Roich - El Uso Del Lenguaje en El Marco Social y Cultural

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El uso del lenguaje en el marco social y cultural


Paula Roich

A partir de la formulación de un modelo teórico para el análisis científico del len-


guaje, primero por parte de Ferdinand de Saussure entre la primera y la segunda déca-
da del siglo veinte con el objeto de fundar la lingüística como ciencia autónoma de
acuerdo con los parámetros positivistas de la época; y posteriormente luego de la pri-
mera propuesta de Noam Chomsky, en 1957, el desarrollo de muchas teorías lingüísti-
cas estuvo centrado en el estudio de los aspectos formales y generales que rigen el
código lingüístico. Ya sea que se considere al lenguaje en su aspecto convencional
como un acuerdo social tácito entre un conjunto de individuos que posibilita la unión
de determinadas ideas con ciertas cadenas acústicas, o bien en términos de una
estructura cognitiva particular que permite producir y comprender oraciones, las
investigaciones en lingüística dejaban fuera del objeto de estudio las cuestiones liga-
das al uso y a las diversas formas de comunicación y transmisión de contenidos signi-
ficativos que los hablantes reales producen en situaciones sociales de intercambio.
Saussure privilegió la lengua como objeto de estudio mientras entendía que el
habla, por ser de naturaleza psicofísica y presentar un considerable margen de varia-
ción individual, debía quedar excluida del análisis científico. Considerada una y la
misma para todos los hablantes de una comunidad, depositada de manera incomple-
ta como “tesoro” en cada uno de los usuarios que se convierten así en los soportes de
su existencia, la lengua es construida teóricamente como una entidad supraindividual
que se completa en la masa hablante. Estudiar la lengua desde esta perspectiva,
entonces, implica el análisis de una estructura homogénea y comúnmente accesible a
todos los que la comparten.
Chomsky, por su parte, propuso el abordaje teórico de una capacidad individual
e interna, la competencia lingüística, al tiempo que consideraba a la actuación o pues-
ta en práctica de esa capacidad un tipo específico de acto cuyo estudio debía ser enca-
rado por una teoría general de la acción. Puesto que hay tantas capacidades lingüísti-
cas como sujetos existentes en el mundo, y la lingüística es una disciplina teórica y no
experimental, el objeto de la lingüística debe ser entendido, para Chomsky, en térmi-
nos generales y abstractos. Por eso, la tarea de la teoría lingüística consiste en descri-
bir y explicar las propiedades de la competencia lingüística de un hablante oyente
ideal, esto es, de un supuesto sujeto homogéneo, que forma parte de una comunidad

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lingüística sin diferencias de lectos y que no se encuentra atravesado por cuestiones


psicológicas o sociales.
Desde la filosofía del lenguaje, por otra parte, una importante línea de investiga-
ción teórica iniciada a fines del siglo diecinueve por Gottlob Frege y sustentada duran-
te el siglo siguiente por el mismo Frege, Bertrand Russell y Alfred Tarski, entre muchos
otros, proponía la construcción de un lenguaje formal y lógico que pudiese aplicarse a
los estudios científicos con el propósito de eliminar toda posible ambigüedad en el
discurso y contribuir, así, a la consolidación de un conocimiento objetivo. Estos auto-
res se focalizaron en el análisis de los enunciados declarativos en los que se describe
un estado de cosas y que pueden ser evaluados como verdaderos o falsos. Del mismo
modo que varios lingüistas de la época, se centraron solamente en la función referen-
cial del lenguaje mientras dejaban de lado el resto.
Frente a esta postura, que privilegia lo homogéneo, ideal y general, surgen en los
años sesenta diferentes escuelas teóricas que se proponen analizar, a partir de marcos y
supuestos teórico-metodológicos diferentes, el uso del lenguaje que personas concretas
pertenecientes a diversos grupos sociales realizan en contextos sociales y culturales par-
ticulares. A pesar de estar guiadas por intereses y objetivos específicos, muchas de ellas
coinciden en el interés por la descripción de las diversas funciones que puede desempe-
ñar el lenguaje en los diferentes contextos y de los significados variables que se producen
a partir de esos usos. Como consecuencia de este cambio de foco, se redefinen los obje-
tos de estudio –fundamentalmente, a partir de la indagación sobre la naturaleza, propie-
dades y alcance de cada uno–, así como la metodología para abordar su análisis.
Por ejemplo, desde la lingüística, por parte de W. Lavob surge la sociolingüística
con la incorporación de variables sociales que permiten explicar las modificaciones lin-
güísticas propias del uso del lenguaje; con M. Halliday se inicia la escuela funcionalista
centrada sobre todo en el análisis de los textos y en la elaboración de una gramática sis-
témica. Por otra parte, el sociólogo J. Fishman encara el uso del lenguaje para entender
los procesos sociales y así se origina la sociología del lenguaje. En el ámbito de la filoso-
fía del lenguaje, a partir de los trabajos de P. Strawson así como por la teoría de los actos
de habla de J. Austin y J. Searle y la del significado no natural elaborada por P. Grice, se
piensa que es el lenguaje cotidiano el que debe tenerse en cuenta para la reflexión cien-
tífica y filosófica y no un sistema lógico abstracto desligado de las cuestiones sociales
en las que están insertos los sujetos que lo usan. Por último, desde la antropología lin-
güística, nace la etnografía del habla, fundamentalmente desde las investigaciones pio-
neras de Dell Hymes y John Gumperz. A diferencia de los teóricos de comienzos de siglo
veinte, preocupados por la constitución de disciplinas científicas claramente enmarca-
das, delimitadas y diferenciadas entre sí por la constitución de un objeto homogéneo
que les pertenece de manera exclusiva, los cambios mencionados dan cuenta de la
existencia de un contexto intelectual interdisciplinario de reflexión y discusión entre
teorías antropológicas, sociológicas, filosóficas y lingüísticas.

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La etnografía del habla

En 1962, el antropólogo Dell Hymes publica un artículo denominado “La etnogra-


fía del habla” en el que se presenta por vez primera la perspectiva etnográfica para el
análisis del lenguaje y a partir del cual se origina la etnografía del habla como discipli-
na abocada al estudio del lenguaje en su contexto etnográfico. Se trata de un texto
programático en el que se establecen los supuestos teórico-metodológicos básicos,
los conceptos fundamentales y las unidades de análisis que conformarán el marco de
una nueva disciplina. Dos años más tarde, junto con John Gumperz (1964), se publica
un segundo artículo que amplía y completa la propuesta del anterior.

Objeto de estudio

La etnografía del habla propone tomar como objeto de estudio el habla, enten-
dida como los usos de la lengua en la vida social. Así, mientras Saussure la considera-
ba inabordable teóricamente y Chomsky relegaba el estudio de la actuación a una dis-
ciplina diferente de la lingüística, los etnógrafos de habla se centrarán, precisamente,
en el análisis de las ejecuciones, esto es, en los diferentes modos de hablar de un grupo
social. Este enfoque, entonces, supuso un cambio de perspectiva, ya que propone, en
relación al estructuralismo saussureano, un desplazamiento de la lengua hacia el habla
como objeto de estudio y, en cuanto a la propuesta de Chomsky, un viraje de la com-
petencia lingüística a la actuación o “performance”.
Puesto que la etnografía del habla considera que es posible estudiar los usos de
la lengua, el objetivo principal será entonces poder establecer una sistematización de
esa diversidad. Sin embargo, a diferencia de la teoría de Saussure, que caracteriza las
propiedades de la lengua –toda lengua– sin considerar las particularidades de cada
una, Hymes no tiene la intención de elaborar una teoría general del habla puesto que
los usos de la lengua son diferentes en cada cultura y esto impide establecer un patrón
general que pueda aplicarse a todos los casos. La perspectiva de análisis planteada es
absolutamente anti universalista en la medida en que el acercamiento al estudio del
lenguaje se formula desde lo diverso y lo particular.
En este sentido, se propone observar los usos de la lengua en situaciones comunica-
tivas protagonizadas por hablantes reales e identificables (no ideales) de una comunidad
concreta, para reconstruir luego, teórica y sistemáticamente, las pautas comunicativas y
cognitivas que subyacen al uso. Si bien es posible sistematizar los usos de la lengua, esto
debe realizarse teniendo en cuenta las estructuras, funciones y reglas de hablar (Golluscio,
2002) de cada grupo particular puesto que lo que resulta comunicativo y significativo para
algunos, no necesariamente operará de la misma forma para todos los demás.
Entre los factores que determinan la normalización de los diferentes usos pueden
mencionarse, entre los más obvios, el sexo, la edad, el grado de escolarización, la ocupación

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y el status social. Cada uno de ellos determina funciones particulares del habla, categorías
conceptuales específicas así como una serie de actitudes evaluativas acerca de los diferen-
tes participantes, como del hecho mismo de hablar.
De este modo, mientras Saussure consideraba al habla como individual y asiste-
mática, los etnógrafos del habla suponen que el uso es social y regular, por lo que es
posible entonces considerar su análisis desde una perspectiva científica. En suma, del
estudio sistemático de la lengua se pasa al estudio sistemático de la comunicación en
comunidades particulares.

Significado y funciones del lenguaje

Si lo que se estudia son los usos de la lengua y las pautas comunicativas subya-
centes en una determinada comunidad, está claro que la lengua no es el único siste-
ma puesto en juego en un intercambio entre dos o más personas. En otras palabras, el
lenguaje se emplea en situaciones en las que intervienen diversos códigos, tanto lin-
güísticos como no lingüísticos, por lo que la noción de actuación o “performance” se
entiende en un sentido que va mucho más allá de la puesta en práctica de la capaci-
dad lingüística, tal como la entendía Chomsky. En este sentido, el conjunto de patro-
nes que organizan el uso de la lengua en comunidades específicas es pensado como
uno de los tantos elementos que forman parte de la cultura de una comunidad, vincu-
lado, a su vez, con otros sistemas comunicativos. Asimismo, esta relación entre códigos
de diferente naturaleza se considera incluida en el marco de la cultura en general.
Los etnógrafos del habla señalarán entonces que el significado no se transmite
sólo por el lenguaje, sino también por otros sistemas codificados, como los elementos
prosódicos (las pausas, quiebres y alargamientos, por ejemplo, vehiculizan informa-
ción que adquiere un sentido específico en cada situación), el lenguaje corporal, de
tambores y ceremonial, entre otros.
Por otro lado, cuando las personas hablan, no sólo emiten enunciados aseverati-
vos que informan de manera verdadera o falsa acerca de algo. Es obvio también que
durante el proceso de socialización han aprendido a quejarse, aconsejar, lamentarse,
expresar alegría o tristeza, apostar, preguntar, advertir, argumentar y a crear ficciones,
entre una multiplicidad de acciones. Por lo tanto, dado que el lenguaje no posee sola-
mente una función referencial, se incorpora también el análisis de las otras funciones
(Jakobson, 1948) que acompañan al habla, como la expresiva (comunicación de senti-
mientos, emociones y puntos de vista personales); poética (uso estético del lenguaje);
fática (centrada en el canal de comunicación); metalingüística (ligada a la capacidad
de reflexionar sobre el propio lenguaje) y apelativa (que da cuenta de los casos en los
que se intenta llamar la atención del interlocutor en diversas formas). Además de las
propuestas por Jakobson, el análisis se amplía a toda otra serie de funciones que el
habla puede desempeñar en cada situación, por ejemplo, la de crear identidades y

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lazos que permitan identificar a una serie de individuos como miembros de una deter-
minada comunidad al mismo tiempo que los diferencia de otros a los que se los exclu-
ye. El estudio de las diferentes funciones del lenguaje en situaciones concretas, enton-
ces, contribuye a establecer el significado –variable– que posee el uso de la lengua en
los contextos particulares.

Conceptos técnicos de la etnografía del habla

Para poder abordar el análisis de un objeto de estudio dinámico en el que inter-


vienen una multiplicidad de variables, Hymes propone la definición y caracterización
de una serie de conceptos técnicos que operan como diferentes unidades de análisis
y que se articulan entre sí en virtud de una diferencia de magnitud. Las unidades pro-
puestas son: el acto de habla, el evento de habla, la situación comunicativa y la comu-
nidad de habla.
El acto de habla es la unidad mínima de análisis de la etnografía del habla. El filó-
sofo John Austin (1962) definió por primera vez el concepto en el marco de la Teoría
de los actos de habla como una acción realizada a través de un uso convencional de
las palabras, tal como preguntar, negar, ordenar, aseverar, prometer, aconsejar, etc. En
términos generales, Austin sostiene que todo acto de habla, por ejemplo “Te aconsejo
que hagas un reclamo a la empresa”, implica la realización simultánea de tres actos: el
acto de decir algo (proferir palabras organizadas en una estructura gramatical particu-
lar); el acto efectuado al decir algo (aconsejar, en este caso) y el realizado por decir algo
(en nuestro ejemplo se trata de convencer al interlocutor). Mientras que la Teoría de los
actos de habla propuesta por J. Austin, y revisada unos años después por J. Searle
(1969), considera que el acto de decir algo tiene casi la misma extensión que el acto
realizado al decir algo, para la etnografía del habla, por el contrario, el que se efectúa
al decir algo no puede ser identificado en forma exclusiva con ningún segmento par-
ticular de la forma gramatical materializado mediante el acto de decir algo. Por otra
parte, si bien es necesario que intervengan muchas veces estructuras de la lengua para
que se pueda proferir un acto de habla, se considera que también otros códigos pue-
den perfectamente llevar a cabo estas acciones. En este sentido, como se privilegia la
perspectiva funcional por sobre el análisis de la forma –a la vez que se estudia la inte-
gración de ambas instancias–, la realización de un reclamo a una empresa de telefonía,
Internet y cable, por ejemplo, puede darse tanto a partir de una nota publicada en un
diario como depender de la manera en que se regula la entonación (muchas personas
tienen un manejo sorprendente del tono para manejarse en el uso de esta clase de
actos de habla. Los siguientes enunciados realizan el mismo acto de habla a partir de
formas y tonalidades diferentes: ¡Hace tres meses que no tengo Internet!; ¿Por qué no
mandan a los técnicos?; Podrían atender el teléfono de vez en cuando, ¿no?; ¡Son una
manga de inútiles!; ¡Ladrones!), sin dejar de mencionar otras formas tal vez no muy

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efectivas pero sí bastante catárticas como irrumpir con la moto en marcha dentro del
hall principal de la empresa, entre otras posibilidades. Se trata, en suma, de aquello
que hacemos cuando usamos el lenguaje y que involucra simultáneamente la puesta
en práctica de diversos soportes lingüísticos y no lingüísticos, como del conocimiento
de determinadas convenciones sociales.
Los actos de habla se articulan en unidades mayores denominadas eventos de
habla, que constituyen las unidades conceptuales básicas para poder elaborar una
descripción de las pautas comunicativas de una comunidad particular. Se trata de ruti-
nas comunicativas gobernadas por reglas o normas para el uso del habla y para el
comportamiento no verbal, como una conversación informal entre amigos, una confe-
rencia, una clase en la universidad, una visita al médico, etc. Es evidente que no todas
las comunidades dispondrán del mismo conjunto de eventos de habla y que los miem-
bros de cada una pueden identificarlos sin dificultad. Por lo general, cada evento de
habla incluye diferentes actos de habla, aunque puede darse el caso de que compren-
da uno solo.
Los eventos de habla no se dan en forma abstracta sino en situaciones concretas
asociadas con la producción o ausencia de habla. La situación comunicativa, entonces,
es el contexto en el que se desarrollan uno o varios eventos de habla. Por ejemplo, el
evento de habla “clase en la universidad” se puede llevar a cabo en un escenario o esce-
na tal como un aula particular de una universidad determinada en la que se dicta una
materia específica. En este sentido, es posible reconocer el evento de habla como algo
que está situado en un tiempo y lugar particular.
Así, los componentes de los eventos de habla que permiten que los hablantes
puedan reconocerlos como actividades comunicativas individualizadas son observa-
bles en las situaciones comunicativas concretas. En el caso que se está ejemplificando,
como en la mayoría de los eventos, es posible distinguir secuencias de apertura, desa-
rrollo y cierre, que supondrán la puesta en escena de ciertos actos de habla llevados a
cabo por ciertos participantes en vista de la persecución de determinados fines. En
este sentido, probablemente el profesor salude a los alumnos cuando llegue, y si se
trata de una clase teórica, es posible que resuma brevemente parte de lo que se ha
visto la clase anterior para iniciar a continuación la explicación de un nuevo tema que
incluirá definiciones de conceptos, caracterizaciones, ejemplificaciones, comparacio-
nes, justificaciones, críticas, etc. Los estudiantes, por su parte, formularán preguntas y
apreciaciones acerca de los temas dados, expresarán su punto de vista, cuestionarán
ciertos enfoques, establecerán comparaciones con otros autores, entre muchas otras
cosas. De este modo, los participantes típicos de este evento son los profesores y los
estudiantes y los fines perseguidos podrían incluir la intención del profesor de formar
a estos últimos en la comprensión y producción crítica de conocimientos académicos,
mientras que el deseo de participar activamente en la producción de esos conoci-
mientos, aprobar la materia y recibirse, entre muchas otras posibilidades, podrían

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corresponderse con los de los estudiantes. Asimismo, entre los actos de habla más
comunes en esta clase de evento de habla pueden mencionarse: saludar, preguntar,
exponer, explicar, definir, caracterizar, comparar, justificar, argumentar y criticar. Para ter-
minar, el evento podría cerrarse con indicaciones por parte del profesor acerca de los
temas que se darán en la clase siguiente para finalizar con un saludo de despedida.
Por otra parte, es importante señalar que los enunciados producidos por los par-
ticipantes del evento y los diferentes mensajes conformados deben estar codificados
en algún sistema particular. En este sentido, las lenguas utilizadas y los códigos no lin-
güísticos de comunicación, como las posturas del cuerpo, suspiros, entonaciones,
silencios y gestos que vehiculizan diversos significados son también elementos rele-
vantes para identificar los eventos en una determinada situación. Esto también suce-
de con el tono general predominante, esto es, la manera en que se lleva a cabo el even-
to de habla, que puede ser caracterizado en función del grado de formalidad o infor-
malidad vinculado a la situación y los participantes. Para el caso que nos ocupa, si bien
de acuerdo con las preferencias de cada profesor y las características de cada grupo es
probable que se incluya un nivel variable de informalidad en el vínculo entre docentes
y estudiantes, el trato predominante es más bien formal.
Por último, los hablantes conocen ciertas cuestiones ligadas a los textos que cir-
culan en los eventos de habla de las comunidades que frecuentan de tal manera que
pueden incluirlos en clases más generales denominadas géneros. En una clase univer-
sitaria, por ejemplo, suelen reconocerse los géneros “examen parcial”, “monografía”,
“exposición oral”, “informe de lectura”, entre los más frecuentes.
Los componentes de los eventos de habla, entonces, se manifiestan a lo largo de
todo el evento y están constituidos por un escenario o escena, participantes, fines,
secuencias que den cuenta de la forma y orden del evento, una clave o tono (o más de
una), diversas formas de habla, como las lenguas y los sistemas de codificación no lin-
güísticos, y los géneros.
Asimismo, en la misma situación comunicativa pueden darse otros eventos de
habla, por ejemplo, una conversación entre compañeros o una invitación a formar
parte de una asamblea o una marcha por parte de integrantes de agrupaciones estu-
diantiles, que incluirá, a su vez, la articulación de actos de habla específicos y de com-
ponentes característicos.
De este modo, un mismo tipo de acto de habla (preguntar, por ejemplo) puede
darse en diferentes eventos de habla, así como un mismo evento de habla (clase en la
universidad) puede tener lugar en diferentes contextos. Como las situaciones comuni-
cativas son contextos de situación, no están gobernadas por reglas, a diferencia de los
eventos de habla, que pueden ser reconocidos como una totalidad diferenciada en vir-
tud de las normas que regulan el funcionamiento de los propios componentes.
Las situaciones comunicativas, a su vez, no se producen en forma aislada ni son pro-
tagonizadas por cualquier tipo de actores sino que se enmarcan en una determinada

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comunidad de habla, definida por Hymes como el conjunto de individuos que comparte
el conocimiento de las reglas para el manejo y la interpretación del habla y reglas para la
interpretación de, como mínimo, una variedad lingüística. Como ejemplo de comunidad
de habla podemos mencionar la comunidad académica, esto es, el conjunto de indivi-
duos que forman parte del ámbito de producción, recepción y discusión de investigacio-
nes científicas, como los alumnos de las universidades, profesores e investigadores.
En este sentido, todos los miembros de una comunidad de habla comparten el
conocimiento de la gramática de, al menos, una lengua particular así como de la forma
en que se lleva a cabo la puesta en práctica de esa capacidad. En otras palabras, todos
comparten una determinada competencia comunicativa, esto es, una capacidad siste-
mática que permite producir y comprender enunciados adecuados a una situación
particular. Más específicamente, este conocimiento le permite a un sujeto saber cuán-
do hablar y cuándo callar, de qué hablar con quién y de qué forma. De este modo, la
competencia comunicativa incluye el conocimiento de la gramática así como el de los
diferentes usos de las estructuras generadas por esa gramática y es por esto que se
propone como una ampliación de la noción de la competencia lingüística chomskia-
na. Evidentemente, este conocimiento potencial condiciona la actuación comunicati-
va efectiva. Si logramos que nuestro discurso sea comprendido correctamente en una
determinada situación es porque de algún modo (consciente o inconsciente) sabemos
cuáles son las condiciones de adecuación para ese contexto particular y cómo mani-
festarlas en la ejecución de actos de habla concretos. Así, estos conocimientos respec-
to de ciertos patrones comunicativos subyacentes se tornan visibles en las expresiones
lingüísticas efectivamente pronunciadas por los hablantes concretos.
En particular, la competencia comunicativa se exterioriza en la selección apropia-
da del léxico, de las estructuras sintácticas, así como en el reconocimiento de la perti-
nencia de respetar o vulnerar cuestiones vinculadas con lo que la normativa de una
lengua considera correcto e incorrecto. También se incluye el reconocimiento de los
rasgos de diferentes tipos de situaciones, tales como el tipo de relación entre los inter-
locutores y los roles desempeñados en la interacción (aspecto que supone, a su vez,
conocer los roles comunicativos, evidenciados en el discurso a partir del uso de las per-
sonas gramaticales –mientras que una presencia fuerte de la primera persona genera
un efecto de subjetividad, la tercera persona, al ocultar las marcas del sujeto que enun-
cia, tiende a provocar una ilusión de mayor objetividad– y los roles sociales, instituidos
por la cultura, y que se manifiestan en las formas de tratamiento así como en la alter-
nancia vos/usted en español). Además, es parte del conocimiento de las situaciones
saber qué tipos de actos de habla puede realizar cada hablante y en qué orden, quién
comienza a hablar, qué distancia corporal es preciso mantener, así como cuáles son y
qué características poseen los géneros discursivos implicados. Por último, el reconoci-
miento del canal de la comunicación (por ejemplo, identificar y distinguir las propie-
dades de los mensajes orales, de aquellos que se expresan en forma escrita o por

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medio de un canal audiovisual) constituye también un componente que conforma la


competencia comunicativa de los hablantes competentes de una lengua.
Así como Chomsky se interroga acerca de qué es lo que un hablante sabe para
producir y comprender enunciados gramaticales y cómo es que conoce lo que sabe
(los clásicos problemas de Platón-Descartes), la etnografía del habla se preguntará qué
es lo que se debe saber para comunicarse adecuadamente en el marco de una comu-
nidad de habla particular y cómo este conocimiento ha sido adquirido. Como vimos,
el conocimiento para desempeñarse socialmente en forma apropiada está constituido
por la competencia comunicativa. Estas pautas cognitivas y comunicativas, por otra
parte, se adquieren durante el proceso de socialización a partir de una capacidad inna-
ta que posibilita su internalización. En consecuencia, la competencia comunicativa
está condicionada social y culturalmente: su desarrollo depende de las experiencias de
uso lingüístico en diferentes situaciones en interacción con otros códigos de diversa
naturaleza, y esto implica que no es idéntica para todos los sujetos que conocen la
misma lengua. En efecto, así como podemos manejarnos con soltura en determinados
ámbitos, al pasar luego a otros en los que se manejan normas diferentes de uso, podría
darse el caso de que no sepamos qué decir o de qué manera, así como tener dificulta-
des para comprender lo que otros están diciendo. De hecho, no existe una sola forma
de hablar una misma lengua, y conocer un mismo código lingüístico no garantiza la
comunicación efectiva entre las personas. En este sentido, es indudable que se puede
participar en una determinada comunidad de habla pero este mismo hecho no impli-
ca necesariamente que alguien sea miembro de ella.
Por supuesto, el hecho de que diferentes miembros de una comunidad de habla
compartan el conocimiento de ciertas reglas que determinan los usos no quiere decir
que todos hablen de la misma forma ni que estén exentos de formar parte de otras
comunidades en las que se manejen diferentes patrones comunicativos. Por lo tanto,
mismo individuo, sobre todo en determinado tipo de sociedades, no necesariamente
hablará siempre de la misma forma (respecto de sí mismo y de otros) en todas las cir-
cunstancias.
Al adquirir una lengua, entonces, incorporamos también conocimientos tácitos
sobre los mecanismos comunicativos subyacentes a la actuación, que nos permiten no
sólo ser miembros hablantes de una determinada comunidad sino también comuni-
cantes. El énfasis concedido por la etnografía del habla al hecho de compartir estas
pautas comunicativas permite explicar que los aspectos sociales y culturales resultan
determinantes para la estructuración y comprensión de los enunciados en los eventos
de habla puestos en escena en diferentes situaciones comunicativas. A la vez, supone
entender la adquisición del lenguaje como un proceso cognitivo vinculado al desarro-
llo de una gramática y sus usos particulares en términos de una dinámica ligada a la
experiencia social. De acuerdo con lo que se planteó recientemente, es importante
tener en cuenta que el trabajo etnográfico no se limita a la descripción de los patrones

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comunicativos ligados al uso concreto y manifiesto de la lengua sino que también


incluye el análisis de los procesos cognitivos subyacentes que posibilitan la existencia
de esa “performance” particular.

Metodología

Dado que el objetivo fundamental de la etnografía del habla consiste en descri-


bir el sistema de reglas que subyace a los usos de la lengua, es evidente que los inves-
tigadores solo podrán realizar este trabajo a partir de la observación directa de las acti-
vidades de un grupo social. El método que permitirá realizar posteriormente las gene-
ralizaciones teóricas, entonces, es la observación participante realizada en el trabajo
de campo. El etnógrafo deberá permanecer un tiempo prolongado en la comunidad
de habla que analiza así como aprender la lengua y las variedades lingüísticas que cir-
culan en ese ámbito, si es que no las conoce.
Por otra parte, como la presencia de un observador condiciona casi siempre el
comportamiento espontáneo de los sujetos analizados, el investigador no se limitará
meramente a observar lo que registra sino que también es necesario que participe en
la comunidad y, en lo posible, sea aceptado como uno más.
A la vez, el etnógrafo debe controlar muy atentamente la intromisión de sus pro-
pios esquemas de percepción y valoración de la realidad para clasificar y describir los
comportamientos y pautas comunicativas que investiga. Así, las situaciones comuni-
cativas en las que se llevan a cabo los diferentes eventos de habla de esa comunidad
deben ser evaluadas a partir de la cosmovisión y los valores específicos de ese grupo.
Por supuesto, esto nunca puede realizarse de manera absoluta ya que no podemos
vaciarnos completamente de nuestros hábitos socioculturales pero el estar atentos a
su posible interferencia permite el control de actitudes etnocéntricas a la hora de efec-
tuar el análisis.
En cuanto a la obtención de los datos, los investigadores se valen de entrevistas,
grabaciones, filmaciones, historias de vida y de comunidades, así como de recoleccio-
nes de narraciones importantes para el grupo, entre otras formas posibles. Lo que hay
que considerar en casi todos los casos, es que los materiales con los que se trabaja son
los discursos producidos en su contexto natural de ejecución.
Todo este trabajo de observación y registro de la información le permitirá al etnó-
grafo determinar cuáles son los eventos de habla que la comunidad investigada reco-
noce como tales. Una manera de efectuar esta clasificación consiste en preguntar a un
informante qué es lo que están haciendo determinadas personas que mantienen una
interacción verbal. Las respuestas –discusión, ceremonia, conferencia, negociación,
chisme, etc.– son ya un indicio para determinar, desde el lugar del otro, qué es lo que
está sucediendo en términos comunicativos. El paso siguiente consiste en describir los
componentes de cada evento de habla para luego indagar acerca de la manera en que

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se relacionan y la importancia dada socialmente a cada uno de ellos. En muchos casos


finalmente, para corroborar o corregir hipótesis, es necesario volver a la comunidad.

Objetivo final

Si bien el objetivo principal de la etnografía del habla es describir el sistema


estructurado de pautas que subyace al uso efectivo de la lengua en situaciones con-
cretas de interacción en una comunidad de habla particular, interesa también explicar
la historia de cada uno de los eventos analizados, de tal manera de poder dar cuenta
de las condiciones de origen, mantenimiento, cambio y pérdida de cada uno. Esto per-
mitiría integrar el estudio del habla a la historia y la praxis humana, por lo que los sis-
temas de habla son vistos no sólo como manifestaciones particulares de las diferentes
lenguas sino también como expresión de la naturaleza del orden sociocultural de la
humanidad. La vinculación entre lenguaje y vida social tiene que ver con cuestiones
ligadas a la acción humana, cuya base es la existencia de un tipo particular de conoci-
miento, por lo general tácito, acerca del uso de la lengua.
A partir del análisis descriptivo de diferentes comunidades, entonces, será posi-
ble distinguir entre los aspectos universales y particulares, propios de las cuestiones
ligadas a la lengua y el habla en contextos sociales y culturales. En este sentido, ade-
más de estar centrada en el análisis de marcos culturales particularizados, la etnogra-
fía del habla intenta también formular teorizaciones que permitan dar cuenta de una
explicación global de la comunicación. Por esta razón, analizar el lenguaje desde una
perspectiva etnográfica supone realizar una aproximación transcultural, comparativa
y tipológica (Golluscio, 2002).

La concepción del lenguaje de Pierre Bourdieu

Desde la sociología, Pierre Bourdieu es un autor que también ha analizado de


manera muy especial el funcionamiento del lenguaje en los intercambios lingüísticos
reales, específicamente durante los años ochenta en la obra ¿Qué significa hablar?
(Bourdieu, 1985).
Dado que el modo de hacer lingüística planteado por Saussure se constituyó
posteriormente como modelo de muchas disciplinas de las ciencias sociales (especial-
mente a partir de un modo “estructural” de encarar los fenómenos), Bourdieu conside-
ra necesario explicitar las operaciones subyacentes a la constitución del objeto de
estudio que dieron lugar a la fundación de la lingüística como ciencia autónoma, así
como las condiciones de producción y circulación de sus conceptos más importantes.
El objetivo principal de este análisis es que la sociología pueda “liberarse de las formas
de dominación que la lingüística y sus conceptos ejercen todavía hoy sobre las cien-
cias sociales” (Bourdieu, 1985).

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Desde su punto de vista, la noción de lengua planteada desde la perspectiva


saussureana es un constructo teórico que naturaliza una cierta concepción del lengua-
je producto de determinada situación sociopolítica específica. En efecto, suponer que
el lenguaje posee un aspecto social que a partir de la codificación de ciertas conven-
ciones opera como vínculo de la masa hablante y puede ser puesto en funcionamien-
to de diversas formas a partir de un acto único de inteligencia y voluntad no es más
que una adhesión implícita en el nivel teórico-conceptual a lo que en la esfera institu-
cional de cierta organización política se entiende como “lengua oficial”.

La lengua oficial

La “lengua oficial” o “lengua estándar” es una variedad lingüística impuesta desde


el estado a un conjunto determinado de individuos que habitan un territorio circun-
dado por fronteras. Por lo general, se presenta como el estilo o modo de hablar legíti-
mo y se convierte en la norma a partir de la cual se evalúa en términos axiológicos y se
clasifica jerárquicamente el resto de las prácticas lingüísticas.
El establecimiento de una lengua común fue una necesidad vinculada a la crea-
ción y desarrollo del estado nación moderno. En un primer momento, las monarquías
absolutas instauraron una variedad lingüística unificada para reforzar el proceso de la
construcción de un aparato estatal centralizado a nivel político, administrativo y jurídi-
co, que permitiera, entre otras cosas, debilitar el poder de los señores feudales, quie-
nes pasaban lentamente a convertirse en cortesanos. Posteriormente, con el adveni-
miento del desarrollo de la sociedad industrial y la creación de las naciones democrá-
ticas luego de las revoluciones burguesas, la cuestión de la lengua estándar comenzó
a formar parte de políticas de estado al servicio de la construcción de una identidad
nacional. En efecto, la entidad de la nación sólo existe como ilusión (Anderson, 1983)
que se reproduce a sí misma a partir del funcionamiento de determinadas institucio-
nes si los individuos que la componen son instituidos como hombres de la nación. En
otras palabras, dentro de los límites territoriales de un Estado existen culturas, valores
e intereses distintos que son constantemente sometidos a un proceso de unificación
que proyecta imaginariamente un relato colectivo en el que se incluye la existencia de
cada sujeto como si formara parte de una colectividad con un origen, historia y tradi-
ciones compartidas. Este efecto institucional de pertenencia a una comunidad es con-
formado por el Estado, fundamentalmente mediante la imposición de leyes y por
medio de las categorías de lengua y raza (Balibar, 1988).
No hay entonces razones lingüísticas para considerar que existe una relación
jerárquica entre diferentes variedades de habla y que algo llamado lengua se subdivi-
de en unidades menores denominadas dialectos regionales, que a su vez pueden tam-
bién contener subdivisiones dialectales. Sin una normativa que controle la producción
escrita ni un sistema jurídico que posibilite la constitución de una codificación a partir

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de la cual se logre objetivar y hacer pública una determinada variedad –reconocida


como “lengua oficial”–, lo que circula en los diferentes ámbitos son, simplemente,
variedades lingüísticas que sólo existen en estado práctico y cuyo fin primordial es la
intercomunicación. Es interesante destacar que el término “codificación” (Bourdieu
1988) alude, en sentido jurídico, a una normalización o puesta en orden simbólica rea-
lizada en forma explícita. En términos más generales, implica el pasaje de un sistema
práctico a un código delimitado por ciertas fronteras, por lo que involucra un cambio
de naturaleza en determinados elementos. Son rasgos o propiedades de la codifica-
ción la objetivación, la oficialización, la homologación y la formalización. En primer
lugar, objetivar es exteriorizar o visibilizar una norma (oral o escrita) fijada desde algún
tipo de espacio social por ciertos individuos. La oficialización, por su parte, supone la
posibilidad de que algo sea conocido por todos: en este sentido, entonces, un código
es oficial cuando se lo conoce públicamente. En tercer lugar, la homologación es la
existencia de un consenso sobre algo, por ejemplo, un acuerdo acerca de una signifi-
cación única para los signos que conforman el código. Por último, la formalización per-
mite delimitar fronteras o límites claros que den forma a lo que se presenta de forma
vaga o imprecisa. De este modo, formalizar permite conferir a las prácticas una cons-
tancia que asegure su calculabilidad y previsibilidad.
Por lo tanto, de acuerdo con lo presentado previamente, puede afirmarse que las
diferencias establecidas entre las variedades lingüísticas se deben primordialmente a
razones políticas ligadas a la dominación social a través de la palabra. En este sentido,
para Bourdieu, las reflexiones sobre el lenguaje no pueden aislarse de las condiciones
macrosociales en las que tiene lugar su producción, reproducción y utilización. La dis-
tinción establecida por el estructuralismo entre la lengua y el habla como componen-
tes del lenguaje presenta como natural la idea de que existen entidades esenciales y
modélicas que pueden ser analizadas por científicos y puestas en funcionamiento
separadamente en actos individuales realizados por hablantes reales. Sin embargo,
Bourdieu considera que el lenguaje no existe para ser analizado en abstracto sólo
como un objeto de conocimiento puesto que se trata de una praxis, es decir, está
hecho para ser hablado.

Lenguaje y poder

La puesta en práctica del lenguaje, entonces, no se limita al hecho de que dos o


más personas se comuniquen o puedan expresar su interioridad sino que también impli-
ca la posibilidad de un uso estratégico destinado a establecer una relación de poder sim-
bólico entre los participantes de la interacción. De este modo, los discursos, en tanto
resultado de esa puesta en funcionamiento de la capacidad lingüística, son conjuntos de
enunciados gramaticales que buscan ser escuchados, creídos y obedecidos, es decir,
tenidos en cuenta. Sin embargo, como discursos gramaticalmente correctos pueden no

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ser escuchados ni atendidos, es evidente que la aceptabilidad no se reduce a la grama-


ticalidad. Así, Bourdieu considera que la noción de competencia lingüística formulada
por Chomsky no es más que otro nombre de la lengua saussuriana por lo que es vista
entonces como una suerte de depósito de ese tesoro supraindividual así como una
capacidad que permite participar individualmente en ese bien colectivo. A diferencia
de lo propuesto por Chomsky (1957, 1965), para Bourdieu no es posible dar cuenta de
las posibilidades subyacentes de producción de enunciados en términos cognitivos
vinculados exclusivamente a la competencia lingüística o gramatical puesto que tam-
bién interviene una competencia de uso, que determina el nivel de adecuación de los
discursos a la situación social.

Una economía de los intercambios lingüísticos

Bourdieu (1985) sostiene entonces que la producción y circulación de discursos


implican algo más que una capacidad cognitiva para producir y comprender enuncia-
dos bien formados sintácticamente. Más específicamente, considera que no es posible
separar las cuestiones culturales o simbólicas de las económicas y propone como
alternativa la elaboración de “una economía de los intercambios simbólicos” que per-
mita dar cuenta de las interacciones verbales en términos de relaciones de poder sim-
bólico en las que se actualizan las relaciones de fuerza que mantienen los locutores y
los respectivos grupos a los que aquellos pertenecen en la estructura social. Así, un
intercambio lingüístico es visto también como un intercambio económico en el que
productores y consumidores provistos de un determinado capital (económico y sim-
bólico) mantienen un determinado tipo de relación (económica y simbólica) en un
mercado en el que se proponen obtener un determinado beneficio (económico y sim-
bólico). Desde este punto de vista, entonces, propone que todo acto de palabra supo-
ne una interacción entre un “hábitus lingüístico” y un “mercado lingüístico”.
El hábitus puede ser definido como un conjunto de disposiciones o esquemas de
percepción y evaluación del mundo, adquiridos de manera inconsciente durante el
proceso de socialización y a lo largo de la vida, y que determinan nuestra manera de
pensar, sentir y actuar en la realidad. A la vez que es producido en el medio en el que
un sujeto ha nacido y en el que se ha desarrollado, el hábitus también garantiza la
generación y reproducción de esas condiciones sociales que le dieron origen desde el
interior de los sujetos, quienes se convierten así en agentes de su propia realidad. Por
esta razón, se dice que este sistema se conforma en términos de estructuras estructu-
radas y estructurantes: al imponer principios de clasificación, división y visión conjun-
ta de la realidad –o de ciertas realidades– el hábitus es un componente generador y
unificador de las prácticas y conductas regulares, características de un grupo de agen-
tes. En otras palabras, a partir del hábitus se generan las prácticas, a la vez que se uni-
fican como características “sensatas” y repetidas de un grupo social sin que sean perci-

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bidas como obediencias conscientes a reglas enunciadas de manera explícita. Es por


este aspecto, ligado a una percepción vaga e imprecisa pero al mismo tiempo deter-
minada por tendencias regulares subyacentes, que el hábitus determina el comporta-
miento de ciertos agentes en términos de comportamientos constantes insertos en
prácticas que se pueden, de este modo, prever.
La constitución del hábitus, en tanto interiorización, incorporación y sedimenta-
ción de estas aptitudes e inclinaciones, está ligada entonces a la posición que un suje-
to ocupa en un determinado espacio social, al tiempo que contribuye a la naturaliza-
ción y legitimación de ese mundo. Se trata, en suma, de un exterior social internaliza-
do y encarnado en el individuo –o lo que es lo mismo, de una subjetividad socializa-
da– que posee, como hemos visto, propiedades reproductivistas pero, al mismo tiem-
po, inventivas y creativas, es decir, abiertas a lo novedoso, aunque siempre dentro de
los límites de sus estructuras. Así, en tanto se trata de una serie de principios tácitos y
flexibles socialmente determinados, el hábitus se diferencia claramente de la codifica-
ción (especialmente en sentido jurídico). De hecho, mientras que la objetivación
–aspecto de la codificación– permite visualizar desde un espacio exterior una determi-
nada norma o regla, el hábitus constituye un aspecto no jurídico de la organización
social, cuyos mecanismos operan de forma implícita. En efecto, la constitución del
hábitus no se cimienta sólo por el uso particular de las palabras sino también, y sobre
todo, por los códigos no lingüísticos, como diferentes modos de mirar y de usar los
silencios, para citar sólo algunos elementos relevantes.
Si bien perdura a lo largo del tiempo, el hábitus sufre a la vez modificaciones, no
solo por el devenir histórico sino también a partir de la posibilidad de verbalizar explí-
citamente algunos de sus componentes. Esto último puede efectuarse a partir del
aporte realizado por las reflexiones del análisis social, así como mediante la acción
consciente que los individuos pueden ejercer para manipularlo y monitorearlo. De
todos modos, la posibilidad de no caer en un determinismo opresivo está a su vez con-
dicionada por determinadas condiciones objetivas y, por supuesto, por el propio hábi-
tus, que regula inconscientemente los límites de su propia transformación.
El hábitus lingüístico es una dimensión del hábitus que regula la producción de
discursos. Se trata, en suma, de la manera particular en que un sujeto habla y compren-
de lo que se le dice así como de la tendencia a decir determinadas cosas. Se compone,
en primer lugar, de una propensión o inclinación natural a hablar y, obviamente, de una
competencia lingüística que posibilita producir y comprender enunciados. Pero como
se ha visto anteriormente, es insuficiente pensar la dinámica de la producción y circula-
ción de discursos exclusivamente en estos términos ya que, además de producir enun-
ciados gramaticales, las personas intentan ser escuchadas y, en muchos casos, imponer
lo que se dice frente a la propuesta de otros discursos. Y como está claro no todos lo
logran, Bourdieu considera necesario tener en cuenta también las condiciones sociales
que determinan estas posibilidades. Por eso, incorpora como tercer componente del

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hábitus lingüístico al capital lingüístico acumulado, esto es, a la capacidad social que
permite utilizar en forma adecuada la competencia lingüística en la situación social en
la que está inscripto el discurso. Se trata de una capacidad que implica, por un lado,
dominar el uso de la lengua, las relaciones de comunicación y las situaciones en las que
es aceptable determinado uso; por otra parte, supone la posibilidad de imponer la
recepción y de hacerse escuchar. En este sentido, el capital lingüístico no es solamente
una capacidad comunicativa para entenderse con otros en forma exitosa, sino también
y fundamentalmente una habilidad para manipular estratégicamente el uso de la pala-
bra. En consecuencia, quien tenga posesión de un mayor capital lingüístico estará en
una posición de poder en una determinada interacción.
Los discursos, entonces, no se dan en forma aislada sino en el marco de un deter-
minado mercado lingüístico. Se conforma un mercado lingüístico en aquellas situacio-
nes de habla en las que un sujeto produce un discurso dirigido a otro/s que tiene/n la
capacidad de evaluarlo, apreciarlo y recompensarlo en base a los requerimientos de
las leyes de formación de los precios propias de esa situación social particular. Todas
las interacciones lingüísticas, entonces, pueden ser consideradas mercados lingüísti-
cos, por ejemplo, una conversación formal o informal (entre amigos, una señora y su
doméstica, una pareja, las charlas de café), una clase en la escuela o en la universidad
y una entrevista laboral, entre una infinidad de ejemplos.
Para que haya mercado, en principio, es preciso que los discursos sean valorados
de acuerdo con ciertos criterios que determinan la forma en que debe efectuarse su
utilización. Las leyes de formación de precios son un conjunto de normas (tácitas en su
mayoría) que imponen las condiciones de aceptación de un discurso en términos de
un sistema de sanciones y censuras específicas que establecen lo que se puede decir
o no, en qué forma y la lengua elegida en una situación de bilingüismo.
Es evidente que los sujetos que conozcan estas condiciones podrán anticipar las
posibles sanciones del mercado lingüístico, y si pretenden que el propio discurso sea
aceptado en ese ámbito, deberán adecuarlo a los requerimientos pertinentes. Esto se
efectúa a partir de la puesta en práctica de una autocensura anticipada, inconsciente
en la mayoría de los casos y determinada por el propio hábitus lingüístico, que permi-
tirá organizar el discurso de manera tal que las palabras pronunciadas reditúen y pro-
duzcan los efectos deseados para obtener así un cúmulo de “ganancias lingüísticas”.
Es posible afirmar entonces que un sujeto que detente el conocimiento de las
leyes de formación de precios de un determinado mercado dispondrá de un mayor
capital lingüístico que le permitirá desenvolverse con éxito en las situaciones sociales
en las que la puesta en práctica del uso de ese conocimiento resulta ventajosa. Todo
discurso, así, es el resultado de la interacción entre el interés de expresarse y la censu-
ra que un hablante dotado de cierta competencia puede imponer en diversos grados
a sus producciones lingüísticas de acuerdo con la “sensibilidad” personal experimenta-
da respecto de los requerimientos del mercado en el que se encuentre.

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Sin embargo, no siempre es suficiente poseer un determinado capital lingüístico


para lograr la aceptación de un discurso en un cierto mercado lingüístico. Es necesario
también que el Locutor, el alocutario y la situación sean, a su vez, legítimos. Alguien, por
ejemplo, podría tener los conocimientos lingüísticos suficientes y necesarios para realizar
una misa, así como la intención de llevar a cabo el acto correspondiente, pero si no es un
sacerdote (el locutor legítimo para este mercado) no logrará alcanzar el ansiado propósi-
to. Esto también demuestra que si el locutor es legítimo y posee además el capital lingüís-
tico pertinente para una situación particular, la enunciación de su discurso puede, por la
misma presencia física del hablante concreto y las propiedades del entramado de sus
palabras, imponer la aceptación. Esto, en muchos casos, es independiente de si el audito-
rio dispone o no del capital lingüístico necesario para entender en términos de legibilidad
comunicativa lo que el otro está diciendo. De hecho, tal efecto de autoridad, garantizado
más allá de que sea o no comprendido, queda en evidencia en situaciones tales como el
sermón de una misa, y más específicamente si está codificado en latín.
El valor o precio de un discurso se fija en base a una relación de fuerzas entre las
competencias de los diferentes locutores que intervienen en el mercado y que le con-
fieren su estructura. Se trata de una lucha entre la competencia ligada al uso de la len-
gua, expresada en un mayor o menor dominio del lenguaje legítimo, y otras compe-
tencias sociales que determinan el derecho a hablar y dependen, entre otras cosas, del
sexo, la edad, la clase social, la residencia, el nivel educativo, el status y la religión.
El individuo que mejor conozca las leyes de formación de los precios lingüísticos
tendrá más poder sobre sus mecanismos de constitución en beneficio propio. El mer-
cado lingüístico, entonces, es entendido como una instancia concreta y abstracta a la
vez. En términos concretos se trata de una cierta situación social llevada a cabo en un
tiempo y en un lugar determinado en la que participan individuos reales de los cuales
sólo algunos orientan inconscientemente la forma en que se lleva a cabo la interac-
ción. Desde un punto de vista abstracto, incluye un conjunto de leyes y convenciones
para asignar un precio a los productos lingüísticos. En consecuencia, un mercado no
es simplemente un intercambio de información entre personas sino una situación en
la que estos mismos sujetos asignan valores simbólicos a los discursos que allí circulan
y a la vez luchan por apropiarse de un determinado capital. Una producción lingüísti-
ca sobre la que no se otorgue ningún tipo de apreciación es algo así como un discur-
so abstracto, en apariencia neutra y, por sobre todas las cosas, inexistente: tal circuns-
tancia hipotética no puede ser considerada un mercado lingüístico. El capital lingüís-
tico, por su parte, se adquiere en la participación en determinadas prácticas sociales
que posibilitan la incorporación y el desarrollo del conocimiento de las condiciones de
adecuación de los discursos.
Los sujetos que intervienen en los mercados lingüísticos no son todos iguales y,
por lo tanto, tampoco lo serán sus competencias respectivas ni sus producciones dis-
cursivas. De hecho, al tiempo que algunos dominan la situación y tienen entonces una

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posición privilegiada, los que, por el contrario, se encuentran siempre en una situación
de desventaja serán sometidos y manipulados en detrimento de sus propios intereses.
De este modo, serán excluidos de los mercados “oficiales” o condenados al silencio.
Además, como los individuos que participan de un determinado intercambio verbal
forman parte de ciertos grupos sociales insertos en la estructura social, los mercados
están regidos entonces por situaciones globales que se hacen presentes de este modo
en cada interacción.

Condiciones para la dominación simbólica

Para que la dominación lingüística pueda llevarse a cabo a partir de los efectos
de la posesión de un determinado capital es necesario que se den una serie de condi-
ciones objetivas. En primer lugar, el mercado lingüístico debe ser relativamente unifi-
cado para que así todos los locutores sean sometidos a las mismas leyes de formación
de los precios discursivos. De este modo, el capital simbólico que garantice una posi-
ción de poder en términos de un beneficio de distinción en relación con otras compe-
tencias sólo será detentado por aquellos que conozcan y tengan más influencia sobre
las condiciones de aceptación de los productos lingüísticos58. Por el contrario, como el
valor de un discurso es algo relativo, si hay diversificación de mercados, entonces un
mismo discurso puede recibir diferentes precios en cada uno de ellos y ser aceptado
sólo en ámbitos más restringidos.
En segundo lugar, las posibilidades de acceso a los medios que permiten la
adquisición de la competencia legítima, así como a los lugares en donde esta se
expresa deben estar distribuidas en forma no equitativa. En otras palabras, el hecho
de que no todas las personas puedan conocer las leyes de formación de los precios
lingüísticos aplicables a las producciones discursivas asegura el bloqueo en grados
diversos de la obtención del capital que aseguraría una posición de privilegio. Esto
demuestra, para Bourdieu, que la lengua no es un tesoro común, accesible a todos los
sujetos en la misma forma, y que la competencia no se circunscribe solo a una capa-
cidad generativa para producir y comprender enunciados, sino que incluye también
todas las características integradas en la personalidad de los hablantes a partir del
hábitus. No existe, en suma, un “comunismo lingüístico” sino “monopolios lingüísti-
cos” en los que sólo algunos tienen la ventaja de conocer lo necesario para hablar
convenientemente.
Si están dadas estas condiciones, entonces, la dominación simbólica necesita
perpetuarse y reproducirse a partir de una serie de actitudes subjetivas. En este senti-
do, debe darse una forma de complicidad que no es una sumisión pasiva a una restric-

58 Por supuesto, esta unificación del mercado de bienes simbólicos se realiza en forma paralela a
la unificación económica.

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ción externa que se despliegue racionalmente a modo de un trabajo de propaganda


ni tampoco una adhesión libre a los valores dominantes. En cuanto a lo primero, es
importante tener en cuenta que los sujetos sobre los cuales recaen los efectos de la
supremacía simbólica se someten ellos mismos en forma activa, pero sin ser conscien-
tes de la situación en la que perseveran por la realización de este mismo acto de con-
tribución. Las disposiciones propias del hábitus lingüístico interiorizadas por los domi-
nados a través de la acción del mercado legítimo son funcionales al mantenimiento de
las posiciones de privilegio material y simbólico por parte de aquellos que detentan la
competencia genuina en la medida en que contribuyen a su estructuración y consoli-
dación. Como ejemplo, pueden citarse la realización de permanentes autocorreccio-
nes y la sensación de angustia o los nervios experimentados en los mercados en los
que ocupan una posición desfavorecida. En efecto, en tales contextos, al quedarse casi
sin palabras, como si de repente hubiesen perdido su propia lengua, los dominados
coadyuvan a que la violencia simbólica se ejerza sobre ellos con todos sus efectos
puesto que no la reconocen como tal en esa instancia de inhibición. Esta situación sólo
puede producirse si se le otorga a la variedad dominante el status de variedad legíti-
ma, hecho que a la vez asegura el mantenimiento de ese mismo estilo como aquel que
debe funcionar como el único criterio válido desde el cual se evalúen todas las otras
prácticas lingüísticas.
Por otra parte, la dominación simbólica se reproduce también a partir de una dis-
posición subjetiva a formar parte de ese juego de luchas por el poder. En este sentido,
participar en la competencia para obtener el monopolio de la imposición del modo de
expresión legítimo es, en sí mismo, un acto de adhesión práctica al valor del juego que
permite su continua producción y reproducción al tiempo que torna invisibles los prin-
cipios que lo rigen. En palabras de Bourdieu (2005): “los jugadores acuerdan, por el
mero hecho de jugar y no por medio de un ‘contrato’, que el juego merece ser jugado,
que vale la pena jugarlo, y esta cohesión es la base misma de su competencia”.
Efectivamente, si en vez de lidiar por el valor de los diferentes estilos de habla, los par-
ticipantes cuestionaran el valor de esas disputas por el valor de los productos de las
competencias subyacentes, se acabaría el juego. En otras palabras, si se suscita el inte-
rrogante sobre el valor del propio juego, se pondrían también en duda las apuestas o
inversiones efectuadas con el objeto de ganar ese juego. Sin embargo, como los dife-
rentes estilos de habla reproducen a nivel simbólico las diferencias jerárquicas de los
diferentes grupos en la estructura social, su visibilidad en términos de relaciones de
subordinación tiene una serie de efectos económicos y políticos objetivos, por ejem-
plo, la posibilidad de obtención de puestos económicamente ventajosos; así como
beneficios simbólicos ligados a la posesión de una identidad social prestigiosa o no
estigmatizada. En este sentido, para Bourdieu, el dominio se manifiesta también en la
participación en la experiencia de lo “absoluto”, que consiste en “ser lo que se debe ser”
y sentirse a sí mismo del modo en que “corresponde”, esto es, “ejemplar”.

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Así, la lengua oficial supone la existencia de un mercado lingüístico unificado y


monopolizado por un grupo social determinado que impone su modo de hablar a pobla-
ciones que tienen una lengua vernácula diferente pero que aceptan inconscientemente
la variedad dominante al reconocerla en tales términos. Este proceso debe ser apoya-
do por un conjunto de instituciones (como la escuela) y por determinados instrumen-
tos de objetivación (el diccionario, por ejemplo) que establecen la existencia de una
norma lingüística que codifique los productos de los hábitus lingüísticos. De este
modo, una vez establecido convencionalmente el criterio impuesto como el único
“correcto”, se habilita al mismo tiempo la devaluación de las variedades sometidas, en
tanto comenzarán a ser valoradas como particularismos, regionalismos, expresiones
viciadas y errores de pronunciación, así como jergas vulgares o dialectales. Esta unifi-
cación del mercado, de todos modos, no impide que en el ámbito doméstico o priva-
do existan otros mercados regidos por leyes formadoras de precios diferentes de las
que gobiernan en los mercados oficiales. Sin embargo, pese a la existencia de estos
“islotes” de libertad, la ley oficial continúa operando, y no sólo porque resulta “suspen-
dida” más que “transgredida” en cada uno de estos espacios sino también porque, al
salir de cada uno, los oprimidos tendrán que vérselas con la imposibilidad de ajustar-
se a los requerimientos de habla de los mercados socialmente “valiosos”. Por el contra-
rio, estas mismas variedades se revalorizan cuando son reconocidas como lenguas ofi-
ciales, situación que modifica muy profundamente las relaciones que sus hablantes
mantienen con cada una de ellas.

La propuesta de Domingo F. Sarmiento sobre la ortografía

Las reformas ortográficas o los intentos de modificar la ortografía suponen una


intención deliberada de actuar sobre la lengua. Aunque pueden surgir como pro-
puestas en diferentes situaciones, es sólo desde el Estado que logran ejecutarse e
imponerse a modo de ejercicio legítimo de una violencia simbólica que marca desde
el poder la lengua genuina (Arnoux, 1991). En este sentido, todo intento de ejercer
una acción sobre la lengua está siempre vinculado a determinadas cuestiones socia-
les relevantes que determinan diferentes tipos de relaciones entre las clases dirigen-
tes y las masas populares. De este modo, las discusiones sobre la lengua pueden pen-
sarse también como manifestaciones de la lucha ideológica entre diferentes actores
pertenecientes a diversos grupos sociales con intereses específicos. En el proceso de
construcción de los estados nacionales, entonces, se enfrentan diferentes posiciones
que implican, entre muchas otras cosas, determinadas concepciones acerca de las
lenguas involucradas.
En Latinoamérica, por ejemplo, aproximadamente desde la mitad del siglo XIX,
Chile comienza a consolidar de manera temprana en relación a otros países hispanoa-
mericanos un aparato estatal centralizado en base al modelo del estado nación

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moderno impuesto desde las revoluciones burguesas, al tiempo que desarrolla en un


nivel general una conciencia de pertenencia a una nación hispanoamericana. Esta
situación particular, caracterizada fundamentalmente por la existencia de un Estado
social democrático, permite que determinadas discusiones sobre la lengua se realicen
de manera abierta y pública. De este modo, como se producen polémicas en los dia-
rios sobre diferentes aspectos del lenguaje (en cuanto a cuestiones literarias u ortográ-
ficas, por ejemplo), el debate se extendió y circuló también en la opinión pública. Es en
este marco cuando, en 1842, se le asigna en este país a Domingo Faustino Sarmiento
la realización de un informe sobre los métodos de lectura conocidos y practicados en
Chile. Luego de ejecutar la tarea designada, Sarmiento se propone confeccionar un
“silabario” o “rudimento de lectura” para utilizar en las escuela primarias, hecho que da
lugar a un planteo de corta vigencia sobre la necesidad de llevar a cabo una reforma
ortográfica.
En términos generales, Sarmiento propuso que los diferentes grafemas o letras
que componen el código escrito de la lengua española debían corresponderse en lo
posible con un único sonido lingüístico. Por ejemplo, dado que el grafema “h” no tiene
pronunciación en español, entonces no es necesario que exista como letra; del mismo
modo, puesto que la “i” de “aire” suena igual que la “y” de “Juan y Pedro”, es posible eli-
minar tal grafema como representación de esta clase de sonidos –y reemplazarla por
“i”, para escribir así “Juan i Pedro”– y sólo dejarla para las palabras en las que suene
como “ye”, tales como “yunque”, “yo”, “Yapeyú”, entre otras con sonido equivalente. El
siguiente texto ha sido extraído del libro Método de lectura gradual (Sarmiento, 1882)
e ilustra la propuesta del autor acerca de la manera en que, según su punto de vista,
debe entenderse y representarse el sistema ortográfico:
“Pedro i Juan, qe debian venir del campo a Santiago, fletaron un caballo flaco
para acer el viaje. No abian andado mucho, cuando el pobre manco empezó a poner-
se lerdo. Entonces Juan propuso a Pedro lo siguiente: Primero iré yo solo en el caballo
durante una ora; i tú, Pedro, irás a pié mientras tanto. Despues tú irás a pié durante otra
hora, i yo iré a caballo. –Convenido, contestó Pedro: ¿Cuántas leguas anduvo Juan a
caballo?”
A partir del ejemplo anterior, puede observarse que la nueva ortografía plantea
que las convenciones ortográficas de la escritura debían aproximarse todo lo posi-
ble al lenguaje hablado. Este supuesto básico de Sarmiento se sustentaba en la idea
de que la independencia política y la consecuente posibilidad de crear una nación
Americana debían generar modificaciones en el plano de la lengua –escrita–. En
otras palabras, si hay que crear una nación Hispanoamericana, es necesario que esta
posea una normativa específica para la escritura que la diferencie de la ortografía
española. Por otra parte, la simplificación de la ortografía es pensada también como
una forma de racionalizar y democratizar la enseñanza, por cuanto a la vez que el
aprendizaje estaría basado en la reflexión y no en la memoria, también permitiría el

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acceso de sectores más vastos a la lengua escrita. En este sentido, la distinción en el


plano lingüístico respecto de España y la confección de una nueva ortografía basa-
da en diferentes criterios debería reforzar, para Sarmiento, la nueva entidad política
que muchos sujetos de la época intentaban construir, así como garantizar la circula-
ción general del pensamiento de la ilustración59.

El significado y el contexto

El significado total de los discursos se construye en base al significado lingüístico


o significado invariable que se comprende sin tener en cuenta el contexto –dado en
parte por la gramática– y lo que Bourdieu llama la “significación” –significado conno-
tativo (Barthes, 1971) o sentido (Voloshinov, 1992)– establecido en la situación parti-
cular de discurso conformada por el mercado en base a las interpretaciones adiciona-
les de los participantes. Para que un producto lingüístico sea considerado un mensaje
debe ser descifrado por alguien y no siempre los esquemas de interpretación de los
locutores coinciden de manera compatible. Es en estos cruces, entonces, donde se
construye interactivamente la significación o sentido puesto que la connotación es del
orden de la singularidad de las experiencias individuales experimentadas en un espa-
cio social. Al respecto, sostiene Bourdieu (1985):
“En una sociedad diferenciada, los nombres llamados comunes, trabajo, familia,
madre, amor, reciben en realidad diferentes significaciones, significaciones incluso
antagónicas, debido a que los miembros de la misma ‘comunidad lingüística’ utilizan,
mejor o peor, la misma lengua y no varias lenguas diferentes la unificación del merca-
do lingüístico es así causa de que cada vez haya más significaciones para los mismos
signos […]”
En efecto, si tomamos el signo “trabajo” es evidente que puede reenviarnos hacia
distintos sentidos o significaciones de acuerdo con el sujeto que lo haya pronunciado
y el contexto en que se haya enmarcado la palabra. Para un individuo que pertenezca
a un sector social en que se vivencie una situación de precariedad económica, “traba-
jo” puede asociarse con “cansancio” o “injusticia”, entre muchas otras posibilidades,
mientras que para un sujeto que forme parte del grupo dominante podrían darse aso-
ciaciones del tipo “realización personal” o “acceso a una buena calidad de vida”. Por el

59 Como afirma Arnoux (1991), tanto en Sarmiento como en Andrés Bello, otro de los intelectua-
les de la época implicado en esta clase de discusiones, “aparecen los rasgos propios de lo que
se llama la ‘revolución cultural burguesa’ (difusión de la técnica, la ilustración y la democracia
parlamentaria)”. En este sentido, desde la perspectiva de Arnoux (1991), “el proyecto de simpli-
ficar la ortografía se basa en una concepción iluminista de la lengua. Esta es considerada como
un objeto susceptible de ser regulado, perfeccionado, ‘pulido’ […]. Pero las lenguas se perfec-
cionan no sólo por las intervenciones que sobre ella se realizan sino también por el desarrollo
que va alcanzando la cultura y la sociedad en la que participan […]”

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EL USo DEL LENGUAJE EN EL MARCo SoCIAL Y CULTURAL

contrario, cuanto más diversificados resulten los mercados nos encontraremos tam-
bién con expresiones específicas propias de cada uno y, en consecuencia, con una
menor cantidad de sentidos asociados a las mismas palabras.
Para cerrar, ilustraremos el concepto de significación con el fragmento de un
texto de Eduardo Galeano (2005) en el que se alude claramente a los sentidos asocia-
dos a las palabras, así como a los efectos generados socialmente, cuando se unifica el
mercado de la opinión pública:

“En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presen-


cia de una señorita. Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia
de la opinión pública:
el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado;
el imperialismo se llama globalización;
las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como
llamar niños a los enanos;
el oportunismo se llama pragmatismo;
la traición se llama realismo;
los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos;
la expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nom-
bre de deserción escolar;
el derecho del patrón de despedir al obrero sin indemnización se llama flexibili-
zación del mercado laboral;
el lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres, entre los derechos de las
minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría;
en lugar de dictadura militar, se dice proceso;
las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas;
cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos;
el saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre
de enriquecimiento ilícito; […]”

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