Chamosa - Populismo - Crítica Utilidad Concepto Peyorativo

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Nuevo Mundo Mundos Nuevos

Nouveaux mondes mondes nouveaux - Novo Mundo


Mundos Novos - New world New worlds
Coloquios | 2013

Populismo: crítica a la utilidad de un concepto


peyorativo
Oscar Chamosa

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/nuevomundo/64836
DOI: 10.4000/nuevomundo.64836
ISSN: 1626-0252

Editor
Mondes Américains

Referencia electrónica
Oscar Chamosa, « Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo », Nuevo Mundo Mundos
Nuevos [En línea], Coloquios, Puesto en línea el 10 febrero 2013, consultado el 20 junio 2019. URL :
http://journals.openedition.org/nuevomundo/64836 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.64836

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 1

Populismo: crítica a la utilidad de un


concepto peyorativo
Oscar Chamosa

1 Si alguien hiciera circular una petición para abolir el uso del término ‘populismo’ yo sería
el primero en firmar. Aun siendo consciente que tal movimiento abolicionista estaría
condenado al fracaso, creo que un término usado para aludir a Eva Perón, Margaret
Thatcher, Evo Morales, Silvio Berlusconi, Lázaro Cárdenas, y Marine Le Pen, entre otros,
no merece otro destino que el cesto de papeles. Hasta ahora, y desde la década del
setenta, historiadores y cientistas sociales han confrontado la vaguedad conceptual del
término tratando de delimitar los aspectos típicos del populismo, suponiendo que así se
ganaría en rigor prescriptivo.1 Los autores tienden a coincidir en señalar algunos aspectos
comunes de este fenómeno tales como vaguedad ideológica, coaliciones de clase rural/
urbana, electoralismo no parlamentario, personalismo/ liderazgo carismático,
autoritarismo, correspondencia con períodos de modernización e industrialización,
apelación al pueblo como categoría indefinida, y nacionalismo, entre otras. Sería muy
optimista decir que esos esfuerzos fueron fructíferos: por cada descriptor ideal-típico
pueden contarse otras tantas excepciones y contradicciones.2 El cuadro se complicó aún
más cuando Stuart Hall añadió el thatcherismo, definido como populismo autoritario,
como un miembro más de la amplia familia populista.3 De allí pasamos al neo-populismo,
mezcla de populismo autoritario con neoliberalismo, donde la redistribución del ingreso,
la defensa del pueblo y de la nación, características ideales del populismo clásico, no
tenían cabida. Pero a pesar de todos sus defectos conceptuales, señala Alan Knight, el
populismo, tanto como categoría analítica y como fenómeno, se rehúsa a desparecer. 4 El
hecho que aquí estamos hablando de populismo parece convalidar la posición de Knight.
Yo pido encarecidamente a mis colegas que lo hagamos desaparecer de los textos de
historia latinoamericana, no tanto por los problemas conceptuales que trae aparejado
sino porque en el uso generalizado “populismo” es un término fuertemente cargado de
prejuicios contra todo lo que se aparta de la racionalidad burguesa global.
2 Este es el problema con la solución propuesta por Knight de evitar las definiciones
prescriptivas y aceptar la acepción usual de populismo. Apelando al sentido común de los

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 2

historiadores, Knight afirma que por más frustrante que sean las definiciones académicas
de populismo es mejor aceptar el término tal como es.5 Yo no estoy convencido. La
aplicación descriptiva de la acepción usual de populismo por parte de los historiadores
significa renunciar al poco margen de autonomía que nos queda en el debate público.
Pero tampoco estoy de acuerdo con continuar buscando la fórmula perfecta para definir
al populismo, nadie le prestará atención de todos modos. Hoy por hoy, quienes controlan
la definición usual de populismo son las publicaciones como The Economist, el Wall Street
Journal o el Financial Times.6 En este estado de cosas, seguir refinando el concepto de
populismo como categoría es una tarea improductiva, lo que debemos hacer, en cambio,
es eliminar el término populismo de nuestro vocabulario, o de lo contrario allanarnos a
aceptar como propia los dictados de la prensa neoliberal.
3 El mayor problema no es la vaguedad del término sino su carácter negativo. En su
acepción usual populismo es lo que un gobierno no debe ser o hacer. De la forma en que el
término aparece en los medios masivos en Estados Unidos y Europa (y por reflejo en
América Latina), populismo es un síndrome político provocado por la inmadurez de
líderes y seguidores a la vez. El populismo puede ser de derecha o de izquierda, incluso de
centro, pero siempre es irracional. Aspectos típicos tales como demagogia, liderazgo
carismático, xenofobia, clientelismo, personalismo, re-distribucionismo, sensacionalismo
y nacionalismo son diferentes expresiones de irracionalidad política. Sea explotando los
prejuicios del electorado (en el caso del de derechas) o quebrando el erario en nombre de
la justicia distributiva (en el caso del de izquierdas), o vituperando a la oposición y
arrogándose la representación substantiva del pueblo (en todos los casos) el populismo
siempre aparece reñido con la lógica cartesiana que supuestamente debería reinar en la
administración de los asuntos públicos. Incluso los medios liberales de más prestigio en el
centro geográfico del capitalismo (tales como el New York Times, The Guardian, Le Monde,
Der Spiegel) tienden a usar el término con el mismo énfasis que lo hacen The Economist y
The Wall Street Journal. Tanto medios conservadores como liberales caratulan como
populistas a aquellos líderes o movimientos que aspiran a una rápida redistribución del
ingreso sin importarle la estabilidad macroeconómica. El acento está puesto en la falta de
responsabilidad fiscal y de planificación, lo que pone en evidencia el carácter irracional
del populismo, así como de las naciones que lo adoptan como modelo. De alguna manera,
esta versión de populismo es la del economista británico Peter Wiles quien en 1967
definió el populismo como un síndrome antes que un programa.7
4 Es cierto que estos medios a veces tratan al populismo como forma de hacer política, es
decir ‘un estilo’, irrespectivo de los contenidos económicos. Por ejemplo, los líderes
propensos a las bufonadas y el sensacionalismo mediático (es decir Menem y Berlusconi)
tienden a ser caracterizados como populistas, sin importar el modelo económico que
éstos avalan. También se le pone carátula de populista a aquellos líderes que explotan los
sentimientos xenofóbicos y chauvinistas, tales como los Le Pen en Francia. Pero en última
instancia, cuando los medios utilizan el término populista como descriptor universal (por
ejemplo cuando señalan que alguien implementó un ‘programa populista’) estos hacen
referencia específicamente a los intentos de forzar una redistribución del ingreso desde el
Estado.
5 Por lo tanto definir a los movimientos predominantes en la política latinoamericana de
mediados de siglo XX como populistas significa admitir que estos fueron formas
contrahechas, degradadas por la demagogia de sus líderes, la inmadurez de sus
seguidores, y la irracionalidad de sus políticas. Ciertamente así lo pensaron muchos de sus

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contemporáneos aún sin llamarles populistas. Pero es imposible no entrever en la


denigración que acarrea ese dicterio el prejuicio histórico que observadores
norteamericanos y europeos, así como miembros de las inteligencias nacionales, han
expresado consistentemente hacia la cultura política latinoamericana. El populismo
latinoamericano aparece consistentemente como expresión de inmadurez cívica e
institucional explicado pseudo-psicológicamente como resultado de la tendencia infantil
por la satisfacción inmediata de las pasiones. Un buen ejemplo es la reciente
nacionalización de YPF, recibida por la prensa mundial como un acto a la vez
eminentemente populista y profundamente estúpido.8 Si como historiadores participando
en una discusión pública utilizamos el término populista no importa nuestra intención, el
público va a entenderlo de la manera en que ha sido acostumbrado por los medios.
6 Repasando la historia del uso de la etiqueta populista, es notable constatar que esta no fue
usada en referencia a los regímenes latinoamericanos sino hasta que mucho más tarde.
Durante los años que van desde la asunción de Cárdenas a la destitución de Perón, los
gobiernos latinoamericanos en cuestión recibieron todo tipo de adjetivos, mayormente
descalificativos, pero no el de populistas. Esto se debe a que al menos hasta mediados de
los años cincuenta el término populista, si bien podía tener connotación negativa, no
había aún adquirido la portabilidad que padece hoy en día. En la literatura marxista el
término populista se utilizaba exclusivamente en referencia al narodismo, movimiento
social ruso de fines del siglo XIX, mientras que en la literatura liberal anglosajona era una
referencia al People’s Party del Medio Oeste norteamericano, del mismo período. 9 En el New
York Times, por ejemplo, el uso del término populista raramente se destinaba a casos
latinoamericanos.10 Lo que sí puede observarse tanto en los textos marxistas como en los
liberales es la tendencia a acusar a los regímenes luego llamados populistas como
tendientes a explotar la irracionalidad de las masas, noción que se transmitirá luego al
término populista .
7 Comenzando por el marxismo, la acepción original del término populista difiere en
muchos aspectos de la versión actual. En la terminología marxista de mitad del siglo XX,
‘populismo’ aparece como traducción en lenguas occidentales del ruso narodnik en
referencia al movimiento Narodnik Volya (Voluntad Popular). Este movimiento
revolucionario ruso de fines del siglo XIX defendía una democracia social basada en
beneficio de los pequeños productores rurales y artesanales oponiéndose al mismo
tiempo a la oligarquía zarista y a los principios marxistas. Justamente fue en la polémica
suscitada entre narodistas y marxistas rusos, que el joven Lenin puso en manifiesto su
extraordinario talento intelectual. En una serie de textos publicados en 1894, Lenin
expuso las contradicciones internas del discurso narodista con lógica impecable,
aplicándole adjetivos como tales ‘subjetivistas’ ‘superficiales’ ‘románticos’ ‘embelezados’
‘inmaduros’ y otros similares que ponen en relieve la irracionalidad de los enunciados de
estos supuestos ‘amigos del pueblo’.11 Lenin anticipó en su condena al narodismo los
juicios de valor que en el futuro se destinarían a las experiencias políticas caratuladas
similarmente de populismo.
8 A pesar de la connotación negativa que el término populismo adquirió gracias a Lenin, los
autores marxistas europeos se abstuvieron de aplicarlo en forma indiscriminada. Luego
del triunfo bolchevique, el populismo se convirtió en un sujeto de especulación histórica
antes que un problema político presente. A lo largo de los años veinte y comienzo de los
treinta, los líderes marxistas europeos concentraron su crítica en sus dos enemigos
presentes, la social democracia y el fascismo, pero a ninguno de ellos les endilgó el mote

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de populista.12 Es llamativo que en su etapa inicial, cuando los fascismos italiano y alemán
mostraban tanta similitud con lo que hoy se entiende como populismo, los autores
marxistas no se les ocurrió establecer esa conexión. En cambio, en Antonio Gramsci,
Palmiro Togliatti, y August Thalheimer uno encontrará términos como ‘militarismo’
‘bonapartismo’ ‘cesarismo’ que tenían un peso propio en la tradición discursiva marxista.
13
Ciertamente, lo que estos líderes entendían por populismo, es decir el narodismo, era
un ‘desviacionismo’ una apreciación errónea del camino hacia la revolución, mientras que
el fascismo era algo infinitamente peor: un arma brutal de opresión de la burguesía, tal
como lo señala la resolución del Quinto Congreso del Comintern.14 Líderes como Togliatti
terminaron revisando sus apreciaciones iniciales del fascismo, pero cuanto más fino se
hizo el análisis más lejos estuvo de colocarle desaprensivamente el título de populismo. 15
9 Los marxistas latinoamericanos del período 1920-1940, especialmente los alineados con el
Comintern, también ejercieron cierta cautela a la hora de asignar motes políticos. La tarea
se complicaba por la necesidad de discernir quiénes podían ser sus aliados en el complejo
cuadro de fuerzas antiimperialistas, nacionalistas, y reformistas y de responder a las
vacilaciones y oscilaciones del Comintern.16 Uno de los problemas más debatidos fue la
posición del APRA de Haya de la Torre, movimiento que se auto-asignaba objetivos
revolucionarios y antimperialistas y que es muchas veces señalado como el precursor del
populismo latinoamericano.17 Como es sabido Juan Carlos Mariátegui dedicó una buena
parte de sus últimos años de vida a sentar sus diferencias doctrinarias con Haya de la
Torre.18 Sin embargo fue un cubano, el malogrado Julio Antonio Mella, quien en 1928
bautizó al aún tentativo APRA como ‘un populismo americano.’19 Llamando al APRA una
‘caricatura tropical del populismo’ Mella enfatiza las similitudes entre el narodismo y el
movimiento liderado por Haya de la Torre.20 Para Mella no es casual que ambos
movimientos utilicen el término ‘popular’ pues lo hacen para negar la centralidad del
proletariado en la revolución. El APRA, por otro lado, idealiza el ‘comunismo primitivo’ de
la comunidad campesina indígena del mismo modo que los narodistas romantizaban el
mir ruso. Tal como Lenin había hecho con los narodistas, Mella menosprecia al aprismo
como un utopismo reaccionario, ingenuo, y anticientífico. Es posible que ésta haya sido la
primera vez que se usó el término populista para definir a un movimiento o líder
latinoamericano; la segunda vez fue contra Mariátegui.
10 Mariátegui sin duda aprobaba la crítica de Mella a sus adversarios (al punto que fue
republicada en Amauta) pero no llegó a acusarlos de populistas. Como Mella, Mariátegui
también veía en el APRA una suerte de secta liderada por un caudillo oportunista y
charlatán.21 En cuanto al criticismo sobre el populismo agrarista, la posición de
Mariátegui era más compleja. Aunque rechazaba la idealización del ayllu como lo hacía
Luis Valcárcel, Mariátegui consideraba que el comunismo primitivo andino como un
punto de partida para un Perú socialista.22 Mariátegui también definía al proletariado
peruano como constituido por los campesinos indígenas, lo que convertía a estos en
principales agentes de la revolución. Por estas proposiciones, en 1941, Vladimir
Mirshevski, consejero sobre asuntos latinoamericanos del Comintern, se expidió en
contra del pensamiento de Mariátegui acusándolo como desviacionismo populista. 23 Las
acusaciones de Mello sobre Haya de la Torre y de Mirshevski sobre Mariátegui
constituyen casos bastante aislados pero ejemplifican cómo ciertos marxistas
continuaban pensando el populismo desde la experiencia rusa y usando el término para
deslindar el campo de alianzas anticapitalistas.

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11 En este paradigma no entraban entonces los movimientos que luego serían llamados
populistas, salvo por el Haya de la Torre inicial. En los años treinta y cuarenta, frente al
desafío cognitivo que representaba el cardenismo, el varguismo y el peronismo, los
pensadores marxistas de los respectivos países apelaron al vocabulario circulante en
Europa (bonapartismo, cesarismo, reformismo pequeño-burgués) para describir estos
regímenes políticos. El término populismo, sin embargo, no parece haber sido de mucha
utilidad. Un caso complejo fue el de México, donde el PC y un cuadro atiborrado de
marxistas de las más diversas tendencias y orígenes nacionales se debatía entre la
cooperación y el antagonismo con un gobierno emergido la revolución (que a su vez
alternaba represión y acomodación en su relación con la izquierda).24 Algunos líderes de
izquierda como Vicente Lombardo Toledano veían en el gobierno post revolucionario
aspectos positivos y aceptaban colaborar, especialmente durante el sexenio cardenista. 25
Pero la tendencia del marxismo mexicano era de ver al PRM de Cárdenas como un remedo
del viejo despotismo caudillista que inescrupulosamente manipulaba a obreros y
campesinos con concesiones limitadas y últimamente reaccionarias.26 En el Brasil de
Getúlio Vargas el panorama era más claro. Para Luis Carlos Prestes, el Estado Novo era
una dictadura fascista y todas las fuerzas que quisieran sumarse a su Alianza Nacional
Libertadora para luchar contra el imperialismo, el feudalismo y el fascismo eran
bienvenidas.27 El peronismo, sin embargo, creaba problemas de definición más difíciles de
afrontar.
12 En 1945, los marxistas argentinos no dudaban de calificar a Perón de fascista, y aún de
formar parte de una suerte de ‘frente popular’ contra esta amenaza aliándose con todos
sus enemigos de la víspera. Vittorio Codovilla, un comunista argentino que había actuado
como delegado del Comintern en México durante el período cardenista, llamaba a
combatir al ‘nazi-peronismo’ y se lamentaba que los conservadores no se unieran en la
Unión Democrática.28 A medida que el Peronismo iba avanzando y consolidando su
posición entre las clases trabajadoras, Codovilla dejó a un lado el latiguillo ‘nazi-
peronista’ pero continuaba refiriéndose a Perón como un demagogo que manipulaba
descaradamente a los trabajadores. Más allá de la etiqueta que le pusiera, Codovilla
encontraba en la doctrina justicialista, una mezcla risible de doctrinas políticas y
filosóficas no solo variadas sino mutuamente contradictorias. 29 En este punto, Codovilla
anticipa lo que iba a convertirse uno de los descriptores más repetidos del concepto de
populismo, la ambigüedad e inconsistencia ideológica. Por su parte, Silvio Frondizi veía
en la emergencia de Perón no tanto una falla de la clase trabajadora, sino de debilidad de
la burguesía nacional que no había sabido monopolizar al Estado a favor de sus intereses.
30
Esa debilidad permitió el surgimiento de un bonapartismo que generaba una forma de
conciencia colectiva en la clase trabajadora al mismo tiempo que defendía los intereses de
la burguesía. Jorge Abelardo Ramos coincidía en esta apreciación así como en endilgar al
peronismo el mote de bonapartismo. De México a Argentina, los distintos pensadores
marxistas evitaron a hablar de populismo en referencia a los regímenes dominantes entre
los treinta y los cincuenta, y no porque no conocieran el término, sino porque en
terminología marxista simplemente no tenía sentido hacerlo.
13 ¿De dónde surgió entonces hablar de ‘populismo’ para encapsular el cardenismo, el
varguismo y el peronismo? No es fácil definir cuándo se adoptó esa acepción, pero no hay
muchas referencias antes del período 1964-67 durante el auge de la teoría de la
modernización, el funcionalismo conductista y la escuela sociológica de São Paulo. En
Brasil, el término populista en referencia al varguismo aparece por primera vez como

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concepto organizador en 1968 en el trabajo del sociólogo paulista Octavio Ianni. 31 Ianni
habla de un patrón de ‘democracia populista’ inaugurado por Vargas y concluido con el
golpe de 1964 que corresponde cronológica y funcionalmente con el período de
industrialización de Brasil.32 Ianni no se detiene en una definición prescriptiva de
populismo, quizás asumiendo que esta era una categoría inequívoca entre sus
interlocutores. En realidad, de la manera que Ianni emplea el término, populismo aparece
claramente asociado con ‘política de masas’ un concepto recurrente entre los trabajos de
cientistas sociales norteamericanos y latinoamericanos de los sesenta. Ianni, a diferencia
del marxismo combativo del período del Estado Novo, no considera los beneficios sociales
y laborales implementados por Vargas como mera demagogia sino como una función
necesaria para el desarrollo industrial brasilero. Si la política de masas no era conducente
a la autonomía del proletariado tampoco era un sistema de opresión enmascarado. Antes
bien, era un mecanismo que permitía negociar las demandas sectoriales en medio de las
convulsiones propias de todo proceso de industrialización. El modelo getuliano, como lo
denomina Ianni, era empírico y coyuntural, dependiente de alianzas de clase transitorias
y carente de formulación sistemática y globalizadora.33 Estas limitaciones no eran
producto de la irracionalidad, sino de la funcionalidad del populismo en un periodo
histórico concreto. Eventualmente, la transnacionalización de la industria alentada por
Kubitschek tornó al modelo getuliano en contraproducente a los intereses de los sectores
dominantes emergidos del propio modelo.
14 Pero si la democracia populista fue funcional al desarrollo industrial, para las clases
trabajadoras terminó siendo un lastre que hundió la posibilidad de establecer políticas
autónomas. Ianni acusa aquí a la misma izquierda por quedar prendida a la dinámica del
modelo getuliano, a pesar de criticarlo como reformismo medioburgués.34 Por su parte los
trabajadores adquirieron “conciencia de masa” antes que “conciencia de clase.” Con ello
Ianni explicaba que si con el varguismo los trabajadores llegaron a tomar conciencia de su
condición y actuaron en conjunto lo hicieron persiguiendo el objetivo reaccionario de
lograr movilidad social dentro del capitalismo industrial.35 A pesar que el análisis de Ianni
servía como llamada de atención a la izquierda revolucionaria, su estructuralismo era
parcialmente marxista y parcialmente funcionalista. Al alejar el término populismo de su
sentido marxista originario (narodismo) y equipararlo con la noción de ‘política de masas’
Ianni estaba incorporando una terminología propia de la conductismo funcionalista en el
que se basaba la teoría de la modernización.
15 Esta escuela, donde se destacaba el ítalo-argentino Gino Germani, el concepto de
populismo tardó en aparecer pero su interpretación del peronismo contenía desde
temprano la asociación entre populismo e irracionalidad que hoy predomina en el uso
habitual del término. Germani no utilizó el término populista hasta su obra póstuma
Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, que descansaba en su clásico Política y sociedad
en una época de transición.36 En sus últimos trabajos Germani concede un papel al
pragmatismo de la clase trabajadora al votar a Perón, pero sus primeros enunciados
acerca de la apropiación de la masa disponible de inmigrantes internos, ergo trabajadores
desarticulados, continuó siendo la noción con que se siguió identificando a Germani sea
para atacarlo como para defenderlo.37 En la hipótesis de la ‘masa disponible’, el germen de
los movimientos populistas reside en el desajuste psicológico individual y colectivo que
caracteriza la ruptura de las comunidades locales tradicionales provocadas por la
industrialización, la inmigración interna y la movilidad social. 38

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16 En esto, el primer Germani parecía seguir con bastante fidelidad la metodología de la


escuela de la modernización. La idea de ‘sociedad de masas’ albergaba postulados
conductistas tales como de efectos psicológicos de ruptura y transición y expectativas
insatisfechas, ejemplificados en el trabajo de Oscar Lewis sobre los inmigrantes internos
mejicanos.39 Esas nociones habían crecido en la sociología norteamericana de postguerra
como formas de explicar tanto la experiencia fascista como la efervescencia política que
se estaba experimentando en la periferia en el contexto de la guerra fría. David Apter, por
ejemplo, utiliza el término populista en forma similar a Germani, como emergente
político de la modernización en los países postcoloniales.40 El término populista aparece
correlacionado con ‘sociedad de masas’ en autores conductistas como William
Kornhauser, quien se apoya para el caso sudamericano en los trabajos de Germani. 41 En
este autor la connotación de populismo es negativa, adosándole la aversión al fenómeno
de las masas que el mismo reconoce procede del sociólogo francés de fin de siglo XIX
Gustavo Le Bon.42 No es difícil ver una circulación de las nociones de populismo entre los
conductistas norteamericanos, el grupo de São Paulo, y los funcionalistas argentinos.
Cada uno desde su agenda, descentraron el término populista de sus acepciones históricas
(el narodismo ruso y el ruralismo norteamericano) y como por mecanismo de asociación
terminó siendo aplicado a varios tipos de regímenes y movimientos, entre ellos el
peronismo y el varguismo.
17 A mediados de los años setenta el término populista ya era moneda corriente en el
lenguaje académico, aunque no aun en los medios. La connotación de irracionalidad no
estaba aun completamente desarrollada pero nociones provenientes de la literatura de
‘sociedad de masas’ ya establecían un nexo entre populismo y accionar colectivo anormal.
La mayoría de los autores se lamentaban de la debilidad epistemológica del término pero
no se decidían a abandonarlo. Por alguna razón les servía como atajo para poder embolsar
una serie de fenómenos que no encajaba con la historia política de Europa y los EEUU.
18 Esto lo observó Laclau, y decidió que si nadie había acertado en definir el populismo como
categoría prescriptiva y descriptiva era débil ,porque hasta entonces (mediados de los
setenta) todos los intentos no habían pasado de formulaciones ideal-típicas. 43 Laclau
prefirió rescatar el término y convertirlo en una categoría analítica universal. Para ello
propone hacer abstracción de los contenidos del populismo, sobre todo de los enunciados
doctrinarios o ideológicos, y enfocarse en los mecanismos lógicos de operación. Para
Laclau el populismo es un modelo de acción política irrespectivo de la ideología o las
doctrinas económicas que postule, que se observa más fácilmente en momentos de
transición o de disolución de un régimen establecido. En su postulado más general, el
populismo es una instancia en que se conjugan la equivalencia de diversas demandas
sociales y la diferenciación interna entre pueblo y no-pueblo. El modelo populista se
activa cuando varias demandas sociales y/o políticas individuales se agrupan como
equivalentes haciendo frente a un factor de poder común.44 El grupo, que puede ser una
clase social o varias, no solo plantea esas demandas en forma colectiva sino que a su vez
se auto-designa como el pueblo verdadero en oposición a la elite asociada con el poder. La
formación de esta frontera interna en la sociedad y la construcción de demandas como
equivalentes y colectivas es lo que define populismo.
19 Laclau considera al proletariado en transición, la masa disponible, mucho menos
reaccionario que lo presentaban los trabajos de los años sesenta. El campesino convertido
en proletario urbano puede retraerse a sus tradiciones rurales como reacción a las
múltiples arbitrariedades a que es sometido en su nuevo medio. En palabras de Laclau,

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esas tradiciones son “la materia prima que la práctica ideológica del inmigrante
transforma en un orden capaz de expresar nuevos antagonismos.”45 Aunque la palabra
‘orden’ en esa oración no está bien definida, está claro que el agente activo para Laclau es
el mismo inmigrante como actor colectivo, no una fuerza externa que busca manipularlo.
Más aún, esa ideología emergente no es solo autónoma sino también revolucionaria:
partiendo del tradicionalismo rural se convierte en alternativa el régimen capitalista que
domina las relaciones de producción el ambiente urbano. En tal sentido esta ideología
populista no sería menos moderna, y por ende menos racional que las prácticas políticas y
sindicales del antiguo proletariado urbano.
20 El modelo de Laclau parece funcionar bien para explicar por qué y de qué manera grupos
humanos originariamente articulados por un mecanismo de equiparación de demandas
pueden llegar a migrar ideológicamente sin perder la identidad colectiva. Un ejemplo es
el de los trabajadores blancos en Estados Unidos que pasaron de una posición
redistributivista en el período del New Deal a una conservadora, a partir de 1968, sin dejar
de ser populistas. Un ejemplo similar es el de los antiguos votantes del partido comunista
en Francia convertidos al Frente Nacional de Le Pen. El populismo funciona en esos casos
como una toma de posición frente al Estado de bienestar que renunció a su capacidad de
formación de fronteras identitarias. Justamente, el análisis de Laclau del Estado de
bienestar es uno de los puntos fuertes de su argumento. Aunque el establishment
neoliberal lo considera como epítome de populismo, para Laclau el Estado de bienestar es
su exacto opuesto. El Estado de bienestar tiende a burocratizar las demandas colectivas,
individualizándolas y seccionando al pueblo en distintas categorías de beneficiarios de
planes de asistencia y desarrollo.46 Laclau llama a este fenómeno ‘romper el régimen de
equivalencias’ entre las distintas demandas populares.47 En general la tecnocracia, sea de
derecha o de izquierda, es el contraejemplo más claro del populismo. Siguiendo esa lógica,
el populismo latinoamericano ‘clásico’ no habría entonces construido un Estado de
bienestar sino una instancia en la cual el pueblo se constituía a sí mismo, utilizando al
Estado como medio de redistribución del ingreso.48 Este distribucionismo puede o no ser
sostenible desde el punto de vista macroeconómico, pero tampoco se puede achacar a
problemas de inmadurez colectiva.
21 Como modelo analítico, el populismo de Laclau es pues enteramente lógico, al menos
dialécticamente lógico, y a pesar que ha sido criticado por todos los flancos, tal como
ocurre con el término populismo propiamente dicho, es una formulación difícil de
ignorar.49 Por otro lado, este modelo analítico guarda muy poca relación con el uso
público del término populismo. Por más que Laclau se deshaga en explicar la racionalidad
del populismo los editoriales de los medios de comunicación seguirán arrojando el epíteto
susodicho como dardos destinados a toda política económica que se desvíe del
monetarismo doctrinario.50 Por otro lado, en Laclau siguen existiendo diferentes tipos de
populismo, no solo el de derechas o izquierda, sino también, el rural, el obrerista, el
estatista, el burgués-nacionalista, el latinoamericano, el neoliberal, el este-europeo, y así
sucesivamente – en realidad pocos ejemplos históricos quedan fuera del universo
populista. En definitiva Laclau termina por construir sus propias taxonomías, las que
aunque suenen más lógicas que otras similares, no son por eso menos arbitrarias.
22 Si el proyecto de Laclau de civilizar al populismo tiende a sumar descontentos de
izquierda y de derecha, también lo hace de arriba abajo – mejor dicho de hanan a hurin (o
urco y uma) – es decir desde una posición subalterna/ post-colonial. 51 En su introducción a
la primera traducción inglesa de El pensamiento popular e indígena en América, del filósofo

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argentino Rodolfo Kush, Walter Mignolo localiza el trabajo de Laclau geográfica y


temporalmente en la modernidad Europea.52 Para Mignolo, Laclau piensa el populismo
desde afuera y desde arriba, lo que queda en evidencia con la pretensión universalista de
su modelo. Como post-colonialista, Mignolo enfatiza la historicidad y localidad de los
actores colectivos subalternos en vez de conceptualizarlos como enunciados. Laclau
podría defenderse apuntando a que su uso del término ‘interpelación democrática’
reconoce la existencia de una pluralidad de enunciantes que se constituyen mutuamente,
pero Mignolo diría que esa aritmética ignora la realidad colonial que hace imposible toda
equivalencia entre sujetos. Mignolo es muy perspicaz al colocar a Kush y Laclau como
polos opuestos en la conceptualización del populismo/régimen popular. Ambos
publicaron sus trabajos más influyentes a mediados de los años setenta, en vista de la
debacle de los proyectos nacionales y populares y el ascenso de las dictaduras
neoliberales. Mientras que el joven Laclau se refugió en un marxismo post-estructuralista,
el último Kush se refugió en un existencialismo indigenista conectado con el andeanismo
de Fausto Reinaga.53
23 Parafraseando a Heidegger, Kush decía que el pueblo no ‘es’ sino que ‘meramente está’. 54
Mientras que el enunciado del ser se asienta en una matriz cartesiana, es decir afirmación
del individualidad como principio absoluto, el ‘estar’ captura el efecto de la colonización,
que, por acción u omisión, deja a su paso grupos humanos sedimentarios. Estos tienden a
definirse por la negativa (los no ciudadanos, los no blancos, los sin techo, los de bajos
recursos) al mismo tiempo evitan el tipo de definición objetiva que una conciencia de
clase de tipo marxista requeriría. Su identificación positiva yace en la permanencia física
en el territorio ancestral o comunal. Para Kush esta filosofía del mero estar es
característica de todo el pueblo latinoamericano sea indígena o mestizo, urbano o rural y
se expresa en conocimientos y rituales que la burguesía blanca o europeizante desprecia o
en el mejor de los casos folcloriza sin llegar a comprenderlos. El genio del peronismo,
para Kush, radica en haber capturado intuitivamente el sentido de mero estar del pueblo
criollo centrando su poder en la relación emocional entre pueblo y líder. 55 Kush no diría
que el peronismo fue irracional, pero si que se situó fuera de la racionalidad burguesa,
individualista y occidental, abrazando una lógica que sin ser necesariamente andina,
reflejaba la compenetración del pensamiento indígena en el sustrato mestizo de la
población argentina.
24 Quienes se posicionen dentro del campo post-colonialista pueden encontrar en Kush un
antecedente en su búsqueda de un aparato conceptual descolonizado. Estos aceptarán que
el pueblo existe como enunciante y enunciado, sujeto de un proceso histórico definido
por la ocupación colonial del territorio ancestral. Lo popular es por tanto una
precondición a los momentos recurrentes de equiparación de demandas, un campo en el
que aliados eventuales entran y salen de acuerdo a sus intereses coyunturales, pero donde
el pueblo permanece como sustrato. Sin duda hay algo de esencialismo en esta concepción
de pueblo que recuerda al concepto romántico de Volk. La similitud no es gratuita, el
anticolonialismo de Kush, como el romanticismo alemán, planteaban que en el
conocimiento popular estaba la clave para enfrentar la racionalidad burguesa, claro que
lo hacían por razones diferentes. Los románticos alemanes eran ante todo aristócratas
que enfrentaban el fin de sus derechos consuetudinarios. Los movimientos sociales
latinoamericanos que surgieron en los últimos 25 años claramente no entran en la misma
categoría que los junkers prusianos. Justamente en los diversos movimientos sociales
latinoamericanos que emergieron desde la década del ochenta y se potenciaron en la

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 10

resistencia contra el neoliberalismo puede observarse claramente la persistencia de esa


noción irreductible de pueblo que Kush estaba tratando de articular.
25 Esto nos lleva al problema de identificación política. Los movimientos y líderes que
nosotros, los académicos y periodistas, llamamos populistas nunca se llaman como tal,
antes se identifican como populares por personificar o abrazar la causa del pueblo.
Imaginemos a un movimiento ambientalista que unifica a parte clases medias urbanas y
pobladores rurales en lucha contra la gran minería, caso claro de equiparación de
demandas. Si uno de nosotros les dijera: - gente, lo que ustedes están haciendo es
populismo-, es muy probable que se sientan ofendidos aun cuando pusiéramos en claro
que se está usando el término en sentido laclauniano. No importa cuánto nos molestemos
en pulir el concepto, la connotación peyorativa es imposible de borrar. Populismo
pertenece a un conjunto de etiquetas que si bien son ampliamente usadas en la academia
y el periodismo nunca son adoptadas por los actores que nosotros identificamos como
tales. En otras palabras nadie se llama a sí mismo populista.
26 En principio no debería importar que un grupo se llame a sí mismo populista o no
mientras sus propuestas políticas lo fueran. Al fin de cuenta tampoco nadie se denomina
ni se llama a sí mismo ‘elitista’ a pesar de abrigar opiniones que justifican la exclusión
social. Pero populismo, especialmente de la forma que este nombre se utiliza en relación a
los gobiernos de Cárdenas, Vargas y Perón, no es el exacto opuesto a ‘elitista’. Por el
contrario, populismo en su acepción general es equiparable a términos tales como
liberalismo, socialismo, fascismo y comunismo, en el sentido que es una categoría
universal aplicable tanto a la ideología como a la praxis de movimientos sociales y
políticos. Pero mientras que estos ismos correspondían a campos ideológicos y
tradiciones políticas bien definidos, no se puede decir lo mismo del populismo (de allí que
los taxónomos hablen de indefinición o vaguedad ideológica). Curiosamente, a mediados
de siglo XX, en América Latina había un número suficiente de individuos que se
reconocerían a sí mismos como adherentes a algunos de esos grupos ideológico-políticos,
mientras que nadie, se llamaba a sí mismo populista. En cambio getulistas, cardenistas y
peronistas se llamaban a sí mismos con términos tales como ‘agrarista’, ‘revolucionista’,
‘laborista’ (o travalhista) y ‘justicialista.’ Estos términos no alcanzaron un nivel de
universalidad: llamar ‘justicialista’ a Cárdenas o Vargas sería un despropósito. Pero
buscar otras etiquetas que además de aplicarse a la historia latinoamericana puedan
utilizarse en casos similares en otros lugares del mundo y en diferentes períodos, no es
menos arbitrario. Eso es lo que se ha hecho con el mote populismo.
27 Sin duda que los estudios sociológicos de mediados de los sesenta sobre estos fenómenos
latinoamericanos han sido trabajos serios, coincida uno o no con su metodología y
conclusiones. Pero el imperativo de las tipologías y los cuadros comparativos
transregionales obligó la creación de un término común para abarcar esas experiencias
nacionales diferentes. La decisión colectiva e involuntaria de usar un término que tenía su
propio bagaje hizo que confluyeran en éste los distintos significados que se le asignaba
desde el marxismo clásico, el funcionalismo conductista, la teoría de la modernización y,
luego, el marxismo althusseriano. Vaya uno a saber por qué el término populista terminó
siendo tan vago... Pero lo más problemático es que el populismo escapó en algún
momento de la torre de marfil académica donde estaba secuestrado y tomó vida propia en
las redacciones periodísticas y los ‘think tanks’ partidarios, donde rápidamente derivó en
epíteto. Esa es su acepción actual, donde sin duda va a seguir deteriorándose
conceptualmente hasta convertirse en simple hashtag. Por estas razones simplemente

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 11

propongo que a los movimientos populistas volvamos a llamarle populares, y así nos
evitaremos muchos problemas.

NOTAS
1. Ghita Ionescu y Ernst Gellner, Populism: Its Meaning and National Characteristics, New Brunswick:
Transaction Books, 1969; Michael Conniff, “Introduction: Toward a Comparative Definition of
Populism”, in Michael Conniff (ed.), Latin American Populism in Comparative Perspective,
Albuquerque: University of New Mexico Press, 1982, p. 1-29; Michael Connnif, “Introduction” in
Michael Conniff (ed.), Populism in Latin America, Tuscaloosa: University of Alabama Press, 1999, p.
1-21; Francisco Panizza, Populism and the Mirror of Democracy, Londres: Verso, 2000; Guy Hermet,
Soledad Laeza y Jean-François Prud’home (comps.), Del populismo de los antiguos al populismo de los
modernos, México DF: El Colegio de México, 2001; Karen Kampwirth, “Introduction”, in Karen
Kampwirth (ed.), Gender and Populism in Latin America: Passionate Politics, University Park:
Pennsylvania State University Press, 2010, p. 1-24; Horacio Legrás, “Hacia una historia del
populismo” en Claudia Soria , Paola Cortés Rocca y Edgardo Dieleke (coords.), Politicas del
sentimiento: el peronismo y la construción de la Argentina moderna, Buenos Aires: Prometeo/Caras y
Caretas, 2010, p. 161-180.
2. Ernesto Laclau, On Populist Reason, Londres: Verso, 2005, p. 12.
3. James Procter, Stuart Hall, Nueva York: Routledge, 2002, p. 100-103; Stuart Hall y Martin
Jacques (comps.), The Politics of Thacherism, Londres: Lawrence & Wishart, 1983, p. 29-38.
4. Alan Knight, “Populism and Neo-populism in Latin America, Especially Mexico”, Journal of Latin
American Studies, vol. 30, n°2, 1998, p. 223-248.
5. Knight, “Populism and Neo-populism,” 224.
6. Legrás, “Hacia una historia del populismo,” 177.
7. Peter Wiles, “Populism: A Syndrome not a Doctrine,” in Ionescu and Gellner, Populism, p.
163-79.
8. Simón Romero, “In Brazil and Elsewhere, Dismay at Argentina’s Nationalization Move”, The
New York Times, (April 18, 2012), en línea.
9. Robert McMath, American Populism: A Social History 1877-1898, Nueva York: Hill & Wang, 1992.
10. Frank L. Kluckhohn, “Mexico Advances Towards Socialism”, New York Times (Jul. 11, 1937), p.
52; Milton Bracker, “Peron: Evolution of a Strong Man”, New York Times (Feb. 22, 1948), SM 14;
“Vargas Adopted ‘Strong Man’ Role,” New York Times (Aug. 25, 1954), p. 3.
11. Vladimir Illich Lenin, “What the Friends of the People are and how they fight the Social
Democrats”, Collected Works, Vol. 1. 1893-1894, Londres: Lawrence & Wishart, 1960, p. 129-326; y
“The Economic Content of Narrodism and the Criticism of it in Mr. Struve’s Book”, Collected
Works, vol. 1, p. 333-423.
12. Este es el fascismo que Emilio Gentile llama “il mussolinismo della gente commune”, Emilio
Gentile, Fascismo: Storia e Interpretazone, Roma-Bari: Editora Laterza, p. 126-144.
13. Véase escritos por Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, y August Thalheimer en David
Beetham (ed.), Marxism in Face of Fascism: Writings by Marxists on Fascism from the Inter-war Period,
Totowa:Barnes & Noble Books, 1984.
14. Fifth World Congress of the Comintern (1924), “Resolution on Fascism”, in Beetham (ed.),
Marxists in Face of Fascism, p. 152.

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 12

15. David Forgacs, “The Left and Fascim: Problems of Definition and Strategy”, in Rethinking
Italian Fascism: Capitalism, Populism and Culture, Londres: Lawrence & Wishart, 1986, p. 21-50. David
Beetham, “Introduction”, in Beetham (ed.), Marxists in Face of Fascism, p. 1-64.
16. Manuel Caballero, Latin America and the Comintern, 1919-1943, Cambridge: Cambridge University
Press, 1986, passim.
17. Steve Stein, Populism in Peru: The Emergence of the Masses and the Politics of Social Control,
Madison: University of Wisconsin Press, 1980.
18. Marc Becker, Mariátegui and Latin American Marxist Theory, Athens: Ohio University Center for
Latin American Studies, 1993.
19. Julián Carlos Mella, La lucha revolucionaria contra el imperialismo: ¿Qué es el APRA?, Lima: Libreria
Editorial Minerva, 1975.
20. Ibid., p.33-34.
21. Stein, Populism in Peru, p. 153.
22. José Carlos Mariátegui, “El problema del Indio”, Siete Ensayos de la realidad peruana, in Sandro,
Jose Carols, and Javier Mariátegui Chiappe (eds.), Mariátegui Total, 100 años, vol. 1, Lima: Empresa
Editora Amauta S.A., 1994, p. 19.
23. Michael Löwy, “Marxisme et romantisme chez José Carlos Mariátegui”, Actuel Marx 25, 1999,
p. 187-201; Marc Becker, “Mariátegui, the Comintern, and the Indigenous Question in Latin
America”, Science & Society, 70, no. 4, 2006, p. 450.
24. Barry Carr, Marxism and Communism in Twentieth Century Mexico, Lincoln: University of
Nebraska Press, 1992, p. 38-79.
25. Vicente Lombardo Toledano, “El Nuevo programa del sector revolucionario de México”
(1944), reproducido en Michael Löwy (ed.), Marxism in Latin America from 1909 to the Present, an
anthology, New Jersey: Humanities Press, 1992, p. 71-81.
26. Sheldon Liss, Marxist Thought in Latin America, Berkeley: University of California Press, 1984, p.
205-226.
27. Luis Carlos Prestes, “Todo o poder a ANL” (1935), reproducido en Löwy (ed.), Marxism in Latin
America, p. 57.
28. Vittorio Codovilla, Batir el nazi-peronismo para abrir una era de libertad y progreso, Buenos Aires:
El Ateneo, 1946.
29. Liss, Marxist Thought, p. 59.
30. Ibid., p. 62.
31. Octavio Ianni, O colapso del populismo no Brasil, Rio de Janeiro: Civilizacão Brasileira, 1968.
32. Ibid., p. 9.
33. Ibid., p. 123-133.
34. Ibid., p. 118.
35. Ibid., p. 120.
36. Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición: de la sociedad tradicional a la sociedad
de masas, Buenos Aires: Paidós, 1962, Gino Germani, Authoritarianism, Fascism and National Populism,
New Brunswick: Transaction Books, 1978; The Sociology of Modernization: Studies on its Historical and
Theoretical Aspects with Special Regard to the Latin American Case, New Brunswick: Transaction
Books, 1981.
37. Emilio De Ipola, “Ruptura y continuidad: Claves parciales para un balance de las
interpretaciones del peronismo”, Desarrollo Económico, 29, 115, 1989, p. 331-359.
38. Germani, The Sociology of Modernization, p. 113-145.
39. Karin Rosenblatt, “Other Americas: Transnationalism, Scholarship, and the Culture of Poverty
in Mexico and the United States”, Hispanic American Historical Review, 89, 4, 2009, p. 603-641.
40. David Apter, The Politics of Modernization, Chicago: University of Chicago Press, 1965, p. 76-78.
41. William Kornhauser, The Politics of Mass Society, New York: The Free Press, 1959.
42. Ibid., p. 29.

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Populismo: crítica a la utilidad de un concepto peyorativo 13

43. Ernesto Laclau, Politics and Ideology in Marxist Theory: Capitalism, Fascism, Populism, London: NLB,
1977, p. 143.
44. Laclau, On Populist Reason, p. 87.
45. Laclau, Politics and Ideology, p. 157.
46. Laclau, On Populist Reason, p. 78-79.
47. Ibid., p. 214.
48. Ibid., p. 193.
49. La crítica más convincente es la de Emilio de Ipola, “Populismo e ideología (A propósito de
Ernesto Laclau: Política e ideología en la teoría marxista)”, Revista Mexicana de Sociología, 41, 3,
1979, p. 925-960.
50. Es interesante que en el período inicial de las elecciones francesas de 2012, Le Monde llamó a
una serie de intelectuales a discutir si el término ‘populismo’ seguía teniendo sentido. Uno de los
invitados que contestaron afirmativamente fue Laclau, quien aconsejó no utilizar el término
populismo como peyorativo. Lo que ciertamente no tuvo mucho efecto. Le Monde (Feb. 10, 2012)
51. Términos quechua y aymara, respectivamente, traducidos convencionalmente como ‘arriba’ y
‘abajo’.
52. Walter Mignolo, “Immigrant Consciousness”, introducción a Rodolfo Kush, Indigenous and
Popular Thinking in America, Durham: Duke University Press, 2010, p. iii.
53. Andrew Canessa, “Dreaming of Fathers: Fausto Reinaga and Indigenous Masculinism”, Latin
American and Caribbean Ethnic Studies, 5, 2, 2010, p. 175-187; Josef Esterman, Filosofía Andina, Quito:
Abya-Yala, 1998, p. 283-293.
54. Kush, Indigenous and Popular Thinking, p. 1-7.
55. Ibid., p. 170.

RESÚMENES
El artículo discute la utilidad del concepto de populismo en el estudio histórico de los regímenes
políticos latinoamericanos de mediados del siglo XX. El argumento es la acepción por el uso de la
categoría populismo es profundamente ambigua a la vez que claramente negativa. A pesar del
intento de Ernesto Laclau de normalizar y revalidar el populismo, el uso del término continua
siendo peyorativo tanto en el mundo académico como en los medios. La utilización acrítica de
populismo para etiquetar los gobiernos del periodo 1930-1960 implica, pues, una banalización
que oscurece la complejidad de los fenómenos históricos del periodo.

ÍNDICE
Palabras claves: Populismo, América latina, Ernesto Laclau, vocabulario político

AUTOR
OSCAR CHAMOSA
University of Georgia

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