Descolonizar Lo Divino Aportes para Una
Descolonizar Lo Divino Aportes para Una
Descolonizar Lo Divino Aportes para Una
Y DE LA (DE)COLONIALIDAD
LATINOAMERICANA
E-Book.
ISBN 978-987-702-100-4
Directora
Dra. María Elena Lucero, UNR
Co-Directora
Dra. Laura Catelli, UNR - CONICET
Dra. Karina Bidaseca, Universidad Nacional de San Martín, Universidad de Buenos Aires, CONICET
Dra. Yolanda Martínez-San Miguel, Rutgers, The State University of New Jersey,
Estados Unidos
índice
6 Agradecimientos
11 Rastros y restos: Frantz Fanon, la zona de no ser. Elementos para pensar el humanis-
mo a partir de su escritura
Alejandro de Oto
39 ¿Son los museos un lugar posible para el mapuce kimvn? Reflexiones a partir de un
acercamiento a los museos de Neuquén
Alejandra Rodríguez de Anca y Jorgelina Villarreal
83 Intersecciones de género, raza y clase: Análisis crítico del relato mítico-histórico sobre
Juana Koslay y la fundación de la ciudad de San Luis
Laura Celina Vacca
143 Descolonizar lo divino. Aportes para una teología poscolonial del campo religioso
latinoamericano
Nicolás Panotto
Agradecimientos
1
Ver Catelli y Lucero (2012) para ver los textos que detallan estos planteos, y Palermo (2012),
“Conocimientos de otro modo: la opción decolonial y la academia argentina”, texto colectivo,
resultado del taller que nuestra colega coordinó en el I Coloquio del CIETP.
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Bibliografìa
Siracusano, Gabriela. “Las entrañas del arte. Un relato material (s. XVII - XXI)”.
Buenos Aires: Fundación OSDE, 2008.
Palermo, Zulma. “Conocimientos de otro modo: la opción decolonial y la academia
argentina”. Términos claves de la teoría poscolonial latinoamericana. Catelli, Laura
y Lucero, María Elena (eds.). Rosario: UNR Editora 2012. 355-380.
2
Parafraseando el nombre de la conocida exposición curada en 2008 por la historiadora Gabriela
Siracusano, especialista en arte colonial “Las entrañas del arte. Un relato material (s. XVII - XXI)”.
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Alejandro de Oto
Buenas tardes.
Cuando releía el título de esta charla me acordaba del título de un libro de Simon
Critchley, “Very little, almost nothing”, y pensaba que debería haber puesto un
título similar. Digo esto con toda la intencionalidad porque es muy complejo,
cuando uno se hace preguntas alrededor de la escritura de alguien como Fanon, no
desbordarse. El efecto inmediato que se obtiene después de leer los dos o tres
primeros capítulos de cualquier texto de Fanon es que uno es tomado, literalmente,
por el énfasis declarativo y de algún modo empieza a pensar en dimensiones macro
o molares de los procesos que describe, al tiempo que no se detiene a ver que las
zonas micro de su escritura, de sus textos, pueden indicarnos algunas derivas
interesantes.
¿Cómo hacer eso desde nuestra (lo nuestro es siempre señal de una
complejidad) encrucijada histórica situacional frente a la de sus textos? Los textos
de Fanon (digo esto pensando como un historiador de las ideas preocupado por la
dimensión contextual de la escritura) produjeron, al tiempo que engrosaron, las
capas que constituyen las tramas conceptuales, ideológicas de su tiempo. Hoy
sólo quisiera decir algunas cosas que me parecen importantes en relación con los
nombres y palabras que circulan alrededor de eventos como este, pensando a
partir de Fanon, de palabras como decolonial, poscolonial, sujeto, emancipación,
liberación, etc. Palabras que uno pronuncia y siente el impulso inmediato de callar
porque es muy difícil no cargar, inmediatamente de dichas, un archivo histórico
gigantesco que está detrás de cada una de ellas, y sin sentir que eso obligaría a
hacer trabajos arqueológicos casi interminables. Hablábamos hace un rato de la
filosofía de la liberación. Al pronunciar esas dos palabras se organiza un campo de
lecturas, de prácticas, de posiciones dispersas en algunos casos, en otras mucho
más homogéneas, un complejo de seccionamientos y formas de ver el problema
del conocimiento en el campo filosófico y en otros, en una espacialidad como, por
ejemplo, la academia argentina de la década del sesenta y del setenta y miles de
cosas más, de la historia intelectual, de la historia política, etc. Pero para no caer
en esos momentos de indecisión solamente quiero señalar algunas cosas que, hoy
a la tarde, permiten pensar sobre y desde la escritura de Fanon. Por otra parte, les
cuento que lo que diré es parte de una exploración que estamos haciendo en un
proyecto de investigación en Mendoza sobre el humanismo, atendiendo al
problema del humanismo crítico desde distintos claves y a mí me tocó, casi por
1
Transcripción de la conferencia inaugural de “Materialidades (pos)coloniales y de la
(de)colonialidad latinoamericana”, II Coloquio del Centro de Investigaciones y Estudios en Teoría
Poscolonial (CIETP) de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario,
Argentina. Dictada el 18 de noviembre de 2013.
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el momento del desprendimiento el que le hace decir a Fanon al final de Piel negra,
máscaras blancas, “oh, mi cuerpo, haz de mi alguien que interrogue siempre”. Yo
creo que está muy bien como lo dice Walter Mignolo, que es el momento crucial de
este desprendimiento, pero el problema es que está enunciado en términos
representacionales y de conciencia y por ello creo que habría que bajar esa
intensidad específicamente. Es un buen momento para pensar en términos
microfísicos y como lo piensa Walter para inaugurar una corpopolítica descolonial
(descolonizadora).
Ese momento final del libro de Fanon es muy interesante porque es donde es
posible revisar analíticamente todos los modos en que se tramó la subjetividad, es
cuando podemos empezar a desglosar analíticamente los modos en que se fue
construyendo una subjetividad para lo cual queda algo corto el panorama si
hablamos el lenguaje de “la toma de conciencia” en tanto llave genealógica. En ese
escenario se enlazan las dimensiones principales de la diferencia colonial, ahí se
articula precisamente la idea de la geopolítica del saber y del conocimiento, la
corpopolítica y, entonces, a partir de esto hay todo un debate que propone
aumentar las lista de las subjetividades subalternas del lado no privilegiado de la
diferencia colonial pero de algún modo clausura el problema representacional que
organiza el listado. Esa es una clave epistemológica porque no se trata sólo de
identificar subjetividades subalternas sino entender el tramado de las
subjetividades que están “plagadas” de fantasmas, pero también de espectros, en
la distinción que hice antes de estas dos figuras. Y si saltamos a la zona fantasmal
de las voces subalternas, que es “ahora tengo derechos”, “ahora soy un hombre”,
en el modo de producción de la diferencia que están en juego en la diferencia
colonial, ustedes dirán: ¿“y Fanon qué tiene que ver con todo esto”?
Todas estas observaciones son para tratar de pensar qué es o de qué se
trata la “zona de no ser” de Fanon. En el campo filosófico hay mucho material para
pensar esto. El caso del trabajo de Nelson Maldonado es muy interesante. Nelson
piensa en la noción de colonialidad del ser, y un problema no menor de pensar en
esos términos cuando uno se refiere al momento descolonizador es que reinscribe
el problema del Ser. Ese es un punto tremendo en la discusión de cualquier práctica
o analítica. Si hay un lugar caro al pensamiento filosófico es el del Ser y sus Entes,
incluso más, si uno entiende que en las primeras tres páginas de Ser y Tiempo
Heidegger está diciendo que su pregunta por el Ser no es una pregunta a ser
respondida, si prestáramos atención a eso que está ahí, no responderíamos la
pregunta por el Ser cuando hacemos una pregunta en términos de las prácticas
culturales. Porque justamente creo, lo que Heidegger está diciendo es que la
pregunta por el Ser es una pregunta por el modo de la pregunta filosófica que no
debe ser respondida desde la perspectiva del Ente, de las cosas, porque si no se
produce un cierre ontológico del que es muy difícil escapar.
Si uno toma eso, sin salir de la filosofía, y piensa el problema de la
colonialidad del ser, resulta interesante tensar la cuerda hasta el punto donde en
este proceso de construcción del “sí mismo y sus otros”, produce esto, es decir,
que la noción de Ser, distribuye humanidad, dice quienes son humanos y quienes
no, quienes son sub-humanos, etc. Nelson lo argumenta muy bien alrededor de la
figura de Descartes, al advertir que el cogito cartesiano, el sujeto que interroga es
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Muchas gracias.
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Leticia Katzer
Presentación
El propósito del siguiente trabajo es la reunión de un conjunto de reflexiones
epistemológicas a propósito de la configuración contemporánea del campo de la
etnopolítica, en los cruces de la filosofia, la crítica cultural y la etnografía. El
objetivo central es analizar los puntos de sutura entre modelos abstractos de
subjetividad y registros etnográficos de las formas concretas y diferenciadas en
que esos modelos se realizan en las prácticas.
El interrogante fundamental que estimula el análisis es ¿Qué formas de
relación entre vida, etnicidad y comunidad/sujeto ha forjado la modernidad?
¿Cuáles son sus efectos de poder más inmediatos?
La propuesta de reflexión apunta a explorar en un caso etnográfico
específico – los Huarpes mendocinos, residentes tanto en el conurbano como en el
secano- los puntos de sutura de las inscripciones de la colonialidad (es decir, las
lógicas y formas de dominación y de regulación de la subjetividad) en la vida
indígena, no sólo en lo que compete a procedimientos y mecanismos de
subjetivación/sujeción sino también, y centralmente, a los lugares de vida étnica
por fuera de las referencias y los marcos de pertenencia (procesos de
desubjetivación).
Sostenemos que el ámbito de la etnicidad es un lugar donde el espacio de
lo político es capturado, englobado, pero no de manera plena y completa. En la
operación de “totalización”, quedan restos no apropiados. El lugar del resto es el
lugar de tensión entre las trayectorias de subjetivación y las trayectorias de
desubjetivación/desidentificación/desapropiación categorial étnica.
Vértice teórico: la espectropoética y la etnopolítica en clave de “resto”
De la espectropoética
Cuando apareció la posibilidad de comenzar a trabajar etnográficamente con
familias e individuos adscriptos como Huarpes (Katzer 2005) estaban presentes en
mí algunos interrogantes de naturaleza teórica formulados sobre la base de
lecturas previas de Jacques Derrida y Roberto Esposito: 1) ¿mediante qué lógicas y
mecanismos son reconocidas/admitidas y articuladas las formas alternas de vida
humana en la sociedad moderna y bajo qué condiciones e intereses se enfatizan o
niegan las diferencias étnicas? Aspectos que remitían a la dimensión política e
histórica de las formas de categorización/identificación y ordenamiento del
mundo social; 2) ¿Cómo se imprimen al interior del microespacio étnico? En los
intersticios de estas preguntas, introduje en el ámbito de la reflexión etnológica y
etnográfica, la espectrología y crítica del fantasma derridiana como lugar de
exploración epistemológico (Katzer, 2004, 2005a, 2005b)1 y hemos incorporado
1
Las primeras lecturas cruzadas fueron presentadas en el trabajo titulado “Identidad y comunidad
desde la espectrología. Un saludo al naufragio gitano”, en Actas del I Congreso Latinoamericano de
Antropología Social (2005).
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2
Traducción de la autora.
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De la etnopolítica en clave de “resto”
Respecto a la definición de la etnopolítica como “resto” requiere de varias
consideraciones, comenzando por su delimitación en tanto “dominio histórico” en
el sentido de Foucault y Lévi-Strauss, es decir un sistema de códigos particulares
resultado de la abstracción/totalización por parte del agente del devenir histórico
que decofica los “hechos históricos” transformándolos en acontecimientos
sifnificativos. Estas nociones introducen la dimensión acontecimental: estamos
pensando la etnicidad en tanto acontecimiento, de lo cual consideramos relevante
explicitar dos puntualizaciones a) Lo que deviene, lo que adviene, no se reduce a la
personalidad del sujeto enunciativo-responsable-consciente-representativo –
“comunidad indígena”, ni a la objetividad de un estado inmanente de cosas -
pertenencias y sentidos de pertenencia que suponen “propias de ese colectivo”-,
ni a la trascendentalidad de un concepto abstracto- “comunidad política”. Más
bien lo que se registra es un encadenamiento de acontecimientos y
agenciamientos múltiples que distan bastante de constituirse en espacios
cerrados-herméticos ; b) De la mano de lo acontecimiental se articula lo vivencial y
no tanto lo representacional. La etnicidad, como condición compartida, se vivencia
en los múltiples agenciamientos, de manera diferencial.
Reconocemos un antecedente de esta perspectiva en la noción de “residuo”
en Lévi-Strauss. Tiene que ver con algo que Lévi-Strauss (1962, 59) anuncia en los
bordes de su escritura: el reconocer la dimensión residual, el carácter de creativo
del resto, lo que hay de muerto en lo vivo presente, y lo que hay de vivo en lo que
está muerto. La fórmula del bricollage introduce la dimensión espectral, no del
todo presente del acontecimiento. Es la idea de resto no totalizado. Para el autor,
cualquier dominio se halla atravesado por una gama de posibilidades para
destotalizar y retotalizar cualquier dominio; las totalizaciones devienen de las
destotalizaciones, y exceden los límites de singularidad presente a nivel de
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De la colonialidad etnopolítica
Cuando hablamos de “colonialidad etnopolítica” pensamos en los modos en que
el colonialismo opera dentro del dominio de la etnicidad, en el sentido de las
lógicas y mecanismos de dominación en el ámbito de la subjetividad/subjetivación
étnica Mi lectura teórica y mi investigación empíríca, recupera la inciativa de
Eduardo Restrepo (2004) y Santiago Castro Gómez (2005) y reside en discriminar
de modo microfísico las instituciones, lógicas, procedimeintos y agencias como
sus modos de combinación en la investigación etnográfica e indagación teórica. Es
decir, cómo se reinsribe y opera la “matriz colonial de poder” (Quijano 2000) en la
producción etnográfica y la etnopolítica, a través de la biopolítica y la lógica de la
gubernamentalidad dentro de su mecánica microfísica (Katzer 2009, 2012).
En mi lectura se invierte la mutua correpondencia entre modernidad y
colonialidad: la modernidad pasa a ser una cualidad de la colonialidad. En la
lectura del pensamiento de la “comunidad” y la deconstrucción, la lógica colonial
no es exclusiva del pensamento moderno sino que comienza con la filosofía
política antigua en la metafísica de la propiedad y la presencia: en el sentido de la
lógica de colonización de la vida, de su objetivación y dominio que traduce la
subjetivación (la forma de vida) como proceso de apropiación (relación con la
alteridad a partir de la presencia y la propiedad). Implica la objetivación de la vida,
su delimitación como “nuda vida”, su escisión y por tanto su constitución como
objeto de apropiación y regulación jurídica de una persona. El establecimiento de
diferencia colonial como mecanismo clasificatorio y de articulación social
(Mignolo) constituye un criterio originado en la Civilización occidental antigua que
la modernidad le da su configuración más plena y totalizadora, en la forma de
sistema-mundo. Al mismo tiempo se invierte la mutua correspondencia entre
biopolítica y matriz de poder colonial: la matriz colonial moderna/capitalista de
poder opera a través de la biopolítica; la biopolítica es la especificidad de la forma
moderna de la colonialidad; ésta hace a su singularidad en relación a otras
matrices coloniales. Mi exploración reside en cómo se reinscribe y opera la “matriz
colonial de poder” (Quijano) en la etnopolítica, a través de la biopolítica y la lógica
de la gubernamentalidad en toda su mecánica microfísica.
De registros etnográficos
El agrupamiento y corporalización pública de adscriptos étnicos Huarpes en
“comunidades indígenas” ha constituido el acontecimiento de su individualización
colectiva, proceso que habilita la inscripción en el ámbito de la etnopolítica por lo
que fuera denominado como “etnogubernamentalidad” (Boccara 2007). Mi lectura
es que incluye no sólo la penetración en los espacios de socialización indígena o la
constitución de identidades genéticas, sino también el reconocimiento de su
acervo cultural como biocapital, y en tanto tal como riqueza pública; la
capitalización de sus actividades y por ende, el cuidado de su salubridad.
Entiendo la “Etnogubernamentalidad” en tanto acontecimiento que define
al “gobierno”/conduccción de la conducta, de la forma de vida-en-comun de la
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3
La descripción etnográfica detallada de cada una de estas prácticas han sido presentadas en
Katzer (2012, 2013).
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Así, defino al “rastreo” como una forma de itineracia espectral, una política
de relación y una política de memoria: una política de relación que activa las
memorias a través de la huella y que se basa en la desapropiación del otro. Cortar
el rastro es registrar las huellas dejadas por la presa en la cacería, pero también es
encontrar(se) en las huellas dejadas por otros en un espacio; es por tanto el
rastreo, el encuentro con los espectros del otro, el otro presente y ausente, vivo y
muerto a la vez. Esa misma huella, la presencia viva de la ausencia de otros, activa
las memorias y pone en acción los vínculos sociales.
Consideraciones finales
En el proceso desigual e inconcluso de mediación y articulación entre lo
universal/particular, que habilita la pertenencia del individuo a múltiples
“subjetividades” y su no-pertenencia total y absoluta a la vez, se produce el
tránsito entre circuitos identitarios diversos dentro de campos posibles de elección
y selección. Entonces si bien las subjetivaciones se producen en marcos
institucionales que materializan modelos de racionalidad, modelos de conducta, e
implican correlaciones con pertenencias establecidas como principio de
constitución de la subjetividad (proceso de subjetivación) quedan restos des-
identificados y desapropiados.
Así, la multiplicación heterogénea de sentidos subjetivos que caracteriza el
mundo contemporáneo produce, en su inscripción histórica, una superposición
entre las lógicas y mecanismos fantasmales a través de los cuales esos sentidos
son reconocidos y legitimados (las posiciones abstractas que el individuo se ve
obligado a tomar) y las reelaboraciones espectrales que en las prácticas sociales
concretas se hacen de ellos (Katzer 2013b). En ese espaciamiento que resta entre
lo que totaliza y lo que es capturado en la totalidad, ahí hay un resto que resiste a
la representación tanto teórica como política.
Muy diferentes a toda la maquinaria regulatoria del régimen de
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Bibliografía
De Oto, Alejandro. y Katzer, Leticia. “Tras la huella del acontecimiento. Entre la
zona del no-ser y la ausencia radical”. Utopía y praxis latinoamericana. Caracas (en
prensa), 2013.
Katzer Leticia y De Oto, Alejandro “Intervenciones espectrales (o variaciones sobre
el asedio)”. Tabula Rasa 18 (2013): 127-143.
Restrepo, Eduardo. “Biopolítica y alteridad: Dilemas de la etnización de las
Colombias”. En Conflicto e (in)visibilidad. Retos en los estudios de la gente negra
en Colombia. E. Restrepo y A. Rojas (eds.). Popayán: Editorial Universidad del
Cauca, 2004. 271-301.
Introducción
Los mapas constituyen artefactos de saber-poder que han sido centrales en la
construcción de la diferencia colonial y la legitimación de las definiciones estatales
del territorio. Estos mapas no sólo han sido herramientas para los procesos de
apropiación territorial y para su legitimación, sino que estructuran y naturalizan una
forma de representación cartográfica que responde a principios epistemológicos
propios del conocimiento científico occidental, caracterizados por la separación
entre sujeto cognoscente y el objeto conocido. Esta separación que fundaría la
“objetividad”, basada en lo que Castro Gómez (2005) denomina “hybris del punto
cero”: la pretensión de “universalidad” en tanto “ausencia de punto de vista”.
Según señala este autor, esta operación se articula, para la elaboración de mapas,
a partir del uso de la perspectiva. Este uso de la perspectiva supuso
1
Mapuce kimvn: conocimiento mapuce. Para la escritura de términos en mapuzugun/ idioma
mapuce, utilizamos el grafemario Ragileo, adoptado por la Confederación Mapuce de Neuquén
(CMN; organización política representativa del Pueblo Mapuce en dicha Provincia); de aquí en
adelante, el uso de este idioma y del grafemario Ragileo estará indicado con cursivas.
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Territorios otros…
Desde la cosmovisión mapuce, territorio no se reduce a una superficie
representable ni su ocupación a un registro material de la presencia humana, sino
que implica una compleja relación entre dimensiones y elementos que lo
configuran. Waj Mapu se puede traducir como cosmos, universo. Pero,
fundamentalmente, es el sentido circular e infinito como se ordenan todas las vidas
que lo componen. El Waj Mapu está compuesto por doce o más dimensiones,
según las autoridades filosóficas mapuce, de las que aquí sólo mencionaremos
cuatro para graficar:
1) Pvjv Mapu o Naq Mapu: es una dimensión dual, puesto que por
una parte corresponde a una de las dimensiones espaciales,
inmateriales del Waj Mapu; y por la otra es donde se desarrolla la
dimensión territorial / material, denominada Wajontu Mapu o Xufken
Mapu. Wajontu Mapu, en cuanto espacio físico territorial, es donde
se desarrolla el Pueblo Mapuce, siendo la unidad base de este
desarrollo el lof.
2) Wenu Mapu: dimensión de arriba. Aquí se reproducen
espiritualmente todas las formas de vida del Naq Mapu /Pvjv Mapu.
3) Miñce Mapu: dimensión de abajo o subsuelo, donde también
como en las otras dimensiones del Wenu Mapu, se replican las
diversas formas de vidas y su organización.
4) Wente Wenu Mapu: dimensión sobre todas las dimensiones. El Waj
Mapu tiene un orden llamado Az Mapu, a partir del cual se configura
la forma particular del orden social mapuce.
Bibliografía
Griffiths, Tom. “Guyana: empoderamiento de pueblos indígenas a través del mapeo
participativo Forest Peoples Programme.” Boletín del WRM 62 (2002).
http://wrm.org.uy/oldsite/boletin/62/Guyana.html. Acceso 30/12/13.
¿Son los museos un lugar posible para el mapuce kimvn? Es ésta una pregunta
que, a la manera de provocación, hilvana una reflexión que transita desde los
abordajes realizados sobre las representaciones de Patagonia en las exhibiciones
culturales (entre ellas, las museográficas) hacia nuestras preguntas actuales sobre
los procesos de emergencia (ancestralidad, vigencia y proyección) del mapuce
kimvn y su relación con procesos interculturales2.
En este trabajo nos aproximamos a cómo museos de la Provincia de
Neuquén, a través de la incorporación de artefactos culturales, imágenes y
referencias al sistema de vida mapuce, han aportado a configurar un régimen de
visibilidad del Pueblo Mapuce tendiente a incorporarlo como ‘raíz’ y componente
de una ‘identidad neuquina’. Esta construcción estatal colonial se tensiona con la
proyección del Pueblo Mapuce en dicho territorio y con los procesos de emergencia
del mapuce kimvn, dejando huellas que procuramos interrogar en las exhibiciones
museográficas. En una primera parte, explicitaremos la relación que entendemos
existe entre museos, colonialidad y nación. En un segundo momento,
propondremos un recorrido por el Museo Municipal Gregorio Álvarez de la ciudad
de Neuquén. A través de una descripción analítica se intenta, por una parte, dar
cuenta de las líneas narrativas que estructuran la exhibición, deteniéndonos
principalmente en aquellos aspectos referidos a la incorporación del Pueblo
Mapuce, y por otra parte, explorar las tensiones, fisuras y silencios que trabajan en
dichas narrativas. Finalmente, retomaremos la pregunta inicial para proponer
algunas reflexiones en relación a la misma.
1
Mapuce kimvn: conocimiento mapuce. Para la escritura de términos en mapuzugun/ idioma
mapuce, utilizamos el grafemario Ragileo, adoptado por la Confederación Mapuce de Neuquén
(CMN; organización política representativa del Pueblo Mapuce en dicha Provincia); de aquí en
adelante, el uso de este idioma y del grafemario Ragileo estará indicado con cursivas.
2
Nos referimos al recorrido realizado en los proyectos “Pedagogía, alteridad y representación. Un
estudio sobre políticas de exhibición cultural en el sur argentino” (2006-2009), “Interculturalidad,
epistemología y decolonialidad: la emergencia de ‘otros’ saberes en las luchas mapuce por
educación, territorio y cultura” (2010-2012) y “Interculturalidad, epistemología y decolonialidad: la
emergencia de ‘otros’ saberes en las luchas mapuce por educación, territorio y cultura” (en curso),
todos ellos con sede en el Centro de Educación Popular e Intercultural (CEPINT), FACE, UNCo.
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…una geopolítica del conocimiento cuya hegemonía epistémica surge del singular
poder de nombrar por primera vez, crear fronteras, decidir cuáles conocimientos y
comportamientos son o no legítimos, y establecer una visión de mundo dominante.
Dicha concepción es impuesta a los colonizados para subalternizar sus culturas y sus
lenguas, que es ‘violencia epistémica’ para los que tienen su imaginario invadido y
destruido. (Castro Gómez y Guardiola Rivera 10)
Por una parte, esta colonialidad del saber ha implicado un epistemicidio (de
Sousa Santos 2012); es decir, el silenciamiento y la destrucción sistemática de las
condiciones de producción, circulación y ampliación de conocimientos por parte de
los grupos colonizados3. Por otra parte, la diferencia colonial ha sido forjada en el
campo de la representación a través de dispositivos específicos que forman parte
del anteriormente mencionado ‘complejo exhibicionario’. Este complejo se
configura hacia el siglo XIX e incluye formas de exhibición de la alteridad tales
como ferias, exposiciones mundiales y museos. Siguiendo a Sánchez (2010), lo
que se escenifica en estos espacios es una narrativa totalizante que incorpora
violentamente a los sujetos no occidentales en la ‘historia de la humanidad’,
ubicándolos en un remoto espacio que media entre la naturaleza y la cultura.
En el caso de América Latina, los procesos de independización y de
constitución de los estados nacionales en los siglos XIX y XX, no significaron sino
una continuidad de estas estructuras coloniales. Tal como señala Castro Gómez
(2000), la contracara oscura de la “invención de ciudadanía” es la “invención del
otro”:
…doble proceso por el cual fuerzas sociales económicas y políticas que determinan el
contenido y la importancia de las categorías sociales – así como el interjuego de
3
En el caso específico del Pueblo Mapuce, incluye prácticas que van desde la prohibición de hablar
el mapuzugun (idioma originario mapuce) hasta el exterminio focalizado de los/las maci (autoridad
filosófica encargada de mantener el equilibrio entre el ce/persona y las demás vidas del Waj
Mapu/cosmos, a través de la práctica de la medicina mapuce), que han tenido lugar a partir de la
incorporación del territorio mapuce a los estados nacionales argentino y chileno hacia fines del
siglo XIX.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Recorriendo la muestra
El museo municipal Gregorio Álvarez es uno de los que integran el circuito de
Neuquén capital. En él se exhibe en forma permanente la muestra ‘Gente de la
tierra’, conformada por piezas catalogadas como “patrimonio histórico-
arqueológico”5, a través de las cuales se presenta una reconstrucción histórica de
aquello que hoy día se denomina “provincia de Neuquén”, que va desde la
prehistoria hasta la actualidad. El título mismo de la muestra, ‘Gente de la tierra’
(acompañado de la nota aclatoria: ‘Un texto para leer nuestro pasado’) se tensiona
con el tallado que preside el hall de entrada del museo: ‘Del Neuquén, por el
4
Las descripciones que sustentan los siguientes apartados se basan en el trabajo de campo
realizado entre los años 2009 y 2010; las mismas han sido retomadas en Rodríguez de Anca,
Villarreal y Díaz (2010). Cabe señalarse que la muestra permanente, excepto modificaciones en
virtud del montaje de exposiciones temporales, no ha sufrido alteraciones hasta el año 2013.
5
Según se expresa en la página web ‘Neuquén Cultura’ de la Subsecretaria de Cultura de la
Municipalidad de Neuquén, “...este museo Histórico – Arqueológico se destaca por la calidad de
sus colecciones, entre ellas la de Chenque Haichol... (...) La muestra permanente de este museo
cuenta con 5840 piezas que incluyen desde materiales líticos, datados aproximadamente en 5000
años de antigüedad, hasta objetos representativos del proceso de contacto entre los españoles y
los pueblos originarios.” (http://cultura.neuquen.wpengine.com/museos-y-salas/museo-gregorio-
alvarez/ ; última fecha de acceso: 30/12/13).
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Neuquén, para la patria. Dr. Gregorio Álvarez”6, actualizando las preguntas que
Cruces (1998) nos plantea en relación al patrimonio y la identidad: “quién es
quién”, “qué representa qué” y “qué representa a quiénes” (77), aspectos sobre
los que volveremos más adelante.
6
Gregorio Álvarez (1889-1986), maestro y médico nacido en Ñorquín −provincia de Neuquén−, es
reconocido también por sus trabajos literarios e históricos. La figura de Álvarez da su nombre al
museo.
7
La secuencia completa incluye los siguientes afiches: Teorías del Poblamiento americano;
Sociedades de cazadores recolectores; Cueva Haichol; ¿Qué es el arte rupestre?; Los siglos de
contacto XVI y XVII; El Neuquén indígena de los siglos XVIII y XIX; Campañas y ocupamiento militar
de la Patagonia. Todos éstos presentan el mismo formato. Intercalado en la secuencia se encuentra
otro afiche de distinto formato que recupera parte de un artículo escrito por arqueólogos en relación
al sitio Chenque Haichol.
8
De hecho, según indican los carteles correspondientes, varios de ellos han sido donados por
‘Artesanías Neuquinas, sociedad del estado provincial encargada de la promoción y
comercialización de ‘artesanías’ mapuce -acompañadas del correspondiente certificado de
autenticidad- con destino al mercado tanto nacional como internacional; se hace efectivo así “un
doble ejercicio de apropiación económico y cultural (los objetos vendidos como artesanías ya no
son mapuce, sino ‘neuquinos’)” (Rodríguez de Anca y Villarreal, 2007)
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En este ‘salto al presente’, quedan excluidos del relato histórico los procesos de
desestructuración pos-conquista de los pueblos originarios de la zona, así como la
especificidad de los procesos de territorialización y provincialización9 y su peso en
la configuración de la situación y demandas actuales del Pueblo Mapuce en la
provincia. Esta exclusión reitera un silencio presente en distintas construcciones
historiográficas y que, como señala Delrio (2005), “no ha sido neutro sino cómplice
en la construcción de un nuevo estatus de subordinación” (13) de los pueblos
originarios en el marco de las estatalidades nacional y provinciales. Dicho ‘agujero
histórico’ pasa prácticamente desapercibido, sin interpelar el sentido común, y
opera en el sentido de una construcción de ‘nuestra memoria’ que afianza una
borradura histórica de crucial importancia política.
Este efecto no se produce sólo por la interrupción de la narración histórica
sino por la traducción espacial de la taxonomía que organiza la muestra: la
distinción acrítica entre bienes patrimoniales arqueológicos e históricos -ligados al
pasado-, y bienes patrimoniales del presente –que por los formatos de exhibición
remiten a lo artesanal y a una folklorización de lo indígena. De esta forma, el
despliegue y el cierre narrativo no sólo se producen en la historia contada a través
de los textos, sino en la disposición de los objetos y, muy particularmente, en los
recorridos propuestos o impuestos por el museo; la narrativa no sólo se lee o
escucha, sino que se ‘camina’, se realiza corporalmente. De esta forma, si bien los
visitantes tal vez puedan eludir o administrar la lectura de rótulos, carteles y otros
textos, difícilmente pueden evitar los recorridos o hacer una lectura de sus
implicancias, por lo que el manejo de los espacios resulta crucial en la producción
de sentidos.
El énfasis en la noción de patrimonio -definido en tanto patrimonio
provincial- que sustenta la concepción y organización del museo Gregorio Álvarez10,
implica una desparticularización (Brow 1990)11 que, asociada a la borradura
histórica, permite subsumir al Pueblo Mapuce en narrativas que tienen como
corolario ‘nuestra identidad: neuquinos’ entendida según sus definiciones
hegemónicas. De esta forma, ‘lo mapuche’ es incorporado como ‘raíz’ y
componente de una ‘identidad neuquina’. Esta operación resulta fundamental para
la construcción de hegemonía en una provincia que ha forjado para sí un
imaginario pluralista y que, en relación al Pueblo Mapuce, ha implicado su
incorporación en términos de ‘subordinados tolerables’ (Briones y Díaz 2000).
9
Una vez incorporado al Estado-nación argentino, el territorio que actualmente conforma Neuquén,
se organizó en 1884 como Territorio Nacional dependiente del Poder ejecutivo, y recién en 1955
como provincia de Neuquén.
10
Según se expresa en la folletería del museo: “La misión de este museo es principalmente
educativa. Sus valores se centran en la comunicación y la educación patrimonial… (…) Tanto el
edificio como cada una de las piezas y objetos que aquí se exhiben, integran el patrimonio, entidad
que convoca siempre a la memoria y a la identidad de un pueblo”.
11
Brow (1990) entiende por ‘desparticularización’ al proceso mediante el cual discursos y prácticas
son despojados de sus significados locales y concretos, convirtiéndose en propiedad de quienes
están incorporados a la hegemonía.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
12
‘Religiosidad’ y ‘Cultura y cosmovisión’ son los dos subtítulos principales que conforman el
apartado “La actualidad”.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Reflexiones finales
Nos preguntábamos inicialmente: ¿son los museos un lugar posible para el
mapuce kimvn? Pregunta que tiene el sentido de provocar a la reflexión y a la que -
sin una absurda pretensión de dar una respuesta- volvemos en estas reflexiones
finales.
Valdez y Pereyra (2011) señalan con respecto al mapuce kimvn que
13
Un aspecto que no aparece tratado en el afiche y que también resulta conflictivo, refiere a la
consideración de ‘puelches’, ‘mapuches’, ‘pehuenches’ como pueblos distintos, cuando en
realidad corresponderían a identidades territoriales diferenciadas de un mismo pueblo. En la
actualidad, estas identidades territoriales resignificadas han sido la base de la organización en
Consejos Zonales en el marco de la Confederación Mapuce Neuquina. Al respecto puede verse
Equipo Interdisciplinar e Intercultural (2010). Otro aspecto habitualmente puesto en cuestión es el
de la denominación como ‘araucanos’, en tanto denominación impuesta por el colonizador. Para
una breve revisión de estas cuestiones, puede verse Trentini, Valverde, Radovich, Berón y Balazote
(2010).
14
Ya que la conformación de una colección implica la sustracción de objetos de su flujo habitual en
la vida social y su exhibición implica su recontextualización en el marco de narrativas específicas.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Bibliografía
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Introducción
La Quebrada de Humahuaca es un valle de montaña surcado por el Río Grande,
ubicado en el Noroeste de la Argentina, en la provincia de Jujuy. A lo largo del siglo
XX han sido numerosas las investigaciones llevadas a cabo en la Quebrada de
Humahuaca. A través del trabajo de las disciplinas que se ocupan del pasado, se
ha construido una historia de las formas de ocupación del territorio. La
arqueología, entre otras disciplinas, ha ido componiendo un relato que hilvana a lo
largo de unos 10.000 años una “larga historia de interacción entre el Hombre y su
territorio” (Provincia de Jujuy 2002). Del mismo modo, son diversas disciplinas las
que contribuyen -conscientemente o no- a la selección y valoración de
determinados objetos, sitios y paisajes.
Los procesos de patrimonialización se inician cuando se selecciona algún
elemento o evento para darle valor patrimonial. Junto con las disciplinas
científicas, el poder político institucionaliza el patrimonio a través de normativas y
otras acciones (restauración, conservación, entre otras). La arqueología desde
fines del siglo XIX y principios del XX se posicionó como la disciplina legítima para
el estudio y custodia de los vestigios del pasado. En el caso de Jujuy, las primeras
expediciones científicas que recorren y estudian la Quebrada de Humahuaca se
realizaron a comienzos del siglo XX. En 1901-1902 Ambrosetti publicó por primera
vez sobre algunos materiales arqueológicos que provenían de Jujuy. A su vez, en
esos años, se realiza una expedición sueca dirigida por Nordenskiold (en 1901),
que la integraron también von Rosen y Boman. Este último fue el primero en
señalar la existencia de ruinas en Humahuaca, Calete, Chucalezna, Huacalera,
Tilcara, Inca Cueva y Rodero (Boman 1991 [1908]).
De forma contemporánea, se fueron creando las instituciones desde donde
ocurrieron las primeras expediciones e investigaciones nacionales. Es el caso, por
ejemplo, del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) que se
creó en 1904. Estas primeras investigaciones dieron lugar a las primeras
excavaciones en la provincia de Jujuy, provenientes de las universidades de
Buenos Aires y La Plata. En ese contexto, en 1908, Ambrosetti junto a su discípulo
Debenedetti “descubren” el Pucara de Tilcara. Además, en 1910, comienzan tareas
de restauración del Pucara, que luego se verán interrumpidas y sólo en 1948 se
reinician.
Junto con la aparición de las instituciones que organizaron las
investigaciones en la región, aparecieron las normativas que regularon el
patrimonio arqueológico de la Nación Argentina. Es así que en 1913 se sanciona la
Ley 9080, que se reglamenta en 1921, a partir de la cual se declara de propiedad de
la Nación y de interés científico las ruinas y yacimientos arqueológicos y
paleontológicos y se los pone bajo custodia del Museo de la Plata o el de la UBA.
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Humahuaca Patrimonio Mundial” (Resolución 184 del año 2000). Como resultado,
se elaboró el texto de la postulación que fue presentado ante la UNESCO y en Julio
de 2003 se incluyó a la Quebrada en la lista de Patrimonio Mundial como paisaje
cultural2.
Como corolario de todo este proceso de institucionalización del patrimonio
arqueológico, los lugares y los vestigios arqueológicos de la Quebrada de
Humahuaca son considerados de dominio público, bajo la tutela nacional y
provincial. Además, se considera como legítimos interventores de esos objetos y
lugares a los arqueólogos acreditados por alguna universidad. Y a partir de la
declaratoria UNESCO, incluso, esos lugares y vestigios son (aunque de manera
simbólica más que efectiva) dominio de la humanidad.
Ahora bien, ¿qué implica la patrimonialización de lugares de la Quebrada
para aquellos que los transitan? Pierre Nora (1997 [1984]) ha denominado lieux de
mémoire o lugares de memoria, lugares inteligibles, donde se forman las
representaciones colectivas del pasado, puntos del recuerdo o hitos de la
representación y reapropiación y reconstrucción del pasado. Los lieux de mémoire
ocurren en general a la par de la desaparición de gran parte de la memoria, la
intensificación de los estudios históricos y la institucionalización del patrimonio.
Esos lugares de memoria son en realidad las últimas corporizaciones de la
memoria, que subsisten en una era de la historia que clama por la memoria pero
que la ha abandonado (Nora 1997 [1984]). La proliferación de lugares de memoria
responde a intereses diversos, que muchas veces exceden la escala local. Son
lugares (materiales, simbólicos y funcionales) que se revisten de un aura
particular, porque se ubican justamente entre la memoria y la historia, y como tales
se reinventan, cambian, mezclan lo sagrado y lo profano, lo individual y lo colectivo
(Nora 1989). En suma, los lugares de memoria son cualquier unidad significativa
(material o inmaterial) que se conserva como patrimonio de memoria (y una
identidad) colectiva. La institucionalización del patrimonio responde a la propia
asimetría del tiempo, en el intento de anclar el pasado en el futuro y así disminuir
la incertidumbre en el presente. El patrimonio nos integra a la sociedad y en él se
intenta comprometer el futuro de una comunidad.
Estos lugares, seleccionados por instituciones, disciplinas académicas,
protegidos por legislaciones y reconocidos por la comunidad general se implantan
como representantes del pasado y de la memoria. En este sentido, aquellos
objetos y sitios que la arqueología reivindica como propios, muchas veces son
reclamados por otros actores. En particular, desde hace algún tiempo son parte del
conflicto con los pueblos originarios y su reclamo de derechos territoriales (Ver por
ejemplo López y García 2013).
Sobre los lugares patrimoniales y sus “dueños” o los lugares de la arqueología y
los lugares de la memoria
Tanto la memoria como la historia se anclan en lugares específicos del territorio, de
forma tal que los acontecimientos y los lugares se vuelven inseparables (Isla
2003). El pasado es clasificado, interpretado y honrado según necesidades que
tienen que ver con el presente. No obstante, memoria colectiva e historia no son lo
2
Si bien se presentó a la Quebrada como Itinerario Cultural, terminó incluida como Paisaje.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
mismo. Mientras la Historia es el saber que se ocupa del estudio de los hechos del
pasado en el presente, la memoria colectiva es un fenómeno actual, que une el
pasado al presente. Memoria e historia, como ha desarrollado Maurice Halbwachs
(2004 [1950]), no se confunden. El saber histórico, lo que llamamos Historia, es un
saber que se propone científico, distante. La memoria colectiva es evolutiva, se
distingue porque es una corriente de pensamiento continua, no hay líneas
claramente trazadas que la dividan como si sucede en la Historia. Además, la
memoria es un fenómeno social, establece Halbwachs (2004 [1925], 2005 [1939])
porque, como representación colectiva, participa activamente en la conformación
de las identidades que están ligadas a una conciencia actuante en el presente.
El hombre no se satisface con la memoria que guarda su propia conciencia,
sino que en tanto colectiva, ha recurrido a exteriorizarla. Las primeras formas de la
memoria responden a esta necesidad, inscribir, dejar marcas y hacer explícita la
memoria (Candau 2008). De esta forma, los paisajes, en especial aquellos que
tienen una larga trayectoria de ocupación, se presentan como palimpsestos de
huellas de memorias, fragmentos de paisajes pretéritos que se superponen, se
mezclan e incluso se suprimen unos a otros (Corboz 1983). El territorio, que es
aquél lugar sobre el que se genera un sentido de pertenencia, necesariamente
confronta con el de otros (Zambrano 2001), de manera que pueden distinguirse
una pluralidad de territorios que están en disputa. Haesbaert (2005) denomina
multiterritorialidad a esa coexistencia y superposición de apropiaciones materiales
y simbólicas del territorio (ver también López y otros 2011, López y otros 2011).
Una vez que un lugar es reconocido como patrimonio, se transforma en un
recurso. Como expresa García Canclini (1999), el patrimonio es un recurso que
reproduce diferencias sociales, en el que los sectores hegemónicos logran producir
y distribuir este tipo particular de bienes. En relación a esto, ya Michel Foucault
(1978) señalaba que el poder no sólo reprime, sino que también produce: produce
efectos de verdad, produce saber. Los intelectuales no son los únicos capaces de
producir saber, cualquiera es capaz de ello, pero el sistema de poder obstaculiza,
prohíbe, invalida ese discurso y ese saber, no sólo en la forma de censura, sino
que también ocurre más sutilmente en todas las instancias de la sociedad. Los
intelectuales, o lo que aquí llamamos saber experto, forman parte de ese sistema
de poder (Foucault 1978). En este sentido, el saber experto y el poder político
construyen el patrimonio y su significado, conjuntamente con otras acciones, como
puede ser la valoración turística (Mancini y Tommei 2012). Al ser institucionalizado,
el patrimonio entra en conflicto con la memoria y la identidad, que se expresa en
negociaciones sobre los usos del pasado (Cf. Nora 1997 [1984]; Candau 2008).
Así, debemos considerar que la memoria y el uso del pasado muchas veces
no coinciden en todas sus manifestaciones con el patrimonio socialmente
aceptado y validado (a través de normativa específica). A quién le pertenece ese
patrimonio, o más aún, el pasado, es una discusión abierta. Las normativas son
claras al respecto, pero la sociedad en su conjunto tiene respuestas disidentes. El
quehacer de la arqueología tiene consecuencias sobre las personas, en especial
sobre las comunidades originarias dado que la relación entre arqueólogos y
pueblos originarios sigue siendo asimétrica (Smith y Wobst 2004).
En sus orígenes, la arqueología se ubicó separada de la historia, encargada
de estudiar un pasado considerado lejano y exótico, anterior a la colonia, donde se
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3
Lo que Haber (1999) llamó “ruptura metafísica” para explicar este doble movimiento de
delimitación disciplinar, que demarcaba el objeto de estudio a la vez que esto implicaba el sujeto.
Desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, la arqueología estudiaba los restos del pasado
indígena y previo a la conquista española, suponiendo una discontinuidad cultural luego de la
conquista (y la extinción de esos sujetos).
4
En base al mandato de la Asamblea del XV Congreso Nacional de Arqueología Argentina (2004) de
establecer diálogo entre arqueólogos y las comunidades indígenas, se realiza un encuentro del que
se redacta el documento citado. Allí se acuerda la no exhibición de restos humanos; la devolución
de restos humanos y el debido reconocimiento de respeto que merecen; el pedido de
consentimiento informado de las comunidades indígenas para realizar investigaciones; entre otros.
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5
Este representante asumió en abril de 2011 cuando aún estábamos finalizando el trabajo de
campo anterior.
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- los sitios arqueológicos se han “llevado” ya varios arqueólogos por intentar
excavarlos
El hecho es que, a pesar de nuestras explicaciones y de la “demostración” de
nuestros permisos mediante “papeles” que ellos mismos nos exigieron, fuimos
claramente intimadas a abandonar el lugar que la misma comunidad nos había
otorgado. Bajo una serie de amedrentamientos, entre los cuales destacamos la no
tan solapada amenaza de muerte en sus referencias a que podría pasarnos algo
del tenor de la pueblada que se había enfrentado a la agrupación Tití Guerra el mes
anterior y luego de una persecución física mediante varias camionetas cargadas de
hombres que a partir de ese momento comenzaron a merodear el centro
comunitario, decidimos irnos. Luego, también comenzaron a vigilar la casa que nos
iba a hospedar luego de nuestra partida de allí al centro de Humahuaca, por lo que
decidimos salir de Humahuaca.
Como consecuencia de denuncias cruzadas ya que, frente a la denuncia que
inmediatamente a aquella visita nos efectuaron en Humahuaca por considerarnos
“huaqueras”, nosotras hicimos la propia debido al amedrentamiento y amenazas
recibidas, optamos por no sólo suspender el trabajo recién iniciado allí y declinar
del trabajo proyectado a continuación en otra comunidad del mismo departamento
sino, además, abandonar el departamento de Humahuaca replanificando nuestro
trabajo en un lugar que actuó como “sitio de la resistencia”, ya que se trata de un
sitio que pertenece a la Universidad de Buenos Aires en la Quebrada de
Humahuaca, el Instituto Interdisciplinario Tilcara y está conformado por
investigadores que atraviesan dilemas similares. Allí, fundamentalmente, pudimos
comenzar a reflexionar sobre nuestro rol y nuestro vínculo con las comunidades
con nuevos matices, entre ellos, los que aquí compartimos respecto de los sitios
arqueológicos como lugares de memoria.
Estos sitios son hitos en el territorio y como tales forman parte de los
reclamos territoriales de las comunidades indígenas. En el diálogo que pudimos
tener, más allá del lamentable desenlace, varias veces se nos dijo que las
comunidades eran autónomas y que reclamaban su territorio. En esa disputa
territorial, estos lugares cobran un nuevo sentido. Son terreno visible de disputa,
por un lado son un recurso (en especial en relación al turismo) pero además son
parte de la huella de la “herida colonial” (Mignolo 2005) y merecen una reflexión
disciplinar. El concepto de herida colonial proviene de Gloria Anzaldúa, según
Mignolo (2005), es desde allí desde donde se desarrolla el pensamiento des-
colonial, posibilita así libertad de pensamiento y formas de vida. Esta apertura
“reintroduce lenguas, memorias, economías, organizaciones sociales,
subjetividades al menos doble: el esplendor y las miserias de los legados
imperiales, y la huella imborrable de lo que existía convertida en herida colonial;
en la degradación de la humanidad, en la inferioridad de los paganos, los
primitivos, los subdesarrollados, los no-democráticos.” (Mignolo 26, subrayado es
nuestro). Estos sitios, que la arqueología reclama para sí, son hitos del recuerdo,
como contracara material de la memoria, representan un pasado previo a la colonia
y como tal son reclamados. Asimismo, en el enfrentamiento entre los arqueólogos
y las comunidades indígenas por quien posee la propiedad legítima de estos
lugares se ponen en juego otras memorias, las de el accionar de la disciplina en
sus orígenes pero también las de la colonia misma.
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Consideraciones finales
A modo de cierre, podemos destacar el rol del Estado en delimitar su soberanía y
consolidar su poder en los inicios de la disciplina arqueológica así como en las
primeras legislaciones. Desde ese entonces, la propiedad del patrimonio
arqueológico pasa a ser de dominio público (es decir que no constituye propiedad
privada ni comunal) y la persona idónea para la manipulación, interpretación y
custodia de esos bienes y lugares es el arqueólogo y las universidades. A partir de
la década de 1960, y en especial desde 1980, la custodia del patrimonio cultural (y
en particular el arqueológico) pasa a depender de la provincia. Esto genera algunas
disputas iniciales, como la devolución de colecciones, o actualmente el reclamo
por los terrenos cedidos a la UBA desde la UNJu.
Las legislaciones que provienen del nivel provincial, en cambio, han sido
generadas en base a intereses locales por destacar y aprovechar turísticamente el
patrimonio cultural que posee la Quebrada. Ejemplo claro de esto es la ley de 1984
del Parque Arqueológico, o la propia declaratoria ante la UNESCO que tuvo su
origen en 1986, pero se concretó casi veinte años después. Sin embargo,
consideramos que responden a la misma lógica de los otros sitios, donde los
actores del estado o privados, al igual que muchas veces los investigadores, no
han contemplado la visión de los pueblos originarios.
Al analizar lo que estos lugares de memoria significan desde una perspectiva
local, en especial leyendo los argumentos esgrimidos para suspender la
excavación, creemos que para los pueblos originarios de nuestra región de
estudios el sitio arqueológico como lugar de memoria se convierte en un recurso
que deben defender frente a los investigadores (que consideran un otro
“extranjero”, de Buenos Aires, en este caso). En consecuencia, rechazan la
autoridad del conocimiento académico (y occidental podemos agregar) sobre los
restos del pasado que ellos consideran propios. La arqueología, por su parte, en
sus cimientos se ha formado con la visión del pasado indígena como un pasado
extinto. Al negar la continuidad cultural, la arqueología negaba también la
autoridad de los pueblos originarios sobre los restos materiales del pasado. Son
públicos, no le pertenecen a nadie, o le pertenecen a todos, porque sus creadores
ya no existen y no hay legítimos herederos. De todos modos, los lugares de
memoria tienen un aura particular, y muchas veces un carácter sagrado (donde se
materializa la memoria) y son además huella de la herida colonial. Ese poder que
poseen cobra a veces la forma simbólica de resistencia, como ocurre cuando estos
lugares “se llevan” a los arqueólogos.
Finalmente, queremos destacar que los lugares de memoria, como hitos del
territorio, son apropiados (simbólica o materialmente) por múltiples grupos y
personas. En esta multiterritorialidad que describimos más arriba, queremos
implicar las disputas y conflictos de intereses que se dan particularmente sobre
estas marcas espaciales que son tomadas como parte del reclamo territorial de los
pueblos originarios. En ese escenario, consideramos que la arqueología se
encuentra en un punto de inflexión de su práctica, en el que debe replantear su
tarea (trabajar con la dimensión material de la memoria) de una forma más
participativa para lograr una nueva forma de hacer arqueología, que integre ambas
visiones, dejando de lado la razón moderna colonial (que asume la supremacía de
una forma de conocimiento) para dar lugar a la visión local y la memoria.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
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Valeria Añón
1518, México-Tenochtitlan
Al alba, en una de las casas principales del centro ceremonial mexica, el tlahcuilo
prepara su pinceles y su papel de ãmátl, “conoce los colores, los aplica, sombrea”
para inscribir allí, con elegantes glifos y estilizado trazo, el linaje del uey tlahtoani
Motecuhzoma Xocoyotzin, noveno gobernante mexica. El trabajo llevará meses de
cuidadosa elaboración, trazará las sombras, logrará un perfecto acabado; pintará
cada escena articulándola con la memoria del pueblo mexica, que ha llegado hasta
él a través de la voz y las pinturas de otros sabios tlahcuiloque: la voz plural del
pasado y el presente, que constituye la orgullosa identidad de este pueblo,
brindando fundamento discursivo a sus ambiciones expansionistas. Inscribe con
especial cuidado el nombre de Axayácatl, el gran tlahtoani que llevó a Tenochtitlan
a la cima de la excan tlatoyan (o Triple Alianza), formada además por Texcoco y
Tlatelolco. Mientras “prepara el color negro, lo muele, lo aplica” –como indica el
Códice Matrisense–, piensa en aquellos otros tlahcuilos, sus hermanos, quienes,
durante el gobierno de Izcóhuatl, debieron borrar los antiguos códices y erigir
nuevos, reescribiendo el pasado. El tlahcuilo pinta, reconstruye, rememora… ansía
que sus textos pervivan, que eludan un destino de destrucción.
1
Las páginas que siguen se han visto beneficiadas de charlas e intercambios (personales y vía mail)
con destacados especialistas en el área de las textualidades coloniales: Loreley El Jaber, Gustavo
Verdesio, Facundo Ruiz, Álvaro Fernández Bravo. Agradezco a todos ellos la generosidad y lucidez
con que respondieron a mis consultas, en un debate que aún está en ciernes.
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Comenzaré por algunos apuntes por todos conocidos pero que, no obstante,
quisiera reiterar porque hacen a mi argumento central. En las últimas décadas, en
especial desde mediados de los años 80 (y con los debates en torno al Quinto
Centenario), la materialidad de las crónicas coloniales, de tradición occidental e
indígena, ha sido puesta nuevamente en el centro del debate. En este espacio es,
quizá, donde la apuesta interdisciplinar mostró sus facetas más provechosas,
aunque no exentas de problemas. La atención a vericuetos de la textualidad
propició polémicas e incluyó desde textos por primera vez editados hasta
reversiones de “clásicos” o textos canónicos. Para proponer un listado escueto y
absolutamente perfectible (pero significativo), recordemos las ediciones
fundamentales de la Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de
Ayala por John V. Murra y Rolena Adorno en 1982 (hoy accesible a través de la
web); la de Rosa Camelo y José R. Romero Galván sobre la Historia de las Indias…
de fray Diego Durán para Conaculta en 1984; la que Luis Millones propone sobre la
Instrucción… del Inca Titu Cusi Yupanqui (1985); la edición de la Historia general de
Sahagún (el manuscrito castellano) de Alfredo López Austin y Josefina García
Quintana para Conaculta en 1989; la de Pierre Duviols sobre el texto de Santa Cruz
Pachacuti (1993,); la de Edmundo O’Gorman y su equipo sobre las Obras históricas
de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en 1997 para la UNAM; la de Luis Reyes García
sobre la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo en 1998;. Más cerca en el
tiempo, apuntemos la enciclopédica edición de José Antonio Barbón sobre la
historia de Bernal Díaz en 2005 en coedición entre México y España; la de Federico
Navarrete sobre las Historias de Cristóbal del Castillo (2001); la de Esperanza
López Parada y su equipo sobre los Ritos y fábulas de los incas de Cristóbal de
Molina (2010); la de Miguel León Portilla y su equipo sobre los Cantares mexicanos
en 2011 para la UNAM; o la edición de los papeles de Polo de Ondegardo por el
historiador argentino radicado en USA, Gonzalo Lamana (2012) entre muchas otras.
Si atendemos solo a este breve listado, parecería que buena parte del
archivo colonial temprano ha sido reeditado en las últimas dos décadas. No
obstante, tan apabullante como la enumeración pueden ser las ausencias: por
ejemplo, recién en 2012 se llevó a cabo la primera edición anotada del Diario de
Cristóbal Colón y aún no existen ediciones anotadas de los textos colombinos
completos (ya que las dos realizadas en España por Consuelo Varela en 1982 y la
de Varela y Fradejas en Valladolid en 2006 agregan apenas notas mínimas notas
filológicas o datos náuticos o geográficos, sin arriesgar interpretación alguna); los
Comentarios Reales del Inca Garcilaso aún aguardan una edición precisa que
recupere las modulaciones de la edición prínceps de 1609 y que, más allá de las
atractivas hipótesis de José A. Mazzotti (1995) respecto del subtexto andino y la
prosodia del quechua en el castellano garcilasista, no ha visto aún la luz. En el
mundo novohispano, aún se echan en falta ediciones críticas de las dos crónicas
conocidas de Fernando Alvarado Tezozómoc, cuya primera (y única) traducción de
la Crónica mexicáyotl es de los años 40. Otra inflexión: las “obras” de Alva
Ixtlilxóchitl, más allá de la fijación de O’Gorman, aguarda aún una edición crítica
que exhiba los criterios filológicos específicos de fijación del texto y arriesgue
nuevas hipótesis de lectura. Lo mismo puede decirse del Códice Florentino (pero
también del Lienzo de Tlaxcala, por ejemplo): fundamental en todas las
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2
En un texto (hoy clásico en nuestro campo) de 1988, “Nuevas perspectivas en los estudios
literarios coloniales hispanoamericanos”, Rolena Adorno postuló la emergencia “de un paradigma
nuevo: del modelo de la historia literaria como el estudio de la transformación de las ideas
estéticas en el tiempo, al modelo del discurso en el ambiente colonial en tanto estudio de prácticas
culturales sincrónicas, dialógicas, relacionales e interactivas” (11). Esta posición, planteada ya por
Walter Mignolo desde mediados de los años 80 (en especial 1986 a y b), fue punta de lanza de una
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revisión que ambos encabezaron, y que fue recibida de manera desigual (y crítica) tanto en la más
tradicional y filológica academia hispánica como en los estudios coloniales latinoamericanos,
buena parte de los cuales se estaba reorganizando o iniciando apenas luego de la larga década de
dictaduras militares del continente, y cuya constitución oscilaba desde una posición absolutamente
periférica y marginal (en especial en el Cono Sur, con Argentina a la cabeza) hasta un uso político de
ese pasado, de la mano de disciplinas como la antropología, la arqueología y la historia, en México
y la zona andina (aunque no solamente). Una serie de volúmenes críticos mostró, en la década
siguiente, las posibilidades y los límites de este “nuevo paradigma”: desde la primera sección de
Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana (editado por R. González Echevarría en 1984,
pasando por Writing Without Words de Elizabeth Boone y W. Mignolo (1992), el volumen Conquista
y contraconquista editado por Julio Ortega y José Amor y Vázquez (1994), también 1492-1992:
Re/Discovering Colonial Writing. René Jara y Nicholas Spadaccini (1989), entre muchos otros.
3
El subrayado es mío.
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“autor”, entendido este como un sujeto empírico, biográfico, en el cual se basaría
la verdad del discurso… Los que trabajamos crónicas mestizas, por ejemplo,
conocemos muy bien los absurdos a los que conduce la pregunta por la etnicidad
de los cronistas o la colocación social de los “autores”. Claro que en este marco
también nos cabe, como críticos, una parte de la responsabilidad. Creo que ello
tiene que ver con cierta incapacidad de abandonar las figuras de autor e intención,
y por ende de crear categorías distintas, otras, que nos permitieran pensar estas
dimensiones. Ya lo señalé en otro trabajo (Añón 2010): si recorremos los textos
críticos de los últimos 25 años nos encontraremos con sujetos coloniales (Adorno
1988b, vía Bhabha y Hulme), oscilantes (Wey Gómez 1991), ambivalentes
(Rodríguez Garrido 1995), migrantes (Cornejo Polar 1996), de escritura (Mazzotti
1996), entre varios otros. Atractivos todos, no obstante se niegan a cierto grado de
generalización y se han mostrado incapaces de organizar herramientas que
permitan pensar diálogos o polémicas entre los discursos. Ello se debe a que, a
pesar de los hondos debates, el concepto de “sujeto” y la noción de “identidad”
no pueden desprenderse, aunque sea en un nivel connotativo, de la característica
de univocidad vinculada con la definición racional-iluminista que aún atraviesa
buena parte de nuestros estudios. Antes que sumar una nueva caracterización, es
posible que estemos ante la necesidad de abandonar esta categoría, para volver
hacia conceptos que enfatizan la plurivocidad y las tramas de tradiciones
discursivas. Las nociones de “heterogeneidad enunciativa”, “migrancia” y
“coralidad”, con sus ajustes, parecerían abrir un camino productivo en esa senda.
En segundo lugar (y quizá paradójicamente) el repliegue del sujeto alumbra el
reingreso de la noción de “autor”, quizá como “figura de autor” (en términos de
Roger Chartier 2000) o de “autoría plural” para las crónicas mestizas e indígenas
(Limón Olvera 2003, y Romero Galván 2003). A partir de estas apreciaciones es
posible afirmar que las crónicas mestizas –tanto novohispanas como andinas–
exhiben la conformación de un espacio autoral específico y novedoso en la
tradición autóctona, entendido como un lugar de enunciación y de asunción del
pasado, y de mediación crucial con el poder colonial. De allí que, en la articulación
de tramas y focalizaciones, la función de la traducción y del narrador como
intérprete adquiera crucial relevancia, definiendo también un locus de enunciación
para el crítico. Pero es preciso ir más allá y expulsar al autor para volver a pensar
las tramas, las redes, las polémicas. Recordemos el imaginario escritorio del Inca
Garcilaso: si los Comentarios Reales abrevan en todas las voces (sea cual fuere su
tradición retórica o historiográfica), ¿qué sentido tiene segmentarlos para leerlos,
más allá de la indudable comodidad metodológica y epistémica?
En tercer y último lugar, la pregunta por la materialidad de las crónicas nos
conduce nuevamente a una dimensión que no debería ser abandonada: la de la
representación. Claro que hablar de la representación en relación con las crónicas
coloniales es referirse a una multiplicidad de conceptos, así como a un gran
equívoco. Si atendemos a los usos más habituales de este concepto es posible
identificar una primera acepción: la representación como el gesto de hacer
presente algo (un sujeto, una memoria, un acontecimiento) de manera cercana,
certera, directa incluso. Es decir, poner todo delante de los ojos del lector, en un
gesto que, contra la aparente radicalidad de su novedad, reiterada hasta el
hartazgo en estas crónicas y en las lecturas literales que muchas veces responden
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a ellas, remite a una pregunta rastreable hasta la temprana modernidad. Claro que
esta presentificación –en especial en su valencia documental/testimonial– niega,
en verdad, los dos supuestos principales de toda representación, la incompletud y
la mediación, y hace del vínculo entre signo y referente un mero canal o conducto
transmisor de una supuesta verdad que el discurso (entendido muchas veces en
términos de imagen) pondría en escena.
Como resulta evidente, estos derroteros no son nuevos: históricamente, la
noción de “representación” remite a la supuesta verdad de lo real e incluso a la
imagen concebida como reflejo, en su doble valencia icónico-indicial. En relación
con este eje, diversas aproximaciones críticas suelen dar un paso más allá y
remiten al supuesto realismo en estas crónicas (en especial las enunciadas desde
una tradición occidental popular, como las numerosas historias, relaciones y
probanzas que remiten a la experiencia del soldado y que tiene en la Historia
verdadera de Bernal Díaz un ejemplo paradigmático [Añón, 2013]) entendiendo
aquí “realismo” en términos de contigüidad especular. Ahora bien, en nuestra
lectura tenemos la obligación, ética incluso, de no olvidar el pacto de lectura que
articula estos mecanismos representacionales, haciendo presente (ahora en
sentido reflexivo) la representación realista como una convención que, en su
acuerdo y su reiteración, connota la verosimilitud –siempre en un contexto
determinado.
Es esta convencionalidad la que resulta obliterada, arrasada incluso en
ciertas lecturas en las que prevalece la mera atención al manuscrito como cifra de
la verdad, a la fuente como espacio de desambiguación del sentido (como si este
fuera unívoco o literal), donde se confunde realismo, representación y reflexión
acerca de lo real, problema más recurrente aún en discursos que pretenden estar
dando cuenta de lo real tal como fue visto/experimentado por sus protagonistas-
testimoniantes o por el narrador-testigo. Así, las aproximaciones histórico-
filológicas que en buena medida han vuelto a prevalecer en el campo (o al menos
en una de sus zonas, quizá la más hegemónica hoy) diluyen u obliteran adrede
este pacto representacional, construyendo la ficción de una lectura literal,
verdadera, que sirve, además, para reforzar el valor de verdad del propio lugar del
crítico.
Por supuesto, esta aparente falta de mediación entre discurso, narrador y
objeto representado no es ingenua ni inocua. Por el contrario, y en especial cuando
se trata de representar lo subalterno –es decir, de construir una imagen de larga
pregnancia social sobre la cual se cimentan imaginarios y estereotipos–, la
mediación tiene una honda implicancia política. A esto se suma que la pregunta
misma acerca de las posibilidades de la representación parte de un supuesto que
es, en verdad, una falacia: como lo ha señalado de manera insistente en la crítica
en los años 70 y 80, representar no es dar cuenta de un objeto externo al discurso
cuyas características –algunas de ellas al menos– se inscribirían, en distinta
medida, en un signo determinado. Representar es, antes bien, hacer presente lo
ausente y exterior (algo que siempre estará ausente porque es externo al signo y al
lenguaje) por medio de una convención lingüístico-formal que lo denota. A partir de
allí es que se construye la verosimilitud y el efecto de lo real –para decirlo con
Roland Barthes, 1968–, producto del acuerdo antes que del reflejo. Lo que circula
socialmente es esta convención acerca de lo representado (los sujetos subalternos
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en nuestro caso), que en verdad no dice –no puede decir– demasiado acerca de su
objeto. Antes bien, nos habla de las perspectivas y las agendas en la producción
de estos discursos. Por tanto, la inflexión política radica, justamente, en las
consecuencias performativas de estos discursos. Porque la representación
marginal, tipificadora, desajustada o reductora del subalterno y de sus
posibilidades de decir sostiene un imaginario acerca del otro y del nosotros que
exige excluirlo para afianzar una identidad propia que se vivencia como inestable o
amenazada.
Llegados a este punto, resulta preciso volver sobre interrogantes ya planteados
por los estudios culturales (también en su inflexión subalternista y poscolonial): la
pregunta acerca de la violencia simbólica de la representación presente en Michel
de Certeau, 1998; la pregunta acerca de las posibilidades de representar al
colonizado planteada por Edward Said (1996); sus continuidades y derroteros acerca
de la responsabilidad de representar al subalterno así como de su enunciación en
Gayatri Spivak (2011) –por nombrar sólo los más transitados. Todos ellos coinciden
en dos puntos al menos: la violencia implícita en la representación de lo subalterno,
por un lado; la responsabilidad en la producción de esos discursos y la atención
crítica hacia el locus de enunciación, por el otro. Pero incurriríamos en una nueva
falacia si afirmáramos, con De Certeau, que representar lo subalterno es incurrir en
una doble violencia, que articula la desigualdad y lo político. Esto es así porque el
eje no radica tanto en el modo de la representación como en la obliteración de la
operación representacional como tal. El gesto del narrador (crítico, historiador,
antropólogo, arqueólogo) que anula el plano de la representación para afirmar lo
real de su propia mirada (y, por tanto, lo unívoco-verdadero) sostiene la violencia
simbólica y efectiva construida a partir de los usos y las circulaciones de estos
discursos, negados en tanto tales.4 Es decir: en el olvido de la representación radica
la primera violencia. Por eso, en buena medida, la representación realista y la
preocupación histórica y filológica que han retornado en los últimos años
funcionaron reforzando un imaginario de la desigualdad, el estereotipo y la
diferencia acerca de lo subalterno, incluso más allá de las mejores intenciones –
porque la responsabilidad también se extiende a los usos potenciales de las
herramientas teórico-metodológicas con que se lee el objeto…
De allí la profunda significación de las escenas de lectura con que abrí este
trabajo: se trata de volver a las “fuentes”, no para leerlas en una supuesta
literalidad de su materialidad (que en verdad dice más acerca del deseo del crítico
que del texto en sí) sino para aprender de ellas: de los hilos de diversos colores de
los Comentarios Reales, de los trazos y tonos de los códices, del castellano “mal
mascado” de los Naufragios o de la Historia verdadera... En todos los casos estamos
ante textos que buscan operar en las grietas, en las fisuras del poder colonial,
jugando, por medio de una serie de tácticas, en los espacios que las estrategias
presuponen (De Certeau 1990), en busca de un plus, algo más, no necesariamente
inscripto en el mapa del poder colonial. Ocurre que, como ya lo señalaron Enrique
Dussel (2001) y Aníbal Quijano (2001) en sus textos seminales, en la definición
4
Una inflexión contraria pareciera haber querido dar el testimonio en los años 90. No obstante, esta
supuesta enunciación a partir del subalterno se vio interpolada o anulada por los usos y las
circulaciones de esas voces, como lo probaron tantos debates contemporáneos. Al respecto, véase
Beverly (2004), entre muchos otros.
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misma de “lo colonial” acuden tanto las nociones de imposición, dominación,
subalternidad, como las ideas de negociación, reapropiación y resistencia –
entendida en un sentido amplio. En ese cruce, en los delgados hilos de la trama que
constituye simbólicamente el poder colonial, estos discursos consolidan una
estructura al tiempo que la retan. A posteriori, expandiendo los límites de los
géneros y de las formaciones discursivas, configuran un locus de enunciación
distinto, aún desde la subalternidad. Es nuestra responsabilidad crítica responder a
los desafíos que estos locus variables nos presentan, sin atajos ni simplificaciones.
Bibliografía
Durán, fray Diego de. Historia de las Indias de la Nueva España e islas de Tierra
Firme. Edición de Rosa Camelo y JR Romero Galván. México: Conaculta, 1984.
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Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El eurocentrismo y la filosofía de la
liberación en el debate intelectual contemporáneo. Buenos Aires: Ediciones del
Signo-Duke University, 2001.
Frenk, Margit. Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes. Mexico:
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John V. Murra y Rolena Adorno. 3 vols. México: Siglo XXI Editores, 1982.
Limón Olvera, Silvia. “Los códices transcriptos del altiplano central de México”. En
José Rubén Romero Galván (coord.). Historiografía novohispana de tradición
indígena. México: UNAM-IIH, 2003.
Mazzotti, José Antonio. Coros mestizos del Inca Garcilaso. Resonancias andinas.
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Pachacuti Yamqui, Joan de Santa Cruz. Relación de antigüedades deste reino del
Pirú [1613, Códice de Madrid]. Edición de Pierre Duviols y César Itier. Lima-Cusco:
Institut d Etudes Andines/ Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de
Las Casas, 1993.
Titu Cusi Yupanqui, Diego de Castro. Instrucción del Inga… [Relación de la
conquista del Perú, 1570]. Edición de Luis Millones. Lima: El Virrey, 1985.
Verdesio, Gustavo. Reseña de Conquista y contraconquista, Hispanic Review (1997)
65.1: 23-25.
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Verdesio, Gustavo. “La reacción contra la teoría…”. Ponencia en el Coloquio
Internacional Pensamiento Crítico del Sur, Mendoza, CCT Conicet, 25 al 27 de
septiembre de 2013.
Wey Gómez, Nicolás. “¿Dónde está Garcilaso?: la oscilación del sujeto colonial en
la conformación de un discurso transcultural”. Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana, XVII (1991): 7-31.
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Este ensayo tiene como propósito trabajar con un conjunto de imágenes de objetos
de cultura material indígena americana tomadas por la fotógrafa Grete Stern. Me
interesan los procesos de migración entre diferentes categorías y en particular lo
que, siguiendo a Arjun Appadurai y Remo Bodei denomino devenir “cosa” de
algunos objetos. Remo Bodei en su libro recientemente traducido al español La
vida de las cosas, observa que aunque parezcan semejantes, cosa y objeto no son
lo mismo. Desde una posición con ciertas analogías, Appadurai en su ensayo
introductorio a La vida social de las cosas, atribuye a las cosas una dimensión más
compleja que su mera existencia objetual, una “vida” que propongo leer en clave
poscolonial y, acaso, recuperar una mirada que podemos considerar decolonial
avant la lettre en las fotografías de Grete Stern.
El interés de la fotógrafa por la cultura material amerindia puede ser
pensado como una operación de desplazamiento, recuperación, dislocación o
migración simbólica1. Esta operación tiene connotaciones específicas que, al
mudar los cuerpos retratados (vasijas, instrumentos artesanales, cestería, tejidos y
alfarería andina y guaraní) y también cuerpos humanos a menudo acompañados
por cultura material, les asigna nuevos atributos y los reubica en otro universo
simbólico. Analizaré dos tipos de migraciones, ambas realizadas por intermedio
del soporte imagen fotográfica: una migración que intervino sobre el patrimonio
cultural de dos museos de Buenos Aires y otra que se produjo a partir de las
fotografías tomadas por Stern a lo largo de varios años entre el territorio
poscolonial del Chaco argentino y la ciudad de Buenos Aires, metrópoli poscolonial
sudamericana donde se administra, almacena, clasifica y redistribuye el capital
simbólico.
1
La noción de dislocación, acuñada por Giorgio Agamben (Homo Sacer), está asociada al estado de
excepción que supone a la vez una suspensión de derechos en una zona específica del Estado,
representada por el campo de concentración, pero también una marca que se extiende al conjunto
de la política estatal y por lo tanto excede el espacio del “campo”. Los indígenas chaqueños, como
sabemos, se habitaban en zonas donde tenían (y en muchos casos aún tienen) derechos limitados.
Los “territorios” según veremos y la legislación estatal argentina imperante en ellos, no les
garantizaban los mismos derechos que al conjunto de la ciudadanía habitante de otras regiones del
país.
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fotografía realizada en el país (Príamo 2005: 35; Romero Brest 1935). En 1936 se
instaló definitivamente en nuestro país.
El caso que me interesa es una muestra que la artista realizó en el Centro
Cultural General San Martín de Buenos Aires en 1965, titulada “Aborígenes del Gran
Chaco”. Me concentraré entonces en la cultura material, los objetos y en particular
la alfarería indígena fotografiada por Stern e intentaré evocar resonancias de la
operación que la artista llevó a cabo con la teoría poscolonial. El Chaco, como
sabemos, no era entonces todavía una provincia sino un territorio y por su historia,
población y espacio de resistencia al dominio tanto de los estados-naciones
poscoloniales como de la dominación colonial española y portuguesa entre los
siglos XVI y XIX, reúne un conjunto de rasgos característicos que podríamos
denominar “poscoloniales”. Asimismo, las miradas y representaciones de ese
mundo pueden adquirir bajo ciertas condiciones, matices decoloniales.
Dice Luis Príamo que “Grete conoció el Gran Chaco en 1958, cuando fue
convocada por la Universidad Nacional del Nordeste para tomar fotografías de la
vida y las costumbres indígenas para la Escuela de Humanidades, ubicada en
Resistencia. La universidad planeaba crear un archivo y un museo etnográfico
regional y requirió el trabajo de la fotógrafa con vistas a la constitución de un
fondo gráfico inicial para el museo y archivo, según lo expresó la resolución del
rector, Oberdán Caletti” (Príamo 36).
Las imágenes exhibidas en “Aborígenes del Gran Chaco” (Fig. 1) integran
ahora un libro donde se recupera una peculiar intervención sobre la memoria
colectiva, realizada durante la residencia de Stern en la Universidad Nacional del
Nordeste, donde permaneció como profesora visitante en 1959-60 (Stern 2005
[1971]). Ella aprovechó el tiempo que permaneció en Resistencia para viajar por la
región y fotografiar principalmente indígenas tobas, pilagas y de otras etnias en
viajes por Chaco, Formosa y Salta. Posteriormente, en 1964, regresó y tomó más
fotografías. Expuso el conjunto de imágenes en el Museo de Arte Moderno, ubicado
entonces en el Centro Cultural San Martín y quisiera tomarlas para explorar un
aspecto de lo que muestran: las cosas y su relación con los archivos abiertos. El
título completo de la muestra es “Relato fotográfico de un viaje. Sobre la vida y
artesanías de los aborígenes del Gran Chaco”2.
2
Podría pensarse en el libro editado a partir de las fotos de Stern en la tradición de los libros
fotográficos de Christiano Júnior, Vistas y costumbres de la República Argentina (1880) o de Ernesto
H. Schlie, Vistas de la provincia de Santa Fe: 1888-1892 (1892).
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Fig. 2. “Mujer pilagá con hilo para tejer en el telar. Campo del Cielo, Formosa, 19 de agosto de
1964.” Del libro de Grete Stern. Aborígenes del Gran Chaco. Buenos Aires: Fundación Antorchas,
2005[1964].
Fig. 4 Horacio Coppola y Grete Stern. Huacos. Cultura Chimu. Buenos Aires: De la llanura,
1943. Imagen 7.
Bibliografía
Adorno, Theodor W. Prisms. Traducido al inglés del alemán por Samuel y Shierry
Weber. Boston: The MIT Press, 1981 [1967].
Appadurai, Arjun, ed. La vida social de las cosas: Perspectiva cultural de las
mercancías. Trad. Argelia Castillo Cano. México: Grijalbo, 1991.
Bodei, Remo. La vida de las cosas. Traducción de Heber Cardoso. Buenos Aires:
Amorrortu, 2013.
Heidegger, Martin. “La cosa”. Traducción al español por Eustaquio Barjau, en
Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1994. Disponible online
en http://www.heideggeriana.com.ar/textos/la_cosa.htm
Nancy, Jean-Luc. The Ground of Image. Traducido al inglés por Jeff Fort. Nueva York:
Fordham UP, 2005.
Príamo, Luis. “Grete Stern y los paisanos del Chaco” en Stern 2005, pp. 31-45.
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Stern, Grete. Aborígenes del Gran Chaco: Fotografías de Grete Stern. Buenos Aires:
Fundación Antorchas, 2005.
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Introducción
La provincia de San Luis se conformó como tal en 1820 cuando se dividió la antigua
gobernación de Cuyo en tres provincias autónomas, aunque su primer gobernador
constitucional fue nombrado en 1856. A diferencia de los Territorios Nacionales
que devinieron provincias en el siglo XX (como por ej. Chaco y La Pampa), San Luis
y las otras que integraban la gobernación de Cuyo (Mendoza y San Juan), son
“provincias antiguas”. Esto quiere decir que su conformación y primeros pasos se
remontan a los primeros tiempos de la conquista/invasión española. La
historiografía clásica ha resaltado y dado mucha importancia al no hallazgo del
acta de fundación de la ciudad de San Luis. A pesar de ello, se pudo establecer a
partir de documentos de archivo que la ciudad ya existía para octubre de 1594, y el
protagonista de su creación había sido Luis Jofré, Teniente de Gobernador y Justicia
Mayor de las ciudades de las provincias de Cuyo, por orden de Martín García Oñez
de Loyola, Gobernador y Capitán General de Chile (Nuñez y Vacca 1967, 71). Según
la historiadora Catalina Teresa Michieli, la fundación de las ciudades de Cuyo es
usualmente explicada a partir de la intención de generar un camino y canal de
comunicación entre las costas del atlántico y del pacífico. Sin embargo, la autora
sostiene que deben considerarse las necesidades de la colonia hispana radicada
en Chile. Principalmente, se refiere a la necesidad de mano de obra, lo cual generó
el traslado de indios desde Cuyo hacia esa región bajo la forma de repartimientos o
encomiendas (Michieli 1996, 16).
Entre los hechos que suelen describir la fundación de San Luis, se incluye la
historia de un matrimonio entre Arosena Koslay, hija de un cacique michilingüe2 de
la región, y un capitán español que acompañaba la expedición en 1594 (Gez, 1996).
La veracidad de este hecho, tal como lo relata Juan W. Gez (1996), ha sido
cuestionada (Nuñez y Vacca, 1967), sin embargo, la historia de esta unión
originaria ha persistido a lo largo del tiempo adquiriendo, muchas veces,
elementos que la convierten en leyenda3. En este trabajo, entendemos que resulta
1
Este trabajo fue realizado en el marco del Programa “Poscolonialidad, pensamiento fronterizo y
transfronterizo en los estudios feministas” (IDAES-UNSAM) y del PIP “Violencia en mujeres
subalternas. Representaciones de la desigualdad de género y la diferencia en las políticas
culturales” ambos dirigidos por Karina Bidaseca. Asimismo, agradezco los valiosos comentarios y
sugerencias de Lía Quarleri y Silvia Hirsch.
2
Si bien existen algunos trabajos que han intentado precisar el origen y características del pueblo
michilingüe, son escasas las precisiones al respecto. En el trabajo de Urbano Nuñez y Duval Vacca
(1967) se citan los trabajos de Canauls Frau que sostiene ignorar cuándo aparece el término
michilingüe ya que no figura en los documentos históricos, sin embargo considera que “este
nombre de Michilingüe no puede haber servido nunca como denominación genérica de los indios
sedentarios de San Luis, sino a lo sumo ha sido el nombre particular de una de sus parcialidades”
(26).
3
Por ejemplo, ver: http://atlasturisticosanluis.com/leyenda-de-juana-koslay-juana-koslay/
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4
En ese sentido, rescatamos las palabras de Spivak: “Si en el contexto de la producción colonial el
individuo subalterno no tiene historia y no puede hablar, cuando ese individuo subalterno es una
mujer su destino se encuentra todavía más profundamente a oscuras” (1998:21).
5
Cabe aclarar que entendemos que la historia es una construcción que incluye distintos relatos en
tensión. No nos proponemos aquí contar “la historia de Juana Koslay” sino rastrear cómo ha sido
abordada ésta por la historia oficial.
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6
El Oasis es un periódico puntano que existió entre 1870 y 1888 dirigido por José Borrás y Joaquín
Carlés, dos miembros de las “elites culturales” locales (Altamirano 2008). Actualmente se
conservan en el Archivo Histórico de San Luis las publicaciones correspondientes a los años 1876 y
1888. En una gran cantidad de números se encuentran registros del enfrentamiento de las fuerzas
del Ejército con los indios que “acechaban” la frontera sur de los Estados nacional y provincial.
7
Si bien la crónica sostiene este dato, Beatriz Colla sería en realidad la sobrina de Tupac Amaru y no
su hija (Gez 1996).
8
Principalmente se cuestionan los datos provistos por la crónica del diario El Oasis aquí
mencionada y por Juan W. Gez (1996) quien no especifica en Historia de la provincia de San Luis la
fuente a partir de la cual sostiene la pertenencia michilingüe de Koslay. Cabe destacar la
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donde describe la siguiente Merced Real: “A Juana Coslay hija bautizada de un
cacique se dieron todas las tierras desde el Salto de las Piedras Anchas sobre
ambas márgenes del Rio Quinto á mejor lindare hasta los límites de este Reyno de
Chile con el de Tucuman” (94).
Cabe señalar que si bien el casamiento de Juana habría ocurrido en 1594,
sólo podemos dar cuenta de las versiones de este hecho a partir de los registros
escritos en la década de 1880, ya que no hemos encontrado documentos más
antiguos hasta el momento. Asimismo, “la historia” de Juana ha trascendido estos
textos y parece haberse alimentado de narraciones orales y leyendas,
transformándose en un relato mítico-histórico (Escolar 2007). Varios hechos
demuestran su persistencia, por ejemplo, la poesía que le dedicó en 1972 el poeta
puntano Antonio Esteban Agüero9, la ciudad fundada bajo el nombre Juana Koslay
en 1989 o el siguiente recuadro (Fig. 1) que encontramos actualmente en el Museo
de la Historia de San Luis (MUHSAL).
Fig. 1. “El amor”. Recuadro del Museo de la Historia de San Luis
importancia del texto de Gez ya que fue uno de los primeros en plantearse una investigación
sistemática sobre la historia provincial, más allá de las críticas que recibió posteriormente. En 1910
se encomendó por ley que una persona idónea escribiera la historia de San Luis desde su fundación
hasta el 1900. El libro de Gez es el resultado de esta disposición.
9
El poema se llama “Digo a Juana Koslay”: “Gómez Isleño se llamaba, aquí // digo su nombre para
que la tierra // no lo olvide jamás porque el soldado // se desposó con la muchacha aquella // y
fundó la progenie cuya sangre// da a nuestra gente claridad morena. // Juana Koslay, Juana Koslay,
¡Oh, Madre!” (Agüero 1972).
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10
Si bien este fragmento corresponde a un museo inaugurado en 2013, la información que presenta
coincide con la versión que Juan W. Gez relata en su libro anteriormente citado (1996, 24).
11
El matrimonio, en tanto sacramento, fue crucial para la Corona y la Iglesia Católica desde el inicio
de la conquista. Se lo entendía como una fuente de aculturación y su administración (en una
tensión que convivían la norma formal y la excepción en la práctica) era una herramienta
fundamental para evitar las descendencias y uniones ilegítimas y lograr el control social. Para mayor
profundidad al respecto, ver Imolesi (sin año, disponible en:
http://www.academia.edu/4256959/Mejor_casarse_que_abrasarse._Matrimonio_indigena_y_disp
ensas_en_Hispanoamerica_colonial)
12
En línea con los planteos de los feminismos críticos y contra-hegemónicos (Anzaldúa 1999;
Bidaseca y Vázquez Laba 2011; hooks 2004; Mohanty 1984; Lorde 1979; Lugones 2005 y 2008;
Paiva 2007), entendemos que resulta necesario ubicarse en la compleja intersección entre raza,
género, clase y sexualidad y criticar al feminismo liberal, blanco, europeo, heterosexual y burgués
por ser indiferente al racismo y etnocentrismo. Este ubicó al patriarcado como forma de opresión
principal y común contra el que hay que luchar, construyó un colectivo de mujeres supuestamente
homogéneo y desconoció la violencia ejercida contra las mujeres de color y las múltiples
opresiones que las atraviesan. En ese sentido, si bien María Lugones rescata la noción de
interseccionalidad elaborada por Kimberlé Crenshaw, su apuesta es pensar la relación inseparable
entre raza, clase, sexualidad y género en términos de fusión: “género y raza, por ejemplo, no se
cruzan como categorías de opresión separadas y separables. Más bien, la opresión de género y la
raza afectan a la gente sin ninguna posibilidad de separación. Esa es la razón de que haya más de
dos géneros. Hay una multiplicidad de géneros. No es que la femineidad y la masculinidad sean dos
conjuntos de características que constituyan al ‘hombre’ y a la ‘mujer’. Antes bien, las hembras
caracterizadas racialmente como no-blancas no son del mismo género que las hembras blancas.
Esta es ya una importante consecuencia vista por las mujeres de color feministas, en particular por
las historiadoras” (Lugones 2005, 69).
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13
J. Roberto Bárcena (1994) retoma elementos de la arqueología y la etnohistoria para analizar la
presencia e influencia incaica en el extremo sur de su dominación (principalmente el centro-oeste
argentino) sosteniendo que: “Una dominación pavimentó el camino de la otra, y eso no es una
paráfrasis. Los hechos del descubrimiento y conquista hispánica del área andina se facilitan por la
anterior estructura de dominación incaica, incluyendo aspectos tan materiales como las vías de
dominación” (Bárcena 1994, 7).
14
Irene Silverblatt explicita la influencia del materialismo sobre su libro al sostener que la clase se
define según la relación con los medios de producción y el control sobre ellos (1990: XVII). Si bien
en este trabajo recuperamos este término y los aportes de Silverblatt, aquí entendemos que cuando
hablamos de divisiones de clase en el mundo andino, nos estamos refiriendo a las jerarquías
sociales propias de una sociedad estratificada sin movilidad social.
15
Por razones de espacio no desarrollaremos aquí los debates en torno a la categoría de género en
el mundo pre-colonial. Para ello, ver Lugones (2008) y Segato (en Bidaseca y Vazquez Laba, 2011).
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Dícese que estas indias eran muy blancas y hermosas, que no presentaban
los rasgos fisonómicos toscos y repelentes de las otras tribus” (Fundación
de la ciudad de San Luis, Diario El Oasis, 13/3/1880).
En esta cita se visualiza una fuerte tipología de los cuerpos según un criterio
estético en el cual el modelo ideal de belleza estaba asociado al hecho de ser
blanca. Los indios con rasgos “toscos y repelentes” no formaban parte de las
familias “auténticamente puntanas” que se inauguraron con estos casamientos.
Además, sólo unos meses antes de la publicación de esta crónica se habían
desplegado las (mal llamadas) “conquistas del desierto” con toda su fuerza por
sobre los indios ranqueles, corriendo la frontera de la provincia y del Estado nación
hacia el sur16. La imagen blanca, bella y reivindicable de Juana dista fuertemente de
los epítetos que recibían en el mismo periódico los indígenas contemporáneos que
16
La provincia de San Luis se encontraba atravesada por la línea que delimitaba la frontera sur con
el territorio donde los indios ranqueles conservaban autonomía con respecto al Estado argentino.
En 1856, Justo Daract (el primer gobernador constitucional de San Luis) fundó el Fuerte
Constitucional (actual ciudad de Villa Mercedes) con el objetivo de vigilar esta frontera. Esto dio
lugar a una serie de pactos y acuerdos con los indígenas, por ejemplo, a partir de la migración de
una fracción del pueblo ranquel liderado por Ramón Cabral hacia una reducción cercana al Fuerte
como parte de la estrategia de evangelización de los misioneros franciscanos (Lazzari). En 1867 se
sanciona la Ley N° 215 que planteaba extender la frontera de control militar hasta el río Negro, y a
partir de allí empiezan a darse algunos pasos en esa dirección, como fue el avance de la frontera
miliar desde el río Cuarto al río Quinto (Tamagnini, Pérez Zavala y Olmedo 4). Durante la década de
1870 se van delineando diversas estrategias con respecto a cómo extender la presencia del Estado
hacia el sur, primero con Alsina como Ministro de Guerra, y luego con Julio Argentino Roca a cargo
del mismo. Posteriormente, en 1878 y 1879, se materializa la matanza y reducción de los indígenas
que aún conservaban autonomía, como eran los ranqueles.
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17
A modo de ejemplo, citamos el siguiente fragmento de una noticia del 23 de junio de 1877 bajo el
título Movilización: “La guardia nacional es movilizada a cada instante para evitar las
depredaciones de los salvajes en tanto que los batallones de línea permanecen encerrados en la
capital ¿Hasta cuándo va a seguir en pie semejante monstruosidad?”
18
Mi traducción.
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de “razas”19 heterogéneas, una dominante por sobre la otra. Sin embargo, dieron a
luz a una nueva identidad puntana que no presentaba ambigüedades ni
contradicciones, y la fusión de los elementos anteriores parecerían formar un
cuerpo armónico, que reúne las mejores condiciones de ambos lados y genera una
nueva estirpe civilizada y criolla20. En ese mismo sentido, Juan W. Gez describe a
uno de los descendientes de segunda generación de Juana Koslay y Gomez Isleño
como un puntano “valeroso e inteligente” y “en el cual parecía haberse fundido la
perspicacia del aborigen con la intrepidez legendaria del conquistador” (24).
Diego Escolar (2007) rescata una serie de relatos cuyanos que entrecruzan
variables étnicas/raciales y de género, como por ejemplo, la historia de Teresa de
Ascencio, hija del Cacique Angaco, quien al igual que Juana, se habría casado con
un Capitán español (Juan de Mallea) durante la fundación de San Juan en el siglo
XVI. Tal como señala Escolar, en este relato mítico-histórico el encuentro con el
conquistador y las reglas del patriarcado son aceptados “pacíficamente”:
19
Cabe aclarar que la raza no es un concepto unívoco sino que debe ser historizado para atender a
los diversas acepciones que puede adoptar, ya sea como linaje o descendencia o enfatizando los
atributos biológicos. Según los análisis de Peter Wade (2000), en el siglo XVI raza significaba linaje,
es decir, pertenecer a una misma raza significaba tener una descendencia en común. Los rasgos
fenotípicos no eran centrales en esta distinción entre unos y otros, sino que el fundamento era
principalmente cultural. Los pueblos más avanzados eran aquellos que tenían mayor desarrollo,
como por ejemplo, en el tipo de armamento. En el siglo XVII, frente a la abundancia de mezclas
raciales (o de descendencia), los españoles buscaron categorizarlas. El sistema de castas
respondía a la necesidad de catalogar porque, de acuerdo a ello, se distinguía quién era indio y por
ende, quién debía pagar tributo. Una clara prueba de este rasgo clasificatorio se encuentra en las
pinturas de castas. Aquí encontramos el embrión de lo que posteriormente será la construcción de
la diferencia en función a lo biológico y a los rasgos fenotípicos (Thomson 60). En el siglo XIX la idea
de raza se ligó al racismo científico (y al darwinismo social). Se construyeron “tipos permanentes y
separables de seres humanos con cualidades innatas, que se transmitían de generación en
generación” (Wade 16). Las ideas evolucionistas previas englobadas en las ideas de progresión de
formas primitivas a superiores y civilizadas, se asociaron a los tipos raciales como estadios de esa
cadena evolutiva. La teoría científica venía a respaldar la dominación sobre indios y negros dada su
condición de inferioridad innata e inmutable.
20
Según el análisis de Carmen Bernand, el término criollo designó hasta 1560 a los esclavos negros
no nacidos en África. Desde mediados del siglo XVI comenzó a denominar a los hijos de españoles
nacidos en el nuevo mundo, aunque sostiene que hay una superposición relativamente frecuente
entre criollo y mestizo en los documentos coloniales. Tal como la noción de mestizo, las
apropiaciones y sentidos atribuidos al criollo no son totalizadores ni uniformes (1999: 76). En ese
mismo sentido Catelli sostiene: “lejos estaban los criollos de conformar una comunidad pura de
sangre española después del intenso proceso de mestizaje que en buena medida funcionó como
una estrategia de conquista” (2012a: sin número de página). Sin embargo, esta realidad convivía
con potentes discursos vinculados con la pureza de sangre. Luego de las Reformas Borbónicas del
siglo XVIII, se redujo la participación de las elites criollas en los cargos eclesiásticos, políticos y
administrativos de mayor jerarquía. Se generó así una polarización entre la colonia y la metrópoli
peninsular. En ese contexto, se asistía a una tendencia en la cual el argumento de la limpieza de
sangre permitía el mayor acceso a los espacios de poder en la sociedad criolla (Catelli, 2012a).
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Resulta llamativo el título “El amor” que lleva la historia de Juana en el
MUHSAL (inaugurado en 201321) y queda en evidencia cómo prima el tinte
romántico dejando a la violencia colonial totalmente ausente. Según estos relatos,
el casamiento de Juana y Gomez Isleño fundó un linaje criollo y surgieron las
“familias auténticamente puntanas”.
Ahora bien, cabe reflexionar sobre esta caracterización de la descendencia y
el uso de las categorías en el contexto nacional. Tanto la crónica de 1880 como el
libro de Gez escrito en la época del Centenario de Mayo, están enmarcados en un
contexto de penetración ideológica y material del Estado nación que buscaba
generar símbolos aglutinadores con una fuerte impronta homogeneizante. El
ciudadano emergía como figura intermedia que permitiría incluir bajo su ala a todo
aquel nacido en tierra argentina y con las puertas abiertas para la inmigración
europea. El liberalismo imperante fortalecía el igualitarismo formal ante la ley y, en
concomitancia, se construía un imaginario de un argentino desmarcado racial y
étnicamente. Según Rita Segato, la hegemonía de la capital porteña -e incorporada
por el resto de la sociedad- impuso una vigilancia cultural en pos de la
construcción de una unidad étnica homogénea, de un ser nacional tan blanqueado
que se volvió neutro, sin marcas étnicas ni raciales. Tal como señala la autora, era
necesario “apagar las huellas del origen como condición de acceso a la
ciudadanía”. La educación, la salud pública en clave higienista y el servicio militar
obligatorio fueron fundamentales para la conformación de esta comunidad
nacional que se erige como una “máquina de aplanar las diferencias de extrema e
insuperable eficacia” (Segato 51)22.
Por detrás del discurso del crisol de razas y la homogeneización étnica de la
población propio de la formación de alteridad argentina, se esconde un proceso de
blanqueamiento, marcado por una “des-indianización o acriollamiento” (Briones
71). Esta operatoria permitiría el pasaje de aquellos que forman parte de una
categoría social étnicamente marcada a una desmarcada, es decir, “dejar de ser
indio” y convertirse en ciudadano:
21
Ver: http://www.eldiariodelarepublica.com/espectaculos/Unas-4-mil-personas-visitaron-el-
MUHSAL-durante-el-primer-mes-20131022-0039.html
22
Cabe aclarar que esta idea no se plantea sólo frente a los pueblos indígenas que habitaban el
territorio y que ejercían activamente su lengua, hábitos y costumbres, sino también frente a la
llegada en forma masiva de inmigrantes desde fin de siglo XIX.
23
No nos explayaremos aquí sobre el discurso del mestizaje de carácter contrahegemónico y
liberador, según la categorización de Mallon, ya que excede los límites de este trabajo, pero cabe
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
En la misma línea que los trabajos de Katzer, Hernan Otero (1998) analiza la
forma en que se manifiesta el discurso racial en los dispositivos estadísticos
censales nacionales de 1869, 1895 y 191426. El sistema estadístico nacional de
fines de siglo XIX, con fuerte impronta liberal, transformó a los indios en
ciudadanos del Estado ya que no se incluyeron categorizaciones étnicas sino
mencionar brevemente una de las propuestas teórico-políticas que lo encarnan. Nos referimos al
desarrollo de las Chicanas en torno a la nueva mestiza. Gloria Anzaldúa aboga por una nueva
mestiza, es decir, aquella que se ubica en los bordes, en las intersecciones y en las fronteras
cuestionando la homogeneización, la autenticidad, los encasillamientos y la dualidad
sujeto/objeto: “The borders and walls that are supposed to keep the indesirable ideas out are
entrenched habits and patterns of behaviour; these habits and patterns are the enemy within.
Rigidity means death. Only by remaining flexible is she able to stretch the phyche horizontally and
vertically” (Anzaldúa 101).
24
Para mayor profundidad en torno a este proceso en Cuyo y, más específicamente, en la provincia
de San Juan, ver Escolar (85-107).
25
Katzer entiende a las etnografías como dispositivos de poder-saber en sentido foucaultiano. Cita
como ejemplo los trabajos de Alejo Vignati, Alfred Métraux, Salvador Canals Frau y Carlos Rusconi.
26
Si bien varias décadas separan los tres censos, Otero considera que pueden rastrearse
importantes continuidades entre los tres ya que comparten una misma impronta y perfil ideológico
(128).
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
27
Cabe resaltar que se incluyó un criterio que vincula la idea de nación con una estructura política-
administrativa estatal para clasificar a los individuos y se dejó de lado la posibilidad de identificar a
los pueblos indígenas como naciones (Otero1998).
28
Malintzin o Doña Marina (según se enfatice su nombre en náhuatl o español) fue regalada a
Hernán Cortés en 1519 junto a 19 mujeres más y, rápidamente, se convirtió en su intérprete ya que
era biingüe. El español Jerónimo de Aguilar traducía a la lengua maya y Malinche del maya al
nahuátl. Además, tuvo un hijo producto de la relación con Cortés (Franco, 2005).
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Reflexiones finales
A lo largo de este trabajo, analizamos lo que hemos denominado el relato mítico-
histórico sobre Juana Koslay y sobre un mestizaje fundacional. Este se ha
alimentado de leyendas y narraciones orales, por ello, nos propusimos buscar en el
Archivo Histórico de San Luis los registros escritos que pudieran respaldar esta
historia. Si bien la documentación es realmente escasa, resulta llamativa la
persistencia de su figura y del papel que cumple su matrimonio en la fundación de
la ciudad. Persistencia que queda en evidencia con el texto que refiere a ella en el
MUHSAL inaugurado en 2013.
El análisis de las intersecciones de género, raza y clase nos permitió
visibilizar la figura de Juan en tanto mujer indígena hija de un cacique. Si bien su
posición privilegiada (más su belleza y blancura, como vimos en la Crónica) la
separaba de las “indias del común”, entendemos que la versión romántica de su
matrimonio ocluye y silencia toda la violencia material y epistémica del orden
colonial: “El relato del hombre blanco ‘enamorado’ de la esclava indígena o
africana, oculta la verdad del encuentro sexual obligatorio, de la producción de un
cuerpo femenino al servicio de la empresa colonial y patriarcal. La naturalización
de la mujer nativa o esclava como parte del paisaje conquistado es un efecto no
sólo de la razón colonizadora sino de la razón patriarcal y heteronormativa”
(Espinosa Miñoso 2009). Asimismo, retomamos tres nociones principales en torno
29
Nos referimos al capítulo “Los hijos de la Malinche” del libro Los laberintos de la soledad (Paz
1993).
30
Cabe señalar que existen revisiones críticas de estas interpretaciones sobre la Malinche. Por
ejemplo, para las Chicanas, ella no es la amante traidora de Cortés ni la madre que sacrificó su
cuerpo por la creación de una nación mestiza, sino que es la primera que habita las fronteras, que
se ubicó en las intersecciones, en un espacio ambivalente, in-between. Y eso puede ser liberador
(Anzaldúa 1999).
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al mestizaje: por un lado, aquella desarrollada por Carmen Bernand quien alude a
este fenómeno de acuerdo a la característica específica de la mezcla dos “razas”
con distinta posición jerárquica; y por otro, los dos discursos en torno al mestizaje
(como control social y como resistencia) elaborados por Mallon. Esto nos permitió
analizar el lugar atribuido al casamiento de Juana en el surgimiento de las familias
puntanas. En este caso, el discurso de control social del mestizaje se construye por
dos vías: mediante la caracterización de la descendencia de Juana como criolla; y,
mediante un uso, desde las elites oficiales y culturales, del mestizaje en tanto
aculturación, hibridación y asimilación del “resto” indígena por parte de la
población blanca. De esta manera se combina (sin conflicto) este relato mítico-
histórico de un mestizaje fundaciona entre indios y españoles con la
subalternización, invisibilización y dominación efectiva de los pueblos indígenas
del territorio y con una formación nacional de alteridad que privilegió la
homogeneización y un ciudadano desmarcado étnicamente.
Tal como vimos mediante el ejemplo de la Malinche, las diversas
apropiaciones y significaciones de la identidad y la alteridad obedecen a contextos
nacionales, regionales, sociales y políticos. Como diría Raymond Williams, los
conceptos interactúan con la historia y no tienen un sentido unívoco. Por ello,
entendemos como fundamental considerar las matrices nacionales y provinciales
de diversidad como diferentes pero en relación. La singularidad histórica de la
provincia tiene necesariamente un vínculo con el pasado colonial y así se
construyen los propios símbolos y figuras mítico-históricas. Sin embargo, no puede
desconocerse el contexto nacional y la inserción provincial en la construcción de
un modelo de nación hegemónico.
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I.
La incidencia de la modernidad cultural que caracterizó a los diferentes países
latinoamericanos en la pasada centuria por su intensa transformación, adquirió
matices diversos, acordes a los ámbitos geosociales donde se encuadró. En el caso
de Perú el flujo vanguardista se reunió con uno de los pilares constitutivos de la
cultura regional, el indigenismo, hecho que supuso una doble filiación: ruptura
modernizadora e identidad cultural. En medio de una etapa de fuertes cambios en
el plano estético y literario (que incluía el preguntarse por las temáticas que
definirían los desarrollos culturales locales) el escritor José Carlos Mariátegui
(1894-1930) advertía la urgencia de construir un sistema crítico que diera espacio a
las literaturas heterogéneas. En términos de Antonio Cornejo Polar, esta
denominación se caracterizaría por la “duplicidad o pluralidad de los signos socio-
culturales de su proceso productivo: se trata, en síntesis, de un proceso que tiene
por lo menos un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea,
necesariamente, una zona de ambigüedad y conflicto” (Cornejo 1978, 12).
Mariátegui se había referido al indigenismo diferenciándolo del término ‘indígena’,
dado que la literatura indigenista fue escrita por mestizos y no habría asumido una
mirada estrictamente fiel sobre el indio. Este deslinde entre uno y otro “significa la
cancelación de la utopía indígena, como presunta expresión interior del mundo
andino, y establece las bases para fundar una nueva y más coherente
interpretación del indigenismo” (Cornejo 1978, 17). En la práctica, estas premisas
se articularon con herramientas de renovación y experimentación estética que
darían lugar a manifestaciones de distintas cualidades. Así, la convivencia de
elementos disímiles delimitará gran parte de las producciones vanguardistas en
América Latina. En la zona andina se sucedieron “frecuentes encuentros (que no
impiden contraposiciones y polémicas) entre el vanguardismo y el indigenismo”
(Cornejo 2003, 149). En dicho escenario César Vallejo (Fig. 1) encarnó un
protagonismo fundamental en las pujas artísticas, y tanto él como Mariátegui
abordaron el problema “…a través de una operación harto compleja, consistente en
instalar su propia obra en la historia, asumiendo las energías transformadoras de
ésta, y apostando a favor del carácter renovador –o revolucionario- de los
discursos culturales” (Cornejo 2003, 151).
Mariátegui manifestó palabras de admiración y afecto hacia Vallejo. Al
referirse al lenguaje poético de Los Heraldos Negros (1918), enfatizó la existencia
temprana de un sentimiento indígena: “Hay en Vallejo un americanismo genuino y
esencial; no un americanismo descriptivo o localista (…) La palabra quechua, el
giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él producto
espontáneo, célula propia, elemento orgánico” (Mariátegui 207). En 1926,
comenzó a editar la revista Amauta y Vallejo colaboraría con él en varias ocasiones.
Ambos coincidieron en el alcance de la confluencia de estética y política, a partir
de la cual el arte nuevo no involucraba solo técnicas actualizadas e innovadoras
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1
Esta retórica ya estaba presente en manifiestos como Actual Nº 1, Hoja de Vanguardia (1921) en
México o Klaxon (1922) en Brasil.
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2
Para más detalles, véase el compilado de Schwartz, Las Vanguardias Latinoamericanas: Textos
Programáticos y Críticos (2002: 469).
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O de “Telúrica y magnética”:
Expresiones como “mi burro peruano en el Perú” o “Mecánica sincera y
peruanísima” se acoplan en el desarrollo poético consiguiendo una resonancia
rítmica que subraya y enfatiza la cita indisoluble a su paisaje y su cimiento físico,
estético y espiritual. Las alusiones a las colinas peruanas connotan un talante
geomorfológico que se complementa con la fecundidad de los cultivos o el correr
de sus ríos, todo ello mediante un lenguaje experimental de tanteos y ensayos en
el plano coloquial. César Vallejo fue un gran conocedor y analista de los episodios
que caracterizaron a la modernidad cultural parisina y se apropió de ese
herramental para potenciar la construcción de una literatura americana, la cual en
todo momento adoptó una materialidad crítica hacia el canon europeo. En ese
aspecto coincidía con su amigo Mariátegui, para quien la revuelta estética iría
acompañada por la revolución social3.
II.
A través de las ediciones de Amauta se divulgó un tipo de materialidad visual
arraigada en la gráfica de artistas peruanos, entre ellos José Arnaldo Sabogal
Diéguez, Camilo Blas, Quíspez Asín o Julia Codesido. El campo del arte en las
primeras décadas del siglo XX se fue conformado desde diversos ángulos, y por
momentos sus temáticas se direccionaron hacia el indio contemporáneo, a la
geografía local, a las tradiciones populares o a las manifestaciones plásticas
prehispánicas (Majluf 1996). En 1919 se fundó en Lima la Escuela Nacional de
Bellas Artes (ENBA), hecho que motorizó la enseñanza de la pintura y el dibujo en
el medio regional y que aglutinó a una serie de artistas que producían de manera
solitaria. En dicho contexto, retornaría a Perú (luego de una vasta experiencia en el
extranjero, incluida la Argentina) José Arnaldo Sabogal Diéguez. Su propuesta
estética se orientó hacia los retratos de personajes distintivos del ámbito peruano,
3
El objetivo de estos intelectuales peruanos se centraba en la materialización de un “socialismo a
nivel mundial”: “Al ‘tupy, or not tupy’ contemporáneo de Oswald de Andrade, Mariátegui opone
‘Capitalismo o Socialismo’ como disyuntiva del momento” (Gelado 148).
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articulando una esmerada técnica con perfiles simbólicos del indigenismo. Una
clara muestra vemos en La Santusa (1921) (Fig. 2).
El grabado en madera Cholita Cuzqueña (1927) (Fig. 5) formó parte del libro José
Sabogal 1888 – Marzo – 1988, Lima, publicado en el año del centenario de su
nacimiento por el Instituto Sabogal de Arte y la Comisión Centenario José Sabogal,
editado en 1988. La síntesis alcanzada en los óleos sobre lienzo se tradujo en
puras líneas y texturas, captando los rasgos principales de la Cholita en un juego
monocromático definido.
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En la década del ‘30 Camilo Blas (algo más joven que Sabogal, y sobrino de
Mario Urteaga, otro artista peruano relevante) realizaría una serie de trabajos
enraizados en escenas típicas de Lima. Blas había sido profesor y luego Director de
la Escuela de Artes Plásticas, lo cual le facilitó el contacto con la enseñanza
académica y la información periódica sobre la escena artística. En 1935, bocetó
primero en lápiz su célebre Estudio para Callejón limeño, un recorte de la vida
citadina en uno de sus aspectos más cotidianos: el encuentro en el callejón, en
plena urbe (Fig. 6).
las mujeres lavando la ropa de la familia, las más anciana apantallándose, y los
amigos cantores que se reúnen para inician las baladas musicales que
amenizarían la situación. Posteriormente plasmó este esquema en una tela con
pigmentos. La pintura resaltaba aún más a quiénes participaban en la tertulia por
el uso de áreas de color (Fig. 7). Con un predominio de tonos cremas, marrones y
rosados (afines al paisaje limeño) el artista retrató a cada personaje con sus
singularidades. Tanto el dibujo o la pintura de Camilo Blas exteriorizaban rasgos
comunes con algunas producciones de América Latina, entre ellas la obra de
Emiliano Di Cavalcanti o Cándido Portinari en Brasil, Diego Rivera en México o
Antonio Berni en Argentina4. Lo que aglutina a estas formulaciones estéticas es,
por un lado, el recurso pictórico de colores saturados apenas contorneados, y por
otro la proliferación de temáticas populares en entornos periféricos, ligadas al
acervo local.
4
En la pintura de Di Cavalcanti, Samba de 1928, se divisaba un grupo de hombres y mujeres con
indumentarias sumamente sensuales, con trazos sintéticos y planos saturados de color. En El Café
de 1934, óleo sobre tela de Portinari, los trabajadores de una plantación de café asumían distintas
poses y actitudes de esclavismo, bajo la atenta mirada del capataz. Rivera pintó en 1939 Retratos
de Modesta e Inesita, una madre sonriente con su hija en brazos, portando la vestimenta regional.
Dentro del denominado ‘nuevo realismo’ de los años 30, Berni plasmó una serie de trabajos sobre
los sectores sociales marginados; en relación al eje de análisis que hemos descifrado, cabe
mencionar Chacareros de 1935, óleo sobre arpillera.
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III.
Hemos divisado entre los años ‘20 y ‘30 escritores y artistas plásticos que
percibieron y dieron visibilidad a las particularidades arraigadas en el contexto
local haciendo uso de materiales estéticos renovadores. En ese amplio espectro se
entrevén posiciones que cruzaron indigenismo y vanguardismo, cuyos contactos
frecuentes en el terreno literario ya mencionó Cornejo Polar. En ese constructo
intelectual, emergieron señales de la peruanidad en tanto autoexamen y búsqueda
de las propias tradiciones. En general el término ‘peruanidad’ remite al libro de
1943 de Víctor Andrés Belaunde, donde se formateaba una conciencia de identidad
que nuclearía a los numerosos pueblos de Perú, atravesados por la cultura andina.
En estas reflexiones proponemos extender la noción hacia aspectos culturales
emergentes en poemas e imágenes. Precisamente el escritor Sergio Quijada Jara
(1914-1990) reconoció en César Vallejo una declarada condición de peruanidad. Al
respecto, escribió una reseña divulgada durante 1956 en Argentina, en Dimensión,
Revista bimestral de cultura y crítica, Santiago del Estero5. En el citado artículo,
detallaría la trayectoria de Vallejo, “uno de los más singulares poetas que cavó
abismos y arrancó montañas de las llanuras de la palabra con revelador
apasionamiento, dentro de esos cánones tan especiales de peruanismo y
americanismo…”, resaltando la invitación que en numerosas ocasiones enarbolara
el poeta de no imitar lo externo sino bucear en las propias fuerzas (gesto que sería
incomprendido numerosas veces por sus pares): “…la pureza de su alma y la
nobleza de su corazón se levantaron por encima de la maledicencia y del vilipendio
(…)”. Y proseguía más adelante: “Tenemos que glorificar toda la vida a nuestro
inmortal César Vallejo, por habernos trazado la ruta de la peruanidad a través de
sus poesías, amasadas, elaboradas e inspiradas en nuestro ambiente telúrico”
(Quijada Jara 65). La mezcla de admiración, respeto y fascinación que manifestó el
cronista por Vallejo nos conduce directamente a una lectura que exaltaba -y
honraba- la perspectiva peruanista de su producción literaria.
También en el caso de los dos pintores analizados encontramos trazas
visuales y conceptuales ligadas al acervo peruano. José Arnaldo Sabogal Diéguez
condensó en cada una de sus telas los semblantes de cada uno de los retratados,
5
Dimensión, Revista bimestral de cultura y crítica tuvo un tiraje de ocho números, de 1956 a 1961.
Contemporánea de la revista Contorno de Buenos Aires, esta publicación asumió un tono
indigenista en virtud de reconfigurar de modo crítico la historia de América Latina. Empeñado en
reflexionar sobre temáticas como lo andino y lo amazónico, su director, el pensador y militante
Francisco René Santucho, afirmaba que era preferible hablar de indoamericano más que
latinoamericano o hispanoamericano, insistiendo en la identidad étnica vinculada a la raíz indígena
de las culturas prehispánicas. La misión cultural que se había propuesto Dimensión en relación a la
especificidad geopolítica de América del Sur convivía con el tenso clima político posterior a la
Revolución Libertadora de 1955. Proscripto el peronismo y debilitado el sindicalismo, el liberalismo
creciente parecía minimizar el ideario americanista que estimulaba Santucho, quien en 1961
participaría de la creación del FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) para luego en
1965 formar parte del PTR (Partido Revolucionario de los Trabajadores).
Dimensión contó con valiosos colaboradores, acordes al fuerte perfil indoamericanista de la revista:
Günter Rodolfo Kusch, Atahualpa Martín J. Yupanqui, Carlos Zurita, Ciro Orieta, Fany Olivera, Mario
Roberto Santucho (hermano de Francisco y posterior Secretario General del PRT), Lázaro Flury,
Orestes Di Lullo, el ya mencionado Santiago Quijada Jara, Juan Carlos Martínez, entre otros. En 1958
llegaría a Santiago del Estero el novelista polaco Witold Gombrowicz, quien tuvo contactos con
Francisco René durante su estadía.
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6
El poeta peruano César Moro (1903-1956) - especialmente comprometido con la retórica del
surrealismo, colaborador permanente de la revista Dyn en México- escribió en 1939 el artículo “A
propósito de la pintura en Perú” donde criticó duramente a la escuela indigenista desarrollada en
Perú desde los años ‘30 a los ‘40. Tanto él como el fotógrafo peruano Martín Chambi (1871-1973)
cuestionaron el discurso oficialista del indigenismo promovido por las élites culturales como
símbolo de poder y continuidad de una tradición e identidad cultural. Para más detalles, véase:
Conwell (2012: 47) “The Photographic Aesthetic of Dyn”, en Annette Leddy and Donna Conwell
(2012) Farewell to Surrealism. The Dyn Circle in México. California: Getty Research Institute, p. 47.
7
Kusch enviaría a Dimensión como colaboración “El hedor de América”. El texto salió impreso en el
ejemplar n° 7 en mayo de 1961, y fue el primer capítulo de su posterior libro América Profunda
(1962). Allí describirá la noción de ‘hedor’ como un elemento inherente a la libertad (un hedor que
huele e incomoda, en contraposición a la pulcritud, al orden taxativo y a la limpieza) y como un
aspecto visible del paisaje humano y geofísico del altiplano andino, “una antigua ira desatada en la
piedra, en los valles, en los torrentes y en el cielo con sus relámpagos y sus truenos”.
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IV.
Los argumentos presentados conducen a proyectar aquellas obras enlazadas con
la peruanidad como un instrumento decolonial, esto es, un énfasis en las
dimensiones culturales americanas en el marco de una opción crítica hacia el
canon occidental y eurocentrado. Para adentrarnos en esta problemática,
convendría analizar los comportamientos colonialistas que prolongaron la
dependencia centro-periferia, y aquellas acciones que ante la tensión que imponía
la relación América-Europa, lograron establecer una transacción liberadora.
Recordemos que la colonialidad global que siguió al colonialismo moderno no
transformó de fondo las relaciones asimétricas de poder, un hecho que también
involucró al ámbito de la cultura. A inicios del siglo XIX gran parte de las élites
latinoamericanas continuaban tomando como ejemplo en todos sus aspectos a los
modelos europeos (Castro-Gómez, Grosfoguel 14), cuyos cánones provenían de un
espacio sociogeográfico completamente diferente al de América. Pero es elocuente
encontrar que anteriormente, a fines del XVI y principios del XVII, los intelectuales
amerindios registraban situaciones de su pasado considerando que sería un
español quien leería sus textos. Esto los condujo a negociar con dos lógicas
temporales desiguales, coordinadas para poder regular esos acontecimientos.
Mignolo (2011) nos aproximó a ejemplos puntuales, donde se ponían en juego los
significados particulares implícitos en las cosmologías americanas. Cuando el
historiador mexicano Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin (nacido en 1579)
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Bibliografía
Gelado, Viviana. “El indigenismo como forma de valorización de lo popular en
México y Perú.” Poéticas de la Transgresión. Vanguardia y Cultura Popular en los
Años Veinte en América Latina. Buenos Aires: Editorial Corregidor, 2008. 107-160.
Kusch, Günter Rodolfo. “Anotaciones para una estética de lo americano”. Revista
Comentario (1955).
Lucero, María Elena. “Memoria y reivindicación del acervo intelectual peruano. De
Mariátegui a Huayco y Sarita Colonia.” Perspectivas de la educación intercultural
desde la antropología y la arqueología. Campos, Alicia, et al: Buenos Aires: Centro
de Investigaciones Precolombinas, 2011a. 75-85.
---. “Producciones científicas y prácticas artísticas en los ‘60: intercambios,
fricciones y paradojas en el campo cultural argentino”. Revista de Epistemología y
Ciencias Humanas, 3 (2011b): 143-155.
http://www.revistaepistemologi.com.ar/biblioteca/10.Producciones%20cientificas
%20y%20practicas%20artisticas%20en%20los%2060%20intercambios,%20fricci
ones%20y%20paradojas%20en%20el%20campo%20cultural%20argentino.pdf
Acceso 15/10/2013.
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Existe una serie en la literatura argentina que registra el universo de los ingenios
azucareros en las provincias del norte. La serie abarca un siglo y se inicia con Fruto
Vedado (1985) de Paul Groussac, pasando por la narrativa de denuncia de El
cañaveral amargo (1954) de Eduardo Colombres y por el realismo de El inocente
(1964) de Julio Ardiles Gray, o de Los comensales (1967) de Libertad Demitrópulos.
Tomaremos en este trabajo las dos últimas novelas de la serie, Pretérito Perfecto
(1983) de Hugo Foguet y El sexo del azúcar (1991) de Eduardo Rosenzvaig que, lejos
ya del realismo social o de la estética de la novela rural, borran las fronteras entre
lo rural y lo urbano1 a través de una propuesta estética que el mismo Rosenzvaig
definió como realismo desatinado2.
En las novelas del azúcar, la microgeografía de los ingenios del noroeste
argentino aparece significativamente semejante a la de otras regiones
latinoamericanas, a veces verdaderos enclaves coloniales, en las que se cultiva
caña dulce, café o algodón: regiones marcadas, en lo más profundo del tejido
cultural, por situaciones de colonialidad, colonialismos vernáculos o
neocolonialismos: miles de indígenas trabajando a destajo, con jornales en vales,
en situaciones de cuasi esclavitud, el mundo mítico y mágico que los trabajadores
traen desde sus lugares de origen, los mecanismos de control a través del miedo y
el castigo corporal, la proliferación de leyendas entre los surcos.
En Pretérito Perfecto y El sexo del azúcar están presentes los tópicos y
recurrencias de la serie, y el fuerte componente crítico frente a la realidad social de
los ingenios que caracteriza al conjunto. Sin embargo, en las novelas de Foguet y
de Rosenzvaig esa mirada crítica se convierte en conciencia crítica de la
colonialidad, en narrativa contra-eurocéntrica o novela reveladora del
monologismo y la historicidad del discurso colonial moderno contextualizado en el
marco del paisaje tropical de los ingenios azucareros tucumanos.
Las novelas argentinas del azúcar no han sido abordadas por la crítica como
conjunto textual, el conjunto ha permanecido invisible, desconocido; si se piensa
en una literatura del azúcar se piensa en las letras de otras regiones (la novela
abolicionista cubana, el ciclo de la caña dominicano, algunas novelas del nordeste
brasileño, por ejemplo) pero no en la novela argentina. Tal vez se deba a que la
novela argentina se ha pensado, en el siglo XX, como novela eminentemente
urbana, con una serie de características propias que la diferenciarían del resto de
la literatura latinoamericana. Entre los supuestos de la crítica está la afirmación,
1
En rigor, ni Pretérito ni El sexo del azúcar son novelas rurales. El escenario ficcional es más bien la
ciudad, Tucumán, atravesada económica, social y culturalmente por la producción de azúcar. En
esta clave puede leerse también una novela como Aire tan dulce (1966) de la tucumana Elvira
Orphée.
2
Eduardo Rosenzvaig habla de “realismo desatinado” para referirse a un tipo de realismo literario
que nace en una sociedad, la tucumana, en la que “las contradicciones son exasperantes, tocan los
nervios; un territorio profundamente herido y, por momentos, dantesco, por los cambios que se
producen en él” (Rosenzvaig, entrevistado por Elsinger 2005).
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que se escuchan a pocos metros y por los pasos de los militares que requisan las
casas.
El ahora reventó a 50 metros escasos; un cóctel molotof que también lo sabía y era de
este lado del cancel, y del otro lado, después de la mampara; podía adivinar un patio
ya lejano, con aljibe de mayólicas y un jazmín esperma que era como un camino de
Santiago cuajado de estrellas en el lienzo oscuro y mohoso de la pared, quizás unos
cincuenta años atrás y no metros, otra medida del tiempo, otro mundo, otra ciudad, un
lugar donde nunca le tocó vivir y a pesar de todo el mismo lugar, la misma ciudad, el
mismo mundo. Del otro lado de la calle los estudiantes intentaban cambiarlo. (Foguet
43)
…jirones de pasado para amar ese individuo único que era la estirpe de Clara Matilde,
unas veces Navarro, otras Páez o Lencina, juntando guerras civiles y encomiendas,
revoluciones y canonjías, negocios y maneras francas y orgullo y desprecio por lo que
no fuera su sangre (los gringos, los cholos y los gallegos de mierda). (Foguet 77)
La novela de Foguet se diferencia así de las novelas del azúcar anteriores en las
que el patrón se perece más a un señor feudal que a un colonialista. La genealogía
que traza el texto es, por el contrario, una genealogía de colonizadores.
Pasado y presente, Europa y Latinoamérica, Freud y el subtrópico de los
ingenios conviven en la caótica Tucumán de Pretérito, una ciudad que quiebra con
las categorías binarias centro/periferia, desarrollo/subdesarrollo,
civilización/barbarie, ciencia/naturaleza y pone a funcionar lo híbrido como
instancia configuradora del espacio ficcional. En todo caso, la novela presenta una
ciudad en la periferia que resulta tan vertiginosa y moderna como las capitales del
centro. No es la de Foguet la Tucumán quieta y sofocante, periférica y atávica. O no
es sólo eso. Allí se dan cita las culturas indígenas de los trabajadores, el pasado
colonial, las maneras francesas de la elite, los relatos orales y la literatura europea,
la explotación en los ingenios y la revuelta social.
Hay aquí, evidentemente, una ruptura con el pensamiento que concibe a la
cultura sobre la base de oposiciones dualistas y una relocalización discursiva que
permite erigir espacios textuales situados en los entrecruces simbólicos y las
hibridaciones culturales. La barbarie, por lo demás, aparece como vehículo de la
civilización, allí está esa estirpe de señores del azúcar, que reconstruye Clara
Matilde en lo que cuenta, para mostrar que, en el ámbito de los ingenios
azucareros, la modernización estuvo asentada sobre estructuras colonialistas de
poder.
El sexo del azúcar ficcionaliza la historia íntegra del ingenio tucumano Santa
Ana, desde su fundación por el extravagante aventurero francés Clodomiro Hileret
hasta su cierre durante el gobierno militar de Onganía y su posterior conversión en
un centro clandestino de detención y tortura durante la última dictadura militar
argentina. Como en Pretérito, la realidad construida en el texto de Eduardo
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Cuando por fin llegó a este territorio extraño, en el verano del 76, lo invadió una
bienvenida de insolentes verdes. Arribaba como a un mundo de aguas dulces,
sexuales, umbrías, carne escarlata, monstruos vegetales de ópalo, fiebres cetrinas,
climas de esmeraldas calientes, humedad verdeamarillo, enceguecedoras montañas
de limones, selvas de aceitunas hirviendo, vapores, asfixia, como si se respirara cristal
molido, agua verdeblanda, mezclada con semen vegetal. (Rosenzvaig 1991, 17-18)
En las descripciones de la naturaleza del subtrópico, siempre vista por los ojos
extranjeros-coloniales de Hileret, se acumulan los lexemas que, en conjunto,
connotan sexualidad: semen, carne escarlata, asfixia. Es un mundo blando, oscuro,
caliente.
Esta es, en definitiva, una suerte de reiteración de una de las escenas que
recorren las letras del continente desde las relaciones de la Conquista: la de la
revelación de la naturaleza americana al hombre europeo y civilizado, naturaleza
virgen que provoca el deseo y el ansia de posesión. Ávido deseo de conquista y
posesión. Los miles de indígenas de las encomiendas, de los algodonales, de los
cafetales, los negros traídos del África como esclavos, convertidos en cosas,
forman parte también de esa naturaleza incivil y bestial que pide a gritos el semen
de la civilización para convertirse en naturaleza productiva. La Tucumán de los
ingenios del azúcar aparece, en el discurso del europeo Hileret, como una tierra
sensual que espera, para producir, ser fecundada por el hombre occidental y el
siglo de la técnica. En efecto, muchos de los personajes de la novela ven al dueño
de Santa Ana como el hombre viril, que en medio de la selva, enclava el ingenio
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El oro de los huacos incas y el oro de los jesuitas, el oro del azúcar y de los bancos, el
oro de la tierra y de los ríos, el oro del alcohol y de la vulva colorada de una india, el
oro de Londres y de los ferrocarriles, el oro del quebracho, del trigo, de los cueros.
¡Tanto, tanto oro! Ahora era su turno. Necesitaba veinticinco años menos. (Rosenzvaig
1991, 56)
Bibliografía
García Canclini, Néstor y otros. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de
la Modernidad. México: Grijalbo, 1990.
Heredia, Pablo. El texto literario y los discursos regionales. Propuestas para una
regionalización de la narrativa argentina contemporánea. Córdoba: Argos, 1994.
Kaliman, Ricardo. “Después del colonialismo”, en Saleme, Cecilia y Eugenia Flores
de
Molinillo (Comp.). Poscolonialismo en literaturas anglófonas. Actas de las Primeras
Jornadas Internacionales de Poscolonialismo en Literatura Anglófona. Universidad
Nacional de Tucumán, 2007.
Rosenzvaig, Eduardo. El sexo del azúcar. Buenos Aires: Ediciones Letra Buena,
1991.
---. La cepa. Arqueología de una cultura azucarera. 3 tomos, Buenos Aires: Letra
Buena, 1999.
Natalia Gil
“Antropología general de las artes de la memoria” apoyada en las imágenes y
preparada para poder pensar a aquellas culturas calificadas de meramente
“orales” por la mirada eurocéntrica.
Con Aby Warburg la Historia del Arte devino una cosa extraña, un modo de
pensar y de hacer en torno a la imagen cuya posible denominación disciplinaria
sigue siendo aún incierta. Lo que con seguridad podemos afirmar es que allí
confluyen una serie de problematizaciones que hacen del pensamiento
warburgiano una cantera una y otra vez floreciente para los estudios que giran en
torno a la imagen. Pues bien, la desgarradura que implicó la apertura de dicha
cantera fue en gran parte propiciada por el viaje que realizara Warburg a Nuevo
México en 1895. Buscando dar con una función mucho más eminente de la imagen
que aquella que la definía desde un mero punto de vista esteticista, el historiador
alemán asiste a los rituales realizados por “los Pueblo” en el desierto de Arizona.
Los recuerdos y las imágenes de aquel viaje depararán en la famosa conferencia
que diera este pensador en la clínica psiquiátrica de Kreuzlingen 27 años después
como prueba de “autoliberación” de los trastornos que por esos años lo
atormentaron. Hoy conocemos dicha conferencia bajo el célebre título El ritual de la
serpiente.
Quisiera aquí hacer énfasis en tres aspectos decisivos y encadenados que
colocan a dicha conferencia en el epicentro del movimiento tectónico operado por
este historiador del arte en el centro de la disciplina que históricamente se había
dedicado al estudio de las imágenes (aunque sólo a las artísticas).
Primero, Warburg, desde el inicio de la conferencia, coloca a la imagen, más
allá de las fronteras del arte, justo en el centro de la deriva de su pensamiento. Una
serie de inconvenientes (el tiempo transcurrido entre el viaje y la conferencia, la
falta de interiorización con el idioma de los Pueblos, la corta estadía del
investigador en la comunidad) hacen que el propio conferencista dude de la
pertinencia de sus palabras. Sin embargo, Warburg cuenta con “la esperanza de
que el carácter inmediato de las fotografías les permita obtener, por encima de lo
que les pueda contar con palabras, una impresión tanto de este mundo cuya
cultura está desapareciendo, como de un problema crucial de la historiografía de la
civilización” (2004, 10). La imagen, fotográfica en este caso, se convierte entonces
en un dispositivo central para el pensamiento que escudriña no tan sólo una
cultura en particular sino también para “un problema crucial” que atraviesa a todas
las culturas de todos los tiempos. Cuál sea este problema crucial es lo que
intentaremos indagar en estas líneas dedicadas a El ritual de la serpiente.
Segundo, se trata de una conferencia entonces que se apoya más que en
“las palabras de un esquizofrénico” en las imágenes por él recolectadas. ¿Qué
imágenes son las que elige este historiador del arte alemán mayormente dedicado
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a los estudios del arte renacentista florentino? Son imágenes de los rituales de una
cultura lejana por miles de quilómetros en el tiempo y en el espacio de la cultura
del Quatroccento italiano, por ejemplo. ¿Qué hacía Warburg entre “los Pueblo”?
¿Qué función de la imagen buscaba allí? Estas comunidades aborígenes de
Norteamérica tenían algo que enseñar a Warburg sobre las imágenes, y él acude a
ellas no como aquel que quiere “conocer” al modo de la ciencia antropológica el
exotismo de otras culturas, sino como aquel que quiere “aprehender” algo que
resultará vital para comprender los traumas de la propia cultura. Estamos aquí no
ante una antropología de la imagen sino ante una sintomatología de la cultura.
¿Qué hay con estas imágenes de los rituales y los dibujos de los llamados indios
Pueblos? En ellas se ve inmediatamente el cómo de una cultura que vive y fluye
entre las prácticas técnicas de la agricultura y las prácticas mágicas que intentan
conjurar a la naturaleza para que llueva.
Entonces, “el problema crucial” que plantean estas imágenes es el de un fuerte
cuestionamiento a la cultura llamada occidental, digámosle en este caso europea.
Las imágenes de los pueblos indagan e impugnan a una cultura que se ha vuelto
esquizoide y que no puede sino oponer sistemáticamente la razón a la magia,
cortando -en su fría distancia objetivadora- todo vínculo con el mundo circundante.
En ese “nosotros” de Warburg los hombres devienen individuos, átomos que en
teoría son perfectamente “aislables”, y la naturaleza un depósito de materia prima
disponible según utilidad.
Tercero, hasta el momento sólo nos hemos referido a las imágenes
presentadas por Warburg en términos estrictamente materiales. Es decir, sólo
hemos trabajado a nivel muy general sobre lo que “muestran” las fotografías por él
presentadas. Llega el momento ahora de adentrarnos no en lo que muestran las
imágenes, sino en el “poder que ejercen” en contextos culturales específicos.
Vamos a adelantarnos y decir que la función de la imagen –y entiéndase por
función un modo específico de acción que se da siempre entre dos o más
elementos que sólo pueden determinarse en relación al/los otro/s-, el poder
operante en ella, consiste en mediar entre los dos polos anteriormente
mencionados: el de la magia (entiéndase aquí el sentimiento de relación
coperteneciente con el mundo circundante) y el de la razón o la ciencia (entiéndase
la distancia objetivante impuesta entre el hombre y el mundo). La imagen cumple
una “función polar anticaótica” (Warburg 2010, 3), tal como lo expresara años más
tarde Warburg en su “Introducción” al Atlas Mnemosyne. La imagen, muchas veces
aparecida bajo la acepción de “símbolo” en la obra warburgiana, se encuentra en
el centro de la precaria tensión establecida entre los dos polos que trazan entre sí
el Denkraum, el “espacio del pensamiento”. La imagen se encuentra siempre
mediando para que dicho espacio no desaparezca eclipsado por la preeminencia
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de alguno de los dos extremos polares. Caer en el polo mágico nos hundiría en el
caos de la indistinción entre nosotros y el mundo circundante, caer en el polo
científico-racional nos haría caer en el caos de un atomismo sin vínculos. Ambos
extremos polares clausuran el espacio del pensamiento que es el que se interpone
también entre el impulso y la acción tal como Warburg lo expresara explícitamente
en 1926 en su Conferencia sobre Rembrandt (2010, 176). En este sentido, la
función polar anticaótica de la imagen encargada también de mantener el espacio
entre el impulso y la acción deviene además, entonces, en eminente función
política.
Pero ¿por qué es la imagen la que tiene justamente esta función? Toda la
obra de Warburg confirma le tremenda confianza que él tenía en las imágenes
como fuerzas que actúan en favor de la vida manteniendo la tensión polar entre
ciencia y magia. Las imágenes deben poder ayudarnos según las necesidades de
cada presente a no caer ni en el polo de disolución mágica, ni en el polo de
distanciamiento científico. Pues las imágenes conservan un “resto” del poder del
que son enteramente depositarios los amuletos y las prácticas mágicas ya que
“actúan” no a nivel sólo racional sino también emotivo –no en vano el enorme
concepto warburguiano que caracteriza el poder de ciertas imágenes es el de
Pathosformel, “fórmula emotiva”-, y conservan a su vez la distancia (ingrediente
del polo racional), ya que no son el mundo mismo, que nos salvaguarda de
metamorforsearnos con lo que nos circunda. Las imágenes son entonces un
dispositivo de mediación que crean y recrean el mundo de acuerdo a las
necesidades del presente.
Fig. 1: Dibujo de Cleo Jurino, refiguración cosmológica. Santa Fe, 1896, con apuntes de Warburg* 3.
(Fuente: Warburg 2004, 19)
3
Traducción de los apuntes de Warburg: “La serpiente (Ttzitz Chu´i) y el universo con el fetiche del
clima fueron dibujados frente a mí el 10 de enero de 1896 en mi habitación, la número 59, en el
Palace Hotel de Santa Fe por Cleo Jurino de Cochita, guardián de la Estufa local. C. J. es también el
pintor de los murales de la Estufa y el sacerdote de Chipeo Nanutsch” (Warburg 2004, 19).
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Fig. 3: Representaciones convencionales de la serpiente: una serie amerindia. (Fuente: Severi 2009,
84).
“Imágenes que requieren ser leídas”, dice Severi. ¿No estaremos cayendo
allí nuevamente en la matriz escrituraria? Para los fines de nuestra propuesta
creemos que el aporte severiano es de gran valor, sin embargo no podemos sino
problematizar algunas de sus conclusiones. ¿Puede ser una imagen “leída”? ¿Cuál
sería la diferencia entre una memoria basada en la escritura y otra en las imágenes
si concluimos que en ambos casos lo que debemos realizar es una lectura? En
estos puntos nuestros pasos se desandan y volvemos a Warburg. Para el
historiador alemán imágenes y palabras eran hasta cierto punto
inconmensurables. Lo afirma al principio de la conferencia que aquí trabajamos y
lo reafirma en su último proyecto consistente en “un cuento de fantasmas para
adultos”, un cuento, sí, pero casi enteramente hecho de imágenes: el Atlas
Mnemosyne. Las imágenes, a diferencia de las palabras, evocan una memoria tan
prepersonal como pre-consciente. En esta sola postulación tenemos ya muchas
distancias con las llamadas culturas escriturarias. En primer lugar el tiempo que
habita la memoria no es el lineal y homogéneo que habita en la matriz escrituraria.
La memoria, podríamos decir a modo nietzscheano, es intempestiva. Es activada
por encrucijadas del presente que precisan de un pasado tumultuoso y cargado de
pathos para que la acción a favor de las necesidades actuantes sea posible. La
memoria (a diferencia del ejercicio del recuerdo) no surge enteramente a voluntad,
en este sentido es preconsciente. Sólo aparece cuando una necesidad extra-
individual –colectiva y en conexión con el entorno- la activa, es en este sentido que
también es pre-personal. La consciencia moderna individual no tiene aquí su
reinado.
De igual modo, con los estudios que van de Warburg a Severi pasando por
los de la Biología de las imágenes, no podemos sino constatar que todo análisis de
las culturas orales que no vea sino en sus grafismos un intento fallido de escritura
no resulta ser sino una muestra más de la torpeza violenta que ejerce el saber
colonial. Sin embargo, dicha torpeza puede operar a nuestro favor. En la lógica
binaria colonial no hay espacio para concebir una multiplicidad de formas de ver y
recrear el mundo que sin embargo persisten y reverberan. El estudio de estas
formas se convierte para nosotros en una exigencia ineludible que nos deparará
nuevas investigaciones. Se tratará en definitiva de decolonizar nuestro saber para
encontrar esas formas de la insubordinación.
Bibliografía
Didi-Huberman, Georges. L’image survivante. Histoire de l’art et temps des
fantômes selon Aby Warburg. Paris: Minuit, 2002.
Fabiana Serviddio
Introducción
El presente trabajo surgió a partir de ciertas reflexiones de los teóricos del
poscolonialismo latinoamericano sobre la cartografía moderna occidental y busca
explorar las posibilidades de una práctica decolonial a través del análisis de
algunos mapas pictóricos realizados por artistas latinoamericanos.
Como justamente señaló Walter Mignolo, antes del descubrimiento de
América el mundo se pensaba tripartito de acuerdo a los cristianos de Occidente,
pero no a las demás civilizaciones imperiales del siglo XVI –la china, la india, la
árabe-islámica, la japonesa, la inca, la maya o la azteca. A partir de aquel
momento, la creencia de que la configuración del planeta respondía a una división
real y natural en cuatro continentes empezó a cobrar una dimensión extraordinaria
gracias a los procesos de colonización material y simbólica. Recuperando la tesis
de Edmundo O’Gorman sobre la invención de América, Mignolo recuerda que el
occidentalismo fijó, en ese proceso, el lugar de enunciación privilegiado desde
donde se conoce y se categoriza la totalidad. La idea de un Occidente y la idea de
la expansión occidental nacieron con el reconocimiento y la invención de América.
La descripción, conceptualización y clasificación autorizada del mundo se
realizaron a partir de ese momento en Occidente. Europa Occidental se ubicó a sí
misma en el centro de las proyecciones cartográficas a partir de la aparición de las
Indias Occidentales en la conciencia cristiana europea. La idea de América (y más
tarde, de América latina y América Sajona) fue producto de la ideología de la
civilización y expansión occidental. (Mignolo 2007, 27-92) Así, los mapas fueron y
son, ante todo, representaciones de la organización del conocimiento, aún
aquellos resultado de las proyecciones geométricas inventadas durante el siglo
XVI, que colocaban al océano Atlántico en el centro del mapa, y a las Indias
Occidentales sobre su extremo izquierdo. La ubicación central del Atlántico en las
cartografías occidentales es para la teoría poscolonial latinoamericana una
referencia material y simbólica fundamental en tanto fue el comercio a través del
Atlántico de bienes y esclavos, y la consecuente expansión de la economía
capitalista y de la ideología cristiana hacia el resto del globo, lo que desencadenó,
antes que otros procesos, la modernidad / colonialidad.
En su ya clásico El lado más oscuro del Renacimiento, Mignolo hizo
referencia a formas alternativas a las que conocemos en Occidente de imaginar y
representar el mundo analizando numerosos ejemplos, como los mapas
producidos en China desde 500 años a.C. hasta la época de la dinastía Ming en el
siglo XVIII, donde la conceptualización del espacio se basaba en una
confederación de cinco direcciones, con China ocupando el centro como el reino
principal. Las proyecciones geométricas del Padre Ricci en el siglo XVI, que
buscaron dar a conocer la región asiática cartografiándola, cambiaron el centro
geográfico habitual en los mapas chinos y colocaron al océano Pacífico en el centro
y a China sobre el lado superior y levemente hacia la izquierda, partiendo de la
presunción occidental de que la geometría era la garantía de un ordenamiento
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neutral y no étnico de la forma del planeta. Resultó sin embargo que estos mapas
fueron lapidariamente condenados en China por falsos, dado que no la colocaban
en el centro de los mismos, fundamento de la verdad en dicho imperio. (Mignolo
1995, 219-226). En efecto, lejos de una conceptualización denotativa del signo y su
correspondiente teoría de la verdad, es necesario atender al locus de enunciación y
al sujeto de la enunciación así como a las necesidades y funciones de las
descripciones territoriales.
I
El primer caso en el que propongo detenerme es el de seis mapas pictóricos que el
artista mexicano Miguel Covarrubias realizó en ocasión de la Exposición
Internacional Golden Gate, en San Francisco, en 1939. El propósito de esta feria era
promover la cooperación internacional entre las naciones de la denominada
“Cuenca del Pacífico”, en el contexto del proyecto político panamericanista
norteamericano, por lo que se le pidió al artista que estos mapas ilustraran,
educaran y de alguna forma también celebraran los logros de las distintas regiones
mediante la representación de la flora, la fauna, las poblaciones, sus economías,
las artes, los tipos de transporte y las viviendas nativas de las regiones aledañas al
océano Pacífico. Expresión de las buenas relaciones y vínculos entre los países de
la cuenca, los mapas se pensaron como un vehículo más de otros tantos de
diplomacia cultural en la Feria.
Resultado del boom de Ferias mundiales al que muchas ciudades
norteamericanas habían sido empujadas a fines de los 30 como vía de escape de
las penurias económicas de la Gran Depresión, la Golden Gate se encuadraba
desde sus inicios, también, en esta búsqueda por encontrar una salida a través de
la exploración de nuevos mercados y alianzas económicas.1 Es interesante
observar en efecto este carácter bifronte de la feria: por un lado, una visión de
revival en sus fantásticos entornos arquitectónicos propios de su costado “parque
de diversiones” –pensando las Exposiciones Internacionales, como propone Tony
Bennett (1995), como ámbitos de exhibición emparentados con la historia de las
ferias itinerantes y los museos-, que disimulaban la percepción de las relaciones
imperial-coloniales dentro de un tiempo mágico, fuera de lo real, donde las
relaciones de poder se disuelven; y el otro de carácter más práctico y realista, que
partía del reconocimiento de las diferencias culturales entre Norte y Sudamérica.
Para empezar, se asumía que éstos eran dos continentes separados; mientras que
en la Feria Mundial de Nueva York, contemporánea a la de San Francisco, el
proyecto panamericanista apuntaba, desde todo tipo de estrategias retóricas, a
destacar las similitudes dentro de una concepción hemisférica que integrara norte
y sur en una tradición cultural común2. Es decir, en San Francisco el discurso
panamericanista buscaba sostenerse en una perspectiva relativista que
recuperaba las diferencias culturales de la cuenca, dando cuenta de la tradición
indígena norteamericana, la precolombina latinoamericana, las culturas nativas de
Oceanía y las tradicionales de Asia. Estas maneras complementarias del discurso
1
Coincidimos con la hipótesis de Ricardo Salvatore (2006) en tanto propone pensar el
panamericanismo, antes que nada, a partir de sus objetivos económicos. Para una historia de la
feria, véase Richard Reinhardt (1973) y Patricia Carpenter y Paul Totah (1989).
2
Discuto esta cuestión de forma más extensa en otro lugar (Serviddio 2012).
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3
Los objetivos políticos del programa que más tarde desarrollará la Oficina del Coordinador de
Asuntos Interamericanos pueden ya detectarse en estos tempranos proyectos culturales
panamericanistas. Véase Ursula Prutsch y Gisela Cramer (2006).
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fértiles del Alto Egipto y Mesopotamia hacia la región occidental de Asia, Oceanía y
América. Estas ideas fueron útiles para establecer a partir de la década del 20
genealogías no europeas y no occidentales para el continente americano.
De los seis mapas, tres de ellos -los dedicados a artes nativas, transporte y
viviendas autóctonas- entablan vínculos y parentescos de distinta índole entre las
regiones de Asia, Oceanía y el área pacífica del continente americano.
Fig. 1
Miguel Covarrubias, Formas artísticas del área del Pacífico (mapa)
Desfile del Pacífico (libro de reproducciones facsimilares)
Cortesía San Francisco Public Library
Fig. 2
Miguel Covarrubias, Gentes del Pacífico (mapa)
Desfile del Pacífico (libro de reproducciones facsimilares)
Cortesía San Francisco Public Library
II
Hay otro caso que quisiera brevemente señalar en relación a una posible
genealogía de objetos que apuntan a develar el carácter ficcional de los mapas
occidentales trastocando su sentido original. Se trata de una obra contemporánea
realizada por la artista brasileña Adriana Varejão, llamada Mapa de Lopo Homen II,
de 2004. (Fig. 3)
Fig. 3
Adriana Varejão, Mapa de Lopo Homem II, 1992-2004
óleo sobre madera e hilo de sutura, 110 x 140 x 10 cm
Colección privada, Rio de Janeiro
Foto: Eduardo Ortega
La artista partió para esta obra de un planisferio muy temprano que ensaya
uno de los primeros registros del Nuevo Mundo realizado en 1519 por el cartógrafo
portugués Lopo Homen, una de cuyas versiones se encuentra en la mapoteca del
Ministerio de Relaciones Exteriores de Río de Janeiro. El planisferio está rodeado en
sus márgenes por los cuatro vientos, y presenta en su centro a Europa y el
continente africano, mientras que en el extremo izquierdo puede visualizarse una
porción de América, identificada como "Mundus Novus Brazil", y relacionada al
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continente asiático a través de la unión del sector meridional con un territorio con
la misma denominación.
En tempranas obras de los años ochenta, Varejão ya desplegaba toda la
potencia de la materia plástica a través de un tratamiento exagerado del óleo como
si fuera una pasta que podía esculpir y que la fascinaba. El óleo se transformó
entonces en una forma de explorar las posibilidades de la materia, tratada de
manera tal que diera cuenta, fundamentalmente, de su vitalidad orgánica. De aquí
sus intereses deslizaron hacia el estilo barroco, exportado y apropiado en el Brasil
con la profusión de formas, la voluptuosidad, el volumen que aportó a las artes.
Cuando se hace referencia a las obras de Varejão, se alude a su técnica por
lo general como “óleo sobre madera”, pero en realidad la artista se sirve de un
procedimiento más complejo al recurrir a una mezcla de óleo con poliuretano en
ciertas zonas que le aporta espesor y profundidad, con el consecuente impactante
efecto visual de materia orgánica emergiendo desde el interior del cuadro.
Los antecedentes inmediatos del Mapa de Lopo Homen II son las
recuperaciones que hiciera Varejão de la azulejería portuguesa de la época colonial
en el Brasil, donde la representación de los azulejos se transmuta en cuerpo
orgánico al desprenderse en partes y exhibir lo que se esconde debajo: la
visceralidad y latencia vital del cuerpo cultural colonizado, que en ciertas
instalaciones -como la realizada para la Bienal de San Pablo de 1994- llegaba a ser
recostado, como si de un cuerpo humano se tratara, en una camilla adyacente. En
Azulejos como tapete en carne viva, una obra apenas posterior de 1999, también
podemos constatar un trabajo similar, pero mediante un procedimiento que tiende
a mayor síntesis y abstracción: una masa de algo que parecen vísceras se revela
bajo la superficie ilusoria de azulejos blancos y azules.
En la pintura Carne a la manera de Taunay (1997), Varejão se basó en una
obra del artista francés Nicolas-Antoine Taunay, quien viajó al Brasil en el siglo XVII
como parte de la misión artística francesa, cuyos paisajes exuberantes
contribuyeron a formar la visión foránea del Brasil y las consecuentes percepciones
europeas de América. La artista arrancó pedazos de una copia de un paisaje de
Taunay y los exhibió en platos de porcelana junto a la pintura, una operación
pictórica con la que buscaba develar la falsedad de las representaciones de la vida
indígena realizadas por los colonizadores, subrayando la paradójica coexistencia
de belleza y brutalidad en el Brasil de la época barroca.
En el Mapa de Lopo Homen II, la elección de una cartografía tan temprana y
rudimentaria en relación al desarrollo que adquiriría posteriormente la cartografía
occidental destaca el carácter exploratorio, procesual y construido del
conocimiento de Occidente sobre el resto del mundo. Varejão asimila el sistema de
mapeado europeo y su concomitante visión del mundo, pero subvierte el locus de
enunciación a través de sus intervenciones en él. La incisión central transforma el
cuadro, de representación simbólica del mapamundi, en cuerpo orgánico y
sufriente, que aún intentando suturar sus heridas no puede contenerlas y cubrirlas.
La violencia infringida por la colonización europea no sólo al territorio, economía,
sistemas de vida, y cultura de los habitantes originarios de América y África, sino a
la subjetividad misma de los colonizados, se hace carne viva en esta
transformación.
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Hay algo que puede percibirse también si comparamos esta pieza con dos
anteriores, Hijo bastardo de 1992 e Hijo bastardo II de 1995, ambas antecedentes
del mismo esquema compositivo de óleo sobre madera dentro de un marco
ovalado con una penetrante incisión central. Aquí también la artista recurrió a la
práctica de apropiarse y trastocar el sentido de obras realizadas por artistas
occidentales que introdujeron el sistema de representación académico europeo, en
este caso el pintor francés emigrado al Brasil Jean-Baptiste Debret.
Fig. 4
Adriana Varejão, Filho Bastardo, 1992
óleo sobre tela, 110 x 140 x 10 cm
Foto: Dirk Pauwels
Fig. 5
Adriana Varejão, Filho Bastardo II - Cena de Interior, 1995
Óleo sobre madera, 110 x 140 x 10 cm
Foto: Mario Grisolli
Bibliografía
Bennett, Tony. The Birth of the Museum: History, Theory, Politics. New York:
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Carpenter, Patricia y Paul Totah (ed.). The San Francisco Fair. Treasure Island. 1939-
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Mignolo, Walter. The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality, &
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Prutsch, Ursula y Gisela Cramer. “Nelson A. Rockefeller’s Office of Inter-American
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Wingert, Paul. “Pageant of the Pacific by Miguel Covarrubias.” American
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Nicolás Panotto
2009). Este autor se centra en los estudios bíblicos, demostrando cómo las
diversas agencias misioneras inglesas que emergieron en el siglo XIX
transformaron su exégesis bíblica en pos de una legitimación de la empresa
colonial. En segundo lugar, encontramos algunos trabajos realizados desde las
teologías latino/hispanas desde EEUU (Valentín) y una relectura de la historia de la
conquista junto con las misiones y el espectro religioso en América Latina (Rivera-
Pagan).
La segunda crítica se dirige hacia la ontología moderna de la teología
cristiana. Por un lado, se cuestiona la centralidad del Dios cristiano como única
imagen posible para comprender la divinidad. Por otro, se trabaja en la
funcionalidad del monoteísmo cristiano, la comprensión esencialista de lo divino,
una cristología sin ropajes culturales y una pneumatología eclesiástica, como
elementos teológicos funcionales a las estructuras de las iglesias evangélicas
europeas (Joh 2004; Rieger 2004, 2007, 2010).
1
Más allá del aporte de la teología de la liberación (TL) con respecto al lugar del pobre como sujeto
teológico, no existía en esta corriente una reflexión más amplia sobre la noción misma de “sujeto” o
“identidad” como categoría epistémica, lo cual imposibilitaba un abordaje más amplio respecto a
la pluralidad y heterogeneidad de agentes y expresiones socio-culturales. Esto llevaba, por ejemplo,
a la resistencia de algunas corrientes ortodoxas dentro de la TL a considerar otros sujetos
teológicos, tales como las mujeres o los homosexuales. En este sentido, la noción de “sujeto
pobre” partía más bien desde la asunción restricta de un marco teórico –como era el marxismo-
más que de una reflexión desde la noción misma de sujeto (Gutiérrez 1982, 1996; Boff 1980; Vigil).
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Mimetismo de lo religioso
Como vemos, la teología cristiana se presenta de forma paradójica dentro del
discurso de las teologías poscoloniales. Por un lado, es el marco ideológico y
legitimante de la empresa colonial e imperialista. Pero por otro, también
representa un espacio discursivo que cuestiona, descoloniza y deconstruye dichos
andamiajes de poder, además de servir como marco simbólico, discursivo y
operativo para empoderar diversas subjetividades –indígenas, mujeres, grupos
religiosos minoritarios- y rescatar narrativas locales y contextuales, en
contraposición a las lógicas cercenantes de las fuerzas coloniales e imperiales.
Es por ello que uno de los términos más presentes dentro de las teologías
poscoloniales desde la teoría poscolonial propiamente dicha, es el concepto de
mímesis que ha desarrollado Homi Bhabha (2002). Este concepto remite al
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compromiso irónico con las fuerzas coloniales por parte de los grupos subalternos
y las narrativas circulantes dentro de los espacios colonizados. Es el “sujeto de
una diferencia que es casi lo mismo, pero no exactamente” (Bhabha 112). Implica
una “apropiación” del Otro colonizador cuando éste muestra su poder, lo cual
revela la ambivalencia del discurso colonial perturbando su autoridad. En otros
términos, implica la reapropiación tanto del lugar como de los recursos simbólicos
y discursivos del marco identitario particular y hegemónico, para depurar su
supuesta sutura y clausura ontológica, en pos de construir una divergencia con
respecto del “sistema” –que se presenta cerrado cuando en realidad no lo es-,
desde sus fisuras inherentes, en pos de construir nuevas espacialidades y
producciones identitarias.
En este sentido, las teologías poscoloniales se reapropian de la utilización
de ciertos símbolos teológicos centrales del cristianismo –como lo cristológico, las
representaciones divinas, lo eclesiológico, la figura del Espíritu Santo- que actúan
como fundamentos de las narrativas y prácticas coloniales, con el objetivo de
resignificar el lugar del Otro negado, del resto que no es excluido sino que
representa el exceso de sentido de lo establecido, para empoderar las diferencias
religiosas e identitarias periféricas. Dicha reapropiación discursiva proviene de las
mismas tensiones que existen hacia dentro de las narrativas teológicas, partiendo
de los textos bíblicos como también de los dogmas surgidos a lo largo de la
historia de la iglesia cristiana. Es, precisamente, el poner en evidencia tales
contingencias y fisuras lo que posibilita una deconstrucción de las teologías
hegemónicas, con el propósito de dar lugar a otras voces, otras interpretaciones y
otras creencias.
los contextos y las teologías de los pueblos indígenas andinos, así como desde
una deconstrucción de los fundamentos occidentales de las tradiciones cristianas.
El ISEAT ha contribuido, además, a la apertura de espacios de investigación
sobre estos temas. Hay tres obras importantes, que se han transformado en
clásicos sobre dichas temáticas: Teología Andina. El tejido diverso de la fe
indígena (Estermann 2006a, dos tomos), donde participan varios teólogos/as,
antropólogos/as y sociólogos/as indígenas, protestantes, católicos y no religiosos,
y Filosofía andina. Sabiduría indígena para un mundo nuevo (2007) del filósofo y
teólogo suizo Josef Estermann. Este último libro presenta una propuesta de
filosofía intercultural desde algunas formulaciones deconstruccionistas y
posmodernas que se acercan a algunas vertientes de la teoría poscolonial. Por otra
parte, Estermann ha trabajado profundamente el tema de la colonialidad y la
descolonización en los últimos años (2009, 2013).
Existen muchos elementos que podríamos resaltar de estas obras, que
abarcan temáticas de las más diversas, vinculadas a lecturas contextuales,
eclesiológicas y teológicas de todo tipo. Tal vez podríamos resumir su principal
aporte en el doble movimiento que propone con respecto a la vinculación entre las
teologías cristianas y las teologías indígenas: de cómo lo andino se reapropia de lo
cristiano, y lo cristiano es resignificado por lo andino.
Uno de los aspectos centrales que se presenta es que el evangélico aymara
se cree cristiano antes que aymara. En este sentido, aunque existen diferencias
constitutivas entre ambas identidades religiosas, en varios elementos encuentran
puntos en común desde donde dialogar. Esto representa la búsqueda de la
syncresis (proceso orgánico de enriquecimiento mutuo) entre lo cristiano y andino,
o el proceso mimético que hemos definido anteriormente. Como dice Juan Jacobo
Chancara Chambe (16),
cristiana. Por ejemplo, la figura de Jesús se comprende como alguien con quien se
camina en la cotidianeidad, como quien se manifiesta en los “seres de la
realidad”. Más aún, Jesús es la trasposición de la acción de éstos: representa la
protección de la casa, la guarda durante el camino de viajes, es a quien hay que
agradecer por las cosechas, por el alimento, la lluvia, la sabiduría.
Por su parte, la Biblia no sólo se presenta como Palabra de Dios sino que
actúa como símbolo de protección frente a las fuerzas del mal. Se transforma en un
elemento sagrado. Es la materialización y presencia visible de lo divino. Aquí se
combinan la iconoclasia andina con la cristiana, especialmente la católica romana,
aunque con una fuerte influencia del protestantismo –especialmente de ciertas
corrientes pentecostales- donde la centralidad de la fe se deposita en el texto
bíblico.
Por último, la iglesia representa para muchos/as que viven en el Alto una
especie de reemplazo de su ayllu, o sea, de su comunidad de convivencia y
existencia. En ella se vive la presencia de Dios y el líder o pastor del grupo asume
el lugar de yatiri (el sabio) o jilakata (líder del ayllu).
Un tema central que ha suscitado la teología indígena en general es la
presencia y revelación de Jesús en las culturas, sin mediación de elementos o
narrativas religiosas (cristianas) particulares. Es lo que el Vaticano II ha
denominado “las semillas del Verbo” en las culturas. Representa la presencia de
Jesús en el lugar de la sabiduría de los pueblo, lo cual va más allá de la doctrina
cristiana, y la comprensión integral de la creación, del ser humano y las
comunidades, como lo era la mentalidad semita (Simón Pedro Arnold 2006).
Por último, Estermann (2006b) resume en los siguientes campos la
“deconstrucción intercultural” de la teología cristiana desde la teología andina.
La propuesta del ISEAT señala: “El diálogo entre lo andino y lo cristiano no es
simplemente un diálogo intercultural entre dos culturas asimétricas a causa del
poder político, económico y religioso que representan; es además un diálogo
interreligioso en el que la religión y la cosmovisión andinas interpelan a la religión
y cosmovisión cristiana de vertiente occidentalizada, y viceversa. Lo andino no es
simplemente un recipiente o un receptor de ideas, valores o concepciones
cristianas consideradas supra-culturales. Ahí es donde se revelan las limitaciones
del paradigma de la inculturación: un cristianismo andino no es el núcleo duro de
verdades cristianas revestidas de un embalaje andino. (Estermann 2006a, T I, 187)
Conclusiones
Las propuestas analizadas en este escrito nos llevan a ver cómo lo religioso se
transforma en una matriz discursiva y simbólica de disputa/conflicto de sentidos
entre narrativas coloniales e identitarias. Más aún, “lo religioso” como
espacialidad de disputa proyecta con mayor fuerza una estrategia de
desprendimiento (delinking, Mignolo 2010) al ser un espacio que posee ciertas
matrices en común con otros campos en conflicto. Esto implica analizar la
especificidad de lo religioso dentro de lo subalterno, saliendo de las concepciones
reduccionistas tradicionales tales como “ideología” o “fetiche”. Así como otros
campos discursivos y simbólicos, lo religioso representa una espacialidad que
habilita profundas disputas de sentido, poder y empoderamiento.
Las teologías poscoloniales –corriente de muy reciente nacimiento y que
aún no ha logrado extender fuertes raíces en el continente latinoamericano-
ofrecen una propuesta deconstructiva tanto del andamiaje occidental como
cristiano de la empresa colonial e imperial, a través de operaciones hermenéuticas
descolonizadoras de las teologías cristianas. Esto ha habilitado, por un lado, un
fuerte cuestionamiento al fundacionalismo del discurso cristiano –y con él a la
maquinaria colonial-, y desde allí se han visualizado fisuras que permiten no sólo
abrir fronteras de diálogo sino también una resignificación de otras identidades
religiosas. Esto último no tiene una ubicación restringida al campo de lo religioso
como algo aislado de otros campos –lo cual respondería a cierta cosmovisión
occidental- sino que tiene implicancias directamente socio-culturales y políticas,
ya que lo religioso representa un locus identitario.
El breve análisis del caso del ISEAT en Bolivia nos ha permitido ver a modo
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Bibliografía
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9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Introducción
En las últimas décadas, las diversas transformaciones en los sistemas educativos
de América Latina han impulsando modificaciones en las políticas de formación
docente en muchos países de la región. Así se propició la ampliación de ofertas de
formación, cambios curriculares y de estructura, y se consideró como estrategia
para el aumento de la calidad y rendimiento de los estudiantes, acompañar las
diversas trayectorias desde políticas de inclusión, que se enfocaron en elevar los
índices de retención y permanencia del alumnado en el nivel superior.
Este proceso de adecuación y redefinición fue acompañado por importantes
modificaciones curriculares en distintas carreras de formación docente y por la
incorporación de nuevas ofertas formativas organizadas de acuerdo a las
necesidades de cada contexto, sin embargo no resulta tarea difícil reconocer
matrices coloniales ancladas en lo más profundo de las “innovaciones”
curriculares.
Desde su configuración histórica, la formación docente aportó al sistema
educativo nacional la conformación de un cuerpo docente como agente del Estado,
un apóstol pacificador y normalizador de la barbarie y la diferencia. Son las
políticas de estado las que impusieron el sentido y orientación en la formación
docente.
Esto último resulta significativo dado que trata de una profesión vinculada a
la transmisión, reproducción y producción de cultura, con una dimensión simbólica
constitutiva, no solo de la identidad propia y de la identidad de los alumnos, sino
también desde su misión constitutiva de la identidad nacional. Esta regulación
tomó y toma distintas orientaciones de acuerdo con las preocupaciones políticas
de cada momento histórico, conformando una red de estrategias distintivas, reflejo
de la cultura e influencias de las corrientes académicas de su tiempo, pero
manteniendo la vigencia de los modelos normalistas heredados de Europa.
En este sentido, creemos que la formación docente constituye un campus
de fuerte impronta colonial materializada en la circulación de teorías eurocéntricas
que normalizaron las prácticas, estandarizaron el desplazamiento del cuerpo en el
espacio institucional, con regímenes de verdad sobre la función pacificadora e
integradora de la escuela, que pocas veces logra ser analizada, recontextualizada y
significada como una vía para nuevas construcciones.
Con la intención de comprender la formación docente desde una
perspectiva decolonial en el marco del Programa “Interculturalidad y formación.
Diferencias y desafíos pedagógicos en fronteras 2011-2015” del Centro de
Investigaciones Sociales y Educativas del Norte Argentino de la Universidad
Nacional de Salta, realizamos estudios e indagaciones cualitativas-descriptivas en
diferentes Institutos de Formación Docente en la provincia de Salta, con el objetivo
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
La ecología de los saberes no trata de “descredibilizar” las ciencias ni las de un
fundamentalismo “anti-ciencia”. Nosotros como científicos sociales, no podemos
hacer eso. Lo que podemos intentar hacer es un uso contra hegemónico de la
ciencia hegemónica. O sea, la posibilidad de que la ciencia entre no como
monocultura, sino como parte de una ecología más amplia de saberes, donde el
saber científico pueda dialogar con el saber laico, con el saber popular, con el
saber de los indígenas, con el saber de las poblaciones urbanas marginales, con el
saber campesino. (De Sousa Santos 26)
La monocultura del saber y del rigor [señala] la idea de que el único saber riguroso
es el saber científico y, por lo tanto, otros conocimientos no tienen validez ni el
rigor del conocimiento científico […] elimina mucha realidad que queda afuera de
las concepciones científicas de la sociedad, porque hay prácticas sociales que
están basadas en conocimientos populares, conocimientos indígenas,
conocimientos campesinos, conocimientos urbanos, pero que no son evaluados
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
como importantes o rigurosos […] esta monocultura del rigor se basa, desde la
experiencia europea, en una realidad de la ciencia occidental. (23)
estrategias, ya que la educación, según un criterio “políticamente correcto”, es
pública y gratuita en todos sus niveles; no obstante, los sistemas de medición de
calidad, en la última década, han puesto en tensión los tiempos institucionales del
aprendizaje con los tiempos reales de los procesos del aprehender, reconstruir y
comprender que, a su vez, son objetivos formativos del sistema. Se trata de un
sistema que no logra superar la diferenciación y segmentación hacia el interior de
su propia oferta.
La última monocultura es la del productivismo capitalista, “que se aplica
tanto al trabajo como a la naturaleza. Es la idea de que el crecimiento económico y
la productividad mensurada en un ciclo de producción determinan la productividad
del trabajo humano o de la naturaleza, y todo lo demás no cuenta” (De Sousa
Santos 25). Respecto a la educación formal es imposible dejar de mencionar la
dimensión económica que moviliza o clausura el acceso a determinada
credenciales o títulos, la educación permanente crece junto a la inestabilidad el
mercado laboral y la necesidad de personal cada vez más joven y capacitado.
En este complejo tejido de modos de producción de ausencias se
desarrollan trayectos educativos fuertemente diferenciados, tanto subjetiva como
objetivamente. Durante el tránsito por el nivel superior el estudiante de
profesorado no sólo estudia sino que además vivencia y construye experiencias
que refuerzan o cuestionan los regímenes de verdad heredados desde la fundación
del sistema educativo. Como instrumento objetivo y fundamental de esta relación,
se presentan el Plan de estudio y los diferentes Programas y Proyectos curriculares
que establecen la legitimidad del conocimiento para la trasformación de estos
futuros docentes.
De esta forma, el plan de estudios, explica Davini (1998) representa un texto
pedagógico que organiza y regula el proceso de formación, define los límites del
conocimiento a transmitir, a su vez considerado necesario para el desempeño del
rol. Expresan así “mapas de saber” para la formación de competencias adecuadas
a la división del trabajo educacional.
Compartiendo el posicionamiento y los aportes de Davini (1998)
sostenemos que el plan de estudio se asienta en un sistema de clasificación que
no solo organiza la selección y jerarquía de los contenidos, sino que ordena la
realidad estableciendo un sistema de límites pedagógicos, y ante todo sociales,
que son tácitamente adquiridos durante la formación. De acuerdo con estos límites
sociales se agrupa lo que debería ir junto y se separa lo que debería aislarse; lo
que es legítimo adscribir a la docencia y lo que es ilegítimo. Y es en esta lógica que
se asientan los programas. La autora sostienen que “el programa es la evidencia
escrita de una teoría, de una forma de entender y pensar la enseñanza,
indisociablemente pedagógica y social, que construyen una identidad simbólica
(discursiva) y práctica (productos) del magisterio.”
El plan de estudios para la formación del magisterio recorta qué deberá aprender
el estudiante para ser integrante “legitimo” de la docencia, adopta un lógica en su
secuencia y determina cuánto tiempo se interviene para aprender. En su dimensión
simbólica, este marco ordenador configura un recorte particular dentro de un
universo e opciones, en función de una racionalidad al mismo tiempo pedagógica
y social en el campo de la formación. Como resultado de estas relaciones, el plan
de estudios funciona como marco de control y regulación que determina
contenidos y formas. (14)
A nivel del trabajo con los materiales enunciados, éste se sitúa en los
discursos explícitos de los textos, el reconocimiento de las ideas principales
planteadas y análisis de situaciones o casos por lo general abstractos y poco
contextuados.
No obstante, cuando pasamos de la indagación del curriculum normativo al
curriculum en acción, también se observan interesantes intercambios y
observaciones en las discusiones que coordinan los profesores, pero que muy
pocas veces se reflejan las producciones escritas de los estudiantes.
En el nivel del hacer del docente, también se observan la materialización de
los procesos de colonialidad epistémica. Ejemplo de ello es el cumplimiento del
tiempo y espacio del “diagnóstico” tanto de parte de los profesores en el grupo de
los estudiantes de profesorados, como por parte de los estudiantes en su carácter
de residentes hacia los alumnos con los que realizan sus primeras intervenciones.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
A modo de cierre
A pesar de las transformaciones impuestas por la definición de nuevos
lineamientos curriculares, la relación pedagógica se caracteriza por la regulación
del curriculum normativo y la oferta que impone este entramando de valores e
intereses del proyecto cultural hegemónico que representa, en tanto disposición de
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Boaventura de Sousa Santos denomina “sociología de las ausencias” a la
organización del pensamiento y la producción de la realidad impuesta por el
sistema de conocimiento occidental. A ese modelo, desde la particularidad de
nuestro trabajo, podríamos agregar la organización del saber pedagógico y la
regulación de las prácticas de enseñanza a través de los mediadores legitimados
por los procesos de selección impuestos desde el modelo político y las modas
académicas en vigencia.
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Bibliografía
Soria, María Gabriela. “Formación Práctica y contextos de Actuación. Una mirada
desde los sujetos de la Formación en los I.F.D.” Tesis de Maestría en Didáctica.
UBA- UNSa. Salta: Argentina, 2005.
Karina Bidaseca
Ianina Lois
Lucía Nuñez Lodwick
Leticia Virosta
Introducción
¿Por qué resulta menester plantear una política de memoria para el feminicidio en
nuestro país? Una política que nos interpele a proyectar una política pública en
nombre de aquellas mujeres que han sufrido el brutal complejo de opresiones: la
violencia de la esclavitud sexual; la expresión y experiencia corporal simultánea
del racismo, el sexismo y la explotación económica.
Desde la perspectiva de los Tratados de Derechos Humanos (DDHH), la
Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer (CEDAW) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar
la Violencia contra la Mujer (“Convención de Belém do Pará” –CBDP–) de 1994,
ambos vinculantes para nuestro país, se acordó,
[…] que la violencia contra la mujer constituye una violación de los derechos
humanos y las libertades fundamentales… trasciende todos los sectores de la
sociedad independientemente de su clase, raza o grupo étnico, nivel de ingresos,
cultura, nivel educacional, edad o religión… que la eliminación de la violencia
contra la mujer es condición indispensable para el desarrollo individual y social y
su plena e igualitaria participación en todas las esferas de vida. (“Preámbulo”)
1
Este trabajo fue realizado en el marco del Proyecto PIP Conicet Nº 450 “Violencias en mujeres
Subalternas. Representaciones de la desigualdad de género en políticas
culturales” (IDAES/UNSAM) bajo la dirección de la Dra. Karina Bidaseca.
2
http://www.cimacnoticias.com.mx/node/62816 Ultima consulta el 07/12/2014
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ante el Tribunal Internacional de Los Crímenes contra las Mujeres en Bruselas. Por
este anglicismo, suele usarse también el término “femicidio”. Se trata de un
concepto político y reconocido en América Latina. Ha sido traducido por Marcela
Lagarde (2004) en México como “feminicidio” para hablar de “violencia
feminicida”:
El genocidio contra las mujeres sucede cuando las condiciones históricas
generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, el
desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. El feminicidio se
conforma por el ambiente ideológico y social de machismo y misoginia, de
violencia normalizada contra las mujeres, por ausencias legales y de políticas de
gobierno, lo que genera una convivencia insegura para las mujeres, pone en riesgo
la vida y favorece el conjunto de crímenes que exigimos esclarecer y eliminar3.
El concepto acuñado para definir la muerte violenta de mujeres por razones
asociadas a su género, pretendía confrontar términos neutrales como “homicidio”
o “asesinato”, y sustraerlo del ámbito de lo privado y la patología individual.
La circulación del concepto de “feminicidio” produce la sanción de una
primera ley en el continente que utiliza la categoría y apela a la importancia crucial
de llegar a una tipificación de las modalidades de violencia feminicida.
A partir de allí, algunos países de nuestra región comienzan a legislar. Entre
ellos mencionamos a Costa Rica, en 2007 y Guatemala en 2008, Chile en 2008,
Perú y Argentina en 2012. Cierto es que el contexto de conflicto de larga duración
en Guatemala no permite comparar con la situación política específica de otros
países.
Si precisamente la invisibilizacion de los crímenes por razones de género es
el motivo que dificulta su reconocimiento en las normas que sientan
jurisprudencia en la región, con certeza se nos dirá que el tratamiento del concepto
de feminicidio bajo el de “guerra” puede resultar en una mayor ambigüedad aún.
No obstante, lo que señala Estela Maldonado (2009) para Guatemala como “una
de las debilidades más significativas en los asesinatos de mujeres es la
investigación por carencia de sustentación científica y capacidad técnica en el
manejo de las evidencias, del perfil de la víctima y del victimario”, es en realidad
un patrón regular en todos los países.
La CIDH en el caso Campo Algodonero no reconoció la tipificación del
feminicidio como genocidio. En este escenario y en el marco de las I Jornadas
Internacionales, organizada por la Corte Suprema de Justicia en Buenos Aires con
la participación de la Dra. Carmen Argibay; el Dr. Emilio Gines Santidrian, Miembro
del Subcomité de Prevención de la Tortura de Naciones Unidas (España) y la Dra.
María Laura Garrigos de Rebori, Jueza de la Cámara Nacional Criminal y
Correccional, se mencionó la importancia de su tratamiento como un problema
regional de violencia de género.
Durante veinte años en el barrio La Perla, Mar del Plata, funcionó un prostíbulo
en un chalet con persianas y ventanas azules. El lugar estaba a una cuadra de la
playa en un barrio residencial de casas bajas. Era conocido como ´La casita
azul´. Mañana a las 14 horas la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de
Diputados de la Provincia de Buenos Aires se trasladará a Mar del Plata para
tratar el proyecto de ley de expropiación del inmueble donde funcionaba el
prostíbulo. El objetivo es crear allí un establecimiento para la memoria y lucha
contra el delito de trata de personas. Sería el primero en su tipo en la provincia
de Buenos Aires. (“Mar Del plata: Buscan convertir un ex prostíbulo en un centro
contra la trata”)
Fig. 1: “La casita azul”
4
La misma está integrada por representantes de la fiscalía federal de Mar del Plata, el ministerio
público y fiscal de la provincia de Buenos Aires, el Tribunal Oral Federal, la Defensoría del Pueblo de
la Ciudad de Mar Del Plata, la defensoría del pueblo de la provincia de Buenos Aires, la Comisión
Provincial por la memoria, el Centro de apoyo a la mujer maltratada, la Universidad Nacional de Mar
Del Plata y referentes locales de las temáticas: trata de personas y violencia de género.
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Sólo fue hace cien años, sin embargo para mi generación parece que fue en un
tiempo mítico. El pueblo mapuche se movía con libertad en su territorio; la gente
se comunicaba con las fuerzas de la mapu. Mapuzungun significa el idioma de la
tierra… El mapuzungun se volvió un idioma para expresar el dolor, el idioma del
desgarro cuando el reparto de hombres, mujeres y niños como esclavos.
5
Bidaseca, 2011; 2012.
6 Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, Falacias del globalismo, respuestas a la globalización,
Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1998, pág. 79
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
7
http://www.lanacion.com.ar/1412102-carta Acceso 07/12/2014
8
Desde el Área de Investigación de La Asociación Civil La Casa del Encuentro, desarrollaron el
término Femicidio “Vinculado”, partiendo del análisis de las acciones del femicida, para consumar
su fin: matar, castigar o destruir psíquicamente a la mujer sobre la cual ejerce la dominación. En
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Femicidios “Vinculados” de hombres y niños (54 adultos y 42 menores). Total de
Femicidios “Vinculados” entre 2008-2012: 166. Para no olvidar, Lola Kiepja, última
chamán selk’nam decía: “De vez en cuando camino al revés, es mi modo de
recordar... si caminara hacia delante, te podría contar cómo es el olvido”.
Ciertamente, cuando caminamos sobre sus huellas, nos damos cuenta que
esas vidas no desaparecen del todo. Y que necesitamos políticas que nos ayuden a
no olvidar y a sensibilizar para el cambio social. ¿Cómo debería ser abordada
desde las ciencias sociales la problemática? En el sentido de ser abordada desde
la perspectiva de las propias mujeres, ¿qué quiere decir exactamente?
Mencionando los riesgos simbólicos asociados a una normativa en que las
mujeres son fundamentalmente consideradas “víctimas”, de lo que se trata es
entonces de enfrentar la victimización y en desterrar por completo del vocabulario
de las ciencias sociales y humanas la distinción privado/público que perjudica la
percepción de un problema que es de atención del Estado. Es decir, si se sigue
nombrando como violencia familiar, estamos en un problema.
Luego, la espectacularización de Juárez, el compromiso de quienes hablamos
de Juárez a distancia desde la torre de marfil y esa distancia precisamente nos
imnuniza, mientras que otras mujeres que continúan viviendo allí. Esto lo hizo ver
una estudiante mexicana de Karina Bisadeca en su seminario al advertir sobre la
construcción de las representaciones que la academia y muchas feministas
especialmente las europeas, reproducían. Y los límites del feminismo liberal,
connacional e internacional, que victimiza su difícil y compleja posición: la de una
mujer que por provenir de un lugar estigmatizado, como su lastimada Juaritos,
cada vez que es vista como si fuese el único lugar donde ocurren estos crímenes,
cada vez que es representada como la barbarie, la vida para las mujeres que
continúan viviendo allí, más se desangra.
En otras palabras, la academia como una máquina destinada a construir
víctimas universales. Y lo que llamamos la “retórica salvacionista” del feminismo
del Norte, que tomó un giro conservador en los últimos tiempos construyendo una
imagen homogeneizadora de las mujeres del tercer mundo a las que necesitan
“salvar”.
No creemos que hayamos avanzado en ese camino, sino las formas de
crueldad no conocen límites; la lectura de los cuerpos muertos de las mujeres,
incendiadas, mutiladas, la obscenidad de la edad, es muy desesperanzadora. Y la
demanda del status jurídico que edificamos en función de entender que el
genocidio significa también la destrucción de la identidad del oprimido y su
reemplazo por la identidad del opresor, por ejemplo, en el caso del movimiento
que nació en Colombia y tomó alcance internacional para denunciar la violencia
contra la forma de dar muerte a las mujeres quemándolas con ácido, es sin dudas,
una forma de borramiento completo de la identidad.
Por ello luchamos para no adormecer la esperanza que la contabilidad
horrorosamente oficial que hoy pedimos a los Estados, comience su cuenta
esta definición se registran dos categorías: I. Personas que fueron asesinadas por el femicida, al
intentar impedir el Femicidio o que quedaron atrapadas “en la línea de fuego”; II. Personas con
vínculo familiar o afectivo con la mujer, que fueron asesinadas por el femicida con el objeto de
castigar y destruir psíquicamente a la mujer a quien consideran de su propiedad.
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regresiva, que cumplan con los acuerdos que firmaron. Que se nos devuelva a lxs
mujeres nuestra humanidad.
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abyección de la violencia sobre las mujeres”. En Alejandro Grimson y Karina
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6/12/2014.
“Videos del prostíbulo la casita azul en Mar Del Plata” Blog: La Alameda.
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Videos
Inauguración Consejo Municipal de la Mujer Paraná:
http://www.youtube.com/watch?v=8FxiVwa9I3w
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Carlos Álvarez
Valeria Cotaimich
Karina Generoso
Norma Pellegrino
Introducción
Este texto presenta una serie de reflexiones en torno a una serie de problemáticas
socio-ambientales que atentan contra el derecho a la vida y a vivir en un ambiente
sano, como resultado de la aplicación de un modelo económico extractivista y de
explotación agroecológica intensiva. Un modelo que ha llevado a que,
actualmente más de 18.000.000 de hectáreas en las zonas más fértiles del país
estén orientadas solo al cultivo de soja, trayendo como consecuencia la
desertificación de la tierra y afecciones muy diversas vinculadas con la fumigación
en zonas muy cercanas a poblaciones rurales e incluso urbanas. A ello se suma la
contaminación de agua potable, del aire y del suelo, así como de los alimentos
con agrotóxicos y productos químicos no aptos para el consumo humano.
De este contexto emerge una diversidad de problemáticas socio-sanitarias
y ambientales que no están siendo atendidas adecuadamente por organismos
públicos vinculados con el campo de la salud, teniendo en cuenta la gravedad y
urgencia que cada uno de los casos denota. De todos modos, como respuesta y
resistencia a esta situación, emergen a diario formas de organización social de
carácter decolonial protagonizadas por sectores sociales que no solo incluyen
pobladores, sino también militantes y académicos de diversas disciplinas.
agradecemos que existan instancias como las de CIETP a las cuales algunos de
nosotros nos hemos acercado recientemente, debido a que permiten una
circulación otra de palabra, conocimiento y subjetividad que, entre otras
cuestiones permite con soltura profundizar en las imprescindibles críticas a la
modernidad que aún siguen siendo vitales para poder desentrañar y comprender
procesos de inequidad tan profundos como los que producen en relación con las
problemáticas citadas. Es desde allí que, como señala Mc. Neil, cobra otro sentido
la comprensión, explicación, reflexión y actuación sobre el mundo contemporáneo
(Mc Neil 105-112), al cual no podemos pensar sin tener presente la impronta de
aquello que Grosfoguel (2013) considera como “sistema – mundo capitalista /
patriarcal occidental-céntrico / cristiano-céntrico moderno/colonial” y “global”
(Grosfoguel 42).
En esta línea desde una perspectiva decolonial, Nina A. Cabra y Manuel
Roberto Escobar (2013) sostienen que:
las características que implican el estar vivo (el sufrimiento, la felicidad, el dolor o
el placer, por ejemplo), y a la persona, al sujeto racional, como parte de la cultura.
Esta disociación se sostiene a través de múltiples dispositivos sociales,
avalados por los estados, como son el sistema legal que regula el trabajo, el
sistema público de atención de la Salud, el sistema educativo formal, etc.
También se denota esta transformación del cuerpo en un bien de mercado al
analizar el consumo de la imagen, los atributos y ciertas estéticas de lo corporal.
El conocimiento de la existencia de muchas otras maneras de “construir”
las relaciones entre naturaleza y cultura, diferentes a la occidental y al sistema de
producción capitalista, daría cuenta de una cierta “convergencia en que el
conocimiento local funciona como una actividad práctica, situada, como
conocimiento corporeizados” que se configuran en relación a otros contextos.
(Lander 18)
Jaris Mujica (2007) afirma que “el cuerpo es el receptáculo del biopoder, el
espacio en el que se debaten las políticas, en el que el Estado ve sus límites y los
sujetos reclaman sus libertades” (Mujica 281). Por su parte Quijano (2007) señala
que:
Si “es el cuerpo el implicado en el castigo, en la represión, en las torturas y
en las masacres durante las luchas contra los explotadores” (Quijano 124),
entonces ¿Cómo se plantean estas problemáticas en la materialidad de la
(de)colonialidad Latinoamericana?
Lander (2001) recupera el pensamiento de Fernando Coronil, quien propone
visualizar aquellos aspectos que la teoría social moderna deja afuera cuando
caracteriza a la sociedad, ellos son el espacio y la naturaleza. Afirma, citando a
Coronil, 1 que:
1
Sobre los aportes de Fernando Coronil acerca del Espacio y la Naturaleza, consultar Fernando
Coronil (1997).
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
2
Sobre el giro decolonial, consultar Castro Gómez y Grosfoguel (2007).
9ATERIA3IDADES POS CO3ONIA3ES Y DE 3A DE CO3ONIA3IDAD 3ATINOA9ERICANA
Radial “Horizonte Sur” del sábado 26 de octubre, 2013, en la Radio AM 690
K24, Buenos Aires – 9 a 11hs).3
Sujetos/Cuerpos y Naturaleza
Juan Camilo Cajigas Rotundo (2011) sugiere retomar la perspectiva de la ecología
política de Arturo Escobar (2003) y discutir el patrón de poder colonial sobre la
naturaleza. El autor amplía la propuesta de colonialidad del poder “basada solo en
la producción de subjetividades coloniales articuladas a jerarquías raciales y
epistémicas”, relacionándola con la noción de “(bio) colonialidad del poder”. Con
este concepto se refiere a “la actual producción de la naturaleza” (y el cuerpo) “en
el marco del capitalismo posfordista” (Cajigas Rotundo 59). Excede a este texto
una pormenorizada exposición del interesante y profundo trabajo de este autor.
Baste decir que la biodiversidad en el mismo está aquí abordada en el contexto de
la globalización hegemónica, entendida como la fase actual de una colonialidad de
“larga duración” desde la época de la conquista. Está basada en estudios sobre las
“perspectivas occidentales” y la de grupos indígenas amazónicos en torno a la
biodiversidad como campo de conflicto. El cuerpo toma desde una u otra
perspectiva una envergadura diferente.
Por otro lado, Ramón Grosfoguel (2013) sostiene que “la naturaleza es un
concepto colonial porque la palabra ‘Naturaleza’ sigue inscrita en un proyecto
moderno (…) Es una “noción eurocéntrica, occidentalo-céntrica” respecto de la
cual el autor señala lo siguiente:
3
Programa “Horizonte Sur”. Grupo de reflexión Rural. Acceso el 26/10/13,
desde:http://www.ivoox.com/hs-cond-m-mendoza-por-te-j-audios-mp3_rf_2491000_1.html Sobre
el Grupo Reflexión Rural consultar su Página WEB: http://www.grr.org.ar/
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ambiente, a todo ser vivo y donde los cuerpos son objetos de destrucción y
exterminio. Es el lado oscuro de la modernidad, la otra cara de la moneda.
Además, el cuerpo, separado de la mente, sería inferiorizado (como la
naturaleza) destinado al trabajo manual y realizado por aquellos que no son
humanos (Roa Avendaño 2009). Ya lo señalaba Nelson Maldonado Torres, (2007)
Esa lucha es parte de la destrucción del poder capitalista, por ser hoy la trama viva
de todas las formas históricas de explotación, dominación, discriminación,
materiales e intersubjetivas. El lugar central de la “corporeidad”, en este plano,
lleva a la necesidad de pensar, de repensar, vías específicas para su liberación .4
Esto es, para la liberación de las gentes, individualmente y en sociedad, del
poder, de todo poder. Y la experiencia histórica hasta aquí apunta a que no hay
camino distinto que la socialización radical del poder para llegar a ese resultado.
Eso significa, la devolución a las gentes mismas, de modo directo e inmediato, del
control de las instancias básicas de su existencia social: trabajo, sexo,
subjetividad, autoridad. (124-125)
4
El énfasis es nuestro.
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El desafío que tenemos ahora es el de establecer una ruptura con este ´pathos de
la distancia´. Es decir que ya no es el alejamiento sino el acercamiento el ideal que
debe guiar al investigador de los fenómenos sociales o naturales. ..si la primera
ruptura epistemológica fue con la doxa en nombre de la episteme para subir al
punto cero, el gran desafío que tienen ahora las ciencias humanas es realizar una
segunda ruptura epistemológica…frente a la episteme, para bajar del punto cero. El
ideal ya no sería el de la pureza y el distanciamiento, sino el de la contaminación y
el acercamiento… reconocer que el observador es parte integral de aquello que
observa y que no es posible ningún experimento social en el cual podamos actuar
como simples experimentadores. (89)
fundamentales; superando la “distancia” y acotando la brecha entre la experiencia
de esos cuerpos y otros “corpus” del conocimiento académico.
Bibliografía
Castro- Gómez, Santiago. “Decolonizar la Universidad: la hybris del punto cero y el
diálogo de saberes” en Castro-Gómez, Santiago – Grosfoguel, Ramón.
(Compiladores) El Giro Decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más
allá del capitalismo global. Bogotá: Siglo del Hombre (Editores) Universidad
Javeriana, Instituto Pensar, 2007: 79-92.
Castro Gómez Santiago & Grosfoguel Ramón (eds). El Giro decolonial. Reflexiones
para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Bogotá: Siglo del
hombre nuevo, 2007.
Coronil, Fernando. The Magical State. Nature, Money and Modernity in Venezuela,
Chicago University Press, Chicago, 1997.
Escobar, Arturo. “Mundos y conocimientos de otro modo. El Programa de
Modernidad/Colonialidad latinoamericano”. Tabula Rasa 1 (2003): 51-86.
Lander, Edgardo. “Pensamiento crítico latinoamericano: la impugnación del
eurocentrismo”. Revista de Sociología. Nº 15. 2001: 13-25. Extraído el 20 de octubre
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2013
www.cifmsl.org/index.php?option=com_content&task=view&id=38&Itemid=67
Maldonado Torres, Nelson. “Sobre la Colonialidad del ser: contribuciones al
desarrollo de un concepto”, en Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, (eds.):
El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del
capitalismo global. Bogotá, Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores, 2007: 127-167.
Extraído el 23 de octubre 2013 desde http://www.ram-
wan.net/restrepo/decolonial/17-maldonado-colonialidad del ser.pdf.
Roa Avendaño, Tatiana. “El Sumak Kawsay en Ecuador y Bolivia. Vivir bien,
identidad, alternativa”. Revista Ecología Política “Salud y Medio Ambiente” 37
(2009): 61-65.
Rulli Jorge Eduardo. Programa Radial “Horizonte Sur”. Editorial del sábado 26 de
octubre, 2013, en la Radio AM 690 K24 Buenos Aires– (9 a 11hs). Disponible en:
http://www.ivoox.com/hs-cond-m-mendoza-por-te-j-audios-
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Santiago Olcese
“Tal vez ésta sea la única forma
de no tener miedo Instalarse en el miedo
como quien vive dentro de la lentitud”
(Bolaño La Universidad Desconocida 19)
(…) de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no
nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década de los cincuenta, los que
rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende. (2010, 215)
1
“ (…) los arquetipos del crimen no cambian, de la misma manera que nuestra naturaleza no
cambia” (Bolaño 2004, 338) dice un personaje en 2666.
2
Para Bolaño, la magia es lo que condensa la experiencia de la juventud. “Magia es épica y también
es sexo y bruma dionisiaca y juego” (Bolaño 2004, 291).
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3
Bolaño sitúa en el prólogo de Estrella distante las coordenadas específicas de lectura de esa
novela y expone la continuidad con su anterior novela: “El último capítulo de La literatura nazi en
América servía como contrapunto, acaso como anticlímax del grotesco literario que lo precedía, y
Arturo deseaba una historia más larga, no espejo ni explosión de otras historias sino espejo y
explosión de sí misma.” (Bolaño 1996, 11). Esta novela retoma y amplia la historia que se desarrolla
en el último, más extenso y más provocativo capítulo de Literatura nazi en América, y con frecuencia
el autor transcribe de manera literal varias escenas. Una de ellas es la mencionada en el cuerpo del
texto, es decir uno de eso episodios superpuestos en los que se agrega algún que otro detalle, se
cambia algún que otro nombre. La descripción del interior del cuarto en donde se desarrolla la
exhibición de Ramírez Hoffman se lee allí y no en la primera pero por la contigüidad argumental
entre ambas la deslizamos en ella. Un tal Muñoz Cano (Cursio Zabaleta en Literatura nazi en
América) es testigo y es su crónica la que es comentada por el narrador de Estrella distante. Allí se
lee lo siguiente sobre esas fotografías: “La mayoría eran mujeres. El escenario de las fotos casi no
variaba de una a otra por lo que deduce es el mismo lugar. Las mujeres parecen maniquíes, en
algunos casos maniquíes desmembrados, destrozados (…).” (Bolaño 1996, 97-98).
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4
Para Rancière, “la imagen es un elemento dentro de un dispositivo que crea un cierto sentido de
realidad, un cierto sentido común.” (102) y de este modo la palabra es también imagen. Ella tiene la
potencialidad de poder configurar, en función del grado de su visibilidad, modulaciones también
comunes de la percepción y del entendimiento que pueden entrar (y de hecho lo hacen siempre) en
cortocircuito con otras imágenes emergentes que proyectan ellas mismas formas alternativas de la
percepción y del entendimiento.
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En la última de las entrevistas5 que concedió Bolaño, pocos meses antes de morir,
ante la pregunta de Mónica Maristain sobre cómo es el infierno, responde: “Como
Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado
de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de
nuestros deseos” (Bolaño 2011, 339). Los motivos por los cuales Ciudad Juárez se
convierte en algo así como el epicentro mismo del mal para Bolaño, son evidentes.
En esa ciudad del norte de México, en el estado de Chihuahua y a orillas del río
Bravo, desde 1993 se cometieron más de 700 feminicidios, la abrumadora mayoría
de ellos sin resolver. Prácticamente todas las víctimas eran mexicanas y provenían
de la misma ciudad de Juárez o del interior del país con la intención de buscar
trabajo en alguna de las numerosas maquiladoras que pueblan el paisaje. Para las
que no, Ciudad Juárez era el último pedazo de tierra nativa antes de lanzarse hacia
la aventura pesadillesca de cruzar la frontera. Como parte del “Programa de
Industrialización Fronteriza”, el acuerdo bilateral entre México y Estados Unidos,
firmado en 1964, era un intento de atraer capitales extranjeros a través de la
instalación de fábricas que, importando materiales sin gravámenes arancelarios,
ofrecerían exclusivamente los productos en el mercado interno del país productor,
pero que terminaban siendo exportadas hacia el país inversor. Este programa se
pretendía como un modo de contrarrestar la alta tasa de desempleo que el
“Programa Bracero”6 había generado. Pero el entusiasmo de las que conseguían
los puestos en las maquiladoras era barrido al poco tiempo por la realidad de las
5
La entrevista la realizó Mónica Maristain y fue publicada en la edición mexicana de Playboy, núm.
9, en julio de 2003, y en el diario Página 12 el 23 de julio de 2003.
6
El “Programa Bracero” fue un acuerdo laboral temporal firmada en 1942 entre México y Estados
Unidos por el cual se le permitía a trabajadores mexicanos desarrollar temporalmente trabajos en el
país vecino como una manera de reactivar una economía que, debido a la relocalización militar de
la mano de obra, se veía seriamente afectada.
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(…) es la danza metafísica autopropulsada del capital lo que hace funcionar el
espectáculo, lo que proporciona la clave de los procesos y las catástrofes de la
vida real. Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo,
mucho más extraña que cualquier violencia directa socio-ideológica precapitalista:
7
En la investigación periodística realizada por Diana Washington Valdéz, Cosecha de mujeres, es
concluyente al respecto: “En 2003, el salario promedio pagado en las plantas ensambladoras
oscilaba entre tres y cuatro dólares diarios, el mismo salario que regía en 1988 cuando laboré en
una de las maquiladores para realizar un reportaje asignado por El Paso Times. Corporaciones de
Estados Unidos son propietarios de la mayor parte de esas plantas, y el trabajo es agotador y
tedioso. (…) Con la autorización de sus padres, jóvenes desde los 14 años de edad pueden trabajar
en esas fábricas. Y no es nada sorprendente que menores de 13 años se valgan de actas de
nacimiento falsificadas para obtener trabajo. Para hacer rendir lo más posible esos exiguos
salarios, familias enteras están dispuestas a trabajar en las ensambladoras y sumar sus sueldos
para el pago de vivienda y otros gastos. (Washington Valdéz 46).
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8
En esta nueva etapa escribe Jameson: “la meta de la producción ya no se encuentra en ningún
mercado específico, ningún conjunto específico de consumidores o necesidades sociales e
individuales, sino más bien en su transformación en ese elemento que, por definición, no tiene
contenido ni territorio y tampoco, en rigor, valor de uso como tal, a saber, el dinero” (201).
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rostro de lo que suele querer evitar: muerte, tortura, violencia, horror, sino como un
modo de integrarlo dentro de un espacio de enunciación posible.
“Nadie presta atención a estos asesinatos pero en ellos se esconde el
secreto del mundo” (Bolaño 2004, 439), dice en la novela la desafortunada
periodista mexicana, Guadalupe Roncal, a la que le encargaron cubrir el caso. Cuál
es ese secreto es algo que por supuesto no se dice, pero si algo hay de evidente es
que no es dentro del texto en donde se encontrará una posible respuesta. La
ficción construye una versión paranoica y pesadillesca que desnuda las formas en
que se enmascara la violencia, las medidas profilácticas y los discursos
exculpatorios. Del mismo modo en que Borges desarrolla en “El arte narrativa y la
magia”9 (Borges 89) la idea de que la novela debe construir su propio verosímil en
desmedro de la causalidad natural, Bolaño parte siempre del realismo pero para
terminar desembocando en cualquier otra cosa. La representación trabaja con lo
irreal para mostrar las fisuras, los puntos oscuros de lo real; una representación
distorsionada, extrañada, en la que la ciudad real de Ciudad Juárez y la ciudad
imaginaria de Santa Teresa se distancian al aproximarse. En Santa Teresa “hay algo
raro” (Bolaño 2004, 151), parece “un mundo diferente del nuestro” (2004, 153), un
“planeta en donde todo era incierto” (2004, 172), en donde “la realidad (…) pareció
rajarse como una escenografía de papel” (2004, 179). La narración postula un
equivalente al horror que logre desarticular su lógica encubridora, y que exponga lo
irracional que anida en lo racional, pero sin devaluar su potencia destructora, sino
por el contrario, exponiéndola con mayor énfasis10.
Según se nos cuenta en la “Nota a la primera edición” de 2666, entre los
papeles en relación con esta novela que dejó Bolaño, se encuentra una anotación
que menciona un dato que no es mencionado en la obra, el hecho de que el
narrador de 2666 es Arturo Belano, alter ego errante de gran parte de la obra del
chileno. Dicha observación es relevante en la medida en que postula la necesidad
de inscribir la narración en relación con una subjetividad, como dijimos más arriba,
atravesada ella misma por el horror. Arturo Belano como se lee en el cuento
“Detectives”11 de Llamadas telefónicas (1997), es un sobreviviente de la dictadura
pinochetista, y esa marca lo acompaña como un estigma que filtra su percepción y
experiencia. Pero esa presencia de una primera persona encargada de narrar los
hechos no está exenta de tensiones. La proliferación de biografías e historias en
2666 produce una desarticulación de la noción misma de personaje en la medida
9
En ese artículo de 1932 Borges establece para la novela dos tipos de procedimientos en relación
con los criterios de causalidad propios de la narrativa. Por un lado la causalidad natural y por el otro
la causalidad “mágica”: “(…) el natural, que es el resultado incesante de incontrolables e infinitas
operaciones; el mágico, donde profetizan los pormenores, lúcido y límitado. En la novela, pienso
que la única posible honradez está con el segundo” (Borges 89).
10
En un artículo en el que Bolaño imagina la historia chilena sin el golpe pinochetista del 73, pero
cuyos desenlaces, conjetura, podrían perfectamente haber sido también horrorosos, concluye que
sin embargo “ese baño de horror es menos pegajoso que el horror real e histórico que finalmente
tuvimos” (Bolaño 2011, 83).
11
En ese cuento se relata el diálogo entre dos policías que rememoran las primeras semanas luego
del golpe de septiembre de 73 en Chile, y recuerdan que entre los prisioneros que por esas fechas
llegaban a montones, había aparecido un tal Arturo Belano, ex compañero del colegio, al cual
deciden, por una especie de piedad nostálgica, dejarlo ir. Tal escena repite la propia experiencia de
Roberto Bolaño quien repetidamente en sus entrevistas cuenta el modo en que logró escapar de lo
que él mismo imagina como una muerte segura.
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que se espejea en la voz narrativa de sus textos. Muy pocos son los que Bolaño
escribe desde una tercera persona, como si todo relato (aunque esto es extensivo
también a sus poemas) tuviese necesariamente que enunciarse desde el vértigo,
desde la irremediable condición inestable del sobreviviente, que vive tanto en la
vigilia como en la pesadilla, y que por ello lo único que cabe es dar, aún
ilusoriamente, el testimonio del horror. Es allí en donde se distingue en Bolaño una
ética de la escritura12, encarnada en lo que él llama grandes obras, y que no
necesariamente son aquellas que se destacan por su estilo, ni aquellas que
sobresalen por su decencia y honestidad ideológica, sino más bien las que “(…)
luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que
acoquina y encacha, y hay sangre y heridas y fetidez” (Bolaño 2004, 289-290).
Concluyendo, si nadie presta atención a los asesinatos es, entonces, porque
las víctimas no pertenecen a la sociedad. Su condición de mujeres, de pobres y de
migrantes parece invisibilizar sus cuerpos y acallar sus voces. Volverlas
escribibles, a través de una doble subjetividad atravesada por la violencia
latinoamericana (la de Bolaño y la de Belano) es restituir no una voz o una historia
particular, sino su inserción dentro de una constelación de significados
representacionales. Ya sea desde la representación distorsionada, extrañada de
Santa Teresa, (ciudad imaginaria que es un equivalente, o mejor una sombra, una
fantasmagoría de Ciudad Juárez, pero que es también cualquier otra); como desde
la recuperación de la potencia de la saturación, de la desmesura, 2666 es una
novela que muestra que del horror no se regresa pero que aun así hay que
mantener los ojos abiertos. Tal vez de esa manera nos sea posible reconocerla. “Tal
vez ésta sea la única forma / de no tener miedo Instalarse en el miedo / como
quien vive dentro de la lentitud” (Bolaño 2007, 19).
Bibliografía
12
En ese mismo discurso Roberto Bolaño define su idea de la escritura: “Muchas pueden ser las
patrias, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la
calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino
escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo
puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido:
saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un
oficio peligroso” (Bolaño 2011, 36).
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Sontag, Susan. Ante el dolor de los demás. Buenos Aires: Alfaguara, 2003.
Fabiana Serviddio es Doctora en Teoría e Historia del Arte (FFyL, UBA), Profesora en
Enseñanza Media y Superior en Artes (FFyL, UBA) y Licenciada en Artes (FFYL, UBA).
Es Investigadora Adjunta de CONICET, Profesor Adjunto, UNTREF. Sus líneas de
investigación y áreas de interés son Arte latinoamericano s.XX; Estudios curatoriales;
Teoría poscolonial latinoamericana. Sus publicaciones más recientes incluyen Arte y
crítica en Latinoamérica durante los años setenta, Colección Historia del Arte Argentino
y Latinoamericano (Miño y Dávila, Buenos Aires, 2012) y “Un proyecto educativo, una
acuciante agenda política: la colección latinoamericana del Museo de Arte de San
Francisco (1939-1945)”, en María José Herrera et al., Exposiciones de arte argentino y
latinoamericano. El rol de los museos y espacios culturales en la interpretación y
difusión del arte (Arte X Arte Editora, Buenos Aires, 2013).
[email protected]
MATERIALIDADES (POS)COLONIALES
Y DE LA (DE)COLONIALIDAD LATINOAMERICANA
Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc”
PROGRAMA DE ACTIVIDADES
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Mesa 1. Reflexiones desde la materialidad de los cuerpos y las imágenes. Salón de Actos, 10-12:30
Taypi, tejido y reverso como herramientas de lectura. Un abordaje de la narrativa de Juan Pablo
Piñeiro. Magdalena González Almada (CIFFYH, UNC)
“De vírgenes y hackers: La bolivianidad en disputa en la narrativa boliviana. Leer desde la imagen.”
Catalina Sanchez (UNC-FFyH)
Líneas fugas al poder colonial: la función política de las imágenes en las culturas latinoamericanas.
Natalia Gil (CONICET, UNSa)
Almuerzo, 12:30- 14
La colonialidad etnopolítica entre sus “restos”. Notas desde la espectrología. Leticia Katzer
(UNCuyo-CONICET)
Renombrar desde el mapuce kimvn: Descolonización del espacio, el territorio y las relaciones.
Jorgelina Villarreal, Alejandra Rodríguez de Anca, Cristina Valdez (UNCo)
“El pensamiento de Rodolfo Kusch, estar siendo
en Latinoamérica”
Conferencia
“Rastros y restos: Frantz Fanon, la zona de no ser
y una hipótesis sobre el humanismo”
Alejandro de Oto
Mesa 3. Salón de actos. Reflexiones desde la materialidad de los cuerpos y las imágenes. Salón de
Actos, 8:30-10:30
Cuerpos fumigados. Poéticas y políticas de resistencia transdisciplinar ante lógicas capitalistas que
promueven enfermedad y muerte. Valeria Cotaimich, Norma Pellegrino, Carlos Álvarez, Karina
Generoso y Demián Díaz (ELAPS, UNC)
La cultura material en la cooperación Sur-Sur como herramienta decolonial. Javier Surasky (UNLP)
Prácticas poscoloniales, desde donde se filtran saberes y pluralidad de voces. Marcela Bahamonde
Zamorano (IDEA- USACH, Chile)
Géneros narrativos, Estado y persistencia colonial en Los reyunos de Antonio Di Benedetto. Gerardo
Pignatiello (UBA-UNR)
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Teoría Post-colonial y Los Casos de don Frutos Gómez de Velmiro Ayala Gauna (1955). Malvina
Isabel Aparicio (UCA, Usal)
Estatismo, subalternidad y formación provincial de alteridad en San Luis. Laura Celina Vacca
(IDAES/UNSAM, CONICET)
La formación docente como espacio de reproducción del discurso hegemónico. Lorena E. Sanchez
(UNSa- CISEN), Marcelo Gastón Jorge Navarro (UNSa- CISEN)
Descolonizar lo divino. Aportes para una teología poscolonial del campo religioso latinoamericano.
Nicolás Panotto (FLACSO, CONICET, GEMRIP, CIETP)
“Hogar, dulce, hogar”: infraestructuras poscoloniales en El baúl de Miss Florence de Ana Lydia Vega
y Sobre mi cadáver de Marta Aponte Alsina. Sandra Casanova Vizcaíno (UNR, CIETP)
Almuerzo 13-14:30
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Taller
“Teoría poscolonial, paradigma decolonial,
subalternos y materialidad”
Gustavo Verdesio
(University of Michigan, CIETP)
¿Son los museos un lugar posible para el mapuce kimvn? Reflexiones a partir de un acercamiento a
los museos de Neuquén. Jorgelina Villarreal y Alejandra Rodríguez de Anca (UNCo)
“La mucha destemplanza de la tierra”: espacio y violencia en los relatos del descubrimiento del
Estrecho de Magallanes (Maximiliano Transilvano y Ginés de Mafra) María Jesús Benites (IIELA –
UNT, INVELEC – CONICET)
Improntas de la “ciudad letrada” de Angel Rama y perspectivas descoloniales desde la “ciudad
real” de Frantz Fanon y Guaman Poma. Laura Catelli (UNR, CONICET, CIETP)
Almuerzo 13:30-15
Mesa 9. Reflexiones desde la materialidad de los cuerpos y las imágenes. Museo Histórico, 15-17.
Las cosas fuera de lugar: huacos y cacharros según Grete Stern. Alvaro Fernández Bravo (UdeSA,
CONICET, CIETP)
Organiza
Centro de Investigaciones y Estudios en Teoría Poscolonial, Facultad de Humanidades y Artes,
Universidad Nacional de Rosario
Coordinadoras institucionales
Dra. Laura Catelli, Co-directora CIETP
Dra. María Elena Lucero, Directora CIETP
Comité organizador
Dra. Sandra Casanova-Vizcaíno
Lic. Carlos Fernández
Dr. Gerardo Pignatiello
Lic. Nicolás Panotto
Comité académico
Dra. Karina Bidaseca
Dr. Álvaro Fernández Bravo
Dra. Laura Catelli
Dr. Alejandro de Oto
Dra. María Elena Lucero
Dr. Gustavo Verdesio
El CIETP extiende un agradecimiento especial al Arq. Raúl D´Amelio, Director del Museo Histórico
Provincial Julio Marc, así como al equipo del Museo, por recibirnos en el Museo a lo largo de una de
nuestras jornadas. Agradecemos igualmente la colaboración de la Asociación Cooperadora "José
Pedroni" de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario