Memoria Americana #13
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C UADERNOS
DE
E TNOHISTORIA
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FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES Decano Dr. Flix Schuster Vicedecano Dr. Hugo Trinchero Secretario Acadmico Lic. Carlos Cullen Soriano Secretaria de Investigacin Lic. Cecilia Hidalgo Secretaria de Posgrado Lic. Elvira Narvaja de Arnoux Secretario de Supervisin Administrativa Lic. Claudio Guevara Secretaria de Transferencia y Desarrollo Lic. Silvia Llomovatte Secretaria de Extensin Universitaria y Bienestar Estudiantil Prof. Rene Girardi Secretario de Relaciones Institucionales Lic. Jorge Gugliotta
Prosecretario de Publicaciones Lic. Jorge Panesi Coordinadora Editorial Julia Zullo Consejo Editor Alcira Bonilla - Amrico Cristfalo - Susana Romanos Miryam Feldfeber - Laura Limberti - Gonzalo Blanco Marta Gamarra de Bbbola Composicin de originales y diseo de tapa Beatriz Bellelli e-mail: [email protected]
Facultad de Filosofa y Letras - UBA - 2005 Pun 480 Buenos Aires Repblica Argentina
Comit Editorial Nidia Areces (Universidad Nacional de Rosario/CONICET); Jos Luis Martnez (Universidad de Chile); Alejandra Siffredi (Universidad de Buenos Aires/CONICET); Lidia R. Nacuzzi (Universidad de Buenos Aires/CONICET); Cora V. Bunster (Universidad de Buenos Aires); Roxana Boixads (Universidad de Buenos Aires/CONICET). Evaluadores Externos Rosana Barragn (Universidad Mayor de San Andrs, La Paz); Martha Bechis (Universidad de Buenos Aires); Guillaume Boccara (IIAM-Universidad Catlica del Norte, Chile); Terence Daltroy (Columbia University, Nueva York); Antonio Escobar Ohmstede (CIESAS, Mxico); Ral Fradkin (Universidad Nacional de Lujn/Universidad de Buenos Aires); Juan Carlos Garavaglia (cole des Hautes tudes en Sciencies Sociales); Ana Mara Gorosito Kramer (Universidad Nacional de Misiones); Jorge Hidalgo (Universidad de Chile); Cristina Lpez (Universidad Nacional de Tucumn/ CONICET); Jos Luis Martnez (Universidad de Chile); Carlos Mayo (Universidad de La Plata/CONICET); Silvia Palomeque (Universidad Nacional de Crdoba/CONICET); Mnica Quijada (CSIC, Madrid); Jorge Silva Riquer (Instituto Tecnolgico y de Estudios Superiores de Monterrey); Pablo Wrigth (Universidad de Buenos Aires/CONICET). Editoras Asociadas Lidia R. Nacuzzi Cora V. Bunster Secretara de Redaccin Paula Irurtia
Seccin Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropolgicas Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires Pun 480, of.405. C 1406 CQJ Buenos Aires. Argentina. Tel. 54 11 4432 0606, int. 143. Fax: 54 11 4432 0121 e-mail: [email protected]
Memoria Americana - Cuadernos de Etnohistoria es una publicacin anual que edita la Seccin Etnohistoria del ICA (Universidad de Buenos Aires). Recibe artculos originales de autores nacionales y extranjeros que desarrollan sus investigaciones en etnohistoria, antropologa histrica e historia colonial de Amrica Latina. La revista est destinada a especialistas y pblico acadmico en general. ISSN: 0327 5752 La revista Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria se encuentra indexada en: - Ulrichs International Periodical Directory - Latindex (N de registro en Directorio: 3031) - Anthropological Index of the Royal Anthropological Institute
NDICE
Dossier Mestizaje, Etnognesis y Frontera Introduccin Ingrid de Jong y Lorena Rodrguez Artculos Gnesis y estructura de los complejos fronterizos euro-indgenas. Repensando los mrgenes americanos a partir (y ms all) de la obra de Nathan Wachtel Guillaume Boccara Del discurso oficial a las fuentes judiciales. El enemigo y el proceso de mestizaje en el norte novohispano tardocolonial Sara Ortelli No ha tenido hijo que ms se le parezca as en la cara como en su buen proceder. Una aproximacin al problema del mestizaje y la bastarda en La Rioja colonial Roxana Boixads Las salamancas mestizas. De las religiones indgenas a la hechicera colonial. Santiago del Estero, siglo XVIII Judith Farberman En continuo trato con infieles. Los renegados de la regin pampeana centro-oriental durante el ltimo tercio del siglo XVIII Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez
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Rompezabezas para armar: el estudio de la vida cotidiana en un mbito fronterizo Silvia Ratto 179 Mecanismos de tribalizacin en la Patagonia. Desde la gran crisis al primer gobierno peronista Walter Delrio
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Introduccin
VI Congreso Internacional de Etnohistoria: Antropologa e Historia. Las nuevas perspectivas interdisciplinarias. Buenos Aires, 22 al 25 de noviembre de 2005. Introduccin Discurso Inaugural a cargo de la Dra. Ana Mara Lorandi Simposios del VI Congreso Internacional de Etnohistoria
Reseas Lucaioli, Carina Paula. 2005. Los grupos abipones hacia mediados del siglo XVIII. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa. Coleccin Tesis de Licenciatura. Nesis, Florencia Sol. 2005. Los grupos mocov en el siglo XVIII. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa. Coleccin Tesis de Licenciatura. Judith Farberman Zanolli, Carlos E. 2005. Tierra, encomienda e identidad: Omaguaca (1540-1638). Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa. Pablo Semadeni Millones, Luis. 2004. Ser indio en el Per: la fuerza del pasado. Las poblaciones indgenas del Per (costa y sierra). Buenos Aires, Instituto Di Tella y Siglo Veintiuno de Argentina Editores. Lorena Rodrguez Argeri, Mara Elba. 2005. De guerreros a delincuentes. La desarticulacin de las jefaturas indgenas y el poder judicial. Norpatagonia, 1880-1930; Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. Coleccin Tierra Nueva e Cielo Nuevo. Ingrid de Jong
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Introduccin
INTRODUCCIN
El presente nmero de Memoria Americana ha sido dedicado a trabajos que abordan los temas del mestizaje y los procesos de etnognesis en distintos contextos provistos por la expansin colonial y estatal del espacio latinoamericano. La convocatoria para este nmero temtico invit a discutir, desde el anlisis de diversas situaciones de relacin entre sociedades indgenas y distintos agentes coloniales y estatales, sobre los aspectos tericometodolgicos de ambos fenmenos atendiendo a las variadas significaciones y formas en que estos conceptos han sido aplicados. Si contemplamos la produccin etnohistrica de las ltimas dcadas constataremos que, sin lugar a dudas, las historias de los indgenas y los blancos del continente americano no pueden ser ya consideradas como procesos paralelos o aislados. Sin embargo ello comporta importantes consecuencias para la problematizacin de las explicaciones tradicionales sobre los procesos de avance colonial-estatal, as como de la asimilacin, desaparicin, resistencia o permanencia de los grupos indgenas en los pases latinoamericanos. En este sentido, es la interrelacin entre estas historias la que se halla en el centro de las preocupaciones. En los ltimos aos las nociones de mestizaje y etnognesis han sido objeto de un renovado inters en el mbito de los estudios etnohistricos; ya sea desde aportes que cuestionan, redefinen y complejizan los sentidos tradicionales atribuidos a estos trminos, o bien asociadas al empleo de nuevos conceptos como los de middle ground (White 1991), pensamiento mestizo (Gruzinski 2000) y lgicas mestizas (Amselle 1998; Boccara 2000) constituyen referentes de lo que intenta ser un renovado movimiento crtico en la comprensin de las dinmicas tnicas. Estos nuevos enfoques no solo han reforzado la necesidad de relativizar la interpretacin polarizada de aculturacin y resistencia como tendencias excluyentes asociadas al contacto entre grupos culturales diferentes, sino que han complejizado productivamente este panorama. En este sentido, el hincapi en el surgimiento de espacios intermedios, nuevas instituciones y nuevas formas de comunicacin han contribuido a concebir la aparicin, en el seno de diversas situaciones de contacto, de nuevos mundos en el Nuevo Mundo (Boccara 2003). En este marco, la nocin de mestizaje refiere a un conjunto variado de fenmenos de adopcin, transformacin e influencias culturales en un sentido amplio, a la luz de los cuales es posible identificar y acompaar el surgimiento y transformacin, en distintos contextos histricos, de nuevos actores, identidades y subjetividades cuya dinmica histrica recin comenzamos a re-conocer.
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Introduccin
Por su parte, la nocin de etnognesis -vinculada inicialmente a la idea de emergencia fsica o biolgica de nuevas unidades polticas a travs de fenmenos de fisin/fusin (Sturtevant 1971 en Boccara 2003)- ha sido utilizada recientemente para dar cuenta de procesos variados que mostraran las transformaciones de un mismo grupo a travs del tiempo (ya sea incorporando elementos exgenos, o redefiniendo y reconstruyendo el self a partir de la relacin con el otro). Como ha sealado Hill, la etnognesis no solo permite hacer hincapi en las capacidades creativas y adaptativas de las sociedades indgenas, sino que se transforma en una herramienta analtica indispensable para desarrollar enfoques histricos crticos de la cultura como un proceso continuo de conflicto y lucha de los pueblos y su posicionamiento dentro y contra una historia general de dominacin (Hill 1996: 1, traduccin nuestra). En este sentido, es importante sealar que las transformaciones aludidas y las redefiniciones de la propia identidad no solo tienen que ver con actos de apropiacin, seleccin y adaptacin activas, sino tambin con el fenmeno que se ha denominado etnificacin; es decir, con las segmentaciones y rotulaciones tnicas que los estados colonial y/o republicano han impuesto como resultado de relaciones asimtricas y en el marco de sistemas de dominacin. Esta perspectiva es la que sostiene Amselle (1998) cuando insiste en que la creacin de etnas es una actividad propia de la conquista colonial y de la razn etnolgica formada junto a la misma que origin unidades separadas y discontinuas desarticulando espacios sociales continuos, y cadenas de sociedades caracterizadas por un mestizaje original. El peso que tal historia conceptual, iniciada por funcionarios y misioneros, imprime an hoy en da en las categoras acadmicas no es menor. A su vez, la reapropiacin de tales distinciones por parte de los actores sociales sobre los cuales estas recayeron complejiza la tarea de comprensin de los procesos de construccin de los lmites de las entidades culturales y sociales que tomamos como base de nuestros anlisis. Las nociones de etnognesis y mestizaje se ubican, por tanto, en la oscilacin de dos perspectivas: aquella que est atenta a la creacin de diferencias a partir de mundos continuos y la que distingue la creacin de espacios comunes en la articulacin de mundos diferentes. Lejos de ser excluyentes ambas se implican en la explicacin de las dinmicas latinoamericanas, en las que la comprensin de la construccin de las fronteras culturales y simblicas constituye una va inescindible de las perspectivas econmicas y polticas. La percepcin conjunta e interrelacionada de este doble proceso ha planteado una alternativa a la visin tradicional, que una la asimilacin a la aculturacin y las permanencias de formas de organizacin tradicionales
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con la resistencia (Boccara 2003), revelando un panorama mucho ms complejo y ambiguo de lo que suponamos. Un ejemplo en este sentido es el trabajo ya clsico de Stern (1986) sobre la participacin de las poblaciones indgenas andinas en los mercados coloniales. Este autor ha analizado casos en los que transacciones comerciales individuales -que podramos vincular a prcticas de aculturacin- en realidad escondan la defensa de derechos econmicos comunales y, por el contrario, casos de supuesta generosidad curacal -aparentemente practicada en trminos tradicionales- enmascaraban transacciones comerciales absolutamente personales. La ambigedad y ambivalencia que reflejan los casos analizados por este autor nos impulsan, por tanto, a superar visiones dicotmicas y estancas para aprehender la realidad de una forma ms gil pero a la vez ms compleja. Otro aporte en el mismo sentido lo constituye el reciente trabajo de Bouysse-Cassagne (2005) sobre los rituales andinos en torno a la minera. Esta autora ha advertido sobre el uso inocente y limitado de la nocin de sincretismo, proceso en el que puede hallarse tanto la persistencia de elementos tradicionales bajo formas aculturadas como tambin importantes transformaciones de los significados que se producen, sin embargo, bajo una relativa estabilidad de las investiduras culturales nativas. Uno de los propsitos de esta autora es cuestionar la expectativa de ver en el sincretismo y en el mestizaje un momento en el itinerario histrico que va desde la tradicin a la aculturacin, o de las sociedades arcaicas al mundo globalizado. Propone observar, entonces, las dinmicas culturales en un espacio de recomposiciones mltiples en funcin de las presiones que reciben los actores o las tcticas esgrimidas por ellos. El resultado del encuentro no es necesariamente la homogeneidad sino el aumento de la heterogeneidad y la existencia de una multiplicidad de estrategias (supervivencia, apropiacin, rechazo, confrontacin, convivencia). La convivencia, que no es mezcla, ofrece a su vez la posibilidad de captar prcticas ambiguas, no sincretizadas. Y, a su vez, el proceso de sincretizacin no puede considerarse como una superposicin o suma de elementos prehispanos y occidentales sino mediacin, en un movimiento de doble vnculo, de supresin y mantenimiento de ambas. Lo importante es mantener un anlisis alerta acerca de que esta fecundacin mutua de tradiciones, tecnologas y vivencias dispares se ha producido en contextos de grandes desigualdades sociales (Bouysse-Cassagne 2005). Al respecto Havard (2003), distingue efectos y modalidades del mestizaje que son sustancialmente diferentes para las dos partes de la relacin. En lo que constituye una crtica abierta a la nocin de middle ground de White (1991) como un espacio comn en el que el surgimiento de nuevas prcticas sociales y cdigos de comunicacin funcionaran como patrones
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de acomodacin intercultural (interpretable en trminos de balance y hasta de alianza entre culturas), este autor deslinda las dos caras de un mismo proceso: mientras que para los conquistadores franceses las prcticas de aculturacin en las que incurren constituyen un arma de dominacin, para los indgenas viabilizan, en cambio, una forma de asimilar al extranjero en su propia sociedad. Lo que est en juego son las diferentes capacidades y/o condiciones de poder de ambas sociedades para manipular culturalmente al otro, as como las modalidades sutiles de un poder que no siempre se vale de formas represivas para imponer su modo de ver la realidad. Asimismo, la ruptura de la visin tradicional de los conceptos de aculturacin y resistencia ha comenzado a abonar un terreno frtil para la comparacin de las dinmicas del contacto, interpenetracin e independencia en espacios usualmente diferenciados, tales como los espacios de frontera y aquellos de sometimiento efectivo y administracin colonial. El supuesto carcter conflictivo de los primeros ha sido asociado a un mayor grado de resistencia que el existente en mbitos donde las poblaciones indgenas -en base al despliegue de la accin evangelizadora y la normalizacin jurdica y econmica- haban sido sometidas por un proceso de conquista y efectivo dominio colonial (Boccara 2003). A la luz de las recientes discusiones en torno a los conceptos de etnognesis, mestizaje y -para este caso particulartambin al de frontera creemos que podrn realizarse aportes interesantes que permitan no solo comparar sino tambin reflexionar acerca de los alcances de esta oposicin entre zonas centrales (lase conquistadas, aculturadas) versus zonas de frontera (caracterizadas por la resistencia y la marginalidad) que tienden a representarse como experiencias dicotmicas y contrastantes de los procesos coloniales y republicanos. En un plano diferente, aunque no desvinculado de la doble perspectiva de anlisis en la que se han ubicado las nociones de etnognesis y mestizaje sealadas anteriormente, se encuentran los trabajos que han privilegiado la caracterizacin -en el seno de conflictos y distancias entre cdigos y lenguajes- de novedosas formas de mediacin, articulacin y comunicacin que participan en la construccin de un mundo mutuamente inteligible. Los estudios que han hecho hincapi en los passeurs como traductores y articuladores culturales (Adorno 1994; Ares y Gruzinski 1997, Gruzinski 2000) se montan en la existencia de diferencias entre cdigos y modos de organizacin que, aunque se hallan en relacin, mantienen cierta autonoma. El seguimiento de las condiciones que hacen de estos personajes parte importante y estratgica de las relaciones blanco-indgenas permite profundizar aspectos que tienden a diluirse en planteos generales acerca de un espacio mestizo, tales como las asimetras de poder entre grupos, las lgicas de clasificacin y autoadscripcin y su papel en el proceso de relacin.
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Al respecto, Bernand (2001) ha preferido centrarse en el anlisis del mestizo como categora social en lugar de poner el foco en aspectos ms generales del mestizaje. La autora ha sealado la importancia de seguir las trayectorias individuales de los mestizos pues, segn su opinin, es a travs de sus itinerarios personales que podemos acercarnos al fenmeno del mestizaje. El proceso de aparicin del mestizo como categora histrica especfica formara parte de esta perspectiva pues pone de relieve la mezcla corporizada entre mundos distintos pero cuyos sentidos y capacidad de clasificacin social dependen de las variadas formas de construccin, significacin y jerarquizacin de las propiedades sociales y naturales de tal mezcla. Ahora bien, lejos de remitirse nicamente a contextos coloniales, los conceptos de mestizaje, etnognesis y etnificacin han constituido herramientas de anlisis indispensables a la hora de estudiar la incorporacin de poblaciones indgenas al estado-nacin. Estas nociones han permitido abordar, de forma compleja y flexible, el particular y paradjico proceso de ciudadanizacin-homogeneizacin de las poblaciones originarias (Quijada 2001) pero naturalizadas, a su vez, en funcin de su marcacin como otros internos (Briones 1998). En este sentido, muchos de los trabajos que han abordado tal problemtica bajo el marco terico de la etnognesis y el mestizaje han contribuido -entre otras cosas- a rebatir la idea de que las identidades tnicas son una entidad esencial e inmutable y a poner de relieve, an dentro de un sistema de dominacin, el rol activo de los grupos subalternos. En el mbito local, la preocupacin por trabajar y reflexionar a partir de ejes comunes a investigaciones desarrolladas en torno al mestizaje fue la base de la convocatoria del Taller de discusin El mestizaje como problema de investigacin. Dicho taller, al que fuimos invitadas a participar, se realiz en la Universidad de Quilmes en el mes de noviembre de 2004 y fue coordinado por las Dras. Mara Bjerg, Roxana Boixads y Judith Farberman. Las discusiones all planteadas fueron fructferas e inspiradoras a tal punto que se convirtieron en el motor principal de la convocatoria del presente nmero de Memoria Americana. Los trabajos que aqu presentamos, muchos de los cuales se discutieron en una versin preliminar en aquel encuentro, describen diversas aristas y mbitos histricos en los que es posible analizar los procesos de mestizaje y conformacin de identidades. El objetivo del artculo de Guillaume Boccara es dar cuenta de las transformaciones que han experimentado las investigaciones etnohistricas relativas a las zonas fronterizas en torno a las dinmicas culturales y los procesos sociohistricos desarrollados desde la llegada de los europeos a Amrica. El autor, rescatando dentro del conjunto de la obra de Wachtel la manera en que interpreta los fenmenos de aculturacin/resistencia, muestra el desplazamiento que este binomio ha experimentado hacia el estudio de los fe-
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nmenos de etnognesis, etnificacin y mestizaje. A partir de esta discusin, Boccara delinea una definicin tentativa del concepto de complejo fronterizo, que trasciende la idea de frontera strictu sensu para concebir la imbricacin de varias fronteras y sus hinterlands en espacios mayores entendidos en trminos de regin. Sara Ortelli discute, para el contexto especfico de la provincia septentrional de Nueva Vizcaya en el perodo tardocolonial, la clasificacin y definicin de enemigo as como la identidad de los protagonistas de la violencia que impone el discurso oficial. Contrastando documentacin oficial con fuentes judiciales, y a la luz del anlisis del fenmeno de mestizaje (biolgico, social y cultural), la autora propone una mirada innovadora sobre la dinmica interna de la sociedad analizada y desarma, de esta forma, algunas de las ideas fuertemente arraigadas en la historiografa del norte de Mxico. El trabajo de Roxana Boixads aborda dimensiones particulares del fenmeno del mestizaje: la ilegitimidad y la bastarda. La autora reconstruye minuciosamente -a lo largo de los siglos XVII y XVIII- las trayectorias individuales de integrantes mestizos y naturales de una familia de la elite riojana colonial pero insertando las mismas dentro del contexto de las relaciones familiares. En este sentido, el artculo no solo aporta elementos de reflexin sobre aspectos no tan trabajados de la nocin de mestizaje, sino que propone un abordaje metodolgico de escala intermedia que permite sortear la polarizacin -que existe en muchos trabajos- entre el seguimiento de derroteros individuales y las caracterizaciones generales en relacin a los mestizos. Judith Farberman, a partir del anlisis de dos procesos civiles del siglo XVIII contra hechiceras de la jurisdiccin de Santiago del Estero, se propone analizar la escuela de magia conocida como salamanca. La autora postula, a diferencia de la mayora de los folkloristas que han trabajado esta temtica, la configuracin mestiza del estereotipo y su desarrollo a partir de la hibridacin de elementos religiosos entre los siglos XVI y XVIII. El trabajo de Silvia Ratto nos ofrece la posibilidad de observar la presencia de prcticas mestizas en el espacio fronterizo bonaerense durante la primera mitad del siglo XIX. La autora reflexiona sobre el tipo de fuentes y las estrategias analticas que permiten acercarse a los procesos de mestizaje cultural que operaron en el complejo mbito de relaciones que unan a criollos e indgenas. Entre estas ltimas destaca las uniones intertnicas y el establecimiento de redes de relaciones personales proponiendo, adems, dos vas de indagacin: el seguimiento de los intermediarios culturales y el anlisis de fuentes judiciales relacionadas con los conflictos intertnicos. Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez abordan, para el ltimo tercio del siglo XVIII, el caso de los renegados, individuos de diversos orgenes instalados voluntariamente entre los grupos indgenas de la regin pampeana
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centro-oriental. El trabajo pone de relieve las percepciones y lugares contrastantes ocupados por estos personajes en el medio social indgena y en el mbito de la administracin colonial, para la que representaban la figura del traidor irredimible y peligroso. Para los autores constituyen una va para analizar otra de las formas que asuma la transculturalidad y el mestizaje cultural en el espacio pampeano. El artculo de Walter Delro nos conduce al anlisis de los cambios producidos en el la construccin del espacio social de los pueblos originarios en un perodo que abarca desde la crisis de la dcada de 1930 hasta el primer gobierno peronista, cuyo caso es la reserva Nahuelpn en el Territorio Nacional del Chubut. Este proceso es analizado a partir de las transformaciones de los sentidos de la categora tribu y del otro indgena tanto en los discursos institucionales estatales como en los posicionamientos y discursos de la comunidad indgena en su relacin con las autoridades nacionales y las redes locales de poder. La identidad indgena es entendida como el producto de un compromiso entre procesos de marcacin estatal -su tribalizacin- y las resignificaciones e iniciativas de los grupos aborgenes, que se despliegan diferencialmente sobre una misma matriz de dominacin definida en trminos de coincidencia entre el territorio, la nacin y el estado. Como hemos visto, los trabajos en torno a las nociones de mestizaje y etnognesis han sido vastos y muy frtiles, tanto en el mbito local como en el internacional. Sin embargo, a pesar del largo camino recorrido, persisten algunos problemas sobre los cuales hace falta seguir reflexionando. Sealaremos, brevemente, algunos de ellos. En primer lugar, ambas nociones han sido muchas veces utilizadas laxamente, y por lo tanto, resultan algo vagas como herramientas de anlisis. La acepcin biolgica de la nocin de mestizaje, por ejemplo, ha sido traspasada a aspectos sociales y culturales sin precisar suficientemente que aunque puede formar parte de las mismas dinmicas se trata de fenmenos radicalmente diferentes. El mestizaje -biolgico o cultural- deviene as en una suerte de macro-concepto que al abarcar fenmenos tan dismiles intenta explicar todo y, por lo tanto, termina por no explicar nada. Asimismo, aunque conceptos tales como lgicas mestizas o pensamiento mestizo han ayudado a deconstruir formas estticas de enfrentar los estudios sobre la cultura, los mismos hacen referencia tanto a la conformacin de las identidades indgenas (en un sentido amplio) como a las conductas particulares de algunos mediadores y articuladores culturales (en un sentido restringido). Para que estos conceptos se conviertan en herramientas terico-metodolgicas totalmente operativas es necesario que trabajemos en la diferenciacin de niveles y modalidades de lo que llamamos prcticas mestizas.
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Introduccin
En segundo lugar, otro de los problemas an no resueltos se vincula a la temtica del poder y sus usos. Muchos trabajos parecen plantear que tanto indgenas como conquistadores se encontraban en igualdad de condiciones para crear espacios comunes de negociacin y redefinicin de identidades. Este podra ser el caso, por ejemplo, con el concepto de middle ground que si bien ha permitido superar la tajante divisin entre sociedad indgena y sociedad blanca proponiendo espacios intermedios de encuentro, entendemos que ha descuidado el tema del poder pues -tal como lo ha sugerido Havard (2003)- no ha tenido en cuenta la capacidad de manipulacin que tuvieron los conquistadores dentro del marco de un sistema de dominacin, no siempre asociado a expresiones represivas del poder. En este sentido, es interesante plantear el problema de la direccionabilidad: son los procesos de mestizaje y etnognesis uni o bidireccionales? solo comprenden lo indgena o involucran tambin a las sociedades dominantes? Si reconocemos que lo mestizo no se restringe exclusivamente al mundo indgena, estamos desconociendo las asimetras de poder y las desigualdades existentes entre ambas sociedades? En todo caso, y volviendo al punto anterior de la falta de especificidad: las nociones de etnognesis y mestizaje pueden aplicarse al mundo blanco sin perder espesor? En relacin a esto algunos autores han planteado que la nocin de mestizaje al connotar una idea de homogeneidad, resultante de la mezcla, no solo esconde y bloquea las diferencias y desigualdades sino que se transforma en un concepto poco operativo que no caracteriza a los espacios intermedios. Mills (2004), por ejemplo, ha propuesto como alternativa la movilidad cultural, es decir el movimiento, el fluir de elementos entre dos mundos como algo distinto a la creacin de un nuevo mbito de reglas e instituciones. Esto lleva a centrar la atencin en la multiplicidad de actores y estrategias, de negociaciones, manipulaciones y asimetras intervinientes en las relaciones entre grupos en diversos contextos histricos en los que la diferencia racial y/o cultural es significativa. La variedad de situaciones lleva a cuestionar la idea de cambios que permean e influyen homogneamente a un sector, grupo o sociedad. Por ltimo, y sin pretender agotar las reflexiones posibles sobre estos conceptos, creemos que es imprescindible atender a las implicancias polticas que los usos de las nociones de etnognesis y mestizaje adquieren en los contextos contemporneos de reivindicaciones tnicas. Aunque muchos debates tericos han apuntado a mostrar que las identidades no son entidades estticas sino que, por el contrario, van renovndose constantemente al calor de fenmenos tales como el mestizaje o la etnognesis; en la actualidad tales procesos son considerados muchas veces como inautnticos o espreos porque no reflejan una identidad prstina u original. Este sealamiento ad-
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quiere importancia y merece un debate serio en tanto desestima reclamos actuales (identitarios as como materiales) de distintas comunidades indgenas en todo el pas revelando, al mismo tiempo, el mbito de las demandas tnicas como un espacio moldeado hegemnicamente por ciertos parmetros de construccin de la diferencia cultural, al interior y en relacin con el modelo que subyace a la representacin de los estados nacionales. En definitiva, debe reconocerse que las nociones de mestizaje y etnognesis han inspirado estudios dirigidos a destacar que las fronteras (sean estas culturales, espaciales o raciales) son mucho ms tenues y porosas, ms complejas, dinmicas y multideterminadas que las que nos han presentado tradicionalmente la historia, la antropologa y gran parte de las fuentes que manejamos. Esto, sin embargo, no disminuye la necesidad de continuar atendiendo al lugar y el papel de la diferencia cultural en la conformacin de las sociedades latinoamericanas, a las significaciones particulares de mestizajes y mestizos en los diferentes contextos y apuntar as a explicar las maneras en que las identidades de diferentes grupos sociales se han construido y devenido en lo que son. Ingrid de Jong y Lorena Rodriguez Buenos Aires, abril de 2006
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Introduccin
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GNESIS Y ESTRUCTURA DE LOS COMPLEJOS FRONTERIZOS EURO-INDGENAS. REPENSANDO LOS MRGENES AMERICANOS A PARTIR (Y MS ALL) DE LA OBRA DE NATHAN WACHTEL Guillaume Boccara *
* Instituto de Investigaciones Arqueolgicas y Museo (IIAM) - Universidad Catlica del Norte, Chile. E-mail: [email protected].
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RESUMEN
El presente ensayo tiene por objetivo dar cuenta de las principales transformaciones conocidas por las investigaciones en antropologa histrica de las zonas fronterizas durante las ltimas dos dcadas. Partiremos de la presentacin de la obra pionera del historiador y antroplogo francs Nathan Wachtel. Explicaremos en qu medida su libro, Los Vencidos, marca un hito en la literatura etnohistrica latinoamericanista. Luego veremos que el anlisis en trminos de resistencia/aculturacin usado por Wachtel ha tendido a ser desplazado progresivamente por el estudio de los fenmenos de etnognesis, etnificacin y mestizaje. Mostraremos as en qu medida se puede afirmar que las investigaciones etnohistricas relativas a las fronteras del Nuevo Mundo han experimentado un giro con respecto a la manera de abordar las dinmicas culturales y los procesos sociohistricos que se desarrollaron desde la llegada de los europeos a Amrica. Esto nos llevar a plantear una definicin tentativa de la nocin de complejo fronterizo. Palabras clave: antropologa histrica - aculturacin - mestizaje - colonizacin.
ABSTRACT
The current essay focuses in the main transformations known in historical anthropology research of frontier areas during the last decades. At the beginning we will present Los vencidos, the pioneer work of Nathan Wachtel, French Historian and Anthropologist, in order to explain how this book turned out to be a milestone in the ethnohistoric literature of Latin America. Then we will argue that the analysis proposed by the author, in terms of resistance/acculturation, tended to be progressively displaced by phenomena such as: ethnicity, mestizaje, ethnogenesis. We will show, thus how ethnohistorical research regarding the New World and its frontiers has change, above all in the ways to approach the cultural dynamic and the sociohistorical processes developed due to the arrival of European people to America. Finally this will lead us to pose a tentative definition of a notion called frontier complex. Key words: historical anthropology - acculturation - mestizaje colonization.
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LA VISION DE LOS VENCIDOS La visin de los vencidos, obra pionera que contribuy a renovar profundamente la mirada que tenamos de las modalidades de la conquista, de sus efectos y sobre todo de las reacciones de las sociedades indgenas frente al trauma del encuentro ha ocupado durante varias dcadas un lugar central dentro del campo de los estudios etnohistricos franceses en particular y latinoamericanistas en general. Adems de haberse convertido en un trabajo de referencia ineludible la tesis avanzada por Nathan Wachtel en 1971 forma parte de nuestro patrimonio histrico-antropolgico. Ahora bien, si este libro ha marcado de manera tan profunda y duradera las investigaciones etnohistricas francesas, no es nicamente porque propona una tesis original sobre el revs de la conquista. Aunque es cierto que el hecho de pasar del estudio del lado espaol de la conquista al otro lado del encuentro o mal-encuentro (por ejemplo las reacciones y representaciones indgenas) se origina en la voluntad explcita de romper con una tradicin historiogrfica marcada por el eurocentrismo, este viraje de la mirada estuvo acompaado por un esfuerzo no menos notable en desarrollar una reflexin terica y epistemolgica con respecto a los caminos a seguir para dar cuenta de la historia de los pueblos hasta ese entonces llamados primitivos, o definidos de manera negativa como sin historia, sin escritura o sin estado. Y de hecho, si este estudio de los indgenas del Per frente a la conquista espaola espacial y temporalmente acotado entre los aos 1530 y 1570 tuvo semejante impacto, fue precisamente porque se enmarcaba dentro de una reflexin terica ms amplia sobre la manera de combinar los mtodos y las perspectivas de la historia y de la etnologa. Inscribindose en el debate sobre las relaciones entre estructura y realidad emprica, por un lado, y entre estructuras y tiempo histrico, por el otro, La visin de los vencidos proporcionaba una prueba concreta de que era posible dar cuenta del devenir de las sociedades llamadas tradicionales, y al mismo tiempo, tomar en cuenta la existencia de una racionalidad estructural independiente del tiempo. Abarcando en un mismo movimiento interpretativo la etnohistoria en su acepcin tanto histrica como antropolgica, este ensayo permiti a la antropologa histrica americanista construir su edificio sobre unos cimientos slidos.
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Una de las cosas que permite explicar el impacto de esta obra, incluso ms all del crculo de los estudios latinoamericanistas, es que -si bien aborda los fenmenos de desestructuracin y reestructuracin en un contexto de dominacin colonial- tiene como objetivo central dar cuenta de la praxis de los pueblos indgenas. Es a travs del estudio de la praxis de los dominados que este libro, escrito en una poca marcada por los movimientos tercermundista e indianista (Wachtel 1992a), restituye parte de su agency a las poblaciones nativas. Demuestra que la aculturacin no es sinnimo de conversin a secas y que tampoco fue percibida e interpretada por los mismos agentes sociales como abandono de las tradiciones llamadas ancestrales (Wachtel 1971a: 247, 1971b: 838-840). Adems plantea que a travs de sus rebeliones, movimientos milenaristas y guerras los indgenas intentaron retomar el control de su historia o de esta nueva historia que haba irrumpido con extrema violencia (Wachtel 1971a: 253). Si bien es cierto que en algunos casos el sistema social prehispnico pareci derrumbarse y que los espaoles lograron desviar el curso de la nueva historia americana a su favor (Wachtel 1971a: 307), no es menos cierto que algunas estructuras nativas tendieron a perpetuarse. Es precisamente sobre este punto que Nathan Wachtel contribuy a arrancar a las sociedades tradicionales de su destino arcaizante. Segn l, resistencia y revuelta no son sinnimos de voluntad de perpetuar una tradicin esttica o congelada en el tiempo. A travs del anlisis de las praxis de los indgenas del Per, y de otras partes de las Amricas coloniales y republicanas, Wachtel demuestra que muy a menudo la aculturacin, entendida como proceso, da cuenta del rechazo a la dominacin. As es como las sociedades indgenas, a travs de prstamos culturales, inovaciones y creaciones, cultivaron su especificidad y, al mismo tiempo, se transformaron. En resumidas cuentas, la resistencia de los pueblos nativos no remite a una operacin puramente negativa o conservadora de preservacin o de vuelta a las tradiciones y a los modos de organizacin social prehispnicos. Pero, a la inversa, tampoco es cierto que se desarrollan en una suerte de no mans land estructural. En definitiva, para aprehender las modalidades del contacto y sus efectos sobre las sociedades amerindias hace falta estudiar la praxis de los nativos, vale decir reconectar los acontecimientos a las estructuras y restituirle sentido a estas ltimas reubicndolas en el flujo de la historia (Wachtel 1966: 93). Respecto a ese ltimo punto, cabe notar que la tercera parte de La visin de los vencidos, dedicada a la praxis indgena, consta de un captulo sobre la resistencia nativa en las reas llamadas fronterizas. Segn Wachtel, el estudio de las guerras chichimecas y araucanas as como tambin el de los procesos de aculturacin que se desarrollaron en esas fronteras septentrionales y meridionales del imperio espaol tiene como propsito establecer las bases
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para una comparacin entre Mxico y Per (1971a: 283). Ahora bien, y para seguir entrando en el tema del presente trabajo, para tratar de repensar las fronteras americanas hace falta proporcionar entonces algunas precisiones adicionales en cuanto a lo que Wachtel entiende por guerra y aculturacin.
GUERRA, ACULTURACIN Y DOMINACIN La guerra indgena no se encuentra definida de manera especfica en la obra de Wachtel. En efecto, lo que le interesa al autor no es tanto dar cuenta del hecho guerrero en las sociedades nativas sino explicar los mecanismos en juego en los fenmenos de prstamo cultural y de inovacin tcnica. De hecho, Wachtel aborda los casos de la resistencia chichimeca y araucana con el fin de poner en perspectiva las razones del xito y la rapidez con la que se logr la conquista de los imperios inca y mexica. Segn l, el fracaso espaol en las zonas de fronteras se explicara, en parte, por la naturaleza de las sociedades a las cuales los conquistadores se enfrentaron: mayoritariamente nmadas, organizadas en una infinidad de unidades polticas independientes y dispersas pero sobre todo los habitantes de estos lugares no estaban acostumbrados y dispuestos a producir un excedente para pagar tributo. Wachtel observa con razn que los chichimecas eran los brbaros de los mexica y que los araucanos representaban los aucaes de los incas. Y de hecho los lmites septentrionales y meridionales de la conquista espaola coinciden con los de los antiguos imperios nativos (Wachtel 1974: 179). Notemos al pasar que los planteos del ltimo captulo de La visin de los vencidos dedicados a las fronteras indgenas as como tambin los de un artculo escrito tres aos despus llamado De la aculturacin (1974) se fundamentan sobre una documentacin de segunda mano y adems que el autor hace un uso exhaustivo de la bibliografa disponible en la poca. Con respecto a la nocin de aculturacin, se puede afirmar que ocupa un lugar central en la reflexin terica de Wachtel. Ubicado en un lugar estratgico del campo de las ciencias humanas de la poca (Wachtel 1974: 24), este concepto permite establecer un vnculo entre historia y antropologa. Concepto bisagra, pues esta nocin de aculturacin nace en el terreno de la etnologa pero se ubica inmediatamente, y por definicin, dentro de una perspectiva histrica orientada hacia el estudio de los fenmenos de cambio (Wachtel 1974: 25) 1. Ahora bien, ese trmino que sirve para describir todos los fenmenos de interaccin que resultan del contacto entre dos
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culturas (Wachtel 1974: 174) sufre de una doble ambigedad y mantiene de su origen colonial dos caractersticas complementarias: la primera, interna, tiene que ver con la heterogeneidad de las culturas presentes; la otra, externa, remite a la dominacin de una cultura sobre la otra (Wachtel 1974: 175) 2. Wachtel asume esta ambigedad mediante un uso ms flexible de la nocin de dominacin que tiende a abarcar el estudio de los hechos coloniales de dominacin tanto directa como indirecta. En la lnea de investigacin trazada por el antroplogo norteamericano Edward Spicer (1961), Wachtel define un cierto nmero de parmetros (sociedades en presencia, modalidades del contacto, etc.) que deben permitir determinar situaciones coloniales de diferentes tipos para, a partir de ah, captar las caractersticas y los efectos producidos por la aculturacin (eso es lo que Spicer llama types of acculturative change a partir del anlisis de la relacin entre el tipo de contacto y el tipo de cambio, 1961: 6) 3. Sin embargo,
Memorandum de 1936: Acculturation comprehends those phenomena which result when groups of individuals having different cultures come into continuous first-hand contact, with subsequent changes in the original cultural patterns of either or both groups (1936: 149). Un ao ms tarde, Herskovits escribe lo siguiente: Many specific problems in cultural dynamics can best be investigated advantageously through studies of acculturation, y aade que la aculturacin permite al antroplogo to employ the laboratory of history as como tambin reinforces the historical flank of anthropological investigation (1938: 262264). Para una presentacin sinttica del lugar ocupado por la nocin de aculturacin en la antropologa cultural estadounidense de los aos 1930 vase M. Herskovits (1938).
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En otro texto, Nathan Wachtel escribe lo siguiente: la notion dacculturation souffre dune ambigut. Le terme voudrait dsigner tous les phnomnes dinteraction qui rsultent du contact de deux cultures. Mais les tudes dacculturation, nes pratiquement des problmes de la situation coloniale, traitent le plus souvent de rapports entre socits de force ingale, lune dominante, lautre domine, si bien que la notion, comme entche dun pch originel, comporte une une hypothque de suprmatie: elle dsigne gnralement le passage, sens unique, de la culture indigne la culture occidentale (implicitement considre comme suprieure). Il convient de rtablir lquilibre (1971b: 794). Sobre este mismo tema de la ambigedad del concepto y su origen colonial cabe recordar que la nocin de aculturacin ocup durante muchos aos un lugar central en la antropologa indigenista aplicada de Latinoamrica. Sobre este punto remitimos a la enorme cantidad de artculos publicados en la revista Amrica Indgena entre los aos 1940 y 1950 as como tambin a la sntesis de Gonzalo Aguirre Beltrn (1957). Ello nos permite ver que la nocin de aculturacin sigue siendo, en pleno siglo XX y en el campo muy concreto de las polticas indigenistas latinoamericanas, un instrumento que permite pensar la dominacin colonial y que sirve para implementar un colonialismo interno de un nuevo tipo.
Hace falta notar que ya en 1935 los antroplogos estadounidenses R. Redfield, R. Linton y M. Herskovits haban sido encargados por el Social Science Research Council de deter-
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Wachtel advierte que dado que solo se han estudiado algunos casos concretos usando esta grilla interpretativa, todava estamos lejos de cualquier tipo de generalizacin. Segn l, la elaboracin de una teora de la aculturacin, vale decir de una teora etnolgica o histrico-antropolgica del cambio social y cultural, no est en la orden del da (Wachtel 1974: 176, Spicer 1961: 528). Lo que s se puede intentar es echar las bases de tal teora a travs de la multiplicacin de estudios de caso concretos. De hecho, los ejemplos ms conocidos en la poca se encuentran sometidos a un anlis minucioso por parte de Wachtel, quien logra llegar a una primera distincin entre dos tipos de aculturacin: la aculturacin impuesta y la espontnea. La primera se encuentra generalmente asociada a situaciones de contactos dirigidos (existencia de una comunidad de invasores en situacin de dominacin segn la definicin de Spicer) y remite a los procesos de pasaje de la cultura indgena a la cultura occidental (Wachtel 1971a: 310). La segunda, que se desarrolla principalmente en un contexto de contactos no-dirigidos (por ejemplo, la situacin de simetra en la cual ninguna de las dos sociedades se ubica en una posicin subordinada) corresponde a la integracin de elementos occidentales en la cultura indgena (Wachtel 1971a: 310). A partir de esta primera distincin Wachtel plantea que los fenmenos de aculturacin se reparten entre dos polos: integracin y asimilacin. El primer proceso se caracteriza por la incorporacin de elementos forneos que se encuentran sometidos a los esquemas y a las prcticas indgenas. Los cambios generados por esta incorporacin de elementos exgenos se inscriben en la continuidad de la tradicin, de los modelos y los valores autctonos. En cuanto a la asimilacin remite al proceso inverso en el cual la adopcin de elementos europeos se acompaa con la eliminacin de las tradiciones indgenas y su sometimiento a los modelos y valores de la sociedad dominante (Wachtel 1974: 183). Inspirndose en los estudios norteamericanos, Wachtel seala que entre esos dos polos existen varios tipos intermedios. Con respecto a eso, es dable notar que algunos aos antes, como conclusin de un libro colectivo dedicado al estudio de los procesos aculturativos entre los navaho, yaqui, pueblos, mandan, wasco y kwakiutl, Spicer haba distinguido entre seis tipos de cambios o mezclas, a saber: incorporative integration, assimilative o replacive integration, fusional integration, isolative integration, bicultural (social integration) y hybridation (entre indgenas que comparten un universo cultural relativamente prximo) (1961: 517-543) 4.
minar la importancia del estudio de los fenmenos de aculturacin para la investigacin antropolgica. A raz de su investigacin estos tres famosos antroplogos publicaron el anteriormente citado Memorandum en 1936 [vase nota 1].
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Ahora bien, y antes de empezar a interrogarnos sobre el destino de la nocin de aculturacin y las interpretaciones propuestas por Wachtel con respecto a las dinmicas sociales y a los procesos histricos en las zonas fronterizas, conviene precisar algunos puntos vinculados a la emergencia de esa nueva manera de enfocar el tema del devenir de las sociedades indgenas en el contexto colonial de violencia cruda o sutil. En primer lugar hay que remarcar que, al igual que los estudiosos estadounidenses reagrupados alrededor del antroplogo Edward Spicer, Nathan Wachtel insiste sobre la centralidad de los hechos de dominacin en la estructuracin de los fenmenos e instituciones sociales. No es pensable ni posible estudiar el devenir de las sociedades indgenas sin tomar en cuenta las relaciones de fuerza, de dominacin y las imposiciones de ndole tanto poltica, como econmica y religiosa. Wachtel pone nfasis sobre el hecho de que las desestructuraciones y reacciones indgenas no constituyen nada ms ni nada menos que la otra cara de la praxis de los espaoles (1971a: 308). Si hay que reconocer que un cierto culturalismo o esencialismo se deja entrever de vez en cuando a travs del uso de algunas expresiones (tradition farouchement dfendue, transformation sans mise en pril de la culture originale, etc.); las culturas, tradiciones, identidades tnicas, as como tambin las prcticas sociales y el sentido que los agentes sociales otorgan a sus prcticas, aparecen como fundamentalmente determinados por el contexto colonial. Por lo tanto, en la obra de Wachtel existe una preocupacin de ndole poltica y una aproximacin sociolgica que, de hecho, persistir a travs de los aos ya que, despus de haberse interesado por los vencidos del Per, Wachtel se dedicar al anlisis de la trayectoria histrica de los urus de Bolivia que llama de manera claramente bourdieusiana los dominados de los dominados (1990). Para Wachtel se trata de dar cuenta de los hechos culturales en sus dimensiones y determinaciones sociales y polticas. En segundo lugar, conviene sealar que los trabajos de Wachtel y de otros etnohistoriadores de la poca contribuyeron a operar una ruptura con respecto a las tradiciones esencialista y ahistrica imperantes en el estudio de las sociedades nativas en la poca colonial. Segn esta nueva corriente etnohistoriogrfica, los prstamos y las creaciones, las reformulaciones culturales e identitarias o las reinterpretaciones de las tradiciones no deben ser
distinguished from culture-change, of which it is but one aspect, and assimilation, which is at times a phase of acculturation. It is also to be diffirentiated from diffusion, which while occurring in all instances of acculturation, is not only a phenomenon which frequently takes place without the occurrence of the type of contact between peoples specified in the definition [vase nota 1], but also constitutes only one aspect of the process of acculturation (1936: 149-150).
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tratadas como contaminaciones que conducen a la inevitable desaparicin del ser social indgena, o de una supuesta pureza cultural original. Pues los mestizajes o las mezclas pueden, en cierto contexto y en funcin del estado de las relaciones de fuerza, de la naturaleza del contacto y del sentido que los agentes dan a sus prcticas, tener formas indgenas. Las aproximaciones en trminos de esencia cultural se encuentran invalidadas por Wachtel quien aprovecha la oportunidad para poner en tela de juicio el corte articificial e ideolgicamente nefasto entre sociedades primitivas (las otras), por un lado, y sociedades histricas (las nuestras), por el otro (Wachtel 1974: 199). As es como, al criticar radicalmente la dicotoma entre sociedades fras y sociedades calientes, Wachtel abre un camino que permite revisar otra serie de dudosas oposiciones tales como pureza originaria versus mestizaje, estructura versus historia, etc. 5. Un ltimo punto sobre el cual volveremos en la segunda parte de este artculo es si existe en los trabajos de 1971 y 1974 una suerte de doble descentramiento. Pues adems de volcar la mirada hacia el otro lado de la conquista, Wachtel tiende a mirar a los lejos, vale decir hacia las zonas fronterizas. Abandona por un momento los centros de las Amricas indgenas y coloniales llamadas civilizadas (Mxico, Per) para interesarse por los mrgenes, las periferias o fringes. En las extremidades de las Amricas espaolas, lejos de los senderos comnmente transitados por los estudiosos latinoamericanistas es que Wachtel encuentra el caso ms notable y exitoso de resistencia y reestructuracin: el de los famosos araucanos o mapuche. Es precisamente a partir de este aspecto de las investigaciones de Wachtel que me propongo arrancar con la segunda parte de este trabajo. Mostrar ahora que si bien el enfoque en trminos de resistencia/aculturacin era portador de una potencialidad interpretativa notable, su uso indiscriminado poda conducir, sin embargo, a cierto nmero de escollos. Por otra parte, veremos que los estudios dedicados a las fronteras americanas (marginales a fines de los aos 1960) han experimentado una suerte de boom y que en muchos aspectos han tendido a inscribirse en la continuidad de los trabajos pioneros de Wachtel.
LOS INDGENAS, SU(S) HISTORIA(S) Y NOSOTROS Desde principios de la dcada de 1970, tanto la etnologa como la antropologa histrica dedicadas al estudio de las poblaciones indgenas del con5
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tinente americano se han enriquecido notablemente. Adems de haberse multiplicado, las investigaciones sobre las realidades sociales de los pueblos nativos se han llevado a cabo de manera ms coherente y sistemtica. Por su parte, los estudios latinoamericanistas sobre fenmenos sociales tan fundamentales como la guerra, el estado, el parentesco, el shamanismo, la historicidad de los pueblos no-occidentales o las conceptualizaciones indgenas del medio ambiente han tendido a alimentar la reflexin antropolgica ms all del rea cultural considerada. Con respecto a la antropologa histrica, la fecundidad de una aproximacin que combina los mtodos y perspectivas de la historia y de la etnologa ha permitido, por un lado, restituir a las sociedades amerindias un poco de su espesor sociohistrico y, por otro, ha conducido a la elaboracin de nuevos objetos y problemas de estudio. El uso de papeles de archivos que no haban sido explotados hasta hace poco, as como la relectura de crnicas y relaciones de la poca colonial desde una ptica y un cuestionamiento propiamente antropolgicos ha contribuido a hacer emerger progresivamente nuevas facetas del llamado Nuevo Mundo: las facetas negra, mestiza, indgena, marrana, etc. 6. No hace falta precisar que estos progresos se hicieron con rupturas, retrocesos, tensiones y confrontaciones. En primer lugar porque no es fcil dar cuenta de las prcticas de los agentes sociales subalternos. Pero tambin porque durante mucho tiempo tanto antroplogos como historiadores velaron cuidadosa y celosamente por la especificidad de sus respectivas disciplinas y reprodujeron fronteras disciplinarias rgidas que los mismos hechos sociales estudiados conducan a permeabilizar. Por otra parte, es preciso recordar que la complejizacin del abordaje etnohistrico relativo a las dinamcas socioculturales del Nuevo Mundo no solo remite a la lucidez de los investigadores o a la voluntad de alejarse del sentido comn y del sistema de representaciones dominante en cuanto a la naturaleza de las sociedades indgenas y latinoamericanas coloniales y republicanas. El movimiento de renacimiento indgena, las luchas alrededor de la definicin de la nocin de cultura, las crticas posmodernas a los modelos estructuralista y marxista, as como tambin la puesta en tela de juicio del paradigma estatal y nacional en un mundo desde ahora vivido y conceptua6 Desde este punto de vista, la segunda mitad de la dcada de 1960 y la de 1970 representan un momento capital para el desarrollo de la antropologa histrica latinoamericanista. Al historizar el estructuralismo y romper con un funcionalismo ahistrico, sin volver a las conjeturas histricas del evolucionismo ni caer en el neohistoricismo, los investigadores de esa poca sentaron las bases de la etnohistoria entendida a la vez como reconstruccin de los procesos histricos de los pueblos indgenas y como restitucin de la historicidad indgena.
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lizado como globalizado contribuyeron de manera crucial a la transformacin de las perspectivas de estudio en antropologa histrica durante las dos ltimas dcadas 7. Por lo tanto, son las luchas, los jeux y enjeux polticos y culturales del presente los que condujeron a una relectura del pasado colonial. Desde ese punto de vista, resulta lgico que algunas preocupaciones en cuanto a la naturaleza de los contactos interculturales solo se encuentren en estado embrionario en los primeros textos de Wachtel. De hecho, Los Vencidos y De la Aculturacin fueron precisamente redactados en una poca en que las crticas posmodernas, el renacimiento indgena y la crsis de los modelos desarrollistas e ideolgicos europeos se encontraban en un estado incipiente. Mencionaremos cuatro aspectos sobre los cuales la investigacin latinoamericanista nos parece haber experimentado una reconfiguracin notable desde la publicacin de Los Vencidos: 1. El anlisis de los cortes operados por los colonizadores en el cuerpo social indgena con el fin de pensar, clasificar, controlar y diferenciar cultural y socialmente a los grupos nativos. 2. El estudio de las formas y razones de las guerras indgenas as como tambin el de sus transformaciones. 3. La reflexin sobre la naturaleza de los contactos intertnicos e interculturales en las zonas fronterizas. 4. La focalizacin del estudio sobre la emergencia de Mundos Nuevos en el Nuevo Mundo. Retomemos cada uno de los puntos que acabamos de mencionar.
CLASIFICACIONES COLONIALES Y ZONAS FRONTERIZAS Interrogarse sobre las clasificaciones coloniales es un prembulo imprescindible para quien desea evitar los escollos del etnocentrismo. Hoy resulta una obviedad afirmar que los conquistadores percibieron las realidades americanas a partir de sus propias categoras y que ms que descubrir, inventaron los mundos americanos. Observemos sin embargo que, hasta hace pocos aos atrs, el anlisis del orden del discurso colonial y de las operacio-
Sobre este tema vase la respuesta que Stuart Schwartz y Frank Salomon dieron (LHomme 2003:167-168) a la resea que Claude Lvi-Strauss escribi sobre la Cambridge History of the Native Peoples of South America.
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nes de clasficacin y normalizacin operadas en las zonas llamadas fronterizas no se haba llevado a cabo de manera sistemtica y satisfactoria. Podramos incluso afirmar que hasta hace muy poco, los etnohistoriadores tendieron a perpetuar los dcoupages, denominaciones y procedimientos de pensar/clasificar las realidades indgenas presentes en la documentacin de la poca colonial y republicana. Al considerar los datos y las descripciones plasmados en los documentos coloniales como datos etnogficos que reflejaran el estado real de las sociedades indgenas a la llegada de los conquistadores, los especialistas contribuyeron a poblar las fronteras americanas de quimeras y participaron de la operacin de reificacin de las prcticas y representaciones indgenas. Demos un ejemplo concreto del mecanismo a travs del cual una cierta etnohistoria acrtica ha tendido a retomar, muy a menudo sin saberlo, el orden del discurso colonial. Consideremos la nocin de frontera. No parece a priori plantear ningn problema en particular. De hecho, los mejores libros dedicados a la historia del Nuevo Mundo suelen distinguir entre el centro y las periferias, los mrgenes o fronteras. Nocin neutra que sirve para describir una realidad que es la de toda zona de contacto, la frontera aparece como un estado natural, objetivo, como una nocin que adhiere perfectamente al fenmeno universal del contacto entre dos entidades poltica y culturamente diferentes. Hasta se podra decir que la frontera es usada en ciertos estudios no como una metfora que permite evocar el contacto, sino como el contacto mismo. Y creo que ah nos encontramos con un problema notable pues en realidad la frontera es una construccin (retrica, material, ideolgica) y el hecho de considerarla como un espacio, una institucin o un fenmeno social dado a priori impide interrogarse sobre la percepcin o a-percepcin del mundo indgena que ella implica. Pero para entender la naturaleza real de la frontera y para comprender en qu medida necesita ignorarse como tal, vale decir como espacio estructurante y dinmico que marca un lmite entre dos espacios heterogneos -el primero salvaje, nmade y poblado de gente sin ley, sin rey, sin fe, y el segundo civilizado, sedentario y en el seno del cual reina la polica- necesitamos dar un paso hacia atrs. Esta postura crtica que consiste en no tomar las cosas como dadas a priori nos permitir dar cuenta de los aspectos cruciales de este verdadero operador de civilizacin que representa la nocin de frontera, pues no cabe ninguna duda de que la frontera ha sido pensada y ha funcionado como espacio transicional. Adems, no solo consiste en un espacio. Es tambin, desde la perspectiva teleolgica presente en la documentacin, un espacio-tiempo de la transicin en la medida en que se considera a menudo que las poblaciones que viven ms all de la frontera, entendida en este caso como lmite, se encuentran en una etapa inferior del desarrollo de las civilizaciones. Ahora bien, pensar y construir la
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frontera como espacio-tiempo de transicin implica que se haya planteado en un primer momento la existencia de diferencias culturales y polticas esenciales entre los grupos que viven de cada lado de ese lmite. Es por ello que nos parece posible afirmar que antes de ser una frontera (en trminos de espacio transicional, permeable, fluido, sujeto a la circulacin permanente de personas, ideas y objetos) la zona de contacto fue pensada como lmite. Lo que queremos decir es que el lmite es lgica y cronolgicamente anterior a pesar de que puede existir a veces en concomitancia con la frontera. Una heterogeneidad de principio fue postulada en los primeros tiempos de la colonia y es en base a esta heterogeneidad que las realidades amerindias de los mrgenes del imperio fueron pensadas y clasificadas. Desde esa perspectiva, tanto los aucaes o araucanos del centro-sur chileno como los llamados tobosos del norte de Mxico no podan ser nada ms que unos cazadores-recolectores belicosos y nmades. Hoy sabemos que estas denominaciones no remiten a ninguna entidad tnica real dotada de un cierto nmero de atributos culturales, sino ms bien a categoras sociopolticas genricas. Sabemos, adems, que muchos de estos grupos fronterizos o de tierra adentro eran horticultores y sendentarios. El otro lado del lmite definitivamente era, en la mente de los colonizadores, el mbito del salvajismo: los indios que vivan ah no podan hacer ni ser otra cosa que grupos de gente que vagaban casi desnudos por el mundo de las sierras y de los montes, ignorantes de la idea de dios e incluso desprovistos de dolos, organizados en behetras, viviendo y comiendo como bestias, etc. Pensamos que solo tomando en cuenta estas operaciones de ensauvagement 8 preliminares es posible dar cuenta de las prcticas y de los discursos civilizadores que tienden a asentarse posteriormente en los espacios llamados fronterizos. Desde esta perspectiva parece ms pertinente hablar de un lmite que tiende a transformarse en frontera o de una frontera cuyo horizonte es no tener ms lmite a medida que se van implementando los mecanismos de inclusin e incorporacin de la alteridad a travs de la construccin de otro tipo de diferencia; una diferencia social ya no pensada en clave civilizacional pero s necesaria a la reproduccin de los mecanismos de explotacin y de extraccin de tributo. Por lo tanto, la misin de los intermediarios consiste en hacer desaparecer ese lmite con el fin de unir los nuevos grupos sobre una base sana y realmente universal 9.
8 El historiador francs Christophe Giudicelli analiza de manera magistral el proceso de chichimequizacin de los indgenas del norte de Mxico (Giudicelli 2000).
En 1641, el gobernador de Chile Francisco Lpez de Ziga dijo lo siguiente durante el parlamento de Quilln entre mapuche y autoridades espaolas: Hazeos cristianos y tengamos un corazn y una fe; que a menos que lo seas, no podemos tener unin verdadera;
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Observamos que este trabajo sobre la liminalidad se acompaa de sacrificios, de martirios y de un verdadero martiriologio, de batallas y toma de posesin rituales, etc. En fin, los dispositivos de conquista generan salvajes en los mrgenes y estos salvajes se encuentran reificados para ser finalmente incorporados a travs de mecanismos casi estndares que encontramos en todas las Amricas fronterizas: el requerimiento, la cruz, la capilla y el fiscal de indios son elementos centrales en la tecnologa de marcaje y apropiacin simblica del territorio indio, adems de la humillacin y deslegitimacin de los hechiceros indgenas, el discurso sobre el mundo salvaje nmade y canbal, etc. Todos estos dispositivos simblicos y discursivos deben ser interpretados como ritos de liminalidad y de construccin de alteridad. Parafraseando a Marcello Massenzio (1994) podramos decir que este espacio ritualmente cerrado se encuentra reconectado al espacio restante con el objetivo de imprimirle las marcas de una cultura particular. Los lmitesfronteras llegan a ser los emblemas de la cultura misma y no remiten necesariamente a una frontera territorial. Es una frontera social y cultural que sirve para identificar un ethnos que no se encuentra sistemticamente vinculado a un espacio fsico determinado. El lmite separa y luego, en un segundo tiempo y a travs de su metamorfosis en frontera, establece una relacin de sujecin poltica, de dominacin social, de control cultural y de explotacin econmica. Al considerar las fronteras como espacios dados a priori y las supuestas naciones que viven al otro lado de la frontera como entidades presentes desde siempre, los estudiosos han tendido a deshistorizar los actos de dominacin, construccin simblica y territorializacin realizados por los agentes coloniales 10. En fin, se tendi a invisivilizar y naturalizar los actos de dominacin y el colonialismo de la frontera a travs de un neocolonialismo acadmico que los nuevos intelectuales indgenas de hoy en da critican con legtima vehemencia 11. Al adoptar una perspectiva constructivista, varios trabajos recientes han puesto en tela de juicio esta aproximacin y han intentado dar cuenta de la manera cmo los ritos de conquista y colonizacin generan alteridad y
porque no hay unin entre las naciones si no es por la religin, y lo que las divide es la diversidad de la creencia y adoracin (de Ovalle [1646] 1696).
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Para un anlisis crtico de la continuidad entre clasificaciones coloniales y tipologas antropolgicas vase Boccara 2003, Mignolo 1995, Rabasa 2000.
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Para un anlisis del discurso colonial, de la violencia de la escritura y de la naturaleza oximornica de la nocin de conquista pacfica vase el estudio de Jos Rabasa (2000). Rabasa muestra cmo la conquista y la violencia se ejercen no solamente a travs de lo que el llama el hate speech sino tambin a travs del love speech.
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etnicidad. Sabemos, por ejemplo, que la identidad contrastada entre carib y arauca es producto de la conquista. Tambin se ha demostrado que trminos como chichimecas o araucanos son heternimos que no corresponden a entidades e identidades tnicas que hayan existido en la realidad. El principio de biparticin de las tierras americanas entre salvajes y civilizados as como tambin las operaciones de categorizaciones tnicas deben ser estudiadas en sus modalidades, procedimientos y efectos. No cabe duda de que la imposicin de un principio dominante y legtimo de visin y divisin del mundo indgena por parte de los invasores as como las prcticas, a menudo violentas, vinculadas a los ritos de conquista produjeron efectos profundos y duraderos en las sociedades indgenas. Estos efectos de contraccin del tejido social, de homogeneizacin cultural, de reificacin y de espacializacin remiten tanto a las geografas imaginarias occidentales como a los dispositivos de conquista y colonizacin. De manera que antes de abordar el estudio de los procesos de aculturacin de las sociedades de los mrgenes de los imperios se hace necesario aprehender los mecanismos a travs de los cuales el otro lado de la frontera (el indgena) se encuentra pensado, clasificado y creado por este lado de la frontera (el hispano-criollo). Podramos incluso interrogarnos sobre el valor explicativo de las aproximaciones en trminos de aculturacin para esclarecer los procesos de etnificacin y reificacin. Veremos ms adelante que el mismo problema se plantea cuando se abordan los procesos de etnognesis.
LAS GUERRAS INDGENAS Y SUS TRANSFORMACIONES Desde principios de la dcada de 1980, los estudios sobre las guerras indgenas se multiplicaron y enriquecieron. La interpretacin finalista de Pierre Clastres que vea en la guerra una pieza central del dispositivo antiestado de las sociedades primitivas por un lado, y la sociobiolgica de Napolen Chagnon que reduca el hecho blico a una historia de protenas por otro, han sido sustituidas por aproximaciones mucho ms sutiles y complejas. Aunque no cabe exponer ac en detalle los ltimos planteamientos antropolgicos con respecto a las prcticas y representaciones de la guerra en las sociedades amerindias; s conviene evocar, aunque sea brevemente, algunos aspectos de los estudios recientes que contribuyeron a una mejor comprensin de las dinmicas socioculturales entre las sociedades multiceflicas y las sociedades coloniales estatales y capitalistas. Observamos en primer lugar que varios estudios ven en la guerra el motor de la mquina social indgena. Institucin central en la produccin material y simblica de la sociedad la guerra, en tanto dispositivo de
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predacin, representa el lugar en el que se juega la definicin del Self y, por consiguiente, el espacio socio-simblico a partir del cual se determinan los distintos grados de alteridad. La guerra constituye as un dispositivo de produccin, captacin e incorporacin de la diferencia y de la exterioridad. Est vinculada al ejercicio de la funcin de shamn (guerrero de lo invisible) y remite a las concepciones energticas de las poblaciones amerindias (energa en cantidad limitada). De este modo, se ha llegado a plantear que la relacin guerrera era instituyente, en el sentido de que fue a travs de ella que el grupo se defini en tanto grupo y en relacin a otros grupos (Combs 1992). El carcter medular de la guerra de predacin o de incorporacin en las sociedades multiceflicas remitira al modo particular de definicin identitaria de esas, a saber: una identidad flexible, nmade, fluida que se construye en una relacin de apertura hacia el otro (Viveiros de Castro 1993). Esta guerra de incorporacin constituye as el vector de profundas transformaciones. Su naturaleza explica, en gran parte, tanto la extrema flexibilidad cultural que estas sociedades mostraron como los procesos de adaptacin y de restructuraciones que experimentaron durante el periodo colonial. As es cmo, a travs del estudio pormenorizado del cmo de la guerra, nos es posible entender el por qu de la resistencia. Una resistencia que, en razn del principio guerrero-predatorio que la anima, no es conservadora sino que se despliega en un movimento de adherencia de los indgenas a la historia. De forma que lejos de ser sociedades fras, muchas sociedades amerindias podran ser calificadas de extremedamente calientes. Constatamos aqu en qu medida la fecundidad de los estudios sobre la naturaleza sociocultural de la guerra contribuye a enriquecer nuestra reflexin sobre los procesos de resistencia y aculturacin en las zonas fronterizas. Ahora podemos dar cuenta de las lgicas estructurales que explican la rapidez de ciertos procesos de adaptacin y progresar en la explicacin del sentido de las praxis indgenas. Si bien esta perspectiva se inscribe en la continuidad de las hiptesis formuladas por Nathan Wachtel percibimos aqu que la naturaleza misma de la guerra indgena nos conduce a interrogarnos sobre el valor heurstico del concepto de aculturacin en situaciones en las cuales la dominacin colonial no se ejerce y en las que los indgenas buscan, sin embargo, identificarse con los invasores. As el cacique mapuche que adopta el caballo se deja crecer barba y bigotes, se viste con ropa espaola, come el corazn del cautivo sacrificado para captar su sustancia, colecciona los crneos-trofeos de los enemigos valientes, se casa con mujeres blancas e integra los individuos exgenos a su propia comunidad, parece trascender, por sus actos y representaciones, el campo explicativo e interpretativo delimitado por las aproximaciones en trminos de aculturacin. Eso se debe a algo que Nathan Wachtel ya haba remarcado en sus primeros trabajos, a saber: la
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ambigedad del concepto mismo de aculturacin. Al postular en primer lugar la existencia de una situacin en la cual la dominacin se ejerce efectivamente y, en segundo lugar, al inscribir la resistencia en la voluntad explcita de perpetuar una tradicin cultural se tiende a dejar escapar el hecho de que quizs sera mas pertinente distinguir entre la existencia de la heteronoma por un lado y la apertura a la innovacin cultural, por el otro. Segn mi punto de vista, estas cuestiones merecen ser profundizadas pues si bien en las ltimas dcadas el concepto de aculturacin ha tendido a caer progresivamente en desuso hay que reconocer que es ms por asuntos de moda y de political correctness que por haber sido sometido a un anlisis crtico real. El segundo aspecto sobre el cual las investigaciones de los ltimos aos han tendido a romper con las interpretaciones tradicionales y reductoras del fenmeno guerrero tiene que ver con la relacin existente entre guerra y comercio. Respecto a este asunto, fue Pierre Clastres quien llam la atencin sobre el hecho de que la guerra no era un drapage o accidente de la sociedad primitiva (1980). La guerra no es intercambio que ha fracasado insiste el antroplogo francs, en contra del discurso del intercambio de Claude LviStrauss. Y si uno desea esclarecer el vnculo entre guerra y sociedad es ms del lado de la positividad de la guerra donde se debe indagar. Segn Clastres, el ser social primitivo es un ser-para-la-guerra y la guerra, del mismo modo que el intercambio o incluso lgicamente antes del intercambio, es una estructura de la sociedad primitiva. La guerra se encuentra en una posicin de anterioridad con respecto a la alianza y remite a un ideal autrquico y de indivisin de la sociedad primitiva. Aunque los anlisis clastreanos contenidos en las Recherches danthropologie politique que se inscriben en la continuidad de los planteamientos de La Socit contre ltat parecen hoy un poco reductores, en razn de su carcter finalista y esencialista existe por lo menos un aspecto que sigue teniendo pertinencia, a saber: la relacin existente entre guerra, comercio y sociedad. Hoy sabemos que la desaparicin progresiva de las guerras de incorporacin y de las diversas formas de canibaslimo ritual fue concomitante con la aparicin de formas de definicin identitaria radicalmente nuevas as como con la conexin de las economas indgenas a las redes comerciales capitalistas. Por lo tanto, parece absolutamente legtimo interrogarse sobre los vnculos entre la transformacin de la naturaleza de las economas indgenas (a travs de la monetarizacin, la produccin masiva para los mercados fronterizos, la participacin en el trfico de esclavos), la formacin de unidades sociopolticas macrorregionales, la emergencia de nuevos leaders que combinan y acumulan distintas especies de capital (poltico, econmico, cultural, social, informacional), la cristalizacin de nuevas identidades y la desaparicin de las guerras de captacin. La transformacin en la natura-
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leza de las guerras indgenas (de guerras de incorporacin a guerras de pillaje o razzia) as como el lugar central ocupado progresivamente por las alianzas polticas y los intercambios comerciales intertnicos deberan incitarnos a reconsiderar, en una perspectiva dinmica, los planteamientos de Pierre Clastres.
DINMICAS INTERCULTURALES EN LAS ZONAS FRONTERIZAS Desde principios de la dcada de 1980, los estudios etnohistricos dedicados al estudio de las relaciones interculturales en los mrgenes de los imperios han tendido a poner en tela de juicio muchos de los principios y concepciones relativos a la naturaleza de los contactos entre grupos de culturas diferentes. Entregando una imagen ms compleja de la dinmica sociopoltica y de la naturaleza de los contactos entre invasores y pueblos autctonos en la larga duracin, los estudios fronterizos han contribuido a corrernos del paradigma de la guerra permanente que postulaba la oposicin entre dos bloques monolticos y homogneos, a saber: los irreductibles salvajes, por un lado, y los violentos conquistadores y colonizadores, por el otro. Y de hecho, las cosas son ms complejas. Evoquemos brevemente algunos de los aspectos en los cuales la visin otrora dominante de la naturaleza del contacto euro-indgena ha tendido a transformarse. En primer lugar, observamos que las investigaciones recientes han contribuido a restituir toda su importancia a los fenmenos de mestizaje. La rpida emergencia de individuos, y a veces grupos, que se sitan definitivamente entre dos mundos y juegan un papel de intermediarios o passeurs representa un hecho central de la historia de la conquista y colonizacin del Nuevo Mundo (Bernand y Gruzinski 1993). El cuidado especial que se ha tenido en dar cuenta de los procesos de mestizaje no quita nada al carcter violento y arbitrario de la conquista y colonizacin. Tiende ms bien a aprehender los hechos de dominacin y resistencia en toda su complejidad. Sin la participacin de los mestizos (biolgicos, culturales y sociales), las empresas de dominacin social, sujecin poltica y explotacin econmica hubiesen sido, en muchos casos, imposibles. De modo inverso, vemos que los mestizos jugaron un rol crucial en las resistencias indgenas. Transgrediendo sus propias normas y optando por una vida ms libre en el seno de las sociedades indgenas, de los hinterlands, numerosos individuos tomaron el camino de la transculturacin (Giudicelli 2000, Hallowell 1963). Ellos jugaron el papel de mediadores entre indgenas e hispano-criollos, burlaron la mquina colonial y fueron el origen de la produccin de efectos perversos o no previstos por los agentes dominantes. Es as como, por ejemplo, los capitanes de
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amigos, agentes polticos de la Corona encargados de vigilar a las comunidades mapuche y de contribuir al proceso de normalizacin o civilizacin de las sociedades indgenas del centro-sur de Chile, se transformaron muy a menudo en consejeros de los caciques ms poderosos, casndose con mujeres indgenas de las comunidades que se les haba asignado y participando en el desarrollo del comercio ilegal que tenda a reforzar las capacidades blicas y econmicas de los grupos indgenas. Del mismo modo, la existencia de una poblacin flotante de mestizos vagamundos, malentretenidos y conchavadores en las fronteras del Bo Bo y de Valdivia permiti que los mapuche se abastecieran de ganado, armas y vino, a pesar de que las autoridades espaolas intentaron controlar los intercambios comerciales a travs del asentamiento de ferias y licencias y transformar el comercio en un arma poltica (Boccara 1999). Notemos que desde la publicacin de los primeros trabajos de Nathan Wachtel, y en parte gracias a ellos, las investigaciones etnohistricas han tendido a alejarse de una visin simplista y reductora de la conquista y colonizacin en trminos de oposicin entre dos bloques claramente definidos que habran obedecido a lgicas polticas y sociales radicalmente heterogneas sin que jams apareciera, en los intersticios de la historia, el desorden, lo imprevisto, la transgresin, la mezcla. En segundo lugar, me parece importante subrayar que el paradigma blico ha tendido a caer en desuso para caracterizar el tipo de relacin existente en las zonas fronterizas. Si bien es cierto que los primeros contactos fueron extremadamente violentos y mortferos, y que durante varias dcadas prevaleci la llamada guerra a sangre y a fuego (ntimamente ligada al trfico de esclavos indgenas), se ha podido establecer que otro tipo de instituciones de conquista y colonizacin tendieron a sustituir paulatinamente al dispositivo guerrero mientras aparecan nuevos espacios de comunicacin. Una vez ms no se trata de decir, como lo hacen los estudiosos de la corriente historiogrfica de los Estudios Fronterizos en Chile, que la era de la convivencia pacfica reemplaz a la era de guerra. Tampoco se trata de perder de vista el proyecto colonial de dominacin y normalizacin y dedicarse a restituir una visin encantada y depurada del middle ground 12. Se trata ms bien de separarse de la concepcin reductora del poder y de la dominacin como pura negatividad que se ejercera fundamentalmente a travs de la represin y de la violencia cruda. Pues el poder, como lo demostraron Michel Foucault, Gilles Deleuze y Pierre Bourdieu, sobre todo bajo su forma moder12
Sobre este tema vanse las acertadas crticas del historiador francs Gilles Havard (2004) a los planteamientos de Richard White relativos a la existencia de un middle ground en el Pas de Arriba (Pays den Haut, zona de los grandes lagos de los Estados Unidos y de Canad) durante el siglo XVII.
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na de ejercicio disciplinario es en gran parte creador y los procesos de dominacin y de imposicin de un arbitrario cultural se despliegan tanto a travs de la coaccin como a travs de la violencia simblica y de la participacin de los dominados en su propia dominacin, va la interiorizacin de normas, valores y disposiciones mentales que conforman los habitus de clase o tnicos. As es como conviene enfatizar el hecho de que la guerra no fue el nico medio usado por los invasores para sujetar a las poblaciones amerindias. En las zonas fronterizas, vale decir en las zonas donde la conquista por las armas haba fracasado y donde se mantena la soberana indgena, los europeos mostraron una gran capacidad innovadora. La misin, las instituciones de negociacin poltica (tratados, parlas, parlamentos), la educacin a travs de las escuelas para hijos de caciques, los agentes intermediarios de normalizacin y control (capitanes de amigos, comisarios de naciones, indios sendentarios, indios amigos), la creacin de nuevas formas organizacionales (caciques embajadores, cabezas de las naciones indias), el control del comercio, etc. fueron los dispositivos de saber-poder asentados por los agentes del estado con el fin civilizar, normalizar, y sujetar a los grupos todava autnomos. Las fronteras septentrional de Mxico, meridional de Chile, occidental de Argentina, caribea de Venezuela y Colombia y altlntica de Nicaragua ofrecen numerosos ejemplos de la implementacin de un diagrama de poder normalizador que tiende a continuar la guerra por medios polticos. Las misiones, los parlamentos y las ferias no constituyen espacios neutros de la libre comunicacin, son instituciones fronterizas que tienen como meta principal establecer un orden. Ellas participan de la elaboracin de la commune mesure, tienden a producir individualidades indgenas positivas y funcionales as como tambin a inscribir el poder en los cuerpos y en las almas de los indgenas creando de paso lo salvaje en los mrgenes del Imperio. Esta nueva gestin de las resistencias indgenas puede percibirse a travs de la transformacin del lxico utilizado para caracterizar los actos y movimientos indgenas sobre los cuales los invasores no tienen control. Los indgenas ya no son considerados, como en los primeros tiempos de la conquista, como unos guerreros indmitos que cometen crmenes de lesa majestad. Son percibidos como unos ladrones que realizan actividades juzgadas delictivas que tienden a perturbar el orden pblico. La implementacin de dispositivos de poder tales como la misin, el parlamento, etc. se acompaa de la elaboracin de un orden discursivo nuevo y de dispositivos de saber que tienen como meta registrar, censar, ordenar, cuadricular, territorializar, vale decir, conocer a la vez que construir el ser social indgena con el fin de poder actuar sobre este ltimo de manera eficiente y positiva. Estos mecanismos estatales contribuyen, sin lugar a duda, a reificar las prcticas indgenas, a simplificar el paisaje tnico y sobre todo a crear etnicidad. Hemos
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visto que las categoras tnicas o sociotnicas supuestamente prehispnicas han sido retomadas por muchos estudiosos quienes, a partir del sentido comn ordinario, han elaborado un sentido comn cientfico. Si nos dedicamos ahora a escudriar el revs de la frontera observamos que el hecho de abandonar el prisma guerrero nos permite tambin tomar en cuenta los procesos de adaptacin de las sociedades indgenas. Pues los indgenas de las fronteras no se parecen en nada al estereotipo del guerrero empedernido que se opone a todo tipo de cambio y que vela por la perpetuacin de unas tradiciones inmemoriales. Al igual que los colonizadores, los indgenas demostraron una gran capacidad de creacin. De guerreros temibles se transformaron en hbiles comerciantes y negociadores. Su resistencia armada y el mantenimiento de su autonoma les permiti embarcarse en una exitosa reconversin econmica y poltica. Y de hecho, es gracias a su insercin en los nuevos circuitos comerciales, va la ampliacin de su control territorial y su participacin en las negociaciones polticas en las cuales se aprovechaban de las tensiones internas de la sociedad colonial-fronteriza y de las rivalidades entre potencias coloniales que estas poblaciones lograron escapar a la dominacin, la explotacin y la sujecin. Por lo tanto, la resistencia se hizo posible gracias a cambios notables. Basta con citar los casos mapuche, chiriguano, guaycur, way, miskitu, yaqui, apache, comanche, kiowa, iroqus, seminole, cherokee, etc. para darse cuenta de que las resistencias y fronteras indgenas fueron mucho ms numerosas de lo que se pensaba en los aos 1970. Los espacios americanos bajo control indgena eran, en el momento de las guerras de independencia, extremadamente amplios. Ya hemos dicho que resistencia no significa preservacin de una tradicin inmutable. Los grupos indgenas que lograron sustraerse al yugo colonial experimentaron transformaciones importantes. Con el fin de escapar a la heteronoma se lanzaron en esta nueva historia que se haba abierto con la llegada de los europeos. El invasor, cuyo lugar estaba quizs ya inscrito en el pensamiento amerindio como lo plante Lvi-Strauss, se volvi efectivamente un elemento estructural de las sociedades indgenas de las fronteras y de las tierras adentro. Mencionemos finalmente un tercer aspecto que merece ser destacado: el estudio de una zona fronteriza es definitivamente parcial si no se toman en cuenta las otras fronteras frecuentadas por los grupos indgenas y las tan famosas como enigmticas tierras adentro o hinterlands. Sabemos que los efectos de la presencia europea se hicieron sentir mucho ms all de las zonas de contacto. Estos fenmenos de difusin son raras veces considerados a la hora de evaluar los procesos de adaptacin y las estrategias de resistencia de las poblaciones indgenas. Sin embargo, si queremos evitar el escollo del etnocentrismo se hace necesario restituir el conjunto de los puntos de
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vista y de los lugares a partir de los cuales se contruye el actuar indgena. Ms que de frontera parece que habra que hablar de complejo fronterizo, pues los indgenas no sometidos evolucionan en distintas fronteras. De hecho, es gracias a la combinacin de actividades diversas (guerra, pillaje, diplomacia, comercio) en espacios fronterizos distintos que los indgenas logran mantener su soberana y autonoma. Beneficindose de lo que podramos llamar unas ventajas comparativas varios grupos organizados en redes asientan prcticas sociales discriminantes ofreciendo as no uno sino varios revs de la frontera (Adelman y Aron 1999; Boccara 2005, 2002, 1998; Picon 1983). Estas prcticas hubiesen sido imposibles sin la existencia de los hinterlands, verdaderos laboratorios de las hibridaciones interindgenas y componente esencial en la estructuracin de los nuevos espacios macrorregionales 13.
NUEVO MUNDO, MUNDOS NUEVOS Los trabajos recientes en trminos de mestizaje, middle ground, etnognesis y etnificacin permiten evitar caer en el culturalismo antropolgico, esa forma duradera de esencialismo. No hace falta adherir al individualismo metodolgico para ver que la persistencia de ciertas acciones y prcticas rituales depende de la naturaleza de las instituciones y estructuras en el seno de las cuales esas primeras cobran significado y se despliegan. Si las estructuras no son congruentes con un cierto tipo de accin, y si eso tiende a agudizar las contradicciones y tensiones, cabe preguntarse por qu esas primeras tendran que perpetuarse de manera idntica a travs del tiempo. Los agentes sociales, a pesar de la fuerza o del peso de los procesos de socializacin, adaptan sus comportamientos a situaciones novedosas a fortiori cuando se encuentran confrontados a momentos de crisis (social, demogrfica, ideolgica) o a transformaciones profundas en la larga duracin. En tales casos la adaptacin llega a ser sinnimo de supervivencia material y social. Las leyes y estructuras sociales son regularidades limitadas en el tiempo y en el espacio que existen en la medida en que las condiciones institucionales subyacentes tienden a permanecer (Wacquant 1992: 42) 14. Por lo tanto, no tenemos por qu presuponer la inflexibilidad sistemtica de las construcciones culturales que emanan de los procesos de
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Para un estudio ejemplar de las dinmicas interindgenas en varios espacios fronterizos y en conexin con el hinterland pampino y nor-patagnico vase Vezub (2005).
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Les lois et structures sociales apparaissent comme des rgularits limites dans le temps
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socializacin y, sobre todo, su prevalencia en relacin a los cambios de situaciones y posicionamientos sociales y polticos en los cuales los individuos y grupos se encuentran en un momento dado de su historia 15. Por consiguiente, tenemos todas las razones para cuestionar las afirmaciones de algunos antroplogos segn los cuales lo esencial o la caja negra de una cultura se perpetuara a pesar de unas transformaciones sociales siempre interpretadas como superficiales (Galinier 2000) Podemos seriamente hablar de caja negra de una cultura cuando las condiciones materiales y sociales han sido sometidas a cambios radicales y cuando adems el estatus social, la inscripcin de un grupo social dentro una sociedad mayor y las formas de definicin identitaria han sido profundamente modificados? Cabe preguntarse en efecto si este tipo de etnologa, reivindicada como tradicional o vieillotte, no nos condena a caer en una nueva forma de esencialismo y primitivismo. Pero sobre todo parece poco adecuada para dar cuenta de los fenmenos contemporneos de reemergencia tnica que se despliegan ante nuestros ojos. En fin, el supuesto arcasmo de las sociedades llamadas primitivas pareciera ser ms bien el arcasmo real de una cierta antropologa 16. De hecho, el culturalismo antropolgico est ntimamente vinculado al primitivismo, vale decir a esta disposicin que conduce al observador a interpretar los mestizajes y cambios como algo superficial cuando solo se dispone de datos parciales con respecto a los contextos anteriores. Confrontado al mestizaje y a los procesos de etnognesis que conllevan transformaciones en las estructuras cognitivas y objetivas de una sociedad dada, no es raro encontrar el tipo de discurso antropolgico siguiente: esto se parece al mestizaje (o al cambio), tiene el sabor del mestizaje (o del cambio) pero no tiene nada que ver con el mestizaje (o el cambio) porque detrs de la superficie existe un significado escondido y permanecen estructuras simblicas de fondo. En contra de ese tipo de discurso, observar que no solo, de acuerdo al pensamiento existente en algunas sociedades amerindias, el hbito hace el monje (Vilaa 1999) sino que adems uno puede legtimamente preguntarse por qu razn debera postularse la existencia de estructuras simblicas de fondo presentes en algn cielo puro de las culturas (Sayad 1999).
et lespace qui existent aussi longtemps que les conditions institutionnelles qui les soustendent sont autorises durer (Wacquant 1992:42).
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Para un estudio acabado sobre las reestructuraciones sociales y la redefinicin del papel de las mujeres en las redes de parentesco espritual en el Oeste de los grandes lagos entre los siglos XVII y XIX remitimos al libro de Susan Sleeper-Smith (2001).
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Para una crtica similar acerca del arcasmo de una cierta antropologa vase Stuart Schwartz y Frank Salomon (2003).
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Obviamente, las superposiciones existen. Edward Spicer ya lo demostr con xito en su estudio pormenorizado del proceso de aculturacin de los indios pueblo (1961). Pero adems de no representar el tipo aculturativo ms comn se desarrolla en un contexto especfico del que hay que dar cuenta y, finalmente, puede coexistir en una misma sociedad con otros tipos de mezclas (integracin, fusin, asimilacin) que ocurren en mbitos diversos (Bloch 1998, Boccara 2000). Desde este punto de vista, Nathan Wachtel ya haba mostrado que las reestructuraciones que operan en un sistema social obedecen a ritmos diversos, lo que conduce a la produccin de desfases entre los niveles econmico, social, ideolgico y poltico. Precisemos para terminar que el anlisis histrico-antropolgico no tiene por qu ignorar los fenmenos indeterminados, enigmticos o los objetos hbridos que plantean problemas de fondo. Es por ello que las aproximaciones en trminos de mestizaje, etnognesis y etnificacin representan, en mi opinin, un aporte real a la produccin de un nuevo conocimiento etnolgico y etnohistrico pues, adems de permitirnos ir ms all de la dicotoma resistencia/aculturacin, dejan definitivamente atrs la perspectiva arcaizante sobre las sociedades indgenas y su devenir histrico. Parafraseando a Pierre Bourdieu dira que las estructuras no se despliegan en el aire sino que son la historia misma, materializada en las cosas y en los cuerpos. Precisemos para terminar este apartado que el hecho de hablar de mestizaje, middle ground, etnognesis y etnificacin no implica afirmar que las transformaciones sociales o la emergencia de nuevas formaciones sociales ocurran a partir del caos o de la nada cultural. La dificultad radica precisamente en la necesidad de entender los distintos sistemas sociales en presencia para dar cuenta de los efectos producidos por el contacto en contextos histricos especficos. Hablar de mestizaje o de middle ground equivale a interrogarse sobre la manera en que las estructuras objetivas y cognitivas de distintos sistemas sociales se ajustan, o no, en un contexto preciso de conquista y colonizacin. En fin, se trata de aprehender la doble historicidad de las estructuras mentales a travs de los procesos de ontognesis y filognesis. Con respecto a los conceptos de etnognesis y etnificacin solo notaremos que el primero remite a la capacidade de creacin y adaptacin de las entidades indgenas y a la emergencia de nuevas formaciones sociales (miskitu, mapuche, kiowa, seminole, way, etc.). El segundo sirve para caracterizar los dispositivos coloniales (de estado y capitalista) que producen efectos de normalizacin y espacializacin y participan de la creacin de lo tnico a travs de la reificacin de las prcticas y representaciones de las sociedades indgenas (Boccara 2002). Conviene precisar ac que no se pueden analizar los procesos de etnognesis sin abocarse, en el mismo movimiento analtico, al estudio de los procesos de etnificacin (Boccara 1998; Garca 1996, 1999;
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Sider 1994; Taylor 1991; Whitehead 1996, 1992). Etnognesis y etnificacin son las dos caras de un misma realidad. La separacin arbitraria de estas dos dimensiones de un mismo fenmeno remite, en ltima instancia, a la separacin impuesta por la divisin del trabajo y de las competencias entre las disciplinas etnolgica por un lado e histrica por el otro.
CONCLUSIN Al adoptar una aproximacin en trminos de resistencia/aculturacin, Nathan Wachtel asent una grilla interpretativa que dio resultados incuestionables. Hoy las ambiciones de los estudios fronterizos en particular y de las investigaciones en antropologa histrica en general parecen, por todas las razones mencionadas en este artculo, diferentes. Si bien es cierto que los fenmenos de resistencia y aculturacin se dieron durante la poca colonial nos parece que quedan por analizar muchos otros tipos de procesos sociohistricos: los mecanismos del mestizaje en los mrgenes de los imperios, las modalidades de los contactos interculturales y la emergencia de middle ground en los zonas fronterizas, la construccin material y simblica de las fronteras y la gnesis de new peoples a travs de complejos procesos de etnognesis y etnificacin, las hibridaciones interindgenas, etc. Notemos, sin embargo, que al plantear la existencia de una relacin dialctica entre resistencia y aculturacin Nathan Wachtel ya haba apuntado hacia esta perspectiva de investigacin. De hecho, sus trabajos ms recientes sobre los nuevos cristianos o marranos (1999) van en esa direccin. Sus anlisis sobre las fronteras interiores de la sociedad colonial o sobre el revs o el otro lado de los mismsimos colonizadores nos indican, una vez ms, que es hacia el estudio de la emergencia de nuevas lgicas (religiosa, econmica, poltica) que debemos volcar nuestra energa. Es dable notar que al igual que los marranos, los indgenas de las fronteras americanas no eran grupos dominados en el sentido estricto de la palabra. Evolucionaban entre dos mundos, controlaban amplias redes comerciales, practicaban el trfico de esclavos y haban hecho de la clandestinidad, del secreto, del contrabando, de la verdad oculta y de la mscara engaosa los elementos esenciales de su identidad y prctica social y cultural. Del mismo modo que los cripto-judaizantes fueron los precursores de una forma de conciencia juda casi laica, la neoindianidad y las estrategias de enmascaramiento desplegadas por los indgenas de las fronteras anunciaban una cierta forma de modernidad. Para concluir, dira que los estudios etnohistricos de las ltimas dos dcadas nos han permitido enriquecer y complejizar notablemente la aproximacin que se tena respecto a las dinmicas polticas y los procesos sociales
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y culturales fronterizos. Para resumir mencionar algunos puntos que me parecen dignos de destacar : 1. Se ha llegado a redefinir la unidad de anlisis y se ha planteado que resulta ms pertinente hablar de espacio o complejo fronterizo que de frontera stricto sensu. Vale decir que para entender las dinmicas polticas que se despliegan en esas reas de soberanas imbricadas, o de interpenetracin de varios espacios polticos, tenemos que ampliar la unidad de anlisis al espacio fronterizo entendido como regin que abarca varias fronteras y sus hinterlands. Por lo tanto tenemos que considerar los mecanismos de integracin intra e interregionales de un espacio fronterizo dado y restituir las cadenas de sociedades que participan de la estructuracin de ese espacio. 2. Al estudiar un complejo fronterizo se hace necesario dar cuenta de las representaciones que dan de ese espacio las autoridades coloniales pues los sistemas de clasificacin, las tipologas y representaciones del paisaje tnico-poltico que los europeos elaboran constituyen un elemento central en la construccin de la frontera como frontera, vale decir como espacio-tiempo de transicin. De ah la necesidad de analizar los procedimientos de construccin de una visin y divisin eurocentrada del mundo social indgena. 3. Se hace necesario emprender una etnografa histrica tanto de los indgenas como de los invasores. Los rituales de toma de posesin de las tierras americanas, las estrategias de sometimiento o los dispositivos de saber/ poder asentados por los colonizadores son tan importantes para entender las dinmicas fronterizas como las propias dinmicas indgenas. Tenemos que practicar una suerte de vaivn permanente entre los dos lados de una frontera especfica pues, en muchos casos, lo que es percibido como un espacio central y desconectado del resto del macro espacio fronterizo por los colonizadores, no es nada ms que un punto dentro de la geopoltica indgena global 17. 4. Los dispositivos de poder/saber no deben ser entendidos como dispositivos de homogeneizacin sino de normalizacin y diferenciacin. La creacin de un espacio cristiano unificado, o de un orden social uniforme, no
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Sobre este tema vase el estudio que el historiador Pekka Hamalainen (2001) dedica a la construccin del Imperio Comanche.
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pasa por la homogenizacin social sino por la imposicin de una norma social y la implementacin de mecanismos de subalternizacin. 5. Finalmente, el estudio de los procesos de etnognesis y etnificacin a nivel macro no debe conducirnos a menospreciar el anlisis microsociolgico de la redefinicin de las identidades va la formacin de nuevas redes sociales. La identidad social de los agentes individuales y colectivos se define tanto por su inscripcin en unidades polticas y tnicas macro como por su posicin dentro de un espacio relacional dado. Para evitar la reificacin o esencializacin se hace necesario dar cuenta de los vnculos entre agentes individuales as como tambin de la formacin de las identidades va el parentesco o las redes comerciales y polticas. Adoptar una perspectiva macro pero a la vez hilar fino permite reconstruir la doble dinmica en juego en los espacios fronterizos. A nivel macro, una poltica de imperio y de contrahegemona que delimita y define grupos o etnias; a nivel micro, una sociedad fluida en la cual existe una gran intimidad y fuertes vnculos entre indgenas, mestizos y criollos. Esa tensin entre la cristalizacin de las identidades y unidades sociales a nivel macro y la fluidez e interdigitacin a nivel micro, entre el paradigma de la alianza por un lado y el de la conquista y subordinacin por el otro, se manifiesta en la figura ambigua del mestizo y en la instauracin del middle ground. Ahora bien, aunque es cierto que los espacios fronterizos son propicios a la formacin del middle ground no hay que olvidar que siempre permanece una tensin estructural entre la alianza y las ambiciones colonialistas. Las zonas fronterizas son zonas de instauracin de un pacto colonial pero donde siempre permanece la voluntad de instaurar una paz hispnica. Si tuviera que proponer una definicin tentativa de la nocin de complejo fronterizo me arriesgara a plantear lo siguiente: un complejo fronterizo es un espacio de soberanas imbricadas formado por varias fronteras y sus hinterlands en el seno del cual distintos grupos -sociopoltica, econmica y culturalmente diversos- entran en relaciones relativamente estables en un contexto colonial de luchas entre poderes imperiales y a travs de las cuales se producen efectos de etnificacin, normalizacin y territorilizacin y se desancadenan procesos imprevistos de etnognesis y mestizaje. Fecha de recepcin: agosto 2005. Fecha de aceptacin: septiembre 2005.
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DEL DISCURSO OFICIAL A LAS FUENTES JUDICIALES. EL ENEMIGO Y EL PROCESO DE MESTIZAJE EN EL NORTE NOVOHISPANO TARDOCOLONIAL Sara Ortelli *
* Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET) - Instituto de Estudios Histrico-Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. E-mail: [email protected]
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RESUMEN Este artculo coteja el discurso oficial y el que emerge de los documentos judiciales, y discute quines eran los protagonistas de la violencia a fines de la poca colonial en la provincia septentrional de Nueva Vizcaya. El intenso mestizaje biolgico, social y cultural que evidencia esta problemtica no surge con claridad en todos los testimonios documentales. As, las fuentes judiciales permiten abordar y analizar la definicin del enemigo y constituyen una documentacin privilegiada para discutir ideas fuertemente arraigadas en la historiografa del norte de Mxico, e iluminar diversos aspectos de la dinmica interna de esta sociedad colonial. Palabras clave: mestizaje - enemigo - documentacin judicial - norte de Mxico.
ABSTRACT This article compares the official and judicial discourse, and argues about who were the protagonists of violence in Nueva Vizcaya, Mexico during late colonial times. The intense process of biological, social and cultural mestizaje implied in the above mentioned problem does not show clearly in the documental testimonies. Judicial sources enabled us to analyze the definition of enemy, and they were also essential to discuss some ideas deeply rooted in traditional historiography and to illuminate some aspects of the inner dynamics of this colonial society. Key words: mestizaje - enemy - judicial documentation - north of Mexico.
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Las fronteras hispanoamericanas coloniales han sido caracterizadas por la historiografa como zonas con un intenso movimiento de poblacin en las que abundaban los trabajadores itinerantes y los hombres sin residencia fija, fenmenos como el amancebamiento y la ilegitimidad eran frecuentes, y la lejana de los centros de poder permita que los mecanismos de control social y de justicia fueran ms laxos. Pero, al mismo tiempo, han sido reconstruidas a partir de modelos esquemticos y estticos, que entienden a los grupos socio-tnicos como organizados en compartimentos estancos, con escasa o nula relacin entre ellos. As, son contrapuestos indios y blancos, nmadas y sedentarios, indios de misiones y de paz versus no reducidos y de guerra. En ese contexto, la violencia es sealada como un fenmeno inherente a la realidad fronteriza y atribuida, casi exclusivamente, a los grupos indgenas no reducidos que, en el caso del norte novohispano de la segunda mitad del siglo XVIII, identifican a los apaches 1. Estas imgenes surgen, en gran medida, de la documentacin oficial, como los informes de funcionarios y autoridades civiles y militares asignadas a los puestos fronterizos, y de mineros y comerciantes con intereses directos en dicha zona. Segn estas fuentes, los objetivos que perseguan los apaches eran despoblar y dislocar la economa regional y acabar con el sistema colonial. Entre las acciones destructivas de las incursiones se destacaba el robo de ganado caballar y mular, que determin la presentacin de denuncias por parte de los perjudicados y gener documentos de carcter judicial. Tales testimonios permiten reconstruir un panorama tnico y social complejo que invita a abordar el problema del mestizaje, en tanto proceso de hibridacin biolgica, social o cultural. Este artculo coteja el discurso oficial y el que emerge de las fuentes judiciales y discute quines eran los protagonistas de la violencia a fines de la poca colonial en la provincia septentrional de Nueva Vizcaya.
Para un anlisis del problema de los apaches, vase Ortelli 2003: 79-140.
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El concepto de enemigo aparece con frecuencia en la documentacin colonial y defina en la poca a los no amigos, al declaradamente contrario y, entre ellos, al contrario en la guerra (Diccionario [1726] 1984: 84). Pero aluda tambin, de manera general, a quienes no participaran del modo de vida de los espaoles representado, fundamentalmente, en los asentamientos fijos y en la tradicin agrcola (Navarro Garca 1964: 375). Como seala lvarez, la identificacin de grupos enemigos sucedi varias veces en el mbito americano desde la llegada de los espaoles:
ya a principios del siglo XVI los caribes haban sido declarados tambin enemigos de la corona, y ms tarde igualmente los chichimecas de Zacatecas se veran enfrentados al fantasma de la guerra de exterminio a sangre y fuego, y sus apelativos se convertiran en algo as como sinnimos de indios de guerra. Tal fue lo que sucedi con los tobosos, y lo mismo sobrevendra ms tarde con los famosos apaches (lvarez 2000: 351-352).
Desde mediados del siglo XVIII, los apaches fueron identificados como enemigos externos porque atacaban al sistema colonial desde afuera, sin estar integrados a l. Sin embargo, las fuentes judiciales permiten establecer
2 Informe de Felipe Neve al Rey, Chihuahua, 1784, Archivo General de Indias (en adelante AGI), Guadalajara, 520; Ugarte y Loyola a Flores, 1785, Archivo General de la Nacin de Mxico, Ramo Provincias Internas (en adelante AGNM, PI), vol. 162, f. 242. El destacado es mo. 3 Bucareli a OConnor, Mxico, mayo de 1773, AGI, Guadalajara, vol. 47, f. 23, Center American History, Texas U. (en adelante CAH). El destacado es mo.
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que los apaches no eran los nicos ni los mayores responsables de la violencia desplegada en diversos asentamientos de Nueva Vizcaya 4. En efecto, las denuncias por robo de ganado describen a sectores de la poblacin que las autoridades provinciales crean formalmente integrados a la sociedad colonial y consideraban sbditos de la corona: una multitud de hombres y mujeres de heterognea composicin tnica y social, entre los que se contaban indgenas de pueblos y misiones que huan de manera permanente o temporal, negros, mulatos, lobos, coyotes, espaoles, trabajadores estacionales, vagos, desertores y fugitivos que conformaban bandas asentadas en las serranas, a salvo del control de las autoridades. Por estar integrados al sistema colonial, y en contraposicin a los apaches, los integrantes de las bandas fueron caracterizados como enemigos internos y, por su condicin de sbditos de la corona, fueron acusados de infidencia o deslealtad al rey (Diccionario 1984: 770). En la conformacin de las bandas confluan varios fenmenos que estaban presentes desde dcadas atrs y formaban parte de la dinmica de la sociedad neovizcana. Entre los aspectos que ms preocupaban a las autoridades provinciales se encuentran: la desercin de pueblos y misiones y la
4 Las acciones de los enemigos son mencionadas en la documentacin de la poca como hostilidades A qu haca referencia este concepto en el siglo XVIII? Hostil aluda a cosa contraria o enemiga y el trmino hostilidades se relacionaba con el dao que una potencia haca a otra estando ya en guerra, o antes de declararla formalmente. As, las hostilidades eran las acciones llevadas a cabo durante las incursiones de los enemigos en Nueva Vizcaya en un contexto de guerra declarada o incipiente (Diccionario 1984 [1726]: 460, Escriche 1998: 298). Entre las acciones caracterizadas como hostilidades la ms importante, por su recurrencia, era el robo de animales, principalmente mulas y caballos. Como acciones complementarias figuraban el robo de ropa y cargas de lea, harina y maz; la matanza de ganado vacuno y lanar; el asesinato de personas y la toma de cautivos. A medida que avanz el siglo XVIII, en un contexto de temor y exageraciones, fueron referidas como hostilidades circunstancias en las que aparecieran indios no reducidos en escena. Por ejemplo, en abril de 1774 un vecino inform como parte de las hostilidades que estuvieron en la loma cerca de Mapim veinte indios enemigos a las ocho de la noche, y todo lo restante de ella anduvieron alrededor de este expresado real tocando un tamborcito y un pito que los dichos indios acostumbran para bailar su mitote y que llegaron al ojito de agua llamado Santa Mara que est dentro de este real, donde dejaron unas sonajitas de hueso de venado ensartadas (Informacin relacionada con los desmanes cometidos por los brbaros, en el lapso de algunos aos, 1777, AHED, cajn 9, exp. 22). En este caso se trat -como el mismo testigo manifiesta- de uno de los ritos que formaba parte del mitote. Es muy probable que sea un dato correcto puesto que coincide con las fechas -el mes de abril- en que estas manifestaciones tienen lugar, actualmente, en la regin (comunicacin personal con habitantes de Santa Mara de Ocotn, Durango, abril de 2000).
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presencia de no-indgenas viviendo con los indios. As, en abril de 1805 el presidente de las misiones de la Tarahumara, fray Jos Mara Joaqun Gallardo, escribi un informe en el que describi la situacin y caractersticas de la poblacin asentada en las misiones de la provincia a cargo del Colegio Franciscano de Nuestra Seora de Guadalupe de Zacatecas 5. Este informe seala con elocuencia varios problemas que enfrentaban de manera recurrente las autoridades civiles y religiosas en ese rincn del imperio espaol en Amrica. As -lejos de constituir la repblica de indios pensada desde los primeros tiempos coloniales- los pueblos de indios y las misiones tenan una conformacin multitnica que inclua espaoles, mestizos, negros, mulatos y castas. En sus comentarios al Nuevo mtodo de gobierno espiritual y temporal de principios de la dcada de 1770 el gobernador de la provincia de Nueva Vizcaya, Jos de Faini, haba aconsejado que las reducciones donde se asentaran espaoles se dividieran de los indios por barrios, dejando entre ambos grupos espacios intermedios para evitar su contigua vecindad 6. Hacia la misma poca, fray Antonio de los Reyes elev al virrey Bucareli un informe acerca de la situacin de las misiones de la provincia de Sonora. Una parte importante de dicho documento est dedicada a describir que las misiones se encontraban amenazadas por espaoles y gente de castas que se establecan entre los indios. A principios de la dcada de 1770 las autoridades parecan asombrarse frente a un fenmeno que haba sido documentado, por lo menos, desde el siglo XVII: los pueblos y las misiones no eran comunidades cerradas, en ellas habitaban no solo indgenas de diversos grupos sino tambin espaoles, mestizos, mulatos, negros y gente de castas 7. Segn Reyes una de las causas
Representaciones del reverendo padre fray Jos Mara Joaqun Gallardo, presidente de las misiones de la Tarahumara sobre el estado de ellas y mejoras de que son susceptibles: providencias tomadas en consecuencia para poner en prctica las proposiciones de dicho prelado acerca de reducir los gentiles que habitan las barrancas de la misma tarahumara y las dictadas a consecuencia de acuerdo de la junta superior de real hacienda de 23 de abril de 1805, AGI, Mxico, 2736. Faini sobre nuevo mtodo de gobierno espiritual y temporal, 1773, AGNM, PI, vol. 43, exp. 2, f. 175v. En 1681 el obispo de Durango, Bartolom de Escanuela, observ la composicin heterognea de las misiones de tepehuanes: Hoy da hay muy pocos indios en estos pueblos [...] y en el mismo pueblo hay espaoles, mestizos, mulatos, negros esclavos, y libres sirvientes y trabajadores (Informe del obispo Escanuela al virrey, Durango, 13 noviembre de 1681, Mxico, Archivo Franciscano, Biblioteca Nacional de Mxico -en adelante AFBNCaja 12, exp. 200).
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principales de la decadencia y ruina de la provincia era la inestabilidad de los asentamientos de los no-indgenas de la zona, cuyos incesantes desplazamientos respondan a los vaivenes de la produccin minera. Deca Reyes:
Los espaoles comerciantes, mulatos, negros y todas castas, han entrado y entran en Sonora con el nico fin de utilizarse de lo que ofrece la presente ocasin en que se hallan las minas y placeres, hasta que se descubre en otra parte mayor utilidad 8.
Unos aos ms tarde el alcalde mayor del Real de Basis, Luis de Roche, afirmaba que en 1779:
por haberse minorado las leyes de los metales se hallaba tan reducido el nmero de operarios que no pasaran de cincuenta, y si se encontrase bonanza en una o dos minas, bastara este solo incentivo para que en el trmino de un mes pasasen de trescientos, y para que a proporcin acudiesen comerciantes y otras gentes que se ocupasen en las artes y oficios mecnicos 9.
La situacin que describa Reyes estaba presente tambin en la provincia de Nueva Vizcaya 10. Los pueblos no eran asentamientos estables y habitados solo por indios sino que la poblacin desplegaba una intensa movilidad que permita entrar y salir con facilidad, comunicarse con habitantes de otros pueblos y misiones, con los gentiles asentados en las barrancas de la Sierra Madre Occidental, as como con fugitivos, vagabundos y malhechores. Los gobernadores de los pueblos, quienes deban cuidar que no se produjeran deserciones temporarias o permanentes, participaban de la misma dinmica que sus gobernados 11. Esta dinmica aparece claramente reflejada en los documentos de carcter judicial que surgieron durante los interrogatorios realizados por el corregidor de Chihuahua, Pedro Antonio Queipo de Llano, a un grupo de
8 Noticia de las Provincias de Sonora, estado de sus misiones, causas de su ruina y medios para su reestablecimiento, formado por el Padre Fray Antonio de los Reyes, misionero apostlico de aquellas provincias y presentado al Exmo. Virrey de Mxico, 20 de abril de 1774, AGI, Guadalajara, CAH, f. 196.
Dictmen del asesor de la Comandancia General, Manuel Merino, 1787, AGNM, PI, vol. 69, exp. 6, f. 345v.
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Informe de Jesuitas de 1754 y 1764, William B. Stephens Collection, 66, pp. 17-19, Nettie Lee Benson Library, University of Texas at Austin.
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indios tarahumaras sospechosos de los robos de ganado que se verificaron en ese corregimiento entre 1772 y 1773. En esa oportunidad se fue demostrando que los indios de los pueblos, en teora reducidos y formalmente integrados al sistema colonial, mantenan una alta movilidad. Esta movilidad tena que ver, en muchos casos, con el modo de vida que caracterizaba a las sociedades indgenas desde los tiempos previos a la llegada de los europeos a las latitudes del norte y que luego continu. A partir de la implantacin del sistema colonial los indgenas combinaron temporadas de estancia en las misiones con momentos en los que se iban a las sierras a cazar y pescar (Uras 1994: 46 y 138). Este movimiento era particularmente notorio despus de las cosechas, cuando deban trabajar en los propios pueblos y misiones o en ranchos y haciendas de la regin como indios de repartimiento (Dunne 1948: 303). En efecto, muchos de estos hombres trabajaban de mandamiento en las haciendas de la zona, situacin que aprovechaban para obtener informacin, detectar a los animales y salir disimuladamente a ejecutar muertes y robos 12. El objetivo principal del robo de animales era -segn las propias declaraciones de los inculpados- intercambiarlos con los apaches por flechas, pieles y frazadas (Ortelli, en prensa). Las relaciones entre los habitantes de pueblos y misiones y los indios no reducidos fueron consideradas ocasionales, espordicas y poco significativas hasta bien entrado el siglo XVIII 13. A principios de 1773 Faini afirm que las armadas cuadrillas de stos [indios brbaros y apstatas] sean de
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Por ejemplo, a mediados del siglo XVII haban tenido lugar robos y muertes perpetrados por varios grupos de salteadores, entre ellos una banda de tobosos, negritos, salineros y tarahumaras capitaneada por un indio conocido como Jimnez quien le pasaba yeguas a los tobosos asentados en las inmediaciones del Bolsn (Causa contra Francisco, Antonio y Juan, naturales del Tizonazo, por haberse alzado contra la real corona, 1652, Archivo Histrico de Parral -en adelante AHP- Criminal, Parral, 159, 161v y 171v). En la tercera dcada del siglo XVIII un grupo de indios del pueblo de Tizonazo, actuaba al mando de Juan Cuete, robaba caballos de la hacienda de Ramos (Domingo de Rivas, Averiguacin practicada por el alcalde de Ind, 1727, AHP, Criminal, Parral, G-37, 1-2). A fines de la dcada de 1750 el capitn Jos Gabriel Gutirrez de Riva aseguraba que los apaches eran ayudados por los tarahumaras y expresaba que se teme que con la coligacin que los indios tarahumaras comienzan a tener con los enemigos, se alce la Tarahumara por la libertad de conciencia a que son inclinados sus naturales y se acabe de perder enteramente todo el reino (Certificacin del capitn Gabriel Gutirrez de Riva, Diligencias practicadas a pedimento del sndico procurador general de esta villa, 1759, Archivo Histrico del Ayuntamiento de Chihuahua -en adelante AHACH- Guerra, 2, 4, 56v; Carta de fray Pedro Retes, visitador de las misiones jesuitas, 1732, AHP, Administrativo, Parral, G-4; Certificacin del capitn Gabriel Gutirrez de Riva, Diligencias practicadas a pedimento del sndico procurador general de esta villa, 1759, AHACH, Guerra, 2, 4, 56v).
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tanto nmero como las de mulatos, lobos y otras castas 14. Desde ese momento se comenz a sealar que estaban involucrados en los ataques indios tarahumaras y tepehuanes, as como hombres de los ms variados grupos y castas. Con estas palabras, el gobernador reconoca que el enemigo no vena de afuera sino que surga de la entraa misma del sistema colonial y de grupos que, en teora, estaban formalmente integrados al mismo. Durante las dcadas de 1770 y 1780 los acusados de los robos, sus espas y cmplices, llegaron a sumar pueblos enteros. As, en 1788 el comandante general Jacobo de Ugarte y Loyola afirmaba que casi todas las desgracias que sufra la provincia deban ser atribuidas a los enemigos internos y aseguraba que la quietud y tranquilidad de Nueva Vizcaya pende esencialmente del exterminio de las cuadrillas de tales malhechores [conformadas por] los indios prfugos de las misiones y las gentes de castas infectas 15. A fines de ese ao elev informacin al virrey Manuel Antonio de Flores acerca de los insultos cometidos por los indios brbaros, entre los meses de enero y abril, en las distintas alcaldas mayores de la provincia de Nueva Vizcaya. De diecisiete incursiones solo una se relacion exclusivamente con los apaches. Casi todos los casos fueron atribuidos a tarahumaras y a tarahumaras mezclados con malhechores o infidentes. En menor medida, aparecan como culpables apaches mezclados con tarahumaras o con infidentes 16. De qu manera se determinaba la identidad de los enemigos? Entre 1778 y 1787, a pedido del comandante general Teodoro de Croix y en cumplimiento de una Real Orden, el teniente Jos Gabriel Gutirrez de Riva concentr la informacin recabada por los alcaldes mayores sobre las hostilidades ejecutadas por los indios enemigos en la jurisdiccin del Real de Parral. Ante todo, conviene sealar que los datos acerca de los ataques que se encuentran en los archivos son casi siempre dispersos y fragmentarios, de ah la relevancia de esta lista que otorga informacin sistemtica de las incursio-
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Ugarte y Loyola, 1788, AGNM, PI, vol. 128, f. 347v; El comandante general sobre hostilidades de los indios, 1783, AGI, Guadalajara, 517, nmero 905; Extracto de los insultos cometidos por los indios brbaros en la provincia de Nueva Vizcaya en los cuatro primeros meses de este ao, segn acreditan los partes originales de los justicias que en cuatro cartas dirijo al exmo. sr. virrey don Manuel Antonio Flores para su conocimiento y calificacin, Chihuahua, 1788, AGNM, PI, vol. 128, fs. 348-350.
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Ugarte y Loyola, Extracto de los insultos cometidos por los indios brbaros en la provincia de Nueva Vizcaya en los cuatro primeros meses de este ao, Chihuahua, 1788, AGNM, PI, vol. 128, fs. 393-397v.
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nes de los enemigos en una jurisdiccin de la provincia a lo largo de diez aos. Durante esa dcada (en la cual 1785 y 1787 aparecen sub-representados ya que sealan nicamente un caso para cada ao) se contabilizaron 85 incursiones 17. De los 85 casos se registra el dato de quines haban sido los culpables de los ataques para 77 de ellos y, como era de esperar, los apaches aparecen como los mayores responsables. Para William Griffen este informe es una prueba contundente del protagonismo de los apaches en las incursiones a Parral de las dcadas de 1770 y 1780 (Griffen 1979: 24). Sin embargo, esta informacin debe ser sometida a crtica. En el informe que le fue enviado a Croix, a partir de los datos recabados por los alcaldes mayores, pueden reconocerse dos partes. Entre 1778 y 1781 -salvo en dos ocasiones en que se mencion que se trataba de indios en octubre de 1779 y de tarahumaras en julio de 1781- se apunta, con un profundo grado de generalizacin, a que los atacantes eran apaches; se daba por hecho, sin ms y de manera apriorstica, que estos eran los responsables. En cambio, entre 1782 y 1787 se nota un esfuerzo -o, por lo menos, quienes registraban estos sucesos parecen haber contado con la informacin suficiente- por develar con mayor precisin la identidad de los protagonistas de las incursiones. En tales casos aparecen involucrados otros grupos actuando solos o en combinacin con los apaches. La primera vez que los atacantes aparecieron mencionados como tarahumaras fue el 21 de julio de 1781. En esa oportunidad el alcalde mayor declar que habiendo salido a seguirlos se reconoci fueron tarahumaras 18. A partir de 1782, como ya mencionamos, es mucho ms frecuente que sean sealados los autores con mayor grado de detalle y se asienta con frecuencia que la identidad pudo reconocerse porque se los persigui. Los indicios a partir de los cuales se identificaba a los protagonistas de los ataques eran: la clase de flechas (los enemigos eran apaches y tarahumaras segn las flechas que dejaron) 19, la vestimenta (segn el traje de los indios advirtieron ser apaches), la lengua (eran ocho y hablaban en tarahumara; vino uno que dice que hablaba en castilla [lase, en espaol]; no se pudo advertir la clase de los enemigos y solo si que solan hablar algunas razones en castilla,
17
Noticias que por orden del Caballero de Croix rendan los alcaldes de este real sobre las incursiones de los indios a esta jurisdiccin, durante los aos 1778 a 1787, AHP, Serie Parral, Southern Methodist University, (en adelante SMU), Guerra, G-32.
18 19
Noticias que por orden del Caballero de Croix, AHP, SMU, Guerra, G-32, f. 3v.
A pesar de las repetidas alusiones a las diferencias entre las flechas apaches y las tarahumaras no hemos encontrado descripciones que nos digan cmo eran estas armas y en qu consistan las diferencias.
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en tarahumara y en apache) y el color de la piel (uno era tarahumara y el otro era de razn por ser blanco) 20. As, la aparente mayora de apaches que, segn esta documentacin, incursionaron en Parral durante esos aos constituye una generalizacin que se desvanece al profundizar el anlisis, reconstruir el contexto y hacer una crtica de las fuentes. Los apaches poco tenan que ver con el intenso movimiento de hombres y mujeres que se registraba entre pueblos, misiones, haciendas y serranas, robando animales, escapndose a vivir a los montes, estableciendo comunidades tnicamente heterogneas al margen de la organizacin colonial, cuestionando y amenazando el orden que pretendan establecer las autoridades civiles, militares y eclesisticas. La violencia desplegada en Nueva Vizcaya estaba relacionada sistemticamente con las acciones de estas bandas y la alusin a los apaches era, en la mayor parte de los casos, un lugar comn que encubra un fenmeno que no provena del exterior del sistema sino que surga de la mdula misma de la organizacin colonial neovizcana. En los aos 80 el comandante general Felipe Neve afirm que la mayor parte, si no todas, las referidas hostilidades las han causado los reos de infidencia descubiertos en esta provincia 21, y agreg que delincuentes y malhechores solapaban robos y muertes atribuyndolas a los apaches que no las han cometido ni an tenido noticias de ellas 22. La lista de reos acusados de infidencia que se reproduce en el siguiente cuadro permite observar la heterogeneidad tnica de los hombres que participaban en los robos de animales e integraban las bandas. La situacin era ms grave de lo que las autoridades se haban imaginado y pronto comenzaron a darse cuenta de que el universo de personas que representaba el concepto general de enemigo interno, o infidente, era ms amplio y extendido de lo que haban supuesto en los primeros momentos. As como el gobierno espaol haba tratado de abarcar extensos territorios septentrionales, pero no tena sobre todos ellos un dominio verdadero 23; la sujecin y dominio efectivos sobre pueblos y misiones quedaba en entredi-
20 21
Noticias que por orden del Caballero de Croix, AHP, SMU, Guerra, G-32, fs. 8-11v.
Neve a Glvez, Novedades de Nueva Vizcaya, 6 de julio de 1784, AGI, Guadalajara, 520, nmero 22.
22
Informe de Felipe Neve a la Corona, Dictamen del asesor de la comandancia general, 1787, AGNM, PI, vol. 69, exp. 6, f. 353v.
23 Citado por Alessio Robles en Lafora, Viaje, p. 16, con base en el Dictamen del marqus de Rub, AGNM, Historia, 51. Rub habla de que parte de los dominios espaoles eran posesiones imaginarias.
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CUADRO 1. Extracto de la Lista general de los reos citados en todas las causas seguidas a los acusados de infidencia
Nombre Juan Juan Domingo Antonio Juan Jos Andrs Francisco Francisco Novoa Domingo Santiago Moreno Pedro Rafael Pascual Juan Mara Ramn Chacn Matas Pedro Gregorio Pedro Carichic Matachic Zape Pueblito junto al Oro Pueblo de origen Cuevas Cuevas Cuevas Cuevas Cuevas Satev Satev Santa Rosala Babonoyaba Joya Guadalupe Cuevas Cuevas Caractersticas alto, delgado, trigueo, picado de viruela, poca barba, narign pequeo, grueso, prieto, poca barba, viejo que pinta en canas cuerpo regular, delgado, trigueo, chato, es mozo chapetn, delgado, trigueo, mozo alto, grueso, trigueo, picado de viruela, lampio, ya hombre ya hombre, con una cicatriz en la frente, un poco picado de viruela, prieto mozo, lampio, color coyote, narign alto y gordote, trigueo, poca barba, hijo de Rosa alto y delgado, trigueo, poca barba, viejo, blanca la cabeza, casado con Mara alto, grueso, trigueo, lampio Cojo alto, delgado, coyote, lampio cuerpo regular, delgado, mozo, acoyotado, nieto del viejo Jacinto hijo de Jos Chacn, el manco alto, gordo, picado de viruela, prieto, lleva una mujer llamada Gertrudis, con una muchachita color coyote, chico de cuerpo, carga una mujer llamada Efigenia que vive en la otra banda del ro donde est un corral de vacas alto, delgado, coyote, picado de viruela, lampio, pelo corto, que le hacen de comer en casa de un vaquero de razn llamado Juan Pablo, que est casado con una mujer Mara, que tena un hijo que mat un rayo junto con el mayordomo Reyes de Sextn debajo de un lamo chico de cuerpo y gordito, color trigueo, pelo corto, poca barba, como de treinta aos, casado con Mara, hija de Anastasia ya difunta
Manuel Gamboa
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de razn, chapo, color trigueo, pelo largo, poca barba, como de treinta aos casado con Matilde hija de Juan Bueno alto y delgado, color coyote, un poco picado de viruela, hijo de Manuel y de Mara Antonia hijo de Manuel ya difunto y de Petrona, alto, delgado, rosadito, un lunar pequeo con pelos blancos en el cachete izquierdo, viva en un ranchito al lado de dicho pueblo alto, delgado, trigueo, ya hombre, le falta un diente muchacho de diez aos, hijo de Manuel del mismo pueblo coyote, alto, grueso, con una cicatriz en el cachete izquierdo desde junto al ojo hasta cerca de la boca, le falta el dedo chiquito de la mano izquierda de cuerpo regular, lampio, con una cicatriz en la pantorrilla de la pierna izquierda del lado de afuera alto, delgado, color trigueo, picado de viruela, lampio, viva en las minas del estao de Coneto, carga una mujer del pueblo de San Jos arriba de San Felipe llamada Juana Mara alto, delgado, medio bermejo, parece mulato en el cabello, carga una mujer llamada Mara padrastro del antecedente, de buen cuerpo, delgado, prieto, pinta en canas, carga una mujer llamada Teodora de cuerpo regular, delgado, prieto, picado de viruela, trae una mujer hurtada llamada Dolores alto, picado de viruela, prieto y barbn, muy de razn, trae una mujer hurtada del mismo pueblo llamada Mara alto, gordo, chato, feo y prieto, carga una mujer del mismo pueblo llamada Gertrudis que le dicen el coyote, alto y delgado, carga una mujer de San Ignacio llamada Gertrudis que era mujer de Antonio
Papigochic Chuvscar
Fuente: basado en rdenes del comandante general don Jos Antonio Rengel para la aprehensin de los acusados de infidencia y listas de los acusados, 1785. AHP, Guerra, G-13, Parral.
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cho cuando se verificaban las deserciones y la participacin de los indgenas y otros pobladores en actividades contrarias a los intereses coloniales.
Ms all de las evidencias generales y annimas han quedado registros documentales de dos grupos que actuaron en Nueva Vizcaya y que produjeron una enorme cantidad de folios de indagaciones judiciales, declaraciones de testigos, descripciones y cartas. A principios de 1773 un indio del pueblo de Guadalupe, en la jurisdiccin de Chihuahua, confes ante el corregidor su participacin en los robos de ganado y en las muertes de varias personas ocurridas unos meses antes en las inmediaciones de esa villa. Los caballos y las mulas obtenidos como botn haban sido entregados a los apaches 26. Unos das ms tarde, el alcalde mayor del valle de Santiago Papasquiaro aprehendi a cuatro indios sospechosos de haber robado animales 27. Aunque estos sucesos haban sido atribuidos a los apaches el desarrollo de las investiga-
24
Faini a Bucareli, 1773, AGNM, PI, 40, 12v; Declaracin de Alejandro de la Carrera, Expediente formado sobre colusin y secreta inteligencia, 21 de junio de 1773, AGNM, PI, 132, 19, 283-283v; Carta de Faini a Bucareli, 26 de junio de 1773, AGNM, PI, 43, 11-13. El destacado es mo.
25
Declaracin de un mulato capturado en la jurisdiccin de Batopilas, rdenes del comandante general don Jos Antonio Rangel para la aprehensin de los acusados de infidencia y listas de los acusados, 1785, AHP, Guerra, Parral, G-13. El destacado es mo.
26
Expediente formado sobre la colusin y secreta inteligencia de los indios tarahumaras con los apaches y excesos que cometieron en las inmediaciones de la villa de Chihuahua, 1773. Consulta del gobernador de Durango, Jos Faini, al virrey Don Antonio de Bucareli y Ursa, marzo de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 231.
27
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Fuente: Elaborado en el Laboratorio de Sistemas de Informacin Geogrfica de El Colegio de Mxico, en base a datos de la Carta Topogrfica 1:1.000.000 INEGI y Sara Ortelli. Adaptacin Iconogrfica Pedro Tissier-Argentina.
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ciones condujo al encarcelamiento de indios tarahumaras adscritos a pueblos considerados pacficos 28. El 23 de marzo se encontraban apresados en la crcel de Chihuahua veintids tarahumaras de los pueblos de Guadalupe, Babonoyaba, Satev, La Joya y Las Cuevas acusados de fungir como entregadores a los apaches en seis oportunidades. Nueve de ellos confesaron haber entregado mulas, caballos y ropa a cambio de flechas, un arco, un fuste (asta de lanza) y unas gamuzas 29. Como parte de la misma causa se esperaba que aparecieran otros doce sospechosos que estaban ausentes de sus pueblos 30. Francisco Carrasco, quien haba vivido seis aos con los apaches, declar en abril de 1773 que en varias rancheras haba visto indios tarahumaras encargados de darles noticias y consejos sobre la forma de realizar robos en el interior de Nueva Vizcaya 31. En el mismo ao entr a robar ganado en la hacienda de San Salvador de Horta, jurisdiccin de San Juan del Ro, un grupo integrado por 200 individuos, muchos de los cuales eran tarahumaras y uno de ellos fue reconocido como sirviente de la misma hacienda 32. Tambin un mulero que transitaba la zona asegur que el grupo que durante el mes de junio del mismo ao haba asaltado los pueblos de San Jernimo y San Antonio de Chuvscar estaba conformado por tarahumaras 33. Don Juan de San Vicente, vecino de la jurisdiccin de Chihuahua opinaba, al igual que Faini que se trataba de tarahumaras unidos con los apaches 34. El 4 de mayo de 1773 se haba tomado declaracin a 36 de los 90 presos encarcelados en el tiempo transcurrido desde el inicio de las indagaciones y se sospechaba la existencia de 140 cmplices entre tarahumaras, indios criados, cholomes y espaoles fugitivos de la justicia 35.
28 29
Correspondencia del corregidor de Chihuahua a Jos Faini, AGNM, PI, vol. 42, exp. 2, f. 399.
30 31 32
Respuesta del fiscal Areche, 30 de abril de a1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 242v. AGNM, PI, vol. 73, exp. 1, fs. 11-12.
Oficio del alcalde mayor de San Juan del Ro, Francisco Ortiz de Saracho, 8 de mayo de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 257v.
33 34 35
AGNM, PI, vol. 41, exp. 6, f. 379v. AGNM, PI, vol. 41, exp. 6, f. 379v.
Oficio del corregidor de Chihuahua, Pedro Antonio Queipo de Llano, 4 de mayo de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 248v. La nacin cholome aparece registrada en la Carta del maestre de campo don Jos Francisco Marn al conde de Galve, Parral, 30 de septiembre de 1693, en AGI, Guadalajara, 67-4-II (Valds 1995: 105-106).
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Los testimonios que en 1773 surgieron en esta causa por robo de ganado seguida por el corregidor de Chihuahua, Pedro Antonio Queipo de Llano, y el gobernador de Durango, Jos de Faini, permiten reconstruir las acciones del grupo liderado por los jefes Calaxtrin, el viejo, intitulado gobernador de las naciones hostiles y su hijo Calaxtrin, el mozo, ambos mencionados como apaches. El caso del grupo de Calaxtrin ha sido investigado por Merril quien lo caracteriza como la banda multitnica ms grande de las que operaban en Nueva Vizcaya en el siglo XVIII (Merril 1994: 126). El ex-cautivo Jos Toms de la Trinidad declar que la banda de Calaxtrin el viejo estaba conformada por cuatro rancheras: la principal de 300 hombres y las otras tres de 200 hombres cada una 36. Entre sus integrantes haba brbaros apaches, gileos, apstatas tarahumaras de los pueblos reducidos, mulatos, lobos, negros y coyotes 37. La organizacin era de tipo militar y Calaxtrin tena sus favoritos a quienes mantena cerca de su persona, entre ellos un coyote llamado Francisco Lozano que haca de teniente, otro coyote llamado Carrillo y un negro que tena el cargo de alfrez 38. Cada grupo estaba al mando de un capitn que en general era tarahumara 39. Uno de estos capitanes, hombre de 40 aos originario del pueblo de Santa Mara de las Cuevas y vecino del de Las Bocas, conocido como Tortuga estaba a cargo de cinco o seis grupos 40. Su captura se haba producido junto con la de otro compaero y dos indias, una de las cuales llevaba los zapatos de Hilario Terrazas, vecino que haba sido muerto por los enemigos das antes. Este elemento hizo que se pudiera trazar una relacin con los enemigos 41. Ms detalles acerca de las acciones de los grupos que integraban la banda de Calaxtrin surgieron de los interrogatorios a los reos Jos del Ro y Jos Manuel Moreno de los Reyes, ambos mulatos y trabajadores de campo. Segn los testimonios la banda estaba compuesta por negros, mulatos, lobos, coyotes, tarahumaras, cholomes de los pueblos reducidos e indios de Tizonazo identificados como tepehuanes 42. Tambin la integraban mujeres tarahumaras,
36
Relacin del cautivo Jos Toms de la Trinidad, que logr liberarse, 17 de julio de 1773, AGNM, PI, vol. 43, exp. 1, fs. 193-193v. Declaracin del reo Alejandro de la Carrera, 21 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 132, fs. 283-283v.
38 39 40 41 37
Declaracin del reo Alejandro de la Carrera, f. 283. Relacin del cautivo Jos Toms de la Trinidad, fs. 193-193v. Declaracin del reo Jos del Ro, 21 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 288.
Declaracin de Manuel Velsquez, vecino de Chihuahua, 11 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 310.
42
Carta de Jos Faini al virrey Bucareli, 26 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 43, fs. 11-13.
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vestidas como hombres, que saban manejar las armas con gran habilidad 43. Los hombres de razn iban a los ataques enmascarados ya que eran en su mayor parte fugitivos de la justicia 44. Entre ellos haba un espaol, Antonio de la Campa, que tena autoridad en el grupo y vesta un uniforme de presidial, lo que puede sugerir que se trataba de un desertor del ejrcito 45. El grupo de Calaxtrin estaba asentado en la sierra del Rosario, una lnea de montaas bajas y ridas, cerca del lugar donde se unen los actuales estados de Durango, Chihuahua y Coahuila. All tenan labores de maz de riego el cual era almacenado en sacos de cuero de caballo. Tambin sembraban frijoles, calabazas, melones y sandas y contaban con carne de caballo, de mula y de cbola y con pulque 46. Por los rastrojos y labrados viejos que se observaban en el sitio haca bastante tiempo que el grupo viva en esa sierra 47. El otro grupo que puede analizarse con cierto grado de detalle a partir de documentos judiciales es la banda que responda a Anicote. Los detalles fueron relatados durante un interrogatorio a Juan Jos Armenta, quien describi a una banda que actu durante muchos aos en la provincia (Ortelli 2004: 481-484). Este sexagenario declar que haba sido jefe de banda por espacio de una dcada, entre 1767 y 1777 48. Antes de unirse al grupo se haba desempeado como sirviente del padre del pueblo de Navogame. Durante un viaje a Parral fue invitado por cuatro indios tarahumaras hasta un paraje donde estaban establecidos ms de treinta hombres que respondan a Jos Ignacio Armendriz, espaol originario de Atotonilco, conocido como Anicote. Una vez que ingres al grupo fue amenazado de muerte si delataba al resto de los integrantes o hablaba de las actividades que realizaban. As, segn el testimonio del reo, el reclutamiento voluntario se convirti en la obligacin de permanecer formando parte del grupo.
43 44
Declaracin del reo Jos Manuel de los Reyes, 22 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 132, f. 300.
45 46
Declaracin del reo Jos Manuel de los Reyes, fs. 298v-299; vol. 43, f. 11.
AGNM, PI, vol. 43, exp. 1, f. 193v; Declaracin del reo Jos Manuel Moreno de los Reyes, f. 296. Merrill plantea que la economa de la banda de Calaxtrin era mixta, y se basaba en la captura de ganados complementada con algo de agricultura, caza y recoleccin de productos silvestres (Merrill 1994: 137).
47
Relacin del cautivo Jos Toms de la Trinidad, f. 194v. Diario de la marcha de Hugo OConnor, emprendida el 11 de junio de 1773, con la primera compaa de la expedicin militar de estas fronteras a fin de conseguir la pacificacin de los indios tarahumaras, AGNM, Crceles y Presidios, vol. 9, f. 167v.
48
71
La mayor parte de los inculpados declaraba que haba sido capturada por los indios. Segn Jos del Ro los enemigos lo haban hecho cautivo mientras cuidaba una milpa en el rancho de la Zarca y lo haban conducido por el circuito formado por la sierra del Chivato, la sierra Mojada y la sierra del Rosario 49. Tambin Jos Moreno de los Reyes haba sido capturado por un grupo de siete enemigos -dos ex cautivos integrados luego a la banda y cinco indios tarahumaras- que responda a Calaxtrin el mozo. Sin embargo, la nocin de voluntad es relativa y se transforma con el tiempo. De hecho, muchos voluntarios pueden haber optado por integrarse al mundo indgena como nica solucin a la situacin de ilegalidad en la que vivan en su sociedad de origen; es paradjica esta situacin de incorporacin voluntaria pero forzada por las circunstancias. Al mismo tiempo, muchos cautivos (los involuntarios) que ingresaron a las rancheras forzadamente terminaron integrndose y decidieron permanecer entre los indios de manera voluntaria (Saignes 1989: 13-51). La banda de Anicote se asentaba la mayor parte del tiempo en la sierra de Barajas, paraje spero que le permita refugiarse despus de cometer ataques y en el que se estableca con ms frecuencia, aunque en ciertas temporadas (como durante los tiempos de fro y lluvia) cambiaban de sitio 50. Estaba integrada por ms de 100 hombres, entre los que se contaban tarahumaras, espaoles, mulatos, negros, coyotes, gente de castas, gentiles, huidos de los pueblos y misiones, malhechores y fugitivos de la justicia 51. En la informacin referente a las cuadrillas y al robo de animales aparecen involucrados con frecuencia mulatos y, en menor medida, negros. Muchos de estos hom-
49 50 51
Declaracin del reo Jos del Ro, 21 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 132, fs. 289v-290v. Sandoval a Amesqueta, Papeles varios, 1777, AHP, Administrativo, Parral, G-16.
Felipe Neve al Rey, Chihuahua, 1784, AGI, Guadalajara, 520; rdenes del comandante general don Jos Antonio Rangel para la aprehensin de los acusados de infidencia y listas de los acusados, 1785, AHP, Guerra, Parral, G-13. Conviene destacar que no se trata de un fenmeno exclusivo del Septentrin. Daniel Santamara analiza este fenmeno para el caso del Chaco y expresa: estos grupos se integran con indios nefitos migrados temporariamente (o fugados definitivamente) de las misiones y una masa de espaoles, mestizos y mulatos. Todos ellos mantienen estrechos contactos sociales y culturales con el mundo aborigen chaquense, con el cual configuran progresivamente una sociedad mestiza ya plenamente reconocible en la segunda mitad del siglo XVIII. Esta convivencia multitnica que muchos funcionarios consideran casi siempre pacifica, no puede ser vista por las autoridades estatales ms que como una amenazante alianza militar y, simultneamente, como una fuente incontrolable de promocin y amparo del comercio ilegal, con perniciosos efectos econmicos, sociales y polticos (Santamara 1998: 16).
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bres se dedicaban a las actividades de pastoreo y arriera 52. En un informe elevado acerca de las incursiones de los indios en la jurisdiccin de Mapim, entre 1771 y 1776 casi todos los vaqueros y pastores eran descriptos como mulatos y lobos 53. Entre varios casos de negros y mulatos juzgados por el tribunal de la Inquisicin por pactos demonacos en el norte de Nueva Espaa se registra que la gran mayora eran vaqueros, y que en muchas ocasiones realizaban invocaciones para ser buenos en dicha actividad (Reyes Costilla y Gonzlez de la Vara 2001: 205 y 209-210). La incorporacin de afromestizos a los grupos de vagos y huidos, as como su adscripcin a actividades relacionados con el cuidado y manejo de animales, han quedado registradas en otros contextos del mundo novohispano colonial 54. La banda estaba organizada en tres grupos: uno a cargo de Anicote, otro de Juan de la Cruz Arvalo, conocido como Manta Prieta (originario de la misin de Santa Mara de las Cuevas) 55 y el tercero, que era el mayor de todos, fue puesto bajo el mando de Armenta. Los tarahumaras que formaban parte del grupo estaban capitaneados por un tal Roque, originario del pueblo de Carichic 56. Armenta confes que el grupo se dedicaba a robar. Su testimonio coincide con el de una india tarahumara, llamada Mara Paula quien asegur que el grupo asentado en la sierra de Barajas estaba integrado por ms de 100 personas que realizaban continuas incursiones para robar animales con especialidad los [hombres] de razn que no cesan de hacer campa-
52 53
Informe del gobernador de Nueva Vizcaya, 1773, AGNM-PI, vol. 43, exp. 1; f. 6.
Informacin relacionada con los desmanes cometidos por los brbaros en el lapso de algunos aos, 1777, Archivo Histrico del Estado de Durango (en adelante AHED), cajn 9, exp. 25, f. 3v.
54
Para finales del XVI y el siglo XVII hay evidencias de que participaban con xito en la ganadera como vaqueros o caporales en el actual estado de Guanajuato. Esto responda, segn una historiadora, a que muchos de ellos provenan de lugares donde se desarrollaba la explotacin del ganado vacuno. La calidad de buenos vaqueros de la poblacin negra fue aprovechada luego, a su favor, por los mulatos libres. Muchos de estos hombres escapaban a los malos tratos de sus amos y se iban a la zona de nadie, entre las fronteras de las audiencias de Mxico y Nueva Galicia, convirtindose en cimarrones que huan y se escondan de las autoridades (Guevara Sangins 1997: 158 y 165).
55
Aviso de condena de siete reos de infidencia, 1783, AGI, Guadalajara, 285, nmero 93. En una lista levantada en 1785 figura que el principal capitn de la ranchera era Jos Ignacio, un espaol nativo de Atotonilco (rdenes del comandante general don Jos Antonio Rangel para la aprehensin de los acusados de infidencia y listas de los acusados, 1785, AHP, Guerra, Parral, G-13).
56
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as y de introducir ganados y caballadas robadas 57. Al mismo tiempo, mantenan un modo de vida que los colocaba en una frontera entre dos realidades -la sociedad neovizcana colonial, en teora organizada y controlada por autoridades civiles, militares y eclesisticas, y el mundo de las serranas, espacios inaccesibles al dominio espaol- y les permita transitar permanentemente de una a otra. Los integrantes de las bandas eran, con frecuencia, trabajadores del campo que haban tenido anteriormente problemas con la justicia razn por la cual, desde haca tiempo, andaban como fugitivos, ausentes de sus lugares de residencia y de trabajo y se unan a los grupos asentados en las serranas. En efecto, ms all de lo que declaraban a las autoridades, en general se trataba de individuos que se ausentaban de sus lugares de residencia y de trabajo por problemas con la justicia. Por ejemplo, haca tres aos que Moreno de los Reyes se encontraba ausente de la hacienda de San Salvador por estar prfugo luego de haber asesinado a Jos Andrs Lpez, ranchero mayor de dicho establecimiento. Otro de los reos interrogados por Faini, un negro llamado Jos Rodrguez, declar que en principio fue hecho prisionero pero luego continu como voluntario, acompaando a los enemigos en las incursiones a las haciendas de la zona 58. Rodrguez tambin estaba huyendo de la justicia pues haba cometido un homicidio en la hacienda San Juan Bautista 59. Por estas razones cambiaban de nombre, mentan acerca de su lugar de origen y, durante las incursiones, se cubran los rostros con pauelos para no ser reconocidos. Para hacer ms creble la apariencia de apaches se tiznaban con carbn molido y almagre. Armenta, como responsable de una cuadrilla, llevaba consigo un saquito del ingrediente utilizado para tiznar y se ocupaba de que todos los integrantes cumplieran con tal premisa. Cuando iban a los pueblos se quitaban la ropa de apache y vestan de algodn con un paito en la cabeza, aparentando ser trabajadores y gente de buen vivir. Acerca de este fenmeno Felipe Neve comentaba que haba aumentado el nmero de facinerosos y malhechores y que agregndoseles muchos naturales fugitivos de sus pueblos y misiones forman cuadrillas y cometen robos, muertes y otros graves daos en que no es fcil averiguar los verdaderos autores porque
57 58
Declaracin del reo Alejandro de la Carrera, 21 de junio de 1773, AGNM, PI, vol. 43, fs. 6-6v; vol. 132, fs. 278v-279.
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ejecutndolos disfrazados en traje de apaches se atribuyen comnmente a stos 60. El tema del vestido es importante porque -junto con la lengua, el tipo de flechas y el aspecto de la cara- era una de las variables que se usaba para determinar la identidad de los atacantes. En el caso de la banda de Calaxtrin los atuendos eran variados. Antonio de la Campa se vesta como soldado de presidio y durante las ceremonias que precedan a las incursiones a las haciendas, los jefes de cuadrilla usaban calzones espaoles, que obtenan durante los robos 61. Algunos se vestan con cueros a la usanza de los apaches pero tambin hay referencias a individuos con trajes de manta, como las tarahumaras de la sierra 62.
que todos los pueblos de naturales se purguen y limpien de negros, mulatos, lobos y otras castas de gentes advenedizas, o vecinas, baldas, vagabundas 63.
En el norte de Nueva Espaa, como en otras fronteras coloniales, el criterio ordenador de los espaoles estaba basado en contraposiciones que intentaban dar cuenta de los indios de guerra frente a los de paz, y de los nmadas frente a los sedentarios 64. En la provincia de Nueva Vizcaya establecie60
rdenes de Felipe Neve, 1784, Archivo Municipal de Saltillo (en adelante AMS), caja 36, exp. 78; f. 1.
61
Bucareli a Arriaga, Extracto de las novedades ocurridas en las provincias de Nueva Vizcaya y Coahuila y de las noticias comunicadas por el comandante inspector Hugo OCconnor, agosto de 1773, AGI, Guadalajara, 514, nmero 1054.
62
Un ex-cautivo asegur que lo haban apresado diez indios vestidos de gamuza y manta como la que usan los tarahumaras de la sierra y que entre ellos iban comprendidos un mulato y un bermejo (AGNM-PI, vol. 73, exp. 1, fs.12-13).
63 64
Faini sobre nuevo mtodo de gobierno espiritual y temporal, f.161. El destacado es mo.
Cabe sealar que hasta hace pocos aos an se segua pensando en la frontera como un lmite que separaba dos sociedades. Segn esta concepcin era una raya o lmite de separacin, bien definida, que marcaba la transicin entre dos mundos diferentes, tan ajenos e irreconciliables, que slo se podan relacionar a travs de la violencia y de la guerra. En este trabajo frontera representa un espacio de encuentro, de interrelacin e interaccin entre dos o ms sociedades (Weber 1998: 148). Como bien seala un historiador, las fron-
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ron diferencias entre los habitantes de la sierra y los de las llanuras, quienes recibieron un extenso abanico de denominaciones. Por su modo de vida y organizacin, previos a los tiempos coloniales, los primeros se consideraron susceptibles de ser organizados en misiones y pueblos y fueron entendidos como integrados al sistema implantado por los conquistadores. Entre los grupos serranos mayoritarios se contaban los tepehuanes y los tarahumaras. Frente a estos grupos los nmadas habitantes de las llanuras se identificaron como apstatas, gentiles, brbaros e indios de guerra a los que era difcil organizar o reducir. En diferentes perodos los destinatarios principales de tales caracterizaciones fueron transformndose. As, como mencionamos, en el siglo XVII los tobosos irrumpieron en el escenario neovizcano como los violentos indios de guerra (lvarez 2000: 352-352; Guevara Snchez 1989: 62) y, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, las contraposiciones se expresaron entre los indios de la sierra (tepehuanes y tarahumaras) y los apaches. Estos criterios clasificatorios generales constituan una visin esquematizada de los grupos nativos de la provincia de Nueva Vizcaya. Desde el punto de vista del avance del poblamiento y de la incorporacin de los indgenas al sistema colonial los indios, establecidos en pueblos y misiones, pasaron a formar parte de los indios reducidos que estaban bajo la autoridad colonial y, por lo tanto, eran actores internos del rgimen. Frente a ellos los grupos no reducidos, los que quedaban fuera del sistema, se convertan en actores externos al mismo. A estas caracterizaciones se sum la de enemigo, cuando algunos grupos comenzaron a ser identificados como tales. En ese contexto, el tema del robo de ganado -atribuido a la violencia desplegada por los apaches y relacionado directamente con sus ataques e incursiones- permite discutir estas ideas y entrever el denso entramado de relaciones tnicas y sociales que atravesaban a la sociedad neovizcana 65. Para solucionar parte de estos problemas se insisti en la necesidad de poner en prctica controles estrictos sobre la movilidad de los indios a travs de varios mecanismos. Entre ellos: procurar que vivieran congregados y estuvieran custodiados de cerca por las autoridades civiles y religiosas, prohibir que se ausentasen de sus lugares de residencia por mucho tiempo y se trasladasen portando una autorizacin firmada por un cura o doctrinero, reubicar
teras hispanoamericanas eran zonas complejas de interaccin cultural, social, econmica, gentica, militar, poltica, religiosa y lingstica entre algunos grupos diferentes de gente (Stern 1998: 157).
65
Hemos profundizado el tema de las redes de robo de ganado en Sara Ortelli, Los circuitos (en prensa).
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a los indgenas que estuvieran fuera de sus lugares de origen y controlar peridicamente a los indios forasteros en pueblos y haciendas 66. El proceso de mestizaje que se advierte con claridad en los pueblos y misiones de Nueva Vizcaya obedeci a una situacin de hecho, con la que no parecan estar conformes las autoridades coloniales civiles ni religiosas. Las leyes de finales de siglo que venan a revertir tal orden de cosas -como la suspensin decretada durante la Visita General de Jos de Glvez en la dcada de 1760- no hacan ms que sancionar una situacin que ya se haba dado en la prctica. Por ejemplo, el pueblo de San Gregorio -que haba sido en sus orgenes una misin jesuita cercana al real de San Andrs, cedida al clero secular en 1753- es registrado a principios del siglo XIX como habitado por mulatos. En una causa criminal labrada en ese momento contra los habitantes de dicho pueblo qued asentado que Jos Pablo Snchez era de calidad mulato, aunque reputado por indio del pueblo de San Gregorio 67. Estos mulatos fueron acusados por el justicia de San Gregorio, Nazario Hernndez, como los instigadores de los continuos robos de maz y animales que se cometan en la regin. No eran legtimos indios sino mulatos, y el uno de ellos de los que llaman advenedizos o de distinta jurisdiccin 68. Sin embargo, el hecho de que San Gregorio estuviera habitado mayoritariamente por mulatos no impeda que funcionara como un pueblo de indios o que fuera reconocido como tal. Pero las autoridades locales no parecan estar de acuerdo en legitimar estas situaciones mediante leyes pues seguan dando argumentos en contra de la conformacin multitnica de pueblos y misiones. Una de las consecuencias de este escenario fue la formacin de parejas intertnicas, situacin que condenaba el gobernador Faini, quien en 1773 culpaba a los no-indgenas de:
enlazarse en matrimonio con indias que nacidas de sangre pura prolifican una mezcla contagiosa y de ndole depravada resultando que en los tiempos progresivos no pueda ya en algunos pueblos clarearse determinadamente cules sean indios engendrados de ascendencia legtima, porque todos casi descienden de una generacin inversa 69.
66
Faini sobre nuevo mtodo de gobierno espiritual y temporal, fs. 152, 161 y 167. Estas medidas no fueron privativas de Nueva Vizcaya sino que se extendieron a otras jurisdicciones del Septentrin y siguieron preocupando a las autoridades a lo largo del tiempo.
67 68
Causa criminal contra los indios del pueblo de San Gregorio, AHED, cajn 20, exp. 13, f. 14v.
Testimonio de Nazario Hernndez, Causa criminal contra los indios del pueblo de San Gregorio, f. 21.
69
Faini sobre nuevo mtodo, 1773, AGNM-PI, vol. 43, exp. 2, f. 168.
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Este proceso se refleja, por ejemplo, en la cuestin de la lengua. As, la castellanizacin de los indios de los pueblos y misiones operaba tambin desde momentos anteriores a las ltimas dcadas del siglo XVIII; es decir, cuando segn Uras se haba comenzado a desarrollar la medida de ensear a los indios la lengua de los espaoles. Durante la visita de 1732 a los pueblos de la jurisdiccin de Real del Oro el padre visitador anota que los indgenas de Zape entendan el castellano y algunos lo hablaban, los de San Miguel de las Bocas eran ladinos 70 y los de Tizonazo entendan el castellano 71. La movilidad no era un problema nuevo para las autoridades coloniales sino ms bien uno crnico. El padre Miqueo se quejaba de que los indios pasan tres partes del ao fuera de sus pueblos y no se sabe donde han estado en ese tiempo [...] muchos andan ausentes de sus nativos pueblos 72. En este sentido, gran parte de los problemas que aparecen reflejados en la documentacin de principios de la dcada de 1770 no respondan a una nueva coyuntura ni a una serie de acontecimientos inaugurados en los aos setenta, cuando los documentos oficiales hablan del descubrimiento de la participacin de diversos grupos tnicos y sociales en las bandas de robo de ganado y de las relaciones que unan a los indios de las misiones con los apaches y los gentiles 73. Estas ideas respondan a la manera en que los espaoles entendan el Septentrin y las relaciones entre los indgenas de distintas tradiciones culturales. Estos grupos no estaban aislados ni definidos por caractersticas estticas. Los serranos y los de las llanuras, los nmadas y los sedentarios, los agricultores y los cazadores-recolectores mantenan relaciones de intercambio y lo continuaron haciendo a pesar de los reacomodamientos y transformaciones que ocurrieron con la presencia espaola. Los lmites que traz el dominio colonial definieron a los externos y los internos, a partir de una nueva categorizacin y de una contraposicin que no tena sustento en la dinmica de la regin.
70
Este concepto se refera a el que con viveza o propiedad se explica en alguna lengua o idioma (Diccionario 1984 [1726]: 347).
71
Visita de misiones de la sierra de Chnipas, 1731-1732, Archivo Histrico de la Provincia de los Jesuitas en Mxico (en adelante AHPJM), documento 1020.
72 73
Carta edificante del padre Jos Mara Miqueo (s/f), AHPJM, documento 1566.
Recopilacin de las Ordenaciones para misiones, 1662-1764, AHPJM, documento 1020, f. 11.
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REFLEXIONES FINALES El tema del enemigo y el despliegue de la violencia en el Septentrin novohispano se vinculaba a un doble juego: su presencia surga, en gran medida, de la explotacin y las transformaciones del modo de vida que se cerna sobre los indgenas y que llevaba a que muchos buscaran medios alternativos de supervivencia al margen del sistema colonial. Al mismo tiempo, el enemigo era necesario para justificar algunos de los engranajes que movan a esa sociedad. Por debajo de estos problemas internos de Nueva Vizcaya operaba el negocio que significaba el robo, traslado y venta o intercambio de animales cuyos destinos finales, en ocasiones, se encontraba a muchos kilmetros de los lugares del robo, en sitios ubicados allende el Ro Grande del Norte, en los que era cada vez ms necesario el abastecimiento de ganado, especialmente caballar. En otras oportunidades los robos respondan a necesidades de abastecimiento locales, representadas fundamentalmente por la alta demanda de animales de la actividad minera. Las acciones emprendidas por estos grupos no deben incluirse necesariamente en el contexto de los movimientos de resistencia frente al avance y poder espaoles (Merril 1994: 124-126; Uras 1994: 88-90). En tal sentido, vale preguntarse hasta qu punto cuestionaban el orden colonial. As, Jones propone que en los territorios extremos del imperio espaol en Amrica -el norte novohispano y la frontera rioplatense- se registraron economas de ataque o invasin sorprendentemente parecidas. Para Jones, la naturaleza extralegal de las relaciones sociales y econmicas vinculadas a los ataques y la caracterizacin de los atacantes como enemigos segn el juicio colonial no invalida el hecho de que la participacin de los grupos indgenas no reducidos y considerados marginales al desarrollo del sistema colonial lo eran no en un sentido econmico (Jones 1998: 97-98 y 102). A travs de esta actividad se relacionaban e integraban a una serie de circuitos de intercambio y circulacin de bienes, vinculados al comercio regional clandestino de ganados (Ortelli, en prensa). En torno a esa actividad aparecen relacionados grupos de heterognea composicin tnica y social, fenmeno que contribuy a un proceso de mestizaje biolgico y sociocultural mucho ms profundo de lo que hasta ahora pareca posible en el norte novohispano. La violencia, el robo de ganado y la definicin del enemigo constituyen solo algunos de los hilos que integran la densa trama de la vida fronteriza y que, a veces, para el historiador es difcil desentraar. El intenso mestizaje biolgico, social y cultural que dibujan estas problemticas no surge con claridad en todos los testimonios documentales. En este sentido, las fuentes judiciales constituyeron una documentacin privilegiada que permitieron discutir ideas fuertemente arraigadas en la
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historiografa del norte de Mxico y arrojaron luz sobre diversos aspectos de la dinmica interna de la sociedad nortea colonial. Fecha de recepcin: julio 2005. Fecha de aceptacin: septiembre 2005. ABREVIATURAS AFBN AGI AGNM AHACH AHED AHP AHPJM AMS CAH PI SMU Archivo Franciscano, Biblioteca Nacional de Mxico Archivo General de Indias Archivo General de la Nacin de Mxico Archivo Histrico del Ayuntamiento de Chihuahua Archivo Histrico del Estado de Durango Archivo Histrico de Parral Archivo Histrico de la Provincia de los Jesuitas en Mxico Archivo Municipal de Saltillo Center of American History, Texas U. Provincias Internas Southern Methodist University, Dallas
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NO HA TENIDO HIJO QUE MS SE LE PAREZCA AS EN LA CARA COMO EN SU BUEN PROCEDER. UNA APROXIMACIN AL PROBLEMA DEL MESTIZAJE Y LA BASTARDA EN LA RIOJA COLONIAL Roxana Boixads *
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RESUMEN El trabajo analiza el problema del mestizaje en relacin con la bastarda tomando a una familia de la lite riojana colonial -los Brizuela- como estudio de caso. La reconstruccin de los derroteros personales de mestizos, naturales e ilegtimos permite explorar los mecanismos de integracin familiar y los diferentes contextos de tolerancia y rechazo en el medio social local. Palabras clave: mestizaje - bastarda - familia - La Rioja colonial.
ABSTRACT This article analyzes the link between mestizaje and bastardy through the history of an elite family from colonial La Rioja, the Brizuelas. By recontructing the personal trajectories of some illegitimate or mestizo family members we were able to explore several strategies of family integration and also different contexts of rejection or tolerance in the local society. Key words: mestizaje- bastardy- family- colonial La Rioja.
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Las investigaciones de las ltimas dcadas sobre las sociedades coloniales hispanoamericanas han renovado y ampliado las perspectivas de anlisis sobre el tema de los mestizos y del mestizaje, mostrando la gran diversidad de aspectos que involucra este complejo proceso a lo largo de los siglos. A partir de preocupaciones comunes los avances pueden agruparse en reas; una de ellas se concentra en el problema de la miscegenacin, en tanto proceso biolgico de mezcla de razas, y la consecuente formacin de un sector social intermedio de mestizos y castas de creciente importancia durante el perodo colonial (Rosenblat 1954, Esteva-Fabregat 1995, Bernard 2001, entre otros). Otra analiza la presencia de estos mviles sectores o grupos en censos y padrones para mensurar su crecimiento, discutiendo adems los contenidos de significacin de las categoras clasificatorias que en estas fuentes aparecen -mestizos, cholos, zambos, mulatos, morenos, etc.- las que varan segn momentos y contextos (Castillo Palma 2001). Aportes ms recientes se sitan en el campo de la gestacin de un universo culturalmente hbrido que integra, de manera desigual, elementos del mundo indgena y espaol, creando y recreando contenidos y formas culturales diversos (Grusinzki 1995, 2000 y 2003). O bien en el terreno de la ideologa, en el anlisis del complejo y dinmico conjunto de principios, valores y creencias -diferenciales segn clase, raza y gnero- que configuran los criterios de autorreconocimiento y de clasificacin de las personas y sectores incluidos en el colectivo de las castas y mestizos (por ejemplo, Smith 1997). En el marco de estas amplias y complejas dimensiones del mestizaje como proceso y como problema se encuadran aproximaciones ms acotadas, como las que vinculan al mestizaje con la ilegitimidad (Seed 1991, Kusnesoff 1991) o bien las que enfocan el tema desde las relaciones de gnero y poder -cuya particular configuracin result frecuentemente el marco de generacin de los mestizos (Stolcke 1992, Stern 1999). ltimamente se destacan las investigaciones sobre los mestizos en su rol de mediadores socioculturales, como transmisores y partcipes de dos mundos, aproximacin que coloca en primer plano a las trayectorias individuales de estos pasadores y su insercin en cambiantes mosaicos contextuales (Bernand 1997, Ares Queija 1997, Moro 1997). En conjunto, el desarrollo de estas lneas de investigacin nos ofrece un panorama rico y multifactico del
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proceso de mestizaje, uno de cuyos intersticios nos proponemos explorar en este trabajo. La informacin que hemos reunido en el transcurso de nuestras investigaciones sobre familia, parentesco y lite en La Rioja colonial nos permite ensayar una aproximacin al problema del mestizaje en relacin con la bastarda o ilegitimidad, tema que ha sido analizado de manera exhaustiva debido a la importancia que reviste para las etapas iniciales de la formacin de la sociedad colonial. En sentido amplio, sabemos que durante los primeros aos de la conquista -y por razones conocidas- la mayora de los mestizos eran ilegtimos, motivo por el que ambos trminos se empleaban como sinnimos. Aunque las primeras generaciones de mestizos fueron generalmente integradas al mbito social y familiar de los padres, las siguientes comenzaron a ser discriminadas, en especial, debido a las limitaciones que la legislacin les impona para ocupar ciertos cargos y oficios y para heredar bienes de sus progenitores espaoles (Ares Queija 1997 y 2000, Marchena Fernndez 1994, Kusnesof 1991). Segn los casos, lugares y momentos, los mestizos e ilegtimos enfrentaron en mejores o peores condiciones el desafo de labrarse sus propios destinos, muchas veces ocultando su origen para recrear una identidad propia que, por lo general, no estaba exenta de ambigedades y conflictos al ser confrontada con los valores de la sociedad. De este modo, el estudio de las primeras generaciones de mestizos e ilegtimos posteriores a la conquista revela una enorme variedad de situaciones que solo se iluminan a partir de la reconstruccin de los derroteros personales (Bernand 2001). En este trabajo nos proponemos explorar la relacin entre mestizaje e ilegitimidad pero desde un ngulo poco estudiado hasta abora: el de las relaciones de parentesco que vinculaban a personas de condicin mestiza e ilegtima (tambin natural) tanto con sus progenitores espaoles como con el conjunto de consanguneos y afinales que componan su familia. A pesar de las diferencias que importaba en esta sociedad el pertenecer a la descendencia legtima o a la ilegtima de la familia, las mismas no negaban la existencia de lazos de relaciones entre ellos -de sangre- a travs de los cuales se integraban como miembros de una amplia parentela. Por lo tanto, nuestra mirada se focaliza en esta dimensin relacional donde se articulan las vidas de los mestizos e ilegtimos con la vida familiar; este abordaje a escala intermedia quiz nos permita comprender ms de cerca cmo operaban los mecanismos de generacin, integracin y discriminacin de este sector social, saltando la polarizacin entre el anlisis de los derroteros individuales y las caracterizaciones generales en torno a los mestizos. El planteo de este tema surgi durante la investigacin realizada sobre la familia Brizuela, una de las ms importantes de la lite riojana colonial
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(Boixads 1999 y 2003). Entonces ya reparamos en la existencia de personas que si bien portaban el apellido Brizuela no eran mencionadas por los miembros legtimos de esta familia en sus testamentos (o en la genealoga oficial). El registro de estos datos sueltos fue adquiriendo significacin en la medida en que aparecan otras referencias sobre ellos en fuentes diversas. Quines eran estas personas, cul era su filiacin, qu relacin tenan con la familia Brizuela, cmo y dnde vivan fueron las preguntas elementales que guiaron los primeros anlisis. Fue preciso identificar a cada uno de ellos, reconstruir los contextos de crianza y socializacin, tratar de definir sus condiciones sociotnicas y jurdicas -hijos naturales, ilegtimos, mestizos o no-, conocer de qu manera se integraban a la familia y a la sociedad local, si es que lo hacan. En particular indagamos acerca del rol jugado por la familia -los progenitores y otros consanguneos- en los procesos que conducan a situar a estos miembros espreos en determinados contextos sociales, estableciendo de alguna manera su ser en el mundo. A pesar de haber reunido un conjunto variado de fuentes que aportaban datos acerca de la familia Brizuela -lo que no es poco para una jurisdiccin que se caracteriza por la escasez de documentos del perodo colonial- obviamente los relacionados con los ilegtimos y mestizos resultaron pocos, fragmentados y difciles de reconstruir. Empero, fue posible identificar con certeza doce miembros espreos de la familia descendientes de tres personas distintas ubicadas en generaciones contiguas. Las vidas de cada uno de ellos fueron diferentes pero si se las observa desde la perspectiva de la familia a la que pertenecieron se advierten coincidencias que remiten a patrones comunes de relaciones, sentimientos, actitudes, disposiciones y comportamientos. Se requiere una breve resea de la historia de la familia Brizuela para contextualizar los casos de mestizaje y bastarda que se desarrollarn a continuacin 1. La historia comienza hacia 1630 con la llegada del hidalgo espaol Pedro Nicols de Brizuela (en adelante, PNB) a La Rioja, sacudida en ese momento por una rebelin indgena que afectaba a la zona sur de la gobernacin del Tucumn. Los mritos acreditados durante las guerras favorecieron su promocin -con los aos lleg a ser teniente general de la Gobernacin-, la obtencin de una encomienda y le franquearon el acceso a oficios de prestigio -como juez visitador, regidor, fiel ejecutor, entre otros-. A lo largo de treinta aos, Brizuela consigui reunir una importante extensin de tierras bajo su propiedad, buena parte de las cuales integraron el vnculo de Saogasta, pri1 Los clsicos trabajos de Armando R. Bazn (1979) y de Flix Luna (2004) ofrecen un completo panorama sobre La Rioja colonial, su historia, problemas y protagonistas.
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mer seoro fundado en tierras riojanas por disposicin testamentaria, en forma conjunta con su esposa Mariana de Doria en 1663. La hacienda de Saogasta produca trigo, aceite de oliva y en sus tierras se criaba ganado en gran escala para la comercializacin; esta fue probablemente la base de la fortuna de Brizuela que ascenda a 50.000 pesos en 1663, monto elevado para una regin marginal donde los recursos no abundaban. La reconstruccin de la historia de esta familia mostr una inusual articulacin entre la herencia unipersonal afectada al seoro y la herencia distributiva aplicada al resto de los bienes, modalidades que operaron de manera complementaria resultando ptimas para la reproduccin econmica y simblica de la familia Brizuela. Comprobamos que aunque todos los hijos legtimos del matrimonio (Blas, Pedro Nicols, Mara, Menciana, Paulo y Francisco) haban recibido una suma equivalente de bienes, uno de ellos Gregorio Gmez de Brizuela- fue elegido seor del mayorazgo, e investido de privilegios. La fundacin del vnculo creaba, entonces, una jerarquizacin dentro del grupo de hermanos encumbrando una lnea de descendencia -la de los herederos del vnculo- sobre las otras, al menos en trminos simblicos. Esto se evidencia en las clusulas y condiciones que PNB y su esposa establecieron en relacin con quines podan acceder al seoro y gozar de sus beneficios; no solo instituyeron un estricto orden de llamada para la sucesin sino que excluyeron del derecho a los descendientes manchados, aquellos que tuvieran mcula de moros, judos, herejes, indios o mulatos 2. Garantizando la limpieza de la sangre en los seores del vnculo preservaban la alcurnia del linaje de los Brizuela y Doria, apellido que los sucesores deban portar como rasgo distintivo de su condicin de nobleza. En las ltimas dcadas del siglo XVII, tanto el apellido Brizuela y Doria (asociado al mayorazgo) como otras formas combinadas (Gmez de Brizuela, Baigorri y Brizuela) e incluso la portacin del de Brizuela connotaban prestigio y pertenencia al sector de la lite y no solamente en La Rioja. Esto estaba a punto de ponerse a prueba. ***
2 El orden de llamada estableca como primer sucesor al tercero de los hijos legtimos de Pedro Nicols de Brizuela y Mariana de Doria, Gregorio Gmez de Brizuela, y a sus descendientes; en segundo lugar al ltimo de los hijos legtimos de la pareja, Francisco Gmez de Brizuela y a sus descendientes; en tercero, a Pedro Nicols de Baigorri y Brizuela, nieto de la pareja fundadora -e hijo mayor de Mara de Brizuela y Juan Martnez de Baigorri- y descendientes; en cuarto y ltimo, al segundo de los hijos de la pareja, Pedro Nicols de Brizuela y descendientes (Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 86, expediente 21; Boixads 2003).
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Pudimos reconstruir un primer caso testigo a partir de un pleito civil que tuvo lugar en La Rioja en 1683/4, en donde el alcalde Francisco de Herrera y Guzmn demandaba al indio Bayun de su encomienda por no haber pagado los tributos 3. Los casi 50 folios que componen este documento desvendan una historia fascinante, muy diferente a lo que sugiere el ttulo con el que fue catalogado. En verdad, el imputado indio Bayun era Andrs Gmez de Brizuela, hijo de Mara Chantn, india noble descendiente de caciques, y del general Pedro Nicols de Brizuela. Los testimonios aportados a la causa afirmaron de manera unnime que Andrs haba nacido tres aos despus de que su madre enviudara del tributario Felipe Bayun o Bayuniman y que se trataba de su hijo natural. Igualmente confirmaron que Andrs era hijo del general Brizuela, motivo por el cual llevaba su apellido. Andrs, hijo de india y espaol, era mestizo aunque este trmino no aparece en el documento; tampoco hay referencias acerca de su condicin de ilegtimo, circunstancia silenciada por los testigos. No caben dudas respecto a su ilegitimidad dado que naci hacia 1645, varios aos despus de que su padre se casara con doa Mariana de Doria quien sobrevivi a su esposo. Por lo tanto, Andrs era a la vez hijo natural por parte de madre e ilegtimo por parte de padre. Bastarda y mestizaje son las dos condiciones no connotadas por la fuente; los testigos presentados por Andrs para demostrar su identidad y la falsedad de la demanda (considerada maliciosa) obviaron mencionar las mculas que pesaban sobre su persona y que configuraban su ambigua posicin en el medio social local. Paradjicamente -y refirindose a Andrs-, el maestro don Lzaro de Villafae y Guzmn declar que Pedro Nicols de Brizuela no tuvo hijo que ms se le parezca as en la cara como en su buen proceder y trato. Este testimonio aporta un juicio valorativo contundente: a pesar de ser mestizo e ilegtimo, Andrs se pareca a su padre por su fisonoma y comportamiento, quiz ms que otros hijos legtimos y de sangre pura. Es ms, si este pleito no se hubiese producido, nunca habramos podido entrever las complejas dimensiones de la identidad de la persona que portaba el nombre de Andrs Gmez de Brizuela. Pero el caso de Andrs -como bastardo y mestizo- no fue el nico en la familia; en realidad identificamos a una primera generacin de descendientes bastardos de PNB compuesta, adems, por Miguel y Domingo de Brizuela. Dos rasgos comunes comparte este grupo de hermanos: todos llevan el apellido Brizuela -lo que muestra un explcito reconocimiento del padre como parte de su prole y familia- y todos eran ilegtimos. Sobre el primero se pue-
3 Archivo Histrico de Crdoba. Expedientes del Crimen. Juzgado Capitular, legajo 1, expediente 11 (1684).
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de afirmar su condicin de mestizo, sobre los otros la presumimos (fuertemente) Qu datos hay sobre la o las madres de estos hermanos Brizuela; dnde, cmo y en qu contextos se criaron? Sabemos que la madre de Andrs, Mara Chantn, form parte de un grupo de indios pertenecientes a la encomienda de Puluchn, administrada durante unos aos por PNB. Como sola ocurrir los tributarios en depsito trabajaban para el administrador -incluso la propia Mara- y, en este caso, en su chacra de la ciudad. Despus de la muerte de su marido, Felipe Bayuniman, Mara continu viviendo en la chacra de Brizuela; esta proximidad sin duda fue el marco para la relacin extramatrimonial de la que dos o tres aos despus nacera el primer mestizo documentado en esta familia. En algn momento madre e hijo se trasladaron -o fueron trasladados por PNB- a la casa de una familia vecina, la de Gregoria de Illanes quien viva con su esposo Francisco Nez Pinaso- y sus hijos. Instalados all, Andrs creci junto a las dos hijas menores de doa Gregoria quienes declararon que Mara era querida y estimada de la susodicha madre. Ms an, Andrs fue criado en esa casa por Juana lvarez de Correa, una especie de ama -posiblemente pagada por Brizuela- para atender a su hijo. Juana declar como testigo en la causa contra Andrs afirmando que este era hijo de PNB, y que por tal lo haba recogido. Andrs creci entonces en un hogar de espaoles cerca de su madre india, ya hispanizada, y de su padre siendo estas referencias los cuadrantes de su identidad. Andrs recibi, adems, educacin formal en las instituciones donde estudiaba la lite hispano criolla: en el colegio jesuita de La Rioja y en Crdoba donde se lo vio cursar en traje clerical. Sin haber concluido sus estudios regres a su ciudad donde fue nombrado ayudante en la milicia. Aos ms tarde fue electo alcalde de la Santa Hermandad por los miembros del cabildo, presidido en ese ao por su medio hermano Gregorio Gmez de Brizuela. Miguel, por su parte, tambin recibi educacin: su firma clara y de trazos definidos qued registrada en varios documentos donde ofici de testigo; en particular, en las visitas realizadas por su padre como juez a los pueblos de indios de La Rioja, en 1666. Indicio ste tambin de la estrecha relacin que ambos mantenan, al igual que la donacin en vida que su padre le hizo de las tierras de Aman. Nada sabemos en cambio, respecto a Domingo -y esta ausencia casi total de informacin es significativa en relacin a los otros dos casos- su nombre figura en una donacin intervivos que su padre hiciera a su favor meses antes de morir, donde se refiere a l como mi hijo. Salvo para el caso de Andrs, no contamos con informacin sobre la identidad de la madre -o madres- de este grupo de descendientes ilegtimos de PNB. Doa Mara Chantn afirm durante el pleito que para que constase y se supiese quin fue su padre y quin lo aliment dndole escuela y
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estudios, no excusando ni desdeando el hacerlo, por ser yo mujer noble como su padre, atendiendo a lo que el derecho le permita. Es decir, la preocupacin de PNB por Andrs se deba a su condicin de india noble - ntese que ella se presenta como una mujer de igual estatus social que PNB; nobleza indgena y nobleza hispana aparecen equiparados desde su perspectiva-, de ah que fuera su obligacin alimentarlo y educarlo. Pero vimos que PNB tom similares recaudos con Miguel; podemos colegir entonces que ambos eran hijos de la misma madre? Si esto fue as, es posible que PNB mantuviera una familia de manera paralela a la legtima; si en cambio sus hijos bastardos eran el resultado de relaciones ocasionales se infiere una actitud comn hacia Andrs y Miguel ya que les dio su apellido, los educ y les procur una ocupacin. Quiz esto se relacione con que para la sociedad espaola la nobleza o hidalgua se transmita por lnea paterna, incluso a los ilegtimos, sin que la condicin de la madre lo afectara (Ares Queija 1997). Sin embargo, esto no permite entender la actitud diferencial que tuvo respecto a su hijo Domingo, a quien aunque le don tierras para su sustento lo llam con esta sugestiva expresin: este pobre por serlo... 4. Justamente Domingo es el que parece haber estado ms alejado del padre y sabemos que muri en la ms extrema pobreza Fue Domingo un bastardo cuya madre era de condicin social inferior a la otra u otras progenitoras de Andrs y Miguel? Una esclava quiz? A pesar de estos matices, Miguel y Domingo recibieron tierras (Aman y Aicua respectivamente). Ningn testimonio da cuenta de que Andrs recibiera alguna suerte de herencia en vida; una afirmacin del sacerdote Lzaro de Villafae contenida en el pleito que protagonizara Andrs permite sospechar que este dispona de ciertos recursos: actualmente esta haciendo la iglesia del Seor Santo Domingo y gastado mas de tres mil pesos y que es limosnero y que este declarante lo ha visto por vista de ojos las limosnas que ha hecho. Los datos hasta aqu analizados muestran que al menos esta primera generacin de descendientes bastardos de PNB se cri en relacin directa con l y su familia legtima; no fueron negados ni ocultados y crecieron sabiendo quines eran. Recibieron educacin y ciertos recursos que les permitieron moverse dentro del contexto familiar mayor y, por ende, dentro del
Archivo de los Tribunales de La Rioja. Expediente de protocolizacin de las tierras de Aicua. El documento reza: Yo, el general Pedro Nicols de Brizuela he hecho donacin de esta estancia de Aicua [...] a mi hijo Domingo de Brizuela [...] y es mi voluntad que este pobre por serlo goce de un pedazo de tierra con que pueda sustentarse, folio 1. Fechado en Saogasta, 23 de enero de 1674.
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sector hispano-criollo. Esto es an ms claro en el caso de Andrs quien se present a s mismo de la manera siguiente:
yo nac del vientre de doa Mara Chantn, viuda mi madre [] soy amparado en los fueros que debo gozar y he gozado de espaol en cuya posesin me hallo amparado y como tal he procedido y estoy procediendo dando de mi persona muy bastante satisfaccin a todo el mundo. 5
La cita no deja dudas respecto de cmo Andrs se asuma como persona y qu lugar ocupaba en su sociedad. Sin embargo, es obvio que su identidad no se defina de manera autorreferencial, segn se aprecia en la ltima frase de la cita. Andrs deba demostrar con acciones concretas las seas de su identidad, construida para ser aceptado en el mundo espaol -y a todo el mundo-. Si el conflicto oblig a Andrs a exponerse pblicamente, descubriendo las mculas que con tanto esfuerzo y empeo esperaba esfumar, a la vez muestra que no todos en ese pequeo mundo estaban dispuestos a considerarlo como espaol. Es posible que su silencioso pero efectivo ascenso dentro del mundo hispano-criollo -su puesto en la milicia pero sobre todo, el nombramiento como alcalde de la hermandad; es decir, como un juez para el mbito rural- haya despertado resquemores en quienes cifraban sus privilegios de pertenencia al sector en la legitimidad y en la limpieza de la sangre Hasta dnde pretendera llegar Andrs si no se le impona un lmite? Atravesar ciertos umbrales liminales supona riesgos que, tal vez, Andrs no sospechaba: as, una falsa imputacin sirvi para desvendar su identidad y para apartarlo de la escena pblica. Por su parte, sus hermanos de igual condicin, menores que l en edad, se abstuvieron de hacerse notar: Miguel no super su condicin de ayudante de milicias y se retir a vivir en Aman; lo mismo ocurri con Domingo, instalado en la distante y desolada Aicua. Pero veremos ms adelante que no todos lograron mantenerse en un segundo plano de visibilidad; un miembro de la generacin siguiente debi enfrentar una situacin anloga a la de Andrs, hacia 1720. *** El segundo grupo de descendientes bastardos o naturales -tal vez tambin mestizos- se relaciona con don Gregorio Gmez de Brizuela, el tercero
5 Archivo Histrico de Crdoba. Expedientes del Crimen. Juzgado Capitular, legajo 1, expediente 11, 1684.
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de los hijos legtimos de PNB y el primer seor del vnculo de Saogasta. Casado con doa Isabel de Toledo y Pimentel, la pareja no tuvo hijos; sin embargo, Ana y Juan fueron hijos suyos aunque desconocemos la identidad de su o sus madres y las condiciones de sus respectivos nacimientos. Ana aparece citada en la documentacin en una cesin de tierras en el valle de los Capayanes -otra vez en el oeste riojano- que Gregorio hiciera a su favor en 1694 6. Aqu consta tambin que Ana tena un hijo llamado Diego Felipe de Contreras -a quien Gregorio menciona como mi nieto-, pero no hay referencias aqu sobre su condicin de casada, viuda o soltera. Otra fuente, de 1697, nos permite precisar la informacin pues en esta un sacerdote menciona a la hija bastarda de Gregorio de Brizuela cuyo marido, Bartolom de Contreras, era mayordomo de la hacienda de Saogasta 7; este grupo familiar viva en la hacienda, aunque no sabemos si en la misma casa que Gregorio y su esposa. Volvemos a examinar el documento de la cesin de tierras ya citado; se trata de una donacin efectuada por Gregorio a favor de tres personas de manera conjunta: su hija, su nieto y su sobrino carnal, Marcos Pez de Espinosa Cmo interpretar esta decisin y qu implicancias tuvo? y quin es este sobrino beneficiado por la generosidad de su to? En este punto fue necesario desplazar la atencin hacia Marcos Pez de Espinosa quien no lleva el apellido Brizuela pero pertenece a esta familia. No puede ser hijo de alguna de sus hermanas legtimas, todas casadas y establecidas fuera de La Rioja, cuyas descendencias portaban otros apellidos. La alternativa ms plausible parece ser que fuera hijo de una media hermana de Gregorio, es decir, de una hija ilegtima de PNB. Podra tratarse de Tomasina de Brizuela quien figura en la fuente de 1697 como la hija bastarda del general Pedro Nicols de Brizuela y que tambin viva en la hacienda o bien de otra cuyo nombre no ha trascendido. Sospechamos que PNB cas a esta hija con Juan Pez de Espinosa, viejo compaero de armas que seguramente estaba bajo su servicio o proteccin, y que Marcos Pez de Espinosa fue uno de sus hijos. Marcos, Ana y su pequeo hijo fueron as pioneros en el proceso de colonizacin de unas tierras en el oeste riojano, regin que haba quedado prcticamente despoblada desde el fin de la rebelin diaguita. Documentos posteriores muestran que en el mismo sitio viva como morador, ya anciano, Juan Pez de Espinosa, padre de Marcos. Otra fuente nos permiti identificar a un hermano de Marcos, Francisco Pez de Espinosa, casado con Leocadia
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Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 18, expediente 9. Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, EC 39, 1697. Gentileza Raquel Gil Montero.
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Brizuela, hija natural de Domingo de Brizuela -uno de los hijos ilegtimos de PNB- y heredera de las tierras de Aicua 8. Estamos ante un matrimonio de primos cruzados de peculiar condicin dentro del conjunto de la extensa parentela Brizuela; una estrategia que buscaba mantener estas heredades marginales en manos de los miembros bastardos, naturales y/o mestizos de la familia. Pero volvamos a Marcos quien tambin registra un derrotero ascendente de movilidad social, aunque acotado a espacios perifricos. Particip de las campaas al Chaco y obtuvo el grado de sargento mayor, superando a sus tos ilegtimos que una generacin antes solo haban alcanzado el grado de ayudantes (Andrs y Miguel). De regreso a La Rioja se instal definitivamente en el valle de los Capayanes, donde fue oficial de justicia y juez nombrado por el cabildo para actuar en comisin en aquellos lejanos parajes. Hacia 1722 Marcos debi defender la posesin de sus tierras ante un vecino de Beln que las pretenda suyas; los testigos presentados por Marcos dieron cuenta de que ste y su familia estaban establecidos all desde haca veintiseis aos -tiempo que coincide con la fecha de la donacin- y que gracias a su trabajo la tierra haba prosperado y atrado a muchos moradores a poblarla 9. Con el tiempo, sus parientes y descendientes se congregaron para solicitar la fundacin de la villa de Guandacol, hacia fines del siglo XVIII. As, estos miembros marginales de la familia -entre otras personas- resultaron fundadores de un pueblo acreditando ese honor para la posteridad. Con respecto a Juan de Brizuela, el otro hijo de Gregorio, contamos con ms informacin, tambin a raz de un proceso que lo tuvo por protagonista 10. Los datos reconstruidos permiten advertir que Juan se cri prximo a su padre y que recibi educacin, a juzgar por el estilo y redaccin de sus escritos ante la justicia. Se form en el oficio de tratante acompaando a su padre en las transacciones comerciales que realizaba vendiendo los productos de la hacienda (ganado, granos, vino) en Crdoba, Cuyo y el Alto Per lo que marca una opcin diferente en relacin con los destinos elegidos para los otros miembros no legtimos de la familia Brizuela. Es posible que Juan viviera en la hacienda de Saogasta; los testimonios de la visita de Lujn de Vargas muestran que para 1693 estaba all propinando castigos por orden de su padre a los indios que trabajaban (Boixads y Zanolli 2003). En 1705, ao
Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 19, expediente 19. Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 15, expediente 4.
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en el que muri Gregorio de Brizuela, tambin se encontraba en la hacienda acompaando a su viuda, Isabel de Toledo y Pimentel, lo cual prueba que ambos se trataban con familiaridad. Ms an, en 1723 Juan fue presentado como testigo por Francisco Pez de Espinosa a raz de un conflicto suscitado por la propiedad de las tierras de Aicua; all Juan se declar como hijo del maestre de campo Gregorio de Brizuela [] y que se cri en su casa 11. Tiempo atrs (en 1701), Juan se haba presentado como hijo natural del Teniente Gregorio de Brizuela ante las autoridades eclesisticas de Salta, ciudad donde se cas con una dama local. Tal vez fuera hijo natural o quiz aprovech la distancia para mejorar su origen ilegtimo. En 1723, Juan de Brizuela fue acusado por el teniente de La Rioja, Juan Fernndez Roscales, del delito de amancebamiento perpetrado con la esposa de un vecino riojano. Roscales, en una sumaria investigacin, le dict primero el destierro de la ciudad y luego le orden ir a Salta a buscar a su esposa, obligndolo de este modo a residir en La Rioja y hacer vida maridable con ella. Juan reclam ante el gobernador y su caso pas a manos de otro alcalde quien al reexaminar a los denunciantes y otros testigos comprob la falsedad de la acusacin. Fue vctima de una imputacin infundada, pero el pleito revela algunos aspectos interesantes de la vida de Juan. Por ejemplo, los frecuentes desplazamientos que su oficio le impona y los tratos comerciales que mantena con vecinos y personas de variado estatus, todos ellos vinculados a travs de una intrincada red de intercambios de bienes, crditos, favores y obligaciones. Otro dato interesante es que Juan argumentaba haber sufrido daos morales y econmicos a raz del destierro y la persecucin; tena muchas deudas que pagar y se encontraba en una situacin difcil afirmando que soy pobre y depende de mi sudor y trabajo el mantenimiento de mi pobre familia. Virtualmente separado de su mujer con la que no haba tenido hijos, a qu familia se estaba refiriendo Juan? Cuatro testigos presentados en la causa declararon que Juan haba vivido aos antes amancebado con una mujer soltera, ya fallecida, con la que haba tenido tres hijos: el varn se estaba criando con su padre y las mujeres con su abuela (materna o paterna?). Ningn testigo, ni el propio Juan, desmintieron estos hechos. La fuente revela el nombre de la manceba de Juan: Antonia Toledo, hija de doa Gabriela. Aunque su apellido remite al conjunto de notables de la lite local (los Toledo y Pimentel, Sotomayor y Toledo, Toledo y Velasco, etc.) ya sabemos que los progenitores acostumbraban a legar su apellido -a veces simplificado o sin anteponerle el de- a su descen-
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dencia natural, ilegtima y/o mestiza Sera ella misma una hija esprea? Por qu Juan convivi con ella varios aos pero no lleg a casarse? Tal vez su opcin preferencial era casarse con una mujer de legtima condicin que le permitiera mejorar su situacin de origen y la de su descendencia. Si Juan fue vctima de acusaciones falsas la causa civil sirvi para exponer pblicamente aspectos sesgados de su origen y censurables conductas privadas Estamos nuevamente ante un mecanismo de control orientado a limitar el accionar de estos personajes que estaban cobrando cierta notoriedad? A pesar de la manera en que se retrata a s mismo, Juan parece haber sido un nexo importante dentro de la red mercantil local, con aceitados contactos fuera de ella, lo que le permita manejar un variado conjunto de bienes y el crdito. Su acusador, Fernndez Roscales, tambin combinaba sus actividades de gobierno con el comercio; hubo aqu un conflicto de intereses comerciales -y personales- que lo llev a utilizar su poder en el cabildo para arruinar a Juan? En definitiva frente al teniente Roscales Juan era un pobre tratante, una persona socialmente ms dbil y expuesta por su origen y condicin, como ocurriera otrora con Andrs Gmez de Brizuela ante el alcalde ordinario Herrera y Guzmn. Por otro lado, al centrar la atencin en la historia de Juan de Brizuela cobra protagonismo el tema del amancebamiento, prctica frecuentemente relacionada con la bastarda y el mestizaje. Juan y Antonia convivieron durante varios aos y fue la amanceba el espacio de procreacin de descendientes bastardos, naturales y mestizos -cuyos nombres y destinos ignoramos-. No podemos afirmar lo mismo respecto de PNB o Gregorio de Brizuela; ellos eran hombres de la lite legtimamente casados pero los indicios sugieren que ambos mantuvieron, una o ms, relaciones paralelas y que los descendientes nacidos en estos contextos no fueron el resultado de contactos efmeros u ocasionales Cmo puede entenderse sino la preocupacin de ambos por estos hijos, la cercana de trato y convivencia, la educacin, proteccin y los medios que les proveyeron? Podemos atribuir estas actitudes al afecto que sentan por ellos, por sus madres o fueron modos de salvar sus errores respondiendo a una responsabilidad cristiana? Resta considerar en este grupo de descendientes a Leandro Gmez de Brizuela, hijo natural de Francisco de Brizuela, el menor de los hijos legtimos de PNB. Un documento de mediados del siglo XVIII nos permiti establecer la filiacin de Leandro y reconstruir algunos otros aspectos de este grupo familiar 12. Para ese entonces varios personajes estaban litigando por
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los derechos de propiedad de las tierras de Vilgo, en los Llanos riojanos; por un lado, los descendientes de Leandro y por el otro, los de Andrs Gmez de Brizuela. Como ocurre en estos casos los testimonios se retrotraen a tiempos pasados para establecer los derechos y consta entonces cmo Francisco de Brizuela, fallecido soltero hacia 1681, dej encargado a su hermano Andrs -sabemos que es su medio hermano ilegtimo y mestizo- que se ocupara de sus bienes destinando unos pesos a cubrir una manda secreta en descargo de su conciencia. A l le comunic su voluntad de instituir como su heredero universal a su hijo Leandro y le nombr su tutor. A travs de este documento sabemos que Andrs se cas con Francisca de Herrezuelo, sobrina de un antiguo mayordomo de su padre, con la que tuvo al menos una hija legtima. Por su parte, Leandro se cas en primeras nupcias con rsula lvarez -en Anguinn, pueblo de indios, en cuya parroquia fue luego enterrada- y tuvo hijos legtimos y si bien no consta que se radicara en la estancia de Vilgo, s lo hizo su hijo Toms de Brizuela con su descendencia. Esta fuente muestra un aspecto importante de las vidas de estos personajes pues tanto Francisco como Andrs fallecieron sin testar -aunque otorgaron poder a terceros- adems muchos de los acuerdos sellados de palabra y en confianza mutua no se plasmaron en escrituras pblicas dejando la puerta abierta para que muchos aos despus sus descendientes litigaran por los derechos de herencia a la estancia de Vilgo. En 1768 Francisco Torres, descendiente de Andrs, continuaba el pleito contra los descendientes de Leandro, quienes vivieron por dcadas en la estancia, e incluso la haban vendido para esa fecha. *** Segn hemos visto, las fuentes disponibles nos permiten solo reconstruir aspectos parciales de la vida de los mestizos y bastardos de la familia Brizuela que hemos identificado, quedando muchos interrogantes sin respuestas. Tal como seala Carmen Bernand, los mestizos se reducen a un conjunto de individuos y solo se puede uno acercar a ellos mediante el anlisis de sus itinerarios personales [] el mestizo plantea la cuestin de la emergencia del individualismo, en este caso por la imposibilidad misma de fundirse en un grupo determinado (2001:123). En efecto, continuar buscando informacin para completar las historias de vida de los personajes esbozados puede convertirse en un fin en s mismo, sin que esto nos permita avanzar en la problematizacin del tema. Resulta an menos viable trabajar sobre la construccin de los mestizos como grupo o sobre su identidad, sin contar con la documentacin adecuada para ello. Elegimos entonces poner en relacin a las personas identificadas como mestizos y bastardos con la
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familia Brizuela y, a travs de esta articulacin, buscamos visualizar ciertas pautas comunes que nos permitan disear un esquema donde enmarcar los destinos de estos personajes. Indagar acerca de las relaciones que estos miembros bastardos y mestizos tenan con la familia legtima de los Brizuela puede darnos pistas para comprender el tipo y grado de insercin que mantenan con ella para luego evaluar las modalidades de integracin a la sociedad local. Comencemos por evaluar un primer aspecto de la relacin entre estos bastardos y mestizos y el entorno familiar en el que crecieron y se formaron. Dijimos ya que la portacin de un mismo apellido, Brizuela o Gmez de Brizuela, constituye un claro indicador de reconocimiento como miembros de la familia por parte del genitor. Pero adems, estos padres biolgicos (o tos) cumplieron con ciertos aspectos de su funcin social de padres proveyndoles cuidados, medios de subsistencia -tierras o la posibilidad de formarse en un oficio u ocupacin especfica-, educacin, proteccin y amparo. Nuestra primera constatacin es, por tanto, que los itinerarios personales de estos miembros bastardos, naturales y mestizos de la familia Brizuela estuvieron fuertemente condicionados por sus padres, quienes se hicieron cargo, al menos parcialmente, de ellos. En conjunto, observamos que sus vidas transcurrieron en estrecho contacto con los Brizuela legtimos e integrados dentro de la esfera familiar. La informacin analizada en la primera parte del trabajo nos ofrece otros aspectos recurrentes. En efecto, Marcos Paz de Espinosa, su prima Ana de Brizuela y su hijo recibieron tierras en el valle de Capayn Guandacol, en el oeste riojano; Domingo y Miguel las de Aicua y Aman, localizadas en el sudoeste; finalmente Leandro las de Vilgo, ubicadas en Los Llanos. Todas estas tierras se encuentran en regiones semi despobladas, alejadas de la ciudad de La Rioja; se trata de zonas pobres en recursos hdricos, ms aptas para el pastoreo y donde los cultivos eran solo posibles en pequeos oasis. Es posible que estas cesiones de tierras buscaran no solo dotarlos de un medio de subsistencia sino, adems, ofrecerles la oportunidad de afincarse lejos de la ciudad. Podemos entonces formular una segunda constatacin: los Brizuela donaron a su descendencia natural o ilegtima (lineal o colateral), mestizos o no, tierras de su propiedad localizadas en sus lmites y bastante alejadas de la ciudad de La Rioja, donde pudieran desarrollar sus vidas a prudente distancia de la sociedad que conoca su condicin y situacin. Como alternativa, el prepararlos para desempear el oficio de tratantes tambin condicionaba fuertemente su presencia en la cuidad; de hecho, Juan y Leandro de Brizuela pasaban largo tiempo fuera de La Rioja y ambos se casaron en Salta procurando quiz establecer uniones legtimas que en su ciudad natal no hubieran conseguido formalizar. La distancia los protega invisibilizndolos,
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favoreciendo las posibilidades de recrear sus identidades personales y familiares en contextos diferentes, volvindolos menos vulnerables a la exposicin pblica. Hasta aqu entonces, vemos que estos descendientes bastardos, naturales y mestizos no fueron personas desligadas de las redes de la familia Brizuela, de sus actividades o de su mbito de influencia. La portacin del apellido les aseguraba un reconocimiento -familiar y social- suficiente como para integrarse en el medio, aunque seguramente no podan aprovechar los beneficios de una pertenencia plena. En este sentido, su incorporacin a la sociedad hispano-criolla fue efectiva a travs de la relacin con la rama legtima de la familia Brizuela que los contena; ninguno de ellos mantuvo vnculos estrechos con el mundo nativo ni se instal en los pueblos de indios, recibieron educacin y se hispanizaron. Por otra parte, el derrotero de sus vidas tampoco describe un itinerario errtico; esto surge analizando informacin que, aunque fragmentaria e incompleta, permite ver la recurrencia de ciertos patrones de conducta. As, y ms all de las disposiciones en las que fueron situados por sus padres (clero, milicia, comercio, etc.), todos ellos terminaron establecindose en la periferia o directamente lejos de la ciudad. Varios se convirtieron en pobladores de tierras deshabitadas donde crearon nuevos espacios de sociabilidad y reproduccin para sus familias. La tendencia a abandonar el escenario de la ciudad de La Rioja es importante; hemos identificado a otros miembros de esta familia -aunque por falta de datos no hemos podido establecer su filiacin precisa- en Arauco y en el valle de Famatina. Es indudable que estamos ante un patrn de conducta relacionado con la necesidad de evitar exposiciones pblicas como las sufridas por Andrs o Juan, o bien para beneficiarse de la distancia que favorece el anonimato y las posibilidades de construirse una identidad alternativa (Moro 2000). Resta considerar un ltimo aspecto en este problema, el de las relaciones ms directas que pueden reconstruirse entre la descendencia legtima de los Brizuela y la rama de los bastardos, naturales y mestizos. Todos los datos relevados hasta el momento apuntan a afirmar que ambas ramas de la familia mantenan relaciones estrechas, de proteccin y apoyo. Esto es evidente en las relaciones entre padres e hijos pero tambin entre hermanos, medios hermanos y entre tos y sobrinos (Boixads 2003). Ya mencionamos, por ejemplo, que hacia 1680 Andrs fue electo alcalde de la Santa Hermandad, a pesar de su doble condicin de ilegtimo y mestizo. No cabe duda de que presidiendo la sesin del cabildo su medio hermano Gregorio -como justicia mayor y lugarteniente de gobernador- nadie debi objetar su postulacin. En otros casos se constata que muchos de los ilegtimos y/o naturales de esta familia
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actuaron como testigos en causas, presentaciones y legalizaciones de ttulos entre ellos y en relacin con sus parientes legtimos. En 1722, Miguel actu como oficial de justicia otorgante de la posesin a Marcos Pez de Espinosa de las tierras que haba tenido en litigio. Durante los trmites de este pleito, Marcos cay enfermo y consta que pas un tiempo residiendo en la hacienda de Saogasta hasta que se recuper. Una de las personas que actu como mediador en este pleito -a pedido de Marcos- fue el sacerdote doctor don Josep Mateos de Toledo y Pimentel, pariente de la esposa de su to Gregorio. Por su parte Francisco eligi antes de morir a su medio hermano ilegtimo, Andrs, para encargarle la tutora de su hijo natural y la administracin de sus bienes. Estos y otros ejemplos muestran que los vnculos entre las dos ramas de la familia eran cotidianos, y que fluan sobre la base de la ayuda mutua y la dependencia de los ilegtimos de los legtimos. Pero tambin las relaciones fueron estrechas entre los bastardos, naturales y mestizos: Marcos Pez de Espinosa se hizo cargo de su prima, Ana de Brizuela, y luego aparece asociado al segundo marido de esta, Ignacio Vides Candidato -ambos se mencionan como cuados- en reclamos por tierras. Vimos que un hermano de Marcos, Francisco, se cas con la hija natural de Domingo de Brizuela siendo, por lo tanto, primos. Juan y Leandro solan viajar juntos, residieron por un tiempo en Salta y cada uno fue testigo de casamiento del otro presentndose como primos. Puede esbozarse entonces una red que conecta a los bastardos entre s, red que se explaya en sentido horizontal y est cruzada por lneas verticales que los vinculan, a la vez, con los miembros de la rama legtima en las diferentes generaciones. Se trata de una red delineada sobre la base de relaciones de parentesco, relaciones reconocidas y asumidas por los miembros de la familia, aunque las condiciones de ilegitimidad, de descendiente natural y de mestizo sealan diferentes modalidades de articulacin en su interior. Se advierte, por ejemplo, una clara posicin de subordinacin de estos respecto de los legtimos cuando figuran en las fuentes como sus acompaantes, colaboradores, representantes, testigos y albaceas. Es obvio, aunque no haya datos directos para probarlo, que los ilegtimos vivan de los recursos, bienes y relaciones que los legtimos les permitan aprovechar. La proximidad de la convivencia, el trato y las diversas formas de relacionamiento entabladas entre ellos nos llevan a plantear que los Brizuela conformaban una suerte de familia extensa, unida por vnculos asimtricos dentro del marco de un modelo patriarcal. Los cabeza de esta familia fueron sucesivamente el fundador Pedro Nicols de Brizuela y quienes ocuparon el sitio de seor del mayorazgo. De manera anloga la estancia de Saogasta y la casa seorial se convirtieron en el punto de referencia de estas relaciones, en donde convivieron varios miembros de la familia -sino en la misma casa, al menos dentro de los lmites de la hacienda-. Tambin puede plantearse que Saogasta
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constituy el smbolo de unidad de esta gran familia, integrada en una estructura vertical a partir de diversos posicionamientos diferenciados. Sin embargo, esta caracterizacin no excluye la existencia de conflictos al interior de esta familia. El ms destacado y complejo fue el que se inici en 1705 cuando falleci el primer Seor del mayorazgo de Saogasta, don Gregorio de Brizuela, sin dejar descendencia legtima que lo sucediese 13. Aunque su padre, el general Pedro Nicols de Brizuela, haba fijado un orden de llamada en su testamento que estableca los derechos de quienes podan acceder a la sucesin del vnculo, lo cierto es que los tres candidatos que seguan a Gregorio haban muerto para esa fecha. Gregorio en su testamento nombr como sucesor a su sobrino Juan Clemente de Baigorri, hijo de su hermana legtima Mara de Brizuela y de Juan Martnez de Baigorri, y hermano de Pedro Martnez de Baigorri -tercero en el orden de llamada- que ya haba fallecido 14. El lugarteniente de La Rioja, Juan Gregorio Bazn de Pedraza, reconoci a Juan Clemente como legtimo sucesor, descartando la presentacin de una mujer, Mara de Acosta, en nombre de su hijo Ignacio de Brizuela, hijo legtimo de Pedro Nicols de Brizuela (el mozo) -cuarto en el orden de llamada- y que tena en ese momento solo tres aos Qu razones se alegaron para negarle a Ignacio sus derechos? Nuevamente aqu aparece un tema recurrente en esta familia, el mestizaje. La madre de Ignacio, Mara de Acosta, fue reputada como mestiza y esa mcula inhabilitaba a su descendencia para acceder al ttulo de seor, de acuerdo con las clusulas impuestas en la fundacin del mayorazgo 15. A pesar de que Mara de Acosta present testimonios que probaban su limpieza, no fue admitido el derecho de su hijo y en 1707 el gobernador Esteban de Urizar y Arespacochaga dio la posesin a Juan Clemente -quien en adelante se apellid Brizuela y Doria- pasando de este modo la sucesin del mayorazgo a una rama colateral de la familia 16.
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Juan Clemente era miembro de una numerosa e importante familia cordobesa (los Martnez Baigorri), jurisdiccin en la que eran encomenderos, estancieros y participaban de la red comercial. en contradictorio juicio fue excluido este en conformidad de la clusula de la fundacin de este vnculo y mayorazgo que resiste entren a su goce los que aunque ms inmediatos no fueren puros espaoles y tuvieren mezcla y raza de indios pasando a los siguientes en grado libres de tal contagio. Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 16, expediente 18. El destacado es mo.
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Mara de Acosta present otra informacin que lleg a la Real Audiencia en 1708, en la que menciona el testimonio probatorio de su limpieza el que no se adjunt en este docu-
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Quin era Mara de Acosta? En su presentacin aleg que su condicin de mujer viuda, pobre y cargada de hijos -residente en el valle de Catamarcale haba quitado la posibilidad de pleitear por el mayorazgo para su hijo. Entre tanto, el otro postulante haba sido elegido por Gregorio de Brizuela y, adems, formaba parte de una rama rica, poderosa e influyente de la familia. En este sentido, una falsa imputacin habra sido suficiente para descalificar los derechos de su hijo Ignacio; una alianza entre los Baigorri y ciertos miembros de la lite local que controlaba el cabildo habra dejado a la desamparada viuda sin chances. Pero si los Brizuela formaban parte de la lite, por qu el mayor de los hijos de Pedro Nicols de Brizuela -que tena el mismo nombre que su padre- haba muerto en la ms miserable pobreza dejando a su familia sin recursos? Por cierto, las figuras de Pedro el mozo y su mujer Mara de Acosta estn rodeadas de sombras en las fuentes y pocos datos podemos aportar para responder estas preguntas. Pedro abandon muy joven la escena riojana -no figura en la documentacin local- y ahora sabemos que se radic en algn momento en el valle de Catamarca con su esposa e hijos. En 1674 pas fugazmente por La Rioja para reclamar la encomienda de Saogasta en segunda vida -su padre acababa de morir-, encomienda de ttulo pero sin tributarios. Su mujer testimoni que el matrimonio tuvo cinco hijas y un hijo varn; ste tena solo tres aos en 1705 y su padre ya haba muerto. Estos pocos datos parecen sugerir que Pedro el mozo llevaba una vida apartada de su familia de origen y de su ciudad natal; siendo la suya una familia prominente, qu razones pudieron motivar este distanciamiento?, tal vez su matrimonio con una mestiza? Sin embargo, el tiempo iba a otorgarle a Mara de Acosta y a su hijo Ignacio de Brizuela una segunda oportunidad. En 1720 muri el seor Juan Clemente de Baigorri y Brizuela y nuevamente Ignacio present su reclamo de restitucin del vnculo, esta vez como joven emancipado. En primera instancia su pedido fue denegado por el gobernador del Tucumn, se instituy como sucesor legtimo a Juan Lorenzo de Baigorri y Brizuela -hijo de Juan Clemente- en 1723. Dos aos despus, el lugarteniente de gobernador de La Rioja -general Juan Jos Brioso Quijano- dio curso a la nueva presentacin de Ignacio y analizando las pruebas decret la restitucin del vnculo en su persona, reconocindole el derecho a percibir las rentas y beneficios del mayorazgo desde 1705 17. Confirmado en su posesin por el nuevo goberna-
mento. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, EC n 55, 1708. Gentileza Raquel Gil Montero.
17
La decisin del lugarteniente Brioso fue apelada por Juan Lorenzo ante el gobernador
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dor del Tucumn, Ignacio de Brizuela y Doria se convirti en seor del vnculo. Ms all de los diversos aspectos que intervienen en estos conflictos -y que no podemos reconstruir por falta de informacin completa-, los mismos exponen las diferentes modalidades de manipulacin que, al menos, la lite haca en relacin con el mestizaje. Nunca podremos saber si verdaderamente Mara de Acosta fue mestiza; si no lo fue queda claro que no perteneca al pequeo conjunto de familias prestigiosas que componan la lite riojana. Sin embargo, la resolucin de los conflictos muestra que era plausible y verosmil echar mano del mestizaje para accionar la clusula que haca de esto un impedimento para acceder al mayorazgo. Entre los Brizuela haba antecedentes evidentes de mestizaje y bastarda; algn caso, como el de Andrs Gmez de Brizuela resulta elocuente en el sentido de que no pareca ser quien realmente era -recordemos la semejanza de semblante con su padre-. *** Dejamos de lado algunas pistas poco certeras acerca de otros bastardos, mestizos y naturales en la familia Brizuela para avanzar en la reflexin del problema planteado al inicio de este trabajo. Comencemos por sealar que a lo largo de tres generaciones bajo estudio identificamos a doce miembros de la familia que reunan alguna de estas condiciones (o ms de una a la vez); se trata de un nmero significativo de personas de diferente condicin y calidad cuyas vidas se desarrollaron no al margen sino en estrecha relacin con los Brizuela de la rama legtima. Los trminos y categoras de parentesco que emplearon para designarse y reconocerse dan cuenta de qu manera unos y otros se hallaban integrados en una misma familia: ya mencionamos que Pedro Nicols de Brizuela aluda a Andrs, Miguel y Domingo como a hijos; Gregorio hizo lo propio respecto de Ana y Juan, mientras que al hijo de Ana lo llam mi nieto en la donacin de tierras. Francisco de Brizuela nombr como hermano a Andrs al designarlo como albacea y a Leandro, como su hijo y heredero. Juan y Leandro de Brizuela se reconocan como primos, Marcos Pez de Espinosa se presentaba como sobrino carnal de Gregorio de
del Tucumn, Alonso de Alfaro, quien orden volver atrs con la medida restituyndole en la posesin. Posteriormente, este dictamen fue revisado por sucesivos reclamos y presentaciones que realiz Ignacio de Brizuela quien finalmente logr la posesin efectiva, definitiva y perpetua del mayorazgo de Saogasta. Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 16, expediente 18. Sus herederos continuaron usufructuando el derecho hasta la dcada del 40 del siglo XX (Coghlan 1965).
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Brizuela. La lista podra completarse con el resto de las relaciones recprocas; lo importante es que estos trminos traducen un reconocimiento expreso de los vnculos de parentesco y de pertenencia al ncleo familiar, revelando proximidad, familiaridad, naturalidad y afecto en el trato, al tiempo que invisibilizan las diferencias en la condicin de legitimidad o de mestizaje. Pero tal como algunas de las historias personales reconstruidas permitieron ver, esas diferencias existan y no solo se hacan sentir desde el medio social sino que operaban tambin al interior de la misma familia Brizuela. Por ejemplo, este particular grupo de descendientes tena vedado el acceso al mayorazgo de Saogasta, segn lo haba establecido el fundador del vnculo:
y si Dios Nuestro Seor no permita totalmente falte la sucesin de hijos, nietos y bisnietos de legtimo matrimonio pueda a falta de todos y de varones que lo han de ser noms entrar en l cualquier hijo natural de los mencionados hijos, nietos y bisnietos con que de parte de madre no tenga raza de judo, hereje, moro, mulato ni indio y esto es si totalmente faltare la sucesin legtima de varn de descendientes y ascendientes y transversales y faltando el natural por alguna de las causas dichas de macula y raza, entre en el dicho vinculo y sucesin cualquier mujer como sea legitima y sucesora de nuestra sangre y que tenga los apellidos y alcurnias de Brizuela y Doria [...] porque a todos comprehende lo que decimos del hijo natural por razn de que por intereses o afisin natural puede cualquiera incurrir en algun dolo de los que hemos puesto 18
Pedro Nicols de Brizuela -y su esposa- fundaron el mayorazgo para que quedara en usufructo de sus descendientes legtimos varones y fue esta primera decisin la que introdujo una importante diferenciacin jerrquica en la familia, como antes sealamos. La segunda, se refleja en el orden de llamada o sucesin que establecieron para el mayorazgo, que no respetaba la ley de la sucesin regular (dos de los hijos de PNB y un nieto tenan ms derechos que el mayor laico de los hijos). La tercera -y que es lo que aqu ms interesa- es que antepusieron los derechos de sucesin de los hijos naturales a los derechos de las hijas legtimas, haciendo la salvedad de que estos naturales no deban ser portadores de mculas. La contaminacin que aqu se previene es la derivada de la unin con las razas de judos, herejes, moros,
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Testamento conjunto del general Pedro Nicols de Brizuela y su esposa legtima doa Mariana de Doria, Archivo Histrico de Crdoba, escribana 2, legajo 86, expediente 21. El destacado es mo.
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indios y mulatos; evidentemente en el contexto de La Rioja colonial son las dos ltimas las que preocupaban a PNB. Es decir, las palabras del fundador del vnculo revelan una fuerte discriminacin hacia los mestizos -y por supuesto, hacia a los ilegtimos y a las mujeres- para ocupar el rol de seor. Sin embargo, las disposiciones del fundador revalorizan la condicin de la descendencia natural, producto de uniones no legtimas con mujeres espaolas o criollas (posiblemente los casos menos frecuentes). Aunque estas restricciones operaron solo para ejercer la titularidad del mayorazgo, las mismas se suman a las diferencias de estatus ya existentes dentro de la familia Brizuela derivadas de la articulacin del sistema de herencia unipersonal -sobre las tierras afectadas al vnculo que no podan ser subdivididas ni vendidas- con el distributivo sobre el resto de los bienes muebles e inmuebles, partibles segn el nmero de herederos legtimos de cada generacin. De este modo, una lnea de descendencia legtima qued asociada al vnculo -que eventualmente poda admitir a los naturales sin mcula-, a la lite local y a la nobleza, portando sus miembros el doble apellido Brizuela y Doria. Mientras la limpieza y las alcurnias quedaban reservadas a los titulares del vnculo y sus descendientes, otra familia ms amplia y variopinta creca y se reproduca en su entorno: aquella compuesta por lneas y ramas que agrupaban a legtimos con bastardos, mestizos y naturales con mculas. Integrados de manera diversa y diferencial al sector hispano-criollo -a veces de manera simblica, a travs de la portacin del apellido Brizuela- su situacin econmica poda ser muy variable. Sabemos que ni PNB ni los hijos legtimos (Gregorio, Francisco, tal vez Pedro) denostaron unirse con mujeres indias, mestizas o de inferior condicin procreando hijos e hijas producto de relaciones configuradas por las asimetras de gnero, poder y situacin social. Esto muestra que las ideas sobre la sangre impura operaban en mbitos restrictos y que la discriminacin era mucho ms flexible y adaptable segn los contextos sociales (Ziga, 1999). Al interior de la familia, encontramos la coexistencia de valores y conductas que resultan contradictorios en la dimensin de las normas pero que se presentan articulados en las prcticas personales y de grupo familiar, involucrando aspectos privados y pblicos de la vida domstica con amplia proyeccin en el medio social local. Fueron estas prcticas las que generaron la existencia de alteridades al interior de la familia Brizuela, cuya condicin y situacin suele estar encubierta, para nosotros, por la portacin del apellido pero no as para el entorno social en el que crecieron y vivieron. En efecto, la presencia de bastardos, mestizos y naturales de la familia Brizuela era conocida y tolerada en un medio social estrecho y en una ciudad pequea, donde seguramente no eran una excepcin. En buena medida la portacin del apellido -y ms an desde que qued asociado al seoro-
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los situaba en el sector hispano-criollo donde crecieron e incluso algunos se educaron. No gozaban de los privilegios plenos de la pertenencia a la lite riojana colonial pero se movan en sus mrgenes respaldados por sus familiares directos, insertos en las redes de relaciones horizontales y verticales que estos haban construido a lo largo del tiempo. Una mirada atenta a las fuentes permite advertir la presencia de personajes destacados en torno a los mestizos, bastardos e ilegtimos de la familia Brizuela quienes intervinieron en momentos decisivos en sus vidas, o bien, los favorecieron con sus declaraciones durante los pleitos (Villafae y Guzmn, Bazn de Pedraza). En estos casos, sus testimonios dejan ver que haba un profundo conocimiento personal, ms all de la vecindad que compartan, lo que justamente les permita ofrecer informacin detallada sobre su historia o proceder. En esta pequea comunidad de vecinos, los Brizuela eran una familia muy importante y sus descendientes -cualquiera fuese su condicin o calidad- no eran seres annimos sino personas pblicas y bien conocidas. Ellos mismos desempeaban roles importantes en la reproduccin y consolidacin de este sistema de relaciones en el que muchas veces oficiaban de mediadores. La tolerancia, en cambio, se difumina cuando vemos a los mestizos, naturales o ilegtimos moverse en espacios donde su presencia altera el orden social local; es entonces cuando aparecen en escena personajes que al hacer pblico su origen y condicin de nacimiento les recuerdan su lugar, mostrando adems que ciertos espacios y beneficios les estaban vedados por definicin. Recordemos que la legislacin no les permita heredar bienes, salvo en el caso de que fueran hijos naturales, ni ser electos en oficios consejiles importantes (regidor o alcalde); tampoco acceder a cargos de prestigio en la milicia o ser nombrados en puestos destacados. En el dinmico espacio signado por la integracin, la tolerancia y el rechazo se ubican los ejemplos de bastardos, naturales y mestizos de la familia Brizuela, en conjunto constituyen muestras parciales de las complejas dimensiones que asuma su ambigua alteridad para la familia y la sociedad local. Hemos explorado algunas relaciones entre el mestizaje, la bastarda, la condicin de la descendencia natural e, incluso, el amancebamiento. Un expediente judicial de 1697 agrega a este conjunto de problemas otro: el incesto 19. ***
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Quien fue acusado de perpetrar este gravsimo delito es el ya conocido don Gregorio Gmez de Brizuela, por ese entonces seor del vnculo y miembro del cabildo. En realidad, la acusacin de incesto est citada como agravante dentro de una causa judicial iniciada en su contra por el bachiller Bernardo Carrizo de Andrada, comisario de la Santa Cruzada (nombrado por el gobernador eclesistico). Sostena este que don Gregorio no poda ser nombrado como lugarteniente de gobernador de La Rioja -nombramiento efectuado por el gobernador Zamudio- dado que tena cuentas pendientes con la justicia eclesistica y capitular; entre ellas una excomunin que pesaba sobre l por haber agredido de palabra y accin (violencia manifiesta) al cura vicario y juez eclesistico del valle de Famatina, Lic. Francisco Acosta. La disputa se haba planteado en la propia hacienda seorial cuando el cura Acosta -acompaado por cinco caciques del valle de Famatina, cuya presencia fue considerada por Brizuela como un desafo y una amenaza- le exigi el pago de unas mulas y la devolucin de unas muchachas que don Gregorio se haba llevado de los pueblos de indios. En la cabeza del proceso que en grado de apelacin lleg a la Real Audiencia se mencionan las causas y pleitos que tenan a don Gregorio de Brizuela como protagonista: entre ellas figura la denuncia por mala amistad que mantena con su hermana, Tomasina de Brizuela, hija bastarda de su padre Pedro Nicols de Brizuela, con quien conviva en su casa de Saogasta. La acusacin resulta an ms grave debido a que el sacerdote presumi no solo que ambos cohabitaban y mantenan relaciones sexuales lo que de por s configura el incesto- sino que adems sus dos hijos ilegtimos -Ana y Juan- eran resultado de su ilcito trato con su hermana 20. Lamentablemente, dentro de este expediente no fueron incorporados los autos obrados en relacin con la acusacin de incesto por lo que no podemos analizar la informacin de manera adecuada. No constan los testimonios que a su favor seguramente present don Gregorio de Brizuela y tampo-
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un incesto que haba cometido con escndalo activo y pasivo continundolo por muchos aos, Y dando principio a ella [la informacin, llevada adelante por el comisario de la Santa Cruzada, bachiller Bernardo Carrizo de Andrada] fueron llamados por mi nueve testigos y examinados y preguntados si saban que dicho capitn Gregorio de Brizuela haba causado algn escndalo en dicho valle de Famatina declararon todos era pblico y notorio y uno de vista de cmo dicho capitn Gregorio de Brizuela de muchos aos a esta parte viva mal amistado con escndalo pblico con Thomasina de Brizuela hermana bastarda suya hija de su padre y que en ella tena una hija casadera (que ya hoy es casada) y otro pequeo de siete aos a ocho aos (folio 8). Las referencias a las edades de los hijos bastardos de don Gregorio muestra que la informacin debi levantarse hacia 1691 (Juan habra nacido hacia 1683). Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, EC 39, 1697.
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co figuran las declaraciones de seis testigos en su contra. Pero s sabemos que la excomunin le fue levantada y que, a pesar de la resistencia del cura vicario, don Gregorio se convirti en lugarteniente. Conociendo el funcionamiento de la justicia colonial esto no constituye prueba de que las imputaciones fueran falsas. An con estas limitaciones, este expediente nos corrobora algunas sospechas; por ejemplo, que don Gregorio tena una media hermana ilegtima, llamada Tomasina de Brizuela, y que viva en la hacienda con l y su esposa 21, al igual que con Ana y Juan de Brizuela, el marido de Ana -el mayordomo de la hacienda- y el hijo pequeo de ambos. Sabemos adems que Andrs Gmez de Brizuela (con su mujer e hijos?) y Marcos Pez de Espinosa tambin moraron all. La hacienda de Saogasta fue entonces el hogar de un buen nmero de consanguneos -legtimos, ilegtimos, naturales, mestizos- que compartan la comn ascendencia del general Pedro Nicols de Brizuela, lo que en s no resulta extrao puesto que se consideraban miembros de una misma familia. Los escasos datos disponibles no nos permiten corroborar que Tomasina fuera la madre de los hijos ilegtimos de don Gregorio; el relato del sacerdote denunciante contenido en la fuente -retratando un romance pasional entre ambos que hasta el visitador charqueo Lujn de Vargas intent interrumpirda cuenta de la formacin de un proceso por este pecado que debi haber causado un enorme revuelo, y del que no quedaron otros signos en la documentacin salvo el que ahora estamos citando. El hecho de que pocos aos despus de este escndalo don Gregorio le otorgara la cesin de tierras de Cocayambis a su hija Ana, a su nieto y su sobrino Marcos Pez de Espinosa para que se establecieran resulta sugestivo y refuerza la idea de que el seor de Saogasta decidi proteger a su prole y tambin a la de su media hermana, sino de las consecuencias de los pecados cometidos, al menos, de las maledicencias locales 22.
21
Sabemos que doa Isabel de Toledo Pimentel viva en la hacienda porque fue ella una de las personas que intervino para apaciguar a su marido cuando este desenvain su espada para atacar al padre Acosta.
22
Otros indicios parecen sugerir que Tomasina no fue la madre de Ana y Juan de Brizuela. En el pleito por amancebamiento levantado contra Juan, que ya fue comentado, ste se refiri en varias oportunidades a Sebastin de Acosta, como mi hermano y era en su estancia de Aminga donde Juan paraba al regresar de sus viajes a La Rioja. Si la expresin traduce una relacin de parentesco real, podemos pensar que Juan y Sebastin eran hijos de distinto padre pero de la misma madre, aunque desconocemos su identidad. El apellido Acosta puede utilizarse como marcador para establecer vinculaciones; justamente en Aminga -donde Sebastin posea una estancia-, haba otras familias de probable origen
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Podemos sospechar que este lugar apartado de la ciudad de La Rioja, la hacienda seorial, era el espacio de convivencia de relaciones familiares diversas; las que junto a la existencia conocida de miembros ilegtimos, mestizos y naturales daban pie a suposiciones de todo tipo y tenor. Los sacerdotes pudieron ver aqu un clima de cierta promiscuidad, el que sumado a un entramado de intereses y conflictos en relacin con don Gregorio -que no podemos reconstruir- coadyuv a la presuncin del incesto. Como sacerdotes, ellos deban velar por el respeto a las normas morales y asumieron que los hechos que ocurran en Saogasta superaban los lmites de lo permitido y tolerado en esta sociedad. De hecho, el incesto alude a la transgresin del tab que prohbe las relaciones sexuales -y el matrimonio- entre parientes consanguneos -y en el caso de esta sociedad hay que agregar los afinales-, y la negacin de este principio como ley social de carcter universal solo puede acarrear caos, desorden y disgregacin 23. Don Gregorio, a quien por otras fuentes podemos retratar como un hombre desptico, violento y arrogante, se habra convertido en una suerte de amenaza para el orden y la moral pblica y, por lo tanto, deba recibir una sancin; la excomunin fue una medida tomada en ese sentido, si bien sabemos que sus poderosas influencias entre el clero y las autoridades de la gobernacin lograron que fuera liberado de la pena. *** Despus de haber recorrido las mltiples historias ensambladas de los miembros de la familia Brizuela podemos apuntar algunas consideraciones para investigaciones futuras. En primer lugar, es preciso remarcar que los derroteros de estos mestizos, ilegtimos y naturales que hemos analizado se inscriben en el marco de la dinmica de una familia de lite. Esto significa que las vidas, destinos y caminos de personas de similares condiciones pero adscriptas a otros sectores sociales pudieron haber sido muy diferentes. As lo sugieren los estudios sobre la sociedad riojana y catamarquea basados en
mestizo con este mismo apellido, que tenan tierras contiguas al pueblo de indios (Boixads 2003). Las posibles relaciones de parentesco entre Sebastin de Acosta, Mara de Acosta (madre de Ignacio de Brizuela y Doria segundo seor del mayorazgo) y el sacerdote Francisco de Acosta merecen ser consideradas para comprender los nexos que unan -o enfrentaban- a estas personas. Lamentablemente, hasta ahora los datos disponibles son insuficientes para clarificarlas.
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Cf. el excelente y sinttico artculo de Hritier (1989) en relacin al incesto como problema.
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fuentes demogrficas -padrones y censos- y juicios, los que para el siglo XVIII desvendan realidades mucho ms complejas en torno al mestizaje y la formacin de castas 24. La variabilidad de abordajes confirma, por un lado, las mltiples dimensiones del fenmeno y llama la atencin, por otro, sobre la necesidad de analizar el mbito domstico y las relaciones familiares. En segundo lugar, enfocando el problema desde la perspectiva de una familia de lite vimos que sta integraba de manera desigual a miembros ilegtimos, naturales y mestizos, los que en conjunto parecen haber conformado pequeos subgrupos articulados a travs de vnculos de parentesco, dependencia, obligaciones, favores y reciprocidades de toda ndole. De aqu se desprende que pertenencia y desigualdad pueden ser dos dimensiones clave para comprender la dinmica de los procesos de formacin de la identidad de estas personas y sus familias -y de las mismas en tanto grupo o sector diferenciado dentro de la sociedad-, aspecto que no ha sido tratado en particular en este trabajo. Finalmente, es obvio que el caso de la familia Brizuela no fue en absoluto singular dentro del contexto de la lite; muchas otras familias prominentes tuvieron y criaron descendientes mestizos, ilegtimos y naturales y, segn hemos podido apreciar en las fuentes, buena parte de ellos portaban el apellido del progenitor espaol. Este podra ser un indicio que seala a los lazos de parentesco como vitales articuladores del entramado de relaciones que los ligaban a sus respectivas familias y al medio social hispano-criollo. Sin embargo, aunque comprobamos esta premisa para la primera y segunda generacin de mestizos, ilegtimos y naturales de la familia Brizuela -y esperamos se corrobore estudiando otros casos de familias de la lite- no tenemos certeza respecto del carcter que asumirn estos vnculos en las generaciones siguientes. Si como vimos las relaciones de parentesco estaban imbricadas con relaciones de dependencia, reciprocidad y ayuda mutua; es posible que la creciente distancia genealgica diluyera a las primeras y acentuara las complejas solidaridades que se derivan de la desigualdad y la asimetra. En las postrimeras de los tiempos coloniales, o mejor en los inicios del siglo XIX, tal vez un mismo apellido apenas evocara una ascendencia comn para quienes lo portaban aunque seguramente continuaba siendo una marca que, interpelada y puesta en juego en las relaciones sociales, poda desplegar mltiples significados. Si esto fue as, ser preciso recurrir a otros
24
Ver por ejemplo los trabajos de Endrek 1967 y 1988, Lorandi 1992, Guzmn 1995, 1999 y de la de la Orden , Trettel y Parodi 1996; de la Orden 2004, Gershani Oviedo 2004, entre otros.
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conceptos y modelos para comprender las caractersticas que asumieron relaciones sociales y tnicas en la jurisdiccin -o provincia- de La Rioja. Fecha de recepcin: junio 2005. Fecha de aceptacin: septiembre 2005.
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FIGURA 1
Mara Chantn
Mariana de Doria
Blas Crisstomo de Brizuela Pedro Nicols de Brizuela el mozo Mara de Menciana Brizuela de Brizuela
Francisco de Brizuela
Marcos Francisco Pez de Paez de Espinosa Espinosa Leocadia de Brizuela Ignacio de Brizuela y Doria
Juan de Brizuela
Francisco Torres
Toms de Brizuela
Descendencia simplificada del general Pedro Nicols de Brizuela - - - - - - - descendencia natural, ilegtima y/o mestiza descendencia legtima (no excluye mestizaje)
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LAS SALAMANCAS MESTIZAS. DE LAS RELIGIONES INDGENAS A LA HECHICERA COLONIAL. SANTIAGO DEL ESTERO, SIGLO XVIII Judith Farberman*
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Judith Farberman
RESUMEN La mayora de los folcloristas ha coincidido en el origen hispano del estereotipo de escuela de magia conocida como salamanca, de amplia difusin en el noroeste argentino. Este trabajo postula la configuracin mestiza del mismo y su desarrollo, a partir de la hibridacin de elementos religiosos y culturales entre los siglos XVI y XVIII. Como fuentes principales me he valido de dos procesos civiles contra hechiceras sustanciados en Santiago del Estero y, secundariamente, de materiales como Cartas Anuas jesuticas, catecismos y confesionarios de indios. Palabras clave: mestizaje - Santiago del Estero - brujera.
ABSTRACT In general folklore studies agreed upon the Spanish origins of the magic school known as Salamanca, widely spread in the northwest of Argentina. Based on the existence of hybrid elements, found in culture and religion, this article poses the existence of a mestizo influence in its development in Santiago del Estero during the XVI and XVII centuries. The main sources analyzed were judicial processes held against witches in the area under study, and secondarily some material such us the Jesuits Cartas Anuas, and Indian catechisms and confessionaries. Key words: mestizaje - Santiago del Estero - witchcraft.
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INTRODUCCIN Las narrativas folclricas sobre la salamanca se encuentran entre las ms difundidas del noroeste argentino. Son muchos los estudiosos que las han recogido y publicado; tambin abundan las referencias al estereotipo en la Encuesta Nacional de Folclore de 1921 1. De su seccin santiaguea, extraje el relato que sigue a continuacin y que resume bien los contenidos fundamentales de la leyenda:
Se llaman brujas a las personas que tienen relacin con el diablo para hacer mal al prjimo. stas estudian en las salamancas, hoyos invisibles para otras personas, donde existe toda clase de animales que se envuelven en el cuerpo de la que entra. Dicha persona debe tener coraje para penetrar en las salamancas, solo as ser bruja, en caso contrario no tiene efecto el estudio (Encuesta 1921: 14) 2.
Los componentes ms destacables y que ms a menudo aparecen en los relatos folclricos son: la existencia de un espacio mgico virtual -en esta versin se habla de un hoyo invisible para otras personas pero puede tratarse de una cueva o del cauce de un ro seco, reconocible a travs de la msica que de all emana-, el pacto diablico, el aprendizaje de un arte -aunque sobresale el de la brujera tambin otras habilidades como la danza, la ejecucin de instrumentos, la destreza en la doma, etc. pueden adquirirse- y el coraje que los candidatos a brujos han de tener para pactar con el Demonio y superar diversas y exigentes pruebas -en particular, el contacto con los animales que se envuelven en el cuerpo de la que entra-. Otros contenidos que el relato folclrico suele recoger, ausentes o implcitos en la versin transcripta, son la desnudez de los participantes -que sugiere la orga y el desenfreno sexual-, la diferenciacin de las salamancas entre las de agua y
En adelante Encuesta. Utilic las carpetas correspondientes a Santiago del Estero localizadas, como el resto de los materiales, en el Instituto Nacional de Antropologa. Encuesta, Carpeta 15. Feliciana Cejas de Amil Feijoo. Ancocha. Escuela 248 (informante: Alfredo Leguizamn. 64 aos).
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las de tierra, el renegar de la religin cristiana escupiendo crucifijos o insultando imgenes sagradas y la prdida de la razn que espera al arrepentido o al temeroso. Sin embargo, ms all de las variaciones de contenido, los tpicos dominantes de la leyenda son los del pacto diablico y el aprendizaje. Desafiando las contradicciones, aunque no se ponga en duda la maldad absoluta del diablo, algunas versiones folclricas sostienen que en la salamanca es tambin posible estudiar magia blanca para hacer el bien. De aqu la existencia de cierto consenso en torno a la idea de que los curanderos o mdicos estudian junto a los brujos en el antro infernal. La mayor parte de los folcloristas se pronunci acerca del origen hispano de la leyenda; algo que el mismo nombre de la diablica escuela sugiere intensamente. Flix Coluccio (2000), por ejemplo, sostiene esta hiptesis mientras que Pablo Fortuny (1965), sin renunciar a ella, se pregunta acerca de una posible derivacin de la voz quichua sallac manca (olla maligna). Lo cierto es que, en rigor, aprendizaje y pacto diablico son tambin los ncleos principales de una leyenda popular espaola que Cervantes, Ruiz de Alarcn y el padre Benito Jernimo Feijo, entre otros autores, evocan en sus obras 3. En la comedia alarconiana el marqus de Villena, curioso por conocer la existencia de la mentada cueva de Salamanca, se traslada a un profundo espacio subterrneo en cuyo interior una cabeza de bronce -colocada sobre una ctedra- le ensea las ciencias ocultas a siete discpulos. Por su parte, el padre Feijoo le dedica en su Teatro crtico universal unos cuantos prrafos a la cueva de Salamanca -y tambin a su similar de Toledo- y varias pginas ms a su legendario estudiante de magia, el Marqus de Villena. Su objetivo es demostrar su inexistencia y rastrear los orgenes de la leyenda, que l vincula a la presencia rabe en la pennsula. Por ltimo, tanto en Cervantes como en Ruiz de Alarcn sobresale un rasgo -comn tambin a las versiones folclricas del noroeste argentino-: la velocidad del aprendizaje. As es que el mgico del entrems cervantino afirma que en la cueva se aprende sin esfuerzo, al punto que el estudiante ms burdo, ciencias de su pecho arranca. Por supuesto que los estudiantes salmantinos del siglo XVII acceden a una variante culta y libresca de la magia. En las cuevas, dicen los personajes teatrales, se ensea la quiromancia, la astrologa y la nigromancia. Por otra
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Juan Ruiz de Alarcn, La cueva de la salamanca, www.coh.arizona.edu./spanish/comedia/alarcon/cuevsala.html, 20.8.02); Benito Jernimo Feijoo (1676-1764), Teatro crtico universal. Tomo sptimo, discurso sptimo, donde discute con Martn del Ro de la tradicin crdula (www. Filosofia.org/bjf/bjf/707.htm, 20.8.02); Miguel de Cervantes, Entrems de la cueva de la salamanca (1600) (www.coh.arizona.edu/spanish/comedia/cervantes/ cuesal1/html. 20.8.92)
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parte, en las tres versiones hispanas abundan las referencias a libros de magia. En sentido opuesto, el estudiante de la leyenda folclrica nortea se apropia de un saber prctico que le permitir descollar en su comunidad. Sus vecinos podrn envidiarlo, temerle o admirarlo pero no permanecern indiferentes ante l 4. Dejando de lado la cuestin de los orgenes de la leyenda, Jos Luis Grosso ha formulado, en un trabajo reciente, una hiptesis que compartimos segn la cual en la mesopotamia santiaguea -y tal vez en todo el actual Noroeste Argentino- se fue construyendo una trama sociocultural chola y las salamancas fueron uno de sus productos (Grosso 1999:206). En el marco de un slido estudio sobre la identidad santiaguea -caracterizada por la negacin de las marcas negras y el consenso acerca de la remotsima muerte de los ancestros indgenas- Grosso rescata, en particular, la incorporacin de elementos de origen africano al estereotipo. As los custodios de las salamancas suelen ser negros, el mismo Diablo tiende a ser representado como negro y el malambo -danza de origen afro- figura entre las destrezas que pueden aprenderse en el espacio mgico. Aunque la tesis de Grosso no desdea las fuentes histricas, el grueso de su evidencia proviene del trabajo de campo antropolgico. Mi anlisis, en cambio, es histrico y recorre un sendero inverso al transitado por Grosso. Como se ver, en esta trayectoria la historia indgena ocupa un lugar ms destacado y la informacin etnogrfica ser utilizada como complemento de la que proveen los documentos de archivo.
LOS PROCESOS CONTRA HECHICERAS DE SANTIAGO DEL ESTERO El Archivo Provincial de Santiago del Estero atesora en su fondo criminal una decena de procesos contra hechiceras. Todos ellos se sustanciaron en el siglo XVIII, remontndose el ms temprano a 1715 y el ms tardo a 1761. No fueron, sin embargo, los nicos episodios de persecucin en esta cabecera colonial; se sabe a ciencia cierta que a fines del siglo XVI el gobernador Ramrez de Velasco mand a quemar a 40 ancianos hechiceros y algunos datos dispersos contenidos en los expedientes remiten a otros procesos judiciales que tuvieron lugar en el siglo XVII 5. Por ende, aunque con
4 En versiones recogidas en la dcada de 1970 por Hebe Vessuri s aparecen los libros de magia. Pero parece tratarse de una variante ms reciente y, por cierto, ausente del todo en la Encuesta. Ver Vessuri 1970 y 1971.
Segn relat el gobernador en una carta dirigida al Rey, en la maior parte de los pueblos de los indios haba cantidad de hechiceros e que hacan mucho dao entre ellos al punto que un hombre de los quemados [...] confiesa haber muerto de veinte personas arriba. El
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cierta discontinuidad, la hechicera del dao y la muerte mgica parece haber suscitado preocupacin y alarma entre los vecinos, los funcionarios estatales y, como se ver, tambin entre las autoridades y moradores de los pueblos de indios. Solamente en uno de los documentos hallados -el ms tardo- existen referencias explcitas a las salamancas. Se trata de un proceso iniciado en un pueblo de indios del ro Dulce, Tuama, que comienza por involucrar a dos mujeres -las indias Lorenza y Pancha- para ampliar posteriormente el grupo de perseguidos por la justicia a una decena de personas 6. Bajo el rigor del tormento, Lorenza reconoce haber daado a una china de su pueblo a travs de la hechicera, arte aprendido en una salamanca. As es que en su segunda confesin, y en la ratificacin subsiguiente, la india describe con detalle dos salamancas; una situada en Brea Pampa y la otra en Ambargasta. De la primera, dice Lorenza, habran participado tambin Pancha, otras cuatro mujeres de Tuama y un nico hombre, Marcos Azuela, morador de un pueblo cercano; de la segunda, ella misma y otros sujetos que no son nombrados. Finalmente, Pancha describe una tercera salamanca situada en la jurisdiccin de Tucumn (Los Sauces). Lo hace sin ser sometida a tormentos -se desmayaba en cuanto se los aplicaban y el juez opt por suspenderlos- y su descripcin es an ms minuciosa que las de Lorenza. Los relatos que surgen de las confesiones de las dos reas tienen mucho en comn con los recogidos por los folcloristas en el siglo XX. En primer lugar, el aprendizaje sigue mantenindose como componente central del estereotipo, si bien solo se habla del arte de la hechicera -para el que se entregan a los salamanqueros insumos tales como cabellos, polvos y hierbas-. En segundo lugar, tambin el pacto con el demonio tiene un lugar destacado en las confesiones. As es que Lorenza afirma que en Ambargasta vinieron dos vestidos a lo espaol, muy grandes eran los Demonios y dos Chivatos que la llevaban para Aprender el Arte, mientras que Pancha agrega que en Los Sauces un agresivo viborn se ergua de manera amenazante y le peda le diese de su sangre. En tercer lugar, se seala aqu el carcter festivo y secreto de los encuentros. Segn Pancha, en Los Sauces haba fandango y baile y canto con arpa y guitarra y si haba sido tentada a pesar de sus iniciales
gobernador auguraba que su decisin predicara con el ejemplo y desalentara a los especialistas mgicos que quedan encubiertos. Finalmente, su escueta descripcin trazaba el perfil de los ajusticiados viejos de ms de sesenta aos e algunos de ms de ochenta. Cita en Torre Revello 1941, tomo I: 128.
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Archivo Provincial de Santiago del Estero, Trib. 13, 1052 [1761]. Trabaj extensamente sobre este proceso en Farberman 2005.
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reticencias era porque como se haba de saber tan lejos de su tierra -aunque no se hable de cuevas, las salamancas estaban ocultas en el monte, un lugar de refugio poco accesible para los no iniciados-. Finalmente, pese a que Lorenza y Pancha no mencionan las pruebas a atravesar, a la segunda se le advierte que que aunque viese cualquiera cosas no tuviese miedo ni nombrase el nombre de Jess, Mara y Jph porque se perdera y no sabra donde estaba. En consecuencia, el pacto y la renuncia a la fe cristiana, amn del coraje preciso para tomar tal determinacin, constituiran la prueba en la confesin de Pancha. Cules seran, por el contrario, las diferencias que les otorgan especificidad a las salamancas coloniales? Un rasgo notable que las separa de las actuales y que las une, al mismo tiempo, a otros varios procesos de la muestra es la cooperacin y el intercambio entre participantes mientras se hallan en ese espacio mgico. Aunque los demonios, en sus diferentes apariencias, enseen y provean la materia para daar, lo mismo hacen los salamanqueros entre s. Horizontalmente, en perfecta comunidad, los aprendices de hechiceros intercambian conocimientos y se divierten gozando de la msica y el baile. Luego, ya fuera de la salamanca, podrn tomar venganza individual o colectivamente. Siguiendo la confesin de Pancha, el objeto de las agresiones mgicas de los hechiceros sern los que les mezquinaban alguna cosa. Lorenza, por su parte, ampli el crculo de las vctimas potenciales cuando reconoci que los estudiantes de Tuama haban concertado en la salamanca hacer dao a todos los que pudiesen. Por lo menos otros tres procesos coloniales de nuestro corpus, aunque no se refieren explcitamente a las salamancas, sugieren poderosamente su presencia. Uno es el caso del expediente contra la curandera Pascuala Asogasta procesada en 1728 7. En su confesin, la india revel haber encantado al ex alcalde del cabildo sin otras circunstancias que una junta que tenan sobre el ro en cierto paraje para aprender a bailar y que con esta ciencia cierta tiene confesado (el destacado es mo). No casualmente, el promotor fiscal interpret que detrs del baile se ocultaban actividades poco santas, conviccin tal vez abonada por la declaracin de una testigo que narr cmo Pascuala abandonaba su compaa para refugiarse en el monte y reaparecer mucho ms tarde muy alegre y risuea. En la misma direccin, un testigo de un proceso de 1730 describe a una madre y una hija, sospechosas ambas de practicar la hechicera, en el acto de regreso a su casa tras largas horas de ausencia nocturna 8. Significativamente, las dos mujeres estn desnudas como quienes ingresan a las salamancas
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Archivo Provincial de Santiago del Estero, Trib. 9, 703 [1728]. Archivo Provincial de Santiago del Estero, Trib. 10, 806 [1729].
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No obstante, es un expediente de 1715 el que mejor permite presentir los rastros indgenas presentes en el estereotipo y, por lo tanto, deseo detenerme algo ms sobre l 9. La rea del proceso en cuestin es una india de nombre Juana Pasteles procedente, al igual que Pancha y Lorenza, del pueblo de Tuama. Juana es detenida junto a varias otras mujeres, en el marco de una verdadera campaa antihechiceril emprendida por el teniente de gobernador Alonso de Alfaro. Como suceda al confeccionarse sumarias generales -tal era el procedimiento al encarar una campaa sistemtica- no se acusaba a la rea de un nico delito sino de mltiples fechoras mgicas, entre las que descollaban el maleficio de dos sacerdotes, de un indio de otro pueblo y de su propio esposo 10. Al igual que Lorenza, tambin Juana termin por confesar bajo tormento hacindose cargo de otros varios crmenes mgicos inicialmente desconocidos por el juez. En breve sntesis, estos son los contenidos principales de la declaracin de Juana Pasteles: - Juana reconoce haber atravesado por una etapa de iniciacin en el arte, que parece ser individual. Siendo aun muy joven, Juana entra en contacto con una india de Tucumn, Juanita, quien la presenta, a su vez, al demonio. Este demonio tiene la apariencia de un chivato y para poder acercrsele, como si se tratase del sabbat europeo, Juanita le ordena a la Pasteles deshacerse del rosario que lleva al cuello. Acto seguido, la novata le besa el rabo; a partir de entonces el chivato no se le apartar. Dado que las indias cuentan con sus propios rebaos de cabras, aquel rosillo que siempre la acompaa pasar casi desapercibido entre sus vecinos y parientes Cul es el lugar de los encuentros entre maestra y discpula? Un espacio temido, difcilmente accesible y husped de salamancas: el monte. - A la iniciacin suceden los ensayos. De hecho, siendo una jovencita Juana experimenta el efecto de los polvos mgicos que recibe de, por lo menos, dos personas: su abuela y el indio Pedro Isla, este ltimo vctima mortal de la prueba. - Ya ducha en el arte Juana ejecutar sus venganzas individuales. Segn confiesa, a la india Elvira la ltima por haber reido con ella; a su marido
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Las sumarias generales recogan los testimonios de los testigos contra varios reos simultneamente. La de 1715 se ha perdido pero s constan en el proceso contra Juana las ratificaciones de los testigos que reiteran y completan los testimonios originales.
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que la martirizaba y maltrataba le proporciona una bebida a base de estircol de gallina; al indio Quimsa, resentida por una estafa en la venta de unos animales, lo envenena con unos polvos sacados de las piedras disueltos en chicha pasada. - Aunque las afrentas mgicas responden a motivaciones individuales y la hechicera se confiesa como nica responsable, Juana se reconoce como parte de una suerte de secta de hechiceros. En su confesin hace referencia a cuatro indios e indias pertenecientes a pueblos del ro Salado: su comadre Mara, el indio Juan y otras dos personas ya difuntas, una de las cuales aparece como vctima del mal arte de su propio hijo. Con todos ellos Juana comunica el arte, del mismo modo en que lo hacen los salamanqueros. - Por ltimo, as como existe una secta de hechiceros, otros sujetos -la referencia es a los indios de Amaicha- parecen operar como mdicos o contrahechiceros, deshaciendo los efectos de los hechizos. As ocurre con dos de las vctimas de la Juana primeriza, cuyas vidas ellos se ocupan de salvar. Como mencion antes, Juana no utiliza en su confesin el trmino salamanca -o por lo menos el amanuense no lo consigna- pero, como se infiere de lo dicho hasta ahora, varios elementos del estereotipo estn presentes y lo evocan intensamente. Aprendizaje del arte, pacto diablico, el monte como espacio de reunin, la relacin demonio (chivato) /maestra / discpula, aparecen entre los componentes ms visibles. Habra que agregar que tambin el ambiente festivo es caracterstico de los encuentros de estos hechiceros. De hecho, la tucumana Juanita es para la Pasteles una mujer [que] me ense a bailar en Chiquiligasta, donde hubo un arpa en casa de Lasarte. Sin embargo, si hasta aqu nos topamos con representaciones europeas del demonio -incluyendo el sculo infame- e imgenes ya familiares y repetidas en el proceso de 1761 y en las versiones folclricas, el resto del relato de la Pasteles nos remite a un mundo indgena seguramente arduo de imaginar para quienes interrogaban. Tres cuestiones cruciales nos conducen hacia l: - Los insumos y dispositivos mgicos que la hechicera recibe. As es que en su primer encuentro en el monte, la maestra Juanita le regala una piedra por Vacanqu, es decir un amuleto andino para cuando los hombres no la quisiesen. An ms significativa es la presencia de tres especies vegetales mencionadas en el proceso, en su doble papel de remedio y de encanto: el coro (nicotiana longiflora), el chamico (datura stramonium) y el cebil (anadenanthera colubrina). Se trata de sustancias alucingenas de amplia
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circulacin entre las regiones chaquea y andina, que haban jugado un papel muy importante tanto en los sistemas religiosos prehispnicos como en la teraputica indgena (Prez Golln y Gordillo 1994). - La ocasin de las celebraciones. En la confesin de Juana se sita la fiesta de hechiceros que Juana describe en coincidencia con la recoleccin de la algarroba. Es decir que el encuentro remite a uno de los eventos comunitarios ms importantes de las comunidades de la regin, en trminos materiales y simblicos. Textualmente, la Pasteles confiesa q es hechicera cuia comunicacin con otros ms la tiene en su casa de esta confesante en donde se suelen juntar por tiempo de algarroba. Son las famosas juntas y borracheras las que ahora aparecen en conexin con la hechicera y el aprendizaje, a la manera de protosalamancas. - Una representacin atpica del demonio que difiere sustancialmente con las ya presentadas, incluso por la misma Juana Pasteles. En efecto, en aquellas juntas y borracheras, dice Juana, se les aparece el demonio en figura de indio y puesto un cuchillo vailan, cojiendo brasas en las rocas. Este demonio con semblanza indgena aparece una vez ms en la confesin: el encuentro se produce en el monte, donde Juana se halla recogiendo lea. Aqu ando por ensear a que seais hechicera, le dice amigablemente el indio y en el mismo acto le entrega un atado de coro No remite este sujeto, de algn modo, a los antiguos chamanes andinos o chaqueos? El ritual que se describe, la resistencia al fuego y la misma demonizacin del personaje apropiacin del discurso colonial- podran leerse en ese sentido. En otra parte he sostenido la hiptesis de que el estereotipo de la salamanca resignifica en clave demonista los contenidos de los antiguos rituales indgenas ligados al ciclo de recoleccin de la algarroba (Farberman 2005). La salamanca sera, entonces, la heredera mestiza de las juntas y borracheras indgenas, aquellos complejos festivos con contenido religioso de vasta dispersin entre los Andes y el Chaco que los agentes eclesisticos y estatales se empearon con gran esfuerzo en suprimir 11. Por supuesto que
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El combate contra las borracheras indgenas es un leit motiv de catecismos y confesionarios. Por ejemplo el Tercero Catecismo (1583) le dedica un sermn especfico que titula contra las borracheras. En que se ensea como la embriaguez de suyo es pecado mortal y los daos que hace en el cuerpo, causan enfermedades y muertes y en el sentido entorpecindole y en el alma obrando grandes pecados, de incestos y homicidios y sodomas y sobre todo que es el principal medio para destruir la fe y sustentar las supersticiones y ydolatrias. En el Confesionario de Prez Bocanegra, de amplsima circulacin durante el
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en la medida que los consumos de aloja de algarroba se generalizan a toda la poblacin campesina, estas fiestas irn perdiendo su antigua sacralidad y ganando nuevos sentidos. As, la aloja de algarroba seguir siendo el alma de los convites, animar las celebraciones que suceden a la minga y continuar despertando suspicacias entre las autoridades pero, esta vez, por los desrdenes y la disipacin moral producto de las borracheras 12. Empero, las salamancas descriptas por las reas indgenas en los procesos se parecen pero tambin se diferencian de los fandangos rurales de la sociedad mestiza. Como en aquellas fiestas, una variopinta concurrencia baila, bebe y celebra un evento socialmente significativo. Sin embargo, el motivo demonista que las acusadas introducen en los procesos las acerca a la perspectiva eclesistica sobre las juntas indgenas. En efecto, como es sabido, las juntas fueron bien presto objeto de demonizacin: la documentacin jesutica local ofrece amplia evidencia de esta mirada sobre las religiones indgenas. Las descripciones de las Cartas Anuas del siglo XVII embisten parejamente contra las prcticas rituales (la borrachera y sus excesos), los productos de consumo ritual (alucingenos y aloja de algarroba) y, sobre todo,
perodo colonial, la borrachera aparece ligada al incumplimiento de varios mandamientos pero en especial del quinto (no matars). Entre otras muchas preguntas, se sugiere interrogar al penitente de esta forma: emborrachstete hasta perder el juicio? Qu tantas veces te has emborrachado de esta manera? Cuntas veces te has emborrachado quedando en tu juicio o casi borracho? Sabiendo que te emborrachas y que pierdes el juicio, bebiendo pocas veces de chichas, has bebido todava, no se te dando nada de te emborrachar? Ests siempre con propsito de emborracharte? Vas a las casas donde bebe, solo por beber y emborracharte? Has dicho que Dios te cri para comer y beber y para emborracharte? Cuando ests borracho, haces algunas idolatras o haces algn dao? Llevas a tu casa indios para que se emborrachen, con la chicha que tu haces y para que se venda ms breve, sabiendo que es buena y que emborracha ms presto? (Prez Bocanegra 1631: 194 - 195). A nivel local, el primer snodo tucumano de 1597 reitera una preocupacin ya presente en los concilios limenses y en diversos materiales eclesisticos como los confesionarios e itinerarios para prrocos de indios, ampliamente utilizados y ledos en el virreinato del Per. As, el ttulo de la sptima constitucin de la tercera parte exige que se quiten las borracheras y supersticiones de los indios y recomienda que tengan los curas cuidado de inquirir y castigar los indios hechiceros, porque son pestilencia que inficiona los pueblos, y de quitar los llantos y ritos supersticiosos que tienen en las muertes de los indios. Y asimismo les encargamos que procuren evitar en cuanto pudieren algarroba, en el cual suelen matarse y herirse muchos en las borracheras (Arancibia y Dellaferrera 1978: 159).
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La minga es el trabajo solidario de parientes y amigos, convidados del beneficiario de la ayuda. Tradicionalmente, una vez realizado el trabajo (cosecha, levantamiento de un cerco, etc.) se reconoca la colaboracin invitando con comida y bebida. Las referencias a la minga son numerosas en los documentos coloniales y tambin en la Encuesta de 1921, lo que habla de su largusima perduracin.
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los especialistas religiosos que identifican como hechiceros y ministros diablicos 13. Este discurso descalificador, aplicado en las Cartas a los grupos andinos, se traslada a las misiones del Chaco en el siglo XVIII (Vitar 2001), si bien el diablo tiende ahora a meter menos la cola y las prcticas indgenas son ms ridiculizadas que diabolizadas. Sin duda las Cartas Anuas y las etnografas chaqueas que produjeron los jesuitas remiten a mundos muy diferentes de aquel que Juana Pasteles, Lorenza y Pancha conocieron. En el siglo XVIII Tuama era un pueblo de indios cristianos, sometido desde la conquista a la tutela de un encomendero y estrechamente integrado a la economa y a la sociedad coloniales. Sin embargo, el discurso religioso antihechiceril que domina los materiales jesuticos referidos tambin haba sido escuchado, alguna vez, por los tributarios de Tuama. El catecismo, la doctrina cristiana y la predicacin se ocuparon con abundancia en asimilar la figura del chamn a la del hechicero y en condenar las prcticas supersticiosas de la poblacin anciana, la ms aferrada a las viejas tradiciones 14. Es de suponer que, a pesar de la dbil presencia
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Los ejemplos que recorren las Cartas Anuas son mltiples. El demonio puede aparecer hacindose ofrendar el brebaje que sirve en sus borracheras, presidiendo aquella bestial junta, amancebado con una india como un demonio incubo que se le mostraba en figura de un indio desnudo y con unos cuernos horribles al cual tambin adoraba o bien bajo la forma de venado con disformes cuernos y orejas, persuadiendo a los indios de la falsedad de las enseanzas jesuticas. Hasta las funciones teraputicas de los chamanes tienen que ver con el demonio, como el caso de la india que neg la fe con tal de recuperar la salud. El pacto con el demonio, de quien el mdico es ministro, es refrendado en la descripcin por otros demonios en figuras de hombrecillos que se entretuvieron lascivamente con la enferma (Maeder 1984: 34).
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Los ejemplos colmaran varias pginas por lo que escojo solo algunos pocos. En el Tercero Catecismo (1583) la palabra hechicero suele ser asociada a la de viejo, algo coherente con la idea de que estos sujetos procuran, a toda costa, la preservacin de rituales y costumbres antiguas. Su principal objetivo, siguiendo el catecismo, es meramente material: engaar a los indios para que les den plata y comida. El sermn XIX, consagrado por entero a los hechiceros y sus supersticiones y ritos vanos, condensa buena parte de lo enunciado en su afn por desenmascarar a los especialistas religiosos: As el diablo enva sus ministros que son estos viejos hechiceros para que engaen a los hombres. Vosotros no veis que estos hechiceros son unos necios y tontos, y miserables que no saben nada ms de mentir y engaar? No vis como todo cuanto hacen y dicen es por comer y beber para que les deis plata, ropa, comida? No veis que las ms veces y casi siempre os mienten y apenas sale verdad una vez lo que dicen? No veis como viven mal y son peores que vosotros, que ni saben lo que est por venir ni saben las cosas secretas y que est lejos, ni saben curar enfermedades ni hacen cosa buena y si alguna vez aciertan es a caso y no porque ellos sepan nada y cuando no sucede lo que dicen echa la culpa a vosotros diciendo que no ofrecis bien y por vuestra culpa est la guaca enojada y no os quiere decir lo que os conviene y finalmente tienen mil embustes y maas para traeros engaados como a
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eclesistica en las zonas de menor congrua, el impacto de estos discursos fue significativo y en buena medida apropiado por las comunidades indgenas. Sin embargo, la demonizacin de las prcticas culturales tradicionales -homogneamente consideradas como borracheras- y complementaria de la evangelizacin fue solo una de las direcciones del proceso de mestizaje. La operacin intelectual involucrada alojaba en el polo negativo a los antiguos rituales y deidades nativas -originariamente neutrales desde el punto de vista moral- en el esquema binario y maniqueo proporcionado por la teologa cristiana (Taussig 1980 y 1987; Silverblatt 1990). As, la presencia del demonio -Zupay- en la salamanca, a la vez que sealaba la apropiacin del discurso eclesistico por parte de los celebrantes cambiaba por completo el sentido de aquellos ritos. Estos implicaban ahora la separacin de un subgrupo (el de los hechiceros) capaz de funcionar como una suerte de contra sociedad. Ahora bien, no menos relevante fue un proceso inverso y simultneo al ya descripto, un mestizaje de abajo hacia arriba perceptible tambin a otros niveles 15. En la causa de 1761 este fenmeno es bastante claro: de las
unos nios sin serlo para que les deis que coman y beban, que ningn otro fin tienen sino su vientre? A estos hechiceros manda Dios en su Sagrada Scriptura que no les preguntis lo que est por venir, ni les pidis remedio para vuestras necesidades (Catecismo 1583: 246-47). Tambin los confesionarios estn plagados de citas sobre los hechiceros. El ya citado de Prez Bocanegra los registra en sus mltiples funciones. Por ejemplo, se pregunta al penitente [c]uando se te pierde algo vas a los viejos o viejas o a los sabios, o licenciados para que te digan donde lo hallaras? Cuando te hurtan algo vas a los hechiceros para que te lo hagan parecer? Has alquilado algn hechicero para que te ayude en alguna cosa? Cuando ests enfermo tu mujer o hijo o hija o alguno de tu casa sueles llamar los hechiceros que te los curen? (Prez Bocanegra 1631: 129-130). Una de las reprehensiones que se sugiere que el prroco debe dirigir a los penitentes est consagrada a los hechiceros, si bien se concentra en las prcticas supersticiosas y, en particular, en los ageros y bsqueda de objetos perdidos. Concluye: Hijo, solo Dios sabe las cosas por venir con certeza y con verdad. Y si alguna dice el Demonio por boca del hechicero o hechicera es envuelta con muchas mentiras. El hechicero es criado del Demonio, que siempre es mentiroso. Y lo que pediste no te lo dio, ni lo que perdiste, o te hurtaron, pareci: no ves que te enga? Y solamente lo hizo por cogerte tu dinero, o el maz, o el cui, o lo que le diste (Prez Bocanegra 1631: 390). Por ltimo, vaya un ejemplo rescatado de la Doctrina contenida en la obra recin citada. En el segundo captulo, dedicado a los mandamientos, se lee Cmo honramos a Dios con la Fe? No teniendo ni adorando los Idolos, ni huacas, ni dando crdito a herejas, ni a sueos ni a hechiceras, ni a ageros que son vanidad y engaos del demonio. Segn esto, todas las ceremonias que ensean los indios viejos, que no son conforme a lo que los cristianos usan, son engaos del Demonio? S, hermano, y los que las usan son condenados con los Demonios (Prez Bocanegra 1631: 664).
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Por ejemplo la difusin del quichua entre los sectores subalternos de diversas condiciones sociotnicas o la ampliacin del consumo de la algarroba, inicialmente un producto de consumo exclusivamente indgena, entre otros.
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demonacas juntas -aquellos espacios de reproduccin social indgena hipotticamente devenidos en salamancas- participan hombres y mujeres de diversas etnias y sectores sociales. Mientras suena la msica ejecutada con instrumentos europeos, los demonios que visten a lo espaol intercambian insumos ligados a la herbolaria y a la magia indgena. Se explicita adems la inclusin de mestizos y zambos en la fiesta: diversidad sociotnica que en la sociedad colonial se traduce en diferencias de casta y que parece diluirse en el espacio mgico. Desde el mismo acto de la desnudez, los salamanqueros participan casi como iguales en una nueva comunidad cuyos iniciados estn reunidos por un afn comn: el de tomar revancha frente a quienes los ofenden. Es, en efecto, la venganza la que anima e iguala a los salamanqueros cuando aprenden los secretos de la hechicera. Y en el arte, la potencia de los encantos para daar -al igual que la de los remedios- deriva entre otras cosas de la superposicin de tradiciones por lo cual nos parece pertinente pensar en los encuentros salamanqueros como momentos de intercambio y mestizaje. En este sentido si las indias tienen un conocimiento centenario de las hierbas, las piedras y los insectos, el pacto diablico llegado con los espaoles ser capaz de reforzar su eficacia.
SALAMANCAS Y MESTIZAJE El vasto territorio de la magia -y el de la hechicera, la medicina y la religin, dimensiones que tradicionalmente le son asociadas- resulta un mbito privilegiado para la hibridacin y el mestizaje. Como ha sealado Solange Alberro (1992: 101), su imperativo es que la operacin ritual o el dispositivo mgico funcionen, vale decir, que produzcan los efectos esperados -una buena cosecha, la enfermedad del enemigo, la curacin del cliente o del ser querido-. En consecuencia, la suma, superposicin y mezcla de prcticas y especialistas de diferente origen, su imbricacin en un heterogneo y contradictorio conjunto, no presenta mayores objeciones ni conflictos ni a los especialistas mgicos ni a sus eventuales clientes (Estenssoro Fuchs 1997). De los mltiples aspectos que la larga historia de la salamanca invita a analizar, en relacin con los procesos de mestizaje, escog cuatro que me preocuparon especialmente. Quiero presentarlos como problemas abiertos que, hasta ahora, he explorado con diferentes grados de sistematicidad. Los dos primeros se ocupan, por un lado, de las tensiones entre lo universal y lo local y, por el otro, de las aparentes contradicciones entre las nociones de alteridad y mestizaje. En tercer lugar, me detendr en un tpico recurrente en los estudios sobre mestizaje hoy disponibles, el de los intermediarios o pasadores culturales papel que, como se ver, desempean con frecuencia
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los especialistas mgicos. Por ltimo, y ahora pensando ms estrictamente en el carcter ritual asignado a las juntas y borracheras y a las salamancas, intentar evaluar el papel de los especialistas religiosos en el marco de la resignificacin de las prcticas culturales del ciclo de la algarroba.
Universal vs. local Dos fundamentos permiten explicar el terreno de convergencia que representan los mestizajes en el campo de la magia: el primero remite a un universal -la magia es una estructura que responde a determinadas configuraciones sociales y culturales y, por lo tanto, est casi omnipresente- mientras que el segundo, en direccin opuesta, conduce al escenario local, a la variante chaco-santiaguea. Lo primero ha sido ampliamente desarrollado por la antropologa en discusiones que se remontan a fines del siglo XIX y que fueron temas centrales de la agenda de la disciplina, hasta hace unas dos dcadas 16. De estos desarrollos, y a los efectos de tender un puente entre lo universal y lo local, me interesa rescatar a Mary Douglas (1973), quien se preocupa por caracterizar el tipo de sociedad que hospeda aquella cosmologa propia del temor al brujo. Esta ltima es una racionalidad que se resiste a naturalizar determinados infortunios, a los que interpreta como resultado de agencias personales -la accin de un hechicero o brujo- y que es tpica de las unidades sociales estrechamente limitadas. No extraa, entonces, que la muy difundida teora del dao -incluidos sus mviles (envidia, venganza, resentimiento), dispositivos mgicos y tcnicas (tormento de muecos y sapos, contaminacin de la comida o la bebida, maldiciones y conjuros)- aluda a un lenguaje compartido por buena parte de la familia humana y en consecuencia localizado prcticamente fuera de la historia (Sahlins 1988: 129-144; Tambiah 1990: 139). Uno de los desafos de mi investigacin consista, justamente, en contextualizar los usos y las funciones de la magia, conferirles contenido histrico y evaluar los procesos de cambio. A mi juicio, en el marco de una sociedad cada vez ms mezclada como la santiaguea del siglo XVIII, estos cambios se tradujeron en la proliferacin de saberes y prcticas mestizas. Es
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Sobre la magia y sus relaciones con la ciencia y la religin existen mltiples trabajos antropolgicos. En pro de la economa de este trabajo, remito a la seleccin de clsicos a cargo de Ernesto de Martino (1965) y a la reciente puesta a punto sobre esta problemtica en Pier Paolo Viazzo (2003: 188-293).
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aqu donde entra a jugar el segundo fundamento que enunci, el anclaje local de este universal que es el pensamiento mgico Qu caractersticas locales definan a las actividades mgicas coloniales tucumano-santiagueas que, en lo formal, se diferenciaban muy poco de las de otros tiempos y geografas? La respuesta apuntaba a reconstruir el entramado social en el que estallaron los episodios de persecucin, el mundo en que los sujetos involucrados desarrollaron su existencia. Intentar desentraar las actividades mgicas y su persecucin desde la extrapolacin mecnica de fenmenos formalmente similares -la brujomana europea de los siglos XVI y XVII y, en menor medida, la extirpacin de idolatras en el rea andina- solo poda resultar en un acercamiento muy parcial al mundo de los hechiceros que pueblan los expedientes judiciales coloniales 17. Como se ha dicho ya, el mundo de Juana Pasteles, de Lorenza y de Pancha era el pueblo de indios de Tuama, prolongado en otras aldeas y estancias cercanas, en la ciudad de Santiago del Estero y en algunos parajes de la vecina jurisdiccin de San Miguel de Tucumn. No era casual que tambin otras acusadas de hechicera vivieran o hubieran vivido en pueblos de indios: ello orientaba la bsqueda en esa direccin. Significativamente, los pueblos de indios de Santiago resultaban bastante excepcionales en el contexto macrorregional. Para empezar, no haban atravesado por las traumticas experiencias que golpearon a otras comunidades indgenas desmembradas despus de las rebeliones calchaques, trasladadas a zonas ecolgicas diferentes para mayor comodidad de los encomenderos, recreadas en estancias privadas en las que seoreaba el rgimen de servicio personal (Boixads y Farberman, en prensa). Bien que sobre bases demogrficas muy dbiles y bajo un severo rgimen de explotacin, el mantenimiento del sistema de autoridades, la preservacin de la base territorial y de las capillas que los convertan en ncleos importantes de adoctrinamiento religioso y sociabilidad, los pueblos de Santiago del Estero alcanzaron una relativa solidez de sus estructuras comunitarias. En otros trabajos me he ocupado de las razones que explican la persistencia: la estructuracin fuerte del campo de la alianza -repeticin de matrimonios entre las mismas familias, no siempre pertenecientes al mismo pueblo de indios- la integracin voluntaria de los tributarios a los circuitos comerciales y, por lo menos desde fines del siglo XVIII, la migracin estacional (Farberman 2001 y 2002).
17 Por ese motivo es que los libros que Carlos Garcs (1997) y Alicia Poderti (2002) han dedicado a esta problemtica resultan por dems insatisfactorios: los episodios que estos autores narran carecen de densidad por su descontextualizacin.
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Estos procesos simultneos de cierre y de apertura de los pueblos de indios tuvieron consecuencias en el plano cultural. Es ms, la existencia misma de ese doble proceso complica la idea de un mestizaje orientado exclusivamente en el sentido de la hispanizacin. Parafraseando a Boccara (2000), uno de los fenmenos que parece haber operado aqu es el de asimilacin de lo mestizo a lo indgena. En otros trminos, los soldados y cholas provenientes de parajes vecinos que ingresan al pueblo de indios a travs del matrimonio con hombres y mujeres originarios y los agregados -indios libres, mestizos, hombres y mujeres de las castas que acceden al usufructo de las tierras de comunidad mediante el pago de un canon al cacique- se convierten tambin ellos en indios (Farberman 2001). Se trata, pues, de una microsociedad muy mezclada de sujetos extremadamente mviles pero que conserva, sin embargo, el sesgo indgena de la lengua (el quichua), el vestido, las prcticas de trabajo (minga) o los hbitos alimentarios. Esta apretada descripcin me conduce a retomar nuevamente el modelo que propone Mary Douglas para caracterizar las sociedades que creen en hechiceros: grupos reducidos, de bajo nivel de organizacin, con lmites externos bien definidos pero con gran confusin de lazos sociales al interior. En este caldo de cultivo, la sociedad habr de utilizar las creencias en la brujera como instrumento de control y como una llamada a la conformidad. En otras palabras, la acusacin de brujera es funcional para aclarar los lmites en la medida que exalta la pureza y la bondad de una parte de la humanidad y condena la maldad del resto (Mary Douglas 1973: 138). Me parece que el modelo de Douglas se ajusta bien a estos pueblos siempre amenazados en deshacerse por su fragilidad demogrfica -que contrarresta abrindose a otros grupos- y por la dispersin de las migraciones. Tambin la escasa estratificacin y la debilidad del sistema de autoridades -presumiblemente no reconocido por todos sus miembros, en la medida en que muchos no lo son plenamente- recuerdan esos contextos. Sin embargo, como se dijo desde el inicio, la creencia en las capacidades destructivas de la magia exceda largamente al pueblo de indios para atravesar los diferentes sectores sociales y la tenue barrera que separaba las aldeas campesinas de la ciudad. En efecto, los procesos judiciales muestran que jueces, testigos y reos parecan creer por igual en la eficacia del mal arte de la hechicera. Si bien los significados culturales que el dao revesta para los actores, el lugar que este ocupaba en la explicacin del infortunio y la identificacin de sus profesionales haban sido inicialmente distintos; lo cierto es que dos siglos de historia y convivencia coloniales haban acercado bastante las posiciones y los procesos marcan un gran consenso al respecto. El episodio de 1761, especialmente, seala que bien entrado el siglo XVIII, la magia indgena, confinada al peligroso arte de la hechicera, haba escapado
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ya al dominio del operador religioso (el chamn) para transformarse en la artimaa de la mujer pobre, sola, envidiosa y resentida que la comunidad y los vecinos deban suprimir o, por lo menos, tener a raya. Junto a ella, el demonio -que en la salamanca va ajustndose gradualmente a las representaciones europeas- celebraba con los hechiceros el tiempo que haba sido el ms caro para los indgenas de esta regin: el tiempo de la algarroba.
Alteridad y mestizaje Despus de que Juana describiera aquel misterioso demonio indgena que bailaba junto a sus aclitos cogiendo brasas en las rocas, el amanuense interrumpi su tarea por considerar el juez que las otras ms circunstancias que la rea prosigui describiendo en su confesin no eran esenciales ni de til para esclarecer los casos de hechicera. En mi opinin, el estupor de los oyentes frente a un relato que comenzaba a resultarles ininteligible tuvo mucho que ver en la decisin de pasar a otras preguntas. En otros trminos, la alteridad cultural de la acusada le haba interpuesto a la comprensin del alcalde de primer voto una barrera infranqueable: el discurso de Juana se haba vuelto opaco e impenetrable para quienes la juzgaban. La situacin judicial suele plantear este tipo de confrontaciones entre alteridades. En este sentido, Carlo Ginzburg se ha referido al mundo de las creencias folclricas que las confesiones inquisitoriales le descubran al historiador como de algn modo alternativo a un catolicismo ortodoxo que no cejara en sus intentos disciplinadores (Ginzburg 1972). Ingresando en la geografa indiana, y tambin centrado en el siglo XVII, el hermoso libro de Luz Ceballos Gmez sobre la Inquisicin de Cartagena plantea los procesos contra hechiceros como un duelo de alteridades, de hombres doctos y poderosos que juzgan a una mayora de reos y reas de casta con sus bagajes supersticiosos de raz africana e indgena (Ceballos Gmez 1994). Tambin es difcil escapar a este modelo si se estudian las campaas de extirpacin del siglo XVII en el rea andina. Las diferencias en esta ltima experiencia son todava ms ostensibles por tener los doctos visitadores por clientela a las comunidades rurales no integradas culturalmente (Duviols 1988: LXXIII). En los ltimos aos el paradigma de la alteridad, que se expresa o implcitamente se sostiene en los trabajos mencionados ha sido criticado por quienes, como Serge Gruzinski, han concentrado su atencin en los espacios de mediacin en los que prospera el mestizaje (Gruzinski 2000: 62-63). La retrica de la alteridad, con su nfasis en la diferencia, especificidad y relativa autonoma de los conjuntos culturales, se encontrara emparentada
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con conceptos que pueden resultar, a su juicio, igualmente tramposos como los de cultura e identidad, rechazados por apuntar a universos cerrados y, en ltima instancia, a una concepcin esencialista. En contraste, la nocin de mestizaje se propone como una categora ms relacional que, por su carcter fluctuante y movedizo, pertenece al orden de la realidad de la nube (Gruzinski 2000: 61). Los mestizajes son aleatorios, dice Gruzinski, capaces de integrar elementos irreductibles dada su naturaleza generalmente no intencional. En este sentido, el terreno religioso ofrece ejemplos histricos muy explicativos: cuando el clero catlico, deliberadamente, procure a travs de la evangelizacin anclar los nuevos conceptos religiosos en tradiciones ya existentes, los resultados impredecibles (y no deseados) de los procesos de mestizaje quedarn a la vista. En resumen, Gruzinski insiste en el carcter creativo del mestizaje, en la penetracin recproca de los mundos en contacto 18. Claro que el reconocimiento de la alteridad no niega necesariamente niega las creaciones hbridas. El concepto de sincretismo, hoy muy criticado y aplicado especialmente en el terreno religioso, es directamente tributario de aquel punto de partida (Nutini 2001: 13-72). La misma caracterizacin del sabbat europeo como una formacin cultural de compromiso: el hbrido resultado de un conflicto entre cultura folklrica y cultura docta que ofrece Carlo Ginzburg (1989:XXIV) podra tomarse como el producto de una lucha entre alteridades. Por otra parte, la hibridacin puede no ser la nica respuesta frente al cambio cultural, incluso si este es impuesto represivamente como lo intent, espasmdicamente y con suerte dispar, la Iglesia catlica durante el rgimen de cristiandad. Para explicar la trabajosa instalacin del cristianismo andino colonial Thrse Bouysse Cassagne (1997: 188) ha propuesto la seductora idea de posibles miradas cruzadas en un mismo objeto, que permite a ambas partes [espaoles e indgenas] desarrollar su propia interpretacin. La ortodoxia cristiana y el bricolage a partir de elementos familiares para la comunidad que se esperaba evangelizar representan dos posibles actitudes. Una tercera es la duplicidad del dominio del cristianismo en la esfera pblica y el de la religin nativa, en la privada. Me encuentro ahora en condiciones de regresar a los procesos. El estereotipo de la salamanca, como se expres ya, llegaba a travs de las confesiones de Juana, Lorenza o Pancha, confesiones vertidas en un interrogatorio
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No obstante, Gruzinski restringe el proceso temporalmente. En su opinin, el mestizaje es un fenmeno del siglo XVI, la herencia del gran choque que signific la conquista. Los procesos posteriores, mezclas que se desarrollan en el seno de una misma civilizacin o de un mismo conjunto histrico -la Europa cristiana, Mesomrica- y entre tradiciones que a menudo coexisten desde hace siglos entran en el concepto de hibridacin (2000: 62 y 63).
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construido sobre las informaciones de los testigos, las confesiones anteriores y las conjeturas del tribunal. Un forzado dilogo -no puede olvidarse el uso del tormento o la amenaza de aplicarlo- tena lugar entre las partes, y la desigualdad extrema en la relacin de fuerzas conduca irresistiblemente a enfatizar las diferencias. En efecto, de un lado, se encontraban los notables de la reducida lite santiaguea, los alcaldes ordinarios del cabildo que eventualmente se desempeaban como jueces; en el polo opuesto, un reo cuyo perfil se dibujaba de modo bastante ntido: mujer, indgena o negra, de edad madura, sola y con rasgos de personalidad antisociales. Unos hablaban en espaol, los otros en quichua; unos posean encomiendas de indios, los otros eran indios encomendados; unos vivan en la ciudad; los otros lo hacan sobre todo en las reas rurales. Y si todo eso fuera poco, el pueblo de indios, en un caso, y la ciudad, en el otro, levantaban sus fronteras reales y simblicas reforzando la idea de alteridad. Sin embargo, una aproximacin ms ajustada a lo local vulneraba este esquema. Por empezar ya en el siglo XVIII, en esta deslucida jurisdiccin de frontera y en el marco de una justicia de carcter vecinal como lo era la capitular, los contrastes parecan menos abruptos de lo que haban sido en el pasado. Vecinos y plebeyos formaban parte de una nica y apretada trama, en la cual la ciudad no era ms que una gran aldea, residencia muchas veces transitoria de los espaoles que le daban su identidad hispana. Pero adems, a diferencia de los inquisidores del Santo Oficio, los hombres del cabildo no eran sujetos doctos -apenas si conocan el derecho de forma-, ni ricos sino esculidos encomenderos y mercaderes. En contacto cotidiano y fluido con el mundo rural -y en particular con pueblos de indios donde recogan tributos, hacan levantar cosechas e internaban mercaderas-, en convivencia con las indias de servicio, los muchachos y los peones extrados de sus feudos, estos seores se hallaban ceidos por estrechos vnculos personales a su mundo pequeo. Aunque por un lado los discursos de fiscales y defensores construan alteridad apelando a ciertos estereotipos para caracterizar a la nacin india (ignorancia, maldad, inclinacin hacia la mentira), las distancias se acortaban en la vida cotidiana de estas gentes. Por supuesto que ello no significa la inexistencia de jerarquas de casta; estas seguan siendo operativas en el siglo XVIII y los actores de los procesos lo recuerdan permanentemente incluso, como se vio antes, en las descripciones de las salamancas. Sin embargo, la emergencia de contextos mestizos -y no solo la ciudad sino los mismos pueblos de indios, en esta poca- rompe con la dualidad y la alteridad que admitimos como punto de partida, cuestionndola y relativizndola. En relacin con este mismo problema se impone el de la autenticidad de las confesiones de las reas. En otros trminos, hasta qu punto las confe-
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siones, tan cruentamente obtenidas, traducidas del quichua al espaol y luego escritas, podan ser de verdad atribuidas a las reas? Cmo descartar el dictado de su contenido, la presin de una respuesta sugerida por el juez? No espero agregar demasiado a lo mucho que se ha escrito sobre este tema, solo pretendo defender con dos argumentos mi abordaje de las confesiones de las hechiceras. El primero se sostiene en la rusticidad de los elencos judiciales santiagueos. Sin conocimientos jurdicos ni teolgicos firmes, los alcaldes se limitan a escuchar en silencio ciertos pasajes de las confesiones: aqullos que menos les interesan. Es por eso que dejan hablar a Juana sobre las juntas y borracheras y a Lorenza y a Pancha sobre las salamancas. Ni siquiera el pacto diablico que las mismas reas introducen en los procesos es para ellos una preocupacin central, ocupados como estn en los aspectos criminales. Se limitan pues a obtener precisiones, a lo sumo persiguen discretamente a algunos de los hechiceros de 1761, pero siempre estn aferrados al esquema del dao individual. Las preguntas que proponen en su cuestionario son fcticas, como las de cualquier otro proceso criminal, y las pretensiones muy concretas: quieren a toda costa (y por ello aplican la tortura) que las reas se confiesen culpables (la confesin es la prueba de las pruebas) y, sobre todo, que reparen el dao mgico; vale decir, que le devuelvan la salud a las vctimas sobrevivientes de los hechizos 19. En conclusin, no se dicta una respuesta que carezca de inters para la prosecucin de la causa judicial que, por cuestiones de fuero, privilegia los aspectos ms puramente criminales 20. El segundo argumento fue en parte expresado en el apartado anterior: las confesiones de las reas abren una ventana desde la cual observar su mundo que, obviamente, excede el de la magia, bajo sus modalidades de hechicera o curanderismo. El reconocimiento de ese mundo -que supone el cotejo de la informacin de los procesos con la aportada por otras fuentes19
Lo cual entra en abierta contradiccin con la perspectiva eclesistica que sostena que acudir al hechicero para deshacer el dao era ilcito porque implicaba usar de un nuevo hechizo. Los modos lcitos consistan en quitar las seales puestas por los magos, para que el demonio ofenda; por ejemplo, retirar las espinas de una imagen, curar con exorcismos de la Iglesia a los hechizados, orar, ayunar y aplicar la Cruz y las Reliquias de los Santos y agua bendita (Pea Montenegro 1678: 295-296).
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Ntese la situacin paradojal de una lite que no sostiene ni el esquema ms sofisticado del pacto con el demonio ni el modelo ilustrado de la ignorancia de los reos y la del conjunto de acusadas indgenas o de castas, que se apropian de la figura del diablo europeo en pos de mejorar su situacin. Es una peculiar combinacin porque no se trata de jueces escpticos sino crdulos y autnticamente alarmados por los efectos prcticos de una magia, del dao en la que creen a pies juntillas.
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provee la herramienta ms eficaz para reconocer la autora de los desgarrados discursos de las acusadas.
Pasadores culturales Como es sabido, los procesos de mestizaje se hallan intrnsecamente relacionados con la movilidad social -que en una sociedad de castas se traducen en blanqueamiento- y geogrfica -ntimamente ligada a la anterior y sinnima del desconocimiento de los orgenes tnicos y sociales de los migrantes-. En este sentido, tal como ha sostenido Raffaele Moro (1997: 149174-, los sujetos mviles, y por ende ms expuestos a procesos de mestizaje, resultarn intermediarios culturales privilegiados. Por llevar de un lado a otro objetos, historias, tcnicas e ideas; figuras tales como las de los viajeros, los religiosos itinerantes, los curanderos, los arrieros, los soldados o los lenguaraces -y tambin los hechiceros- son productores y portadores de una cultura hbrida que combina lo rural y lo urbano, la oralidad y eventualmente la escritura, contaminando los usos y costumbres de los lugares que transitoriamente los albergan. Si estos pasadores son agentes de mestizaje -y mestizos culturales ellos mismos- es justamente por la pluralidad de las experiencias que han concurrido a formar sus especficos universos cognitivos (Moro 1997: 161). En el universo de los mviles pasadores culturales, los curanderos son los huspedes ms habituales de los episodios de hechicera. En efecto, las autoridades judiciales suelen involucrarlos en tareas de diagnstico que consisten en acertar el carcter natural o preternatural de la dolencia y, eventualmente, en identificar al autor del dao. Es de destacar que, as como los hechiceros suelen ser indgenas de sexo femenino, entre los mdicos abundan los hombres mestizos o de castas. Se trata, adems, de sujetos que estn de paso -y como tales vagan como fantasmas en las fuentes- y que encontrarn a los culpables (o a sus vctimas) en el interior de la comunidad que transitoriamente los alberga y a la que revolucionan temporalmente al introducir la semilla del conflicto. La medicina que estos sujetos practican, por otra parte, es tpicamente mestiza. Al igual que la magia negra, su eficacia tambin deriva de la superposicin de tcnicas y tradiciones diferentes que incluyen la adivinacin, la lectura de los orines, la interpretacin del pulso de los enfermos y, tal vez, el consumo de especies alucingenas 21.
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Esta caracterstica de la medicina popular colonial ya haba sido destacada por Aguirre Beltrn (1963) quien rescat el grueso de su evidencia de los archivos inquisitoriales.
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En los procesos de 1715 y de 1761 los mdicos estn tambin presentes aunque esta vez no colaboren con la justicia. Se mencion ya que Juana Pasteles cita a los indios mdicos de Amaicha salvando a dos de sus vctimas hechizadas. No se dice ms que esto pero es revelador que en este proceso temprano, hechiceros y contrahechiceros sean siempre y homogneamente indgenas. La figura del curandero de 1761, Marcos Azuela, parece en cambio ajustarse mejor al curandero colonial tpico. Potencia y aprendizaje se conjugan en su persona aunque l, para salvar el pellejo frente al tribunal, ponga siempre el nfasis en lo segundo. En cualquier caso, el juez no termina de creerle y su supuesto poder, adems de una historia de fugas y choques con las justicias locales, lo convierte fatalmente en un hechicero. Aunque Marcos Azuela, valindose de sahumerios y masajes, logra mejoras transitorias en la mujer hechizada el tribunal no ver en esto ms que un signo de la superioridad del arte del zambo sobre aquel de sus discpulas de la salamanca, Lorenza y Pancha. Lo dicho hasta aqu parece remitir a un esquema binario segn el cual el mdico compone lo que el hechicero maliciosamente desarregla. Sin embargo, como ya se mencion, segn la tradicin folclrica tambin el buen curandero aprende su arte en la salamanca y termina por conversar con los diablos, a cambio de poder teraputico 22. Adems de la ambigedad presente en cualquier tipo de poder -se lo puede usar para bien o para mal-, el hecho de que mdicos y hechiceros estudien en la misma escuela tambin remite a un itinerario signado por los mestizajes. El punto de partida del mismo, ciertamente dbil habida cuenta de lo poco que se sabe de las religiones prehispnicas de la regin, es la concentracin de las funciones religiosas, teraputicas y hechiceriles en un nico sujeto: el chamn indgena (Rex Gonzlez 1983; Prez Golln 2000: 229-256). Es el proceso colonial el que, al demonizar a estos sujetos, introduce un desdoblamiento de funciones que, adems, conlleva un juicio tico rotundamente negativo. En efecto, como mencion antes, el curandero -a menos que resbale en hechicero, lo que tambin puede suceder como lo muestra el ejemplo de Marcos Azuela- suele colaborar con la justicia y ser convocado por ella. La salamanca folclrica, pues, vuelve a juntar a los opuestos; los une en la potencia que el dominio de
Segn el antroplogo mexicano, en Nueva Espaa el curandero, sustituto del viejo ticita, se forma de diversas maneras. Indio, mestizo, negro o mulato absorbe sus conocimientos de las fuentes ms variadas y aunque en l predomina siempre la antigua sabidura nahuatl, no por ello desprecia la aportacin de la magia cristiana y el fabuloso acervo de la ciencia africana (1963: 82). Este aprendizaje se complementa con la gracia del sujeto nacido con el don de curar.
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Encuesta, Santiago del Estero, Carpeta 122. Benita E. de Flores, Fras, Escuela 28.
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un saber le confiere. La novedad es que el Zupay de la salamanca es definitivamente malo y mancha el poder del curandero, volvindolo irremediablemente ambiguo. El otro sentido de la intermediacin que quiero destacar concierne ms directamente a la salamanca. He sealado ya que el chivato es una de las representaciones demonacas ms comunes que aparece en los procesos y que los chivatos son los portadores de los insumos para curar o matar. Ahora bien, sucede que el hechicero nunca recibe directamente las hierbas, polvos o cabellos de aquellas figuras sino de intermediarios que, siguiendo la leyenda folclrica, podramos identificar como porteros de la salamanca. Ya se coment antes que Juana Pasteles no recibe los polvos mgicos directamente del chivato sino de Juanita, su maestra, una suerte de intrprete que decodifica para ella los mensajes de la demonologa europea. En contraste con la junta de Juana Pasteles, la salamanca de 1761 es el espejo de un mundo mucho ms mezclado. As lo refleja el nombre que remite a la ciudad mgica espaola como tambin la admisin de un pblico ms variado en lo sociotnico. En este esquema, es lgico que los intermediarios del demonio -la mujer gorda que le ofrece a Pancha jume fresco; el hombre que le alcanza a Lorenza un atado de cabellos envueltos en un papeln- ya no sean indios como la maestra Juanita, sino mestizos.
Los rituales y sus oficiantes: del chamn al hechicero Es bien conocida la historia del consumo de bebidas fermentadas y el significado que las libaciones rituales revestan en el rea andina antes de la llegada de los espaoles. Siguiendo a los cronistas del Tawantisuyu y tambin a informantes ms tardos del siglo XVI, Thierry Saignes, uno de los referentes ms importantes en este tema, ha sostenido la hiptesis de dos tipos de consumo prehispnico: uno limitado a ciertos grupos privilegiados (como el de los caciques y la lite religiosa) y el otro pblico aunque restringido a la celebracin de determinadas fiestas (por ejemplo, la visita del Inca o la celebracin de victorias militares). Estas ceremonias cumplan un crucial rol de reactivador social y religioso (Saignes 1989: 86), funcin que los espaoles comprendieron muy bien y asociaron de inmediato a la idolatra y a la degradacin moral -la borrachera como sinnimo de ocio y descontrol sexual-. El mismo Saignes postula que el consumo de alcohol (chicha y vino) y de excitantes (coca) se democratiz a partir de la conquista convirtindose en un proceso paralelo al de la secularizacin sociocultural de esos consumos. Las razones de tal ampliacin estribaran, por un lado, en las mayores necesidades energticas de la poblacin sometida a un rgimen de explota-
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cin mucho ms duro (en particular en las zonas mineras) y, por el otro, en la urgencia de recordar y de estimular la memoria. La interpretacin de Thierry Saignes es muy sugestiva para pensar tambin en las libaciones rituales de estas regiones fronterizas del Tawantisuyu. Previsiblemente, la informacin sobre la religin y los rituales indgenas en los Andes meridionales es ms parca y deformante que la disponible para las regiones centrales: las Cartas Anuas ya citadas forman buena parte del corpus documental y son ms bien pobres y escuetas en sus relatos. Por el contrario, las borracheras de aloja entre los grupos chaqueos, con los cuales las sociedades indgenas mesopotmicas tenan mucho en comn, fueron descriptas casi con criterio etnogrfico por los sacerdotes jesuitas en el siglo XVIII. Qu finalidades rituales se asignan a las borracheras en las fuentes jesuticas? Las Cartas Anuas pocas veces las recogen, interesadas como estn en registrar las nefastas consecuencias de la fiesta y el mrito eventual de los ignacianos al impedirlas. No obstante, tres motivos de reunin son explcitamente sealados: la alianza militar, la ceremonia fnebre y el rito propiciatorio para obtener buenas cosechas 23. Para el Gran Chaco, la junta de guerra es la ocasin de borracheras ms frecuentemente mencionada por los cronistas, aunque tambin los ritos de pasaje e iniciticos son descriptos con un lujo de detalles que est ausente en las Cartas Anuas 24.
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Cierta riqueza de informacin puede relevarse en una Carta Anua de 1653-54. Segn reza el documento, en el Valle Calchaqu la cosecha de la algarroba convoca a todo el valle con ms solicitud que a la vendimia en Europa, porque de ella sustentan todo el ao desatinadas las borracheras convertida en chicha, que beben a todas ocasiones y con pblico concurso, siendo estimado este como principal empleo y todas las dems ocupaciones como accesorias. Porque su distribucin ordinaria en todos los das es hasta las ocho o nueve de la maana comer, y beber sin tasa. Las mujeres sirven la chicha y luego de varios brindis beben largo y se calientan, al tiempo que los hechiceros entre muchachas livianas, que se afeitan y adornan a su usanza les dan msica para los convidados apacibles, ofreciendo juntamente inmundos sacrificios al demonio, cuya defensa imploran el resguardo de sus sementeras (Amig 2001:195).
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Por no agobiar al lector con citas, permtasenos escoger el ejemplo que proporciona Lozano sobre los matar, grupos chaqueos luego trasladados parcialmente al ro Salado, en Santiago del Estero: Su dios era su vientre entregado del todo a la embriaguez, de manera que una borrachera se alcanzaba a otra y entre ao eran algunas ms solemnes y generales, que les dedicaban a sus muertos; correspondiendo a las honras que celebramos nosotros a los finados, porque con dichas borracheras dicen ellos, las hacen a sus difuntos. Celebran dichas borracheras de esta manera. Cada uno de los convidados trae algunos avestruces muertos, de manera que se juntan tantos, cuantos son los difuntos que se ha de solemnizar la memoria. Despus se juntan en procesin, llevando por delante la doncella de mejor parecer un avestruz muerto sobre la cabeza y a sta sigue toda la parentela del difunto, porque quien hacen el convite, representando en el avestruz. Luego van los de-
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En cualquier caso, estos rituales en los que convergen lo econmico, lo poltico y lo religioso, tienen en la figura del chamn indgena un protagonista de primer orden: si en las Anuas del siglo XVII este es visto sin ms como un ministro del demonio; en las crnicas del Chaco ha sido degradado ya al lugar del farsante. En unas y otras fuentes, no obstante, se descalifica al especialista religioso con el mismo trmino que tambin emplearan los extirpadores del siglo XVII para el rea andina: hechicero Qu cualidades hacan del chamn un hechicero? Cuanto menos el desempeo de tres funciones que eran indivisibles en la cosmovisin indgena. La primera era la sacerdotal, accesible tambin a las mujeres. El consumo de chicha de algarroba y de alucingenos se vinculaba ntimamente a ese rol, lo que no escap a la percepcin de los jesuitas 25. La segunda era la funcin teraputica, quizs la mejor registrada en las fuentes eclesisticas por ser tambin la ms pblica y la tercera, el maleficio. En este terreno se da una convergencia con el estereotipo europeo y es sta, y no otra, la actividad mgica que la justicia civil persigue. En apariencia, las reas santiagueas de los procesos civiles del siglo XVIII tendran muy poco que ver con estos chamanes-hechiceros del Chaco y del Tucumn. Parecen ms cercanas al estereotipo desviante y marginal de la hechicera europea que al modelo del especialista religioso tradicional. Son los rituales que ellas describen, especialmente en el proceso de 1715, los que permiten tender el puente hacia otra problemtica; la religiosa que quedaba por su naturaleza fuera de la competencia y del inters de los capitulares. No obstante, existe un solitario testimonio contemporneo que proclam la relacin entre hechicera criminal y las prcticas religiosas antiguas: el del jesuita Pedro Lozano. Vale la pena reproducir la la cita por extenso:
ms convidados cada uno con su ofrenda; porque es ley inviolable, que han de llevar todos alguna, la que gustaren. El que celebra la borrachera recibe todas las ofrendas, pero con condicin, que cuando los dems hicieren semejante convite, han de contribuir otro tanto pasando trascendentalmente esta obligacin hasta nietos y biznietos y sobre su cobranza suceden innumerables pendencias y muertes. Lloran sus difuntos derramando lgrimas forzadas por una hora y remata el llanto en rer, danzar, y beber muy a gusto (Lozano 1733: 186).
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Lozano, por ejemplo, document el uso del cebil entre los lule: Cuando desean agua para sus sementeras ruegan a los viejos que llamen la lluvia, y estos hacindose soplar con un canutillo en las narices de suerte, que les penetren muy adentro los polvos de la semilla del rbol llamado sebil, que son tan fuertes, que les privan del juicio, comienzan ya fuera de s a saltar y brincar en descampado dando gritos y alaridos, y cantando con voces desentonadas, con que dicen llaman la lluvia y porque algunas veces sucede, o ha sucedido llover despus de este embeleco, creen / firmsimamente que por virtud de aquellas rogativas viene la lluvia (Lozano 1733: 96-97).
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Esta perversa canalla [los hechiceros] fue siempre muy vlida entre las naciones de esta gobernacin del Tucumn y an con estar hoy casi todos extinguidos, no obstante quedan vestigios de lo que sera en la gentilidad, pues hay todava no pocos que despus de haber abrazado la ley de Cristo profesan estrecha familiaridad con el demonio, con cuyo magisterio salen eminentes en el arte mgico; unos para transformarse en varias fieras, para vengarse en tal figura de su enemigo otros, para acometer enormes maleficios en despiques de su odio rabioso; y donde se sabe cundir ms este contagio es en los pueblos de Santiago del Estero, cuyo teniente general don Alonso de Alfaro no ha muchos aos que persigui a muchos y conden a varios al bracero para que las llamas abrasasen esta peste y se purificase el aire de tan fatal contagio (Lozano 1874: 430).
Tres cuestiones quiero destacar en relacin con la cita de Lozano. En primer lugar, la definicin de los hechiceros (la perversa canalla) como resabio de la gentilidad, una etapa casi pre-poltica -y en trminos religiosos equivalente a la categora de idolatra no intrincada- que las sociedades indgenas reducidas estaban, a su juicio, dejando atrs. En segundo lugar, interesa la identificacin entre magia indgena y chamanismo. Los eminentes en el arte mgico, de los que se exalta su capacidad metamrfica, son discpulos del demonio y hechiceros y, en este sentido, la descripcin no se aparta del remanido retrato caracterstico del siglo anterior. Debe notarse, no obstante, que para Lozano el maleficio es solamente una de las formas, no excluyente, que el arte mgico indgena puede asumir. En tercer lugar, est la referencia especfica a los pueblos de Santiago del Estero y a las razzias antihechiceriles de don Alonso de Alfaro. El lector ya sabe de qu se trata: el teniente de gobernador realiz dos campaas (1715 y 1720) que derivaron en no ms de una decena de procesos criminales; el conducido contra Juana Pasteles fue uno de ellos. Aunque el maleficio ocupe el primer plano, lo novedoso es que Lozano vincule aquellas campaas de la primera mitad del siglo XVIII con los delitos de la poca gentil de las sociedades indgenas tucumanas y con sus lderes religiosos. Claramente, no haba sido aqulla la perspectiva de Alonso de Alfaro. Haba querido combatir el dao mgico, pero haba reconocido en sus portadores a otros sujetos que, tal vez, le resultaran ms familiares por su bagaje hispano. Cul habra sido la mirada de Juana, Pancha o Lorenza? Postular continuidades entre las juntas que sucedan a la recoleccin y las salamancas coloniales involucra, necesariamente, la memoria de una comunidad. Como ha sido sealado por los antroplogos, los rituales funcionan como potentes dispositivos mnemnicos por su carcter estereotipado y reiterativo (Connerton 1989). El hecho es que si las idolatras no intrincadas del Tucumn fueron de verdad erradicadas y sustituidas por la religin catlica,
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la recoleccin de la algarroba, actividad que dejaba lugar a rituales de carcter calendrico, era en cambio permitida y an alentada por las autoridades civiles y eclesisticas. La algarroba, en efecto, subsidiaba a la economa colonial por considerarse como alimento indgena por excelencia. Como contrapartida, mientras duraba, el tiempo de la recoleccin era para los indios y nadie deba perturbar ese parntesis de residual libertad (Arana 1999). La confesin de Juana Pasteles nos advierte acerca de los contenidos nuevos de las juntas del siglo XVIII que las acercan a las salamancas. Por un lado, el hecho de que se celebren en tiempos de recoleccin reclama y explicita continuidad con el pasado. En este sentido, para quienes participan de las celebraciones cclicas, ellas son un modo de compartir y reconstruir la memoria. Por otro, interviene el sesgo demonista de la tradicin nueva que se superpone con los viejos rituales y que parece dominar completamente el discurso de las reas de 1761. Esos discursos remiten a juntas (salamancas) a la vez ms amplias -por la participacin multitnica- y ms estrechas (por la necesidad de iniciarse, accesible a los pocos que tienen la osada de hacerlo). En fin, la salamanca como estereotipo mestizo adquiere sentido en el contexto de un mundo tambin mestizo. Este contenido, sin embargo, se pierde en la leyenda folclrica en la que ha terminado por predominar el motivo del pacto diablico europeo. Tal vez las salamancas de Lorenza y Pancha sealaban el momento en que los viejos rituales terminaban de vaciarse de su sentido original. Fecha de recepcin: junio 2005. Fecha de aceptacin: noviembre 2005. AGRADECIMIENTOS A la John Carter Brown Library de Providence donde tuve la oportunidad de consultar los libros antiguos aqu citados en sus versiones originales. A Raquel Gil Montero y a Silvia Ratto que leyeron la ltima versin de este trabajo en tiempo record y me hicieron llegar sus comentarios. Y a los participantes del taller El mestizaje como problema de investigacin organizado en la Universidad de Quilmes en noviembre de 2004. BIBLIOGRAFA CITADA Aguirre Beltrn, Gonzalo 1963. Medicina y magia. El proceso de aculturacin en la estructura colonial. Mxico, Instituto Nacional Indigenista.
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EN CONTINUO TRATO CON INFIELES. LOS RENEGADOS DE LA REGIN PAMPEANA CENTRO-ORIENTAL DURANTE EL LTIMO TERCIO DEL SIGLO XVIII Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez *
* Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur. Correos electrnicos: [email protected] y [email protected] Una primera versin parcialmente distinta sobre el tema de este artculo fue presentada por los autores en el Taller de Discusin El mestizaje como problema de investigacin, que tuvo lugar en la Universidad Nacional de Quilmes los das 18 y 19 de noviembre de 2004.
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RESUMEN Se considera el caso de los renegados, un conjunto poco numeroso de criollos, mestizos, negros y mulatos voluntariamente instalados entre los grupos indgenas de la regin pampeana centro-oriental. Acogidos con flexibilidad por estos ltimos, que los incorporaban a su vida y proyectos, los renegados representaron, en cambio, para la administracin colonial la figura del traidor por antonomasia; totalmente volcados a auxiliar a los infieles para lo cual previamente debieron apartarse de dios y abandonar al rey, convirtindose en seres irredimibles y peligrosos. Una serie de diacrticos que revelaban su singular condicin transcultural contribuyeron a aumentar el grado de exposicin al riesgo implicado por su actividad como espas y baqueanos y, al tiempo que facilitaron su identificacin y castigo, les confirieron una visibilidad documental que permite reflexionar sobre el contexto de miscegenacin cultural en el que sus presencias cobran sentido. Palabras clave: transculturalidad - mestizaje - renegados - intermediarios. ABSTRACT The subject matter is the renegadoes, a small group of criollos, mestizos, black men and mulattoes voluntarily settled among the indigenous groups of the central-west region of the pampas. Received with flexibility by the latter, who incorporated them into their lives and projects, the renegadoes were seen as absolute traitors by the colonial administration since, after abandoning the Christian god and king, they dedicated themselves to helping the unfaithful becoming irredeemable and dangerous beings. A series of diacritics, that revealed their unique transcultural condition, contributed to increase the risk exposure implied by their activities as spies and scouts (baqueanos), facilitating their identification and punishment and also granting them a documentary visibility that allows us to think about the cultural miscegenation context in which their presence became significant. Key words: transculturality - mestizaje - renegadoes - brokers - gobetweens
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[P]or ser en todas sus partes de abominables costumbres, y dedicados herir y matar gentes, robar caballadas y mujeres; y muchos de ellos con continuo trato con los infieles; por donde sabian nuestros movimientos cuando se dirijian buscarlos en sus tierras y siendo guias, vaqueanos de ellos cuando venian cometer la frontera sus insultos. Memorial del virrey Vrtiz a su sucesor el marqus de Loreto, Buenos Aires, 1784.
INTRODUCCIN Entre los actores sociales emergentes de las relaciones intertnicas establecidas en la regin pampeana, el segmento cordillerano adyacente y la Araucana se encuentran los renegados, un conjunto poco numeroso de criollos, mestizos, negros y mulatos 1 convertidos en tales a partir de una decisin inicial voluntaria o de una transmutacin verificada en el curso de una situacin de cautiverio 2. Acogidas con flexibilidad por los indgenas que las incorporaron de buena gana a sus proyectos; para la administracin colonial estas personas representaban, en cambio, la emblemtica figura del traidor quien no solo se encuentra en continuo trato con infieles y los auxilia en sus propsitos sino
Se presenta tambin algn caso en que el renegado en cuestin es nombrado El Indio santiagueo, El Indio salteo o El paraguayo, sin ms datos. Esas procedencias, conjugadas con la peculiar actividad intercultural desarrollada en regin pampeana, sugieren la existencia de historias interesantes que mereceran ser conocidas.
2 En relacin con los distintos momentos de los procesos de contacto, la situacin del grupo captor y las condiciones personales del abducido (edad, sexo y pertenencia social originaria seran las ms obvias), un cautivo poda transformarse -transmutar- en renegado. De estas caractersticas fue, en efecto, el cambio experimentado durante la segunda mitad del siglo XVIII, por algunos esclavos negros adultos, como el imbatible Negro del Cannigo (a quien nos referimos en la nota 23 de este mismo artculo) unnimemente detestado por los oficiales del rey. 1
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que para hacerlo elige apartarse de dios y abandonar al rey, doble defeccin de su propia naturaleza que lo convierte en un ser irredimible y peligroso. Nuestra atencin se concentrar en los renegados de Mamil Mapu y de Leu Mapu 3, durante el tercio final del siglo XVIII. Tambin en este caso como en otros, la exhibicin de una serie de rasgos diacrticos recurrentes trasuntaba la singularidad de su condicin transcultural y reflejaba la lgica de su adhesin a los nativos, al tiempo que contribua a facilitar su identificacin y castigo. El alto grado de exposicin al riesgo que implic su actividad les confiri cierta visibilidad documental muy a propsito para sustentar una reflexin acerca del contexto de miscegenacin cultural 4 en que su presencia cobra sentido.
INTERMEDIARIOS CULTURALES Y RENEGADOS La decisin de sumarse voluntariamente a un grupo social distinto al propio se refleja en centenares de casos desgranados a lo largo de la historia de las relaciones establecidas entre las sociedades nativas y los europeos y sus descendientes, a partir del momento inicial de la expansin colonial del siglo XV. Esa decisin voluntaria 5 asumi dos modalidades diferentes: la intermediacin cultural -los truchement en la terminologa francesa del siglo XVI 6, brokers o go-betweens en la terminologa anglfona contempornea- y
3 La superficie de Mamil Mapu coincida con el monte pampeano extendido al este de la cuenca del ro Salado-Chadileuv hasta la llanura herbcea bonaerense; Leu Mapu era el nombre dado a la amplia faja medanosa ubicada a lo largo del borde oriental del territorio de la actual provincia de La Pampa (ver al respecto Villar y Jimnez 2003 a y b). 4
El concepto miscegenacin cultural alude precisamente a los contextos de mezcla (mixtura) que se produjeron en los numerosos espacios sociales de interaccin generados por los contactos de sociedades indgenas y sociedades originarias de Viejo Mundo. Estas relaciones mltiples, complejas, prolongadas y cambiantes fueron acompaadas por el surgimiento de una cantidad de componentes mestizados, por ejemplo, el vasto conjunto de actores sociales peculiares entre quienes destacaremos aqu la significacin de los renegados. Hallowell, en su ya clsica contribucin, los denomin transculturities, definindolos como quienes se desprenden temporaria o permanentemente de un grupo e ingresan en la trama de relaciones sociales que constituyen otra sociedad, colocndose en mayor o menor grado bajo el influjo de sus costumbres, ideas y valores (Hallowell 1963: 523; traduccin de los autores).
Truchement -truchimn o trujamn en castellano- proviene de una palabra de origen rabe, turgumn, incorporada a las lenguas europeo-occidentales durante las cruzadas.
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la condicin de los renegados, constituidos en protagonistas principales de este artculo. Con referencia a los primeros, diremos que su papel consista en generar una comunicacin fluida entre el grupo del que el intermediario se destacaba y aquellos otros entre quienes iba transitoriamente a instalarse. Merrell (1999: 37) ha sealado que, no obstante su eficaz comportamiento intercultural, los go-betweens se muestran anclados en su sociedad de pertenencia a la que abandonan solo para cumplir sus objetivos y a la que regresan una vez que los han alcanzado modalidad que, como vemos, permite distinguirlos claramente de los renegados. Entre una multitud de ejemplos sobre truchements, en reas donde se hizo notar la presencia francesa, destacan los del Brasil y Canad (Navet 1994-1995, Bernand y Gruzinski 1999: 442-443). Algo similar ocurri en las regiones nord-orientales de Amrica del Norte, donde una simtrica necesidad de establecer relaciones fluidas con los indgenas del lugar aconsejaba promover no solo la adquisicin de las lenguas, sino tambin un manejo eficiente del protocolo diplomtico iroqus. Este conjunto de prescripciones originado en el seno de su Liga (Richter 1992: 30-49) y ms tarde difundido a otros grupos (Richter 2001: 134) inclua un lenguaje ritual en el que solo un experto poda comunicarse, pero adems la participacin en complejas ceremonias y la interpretacin de las sartas de wampun (Hagerdon 1988, Richter 1988, Merrell 1999: 20-27). Su importancia lo convirti en un saber invalorable para todos los colonos que debieran tratar con vecinos indgenas y el acentuado inters que despertaba justific el adiestramiento de expertos que fuesen capaces de conducirse con solvencia. En cuanto a los dominios americano-meridionales del imperio espaol, recordemos por ltimo a los capitanes de amigos del reino de Chile (Villalobos 1982, Len Sols 1991) y de la frontera mendocina (Levaggi 1989-1990, Silva Galdames 1991) quienes, desde el punto de vista conceptual, se corresponden, por su tipologa comn, con otros brokers tanto de nuestro continente como de todos aquellos en donde tambin se hayan instalado colonias europeas. No obstante, y paradjicamente, aquellas peculiaridades que volvan til la intermediacin cultural tambin convertan en sospechosos a sus agentes. Quien era capaz de vivir entre los indios demostrando que poda comer,
Navet (1994-1995: 41, nota 8) observa: Le Petit Larousse ilustr de 1908 donne la dfinition suivante du mot truchement: de larabe tourdjouman. Interprte dans la conversation entre des persones qui parlent des langues diferentes. Fig. intermdiaire servant expliquer, interpreter les penses de quelquun. Corominas & Pascual (1984: 676-677) relacionan el trmino rabe -turgumn- con el verbo traducir y sealan que su equivalente aparece registrado ya en el francs del siglo XIV.
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beber, hablar y relacionarse con ellos, llegando inclusive a pensar segn sus categoras, experimentaba tales modificaciones en su identidad individual y social que, a los ojos de sus contemporneos, se transformaba no solo en sorprendente expresin de las peculiaridades de un mundo sui generis, sino -y principalmente- en un individuo cuya lealtad personal -en tanto poda concebirse dividida y, por lo tanto, falente- despertaba constante suspicacia 7. Precisamente y en punto a la cuestin de las lealtades las crticas se reiteraban. A principios del siglo XVII, Alonso Gonzlez de Njera, temprano cronista de las singularidades visibles en la frontera caliente del sur del reino de Chile 8 razonaba que siendo imprescindible contar con ellos y tratndose de una actividad en la que se dependa totalmente del sincero proceder del intermediario a quien no haba forma de controlar y cuya eficacia solo se podra medir con posterioridad a la obtencin de un resultado -es decir, cuando ya era tarde para lgrimas- debieron haberse preferido los espaoles criollos a los mestizos, por ser aquellos espaoles legtimos por razn de ambos padres, mientras que estos:
heredaron el ser no menos fallos de verdad que los mismos indios, y el ser de ruines inclinaciones en las cuales descubren bien a las claras el parentesco que con ellos tienen, aunque sean hijos de espaoles nobles e ilustres; as como vemos en Espaa lo poco que se aventaja entre los dems mulatos el que tuvo por padre caballero muy conocido [...] Y la razn es porque en la sangre de las indias y negras que conciben y cran a los mestizos y mulatos, se enturbia la de los que los engendran, por muy clara y limpia que sea. As que no siendo menos aptos o suficientes para el oficio de farautes 9 los espaoles criollos que los mestizos [...] y siendo aquellos de mas confianza
7 Colin Calloway (1989: 38-58) re-escribi la historia de Simon Girty (1741-1818) cuya lectura resulta muy til para quien se interese por asomarse al caso paradigmtico de un intermediario cultural que despert este tipo de suspicacias toda su vida. 8
Las estrechas relaciones histricamente existentes entre los grupos indgenas de Araucana, pampas y norte de Patagonia nos autoriza a presentar datos extrados de fuentes referidas principalmente a los reche, nativos del sur del reino de Chile. En ellas, el tipo social que consideramos aparece descripto durante el 1600 con caractersticas anlogas a las que presentarn los renegados de la regin pampeana centro-oriental en el 1700.
Faraute o farate -proveniente de haraute o heraute, heraldo- constituy una de las denominaciones aplicadas a los intermediarios. En su sentido ms antiguo (presente a principios del siglo XVI) el trmino designaba a un intrprete significado que mantena un siglo despus, como puede verse incluso en el texto de Gonzlez de Njera. Luego tom acepciones peyorativas. A partir de la idea de mensajero, pas a alcahuete (criado de mujer pblica o de rufin) y a partir de la de heraldo vir a individuo entremetido y bullicioso que quiere dar a entender que lo dispone todo (Ver Corominas y Pascual 1984: VII-343).
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y verdad que estos, con todo ello en el principio de aquella guerra 10 se introdujeron mestizos y no criollos en tal cargo, sin considerar cuan importante es y que todo el es oficio de confianza, porque ni se pueden tomar cuentas dl, ni averiguar con pruebas manifiestas si se administra mal, y no digo si se administra bien, porque los buenos efectos de la guerra lo dijeran (Gonzlez de Njera 1889 [1614]: 113-114).
Como se advierte, el cronista comparta el generalizado punto de vista de que las cualidades de un individuo se reciban por la sangre de sus progenitores y por la leche de su crianza (Bernand 1999: 78-79). Se pensaba que inevitablemente indios, negros, judos y musulmanes transmitiran a sus descendientes peculiaridades negativas y lo mismo fatalmente ocurrira incluso si el padre -no obstante ser espaol- se reproduca con una mujer nativa o de castas que transmitiera al nio sus fallas raciales. Esa conviccin bastaba para que el nuevo ser, a raz de su turbiedad, quedase impedido de acceder a cualquier posicin importante en la sociedad. La obsesin por la pureza de sangre demostrada por los espaoles del siglo de oro (Bennassar 1985: 200-207; Bernand 1999: 65-67; Ziga 1999: 428-433) contribuy a obstaculizar, entre otras cosas, la asimilacin de los moriscos. Con independencia de la sinceridad de su conversin se les impidi ocupar puestos en la administracin real o en la iglesia, estigmatizaciones que haban coadyuvado a que fuera imposible incorporarlos, segn lo advirtieron algunos analistas poco despus de la expulsin (Cardaillac 1979) 11. Esta actitud contrastaba con la receptividad que demostraron las sociedades musulmanas de frica del Norte. Se abran aqu las puertas que all estaban cerradas al punto que un converso poda llegar a ocupar cargos y puestos de mxima importancia (Bennassar y Bennassar 1989: 277-280) 12. El razonamiento acerca de la mezcla de sangres encerraba, desde luego,
10 11
Louis Cardaillac cita un texto del licenciado Pedro Fernndez de Navarrete con respecto a la asimilacin de los moriscos: Con todo eso me persuado a que si antes que estos hubieran llegado a la desesperacin que les puso en tan malos pensamientos se hubiera buscado forma de admitirlos a alguna parte de honores sin tenerlos en nota y seal de infamia, fuera posible que por la puerta del honor huvieran entrado al templo de la virtud y al gremio y obediencia de la Iglesia Catlica, sin que los incitara a ser malos el tenerlos en mala opinin (Cardaillac 1979: 56). As tenemos el caso de Euch Al, renegado calabrs que lleg a ser rey de Argel, Trpoli y Tnez y almirante de la escuadra turca en la batalla de Lepanto, a quien Cervantes llama Uchal en su relato -en buena medida autobiogrfico- de la historia del cautivo (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, II-XXXIX); o la sorprendente trayectoria del holands Simn Danser quien a principios del siglo XVII reneg sbitamente de su vida reposa12
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una suerte de apora: producida la traicin del intermediario serva para justificarla pero, sin embargo, la pureza tampoco garantizaba su lealtad. La defeccin del puro pasara entonces a adjudicarse a una contaminacin derivada del trato continuo con infieles, argumento al que tambin era lcito recurrir cuando la defeccin alcanzaba el escandaloso e insuperable extremo que significaba instalarse definitivamente entre aquellos; renegando de su vida anterior. Pero ms adelante veremos que los indgenas haban elaborado una fundamentacin distinta -y ms plausible- que esta. En un trabajo anterior (Villar y Jimnez 1997) propusimos que en el marco de las relaciones intertnicas establecidas por hispano-criollos y criollos con las sociedades indgenas de Araucana, regin pampeana y Patagonia norte entre los exponentes locales de una condicin transcultural (para utilizar la denominacin creada por Hallowell ya comentada [1963: 523]) se perciban dos tipos singularizados por su instalacin permanente o prolongada en el seno de los grupos nativos: los aindiados y los renegados. Los primeros estn lejos de nuestro actual inters y los dejaremos a un lado, remitiendo la atencin del lector interesado a aquel aporte 13 y concentrndonos en la figura de los restantes.
LA CONDICIN DE LOS RENEGADOS A diferencia de los aindiados que conformaron grupos militarizados, los renegados se lanzaron a la aventura en forma individual. Esta alternativa parece haber estado disponible sobre todo para varones adultos y, de hecho, la categora renegados los alude de manera explcita y excluyente, tanto se trate de hombres libres como de esclavos cualquiera sea el color de su piel 14. Su presencia se advierte a lo largo del multisecular perodo que duraron las relaciones intertnicas aludidas anteriormente, llamndoselos no solo de esa manera (renegados) sino tambin refugiados y agregados 15.
da y se fug a Argel donde se convirti en el Capitn Diablo, legendario corsario de taifa y -al menos en apariencia- consecuente musulmn (Wilson 2003: 48). Una conducta de anloga accesibilidad tuvieron, por lo general, las sociedades nativas americanas.
13
Agregndole Villar 1998: 79-133 y Villar y Jimnez 2003c y dejando anotado que los aindiados se hacen visibles con nitidez en la regin pampeana y norte de Patagonia a partir de la iniciacin de la Guerra a Muerte en el sur de Chile (1818-1824).
14
No obstante y como lo seala Salomn Tarquini en su tesis indita citada en la nota siguiente, las mujeres no deberan ser excluidas a priori: quiz las hubiera y se trate (una vez ms) de ausencia documental.
15
Ortelli 1999, 2000 y Salomn Tarquini 2002 son los nicos que, segn nuestro conoci-
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No obstante su utilizacin indistinta, estas denominaciones quiz introdujeran ciertos matices diferenciales en las situaciones de vida previas. Refugiados seran quienes se vieron compelidos a abandonar su grupo de origen debido a la incidencia de un problema generalmente de tipo legal o poltico que hubiera puesto en riesgo su libertad: cuentas pendientes con la justicia y elusin de obligaciones militares pudieron ser dos de las causas ms frecuentes (Ortelli 2000: 188). A diferencia del anterior, el mote de agregado sugiere la ausencia de compulsin, comunica un mayor grado de voluntariedad en la decisin: la simple insatisfaccin con una forma de vida fronteriza; por otra parte, no radicalmente distinta a la que se llevara entre los nativos -como ha observado Carlos Mayo con acierto (1985)- pudo motivar la mudanza, lo mismo que el mal de amores, un conflicto familiar, el desagrado por una situacin laboral desfavorable, o la simple expectativa de una mayor libertad. La condicin de renegado, en cambio, transmite ms claramente la idea de una conducta militante en contra de la sociedad abandonada. Desde el primer momento de su instalacin americana, no hubo para los europeos como no la hubo en el curso de sus conflictivas relaciones con los musulmanes- una figura que representase mejor la apostasa, la desaprensiva ausencia de fidelidad al rey y un rechazo tan aberrante de la condicin cultural originaria que la de estos hombres quienes, aliados a los infieles, y en contacto cotidiano con sus detestadas costumbres inciviles, facilitaban el acceso a la informacin que converta en exitosos los asaltos e insultos contra su propia gente, y adems tomaban las armas para participar en ellos. Agobiados por la incomensurabilidad de esas transgresiones los cronistas no pudieron menos que subrayar la magnitud del escndalo. As, deca el mismo Gonzlez de Njera:
En pasndose a los indios estos imitadores de sus vidas, y profesores de su perniciosa amistad, toda la que aquellos brbaros les hacen, es darles mujer para ms asegurarles en su compaa, con lo cual luego los prendan habindolos primero muy bien examinado para notar lo que pueden del intento de su vida a ellos (Gonzlez de Njera 1889 [1614]: 118).
Y refirindose a todo cristiano que hubiese mantenido contacto prolongado (voluntario o forzado) con indgenas, Jernimo de Quiroga lanzaba con elocuencia un anatema en su contra:
miento, tratan con cierto detenimiento el tema de los refugiados y agregados en la regin pampeana y norpatagnica.
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Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez Hace reconocido con grandes experiencias que todos estos espaoles o mestizos cautivos, criados o nacidos entre los indios, aman tanto sus vicios, costumbres y libertad, que son perjudiciales entre nosotros, porque todos hacen lo que Simn haca por el inters de una china o no se ha logrado y nos han dado muchas lanzadas, porque han sido prevenidos de estos espas. Y asimismo, entre los indios, son peores que los ms fieros brbaros, porque son brbaros con discurso, y as fuera conveniente echar de la frontera a todos los que nacieron, se criaron o estuvieron muchos aos cautivos, en especial si son hombres ruines [...] que una pequea raza los hace declinar de sus obligaciones y he observado que en pasando diez aos el cautiverio, en todos se hace naturaleza aquel trato continuado y vida suelta y viciosa, y son generalmente todos unos (Quiroga 1979 [1690]: 229).
Los miembros de la pequea raza, por el contrario, vean en la conducta de los renegados mucho ms que una claudicacin individual potencialmente beneficiosa para ellos. Con irona argumentaban que la renuncia demostraba la superioridad de sus costumbres: no habran de ser tantas las excelencias de una vida cristiana, cuando el ad mapu 16 se impona por s solo. Por ms empeo persuasivo que pusieran los celosos sacerdotes encargados de adoctrinarlos, no se conoca caso de indios sinceramente convencidos de abandonar, por negativo, su modo de vida. En cambio y aunque nadie los instruyese previamente en las ventajas que derivaran de esa audacia, los cristianos dispuestos a renunciar al propio eran muchos ms de los que a regaadientes se reconoca, y lo hacan sin titubeos. Quiroga presentaba la cuestin de esta manera disculpando a conveniencia las debilidades de la carne:
Djome un indio de porte [...] que era mejor su ley que la nuestra, o su modo de vivir que el nuestro, porque en el nuestro no entraba ningn indio aunque ms se lo persuadan. Y en el suyo entraban los espaoles sin que ninguno se lo persuadiese, y puso el ejemplo en los capitanes espaoles que tenan en su reduccin, los cuales luego compraban, pedan o quitaban muchas chinas a los indios, y lloraban durmiendo con todas, porque no tenan vigor para apagar el fuego que en ellas encendan, pero dejemos las propiedades de los lenguas 17 que obran como hombres solitarios puestos en la ocasin y no es posible que sean buenos sin muchas asistencias divinas con que vencer los incentivos de la naturaleza (Quiroga 1979 [1690]: 332-333).
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Brevemente definido, el ad mapu es el conjunto de normas, inscriptas en la memoria social y transmitidas oralmente, que regulaban el modo de vida indgena. Se refiere a los capitanes de amigos en su funcin de intrpretes.
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Ms all de las argumentaciones con las que se quera explicar el punto, la ausencia de vacilaciones que un renegado evidenciaba al dar el paso decisivo constitua un buen signo para los grupos receptores; y sobre la base de un buen pronstico los mecanismos de integracin se ponan rpidamente en marcha. En una instancia liminar, el reemplazo de la identidad social e individual anterior se iniciaba con el abandono de la vestimenta -solo recuperada, al parecer en forma transitoria, cuando la apariencia cobraba valor tctico 18- y la imposicin u otorgamiento de un nombre indgena. Gonzlez de Njera sealaba:
no tienen los indios a los fugitivos espaoles en ms de estimacin de lo que conocen que les importa su consejo, favor y ayuda, no dejando tambin de aborrecerlos, como a espaoles, aunque se agradan de los servicios que les hacen [] a fin de poder tratar con ellos sin que les turbe el sentido, la apariencia y muestra de espaoles, los obligan desde el principio no solo a que anden descalzos a su usanza y vestidos en su hbito, pero a que traigan las barbas peladas como ellos, y porque hasta los nombres que tienen de espaoles, les dan pesadumbre, les hacen que los muden, dndoles otros de los que ellos usan (Gonzlez de Njera 1889 [1614]: 118).
A medida que la permanencia se prolongaba iban sucedindose una serie de adquisiciones en torno a las que el renegado en ciernes construa su nueva identidad, entre las cuales la de la lengua ocupaba, desde luego, un lugar principal. La incorporacin a una red parental mediante matrimonio y la posterior filiacin de los hijos, as como la participacin en incursiones, constituan un conjunto de actos adscriptivos que implicaban ya el acceso a una situacin de incorporacin plena 19.
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El lector matizar los alcances de esta afirmacin, teniendo en cuenta que la exhibicin de diacrticos en la vestimenta fue variando con el paso del tiempo. No hay ms que examinar la iconografa indgena del siglo XIX para observar los progresos de los procesos miscegenatorios en este tipo de rasgos. De todas formas, y aunque efectivamente haya ocurrido as, es evidente que para una persona socializada en la frontera o adiestrada en la interaccin con indgenas solo por excepcin resultara difcil reconocer en alguien la condicin de indio o de cristiano entre indios pero s crecientemente arduo precisar a qu grupo tnico o parcialidad perteneca. En el curso de un contacto prolongado y conflictivo los mismos nativos aprendieron la conveniencia de abandonar o manipular diacrticos identitarios; en ciertos casos para obstaculizar eventuales reconocimientos, en otros por cuestiones de prestigio.
19 Tngase en cuenta que si una persona ingresaba a la condicin de renegado a partir de su previo cautiverio -sobre todo cuando la captura se produca a edad temprana- el proceso adscriptivo adquira otras particularidades que no consideraremos ahora (ver Villar
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Su nmero.... La incorporacin de renegados no fue, por cierto, un fenmeno masivo sino que adquiri la forma de un lento goteo que se prolong desde las pocas ms tempranas del contacto con los reche -a quienes se refieren los testimonios que hemos presentado hasta aqu y que presentaremos a continuacin- hasta tiempos tardos, tanto de uno como de otro lado de la cordillera. A principios del siglo XVII, el mismo Gonzlez de Njera refiere la existencia de medio centenar en toda la Araucana:
Es, pues, que hay entre los indios ms de cincuenta espaoles fugitivos que los industrian, ensean y amaestran en todas las cosas que exceden a su capacidad. Destos fugitivos algunos son mestizos, y parte mulatos, y otros legitimos espaoles, que en todos hacen el nmero que he dicho, sin otros miserables que los mismos indios han muerto, no porque los han hallado tibios o remisos en ser perjudiciales a los nuestros, sino por sus particulares pasiones que las ms veces son celos, cosa que los ofenden mucho (Gonzlez de Njera 1889 [1614]: 118).
Y el ex-cautivo Diego de Molina, aunque refirindose nicamente a aquellas parcialidades que lo mantuvieron aprisionado, informaba en la misma poca:
Fuele preguntado que qu tantos espaoles tenian armas juntandose con los indios de guerra= Dijo que serian como hasta diez espaoles que vienen en las juntas a pelear i quatro son los que l ha visto (Declaracin de Diego de Medina, que estuvo cautivo entre los indios sobre el estado de aquellas cosas. Concepcin, 13 abril 1615. Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, Manuscritos Medina, Tomo 111, Documento 1.872, fojas 260-261).
Tampoco en el siglo XVIII y en la pampa centro-oriental los renegados alcanzaron una numerosidad que se distancie de la que muestran los datos provenientes de un siglo antes en Araucana 20. Por ejemplo, en Crdoba,
1997, Villar y Jimnez 1999 y 2002 [2001]) aunque presenta puntos en comn con el descripto en este texto. Los datos que se procesarn a continuacin provienen, sobre todo, del testimonio de cautivos tomados en jurisdicciones mendocina, cordobesa y bonaerense, por grupos aucas, pegelches, y ranqueles, estos ltimos tanto de Leu Mapu como de Mamil Mapu durante la segunda mitad del siglo XVIII. Lgicamente, una buena cantidad de referencias a los renegados proceden de tales testimonios, ofrecidos a su regreso a las fronteras por las
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durante el ao 1784, el miliciano Gabriel Naguarque, capturado por un indio pampa cristiano de la reduccin de Ro IV y vendido ms tarde en tierra adentro, pudo identificar a tres renegados en medio de doscientos mocetones:
En la conversacin que tenan algunos indios ladinos, en los seis das que estuvo entre ellos conoci a un cautivo que llevaron de este Ro 4o de el paraje que llaman de las Barrancas, llamado Juan Jos Fernndez, uno de los mayores corsarios que hay entre los indios, como que l vea lo que les aconsejaba a los enemigos. Este es alto, blanco y pelo largo. Tambin dice que conoci a otro que le dijo era de Buenos Aires. Este era blanco, pelo rubio y ya bien cerrado en el castellano porque -le dijo- le llevaron muy pequeo. Este le mostr a otro mozo que asimismo era cristiano; este muy cerrado, porque tambin lo cautivaron pequeo. Hasta aqu es lo que puede decir con verdad en todo el tiempo que estuvo entre ellos; y que la partida de indios (la que le apres) se componen de 203 o 204; que varias veces, cuando se formaron, los cont (Declaracin de Gabriel Naguarque, Crdoba, 12 agosto 1784, en Sumaria contra Miguel Indio Pampa, transcripta en Grenon 1927: 146-147).
Pedroza, capturado por los ranqueles de Leu Mapu, tambin mencion un nmero pequeo de renegados; en especial uno:
Que en este tiempo ha conocido diferentes Naciones de Yndios sujetos varios Caziques como son Huilliches, Peguenches, Chilenos, y Ranquelches, que tienen de 15 20 Toldos cada uno, y su total fuerza ascendera 600 Hombres de pelea sin yncluir Mujeres ni nios de ambos sexos: que tienen ynfinitos cautivos pero q.e duda se sirvan de ninguno para Baqueano esepcion de Anteman aquien acompaa voluntariamente un Espaol vesino de S.n Juan del Pico cazado en la Tolderia con una Yndia y llamado Juan de Dios, que se exersita en servir de Espia este Cazique en las Ynvasiones anticipandose a los parajes en los que premeditan, vestido a la Espaola y Ynstruido de las proporciones, y puntos por donde puede hacerse la Entra-
personas fugadas o rescatadas. Son pocas, en cambio, las oportunidades que tenemos de escuchar a los renegados hablando de s mismos, no solo por la escasa numerosidad del conjunto sino tambin porque en este caso el relato presupone la captura y est enturbiado por el esfuerzo extremo de engaar, bajo presin, a un interrogador nada benevolente y esquivar as a la Parca. En ese sentido, algo de razn tiene Peter Lamborn Wilson cuando, en su divertido y estimulante libro sobre los corsarios moriscos y los renegados europeos, seal que [t]he pen of history is in the hand of the enemies of the Renegadoes; they themselves are silent (Wilson 2003: 15).
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Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez da buelve la tolderia y dirije la Accion: Que estas las ha executado en repetidas ocasiones, y con especialidad en Areco el Ao de 1779, matando por si mismo muchos christianos, Hiriendo a otros, y yevando todos con el trozo de Yndios que llevava su orden; Y ultimamente cometiendo toda clase de maldades a que naturalm.te le ynclina, su caracter yntrepido, ynumano, y opuesto los Catholicos, calidades con que lisonjea los Ynfieles y le adquieren entre ellos amor y respeto: que tendra como veynte y sinco Aos de edad, de estatura proporcionada, ojos azules, color blanco, pelo Rubio y que tiene una sicatriz grande en una de las rodillas (Declaracin del cautivo Blas de Pedroza, Buenos Aires, 8 diciembre 1786, Archivo General de la Nacin [en adelante AGN] IX 1, 3, 5, folios 663 vuelta y 664).
Varios testimonios muestran coincidencia acerca de la poca cantidad de personas que integraban el conjunto en cuestin al punto tal que los declarantes no tienen dificultad en recordar los nombres cristianos y describir la apariencia de los renegados que conocieron, como de hecho lo hicieron Naguarque y Pedroza. Su transcripcin demandara ocupar un espacio que preferimos utilizar para referirnos a otras cuestiones que tambin consideramos de inters. Por lo tanto, nos conformaremos con remitir la atencin del lector a una seleccin de la documentacin disponible 21.
... y sus funciones Baqueanos y espas fueron las funciones que los renegados desempearon con mayor frecuencia e incontestable maestra 22. A ellas se suma una
21
Se trata de las siguientes declaraciones: 1) Fermn Restoy, cautivo de los Aucas, Lujn, 31 agosto 1780. AGN IX 1, 6, 2, fojas 170 vuelta; 2) Mateo Funes, cautivo de los Aucas, Lujn, 26 octubre 1780. AGN IX 1, 6, 2, fojas 212 vuelta; 3) Francisco Galvn, cautivo de los Pegelches, Rincn del Salado, 27 octubre 1780. AGN IX 1, 4, 5, fojas 561 vuelta; 4) Pedro Zamora, cautivo de los Aucas, Buenos Aires, 22 febrero 1781. AGN IX 1, 7, 4, fojas 310; 5) Francisco Obejero, cautivo de los Ranqueles de Leu Mapu, Buenos Aires, 10 mayo 1781. AGN IX 30, 1, 1; 6) Marcos Gomez, cautivo de los mismos Ranqueles, Buenos Aires, 10 mayo 1781. AGN IX 30, 1, 1; 7) Juan Cuello, cautivo de los Ranqueles de Mamil Mapu, San Carlos, 1 junio 1782, Archivo Histrico Provincial de Mendoza, Carpeta 65, Documento 23; 8) Pedro Morales, cautivo de los Ranqueles de Mamil Mapu, Salto, 27 septiembre 1782, AGN IX 30, 1, 2; 9) Cautiva Cordobesa no identificada, Carilauquen en Mamil Mapu, 24 mayo 1784, Diario de la Expedicion que de orden del seor Gov.or Intend.te Marques de Sobremonte acabo de hacer con las Milicias de esta ciudad de Mendoza contra los indios pampas, en AGN IX 24, 1, 1, 124 vuelta.
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tercera -la de hombres de guerra- que se da a menudo por sobreentendida en los testimonios disponibles pero que sin duda revisti mucha significacin. La buena disposicin para participar de actividades incursivas o blicas contra las sociedades de origen parece haber adquirido un significado especial dentro del proceso adscriptivo. Dirigir las armas contra aquellos que fueron los suyos -incluso encabezando un grupo de guerreros, como lo hizo el mentado Juan de Dios- constitua en los renegados un gesto definitivo, cuyos alcances no escapaban a la inteligencia de nadie. Entre los casos consultados, sobresale uno en el que el parricidio y el robo de la caballada familiar, contrapuestos al afecto conquistado en el otro mundo, condensan en forma descarnada el contexto de la ruptura y su irreversibilidad:
Que le contavan las cautivas Juan Josef mui sigilosamente hay un cristiano en aquellos Toldos como de edad de veinte y ocho aos de buen cuerpo, bien parecido, y rubio el que est actualmente bombeando y bicheando en todos los pagos de las Fronteras de Buen.s Ay.s donde tienen mas ganado, donde hay mas descuido, y buenas mosas, y en fin s el unico confidente y Baqueano que tienen los Indios para su entrada y robos, sin el qual no pueden hacer nada con acierto. Que lo mas del tiempo est ocupado en esta diligencia y quando les avisa los Indios, inmediatamente van dar el golpe, pero con tanta inteligencia, acierto y seguridad que no les sucede contra tiempo alguno, que quando dieron el ultimo abance en el pago de la Magdalena, de donde es natural, este maldito hombre mat a su Padre y se trajo consigo todos los caballos: lo que savian las expresadas cautivas, porque los mismos Indios lo havian contado. Que quando sale de los Toldos suele decir que v correr yeguas, biene pocos dias, y le cuenta los Indios lo que pasa por las chacras, y se vuelve otra vez. Que tiene los mejores caballos, que los Indios le quieren en extremo, y no hacen nada sin l, y que hacia cinco aos que estaba entre ellos (Viedma 1938: 521-522).
Est muy claro que una violencia de tal entidad no poda ser perdonada y mereca la muerte como nico castigo. Por lo tanto, la decisin de quemar las naves a ese extremo lgicamente implicaba no solo el afianzamiento de la concomitante adhesin al grupo indgena receptor, sino un reaseguro muy valioso para este. En su papel de espas o bomberos una de las ventajas que presentaban los renegados era su habilidad para pasar desapercibidos mientras merodeaban con disimulo por las dependencias fronterizas. Tomemos ejemplos referidos a las fronteras de Buenos Aires y de Crdoba. Las observaciones del parricida que acabamos de dejar atrs, hechas con inteligencia, acierto y seguridad por una persona que evidentemente haba adquirido una enorme
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experiencia, constituyen el primero, fechado en junio de 1781. Un mes despus, Viedma reciba otro reporte de las actividades de este mismo renegado, consignando nuevamente su eficacia:
el muchacho que tiene el Cacique Negro le inform del cristiano que est entre los Indios y hace referencia el peon Juan Josef habia muerto su padre el qual se hallaba por aquel entonces en las fronteras de Buenos Ayres, usaba vestido completo de cristiano con lo que no lo echan de ver ni es conocido entre los nuestros, y que este mal hombre nos hace mas dao que todos los Indios juntos, pues si les faltara no habian de dar sus avances tan seguros (Viedma 1938: 536).
Un buen espa poda hacer la diferencia a la hora de eludir un enfrentamiento. Durante la entrada general de 1784, los esfuerzos de las columnas expedicionarias de Crdoba y Mendoza fracasaron en gran medida debido a los informes que el afamadsimo renegado Lorenzo Bargas Machuca proporcion a los indgenas sobre los movimientos de los milicianos, permitindoles eludirlos. Jos Francisco de Amigorena, comandante de armas de la frontera de Mendoza, se enter ms tarde de las solitarias actividades de espionaje por boca de una cautiva rescatada. La mujer, adems de proporcionar un listado de los renegados que vivan en las tolderas de Mamil Mapu, le relat las andanzas de Bargas Machuca:
Examin a una de las cautivas de Cordova como de 40 aos y muger bastante racional, la que declar: [] que los Indios ya tenian noticia de esta entrada aun estando en aquel lado del Rio por lo que debia temerse (q.e ello ) digo q.e no lo ignoraban los que avitaban Mamel Mapu y Las Vivoras; q.e no tenian q.e pasar rio alguno para ir a Cordova y demas fronteras, y les era mas facil bombearlas: que el conducto por donde estos tuvieron la noticia fue por medio de un Christiano Mendocino llamado Lorenzo Bargas Machuca, q.e salio de Carulauquen a bombear las fronteras de Cordova y San Luis donde vio las disposiciones q.e se hacian p.a esta entrada, que hacia una luna que havia llegado de evacuar esa diligencia p.r cuyo motivo se avian retirado con el a internarse tierra adentro varios indios de estos toldos, q.e creyeron la noticia, con el negro del Difunto canonigo Caas, q.e mataron en el Saladillo; otro xptiano llamado el Retaco, un Paraguay xptiano tambien cautivo (Diario de la Expedicion que de orden del seor Gov.or Intend.te Marques de Sobremonte acabo de hacer con las Milicias de esta ciudad de Mendoza contra los indios pampas. Mendoza, 1784, AGN IX 24, 1, 1, fojas 124).
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Todos estos individuos eran peligrosos para las autoridades coloniales pero Bargas Machuca lo fue en grado superlativo, pues a su habilidad para no hacerse notorio aada gran conocimiento del territorio. Amigorena, en distintos informes que envi al gobernador intendente de Crdoba, se lament reiteradamente de no haberlo podido capturar:
Para prueba de que stos indios heran propiamente los que frecuentaban las irrupciones por los campos de B.s Aires, remito a V.S: con el correo Martn Quirs una casaca de uniforme, una cota de malla, un retazo de grana con dos y media varas, otro de pao azul con una vara y unas borlitas de cngulo que segn declara la cautiva, robaron los indios cuando mataron al cannigo Caas, cuio negro subsiste entre los indios. No fu poca fortuna haber conseguido esta ventaja 23 de unos indios que ya tenan noticias de esta entrada general por Lorenzo Vargas Machuca (el retaco), cristiano mendocino que vive entre ellos y haca pocos das haba llegado de recorrer en traje de tal las fronteras de Crdoba y Ciudad de la Punta segn dicen las cautivas y cuia prisin y de otros malvados de esta clase, pienso conseguir por medio del famoso y nuestro amigo, Casique Ancn (Borrador de la correspondencia mantenida entre la comandancia de armas de Mendoza y el gobernador intendente de Crdoba. Jos de Amigorena al marqus de Sobremonte, Mendoza, 4 mayo 1784, Archivo Histrico Provincial de Mendoza, Carpeta 55, Documento 11).
La fama de Bargas Machuca trascendi los lmites locales. Hasta Jos de Glvez, el todopoderoso ministro de Indias de Carlos III, fue informado de su existencia y de los esfuerzos por neutralizarlo, dato revelador que permite formarse una idea precisa de la importancia estratgica que revestan los renegados -adems de la simblica que les cupo como emblemticos traidores- tornando impostergable su captura y castigo. A los ojos del virrey, el escollo representado por el bombero quedaba equiparado en magnitud a las fuerzas de la naturaleza:
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Se refiere a la ventaja de haber alcanzado la toldera de Carulauqun donde recuper algunos bienes que haban pertenecido al cannigo Jos Ignacio Caas, atacado por el cacique Llanketruz en Saladillo de Rui Diaz (jurisdiccin de Crdoba), a fines de 1777 (cfr. Villar & Jimnez 2000 y 2003b). Uno de los esclavos del prebendado -El Negro del cannigo- se uni a los indgenas, subsistiendo entre ellos como un renegado sui generis de insuperable calibre; a todas las caractersticas negativas que connotaban al conjunto sum la de fugitivo acompandolas de una palpable agresividad y un alto grado de exposicin que lo tornaba muy visible durante las incursiones, colocndolo en el foco de la atencin de los oficiales del rey.
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Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez La [guarnicin] de Mendoza consig[u]io destruir las tolderias que existian al Ocsidente de los Rios nombrados Atue, Diamante, Tunuvian y Bevedero despues de una marcha de 240 Leguas venciendo muchos obstculos [...] y fuertes crecientes de los mismos Rios que le ympidieron pasar mas adelante teniendolo tambien p.r ynfructuoso a vista de que los Yndios noticiosos de la expedicion, por vn Cristiano que entre ellos hay a quien se desea aprender para el exemplar castigo que esta dispuesto para tan grabe Delito (Oficio del marqus de Loreto a Jos de Glvez. Buenos Aires, 3 abril 1784. Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires, Legajo 56).
Si los saberes que los renegados tenan adquiridos sobre los territorios y sus recursos, su cmodo desempeo intercultural y su experiencia en colectar y circular informacin estratgica, constituyeron motivo de preocupacin para las autoridades coloniales imaginemos el desasosiego que les provocara pensar que estas pocas personas, en base a su conocimiento del manejo de armas de fuego, pudiesen llegar a transferir con xito a los indgenas la tecnologa que haba constituido, en buena medida, una de las claves de la predominancia blica del imperio. Durante el grave conflicto con el toki Ayllapangui de Malleco, en Araucana (Len Sols 1999) y en un oficio remitido por el gobernador del reino -Juregui- al mismo ministro de Indias, este le manifestaba su alarma frente a la recuperacin de un fusil en accin de guerra contra los indgenas, anuncindole que se realizaban diligencias por intermedio de los caciques aliados con la administracin para capturar al renegado que haba proporcionado el arma:
Y que haba llegado a la plaza el capitan Guircal noticiando la muerte del capitanejo o comandante de guerra de Aillapan nombrado Achiguaiant, a quien le haban quitado los caciques el fusil que traa en campaa contra ellos por saber el uso de armas de fuego []. Que sin duda le habra dado el referido mestizo Matheo Perez, intimo amigo de Aillapan cuya aprensin tena encargado a los caciques (Carta del gobernador Juregui al ministro Jos de Glvez, 30 diciembre 1776, Biblioteca Nacional, Manuscriptos Medina, Volumen 197, fojas 17) 24.
Pocos aos despus, Viedma le informaba al virrey rioplatense la existencia entre indios hostiles de un renegado que les enseaba el manejo de la pistola:
24
Este documento tambin se encuentra citado en la mencionada obra de Len Sols (1999: 223).
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que de los tres Peones que al principio fueron desertados de este Establecimiento solo havian cogido dos tapes, y el otro que era Santiagueo dijeron havia muerto de hambre, pero las noticias que havian adquirido se persuadieron era mentira, y que los dos tapes le mataron por robarle, lo que fundan que el Santiagueo llevava mucha plata, y los tapes ninguna y estos se la havan encontrado los Indios: Que a poco tiempo de haverlos cautivado se escaparon a pi, y havindolos seguido los Indios, intentaron resistirse, y hacer armas contra ellos, por lo que mataron uno de los dos llamado Ignacio, y al otro llevaron tierra adentro, no se save en que parage, que este que qued vivo tenia una Pistola y enseaba los Indios como se tirava, y entre ellos havia uno que tena un par de ellas de Dragones mui buenas como de oficial (Viedma 1938: 519-520).
Desde luego que aquella transferencia no se produjo, naturalmente no por falta de voluntad de los interesados en adquirir la tecnologa, sino por la dificultad en abastecerse de municin y obtener otros insumos imprescindibles para el mantenimiento de las armas, en un contexto de severa prohibicin de proporcionrselos a los indgenas, al igual que el armamento mismo. El hecho de que en la regin no se haya verificado la instalacin, o la presencia continuada de potencias europeas competidoras, obr a favor de que Madrid pudiese mantener esa poltica a lo largo del tiempo pero lo cierto es que los renegados pusieron empeo en transgredirla. Por su parte la corona durante la segunda mitad del siglo XVIII, y con el propsito de sumar poder de fuego a las fuerzas de sus aliados nativos recurri a la instalacin entre ellos de pequeos grupos de milicianos y soldados que los apoyaban con sus armas (incluso con alguna pieza liviana de artillera) durante un lapso corto y en oportunidad de alguna actividad blica especfica. De esta manera, inaugur una forma combinatoria de hacer la guerra que se potenciara en la regin hasta lmites nunca vistos luego de 1810, cuando los dos bandos enfrentados (realistas e independentistas) constituyesen cuerpos mixtos de jinetes indgenas y aindiados, estos ltimos diferenciados de sus antecesores del XVIII por el largo tiempo de permanencia entre los nativos y su adscripcin a ellos (Villar & Jimnez 1997, 2003c, y Jimnez 1998).
SON SEAS PROPIAS DE YNDIOS: IDENTIFICACIN Y CASTIGO El uso tctico de ciertos diacrticos a la hora de pasar desapercibidos mientras desarrollaban sus actividades de espionaje en las fronteras pudo volverse en contra de los renegados. Alguno de los elementos constitutivos
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de la vestimenta, el apero o el armamento que portaban, e inclusive su olor corporal a potro con frecuencia indisimulable -segn se trasluce en las fuentes-, caracterstico de los indgenas y distinto -por lo que se ve- del que exhalaran los cuerpos de los oficiales y funcionarios de las fronteras podan servir para poner en alerta a los encargados de controlar el accionar de los espas. As, Luis Ignacio Coria, detenido en el fuerte de Santa Catalina (frontera de Crdoba) a fines de mayo de 1777, pocos das antes de una incursin, fue encarcelado y sometido a interrogatorio. En el transcurso del mismo el instructor lo acus de bombero basndose en las ropas que el prisionero vesta, en sus boleadoras, y en el revelador aroma que despedan su persona, su atuendo y el recado:
Ytt. Siendole preguntado si entiende el Ydioma de aquellos Yndios dijo q.e no lo save, ni entiende en cosa alguna. Ytt. Echole cargo como seria facil no haver tratado ni hablado con dhos ynfieles, siendo assi q.e las bolas con q.e salio ala Front.a confiessa ser delos Pampas, y constar q.e todo el y su recado salio con olfato a Potro como se reconoce en los Yndios y tener declarado no haverse mantenido de otro sustento q.e el de las Perdizes y mathacos: Dijo que las Bolas que se le hallaron es cierto heran de los dhos Indios; pero q.e estas las tubo el q.e declara de otro Peon camarada suio, llamado Pasqual p.r haverlas comprado este de dhos Ynfiles y q.e el olfato q.e se le ha denotado infiere sea de la caza q.e lleva relacionada: y responde q.e esta es la verdad de lo q.e save y se le ha preguntado, vajo del juramento q.e tiene fho (Declaracin de Luis Ignacio Coria, Crdoba, 22 junio 1777, Fondo Documental Monseor Pablo Cabrera, Instituto de Estudios Americanos, Universidad Nacional de Crdoba, Documento 63).
La calidad de las ropas tambin provea informacin til para la pesquisa. Al ser sorprendidos en actitudes sospechosas los renegados solan argumentar que, en realidad, eran cautivos en fuga. Sin embargo, en el caso que proporcionaremos como ejemplo, el alegato no bast. La conducta del mismo sospechoso, remiso a presentarse en la guardia, contribuy decisivamente a confirmar la previa lectura que sus experimentados captores hicieron de su equipo, principalmente del poncho, pilcha a la que un cautivo propiamente dicho difcilmente pudiera acceder, sobre todo en los primeros tiempos de su cautiverio:
Pasa el Soldado Mateo Gonzales llevando a un cautivo que se encontro en estas inmediaciones con la declaracion q.e da el Besino q.e lo encontro, y la del cautivo, la bestimenta q.e trae no s de cautivo, pues trae poncho, y
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biene bien equipado para en la conformidad q.e salen otros siendo asi de q.e se sabe q.e los Yndios la rropa q.e les dan son los cueros mas biejos q.e tienen; El haver rresistido segun declara el Becino en no querer benir ala guardia y ber el traje q.e trae me ha echo formar alguna desconfianza por lo q.e e mandado ha rreconoser por el paraje q.e dise ha benido, y de lo q.e hubiere de nuebo abisare a VE con toda prontitud. (Oficio de Pedro Nicols Escribano al virrey Vrtiz, Chascoms, 21 febrero 1781, AGN IX 1, 4, 3, foja 181). Declaracion de Andres Rodrigues el q.e encontro aun cautivo oi dia de la fecha el qual declara q.e haviendo hido a campear por el otro lado de Vitel encontro al dho cautivo y preguntandole para donde hiba rrespondio q.e p.a lujan le dijo el declarante q.e como no havia llegado a la Guardia p.a q.e alli lo llebaran ala Ciudad a loq.e respondio q.e no queria hir otra parte q.e a Lujan, y disiendole el q.e declara q.e habian de hir al a Guardia, le empeso a suplicar de q.e no lo llevara, pidiendole por Dios, por su Mujer y sus Yjos y biendo lo q.e se rresistia hiso mas empeo a traherlo amenazandolo de q.e lo habia de matar a lo q.e lo rredusio a q.e se biniera con el a esta Guardia (Declaracin de Andrs Rodrguez, Chascoms, 20 febrero 1781. AGN IX 1, 4, 3, fojas 182).
El hecho de que, aunque muy peligrosos, los renegados fueran pocos permita que los instructores judiciales y los oficiales de la corona confiasen en que una actividad sostenida podra mantener el problema controlado dentro de lmites acotados. Los primeros, bajo el influjo de esta perspectiva de la cuestin, parecan preocupados por actuar con el mximo rigor emitiendo regularmente condenas capitales que tenan el efecto de disciplinar y disuadir -adems de adelgazar el nmero de los reos- sin reparar demasiado en la solidez de los medios probatorios. En este sentido, cierto tipo de antecedentes como la genrica sospecha de vagancia recada en un criollo pobre que haba tenido problemas con las autoridades en San Luis, el reconocimiento (en base a las caractersticas de la vestimenta) efectuado por un nico cautivo despus de dudar si se trataba o no de la misma persona a quien haba conocido como bombero de los indgenas, la denuncia de un familiar -resentido vaya a saber por qu srdidas disputas domsticas- que acusaba al reo de ser renegado podan concurrir a generar en el instructor una conviccin desfavorable apoyada en bases endebles, inclinndolo a pronunciarse por la aplicacin de una condena. Aunque en el caso particular de Francisco Mercado, pen rural y miliciano de Cruz Alta, no conocemos la decisin final; en principio tuvo la oportunidad de ofrecer prueba en su favor para desactivar la mala predispo-
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sicin que perciba en su contra. Otros testigos convocados no lo haban sealado, luego de dos rondas de reconocimiento en las que lo obligaron a vestir ropas distintas, y el mismo imputado aprovech esas fisuras para solicitar que se colectasen testimonios entre prcticamente toda la oficialidad de las milicias del sur de Crdoba, que segn aseguraba lo tena favorablemente conceptuado 25. En otras situaciones mediante la aplicacin de tormentos se lograba que el sospechoso se autocondenase velozmente, declarndose culpable de todo aquello que se le imputaba:
Preguntandole que de donde venia que buscaba respondi que venia de los Puestos de Chapa, que fu conchavado llevando una tropa de Mulas, a esto le dijo un cabo de Caravineros llamado Bartholome Amarillo que mentia que hera Bombero y registrandole le encontr barias seas las que demostraban ser seas propias de Yndios, como heran accioneras de estribos, correas de espuelas de Potro, como igualmente todo el hedia a Potro. Al otro dia por la maana Declar de que hera cierto ser Bombero, que benia mandado del Cacique Lorenzo, y Cacique Negro (Declaracion que d el Comandante de la Cruz Alta D.n Josef Manuel Arnaza, de lo que ha Declarado el Bombero que fue aprehendido el dia 19 del corriente en la noche, Pedro Pablo Jurez...Cruz Alta, 26 octubre 1789, AGN IX 1, 6, 3).
Por ltimo y en el plano castrense los oficiales, una vez agotados los medios a su alcance para neutralizar a un renegado, recurran con resultados variables al expediente de delegar la captura -y el ajusticiamiento- en los caciques amigos, como se intent, segn vimos, con el clebre Bargas Machuca. Esta solucin, desde luego, no sera sencilla de alcanzar. Ni siquiera un lder importante -Ancan Amun lo era en 1784- poda vulnerar sin ms las redes parentales y sociales que protegan a la vctima exponindose a desatar el riesgo de una venganza. FINAL Durante el ltimo tercio del siglo XVIII, las sociedades indgenas de la regin pampeana centro-oriental evidenciaban gran plasticidad para incor-
25
El sumario contra Francisco Mercado se encuentra en Archivo Histrico Provincial de Crdoba, Criminal de la Capital, tomo 40, Legajo 30. Las testimoniales, demasiado extensas para transcribirlas aqu, se levantaron en Cruz Alta y en Crdoba durante los meses de septiembre y octubre de 1787, luego de una incursin indgena contra la primera.
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porar en forma permanente a un nutrido conjunto de algenos, o para establecer con ellos cierta clase de relaciones intermitentes y especficas. Dejando de lado el caso de los cautivos, singularizado en sus momentos iniciales por el drama de la inclusin forzada, encontramos una serie de tipos transculturales definidos en torno a la voluntariedad de sus conductas de vinculacin e insercin. En primer trmino, los denominados intermediarios culturales, diestros operadores de las lenguas y de los protocolos nativos y capaces de gestionar una comunicacin fluida con los grupos de su conocimiento pero irreversiblemente atados a su sociedad de origen que solo abandonaban para cumplir un objetivo determinado entre los indgenas y regresar a ella. Esa relacin discontinua los diferencia claramente del conjunto de renegados, refugiados y agregados -y tambin de los aindiados que surgirn en la primera mitad del siglo XIX- debido a que estos se sumaban a los grupos nativos con la expectativa de una insercin permanente o prolongada. Aunque todos los actores sociales enumerados -inclusive los cautivos rescatados o fugados- despertaban una desconfianza acentuada an ms respecto de los mestizos o personas nacidas por cualquier otra combinacin de castas, en tanto se consideraba exacerbada en ellos la impureza ya sea por la mezcla de sangres o por efecto de su trato con infieles; en el caso de los renegados esa suspicacia llegaba al extremo. Estos traidores emblemticos haban optado por negar a dios, abandonar al rey, y auto-excluirse del puesto que, por el solo hecho de su nacimiento, les corresponda en el mundo con el nico propsito espreo de sumarse a los indgenas, auxilindolos activamente en sus empresas para lo cual era insoslayable que se volviesen en armas contra su propia sociedad. Esa triple defeccin unida a su militancia blica -rasgo que eventualmente puede contribuir a diferenciarlos de los refugiados o agregados-, y a su pericia como baqueanos y espas, los coloc en la mira de los administradores coloniales que no escatimaron esfuerzos para adelgazar su de por s acotada cantidad, hacindolos perseguir con denuedo. Un haz de indicadores crticos -aspecto personal, conductas sospechosas o remisas, cabalgadura, armas, equipo, vestimenta, olores corporales- servan para identificarlos y someterlos a la justicia del rey que sola cobrar sus vidas luego de una sumaria por lo general breve y, a menudo, basada en pruebas precarias. Esas actuaciones, y sobre todo los testimonios que acerca de sus acciones transmitan ex-cautivos, hablan de la complejidad de sus relaciones sociales y de su diestra condicin de operadores en mundos en conflicto algo que hemos tratado de reflejar en este artculo. Fecha de recepcin: mayo 2005. Fecha de aceptacin: noviembre 2005.
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ROMPECABEZAS PARA ARMAR: EL ESTUDIO DE LA VIDA COTIDIANA EN UN MBITO FRONTERIZO Silvia Ratto*
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Silvia Ratto
RESUMEN Lejos de la nocin turneriana de la frontera como lmite de separacin existe actualmente un consenso historiogrfico en definir a las regiones fronterizas como lugares de encuentro de culturas. Se desprende, de esa idea central, que estos espacios se caracterizan por su multiculturalidad pudiendo detectarse prcticas mestizas que recogen elementos culturales de muy diverso origen. La preocupacin central de este trabajo est puesto en indagar el tipo de fuentes y las estrategias analticas que permiten acercarse al conocimiento de la vida cotidiana en el espacio fronterizo bonaerense. Para ello, presentaremos los resultados que pueden obtenerse a travs de dos vas de indagacin: el seguimiento de los intermediarios culturales y el anlisis de fuentes judiciales relacionadas con conflictos intertnicos. Palabras clave: frontera - mestizaje - intermediarios culturales - prcticas judiciales.
ABSTRACT Far from Turners definition of border as limit to separation, current research defines frontier regions as places of cultural encounters. Racially mixed practices gathering cultural elements belonging to quite different origins can be detect in these spaces. The main goal here is to determine what type of sources and analytic strategies allow a closer knowledge to everyday life in Buenos Aires frontier. In doing so, we present some results obtained through two different ways of inquiry regarding the role of cultural brokers and the judicial sources concerning interethnic conflicts. Key words: frontier - cross-breeding - cultural brokers - judicial practices.
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INTRODUCCION En las ltimas dcadas se ha consolidado una nueva mirada historiogrfica sobre los espacios de frontera que signific una modificacin fundamental de los primeros planteos que, sobre esta temtica, postulara Frederick Jackson Turner. Las ideas de Turner fueron fundamentales para sustentar la construccin terica de la identidad americana, a la que se caracteriz como fuertemente individualista y sin barreras para su expansin y desarrollo. Pero, ms all de este fundamento ideolgico, el modelo de frontera turneriano fue duramente criticado ponindose en duda su validez histrica. Uno de los grandes errores que se le imputaron al modelo fue el de circunscribir el sujeto que protagoniz el avance fronterizo al pionero blanco de descendencia europea, lo que borraba del escenario tanto a diferentes minoras que acompaaron el proceso (esclavos, mestizos, mujeres, asiticos) como a los mismos pueblos nativos con quienes los pioneros debieron encontrarse (Ratto 2001). En esta lnea crtica se produjo una profunda redefinicin del papel jugado por los pueblos nativos en situaciones de contacto. Tradicionalmente, se presentaba solo una doble alternativa en cuanto a las posibilidades que desarrollaron los indgenas en contextos coloniales: la aculturacin o la resistencia. Se postulaba, asimismo, que estos dos procesos haban tenido lugar en territorios distintos y bajo modalidades radicalmente diferentes. As, mientras el proceso de aculturacin se ubicaba en espacios que haban sido conquistados a travs de una triple actividad que involucraba la accin evangelizadora de la Iglesia, la normalizacin jurdico-poltica y la organizacin de la produccin colonial, los casos de resistencia se localizaban fundamentalmente en espacios fronterizos tomando la forma de enfrentamientos blicos 1. La reformulacin de estos presupuestos deriv en la constatacin de una amplsima gama de relaciones que involucraron a los pueblos indgenas, a los colonizadores europeos y a distintos grupos de migrantes que arribaron
1 Para un desarrollo sobre la evolucin de estas posturas historiogrficas remitimos al trabajo de Boccara 2001.
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Silvia Ratto
asimismo a la frontera. De manera que, en contraposicin con lo sostenido anteriormente, es en los espacios fronterizos donde se operan los cambios ms radicales (Boccara 2001). Dentro de las nuevas propuestas metodolgicas para analizar el encuentro entre los pueblos nativos y los conquistadores europeos son particularmente tiles los conceptos de middle ground de Richard White (1991), pensamiento mestizo de Serge Gruzinski (2000) y lgica mestiza de Guillaume Boccara (2000) los cuales tratan de dar cuenta de los diversos prstamos culturales que se produjeron entre los grupos en contacto para lograr una comunicacin adecuada. Estos autores plantean que el mestizaje no fue solo biolgico sino que se extendi a todo tipo de contacto en los que el prstamo y la mezcla de rasgos culturales fueron una parte intrnseca. El mestizaje, planteado de esta manera, refleja la necesidad que tenan los contemporneos para inventar a diario modos de coexistencia y soluciones para sobrevivir. En los primeros momentos del contacto, o producto del desinters y/o la imposibilidad de cada uno de los grupos en contacto por imponer su fuerza, se llegara a la construccin de un mundo que fuera mutuamente inteligible para lo cual deba apelarse a smbolos y valores del otro. Un elemento central en estas propuestas se encuentra en mostrar la existencia de dos esferas de contacto: la diplomtica que hace referencia a la relacin oficial entre los dos grupos y la cotidiana. Acceder al conocimiento del mestizaje producido en este ultimo mbito presenta indudablemente dificultades derivadas de la escasa documentacin que pueda brindar elementos en esa direccin. En la esfera diplomtica, por el contrario, es relativamente ms sencillo percibir actos de adecuacin ya que estos se hallan explcitamente consignados en las fuentes. En efecto, en la documentacin oficial que describe los encuentros diplomticos, o en las actuaciones judiciales pueden distinguirse los intentos de ambas partes por llegar a un acuerdo apelando a nociones y/o costumbres de cada una de ellas. No ocurre lo mismo con los encuentros cotidianos que, por su naturaleza espontnea al hacer referencia a la vida da a da, no derivan en la produccin de testimonios escritos. De modo que acercarse al conocimiento de esa cultura mestiza, que indudablemente haban conformado los habitantes de la frontera, resulta una tarea mucho ms difcil de realizar. A pesar de estos acuerdos iniciales es posible encontrar algunas diferencias analticas en las investigaciones de los tres autores mencionados, basadas fundamentalmente en la direccin en que cada uno de ellos analiza las relaciones de contacto. El planteo de Boccara se centra exclusivamente en la sociedad nativa analizando los procesos de contacto desde una perspectiva de resistencia nativa a los intentos de dominacin de los hispanocriollos. Al estudiar de manera conjunta los conceptos de etnognesis y
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etnificacin -la compleja obra de construccin de las diferencias por parte de los agentes coloniales- a los que seala como las dos caras de un mismo proceso, el anlisis tiende a la unilinealidad. Ese es precisamente el objetivo del autor quien explcitamente pretende, a travs de su planteo de lgica mestiza, analizar [...] los procedimientos utilizados por los agentes estatales para imponer la legitimidad de una dominacin y de un ejercicio centralizado de la fuerza pblica (Boccara 2000:461). A diferencia del anterior, los modelos de White y Gruzinski estn centrados en el doble proceso de contacto; es decir, en las adecuaciones que debieron realizar ambas sociedades para lograr el entendimiento. En efecto, los autores remarcan el hecho de que los conquistadores, as como los pueblos nativos con los que se encontraron, no formaban un grupo homogneo sino que incluan una diversidad de actores con sus propios valores, costumbres y formas de vida. Por tal motivo, en la relacin con el nativo se ponan en juego solamente fragmentos de la cultura europea. Otro elemento central en sus planteos es que caracterizan a las situaciones de contacto como experiencias nicas e irrepetibles. Cada hecho conflictivo, o an cotidiano, sera resuelto de manera singular teniendo en cuenta la situacin coyuntural en que se encontraba la relacin intertnica. Es lo que, en el planteo de White, se llama el middle ground entendido como un espacio tanto real como simblico donde se desarrollan nuevas formas de comunicacin y comportamiento. En este espacio la nocin fundamental que gua la convivencia cotidiana es la persuasin; un grupo intenta persuadir al otro apelando a lo que percibe como valores y prcticas del segundo. El concepto de middle ground fue utilizado por muchos historiadores norteamericanos como una herramienta muy til para interpretar la frontera como un espacio que involucraba un complejo proceso de intercambio cultural, balance de poder y creacin de nuevas formas sociales. Esta idea de sociedad fronteriza multicultural ofreca una visin alternativa del encuentro entre indgenas y conquistadores donde era posible detectar la convivencia pacfica y el acomodamiento creativo realizado por ambos 2. En estos nuevos enfoques interpretativos adquirieron un papel relevante aquellas personas que compartan rasgos culturales de las sociedades en contacto, lo que les permita una mejor comunicacin entre ellas. Un trabajo pionero en estudiar el papel de estos intermediarios es el de Thierry Saignes publicado en 1989. En este trabajo, el autor analiz los itinerarios de cuatro mestizos fronterizos en los Andes sur orientales de Charcas planteando que [e]stas figuras clave en su vinculacin al Otro nos ayudan a discutir el clis
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del hombre desgarrado por su doble pertenencia a comunidades antagnicas (Saignes 1989:15). En la dcada de 1990, el estudio de los intermediarios culturales se expandi notablemente surgiendo diferentes conceptualizaciones para nombrar a estos sujetos que no necesariamente eran mestizos biolgicos. As, para Ares y Gruzinski se trataba de:
individuos (intrpretes, traductores, misioneros, cronistas, curanderos) o sectores (mercaderes, caciques, mestizos) que por su posicin econmica, social, poltica, religiosa, desempearon el papel de passeurs culturels o mediadores culturales entre varios mundos (Ares y Gruzinski 1997).
De manera que, ante la imagen metafrica de una frontera cultural entre dos mundos, encontramos a estos intermediarios que se ocupan en hacer pasar elementos de un lado a otro desdibujando esos lmites. Otro concepto similar al anterior es el de cultural brokers. Segn Margaret Szasz estos personajes constituyen un fenmeno universal y surgen en aquellos espacios donde las culturas se encuentran. Dotados de habilidades especiales logran obtener perspectivas multiculturales al ser repositorios de dos o ms culturas, y cambian su rol de acuerdo con las circunstancias. Segn la autora, ellos saben cmo piensan y se comportan los del otro lado y actan en funcin de ello (Szasz 1994:3). Ms centrado en el rol de intermediarios diplomticos, William Hart analiza la trayectoria de los go betweens. El xito de estos personajes dependa no solo de su manejo de la lengua de los grupos en contacto sino tambin de un slido dominio de la etiqueta diplomtica puesta en juego en los encuentros oficiales (Hart 1998:109). Finalmente, varios autores han enfocado el rol de la mujer indgena como pieza clave en el inicio y desarrollo de relaciones multiculturales, tanto diplomticas como comerciales 3. Esta nueva concepcin del espacio fronterizo y sus habitantes no ha pasado desapercibida en estudios que se ocupan de la campaa bonaerense. En efecto, algunos autores haban planteado la existencia de un sustrato cultural semejante entre las poblaciones criollas e indgenas en dicho espacio. As Carlos Mayo y Amalia Latrubesse al preguntarse sobre la adecuacin de los renegados de la sociedad hispano-criolla a la vida en las tolderas planteaban que esa interrelacin habra hallado una base comn sobre la cual edificarse debido a que:
3 La produccin historiogrfica norteamericana sobre este tema es extenssima por lo que remitimos solo a algunos trabajos puntuales que desarrollan la problemtica: Hagendorn 1988; Kidwell 1992; Shoemaker (ed.) 1995.
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las diferencias entre la toldera y el medio rural [] de la frontera eran todo menos abismales. Ambas economas giraban, en buena medida, en torno al ganado [] Las formas de vida material eran extremadamente sencillas y en absoluto incompatibles [] [por lo que] vivir entre los indios no comportaba, pues un cambio radical en las condiciones de vida material ni implicaba un largo proceso de readaptacin laboral (Mayo y Latrubesse 1993: 99-100).
Sin hacer una relacin tan directa con las similitudes que pueden encontrarse con respecto a la organizacin social de los grupos indgenas, Garavaglia sugera que el mundo campesino en el espacio rioplatense se hallaba cruzado por extendidas relaciones de reciprocidad. Estas les permitan acceder a instrumentos de labranza, ganado y fuerza de trabajo sin recurrir al mercado sino a travs del prstamo de algn vecino. La obtencin de bienes por esta va creaba una situacin de deuda que, en otra oportunidad, sera compensada de manera similar. En palabras de Garavaglia, en esta sociedad campesina [rioplatense] [] la costumbre de ayuda mutua, regida por reglas de reciprocidad, es una realidad indudable y ampliamente difundida (Garavaglia 1999:132) Es muy diferente la prctica social de las sociedades indgenas en el espacio pampeano? Sabemos que la economa de las sociedades primitivas se basaba en la triple obligacin de dar, recibir y devolver (Mauss 1971). En esta estructura, una persona estaba obligada a aceptar el obsequio que se le daba lo cual, a su vez, lo comprometa a devolver, en algn momento, otro bien en retribucin. De esta manera se creaba un crculo de dones y contradones generando relaciones personales constantemente deudoras unas de otras. Otros autores se han centrado en el estudio de intermediarios culturales en el espacio pampeano. As, Mandrini se refera a los agregados o allegados para describir a los pobladores hispano-criollos existentes en las tolderas indgenas estrechamente vinculados con los caciques y jefes de familia actuando a veces como secretarios o escribientes (Mandrini, 1992:63). Mayo y Latrubesse definieron a los renegados como aquellos que se alejaron voluntariamente de sus pagos para ir a vivir entre los indgenas (Mayo y Latrubesse 1993). Villar y Jimenez formularon la existencia de aindiados en el espacio pampeano a quienes caracterizaron como adultos, de sexo masculino; por lo general, bglotas y militares que ingresaban a la sociedad indgena de manera colectiva y por orden de mandos superiores incorporndose a las redes socioeconmicas nativas a nivel domstico y poltico (Villar y Jimenez 1997:109). Ahora bien, aunque existe un acuerdo inicial sobre la existencia de un espacio fronterizo mestizo -planteado no solo en trminos demogrficos sino
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tambin culturales- en la campaa bonaerense, es necesario iniciar de manera sistemtica el estudio del mismo. La pregunta que se impone es, qu tipo de fuentes deben usarse y qu estrategia debe seguirse para poder realizarlo? El objetivo de este trabajo es mostrar las posiblidades de un acercamiento a esta problemtica a travs de dos vas de anlisis: el seguimiento de algunos intermediarios culturales y el anlisis de fuentes judiciales relacionadas con conflictos intertnicos.
LOS INTERMEDIARIOS CULTURALES El perodo rosista es un momento muy fructfero para indagar sobre la constitucin de un espacio mestizo en la frontera debido a la aplicacin del sistema de negocio pacfico, que deriv en el asentamiento de numerosos grupos indgenas en la campaa bonaerense. Los caciques y las autoridades fronterizas eran los personajes que, de manera ms clara, servan de nexo entre los dos mundos culturales. Pero, al lado de ellos existan diversos personajes que tambin actuaron de puente para la convivencia intertnica. Se trataba de vecinos, militares de frontera y lenguaraces que, en virtud del contacto constante y fluido con las poblaciones indgenas del espacio fronterizo, haban establecido lazos personales con algunos indios en pos de la obtencin de determinados objetivos dentro de los cuales el comercio se presentaba como el vnculo ms notorio. Frecuentemente se resalta la habilidad de Rosas como hacendado de campaa para establecer slidos vnculos con los indgenas fronterizos. Pero Rosas no fue el nico que consigui esto. Muchos vecinos de campaa utilizaron sus contactos previos con caciques de importancia para actuar como mediadores entre estos y el gobierno, en ocasin del inicio de relaciones diplomticas. Otros, recorriendo un camino inverso, tuvieron un comienzo ms humilde desempendose como baqueanos o lenguaraces y basaron su ascenso social precisamente en la importancia de esa tarea. Como ejemplo del primer caso podemos mencionar al vecino de Salto, Juan Francisco Ulloa, quien en el ao 1819 era alcalde de hermandad del partido y era nombrado en los documentos como protector especial de los indios. Ulloa cumpli un papel fundamental como comisionado del gobierno en las negociaciones con algunos grupos ranqueles en el lapso 1819-1821, acompaado en esta tarea por otro vecino de probidad de Salto, Don Martn Juan Quiroga (Abril de Ciafardini 1997:43). En el ao 1820, la superposicin de comisiones enviadas por el gobierno a distintas tolderas ranqueles mostrara la competencia creada entre los sujetos anteriormente mencionados y otro vecino, Matas Gutirrez, por monopolizar el contacto
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intertnico 4. Para los comisionados sera fundamental mostrar a los caciques quin era el interlocutor ms vlido para concertar un acuerdo con el gobierno que derivara, esencialmente, en la percepcin de ayuda econmica (va regalos de ganado y otros bienes) y militar. Dentro del segundo grupo, encontramos a Ventura Miana quien comenz su actuacin en la campaa como baqueano de la tercera expedicin al sur realizada por el gobernador Martn Rodrguez en 1823. Trece aos despus sera un prspero vecino propietario del pueblo de Azul. El camino recorrido por Miana para llegar a esta ltima condicin estuvo estrechamente vinculado al contacto intertnico. Luego de la expedicin de Rodrguez sigui desempendose como baqueano de la campaa mencionndose sus constantes idas y vueltas a los toldos. En uno de estos viajes avisara sobre los preparativos de un maln que estaba planendose sobre el partido de Monsalvo (Ratto 2003:376). En el levantamiento rural del ao 1829 su participacin al frente de fuerzas compuestas de paisanos e indgenas fue muy clara 5: en febrero organiz una partida de ms de 100 personas en el partido de Dolores 6 y ms tarde comandara una divisin de indios de Tapalqu en la batalla de Las Vizcacheras, donde las fuerzas de Lavalle fueron derrotadas y el coronel Rauch encontr la muerte (Sarramone 1994: 113). Es probable que estas acciones fueran premiadas con un ascenso militar ya que en 1832 integr, como comandante, el escuadrn fundador de Azul junto a Juan Zelarrayan y Francisco Sosa (Sarramone 1997:57). Su asentamiento en dicho sitio podra haberse originado en ese momento. Lo cierto es que en un censo de Azul realizado en el ao 1839 ya figuraba como propietario de dos estancias pobladas con 500 vacunos, 91 lanares y 400 caballos y un capital de $25.446 7. La relacin tan estrecha que lo haba vinculado con los indios desde mediados de la dcada de 1820 se mantuvo en Azul. Precisamente en su estancia se alojaban veintids indios de los cuales cinco eran indios adultos, un muchacho de catorce aos, ocho mujeres y ocho chicos de ambos sexos 8.
4 El desarrollo de estas negociaciones ha sido sealado en nuestra tesis doctoral indita, Ratto 2003: 60-65. 5 Esta relacin con los indgenas habra llevado a Pilar Gonzlez a caracterizarlo como un cacique indgena en su anlisis sobre el levantamiento en la campaa durante el ao 1829 (Gonzlez 1982). 6 7 8
Miana a Rosas, 5 mayo 1834. Archivo General de la Nacin (en adelante AGN) X, 24.9.1. Es bastante razonable suponer que estos indios cumplan algn tipo de tarea rural dentro de la estancia. De hecho, como encargado de cuidar una caballada de Estado existente en
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Su contacto con los caciques pampas lo converta asimismo en un interlocutor de importancia. Durante los acontecimientos de fines de 1836, cuando la regin sur de la provincia se vio prcticamente arrasada por los malones indgenas, Miana invit a los caciques Cachul y Catriel para tener con ellos una entrevista y tratar de los ultimos sucesos ocurridos en las estancias del Azul 9. Poco despus, ante la inseguridad de la zona y sin consultar previamente a Echeverra, el caciquillo Nicasio dependiente de Catriel le haba consultado si el cacique [] poda venir a Azul 10. En el ataque de enero de 1837 el cacique Reilef, que haba vivido en Tapalqu hasta 1836 y se presentaba como uno de los promotores del maln, haba elegido a Miana como interlocutor para lograr un entendimiento con el gobierno y obtener el canje de prisioneros conociendo que el Coronel Miana [] era muy caritativo y muy dispuesto a favor de los cautivos y cautivas 11. Si en los casos anteriores la pertenencia de esos personajes a la sociedad criolla es clara, en los lenguaraces esto se diluye bastante adquiriendo caractersticas ms cercanas al aindiado 12 que se mueve de manera armnica entre los dos mundos. Esta doble pertenencia llevaba a que, en ocasiones, su fidelidad resultara bastante dudosa pero, paralelamente, deban disimularse algunas prcticas non sanctas por la necesidad de contar con sus servicios. Veamos el caso del lenguaraz Dionisio Morales cuyo desempeo tuvo una gran centralidad en los inicios de la dcada de 1820 como nexo entre el gobierno de Buenos Aires -enfrentado a las fuerzas de Carrera en esos momentos- y algunos caciques ranqueles. De l se dira que junto a Ulloa mueven a estos casiques a fabor de Buenos Aires 13. A pesar de su importancia en el contacto intertnico el gobierno tena una gran desconfianza hacia su persona. En 1820, se recibieron noticias de que Morales se hallaba en unas tolderas ranqueles negociando la entrega de cautivos sin conocerse quin haba impulsado esa misin. Se decidi entonces ordenar su captura y remisin a Buenos Aires para indagar el motivo de su presencia en los toldos,
Azul Miana informaba que haba puesto en servicio a algunos indios que tengo en mi chacara y han aceptado voluntariamente la ocupacin seis indios. Como dato adicional vale sealar que mientras los peones criollos cobraban un sueldo de treinta pesos, los indios eran retribuidos con la suma de veinte pesos.
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AGN, X, 25-5-1. AGN, X, 25-2-5. AGN, X, 25-2-5. Para una caracterizacin de este tipo fronterizo ver el trabajo de Villar y Jimenez 1997. AGN, VII, Archivo Biedma, legajo 1041.
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sospechndose que el objetivo era captar a los indios para algn tipo de incursin sobre la frontera. Sin embargo, la orden de arresto no fue acatada por Cornelio Saavedra, comandante de la frontera norte, quien desestim esos temores y revaloriz el papel del lenguaraz como interlocutor vlido para la realizacin de negociaciones. De hecho poco despus, junto a Ulloa y Quiroga, encabezara la misin de paz enviada a los mismos toldos reconocindose que Morales es sumamente amado de los dos caciques Leynan y Guaichu. Pero esta estrecha relacin con los indios lo llevara a realizar ciertas prcticas indgenas no bien vistas por el gobierno que en marzo de 1822 orden, y esta vez logr, la prisin de Morales por estar en los toldos y vender un cautivo cristiano por 25 cabezas de ganado y 60 pesos. A pesar de esta penalizacin, Morales debe haber vuelto a cumplir tareas esenciales para el contacto intertnico ya que, completando su sinuoso derrotero, al morir el gobierno decidi entregar a su viuda una pensin por los invalorables servicios realizados por su marido en la campaa 14. Un caso similar al de Miana, en cuanto al ascenso social, fue el de Francisco Iturra, oficial chileno que form parte del contingente de aindiados que arrib a las pampas en 1827 junto con el cacique Venancio. Entre 1820 y 1827 form filas en el ejrcito patriota durante la llamada Guerra a Muerte en Chile. En 1828, ya establecido en Baha Blanca, alcanz el grado de alfrez y se convirti en el lenguaraz del fuerte 15. Su estrecha relacin con indios de distintas agrupaciones lo llev a convertirse en sospechoso para las mismas autoridades del fuerte, quienes en ocasiones dudaron de su fidelidad. En agosto de 1831, en momentos en que el fuerte se hallaba en una difcil situacin por la llegada de la coalicin borogano-Pincheira, sucedi que habindoselo llamado para que tradujese las expresiones de ciertos Indios que se han presentado no fue havido Iturra en el destino, contextando [] su asistente que havia ido ha cuidar los cavallos [] dos millas distante de este punto. Esta situacin cre gran sospecha y descontento en el coman-
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Esta y las anteriores citas relativas al caso Morales corresponden a AGN, VII, Archivo Biedma legajo 1041.
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Una evolucin similar realiz Jose Bielma, capitn de milicias de la frontera de Penco, en Chile, quien se asent en la campaa bonaerense y sirvi de lenguaraz en las fronteras de esta capital en cuyo tiempo se ha desempeado con el mayor celo. En octubre de 1815 pidi la exencin del servicio miliciano por su avanzada edad pero solicitaba que no se le ponga incoveniente para ir a visitar a los caciques amigos, pedido que fue concedido. Durante el enfrentamiento entre las fuerzas bonaerenses y Carrera, Bielma actu como nexo fundamental en la coalicin entre el cacique Pablo y el oficial chileno. Esta opcin de Bielma contra las autoridades bonaerenses estara fundada en la muerte de su hijo en manos de los montoneros federales. AGN, VII, Archivo Biedma, legajo 1041.
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dante pues para impedir que con esa excusa el oficial se ausentara para tratar con los indios haca tiempo que fue preciso comprarle su tropilla de cavallos. Como ltimo recurso para lograr su obediencia se emiti una orden en donde se aperciba
al alfrez lenguaraz Don Francisco Iturra que si buelve a delinquir en separarse amas distansia de seis cuadras sin conocimiento de alguno de los seores Gefes sera [] castigado con el rigor de la Ley []. Luego que el expresado lenguaras Alferez Iturra hay regresado de su viaje a los campos se presentar arrestado en el cuarto de vanderas16.
Pero estas medidas no implicaron una cada en desgracia del personaje que sigui cumpliendo su papel como intrprete oficial e incrementado su relacin con los indgenas. Los vnculos personales que anud paralelamente con algunos oficiales del fuerte, incluido el mismo comandante Palavecino, le permitieron instalar, a fines de la dcada de 1840, una pulpera y establecer cierto monopolio en la compra de cueros a los indios derivado de su rol de lenguaraz al punto que, segn otro vecino del fuerte, Los dems negociantes muy raro cuero compran a los indios pues el mayor Iturra se los negocia17. Al frente de la casa de comercio se hallara su esposa Juana Seguel -que haba sido cautiva de los indios y rescatada por el cacique Venancio quien la entreg en Baha Blanca- y su hijo Francisco Po. A fines de la dcada de 1840 el comercio intertnico del fuerte -a lo que se agregaban las raciones del gobierno- se increment notablemente por el arribo de un contingente transcordillerano liderado por el cacique Calfucur. Precisamente este cacique se convirti en cliente privilegiado de Iturra. El ascenso de Iturra en el fuerte tuvo su punto culminante cuando en 1858 lo encontramos ejerciendo la comandancia. Tal vez, aprovechando esa posicin elev al gobierno seis solicitudes de terrenos en propiedad que se hallaban en poder de sus ocupantes desde el ao 1844 18. Entre esas denuncias se encontraba la de su mujer, Juana, quien argumentaba haber sufrido [en la ltima invasin indgena de 1858] el cautiverio junto con sus hijos, muriendo uno de ellos por el cruel tratamiento recibido por la gran preven-
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Las solicitudes eran propias, a nombre de su esposa, su hijo y otros parientes como Luis Iturra, Manuel Iturra y Miguel Seguel. AHPBA, Escribana Mayor de Gobierno, 97-8124/0, 169-12750/0, 98-8194/0, 220-15653/0, 86-6709/0 y 74-5656/0.
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cin de estos contra su esposo el comandante 19 para obtener la propiedad del terreno. Cmo interpretar la gran prevencin de los indgenas hacia Iturra con quien aparentemente tenan tan buenas relaciones? Precisamente este fluir entre dos mundos representaba un serio peligro para los mediadores culturales. Segn Kessell (1994), estos individuos podan, idealmente, vivir confortablemente en cada cultura, ir y volver con facilidad de una a otra. Pero difcilmente mantendran ese equilibrio por mucho tiempo ya que podan ir demasiado lejos en su insercin en la otra cultura, volver desilusionados a la propia o sentirse rechazados por ambas 20. Es probable entonces que Iturra al final de su vida, haya realizado una opcin por la sociedad criolla que lo llev a enemistarse con los grupos nativos que, hasta el momento, haban sido sus principales contactos con el mundo indgena.
PRCTICAS MESTIZAS EN LA CAMPAA BONAERENSE Otra va de abordaje al mundo fronterizo se encuentra en el anlisis de las actuaciones judiciales producidas en virtud de los conflictos intertnicos. Esta fuente aporta informacin sustancial para acercarnos a la forma en que el indgena se integr en la sociedad provincial a la vez que permite conocer algunos aspectos de la vida cotidiana en la campaa, las relaciones laborales, comerciales y, an, de parentesco y compadrazgo que fueron articulando indios y criollos. Un punto interesante para seguir en estas actuaciones se vincula con el lugar que ocupa la etnicidad en el espacio fronterizo Puede hablarse de una progresiva dilucin de la misma en los espacios fronterizos o, por el contrario, sigue operando como variable de diferenciacin muy clara dentro de la sociedad rural? Dentro de esta idea central se encuentra un tema derivado que tiene que ver con la existencia de dos mbitos diferenciados de relaciones intertnicas 21. Por un lado, el diplomtico que hace referencia a los vnculos oficiales entre ambas sociedades y define el curso de la poltica
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Kessell plantea que frecuentemente los cultural brokers sufren una crisis cultural, una confusin y/o indecisin con respecto a su pertenencia, al adoptar la apariencia de un camalen que asume la identidad del grupo en el cual coyunturalmente est viviendo (Kessell 1994:26). En este punto tomamos la formulacin de Richard White (1991) en su trabajo The Middle Ground..
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indgena de los gobiernos criollos y de la poltica hispano-criolla de los grupos nativos. Por otro lado, el mbito de la vida cotidiana que une a ambas sociedades. Nos preguntamos concretamente si la problemtica tnica es diferente en cada uno de estos mbitos. Dicho en otras palabras, la etnicidad encuentra un mayor campo de dilucin en las relaciones cotidianas que en las diplomticas? Si esto es as, de qu manera opera en uno y otro campo la mayor o menor diferenciacin tnica? Para evidenciar las posibilidades que presenta este tipo de documentacin nos centraremos en el anlisis de algunos procesos judiciales que tuvieron lugar en momentos muy diferentes de la relacin oficial intertnica pero que, sin embargo, presentan imgenes de la vida fronteriza muy similares. Esto nos permite sostener la idea de que las relaciones diplomticas y las cotidianas no tenan siempre, ni necesariamente, el mismo signo. Es decir, en momentos de gran conflictividad diplomtica no necesariamente se interrumpa el vnculo cotidiano establecido entre los integrantes de las dos sociedades. En 1819, el alcalde de Hermandad del partido de San Vicente, Zenn Videla, elev al gobierno una presentacin pidiendo la expulsin de los llamados Indios Medina por estar involucrados en el robo de ganado 22. Estos indios se hallaban asentados dentro del territorio provincial, en un terreno despoblado cerca del arroyo del Siasgo, lmite entre los partidos de Monte y Ranchos localidades que, en ese momento, se hallaban en el extremo sur del territorio ocupado. En lo que respecta al curso de la relacin diplomtica entre el gobierno y los grupos indgenas de la pampa sealemos que, desde mediados de la dcada de 1810, algunas incursiones indgenas comenzaron a sentirse sobre los establecimientos de la campaa bonaerense con el objetivo de apoderarse de ganado y hacer frente a los avances realizados por el gobierno sobre el sur de la provincia 23. Videla haba elevado al gobierno la denuncia del hacendado del partido, Don Ignacio Arista, sobre los frecuentes robos cometidos por estos in-
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El expediente relativo a los indios Medina que se analiza en las siguientes pginas se encuentra en AGN, X, 9-9-6.
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En 1815 se estableci el presidio de Santa Elena cruzando el ro Salado, junto con un destacamento miliciano en la laguna de Kaquel Huincul. Estas fundaciones se completaron con la Estancia de la Patria, cuyo objetivo fue abastecer de ganado a los establecimientos anteriores. En agosto de 1817, una nueva fundacin tuvo lugar cerca de los montes del Tordillo: el curato de Nuestra Seora de los Dolores y la Comandancia poltica de las Islas del Tordillo. Al ao siguiente se fund el pueblo de Dolores. En ninguno de estos casos medi una negociacin con las poblaciones indgenas existentes en la zona sino que se trat de acciones unilaterales del gobierno. Ver Ratto 2003:54.
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dios a quienes en esta oportunidad se los haba hallado con el objeto del delito, una vaca que le haban robado a Arista y haban carneado encontrndose todava en los alrededores de su vivienda el cuero con la marca del propietario. El alcalde Videla elev las actuaciones al gobierno notificando que se haba logrado que los indios pagaran una indemnizacin por el robo y que se trasladaran a la guardia de Ranchos donde se les dio tierras quitndolos del despoblado en tierras de propiedad agena y donde no podran robar. Para justificar su decisin Videla decidi levantar un sumario que titul Ocupacin, vida y costumbres de los indios Medina poniendo en conocimiento del gobierno el tipo de convivencia que se haba originado alrededor de estos indios, a los que caracterizaba como:
hombres sin ninguna ocupacin pues no labran, no cran ni trabajan y solo se ocupan de ir y volver de los Indios. Unos indios que ni rancho tienen y su toldera es paradero de infractores y partidas de Indios que se conducen sin tocar en los asuntos de frontera, unos hombres a tener el nombre de religin sin ejercerla solo sirve de pretexto para residir impunemente entre nosotros quando la acomoda asegurndose el nombre de indios si se les trata de reprender, a unos hombres que llamndose cristianos jams concurren a ningn acto religioso y que entre ellos hay varios casados al estilo pampa con infieles, y por ultimo a unos hombres situados de autoridad propia en despoblado donde eran abrigo de la mayor parte de los robos [...] y servan de espas de los pampas 24.
Si nos dejramos llevar por una primera impresin podramos suponer que el grupo Medina era una verdadera avanzada de la barbarie indgena asentada dentro del territorio provincial. Sin embargo, analizando un poco ms en detalle la actuacin iniciada por Videla esta imagen cambia sustancialmente. El primer elemento en el que vale la pena detenerse es el propio comentario de Videla acerca de que los Medina reivindican el nombre de indios si se les trata de reprender. Esto hara referencia a una estrategia conciente de los indgenas para evadir la justicia provincial alegando ser indios y por ello, presumiblemente, no imputables. De manera que, en este caso podra decirse que la etnicidad juega como salvaguarda para no ser penalizados por algn delito. Sobre los distintos puntos de la descripcin de Videla -ocupacin, viviendas, religin, relacin con la poblacin criolla y con los indios de las pampas- se realizaran las preguntas que contestaron los doce vecinos (ha24
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cendados y labradores) que fueron llamados a declarar. Aunque estos avalaran esencialmente los dichos del alcalde hay algunas desviaciones y/o agregados que permiten armar una imagen un poco mas compleja sobre la vida de este grupo. El primer elemento que Videla quera remarcar era la holgazanera de los indios que segn varios testimonios llevaran en el lugar entre 6 a 8 aos. De manera reiterada en las declaraciones se expresa que los indios a pesar de tener sus toldos siempre provistos de trigo, maz, frutas y carne fresca, no trabajan ni se les conoce mas ocupacin que ir y volver de los pampas. An los vecinos ms prximos a las tolderas sealaron que no les han visto nunca rastrojos. Sin embargo, uno de los declarantes expres que nadie trabaja excepto uno que se conchaba en la siega. Y otro testigo invocado por Videla, Juan Gregorio de Igarzabal que fuera comandante de Monte en el ao 1817, sealaba que existiendo ya en ese momento denuncias por robos perpetrados por los Medina los haba conminado a que abandonaran el lugar y se trasladaran al otro lado del Salado luego de levantada la cosecha de su sementera la que con dificultad alcanza a 1/2 anega de trigo. De manera que pese a los denodados intentos de Videla por mostrar, a travs de la declaracin de unos testigos convenientemente seleccionados, el ocio de los indios Medina algunos de los declarantes dejaban entrever algn tipo de actividad econmica realizada por aquellos. Esto nos lleva a preguntarnos si no nos encontramos ante la misma situacin denunciada, all por 1810, por Pedro Andrs Garca al hablar de la polilla de los campos 25, aquella poblacin que apenas araaba la tierra con una o dos fanegas de trigo El hecho de ser indio agregaba a esta situacin un motivo ms de queja por parte de los propietarios de campaa? Esto podra ser as pero, a medida que avanzamos en el documento, nos enteramos que los Medina no eran solo indios. En los reiterados robos que, segn los vecinos, se venan produciendo desde haca aos los Medina no actuaban solos. El dueo de la vaca que se hall en las tolderas reconocera que el hurto fue realizado en complicidad con un criado negro suyo que haca tiempo dorma en los toldos con las chinas, con el permiso de los indios. Pero este negro no era el nico criollo
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Pedro Andrs Garca fue un militar espaol que desempe varias misiones expedicionarias y militares en la frontera bonaerense durante la etapa tardo-colonial y a comienzos del perodo independiente. En la expedicin realizada a las Salinas Grandes en el ao 1810, Garca se refera a los pobladores precarios que vivan en tierras realengas o de otros pobladores como la polilla de los labradores honrados y de los hacendados a cuyas espensas se mantienen (Garca 1974:25).
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en las tolderas. En una declaracin que se repeta prcticamente sin cambios en todos los testimonios se deca que en las mismas haba una mezcla que no se entenda porque unos son bautizados y otros no y [...] hay cristianos casados con pampas y pampas casados con cristianas a su estilo. Este caso nos muestra una estrecha relacin entre pobladores criollos e indgenas que llevaban cerca de diez aos viviendo en la campaa. Las relaciones entre ellos haban derivado en matrimonios intertnicos sancionados tanto por las costumbres indgenas como por la iglesia crendose en el asentamiento de los Medina un verdadero mundo mestizo habitado por indios, desertores y pobladores criollos que haban adoptado la vida en toldos. Las tolderas, adems, eran refugio de partidas de indios pampas que constantemente cruzaban la lnea de frontera, de todos los cristianos tratantes sin licencia y criminales [...] y an pulperos sin licencia del gobierno. Si aceptamos las declaraciones de los testigos sobre las actividades delictivas de los Medina este grupo era verdaderamente un estorbo para el desarrollo de la vida en el partido. Sin embargo, no solo la poblacin marginal estaba vinculada con los Medina. Uno de los vecinos invocados como testigos, don Luis Gmez teniente de milicias, sealaba que los Medina luego de su detencin se empearon con l para que con su influjo mediase a que no se siguiese causa proponiendo pagar todos los perjuicios y despoblarse del paraje en que estaban. El vecino acept el pedido agregando que los mismos indios le confesaron la indulgencia con que fueron tratados y que han mejorado con exceso en el destino en que se les ha puesto. Gmez haba sido alternativamente, en aos anteriores, comandante y juez territorial y haba recibido quejas constantes de los vecinos con respecto a los robos de estos indios pero ha sido de necesidad disimularlos y no llevarlos a efecto por las consideraciones polticas de su mucho trato, parentesco y conexiones con los Indios (el destacado es mo). Gmez no sera el nico declarante en sealar asimismo hechos delictivos que seran tratados de una manera muy peculiar. Don Gernimo Arista, labrador inmediato a los Medina, confirmaba que estos no cultivaban ni tenan ganado para criar. La huerta de este vecino haba sido saqueada en varias oportunidades por los indios hasta que acosado de los robos considerables que le hacan los persigui y quit dos caballos blancos. Pero Arista no termin aqu su actuacin ya que, de manera bastante inexplicable, su enojo por estos robos reiterados dio lugar, al da siguiente, a que de compasin les devolviera los caballos que les haba quitado Cmo compatibilizar las quejas de los vecinos-testigos con sus mismos dichos sobre las relaciones de mucho trato, parentesco y conexiones creadas entre las dos poblaciones y la compasin hacia los Medina? Las expresiones del ltimo testigo en este sumario pueden ayudarnos a comprender.
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Esta es la de don Juan Gregorio de Igarzabal, comandante mayor de campaa en esos momentos, quuien se haba desempeado como comandante de monte dos aos antes. Durante su desempeo haba recibido constantes quejas de los vecinos por robo de ganado pudiendo deshacer un intercambio que se hallaban realizando los Medina con una partida de comercio indgena. Igarzabal logr desbaratar la operacin, devolver el ganado robado a sus dueos y enviar a la partida de comercio a que hiciera sus tratos en la guardia de monte. Inmediatamente se dirigi al asentamiento de los Medina y los exhort a que abandonaran el lugar y se retiraran al otro lado del Salado, medida que ofertaron obedecer puntualmente. Sin embargo, el traslado no se verific ya que:
estando ya prximos a executarlo se les intim por el teniente alcalde de ese partido que lo era entonces el teniente de milicias D. Manuel Barda una orden del alcalde Manuel Izeta y el prroco de san Vicente para que no se moviesen de donde estaban situados aun cuando la comandancia mandase otra cosa; la cual he oido decir que obra agregada al expte promovido por don Antonio Dorna contra algunos pobladores intrusos de suerte que con semejante arbitrariedad resultaron ilusorios mis facultades, desairada la alta autoridad que las ha concedido y burlados con escndalo mis determinaciones al paso que nadie se havia avanzado a oposicin alguna en otras iguales que he tomado con otros mucho menos gravosos y criminales que los Medina (el destacado es mo).
La declaracin de Igarzabal pone de relieve un conflicto bastante habitual que enfrentaba a las autoridades militares y civiles en la campaa bonaerense. En este caso, el alcalde haba contado con el apoyo del prroco de San Vicente. Pero no son stos los nicos personajes del conflicto. Se menciona tambin al hacendado Dorna, suegro del alcalde Videla, quien segn el informe precedente habra iniciado, en un momento previo a los hechos relatados, una accin tendiente a desalojar a pobladores intrusos entre los que posiblemente se encontraran los Medina. Esta accin parece haber sido la que rechazaron tanto el alcalde como el prroco actuando en defensa de estos pobladores. No es casual que el traslado de los Medina se logre finalmente cuando Videla, yerno de Dorna, ejerca como alcalde de hermandad del partido. De los datos anteriores podramos plantear que la situacin de los Medina no era muy diferente a la de tantos pobladores precarios; aquella polilla denunciada en la poca por Garca, o los labradores estudiados por Garavaglia. A medida que se va expandiendo el territorio provincial el inters por la tierra cobra mayor importancia y se suceden una serie de pleitos por desalojo entre los nuevos denunciantes y los pobladores que, de hecho ocupaban
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esos espacios. Sin embargo, en ocasiones estos ltimos haban creado vnculos personales y redes con algunos vecinos del partido que los defenderan del despojo que pretendan realizar algunos hacendados. Volviendo a los Medina nos preguntamos de qu manera jug la adjudicacin de etnicidad indgena que en realidad fue extendida a todo el grupo donde, como hemos visto, vivan tambin cristianos? Cabra preguntarse si ellos mismos se sentiran tan indios y tan diferentes a la poblacin criolla junto a la cual convivan. El siguiente caso que presentaremos se desarroll a inicios del segundo gobierno de Rosas en la Guardia de Lujn. Para ese momento la relacin con los grupos indgenas de la pampa se haba estabilizado notablemente merced a la poltica del negocio pacfico que deriv, entre otras cosas, en el asentamiento permanente de grupos nativos en el espacio fronterizo. Contamos con dos procesos judiciales realizados en las cercanas de la estancia del hacendado Felipe Barrancos, vecino de dicha Guardia. El primero de ellos se inicia en agosto del ao 1836 como consecuencia del asesinato del cacique Felipe Alarcn en inmediaciones de la estancia. Felipe era hermano del indio Baldivia, perteneciente a la tribu de Caneullan ubicada en fuerte Mayo 26, y se haba instalado en la Guardia de Lujn cerca de Barrancos, al frente de una pulpera. El asesinato del cacique y otros indios produjo un extenso procedimiento judicial para encontrar a los culpables. Segn las indagatorias realizadas en julio de 1836 tres personajes con sus caras cubiertas ingresaron en la casa pulpera del cacique Felipe Alarcn diciendo: Venimos a matar al Indio Felipe (subrayado en el original), tras lo cual acometieron con sables contra el cacique, su mujer Clara y su hermano Santiago. Jacinta, mujer del ltimo, pudo esconderse en la cocina y luego escapar de los asaltantes; Santiago, el hijo mayor de Felipe de 10 aos de edad, pudo hacer lo mismo. Perpetrados los crmenes los atacantes robaron la poca yerba, azcar y tabaco que haba y algunas prendas. El rastro de huellas y yerba encontrado se diriga hacia la casa del vecino, Gabriel Torres. Veamos los datos que presenta el sumario: el motivo del crimen haba estado, segn algunos testigos, en una discusin suscitada entre el cacique Felipe y Gabriel Torres, asiduo visitante de la pulpera, por una venta de yerba. El episodio era conocido por todos los declarantes an cuando se presentaron dos versiones distintas sobre el mismo en cuanto a quin haba sido el culpable del altercado. Segn Torres, viendo que la yerba que haba comprado era muy poca le haba pedido a Felipe la yapa 27 y este se haba negado
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El sumario por el asesinato del cacique Felipe Alarcon se encuentra en AGN, X, 25-1-4.
La yapa era una prctica habitual que realizaban los pulperos para retener a su clientela y consista en un plus del artculo que se haba comprado. Ver Duart y Van Hauvart (1996: 71-72).
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terminantemente al punto de no venderle la yerba. El hijo de Felipe, y otros declarantes alegaran que Torres habra introducido en la platilla de la balanza donde se encontraba la pesa, unas espiguillas y un marlo para aumentar la cantidad de yerba que estaba comprando. Al descubrir Felipe la treta del vecino, se enoj, le dijo que a l no lo haba de gobernar, que se fuese a comprar yerba a la Guardia, [] y se fue para la cocina. Luego de esta discusin, Torres relatara que sali de la pieza y se fue a un toldo que tena separado la mujer de Felipe para tejer, se sent a su lado en el suelo y le dijo que su marido se haba enojado injustamente con l (el destacado es mo). En lo que coincidiran ambas versiones es que el incidente culmin con la invitacin a tomar mate y la venta de yerba a Torres por parte de Santiago, el hijo de Felipe. El conflicto, aparentemente, se haba distendido con estos gestos de amabilidad. Imaginemos la escena de Torres dentro del toldo, sentado en el suelo junto a la india que haca sus labores de tejido mientras reciba un mate de Santiago; puede encontrarse una imagen ms mestiza que sta? Nos encontramos ante una familia indgena perteneciente a la agrupacin borogana que haca escasos aos haba acordado las paces con el gobierno provincial no obstante lo cual se encontraba asentada en el interior del territorio provincial y, adems, haba establecido una pulpera cuyos clientes eran pobladores y vecinos criollos. Paralelamente, la familia mantena ciertas actividades tradicionales como el tejido que, adems, se desarrollaba en un toldo que haban levantado en las inmediaciones de la casa pulpera. Sus vecinos criollos no parecen haberse extraado ante estas prcticas sino, por el contrario, se adecuaron a ellas. Resulta lgico suponer que para establecer la pulpera cerca (tal vez dentro?) de la estancia de Barrancos, el cacique Felipe deba tener, o haber establecido, una relacin cercana con el hacendado. Pero los contactos de esta familia borogana no parecen haberse limitado a este vecino. La relacin de Felipe y su familia con el alcalde del partido, Rivero, parece haber sido tambin bastante fluida. La tarde de la noche en que fueron asesinados, segn declar Santiago, su padre, su madrastra Clara 28 y su to Santiago estaban en casa del alcalde tomando mate. Posiblemente debido a esta relacin de amistad, al conocer los hechos Rivero orden el inmediato embargo de los bienes de Torres y Domingo Porcel, otro vecino igualmente sospechado de haber participado en el crimen. En el caso anterior veamos que la etnicidad indgena operaba, en general, como indicativo de una conducta reprochable y penalizable y, tal vez, en
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No podemos dejar de notar que Santiago en todas las ocasiones en que mencion a Clara, esposa de Felipe, se refiri a ella como su madrastra, concepto que difcilmente pueda considerarse de origen indgena.
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ese sentido otros pobladores marginales de la campaa fueron incluidos dentro del grupo de los indios Medina. Esta estrategia poda asentarse en el deterioro cada vez ms claro que padecan las relaciones intertnicas Operara la etnicidad del mismo modo en este momento en el que se haba logrado una relativa estabilidad y amistad en las mismas? Veamos el descargo de Gabriel Torres, principal inculpado en el crimen. Torres era un santiagueo de 59 aos que tena su asentamiento dentro de la estancia de Barrancos, de quien era habilitado poseyendo a medias con el hacendado 39 cabezas vacunas fuera las utilidades. Adems cultivaba una chacra que, en momentos del sumario, consista en diez fanegas de trigo sembrado poseyendo adems 300 ovejas, quince vacas y ocho ms con cra. Para el cuidado del ganado contaba con dos peones indios, Pedro y su sobrino Gervasio, quienes vivan en su casa junto con su esposa y sus hijos. En una situacin totalmente inversa a la que vimos en el caso de los indios Medina, aqu, la relacin con los indgenas sera usada por Torres como un elemento a su favor. El vecino apelara a este contacto para demostrar su buena disposicin ya que ms que cualquier otro vecino ha hecho servicios a los indios: as es que cuando llegaban stos con partida acostumbraban ir a casa del declarante y siempre tiene indios de peones, lo cual esperaba sirviera para probar su inocencia en el asesinato del cacique. Adems, al ser apresado pidi que se llamara como testigo de su buena conducta al indio Pedro que trabajaba con l. La familia de Felipe y los peones indios de Torres no seran los nicos indgenas que habitaban la zona. Entre los testigos llamados a declarar se hallaba el indio Cristbal ancubil quien declar vivir tambin dentro de la estancia de Barrancos donde tena algunas vaquitas. La noche del asesinato se hallaba en su casa cuando recibi la visita de la india Jacinta quien le cont lo ocurrido. ancubil envi a la pulpera a su hijo Mariano, al lenguaraz indio Jos Mara Barrancos que viva cerca suyo en el lugar de las Saladas [] y a un cristiano llamado Narciso. Al da siguiente Cristbal, junto con los indios Ramn, Benancia, Alonso, Juan Jos y Mariano, sepult los cuerpos de los indios asesinados. La declaracin de este indio abre un panorama de extrema conexin entre indios y criollos. Sin embargo, genera tambin una serie de interrogantes que no estamos en condiciones de responder. El hecho de vivir dentro de la estancia de Barrancos con algn ganado propio podra acercar la situacin de Cristbal a la del mismo Torres an cuando no contamos con mayores datos sobre las actividades que realizaba. Es probable tambin que los otros indios mencionados por Cristbal fueran vecinos y, posiblemente, tambin vivieran en la estancia de Barrancos. Si a ellos sumamos la familia del cacique Felipe (con su mujer y sus hijos) y la de su hermano Santiago (con su mujer y cinco hijos) nos encontramos ante un grupo bastante nutrido de indgenas viviendo muy cerca entre s y con otras
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poblaciones criollas como la de Torres y Porcel. Esto debera crear un estrecho espacio de sociabilidad entre los peones indgenas y criollos. El pen de Torres, Gervasio Quiellan, declar que se haba enterado de la muerte de Felipe por su to Pedro a quien se lo haba contado un pen de Barrancos que encontr en el campo. Sin embargo, hay un elemento que crea cierta confusin en este esquema de sociabilidad que damos por sentado. De los seis indios que declararon en este sumario solo dos pudieron comunicarse sin necesidad de intrprete. Se trataba de Santiago Alarcn, hijo de Felipe, que ayudaba a su padre en la pulpera y haba sido pen de Barrancos y, obviamente, el lenguaraz indio Jos Mara Barrancos. El resto de los testigos que debi recurrir a los oficios de un intrprete fueron Jacinta, cuada del cacique Felipe, el ya mencionado Cristbal ancubil, Martn Cayuquen, hijo de Lorenzo y Jacinta que no viva con sus padres ya que se haba conchabado en la estancia de Barroso, y Gervasio Quiellan que trabajaba con Torres Significa esta evidencia que no era indispensable conocer el castellano para realizar trabajos rurales? Seran los propietarios criollos quienes conocan la lengua indgena? En el caso de Torres, en particular, el vecino al hablar de sus peones indios no pudo dar el nombre de uno de ellos por ser muy arrevesado. Sin embargo, lo encontramos en el toldo de Clara, luego de la discusin con su marido, comentndole lo sucedido En qu lengua habrn hablado? Cmo se daran estos contactos peridicos y cotidianos? Podra tratarse de un ocultamiento deliberado de la lengua por parte de algunos indgenas en circunstancias determinadas? Sabemos que esa era una estrategia utilizada por algunos caciques para comunicarse con representantes del gobierno. En la dcada de 1870, cuando el nieto de nuestro conocido Catriel estaba a cargo de la agrupacin indgena ubicada para esa fecha en Azul, el viajero francs Armaignac que se encontraba de visita en su toldera dira que: el cacique finga ignorar el espaol y aunque hablara sin tropiezos esa lengua se haca traducir mis respuestas al idioma pampa cuando [el lenguaraz] Avendao o alguna otra persona estaban presentes (Armaignac 1974:123). Avalando esta hiptesis sobre el mantenimiento de la lengua, el mismo Armaignac en su bellsimo relato sobre la presencia de las mujeres indias comerciando en las joyeras o almacenes de Azul, sealaba que [p]ese a sus relaciones diarias con los cristianos, los pampas muy pocas veces saben el espaol necesario para decir las cosas ms simples y usuales de manera que los comerciantes se ven obligados a aprender su lengua (Armaignac 1974:115-116). Por lo visto hasta ac parecera bastante claro que para las autoridades provinciales la etnicidad indgena es un dato insoslayable. Dicho en otras palabras, no parece haber en estos casos una dilucin de etnicidad an cuando algunos indgenas llevaran tiempo viviendo en la campaa o tuvieran
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estrechas relaciones con vecinos del lugar. Sin embargo, vimos tambin que el uso de la categora de indgena sera diferente segn el caso y el estado de la relacin intertnica. Para el alcalde Zenn Videla, el ser indio agregara un dato definitorio a la hora de decidir el traslado de poblacin indeseable pero no todos los testigos llamados a declarar por el alcalde opinaran lo mismo. En el segundo caso partimos de la situacin inversa en la cual el funcionario del juzgado de paz tena una clara relacin de amistad con la familia indgena involucrada en el hecho de sangre. El conocimiento de este hecho podra haber llevado al principal inculpado, como ya dijimos, a utilizar su propia relacin con los peones indios de su chacra para diluir las sospechas en su contra. Un caso muy diferente se dara en otro sumario judicial donde la muerte del cacique Felipe y sus familiares volvera a ser mencionada. El indio Queputripay, perteneciente tambin a la agrupacin borogana, haba arribado en agosto de 1836, pocos meses despus de la muerte del cacique-pulpero, a la estancia de Barrancos con un pasaporte expedido por el gobernador para que fuese alojado durante una noche debiendo trasladarse luego a la chacra del indio Dmaso Tapia que viva cerca de la estancia 29. La desaparicin del indio esa misma noche deriv en la realizacin de un sumario. El motivo de su fuga de la estancia de Barrancos, segn la misma declaracin de Queputripay que apareci das despus, haba sido que la mujer del hacendado le haba quitado el pasaporte que tena para llegar hasta la frontera y los obsequios recibidos del gobierno lo cual le hizo temer por su vida. Pero lo ms interesante del proceso no est en el hecho en s que se estaba investigando sino en la participacin y caracterizacin de dos testigos indios convocados. El primer declarante fue el vecino de esta jurisdiccin Juan Tapia de nacin pampa (el destacado es mo) quien dijo conocer a Queputripay de cuando vivan en Chile y que el ao anterior haba estado en su chacra cerca de dos meses, momento en el cual conoci tambin al cacique pulpero Felipe. Luego de la fuga del indio, Tapia intent localizarlo en las casas inmediatas y cinco das despus se apareci en la chacra de Don Manuel Bias quien lo envi a la casa del hijo del declarante, Don Dmaso Tapia. El caso de los indios Dmaso y Juan Tapia es bastante peculiar. Estos haban conocido pocos aos antes al indio Queputripay en Chile, lo que habla de un asentamiento bastante reciente en Lujn donde, indudablemente, se hallaban al suceder el crimen del cacique Felipe aunque no figuraban en el sumario que analizamos ms arriba. En el partido cada uno de ellos posea
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una chacra y algn ganado. Este hecho parece haber sido suficiente para que el teniente a cargo de la investigacin les adjudicara el ttulo de vecinos en el expediente judicial, an cuando mantiene su designacin como indios pampas. Sin embargo, en el censo de poblacin realizado ese mismo ao ambos Tapia seran censados como blancos 30. De manera que por un lado, el teniente alcalde a cargo de la indagatoria consider que la propiedad de ganado, el asentamiento en el partido y, adems, el hablar castellano eran factores suficientes para categorizarlos como vecinos. Por otro, el censista que realiz el recuento del ao 1836 los considerara blancos habr comprendido que por el hecho de ser cabeza de unidad de produccin les vala el reconocimiento social a travs del ttulo de Don y su conversin en vecinos blancos? La respuesta no es tan inmediata ya que este funcionario se encontr con boletas censales donde deba ubicar la poblacin en las siguientes categoras: blanco, pardo-moreno o extranjero. En efecto, en las planillas diseadas por el gobierno no se haba previsto la categora indgena Por qu el gobierno no tena inters en censar a esta poblacin por separado? Por qu el censista no incluy a los Tapia en la categora de pardos y morenos? Son otras preguntas sobre las que deberemos seguir avanzando.
CONCLUSIONES Los procesos descriptos ms arriba permiten visualizar una compleja red de relaciones personales que unan a criollos e indgenas y, vinculado a ello, claros procesos de mestizaje cultural. Estos elementos no se dieron de manera aislada ni los casos analizados pueden ser considerados como atpicos sino que estas prcticas se extendieron por diversos lugares de la campaa. Para intentar resumir los ejes centrales que surgen de la documentacin sealemos: Existencia de uniones intertnicas. Este es uno de los aspectos quizs ms notorios del mestizaje y podemos suponerlo bastante extendido teniendo en cuenta las altas tasas de masculinidad que caracterizaban a los pueblos de frontera y, de manera inversa en este caso particular, la existencia de los grupos indgenas amigos asentados en dicho espacio que padecan una falta de hombres adultos 31. Sin embargo, lo ms interesante en rela-
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Uno de los elementos que habra llevado al asentamiento fronterizo de grupos de indios amigos en el marco del Negocio Pacfico era el desequilibrio entre hombres y mujeres.
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cin con este tema, se refiere a la manera en que se formalizaban estas uniones. La frase repetida por los testigos de Videla es muy expresiva al respecto: hay cristianos casados con pampas y pampas casados con cristianas a su estilo. Igualmente sugerente es la relacin que haca el comandante de Tapalqu sobre el vecino de ese partido, Don Juan Francisco Hollos, quien haba entablado muy buenas relaciones con el cacique Reilef asentado en Tapalqu y este, creyndolo amigo de Rosas, frecuentemente le peda consejos. Pero Hollos no se limitaba a aconsejar a los indios; l mismo viva con una china y, segn el informe del comandante, haba comprado otra al cacique Londao que viva en el Azul 32. Los bienes entregados por el vecino son interpretados por Echeverra como el pago por la compra de la india, a manera de la adquisicin de una esclava Sera una gran audacia pensar que los bienes entregados por Hollos representaron para la agrupacin del cacique Londao el pago del precio de la novia? En ambos casos hubo una transferencia de bienes, mujer por otros objetos; sin embargo, el significado de la misma pudo haber sido bien diferente para las dos sociedades. En un caso se tratara de una simple transaccin comercial; en el otro, actuara como fundante de una relacin de alianza entre ambos. Lo que es evidente es que una costumbre indgena haba sido claramente adoptada por el buen vecino Hollos: la poligamia. La creacin de redes de relaciones personales. En los casos expuestos es muy clara la conformacin de vnculos personales entre indgenas y vecinos de la campaa. Pero los mencionados no fueron casos aislados. Hacia mediados de la dcada de 1830, e incentivado por la poltica del negocio pacfico, el movimiento de partidas indgenas y de los caciques con sus comitivas por el territorio provincial era constante. En ocasiones, los incesantes pedidos de pase que solicitaban los indios para transitar se fundaban en el deseo de ver a sus relacionados, amigos y compadres en distintos puntos de la campaa. El pueblo de San Miguel del Monte se convertira en un lugar de destino privilegiado, principalmente de algunos caciques. La importancia de este punto se deba a que los grupos que respondan a los caciques Catriel, Cachul y Venancio estuvieron alojadas en la estancia Los Cerrillos, ubicada en Monte, por un perodo de tres aos manteniendo una fluida vinculacin con vecinos de dicho pueblo. Esta larga permanencia haba derivado en la creacin de relaciones personales entre los indios y los vecinos de Monte y, an, la instalacin de manera permanente de algunas familias indgenas. En ocasin de la muerte
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del cacique Venancio su mujer Mara solicit permiso para pasar a la dicha guardia a ver sus animales que estaban al cuidado de un hijo suyo 33. En febrero de 1835 el cacique borogano Caneullan, instalado en el Fuerte Mayo, peda licencia para trasladarse a la guardia del Monte con el fin de ver a sus amigos principalmente al coronel graduado Vicente Gonzlez y dems conocidos en aquel destino. Pocos meses ms tarde Gonzlez notificaba el arribo de la cacica Luisa, esposa del borogano Cauiquir, con el fin de trasquilar las obejas que yo le entregue el viaje pasado y las haba dejado a cuidar a un compadre de esta 34. Tambin el cacique Reilef, quien haba arribado posteriormente a las pampas, asentndose junto a Catriel y Cachul en Tapalqu, solicitara licencia para pasar al Monte a ver a su compadre Bejarano. Finalmente, y retomando el interrogante inicial del trabajo, estos procesos de mestizaje habran llevado a la dilucin de la etnicidad? Jugaba de igual manera para la poblacin criolla y para las autoridades provinciales? La multiplicidad de relaciones y los fuertes lazos entre criollos e indgenas hara pensar que en estos contactos la etnicidad no actuaba como principio diferenciador sino que la misma estaba cruzada por otro elemento: el establecimiento de redes sociales en los partidos de asentamiento. Como se puede ver, hay un largo camino por recorrer para acercarse a un conocimiento profundo de la vida cotidiana en la frontera. Y aunque los resultados logrados hasta el momento presentan una gran cantidad de interrogantes no por ello dejan de reflejar la profunda interrelacin entre los dos mundos. Fecha de recepcin: abril 2005. Fecha de aceptacin: agosto 2005.
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MECANISMOS DE TRIBALIZACIN EN LA PATAGONIA. DESDE LA GRAN CRISIS AL PRIMER GOBIERNO PERONISTA Walter Delrio*
* Investigador del CONICET, Seccin Etnologa y Etnografa, Instituto de Ciencias Antropolgicas, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires. E-mail: [email protected]
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RESUMEN En 1937 el gobierno argentino decide desalojar y trasladar a la tribu Nahuelpn bajo acusaciones de extranjera e in-civilizacin. Luego de seis aos la medida es revisada y se inicia un proceso de restitucin parcial de las tierras involucradas seleccionndose desde el estado a quienes se continuara reconociendo como tribu Nahuelpn. A partir de este caso, enmarcado en el contexto de las relaciones establecidas por las comunidades indgenas del territorio nacional de Chubut con las autoridades nacionales y las redes locales de poder, se propone un anlisis del proceso de construccin del espacio social para los pueblos originarios en la matriz estado-nacin-territorio en el perodo que va de la gran crisis de 1930 al primer gobierno peronista. Se abordan en particular los mecanismos de tribalizacin en la interfase entre polticas oficiales y agencia aborigen. Palabras clave: tribalizacin - comunidades indgenas - Patagonia peronismo.
ABSTRACT In 1937, the Argentine government decided to displace and remove the Nahuelpn tribe accused of foreign and uncivilized behavior. Six years later this measure was reviewed starting a process of partial land restitution in which the state selected who will continue to be considered as member of the above mentioned tribe. Focusing in that case, framed by the relationship established between indigenous communities of the national territory of Chubut and state authorities or local nets of power, this article analyzes the process leading to the construction of a social space in the state-nation-territory matrix since the 1930 great crisis until the first period of President Juan Pern. Key words: tribalization - indigenous communities - Patagonia peronism.
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INTRODUCCIN Tribus salvajes, tribus argentinas, constituyen dos formas de pensar en un otro al que se marca como diferente, externo o en proceso de incorporacin a la nacin y habitante de un territorio que se reclama como nacional. Mi tribu -a la que represento-, nuestra tribu -a la que se pertenece- son dos usos del mismo trmino para hacer referencia a la representacin y a la identificacin comunitaria, tambin recortada del colectivo nacin. Cmo han ido cambiando los usos de estos trminos a lo largo del proceso de sometimiento e incorporacin de los pueblos originarios de la Patagonia en la matriz estado-nacin-territorio? Qu han significado para las elites de poder y los pueblos originarios en el momento de la llamada Conquista del Desierto, durante la dcada infame o el primer gobierno peronista? Me propongo analizar los cambios producidos en el proceso de construccin del espacio social de los pueblos originarios, en tanto otros internos en la matriz estado-nacin-territorio. Para ello, abordaremos un caso particular entre las comunidades rurales del Territorio Nacional de Chubut, en el perodo que recortamos entre la gran crisis del 30 y el primer gobierno de Juan Pern. Para la memoria social de las comunidades indgenas patagnicas estos se recortan como dos momentos significativos de la historia. Nos detendremos en el caso de la llamada Reserva Nahuelpn comunidad formada por un conjunto de familias indgenas que, por disposicin del gobierno nacional fuera desalojada en 1937 bajo la acusacin de ser consideradas como una tribu chilena y que en la siguiente dcada sera reinstalada selectivamente de acuerdo a criterios impuestos de autenticidad tribal. Comencemos entonces por sealar los modos en que se han impuesto y definido las categoras y las clasificaciones sociales hegemnicas en la implementacin de un sistema de dominacin y una matriz de diversidad.
DOS NARRATIVAS El proceso de incorporacin al estado-nacin-territorio puede ser ledo por lo menos, desde dos perspectivas: la historiografa nacionalista y la
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historicidad indgena. La primera, luego de construir una pica del desierto, a partir de la incorporacin de la Patagonia al territorio nacional ha estado continuamente dispuesta a interpretar los hechos de la historia patagnica bajo la clave del desierto a conquistar. De este modo en distintas versiones se ha actualizado dicha lgica; en algunos casos, referida a las dificultades de una geografa indmita e inabarcable; en otros, al despoblamiento; en otros, a la falta de medios tcnicos o de capacitacin de sus pobladores, a la escasa presencia de las autoridades estatales, etc. En otras palabras, luego de las campaas de conquista el desierto continu representando un referente que continuamente ha aparecido una y otra vez a lo largo del tiempo. As tambin, las tribus continuaron siendo objeto de esta narrativa. Las otrora tribus salvajes pasaron a ser, de acuerdo a la documentacin oficial, tribus de indios argentinos o restos de tribus dispersas frente a las cuales era necesario continuar tomando medidas tutelares y ejemplarizadoras. La segunda est compuesta por la cronologa propia de las narrativas histricas indgenas, las cuales diferencian distintos contextos que han marcado a las comunidades actuales. Ellas son: una poca mtica, las expediciones militares de conquista estatal y los sacrificios de los antepasados, los largos peregrinajes, la radicacin, la gran crisis y la poca de Pern (Briones 1988, Ramos 2004, Delrio 2005). Estos son los distintos momentos de una historia que comienza con las riquezas de los antepasados perdidas por accin de las expediciones, las expropiaciones y las relaciones de explotacin establecidas desde entonces. En este hilo conductor, que explica el presente de las comunidades, la tribu tambin aparece como trmino para hacer referencia a la representacin y a la identificacin comunitaria, tambin recortada del colectivo nacin. Ambas historias se despliegan, aunque de modos diferentes, sobre una matriz de dominacin definida en trminos ideolgicos de nacin, territorio y estado. En otras palabras, sobre un conjunto de relaciones sociales establecidas a partir de construcciones que simultneamente operan mecanismos particularizantes y homogeneizantes. En primer lugar, la nacin como comunidad imaginada ha impuesto la homogeneidad de aquellos nacidos en el territorio como argentinos al mismo tiempo que ha reservado un lugar distinto para el otro indgena luego de su sometimiento; estos han sido una y otra vez marcados como los ciudadanos indgenas y desde este lugar han debido accionar. En segundo lugar, dicho territorio nacional como espacio geogrfico de aplicacin del jus solis -donde se aplicara la alquimia de la tierra (Quijada 2000)-, reservara espacios especficos para la concentracin de las tribus dispersas o de aquellos indgenas que reclamasen sus derechos como ciudadanos indgenas. Por ltimo el estado, posicionado como un arbitro pretendidamente neutro frente a la sociedad civil, ha negado -
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parcial o totalmente- la posibilidad de acceso a la justicia a los pueblos originarios o bien ha venido generando disposiciones, leyes y decretos especiales y produciendo virtualmente un derecho especial. A partir de esta matriz se ha ido construyendo un espacio social de la otredad. Me propongo analizar cmo se constituy dicho espacio y cmo ste ha sido definido, tambin, a travs del concepto de tribu. El uso histrico de esta antigua palabra fue concibiendo los lmites y movilidades posibles para los pueblos originarios en la nueva economa-poltica. Se trata de una dinmica histrica de etnicidad producida a travs de lo que ha sido nombrado por distintos autores como procesos de etnificacin-etnognesis 1. Desde esta perspectiva se ha buscado, en primer lugar, dar historicidad a la construccin de espacios sociales para grupos subalternos. En segundo lugar, y ligado a lo anterior, dejar de lado las explicaciones orientadas hacia las razones primordiales que intuan extinciones o destacaban continuidades en trminos de cultura material en relacin con los grupos sociales sometidos. En tercer lugar, reconocer la agencia de dichas personas en los procesos de dominacin y, por ltimo, elaborar aproximaciones interdisciplinarias que involucren enfoques sincrnicos y diacrnicos. El caso aqu abordado es un proceso particular de etnicidad; uno definido en trminos de la condicin de preexistencia de los grupos involucrados. Esto es a lo que apunta la definicin del concepto de aboriginalidad segn Beckett (1991) y Briones (1998). Estos autores lo utilizan para describir un modo de marcacin de subalternidad que se inscribe en la historia de quienes no tienen una madre patria allende los mares pero que, fundamentalmente, se constituye en modos localizados de dominacin y extensin de hegemona. Como parte clave de este proceso ha operado un mecanismo que, siguiendo a Cornell (1988a, 1988b, 1990), llamamos tribalizacin. Este concepto da cuenta de un proceso de construccin de una identidad social que no solo se da en trminos etno-culturales y de los proyectos homogeneizadores de nacin, sino tambin en la construccin de la representacin y modos de organizacin poltica. Este bsicamente consiste en la espacializacin del otro y la imposicin de relaciones sociales cambiantes que han ido definiendo y redefiniendo a la tribu como categora histrica. Esta categora ha
1 Los trminos etnificacin y etnognesis han sido utilizados para enfocar la dinmica histrica de las construcciones sociales que han involucrado la visibilidad de grupos tnicos y la agencia de los mismos en distintos contextos y sistemas de dominacin. Se destacan los trabajos de Jones y Hill-Burnett (1982), Roosens (1989), Abercrombie (1991), Schwartz y Salomon (2000) y Boccara (1998, 2003).
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sido operativa en distintos contextos a la expropiacin de recursos, implementacin de medios de incorporacin poltica y a la elaboracin de teoras sociales que han justificado dichos procesos 2. Se trata de una categora dominante que describe una supuesta organizacin social aborigen naturalizada pero que, al mismo tiempo, ha sido utilizada por parte de los pueblos originarios para los cuales ha representado formas de identificacin y organizacin poltica. Por lo tanto, la tribalizacin no refiere a la definicin terica de tribu sino a los modos, poltica e histricamente situados, en que han sido implementados dispositivos de poder y estrategias indgenas a partir de sistemas de clasificacin en los cuales el trmino tribu ha operado hacia la naturalizacin de la diferencia en trminos de organizacin social y cultural. El uso de dicho trmino antes y despus de las campaas de conquista; es decir, las sucesivas marcaciones y auto-reconocimientos grupales en trminos de tribu no implican una continuidad sociolgica de los grupos a travs del tiempo. Especialmente en el contexto de sometimiento e incorporacin a la matriz estado-nacin-territorio en el cual la poblacin originaria ha padecido sucesivas expropiaciones, confinamientos y deportaciones masivas. Las identidades grupales indgenas se nutren de la continuidad social y cultural que establecen las prcticas de los vnculos de afinidad y los modelos de accin y pensamiento que evocan un origen compartido. Son estas prcticas, y sus orientaciones, las que constituyen el espacio social de la tribu como trmino para el auto-concepto. Como seala Cornell para el caso de los pueblos nativos de Norteamrica, el auto-concepto puede ser posterior o anterior a la organizacin. Ahora bien, no toda marcacin de un estatus subalterno sobre la base de la preexistencia implica una construccin de aboriginalidad del mismo tipo. Como seala Briones (1998) los mecanismos racializadores; por ejemplo, juegan un papel significativo y de forma dispar en cada caso. En efecto, existe una gran variedad de formas en las cuales se ha construido este espacio social del otro indgena. Cada caso debe ser abordado desde las relaciones de poder en una formacin social dada en un contexto determinado (ver Briones 1999). En otras palabras, analizar el doble movimiento de etnificacin / etnognesis a travs de cmo han interactuado las marcaciones desde las clases dominantes y las estrategias de los pueblos originarios. La tribalizacin es uno de los mecanismos que operan en estos procesos. As como la racializacin orienta una marcacin que primordializa la diferencia y la ins2 Parafraseamos en esto los tres puntos centrales sealados por Cornell (1990) para el anlisis de dichos procesos.
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cribe en los cuerpos de las personas (Briones 1998); la tribalizacin primordializa una diferencia en trminos organizacionales y culturales ya que se supone que solo los indios forman tribus, obedecen a caciques y elaboran acciones polticas nicamente con fines predatorios. Para las agencias hegemnicas la tribu ha sido el foco utilizado para enmarcar las relaciones polticas intertnicas y los mecanismos de control. De este modo, la naturalizacin de la nocin de la tribu como una frmula de dos trminos, el cacique y su gente, ha sido operativa tanto para la implementacin de sistemas de parlamentos y tratados entre administraciones coloniales y nacionales y agrupaciones indgenas o naciones independientes, como para dispositivos de localizacin -como la creacin de colonias, reservas y misiones- luego de su sometimiento por los estados nacionales. El pasaje de un reconocimiento de los pueblos originarios como naciones indgenas al de un conjunto de unidades -aunque variables en su tamao- definidas por la asociacin el cacique y su tribu forma parte del mismo proceso de sometimiento e incorporacin subordinada. Esta aplicacin del trmino tribu no necesariamente est en relacin con el tipo de organizacin poltica y social indgena sino con la mirada de la agencia estatal. Esta elige un tipo de descripcin que, sobre la base de algunas analogas, permite encuadrar bsicamente cualquier tipo de organizacin social indgena reduciendo al campo naturalizado de las relaciones cacique-tribu el fundamento social de un orden evaluado como inferior. Se trata de un pasaje que puede ser asombrosamente dinmico. Por ejemplo, como hemos tratado en anteriores trabajos (Delrio 2000 y 2002), los trminos utilizados para hacer referencia a los pueblos originarios durante un contexto especfico como el de las campaas militares de 1882-1883 variaron, en el transcurso de semanas, de agrupaciones a tribus salvajes y luego a indios emigrantes, indios rebeldes a su nacin para finalmente imponerse el uso de las categoras indios argentinos/ indios chilenos. En la base de este uso de distintas categoras se encuentra la teora conformada por una serie de supuestos en relacin con las formas de organizacin social indgena y una valoracin negativa de sus prcticas culturales 3. Teora que ha ido consolidando premisas y juicios valorativos que han devenido en una mirada hegemnica sobre los pueblos originarios. En ella la
Desde las elites nacionales se desarroll una identificacin entre el ser y el lugar mediante una particular construccin del desierto y el salvaje, las que construyen un deber ser de la nacin con respecto al otro y su mundo. En trminos de Said (1990:58 y ss.) se trata de una teora general cuyo razonamiento consiste en afirmar que hay dominados y dominadores y que el territorio debe ser ocupado, controlndose las riquezas y hasta la propia sangre del dominado.
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tribalizacin, o atribucin de entidad tribal a los pueblos originarios, ha constituido un elemento central en los procesos de sometimiento e incorporacin al estado-nacin-territorio, procesos en los cuales dicha nocin de tribu ha cobrado caractersticas particulares. La tribu ha sido visualizada por parte de las elites morales y polticas del pas como un tipo de organizacin propia de las sociedades indgenas que posibilita el alineamiento de distintos grupos y que prontamente -se anuncia- ir desapareciendo y siendo reemplazada por el orden social de la civilizacin 4. Se la concibe como fruto social en directa relacin con determinantes de una naturaleza racial, tnica y medioambiental. Al situarse en el plano de una supuesta organizacin natural este mecanismo de tribalizacin ha operado hacia la despolitizacin del proceso de subordinacin y territorializacin. La tribu se constituye en un estereotipo que -siguiendo a Bhabha (1994)- se sita dentro de la matriz del fetiche indgena. Este da acceso a una identidad que se predica como superioridad, conocimiento o dominio, la cual se encontrara amenazada por las diferencias de raza, color y cultura. Dicho estereotipo impide la circulacin y articulacin del significante ms all de su fijacin al racismo. Este mecanismo de tribalizacin se reforzar abrevando en el discurso acadmico que, a lo largo del tiempo, ha operado tambin este tipo de distinciones entre sociedades ms o menos determinadas por razones naturales, detenidas en estadios de una evolucin y por fuera de la historia. En Argentina la llamada escuela histrico-cultural, principalmente, consolid los supuestos de atraso, nomadismo y extranjera del llamado proceso de araucanizacin 5. Como seala Boccara (2003) las categoras utilizadas para la clasificacin de los pueblos americanos por Jos de Acosta en el proyecto colonial del siglo XVI pueden reconocer su descendencia, en muchos de los modos de representar las sociedades indgenas americanas hasta el presente, desde perspectivas evolucionistas y discontinuistas. Lo que los no-indgenas han concebido como tribu ha participado en la visualizacin de la historia de la humanidad en trminos de evolucin desde formas primitivas a modernas. Por lo tanto se refuerza y origina en discursos polticos de civilizacin que enuncian interpretar este mandato de la historia. Los mecanismos de tribalizacin comprenden tanto proyectos de deportacin y localizacin/ radicacin de grupos como, paradjicamente, proyectos que declaman la necesidad de la destribalizacin. En especial, estos proyectos consolidaron dicha mirada naturalizada y la percepcin de un
4 Para una descripcin de las distintas imgenes del indgena entre las elites en el perodo ver Lenton (1992, 1994, 1999) y Navarro Floria (2001). 5
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permanente estado de extincin en el cual sern pensados los pueblos originarios. Se trata de un mecanismo que opera en distintos contextos, temporales y espaciales, de forma diferencial de acuerdo a particulares expropiaciones de recursos y frentes de avance del capital. No obstante, en todos los casos se piensa y declama un lmite entre un adentro y un afuera: sedentarismo-nomadismo, urbano-rural. Este mecanismo se apoya en -y refuerza- la racionalizacin del tiempo en una nica trama: la historia universal en la que pretende inscribirse la constitucin del estado-nacin-territorio. Reclamando su participacin en la historia de occidente las elites nacionales interpretan, a partir de ella, la heterogeneidad constitutiva de los estados americanos como resultado de una serie de combinaciones. En el caso argentino existen dos momentos clave. Mientras que el mestizaje explicara la relacin entre indgenas y espaoles en el surgimiento de la sociedad criolla, el crisol de razas terminara de configurar la identidad nacional de los argentinos como combinacin de la poblacin criolla y los contingentes de inmigrantes. De esta forma, la presencia de los indgenas luego del crisol constituye o bien un otro forneo -tesis de extranjera del pueblo mapuche, por ejemplo- o bien una rmora del pasado, tara ancestral, smbolo del atraso o de aquello no soluble en el crisol. En este ltimo caso como fruto de razones naturales y no polticas. Ahora bien, cmo ha sido visualizado este lugar del otro indgena por parte de los pueblos originarios? Qu ha representado la tribu en la elaboracin de estrategias, la organizacin poltica y social y el auto-concepto? Como hemos sealado, el espacio social para los pueblos originarios en el estado-nacin-territorio devino en una localizacin fsica, temporal e ideolgica. Esto adquiri significado a travs de prcticas y agentes: una legislacin que contempla a los indgenas como sujeto colectivo homogneo, discursos pblicos y acadmicos que los consagran como parte del pasado en extincin, administradores oficiales que implementan la expropiacin de sus tierras y trabajo. Distintos tipos de localizaciones que constituyen una territorializacin o espacio social de subordinacin. Para los pueblos originarios, desde all se tuvo que actuar a travs de prcticas tendientes a ocupar dichos espacios de forma diferente o producir una habilitacin o reterritorializacin de otros nuevos, a travs del reclamo de territorio, legislacin, derecho a la representacin, a una historia propia y a un presente. El trmino tribu para el discurso hegemnico ha sido utilizado para hacer referencia tanto a las tribus salvajes, aquellas as calificadas cuando se avanzaba con el ejrcito y que ameritaban leyes especiales, como a las tribus de indgenas argentinos, aquellas sometidas por el estado nacional y que, alternativamente, o no seran objeto de una legislacin especial -ya que deberan ser encuadradas en la ley comn para todo ciudadano- o bien se-
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ran destinatarias de medidas especiales. En ambos casos se ha simplificado la organizacin social indgena, deviniendo en etiquetas. Para los pueblos originarios el trmino tribu ha sido utilizado para referir a la comunidad amplia formada por distintas familias y linajes como tambin a uno solo de ellos. En ambos casos, la tribu no es un trmino fijo ni primordial sino un trmino de uso social. En breve, constituy un modo de simplificar lo desconocido para las elites morales y polticas: las relaciones sociales al interior de los pueblos originarios, los criterios propios de representacin, parentesco e intercambio. De esta forma y as etiquetados los grupos podan ser trasladados, disueltos, deportados o eliminados de acuerdo al contenido arbitrario de dichas etiquetas: tribu salvaje, chilena, nmade o argentina. Estos significados eran completados de acuerdo a los distintos frentes de avances del capital. Al ser culturales estas etiquetas se presuma que la decisin sobre los respectivos destinos de los grupos as marcados no formara parte de la discusin poltica. Esto fue lo que sucedi en la dcada de 1930 cuando numerosas familias y comunidades enteras fueron desalojadas, acusadas de mantener una organizacin tribal; es decir, de continuar siendo visiblemente indios.
LA CRISIS Y LA TRIBU La expropiacin de la tribu Nahuelpn en 1937 es quizs el hecho ms conocido de este proceso extendido en el espacio patagnico durante la dcada. El caso de la poblacin que habitaba hasta esa fecha las tierras del Boquete Nahuelpn 6 nos permite recorrer los dos momentos que recortamos para nuestro anlisis. Los pobladores desalojados ocupaban tierras fiscales que formaban parte de una reserva para el futuro ensanche de la colonia 16 de Octubre. Contaban con un decreto del 3 de julio de 1908 que entregaba al cacique Francisco Nahuelpn y su tribu la posesin de la tierra, medida acordada en agradecimiento pblico del gobierno argentino por el reconocimiento de argentinidad de dicho grupo frente al rbitro ingls en el conflicto de lmites con Chile 7. No obstante, los motivos alegados para que luego de casi treinta aos se desalojara a los pobladores all establecidos se sustentaron en
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Sobre el caso Nahuelpn, ver Briones y Lenton (1997), Daz (2003) y Delrio (2004, 2005).
Para el estado constitua una medida especial que no formaba parte de una poltica general destinada a radicar a los indgenas. Sera considerada solo como un permiso de ocupa-
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dos puntos clave: la extranjera y la falta de civilizacin de dicha poblacin indgena. Este fenmeno se extiende en la documentacin oficial de la dcada de 1930 donde se encuentra una clasificacin arbitraria de los pobladores indgenas, an en trminos de su supuesta condicin de salvajes, de extranjeros y de formar agrupamientos tribales. Estas clasificaciones se relacionan con los procesos de expropiacin de tierras que se intensifican en este perodo. En efecto, la gran crisis, en la memoria oral, no est solo enmarcada por la cada de los precios agropecuarios y los consecuentes efectos en la comercializacin, el empleo y la provisin de recursos por parte de los pobladores rurales. El tiempo de la crisis expresa un contexto de relaciones de explotacin en el cual lo sealado constituy un agravante. El proceso de mayor duracin es la progresiva expropiacin de tierras por parte de miembros de las nuevas elites locales en los territorios nacionales de la Patagonia. Luego de las primeras cesiones de tierra a los grandes capitales, inmediatamente concluida la anexin de dicho territorio por parte del estado argentino, durante las dcadas de 1920 y 1930, se acenta la acumulacin de dicho recurso por parte de medianas y pequeas compaas comerciales. Esto fue llevado a cabo a partir de distintos mecanismos de expropiacin de pobladores de tierras fiscales y de comunidades indgenas. La prenda agraria, el manejo de expedientes en el sistema judicial y burocrtico y la utilizacin de la fuerza fsica para perpetrar desalojos requirieron de la complicidad de funcionarios administrativos, judiciales y de la polica quienes formaban parte de las nuevas redes locales de poder (Delrio 2005). Para el funcionamiento de dichos mecanismos result central el control de los modos de clasificar y representar al otro, en este caso identificado y construido como el teniente indeseable de la tierra. Los informes de los inspectores de tierras, los expedientes judiciales, ministeriales y policiales identifican y describen a estos sujetos en un proceso que en la poca era denominado como produccin de la informacin. En estos expedientes es donde aparecen estos dos elementos clave definidos como carencia de civilidad y de civilizacin por parte de la poblacin indgena. El primero de ellos est en relacin con la acusacin de extranjera, la cual posee una connotacin especial en este perodo. Como seala Lenton (1999) la exacerbacin del discurso nacionalista de diferentes races ideolgicas durante la dcada de 1930 revis y redefini las categoras de extran-
cin en tierras que continuaban siendo consideradas como reserva fiscal. De all proviene el nombre por el que popularmente sera conocida la comunidad: reserva Nahuelpn.
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jero e inmigrante, entre otras, atendiendo especialmente a las polticas de control selectivo de los inmigrantes que se agudizan hacia 1938. La autora encuentra en la documentacin de la dcada un progresivo desuso del trmino inmigrante y su reemplazo por el de extranjero, el cual seala los lmites -en los as marcados- para el acceso a una plena ciudadana. Para los legisladores de la derecha esta imposibilidad de acceder a la ciudadana involucraba an a los hijos de aquellos extranjeros, esto tendra su explicacin en la herencia de raza y tradicin (Lenton 1999). En esta misma direccin, la acusacin de que el cacique Francisco Nahuelpn tuviese un origen chileno -un indgena, de origen chileno, que se hizo llamar Francisco Nahuelpan, sin duda por vincular su persona al nombre de los lugares -boquete y Cerro- de aquella misma denominacin 8-, perpetrada por los hermanos Nicanor y Lorenzo Amaya, quienes recibiran gran parte de la tierra expropiada a los Nahuelpn, a travs del diario La Prensa y otros medios se extenda tambin a todos sus descendientes, an a los nacidos en la reserva Nahuelpn desde su otorgamiento en 1908. La deslegitimacin del cacique involucraba, por extensin, a toda la tribu. Adems, la incivilidad tena sus alcances diferenciales para los indgenas ya que se los distingua tambin del conjunto de habitantes de los territorios nacionales. Por ejemplo, desde el Ministerio del Interior se ordenaba no contar a la poblacin indgena que viviera en toldos para establecer el nmero de habitantes de una jurisdiccin 9. Por su parte, un elemento destacado de este perodo es la carencia de documentacin por parte de la mayor parte de la poblacin indgena del pas. Esto se deba a distintos motivos y regionalmente ha tenido alcances dispares. Por un lado, se deba al hecho que no eran incorporados al servicio militar y, por lo tanto, carecan de Libreta de Enrolamiento; por otro, a que las modalidades de contratacin laboral eran sin documentacin. Esto se vinculaba con la voluntad de no dar documentacin civil a quienes continuaran viviendo en agrupaciones. Por lo tanto, ms all de medidas espasmdicas gran parte de la poblacin indgena no era considerado parte de la ciudadana. La dilatada cuestin del derecho al voto de los ciudadanos de los territorios involucr tambin a los pueblos originarios. Sobre este punto Lenton
8 Instituto Autrquico de Colonizacin y Fomento Rural (IAC), Exp. 5754, F. 868 y Ss (3/ 12/43). De Lorenzo Amaya al Ministro de Agricultura, Diego Mason. 9 El nmero de habitantes de los territorios nacionales era un elemento central en la legislacin ya que se supona que su aumento llevara a formar progresivamente consejos municipales, legislatura y, finalmente, al reconocimiento como provincia. Memoria del Ministerio del Interior, 1900: 21.
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(1999) describe dos vertientes ideolgicas al interior del bloque hegemnico. Una conceba a las culturas indgenas con un alto grado de exterioridad (e inferioridad) respecto de la nacional considerando, en consecuencia, incompatibles la prctica activa de elementos culturales indgenas con la ciudadana y el derecho al voto. La otra vertiente estableca en cambio la legitimidad del voto indgena; no obstante ambas sostenan la existencia de diferencias entre distintas culturas indgenas en cuanto a sus capacidades de asimilar la nocin de ciudadana. Esto llevaba a la visualizacin de diferentes gradientes de salvajismo. Este constituye el segundo de los elementos. La carencia de civilizacin contemplaba la existencia de distintos estados de inadaptacin los cuales eran arbitrariamente atribuidos a la poblacin originaria, de acuerdo a los recursos a expropiar en un contexto determinado. Volviendo al caso de la tribu Nahuelpn el decreto que ordena su desalojo, firmado por el presidente Agustn Justo el 5 de mayo de 1937, sealaba en sus fundamentos la falta de hbitos de trabajo de los ocupantes de esas tierras y que vivan precariamente y en el ms completo abandono, acusando ausencia de trabajo metdico, orden y moral 10. La alegada incapacidad para adquirir hbitos de trabajo y vida civilizada continuaran siendo uno de los argumentos esenciales en los procesos de expropiacin de recursos indgenas. Las argumentaciones que asociaban las condiciones materiales de vida con supuestas taras ancestrales de la poblacin indgena estaban fuertemente instaladas en el sentido comn. Estas eran reforzadas por los discursos acadmicos sobre los indgenas. Existan imgenes naturalizadas de los pueblos originarios sobre su cultura, organizacin social y forma de explotar los recursos. As, por ejemplo, la habitacin de un toldo era asimilada a la continuidad, al mantenimiento de la organizacin tribal y, en consecuencia, a la imposibilidad de civilizacin. Esto era utilizado en los informes de los inspectores de la oficina de tierras para marcar a un determinado poblador de tierras fiscales como indgena u ocupante indeseable y as recomendar su exclusin como poblador. Es el argumento que tambin utiliz; por ejemplo, el subcomisario de Sierra Colorada (territorio nacional de Ro Negro) para informar a las autoridades que le haban encomendado producir informacin para un expediente iniciado a raz de las denuncias de un grupo de mujeres de la localidad de Los Menucos sobre las causas de la situacin de pobreza que atravesaban 11. Mientras que en la carta de denuncia las pobladoras encontraban en
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Decreto 105137 del 5/5/1937. IAC, Exp. 5754-1947 (781). Tercer Cuerpo, F. 361. Archivo General de la Nacin (AGN), Ministerio del Interior 1933, Leg. 7, Exp. 8.473.
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el accionar de los bolicheros amparados por el juez y la polica local las causas de su pobreza, el subcomisario cerrar el expediente con un informe en el cual sostiene que no existe de ninguna manera en forma alarmante desocupacin ni carencia de recursos en la jurisdiccin. Sostena que no era necesaria la ayuda a los pobladores ya que no haba otros culpables de la situacin ms que los mismos aborgenes, entre otras cosas, debido a sus propias taras ancestrales, entre las que inclua el hurto: Es ello fatal; puede hallarse en las mejores condiciones, pero se le presenta la posibilidad de hurtar una oveja, una vaca, una yegua y el indio sigue su instinto, maquinalmente 12. La incivilidad y la in-civilizacin fueron los ejes de los sistemas de clasificacin utilizados en las expropiaciones durante la dcada de 1930. Consolidaron as la imagen presente de la tribu, que legitimaba, por otro lado, a las agencias encargadas de producir el cambio: la escuela, la Comisin Honoraria de Reduccin de Indgenas y los delegados del gobierno. Volviendo a la comunidad de reserva Nahuelpn se destaca que el concepto de tribu, en este caso conformada por el cacique Francisco Nahuelpn y su gente, operaba en la elaboracin de una poltica grupal indgena. Distintas familias engrosaron el nmero de los pobladores de las tierras entregadas en 1908 solicitando permiso, de acuerdo a las reglas del admapu, a Francisco Nahuelpn. Mediante la creacin de lazos de parentesco y el prohijamiento, el colectivo al que refera el trmino tribu Nahuelpn fue creciendo en nmero y diversificndose en origen. Procesos similares se desarrollaron en distintos parajes de la Patagonia donde la radicacin obedeca a la existencia de un decreto de entrega de tierras a un determinado cacique y su familia/tribu. El parentesco por filiacin y el lacutun, es decir la adopcin del apellido del cacique, lonko de la comunidad, fueron los mecanismos por los cuales se consolidaron sentidos de pertenencia grupales bajo la territorializacin estatal. As, bajo las redefiniciones oficiales del concepto de tribu y su utilizacin por parte de agencias estatales subyaca una utilizacin estratgica por parte de la agencia grupal indgena que colocaba a la tribu como nivel de integracin de segundo orden, ms all del linaje. La tribu era, entonces, tambin el referente de la organizacin e identidad grupal. La posicin del cacique, en este caso a quien el estado reconoca en el otorgamiento de un decreto o una ley especial, adquiri dimensiones particulares luego del sometimiento estando en directa relacin con la radicacin y las posibilidades de acceso a la tierra. No obstante, esta posicin estara
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sujeta al cambio a lo largo del tiempo, as como tambin las redefiniciones de la tribu. En efecto, durante la crisis de la dcada de 1930 tambin la representacin poltica en las comunidades se vio afectada. En el caso de la comunidad de Nahuelpn los disensos internos incidieron tambin en el proceso. Poco antes del decreto de desalojo un sector de la comunidad, representado por las familias sin descendencia por lnea paterna del cacique Francisco Nahuelpn, se opona a los hijos varones del cacique que reclamaban ttulos de propiedad de acuerdo a derechos de sucesin. Los primeros sealaban que el campo fue acordado para la tribu y esta la explote en comunidad 13. La tribu era entendida como toda la comunidad y no solo el patrilinaje, pedan que se contemplase los derechos de la tribu y miembros de la familia Nahuelpn y no individualizar ningn derecho particular en perjuicio de la comunidad. Finalmente las autoridades optaron por considerar como tribu al conjunto de la comunidad, tanto a los descendientes como a las familias que fueron agregndose mediante el acuerdo con Nahuelpn. Tambin fueron incluidas en el desalojo las personas no-indgenas que all residan. Las clasificaciones de extranjera y carencia de civilizacin se ampliaban a todo el conjunto. En el caso Nahuelpn el destino de las familias desalojadas deba ser, de acuerdo al decreto, las colonias de Gualjaina y Cushamen donde estaban radicadas otras familias indgenas. La propuesta del estado solo consista en concentrar en ellas a la poblacin indgena, aunque tomando el recaudo de separar las familias deportadas para evitar los peligros de volverlas a reunir en algn punto. Algunas llegaron a estos sitios, otro grupo finalmente se radicara en Lago Rosario, mientras que muchas permaneceran en las proximidades de Esquel. En este perodo se destacan dos medidas especiales tomadas con respecto a los pueblos indgenas que, en parte, parecieran contradecir lo sealado con anterioridad. En primer lugar, la condonacin del pago de pastaje adeudado. Esto responda a varios informes presentados por la Comisin Honoraria de Reducciones de Indios en los que se solicitaba esta medida para contemplar la situacin de los pobladores aborgenes del sur, estableci-
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IAC, Rawson, Exp. 5754, F. 348 (19/5/36). Carta dirigida al Director General de Tierras y Colonias Coronel don Melitn Diaz de Vivar, subscripta por Mariano Antieco y Domingo Surez, ganaderos, mayores de edad, domiciliados en la Reserva Nahuelpan, por s y por Avelina Nahuelpan de Surez, Isabel Nahuelpan de Antieco, Catalina Nahuelpan de Neipn, Rosa Nahuelpan, viuda, Julia Nahuelpan, viuda, Avelino Nahuelpan, soltero y Antonio Santul.
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dos en las tierras fiscales en estado de extrema insolvencia. Este organismo solicitaba se les eximiera del pago de los derechos de pastaje que adeudaban, hasta tanto pudiesen ser ubicados en colonias agrcola-pastoriles a crear para la concentracin de familias indgenas. Ante este pedido, la Direccin de Tierras sostuvo que se deba limitar este beneficio a los indgenas de nacionalidad argentina que viviesen dispersos en los territorios nacionales, ya que para las agrupaciones indgenas es de aplicacin el decreto de fecha 1 de mayo de 1916. Finalmente, el Poder Ejecutivo autoriz por decreto a la Direccin de Tierras para que condonara, en caso de probada insolvencia, los cargos en concepto de derecho de ocupacin hasta el 31 de diciembre de 1935:
dejndose expresamente establecido que la condonacin de deudas slo podr acordarse a favor de aborgenes argentinos que se encuentren dispersos en diversas zonas de dichos territorios y previa agregacin de las constancias de las ltimas inspecciones realizadas a las tierras por ellos ocupadas 14.
El decreto favoreca a aquellos indgenas dispersos que no formaran agrupacin. Se interpelaba a los aborgenes argentinos en tanto individuos en familias dispersas y no como tribu o grupo. Tambin, se estableca que en el caso de existir aborgenes cuya radicacin en la tierra sea considerada favorable se podra reducir el monto de la deuda en el porcentaje que la Direccin de Tierras juzgase equitativo. Esta medida solo afectaba a quienes fuesen considerados como indgenas argentinos, a quienes el discurso nacionalista utilizaba como emblema del ejercicio de soberana. En segundo lugar, la creacin del Consejo Agrario Nacional en 1940 15 que -como seala Lenton (1999)- ser el primer organismo de alcance nacional a cargo de la inscripcin sistemtica en un Registro de Indgenas de todos los que sean o puedan ser miembros de las colonias indgenas cuya creacin se le encomendaba. No obstante, en este perodo este organismo no tuvo demasiada actuacin en este aspecto. Por sucesivos decretos el Consejo Agrario Nacional (CAN) pas a ser el encargado de la extensin de documentacin de estado civil a quienes
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De acuerdo a la ley 12.636 de colonizacin y creacin del Consejo Agrario Nacional (CAN), la cual en su artculo 66 establece la posibilidad de organizacin de colonias agrcolas y pastoriles en tierras fiscales, las que se otorgaran en propiedad a los indgenas del pas.
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carecieran de ella (Boletn Oficial, 11/10/1943). Con el fin de resolver en forma permanente el problema de los indgenas se estudiaron las medidas a ser tomadas con los colonos indgenas de acuerdo a los mtodos y las costumbres en la explotacin de la tierra de las distintas tribus. Tambin se estableca la imposibilidad de venta o de embargos sobre sus tierras sin el consentimiento del CAN, la orientacin tcnica de las colonias indgenas y la instalacin de escuelas primarias con orientacin agrcola. Como se expresaba en el nombre de su publicacin, el organismo procurara solucionar El problema indgena en la Argentina. Para ello especificaba que este organizara las colonias sobre la base de un rgimen apropiado a las caractersticas de los indgenas de cada zona, procurando su paulatina incorporacin a la vida civilizada 16. Contemplaba, tambin, la instruccin elemental y la enseanza catlica como medios esenciales para lograr esa incorporacin. La adjudicacin de las tierras de las colonias indgenas sera a ttulo precario durante un plazo de prueba de diez aos, al cabo del cual se entregara la escritura de propiedad siempre que los concesionarios hayan demostrado las aptitudes tcnicas y las cualidades morales necesarias para desempearse como colonos y que hayan cancelado su deuda por concepto de mejoras 17. En breve, se desprende que el presente de los indgenas continuaba siendo considerado como un estado transitorio y necesariamente bajo tutela. Algunos ms incorporados que otros a la civilidad, otros excluidos doblemente de ella. Todos, no obstante, sealados como en estado de pasaje hacia la vida civilizada. En este contexto, la tribu, constitua el lugar pensado desde el orden como el eptome de la aboriginalidad, la vara con la cual podan medirse distancias de pertenencia e inclusin/ exclusin.
EL GRAN DEFENSOR DE LAS CLASES HUMILDES Siguiendo el caso Nahuelpn se produce un cambio significativo en la dcada de 1940. Durante el gobierno de Pedro Ramrez, este decreta el 15 de noviembre de 1943 la caducidad de la entrega de tierras de la reserva Nahuelpn hecha luego del desalojo 18. Dicha medida reconoca como fun-
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Decreto 10.063/43 que reglamenta la ley 12.636 de creacin del CAN. Tomado de Lenton (1998).
Los hermanos Nicanor y Lorenzo Amaya a quienes se le revocaba la concesin atribuiran esta medida a una rplica poltica del gobierno en respuesta a una solicitada de la que participaran adhiriendo a las crticas efectuadas por las Sociedades Rurales de la Patagonia al gobierno nacional.
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damento el hecho de que desde 1938 las inspecciones daban como resultado propietarios absentistas, unin de lotes, ninguna mejora y venta de lotes 19. Se decide reservar el lote nmero cuatro para el Departamento de Guerra y los lotes dos, tres y seis para ser ocupados por los componentes de la tribu del indgena don Francisco Nahuelpn. La Direccin de Tierras debera adoptar las medidas pertinentes para ubicar, previa seleccin, los indgenas referidos Cules seran, entonces, los criterios para efectuar dicha seleccin? Las medidas pertinentes con relacin a la cuestin indgena continuaban estando en la esfera de accin de la Direccin de Tierras, la Comisin Honoraria de Reducciones de Indios y el Consejo Agrario Nacional. Estas abordaban los casos de acuerdo a cmo fueron considerados y derivados por las autoridades polticas y cmo tambin la propia agencia indgena poda colocar sus reclamos en el nivel nacional: en tanto problema tcnico de mensuras, problema indgena en general o como parte de la poltica econmico-social. As, por ejemplo, en un informe al ministro de agricultura Enrique Petracchi, director de asuntos jurdicos, sostena que en caso de decretarse la caducidad a los indgenas sobrevivientes de la tribu del cacique Nahuelpn y debido a los antecedentes negativos de la explotacin de esas tierras por los indgenas de Nahuelpn -lo que consideraba como un ndice general de lo que suceda con el problema del indio- debera encomendarse el estudio del tema, en forma integral, al Consejo Agrario Nacional 20, el cual podra requerir la colaboracin de los tcnicos de la Direccin de Tierras y de la Comisin Honoraria de Reducciones de Indios 21. En otras palabras, Petracchi consideraba que la cuestin de la tribu del cacique Nahuelpn deba ser considerada, en principio, sobre la base de las potencialidades econmico-sociales para que dichas tierras fuesen explotadas con rendimiento por una poblacin que, en este caso, estaba constituida por indgenas. De all, se afirma que de ser necesario las oficinas abocadas a las cuestiones especficas podran devenir en potenciales fuentes de informacin, pero no podran manejar el caso. Los indgenas, por lo tanto, deban dirigirse a estas oficinas para elevar sus solicitudes teniendo en cuenta estas diferentes perspectivas. El Consejo Agrario Nacional fue, en gran medida, el destinatario de los pedidos de los aborgenes desalojados de la ex-reserva Nahuelpn 22 solicitando se cum-
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IAC, Rawson. Expediente 5754-1947 (781). Segundo Cuerpo. F. 86 (15/11/1943). Facultado por la ley 12.566 para adoptar soluciones al respecto (art 66). IAC, Rawson. Expediente 5754-1947 (781). Segundo Cuerpo. F. 301-2 (29/10/43). IAC, Rawson. Exp. 5754-1947 (781), F. 1018, 19/10/1945 y F. 1019 27/10/1945.
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pliese con el decreto de 1943. Tambin lo fue el director de tierras, coronel Carlos Gmez, a quien Francisco Nahuelpan hijo le escriba, con copia para el presidente Farell, en carcter de representante de las familias aborgenes mapuches que poblaron la Reserva Indgena Nahuelpn, afirmando que eran todos argentinos, hijos de la misma tierra 23. Por su parte, otro de los desalojados, Emilio Prane, se presentaba al inspector de tierras de Esquel en carcter de indgena argentino, representante de su familia y su tribu -brinda una lista de 108 personas que forman parte de su tribu y a los que define como indgenas argentinos primitivos del pas- reclamando la entrega de tierras aptas para la ganadera y la agricultura de acuerdo de la ley 12636, Artculo 66 24 de Colonizacin indgena Argentino del Paiz 25. El ministro de agricultura, Diego Mason, era tambin uno de los destinatarios de estos reclamos. A este ltimo, Simn Nahuelpn le escriba en carcter de representante de la modesta tribu Nahuelpn para que se cumpliese el desalojo a quienes tanto dao ocasionaron a esta humilde tribu argentina. No obstante, Nahuelpn tambin decidi escribir al Ministro del Interior, Secretario de Trabajo y Previsin Coronel Don Juan Domingo Pern. Lo hizo en estos trminos:
Al gran defensor clases humildes tribu Nahuelpan solicita su intervencin objeto conseguir inmediata posesin tierras restituidas en el patritico decreto suscripto por excelentsimo seor presidente General Don Pedro Pablo Ramrez. Eternamente agradecidos, Francisco Nahuelpan (hijo) 26.
La figura del gran defensor de las clases humildes deviene en un potencial interlocutor para el reclamo efectuado desde las comunidades indgenas. En este caso, Nahuelpn se posiciona como representante de la tribu y aparece en el registro oficial como capitn de tribu de indios. El breve texto de este telegrama hace referencia al desplazamiento que la agencia de los pueblos originarios intenta en su poltica de relacin con el que devendr en nuevo discurso hegemnico. Los dos elementos que sealramos en el
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IAC, Exp. 5754, F. 949 (20/7/44). Prane se refiere a la ley de colonizacin y creacin del Consejo Agrario Nacional.
Prane escribe desde el paraje Malln Grande, Ensanche de la Colonia 16 de Octubre, lote 111-112, jurisdiccin Pueblo Tecka. IAC, Rawson, Exp. 5754-1947 (781), Segundo Cuerpo, F. 988.
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IAC, Rawson, Exp. 5754-1947 (781), Segundo Cuerpo, F. 850. La nota inicia un expediente en la Secretara de Trabajo y Previsin, en este caso aparece como iniciador Francisco Nahuelpn capitn tribu de indios.
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apartado anterior: la incivilidad y la in-civilizacin empiezan aqu a ser desplazados por la mencin al patritico decreto que devuelve tierra a la tribu y por la auto-adscripcin de la misma al colectivo formado por las clases humildes. De qu modo pudo percibirse un cambio en el discurso hegemnico y las polticas oficiales por parte de los pobladores de las comunidades rurales del territorio de Chubut? Dos elementos aparecen en la memoria social como centrales para el recuerdo de la llegada de Pern al poder como un momento de cambio para las comunidades indgenas: el estatuto del pen rural y la extensin de documentacin a los pobladores indgenas con la consecuente incorporacin del derecho al sufragio. El estatuto del pen rural es recordado en la memoria oral como el fin de una etapa en las relaciones de explotacin laboral, constituyendo una medida que beneficiaba tanto a peones indgenas como no-indgenas. En este sentido se ir construyendo una nueva definicin de pueblo, como clase trabajadora, que procura una nueva homogeneizacin de los habitantes del territorio nacional. Un poblador de Cushamen (provincia de Chubut) as lo expresaba:
A m me aprovecharon mucho [...] los patrones me joderan en aquellos aos. Nos cobraban hasta la cama, nos cobraban la pieza... le cobraban la luz, aunque tenda en un cuero uno, igual le cobraban el cuero que tenda, le cobraban la luz, le cobraban la pieza, le cobraban la... la cama, aunque tienda puro cuero uno, le cobraban todo el cuero que tenda, cuando vino Pern, ah mejor, cuando ya fue entrado Pern, ah era... finado Pern ayud mucho, no me cobraba ni una cosa (Agustn Snchez, Esquel, Chubut, febrero de 2004). El gobierno de Pern, s hizo, que dej documentadas, eso que trajo la Eva cuando le hizo documentar a las mujeres... que todos tenan que tener documentos para tener derecho [...]. Despus por el asunto de los sueldos, tambin dict una ley que tena que pagarse, trabajar ocho horas en el da y pagar bien, lo mejor que se pueda, con comida libre por lo menos, esa es la ley que dict l, el primer gobierno, y despus otra cosa no (Jos Pedro Huenelaf, Cushamen, Chubut, enero de 2004).
En reiteradas oportunidades los testimonios enumeran estos dos aspectos del primer gobierno peronista 27, mientras que muchos sealan tambin
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En la comunidad Ancatruz, provincia de Neuqun, Briones registra tambin estas narraciones que refieren a la poca en que Pern nos hizo gente, en referencia a la obtencin de documentos (Briones 1993: 7).
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otras medidas como la entrega de distintos objetos en las escuelas, o a travs de la gendarmera: calzado, vestimenta, libros y alimentos: eso ayud mucho... finadito Pern, mandaban eso alimento para comer, los que tenan muchos chicos mandaban seis, siete bolsas de esos de maz (Catalina Antilef, Esquel, Chubut, febrero de 2004). Estos beneficios directos que el poblador perciba, y an percibe como cambios sustanciales en las experiencias sociales, marcan un nuevo momento en la historia de relaciones con el estado nacional y los grupos locales de poder. La reglamentacin del trabajo rural, la entrega de documentacin, la extensin del derecho al voto y la creciente presencia del estado en la cotidianeidad del poblador culminan en el recuerdo -casi excluyente entre las personas que manifiestan haber votado en aquellos aos- de la eleccin de Juan Pern como presidente:
Me acuerdo bien que llegaron la gendarmera, vinieron la gendarmera y dice: bueno, este... don Jos, bueno, tiene que ir y votar, van a votar por este presidente, por el general Pern, Juan Pern. No s como era que dijo: bueno, tiene que votar por ese, dice. Y bue, tienen que votar pero la gente esos aos todava no tenan la libreta viste? la libreta que se usa ahora, la cvica, de enrolamiento. Tenan que primero enrolarse, sacar la libreta de enrolamiento y despus votaban. Claro, con la gendarmera corri a todos los pobladores y fueron toda la gente. A enrolarse, ya algunos tenan 20 aos, o ms de 20 aos la gente [...]. Y bueno, fueron hombre, mujer pero, cantidad a votar! (Segunda Huenchunao, Vuelta del Ro, Chubut, febrero de 2004). [la gente] contenta, contenta, alojar al campo, todo. Contenta de dar su voto a Pern, contenta, contenta. Ya haban valido los frutos, imagnese usted, ya los rurales le haban aumentado el precio, le haban hecho buenas comodidades, entonces, quin no iba a votar a Pern. No es as? Claro, ya usted tena sus derechos, si el patrn lo maltrataba, usted tena sus derechos donde irse a quejar. Porque estaba enfermo y... Tom la puerta y and a curarte! No, usted si iba, le haca trabajo de previsin, y no, tena que curarlo el patrn y no quitarle el trabajo. As qu no iba a estar contento as, imagnese (Atilio Donati, Cushamen, Chubut, enero de 2003).
En la documentacin de archivo los representantes de comunidades indgenas se dirigen a Pern como interlocutor. Como fue sealado, se destaca la ubicacin de la tribu en la categora de clase humilde argentina como estratgica. En esta direccin, por un lado la humildad permite desplazar a las acusaciones de carencia de civilizacin y, por el otro, ampla la
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civilidad a los indgenas argentinos a quienes nuevamente se dirige el gobierno como sujetos de ciudadana. No obstante, ms all de su poltica social y su construccin de la idea de pueblo de la nacin que ampliaba la base de sustentacin -entre otras medidas, extendiendo documentacin y el derecho de voto a gran parte de la poblacin hasta entonces excluida de ellos- el gobierno peronista consider a los pueblos originarios como materia de las polticas de poblacin 28. En efecto, la poltica del peronismo presentar cambios y continuidades en relacin con los pueblos originarios. Dentro de las continuidades se destaca la percepcin de diferencias internas al colectivo pueblo, sobre las cuales deberan operar mecanismos homogeneizadores. Estas diferencias son entendidas en trminos tnicos y son consideradas como decisivas en el proceso de conformacin poblacional. Habindoseles asegurado y conferido la ciudadana, desplazndose parcialmente el fantasma de la extranjera, la poblacin aborigen an era percibida como carente de algunos elementos de civilizacin. A partir de este criterio se redisearon las estructuras oficiales para implementar las polticas poblacionales. La Comisin Honoraria de Reducciones de Indios haba sido incorporada, en noviembre de 1943, a la Secretara de Trabajo y Previsin, dependiente de la Presidencia de la Nacin. Lenton (1999) seala que con esta medida se produjo una amalgama entre el problema indgena y el problema laboral. En mayo de 1945 se decretan las nuevas funciones de dicha Comisin, mencionndose que no podra dejarse sin efecto las reservas indgenas en los territorios nacionales, ni reducirse ninguna superficie de tierra fiscal ocupada o explotada por indgenas cualquiera fuera su ttulo de ocupacin, sin el informe previo y favorable del Estado Mayor del Ejrcito y la Comisin Honoraria de Reducciones de Indios. Tambin daba participacin en estas decisiones a la recientemente creada Comisin Nacional de Zonas de Seguridad en los casos en que dicha poblacin ocupara tierras dentro de la zona de fronteras 29. Destaca Lenton (1999) que mediante este decreto se pretenda encuadrar el entonces llamado problema indgena en tanto aspecto social, considerndolo como una obligacin del estado mediante una educacin integral, la asimilacin y adaptacin de los indios a la vida civilizada convirtindolos en agricultores estabilizados o propietarios. Mediante la educacin se esperaba convertir a los habitantes en ciudadanos. Poco despus, en enero de 1946, durante el gobierno de Farell se reemplaza a la Comisin
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En este punto seguimos lo propuesto por Lazzari (2002, 2004) y Lenton (1998, 1999). Boletn Oficial, 7/5/1945. Tomado de Lenton 1999.
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Honoraria de Reducciones de Indios por la nueva Direccin de Proteccin del Aborigen, dependiente de la Direccin General de Previsin Social, a su vez dependiente de la Secretara de Trabajo y Previsin. La construccin de la identidad nacional colectiva aparece como un tema central que ser profundizado durante el gobierno de Pern. La extensin del derecho al sufragio a partir de 1947 opera en esta direccin 30. No obstante, en el discurso oficial aparece como una necesidad de intervenir desde el estado en la composicin tnica de la poblacin, mediante medidas que tendiesen al aumento de la natalidad, fomento de una inmigracin seleccionada segn criterios tnicos, y un activo papel otorgado a la educacin (Lenton 1999). Este ltimo punto sera clave en la medida en que se perciba a la psicologa del indgena como uno de los problemas que generaban su diferencia 31. Durante su gobierno se crea la Direccin Nacional de Migraciones (febrero de 1949) que tendr amplias atribuciones sobre la cuestin de migraciones, tnicas e indgena. Quedaban a su cargo la Direccin de Proteccin del Aborigen, el Instituto tnico Nacional 32, la Delegacin Argentina de Inmigracin en Europa, la Direccin General de Migraciones y la Comisin de Recepcin y Encauzamiento de Inmigrantes. Los Planes Quinquenales tambin van a acentuar esta posicin del tema indgena dentro de la poltica de organizacin poblacional 33. No obstante, a pesar del nfasis puesto en la educacin/ civilizacin de los indgenas la extranjera continu siendo un elemento central en la
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Sostiene Lenton (1999) que la ampliacin del colectivo nacional conllev la inclusin en un concepto ms abarcativo de ciudadana -que a partir de este momento se equipara con dicho colectivo- de los grupos postergados, i.e., habitantes de los territorios nacionales, mujeres e indgenas. La autora subraya la existencia de proyectos presentados en la Cmara de Diputados de la Nacin entre 1952 y 1953 que sostenan la inscripcin de los indgenas en los registros civiles de los territorios nacionales.
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Lenton (1999) seala este nfasis en las caractersticas psicolgicas esenciales del indgena y en la necesidad de modelarlas para su homogeneizacin con el modelo de ciudadano propuesto.
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Esta oficina deba brindar informacin cientfica para llevar a cabo la seleccin de la inmigracin y para relevar la composicin de la poblacin nativa. Sealan Lazzari (2004) y Lenton (1999) que desde el Instituto tnico Nacional, como desde el resto de los organismos que operaron durante el gobierno de Pern, se contempl a los pueblos originarios como dentro de la ciudadana pero se resaltaron los aspectos que obstaculizaban su aculturacin en la idea de pueblo.
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En el Segundo Plan Quinquenal, sancionado por ley en 1952, la nica referencia a la poblacin indgena aparece en el Captulo 1, bajo el ttulo Organizacin del Pueblo (Senado de la Nacin, Diario de Sesiones, ao 1952, sesin del 21/12). En Lenton (1999).
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visualizacin de los pueblos originarios. Como sealan Lazzari y Lenton (2000), el discurso especializado de la Etnografa de la poca -que postulaba tipologas tnicas esencializadas y aplicadas atemporalmente junto a la nocin de territorio nacional- entraba en relacin con el discurso poltico 34. Como sostienen Briones y Lenton (1997) sobre determinados grupos como en el caso Nahuelpn la sospecha de disidencia no parece diluirse nunca.
Quines conforman la tribu Nahuelpn? A partir del decreto que anulaba las concesiones realizadas sobre la reserva Nahuelpn, no solo los indgenas se dirigieron a Pern como interlocutor para elevar sus demandas. Tambin los hermanos Amaya le enviaron, en febrero de 1945, una carta exigiendo se les reconociese como propias las mejoras realizadas en dichas tierras 35. Las elites terratenientes tambin hacan hincapi en lo indgena como problema social, frente a una supuesta normalidad encarada por s mismos y sostenida por la historia oficial del estado-nacin. Desde este discurso que apuntaba a justificar la expropiacin de la tierra a los indgenas se destacaban no solo la barbarie indgena del pasado y del presente sino tambin su condicin de extranjera. En carta al ministro de agricultura, Diego Mason, Lorenzo Amaya se quejaba en estos trminos por el resultado de la obra de progreso y civilidad que habran cumplido en los confines de la Patria:
All hemos volcado nuestras vidas, nuestro capital, nuestra cultura universitaria, el empeo de muchos aos viriles, para llegar a la postre, al trance tristsimo de comprobar que ms nos hubiese valido usar taparrabos, o ser acaso extranjeros, a fin de obtener que se ampare nuestra propiedad y se respeta nuestro honor [...] [desde la escuela] habamos aprendido que la Civilizacin se extendi por el Desierto, a medida que las bayonetas fueron desalojando a la Barbarie. Roca, por eso, tiene estatuas en diversos sitios del pas. Ahora, por desventura, hay quien piensa que debemos desandar camino, en franco proceso regresivo, desalojando al trabajo y a la cultura para restablecer sobre sus despojos al detritus humano -extranjero por lo dems- que sintetiza la ignorancia, el delito y el atraso.
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Lazzari (2004) seala como dato significativo de la relacin entre discurso acadmico y poltico el hecho de que el etnlogo Salvador Canals Frau fuera director y subdirector del Instituto tnico Nacional en distintas oportunidades entre 1948 y 1951.
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Amaya insiste con la calificacin de extranjeros e incivilizados con respecto a los indgenas. Coloca a las instituciones de la nacin: la escuela, el ejrcito, la Universidad, la Historia y sus monumentos como contrapartes del detritus humano, extranjero y vestido con taparrabos. Sostena que no deba olvidarse a la Conquista el Desierto como una de las glorias del Ejrcito Argentino 36 y que el indio debe ser amparado por el Gobierno, porque es incapaz, indolente, ablico, borracho, ignorante de las normas morales que hacen posible la convivencia colectiva. Peda que la accin oficial se dirigiese hacia la niez aborigen, educndola al margen de la influencia y el ejemplo pernicioso de la vida de sus mayores 37. Como ha sido sealado, en la dcada de 1940 las acusaciones de extranjera y carencia de civilizacin no dejaron de tener peso para las polticas de estado. Para evaluar el caso Nahuelpn, el gobierno comision en 1947 a Cndido del Prado para estudiar y practicar sobre el terreno a fin de llevar a cabo la restitucin de las tierras a los integrantes del grupo indgena de la tribu del cacique Nahuelpn. El comisionado elev a su superior, el director de Proteccin del Aborigen entonces dependiente de la Secretara de Trabajo y Previsin, un informe detallado en el que subraya, entre otras cosas, el carcter tribal de la reserva indgena Nahuelpn 38 elevando una propuesta de resolucin que reflejaba los principales lineamientos de la poltica oficial. Del Prado relata la historia del caso destacando que en estas excelentes tierras habitaban muchas familias formadas por descendientes directos del cacique Nahuelpn y otras que, como las de Ainqueo, Catrilaf, Prane, Santul, etc., haban ingresado a la tribu por su unin con mujeres de la misma o bien se hallaban radicados en esas tierras por permisos concedidos por el cacique o en carcter de intrusos. Se refiere con detalle a la actual situacin de miseria que atravesaban entonces los desalojados quienes un da, de un pasado no lejano, fueron dueos absolutos de todas aquellas tierras. En las proximidades de Esquel los hombres solo consiguen trabajos espordicos y
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En otras cartas al ministro, Amaya sintetizaba que el problema haba consistido en que luego de las campaas al desierto el ejrcito control a las tribus en campos de concentracin pero que luego, al dejarlas libres, terminaron en pocas dcadas por extinguir la caza mayor y viviendo totalmente entregados a la molicie y depravacin, de la exclusiva caza de ovejas. IAC, Rawson, Exp. 5754, F. 868 y Ss (3/12/43). Carta dirigida al Ministro de Agricultura, Diego Mason.
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Informe fechado el 4 de julio de 1947. IAC, Rawson, Exp. 5754, Sexto Cuerpo, F.1035 (4/ 7/47).
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los precios de las mercaderas son muy elevados. Sus hijos estn mal nutridos y muestran a los ricos turistas del Sud Argentino sus figuras haraposas y sus rostros inexpresivos, hecho que contrastaba con una regin donde se cuentan por millares los rebaos de ovejas. El problema que seala el comisionado consiste en que de las 22.000 hectreas originales hoy solo se hallan reservadas para los fines indgenas 7.500 ha. lo que provocar que para concretarse la restitucin haya una seleccin que tenga en cuenta los antecedentes del caso dentro del espritu ms justiciero. Reconoca que pese a que el decreto original identificaba solo al cacique, este representaba a un colectivo que haba servido a la patria siendo correcto otorgar la tierra de acuerdo a un principio sucesorio igualitario: no slo de los descendientes de Francisco Nahuelpn, sino de todos aquellos aborgenes que en aqul entonces se hallaban junto a l. Sin embargo, estimaba que esto no era factible ya que no se contaba con antecedentes sobre la constitucin de dicha tribu original. Al mismo tiempo, consideraba imposible reconstruir el rbol genealgico de cada uno de los descendientes habidos desde aquel entonces por cada familia indgena integrante de la primitiva tribu de Francisco Nahuelpn, e imposible darles tierras suficientes para su radicacin. El comisionado sealaba que el caso representaba algo ms que un simple litigio de tierras y que simbolizaba una poca de injusticias de los sucesivos gobiernos hacia sectores de poblacin autnticamente argentinas. Enmarcaba su propuesta en el espritu del decreto de restitucin que, de acuerdo a las nuevas concepciones emanadas del intenso contenido social de la revolucin de junio de 1943, quiso reivindicar para la Patria un atropello cometido contra argentinos. Recomendaba, entonces, la entrega de los lotes dos, tres y seis para los componentes de la tribu Nahuelpn: descendientes en lnea directa del cacique Francisco Nahuelpan, sin perjuicio de contemplar en el futuro la situacin de otros integrantes de la misma tribu. Con este fin, Del Prado haba reconstruido toda la descendencia del cacique originada en sus dos uniones matrimoniales, reconociendo un total de 7 hijos, 38 nietos y 44 bisnietos 39. Este funcionario contradeca los informes de los inspectores de la Direccin de Tierras que fundamentaron el desalojo. Sealaba que la moral y hbitos de los descendientes de Nahuelpn no se halla afectada por taras congnitas que puedan significar intiles los esfuerzos que por su reeducacin
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Se tuvo en cuenta a la descendencia que derivaba del primer matrimonio con Mercedes Inacayal y del segundo con Josefa Cano. IAC, Rawson, 5754, F. 1099.
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el Estado realice. Agregaba: son gente de ideacin simple, que poseen conceptos sociales sobre el trabajo y sobre todo un anhelo angustioso de incorporarse al ritmo econmico de la Nacin. Evaluaba que su psicologa no era como comnmente se le quera atribuir (de ociosidad y desidia) y afirmaba que no tenan propensin por el delito, aunque tampoco puede decirse que son un dechado de perfeccin, adolecen de muchos defectos de los cuales en gran parte no son culpables:
Si muchas veces se substrae al cumplimiento de la tarea diaria, si alguno de ellos va por la pendiente de la degeneracin por efectos del alcohol que ingiere con exceso, si roba, si falsea la verdad, si odia la escuela, si tiene brujo o curandero cuando el dolor lo aqueja, no debe atribuirse esto a una propensin innata y si buscarse su origen en el total abandono social en que se ha visto sumido.
A partir de all, encuentra el comisionado que las medidas a tomar deben encuadrarse en la misin del Estado -en su carcter tutelar de todos los valores humanos que habitan la Nacin-, incorporndose a estos grupos aborgenes a la sociedad y dispensndoles sus beneficios para que los mismos no representen un valor muerto y si contribuyan con su esfuerzo para el engrandecimiento de nuestra riqueza econmica. A tal fin sostiene la necesidad de la Previsin social indgena para evitar que una vez en el campo vuelvan -acosados por la necesidad- a convertirse en medieros, crendose situaciones de dependencia con los dueos de los ganados o que volviesen a contratarse como jornaleros abandonando la tierra. Para ello propone que se implementen los modernos sistemas de Previsin Social Indgena, especialmente el Crdito Rotativo Ganadero y la creacin de Cooperativas Ganaderas Indgenas 40 -bajo la tutela de la Direccin de Proteccin del Aborigenpara adecuar la medida al Plan Quinquenal del gobierno nacional. Estos crditos deban ser entregados a los jefes de familia indgena en calidad de prstamo, garantizado por prenda agraria. La entrega de ttulos sobre las tierras deba ser en carcter de arrendamiento por el trmino de dos aos prorrogables por otros tres si la Direccin de Proteccin del Aborigen aprobaba el desempeo del colono. Esta misma oficina, luego de cinco aos, debera comprobar las mejoras realizadas para justificar que se hubiere creado una economa propia y recomendara otorgar el ttulo definitivo. Esto impedi-
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Del Prado sostena que la ganadera se adaptaba a la natural idiosincrasia de los indgenas y que las experiencias obtenidas en materia indigenista aconsejaban extremar medidas a los fines de defensa de la tierra india.
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ra que los colonos indgenas enajenasen la tierra concedida y desvirten el contenido social de esta restitucin. En breve, la propuesta del comisionado incide en una devolucin parcial de las tierras expropiadas a solo una parte de la poblacin afectada, estableciendo una nueva interpretacin de quines y porqu constituyen ahora la tribu Nahuelpn. No obstante, su propuesta incorpora -aunque de modo parcial- un elemento significativo: la nocin de restitucin / reparacin histrica. La propuesta de Del Prado es apoyada y completada por el comisionado especial de la Direccin de Tierras y Bosques, Manuel Bonini 41, quien la encara sobre los viejos criterios de civilidad y civilizacin, como un sano plan de patriotismo y humanismo y como un posible resultado a mostrar a la oposicin poltica. Este sugera a su superior, el ministro de Agricultura, que el indgena deba entrar de lleno a la civilizacin, hasta llegar a ser hombres verdaderamente tiles a la sociedad y a la patria misma. Propona levantar tambin un aserradero y una escuela de oficios porque es portadora de valores eternos y tiene la gran misin de educar y ganar para la Nacin a los innumerables hijos de las fecundas indias, que hoy vagan por las calles del pueblo de Esquel. Tambin aconsejaba la construccin de una iglesia para que impartiese una educacin cristiana a los aborgenes que han de entrar a la civilizacin, por la ancha puerta que les brinda la accin pujante del actual Gobierno Nacional. Para Bonini, se trataba de una patritica tarea de recuperacin indgena. Para ello sugera que una administracin externa y experta en temas indgenas se hiciese cargo de la reserva y estableciese una vigilancia permanente sobre los indgenas para lograr una verdadera revolucin en lo que a recuperacin aborigen se refiere. La nueva reserva Nahuelpn finalmente depender de la Direccin de Proteccin al Aborigen, de acuerdo al decreto presidencial del 31 de marzo de 1948.
Eplogos En marzo de 1953 Juan Jos Brignoli, Inspector de la Direccin de Proteccin al Aborigen, informaba a su superior que los restantes 253 pobladores de la reserva Nahuelpn que no fueron reubicados vivan en las cercanas de Esquel y en Gualjaina en campos muy malos, trabajando en la esquila. Esto, junto al crecimiento vegetativo de la reserva, lo llevaba a proponer la devolucin del lote cuatro que retena el ejrcito. Sostena que siendo la tie41
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rra un bien de trabajo y no un bien de renta deba devolverse esa tierra a los verdaderos hijos de este suelo [...] a sus genuinos y antiguos dueos, los aborgenes de la tribu Nahuelpn. Finalizaba afirmando que para hacer justicia real tendran que restituirse las 21.588 ha que originalmente les fueron quitadas a los Nahuelpn los ms humildes y reales pobladores del campesinado de esa zona42. La propuesta fue avalada por el director de Proteccin al Aborigen, Felipe del Giorgio, y el director nacional de migraciones. Sin embargo, esto no sera resuelto y el conflicto continuara por medio siglo. Luego de la cada del gobierno de Pern, la llamada Revolucin Libertadora instala proyectos desperonizadores de la poltica y de la nocin de pueblo. Los pobladores recuerdan que la misma gendarmera que sola andar por las casas entregando propaganda poltica -Ah lo conoc yo al finado Pern, por el libro y foto, la Eva Pern, la seora de l, que le dejaban al finado abuelo... le dejaban los mismos gendarmes- ahora realizara sus recorridas con otros objetivos:
Despus cuando sali el finado Pern, ellos mismos hicieron traer la encuesta que no tenan que tener la foto del finado Pern, que tenan que hacer... nos hicieron quemar todo (Segunda Huenchunao, Vuelta del Ro, Chubut, febrero de 2004).
Como seala Lenton (1998) una consecuencia de las nuevas polticas es que desaparecen del nivel nacional los organismos especficamente encargados de la poltica indigenista estatal, quedando en el nivel de las provincias la toma de decisiones con respecto a la cuestin indgena, producindose lo que la autora denomina una regresin conservadora; es decir una identificacin casi excluyente de la indgena con la cuestin agraria. La cada de Pern es tambin la marca de inicio de una nueva poca en la memoria social. Ella aparece signada por la libertad de accin de los comerciantes para alambrar los campos, en cohecho con la polica, utilizando la coercin fsica frente a los pobladores:
Y s! de esos aos hubo un cambio total... porque yo mismo lo viv, lo not Por qu? Porque ya esos aos hubo un cambio porque ya los comerciantes comenzaron a alambrar, ya empezaron a hacer cosas con la gente, a mandar la polica, a revisarle las casas, a llevar la gente que haba en las casas, lo llevaban preso. Ya porque cuando esos aos, ya no me acuerdo si fue en el ao 54 o 55, cuando el finado Pern sali ya tambin de donde tena el mando. Y haca lo que quera la polica! (Segunda Huenchunao, Vuelta del Ro, Chubut, febrero de 2004).
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Walter Delrio Dijo Pern que no se poda alambrar los campos, como ser la Reserva Napal, no se poda alambrar, haba que tener cada cosa as. Y pero cuando alambraron no le avisaron a l, alambraron as noms (Jos Pedro Huenelaf, Cushamen, Chubut, enero de 2004).
PALABRAS FINALES Varias dcadas despus de producido el sometimiento de los pueblos originarios de la Patagonia, y al mismo tiempo que van siendo actualizadas las promesas de homogeneizacin poblacional, progreso y civilizacin encarnadas por la matriz estado-nacin-territorio, la tribu continuara siendo el foco utilizado para encuadrar a los grupos que seran considerados visiblemente indgenas. En el perodo recortado en este trabajo estos procesos tienen sus particularidades. En primer lugar se destaca que los mecanismos de tribalizacin operan a lo largo de las dcadas de 1930 y 1940 hacia la construccin de un espacio social en el que claramente los colectivos formados por poblacin indgena solo son concebidos como enclaves rurales con un tipo de organizacin social tradicional y, por ende, con la imposibilidad de producir un cambio sustantivo en sus condiciones materiales de vida. Por lo tanto, las polticas destinadas a los pueblos originarios estn orientadas hacia la plena tutela de dichas tribus/comunidades rurales. Como se destaca en el caso Nahuelpn, la presencia de dichos grupos en las reas urbanizadas puede ser concebida como un hecho anormal y conflictivo. En este sentido encontramos dos propuestas que atraviesan distintas ideologas y gobiernos. Por un lado, la percepcin de diferencias de acuerdo a las razas, lo que lleva a concebir la necesidad de medidas especiales -teniendo en cuenta taras ancestrales o la psicologa indgena-. Por el otro, la postulacin de la necesidad de leyes universalmente aplicables destinadas a nivelar las desigualdades y a homogeneizar la poblacin. En la tensin entre estas dos ideas operan selectivamente las acusaciones de carencias indgenas -incivilidad e in-civilizacin- en contextos de expropiacin de recursos de los pueblos originarios. En segundo lugar, como seala Lenton (1998, 1999), la nocin de accin profesional del Estado para construir un nuevo pueblo a travs de la modelacin de la niez aparece en escena en la dcada de 1930 y se consolida durante el peronismo (pedagoga, eugenesia, polticas poblacionales). La especializacin que contempla la distribucin administrativa durante el gobierno de Pern se construye bajo el mismo paradigma tutelar. Cules son los cambios en el proceso de tribalizacin enmarcado en el perodo sealado? Qu cambi para las comunidades indgenas? En primer
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lugar, la reglamentacin de las relaciones laborales, la extensin de documentacin, la inclusin discursiva en el colectivo pueblo -o clase humilde, como lugar posible de habitacin- no dejan de ser elementos menores, al punto de inscribir sus huellas en la memoria social. En segundo lugar, la creacin de una nueva instancia de negociacin y la poltica cara a cara entre el presidente Pern y los representantes indgenas recuperaba experiencias de relacin valorizadas como positivas por las comunidades para mediar con las redes locales de poder y sus estrategias de expropiacin. Finalmente, la nocin de previsin y justicia social posibilita, aunque solo en parte, la idea de reconocimiento y reparacin histrica. Fecha de recepcin: junio 2005. Fecha de aceptacin: noviembre 2005.
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INTRODUCCIN Entre el 22 y el 25 de noviembre de 2005 la ciudad de Buenos Aires volvi a ser la sede de un nuevo Congreso Internacional de Etnohistoria. Este Congreso, el sexto desde aquel que en esta misma ciudad inaugurara este ciclo de eventos en 1989, demuestra que a pesar del fuerte impacto de las polticas neoliberales en los mbitos acadmicos universitarios, la Etnohistoria contina desarrollndose con vitalidad en latinoamrica. Sucedieron a aquel primer Congreso en Buenos Aires otras cuatro reuniones: en Coroico (Bolivia) en 1991, en El Quisco (Chile) en 1993, en Lima (Per) en 1996 y en Jujuy (Argentina) en 1998. Esta vez el equipo de Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropolgicas de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires 1 convoc a participar en el VI Congreso esperando recuperar el espacio de intercambio acadmico de esta disciplina y congregar el planteo de nuevas perspectivas tericas y metodolgicas que reflejen las tendencias que se han desarrollado durante estos quince aos en nuestro medio. La organizacin del Congreso se propuso, al mismo tiempo, construir este espacio como un homenaje a la trayectoria acadmica de 50 aos de la doctora Ana Mara Lorandi, iniciadora en nuestro medio de los estudios en Etnohistoria y actualmente directora de esta seccin en la Facultad. Nuestra intencin aqu es acercar a los lectores el discurso inaugural pronunciado por la Dra. Lorandi, en el cual aporta su perspectiva acerca de los planteos y protagonistas iniciales en esta disciplina en el mbito latinomericano, as como las transformaciones, los cambios y las continuidades que la disciplina ha hecho surgir en el seno de su propio desarrollo.
1 Conformado por: Lidia R. Nacuzzi, Roxana Boixads, Cora Bunster, Ingrid de Jong, Carlos Zanolli, La Quarleri, Lorena Rodrguez, Paula Irurtia, Claudio Biondino, Mara de Hoyos, Pablo Sendn, Mercedes Avellaneda, Ana Laura Drigo, Vernica Hopp, Macarena Perusset, Florencia Nesis, Carina Lucaioli, Silvina Smietanski, Pablo Semadeni y Julia Costilla. Las entidades que ayudaron financieramente para realizar este evento fueron el Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas y la Facultad de Filosofa y Letras. El Centro Cultural de la Cooperacin cedi las salas para el desarrollo de los Simposios.
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Queremos asimismo proporcionar una sntesis de aquellos temas destacados entre los trabajos presentados al Congreso, segn la perspectiva y la reflexin de sus propios coordinadores. La convocatoria inicial se realiz desde cuatro grandes Simposios coordinados por un investigador de reconocida trayectoria en la temtica a nivel internacional, un investigador perteneciente a los diversos centros del pas y un miembro del equipo de investigacin en Etnohistoria de la Universidad de Buenos Aires. As se constituy el Simposio I: Poltica, autoridad y poder, coordinado por la Dra. Scarlett O Phelan (Pontificia Universidad Catlica del Per), la Dra. Nidia Areces (Universidad Nacional de Rosario) y la Lic. Cora Bunster (Universidad de Buenos Aires); el Simposio II: Sociedad, poblacin y economa, coordinado por el Dr. Guillaume Boccara (EHESS/CNRS, Francia), la Dra. Silvia Palomeque (Universidad Nacional de Crdoba/CONICET) y la Dra. Roxana Boixads (Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de Quilmes); el Simposio III: Tradiciones orales, narrativa y simbolismo, coordinado por la Dra. Thrse Bouysse-Cassagne (CNRS, Francia), el Dr. Walter Delrio (Universidad de Buenos Aires/CONICET) y la Dra. Ingrid de Jong (Universidad de Buenos Aires/CONICET) y el Simposio IV: Etnicidad, identidad y memoria, coordinado por la Prof. Rossana Barragn (Universidad Mayor de San Andrs, Bolivia), la Mgt. Gabriela Sica (Universidad Nacional de Jujuy) y el Dr. Carlos Zanolli (Universidad de Buenos Aires). Las temticas se mantuvieron expresamente bajo un perfil amplio, con el objetivo de que la diversidad de enfoques, perspectivas tericas y metodologas pudieran apreciarse y discutirse. La evaluacin de estas convergencias y disparidades se efectu en el mismo cierre del congreso, y estuvo a cargo de los coordinadores. Estas reflexiones, a modo de balance final, son las que transcribimos en esta seccin, y analizan la continuidad de viejas problemticas as como la aparicin de nuevos desafos o planteos en cada uno de los mbitos temticos propuestos, permitiendo posteriores reflexiones e intercambios que enriquecern a los congresos futuros.
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DISCURSO INAUGURAL A CARGO DE LA DRA. ANA MARIA LORANDI Ante todo quiero darles la ms clida bienvenida tanto a nuestro VI Congreso de Etnohistoria, como a la bella ciudad de Buenos Aires y a nuestro pas, y espero que puedan apreciarlo y disfrutarlo sin inconvenientes. Espero, tambin, que encuentren en el Congreso el espacio de discusin anhelado por cada uno de ustedes y que cuando regresen a sus respectivos pases se lleven el mejor de los recuerdos posible y las maletas llenas de los libros, separatas y ponencias que ms les hayan interesado. Esta es la ocasin para hacer un poco de historia: historia de nuestros congresos e historia de la actividad del grupo organizador en el medio local. Hace dieciseis aos, en 1989, nos atrevimos a iniciar los Congresos Internacionales de Etnohistoria, mientras nuestro pas se debata en dursimos problemas polticos y econmicos. Solo cinco aos antes habamos reflotado en Argentina a la Etnohistoria disciplina que entre nosotros, por los vaivenes tericos de las Ciencias Sociales y de la Arqueologa en particular, aprisionadas en el positivismo cientificista, haba cado en un cono de desprestigio y, descalificada bajo la acusacin de pertenecer a las Humanidades, casillero en el que colocaban a la Literatura y a la Historia tradicional que no responda, segn sus detractores, a los patrones esperados para una verdadera Ciencia, dicha con mayscula. Por lo tanto, en ese momento y en este pas, caracterizado por la presencia, an en los medios acadmicos, de un fuerte patronazgo que distribua arbitrariamente cargos y honores, la apuesta consista en desafiarlo abriendo un nuevo campo de investigacin que se desprendiese de los condicionantes que constrean este tipo de quehacer intelectual. Felizmente, con el apoyo de la Universidad de Buenos Aires y del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET) se pudo seguir adelante sin grandes obstculos. Aquel Primer Congreso que se desarroll en medio de condiciones pauprrimas, en las heladas aulas de la Facultad de Filosofa y Letras, y en medio de una inflacin galopante tuvo una enorme e inesperada repercusin: ms de 200 participantes colmaron las aulas recientemente inauguradas del edificio de la calle Pun. Brillantes maestros de la Etnohistoria como John Murra o Franklin Pease; Luis Millones y Jorge Flores Ochoa nos honraron con su presencia. Otros colegas de los pases vecinos, de Estados Unidos y de Europa se unieron en esta especie de celebracin de una disciplina que se haba renovado fuertemente en los ltimos diez o quince aos. El xito del Congreso super las expectativas de ese momento. Fue organizado por un equipo inexperto y en su mayora muy joven, entre cuyos integrantes quiero nombrar muy especialmente a Ana Mara Presta y a Mercedes del Ro, quie-
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nes fueron las secretarias del Congreso y adems mis primeras y firmes aliadas tanto en la tarea de dar vida y difusin a la Etnohistoria local, como en la formacin de los nuevos estudiantes que se fueron incorporando a nuestro equipo. Logramos as, entre todos, afrontar la organizacin de ese I Congreso y que nuestros vecinos bolivianos ofrecieran la sede para la subsiguiente reunin, inicindose as una serie que -con distintos avatares propios de nuestras universidades y pases que oscilan continuamente entre momentos de crisis y otros de cierta estabilidad- propici la continuidad de este primer esfuerzo. El II Congreso se celebr en Bolivia en 1991 estuvo organizado por un equipo encabezado por Fernando Cajas, en ese momento prefecto de la ciudad de La Paz, y tuvo lugar en la pintoresca localidad de Coroico. En 1993 Jos Luis Martnez y Jorge Hidalgo nos invitaron al III Congreso, celebrado en el hermoso paraje del Quisco, muy prximo a Isla Negra adonde fuimos en peregrinacin para recordar al gran Pablo Neruda. Lima fue la sede del IV Congreso, en 1996, organizado por nuestro querido amigo y colega Franklin Pease cuya desaparicin an lloramos. Las coloridas montaas jujeas nos recibieron para celebrar el V Congreso, organizado con gran esfuerzo por Daniel Santamara en 1998. Luego se produjo un lapso durante el cual la propuesta de los amigos chilenos no pudo llevarse a cabo. Los acontecimientos polticos y econmicos, por todos conocidos, que ensombrecieron la vida de los argentinos en los tres primeros aos del nuevo siglo nos inhibi de tomar la iniciativa para sostener la regularidad de nuestros encuentros acadmicos. Llegamos as finalmente al ao 2005, momento que nos pareci favorable para concretar la realizacin de este VI Congreso, una vez ms en Buenos Aires, Argentina. Esperamos reiniciar as un nuevo ciclo de estas reuniones que recupere la periodicidad inicial y que nos permita sostener y, al mismo tiempo, renovar nuestro espacio disciplinar. El desarrollo de determinadas lneas de investigacin no es ajeno a situaciones de pujas de poder por prestigio acadmico y por el acceso a recursos escasos. El xito depende de una correcta apreciacin de las oportunidades brindadas en un determinado momento y un lugar adecuados. Cuando en 1984 nuestro pas pudo superar el oscuro perodo del llamado Proceso de Reorganizacin Nacional, liderado por los militares, encontramos en el abanico poltico la receptividad necesaria para enfrentar la aventura de dar nueva vida a nuestra disciplina. El o los lugares adecuados fueron la Universidad de Buenos Aires que nos abri sus puertas y el CONICET que colabor activamente otorgndonos un cheque en blanco para avanzar en investigaciones sobre las que tenamos escasa experiencia previa ya que nadie ignora que, hasta entonces, y durante treinta aos, mi actividad se haba desarrollado en torno a la arqueologa.
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Las circunstancias del momento, como deca, obligaron a que el impulso para reavivar el rescoldo escondido bajo las cenizas del desprestigio se hiciera de manera programada, con metas claras y estrategias bien planeadas. Era necesario iniciar una agresiva poltica de captacin de recursos humanos y, simultneamente, conseguir fondos para becar y, al mismo tiempo, financiar los trabajos de campo de todos los que se incorporaban al grupo. Una disciplina no se puede desarrollar con el esfuerzo individual o de unos pocos elegidos, formando una capilla cerrada. Rpidamente comprendimos que la tctica consista en ampliar todo lo posible el nmero de participantes en esta aventura y nos lanzamos a ensear lo poco que sabamos y a incitar a los estudiantes a que buscaran por sus propios medios lo que no sabamos. Creo que lo mejor que aprendieron fue a hacerse buenas preguntas, lo dems se fue solucionando sobre la marcha. El camino no se hizo sin cometer errores de los que ms de una vez nos advirti a tiempo Gastn Doucet, con quien tenemos una deuda de gratitud. No obstante, nunca perdimos el rumbo. El objetivo era hacer que cada vez ms gente pudiera interesarse en nuestros temas, perteneciese al grupo o no. Haba que realizar una campaa de promocin de la disciplina, transitando congresos, publicando. Haba que hacer frente a poderosas -y en este caso s capillas- y ganar nuevos espacios pero no combatindolas, no enredndonos en srdidas disputas, sino con trabajos que acreditasen la calidad de nuestras investigaciones. Debimos construir ese espacio con la carta de ruta en la mano. Por supuesto, en esa situacin inicial nuestros primeros trabajos sobre la sociedad indgena local intentaron reproducir los modelos y temticas que tenan como marco el mundo andino. John Murra y Mara Rostworowski, que hoy no pueden acompaarnos por su precario estado de salud, y Tom Zuidema que felizmente nos honra con su presencia, Franklin Pease que nos colm con su generosidad acadmica y personal, Pierre Duviols, Nathan Wachtel -con quien tengo una enorme deuda de gratitud por su constante apoyo y enseanzas-, Luis Millones, Teresa Gisbert, entre otros, fueron nuestros primeros referentes obligados. Pero al poco tiempo comprendimos que la disponibilidad de fuentes para esta regin era mucho ms escasa que para los Andes Centrales, a raz del menor desarrollo de las organizaciones polticas de las sociedades prehispnicas y porque los recursos naturales no suscitaron el mismo inters de los invasores europeos. Poco a poco debimos ejercitarnos en hacer preguntas diferentes, en plantear problemas que se adecuaran a las realidades que estudibamos y, en paralelo, adaptar la metodologa al tipo de fuentes y a la informacin que esas fuentes nos brindaban. De todas maneras, el centro de nuestras investigaciones en los primeros ocho o diez aos fue la sociedad indgena del noroeste argentino y sus estrategias, tanto en el ltimo perodo prehispnico, en particular, frente a la
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conquista incaica como en el temprano perodo colonial. Al mismo tiempo, algunos trabajos abordaban la sociedad indgena altiplnica, lo que nos permita ejercitarnos en los parmetros comparativos en relacin con la diversa calidad y cantidad de fuentes y de informacin enriquecindonos con el constante intercambio de experiencias y metodologas. Mientras tanto, en los Andes Centrales se estaban desarrollando diversos estudios sobre el mundo colonial en temticas ms variadas, en muchos casos realizados por discpulos de los grandes maestros que mencionamos antes. Entre ellos podremos nombrar a Thierry Saignes -cuya temprana desaparicin tanto lamentamos aunque nos ha dejado un legado intelectual invalorable-; Thrse Bouysse-Casagne, Rossana Barragn y Ximena Medinacelli que nos acompaan en esta ocasin, tambin Olivia Harris, Tristan Platt, Clara Lpez Beltrn, Eric Langer, Frank Salomon y tantos otros que se han ido sumando a la hueste de los etnohistoriadores andinos. Las investigaciones en torno a lo que suceda en Potos adquiran cada vez mayor relevancia. En parte, en el centro de esta problemtica se encontraban los trabajos del prematuramente malogrado Enrique Tandeter, a quien queremos recordar con admiracin y cario muy especiales porque fue un indudable aliado en la aventura etnohistrica que habamos decido iniciar. Las personas que he mencionado forman parte del grupo que tuvo una influencia directa decisiva sobre nuestras propias investigaciones y por eso los destaco especialmente; pero no puedo dejar de reconocer la importancia de otros colegas, sobre todo los chilenos, peruanos y ecuatorianos, adems de muchos norteamericanos y europeos que han alimentado constantemente el desarrollo y crecimiento de nuestros trabajos y que leamos y leemos vidamente dentro de las posibilidades de acceso a la bibliografa internacional. A medida que el americanismo se abra en general a nuevos problemas, el equipo de la Seccin Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropolgicas de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires fue escenario de varios procesos convergentes. Por un lado, muchos de nuestros jvenes estudiantes, una vez graduados, se desplazaron a otras universidades y provincias del pas y ellos, a su vez, fueron formando nuevos ncleos de investigacin que se sumaron a otros grupos que se desarrollaron autnomamente, influidos por la multiplicacin de los trabajos etnohistricos en el mundo hispanoamericano. De esa manera el esfuerzo inicial, limitado a un pequeo grupo pionero, se vio rpidamente expandido al espacio nacional. Simultneamente relanzamos la edicin de la Revista Runa, de larga y muy honrosa trayectoria, que haba tenido una circulacin azarosa en las ltimas dcadas. Posteriormente, en 1991, iniciamos la publicacin de una nueva revista, especializada en Etnohistoria: nuestra Memoria Americana, Cuadernos de Etnohistoria que continuamos editando hasta ahora.
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En paralelo con estos esfuerzos editoriales ampliamos la esfera de nuestras preocupaciones temticas y nos fuimos comprometiendo con investigaciones en otras regiones del pas, ya no solamente sobre el mundo andino. Primero se iniciaron los estudios sobre Pampa y Patagonia, encabezados por Lidia Nacuzzi quien ha formado un slido equipo con gran autonoma de gestin; posteriormente, un grupo de jvenes afront el reto de estudiar la regin del litoral argentino, en particular el rea guarantica, y la sociedad espaola colonial de esa regin. De esa manera, nuestros trabajos abordaron tanto temticas vinculadas a los primeros aos de la conquista como a los siglos posteriores llegando, en algunos casos, a ocuparnos del perodo republicano. En suma, el abanico temtico y temporal es muy amplio de modo que nuestro equipo, y lo mismo sucede con otros grupos nacionales, comparte preocupaciones temticas, ya sea por las diferentes sociedades indgenas que poblaron el territorio y/o por los procesos de campesinizacin, mestizaje y demografa -incluso tenemos un investigador que trabaja con campesinos de la zona del Cusco-, como por el parentesco y familia del sector hispano, las formas del ejercicio poltico en diversas instituciones y perodos, el caudillismo, los conflictos entre la sociedad asuncea y los jesuitas, los efectos del avance colonial y republicano sobre los territorios de Pampa y Patagonia o de la poltica imperial en la frontera brasilea, para mencionar algunos de los trabajos que se han realizado en los ltimos aos y que an hoy continan. El balance precedente me ofrece una buena oportunidad para hacer tambin lo propio con respecto a los cambios que se han operado tanto en Antropologa como en Historia particularmente, adems acompaados por otras lneas afines que convergen, cada vez ms, para hacer que nuestra labor se desarrolle dentro de una perspectiva interdisciplinaria. No es por azar que este VI Congreso haga alusin en su ttulo a la Antropologa y a la Historia; es ms: hubisemos preferido titularlo de Antropologa Histrica. No obstante, para conservar la tradicin inaugurada en 1989 lo continuamos llamando de Etnohistoria Cul es el problema que pretendemos plantear al llamar la atencin sobre este cambio? El trmino Etnohistoria que ha sido utilizado con algunas crticas, pero que de todas maneras tom carta de ciudadana, hace hincapi en la dimensin tnica de nuestras investigaciones. Y si bien todo habitante del planeta puede reclamar una identidad tnica an en caso de mestizaje en su acepcin ms amplia, los estudios tnicos tradicionalmente restringen el campo a la relacin entre la sociedad nativa americana, sus hbitos culturales, sus estrategias frente a la sociedad dominante, sus estructuras internas de poder y temas similares.
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Al hablar de Antropologa histrica, en cambio, entendemos que ese campo se ensancha permitiendo abordar otros problemas que afectan a la sociedad, aplicando conceptos y metodologas antropolgicas a sociedades, situaciones y hechos del pasado que tradicionalmente eran el campo exclusivo de los historiadores sin abandonar de ninguna manera, y esto quiero dejarlo claramente expuesto, a la sociedad indgena o al campesinado que constituy el eje de las investigaciones originales. Desde esta nueva perspectiva, tambin es posible interesarse sobre la poltica de los grandes estados, los juegos y alternativas del poder entre funcionarios e instituciones, el derecho y la legislacin, la violencia pblica o privada o las prcticas de convivencia urbana o rural, etc., etc. que se incorporan de esa forma a nuestra disciplina. En esta ruta no estamos solos desde el momento que la Antropologa cada vez ms aborda temas similares. Para mencionar solamente el quehacer antropolgico en nuestra propia Facultad debemos resaltar la importancia que tienen los estudios que desde la Antropologa poltica se ocupan de la represin militar y de la violencia cotidiana o del gnero, entre otros; o de las expresiones urbanas del folklore, o de las estrategias de las colectividades para conservar sus tradiciones; o de las consecuencias de epidemias o enfermedades sexuales en ciertos grupos de poblacin y las respuestas institucionales para contenerlos; o de la Antropologa de la educacin y sus vnculos con actitudes y creencias en ciertos espacios sociales. En suma: una Antropologa no solamente de los grupos indgenas, sus mitos y tradiciones, sino una Antropologa de las sociedades complejas Qu es lo que hacemos nosotros, entonces? Abordar los mismos temas en un tiempo ms remoto, consultando los registros que nos ha dejado la historia. Me pregunto: es posible pensar los caudillismos rioplatenses desde la Antropologa? Es posible analizar una ceremonia en homenaje a la real persona en la misma forma en que se analiza un ritual en Melanesia? Es posible considerar los juegos de poder en un cabildo o en una Audiencia como campos donde se juegan distintos capitales econmicos y simblicos? Las preguntas podran multiplicarse. Pero en esto hay una pregunta central, estamos invadiendo el campo de la Historia desde la Antropologa? Es probable, pero eso no me preocupa porque cada vez ms los historiadores que se reivindican como tales, se han abierto por s mismos a la Antropologa, estn utilizando nuestros mtodos de aproximacin a la realidad, al tiempo que estn utilizando tambin algunos de nuestros conceptos clave. Sin ir ms lejos, pongamos dos ejemplos que nos ilustren sobre una y otra perspectiva: en el discurso pronunciado por Franklin Pease con motivo de su incorporacin a la Academia de Historia peruana, insisti que al hacer investigaciones sobre las sociedades nativas cualquiera fuera la poca en cuestin y sin importar el mtodo que se usara, ya sea arqueolgico o etnohistrico, se estaba
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construyendo la historia del pas, con el mismo rango que la Historia de los perodos subsiguientes, ya fuera el colonial o el republicano. O sea, todo era Historia con mayscula. En el caso inverso Bartolom Clavero, referente indudable de la nueva historia del derecho, recurre a los conceptos de reciprocidad y redistribucin basado en la teora del don de Marcel Mauss para interpretar el sistema de relaciones polticas, el tan mentado pacto entre el rey y sus sbditos, en la Espaa medieval y moderna. Qu pasa, adems, con los trabajos que enfocan la historia del arte? Imposible ignorar la influencia que en este tema ha tenido Teresa Gisbert con sus aportes sobre iconografa colonial, o las investigaciones sobre simbolismo en las manifestaciones artesanales indgenas como las de Vernica Cereceda. No olvidemos a la arqueologa que con tanto ahnco interrogaba John Murra para encontrar verificaciones a su modelo de control vertical. O los aportes de los estudios de la msica indgena o colonial. En suma, la dimensin interdisciplinaria es un dato de la realidad. En la edicin del ao 2000 de Memoria Americana publicamos un trabajo donde plantebamos los principales aspectos desde los que podra abordarse esta relacin entre la Antropologa y la Historia, en particular, pero tambin con otras disciplinas tanto del mbito tradicionalmente considerado de las Ciencias Sociales, como del de las Humanidades. Y estos aspectos incluan consideraciones tanto de tipo terico como metodolgicos porque si bien de la dimensin cientfica de los estudios sociales se pueden rescatar los fenmenos recurrentes de los comportamientos humanos colectivos, desde la dimensin humanista se puede recuperar al individuo como activo constructor de acontecimientos histricos. Si en sus orgenes la Antropologa se ocupaba de la estructura de la sociedad y la Historia de los acontecimientos generados por determinadas personas con capacidad de decisin, o de movilizacin de ciertos segmentos sociales; el paradigma interdisciplinario permite abordar simultneamente ambos aspectos evitando un enfrentamiento estril. Desde esta perspectiva tambin es posible superar la falaz oposicin entre objetivismo y subjetivismo, aceptando la relatividad de toda aproximacin a la realidad ya sea del presente etnogrfico como del pasado histrico, evitando los discursos autoritarios de los que Geertz acusaba a los antroplogos pero dejando espacio para interpretaciones de las que debe responsabilizarse el analista-autor-redactor del texto que se ofrece a consideracin de los lectores. Como expresan muy claramente los Comaroff, lo que le otorga originalidad a la antropologa histrica con respecto a la historia social, y que nos permite abordar con solvencia diversas problemticas que emergen en las sociedades complejas incluso las llamadas del primer mundo, es que nuestra metodologa est menos preocupada por los acontecimientos que por prc-
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ticas significativas porque debemos ser capaces de capturar simultneamente la unidad y diversidad del proceso social, la incesante convergencia y divergencia de las formas predominantes de poder y sus significados. O sea, ya no importa si los historiadores se apropian de la Antropologa o si los antroplogos, o cualquier otro especialista, incursionan en la Historia; lo nico que importa es cmo lo hacen, si sus perspectivas y objetivos han sido bien diseados y explicitados y si la utilizacin de las fuentes, cualesquiera fueren, responde a las normas de verificacin que determinan las reglas del arte. Por lo tanto, la convergencia disciplinaria es hoy un hecho indiscutible aunque al mismo tiempo no est exenta de ciertas rispideces porque tampoco se puede ignorar que a medida que esta convergencia se va imponiendo, no dejan de existir resquemores, recelos por la competencia; competencia que se hace a veces ms evidente cuando se trata de identificar esferas acadmicas y distribucin de recursos humanos y financieros. A pesar de algunos avatares y vaivenes, la Etnohistoria o Antropologa Histrica est vivita y coleando como lo afirma un dicho argentino. Es cada da ms rica en aportes, son ms sugestivas sus interpretaciones dira, incluso, que podemos ofrecer una imagen en profundidad del quehacer humano, con sus glorias y sus miserias, sus logros y fracasos. Que brindamos una visin humanista del pasado, donde las mltiples facetas de la personalidad humana pueden mostrarse en la cotidiana lucha por la vida, por el poder, por la bsqueda de la felicidad. En el diseo de este Congreso han predominado estos principios de convergencia interdisciplinaria. Para sorpresa de algunos, la temtica de cada simposio pareca excesivamente amplia. Pero ese perfil fue expresamente seleccionado para que la diversidad de enfoques, de perspectivas tericas y de metodologas pudiera apreciarse y, sobre todo, discutirse. Nos interes explorar a fondo la realidad de esta convergencia para comprobar si, efectivamente, estamos trabajando en esa direccin y permitir, al mismo tiempo, que entre todos nos ejercitemos en evaluar los resultados. Espero que en la reunin de cierre del Congreso el balance final nos permita regresar a nuestros respectivos mbitos de trabajo con la firme conviccin de que la disciplina se ha enriquecido en beneficio de todos. Sigamos andando, no nos detengamos, se puede.
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SIMPOSIOS DEL VI CONGRESO INTERNACIONAL DE ETNOHISTORIA Simposio I: Poltica, Autoridad y Poder Coordinadores:Dra. Scarlett O Phelan (Pontificia Universidad Catlica del Per) Dra. Nidia Areces (Universidad Nacional de Rosario) Lic. Cora Bunster (Universidad de Buenos Aires) El Simposio reuni temticas concernientes a las relaciones entre las sociedades que integraron las diversas formaciones estatales durante el perodo de desarrollo de los grandes imperios prehispnicos y la dominacin colonial, llegando hasta la formacin de las repblicas independientes. En este Simposio se expusieron 31 ponencias -nmero que habla a las claras del xito de la convocatoria- las que fueron organizadas en paneles cuya finalidad fue abarcar las diferentes lneas de investigacin propuestas y promover el debate y la discusin entre los investigadores, los comentaristas y, eventualmente, el pblico presente. Esta tarea de organizacin previa al inicio del Simposio, compleja debido a la heterogeneidad de temas y problemas, mostr cabalmente la riqueza y originalidad de los enfoques abordados. En definitiva el Simposio cont con ocho paneles: en el primero, Estado inca y gobierno en el Cuzco colonial se expusieron seis ponencias que discurrieron sobre el funcionamiento de los sistemas de parentesco y el rol de las panacas en la organizacin poltica del estado incaico, las prcticas polticas de los actores socio-tnicos durante la formacin del orden colonial y la sucesin de mujeres en los cacicazgos. En el tema de la formacin de los sistemas de parentesco se enfatiz la importancia de la poliginia en Andes y se hizo hincapi en la polisemia que encierran algunos trminos quechua referidos al parentesco. Se cuestion la idea de poder absoluto por parte del Inca y el Tawantinsuyu para resaltar el rol de las panacas cuzqueas en la toma de decisin poltica. Las prcticas de poder de los soberanos incas fueron ilustradas a partir de la abjuracin que realiza Tupac Amaru de su religin ancestral, momentos antes de ser ejecutado. La capacidad de negociacin de los grupos caaris en la naciente sociedad colonial nuevamente sac a relucir el tema de las estrategias desplegadas por los pueblos andinos en su lucha por conquistar espacios de poder; tema que tambin estuvo presente en el anlisis de la actitud ambigua de los nobles cuzqueos descendientes de las panacas hanan y hurin que rivalizaron por los privilegios coloniales. Finalmente, un anlisis sobre el significado social y poltico de las cacicas en el Cuzco colonial trat de desentraar no solo la poltica interna del pueblo y de la repblica de indios sino tambin la interaccin de poder entre el estado colonial y las comunidades.
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En el segundo panel Autoridades tnicas en Amrica colonial e independiente se presentaron cuatro ponencias sobre los atributos, la naturaleza y diversidad de las autoridades tnicas en tierras bajas, Andes centrales y el Tucumn colonial. Se hizo hincapi en las transformaciones de la institucin cacical durante el perodo colonial y republicano y hubo abordajes novedosos que se centraron en la figura de algunas autoridades tnicas un tanto descuidadas por la investigacin de los ltimos aos. As se expusieron interesantes anlisis sobre el alcalde de indios y las segundas personas. Para el primer caso se ponder la cuota de poder que lograron concentrar estas figuras en detrimento de los caciques, sobre todo al hacerse cargo de la recaudacin tributaria. Por su parte, las segundas personas fueron presentadas como autoridades tnicas diferenciadas y distinguibles del kuraka, resaltando su funcin contable. El tema de los liderazgos indgenas en el rea tup-guaran fue abordado desde un punto de vista terico-conceptual, se cuestionaron los modelos de Sahlins y Clastres y se propuso una aproximacin que tomara en cuenta los contextos histricos y revalorizara las acciones de los actores nativos. Finalmente se analizaron las transformaciones de la institucin cacical en Tarapac, norte de Chile, en el perodo tardo-colonial y republicano resaltando el resurgimiento de los caciques como salvaguardas de los abusos promovidos por los agentes externos. Con respecto a esta ltima categora, frecuentemente utilizada por los investigadores en general, durante el debate surgi una interesante propuesta que apuntaba a problematizar sobre ella. En otras palabras, se advirti acerca del peligro que conlleva el uso de categoras que no remiten a conceptualizaciones claras. El tercer panel Comunidades indgenas en la colonia y en las repblicas americanas cont con cinco ponencias referidas bsicamente a los siglos XVIII y XIX. Temas tales como el funcionamiento del gobierno tnico, la conflictividad social al interior de las comunidades y la percepcin de las nuevas concepciones de soberana en los grupos subalternos fueron las temticas abordadas. El funcionamiento del gobierno tnico en la costa de Piura demostr la existencia de cacicazgos erigidos en verdaderas lites regionales que concentraban el poder a travs de redes. El tema de la conflictividad social en el Alto Per fue abordado a partir de los conflictos intratnicos por la tenencia de tierras en el pueblo de Pocoata, provincia de Chayanta, pero profundizando sobre las concepciones ideolgicas y las causas econmicas subyacentes en los mismos; incluso se plante una relacin directa entre la tensin agraria y la crisis de legitimidad de los caciques. Otro de los abordajes se centr en la construccin de alianzas y estrategias para evitar medidas perjudiciales para los ayllus, todo lo cual llev a refundar el contrato social colonial. Se indag sobre el impacto de las nuevas ideas de soberana popular difundidas luego de la Constitucin Gaditana entre los indgenas, y las
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consecuencias que tuvo en la participacin poltica de los mismos. Finalmente se dio cuenta de la activa participacin de los aymaras de Tarapac en la construccin de un pacto poltico con el estado chileno. En el cuarto panel Insurrecciones indgenas y movimientos populares siglos XVI-XIX se expusieron tres ponencias cuyo eje comn fue el anlisis de las prcticas defensivas-ofensivas de los indgenas ante la presin del invasor espaol primero y del estado colonial posteriormente. Para el caso de los mapuche se estableci la existencia de diversos tipos de alianzas teniendo en cuenta aspectos cuantitativos y tambin atendiendo a la complejidad organizativa, producto de su constante rearticulacin interna. El concepto de maln fue sometido a un pormenorizado anlisis que dio cuenta de las motivaciones, la organizacin, los rituales previos y el perfil de los actores. Por ltimo, un interesante anlisis sobre el liderazgo indgena en la rebelin guarantica en Paraguay durante el siglo XVIII mostr la dinmica poltica al interior de la sociedad jesutico-guaran. Esta presentaba un sistema de autoridades organizado jerrquicamente, rivalidades entre cacicazgos vecinos y la amalgama entre la cultura poltica guaran y la europea-jesutica. En este marco se plante que tanto las contradicciones de la ideologa insurreccional como la ausencia de un liderazgo hegemnico restaron cohesin al movimiento. En el quinto panel Agentes coloniales y respuestas indgenas se presentaron dos ponencias que indagaron sobre la categora de experto en el Per y la de especialista en rituales indgenas en Mxico en los siglos XVI y XVII. Los primeros actuaron como informantes de la Corona pero se destac tambin su rol de passeurs culturales y de liasson entre el mundo andino y el resto del planeta. El anlisis resalt la profunda experiencia de campo de dichos expertos y las redes de recepcin de sus escritos. El tema de los especialistas rituales indgenas y el uso de la escritura alfabtica dio cuenta de la existencia de proyectos intelectuales cuyo objetivo fue preservar ritos y devociones ancestrales pero, al mismo tiempo, qued claro que la circulacin de estos textos en redes clandestinas de lectores gener espacios de disensin y desacato. El debate resalt cmo a travs de la circulacin de textos escritos producidos por expertos y especialistas, espaoles e indgenas respectivamente, se construy un saber mestizo alternativo dentro del proceso de occidentalizacin. En el sexto panel Justicia, derecho y poder en Amrica colonial e independiente se presentaron tres ponencias cuyo eje comn fue analizar las diferentes facetas de los conflictos de poder que enfrentaron tanto las autoridades coloniales (siglos XVI y XVIII) como los lderes del movimiento independiente en el siglo XIX. El estudio de la propuesta de Gonzalo Pizarro para legitimar su poder permiti visualizar la dinmica jurdico-poltica de una
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sociedad en permanente transformacin. El anlisis del discurso fue la herramienta metodolgica utilizada para problematizar sobre los conflictos de poder entre autoridades e instituciones en el Tucumn Colonial, llegando a la conclusin de que el alto margen de flexibilidad en la aplicacin de normas y disposiciones legales fue la consecuencia de la falta de consolidacin estatal. Adems se propuso un interesante abordaje con respecto al liderazgo de Gemes basado en tres variables principales: a) la relacin ejrcito regular-milicias locales, b) las redes sociales que sostiene a los actores polticos y c) el rol de los mediadores. En definitiva, la ponencia apuntaba a mostrar la influencia de las prcticas sociales en los criterios de autoridad. Los cinco trabajos presentados en el sptimo panel Proyectos republicanos en la frontera y respuestas varias indagaban sobre las conflictivas relaciones intertnicas y la construccin de sentidos y significados plasmada por los viajeros; tambin hubo aportes que analizaron la aparicin de nuevas prcticas polticas de los sectores subalternos -a principios del siglo XIXy las luchas sociales ocurridas durante el largo proceso de las guerras civiles -en la segunda mitad del siglo XIX. El tema de las relaciones intertnicas en la frontera sur de Crdoba mostr una gran tensin entre las expectativas de los agentes defensores del proyecto nacional y la de los padres franciscanos, a cargo de las reducciones de frontera. Los intereses polticos, sociales e ideolgicos que representaban los viajeros que recorrieron el territorio de Misiones fueron analizados a partir de la reconstruccin de las redes de poder a la que pertenecan; tambin se dio cuenta de la visin que construyeron sobre esta regin especfica. Nuevamente el anlisis del discurso permiti observar los cambios ocurridos en la concepcin del derecho y en las prcticas judiciales, como consecuencia de la aparicin de un sector subalterno y de la interaccin de estos con la lite. Por ltimo, el tema de la lucha social, concretamente referido al caso de la montonera de Felipe Varela en el Noroeste Argentino y Cuyo, fue abordado desde un enfoque por dems clasista empeado en hacer referencia a categoras de anlisis no aplicables para el contexto histrico planteado por la investigacin. Esto produjo un fructfero debate entre los comentaristas, los expositores y algunos miembros del pblico. El ltimo panel Guerra y proyectos post-independientes depar una grata sorpresa pues se expusieron temas relativos al accionar del estado frente a la poblacin campesina en Mxico y Colombia en el perodo contemporneo. En los Congresos anteriores estas reas prcticamente no estuvieron representadas por lo que pensamos que este panel simboliza un primer paso en la futura integracin de investigadores de otras reas de Latinoamrica. En general los comentaristas aportaron interesantes observaciones y sugerencias a los autores sobre problemticas especficas que necesitan un desarrollo de investigacin ms profundo, tambin destacaron la interco-
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nexin entre algunas ponencias presentadas y aconsejaron, en la mayora de los casos, no descuidar la perspectiva comparativa -siempre enriquecedora-, la contextualizacin histrica y la diversidad intra e intertnica.
Simposio II: Sociedad, Poblacin y Economa Coordinadores:Dr. Guillaume Boccara (EHESS/CNRS, Francia) Dra. Silvia Palomeque (Universidad Nacional de Crdoba/ CONICET) Dra. Roxana Boixads (Universidad de Buenos Aires) Este Smposio estuvo orientado al debate y a la reflexin sobre tres dimensiones centrales e interrelacionadas que configuran el perfil de las sociedades hispanocoloniales y de la repblica temprana. La primera de ellas se relaciona con los procesos de construccin y transformacin social vista desde el anlisis de grupos sociotnicos, castas, estamentos, lites, nobleza, burcratas, funcionarios, comerciantes, clero, terratenientes, etc. Otra se vincul a la problemtica demogrfica y su incidencia en los estudios de poblacin, mestizaje o miscigenacin, parentesco y familia. La tercera enfoc los procesos econmicos que estructuran las relaciones de trabajo, produccin y circulacin de bienes y dinero al interior del espacio americano y en relacin con el contexto internacional. Se convoc a la presentacin de trabajos que dentro del amplio marco delineado aportaran estudios de caso, comparaciones y anlisis de contextos locales y regionales, tanto para reas centrales (espacios urbanos/rurales) como para las zonas perifricas y de frontera en diferentes escalas. En particular, se invitaba a privilegiar los abordajes dinmicos de las problemticas relativas a la sociedad, la poblacin y la economa que permitieran dar cuenta de las complejas interacciones, conflictos y relaciones que cruzan los diferentes mundos a lo largo del tiempo. El Simposio se organiz en seis paneles que reunieron un total de 32 ponencias que recibieron comentarios crticos por parte de los comentaristas invitados. En el panel Antropologa, Historia, Arqueologa. El desafo de la interdisciplina se presentaron trabajos de etnohistoria, antropologa social, arqueologa y antropologa histrica que exploraron los contactos interdisciplinarios a partir de sus temas de trabajo. Se debati en particular sobre las potencialidades que ofrecen las relaciones entre antropologa, arqueologa e historia; las distintas percepciones y usos de la temporalidad y los desafos que implica historizar la prctica antropolgica situando su objeto de estudio en el pasado.
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El nfasis de los trabajos presentados en el panel Articulaciones econmicas y polticas, trabajo y poblacin estuvo puesto en el estudio de la participacin mercantil de distintos sectores sociales durante el perodo colonial en el mundo rural y urbano. Se discuti el rol de los intermediarios o acaparadores en los sistemas de abastecimiento de la ciudad, y en los circuitos mercantiles de las economas locales o regionales. El panel Hegemonas, clasificaciones etnopolticas y protagonismo indgena, siglos XVIII-XX tuvo como meta analizar de manera crtica las denominaciones y las tipologas que fueron creadas durante los perodos colonial y republicano para dar cuenta de las realidades sociales indgenas. Los trabajos presentados se interesaron por los procesos de etnificacin, de naturalizacin y de emergencia de categoras tnicas en su contexto. A partir de anlisis de casos del norte de Mxico, de la Patagonia argentina, de la provincias de Mendoza y de la Araucana chilena se plante que los dispositivos de saber/poder hegemnicos tendieron a generar nuevas etnas por un lado y, por otro, a invisibilizar o aniquilar otras. Frente a esto, se prest atencin a la manera cmo los pueblos indgenas desarrollaron prcticas y estrategias contrahegemnicas y se plante la necesidad de incorporar las historias indgenas dentro de los trabajos etnohistricos. Los trabajos presentados en el panel Reproduccin social, identidad y dominacin se centraron en las lites urbanas y en el rol empresarial que desarrollaban las familias de lite, articulando el comercio transatlntico a gran escala o bien vinculando a las familias a entramados de poder que desde el cabildo enlazaban las economas locales con la prctica del contrabando. La familia fue tambin abordada desde la perspectiva antropolgica, demogrfica e histrica en estudios de comunidades indgenas de larga duracin y en abordajes de corta escala para comprender las relaciones de gnero, discutindose en este caso la pertinencia del uso de los conceptos de hegemona y dominacin. Premisas similares cruzaron el debate sobre familia esclava en las jurisdicciones de Catamarca y La Rioja y su relacin con la formacin de subsectores mestizos y bastardos dentro de esas sociedades. El panel Dominacin, clasificaciones etnopolticas y protagonismo de los grupos subalternos agrup ponencias con enfoques y perspectivas muy diversas pero que, en general, se centraban en el estudio de sectores sociales subalternos visualizados en complejas situaciones de cambio (social, poltico, o econmico). As, un estudio sobre los esclavos de Lima en el perodo colonial los sita en relacin con las actividades del Santo Oficio, analiza su rol de intermediarios culturales en un medio multitnico y reflexiona de manera crtica en torno a las limitaciones de abordar tales procesos desde la perspectiva del mestizaje. Otro sector abordado en diferentes contextos y problemas fue el indgena, ya sea como sujetos educados y evangelizados
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por los franciscanos en la zona de Valdivia, como parte activa de las milicias patriotas que enfrentaron a los realistas en la frontera del norte argentino, como intermediarios que oficiaban de colchn en la frontera chaquea para frenar el avance de otros grupos, o bien como grupos en situacin de frontera (Pampa -Patagonia) progresivamente controlados desde los fortines por la entrega de aguardiente. Finalmente, en el panel Tierra y economa indgena. Adaptaciones y relaciones intertnicas todos los trabajos estuvieron referidos a los sectores de valles y quebradas del Noroeste argentino que fueron incorporados al Tawantinsuyu y, en particular, a los grupos tnicos o parcialidades que ofrecieron mayor resistencia al dominio espaol y que fueron finalmente derrotados y extraados a partir de 1660. Se hizo hincapi en las continuidades y transformaciones de las sociedades indgenas que permitieron avanzar en el anlisis de las formas de tenencia de la tierra por parte de unidades domsticas que se conformaron como herederas de las antiguas tierras comunales hasta el siglo XIX. Hubo aportes sobre el sistema de cacicazgos y de continuidad en el uso de nombres indgenas sobre la reorganizacin productiva y asentamientos poblaciones en el valle de Santa Mara. Tambin se discuti sobre la visita de Lujn de Vargas en dos zonas donde an no ha sido analizada (Crdoba y Catamarca) y sobre la situacin de la poblacin desnaturalizada. Durante el debate qued en evidencia la importancia del tema de la resistencia calchaqu, la existencia de varios investigadores que continan trabajando el tema (incluso desde Chile) y la necesidad de organizar simposios especficos con convocatoria amplia.
Simposio III: Tradiciones orales, narrativa y simbolismo Coordinadores:Dra. Thrse Bouysse-Cassagne (CNRS, Francia) Dr. Walter Delrio (Universidad de Buenos Aires/CONICET) Dra. Ingrid de Jong (Universidad de Buenos Aires/CONICET) El Simposio se propuso problematizar diversas expresiones de la conducta simblica, tanto en el espacio religioso como en el privado de las lites y de los sectores populares, teniendo en cuenta las diversas tradiciones culturales, las reelaboraciones y procesos de resignificacin operados dentro del marco del mestizaje y la hibridacin cultural y sus vnculos con la historia y la cultura de las sociedades nativas en situaciones de frontera o bien ya incorporadas en las formaciones estatales. Esta propuesta convoc ponencias de una gran diversidad temtica que pusieron en la mesa de discusin los procesos de cambio y continuidad de
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concepciones sobre tiempo, espacio y memoria, sistemas de simbolizacin y ritual en las tradiciones orales, como las narrativas o mitos, iconografa, ceremonias y otras expresiones de la conducta simblica y sus vnculos con diversos contextos histricos, tanto coloniales como correspondientes a las etapas de conformacin de las repblicas y contextos actuales. Fueron as presentados trabajos que propusieron el anlisis de la absorcin selectiva en la iconografa colonial en diversos contextos de Sudamrica, el abordaje de las concepciones de la muerte y el cuerpo en relacin al lugar de las huacas entre los pueblos andinos, el anlisis de las representaciones subyacentes a las transformaciones simblicas en las leyendas sobre el proceso de conquista, la relacin entre las concepciones religiosas cristianas y prehispnicas en el mbito de las prcticas asociadas a la minera y los vnculos entre la herldica y la mitologa en el mbito andino. Asimismo, tuvieron lugar novedosas propuestas metodolgicas para la interpretacin de quipus y de iconografas incas y coloniales en el arte cermico del norte argentino. Por otra parte, los conflictos y encuentros entre las poblaciones indgenas de Pampa y Patagonia y su expresin en el espacio ritual, as como las concepciones del indgena implicadas desde los mbitos judiciales en el espacio bonarense durante el siglo XIX, formaron parte de las presentaciones que enfatizaron el vnculo entre las representaciones simblicas y sociales y su lugar dentro de procesos de relacin inter e intratnicos especficos. La modernidad y la tradicin fueron presentadas como elementos en juego en el empleo de la pintura mural con relacin al proceso de presencia incipiente del estado en el norte de Chile, as como en el anlisis de actuales re-escenificaciones de festividades religiosas en el sur de ese pas. Asimismo contamos con interesantes propuestas acerca de la persistencia de metforas populares y sus sentidos en diversos contextos temporales en el territorio espaol, como tambin con trabajos que abordaron el funcionamiento de la prdica bblica mormnica como mito-praxis de prctica colonizadora, atendiendo a su re-contextualizacin y usos dispares entre poblaciones aborgenes del norte argentino. Adaptacin, resignificacin, transformacin, cambios y permanencias bajo la investidura de lo que la etnohistoria ha calificado muchas veces como imposicin de formas occidentales o la resistencia de modelos culturales nativos. Merecen destacarse nuevas interpretaciones que complejizan el espacio del llamado sincretismo como una mera hibridacin de formas culturales, proponiendo la continuidad de ciertas creencias bajo la adopcin de smbolos coloniales, as como la posibilidad de que la persistencia de ritos tradicionales pueda contener importantes procesos de transformacin de los sentidos preexistentes. En este sentido, el mestizaje cultural parece haber
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devenido en un mbito conceptual mucho ms complejo, en el que coexisten procesos diversos de convergencias y disputas, cambios y resignificaciones culturales cuya dinmica debe ser interpretada atendiendo, particularmente, al anlisis de las prcticas culturales en relacin con sus contextos. Sin embargo, siendo este uno de los ejes ms relevantes por los trabajos presentados al Simposio es necesario destacar que as como algunos trabajos aportaron reflexiones novedosas sobre el anlisis de este tipo de problemticas, otros tendieron a reproducir este tipo de antinomias con una ingenuidad acadmica no siempre justificable. En este sentido, no puede negarse cierta disparidad en los trabajos presentados al Simposio, ya que en algunos casos, junto a propuestas metodolgicas novedosas y el abordaje de temas hasta ahora no planteados, encontramos el anlisis de temticas que poseen una importante produccin detrs, insustituible an si se la adopta o se la critica, que no fue incorporada como lectura bsica. Por lo tanto parece no ser todava anticuada la necesidad de insistir en el hecho de que los conos, las tcnicas, los ritos, todo aquello que conforma las dinmicas culturales de las distintas sociedades que estudiamos no pueden abordarse fuera de su contexto, incluso en el contexto de la produccin etnohistrica, a riesgo de que esta produccin deje de progresar. En este sentido se hace evidente, y ms en un campo tan difcil como el del llamado simbolismo, la importancia de prestar atencin a los aspectos metodolgicos. Quedan por explorar en muchos casos las posibilidades surgidas de confrontar los saberes del historiador, el antroplogo y el arquelogo, no en el sentido de excluir a unos en relacin con otros, ni en el de realizar una mera suma de ellos sino en el del logro de una articulacin crtica. Cada disciplina tiene su propia metodologa y sus objetos de estudio, que no son necesariamente reducibles unos a otros, pero es en la confrontacin de sus resultados en donde puede llegarse a un adelanto. Todo ello debera partir y conducir a una tambin necesaria reflexin sobre conceptos con potencialidad reificante, tales como aculturacin, inculturacin, sincretismo, tradicin, e incluso mestizaje, que tendran que criticarse a la luz de los procesos reales y sus prcticas y no desde representaciones con significaciones autnomas y permanentes. Esto es particularmente significativo en las investigaciones que refieren a las caractersticas de las sociedades nativas previas a la conquista espaola. La bsqueda de una cierta autenticidad en un pasado prehispnico an parece olvidar, en muchos casos, considerar el carcter mltiple y complejo de tales sociedades, lo que nos ubica ante realidades heterogneas y procesos de cambio quizs distintos, pero que ejercan ya efectos en las representaciones, en sus sentidos y usos simblicos. Para finalizar merece destacarse la convocatoria que en torno a dos ejes
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temticos especficos articul la participacin de investigadores en dos Paneles de discusin. Este es el caso, fundamentalmente, del panel Oralidad y usos del pasado que propuso a sus participantes el dialogar sobre los usos actuales de las narrativas histricas indgenas. Esta reflexin sobre la revalorizacin de las fuentes orales adquiere relieve ya por ver en ellas fuentes legtimas, modos alternativos de leer e interrogar una misma realidad por los estudios histricos, antropolgicos y lingsticos, ya como espacio de reflexin que, sobre la memoria oral, han venido realizando los pueblos indgenas en las luchas por el reconocimiento de su territorio y sus derechos. Se presentaron distintas perspectivas para el trabajo con narrativas orales, plantendose la necesidad de contemplar los distintos tipos de registros externos a la memoria, los distintos modos de circular el espacio social hegemnico y la necesidad de poner en foco las categoras de memoria, oralidad y verosimilitud. Se destac tambin la necesidad de contemplar el dilogo entre produccin acadmica y otros modos subalternos o subyugados como modos de conocimiento del pasado. Por otro lado, se seal la potencialidad crtica y, a la vez situada, de las performances narrativas de los pueblos indgenas y las necesidad de una historizacin de las memorias que permita las relaciones entre las historias oficiales y alternativas. En este marco, se destac la posibilidad de considerar el lugar de los distintos gneros discursivos en la construccin de identidades y percepciones del territorio y el tiempo entre pobladores indgenas mapuche. En otro plano se ubic el panel Metodologa fuentes e interpretaciones para los estudios andinos que propuso en su convocatoria el anlisis y la revisin de la manera en que se desarroll, y continuar desarrollando, la etnohistoria a la luz de los cambios generales ocurridos en las distintas disciplinas. Uno de los ejes de debate se situ en las dificultades para superar la crtica relativista sobre la posibilidad de acceder a un conocimiento de la realidad prehispnica a partir de fuentes coloniales y la bsqueda de criterios de validacin alternativos para ello. En otro plano, otro de los aspectos ms relevantes del panel consisti en la an pendiente discusin acerca lo andino como visin reduccionista de las sociedades tradicionales y la necesidad de atender a la heterogeneidad de situaciones que caen bajo esta denominacin en general. Aspecto metodolgico este ltimo que se vincula a la transformacin de la etnohistoria a lo largo de las ltimas cuatro dcadas, que pas de ser un nuevo enfoque y metodologa para abarcar la historia de las poblaciones indgenas y convertirse en una orientacin preocupada por entender su incorporacin al mundo globalizado, tarea que reclama cada vez mayores esfuerzos interdisciplinarios.
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Simposio IV: Etnicidad, Identidad y Memoria Coordinadores:Prof. Rossana Barragn (Universidad Mayor de San Andrs, Bolivia) Mgt. Gabriela Sica (Universidad Nacional de Jujuy) Dr. Carlos Zanolli (Universidad de Buenos Aires) El Simposio se propuso abordar tanto los problemas de identidad tnica y social y los mecanismos de construccin de esas identidades y etnicidades como las dificultades que ofrecen las fuentes y la bibliografa cuando interpretan y crean identidades. Vinculado a esto se tomaron en cuenta los problemas de relaciones intertnicas en distintos contextos espacio-temporales, polticos y socioculturales, incluyendo procesos de reconfiguracin tnica, identidades impuestas, indigenismo y neoindigenismo, considerando la memoria oral y escrita y el reconocimiento de los respectivos patrimonios culturales. Tambin hubo aportes sobre la conformacin de nuevas identidades y el mestizaje cultural como estrategias de respuesta al cambio y presiones externas a lo largo de la historia de las comunidades nativas, como as tambin procesos de etnognesis. Dada la amplitud temtica, el Simposio se organiz a partir de los siguientes ejes: reformulaciones tnicas, sociales y econmicas a partir de la conquista y la evangelizacin; caciques, autoridades e identidades; la territorialidad de las identidades; representaciones y construccin de identidades; memoria, historia e identidades; misiones, reducciones e identidades. A lo largo del Simposio observamos, en lneas generales, problemticas que comprendieron anlisis sincrnicos, localizados y precisos en el tiempo antes que procesos de cambios y transformaciones en la larga duracin. No es que estos ltimos hayan estado ausentes pero, sin duda, estuvieron en franca minora respecto de los anteriores. Los anlisis o visiones ms puntuales que mencionamos comprendieron algunos ejes temticos relacionados con los antes mencionados. En primer lugar se ha hecho referencia a elementos de expresin y configuracin de espacios ya sea poltico-administrativos o bien territorios tanto fsicos como sociales. Se exploraron lo que podramos llamar los anclajes de las identidades, o sea, el espacio y la territorialidad con fronteras socialmente construidas, mviles y en muchos casos fluidas. La particularidad, adems, es que estos espacios no fueron analizados solo como escenarios sino, y sobre todo, como lugares de apropiacin marcados por sus ocupantes. Un segundo elemento de expresin e identificacin se centr en el anlisis de la cultura material en tanto demarcadora de universos de pertenencia y adscripcin pero sobre todo de mltiples significados o bien para cons-
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truir una visin del pasado prehispnico, en particular, sobre los incas. La temtica se desarroll a partir de estudios puntuales como la vestimenta, el tipo de tejido y el material utilizado para confeccionarlo; los adornos, el estilo del peinado, etc. Otro eje que nos interesa sealar ha sido el de las representaciones y descripciones del otro que han ido incidiendo en la conformacin de las identidades, tanto tnicas como sociales. Dentro de esta amplia temtica, las fotografas, como sustratos materiales para moldear y materializar identidades, cubrieron un importante espacio dentro del Simposio. Todos los ejes antes mencionados se han insertado en un nivel estatal amplio. En los anlisis sealados el Estado, por accin u omisin, ha ocupado un papel central. Por ltimo, nos gustara sealar dos grandes olvidos o ausencias que hemos observado a lo largo del Simposio. El primero de ellos fue el trmino etnicidad, el segundo el trmino o expresin grupo tnico Las ausencias se debieron a cuidados terico-metodolgicos frente a cierta reificacin del concepto?, o se debieron a recaudos frente a ciertas escencializaciones? Dejamos las respuestas a consideracin de los lectores. Por cierto, estos cuidados, y si se quiere temores, no influyeron en la utilizacin, muchas veces discrecional, de la palabra memoria, concepto que en muchos pasajes del Simposio qued flotando sin una definicin precisa, o bien en pugna con el de Historia. El Simposio se cerr con la convocatoria de la Dra. Martha Bechis (Instituto de Investigaciones Gino Germani, FCS-UBA) realizada a investigadores reconocidos en el campo de la antropologa y la etnohistoria con el fin de discutir su trabajo La interaccin retroalimentadora o dialctica como unidad de anlisis de la Etnohistoria, un campo antidisciplinario del saber 2. En la misma, al Dra. Bechis expuso lo que ella considera el equipo conceptual-metodolgico bsico de la Etnohistoria actual la cual adopta, por un lado, la apertura de la Antropologa a la historicidad de las formas culturales y, por el otro la de la Historia hacia la experiencia social de la cultura vivida por todos los seres humanos. Sostuvo que si bien cuenta necesariamente con los conceptos bsicos de la Historia y la Antropologa, la Etnohistoria tambin necesita otros conceptos y teoras como, entre otros, los de la Sociologa, la Psicologa Social, la Antropologa Social y las Matemticas Cualitativas. El carcter antidisciplinario de campo del saber
2 En esta mesa de discusin participaron la Dra. Nidia Areces (Universidad Nacional de Rosario), el Dr. Guillaume Boccara (cole des Hautes tudes en Sciences Sociales, CNRS), la Dras. Cecilia Hidalgo (Universidad de Buenos Aires), Catalina Teresa Michieli (Universidad Nacional de San Juan) y Mnica Quijada (Centro de Estudios Histricos, CSIC).
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etnohistrico reside en que el mismo requiere la apertura de cada una de las disciplinas hacia las otras dado que necesita de la elaboracin conceptual, las artes y las tcnicas de dichas disciplinas. Esta provocadora propuesta suscit una pluralidad de reflexiones crticas las que se centraron en los siguientes ejes: la necesidad de repensar el campo disciplinario tanto desde el punto de vista terico como desde una perspectiva histrica de constitucin y emergencia de las etnicidades e identidades a travs de mltiples procesos de etnognesis y etnificacin, pero tambin frente al multiculturalismo diferencialista neoliberal propuesto por las agencias multilaterales de desarrollo as como por las nuevas polticas indigenistas de los estados latinoamericanos. En el acto de cierre del Congreso fue anunciada la fecha y sede del prximo evento: el VII Congreso Internacional de Etnohistoria tendr lugar en Lima en el ao 2008 y ser organizado por la Pontificia Universidad Catlica del Per.
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Lucaioli, Carina. 2005. Los grupos abipones hacia mediados del siglo XVIII. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa, 179 pginas. Nesis, Florencia. 2005. Los grupos mocov en el siglo XVIII. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa, 159 pginas. Los libros de Carina Lucaioli y Florencia Nesis vienen a llenar un vaco en la literatura antropolgica e histrica. En efecto resulta sorprendente que, no obstante el fcil acceso a un corpus documental publicado y de enorme riqueza como el jesutico del siglo XVIII, los grupos chaqueos sean todava relativamente poco conocidos. Para los que trabajamos regiones fronterizas con el Chaco, los guaycures, abipones o mocoves - como diversas fuentes los designan- representan una suerte de enemigo esquivo que transita como un fantasma por los documentos administrativos o los expedientes judiciales. Estos dos trabajos tienen el mrito de recoger lo mejor de los aportes ya clsicos de Branislava Susnik, Miguel Angel Palermo y Beatriz Vitar, entre otros autores, regresando sobre tpicos tradicionales de la antropologa pero muy poco explorados por la literatura histrica. Son libros difciles de separar porque han sido escritos en espejo. De su lectura surge como evidente que Lucaioli y Nesis han discutido abundantemente las problemticas cuyo examen proponen, que han ledo juntas bibliografa y fuentes y que han escrito sus trabajos simultneamente. Como resultado de esta mutua y estrecha colaboracin, la estructura de captulos es similar y el tipo de preguntas que organizan los textos es generalmente coincidente. De aqu que esta resea se ocupe de ambos libros como si se tratara de una unidad, ms all de que abipones y mocoves presenten especificidades de las que las autoras dan cuenta, y de que tambin sean diferentes las fuentes principales sobre las que ellas trabajan. Aunque el corpus es amplio, Lucacioli se basar sobre todo en la etnografa jesutica de Dobrizhoffer y Nesis en la de Florin Paucke y ambas la desmenuzan con agudeza e inteligencia. Quizs el desafo ms importante que las autoras afrontan es el de desmontar una imagen estereotipada de los grupos chaqueos que reproduca acrticamente la visin de los actores del siglo XVIII. Algunos componentes de esta imagen tradicional son muy obvios pero otros lo son menos. En cualquier caso, la homogeneidad sera el denominador comn de esta mirada
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estereotipada, denominador comn del cual se deducen una serie de rasgos estructurales, a saber: El carcter prepoltico de los grupos chaqueos, lo cual explicara el papel de la guerra como interaccin casi exclusiva con la sociedad colonial. Guerra que, por otra parte, constituye, incluso en la literatura antropolgica ms renovadora, una suerte de esencia de estos sujetos. La inmutabilidad de los grupos chaqueos que terminan por hallarse prcticamente fuera de la historia. Y esto es as en un sentido an ms extremo que para otras sociedades indgenas. Es como si la existencia de estos grupos transcurriera en una temporalidad diferente, la del tiempo cclico de los mitos y de las estaciones. Cautivos de la naturaleza como se los ha percibido, abipones y mocoves parecen ser parte de ella. Como consecuencia, advierte Nesis, la literatura acadmica ha confundido a menudo a los antiguos pobladores indgenas del Chaco con los actuales. Etnografa e historia, pasado y presente se confunden en estos sujetos atemporales. La imagen de los grupos chaqueos como esclavos de su hbitat. Partiendo del supuesto errneo del Chaco como ambiente homogneo se deduce que sus habitantes reflejaran como un espejo esa misma homogeneidad. En otras palabras, todos estos grupos generaran las mismas respuestas adaptativas, configuradas en patrones de subsistencia simples de caza y recoleccin. En consecuencia, los grupos chaqueos aparecen como actores que interactan casi exclusivamente con su ambiente pero rara vez con otros grupos humanos -excepcin hecha de los parntesis de guerra-. Consecuencia de este aislamiento, de no formar parte de la sociedad colonial, es percibirlos en trminos de oposicin, en referencia a lgicas radicalmente opuestas. Los grupos chaqueos, destacan las autoras, han sido pensados a menudo como radicalmente otros. Los trabajos de Lucaioli y Nesis vienen a cuestionar exhaustivamente estos supuestos presentes tanto en la literatura histrica y antropolgica antigua como en la reciente. El cambio es justamente una variable relevante en el anlisis de Lucacioli y Nesis: uno de los mritos ms importantes de sus trabajos es, precisamente, el de introducir el devenir histrico en el anlisis de estas sociedades indgenas. La periodizacin que proponen es clsica. Se ocupan de los abipones y mocoves prehispnicos -lo que menos se conocede una manera ms especulativa. Introducen como segundo momento el contacto con los espaoles y la adopcin del caballo, con todas sus consecuencias, exponiendo hiptesis fuertes y repasando y criticando las existentes sobre las transformaciones internas a las sociedades indgenas (mejoras en el
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transporte y las posibilidades blicas, aumento del intercambio, asociacin del ganado caballar con otros bienes como el hierro y el ganado vacuno, entre otras). Por fin el tercer momento, que parece ms un punto de inflexin en el anlisis de Nesis, es el de la instalacin de las reducciones que retomar ms adelante. Por abrir ambos libros un amplio espectro de propuestas de anlisis, he elegido centrarme en cinco aportes que me parecen significativos y originales. En primer lugar, el saludable espritu crtico que anima los estados del arte incluidos en ambos libros. En este sentido, la discusin de la bibliografa no est pensada como un mero apndice sino a partir de un planteo historiogrfico. En otras palabras, las autoras contextualizan histricamente la produccin acadmica y es en ese contexto que dialogan con ella. Se trata de un dilogo a menudo muy spero pero siempre presente, y no slo en los captulos introductorios sino que recorre la totalidad de los textos. En otras palabras, las autoras no pretenden fundar un tema sino discutir frontalmente (y no con fantasmas) con la literatura acadmica, incorporando o criticando los aportes de otros autores. En segundo trmino, se problematiza la definicin de los sujetos que estudian, generalmente invisibilizados o subsumidos bajo rtulos tales como grupos chaqueos, pueblos chaqueos o guaycures. Y en este punto, Lucaioli y Nesis siguen caminos alternativos. Lucaioli no elude la difcil cuestin de la adscripcin tnica y el farragoso anlisis de las diversas denominaciones que recibieron los grupos abipones y mocoves en las fuentes primarias y en la literatura histrica y antropolgica. Los criterios exclusivamente lingsticos no le alcanzan y bucea en las fuentes para identificar a sus sujetos y diferenciarlos de otros colectivos ms abarcativos como el guaycur Qu sujetos sociales adjudican un nombre? Se trata de una autoidentificacin? Hasta dnde el mbito geogrfico ayuda a la identificacin tnica tratndose de grupos tan mviles? De qu manera esas denominaciones permanecen en el tiempo? Problematizar estos datos, que en general se asumen por dados, es uno de los aportes ms interesantes del libro de Lucaioli. Nesis, por su parte, plantea la cuestin focalizando el espinoso problema de la identidad y pensndola en trminos dialcticos, reconociendo los sucesivos procesos de mestizaje y etnognesis que conllevaron cambios identitarios -la inclusin de un apartado sobre el cautiverio y el matrimonio est muy ligada a eso-. En este sentido, la guerra, la antropofagia, los rituales son puertas de entrada vlidas para ingresar al problema crucial de la autoidentificacin de los grupos y de la definicin de la alteridad. En tercer lugar, el regreso hacia tpicos clsicos de la literatura
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antropolgica, sistemticamente revisados a partir de una lectura con lupa de las fuentes histricas. Sin temerle al uso de modelos y a la comparacin con otras reas de frontera, como la pampeano patagnica, Lucaioli y Nesis proponen rectificaciones o hiptesis alternativas para cada tema que afrontan. O bien formulan preguntas que quedan abiertas a la espera de encontrar evidencia ms contundente. El resultado es una reconstruccin ms compleja de las estrategias de subsistencia de los grupos, de los patrones estacionales de movilidad, de las formas de apropiacin de los recursos, del control exclusivo o compartido del territorio, de las relaciones intertnicas. No voy a enunciar las conclusiones a las que llegan a partir de sus relecturas de los materiales jesuticos pero puedo anticipar que proponen hiptesis muy interesantes, que alertan sobre el papel ms importante del comercio y del intercambio en las estrategias de subsistencia, sobre transformaciones diferenciales en los dos grupos a partir de la adopcin del caballo y que intentan explicar la guerra a partir de las lgicas complejas que incluyen un patrn de subsistencia en que la caza y la recoleccin conviven con tcnicas de almacenamiento de alimentos, intercambio comercial de bienes de muy diverso origen, saqueo y explotacin de los diferentes ecosistemas presentes en el Chaco as como sobre las oportunidades de reunin y de alianza intertnica para una guerra concebida como empresa puntual. En cuarto lugar, considero contribuciones importantes las que examinan las estructuras polticas de mocoves y abipones que nos permiten ver en los caciques, bien que con una autoridad limitada a lo ejecutivo y a lo logstico (Lucaioli), a las cabezas de unidades polticas muy dinmicas y presentes en la organizacin de la subsistencia y la guerra. De esta forma, las autoras nos alejan de la idea esencialista del ethos guerrero, en parte responsable de dejar a estas sociedades indgenas fuera de la historia. Por ltimo, quisiera detenerme un momento en el valor que le asignan las autoras a la instalacin de las reducciones jesuticas. Dejando de lado las aproximaciones recientes de Saeger y de Vitar, lo cierto es que el estudio de las reducciones jesuticas en el Chaco ha quedado bastante relegado. En alguna medida se debe a que, a diferencia de las misiones guaranes, las del Chaco son la historia de un fracaso habida cuenta de la escasa estabilidad de los grupos reducidos y de la imposibilidad de las reducciones para financiarse. Pero en estos libros la poltica reduccional no se piensa en trminos de xito o fracaso sino atendiendo a la redefinicin de las relaciones entre grupos reducidos y no reducidos y entre ambos y la sociedad hispano-criolla. En efecto, siguiendo a Lucaioli y Nesis, la instalacin de reducciones conllevara cambios pro-
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fundos. Muchas transformaciones antes adjudicadas a la adopcin del caballo, al cambio ecolgico y a dinmicas internas de los grupos indgenas, son atribuidas por las autoras a la instalacin de las reducciones. stas estaran funcionando como centros comerciales, como bastiones defensivos y su instalacin es el producto de pactos entre las diversas cabeceras tucumanas y Santa Fe y, adems de todo eso, cumpliran sus especficas funciones evangelizadoras y didcticas de civilizar a los brbaros. Para Nesis, desde la perspectiva indgena las misiones actan como una suerte de gran campamento base, integrando y modificando las prcticas tradicionales pero sin llegar a producir una ruptura radical. As, la autora se separa con una postura alternativa de las que proclaman la disgregacin social de los grupos reducidos (Susnik) o el pasaje de liderazgos a cacicazgos (Saeger). En suma, los cambios que Nesis detecta se operan en otras esferas. A nivel econmico, porque las reducciones invitan a la produccin de mercancas, algo inexistente antes. A nivel de la estratificacin social, ya que el ganado se convierte en bien de prestigio y heredable enriqueciendo a algunos caciques. Los liderazgos antiguos permanecen ya que los jesuitas los legitiman en el afn de ser obedecidos y la construccin del poder, y los mecanismos redistributivos y el reconocimiento de ese poder siguen las vas tradicionales pero la estructura social ya no es la misma. La homogeneidad, una vez ms, se desdibuja. En el libro de Lucaioli, y en funcin del perodo abordado, las reducciones juegan un papel menos destacado. La hiptesis de una ampliacin de los niveles de conflicto entre los grupos indgenas del Chaco, de la generacin de nuevas tensiones y de la aceleracin de procesos que ya estaban en acto -como el surgimiento de grupos ms numerosos al mando de un nmero tambin mayor de caciques meritocrticos- hablan de estos enclaves misioneros como espacios plenamente integrados a las polticas coloniales e intertnicas. En fin, esta es solo una invitacin a la lectura de dos libros importantes, muy osados y que deberan ser objeto de frtil debate. Esperamos la continuidad de estas investigaciones ahora que las etnias chaqueas nos resultan menos esquivas. JUDITH FARBERMAN *
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Zanolli, Carlos E. 2005. Tierra, encomienda e identidad: Omaguaca (15401638). Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropologa, 246 pginas incluyendo apndices. El presente libro de Carlos Zanolli analiza el proceso de formacin de una nueva identidad colectiva durante la etapa colonial temprana. Para esto el autor se apoya en un estudio de caso, como es la encomienda de Humahuaca entre los siglos XVI y XVII. En esta regin de los Andes meridionales las sociedades nativas vivirn un complejo proceso de cambios y adaptaciones para amoldarse a nuevos sistemas de dominacin; primero bajo la influencia de los incas y ms tarde bajo el dominio espaol con lo que lograrn garantizar su reproduccin social a la vez que cumplir con las demandas de los sucesivos imperios. De este modo, y como resultado de este proceso, el autor resaltar el surgimiento de una nueva identidad colectiva a escala local cuyos referentes mximos sern, entre otros, el encomendero y sus indios, los caciques mediadores y el tributo como mecanismo unificador a nivel comunal. La investigacin llevada a cabo por el autor abarca buena parte de los siglos XVI y XVII, etapa en donde el medio social se hallaba en permanente construccin, momento ideal para el antroplogo ya que es el instante de contacto entre diferentes sociedades en cuya dinmica se irn conformando nuevos elementos materiales, identitarios y simblicos. En el captulo uno del libro, Carlos Zanolli nos introduce en el marco geogrfico en donde centra su investigacin, a la vez que desarrolla un estado de la cuestin de los estudios realizados sobre el tema, junto con ciertas advertencias tericas y metodolgicas en que basa su aporte. La regin de la Puna, aislada y de difcil acceso, que se extiende por los actuales pases de Argentina, Bolivia y Chile es el escenario principal de los acontecimientos, aunque el anlisis se centra en la quebrada de Humahuaca. Mientras tanto, la regin de los valles orientales, o yungas, tambin es un espacio al que el autor le presta atencin, regin fronteriza de los incas y, ms tarde, de los espaoles en donde habitaban los chiriguanos conformando una compleja trama de contactos, guerra e interaccin. Luego de repasar las caractersticas principales del espacio geogrfico el autor realiza un anlisis de los aportes realizados sobre su tema, tanto
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desde el campo de la arqueologa como desde la investigacin histrica. Acordando con las evidencias que indican la presencia incaica en la regin de la quebrada de Humahuaca con anterioridad a la llegada de los espaoles, Zanolli matiza tambin las afirmaciones realizadas por Boman, quien vea a los omaguacas como una macro etnia encerrada en s misma, sin tener en cuenta las modificaciones que haba introducido el Inca con su poltica de control poltico y colonizacin. Un paisaje tnico heterogneo y diferenciado es ms factible de suponer, por lo tanto, en el rea bajo estudio; a la vez que una orientacin norte-sur de los procesos sociales e histricos que rompe con los postulados acerca de la antigua orientacin valliserrana que no tuvo en cuenta la dinmica del incario primero y de la conquista espaola despus. Esto, como menciona el autor, le permiti colocar a su tema de estudio bajo una nueva dimensin espacial y temporal, permitindole al mismo tiempo el acceso a un nuevo caudal de informacin y documentos, la mayora provenientes de archivos locales y del exterior. En el captulo dos el autor analiza la regin del sur de Charcas, espacio que inclua a la quebrada de Humahuaca contenida y bajo la sombra de dos imperios, el inca primero y el espaol despus. Sobre la presencia incaica en la regin el autor nos recuerda el dominio poltico que efectivamente ejerci el Cuzco sobre el extremo sur del Collasuyu, modificando el paisaje tnico a travs de la introduccin de mitimaes, y el espacial y social a travs de la presencia de fortalezas, talleres lapidarios y guarniciones que influenciaron profundamente a la regin. Ms tarde, los espaoles encontraran los vestigios de esta poltica y, a su tiempo, introduciran tambin nuevos elementos, como la temprana demanda por tierras e indios de encomienda. Francisco de Pizarro ser el primer espaol que librar cdulas de encomienda que involucran a la regin bajo estudio, beneficindose con ellas Martn Monje y Juan de Villanueva. Estas primeras encomiendas, en un momento en donde primaba la improvisacin y la confusin entre los diferentes espacios y jurisdicciones -que abarcaban una discontinuidad tnica y territorial muy acentuada-, tenan como finalidad abrir nuevos espacios a la conquista, a la vez que descargar de hombres la tierra en donde la presencia espaola se iba consolidando. Es por eso que el autor destaca para este momento histrico la imprecisin como algo constante, a la vez que la pervivencia de un complejo panorama tnico que se remonta a la etapa del incario. Como muestra de este hecho, Zanolli realiza la propuesta de reconocer la polisemia del trmino Omaguaca, ya sea como gentilicio (omaguaca humahuaca), como regin geogrfica precolonial y, al fin, como pueblo de reduccin (San Antonio de Humahuaca) en donde los indios pasarn a ser agrupados. En el captulo tres del libro el autor se detiene en las vicisitudes de la
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formacin de la encomienda de Humahuaca, en cuyo proceso se dar el pasaje de una identidad tnica mltiple a una nueva identidad colectiva de matriz colonial, garantizada por la presencia del encomendero, los indios y los caciques locales y con el tributo y las Cofradas como elementos aglutinantes. En este captulo, el autor resalta a la encomienda como factor de unificacin de sucesivas generaciones de familias hispanas comenzando con la cesin hecha por Francisco de Pizarro a Juan de Villanueva que pasar a su esposa, Petronila de Castro, al no dejar descendencia (1540). En el transcurso de estos aos la regin de Charcas, en donde el autor sita a Humahuaca como parte del espacio bajo estudio, y an las reas fronterizas de esta regin, como las yungas, se irn pacificando lentamente, e ir avanzando la obra pobladora espaola con la fundacin de San Bernardo de Tarija en 1574 y de San Salvador de Jujuy en 1593. En el ao de 1595 se fundar el pueblo de reduccin de San Antonio de Humahuaca, obra concretada por Juan Ochoa de Zrate, el primero de los Zrate en tomar posesin de la vieja encomienda. Tanto la estrategia de Petronila de Castro como la de Juan Ochoa de Zrate estaba direccionada a maximizar los beneficios econmicos y sociales que la colonia temprana iba generando, fundamentalmente, concentrando tierras e indios en el contexto del auge comercial y minero de Potos que tambin tocaba a estos espacios. La relativa pacificacin de la regin y la concentracin de tierras y mano de obra en la encomienda favorecieron esta evolucin, situacin que recin se pudo concretar a partir de 1593-1595 y no durante el perodo de los primeros encomenderos, en donde la situacin era mucho ms inestable y confusa. Pero quiz el captulo ms sustancial del libro de Zanolli sea el cuatro, en donde el autor centra su anlisis en la sociedad indgena y en las transformaciones sufridas a raz del contacto con los espaoles. Este captulo se encuentra dividido en dos partes: el Tiempo de la guerra, momento signado por la inestabilidad y por las campaas militares espaolas y el Tiempo de la paz, a partir de 1595 una vez fundadas San Salvador de Jujuy (1593) y San Antonio de Humahuaca (1595) y caracterizado tambin por la captura del cacique Viltipoco. A partir de este momento los indios sern agrupados paulatinamente en pueblos de reduccin, con un control permanente por parte de los encomenderos. La estrategia de los indgenas hasta ese momento haba fluctuado entre la beligerancia y la negociacin, aunque producto del avance de la colonizacin hispana se va a ir ingresando en un Tiempo de paz que resignificar las relaciones materiales y simblicas. El pueblo de San Antonio de Humahuaca, aunque tambin existan otros en la Quebrada como San Rafael de Sococha, se convertir en un nuevo referente fsico y en un centro aglutinador hacindose visibles las relaciones entre indios y encomenderos, junto con el rol de los caciques locales que deban legitimarse
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para movilizar el tributo y la mano de obra. De este proceso surgir, por lo tanto, una lite colonial indgena a nivel comunal -analizada por el autor en la figura de don Andrs Choque I y don Andrs Choque II-, que se sita entre dos legitimidades, cohesionando a su grupo y sacando ventajas poltica y econmicamente. Y es precisamente en este contexto en donde se form para Zanolli una nueva identidad colectiva caracterstica de la colonia. Estaba basada en la existencia de la encomienda y del tributo que aliment en la comunidad una conciencia de obligacin colectiva y cierta solidaridad interna, al luchar por ejemplo por la tributacin en dinero y no en servicio personal. Las Cofradas, y para el caso que analiza el autor la de Nuestra Seora de Copacabana, adems de generar trabajo a nivel local fueron recreando tambin una peculiar identidad ya que desde all, y a pesar de ser pensadas como una institucin de control social, se pudieron mantener ciertas formas religiosas precoloniales, a la vez que se resignificaban los lazos de pertenencia a travs de las fiestas del pueblo. De este modo se fue conformando entre los indios de Humahuaca una memoria y conciencia colectivas a nivel comunal, en la medida que avanzaba la pacificacin y la concentracin de los indios tributarios y asimismo el progresivo afianzamiento de la colonia y la jurisdiccin de Tucumn. En sntesis, el libro de Carlos Zanolli reformula el abordaje y la forma de estudio que se vena manteniendo sobre el tema de los omaguacas, ya que matiza su adscripcin a un grupo tnico encerrado en s mismo y utiliza una configuracin norte-sur que le permite situar al problema desde otra perspectiva temporal y espacial. El anlisis de los antecedentes de la dominacin incaica y espaola en la regin junto con la respuesta que realizan los nativos locales ante estos sucesivos encuentros, le permiti reconstruir un verdadero proceso de etnognesis, sustentado en la memoria histrica de estos pueblos pero tambin en las innovaciones materiales e identitarias que trajo aparejadas la colonia temprana. La obra concluye con un ndice de fuentes y bibliografa y con una serie de apndices documentales que pueden resultar de gran utilidad al investigador de este tema, espacio y perodo. PABLO JOS SEMADENI*
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Millones, Luis. 2004. Ser indio en el Per: la fuerza del pasado. Las poblaciones indgenas del Per (costa y sierra). Buenos Aires, Instituto Di Tella y Siglo Veintiuno de Argentina Editores, 154 pginas. El objetivo de Luis Millones es responder a la pregunta: qu es ser indio en el Per hoy? Para tal fin, adopta una profunda perspectiva histrica pues entiende que sin ella es imposible comprender el presente de las poblaciones indgenas asentadas en el actual territorio peruano (en particular en la costa y la sierra). El libro se sustenta en material bibliogrfico y fuentes ditas que el autor matiza con su propia experiencia como historiador, antroplogo y, por qu no tambin, como peruano involucrado en el devenir y constitucin de su pas. La lectura del mismo es amena, sin notas al pie ni demasiadas citas bibliogrficas y con el agregado de unas cuantas fotos en color que ilustran el texto. Estos aspectos son importantes si se tiene en cuenta que esta es una obra de carcter general, dedicada a un pblico de amplio espectro. Cada captulo incluye la bibliografa correspondiente al mismo al final, lo que facilita al lector la bsqueda por autores. La obra cuenta con una introduccin que describe someramente los temas que sern abordados y seis captulos que se ordenan cronolgicamente, del pasado al presente. Cada captulo, a su vez, se subdivide en varios apartados que se relacionan con el tema general del mismo pero que desarrollan aspectos particulares. A fin de entrar de lleno en el contenido del libro haremos un recorrido sinttico por cada uno de sus captulos. En los captulos uno y dos, el autor sita la problemtica de qu significa ser indio en el Per actual en una perspectiva histrica de amplia escala: desde los primeros habitantes que llegaron a lo que despus sera Amrica del sur hasta el perodo republicano. Recorre as distintos temas en los que se destacan dos aspectos: las cuestiones del paisaje andino y la demografa. Con respecto al primer tema debemos decir que aunque el autor critica desde el comienzo del libro los anlisis uniformadores y deterministas cae en su propia trampa al poner demasiado nfasis en la ecologa. Es verdad que como dice Millones- el Per no es solo la sierra surandina, el paisaje es mucho ms variado. Pero en definitiva esta variedad ecolgica es la que determina, segn su perspectiva, la pluralidad de culturas que hoy pueden en-
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contrarse en el Per. En cuanto la demografa, esta problemtica le permite hilar cronolgicamente las fluctuaciones que atravesaron las poblaciones indgenas, desde la llegada de los incas hasta el Per contemporneo. Si bien el anlisis realizado por Millones es algo general, considero que es una herramienta argumental bien elegida por el autor para sustentar la idea que se trasluce en su libro: ser indio en el Per nunca ha sido fcil. Ya sea a travs del exterminio fsico o cultural o a travs de la estereotipacin, los sectores hegemnicos de todos los tiempos han intentado invisibilizar al indio. Los captulos tres, cuatro y cinco estn dedicados a responder la pregunta siguiente: quines son los indgenas? En lneas generales, el autor describe las distintas miradas que sobre ellos se han realizado. En el captulo tres la mirada, segn el autor, es externa. Desde los primeros conquistadores, cronistas y religiosos hasta los viajeros de los siglos XVIII y XIX la imagen acerca de los indgenas fue construida sobre la base de un escaso inters por los mismos. Por otra parte, agrega a este captulo los trabajos realizados por estudiosos extranjeros quienes, a partir de la dcada de 1950, ayudaron a consolidar el campo de las ciencias sociales en el Per y, en particular, de la etnografa moderna. En el captulo cuatro, Millones se interesa por la mirada de los otros peruanos. Esos otros peruanos son en primer lugar los criollos del siglo XIX cuya ideologa estaba orientada a romper con el rgimen colonial. Para alcanzar tal objetivo necesitaban de los indgenas pero estos nunca seran incorporados a la repblica como ciudadanos de primera. En esos momentos se refuerzan los prejuicios que hablan de la inferioridad de la raza indgena, prejuicios que se vern exacerbados en los aos siguientes a la formacin de los gobiernos republicanos -en particular luego de la Guerra del Pacfico- y que hasta las primeras dcadas del siglo XX no sern revertidos. La reivindicacin de los indgenas llegar al Per con el movimiento indigenista que: se expres en trminos de proclama laudatoria del pasado incaico y de propuesta utpica (ms bien lrica) sobre los indgenas contemporneos (2004:88). Estos otros peruanos, entre los que el autor destaca especialmente a Valcrcel dedicando muy poco espacio a otros intelectuales como Maritegui, acompaaron los movimientos insurreccionales indgenas de principios de siglo XX. Segn Millones, el indigenismo nunca dej de ser combatido y el debate en torno al indigenismo fue perdiendo fuerza. El captulo es cerrado con un brevsimo anlisis acerca de los prejuicios contemporneos acerca de los indgenas. Un desarrollo ms extendido de tal problemtica hubiera completado el panorama de quienes no estamos tan familiarizados con la actualidad peruana. El captulo cinco, que aparece como captulo seis por un error de edicin, apunta a describir la mirada que sobre s mismos han tenido los indge-
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nas a lo largo del tiempo. En primer lugar, el recorrido se inicia con los cronistas indgenas de los siglos XVI y XVII quienes -debido a los problemas del idioma y la oralidad- construyeron en sus escritos una imagen permeada por la cultura europea. El autor se dedica luego a mostrar cmo durante los siglos XVIII y XIX los nobles cuzqueos y los curacas quedaron en una situacin desfavorable y perdieron definitivamente su poder. Finalmente, describe algunas rebeliones indgenas del siglo XIX como la de Pedro Pablo Atusparia, en la sierra norte peruana, evidenciando cmo las poblaciones indgenas quedaron presas entre intereses diferentes en la conquista del poder. Si bien los ejemplos descriptos por el autor a lo largo del captulo resultan interesantes es difcil entroncarlos con el ttulo del mismo: Los indgenas a partir de sus testimonios. En todo caso, lo que muestra el captulo es que los indgenas han tenido poco espacio para expresarse en sus propios trminos o bien que han sido poco escuchados. En el captulo seis, el ltimo del libro, el autor analiza las relaciones que a lo largo del tiempo se establecieron entre distintas instituciones nacionales y las sociedades indgenas. Tres son las instituciones que describe: la iglesia catlica, las iglesias protestantes y el estado peruano. Respecto de la primera, enfatiza el rol mediador que a lo largo del tiempo la iglesia catlica tuvo entre las comunidades indgenas y las autoridades civiles; aunque destaca tambin el carcter multiforme de la empresa evangelizadora. Ms interesante, por ser un tema menos conocido, resulta la cuestin de la presencia de las iglesias protestantes que llegaron al Per en el siglo XIX -en plena crisis de la iglesia catlica- y que a partir de 1950 ganaron importante cantidad de adeptos. El autor dedica unos prrafos a analizar el rol de estas iglesias en lo que l llama la guerra interna que vivi el pas de 1980 a 1993. Y concluye: En Ayacucho fueron muchos los miembros de estas iglesias quienes rehusaron abandonar a los fieles en zonas ocupadas por Sendero Luminoso y en ms de un caso fueron ejecutados por la guerrilla. Su sacrificio merece todo nuestro respeto y es posible que haya contribuido a ganar fieles en la regin (2004:142). Por ltimo, Millones analiza las acciones polticas del estado peruano en materia de asuntos indgenas en pocas ms recientes. Este es un tema que adquiere relevancia puesto que los procesos descriptos por el autor vienen dndose con frecuencia en toda Latinoamrica, inclusive en nuestro pas. El estado peruano ha comenzado a dar signos de que la cuestin indgena debe tratarse urgentemente, en particular -seala Millones- pues la problemtica tiene un ngulo econmico bien importante: el de las tierras de las comunidades. Sin embargo, an es necesario que la retrica oficial se transforme en acciones concretas y que los reclamos y reivindicaciones de las poblaciones indgenas encuentren soluciones definitivas. El amplio espectro temporal elegido por el autor para describir lo que
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significa ser indio en el Per es a la vez un acierto y una desventaja. Es innegable que la fuerza del pasado gravita fuertemente sobre el presente y que sin un anlisis de los procesos histricos es imposible comprender el complejo devenir de las poblaciones indgenas. Ahora bien, me parece que la eleccin de un marco temporal tan extenso cuando se dispone de poco espacio se torna un obstculo difcil de sortear. Muchos autores y nudos problemticos quedan ausentes del anlisis o apenas esbozados. De todas formas, el libro de Millones cumple con su cometido: mostrar la complejidad de la condicin indgena, la visibilidad que tal problemtica adquiere en los contextos actuales y la urgente necesidad de dar respuesta a siglos de injusticia y silenciamiento. LORENA RODRGUEZ*
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofa y Letras, Instituto de Ciencias Antropolgicas, Seccin Etnohistoria. E-mail: [email protected]
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Mara Elba Argeri. 2005. De guerreros a delincuentes. La desarticulacin de las jefaturas indgenas y el poder judicial. Norpatagonia, 1880-1930, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. El libro de Mara Elba Argeri representa un importante aporte en el estudio de los procesos de incorporacin de la poblacin indgena al orden estatal argentino con posterioridad a la Conquista del Desierto y, en particular, para aquellos interesados en comprender los procesos y prcticas por los cuales dicha incorporacin fue paralela a una progresiva prdida de visibilidad tnica. En este trabajo la autora se propone analizar las transformaciones de las poblaciones indgenas que habitaron el Territorio Nacional de Ro Negro en el perodo de 1880 a 1930. Identifica las resistencias y adaptaciones desarrolladas por stas ante la coaccin material y simblica impuesta por los funcionarios estatales, desde la perspectiva particular dada por el seguimiento del accionar de la justicia letrada. El nfasis de este anlisis fue puesto en la necesidad de abordar los procesos de produccin de homogeneidad como una prctica significativa de los estados y, en particular, del estado argentino en su proceso de conformacin y construccin de hegemona, cuyas implicancias para los indgenas sometidos han permanecido hasta hace pocos aos por fuera de los intereses de la historia y la antropologa. En este sentido, resulta sugerente en esta investigacin el inters por identificar las diferentes construcciones ideolgicas que confluyeron en el sostenimiento de un modelo de homogeneidad, como imagen de la nacin argentina, paso inicial para analizar el proceso de integracin de los indgenas a la sociedad nacional. En este posicionamiento se reconoce la influencia de los trabajos de Mnica Quijada cuya caracterizacin de la construccin de la homogeneidad, como uno de los ejes que incidieron en las construcciones nacionales, as como la reconstruccin de las prcticas que condujeron a la ciudadanizacin del indgena en la Argentina del cambio de siglo integran ya numerosas publicaciones. Segn esta autora, el modelo de nacin basado en la nocin de nacin homognea imaginada como una comunidad amalgamada por una unidad de ideales expresados en una personalidad colectiva y, a la vez, como conformada por aquellos que compartan un mismo territorio se impuso con tal firmeza que
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lleg a invisibilizar durante ms de un siglo la diversidad que conformaba a la poblacin argentina 1. Lo interesante en este caso reside en el recorrido seguido por Argeri para dar cuenta de la manera en que las prcticas e instituciones estatales participaron de la produccin de la homogeneidad, ya que se orienta especficamente a analizar los efectos que tuvo la imposicin del principio de igualdad ante la ley en la articulacin del estado con los indgenas sobrevivientes de las campaas militares de fines del siglo XIX. De esta manera, De guerreros a delincuentes... intenta reflejar el cambio de categorizacin sufrida por la poblacin indgena patagnica luego del proceso de conquista y subordinacin; cuando la legitimidad de la presencia estatal fue fortalecindose paralelamente a la construccin de la imagen de la poblacin sometida como renuente al orden, a su estigmatizacin como inmorales, vagos y malhechores y a acusaciones de liviandad moral en el caso de las mujeres. Este objetivo debi enfrentar la dificultad de reconocer en las fuentes la presencia de la poblacin indgena, que para las instituciones y los documentos de la poca componan una masa indiferenciada de argentinos y chilenos ubicadas en su mayor parte en los mrgenes de la ley. Pero su consecucin permite a la autora arribar a su tesis principal que vincula la conflictividad implcita en las categoras aplicadas a esta poblacin rural con las resistencias que formaron parte de un proceso de desarticulacin de las jefaturas y otros rasgos de la organizacin social indgena en funcin de su adaptacin al orden impuesto por el estado. Sin embargo, y aunque la consolidacin del estado mediante la coaccin y la aplicacin de la ley debilita las formas organizativas que, como el cacicazgo, caracterizaron la experiencia propia de los indgenas previamente a la conquista, tal proceso no se dio sin cierta capacidad de estos actores para resistir y negociar en este nuevo contexto las condiciones de su subordinacin. El libro se halla organizado en dos partes, la primera de las cuales, luego de una pormenorizada exposicin de los problemas de investigacin,
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Entre otras publicaciones de Mnica Quijada merecen destacarse las de Qu nacin? Dinmicas y dicotomas de la nacin en el imaginario hispanoamericano del siglo XIX, en Francois Guerra y Mnica Quijada, Imaginar la nacin, Cuadernos de Historia Latinoamericana, AHILA, Hamburgo: 15-51; La Question indienne Cahiers Iternationaux de Sociologie, volume CV, Pressse Universitaires de France, Paris:305-323 (1998); La ciudadanizacin del indio brbaro. Polticas oficiales y oficiosas hacia la poblacin indgena de la Pampa y la Patagonia, 1870-1920, Revista de Indias vol. LIX, N217:675-704 (1999); (con Carmen Bernand y Arnd Schneider) Homogeneidad y Nacin: con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones cientficas (2000).
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presenta las principales corrientes de la historiografa argentina en funcin de demostrar que el fin de las campaas militares implic el inicio de un vaco historiogrfico respecto al tema indgena que solo recientemente ha comenzado a ser objeto de las preocupaciones acadmicas. Un recorrido que detecta estas ausencias tanto en la historia oficial como en el revisionismo, en la historia econmica y la historia poltica se cierra con el reconocimiento de la conjuncin productiva que para este tema significan el cruce entre la nueva historia poltica y la etnohistoria. La autora destaca la innovacin que supuso la historia poltica al remarcar el papel de la construccin institucional y la de actores, como las lites y los inmigrantes, que posibilitaron la visualizacin de la construccin de la homogeneidad cultural y, finalmente, la incorporacin a la ciudadana argentina de las poblaciones indgenas con posterioridad a 1880. A su vez, la recuperacin de los avances de la antropologa en trminos de comprender la complejidad de las relaciones polticas y comerciales entre las sociedades blanca e indgena durante el perodo de fronteras, as como el grado de jerarquizacin poltica existente entre las poblaciones indgenas pampeano-patagnicas -tema que es objeto de debate entre distintos etnohistoriadores- completa esta primera seccin, en la que tambin se detallan los pasos metodolgicos diseados para el tratamiento de la documentacin. Los seis captulos que integran la segunda parte contienen el desarrollo central de la tesis de Argeri, en la que confluyen las que son sus principales lneas de interpretacin: el proceso de incorporacin a la rbita del estado de los territorios nacionales, las caractersticas que dentro de tal contexto tiene la actuacin de la justicia letrada y las prcticas a partir de las cuales se produce la desarticulacin de las jefaturas indgenas. Merece destacarse, al respecto, la detallada y completa caracterizacin del proceso de organizacin legal y normativa de los territorios nacionales que permite entender la singularidad de dichos territorios y su gobierno en relacin con las provincias. En este sentido, las facultades especiales concedidas a algunos funcionarios, como los gobernadores, la polica y los jueces de paz, resultarn centrales para contrastar las conductas desarrolladas hacia los indgenas por parte de estos poderes territorianos, guiados por el modelo de integracin forzada a las normas de la propiedad privada y de trabajo asalariado, con el papel jugado por la institucin judicial. As se ve a los gobernadores de estos territorios asumiendo las funciones de jefe poltico, figura anclada en la tradicin hispana, que involucraba responsabilidades mltiples en lo militar, policial, legislativo y ejecutivo, atribuciones que se diferencian de la de los gobernadores provinciales. En estas regiones la presencia de magistrados o jueces que integraban un poder del estado independiente del ejecutivo hizo de la justicia letrada un elemen-
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to contrastante y ajeno al esquema de poder de los gobernadores, colaborando a desbaratar la consolidacin de poderes personales. Este desarrollo, que ocupa los dos primeros captulos de la segunda parte, es seguido por un tercero destinado al anlisis de las transformaciones del cacicazgo despus de las operaciones de conquista territorial, as como de la caracterizacin de sus mbitos de resistencia y negociacin de recursos y ocupacin del espacio. En tal sentido, tres son las etapas identificadas en torno a esta institucin: la primera acusa el impacto desestructurante de la conquista y la segunda el surgimiento de nuevos lderes y la bsqueda de estrategias para sobrevivir bajo un modo de vida trashumante que, en muchos casos, los enfrentaba a una disputa por el espacio y los recursos con la nueva poblacin de criollos e inmigrantes. La tercera, desde 1920, muestra un cacicazgo revitalizado a partir de su capacidad de reclamar tierras al estado, en un contexto en el que otros sectores, como los militantes anarquistas y los peones del sur patagnico, tambin fortalecen su capacidad de accin colectiva. En los dos captulos siguientes la autora aborda con mayor especificidad los efectos que el accionar judicial, sustentado bajo el imperio de la ley civil y penal, tiene en la configuracin de una esfera privada o dominio patriarcal. Este contrasta notablemente con el sistema domstico indgena y ejerce un rol de disciplinamiento moral de las pautas de conducta de estas poblaciones. En este sentido, el anlisis de expedientes judiciales, de los Cdigos Civil, Penal y el Cdigo de Procedimientos en Materia Criminal, permite a la autora identificar los principales lineamientos del orden social prescripto en la poca. Inspirado en estas doctrinas, el accionar judicial ejerci una fuerte violencia simblica para modelar a los aborgenes en base a principios del derecho privado que otorgaban un dominio exclusivo al pater familiae sobre su grupo domstico a travs del matrimonio civil. Este parece haberse constituido en una condicin para el acceso a la tramitacin de los derechos que habilitaban la condicin de ciudadano y su ausencia fue motivo de disciplinamiento moral e intervencin judicial, especialmente en el caso de las mujeres. El matrimonio fue as un instrumento de homogeneizacin y violencia simblica sobre los aborgenes, a quienes no se reconoca formas tradicionales de unin. Esto generaba situaciones de intromisin judicial especialmente en el caso de la poligamia y libertad sexual, consideradas como formas de prostitucin. Otros dominios de la vida social tambin fueron intervenidos, como las pautas que regan entre los indgenas para la defensa del honor y la resolucin de conflictos que generaban agresiones y homicidios y que daban lugar a la intervencin de los jueces. El lugar de la justicia parece haber sido as el de intentar una integracin que implicaba disciplinar a los habitantes de los territorios y controlar la consolidacin de poderes regionales, lo cual implicaba frenar las ambicio-
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nes de gran parte de los sectores locales dominantes y el accionar de los comisarios que canalizaban los intereses en el comercio ganadero y el acaparamiento de tierras. Los jueces terciaron as entre los indgenas y los productores rurales y los comerciantes de ganados entre s. El poder judicial parece haber protegido los derechos indgenas frente a los abusos de estos sectores pero sin crear, en lo que a la definicin y sancin del delito se refiere, reglas o acciones de jurisprudencia diferentes para este grupo. En este sentido, la autora diferencia el accionar judicial del de otras figuras de autoridad respecto al modelo de integracin de los indgenas, ya que mientras los gobernadores utilizaron la fuerza, de acuerdo al modelo militar imperante luego de la conquista; los jueces intentaron hacer cumplir el principio de igualdad ante la ley. Sin embargo esta integracin implicaba concebir a los indios como argentinos, con similares derechos y obligaciones, lo cual llevaba a imponer un cambio cultural a travs del ejercicio de la violencia simblica. De esta manera, las categoras de bandolerismo, cuatrerismo y abigeato reflejan la inadecuacin y resistencia de estas poblaciones frente a las nuevas circunstancias dadas por la conquista blanca de estos territorios, en un contexto de desligitimacin de las instituciones indgenas. En este sentido, resulta interesante en el trabajo de Argeri la forma en que logra reconstruir la problemtica de la integracin de los indgenas en el orden del estado, apuntando a demostrar que la conflictividad y la resistencia indgena no fue nica ni unilateral en el contexto patagnico del cambio de siglo. Esta parece haber atravesado de varias maneras una sociedad en la que los intereses separaban el mbito local del nacional, pero tambin a distintos sectores poblacionales y a los diversos poderes del estado entre s. En este contexto la institucin judicial aparece como un espacio de intervencin estatal homogeneizador y contenedor de las diferencias bajo el principio de igualdad ante la ley, la pacificacin y el monopolio de la violencia. Una ley que desconocer las pautas organizacionales indgenas y que impondr, bajo violencia simblica, un modelo de ciudadana contra el que toda resistencia ser catalogada como rebelda o bandolerismo. En sntesis, esta laboriosa investigacin proporciona una nueva luz a la imagen que la historiografa tradicional ha brindado de la Patagonia y sus habitantes. Constituye un avance sobre el conocimiento de las prcticas cotidianas del estado en relacin a la poblacin indgena y sobre las maneras en que fueron integrados e invisibilizados en las representaciones de la sociedad nacional. Al privilegiar a la institucin judicial en el anlisis de las prcticas estatales este trabajo ha logrado profundizar en el ejercicio cotidiano del poder, sus intersticios y confrontaciones, as como en el papel modelante del sistema normativo sobre las poblaciones sujetas al proceso judicial. No obstante llama la atencin la ausencia, en el pormenorizado estado
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de la cuestin que nos presenta la autora, de una corriente de trabajos que mereceran entrar en dilogo con las perspectivas aqu sustentadas. Se trata de la extensa produccin que, al menos desde la ltima dcada, ha intentado tambin poblar este desierto temtico heredado de la historiografa tradicional, y que partiendo de la nocin de aboriginalidad, propuesta inicialmente por la antropologa australiana 2, ha puesto el acento en las prcticas mediante las cuales el estado ha llevado a cabo la construccin de la poblacin indgena, marcando y desmarcando selectivamente su otredad respecto de los referentes de identificacin de las comunidades nacionales 3. En este sentido, trabajos como el reseado constituyen un aporte significativo a intereses de investigacin compartidos tambin por otros investigadores, especialmente porque abren un camino hacia la diferenciacin de las prcticas y modalidades de tratamiento de la poblacin indgena desde diferentes instituciones del estado, enfatizan la importancia de los sistemas legales y normativos y su capacidad de penetracin en la organizacin domstica de las poblaciones, y destacan el peso de la accin homogeneizadora de las prcticas estatales, as como las orientaciones singulares que los lmites jurisdiccionales y organizaciones territoriales le han impreso a las marcaciones y desmarcaciones de la etnicidad indgena en nuestro pas. INGRID DE JONG *
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Jeremy Beckett Aboriginality and the Nation-State. A comparative Perspective, Ethnic Studies Working Group: 1-26, Institute of Latin American Studies, Austin, University of Texas, Fall Semester (1991). Entre ellos podemos citar los trabajos de Claudia Briones: La alteridad en el cuarto mundo. Una construccin antropolgica de la diferencia. Buenos Aires, Ediciones del Sol (1998); Cartografas Argentinas. Polticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad (ed.), Buenos Aires, Antropofagia (2005), de Walter Delro; Espacio e identidad: la expropiacin de la tribu Nahuelpn, en Dvilo, Beatriz et al. (coords.) Territorio, memoria y relato en la construccin de identidades colectivas: 138-148. Rosario: UNR Editora (2004); Memorias de expropiacin. Sometimiento e incorporacin indgena en la Patagonia (1872-1943), Buenos Aires, Editorial de la Universidad de Quilmes (2005), as como los Diana Lenton: La imagen en el discurso oficial sobre el indgena de pampa y Patagonia y sus variaciones a lo largo del proceso histrico de relacionamiento: 18801930. Tesis de Licenciatura. Departamento de Ciencias Antropolgicas, Universidad de Buenos Aires (1994); (con C. Briones) Debates parlamentarios y nacin. La construccin discursiva de la inclusin/exclusin del indgena. Actas de las Terceras Jornadas de Lingstica Aborigen: 303-318. Instituto de Lingstica, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires (1997). * Universidad de Buenos Aires. CONICET. E-mail: [email protected]
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NORMAS EDITORIALES E INFORMACION PARA LOS AUTORES Los manuscritos que se enven para su eventual publicacin, deben ser presentados en dos copias en papel y un diskette en algn programa compatible con Windows. Debern ser dirigidos al Comit Editorial en su versin definitiva, con nombres, direcciones y telfonos o direccin de correo electrnico de el/los autor/es. La Seccin Etnohistoria no ofrece retribucin monetaria por los manuscritos, ni servicios tales como tipeado, fotocopiado, diseo, cartografa, montaje de ilustraciones, los que quedan a cargo de el/los autor/es. Los manuscritos sern sometidos a una evaluacin acadmica que decidir si pueden ser aceptados sin modificaciones, si se sugieren modificaciones o si deben ser rechazados. Para ser enviados a evaluacin, debern cumplir con las siguientes normas editoriales: - Deben ser presentados escritos con interlineado 11/2 2 en todas sus secciones, en hojas numeradas de tamao A4. El ancho de la lnea, el tamao de las letras y los mrgenes, deben ser los stndares del procesador de textos que se utilice. No se fija a priori una cantidad estricta de pginas, puesto que el Comit Editorial evaluar cada manuscrito con el criterio de priorizar aquellos que presenten discusiones pormenorizadas de datos bsicos. - Orden de las secciones: 1) Ttulo en maysculas, centralizado, sin subrayar. 2) Autor/es, en el margen derecho, con llamada del tipo *, indicando lugar de trabajo y/o pertenencia institucional o acadmica. sta debe ser la primera de las notas. 3) Resumen de aproximadamente ciento cincuenta palabras. El Comit Editorial encargar a un profesional su traduccin al ingls, quedando a cargo de el/los autor/es el costo de la misma. 4) Texto, con subttulos primarios en el margen izquierdo, en maysculas sin subrayar; subttulos secundarios en el margen izquierdo, en minsculas y cursiva. Debe usarse teclado espaol o, en su defecto, escribir las letras con acento
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y la , en cdigo ASCII (ejemplo: = Alt + 160, = Alt = 130, etc.). Cada subttulo estar separado del texto anterior por triple interlineado y del que le sigue por interlineado doble. Cada prrafo debe ser iniciado con una sangra de 0.5. El margen derecho puede estar justificado o no, pero no deben separarse las palabras en slabas. La barra espaciadora debe usarse slo para separar palabras. Para tabular, usar la tecla correspondiente. La tecla Enter, Intro o Return slo debe usarse al finalizar un prrafo, cuando se utiliza punto y aparte. No usar subrayados, todo lo que aparezca as destacado ser transformado en cursiva. Se escribirn en cursiva las palabras en latn o en lenguas extranjeras, o frases que el autor crea necesario destacar. De todos modos, se aconseja no abusar de este recurso, como tampoco del encomillado y/o de las palabras en negrita. De usar comillas, deben ser del tipo , cdigo ASCII: Alt + 0147 () y Alt + 0148 (). Las tablas, cuadros, figuras y mapas no se incluirn en el texto, pero se indicar en cada caso su ubicacin en el mismo. Deben entregarse numerados segn el orden en que deban aparecer en el mismo, con sus ttulos y/o epgrafes presentados en hoja aparte. Para los epgrafes, se crear un archivo diferente en el diskette. Las figuras y mapas deben llevar escala, y estar confeccionados sobre papel vegetal u obra de buena calidad con tinta negra o impresos en laser. No deben exceder las medidas de caja de la publicacin (12 x 17 cm), y deben estar citados en el texto. No se aceptarn dibujos, croquis o mapas realizados en impresora de puntos. Las referencias bibliogrficas irn en el texto siguiendo el sistema autorao, ordenados por ao. Ejemplos: * (Rodrguez 1980) o (Rodrguez 1980, 1983) o (Rodrguez 1980a y 1980b, Fernndez 1991) o como Rodrguez (1980) sostiene, etc.. * Se citan hasta tres autores; si son ms de tres, se nombra al primer autor y se agrega et al. * Citas con pginas, figuras o tablas: (Rodrguez 1980: 13), (Rodrguez 1980: figura 3), (Rodrguez 1980: tabla 2), etc. Ntese que no se usa coma entre el nombre del autor y el ao. No usar las expresiones Op. cit. e Ibid. Las citas textuales de ms de tres lneas deben escribirse en prrafos sangrados a la izquierda en el equivalente a cinco espacios, y estarn separadas del resto del texto por doble interlineado antes y despus. No usar comillas ni puntos suspensivos al comienzo y al final de estos prrafos.
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Los nmeros de las notas aparecern en el texto entre parntesis y en negrita, para facilitar su identificacin, y antes del signo de puntuacin, si lo hubiere. No usar el modo notas (al final del texto o a pie de pgina) de los procesadores de texto. En cambio, abrir un archivo distinto para las mismas. Sin embargo, la forma final ser: la nota en nmero pequeo como sobrendice y el texto a pie de pgina. 5) Agradecimientos. 6) Notas, numeradas correlativamente, con los nmeros correspondientes pero sin parntesis. 7) Bibliografa. Todas las referencias citadas en el texto y en las notas deben aparecer en la lista bibliogrfica y viceversa. La lista bibliogrfica debe ser alfabtica, ordenada de acuerdo con el apellido del primer autor. Dos o ms trabajos del mismo autor, ordenados cronolgicamente. Trabajos del mismo ao, con el agregado de una letra minscula: a, b, c, etc. Se contemplar el siguiente orden: Autor/es Fecha. Ttulo. Publicacin volumen (nmero): pginas. Lugar, Editorial. Ntese: que va un punto despus del ao, que no hay coma entre el nombre de la publicacin y el nmero de volumen, que no se pone la abreviatura pp., que luego de las pginas hay otro punto, que se pone primero el lugar de edicin y, separado por una coma, el nombre de la editorial. No se encomillan los nombres de los artculos. Deben ir en cursiva los ttulos de los libros o los nombres de las publicaciones. Si el autor lo considera importante puede citar entre corchetes la fecha de la edicin original de la obra en cuestin, sobre todo en el caso de viajes y/o memorias, por ejemplo: Lista [1878] 1975. Ejemplo de lista bibliogrfica (obsrvense: autores, ENTER. Sangra de 5 puntos y todo el texto continuado hasta el prximo punto y aparte). Ottonello, Marta y Ana M. Lorandi 1987. 10.000 aos de Historia Argentina. Introduccin a la Arqueologa y Etnologa. Buenos Aires, EUDEBA.
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Presta, Ana M. 1988. Una hacienda tarijea en el siglo XVII: La Via de La Angostura. Historia y Cultura 14: 35-50. La Paz, Sociedad Boliviana de la Historia. 1990. Hacienda y comunidad. Un estudio en la provincia de Pilaya y Paspaya, siglos XVI-XVII. Andes 1: 31-45. Salta, Univ. Nacional de Salta. Tedlock, Dennis 1991. Preguntas concernientes a la antropologa dialgica. En Reynoso, Carlos (comp.); El surgimiento de la antropologa posmoderna: 275-288. Mxico, Gedisa. Se solicita a los autores que acepten el principio de autorizar correcciones estilsticas que faciliten la lectura de los artculos sin alterar su contenido. En estos casos, sern debidamente informados.
El Comit Editorial
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Se termin de imprimir en el mes de julio de 2006 en Altuna Impresores, Doblas 1968, Buenos Aires, Argentina. [email protected]