fuera así, como lo han sostenido distintas
feministas, “la distinción sexo- género se diluye siguiendo líneas paralelas;
si el género es la significación social que asume el sexo dentro de una
cultura dada …,qué queda pues del sexo, si es que queda algo, una vez que
ha asumido su carácter social como género?”, se pregunta. “Lo que está
en juego es la significación del término “asunción”… Si el género consiste
en las significaciones sociales que asume el sexo, el sexo no acumula pues
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La construcción del sexo. Thomas Laqueur, Ed. Cátedra, Madrid, 1994.
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Juan David Nasio, en “Los gritos del cuerpo” (Ed. Paidós, BsAs, 1996)
cuando se refiere al cuerpo en Psicoanálisis (pág. 121 en adelante) dice
que es decisivo “enterrar el dualismo cartesiano de cuerpo y alma”. “Para
nosotros -dice-, el cuerpo no es carnal. El cuerpo es un cuerpo que pasea,
un cuerpo estallado, que nos es exterior. El cuerpo, para el psicoanálisis,
en relación con lo psíquico, es el que el sujeto lleva en sus brazos. Tenemos
que aceptar esta imagen. Y a este cuerpo lo perdemos y lo recuperamos.
Es un cuerpo del ´entre-dos´, del intervalo. Y es necesario hacer un gran
esfuerzo para habituarse a la idea de que el cuerpo del paciente acostado
no es ése que se encuentra en el diván. El cuerpo del paciente acostado se
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Los gestos, los comportamientos, por ejemplo, tienen una lectura social
posible. Hay, si se quiere, múltiples aprendizajes, conscientes o pre-
conscientes, en la experiencia con los otros. Hay también adiestramientos
del cuerpo. Si todo esto puede tener la apariencia de algo natural, no es
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IV SUPERFICIES MARCADAS
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Los humanos, por nuestro origen, levantarnos del piso, liberar nuestras
manos, fuimos cambiando nuestra sensorialidad a favor de la visión y
también cambiando la forma de marcar el mundo. El instinto sexual es
inevitablemente marcador porque necesita dejar rastros hallables por
otros de la misma especie y especialmente por el otro sexo de la misma
especie. Un instinto podríamos decir “marcador”, a la vez que se disponía
de órganos que podían registrar esas marcas. Los rastros requieren
poder ser percibidos y reconocidos, no siempre conocidos previamente
o re-presentados. A nivel del instinto animal las cosas parecen funcionar
más como la lectura que hace un código de barras.
La marcación animal se realiza fundamentalmente con sustancias del
cuerpo, especialmente las heces y la orina, pero también otras secreciones.
En la evolución parecería que la liberación de las manos y su
especialización motriz en la manipulación de objetos del mundo fue
llevando, por sustitución muscular, a un cambio en la producción de
marcas, solidario a restricciones o disciplinamientos básicos en la emisión
de sustancias. El hombre comenzó a marcar objetos, es decir, a construir
objetos humanos, dentro de los cuales estaba también su cuerpo.
El homo habilis se distinguió por ser capaz de distinguir huellas y signos
desconocidos, relacionándolos entre sí, es decir, a grandes rasgos,
“leerlos”. Un comienzo, si se quiere, de un tipo de “lectura” diferente a la
de un lector de código de barras. Las máquinas lectoras pueden tener
errores, pero el hombre como lector de marcas, aun cuando tiene un nivel
comunicacional con cierto consenso –expectativa mínima que tenemos por
ejemplo al leer un trabajo- no dispone de un significado ligado a cada
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J. García; “Coreo-grafías. Inscripciones arcaicas”.
”La inscripción libidinal de las experiencias arcaicas requieren del otro, el "ajeno" que Freud incluye
necesario para el cumplimiento de la "acción específica". Los acontecimientos son actos
impregnados del deseo de los padres. No es pensable como la imprenta estampa un papel en
blanco, sino como una danza donde participan todos estos protagonistas en coreo-grafías que se
van armando sin saberlo. Esta coreo-grafía constituye una parte esencial del registro (b). Podemos
decir que hay allí un acto inconciente de creación coreo-gráfica, re-creación de formas que provienen
de la historia inconciente de los padres.El concepto freudiano de "fantasía originaria", en tanto guión
escénico, está implicado en lo que designo como coreo-grafía. Pero esta metáfora apunta a abarcar
la importancia de los cuerpos (erógenos) en juego, sus movimientos, gestos, contactos,
separaciones, miradas, sostén, desencuentros, olores, placer y dolor. Experiencia sensible de
transmisión que, al igual que en la danza, no puede ser mediatizada por la palabra escrita ni oída, no
puede ser explicada sino vivida con el otro”.
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Los padres hablan al bebé y ya están ahí para él las palabras, aunque no
las disponga. Ellas portan, en su articulación discursiva, la estructura que
los padres transmiten. La voz, la entonación, la música, tienen allí su
primacía. Experiencias corporales significantes fónicas, no alfabéticos para
el bebé.
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A los efectos del placer, estético en este caso, no alcanza con ser una
experiencia sensible o de excitación sensorial. Quien surca el barro, la
madera o la piedra, quien rasguea las cuerdas, quien hace de su cuerpo un
trazo, logra que esos rasgos significantes se articulen, armándose en otro
como experiencia estética, sublimación de una experiencia erógena. La
excitación corporal como el rasguear una cuerda no constituye en sí nada
necesariamente placentero o estético. La excitación real se distingue de lo
erógeno como el ruido del sonido. Es en el acto donde coinciden excitación
y rasgo, cuando la excitación se limita al rasgo, que parece constituirse lo
erógeno como escritura.
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Del grito al pedido o gesto, del goce carnal a la experiencia de placer con
objetos sustitutos, del sufrimiento del cuerpo a las distintas formas de dolor
psíquico, de la vacuidad o completud narcisísticas al juego de intercambios
con otros también ligado a pérdida y duelos, muestran un tránsito que
requiere de un golpe de fuerza, causa y efecto de estructura: la represión.
Su fuerza no puede ser otra sino de lo que es fuerza real: la pulsión. Pero
no en un juego malabar de circuitos internos de cargas y contracargas –
como lo planteaba Freud-. Es la pulsión de otro que, ya hecha marca, porta
su rasgo cuando inviste. No inscribe propiamente, no talla ni esculpe, sino
que se pone en juego con experiencias de goce en el bebé que tomarán
forma de la coreografía desplegada en experiencia mutua libidinal con los
padres.
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BIBLIOGRAFÍA
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- NASIO, Juan David; “Los gritos del cuerpo” Ed. Paidós, BsAs, 1996.
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